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La orfandad de los caníbales

Foto: DW

Por Iramís Rosique Cárdenas

«Toda secta es en realidad religiosa»

Karl Marx

La filogenia del sectarismo o cómo se enlata la política

Hay quienes dicen que el sectarismo es un fantasma, pero se equivocan. Quieren jugar al psicólogo y convencernos de que «el sectarismo no existe: no puede hacerte daño». Los fantasmas no existen, pero el sectarismo sí, y como la cólera de Aquiles, bastantes males ha causado «entre los aqueos», e incluso, bastantes almas de comunistas valerosos «precipitó al Hades» de la historia.

Este asunto ha sido varias veces denunciado en Revolución, aunque sobre él, en cuanto tal, se ha reflexionado poco. En nuestra psiquis política colectiva el sectarismo habita como trauma. Eso explica, quizás, los silencios que lo rodean o la angustiosa, y no pocas veces patética, urgencia de algunos para cerrar esa «gaveta» cada vez que se intenta abrirla. Una socorrida solución ha sido personalizarlo o moralizarlo: se reduce el sectarismo a un problema de carácter, a un problema de ambición personal de un individuo o un grupo, o a un resultado de simpatías o antipatías. También hay lecturas que asocian el sectarismo a determinadas matrices ideológicas como, por ejemplo, el marxismo-guión-leninismo. No obstante, estas asunciones no hacen más que oscurecer la comprensión del sectarismo y de sus causas, e imposibilitar su extirpación definitiva del campo de la militancia revolucionaria.

En política, como en agroindustria, existen tecnologías de conservación. Estas imponen, a los cuerpos sociales, disciplinas que aseguran la reproducción y consistencia de ideologías, órdenes, instituciones, grupos…

En ese sentido, el sectarismo no es solo una «enfermedad política»,[1] sino una tecnología política de la misma familia que el dogmatismo, la mistificación o la sacralización, y lo que la caracteriza es la colocación intransigente de su identidad de grupo particular por sobre las necesidades de la causa política más general en la cual se inscriben y dentro de la cual co-militan con otros grupos. No puede hablarse de sectarismo entre campos políticos antagónicos: el sectarismo se da hacia lo interno de un campo político con determinado grado de pluralidad y como tecnología actúa, en especial, sobre el colectivo cuya identidad «única» se pretende proteger de toda posibilidad de contaminación, desviación o disolución; o sea: sobre la «secta».

Tampoco se puede creer que alguien está per se inmunizado contra el sectarismo. Todo espacio de militancia es susceptible a desarrollarlo siempre que no se asista de una ética que lo considere intolerable.

Seguramente, cuando se habla de sectarismo, muchos piensen en fanáticos vociferando sus verdades sin escuchar a nadie, en fundamentalistas con intención de imponer su verdad a todo el mundo y con el plumón presto a etiquetar de «traidores» o «herejes» a más de uno. Pero, si bien estos son los sectarismos más recurrentes y dañinos, no son todos los que hay. Lo que acabamos de describir pudiéramos llamarlo sectarismo activo, preocupado no solo de disciplinar a su secta, sino también imbuido de la misión de convertir a todo el campo político en su secta y de castigar o expulsar de él a los que se resistan a ello. Este texto lidia, sobre todo, con ese tipo de sectarismo, pero es menester señalar que también existen sectarismos pasivos.

«Sectarismo pasivo» tenemos toda vez que un colectivo, sin vocación de castigo ni de persecución, coloca sus tiempos, modos, necesidades e identidades por encima de los del proyecto político común. Y cuando decimos «los del proyecto» no nos referimos a los que puedan existir en la conciencia parcelaria de la realidad de algunos, muchos, o incluso la mayoría, sino los que emanan de la toma de conciencia de la totalidad, del cuadro general del proceso político: de lo que Fidel denominó «sentido del momento histórico». Estas resistencias se convierten en techo de poca altura y mala fabricación para el crecimiento político de estos colectivos, devenidos también sectas, esta vez eremitas.

El «sectarismo activo», por su parte, opera como policía política y aspira a colocar el desarrollo de su conciencia como límite al desarrollo de la conciencia del resto del campo político.

No en balde estos sectarios, en vez de estar de frente al enemigo o junto a los compañeros de la retaguardia, se posicionan de espaldas al enemigo y de frente al campo propio para ver quién se mueve en la formación. Rafael Hernández señala algunos rasgos del «sectarismo activo» que captan muy bien lo que estamos describiendo:

«(…)

  1. Dentro del grupo, casi todo; fuera del grupo, nada.
  2. Quien no comparte los criterios y normas aceptadas no está solo equivocado (como dice el dogmatismo), sino se ha desviado, es peligroso, o indigno.
  3. Quien piensa diferente no comete error o ignorancia (como dice el dogmatismo), sino merece castigo (exclusión, estigma, desprecio).
  4. Los que se distancian se alían a la larga con ‘ese bloque del enemigo’ (trátese del imperialismo o del Partido-Estado).
  5. Purgar las filas y emplazar ideológicamente a los «inconsecuentes» se justifica moralmente en cualquier circunstancia, a nombre de ‘la verdad’.
  6. La confrontación, agresión y adjetivación personal pasan por debate de ideas, y valen como sustitutos a la carencia de argumentos.
  7. Toda actitud individual diferente entraña un motivo oscuro, endeblez de carácter o de principios.»[2]

Cuando leemos estos aspectos, comprendemos que el sectarismo no es un asunto ideológico ni está ligado a ideología alguna. Una vez preguntaba a un amigo por qué Ota Ola fustiga constantemente a personas como Elaine Díaz o Harold Cárdenas, y los tilda de «agentes del castrismo», de «comunistas», de «tibios». Su respuesta fue que Ota Ola tenía o se había asignado la función de disciplinar a su campo político, de uniformarlo y mantenerlo bajo la hegemonía de esa fracción histérica y desbocadamente anticomunista de la oposición contrarrevolucionaria tradicional con base en Miami. No podía permitir ni tolerar que terceros entendieran como legítimo que un opositor anduviera diciéndose «de izquierda» o se posicionara contra el bloqueo o criticara el enfoque Trump de las relaciones con Cuba. Ahí tenemos el sectarismo de derechas. También es bien sabido el ambiente que se respiraba en el grupo de Facebook de la difunta plataforma Archipiélago en sus días de alguna relevancia. Más de un enemigo del socialismo cubano se quejó de la intolerancia y el sectarismo de ese espacio, lo que demuestra que no es un asunto de izquierdas o de derechas sino una práctica política que puede ser desempeñada desde el interior de cualquier ideología o campo político.

Por supuesto que a nosotros nos interesa el problema del sectarismo para el campo revolucionario cubano. Y ese tema adquiere relevancia especial en un momento como este, cuando la refundación de la Revolución se hace urgente y en el que la oposición contrarrevolucionaria se ha replegado, porque los sectarismos y otras tecnologías de la conservación obstaculizan que el socialismo pueda ser renovado y retrasan la afirmación en el pueblo de cualquier sentido del momento histórico.

Las tres (anti)críticas del sectarismo o cómo se mata la política

Ya habíamos dicho que un mecanismo para eludir el trauma del sectarismo entre los revolucionarios cubanos ha sido el de personalizarlo, identificarlo con la praxis específica y aislada de este o aquel funcionario extremista o militante entusiasta e inmaduro. No obstante, en los últimos días, a propósito de la reemergencia de este debate, han ocurrido variaciones discursivas remarcables, que no son sino otros modos de evadir la contradicción de la que los comportamientos sectarios son síntoma. Aunque hay que admitir que todas esas posiciones entrañan una aceptación tácita de que el sectarismo es un problema político y hace daño a la Revolución.

La primera de estas variaciones consiste en el intento de homogenizar, más bien camuflar, el sectarismo bajo el manto de la crítica libre y revolucionaria. ¿Por qué se acusa de sectarismo a los compañeros que simplemente están haciendo una crítica? ¿Acaso alguien se cree inmune a la crítica? ¿No es acaso la crítica un deber revolucionario y una manifestación de salud política, de diálogo?

Probablemente estos compañeros han confundido la noción cotidiana de «crítica» como «decir lo malo de», «hacer leña de», «hablar mal de», con la crítica como ejercicio intelectual de análisis, de dilucidación, de esclarecimiento, que es la que puede tener utilidad en los debates entre compañeros con el mismo horizonte político.

Ni acusar, ni levantar sospechas, ni etiquetar a la ligera son ejercicios rigurosos de crítica. Cuando acusamos a un revolucionario de «centrista» o de «socialdemócrata» o de «liberal» sin tomarnos el trabajo de explicar qué significan esas etiquetas y cuáles acciones o ideas del compañero en cuestión califican como tales, no estamos haciendo ninguna crítica. Eso es simple y burda difamación.

Cuando destapamos la bola de cristal para adivinar y «denunciar» ocultos deseos, posibles traiciones, vínculos vergonzantes o indicios de analogías con pasados traidores, no estamos haciendo ninguna crítica tampoco: eso se llama cacería de brujas. No sabemos bien si es infantil o es cínico, pero el empeño de hacer pasar por pensamiento crítico todos estos tópicos vulgares ―que además no son nada originales y se han repetido una y otra vez desde el siglo pasado―, subestima la inteligencia de todos los que escuchamos tal «argumento».

La segunda variación evasiva recurre a anular la dimensión política del conflicto y desviar el tema hacia la moral. Entonces el sectarismo no se maneja como lo que es, un asunto político, que debe emplazarse y discutirse públicamente, sino que se reduce a una pelea de grupitos, a una cuestión de pandillas. De este modo se clausura toda posibilidad de que la disputa sea resuelta en favor o en contra de la política sectaria: se prefiere, desde una falsa superioridad ética, denunciar los males del ego y la falta de humildad, como si fueran las causas del problema. Incluso en esta línea se llega a esgrimir un conveniente relativismo en el que «nadie tiene la verdad», que es una delicada manera de decir que nadie tiene la razón.

Pues no: sí hay quien tiene la razón, y sí hay quien daña a la Revolución Cubana. El sectarismo y los sectarios hacen daño y están equivocados, y todos los que contra el sectarismo se levantan ―desde dentro del propio campo revolucionario― tienen la razón al hacerlo.

La tercera y más socorrida variación es el llamado a la sacrosanta unidad. Un día tendremos que preguntarnos hasta cuándo vamos a tolerar que tras el parabán de la unidad o el de la Revolución se escuden individuos y conductas que las laceran y las pudren. La unidad esgrimida ahí es una unidad abstracta. ¿Qué unidad es esa y con qué? ¿Qué lacera más la unidad, la cultura política inquisitorial o el llamado a destruirla?

Enseguida corren algunos a pedir que ese tipo de asunto se dirima en privado porque en público «dan armas al enemigo». Hay que sonreír imaginando a estos extintores parlantes susurrarle a Fidel hace sesenta años: «Ay, comandante, no denuncie a Aníbal Escalante públicamente que eso da armas al enemigo, mejor llámelo a un aparte en un pasillito que es como hacen las cosas los revolucionarios que cuidan la unidad». Por supuesto que a nadie se le ocurrió semejante tontería. Fidel habló, y bien alto, y frente a todos expuso los males del sectarismo, y no sería aquella la única vez. Y poco importa si el enemigo lo usó con oportunismo: hace sesenta años estaba muy claro que el sectarismo constituía una debilidad y el problema debía ser ventilado en favor del fortalecimiento del bloque de la Revolución. No era una entrega de armas al enemigo, era una manera de apertrecharse ante el enemigo. Ese día «Fidel habló para los revolucionarios», y para nadie más.

No obstante, nos enfrentamos ahora a la ausencia de una ética colectiva y sin eso nadie puede esgrimir una unidad que no sea abstracta, metafísica y, por tanto, falsa. ¿Cuál es la ética de la Revolución? «Revolución es no mentir jamás ni violar principios éticos». ¿Cuáles principios? Probablemente hay consenso en que no se puede ser corrupto y revolucionario a la vez. Pero, ¿se puede ser machista y revolucionario? ¿Y homófobo? ¿Y violento? ¿Y racista? Podríamos decir que no, pero eso no significaría nada. ¿Acaso no hay personas racistas, machistas u homófobas que se siguen considerando a sí mismas «revolucionarias»?

Solo en abierto debate de ideas y argumentos puede pugnarse por que una ética nueva se haga hegemónica a un campo político y se erija en ética colectiva y verdaderamente unitaria.

Las evasiones al asunto del sectarismo —que a veces se levantan de modo similar para otros temas— obstaculizan la expiación de esa práctica nociva y son manifestaciones evidentes de antipolítica. Y nada es más extraño y hostil al socialismo que la antipolítica. Si el capitalismo es la sociedad en que la forma mercancía se universaliza, el socialismo es la sociedad de la progresiva universalización de la política, entendida como el espacio de la deliberación, del conflicto, de la conciencia, de la palabra. La democratización de la vida, de todas las esferas de la sociedad, pasa por la entrada de la política en cada una de ellas. La clausura de la política que resulta de la huida constante de la contradicción y el conflicto es uno de los mayores obstáculos de nuestra cultura política para la profundización del socialismo en Cuba.

La orfandad de los caníbales o cómo se restaura la política

Esperemos nunca tener que extrañar a los antiguos dogmáticos del marxismo-guión-leninismo. Konstantinov, Afanasiev, Oizerman…: todos aquellos viejos profesores de filosofía que saltaban como fieras ante los indicios más mínimos de «revisionismo». Ellos eran guardianes de un poderoso dogma que sostenía Estados gigantes y movía a millones de personas en el mundo. Sabemos que el dogmatismo y el sectarismo son diferentes y que no tienen que convivir, pero podemos decir, sin temor a equivocarnos, que si el sectarismo tiene un padre, ese es el dogmatismo. Y no es solo su padre: es también su corazón. Bajo la luz cegadora de un dogma magnánimo se entiende la ferocidad de los viejos estalinistas dispuestos a echarse los unos sobre los otros como hienas, encantadas por el fulgor de la «doctrina invencible del proletariado», en aras de proteger su «pureza». Así mismo, puede llegar a comprenderse el fundamentalismo religioso, embriagado del mandato mesiánico proveniente de Dios.

Decía Marx que toda secta es en realidad religiosa. ¿Pero cuál es el dios de nuestros sectarios?

Seguramente ante la pregunta responderían airados: «¡La Revolución!». Así, con mayúsculas. Y habrá que insistirles una vez más: ¿qué es la Revolución? O más bien, ¿qué es para ustedes? Estas son preguntas difíciles que, por demás, no hemos hecho aún a esos compañeros. Lo que tenemos como pista son las reacciones virulentas de ellos ante lo que consideran la anti-Revolución.

Si alguien juzga sospechoso o se molesta porque se emplee a un autor francés o norteamericano para explicar fenómenos de la Revolución Cubana, ¿qué cuerpo doctrinario está protegiendo? Cada vez que se acusa a alguien de «centrista» o de «liberal» o de «socialdemócrata», ¿de qué se le acusa exactamente? Esas etiquetas, devenidas ofensas, se han vuelto muy socorridas en los últimos años. ¿Qué son el «centrismo», el «liberalismo» y la «socialdemocracia»? Los dogmáticos y sectarios de antaño, del viejo Partido Socialista Popular (PSP), de la URSS, tenían todo esto milimetrado, pero ¿y estos?, ¿qué es lo que defienden?

Hay un problema de fondo en el asunto de acusar de centrismo o de socialdemocracia. En Cuba, desde 1991, pero sobre todo después del retiro de Fidel y el cese de su práctica política discursiva permanente, hay una crisis doctrinal de la Revolución Cubana.

Esa crisis hace que sea difícil distinguir los discursos clásicamente liberales o socialdemócratas, por ejemplo, del discurso del Estado sobre determinados temas.

La Revolución Cubana está pagando una derrota que no fue suya: la del socialismo europeo. La ideología producida en Europa del Este, su marxismo-guión-leninismo, con todos sus defectos y su dogmatismo, otorgaba sostenimiento espiritual y sentido a un mundo —epistemológico, político, jurídico, ético, existencial, estético…— . Su hundimiento dejó a la Revolución Cubana y su socialismo como náufragos en el océano de las ideologías.

Por fortuna teníamos a Fidel, una máquina líder productora de sentido. Fidel pasa entonces a convertirse en la principal fuente de legitimación ideológica. En ausencia de un cuerpo doctrinal y espiritual sólido, más allá de la ambigüedad transclasista que caracteriza a todo nacionalismo, lo que Fidel explica y suscribe se considera lo revolucionario. La condición revolucionaria de las ideas ya no reside en su consistencia con un canon específico, sino en el emisor: Fidel, mientras estuvo activo.

Por un lado, esto tuvo la limitación de que es imposible que el grueso de la reproducción ideológica de una sociedad recaiga en un sujeto individual. El mundo del socialismo real era sostenido por miles y miles de pensadores, artistas, políticos, maestros, científicos, etc. Por otro lado, luego de Fidel, el Estado —y no el Partido— lo sustituye como fuente de legitimación ideológica. Entonces ocurre un desplazamiento muy interesante en nuestros sectarios.

Si un intelectual de izquierdas, pero sin cargos gubernamentales, señala la naturaleza estructural del bloqueo para el socialismo cubano y la necesidad de crear y avanzar a pesar de él, algunos compañeros se levantan airados a cuestionar las ocultas intenciones perversas de ese intelectual que seguramente lo que pretende es blanquear y minimizar el bloqueo. Basta que a la semana siguiente el compañero Primer Secretario del Partido suscriba la misma idea para que, ¡entonces sí!, ellos puedan asumirla como algo decible y aceptable. Del mismo modo, algunos son muy ácidos contra economistas cubanos que no trabajan para el enemigo, pero que tienen visiones críticas sobre determinada política económica, a los cuales acusan enseguida de neoliberales o socialdemócratas ―sin demostración alguna de en lo que esto consiste―, pero luego se hace mutis cuando en un Pleno del Comité Central un compañero dice que cuando los ricos se enriquecen jalan a los pobres.

Esto indica que para algunas de nuestras sectas locales lo sagrado no es tanto el proyecto revolucionario como el poder que lo sostiene, el cual se les presenta como productor de la verdad.

Que una relación de poder sea el instrumento de legitimación ideológica implica unos niveles de mistificación y metafísica política extraordinarios, además de ser un excelente asidero a los oportunismos de todo tipo que siempre sacan ventajas de las opacidades. El avance o el libre desarrollo de un sectarismo huérfano y sin corazón, cuya única sujeción es la «verdad» del poder, es muy peligroso para el futuro del socialismo cubano, porque precisamente los discursos liberal y socialdemócrata logran calar en las conciencias de revolucionarios, no porque sean engañosos o porque la gente sea tonta, sino por la inconsistencia actual del cuerpo doctrinal de la Revolución Cubana. ¡Y contra el completamiento de este se levantan nuestros caníbales!

Quien desee ser solamente ideólogo del poder, es decir, de políticas gubernamentales, de «lo que está», de la burocracia —como rezan recientes confesiones de algunos—, y no ideólogo del proyecto, de la Revolución, de «lo que queremos ser y de aquello por lo que luchamos», que lo sea; pero que no intente hacer pasar eso como militancia revolucionaria. Y que tampoco se atreva, con sus cacerías de brujas y sus mediocridades, a intentar ponerle freno al empeño de pensar y hacer la Revolución Cubana; porque ante toda voluntad de congelar el tiempo y convertir a los revolucionarios cubanos en un ejército de obsecuentes y repetidores, solo hallarán un fuego que se esparció por toda Cuba el 25 de noviembre de 2016, y que no se extinguirá hasta abrasar este mundo y dar a luz a un mundo nuevo. ¡Aprendan a arder, o serán consumidos!

Notas:

[1] Como lo describe Rafael Hernández en su excelente artículo «Algunas enfermedades infantiles en la cultura del socialismo en Cuba», publicado en el diario digital OnCuba el 6 de marzo de 2020 (https://oncubanews.com/opinion/columnas/con-todas-sus-letras/algunas-enfermedades-infantiles-en-la-cultura-del-socialismo-en-cuba/).

[2] Rafael Hernández, op. cit.

Tomado de: La Tizza

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Socialismo

Por Fernando Martínez Heredia

El autor escribió una versión primitiva de este texto en 2005, a solicitud de Pablo González Casanova, que fue publicada en Fernando Martínez Heredia y otros, Autocríticas, un diálogo al interior de la tradición socialista (Editorial de Ciencias Sociales / Ruth Casa editorial — Cuadernos de Pensamiento Crítico N° 1, La Habana, 2009). La presente versión fue revisada y ampliada para promover la discusión en el Seminario de Posgrado del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM, México DF, 19 de septiembre de 2012; y para su reedición en 2014.

Tomado de Magdiel Sánchez Quiróz (selección e introducción), Fernando Martínez Heredia. Pensar en tiempo de revolución. Antología esencial, Buenos Aires, CLACSO, 2018.

I. Socialismo, socialistas

El concepto socialismo ha sido cargado de sentido desde una amplia gama de orientaciones ideológicas y políticas diferentes, durante más de un siglo y medio. Sin duda, esto dificulta el trabajo con él desde una perspectiva de ciencia social, pero es preferible, en vez de lamentarlo, partir de esa realidad, que es casi imposible separar del concepto. Lo más importante es que desde el siglo XIX y en el curso del siglo XX la noción de socialismo auspició a un amplísimo campo de demandas, ideas y anhelos de mejoramiento social y personal, y que después de 1917 llegó a asociarse a las empresas de transformación social y humana más ambiciosas y profundas que ha vivido la Humanidad. Ellas han constituido el reto más grave que ha sufrido la existencia del capitalismo, en todas sus variantes, a escala mundial.

También ha estado vinculado el socialismo a una interrogante que es crucial para toda la época que vivimos. Se produce una multiplicación acelerada de logros técnicos y científicos en multitud de campos, y de las necesidades y los consumos asociados a ellos, un crecimiento incesante del conocimiento cada vez más profundo de los seres humanos, y cambios sensibles en el desarrollo de las subjetividades y las relaciones interpersonales. Es decir, se produce un raudo crecimiento de las potencialidades y las expectativas de la Humanidad. Esta situación, ¿desembocará en una agudización de la dominación más completa y despiadada de una minoría muy poderosa sobre las personas y la mayoría de los países, y la pauperización de gran parte de su población, al que se sumará un deterioro irremediable del medio en que vivimos? ¿O este será el prólogo de movimientos e ideas que logren transformar el mundo y la vida para poner aquellos logros inmensos al servicio de las mayorías y de la creación de un orden social y humano en que primen la justicia, la libertad, la satisfacción de necesidades y deseos, la convivencia solidaria y la armonía con la naturaleza?

Socialismo y socialista han sido denominaciones utilizadas por muy disímiles partidos y movimientos políticos, Estados, corrientes ideológicas y cuerpos de pensamiento, para definirse a sí mismos o para calificar a otros.

Las posiciones que se autocalifican socialistas pueden considerar al capitalismo su antinomia y trabajar por su eliminación, o limitarse a ser un adversario legal suyo e intentar cambiar el sistema de manera evolutiva, o ser apenas una conciencia crítica del orden social vigente. Por otra parte, la tónica predominante al tratar el concepto en los medios masivos de comunicación y en la literatura divulgativa –incluidas enciclopedias–, y en gran parte de las obras especializadas, ha consistido en una sistemática devaluación intelectual del socialismo y en simplificaciones, distorsiones y acusaciones morales y políticas de todo tipo. Pocos conceptos han confrontado tanta hostilidad y falta de rigor al ser criticados, lo que registro aquí solamente como un dato a tener en cuenta.

Las relaciones entre los conceptos socialismo y comunismo –a las que me referiré más adelante– no solo pertenecen al campo teórico y a las experiencias prácticas socialistas; el cuadro de hostilidad mencionado ha llevado muchas veces a preferir el uso exclusivo de la palabra socialismo, para evitar las consecuencias de incomunicación o malos entendidos que suelen levantarse cuando se utiliza la palabra comunismo. Durante una gran parte del siglo XX, esa desventaja fue agravada por la connotación que le daba a «comunismo» ser identificado con la tendencia más fuerte que ha habido dentro de las experiencias, organizaciones e ideas socialistas, la integrada por la Unión Soviética, el llamado movimiento comunista internacional y la corriente marxista que llamaron marxismo leninismo.

No pretendo criticar, o siquiera comentar, las muy diversas definiciones y aproximaciones que registra el concepto de socialismo, ni el océano de bibliografía con que cuenta este tema. Asomarme apenas a esa valiosa tarea erudita ocuparía todo el espacio de este ensayo, y me alejaría de lo que pretendo. Solo por excepción colocaré algunas notas al pie, para que ellas no estorben al aire del texto y su intención.

A mi juicio debo exponer aquí de manera positiva lo que entiendo básico en el concepto de socialismo, los problemas que confronta y la utilidad que puede ofrecer para el trabajo intelectual, desde mi perspectiva y desde nuestro tiempo y el mundo en que vivimos.

Dos precisiones previas, que son cuestiones de método. Una, todo concepto social debe ser definido también en relación con su historia como concepto. En unos casos puede parecer más obvio o provechoso hacerlo, y en otros más dispensable, pero entiendo que en todos los casos es necesario. La otra, en los conceptos que se refieren a movimientos que existen y pugnan en ámbitos públicos de la actividad humana, es necesario distinguir entre los enunciados teóricos y las experiencias prácticas. Tendré en cuenta ambos requerimientos en este texto.

Federico Engels y Karl Marx

II. Historia y concepto, prácticas y concepto

El socialismo está ligado al establecimiento de sociedades modernas capitalistas en Europa y en el mundo, si prescindimos de una dilatada historia que podría remontar la noción a las más antiguas sociedades con sistemas de dominación.

Esa historia incluye rebeliones de los de abajo contra las opresiones, por la justicia social, la igualdad personal o la vida en comunidad, actividades de reformadores que tuvieron más o menos poder o influencia, y también creencias e ideas que fueron formuladas como destinos o parusías, y construcciones intelectuales de pensadores, basadas en la igualdad de las personas y en un orden social colectivista, que usualmente eran atribuidas a una edad pasada o a una era futura sine dia.

En la Europa de la primera mitad del siglo XIX le llamaban socialismo a diferentes teorías y movimientos que postulaban o buscaban sobre todo la igualdad, una justicia social y un gobierno del pueblo, e iban contra el individualismo, la competencia y el afán de lucro nacidos de la propiedad privada capitalista, y contra los regímenes políticos vigentes. Estos socialistas prefiguraban sociedades más o menos perfectas o favorecían la idea de sociedades en las que predominaran los productores libres.

En general, esos socialismos debían mucho de su lenguaje y su mundo ideal a los radicalismos desplegados durante y a consecuencia de las revoluciones burguesas, especialmente de la francesa, pero encontraron base social entre los contingentes crecientes de trabajadores industriales y sus constelaciones sociales. Una parte de esos trabajadores se reconocían como tales a partir de su actividad mancomunada en las manufacturas y fábricas, potenciaban sus identidades a través de movimientos sociales y solían luchar por algunas reformas que los favorecieran; en ciertas coyunturas, encontraban lugar o recibían apoyo de organismos y líderes políticos. Pero surgieron también otros activistas y pensadores que aspiraban a mucho más: cambios radicales que implantaran la justicia social, o que llevaran la libertad personal mucho más lejos que sus horizontes burgueses.

Socialistas, comunistas y anarquistas pensaron y actuaron en alguna medida durante las grandes convulsiones europeas que son conocidas genéricamente como la Revolución del 48.

En la Europa del medio siglo siguiente se desplegó la mayor parte de las ideas centrales del socialismo, y sucedieron algunas experiencias revolucionarias y radicales, pero sobre todo sobrevino la adecuación de la mayoría de los movimientos socialistas a la hegemonía de la burguesía. El triunfo del nuevo tipo de desarrollo económico capitalista, ligado a la generalización del mercado, el dinero, la gran industria y la banca, las nuevas relaciones de producción, distribución y consumo, el mercado mundial y el colonialismo, unido a la caída del antiguo régimen y a las nuevas instituciones e ideas políticas e ideológicas creadas a partir de las revoluciones burguesas y las reformas del siglo XIX, formaron un conjunto que transformó a fondo a las sociedades en una gran parte del continente. Esa victoria en toda la línea, sin embargo, abrió la posibilidad de comprenderla desde una posición contraria al capitalismo, como el gigantesco proceso de creación de condiciones imprescindibles para que la humanidad entera contara con medios materiales y capacidades suficientes para abolir con éxito la explotación del trabajo y la propiedad privada burguesa, las opresiones sociales y políticas, el propio poder del Estado y la enajenación de los individuos.

Esa concepción nació ligada a la convicción o la confianza en la actuación decisiva que tendría un nuevo sujeto histórico. El mismo proceso de auge del capitalismo en Europa estaba creando una nueva clase –el proletariado–, capaz de llevar a cabo una nueva labor revolucionaria y destinada a ello por su propia naturaleza; la tarea suya, igual que la de la burguesía, tendría alcance mundial, pero con un contenido opuesto, liberador de todas las opresiones y de todos los oprimidos. El nacionalismo, política e ideal triunfante o exigido en una gran parte del continente, y que parecía próximo a generalizarse, sería superado por la acción del proletariado paneuropeo, que conduciría finalmente al resto del mundo a un nuevo orden en el cual no habría fronteras. Las ideologías burguesas del progreso y de la civilización podían ser aceptadas por los proletarios, porque ellos las volverían contra el dominio burgués: el socialismo sería la realización de la racionalidad moderna. Aún más, el auge y el imperio de la ciencia, con su positivismo y su evolucionismo victoriosos, podían brindar la clave de la evolución social, si se hacía ciencia desde la clase proletaria.

Una concepción se abrió paso entre las ideas anticapitalistas, en franca polémica con el anarquismo en torno a los problemas de la acción política y del Estado futuro, aunque coincidiendo con él en cuanto a la oposición radical al sistema capitalista, la abolición de la propiedad privada y el desarrollo humano. Esta fue la concepción de Carlos Marx (1818–1883), que en vida suya comenzaron otros a llamar marxismo.

Como cuerpo teórico y como ideología, ella ha sido el principal adversario del capitalismo desde entonces hasta hoy. Además, innumerables movimientos políticos y sociales anticapitalistas y de liberación en todo el mundo se han proclamado marxistas, y prácticamente todas las experiencias socialistas lo han hecho también. La producción intelectual, su historia de más de siglo y medio y las diferentes tendencias del marxismo están profundamente vinculadas a todo abordaje que se haga del concepto de socialismo. No me es posible sintetizar ese conjunto, por lo que me limito a presentar un sucinto repertorio del marxismo originario, tan abreviado que no tiene en cuenta la evolución de las ideas del propio Marx. Más adelante añadiré algunos comentarios muy parciales.

Carlos Marx intentó desarrollar su posición teórica a través de un plan sumamente ambicioso, que solo en parte pudo realizar; pero, además, es erróneo creer que estuvo elaborando un sistema filosófico acabado, como había sido usual en el medio intelectual en que se formó inicialmente. Marx fue un pensador social, lo que sucede es que puso las bases y construyó en buena medida un nuevo paradigma de ciencia social, en mi opinión el más idóneo, útil y de mayores potencialidades de los existentes hasta hoy. También entiendo que existe ambigüedad en ciertos puntos importantes de su obra teórica, y además ella adolece de ausencias y contiene algunos errores, exageraciones y tópicos que hoy son insostenibles.

Por otra parte, a pesar de su radical novedad, la concepción de Marx no podía ser ajena a las influencias del ambiente intelectual de su época, aunque fue capaz de mantener su identidad, y de contradecir la corriente principal de aquel ambiente intelectual. No puede decirse lo mismo de la mayor parte de sus seguidores, y esa debilidad ha tenido consecuencias muy negativas.

En general, la posición tan revolucionaria de Marx resultaba demasiado chocante, y el conjunto formado por la calidad del contenido y el carácter subversivo de su teoría, su intransigencia política y su ideal comunista concitó simplificaciones, rechazos, distorsiones y exclusiones.

Apunto nueve rasgos de su pensamiento que considero básicos:

1) El tipo capitalista de sociedad fue su objeto de estudio principal y de sus tesis, y a su luz es que hizo postulaciones sobre otras realidades o planteó preguntas acerca de ellas.

Tanto por su método como a través de la investigación de la especificidad del capitalismo, Marx produjo un pensamiento no evolucionista, cuando esa corriente estaba triunfando en toda la línea. Para él, lo social no es un corolario de lo natural;

2) Se enfrentó resueltamente al positivismo, que en su tiempo se convertía en la dirección principal del pensamiento social, y propuso una concepción alternativa;

3) Superó críticamente los puntos de partida de los sistemas filosóficos, tanto de los llamados materialistas como de los idealistas, abandonó la especulación filosófica en general y se colocó en un terreno teórico nuevo;

4) Produjo una teoría del modo de producción capitalista, capaz de servir como modelo para estudiar las sociedades «modernas» como sistemas de relaciones sociales de explotación y de dominación establecidas entre grandes grupos humanos. Esa teoría permite investigar las características y los instrumentos de la reproducción del sistema de dominación, las contradicciones internas principales de esas sociedades, su proceso histórico de origen, desarrollo y apogeo, y sus tendencias previsibles;

5) Su teoría social privilegia los conflictos, y considera que la dinámica social fundamental proviene de la lucha de clases moderna.

Mediante ella es que se constituyen del todo las clases sociales, se despliegan sus conflictos y tienden a resolverse mediante cambios revolucionarios. Las luchas de clases no «emanan» de una «estructura de clase» determinada a la cual las clases «pertenecen».

El desarrollo mismo del capitalismo genera un antagonismo de clases sintetizador entre burgueses y proletarios, y en esas condiciones puede emprenderse un proceso político que lleva a la revolución proletaria.

La teoría de las luchas de clases es el núcleo central de su concepción;

6) La historia es una dimensión necesaria en la teoría social de Marx, dados su método y sus preguntas fundamentales. ¿Cómo funcionan, por qué y cómo cambian las sociedades?, se pregunta. Su concepción de la historicidad y del movimiento histórico de las sociedades trata de conjugar los modos de producción y las luchas de clases. Sus estudios del capitalismo son la base de sus afirmaciones, hipótesis y sugerencias acerca de otras sociedades no europeas o anteriores al desarrollo del capitalismo, de las preguntas que se hace acerca de ellas y de las prevenciones que formula respecto a la ampliación de su teoría a otros ámbitos históricos;

7) Su concepción unitaria de la ciencia social, y su manera de relacionar la ciencia con la conciencia social, la dominación de clase y la dinámica histórica entre ellas, inauguraron una posición teórica que es radicalmente diferente a la especialización, las perspectivas y el canon de «objetividad» de las disciplinas y profesiones que se estaban constituyendo entonces en Europa, como la Economía, la Historia y la Sociología. Ese es uno de los sentidos principales de la palabra «crítica», tan usual en los títulos de obras suyas.

Marx puso las bases de la sociología del conocimiento social;

8) Marx es ajeno a la creencia en que la consecuencia feliz de la evolución progresiva de la Humanidad sea el paso ineluctable del capitalismo al socialismo. Esta aclaración es muy necesaria, por dos tipos de razones: a) como ideología de la liberación humana y social, la propuesta de Marx era más bien una profecía lanzada frente al inmenso poder burgués y la incipiencia de su movimiento. Para reafirmarse y avanzar, los marxistas comenzaron a atribuirse el respaldo de la Historia, de la ciencia y de la propia ideología burguesa del progreso: trataron de convertirlos en la promesa de que el futuro pertenecería al socialismo; b) en la época de Marx, la actividad científica estaba muy ligada al determinismo.

Numerosos pasajes suyos sugieren que el modo de producción capitalista contiene rasgos y tendencias que lo llevarán hacia su destrucción, pero eso se debe a cuestiones de método en su investigación y a que hace exposiciones parciales de su concepción. La expresión misma de «socialismo científico» reúne ideología y ciencia, que se refuerzan mutuamente. Pero Marx siempre postuló muy claramente que la caída del capitalismo no consistiría en un derrumbe a partir de sus crisis, sino en su derrocamiento mediante la revolución proletaria, o revoluciones proletarias, que conquistaran el poder político a escala mundial y establecieran la dictadura revolucionaria de la clase proletaria;[1]

9) Según Marx, solo a través de un prolongado período histórico de muy profundas transformaciones revolucionarias –del que apenas bosquejó algunos rasgos– se avanzará desde la abolición de la explotación del trabajo y la apropiación burguesas hacia la abolición del tiempo de trabajo como medida de la economía, desde la toma del poder político hacia la extinción de los sistemas de dominación de clases y los Estados, la desaparición progresiva de toda dominación y la formación de una sociedad comunista de productores libres asociados, nuevas formas de apropiación, nuevas personas y una nueva cultura. En ese proceso, el poder público perderá su carácter político, y junto con el antagonismo y la dominación de clase se extinguirán las clases: «[…] surgirá una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos».[2]

Aunque efímera y aplastada a sangre y fuego, la Comuna dejó un legado sumamente valioso: sus hechos mismos y las enseñanzas que aportaron; una identidad rebelde que al fin tuvo encarnaciones propias; una insurrección heroica y un gobierno con democracia participativa; y la Internacional, una canción que ha alcanzado significado de símbolo a escala mundial. Hasta pocos años antes, las represiones y la negación de ciudadanía plena al pueblo habían sido armas comunes tanto de los príncipes como de los políticos liberales europeos, mientras la autonomía local, la democracia, la soberanía popular y las reivindicaciones de género eran banderas de los socialistas. Pero en 1871 ya estaban en marcha las reformas que llevaron a la construcción de un nuevo sistema en los Estados nacionales, con derecho general al voto de los varones, constituciones, estado de derecho, parlamentos y predominio de la instancia nacional, un nuevo orden que concedió o reconoció derechos en materia de ciudadanía y representación, y de organización social y política. Al mismo tiempo, las potencias de Europa renovaban el colonialismo y estrenaban el imperialismo.

Los movimientos socialistas encontraron un lugar en ese sistema: el socialismo colaboró así en la elaboración de la hegemonía burguesa, reduciéndose progresivamente de antinomia a diversidad dentro del capitalismo. Partidos de trabajadores y federaciones sindicales que se declaraban socialistas y marxistas alcanzaron éxitos notables dentro de la legalidad abierta desde los años setenta, dieron más impulso a sus intereses corporativos y a las luchas por democracia en sus países, ganaron representación en los parlamentos y se asociaron en una Segunda Internacional. Pero, al mismo tiempo, se alejaron definitivamente de los ideales y la estrategia revolucionaria y asumieron el reformismo político como guía general de su actuación. Vivían escindidos entre los ritos de su origen y su adecuación al dominio burgués, que llegó a hacerlos cómplices del colonialismo en nombre de la civilización y de la misión mundial del hombre blanco. Su pensamiento también se escindió, entre una «ortodoxia» y un «revisionismo» marxistas, que a pesar de sostener controversias constituían las dos caras de una misma moneda.

La gente común que se sentía socialista practicaba el activismo sindical, la participación política o la representación proletaria como formas de obtener «demandas inmediatas» y mejoras en la calidad de la vida –el urbanismo de la época aportó en Europa el barrio obrero–, superación personal y satisfacciones en su pertenencia a un ideal organizado. O admiraba al socialismo como ideal de los trabajadores y los pobres, acicate para adquirir educación y ascender en la sociedad, y creencia que aseguraba que el progreso llevaría a un mundo futuro sin capitalismo.

III. Socialismo y revoluciones anticapitalistas de liberación

La «bella época» del imperialismo desembocó en la horrorosa guerra mundial de 1914–1918. Pero en 1917 cayó el régimen zarista en la quebrantada Rusia, y el país entró en revolución.

El Partido Obrero Socialdemócrata ruso (bolchevique) –dirigido por Vladimir I. Lenin y opuesto a la posición de la II Internacional–, pasó a llamarse Partido Comunista, asumió una estrategia revolucionaria ante la crisis y en noviembre logró tomar el poder y convertir aquel proceso en una revolución anticapitalista.

El bolchevismo desplegó una gigantesca labor práctica y teórica que transformó o creó un gran número de instituciones y relaciones sociales a favor de los pueblos de la Rusia Soviética –URSS desde 1922–, y multiplicó las capacidades humanas y políticas de millones de personas.

Ese evento histórico afectó profundamente al concepto de socialismo. Las ideas sobre el cambio social y el socialismo fueron puestas a prueba, tanto las previas como las nuevas que surgieron en aquella experiencia. En vez de la creencia en la evolución natural que llevaría del capitalismo al socialismo y de los debates anteriores acerca del «derrumbe» forzoso del capitalismo a consecuencia de sus propias contradicciones, el bolchevismo se vio en el trance histórico de actuar en innumerables terrenos, y de poner a discusión la naturaleza del poder obrero, la actualidad de la revolución, los problemas de la organización estatal y partidaria, la política económica, la promoción y los fundamentos de una educación, una cultura, una democracia y unos valores que llevaran al socialismo, la creación de formas socialistas de vida cotidiana, los rasgos y los problemas fundamentales de la transición socialista, las perspectivas del socialismo.

El objeto de la teoría marxista se modificó y se amplió. A escala internacional, el campo conceptual y político del socialismo fue sometido a alternativas entre la revolución comunista y el reformismo socialdemócrata. La separación entre ambas posiciones fue tajante y cada una tendió a negar a la otra.

El impacto y la influencia de la revolución bolchevique en Europa y en muchos medios en el mundo fueron inmensos. La existencia y los logros de la URSS daban crédito a la posibilidad de alcanzar el socialismo en otros países, elevaron mucho el prestigio y la divulgación de las ideas socialistas y permitieron que las ideas internacionalistas se pusieran en práctica.

Después de 1919, la creación y el desarrollo de la Internacional Comunista y su red de organizaciones sociales fue el vehículo para formar un movimiento comunista que actuó en numerosos lugares del mundo. Pero se cometió el grave error de pretender que una sola forma organizativa y un mismo cuerpo ideológico teórico fueran compartidos por los revolucionarios anticapitalistas de todo el orbe, y que la línea de la Internacional se tornara determinante en las políticas y los proyectos de cambio en todas partes. Los partidos comunistas que se fueron creando en docenas de países debían ser los agentes principales de esa labor.

En escala muy diversa y adecuada a las más disímiles situaciones, la influencia del socialismo soviético estuvo presente en las ideas y las experiencias revolucionarias a lo largo del mundo del siglo XX.

El concepto de socialismo del marxismo originario sufrió adaptaciones a prácticas que fueron más o menos lejanas a sus postulados teóricos, por dos razones principales:

  1. a) Para Marx, la revolución anticapitalista y el nuevo régimen previsto debían ser victoriosos a escala mundial, es decir, a la misma escala alcanzada por el capitalismo. Al no suceder así, ambos tipos de sociedad quedaron como poderes enfrentados en una enemistad mortal. Pero en el interior de los regímenes de transición socialista estuvieron presente cada vez más instrumentos, relaciones, ideas, formas de reproducción de la vida social y de dominación que eran propios del capitalismo;
  2. b) El predominio en esas sociedades en transición de intereses parciales, y la apropiación del poder por parte de grupos, con la consiguiente expropiación de los medios revolucionarios, la participación democrática y la libertad que eran necesarios para la formación de personas y relaciones socialistas.

El proceso de la transición socialista debía ser diferente y opuesto al capitalismo –y no solo opuesto a él–, y sobre todo debía ser un conjunto y una sucesión de creaciones culturales superiores, obra de contingentes cada vez más numerosos, más conscientes y más capaces de dirigir los procesos sociales. En vez de esto, sucedió una historia de deformaciones, detenciones, retrocesos, e incluso represiones y crímenes. Durante ese proceso, el socialismo fue referido a las necesidades de la URSS y los intereses y políticas de sus gobernantes –«el socialismo en un solo país»–, fue convertido en sinónimo de metas civilizadoras o demagógicas –la «construcción del socialismo», «régimen social superior»–, su triunfo mundial fue referido a una competencia entre superpotencias –«alcanzar y superar»–, e incluso se llegó a inventar un apelativo de consuelo para la resultante soviética: el «socialismo realmente existente», o «socialismo real». La colosal experiencia bolchevique fue liquidada y la URSS se convirtió en un poderoso Estado. Todavía protagonizó la epopeya de 1941–1945 contra el nazismo, que brindó al socialismo un formidable prestigio mundial –dilapidado en la posguerra–, pero en los cuarenta años siguientes la URSS y el bloque que formó en Europa constituyeron poderes que asfixiaban a sus propias sociedades y participaban en la geopolítica bipolar. Al final de sus procesos de estancamiento y de corrosión, aquel socialismo de las fuerzas productivas y la dominación de grupos fue vencido por las fuerzas productivas y por la cultura del capitalismo.

La caída de esos regímenes, tan súbita como indecorosa, le infligió un daño inmenso al prestigio del socialismo en todo el mundo.

Desde los años treinta el marxismo había sido víctima de la liquidación de la Revolución.

Se impuso el llamado marxismo-leninismo, autoritario, dogmático, distribuidor de premios y castigos, una ideología teorizada de obedecer, legitimar, clasificar y juzgar. Unía una profusión de citas de «los clásicos» con una mezcla de filosofía especulativa y positivismo. En 1965, Ernesto Che Guevara escribió en un texto clásico acerca del socialismo: «[…] el escolasticismo que ha frenado el desarrollo de la filosofía marxista e impedido el tratamiento sistemático del período».[3]

Sería un grave error, sin embargo, reducir la historia del concepto y las experiencias del socialismo al ámbito de aquellos poderes europeos.

En la propia Europa, numerosos revolucionarios hicieron aportes al socialismo.

La obra intelectual de algunos de ellos –como Antonio Gramsci– es muy trascendente. En Asia y África, esa historia ha estado ligada al desarrollo de las revoluciones de liberación nacional y social, y a la emergencia y afirmación de Estados independientes. Han sido muy valiosos los aportes de China y Vietnam –presididos por Mao Tse Tung y Hồ Chí Minh–, y también los de Corea, los luchadores de las colonias portuguesas y Argelia, y otros africanos y asiáticos. En África, cierto número de Estados se calificaron de socialistas en las primeras décadas de su existencia como tales, y también movimientos políticos que deseaban unir la justicia social a la búsqueda de la liberación nacional.

En América Latina y el Caribe, las necesidades y las ideas llevaron a pensadores y políticos a relacionar la libertad y el anticolonialismo con la justicia social, durante la época de las revoluciones de independencia (1791–1824).

En las nuevas repúblicas, el socialismo fue valorado sobre todo en relación con los objetivos y las posiciones que se defendían o promovían.

José Martí (1853–1895) fue, a mi juicio, el pensador más profundo, original y subversivo de la época en América. Llegó a una comprensión completa del colonialismo viejo y nuevo, en sus relaciones con la explotación de los trabajadores, campesinos y pueblos sometidos en general, y con el naciente imperialismo norteamericano, y estudió los rasgos y las tendencias de este último, lo esencial de los sistemas de dominación vigentes en América Latina y la política revolucionaria necesaria para transformar la región. Político excepcional, su lucha y su proyecto eran de liberación nacional, una guerra revolucionaria para conseguir la formación de nuevas capacidades en un pueblo colonizado y la creación de una república democrática en Cuba, la detención del expansionismo norteamericano en el Caribe y el inicio de la «Segunda Independencia» del continente.

Martí conoció ideas marxianas y anarquistas, y admiró a Marx y los luchadores obreros de Estados Unidos, pero fijó su diferencia política e ideológica respecto a ellos.

Hace más de un siglo que existen las ideas socialistas en América, y organizaciones que las han proclamado o tratado efectivamente de realizarlas. Una gran corriente ha sido la que se inscribió en la Internacional Comunista o fue influida por ella y por los partidos comunistas a lo largo del siglo. Pensadores y movimientos políticos de otras corrientes, diversas entre sí, han asumido el comunismo marxista u otras ideas socialistas y han hecho un enorme número de aportes valiosos. Unos y otros se han visto ante los problemas, las identidades, los conflictos, las culturas y las situaciones latinoamericanas, y han acertado los que supieron utilizar sus instrumentos intelectuales de alcance general para conocer aquellas especificidades, como enseñó en fecha temprana José Carlos Mariátegui (1894–1930).[4] Si se estudia e investiga sin prejuicios, puede establecerse un rico inventario de ideas de pensadores y movimientos,[5] y descubrir las posiciones reales de revolucionarios descollantes, como Augusto César Sandino y Antonio Guiteras. El socialismo sigue vivo en el pensamiento latinoamericano actual –que es tan vigoroso–, y en movimientos sociales y políticos cuya capacidad de proyecto acompaña a su actividad cotidiana.

José Martí

IV. Experiencias y deber ser, poder y proyecto, concepto de transición socialista

La historia de las experiencias de socialismo en el siglo XX ha sido satanizada en los últimos veinte años y tiende a ser olvidada. Es vital impedir esto, si se quiere comprender y utilizar el concepto, pero sobre todo para examinar mejor las opciones que tiene la humanidad ante los graves peligros, miserias y dificultades que la agobian en la actualidad, y enrumbar los nuevos movimientos e ideas que retan al capitalismo.

El balance crítico de las experiencias socialistas que ha habido y existen es un ejercicio indispensable para manejar el concepto de socialismo. Contribuyo a ese examen con algunas proposiciones.

Poderes que aspiraban al socialismo organizaron y desarrollaron economías diferentes a las del capitalismo, basadas en su origen en satisfacer las necesidades humanas y la justicia social; los Estados las articularon con muy amplias políticas sociales y con cierto grado de planeamiento. Pueblos enteros se movilizaron en la defensa y el despliegue de esas sociedades, en las cuales desplegaron su condición humana y aumentaron sus capacidades y la calidad de sus vidas. Esas sociedades, y las luchas de liberación y anticapitalistas de otros pueblos, involucraron a cientos de millones de personas; ellas, y la acumulación cultural que han producido, constituyen el evento social más trascendente del siglo XX. Pero a pesar de sus logros tan grandes, los poderes socialistas padecieron graves faltas y descalabros en cuanto a elaborar un tipo propio de democracia y enfrentar los problemas de su propio tipo de dominación, impidieron la ampliación de los espacios y el poder de sus sociedades, y en síntesis resultaron incapaces de echar las bases de una nueva cultura de liberación humana y social. La victoria del capitalismo frente a este socialismo estuvo en reabsorberlo a mediano o largo plazo, lo cual forma parte de su extraordinaria cualidad de recuperar los movimientos y las ideas de rebeldía dentro de su corriente principal. Frente a esa la línea general, Cuba ha logrado mantener hasta hoy su sociedad de transición socialista.

En cuanto se habla de socialismo aparece la necesidad de distinguir entre las propuestas y el deber ser del socialismo, por una parte, y las formas concretas en que este ha existido y existe en países, a partir de las luchas de liberación y los cambios profundos en esas sociedades.

Las ideas, la prefiguración, los ideales, la profecía, el proyecto, constituyen el fundamento, el alma y la razón de ser del socialismo, y brindan las metas que inspiran a sus seguidores.

Las prácticas son, sin embargo, la materia misma de la lucha y la esperanza: mediante ellas avanza o no el socialismo, y por ellas suele ser medido.

Esa distinción es básica, pero no es la única importante cuando se reflexiona acerca del socialismo.

En cuanto se aborda una experiencia socialista, se encuentran dos problemas. Uno es interno al país en cuestión: cómo son allí las relaciones entre el poder que existe y el proyecto enunciado; y el otro es externo: se refiere a las relaciones entre aquel país en transición socialista y el resto del mundo. En la realidad ambos problemas están muy relacionados, porque las prácticas que se tengan en cuanto a cada uno de ellos afectan al otro, y en alguna medida lo condicionan.

Las cuestiones planteadas por los experimentos socialistas no existen separadas, ni en estado «puro». Hay que enfrentarlas todas a la vez, están mezcladas o combinadas, ayudándose, estorbándose o confrontándose, exigiendo esfuerzos o sugiriendo olvidos y posposiciones que pueden ser o no fatales. Sus realidades, y cierto número de situaciones y sucesos ajenos, condicionan cada proceso. Enumero algunas cuestiones centrales.

Cada transición socialista debe conseguir cambios «civilizatorios» a escala de su población, no de una parte de ella, y debatirse entre ese deber y el complejo formado por los recursos con que cuenta y las carencias que padece; pero tiene que enfrentar, al mismo tiempo, la exigencia de cambios de liberación, porque o va conquistándolos, o todo el proceso se desnaturalizaría. Las correlaciones entre los grados de libertad que posee y las necesidades que la obligan son cruciales, porque la creación del socialismo depende básicamente del desarrollo de actividades calificadas que sean superiores a las necesidades y constricciones.

Hay muchos más dilemas y problemas.

Cómo combinar cambios y permanencias, relaciones sociales e ideologías que vienen del capitalismo –y que son muy capaces de rehacer capitalismo o generarlo– con transformaciones que están destinadas a formar personas diferentes, nuevas, y a producir una sociedad y una cultura nuevas. Cómo aprovechar, estimular o modificar las motivaciones y actitudes de los individuos –sin lo cual no habrá socialismo–, cuando el poder socialista resulta tan abarcador en la economía, la política, la formación y reproducción ideológica y la vida cotidiana de las personas, y tiende a desalentar o impedir las iniciativas de las personas en la medida en que se burocratiza.

Cómo lograr que prevalezca el proyecto sobre el poder –el mayor desafío interno a los regímenes de transición socialista–, cuando, además de los ámbitos que he referido, el poder es responsable de la defensa del país frente al imperialismo y los enemigos internos, y de las relaciones con los países, las empresas y las instituciones internacionales del capitalismo.

Cómo lograr que prevalezca el internacionalismo sobre la razón de Estado.

Es necesario que el pensamiento se ocupe de los problemas centrales, como los citados y otros, porque él debe cumplir una función crucial en la realización práctica del socialismo.

No hay retórica en esta afirmación: para toda la época de la transición socialista el factor subjetivo está obligado a ser determinante, y eso exige un pensamiento que sea muy superior a sus circunstancias, crítico y creador.

Algunas cuestiones teóricas más generales, ligadas a los problemas que cité arriba, resultan de utilidad permanente en el trabajo con el concepto de socialismo.

También poseen ese valor proposiciones estratégicas del marxismo originario, como la de la necesidad de la revolución a escala mundial –frente al ámbito nacional de cada experiencia socialista y frente a un capitalismo que ha sido cada vez más profundamente mundializado.

Y problemas desarrollados en momentos o a lo largo de la historia de la teoría, como el relativo a las decisiones en cuanto a qué es lo fundamental a desarrollar en las sociedades que emprenden el camino de creación del socialismo.

Paso a exponer mi concepto de transición socialista, que intenta precisar y hacer más útil para el trabajo intelectual el concepto de socialismo.[6]

La transición socialista es la época consistente en cambios profundos y sucesivos de las relaciones e instituciones sociales, y de los seres humanos que se van cambiando a sí mismos mientras van haciéndose dueños de las relaciones sociales. Es muy prolongada en el tiempo, y sucede a escala de formaciones sociales nacionales. Consiste ante todo en un poder político e ideológico dedicado a realizar el proyecto revolucionario de elevar a la sociedad toda y a cada uno de sus miembros por encima de las condiciones de reproducción social existentes, no para adecuarse a ellas. El socialismo no surge de la evolución progresiva del capitalismo. Este ha sido creador de premisas económicas, de individualización, ideales, sistemas políticos e ideológicos democráticos, que han permitido postular el comunismo y el socialismo. Pero de su evolución solo surge más capitalismo.

El socialismo es una opción, y solo existirá a partir de la voluntad y de la acción que sean capaces de crear nuevas realidades.

Es el ejercicio de comportamientos públicos y no públicos de masas organizadas y conscientes que toman el camino de su liberación total.

La práctica revolucionaria de los individuos de las clases explotadas y dominadas, ahora en el poder, y de sus organizaciones, debe ser idónea para trastornar profundamente las funciones y resultados sociales que hasta aquí ha tenido la actividad humana en la historia. En este proceso debe predominar la tendencia a que cada vez más personas conozcan y dirijan efectivamente los procesos sociales, y sea real y eficaz la participación política de la población.

Sin esas condiciones, el proceso perdería su naturaleza, y sería imposible que culmine en socialismo y comunismo.

La transición socialista es un proceso de violentaciones sucesivas de las condiciones de la economía, la política, la ideología, lo más radical que le sea posible a la acción consciente y organizada, si ella es capaz de volverse cada vez más masiva y profunda. No se trata de una utopía para mañana mismo, sino de una larguísima transición. Su objetivo final debe servir de guía y de juez de la procedencia de cada táctica y cada política, dado que estas son las que especifican, concretan, sujetan a normas, modos y etapas las situaciones que afectan y mueven a los individuos, las instituciones y sus relaciones.

Por tanto, no basta con tener eficiencia o utilidad para ser procedente: es obligatorio sujetarse a principios y a una ética nueva, socialista.

Las etapas de la transición socialista se identifican por el grado y profundidad en que se enfrentan las contradicciones centrales del nuevo régimen, que son las existentes entre los vínculos de solidaridad y el nuevo modo de producción y de vida, por un lado, y por otro las relaciones de enfrentamiento, de mercado y de dominio.

La transición socialista debe partir hacia el comunismo desde el primer día, aunque sus actores consuman sus vidas apenas en sus primeras etapas. Se beneficia de un gran avance internacional: la conciencia y las acciones que sus protagonistas consideran posibles son superiores a las que podría generar la reproducción de la vida social a escala del desarrollo existente en sus países. Es un grave error esperar que el supuesto «desarrollo de una base técnico-material», a un grado inciertamente cuantificable, permita «construir» el socialismo, y por tanto creer que el socialismo pueda ser una locomotora económica que arrastre tras de sí a los vagones de la sociedad. El socialismo es un cambio cultural.

Nacida de una parte de la población que es más consciente, y ejercitada a través de un poder muy fuerte y centralizador en lo material y lo ideal, la transición socialista comienza sustituyendo la lucha viva de las clases por un poder que se ejerce sobre innumerables aspectos de la sociedad y de la vida, en nombre del pueblo.

Por tanto, su factibilidad y su éxito exigen la creación y desarrollo de sistemas de control sobre los que ejercen funciones, pero sobre todo complejas multiplicaciones de la participación política y el poder del pueblo, que deben ser muy diferentes y superiores a los logros previos en materia de democracia.

Desatar una y otra vez las fuerzas reales y potenciales de las mayorías es la función más alta de las vanguardias sociales, que van preparando así su desaparición como tales. El predominio del proyecto sobre el poder es la brújula de ese proceso de creaciones, que debe ser capaz de revolucionar sucesivamente sus propias invenciones, relaciones e instituciones, a la vez que hace permanentes los cambios y los va convirtiendo en hábitos. Todo el proceso depende de hacer masivos la conciencia, la organización, el poder y la generación de cambios: el socialismo no puede crearse espontáneamente, ni puede donarse.

El concepto de transición socialista está más referido al movimiento histórico, mientras el de socialismo resulta más «fijo»; entiendo que eso ayuda a discernir las ventajas de cada uno para el análisis teórico y para el análisis de las experiencias. Además, el ámbito de la transición socialista abarca toda la época entre el capitalismo y el comunismo, por lo que facilita la recuperación de este último concepto.

Socialismo es ciertamente una noción más inclusiva que comunismo, lo cual ha facilitado que pueda pensarse desde él un arco muy amplio de situaciones y posibilidades no capitalistas.

Pero al ser su sentido verdadero la creación de una sociedad cuya base y despliegue son opuestos y diferentes al capitalismo, el socialismo necesita de la noción de comunismo, por dos razones. Una, la dimensión más trascendente, el objetivo –la utopía, incluso– de las ideas y los movimientos socialistas es el comunismo, una propuesta que no está atada a la coyuntura, la táctica, la estrategia de cada caso y momento, pero sirve para reconocer o promover actitudes, y para fijar el rumbo. La segunda, el referente comunista es útil para la recuperación de la memoria histórica de más de siglo y medio de ideas, sentimientos y acciones revolucionarias, y también lo es para pensar desde otro punto de partida ético y epistemológico los grandes temas de la transición socialista.

Ernesto Che Guevara

V. Dos concepciones del socialismo

Entre tantos problemas que porta el concepto de socialismo, he seleccionado solo algunos para esta exposición.

La vertiente interpretativa del marxismo originario que privilegió la determinación de los procesos sociales por la dimensión económica fue la más influyente a lo largo de las experiencias socialistas del siglo XX. Entre sus corolarios teóricos fueron centrales los de la «obligada correspondencia entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción», la cuantificación «técnico-material» de las bases de la «construcción del socialismo» y la supuesta ley de «satisfacción creciente de las necesidades». La llamada Economía Política del Socialismo llegó a codificar en un verdadero catecismo estos y otros preceptos de mayor o menor generalidad. Pero el tema del desarrollo, que floreció y tuvo un gran auge a escala mundial entre los años cincuenta y ochenta del siglo XX, replanteó la cuestión, al pensar la relación entre socialismo y desarrollo desde la situación y los problemas de los países que se liberaban en el llamado Tercer Mundo.

Entre polémicas y aportes, se avanzó en el conocimiento del formidable obstáculo al desarrollo constituido por el sistema imperialista mundial, el neocolonialismo y el llamado subdesarrollo.

En cuanto a la relación desarrollo — socialismo, la concepción que aplicaba los principios citados entendió que el primero debía preceder al segundo, es decir, que el desarrollo de la «base económica» sería la base del socialismo. Fidel Castro y Che Guevara estuvieron entre los opuestos a esas ideas, desde la experiencia cubana y como parte de una concepción teórica de la revolución socialista que articulaba la lucha en cada país, la especificidad del Tercer Mundo y el carácter mundial e internacionalista del proceso.[7] Guevara desarrolló un análisis crítico del socialismo de la URSS y su campo, y de su producción teórica, como parte de una posición teórica socialista basada en una filosofía marxista de la praxis, y en experiencias en curso.[8]

Ha habido dos maneras diferentes de entender el socialismo en el mundo del siglo XX.

Ellas han estado muy relacionadas entre sí, solían reclamarse del mismo origen teórico y no siempre han sido excluyentes. Expongo, sin embargo, los rasgos principales que permiten afirmar que se trata de dos entidades distintas.

La primera es un socialismo que pretende cambiar totalmente el sistema de relaciones económicas, mediante la racionalización de los procesos de producción y de trabajo, la eliminación del lucro, un crecimiento sostenido de las riquezas y la satisfacción creciente de las necesidades de la población. Se propone eliminar el carácter contradictorio del progreso, cumplir lo que considera el sentido de la historia y consumar la obra de la civilización y el ideal de la modernidad. Su material cultural previo han sido tres siglos de pensamiento avanzado europeo, que aportaron los conceptos, las ideas acerca de las instituciones guardianas de la libertad y la equidad, y la fuente de creencias cívicas de Occidente. Este socialismo propone consumar la promesa incumplida de la modernidad a través de la introducción de la justicia social y la armonía universal. Su consecución necesita un gran desarrollo económico y debe liberar a los trabajadores hasta tal punto que la economía dejaría de ser medida por el tiempo de trabajo. Bajo este socialismo, la democracia sería puesta en práctica a un grado muy superior a lo logrado por el capitalismo, e incluso a sus proyectos más radicales. Libertades individuales completas, garantizadas, instituciones intermedias, contrapesos, control ciudadano, extinción progresiva de los poderes. En una palabra, toda la democracia y toda la propuesta comunista de una asociación de productores libres. Su presupuesto es que al capitalismo no le es posible racionalmente la realización de aquellos fines tan altos: solo el socialismo puede hacerlos realidad.

La otra manera de entender el socialismo ha sido la de conquistar en un país la liberación nacional y social derrocando al poder establecido y creando un nuevo poder, ponerle fin al régimen de explotación capitalista y su sistema de propiedad, eliminar la opresión y abatir la miseria, y efectuar una gran redistribución de las riquezas y de la justicia. Sus prácticas tienen otros puntos de partida. Sus logros fundamentales son el respeto a la integridad y la dignidad humana, la obtención de alimentación, servicios de salud y educación, empleo y demás condiciones de una calidad de la vida decente para todos, y la implantación de la prioridad de los derechos de las mayorías y de las premisas de la igualdad efectiva de las personas, más allá de su ubicación social, género, raza y edad. Garantiza su orden social y cierto grado de desarrollo económico y social mediante un poder muy fuerte y una organización revolucionaria al servicio de la causa, honestidad administrativa, centralización de los recursos y su asignación a los fines económicos y sociales seleccionados o urgentes, búsqueda de relaciones económicas internacionales menos injustas, y planes de desarrollo.

Este socialismo debe recorrer un duro y largo camino en cuanto a garantizar la satisfacción de necesidades básicas, la resistencia eficaz frente a sus enemigos y a las agresiones y los atractivos del capitalismo, y el enfrentamiento a las graves insuficiencias emergentes del llamado subdesarrollo y de los defectos de su propio régimen. Al mismo tiempo que realiza todas esas tareas –y no después–, debe crear instituciones, normas y hábitos democráticos, y un estado de derecho. En realidad, está obligado a crear una nueva cultura diferente y opuesta a la del capitalismo.

En el ambiente del primer socialismo se privilegia la significación burguesa del Estado, la nación y el nacionalismo: se les condena como instituciones de la dominación y la manipulación.

En el ambiente del segundo, la liberación nacional y la plena soberanía tienen un peso crucial, porque la acción y el pensamiento socialistas han debido derrotar al binomio dominante nativo-extranjero, liberar las relaciones sociales y las subjetividades de sus colonizaciones, y arrebatarle a la burguesía el control del nacionalismo y el patriotismo. Para el segundo socialismo, es vital combinar con éxito las tareas y las ansias de justicia social con las de libertad y autodeterminación nacional. El poder del Estado le es indispensable, sus funciones aumentan fuertemente y su imagen crece mucho, a veces hasta grados desmesurados.

Las profundas diferencias existentes entre el socialismo elaborado en regiones del mundo desarrollado y el producido en el mundo que fue avasallado por la expansión mundial del capitalismo han conducido durante el siglo XX a grandes desaciertos teóricos y políticos, y a graves desencuentros prácticos.

La explotación del trabajo asalariado y la misión del proletariado tienen lugares prioritarios en la ideología del primer socialismo; para el segundo, lo central son las reivindicaciones de todos los oprimidos, explotados, marginados o humillados. Este es otro lugar de tensiones ideológicas, contradicciones y conflictos políticos entre las dos vertientes, en la comprensión del socialismo y en establecer sus campos de influencia, con una larga historia de confusiones, dogmatismos, adaptaciones e híbridos. Es cierto que las construcciones intelectuales influidas por la centralidad de la explotación capitalista y de la actuación proletaria han contribuido sensiblemente a la asunción del necesario carácter anticapitalista de las luchas de las clases oprimidas en gran parte del mundo colonizado y neocolonizado. Pero para el segundo modo de socialismo, la participación decidida y el cambio profundo de las vidas de las mayorías es lo fundamental. No puede esperar, cualquiera que sea el criterio que se tenga sobre las estructuras sociales y los procedimientos utilizados para transformarlas, o los debates que con toda razón se produzcan acerca de los riesgos implicados en cada posición. Y esto es así, porque la fuerza de este tipo de revolución socialista no está en una racionalidad que se cumple, sino en potenciales humanos que se desatan.

La libertad social –pongo el acento en «social»– es priorizada en este socialismo, como una conquista obtenida por los propios participantes, más que las libertades individuales y la trama lograda de un estado de derecho. Es una libertad que se goza, o que le hace exigencias y presiona a su propio poder revolucionario, y es la que genera mejores autovaloraciones y más expectativas ciudadanas. La legitimidad del poder está ligada a su origen revolucionario, a un gran pacto social de redistribución de las riquezas y las oportunidades que está en la base de la vida política, y a las capacidades que demuestre ese poder en campos diversos, como son encarnar el espíritu libertario que se ha dejado encuadrar por él, guiarse por la ética revolucionaria y por principios de equidad en el ejercicio del gobierno, mantener el rumbo y defender el proyecto.

El segundo modo de socialismo no puede despreciar el esfuerzo civilizatorio como un objetivo que sería inferior a su proyecto liberador.

Una de sus primeras grandes misiones es proporcionar alimentación, ropa, zapatos, paz, empleo, seguridad social, atención de salud e instrucción a todos, pero enseguida todos quieren leer diarios, y hasta libros, y en cuanto se enteran de que existe el internet, quieren navegar en él. Se levantan formidables contradicciones ligadas íntimamente a las expectativas de la población y al propio desarrollo de esta sociedad. Cito solo algunas. La disciplina capitalista del trabajo es abominada mucho antes de que una cultura productiva y una alta conciencia del papel social del trabajo se vuelvan capaces de sustituirla. La humanización del trabajo y el auge de la calificación de las mayorías no son respaldadas suficientemente por los niveles técnicos, las tecnologías y la organización de los procesos con que se cuenta. Los frutos del trabajo empleado, el tesón y sacrificios conscientes y el uso planeado de recursos pueden reducirse mucho por las inmensas desventajas del país en las relaciones económicas internacionales.

Los individuos son impactados en sus subjetividades por un mundo de modernizaciones que cambian sus concepciones, necesidades y deseos, pero están dedicados conscientemente a labores cuya retribución personal es más bien indirecta y de origen impersonal, y no es necesariamente justa respecto a la calidad y la especialización del trabajo realizado.

El sistema puede aparecer frente a ellos entonces como un poder externo, dispensador de beneficios y dueño del timón de la sociedad, a la que conduce con benévolo arbitrio. La cultura «moderna» capitalista implica también economía dineraria e individualismo exacerbado, y cada uno debe vivir en soledad la competencia, los premios o castigos, el interés y el afán de lucro, el éxito o el fracaso. A pesar de las abismales diferencias que han creado y desarrollado, las sociedades que viven en el segundo modo de socialismo no pueden evitar que algunos de esos rasgos estén presentes en ellas. La mundialización del incremento de las expectativas –entre otras tendencias homogeneizadoras que no puedo tratar aquí– es muy rápida hoy, y constituye un arma de la guerra cultural mundial imperialista.

La transición socialista de los países pobres devela entonces lo que a primera vista parecería una paradoja: el socialismo que está a su alcance y el proyecto que pretende realizar están obligados a ir mucho más allá que el cumplimiento de los ideales de la razón y la modernidad, y de entrada deben moverse en otro terreno.

Su viabilidad y su camino le exigen negar que la nueva sociedad sea el resultado de la evolución del capitalismo, negar la ilusión de que la sola expropiación de los instrumentos del capitalismo permitirá construir una sociedad que lo «supere» y negarse a «cumplir etapas intermedias» supuestamente «anteriores» al socialismo. Es decir, a este socialismo le es ineludible trabajar por la creación de una nueva concepción de la vida y del mundo, al mismo tiempo que se empeña en cumplir con sus prácticas más inmediatas, en medio de graves escaseces y adversarios formidables.

Fidel Castro Ruz

VI. Necesidades y problemas actuales de la creación del socialismo

Y entonces aparece también otra cuestión principal.

Del mismo modo que todas las revoluciones anticapitalistas triunfantes desde fines de los años cuarenta del siglo XX sucedieron en el llamado Tercer Mundo, es decir, fuera de los países con mayor desarrollo económico –sin hacer caso de la doctrina que postulaba lo contrario–, el socialismo factible no depende de la evolución progresiva del crecimiento de las fuerzas productivas, su «correspondencia con las relaciones de producción» y un desarrollo social que sea consecuencia del económico, sino de un cambio radical de perspectiva.

La transición socialista se enfrenta aquí a un doble enemigo. Uno es la persistencia de relaciones mercantiles a escala internacional y nacional, que tiende a perpetuar los papeles de las naciones y los individuos basados en el lucro, la ventaja, el egoísmo y el individualismo, y sus consensos sociales acerca de la economía, el dinero, el consumo y el poder. El otro es la insuficiencia de capacidades de las personas, relaciones e instituciones, resultante de la sociedad preexistente, para realizar las grandes y complejas tareas necesarias. El subdesarrollo tiende a producir un socialismo subdesarrollado; el mercantilismo, un socialismo mercantilizado. Las combinaciones de ambos son capaces de producir frutos peores. Es forzoso que en este tipo de transición socialista las «leyes de la economía» no sean determinantes; al contrario, la dimensión económica debe ser gobernada por el poder revolucionario, y este debe constituir una conjunción de fuerzas sociales y políticas unificadas por un proyecto de liberación humana.

Es preciso calificar desde esa perspectiva los factores necesarios para emprender la transición socialista y avanzar en ella, y manejarlos de manera apropiada. Brindo ejemplos.

Derribar los límites de lo posible resulta un factor fundamental, y que se torne un fenómeno masivo la confianza en que no existen límites para la acción transformadora consciente y organizada. Dentro de lo posible se consiguen modernizaciones, pero la transición que se conforma con ellas solo obtiene al final modernizaciones de la dominación y nuevas integraciones al capitalismo mundial. Los procesos educativos tampoco se pueden «corresponder» con el nivel de la economía: deben ser, precisamente, muy superiores a ella y muy creativos.

Esta educación socialista no se propone formar individuos para obedecer a un sistema de dominación e interiorizar sus valores; al contrario, debe ser un territorio antiautoritario al mismo tiempo que un vehículo de asunción de capacidades y de concientización; la educación está obligada a ser superior a las condiciones de reproducción de la sociedad, precisamente porque debe ser creadora de nuevas fuerzas para avanzar más lejos en el proceso de liberación.

Sintetizo preguntas sobre cuestiones principales.

¿El desarrollo económico es un presupuesto del socialismo, o el socialismo es un presupuesto de lo que hasta ahora hemos llamado desarrollo económico? ¿Qué objetivos puede y debe tener realmente la «economía» de los regímenes de transición socialista? ¿Qué crítica socialista del desarrollo económico es necesaria en este siglo XXI? ¿Cómo puede una posición ambientalista socialista manejar con efectividad la conflictividad de las relaciones con los recursos y el medio natural? En otro campo de preguntas: ¿A través de la profundización de la democracia se marcha hacia el socialismo, o a través del crecimiento del socialismo se marcha hacia la profundización de la democracia? ¿Cómo pasar de la dictadura revolucionaria que abre caminos a la liberación humana, a formas cada vez más democráticas, que con sus nuevos contenidos y procedimientos aseguren la preservación, continuidad y profundización de aquellos caminos y la evitación del retroceso hacia nuevos sistemas de dominación? ¿Cómo evitar que el subdesarrollo, las relaciones mercantiles, el burocratismo, los enemigos externos, tejan la red en la cual el proceso sea atrapado y progresivamente desmontado? ¿Cómo lograr y asegurar que la transición socialista incluya sucesivas revoluciones en la revolución?

No quisiera terminar sin expresar mi posición, a la vez que reconocer la difícil situación en que se encuentran el ideal socialista y su concepto, en la coyuntura actual, aunque en la América Latina reciente ha ganado terreno y está participando en los nuevos procesos. A escala mundial, la palabra socialismo se utiliza poco, incluso en medios sociales avanzados; algunos prefieren aludir a su contenido sin mencionarla expresamente, sobre todo cuando quieren ser persuasivos. Una pregunta pertinente es: ¿Qué tiene que ver hoy el socialismo con nosotros? Opino que la única alternativa práctica al capitalismo realmente existente es el socialismo, y no la desaparición o el «mejoramiento» de lo que llaman globalización, que suele ser una vaga referencia al grado en que el capitalismo transnacional y parasitario ejerce su dominación en el mundo contemporáneo.

Tampoco considero una alternativa suficiente el fin del neoliberalismo, palabra que hoy sirve para describir determinadas políticas económicas y la principal forma ideológica que adopta el gran capitalismo. Esos conceptos no son inocentes, el lenguaje nunca lo es. Cuando se acepta que «la globalización es inevitable» se está ayudando a escamotear la conciencia de las formas actuales de la explotación y la dominación imperialista, es decir, el punto a que ha llegado en su larga historia de mundializaciones, en una gama de modalidades que va del pillaje abierto a los dominios sutiles. A la vez, se le da categoría de fenómeno natural a una despiadada forma histórica de aplastar a las mayorías, como si se tratara del clima.

En su guerra cultural mundial, el capitalismo intenta imponerle a todos –incluidos sus críticos– un lenguaje que condena a los pensamientos posibles a permanecer bajo su dominación.

El rechazo al neoliberalismo expresa un avance muy importante de la conciencia social, y puede ser una instancia unificadora para acciones sociales y políticas. Pero el capitalismo es mucho más abarcador que el neoliberalismo. Incluye todas las ventajas «no liberales» que obtiene de su sistema de expoliación y opresión económica, sus poderes sobre el Estado, la política, la escuela, la información y la formación de opinión pública y una parte de los gustos, del neocolonialismo, de sus instrumentos internacionales, su legalidad y sus supuestas luchas contra el terrorismo, el narcotráfico y la corrupción. Es por su propia naturaleza que este sistema resulta funesto para la mayoría de la población del planeta y para el planeta mismo, y no por sus supuestas aberraciones, una malformación que puede ser extirpada o un error que pueda enmendarse.

El capitalismo ha llegado a un momento de su desarrollo en que desenvuelve todas sus capacidades con un alcance mundial, pero su esencia sigue siendo la obtención de su ganancia y el afán de lucro, la dominación, explotación, opresión, marginalización o exclusión de la mayoría de las personas, la conversión de todo en mercancía, la depredación del medio, la guerra y todas las formas de violencia que le sirven para su sistema económico y para imponerse, o para dividir y contraponer a los dominados entre sí. Lo más grave es el carácter parasitario de su tipo de expansión, centralización y dominación económica actual, y el dominio de Estados Unidos sobre el sistema. Ellos están cerrando las oportunidades a la competencia y la iniciativa que eran inherentes al capitalismo, y a su capacidad de emplear a las personas; están vaciando de contenido su democracia y liquidando su propio neocolonialismo. Le cierran las oportunidades de satisfacer sus necesidades básicas a más de la cuarta parte de la población mundial, y a la mayoría de los países el ejercicio de su soberanía plena, de vida económica y social propia y de proyectos nacionales.

Es cierto que en la fase final del siglo XX se reunieron numerosas derrotas de causas populares, el fracaso de una gran parte de los intentos de desarrollo y el fin de la bipolaridad. El capitalismo pareció más poderoso e intangible que nunca, pero en realidad porta grandes debilidades y está acumulando elementos en su contra. El mayor potencial adverso a su dominación es la enorme cultura acumulada de experiencias de contiendas sociales y políticas –y de avances obtenidos por la Humanidad–, cultura de resistencias y rebeldías que fomenta identidades, ideas y conciencia, y deja planteadas inconformidades y exigencias formidables y urgentes. Todo eso favorece la opción de sentir, necesitar, pensar y luchar por avances y creaciones nuevas.

Los principales enemigos internos de las experiencias fallidas de transición socialista han sido la incapacidad de ir formando campos culturales propios, diferentes, opuestos y superiores a la cultura del capitalismo –y no solamente opuestos–, y la recaída progresiva de esas experiencias en modos capitalistas de reproducción de la vida social y la dominación. Mientras, el sistema desplegó su paradoja: lograr un colosal y muy cautivador dominio cultural, y al mismo tiempo ser cada vez más centralizado y más excluyente, producir monstruosidades y monstruos, ahogar sus propios ideales en un mar de sangre y lodo, y perder su capacidad de promesa, que fue tan atractiva. Por eso trata hoy de consumar el escamoteo de todo ideal y toda trascendencia, y reducir los tiempos al presente, sin pasado ni futuro, para impedirnos recuperar la memoria y formular los nuevos proyectos, esas dos armas tan poderosas.

Solo podrá salvar a la humanidad la eliminación de ese poder, un trabajo creador, abarcador y muy prolongado contra la pervivencia de su naturaleza, y una política sistemática y eficaz de recuperación del medio en que vivimos.

La única propuesta capaz de impulsar tareas tan ineludibles y prodigiosas es el socialismo.

Pero esta afirmación del socialismo es una postulación que debe enfrentarse a un fuerte grupo de preguntas y desafíos. El socialismo, ¿es una opción realizable, es viable? ¿Puede vivir y persistir en ciertos países o regiones, sin controlar los centros económicos del mundo? ¿Es un régimen político y de propiedad, y una forma de distribución de riquezas, o está obligado a desarrollar una nueva cultura, diferente, opuesta y más humana que la cultura del capitalismo? Por su historia, ¿no está incluido también el socialismo en el fracaso de las ideas y las prácticas «modernas» que se propusieron perfeccionar a las sociedades y las personas?

No hay que olvidar ni disimular ninguno de esos desafíos, precisamente para darle un suelo firme a la idea socialista, sacarle provecho a sus experiencias y tener más posibilidades de realizarla.

Notas:

[1] «[…] la revolución no solo es necesaria porque la clase dominante no puede ser derrocada de otro modo, sino también porque únicamente por medio de una revolución logrará la clase que la derriba salir del cieno en que se hunde y volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases». Marx, C. y Engels, F. La ideología alemana (La Habana: Edición Revolucionaria, 1966): 78. Veinte años después de aquella obra de deslinde teórico y exposición positiva, Marx cierra la exposición del tomo I de El Capital, «La tendencia histórica de la acumulación capitalista», con la actuación revolucionaria de la clase proletaria consciente: «Se la hace saltar. Suena la hora postrera de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados». Marx, C. El Capital (México: Siglo XXI, 1975). Trad. P. Scaron.: 953, T. I, Vol. 3.

[2] Marx, C. y Engels, F. «Manifiesto comunista» en Marx, C. y Engels, F. Obras escogidas (Moscú: Editorial en Lenguas Extranjeras, 1959 [1848]): 43, T. I.

[3] Guevara, E. Ch. 1970a [1965] «El socialismo y el hombre en Cuba» en Ernesto Che Guevara. Obras 1957–1967 (La Habana: Casa de las Américas): 377, T. II.

[4] «El socialismo no es, ciertamente, una doctrina indoamericana. Pero ninguna doctrina, ningún sistema contemporáneo lo es, ni puede serlo. Y el socialismo, aunque haya nacido en Europa, como el capitalismo, no es tampoco específico ni particularmente europeo. Es un movimiento mundial […]. No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano. He aquí una misión digna de una generación nueva» (Mariátegui, J. C. «Aniversario y Balance» en José Carlos Mariátegui. Obras (La Habana: Casa de las Américas, 1982) [Reproducido de Amauta (Lima) Año III, N° 17, septiembre de 1928]).

[5] Como el logrado por Michael Löwy (Löwy, M. O marxismo na América Latina. Uma antologia de 1909 aos días atuais, San Pablo: Ed. F. Perseu Abramo, 1999).

[6] Selecciono aquí elementos que me parecen principales, pero forzosamente resultan parciales respecto a una argumentación que vengo elaborando desde hace más de tres décadas. Puesto a escoger una referencia, sugiero ver (Martínez Heredia, F. «Transición socialista y cultura: problemas actuales» en Casa de las Américas (La Habana) N° 178, enero-febrero), reproducido en: Martínez Heredia, F. «Transición socialista y cultura: problemas actuales» en Martínez Heredia, F. En el horno de los noventa (Buenos Aires: Ediciones Barbarroja, 1999 [1990]): 182–194; Martínez Heredia, F. «Transición socialista y cultura: problemas actuales» en Martínez Heredia, F. En el horno de los noventa (La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 2005 [1990]): 247–262; y Martínez Heredia, F. «Transición socialista y cultura: problemas actuales» en Socialismo, liberación y democracia. En el horno de los noventa (Melbourne / Nueva York: Ocean Sur, 2006 [1990]): 227–242.

[7] «Marx concibió el socialismo como resultado del desarrollo. Hoy, para el mundo subdesarrollado el socialismo ya es incluso condición del desarrollo. Porque si no se aplica el método socialista –poner todos los recursos naturales y humanos del país al servicio del país, encaminar esos recursos en la dirección necesaria para lograr los objetivos sociales que se persiguen–, si no se hace eso, ningún país saldrá del subdesarrollo.» Castro Ruz, F. 1970 [1969] «Palabras a los 244 graduados del Instituto de Economía de la Universidad de La Habana, 20 de diciembre» en Pensamiento Crítico (La Habana) N° 36: 133–184, enero.

«No puede existir el socialismo si en las conciencias no se opera un cambio que provoque una nueva actitud fraterna frente a la humanidad, tanto de índole individual, en la sociedad en que se construye o está construido el socialismo, como de índole mundial en relación a todos los pueblos que sufren la opresión imperialista […]. El desarrollo de los subdesarrollados debe costar a los países socialistas; de acuerdo, pero también deben ponerse en tensión las fuerzas de los países subdesarrollados y tomar firmemente la ruta de la construcción de una sociedad nueva» Guevara, E. Ch. 1970b [1965] «Discurso en el Seminario Económico de Solidaridad Afroasiática, Argel, 24 de febrero» en Ernesto Che Guevara. Obras 1957–1967 (La Habana: Casa de las Américas): 572–583, T. II.

[8] En los últimos años se han publicado más textos del Che. Llamo la atención sobre una obra de gran valor, Apuntes críticos a la Economía Política (Guevara, E. Ch. 2006 Apuntes críticos a la economía política, La Habana: Editorial de Ciencias Sociales / Ocean Press). Acaba de publicarse un nuevo libro que incluye otros inéditos del Che, para el cual escribí un estudio introductorio: Guevara, E. Ch. Apuntes filosóficos (La Habana: Ocean Sur / Centro de Estudios Che Guevara, 2012).

Tomado de: La Tizza

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A 30 años del derrumbe soviético. Balances y reflexiones

Por José Ernesto Nováez Guerrero @NovaezJose

En el hipotético prólogo que el Che Guevara hiciera a sus Apuntes críticos a la Economía Política en el año 1965, titulado «La necesidad de este libro», el guerrillero sostiene que los cambios determinados por la NEP en la estructura económica y social del Estado soviético han marcado con su signo toda una etapa de su desarrollo. Esto lo lleva a lanzar una sentencia que, vista desde la actualidad, resulta premonitoria:

« (…) la superestructura capitalista fue influenciando cada vez en forma más marcada las relaciones de producción y los conflictos provocados por la hibridación que significó la NEP se está resolviendo hoy a favor de la superestructura; se está regresando al capitalismo.»

Veintiséis años después de que el Che redactara estas líneas, el 25 de diciembre de 1991, quedaba oficialmente disuelta la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), el formidable Estado euroasiático que, por primera vez en la historia humana, había emprendido el incierto camino de construir una sociedad nueva, que no se basara en la lucha de clases y en la desigualdad. Una nación que había pasado en poco tiempo de ser una monarquía rural y decadente a ser una potencia industrial de primer orden, vencedora de la máquina bélica más temible de la primera mitad del siglo XX, el fascismo alemán.

El colapso definitivo de la URSS estuvo precedido del colapso del campo socialista y significó la crisis de un paradigma civilizatorio alternativo al del capitalismo y que se reflejó con mucha fuerza en la crisis espiritual e intelectual de la última década del siglo pasado, donde incluso algún ideólogo trasnochado del imperialismo llegó a hablar del fin de la historia.

En el 30 aniversario de una fecha tan triste para el movimiento revolucionario, conviene volver una vez más sobre el derrumbe para continuar extrayendo experiencias para el futuro.

La Revolución de Octubre, la URSS y el socialismo

La Revolución Socialista de Octubre triunfa en un país de dimensiones colosales donde, durante varias décadas, se habían ido creando condiciones de efervescencia revolucionaria, acentuadas por la ineptitud, corrupción y despotismo del viejo régimen, agotado ya en todas sus posibilidades de desarrollo e incapaz por tanto de reinventarse.

Su triunfo es el punto más alto de una oleada revolucionaria europea y mundial que guarda estrecha relación con la profunda crisis humana, moral y económica que representó para los poderes establecidos la carnicería absurda de la Primera Guerra Mundial.

Como apunta Eric Hobsbawnn esta guerra representa «(…) el derrumbe de la civilización (occidental) del siglo XIX.» Un trauma colectivo para la sociedad europea y para el mundo colonial subordinado a ella. Proveniente de la Belle Époque, la burguesía europea no estaba preparada para un conflicto de estas dimensiones. Nunca una guerra entre potencias europeas se había librado hasta el total agotamiento de los contendientes, con un despliegue tal de maquinaria homicida y con concentraciones tan grandes de combatientes.

Las masas trabajadoras, que fueron quienes pusieron la mayor parte de los muertos y cargaron con el costo de la guerra sobre sus espaldas, resintieron con estoicismo este esfuerzo estéril.

Y de su descontento surgieron las condiciones que alimentaron el fuego de la revolución que se desató en 1917.

El Poder Soviético se convierte entonces, en esta etapa, en la expresión tanto de las aspiraciones de los oprimidos en el imperio de los zares como de otras partes del mundo. Los líderes bolcheviques se veían a sí mismos y a lo que estaban haciendo como la avanzada de la revolución mundial. Esta dimensión internacional e internacionalista explica por qué dieron el paso de tomar el poder en un país tan atrasado como era la Rusia de la época y por qué los ejércitos soviéticos avanzaron en 1920 sobre la Polonia de Pilsudski, luego de derrotar militarmente sus ejércitos en territorio ucraniano. También explica la III Internacional y su red de alianzas con los jóvenes partidos comunistas emergidos después de la Revolución de Octubre en numerosos países.

La esperanza de Lenin y los restantes líderes bolcheviques era la de contribuir al triunfo de la revolución en Alemania, un poderoso estado industrial con una ubicación estratégica en el corazón de Europa y donde la derrota del militarismo imperial había creado una situación de efervescencia que tuvo su expresión en la efímera República soviética de Bavaria entre 1918–1919 y numerosos alzamientos en otras regiones. También las hubo en otras partes de Europa.

En esos primeros años la Revolución mundial parecía posible. La máxima prioridad, entonces, era garantizar la supervivencia a cualquier costo del Poder soviético, para evitar que con su derrota se consagrara el triunfo de la reacción.

Esto explica, en parte, la heroica resistencia de los años de la Guerra Civil, en contra de más de una docena de ejércitos enemigos, en un país devastado por la guerra, con índices de producción ínfimos, en medio del hambre, el frío y la incertidumbre. No resistían solo por el socialismo en Rusia sino por una nueva época para el mundo.

Esta convicción alimentaba también la dureza de algunas decisiones que, si bien garantizaron la victoria, sembraron el germen de futuros problemas para el Partido, ya que en el afán de ganar unidad se fue sacrificando la pluralidad y riqueza de la vida interna que había caracterizado la organización bolchevique. Esta tendencia, que en vida de Lenin parecía reversible, se fue convirtiendo luego en norma en la medida en que Stalin y la burocracia fueron haciéndose con el poder en el aparato del Estado y del Partido.

Desde el principio el Poder soviético tomó un conjunto de medidas que daban respuesta a las necesidades más urgentes del pueblo. El propio ordenamiento inicial del aparato estatal, el poner en el centro a los soviets, que eran estructuras democráticas derivadas de la experiencia comunal rusa, expresa la existencia de una voluntad en el liderazgo de la Revolución por hacer al pueblo protagonista en el proceso de transformación social. Incluso a nivel simbólico se sustituyó el título de Ministro por el de Comisario, por considerarse que quien ocupaba esa plaza había sido comisionado por el pueblo para esa tarea. Y los principales puestos del Estado eran, en principio, revocables por el pueblo y el soviet como órgano de expresión de esta voluntad colectiva.

¿Qué pasó entonces para que esta voluntad política no se concretara en una nueva forma de participación popular y el aparato administrativo terminara secuestrado por una burocracia que pretendía gobernar en nombre del pueblo, cuando en verdad gobernaba en su lugar?

El primer elemento que atentó contra esta voluntad del Poder soviético fueron las propias condiciones en que este hubo de desenvolverse: un país devastado por la guerra, con una agricultura deficiente, fábricas prácticamente cerradas y una inflación galopante, todo lo cual se agravaba con la hostilidad permanente de las grandes potencias, que tuvo su primera expresión en la ofensiva del imperialismo alemán y luego de las potencias vencedoras de la guerra y sus aliados internos, parte del viejo régimen.

Sumado a esto existía el problema cultural, que en Rusia adquiría infinitud de expresiones. Desde el analfabetismo y servilismo impuesto durante siglos al campesinado pobre hasta la escasa instrucción pública. Una expresión muy concreta de este problema se daba en la carencia crónica de especialistas que pudieran ocuparse de echar a andar los procesos productivos en los diversos rubros de la economía.

Por último, el frente revolucionario era muy heterogéneo y convivían en su seno fuerzas de diversa naturaleza y formación. Esto hacía que el proceso de toma de decisiones en los órganos colegiados fuera muchas veces agotador, sino imposible, y que se trasladaran a estos viejas rencillas del pasado, intereses políticos de grupo y tendencias sectarias que fragmentaban y dificultaban el ejercicio político en un momento de imperativos permanentes.

La inmensidad de estos retos y condiciones, sumado a la urgencia de reformar el aparato estatal y hacerlo funcionar para que diera respuesta a las numerosas amenazas que surgían de todas partes, como hongos después de la lluvia, favoreció el fortalecimiento de una tendencia autoritaria y centralizadora en la toma de decisiones.

Lenin, que era el espíritu animador del Partido, lo concibió como un conjunto de pasos extraordinarios para garantizar la victoria. Al igual que las medidas del denominado Comunismo de Guerra y la férrea política de Terror Rojo con que se combatió el Terror Blanco.

Nacer donde nació y en las condiciones en que lo hizo constituyeron escollos formidables para la experiencia soviética. La temprana muerte de Lenin, en 1924, fue uno aún mayor. En uno de sus últimos artículos, (Más vale poco y bueno), apuntaba a la necesidad de reformar la Inspección Obrera y Campesina disminuyendo el número de sus empleados y aumentando la proporción de obreros y campesinos que la integraban.

Stalin y el estalinismo

La victoria soviética en la Guerra Civil se logró a costa de un inmenso sacrificio humano y material. La unión entre proletariado urbano y campesinos sobre la cual descansaba la estructura de poder clasista del Estado soviético se encontraba profundamente debilitada. El núcleo proletario que había hecho la revolución en Petrogrado y Moscú estaba diezmado y esto comprometía aún más la posición política del gobierno. El campesinado, por su parte, comenzaba a mostrar síntomas de descontento y la productividad había decrecido de forma drástica.

En su Informe sobre la gestión Política del Comité Central del Partido Comunista (bolchevique) de Rusia, pronunciado el 8 de marzo de 1921, en el marco del X Congreso del partido, Lenin encara el problema. Considera que el campesinado le ha dado un cheque en blanco al poder soviético durante los años del conflicto, pero que ya estaba ansioso por cobrarlo. Las ciudades no podían abastecer al campo de los productos que este demandaba. La solución que Lenin da al problema se sintetiza en lo que se denominó como Nueva Política Económica. En esencia este conjunto de medidas buscaban desatar las fuerzas productivas internas dando cierto margen de libertad operativa a las relaciones capitalistas.

Lenin concebía todo un sistema de control y contramedidas que de alguna forma cercaran y que, poco a poco, fueran superando estas relaciones privadas de producción en el campo. Así preveía un proceso de colectivización voluntario a través del cual el campesinado ruso fuera descubriendo las ventajas de la producción colectiva y la superioridad de la producción tecnificada.

En la práctica la NEP acabó degenerando en el surgimiento de los denominados nepman, poderosos hombres de negocio que llegaron en un momento incluso a hacer peligrar la legitimidad del poder soviético.

Ya veíamos en la cita del inicio como el Che señalaba en la NEP el problema fundamental que afectaba la totalidad del funcionamiento del Estado soviético. Estas políticas, aplicadas sin control y sin la clara visión de Lenin, degeneraron en un fortalecimiento de las relaciones capitalistas y lo que es peor aún, en un fortalecimiento de la conciencia pequeñoburguesa que encontró sus adalides principales en la burocracia que ocupaba los diferentes niveles de dirección en el aparato estatal.

El ascenso político de Stalin significó el triunfo de estas tendencias por encima de otras más radicales e internacionalistas, como la de la denominada Oposición de Izquierda. Esta plataforma, cuya figura principal era Lev Trotsky, a pesar de ciertas limitaciones e inconsecuencias, defendía un programa mucho más coherente con la línea original del bolchevismo que la política amorfa y cambiante de la línea oportunista de Stalin. Poco a poco, en un sistema sucesivo de alianzas y bruscos cambios políticos, Stalin fue apropiándose de toda la estructura. La ardua labor política como secretario general del partido, puesto meramente organizativo, le permitió ir creando un entramado burocrático subordinado a él que votaba según se le indicara en los espacios de decisión partidista.

Esa fina labor de orfebre le permitió a Stalin vencer a adversarios que lo superaban en muchos otros planos. Y con el triunfo del georgiano, paradójicamente, se verificó el triunfo de la reacción pequeñoburguesa y el espíritu gran ruso en el corazón del partido. La Rusia soviética abandonó su perspectiva internacionalista y se volcó a la construcción del «socialismo en un solo país».

Comenzó también un proceso de justificación ideológica tendiente a hacer pasar por logros o leyes del socialismo lo que no eran más que relaciones capitalistas no superadas.

También se consagró el triunfo de la burocracia como estrato gobernante. Se dejó de gobernar con el pueblo y se pasó a gobernar en su lugar. La burocracia concentró y normalizó un sistema de privilegios que, como señalara Trotsky en su análisis de los años treinta, la distanciaba cada vez más del conjunto de los que dirigía.

El estalinismo, entonces, no fueron solo su manifestaciones más evidentes como el culto a la personalidad, el brutal ejercicio del poder, el clima coactivo ideológico en torno a cualquier forma de producción espiritual, sino que fue, por un lado, el triunfo de la reacción y su justificación ideológica en la forma de un marxismo-leninismo castrado y, por el otro, la aniquilación de cualquier forma de participación popular efectiva en el ejercicio del poder estatal. Funcionaba como unos espejuelos oscuros que impedían ver las relaciones capitalistas y cómo iban minando a aquellos que dirigían.

A pesar de la crítica que se hizo en el XX Congreso del PCUS a las formas más exteriores del estalinismo, el fallo principal estuvo en considerarlo como una tendencia asociada solo a la figura de Iósif Stalin. La única forma de superarlo era comprenderlo como un conjunto de prácticas, relaciones y concepciones enraizadas en la estructura del poder estatal soviético.

El resultado fue un proceso de abandono progresivo de conceptos centrales de la visión marxista del mundo. Sin las categorías adecuadas resulta imposible comprender y superar un determinado orden de cosas. La Unión Soviética posterior a Stalin siguió ciega ante los problemas fundamentales que la aquejaban y, poco a poco, se fue convirtiendo en una potencia conservadora, más preocupada en su beneficio e intereses que en la magna tarea que sus fundadores le habían encomendado.

De Jruschov a Gorbachov es posible rastrear una línea de progresivos abandonos ideológicos y políticos que prepararon y aceleraron la decadencia de la etapa final de la URSS. El populismo de Gorbachov y los restantes miembros de su gobierno, la inconsistencia y oportunismo con que se aplicaron políticas como la Perestroika y la Glásnost que, si bien respondían a problemáticas concretas de la sociedad soviética, implicaban un gran cuidado, la incapacidad del propio aparato del Partido y el Estado para evitar el suicidio forzoso, la inacción de la masa del pueblo la mayor parte del proceso y la forma en que este fue manipulado por oportunistas como Yeltsin para que actuase en contra de sus propios intereses, son prueba del grado de descomposición que había alcanzado toda la estructura.

Aquel 25 de diciembre de 1991 se firmaba el acta de defunción de un cadáver ya desmembrado y putrefacto. La poderosa Unión Soviética cayó víctima de sus propias inconsecuencias. Si bien es cierto que hubo intereses extranjeros vinculados al proceso del derrumbe, estos solo aprovecharon y dinamizaron tendencias que ya estaban. La premonitoria sentencia del Che se hizo realidad con una fuerza catastrófica.

P.D: Los logros de la URSS

En sus más de siete décadas de existencia, y a pesar de las contradicciones y limitaciones que hemos mencionado con anterioridad, la Unión Soviética representó una esperanza para numerosos pueblos en diversas latitudes del mundo y obtuvo importantes logros científicos, económicos y sociales.

Los investigadores Roger Keeran y Thomas Kenny, en su libro Socialismo traicionado. Tras el colapso de la Unión Soviética 1917–1991 hacen un resumen sumamente valioso de los logros de la URSS, que transcribimos en extenso:

«Esa nación no solo eliminó la explotación de clases del antiguo orden, sino que además terminó con la inflación, el desempleo, la discriminación racial y estableció la igualdad entre las etnias y las nacionalidades; acabó con la pobreza extrema, la desigualdad flagrante de riquezas e ingresos; estableció el derecho universal a la educación y la igualdad de oportunidades. En 50 años, el país transitó de una producción industrial que era de solo el 12% comparada con la de Estados Unidos hasta llegar al 80% y una producción agrícola del 85% equiparada con la de los norteamericanos. A pesar de que el consumo per cápita de los soviéticos se mantuvo más bajo que el de los Estados Unidos, no ha habido una sociedad que haya incrementado el nivel de vida y de consumo tan rápidamente en tan corto período de tiempo y para todo su pueblo. El empleo estaba garantizado. La educación gratuita a disposición de todos, desde el preescolar hasta los niveles secundarios (educación general, técnica y vocacional), las universidades y las escuelas en horario extralaboral. Además de la matrícula gratuita, los estudiantes recibían estipendios. El servicio de salud también lo era y para todos; disponían de cerca del doble de médicos por persona en relación con los Estados Unidos. Los trabajadores tenían todas las garantías laborales, además de seguro salarial y social para casos de accidentes o enfermedades. A mediados de la década del setenta los trabajadores alcanzaban un promedio de 21,2 días de vacaciones (un mes cada año) y los sanatorios, los lugares de descanso o los planes vacacionales para los niños eran subsidiados o gratuitos. Los sindicatos tenían el poder de vetar las expulsiones del trabajo e interpelar a los administradores y gerentes. El Estado regulaba los precios y subsidiaba el costo de la canasta básica alimentaria y de la renta de la vivienda. Esta constituía solo el 2% o el 3% del presupuesto familiar; el agua, la electricidad, el gas y la calefacción, entre el 4% y el 5%. No había segregación habitacional por ingresos. Con excepción de algunos barrios que eran reservados para altos funcionarios, en todos los demás lugares los directores de fábricas y plantas, las enfermeras, los profesores, los bedeles… vivían como vecinos.»

Aunque muchos de los logros enumerados acá tienen diversos matices, lo cierto es que la sociedad soviética, con sus múltiples contradicciones y limitaciones, era aun así más justa que las sociedades que la sucedieron, donde la lógica del mercado dinamitó todas las conquistas sociales y dejó a la clase trabajadora inerme ante los desmanes del neoliberalismo.

Keeran y Kenny apuntan también la prioridad que el gobierno soviético dio al desarrollo cultural e intelectual del pueblo. Las políticas públicas garantizaron precios razonables para las publicaciones periódicas, lo libros y los eventos culturales, con lo cual se garantizaba un acceso masivo a estos servicios.

Según la UNESCO el ciudadano soviético leía más libros y veía más filmes que cualquier otro en el mundo. Este esfuerzo gigantesco contribuyó a acortar las brechas culturales y tecnológicas existentes en un país donde confluían más de un centenar de nacionalidades distintas.

La grandeza de la Unión Soviética no reside solo en las cifras macro de sus logros sociales, sino también en haber demostrado que era posible el surgimiento y consolidación de un proyecto de organización social que adversara al del gran capital transnacional. Sus contradicciones y limitaciones son el resultado de las condiciones en que hubo de concretarse, las limitaciones culturales y políticas de fondo, la estrecha concepción del marxismo y el socialismo que acabó imponiéndose y los vicios del capitalismo que no pudieron o supieron ver, combatir y superar.

También es la demostración de que para construir y sostener el socialismo no basta con expropiar a la clase poseedora de los medios de producción, como creía cierta concepción un tanto ingenua, y de que los logros del socialismo no son irreversibles ni están ganados de una vez y para siempre.

A pesar de estas limitaciones, la URSS se irguió por más de setenta años como un faro de esperanza para los pueblos oprimidos del mundo. Venció al fascismo, apoyó el movimiento libertario del denominado tercer mundo, apoyó a Cuba cuando muchos la dejaron sola, consiguió la paridad militar con la mayor potencia imperialista de la historia, puso el primer humano en el espacio… De sus errores debemos aprender todos los que bregamos por un mundo mejor. La URSS fue pionera y en sus aciertos y errores va el germen de un mundo nuevo.

Que este treinta aniversario de la desaparición de la Unión Soviética sea un momento para la reflexión, la reorganización y la ofensiva en contra de la barbarie sistemática del capitalismo. Hoy, como hace más de 170 años, es igual de cierta la sentencia de que no tenemos más que nuestras cadenas que perder y todo un mundo por ganar.

Tomado de: La Tizza

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Las marcas políticas del silencio

Por Cimarronas

Muchos cuerpos marcados como mujer encontramos en el feminismo un espacio para sostenernos emocionalmente, las unas a las otras. Sorprendería cuán común es hallar historias de violencia machista y abuso sexual en nuestras vidas y las de nuestras compañeras. Desde los aprendizajes feministas y la valentía que alimenta el sabernos «no solas», militar es también escuchar y acompañar esas historias de abuso y violencia, en un proceso que nos ayuda a identificar y contar también las nuestras, como víctimas.

La violencia sexual contra las mujeres es una, y abarca actos que van desde el acoso verbal, la coacción, la presión social, la intimidación, el abuso de poder, la fuerza física, la penetración forzada o la esclavitud.

Cualquier violencia que sea sistémica y que no tenga mecanismos eficaces que la contrarresten implica un margen muy alto de impunidad. La violencia de género es sistémica, y la violencia sexual machista también lo es.

El Patriarcado se erige tan hegemónico y tóxico como el Capitalismo, que no se olvide, ni se obvie; y ambas estructuras, cada vez más complementadas, profundizan sobremanera las desigualdades de género y precarizan la situación social y política de la mujer y su derecho vivir con dignidad.

Todas las formas de violencia contra las mujeres han desarrollado herramientas estructurales de legitimidad que minimizan las agresiones y culpabilizan a la víctima, con un carácter ejemplarizante. «No fue para tanto», «pude haberlo evitado», «no debí coquetear», «no debí venir a su casa», «no debí aceptar la bebida», «no debí vestir así», «no debí responderle», «no debí andar sola de noche», «yo me lo busqué». Estas expresiones empuñadas una y otra vez terminan por ser «ciertas» hasta para nosotras mismas. Y nada más nocivo para ese país justo que queremos construir.

Muy pocas denunciamos (menos del 5%), y es por eso. Por vergüenza, por culpa, por estar confundidas sobre lo sucedido, por querer olvidar, porque nos toma muchas veces años entender que fuimos víctimas de un abuso, porque la mayoría de nuestros sistemas de apoyo cercanos son inadecuados, por los pactos patriarcales que se tejen posteriormente a la denuncia, por la revictimización. Y porque contar trae sus propios riesgos.

Siempre que un cuerpo marcado como mujer comparte públicamente una historia de violencia se expone muchas veces a nuevas formas de violencia. Compartir historias de violencia no tiene para la víctima ninguna ventaja, o muy pocas. Pero sí muchas para el movimiento, y su necesidad imperativa de visibilizar el problema, como debate político, porque todos los días nos agreden (y también nos matan).

Para quien, en un momento de «ultrarracionalidad» machista, asume que podemos mentir, le decimos que la presencia de las denuncias falsas en datos es insignificante. Apenas existe, y en los casos en los que ocurre, el momento legal se hace cargo de ellas también. Y NO, tampoco son denuncias falsas todas las que no terminan en condenas firmes, como ocurre igualmente a veces, por no hacer un uso alevoso los abusadores de la fuerza física para la violencia, y la posterior falta de «marcas» que prueban el delito, como si las huellas psicológicas no fueran suficientes.

Tampoco debemos olvidar que la maquinaria del proceso penal es sobremanera revictimizante, porque aún tenemos sistemas judiciales y policiales patriarcales. Y que esto sucede en todo el mundo, no solo en Cuba. Que, en caso de duda, un grupo importante de personas, se ponga del lado del históricamente oprimido es un buen síntoma, de toma de conciencia. Como también lo es que las mujeres denuncien más y más, porque significa que lo que antes era invisible, ahora es un problema político.

La denuncia hecha con rigor es siempre positiva, aunque duela, porque la política emancipatoria debe ser siempre honesta. En comunicarla con rigor hay siempre una responsabilidad periodística tremenda, que debe lograr, y esto es irreductible, no seguir legitimando (más) esa violencia machista.

Instrumentalizar ese dolor para causas ideológicas es también revictimizar, y ser violentxs.

Una denuncia pública de abuso sexual machista tiene dos momentos fundamentales, uno político y uno judicial. Ambos importantes y necesarios para completar el acto pedagógico. En el momento político, del que forman parte indispensable los medios socialistas de comunicación, se construyen sentidos y consensos, se fijan y defienden ideas fuerza, se camina un poquito hacia la transformación de los fundamentos patriarcales sobre los que aprendemos la vida. El momento legal resuelve con un carácter jurídico ese proceso, «hace justicia».

La Revolución se prepara para asumirlos a ambos, como un gran desafío, en un proyecto de país que sigue siendo problematizado, profundizado y completado por quienes lo sostienen, 60 años después.

Organizar solo la rabia sin proyecto humano ético y emancipador no es feminismo, al menos para nosotras. El feminismo también defiende las alegrías. Y las nuestras, al menos las últimas, una compañera de lucha ayer las recapitulaba: «No creo que sea este el país del caos que algunos intentan pintar, donde las mujeres estamos absolutamente desprotegidas y a nadie le importa que nos maten o nos violen en las esquinas. Conozco el esfuerzo consciente de académicos, activistas, investigadores e instituciones que durante años han visibilizado las múltiples manifestaciones de la violencia de género en Cuba y han exigido soluciones. He escuchado en discursos una vocación gubernamental de legislar sobre el conflicto y generar otras estrategias para enfrentarlo. Lo he visto convertirse en primeros pasos con un Programa Nacional para el Adelanto de las Mujeres que reconoce en el enfrentamiento y la prevención de la violencia una prioridad, en una Línea 103 y otras alternativas -muy pequeñas todavía- de acompañamiento a víctimas, en una Estrategia Integral que articula prevención y enfrentamiento a través de ejes diversos, en una transversalización de la perspectiva de género al nuevo Código de las Familias, al nuevo Código de Procesos, a la Ley Penal por llegar. Que queda mucho por hacer, por supuesto. Que hace falta una Ley, también. Pero ignorar todos esos esfuerzos es ver una nación sin matices, en blanco y negro».

Tenemos una certeza, que aún falta muchísimo. Nuestra sociedad y sus estructuras continúan siendo profundamente patriarcales. El machismo como antivalor inaceptable para el socialismo aún no se normaliza en toda la amplitud de nuestras filas, y ¡no se puede ser revolucionario a la mitad!, comentaba ayer unx compañerx.

La violencia machista es también violencia política, y nuestro compromiso deberá ser siempre el de reivindicar la tolerancia cero contra ella, y cualquier forma sistémica de discriminación.

Estamos más que nunca convencidas de que esa consigna que grita y educa: ¡Sin feminismo, NO hay socialismo posible!

Tomado de: La Tizza

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La institucionalidad cubana tiene una serie de graves desviaciones

Por Juan Valdés Paz

*Segunda parte de la intervención realizada el 15 de octubre de 2020 en el Centro Memorial Martin Luther King Jr. (Marianao, La Habana), en el marco de un análisis de coyuntura para la actualización estratégica de las proyecciones de trabajo de dicha Asociación y las redes que anima.

Para comentar lo interno, voy a usar la figura que estoy usando hace cierto tiempo en todos mis trabajos, que es una perspectiva sistémica.

La sociedad cubana es un sistema social, y dentro de él hay subsistemas: subsistema político, subsistema económico, subsistema civil, subsistema ideológico cultural y otros que se puedan identificar. La idea es que un tratamiento sistémico nos permite ver a estas dimensiones como totalidades, no solamente como pedacitos de medidas o de acontecimientos, sino como totalidades.

Hay una totalidad que es el sistema económico, una totalidad que es el sistema político, o lo político, etcétera. La perspectiva sistémica ayuda mucho a entender y ayuda mucho al análisis. Lo que voy a comentar en el marco de cada uno de esos subsistemas: el político, el económico, el civil, el ideológico cultural; son comentarios sobre una totalidad, la que no tengo ninguna pretensión de agotar. De cada una de estas cosas que voy a decir me he callado cien más y ustedes tienen otras cien, que a mí no se me ha ocurrido tener en cuenta. De manera que es, simplemente, una incitación a que retengamos esa visión sistémica porque tenemos que encontrar cuáles son todos los componentes del sistema, cómo está, cuál es la estructura de relaciones del sistema, cuál es la dinámica del sistema, etcétera, con todas las cosas que se dicen en la teoría de sistemas sobre un sistema.

Yo creo que nos ayuda un poco, y es una perspectiva que nos devuelve al marxismo. El marxismo es una visión de totalidad, también la teoría de sistemas es una visión de totalidad y es la visión de totalidad que preconizó siempre el marxismo.

Bueno, en esa perspectiva, lo primero que yo quisiera decir del escenario cubano es que, a pesar de los zigzags, los avances y retrocesos, los discursos que no cuajan, etcétera, lo más importante para mí —y para el centro Martin Luther King— es asumir que estamos en un escenario de reformas y que la primera potencialidad, como le suelen decir —se ha puesto de moda— «fortaleza» es que estamos en un escenario de reformas. Y, no solamente vamos a hacer un nuevo plan perspectivo, etcétera, sino que, a diferencia de 10 años atrás, nos vamos a colocar en un escenario de reformas, de cambios, de transformaciones, donde hay aspectos que se conservan, es decir, cambios y continuidades, para decirlo de una manera rápida, y esa es la primera perspectiva que tendríamos que asumir.

El país tendrá un escenario de reformas. Hay, por tanto, propuestas de reformas, unas en curso, otras prometidas, otras que se proponen —no están todavía en la agenda oficial—, hay sujetos y actores que están con las reformas y otros que no, y por tanto, son una traba, marcan el freno. Hay todas esas contradicciones que acompañan al proceso de reformas, y nosotros tenemos que poner, inevitablemente, una reforma sobre otra, proponiendo la nuestra, cobijando una u otra, acercándonos a unos actores más que a otros y asumir un discurso reformista también, porque parece ser, por suerte, que la Revolución está en esta etapa.

Entonces, ese es el primer problema. Ahora, la reforma que era, digamos, en esta conversación, aquí, yo mismo, en el 2010, cuando se hizo la primera discusión de los Lineamientos…, era una cosa abstracta, o estábamos discutiendo qué reforma, pero aunque podemos seguir discutiendo qué reforma, inclusive decir que las que se proponen son una mierda, o insuficientes, el hecho es que el proceso de reformas al que me estoy refiriendo transita bajo un conjunto de programas que ya están establecidos, consensuados, legitimados, etcétera.

Es decir, yo creo que lo políticamente saludable es, antes de inventar más y seguir discutiendo sobre las reformas que todavía no tienen consenso, centrarnos y ponernos bajo el paraguas de las reformas que ya tienen consenso y que, además, están legitimadas oficialmente. Eso es lo primero que yo quería decir. No tengo necesidad de recordar todos los documentos: los Lineamientos 1, 2; la Actualización; el Plan de desarrollo hasta el 2030, etcétera, porque están repartidas en todos esos documentos… una multitud de reformas… si aplican la mitad de lo que está prescrito, si aplican la mitad, estamos en otro país, y hay quien tiene que pensar qué hará en el otro país. Primero llegar a él y después qué hace.

Yo creo que esa es una cosa muy importante: asumir que estamos en un escenario de reformas, y ese escenario de reformas va a convivir con algo que dije antes, que es los niveles de normalización de las interrelaciones con los Estados Unidos.

Nosotros tenemos muchos problemas con el mundo y hasta con el vecino, pero nosotros tenemos un principal problema que se llama los Estados Unidos de Norteamérica, porque es el que tiene la capacidad de destruir a la Revolución, y con el que tenemos una contradicción fundamental que es de carácter geopolítico. Nos podemos poner de acuerdo, nos podemos normalizar y hasta podemos llegar hasta una serie de amoríos… pero, ellos serán siempre una gran potencia, ellos son el capitalismo, ellos son el imperio en este hemisferio, etcétera, y nosotros somos la piedra en el zapato… porque eso no tiene solución objetiva.

Nosotros podemos llegar a un nivel de acomodo, pero esto es importante que los cubanos lo retengamos porque, para decirlo de una manera poética, hubo muchas piernas flojas aquí durante el proceso de negociación del 2014, hubo mucha pierna floja. Entonces, hay que saber, no solamente tenemos anexionistas, sino también tenemos piernas flojas… tenemos muchos socialdemócratas: «al final el imperio no es tan malo, hay que resolver, eso es inevitable, hay que ser objetivos, hay que ser realistas…» y empieza a aparecer un discurso a nombre del «realismo» y aquí no hay nada realista y hay una cosa que es la nación cubana, que no tiene solución frente a Estados Unidos tal como la concebimos nosotros: independiente, soberana, que se autodetermina.

Esa nación, en los últimos 200 años no tiene solución frente a Estados Unidos, ni la tendrá. Bueno, ¿llega la revolución socialista a Estados Unidos? Ya veremos cómo es la cosa… Esto lo digo anticipándome a una de las cosas que tendré que decir cuando hable de lo ideológico cultural. Este es un gran telón de fondo del problema.

Además, el imperialismo no siempre se acerca a ti mordiéndote los calcañales… puede ser hermoso, puede ser bello, puede venir en colores y envuelto, viene con música… el imperialismo tiene dimensiones muy agradables, no todo es que te pisan los pies… tentadores, con una buena compañía.

Y, entonces, hechas estas advertencias, que estando en un escenario de reformas, los Estados Unidos harán una política… ¿cómo lo veo yo? Yo creo que una de las coincidencias sustanciales entre la política de Obama y la política de Trump, antes de hablar de las diferencias, es que las dos ven en este escenario de reformas, perciben el escenario de reformas como un proceso en la Revolución cubana que la puede hacer viable…

(Lo de ellos) es hacer una política para que nosotros nos autoextingamos o nos destruyamos; pero cuando estamos hablando de reformas, quiere decir que nosotros somos flexibles, que estamos en una nueva situación, nos estamos adecuando, estamos tratando de superar nuestras contradicciones. Entonces, nos podríamos hacer viables para Estados Unidos —que está lleno de think tanks que estudian esto que estamos diciendo mejor que nosotros—.

Ese proceso de reformas… ¡un socialismo que se reforma!, que ninguno lo ha hecho… (bueno, el chino, ustedes me dirán si esa es la reforma que podríamos asumir nosotros). Es decir, ellos ven un peligro en el proceso de reformas en curso. Obama dijo: «bueno, el proceso de reformas va a permitir penetrar en la sociedad cubana como no hemos podido hacerlo hasta ahora, no los hemos podido vencer por la fuerza». Y Obama puede hacer esa política y declarar públicamente que hacen una política con los mismos objetivos, con otros medios, e inclusive decir que la política de ellos está orientada —tomen nota de esto por algo que voy a mencionar después— a los jóvenes, los negros, las mujeres y los cuentapropistas. Ellos han identificado ya sobre qué grupos sociales actuarían.

Llega Trump, unido a la derecha de Miami, como ya saben y dice: «no, no, no, si nosotros aceptamos esa política, aunque hagamos alguna ventaja, esto es para el siglo XXII y nosotros queremos resolver el problema cubano ya, porque Cuba es Venezuela, Venezuela es Cuba, América Latina»… y aparece una propuesta contraria, que es: hay que impedir las reformas, es decir, en una lectura de lo que parece salvaje, la lógica es impedir las reformas.

Yo creo que esta es una de las cosas que tendríamos que tener en cuenta. Y eso me permite, ahora, entrar a algunos comentarios por sistemas, de la sociedad cubana, al menos como yo lo veo.

Me voy a detener primero en lo que vamos a llamar un comentario sobre el sistema social. No voy a detenerme ahora en ningún subsistema, sino en el sistema social, las cosas que son de la estructura social, que la estudiamos poco porque (…) lo que producen (las ciencias sociales) lo engavetan, es clandestino, etcétera y algunas ciencias sociales, como las ciencias políticas son casi inexistentes. No me detengo en eso, que tiene que ver con lo que comentábamos. Si Gina (Georgina Alfonso) estuviera ahí le estaríamos tirando piedras a Gina, pero no iba a hacer nada Gina, sabemos que eso es política de Gobierno, política de Estado.

En lo societal está el primer problema, del cual hay muchos comentarios regados, porque lo que yo quiero presentar ahora de una manera central es el problema demográfico, el problema de la estructura demográfica del país, que tiene que ver con lo que nos pase de aquí al 2025, y peor, del 2025 en adelante: no crece la población cubana, crece la migración, las mujeres no quieren parir, o siguen pariendo, pero menos del 2,2 que necesitamos y, lo que es peor, envejece aceleradamente, tiene una estructura etaria como si fuéramos Alemania, pero no somos Alemania.

Todas las tendencias demográficas son desastrosas para la economía y la sociedad cubanas. Si estuviéramos en China estaríamos felices de tener tantos viejos, pero aquí «estorban» todos, y los que no estorban, es porque están en posiciones de poder, donde también estorban. Es un problema demográfico, pero entre los tantos problemas de las tendencias demográficas de aquí al 2025, el más grave es la disminución de la fuerza de trabajo.

El problema más grave que tenemos de las tendencias demográficas es la disminución relativa y absoluta de la fuerza de trabajo. Es decir, la fuerza de trabajo disminuye y disminuirá hasta el 2025 y después. ¿Qué quiere decir eso? ¿Cómo nosotros resolvemos ese problema?

¿Cómo lo resuelve el capitalismo? Con inmigración. Todos esos migrantes que están ahora ahogándose en el Mediterráneo, que no los quieren, estaban hasta el otro día trabajando en Europa: cinco millones de magrebíes en Francia, siete millones de turcos en Alemania, no tengo que decir que en Europa cuando entras en los campos de hortalizas todo eso es africano. Las aceitunas las recogen inmigrantes estacionales… en Europa, que tiene la tecnología para resolver una parte del problema con tecnología que nosotros no tenemos ni vamos a tener para ese plazo, para tú decir: «quita un tipo y pon una máquina en su lugar». Si tuviéramos la ciencia y la tecnología… no tenemos el capital para hacerlo.

Ahí hay un problema serio, que nos tendrá que volcar a dos tendencias que hoy no queremos. Yo me moriré y ustedes se acordarán de esta conversación. Una, es abrazar a la emigración cubana, que regrese, que vaya y venga, que sea un actor interno, primero económico y, si es económico, terminará siendo político. Dos, la inmigración caribeña, que ya nos sacó del aprieto en nuestra historia, como ustedes recordarán en los años veinte con la explotación azucarera, la inmigración haitiana. Sí, tenemos la otra solución que es la inmigración, pero, obviamente, es muy problemática. Todavía meterse en los cañaverales del norte de Camagüey y descubrir una aldea de haitianos, casi 100 años después da una idea de cómo es eso cuando metes una inmigración de otra cultura, cómo la integras, eso es muy, pero muy complicado, como todos sabemos, pero lo pongo ahí porque acuérdense que dijimos que íbamos a decir algunas cosas del escenario del 2025.

La otra cosa societal que quiero mencionar es la estructura ocupacional, las variaciones que va a tener la estructura ocupacional. Quiero recordar que hay un compromiso oficial declarado de que el empleo estatal, que llegó a ser el 95 por ciento del empleo en Cuba, está en el 75 por ciento y hay un compromiso del Estado de no emplear más del 60, es decir, ser el empleador de no más del 60 por ciento de la fuerza de trabajo del país.

Esto quiere decir que todavía se tiene que desprender de casi un millón más de trabajadores y que ese empleo, para ocuparlo, hay que crearlo en el sector privado: cuentapropistas, Pymes, economía familiar y cooperativas, todas las formas no estatales que ya están en el papel, pero como el mismo Marino Murillo ha reconocido en estos días, todo eso es un desastre, pero lo tenemos que ordenar, está decidido, es parte de la reformas ordenar eso, darle personalidad jurídica, convertirlos en agentes económicos normales del sistema económico, etcétera. Veremos cómo ordenan eso, pero lo concreto, para el punto que estoy tratando, es que hay que crear ese empleo en el sector, si queremos racionalizar al sector estatal.

La capacidad de crear empleo del Estado está bloqueada, porque el Estado… te lo voy a decir… en el año 2004 —fecha que a ti te interesa, porque tú (Joel Suárez) también estabas entusiasta con la Batalla de ideas— le dijeron a Fidel Castro: «tenemos un 12 por ciento de desempleo» y Fidel dijo «¿desempleo en el socialismo?»… te acuerdas de todo lo que apareció: los trabajadores sociales, los instructores de arte, el estudio-trabajo, etcétera. No te cuento todo eso de nuevo. Lo puso en menos del dos por ciento de desempleo, el lugar que menos desempleo tiene en el mundo. ¿Dónde está toda esa gente? En las plantillas de las empresas estatales o de los órganos presupuestados.

Cuando se tomó la decisión, a tanta insistencia probablemente de Raúl, no lo sé —eso transcurre en la caja negra— de que la experiencia de las Fuerzas Armadas pasara a ser adoptada en el sector civil bajo el término de Perfeccionamiento Empresarial… El perfeccionamiento empresarial lo primero que tenía era el ajuste de las plantillas, es decir, que para implementar el perfeccionamiento empresarial había que quitarse el superempleo de arriba, obviamente, el 25 por ciento que ya se quitaron. Les falta todavía un pedazo.

Mientras yo estoy escuchando a Marino Murillo hablando de la eficiencia y de la eficiencia de las fábricas y todo eso… la primera reacción de esos empresarios cuando sean autónomos —hasta ahora no, porque hasta ahora se lo dicen todo— pero cuando le digan: «tú decides…» será «No, no, aquí sobran 30, y aquí 40… y aquí 35 y allí…», y para eso, de pronto, inventarás subsidios de empleo, que es una cosa que no había mencionado, pero que van a tener que crear, y lo otro es que ¿quién crea el nuevo empleo? El empleo es, económicamente, una función de la inversión, ¿habrá inversión extranjera suficiente para expandir el empleo? ¿El sector privado nuestro crecerá a un ritmo que le permita crear el suficiente empleo? Y aunque eso sea así en grandes números, cuando tú te detienes a analizar el empleo que tú ofreces y termina siendo un empleo por ramas, sectores, oficios, etcétera… porque en la agricultura falta fuerza de trabajo, tú le puedes seguir ofreciendo a los 11 millones de cubanos que vayan a la agricultura que todos tienen trabajo… no va a ir nadie, porque el 18 por ciento de la población es lo único que queda en área rural en Cuba, es decir, que la ruralidad tiene miseria, atraso y… Palmas y Cañas. Por tanto, está claro cuál es la dinámica social aquí del empleo.

Lo que quiero señalar ahora es que tenemos una problemática de empleo que no será fácil resolver y no tengo claro cómo va a estar al nivel del 2025, pero creo que no estará resuelto y que esto dará lugar a un subsidio de empleo de considerable magnitud si queremos racionalizar la economía.

Naturalmente, como tú sabes, y como sabemos todos, esto pasa por luchas políticas, habrá sectores políticos que no quieren tijera blanda, o no quisieran, como no quiso Fidel Castro; y otros que sí, y otros «bueno, sí, pero hasta la mitad». Hay muchos cuentos prosaicos sobre eso. Ahí tenemos un problema de la sociedad en su conjunto, del sistema social.

Tenemos un problema también, que curiosamente no hablamos: nosotros somos marxistas nada más que para sacar la asignatura Marxismo-Leninismo, para más nada. Nunca nos preguntamos cómo evoluciona la estructura socioclasista de la sociedad cubana, aunque uno, rápidamente dice: «bueno, si hay propiedad privada y hay pequeñas y medianas empresas y hay empleadores, hay una pequeña burguesía, una mediana burguesía», incluso uno intuye que están creciendo, pero yo no quiero detenerme ahora en esa fenomenología, sino decir que la estructura socioclasista del país está evolucionando de una manera muy diferente a como la construyó el socialismo cubano hasta los años ochenta.

Hay dinámicas de estratificación que inciden en la cultura. Si la estructura socioclasista cambia, cambia la cultura de intereses y la estructura de estatus en la sociedad y, por tanto —cosa que a ustedes les interesa mucho— las valoraciones, los valores, las ideologías que están conexas con esos intereses.

Lo que quiero decir es que la estructura social se mueve a una mayor estratificación, diversidad, complejidad de intereses y dinámicas nuevas y diferentes a las que hemos conocido, con efectos políticos «X», en los que no me voy a detener ahora.

Pero, por ejemplo, voy a poner un ejemplo, ahora tenemos, visiblemente, una concentración del ingreso: hay una franja que tiene ingresos enormes comparados con el ingreso medio y el ingreso más pequeño. Esa franja va adquiriendo la capacidad de hacerse una vida, hacerse un país diferente, ellos se salen del socialismo, lo pueden comprar todo, comprar la salud pública, los servicios, los mejores productos, viajan, ellos se van creando un país que no es el socialismo cubano. Tienen esa capacidad, tienen la capacidad de corromper, y tienen una capacidad que se volverá política en algún momento. Estoy diciendo una cosa gruesa, pero para el 2025 vamos a ver expresiones políticas de eso.

Yo venía conversando con José Luis (Rodríguez) por el camino, me estaba explicando ahí su último trabajo, su investigación en curso, y le decía: «José Luis, de eso que tú estás estudiando, de los años sesenta, no te olvides que el centro, el núcleo duro de la política de la Revolución, de la estrategia de Fidel Castro y del Che Guevara y de todos los que nos creíamos aquello, era la igualdad, la igualación entre los cubanos». Nunca una igualdad total, porque eso no existe en la realidad, pero era una política de equidad muy fuerte y profunda, que minimizaba el patrón de desigualdad. Siempre hay desigualdades sociales, pero, minimizando el patrón de desigualdad. Es un factor.

Desde los noventa estamos transitando hacia un mayor patrón de desigualdad. Las políticas en curso, es decir, la dimensión económica de las reformas mueve hacia un mayor patrón de desigualdad a la sociedad cubana. Cuando lleguemos al 2025 tendremos una sociedad mucho más desigual que la que ahora tenemos, que la que hoy tenemos con coronavirus, entonces, si ustedes quieren, empiecen a sacar las implicaciones, pero esa es la tendencia.

Cuando yo hablo de este tema, a mí no me preocupa —a diferencia de otros compañeros, como José Luis, que está incluido en el igualitarismo y todo eso—, yo no tengo problemas con un mayor patrón de desigualdad porque reconozco que es una necesidad económica y tampoco es posible crear un mecanismo de incentivo económico sin algún grado de desigualdad. Eso lleva su discusión, no me detengo en eso.

Todos queremos la igualdad por su belleza, no se puede aspirar a más que la equidad. Siempre tendremos un patrón de desigualdad y estaremos discutiendo cuánta desigualdad, pero no es tan importante cuánta desigualdad como qué pasa con el término inferior de la desigualdad.

Yo siempre digo, o he dicho aquí en este salón: Usted tiene 1.000 cañas y yo tengo 500, Usted tiene más que yo, pero yo estoy bien; pero si Usted tiene 1.000 cañas y yo tengo siete, entonces sí hay un problema. El término inferior de la desigualdad está muy jodido.

Dicho eso, quiero decir, sin más comentarios, que en la estructura actual de la sociedad cubana hay un patrón de desigualdad cuyo término inferior contiene ya una considerable franja de pobreza.

Los estudios que se hicieron en los noventa en La Habana daban un 20 por ciento de pobreza, en La Habana, con los indicadores nuestros, podría calcularse para el país un por ciento no menor del 25, en los noventa. Ahora, el patrón de desigualdad, por ejemplo, la desigualdad del ingreso, que es lo que se puede medir con el índice limpio, era punto veinte en los ochenta, se puso en punto treinta y tantos en el Período especial, y está ahora en punto cuarenta y llegará en el 2025 a no menos de punto 45. Tú puedes decir, bueno, la desigualdad en América Latina es punto 70, punto 76… estamos lejos, pero estamos mucho más lejos del socialismo cubano que conocimos, y sobre gran parte del cual se ha construido el trabajo y el imaginario del (Centro) Luther King. Ustedes se han pasado todo el tiempo luchando por la igualdad, bueno, pues no luchen más por la igualdad, empiecen a luchar contra la pobreza.

A pesar de esto, como decía al principio, mi presentación es optimista (…) Si yo le digo al gobierno que tiene que hacer una política contra la pobreza, que no la hace. Tienen una concepción ya dejada atrás por las ciencias sociales de que son liberales; que va a progresar el país y va a haber un derrame, y en el derrame se van a beneficiar todos —cosa que está demostrada por las ciencias sociales que no ocurre— … tenemos cada vez más pobres. No hay política para la pobreza, es más, la palabra pobreza no aparece en un solo discurso oficial. No hay un funcionario cubano que se atreva a decir pobreza. Entonces, yo estoy aquí invitado para darle tareas posibles al (Centro) Luther King… No estoy en la pobreza de la Teología de la Liberación, no estoy en la pobreza espiritual, estoy en la pobreza concreta y material.

Hay que tener en cuenta las consecuencias de todo tipo de la pobreza para la sociedad. Por eso, yo he colocado el comentario en la sociedad, en el sistema social. Eso atañe a todo el sistema social.

Por último, quería mencionar (otro problema), porque es un problema que regresa y que, además, es una base del enemigo —y ha creado aquí muchas confusiones—. Es el problema racial, porque los negros y mulatos están sobrerrepresentados en esa franja de pobreza, están sobrerrepresentados en los peores indicadores: el menor ingreso, la pobreza, la falta de vivienda, los peores empleos, etcétera. Por tanto, hay tendencias objetivas para que el tema de la racialidad se nos vuelva un problema socialista a nosotros y una base al enemigo sobre la que está actuando con mucha energía.

Yo sé que en el (Centro) Luther King preferimos no hablar del problema racial, precisamente porque estamos contra eso, pero nos entra por la ventana, y tiene una dimensión ideológico cultural terrible. Por eso quiero mencionarlo como un problema del conjunto de la sociedad, porque es un tema transversal, que nos aparece en la economía, que nos aparece en la política, que nos aparece en la vida civil y en la esfera ideológico cultural cada vez con más fuerza, y sobre la cual los enemigos trabajan, y también los criollos trabajan. Los propios negros y mulatos sienten que tienen que reivindicar su situación de desventaja, y no está mal, yo estoy porque todos los grupos defiendan sus intereses. Eso de que hay un gran padre, un big brother que nos va a proteger a todos… descarten eso.

Hay que hacer los espacios para que los grupos defiendan sus intereses, sean las mujeres, sean los LGTBI, sean los negros, sea cualquiera. Si no empoderamos a los grupos de intereses, no podemos defender sus intereses y estarán siempre bloqueados.

Ahora bien, en el caso nuestro hay algo, me parece a mí, ideológicamente terrible, y es que muchos de los compañeros que están aquí en la lucha por el tema racial se han comprado un término que vino. Tiene otras razones, fue aceptado por las Naciones Unidas, y ha entrado en Cuba y hasta el discurso oficial lo ha aceptado —para mi sorpresa—: es el tema de los afrodescendientes.

Es decir, hemos entrado en un tema de identidades y la identidad de los negros y de los mulatos —ustedes me dirán que hay 16.000 variantes de la mulatez—, como también, por supuesto, hay un racismo negro, y mestizo… Es un problema de mucha complejidad este problema de la racialidad.

Y nosotros teníamos eso resuelto, creo yo, ideológicamente hablando, con Martí: «cubano es más que blanco y más que negro…». Es decir, la misma identidad, que era la del cubano, resolvía el problema y nos daba un techo ideológico para colocar esas contradicciones mientras las resolvían. Y resulta que hay que volver a África, hay que montar el barco en dirección contraria. A mí que reivindiquemos la cultura africana, como un componente, ¡un componente! del ajiaco… pero ¿volver ahora a la africanización?, y que somos afrodescendientes, yo creo que nos estamos metiendo en un callejón ideológico cultural que en vez de resolver, o ayudar a resolver, de crear un marco de solución ideológico cultural al problema de las contradicciones raciales —que son objetivas— lo que lo estamos es enquistando como un problema insoluble, porque cuando creemos o recreemos la identidad negra o mestiza, lo cubano no se sabe lo que quiere decir. ¿Qué quiere decir ser cubano con mi identidad? Tengo que poner la nacionalidad, en un pasaporte, en un carnet… y este es un problema que nosotros teníamos resuelto, ideológico, entonces llamo la atención sobre esta contradicción.

Hay dos problemitas más de carácter global que quiero mencionar ahora: uno es el problema generacional. Yo sí creo que a nosotros nos falta lo que se llamaba imaginación sociológica y hay una cantidad inmensa de problemas. Nosotros nunca los problemas los colocamos en una perspectiva sociológica, no digo ustedes —obviamente es parte de su oficio— sino digo la población, los cuadros, los cuadros políticos, los decisores. El compañero Marino Murillo puede hablar durante dos horas de cualquier cantidad de problemas sin mencionar ninguna implicación social. Lo social nunca aparece cuando los economistas hablan.

Bueno, el quid de lo que quiero explicar ahora es que la Revolución comenzó con dos generaciones y llegamos al Período especial con cuatro. Se formó en el Período especial una quinta generación. En los 2000, en los cuales llevamos ya 19 años, se creó una sexta generación y ahora, sobre todo de aquí al 2025, vamos a tener una séptima generación sociopolítica. Es decir, que la Revolución, que convivía con dos generaciones se las tiene que ver con siete, de las cuales yo siempre digo: las tres primeras vivieron mejor que sus padres, la cuarta vivió igual que sus padres, y todas las demás, peor que sus padres, para decirlo rápido. Pero no es esa la connotación única, no, las connotaciones de todo tipo: memoria histórica, experiencia revolucionaria, niveles de participación…

(Joel Suárez: Detente en esa variable que mencionaste al paso, en esas variables dentro de la Revolución, no solo la condición material…)

La condición material es importante. A ver, siempre hemos tenido necesidades, tenemos ahora un poco más de necesidades porque hemos salido de un Período especial —lo voy a describir— y estamos en otro, aunque se llame de otra manera. Es decir, tenemos más carencias materiales que las que tuvieron nuestros padres hasta los ochenta. Hay carencias materiales, hay una distribución más desigual de lo que hay en la sociedad, etcétera.

Estos son impactos, pero el problema es que lo que tenemos choca ahora con las expectativas. Las nuevas generaciones tienen otras expectativas. Mi generación quería educación, quería salud, quería cine, quería música, quería cultura. Ya todo eso se dio, más o menos, mejor o peor, ya son conquistas de la Revolución.

Ahora la nueva generación quiere otra cosa, yo me siento con mis nietos y no puedo… «no me hables más de la educación y la salud… si yo nací con eso, no hables más de eso». Pero oye, ¿tú sabes lo que es un país del Tercer mundo tener al 100 por ciento de los niños con uniforme, y en la escuela y reproducir eso? El problema es el último celular, quiero mayor conectividad, quiero viajar a conocer el mundo… el problema es que las expectativas que la Revolución le resolvió a las cuatro primeras generaciones están bloqueadas.

(Eso,) más nuestros errores, porque, por ejemplo, yo creo que en el tema de la conectividad cometimos un error estratégico con costos de todo tipo, no solamente generacionales, costos para los sectores científicos y académicos que estaban desinformados, etcétera. Y lo peor, es que no hemos ganado capacidad para combatir en las redes, que es un oficio. No hacemos más que quejarnos… que el enemigo, que el grupo, que no sé qué, que un blog que nos ataca, que no sé cuántas cuentas… bueno, ¿y nosotros? ¿Por qué no le piden al Martin Luther King que haga sus combates en un blog a nombre de la Revolución? Ustedes lo tienen, pero, quiero decir, publicar algo que se entendiera y tú y el otro. ¿Por qué Aurelio (Alonso) está en su casa ahí, esperando a morirse, en vez de estar defendiendo a la Revolución en la red? Y el otro, y el otro, y el otro… no nos preparamos para eso, no sabemos qué decir.

Y lo que es peor —y aquí voy a hacer una observación atrevida—, noto que la dirección política es muy influenciable por la red, están muy preocupados; muchas veces están contestando lo que uno sabe que está en ese momento circulando. Mi hermano, no. No me meto más en eso porque estoy hablando en chino. Lo que quiero decir es —porque voy a volver a esto en el desafío, más tarde, de la red—, lo que quiero decir es que, a tu pregunta, hay problemas generacionales. ¿Tú tienes alguna duda? Si no, te lo voy a decir (de otra manera). La biblioteca personal más importante de Cuba la tengo yo, ¿he logrado que mis nietos se lean un libro? ¿Uno? Hay un grupo generacional que está asociado al desarrollo de la informática, etcétera, que nosotros no acabamos de entender, y nos retrasamos mucho en entender eso. Habría que haber asumido —porque se sabía que iba a ocurrir— que era un desafío ideológico cultural en las redes y habernos preparado para eso, pero nada más que saben criticar, en fin…

Ya dejo eso, lo que quería era decir, que es lo que estoy diciendo ahora, que hay un problema generacional. Hay un corte generacional y hay que tener en cuenta que tiene implicaciones políticas muy fuertes. Todavía estas nuevas generaciones no son oposición, veremos si logramos evitar que lo sean, pero son cada vez más críticas. «Esto es un negocio de ustedes, esto es un negocio de los viejos, esto es un negocio de papá, que estuvo en el barco que dirigió mi abuelo, a lo sumo es un negocio de papá, pero esto no es un negocio mío». No pasan a ser la contrarrevolución y quizás ni la oposición, pero no les importa.

Luego, en grandes números —percibo yo—, cada cual tiene su visión de la realidad porque, por supuesto, una vez más, no está estudiado. Y los dirigentes cubanos creen que la información es lo que les informa la Seguridad del Estado y el aparato ideológico del Partido, y creen que así están enterados de cómo está Cuba. Entonces, este es un problema que está muy falto de estudio, todas son percepciones indirectas que tenemos todos, si somos padres, si somos abuelos, si tenemos vecinos pequeños o adolescentes, pero hay un corte y no hay política para eso. No tengo que decir que los dispositivos que hay para eso —Juventud Comunista, Pioneros, Federaciones estudiantiles, etcétera— no pueden mascotear ese problema todavía.

El último comentario que iba a hacer es lo que voy a llamar, sucintamente… otra cosa que no está… que no oigo al compañero Murillo… Déjenme decirlo de una manera un poco académica al principio… Nosotros nacemos, crecemos y morimos en el marco de instituciones, por tanto, la dimensión institucional, las instituciones que existen y el orden institucional que existe, y el funcionamiento de esas instituciones es el primer dato que tiene que ver con la vida social, porque la sociedad tiene, inevitablemente, instituciones.

La Revolución creó su cuerpo de instituciones. Hay un cierto orden institucional, por ejemplo, en el caso del socialismo las instituciones políticas predominan sobre las demás, etcétera. Hay un cierto orden, una cierta jerarquía, en fin, y todos vivimos en el marco de instituciones legales. Las instituciones nos norman la vida, nos la ordenan, nos dan, nos quitan, nos favorecen o nos estorban. Esta idea —antes dije imaginación sociológica— y ahora digo imaginación institucional.

Ustedes aquí están forzados a tener en cuenta al resto de las instituciones que los están limitando y jodiendo todo el tiempo, y no debe ser un tema muy raro para ustedes. Pero el hombre común, las personas, los individuos sociales, etcétera, nadie está suelto, la vida cotidiana transcurre en instituciones, desde que te levantas hasta que te acuestas. Entonces, estas redes institucionales, en las que no me voy a meter, es el núcleo duro de la sociedad. La sociedad se institucionaliza. La sociedad está siempre institucionalizada. Puedes concebirla como una suma de instituciones: instituciones jurídicas, instituciones políticas, instituciones económicas, instituciones civiles, instituciones ideológico culturales, etcétera, pero instituciones.

¿Qué quiere decir? ¿Qué cosa es una institución en Sociología? Un conjunto de relaciones sociales de carácter permanente y duradero que tiene, como núcleo constitutivo, una norma constitutiva que define las funciones, lo que hacen y los poderes que tiene esa institución. De ahí se desprende todo lo demás. Los estudios institucionalistas lo primero que aprenden es que, tal como está pintado, el pájaro es una cosa y cómo funciona el pájaro es otra; que nosotros, los sujetos y actores desviamos la Constitución, hacemos que la institución se comporte con cierta desviación respecto a lo previsto, a la norma constitutiva… A esto le llaman macro teoría, que les digo para explicar lo que quiero decir ahora: la institucionalidad cubana tiene una serie de graves desviaciones.

Toda sociedad tiene desviaciones. La desviación es un concepto sociológico. La desviación de la norma… pero las nuestras son muy graves. Y, de paso, voy a mencionarlas: el hecho de que el socialismo nuestro sea un socialismo de Estado, es decir, el dominio que tiene el Estado sobre toda la vida social; la alta desviación de las normas —que ya mencioné—; la alta centralización de las instituciones nuestras que ha derivado en burocratización, que —digamos— es un rasgo de la modernidad que el socialismo real ha multiplicado por 100; la corrupción como un componente socialistamente no previsto, pero que acompaña históricamente a todas las instituciones y que, en el caso nuestro, tiene muy bajo control democrático sobre ese proceso; y la baja eficiencia de las instituciones.

Eficiencia… La institución tiene prevista una serie de funciones, las nuestras las hacen, las ejercen con bastante ineficiencia. Es un grupo de rasgos que yo creo que el proceso de reformas irá mejorando —vamos a ser optimistas— de aquí al 2025, pero que, como no se habla de eso, como no está puesto en claro, como no se dice cuáles son las políticas para que se resuelva y que las instituciones mejoren… (Por ejemplo, el área de la burocracia, parece que hemos decidido resolver el problema de la burocracia con la computación)… Lo único que vamos a hacer es darle a los burócratas, además, una computadora. Bueno, lo dejo ahí como un problema macro de toda la sociedad que quería enunciar como una problemática a resolver en la reforma, pero que, a diferencia de otras problemáticas, no está suficientemente visibilizada. No aparece en el discurso oficial y no tenemos ciencias sociales que se ocupen de eso. Por tanto, Valdés Paz sigue hablando mierda cada vez que puede.

Tomado de: La Tizza

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Fidel y el marxismo de la Revolución cubana: rebelión contra los dogmas

Comandante Fidel Castro Ruz (1926-2016)

Por Frank Josué Solar Cabrales

Esta es una doctrina revolucionaria y dialéctica, no una doctrina filosófica; es una guía para la acción revolucionaria, y no un dogma. Pretender enmarcar en especies de catecismos el marxismo, es antimarxista.

La diversidad de situaciones inevitablemente trazará infinidad de interpretaciones. Quienes hagan las interpretaciones correctas podrán llamarse revolucionarios; quienes hagan las interpretaciones verdaderas y las apliquen de manera consecuente, triunfarán; quienes se equivoquen o no sean consecuentes con el pensamiento revolucionario, fracasarán, serán derrotados e incluso suplantados, porque el marxismo no es una propiedad privada que se inscriba en un registro; es una doctrina de los revolucionarios, escrita por un revolucionario, desarrollada por otros revolucionarios, para revolucionarios.

Fidel Castro, 3 de octubre de 1965.

*****

Los caminos del marxismo revolucionario en la Cuba de la década de 1950 discurrían fuera de los cauces del Partido Comunista. La confluencia de una serie de factores contribuyó a que esa agrupación no fuera un instrumento eficaz de vanguardia para llevar adelante un proceso de transformaciones. Aunque generalmente se ha atribuido esta incapacidad al anticomunismo rampante propio de la época de la guerra fría y el macartismo, sus causales deben buscarse sobre todo en el rechazo a la degeneración burocrática que había sufrido la Unión Soviética luego de la llegada al poder de Stalin, y a los errores cometidos en su trayectoria política, que le habían enajenado el apoyo de amplios sectores populares.

Para la joven generación de revolucionarios de los años cincuenta el partido de los comunistas no solo era aquel que había pactado con Fulgencio Batista en 1940, sino también el que había mantenido a lo largo de esa década una política reformista, de adecuación a los límites de la democracia liberal, y el que frente al golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 planteaba un frente unido de los partidos opositores para la participación electoral y la movilización de masas, en dirección contraria a una salida insurreccional. Si el Partido Socialista Popular (PSP) había pasado a la ilegalidad bajo el batistato se debía en lo fundamental al clima reinante de guerra fría, no porque su praxis y sus objetivos constituyeran una amenaza revolucionaria a la dominación de la burguesía. El partido que detentaba la representación oficial del marxismo en Cuba contaba con una militancia de esforzados luchadores, cuya disciplina y entrega en el combate por demandas concretas de los trabajadores eran proverbiales, pero no se proponía una alternativa de ruptura violenta con la dictadura, y condenaba sistemáticamente, al menos hasta 1958, cualquier tentativa de insurgencia armada. Al decir del Che: «son capaces de crear cuadros que se dejen despedazar en la oscuridad de un calabozo, sin decir una palabra, pero no de formar cuadros que tomen por asalto un nido de ametralladora».[1]

El partido que, en teoría, debía organizar a la clase obrera para tomar el poder y encabezar una revolución socialista se encontraba inhabilitado para esa tarea. Esta situación explica que la vanguardia política e intelectual de la nueva hornada de revolucionarios, movida por aspiraciones socialistas de transformación, al mismo tiempo rechazaba el marxismo de origen soviético y su representante nacional. Estos jóvenes, para llevar adelante sus ideales de redención y justicia social, buscaban sus principales referentes ideológicos y políticos en la tradición del socialismo cubano, que desde la década del veinte había existido en paralelo con la vinculada a las directrices comunistas salidas del Kremlin:

En el proceso histórico del socialismo como política revolucionaria en Cuba existieron dos líneas que están claramente definidas: la de un socialismo cubano, que encuentra su expresión mayor en las décadas de los años veinte y treinta del siglo XX en Julio Antonio Mella y Antonio Guiteras, y la de un socialismo inscrito en el movimiento comunista internacional. Mella y Guiteras encontraron el camino del socialismo cubano: antiimperialismo intransigente, ideal comunista, insurrección armada, frente revolucionario y ganar en la lucha el derecho a conducir la creación del socialismo.[2]

Solo entendiendo las influencias y expresiones ideológicas del socialismo cubano en esta generación se puede comprender la madurez de un documento como ¿Por qué luchamos?, testamento político de los hermanos Luis y Sergio Saíz Montes de Oca, dos adolescentes de un pequeño pueblo de Pinar del Río, asesinados el 13 de agosto de 1957.

La pretensión de emprender una revolución socialista en Cuba mientras se condena tanto al capitalismo draconiano y explotador como al «falso paraíso del trabajador» de la Rusia Soviética no es un planteamiento extraño ni un «destello luminoso», sino el reflejo de la organicidad de una corriente de pensamiento extendida entre los jóvenes insurreccionales de los cincuenta. Sus críticas al socialismo de corte estalinista son de izquierda, no provienen de un anticomunismo ramplón. Ellas le señalan, por el contrario, no ser suficientemente revolucionario ni socialista.

En la misma cuerda se ubican los manifiestos programáticos de fuerzas insurgentes tales como el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR) y el Directorio Revolucionario (DR), donde se encuentran referencias al socialismo como meta de sus luchas.[3]

El cuadro descrito más arriba revela la complejidad del contexto en el cual se produjeron los acercamientos iniciales del joven Fidel Castro al marxismo. Su primera lectura de un texto marxista, cuando cursaba el segundo o tercer año de sus estudios universitarios, a finales de los cuarenta, fue El Manifiesto Comunista, que le causó una profunda impresión:

Tendría 20 años cuando entré en contacto con la literatura marxista; era una mentalidad virgen, no deformada y muy receptiva, una especie de esponja condicionada a lo largo de toda mi experiencia —desde que pasé hambre a los seis o siete años, desde que era muy niño—, de todas mis luchas (…) Le encontré una gran lógica, una gran fuerza, un modo de expresar los problemas sociales y políticos de una forma muy sencilla, elocuente.[4]

Las obras marxistas que captaban su interés con mayor fuerza eran aquellas dedicadas a los análisis histórico-políticos y a la lucha de clases, entre ellas El 18 Brumario de Luis Bonaparte, y Las guerras civiles en Francia. Profundizó sobre todo en El Estado y la revolución, de Lenin, por sus consideraciones acerca del poder y su toma revolucionaria. Con esas lecturas Fidel no se asumió explícitamente marxista, pero asimiló varias de sus lecciones y enseñanzas, y las interpretó de manera creadora de acuerdo con las condiciones concretas de Cuba. Según sus propias palabras, del marxismo obtuvo el concepto de lo que es la sociedad humana y la historia de su desarrollo, y una brújula para orientarse con precisión en los acontecimientos históricos.[5] Y aunque mantenía excelentes relaciones personales con los militantes comunistas, compartía la visión crítica de su generación hacia el estalinismo y la política exterior soviética, así como hacia la praxis y trayectoria política del PSP.

El espíritu rebelde de Fidel, forjado desde su infancia y adolescencia, se encontró en la Universidad de La Habana con las ideas más avanzadas y radicales de su tiempo, y allí inició un proceso de aprendizaje político y de desarrollo de su conciencia revolucionaria. Por eso afirmaba en relación con la Colina universitaria: «aquí me hice revolucionario, aquí me hice martiano, aquí me hice socialista».[6]

Con todo, el componente esencial en su formación política e ideológica no provenía de los clásicos del marxismo sino de la historia nacional, de la tradición de rebeldías del pueblo cubano, del legado de sus luchas por la liberación nacional y la justicia social. Fidel se nutrió del acumulado de una cultura política radical preponderante en el pensamiento y la acción de los revolucionarios cubanos, que tuvo en Martí su principal maestro y exponente más destacado, y que proveyó al país de una revolución popular de independencia y de una larga sucesión de combates e ideas por la justicia y la libertad. Fidel da continuidad a ese radicalismo, del que aprendió que sus actos, sus ideas, sus propuestas y sus proyectos debían ser «muy subversivos respecto al orden establecido y sus fundamentos, y muy superiores a lo que parecía posible al sentido común y a las ideas compartidas en su tiempo, inclusive a las de otros revolucionarios».[7]

Fidel llegó al marxismo por la senda que le había abierto José Martí, y por eso asumió en él una condición revolucionaria:

yo venía siguiendo una tradición histórica cubana, una gran admiración por nuestros patriotas, por Martí, Céspedes, Gómez, Maceo. Antes de ser marxista fui martiano, sentí una enorme admiración por Martí; pasé por un proceso previo de educación martiana, que me inculqué yo mismo leyendo sus textos. Tenía gran interés por las obras de Martí, por la historia de Cuba, empecé por aquel camino.[8]

La única forma que tenía el marxismo de ser revolucionario en la Cuba de los cincuenta era emprender un camino propio, nuevo, que tomara en cuenta los datos concretos de la realidad nacional para irse por encima de ellos y plantear un proyecto eficaz de subversión total de la sociedad.

Cuando ocurre el golpe militar de marzo de 1952 Fidel pertenece al ala izquierda del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos), un movimiento de masas heterogéneo y policlasista que pretendía llevar hasta sus últimas consecuencias, sin trasponer sus límites, el reformismo democrático burgués de la segunda república. Heredera de los ideales de la revolución del 30, traicionados y frustrados por los gobiernos auténticos, la Ortodoxia había encarnado la esperanza de una vida mejor para las mayorías populares a través de la lucha contra la corrupción y el adecentamiento de la vida pública.

El golpe sepultó no solo esa esperanza, sino la legitimidad y el crédito de todo el orden político anterior, que garantizaba la reproducción de la hegemonía burguesa. Frente a la nueva situación Fidel comprende, a diferencia de la dirigencia ortodoxa, pasiva y confundida por los acontecimientos, que «el momento es revolucionario y no político». Entiende que necesariamente tendrá que ser muy creativo y rebelde para no seguir los caminos trillados de participación electoral, abstención anodina o compromisos sin principios con los corruptos de ayer, que conducen a callejones sin salida; y dar forma a nuevas vías y métodos para la liberación.

Por eso, a partir del análisis de las circunstancias propias y de la interpretación de las aspiraciones y necesidades populares, con las herramientas de la formación política que había acumulado y de las experiencias vividas, se dedicó a la articulación de un movimiento clandestino dispuesto a combatir para movilizar al pueblo y guiarlo a la conquista revolucionaria del poder.

De los sectores más humildes de la sociedad y de la misma Juventud Ortodoxa que en 1948 había proclamado como su aspiración ideológica fundamental «el establecimiento en Cuba de una democracia socialista» y definido que la lucha por la liberación nacional de Cuba era «la lucha contra el imperialismo estadounidense»,[9] salió el grueso de los asaltantes al cuartel Moncada. Las acciones del 26 de julio de 1953 sorprendieron a todos porque rompieron con todo lo que parecía posible. Los protagonistas no habían sido ninguno de los actores principales del drama político nacional. La oposición a la dictadura hasta ese momento había transcurrido por los canales pacíficos de las declaraciones de denuncia y condena, de la resistencia pasiva y legal, y los insurreccionalistas auténticos y ortodoxos, que contaban con abundantes medios bélicos y con la experiencia de antiguos combatientes revolucionarios y de los grupos de acción de los años treinta y cuarenta, no pasaban de la promesa de operaciones armadas que nunca se concretaban.

De los muros del Moncada surgió, de manera inesperada y prácticamente de la nada, sin fortunas ni grandes recursos, sin tribunas, espacios de poder ni militancia numerosa, contando solo con el esfuerzo de gente sencilla de pueblo y unas pocas armas de escaso calibre, una nueva vanguardia revolucionaria, inserta en un complejo entramado de relaciones donde pugnaban diversos factores políticos, cada uno con intereses y objetivos distintos. El 26 de julio de 1953 abrió el camino de la lucha armada contra la dictadura batistiana, pero esa fecha no significó solo un asalto contra las oligarquías, sino también contra los dogmas revolucionarios, como diría el Che. Entre ellos los que certificaban la imposibilidad de desarrollar en Cuba una insurrección victoriosa de carácter popular contra el ejército, menos a 90 millas del imperialismo norteamericano, y que el modo de derrocar a Batista era a través de transacciones políticas o de conjuras de pequeños grupos de civiles armados con conspiraciones militares.

Cuando en el juicio a los sobrevivientes del asalto se presentó como elemento acusatorio un libro de Lenin encontrado en el apartamento de Abel Santamaría en 25 y O, Fidel respondió que sí leían a Lenin porque quien no lo hiciera era un ignorante, pero lo cierto es que no se limitaban a la lectura: los principales dirigentes del movimiento, Fidel, Abel y Jesús Montané, realizaban círculos de estudios de obras marxistas durante los meses previos a la acción. Si el marxismo estuvo presente en los análisis sociales y de situación de los líderes, la inspiración fundamental común a todos los asaltantes era la figura de José Martí, su ideología radical y democrática. Así lo declaraban en el Manifiesto a la Nación que sería leído por radio en caso de éxito: «La Revolución declara que reconoce y se orienta en los ideales de Martí, contenidos en sus discursos, en las Bases del Partido Revolucionario Cubano, y en el Manifiesto de Montecristi; y hace suyos los Programas Revolucionarios de la Joven Cuba, ABC Radical y el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos)».[10] Resalta entre los programas asumidos como propios el de la Joven Cuba, que se proponía como objetivo «que el Estado cubano se estructure conforme a los postulados del Socialismo»,[11] y planteaba una línea insurreccional para lograrlo.

Uno de los aportes prácticos más significativos de la Revolución cubana a la teoría marxista es la importancia de la determinación personal para la creación de las llamadas condiciones subjetivas en una situación revolucionaria, y de la función pedagógica que para la movilización del pueblo tienen los hechos consumados, las promesas cumplidas, los ejemplos heroicos individuales y colectivos. Para cualquier empeño insurreccional una derrota militar como la sufrida en los asaltos a los cuarteles de Santiago de Cuba y Bayamo podía haber significado un golpe terminal e irreversible. Unos pocos meses antes, el 5 de abril de 1953, varios miembros del Movimiento Nacional Revolucionario fueron apresados cuando estaban a punto de emprender una operación de toma de la fortaleza de Columbia, en coordinación con militares complotados. El hecho representó el fracaso del proyecto insurreccional de esa organización y marcó el inicio de su declive. En cambio, Fidel y los sobrevivientes del asalto al Moncada mantuvieron la decisión de continuar peleando bajo cualquier circunstancia y convirtieron el juicio que se les siguió en la plataforma para hacer llegar su mensaje revolucionario al pueblo y obtener una extraordinaria victoria política.

En especial el alegato de autodefensa de Fidel, conocido como La historia me absolverá, distribuido clandestinamente de forma masiva en todo el país, fue el vehículo a través del cual no solo se denunciaron los crímenes de la tiranía contra los combatientes del 26 de julio de 1953, sino también se dieron a conocer la ideología que los animaba y los objetivos que perseguían. Se convirtió en el primer programa de la Revolución, además de por las medidas de beneficio popular que relacionaba, porque explicaba que ellas solo podrían realizarse mediante la conquista del poder por métodos revolucionarios y con la participación protagónica de las mayorías en esa lucha.

El documento contiene un brillante análisis marxista de la estructura de dominación de clases que existía en Cuba, y define como pueblo, en función de la lucha, a la masa trabajadora y humilde del país, que sufría bajo el yugo de la dictadura, pero que también padecía un sistema social de opresión y exclusión. De ese modo, se dirigía a las fuerzas populares que debían conformar el frente revolucionario, aquellas en las que se apoyaría y a cuyos intereses respondería un gobierno salido de la insurrección victoriosa, e identificaba en el campo enemigo, más allá de Batista y sus aparatos represivos, a las «manos extranjeras», los «poderosos intereses», los «poseedores de capital».

En La historia me absolverá se exponía de forma nítida que el objetivo de la Revolución era cumplir la promesa de soberanía nacional y justicia social largamente postergada desde la manigua y la propuesta martiana, y otra vez preterida y traicionada en la Revolución del 30. Ello significaba que la lucha no se agotaba con el derrocamiento de una dictadura sino que implicaba el inicio de cambios económicos, políticos y sociales de profundo calado que transformaran las estructuras de dominación e injusticia de la sociedad cubana. Para los jóvenes moncadistas el ideal revolucionario se sintetizaba en la siguiente tríada ideológica: libertad política, independencia económica, justicia social; extendida en el imaginario político cubano a partir de las jornadas de lucha contra Machado y la primera dictadura de Batista. Aunque en el texto no se mencionara la palabra socialismo, en las condiciones concretas de la Cuba de 1953, un país subdesarrollado y dependiente, sojuzgado por el imperialismo, las medidas que proyectaba solo podrían ser cumplidas y llevadas hasta sus últimas consecuencias con una revolución socialista. Las exigencias de libertad, independencia, igualdad y justicia social eran ya incompatibles con los límites que imponía el capitalismo. Así lo explica el propio Fidel:

Para nosotros, ya aquella era una lucha por una revolución profunda, pero todavía en todo aquel período no estaba planteada una revolución socialista. Ya se había publicado mi discurso de autodefensa en el Moncada. Cualquiera que lea en serio dicho material, y lo lea bien, ve que hay un programa, que ahí están todos los gérmenes de una revolución mucho más progresista, de una revolución socialista: hablo de utilizar los recursos en el desarrollo del país, de la ley urbana, de la propiedad de la vivienda, la reforma agraria, de las cooperativas; ya digo el máximo que se puede decir en tal período, el programa más ambicioso que se podía proclamar y que fue la base de todo lo que hizo la Revolución. Ya era el programa de un marxista-leninista, de alguien que comprendía bien la lucha de clases, que cuando habla de pueblo se refiere a los sectores humildes, los campesinos, los obreros, los desempleados; hay una concepción clasista planteada en La historia me absolverá, un programa que era el primer paso hacia el socialismo.[12]

Al salir de prisión el 15 de mayo de 1955, gracias a la campaña popular por la amnistía, Fidel se concentró en una batalla política de denuncias contra la tiranía. Uno de los principales objetivos que se proponía era demostrar la inexistencia de garantías y de un clima favorable para desarrollar la lucha cívica. Desde el mismo momento de su excarcelación, incluso antes, había proclamado su adhesión a una solución democrática: «La única salida que le veo a la situación cubana es elecciones generales inmediatas».[13] Este cambio de actitud, motivado por razones tácticas,[14] generó desconcierto en algunos sectores insurreccionales.[15] Sin embargo, en una de sus declaraciones públicas, una frase resultaba reveladora sobre los verdaderos objetivos de su giro táctico y el carácter radical que signaba toda su actuación: «si lo bueno posible no se alcanza, luchar por lo imposible es mejor».[16]

En realidad Fidel no había abandonado la tesis insurreccional, pero no contaba con recursos, y priorizaba las labores de organización, proselitismo y propaganda por sobre los aprestos guerreros.[17] Para su proyecto de insurrección armada popular, que rebasaba los límites de la «conspiración cuartelera» y el atentado, resultaba vital ganarse el respaldo de las masas,[18] y ese fue el centro de su actividad política, entrevistas y artículos, en los días posteriores a la amnistía.[19]

Aún se veía a sí mismo y a sus seguidores como parte de la Ortodoxia, y apreciaba en la defensa de la línea chibasista de independencia la posibilidad de conquistar el apoyo de su militancia, mayoritariamente partidaria de esa postura.[20] Dentro del amplio y heterogéneo movimiento ortodoxo representaba la alternativa más consecuente y con mayores posibilidades de ganar adeptos: la que sin pactar con los auténticos, no se quedaba en declaraciones pasivas y se disponía seriamente a la lucha armada.

A la par de esta negativa a llegar a acuerdos o alianzas con otros partidos políticos, en especial con las tendencias auténticas, pretendía aprovechar las oportunidades mínimas dadas por Batista en su intención de mostrar una cara civilista y de paz, para desarrollar una lucha política abierta que le permitiera aunar en un bloque a las amplias bases ortodoxas, las de origen popular, y a los movimientos que llamaba «fuerzas morales» del país.[21]

Aunque la prédica aglutinadora tuvo resultados parciales, la incorporación de jóvenes de diversas procedencias y de cuadros y militantes del MNR al grupo inicial de combatientes del Moncada, fue suficiente para que al integrarse oficialmente su primera Dirección Nacional el 12 de junio de 1955, el Movimiento Revolucionario 26 de Julio fuera un organismo con extensión por toda la geografía nacional y con las estructuras organizativas mínimas para emprender el reinicio del enfrentamiento armado contra la dictadura.[22] Llevada al límite la «apertura democrática» de Batista, quien realmente nunca estuvo dispuesto a dar espacio a la lucha cívica, Fidel partió al exilio el 7 de julio de 1955 con un aumento de su autoridad revolucionaria en la opinión pública, ya notable a su salida de la prisión, y dejando en Cuba un aparato político-insurreccional propio. Cuando quedó demostrado que el uso de la violencia sería la única salida, decidió fiarlo todo a los esfuerzos de su organización y continuar un camino independiente, ahora de lucha armada.

Varios miembros de la Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio compartían una visión radical de los objetivos de la Revolución, como se puede apreciar en un editorial que publicaron en mayo de 1956: «Cuando se precise hasta las últimas consecuencias la idea democrática y socialista de la revolución nacional toda la acción está dirigida hacia ese rumbo».[23] En ese sentido insistían en la necesidad de que la organización contara con un programa más amplio y extenso para presentar al pueblo. Incluso algunos de ellos iniciaron en 1956 en Cuba las labores de redacción de una síntesis programática que tuviera en cuenta las experiencias y realidades de la lucha desde 1953.[24]

Sin embargo, Fidel se manifestaba contrario a la elaboración de un programa de ese tipo que limitara las posibilidades y el alcance de la lucha. La historia me absolverá sería durante toda la insurrección la base programática del Movimiento 26 de Julio, que en lo adelante se caracterizaría por la relativa indefinición de su proyecto político de transformaciones, esbozado en líneas gruesas en manifiestos y proclamas, pero no explicitado al detalle en documentos doctrinarios. Los suyos son principios generales que están en la base del pensamiento revolucionario cubano desde los años treinta, y que pudiéramos considerar universales dentro del magma ideológico de la década del cincuenta, asumidos por casi todos los movimientos antibatistianos. Expresión de aspiraciones populares, esos ideales de justicia, libertades democráticas y soberanía nacional aparecían recogidos en varios programas del espectro político cubano. Lo que distinguía al Movimiento 26 de Julio en el conjunto del campo opositor era la radicalidad de los objetivos que se proponía y de los medios que empleaba para alcanzarlos. Para sus militantes la Revolución, a través de la lucha armada y de la participación protagónica del pueblo, no podía limitarse al cese de la dictadura y a un funcionamiento adecuado y equilibrado de la institucionalidad republicana, sino producir profundas transformaciones de las estructuras sociales, políticas y económicas del país, que beneficiaran a sus capas más humildes.

Las razones que convirtieron al Movimiento 26 de Julio en la organización hegemónica de la oposición a la dictadura de Batista y la colocaron en condiciones de dirigir la revolución fueron variadas:

Haber producido el primer hecho armado de la insurrección, y obtener de él un saldo político favorable a pesar de haber constituido una derrota militar. Una conducta de firmeza y coherencia en sus promesas, que se cumplen aun a riesgo de la vida, y en la cual los hechos acompañan a las palabras. Esa capacidad de aportar el hecho revolucionario movilizador, con oportunidad, le va a atraer la simpatía y la confianza del pueblo, sobre todo de sectores juveniles que habían perdido la fe en los políticos tradicionales.

El discurso ideológico del Movimiento 26 de Julio, muy abarcador y atractivo, sin definiciones sectarias, logró expresar las aspiraciones de los sectores más humildes e identificarse con ellos, y le permitió contar con una gran resonancia política y social.

El liderazgo carismático, permanente y ascendente de Fidel, al interior y hacia fuera del M26, que se va profundizando y adquiriendo mayores significados durante todo el proceso, y que a partir de mayo de 1958 consigue centralizar en su persona la dirección política y militar de la Revolución.

La práctica de una política de principios, que se maneja con flexibilidad. Actitud intransigente ante posibilidades de junta militar e intervención extranjera.

Empleo hábil de la propaganda, a la que se otorga la máxima importancia.

Capacidad de sumar actores, partiendo de un status inicial de célula, de grupo cerrado, y de crecer rápidamente en espacio y número. Una política efectiva de alianzas con otras organizaciones sin comprometer su programa revolucionario, buscando siempre la supremacía del Movimiento.

La creación de organismos de frente, como el Frente Estudiantil Nacional, el Frente Obrero Nacional y la Resistencia Cívica, más allá de su militancia directa, que le permitió movilizar el apoyo de amplios y disímiles sectores sociales.

Saber reponerse y superar sus propios errores y fracasos. Se recuperó de ellos en muy poco tiempo. Convirtió derrotas en victorias, a una velocidad impactante.

En la década de los cincuenta la doctrina oficial «marxista-leninista» de la Unión Soviética establecía que en los países que habían sido colonizados no se podía siquiera plantear la posibilidad de la victoria de una insurrección conducente a una revolución socialista, porque debían primero completar una etapa de desarrollo capitalista, donde a los trabajadores y comunistas les correspondía apoyar a sus burguesías nacionales para que cumplieran sus tareas democráticas y progresistas. Tal postura teórica iba acompañada de una política de coexistencia pacífica entre el campo del «socialismo real» y el mundo capitalista, que abandonaba la perspectiva internacionalista de la lucha de clases y desalentaba el surgimiento de rebeliones contra la dominación del imperialismo y las burguesías autóctonas en el llamado Tercer Mundo.

La Revolución cubana fue la herejía que, encabezada por Fidel, no solo subvirtió por completo el orden social imperante en Cuba, sino transgredió los roles que ese esquema teórico asignaba a las realidades y a las rebeldías de los pueblos, y destrozó todos los cálculos y pronósticos de lo posible en el equilibrio geopolítico entre las grandes potencias. Demostró que era factible, partiendo de las condiciones concretas de un país con una estructura de dominación neocolonial como Cuba, y apelando a la fuerza, organización y movilización de los más humildes, desplegar una insurrección popular victoriosa que se planteara objetivos trascendentes de liberación nacional y justicia social. El líder rebelde que en junio de 1958, en plena Sierra Maestra, resistiendo una ofensiva militar de la dictadura, advirtió que su destino verdadero sería luchar contra el imperialismo norteamericano, enseñó y aprendió, junto con su pueblo, que solo con el socialismo podíamos librarnos del dominio extranjero y construir una sociedad de igualdad y libertad plenas. Y nos dejó, como lección eterna de incalculable valor que para una revolución lo más sensato y recomendable, es decir, lo mejor, será siempre luchar por lo imposible.

Notas

[1] Ernesto Guevara de la Serna: Pasajes de la guerra revolucionaria. Cuba 1956–1959, 3ra. ed., 4ta. reimpr., Editora Política, Ciudad de La Habana, 2003, p. 200.

[2] Fernando Martínez Heredia: «Guiteras y el socialismo cubano», en Fernando Martínez Heredia: La Revolución Cubana del 30. Ensayos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007, p. 118.

[3] «El movimiento insurreccional de los años cincuenta albergaba muy fuertes visiones de socialismo cubano y de sus nexos íntimos con la liberación nacional. Es muy comprensible que así fuera, dada la densidad que tuvo la historia de protestas, rebeldías y acciones colectivas revolucionarias en Cuba entre 1868 y 1959, si vemos el período en perspectiva histórica, y dadas su gran coherencia y su enorme vocación de sentirse continuadores, herederos y llamados a consumar los esfuerzos y los proyectos anteriores (…) Los textos de la insurrección –documentos de organizaciones, artículos publicados, cartas y mensajes políticos y personales, anotaciones de pensamiento o proyectos, comunicaciones orales– abundan en el uso de conceptos de liberación, antiimperialismo, socialismo, nacionalismo revolucionario, latinoamericanismo, democracia». Fernando Martínez Heredia: «Visión cubana del socialismo y la liberación», en Fernando Martínez Heredia: Pensar en tiempo de revolución. Antología esencial, CLACSO, Buenos Aires, 2018, p. 869.

[4] Katiuska Blanco Castiñeira: Fidel Castro Ruz: Guerrillero del Tiempo. Conversaciones con el líder histórico de la Revolución Cubana, 1era. parte, tomo 1, Ediciones Abril, Ciudad de La Habana, 2011, pp. 251, 253.

[5] Ignacio Ramonet: Cien horas con Fidel, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, Ciudad de La Habana, 2006. pp. 124–126.

[6] Discurso de Fidel Castro en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, 4 de septiembre de 1995. Disponible en http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1995/esp/f040995e.html

[7] Fernando Martínez Heredia: «Revolución Cubana, Fidel y el pensamiento latinoamericano de izquierda», en Fernando Martínez Heredia: Pensar en tiempo de revolución. Antología esencial, p. 1180.

[8] Katiuska Blanco Castiñeira: Ob. cit., 1era. parte, tomo 1, p. 254.

[9] Comisión Nacional Organizadora de la Sección Juvenil del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos): «El pensamiento ideológico y político de la juventud cubana», en Colectivo de autores: Eduardo Chibás: imaginarios, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2010, pp. 89–90.

[10] Manifiesto a la Nación. Disponible en http://www.fidelcastro.cu/es/documentos/manifiesto-del-moncada

[11] Fernando Martínez Heredia: «Guiteras y la revolución», en Fernando Martínez Heredia: Pensar en tiempo de revolución. Antología esencial, p. 953.

[12] Katiuska Blanco Castiñeira: Ob. cit., 1era. parte, tomo 1, p. 95.

[13] Carlos Franqui: «Amnistía Política. Los Presos en libertad. En Batabanó. Una entrevista con Fidel Castro», en Carteles, La Habana, año 36, no. 21, 22 de mayo de 1955, p. 38. «Cuando todavía estábamos presos dije en mi carta a Luis Conte, publicada en Bohemia, que si un cambio de circunstancias y un régimen de positivas garantías exigiesen un cambio de táctica en la lucha, lo haríamos en acatamiento a los supremos intereses de la nación (…) Ya en libertad, ratificamos esas palabras sin reticencias de ninguna clase porque no somos perturbadores de oficio y sabemos hacer en cada momento lo que conviene al país». «Manifiesto al Pueblo de Cuba de Fidel Castro y Combatientes», en La Calle, La Habana, Año I, Nº 39, 16 de mayo de 1955, p. 1.

[14] «…nosotros fuimos puestos en libertad por una gran demanda de la población y dentro de un clima de búsqueda de la paz, por lo que no podíamos aparecer desde el primer instante levantando el estandarte de la lucha armada, queríamos dejar bien claro que si no había una solución política, no era por culpa nuestra sino de Batista». Katiuska Blanco Castiñeira: Ob. cit., 1era. parte, tomo 2, p. 328.

[15] «Frank considera prematuro ese paso [la unión con Fidel y los moncadistas]. Flota en el ambiente el que los moncadistas se incorporarán a la lucha cívica en los términos de una oposición pública y pacífica y la posición de los integrantes de ARN [Acción Revolucionaria Nacional] es la insurrección armada». Renaldo Infante Urivazo: Frank País, leyenda sin mitos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2011, p.135. «…a la salida de la cárcel, Fidel hizo unas declaraciones en las que decía que estaba dispuesto a participar en la lucha cívica, y dio a entender que se iba a enrolar en la vida política, apartándose del camino insurreccional. Esto, al parecer, no fue muy bien entendido por Frank y Pepito, quienes se mostraron cautelosos». Reinaldo Suárez Suárez y Oscar Puig Corral: La complejidad de la rebeldía, Ediciones La Memoria, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2010, p. 58.

[16] Conferencia de prensa de Fidel Castro a la salida de prisión, 15 de mayo de 1955, en Mario Mencía: Las rejas se abrieron, obra inédita.

[17] «La tarea nuestra ahora de inmediato es movilizar a nuestro favor la opinión pública; divulgar nuestras ideas y ganarnos el respaldo de las masas del pueblo. (…) Antes éramos pioneros anónimos de esas ideas, ahora estamos obligados a pelear por ellas a cara descubierta, la táctica debe ser completamente nueva». Carta de Fidel Castro a Haydée Santamaría y Melba Hernández, Isla de Pinos, 19 de junio de 1954. Fondo Fidel Castro Ruz. Archivo de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado. «Nuestra línea es la de la movilización de las masas; no la conspiración cuartelera ni el atentado». Declaraciones de Fidel Castro al salir de prisión el 15 de mayo de 1955, en Luis Conte Agüero: Fidel Castro, vida y obra, Editorial Lex, La Habana, 1959, p. 235.

[18] «Considero que en estos momentos la propaganda es vital; sin propaganda no hay movimiento de masas, y sin movimiento de masas no hay revolución posible». Carta de Fidel Castro a Haydée Santamaría y Melba Hernández, Isla de Pinos, 18 de junio de 1954. Fondo Fidel Castro Ruz. Archivo de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado. «…nuestras posibilidades de triunfo se basan en la seguridad de que el pueblo respaldaría los esfuerzos de hombres limpios que pondrían por delante desde el primer momento sus leyes revolucionarias (…) Nuestras esperanzas se fundan en el pueblo. ¡Lancemos cuanto antes a la calle nuestro programa que es el único verdaderamente revolucionario, y nuestras ideas para organizar después el gran movimiento revolucionario que debe coronar los ideales de los que cayeron!». Carta de Fidel Castro a Haydée Santamaría y Melba Hernández, Isla de Pinos, 19 de junio de 1954. Fondo Fidel Castro Ruz. Archivo de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado. «…nunca será demasiado repetir que es la propaganda la que vincula a los pueblos a una bandera». Carta de Fidel Castro a Melba Hernández, Isla de Pinos, 5 de septiembre de 1954. Fondo Fidel Castro Ruz. Archivo de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado.

[19] Un amplio reportaje de lo ocurrido en estos 53 días puede consultarse en Mario Mencía: «Solución: la del 68 y el 95». En Bohemia, La Habana, Año 77, números 20 al 33, mayo 17, 24, 31; junio 7, 14, 21, 28; julio 5, 12, 19, 26; y agosto 2, 9, 16 de 1985.

[20] «Si esta línea no ha sido la correcta ¿por qué crecen día a día las simpatías del pueblo hacia nosotros mientras sectores antes poderosos se van aniquilando? Gracias a nuestra postura podemos contar con el respaldo pleno de la masa ortodoxa que está por encima de todas las tendencias y representa cientos de miles de ciudadanos. Esa masa es partidaria de la línea de independencia, que siempre fue nuestra línea revolucionaria. Declararlo paladinamente ha sido un enorme acierto. (…) Defenderla no quiere decir en absoluto que ingresemos en ninguna tendencia política, sino afirmar ante el pueblo nuestra posición histórica». Carta de Fidel Castro a Haydée Santamaría y Melba Hernández, Isla de Pinos, 19 de junio de 1954. Fondo Fidel Castro Ruz. Archivo de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado.

[21] «Lucharé por la unidad de las fuerzas morales. (…) Todos los que pensamos de una misma manera, todos los que tenemos un mismo pensamiento social y una misma ideología progresista debemos unirnos. (…) Esta es la hora de unirnos porque se observa una fe nueva que surge y un despertar en la conciencia nacional que estimula a mejores determinaciones». Declaraciones de Fidel Castro al salir de prisión el 15 de mayo de 1955, en Luis Conte Agüero: Ob. cit., p. 235.

[22] Armando Hart: «Fundación del Movimiento 26 de Julio», en Enrique Oltuski Ozacki et. al. (coords): Memorias de la Revolución, Ediciones Imagen Contemporánea, Ciudad de La Habana, 2007, pp. 78–91.

[23] «Revolución: única salida», en Aldabonazo, Órgano del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, no. 1, 15 de mayo de 1956, p. 1.

[24] Enrique Oltuski Ozacki: Gente del Llano, Ediciones Imagen Contemporánea, Ciudad de La Habana, 2001, p. 95.

Tomado de: La Tizza

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El sistema de dominación múltiple

Por Gilberto Valdés Gutiérrez

*Intervención en el panel «Nuevas expresiones del Capitalismo y Patriarcado en tiempos de pandemia y crisis global», XIV Taller Internacional sobre Paradigmas Emancipatorios, octubre de 2021.

Al destacado educador popular panameño, ya fallecido, Raúl Leis, debemos la noción de sistema de dominación múltiple. Un breve ejercicio de arqueología epistémica y política revelará cómo esta categoría operacional de sistema de dominación múltiple se fue enriqueciendo y actualizando a lo largo de los Talleres Internacionales sobre Paradigmas Emancipatorios convocados cada dos años en La Habana desde 1995.

No se trata de una elaboración analítica pura, académica, del concepto; el énfasis fue puesto en la necesidad de compartir las razones y rasgos de los modos de resistencias y luchas populares, y de los epistemes desde donde se construyen los distintos saberes rebeldes y combativos contra las diversas prácticas de dominio y sujeción. El espíritu de los encuentros sobre paradigmas emancipatorios ha sido el de poner en común los saberes mencionados en tanto saberes solidarios —como los denomina Yohanka León— que acompañan las luchas emancipatorias, libertarias y de reconocimiento, enfrentadas a un sistema de dominio y sujeción múltiple. Esta confluencia de saberes puede interpretarse, también, en el sentido que Boaventura de Sousa utiliza el término traducción.

El nuevo ciclo de luchas y resistencias populares, sindicales, indígenas, afrodescendientes, de las mujeres, que conservaron la vida frente a la dominación neoliberal en los años noventa del pasado siglo, reveló una comprensión más profunda de la dominación; al hacerse visible que la confrontación era no solo frente a los gobiernos neoliberales de turno, sino contra un patrón de dominio y sujeción de más largo alcance.

Che Guevara captó el nexo causal, interno, complejo entre la teoría de la enajenación y la teoría de la revolución en Marx. Comprendió de manera pionera que la lucha emancipatoria no era solo contra la explotación, sino contra todas las manifestaciones de la enajenación humana en el capitalismo.

Algunos críticos del capitalismo coinciden en que hoy estamos en presencia de un tiempo cuantitativo, vacío, homogéneo y abstracto, como efecto de la universalización capitalista y la plena subsunción de la vida por el capital. Se ha impuesto la lógica de la mercantilización absoluta y del consumo —real y simbólico— como sinónimo de felicidad humana. No se trata de rechazar nihilistamente el bienestar, sino de impedir la expropiación del tiempo por el capital, que se ha extendido desde lo laboral a todos los ámbitos de la vida. Acercarnos a un bienestar mesurado que no esté centrado en el consumo impositivo, que no pase por alto la advertencia que nos hizo el joven Marx: «La propiedad privada nos ha hecho tan estúpidos y unilaterales que un objeto es nuestro solamente cuando lo tenemos — cuando existe para nosotros como capital, o cuando es directamente poseído, comido, bebido, usado, habitado, etc., en fin, cuando es usado por nosotros».

Con la categoría de sistema de dominación múltiple podremos visualizar el conjunto de las formas de dominio y sujeción, algunas de las cuales han permanecido invisibilizadas para el pensamiento crítico, y favorecer así el acercamiento entre diversas demandas y prácticas emancipatorias que hoy aparecen contrapuestas o no articuladas; evitar, de esta forma, viejos y nuevos reduccionismos ligados a la predeterminación abstracta de actores sociales a los que se les asignan a priori mesiánicas tareas liberadoras.

El contenido del sistema de dominación múltiple, desde mi punto de vista, abarca las siguientes prácticas:

  • De explotación económica y exclusión social. Vemos aparecer nuevas formas de explotación de las llamadas empresas transnacionales de producción mundial, a la vez que se acentúan las prácticas tradicionales de explotación económica y a esto se agrega la exclusión social que refuerza las primeras.
  • Prácticas de opresión política en el marco de la democracia formal. Lo que se traduce en una política-espectáculo neoliberal; es decir, contaminación visual y «pornografía» política, irrelevancia decisoria del voto ciudadano, vaciamiento de la democracia representativa, corrupción generalizada y clientelismo político, y por último, el secuestro del Estado por las élites de poder.
  • No menos relevante es la discriminación sociocultural étnica, racial, de género, de edades, de opciones sexuales, por diferencias regionales, entre otras.

El ecocidio, etnocidio, feminicidio y genocidio son enfrentados hoy por trabajadores ocupados y no ocupados del campo y la ciudad, excluidos de las redes de reproducción del capital; mujeres, jóvenes e indígenas de nuestro continente que protagonizan las luchas más variadas y creativas contra la recolonización imperial.

La esencia de la categoría sistema de dominación múltiple coincide con la formulación que realiza István Mészáros para caracterizar la civilización del capital:

«El capital —apunta con razón el destacado pensador húngaro— no es simplemente un conjunto de mecanismos económicos, como a menudo se lo conceptualiza, sino un modo multifacético de reproducción metabólica social, que lo abarca todo y que afecta profundamente cada aspecto de la vida, desde lo directamente material y económico hasta las relaciones culturales más mediadas.»

La diversidad articulada puede concebirse, en este sentido, potencialmente, como posibilidad de la multiplicación de los sepultureros de esa reproducción metabólica social.

Helio Gallardo, en uno de nuestros talleres, destacaba las tres niveles o dimensiones del sistema de dominación múltiple. En primer lugar, las tramas o relaciones sociales donde están ancladas las formas de explotación. Otra dimensión está constituida por las instituciones y actores que protagonizan las distintas formas de dominio, como por ejemplo las instituciones financieras del gran capital, los llamados tanques de pensamiento y emporios mediáticos de la derecha internacional. Y, en tercer lugar, las lógicas de dominación que en ocasiones se reproducen total o parcialmente en las propias alternativas emancipatorias.

Al analizar la presunta crisis de los paradigmas, Franz Hinkelammert se pregunta si existe en realidad una pérdida de los criterios universalistas de actuar con capacidad crítica beligerante frente al triunfo del universalismo abstracto propio del capitalismo de cuartel, actualmente transformado en sistema globalizante y homegeneizante. Este sistema, para Hinkelammert, está lejos de ser afectado por la fragmentación. Todo lo contrario: aparece como un bloque unitario ante la dispersión de sus posibles opositores. Su conclusión es que no podemos enfrentar dicho universalismo abstracto mediante otro sistema de universalismo abstracto, sino mediante lo que define como una «respuesta universal», que haga de la fragmentación un proyecto universal alternativo:

«Fragmentarizar el mercado mundial mediante una lógica de lo plural es una condición imprescindible de un proyecto de liberación hoy. No obstante, la fragmentación/pluralización como proyecto implica, ella misma, una respuesta universal. La fragmentación no debe ser fragmentaria. Si lo es, es pura desbandada, es caos y nada más. Además, caería en la misma paradoja del relativismo. Solo se transformará en criterio universal cuando para la propia fragmentación exista un criterio universal. La fragmentación no debe ser fragmentaria. Por eso, esta ‘fragmentación’ es pluralización.»

Para Ana Esther Ceceña, el capitalismo de este nuevo siglo llegó con ímpetus renovados, pero con características diferentes. Se modificaron sus condiciones materiales tanto como sus modos y sentidos. Las materias primas de ayer, pierden hoy relevancia frente a nuevos materiales; las tecnologías invaden nuevos espacios y usan otros caminos; las comunicaciones ocupan todos los ámbitos y descubren formas y vehículos; los sentidos de realidad en su conjunto se transforman y se enajenan a través de nuevos mecanismos. Quizá el elemento más relevante, según esta autora, ha sido el cambio en la idea de la guerra y sus propósitos.

Esta transformación está vinculada con la generalización de la necropolítica neoliberal y subraya que, si hasta ahora hemos estado acostumbrados a medir las guerras por sus ganadores y perdedores, hoy tendremos que adecuarnos a las guerras infinitas. Esas guerras indefinidas que buscan mantener los territorios en situación de guerra, porque ya no son el medio sino el fin. Es la situación de guerra la que proporciona los beneficios: da paso al saqueo, estimula una variedad de negocios —armas, drogas, alimentos, trata de personas, mercenarismo y muchos otros— y permite un control sobre las poblaciones no legitimado, porque se ejerce en condiciones de excepción.

Ceceña propone asumir la noción de dominación de espectro completo, que ha sido la clave de transformación en el arte de la guerra y orienta sus modalidades prácticas. Es un concepto complejo que se actualiza mediante la experiencia cotidiana de la guerra en todos sus distintos escenarios y mediante el estudio del comportamiento humano, e incluso, del de todas las formas de vida que concurren en cada uno de ellos.

Uno de sus aprendizajes, muy evidente en las disputas por la territorialidad en la actualidad, es el de la aplicación simultánea y sin tregua de mecanismos variados que tiendan a confundir y a la vez a producir resultados combinados mientras agotan, en principio, las fuerzas físicas y morales del enemigo y que la autora identifica como avasallamiento, simultaneidad e impunidad.

La significación histórica y epistemológica de la noción de sistema de dominación múltiple radica en la superación del reduccionismo, y la consecuente comprensión de que las luchas contra el poder político del capital están íntimamente vinculadas a la creación, no solo de un nuevo orden político-institucional alternativo al capitalista, sino a la superación histórica de su civilización y su cultura hegemónicas.

Si concordamos en que este orden económico y político hegemónico está ligado íntimamente a una civilización excluyente, patriarcal, discriminatoria y depredadora, que impulsa la cultura de la violencia e impide el propio sentido de la vida humana, habrá que reconocer que la absolutización de un tipo de paradigma de acceso al poder y al saber, centrado en el arquetipo «viril» y «exitoso» de un modelo de hombre racional, adulto, blanco, occidental, desarrollado, homofóbico y burgués —toda una simbología del dominador—, ha dado lugar al ocultamiento de prácticas de dominio que, tanto en la vida cotidiana como en otras dimensiones de la sociedad, perviven al margen de la crítica y la acción liberadoras.

Nos referimos, entre otros temas, a los millones de hombres y mujeres que son expulsados de la producción, el mercado y la política, que sobran por no ser redituables, a la discriminación histórica efectuada sobre los pueblos y las culturas indígenas, los negros, las mujeres, los niños y niñas y otras categorías sociodemográficas que padecen prácticas específicas de dominación. Son expresiones de una civilización excluyente, patriarcal y depredadora que el capital encierra en su pensamiento único. El uruguayo José Luis Rebellato sintetizaba lo que queremos expresar con certeras palabras: «Patriarcado, imperialismo, capitalismo, racismo. Estructuras de dominación y violencia que son destructivas para los ecosistemas vivientes».

Dichas prácticas de dominio, potenciadas en la civilización y la barbarie capitalista, han penetrado en la psiquis y la cultura humanas. No de otra manera se explica la permanencia de patrones de prácticas autoritarias, racistas, sexistas y patriarcales que irradian el tejido social, incluso bajo el manto de discursos «democráticos» o en las propias filas del movimiento anticapitalista.

Podría objetarse que existen discriminaciones y violencias patriarcales y racistas mucho antes de la hegemonía del capital sobre la sociedad, lo cual es absolutamente cierto. Sin embargo, el régimen del capital las potencia y generaliza como nunca antes.

El alto grado de explotación/exclusión, de prácticas de saqueo, de opresión política y de discriminación sociocultural, así como de densidad de enajenación económica, social, política, cultural, mediática común a los modelos de capitalismo neoliberal dependiente en América Latina hace que se reúnan todas las dimensiones y las consecuencias de lo que hemos llamado sistema de dominación múltiple del capital; a saber: la muerte de los sujetos subalternos como «destino» —ya sean pobladores urbanos o rurales, trabajadores ocupados, no ocupados, jubilados o excluidos, indígenas, mujeres, jóvenes, personas LGBT— y la destrucción del entorno ambiental, como efectos sociales, humanos y ecológicos en el Sur periférico de la implementación de las nociones de «crecimiento», «desarrollo» y «competitividad» de la globalización imperialista.

El panorama descrito es interpretado y enfrentado a través de dos planos socio-políticos fundamentales: desde las experiencias autónomas anticapitalistas —emergencias emancipatorias anticapitalistas— que se generan en los territorios, a nivel local, y en el seno de organizaciones, redes y movimientos sociales, por una parte; y a través de las alternativas políticas en las que interviene el sujeto pueblo para avanzar en un nuevo proyecto de país, como está sucediendo durante este siglo en Latinoamérica. Ambas dimensiones están íntimamente entrelazadas, por lo que no deben oponerse como polos dicotómicos de acción social y política. Están en curso diversas iniciativas de las diferentes fuerzas populares para proponer salidas para la crisis, que defiendan los intereses de los trabajadores y de los pueblos en general.

Hoy el gran capital y la crisis actual del capitalismo están generando estrategias nuevas, y ese es el reto del movimiento social ahora: encontrar la nueva perspectiva de lucha común.

Debemos tender puentes entre los distintos tipos de luchas, que se conforman con «velocidades» distintas; unas están ancladas en la lucha por la sobrevivencia desde lo cotidiano y otras vinculadas a procesos de largo aliento. Ninguno de estos tiempos debe estar por encima del otro, hay que ver que la lucha por la autonomía de los sectores populares está ligada en ocasiones a la autodefensa y autosustentación en los territorios ante los embates de las transnacionales y las oligarquías locales y sus megaproyectos, que criminalizan al movimiento popular.

Es ahí donde se deben hacer las cosas de otro modo, de un modo no capitalista, sobre la base de los intercambios de saberes de todo tipo, no solo de técnicas sino a partir de las experiencias empíricas de cómo organizar los emprendimientos colectivos fuera de las relaciones dominantes de mercado, como organización de lo común. Debemos reflexionar sobre estos procesos de resistencia como núcleos de relaciones alternativas.

En síntesis, aparecen formas de auto-organización de la vida, que prefiguran los horizontes de emancipación a que se aspira, énfasis en la autonomía, en la manera de comprender y estar en el mundo, y comunidad/territorio, como entorno al que pertenece y hunde sus raíces y cultura de vida una colectividad. Estas referencias se perciben con mayor potencialidad para encauzar las energías emancipatorias no capitalistas. Ello ocurre en medio de tendencias innovadoras que caracterizan las prácticas de los movimientos sociales populares y que suponen cierta renovación del modo de entender los procesos de lucha por la emancipación y la justicia social.

La pertinencia de concebir a los movimientos sociales populares como sujetos de emancipación implica reconocer que ellos son los agentes que plantean un cuestionamiento crítico de las formas y relaciones de dominación existentes en la sociedad; es decir, un posicionamiento colectivo de inconformismo y contestación respecto de las cosas que no funcionan de manera satisfactoria, respecto de las relaciones que inferiorizan y discriminan. Contestación crítica y pro-activa que tiende a ser cada vez más integral y alude a las múltiples formas de subordinación, sin supeditar o jerarquizar unos tipos de opresiones a otras.

Hay espacios colectivos de lucha que no están localizados en territorios como referentes, como en las megaciudades, en las que se disputan espacios de poder mediante múltiples formas de lucha —incluida la electoral  para avanzar en la construcción de la hegemonía político cultural del pueblo. Se van así enlazando las bases estructurales y funcionales de las luchas, con la cultural y la territorial.

El reto frente a la crisis es crear un modo de producción y reproducción de la Vida profundamente distinto del actual, un nuevo sistema de metabolismo social, un nuevo modo de producción basado en una actividad auto-determinada, en la acción de los individuos libremente asociados (Marx) y en valores más allá del capital (Mészáros).

La lección de los procesos de resistencia y lucha en Latinoamérica obliga a superar el pensamiento dicotómico, que opone la autonomía de los movimientos y las luchas y la hegemonía política-cultural en el marco de procesos nacionales y regionales amplios, que aglutinan fuerza social y política, y emerge, protagónico de los cambios, el sujeto pueblo. El centro de gravedad política de cada país y región irá marcando el tipo de integración —unidad, articulación— necesaria al movimiento social popular, antineoliberal, antimperialista y anticapitalista para avanzar hacia la victoria de los pueblos, más allá de las crisis del sistema de dominio y sujeción del capital.

Desde esas nuevas concepciones epistemológicas emanan nuevas propuestas sobre los movimientos sociales en América Latina. Entre esos elementos innovadores están:

  1. a) Concebir las luchas de manera integral; esto es, incluyendo la base estructural y funcional de las mismas con la base cultural y territorial, lo que implica afirmar las identidades culturales y territoriales propias como ámbitos de lucha antisistémica —superar no la perspectiva clasista, sino el reduccionismo economicista y de clase—.
  2. b) Articulación de las luchas por la igualdad social con las luchas por el reconocimiento de las identidades diversas.
  3. c) Anclaje territorial de las luchas, que incluye la defensa de la tierra y el medio natural en contra de la privatización de elementos fundamentales para la reproducción de la vida como el agua, el bosque, la madera, el gas, las semillas; reivindicación del territorio —en disputa con el capital y sus socios locales— con un sentido político, como espacio en el que hunde sus raíces la cultura de vida de una comunidad.

Estamos viviendo el tiempo político de los movimientos sociales populares. La emergencia de estos movimientos desde los años noventa del pasado siglo se presenta como respuesta a las relaciones de dominación neoliberal, pero en confrontación a un patrón de poder de más largo alcance. No olvidemos que la conquista —y las sucesivas recolonizaciones que hoy imponen el imperio y las transnacionales— no fue solo de territorios y recursos, también fue y sigue siendo una conquista de los cuerpos, las subjetividades y las identidades. A las luchas por la ampliación de los espacios de igualdad y justicia desde la ciudadanía política, civil y social, se incorporaron con beligerancia y visibilidad política las demandas desde las relaciones de género, de racialidad, generacionales, los diferentes modos de vivir las culturas, los cuerpos y las sexualidades, así como la lucha por la justicia ambiental.

Ello ha condicionado esa radicalidad de lo antisistémico, entendido como perspectiva anticolonial y anticapitalista, antipatriarcal y por relaciones de producción y reproducción de la vida no depredadora. Más no se trata solo de un horizonte de transformación utópico, sino de prácticas cotidianas que intentan vivir por anticipado la emancipación. No obstante, seamos conscientes de que una mutación genética-cultural, civilizatoria, de los modelos de desarrollo heredados no se logra de la noche a la mañana. La organización y la conducción política son cada vez más necesarias para el avance de las alternativas socio-políticas antineoliberales.

Tomado de: La Tizza

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Los cuentos y la imaginación infantil

Obra del artista plástico cubano Maykel Herrera

Por Eliseo Diego

La vida del maestro de escuela, entre otros calificativos que apuntan casi siempre a lo precario, puede muy bien tildarse de «agitada», y la razón no hay que buscarla muy lejos: tiene dos ojos como dos avispas cándidas, y lo menos mil pequeños brazos y piernas, y hace un escándalo como de mil diminutas trompas. Se trata, en suma, de ese fantástico, gracioso, insoportable y minúsculo monstruo que es la razón misma de que haya maestros. La costumbre ha hecho que le demos el común nombre de «niño» y nos parezca la cosa más natural del mundo. Pero, bien visto, no hay nada más extraño que él a nuestro mundo de «personas mayores»; bien visto, en este mundo estable y grosero, él es una «monstruosidad» tan deliciosa como inquietante.

En primer término, su extrañeza radical consiste en que no sabemos qué es, y no podemos saberlo porque no hay en él sino un «llegar a ser» precisamente aquello que lo niega, es decir, hombre. Contradicciones y paradojas, y todo en estado de perenne inquietud, tal es el niño. Y lo peor es que nosotros también «lo» fuimos alguna vez; pero ahora, nuevos Tántalos, en cuanto pretendemos tocar aquella vida la petrificamos sin remedio.

Quedémonos, entonces, con el dato primario: el niño en tanto niño es un devenir incesante, y por ello necesariamente inquieto. Los músculos, por ejemplo, no son aún lo que les corresponderá en la economía del cuerpo ya formado y así no resisten el moverse, siquiera sea hacia el fin que les corresponde. Lo mismo sucede con lo que llamaremos ahora, en un pedantesco eufemismo incapaz de hacer justicia a su potencialidad de estruendo, «los órganos de fonación». Ocupadísimos en llegar a parecérsenos, los niños nos hacen la vida insoportable con una actividad que no nos puede ser más ajena, puesto que somos justamente su término.

Los maestros, sin embargo, saben muy bien que existe un recurso mágico para pacificar al grupo de niños más impetuoso; un recurso sencillo, que no cuesta nada, y que puede ser un gusto para el propio maestro –o mejor, que debe serle un gusto, porque si no lo es, de nada le valdría. Ese recurso, como todo remedio mágico, comienza con un ensalmo: «Había una vez…» No bien lo escuchan, parece como si los niños se volviesen de piedra. ¡Al fin se están tranquilos!, cabría que suspirara el maestro, si es que le quedase el aliento indispensable. Y no podría equivocarse más aunque se lo propusiera.

Para entender lo que está así sucediendo en el aula, para valorar realmente esa supuesta inmovilidad, será preciso que demos un rodeo. Será preciso que tengamos bien presentes la riqueza y la maravilla de los medios mecánicos puestos hoy al servicio de los niños: la televisión, el cinematógrafo, con toda la zarabanda de sonidos e imágenes que no hay más que mirar desde el asiento. Y que nos preguntemos en seguida cómo es posible que, en semejante compañía, puedan las viejas historias tener la menor esperanza de mantenerse vigentes.

Lo cierto es, sin embargo, que los niños siguen amando y deseando los cuentos contra toda previsión lógica, y que sólo los cuentos –según habrá apreciado a su costa quienquiera haya asistido a una matinée de películas infantiles– logran en ellos ese efecto de bienaventurada paz a que nos referíamos más arriba. Como no es posible que se trate de una decisión consciente, habrá que buscar la explicación en el único resorte capaz de conmoverlos, y que no es otro que su propia naturaleza.

Criaturas inermes si las hay en este mundo, la supervivencia de los niños en medio de los enormes riesgos que literalmente corren se justifica sólo por su perfecta adecuación a sí mismos, por su total carencia de inhibiciones a la hora de seguir sus impulsos. Cuando se trata de obedecerlos, los niños son implacables, irreductibles. De aquí que su obstinado interés por los cuentos dichos de viva voz lleve el sello de lo que sienten como necesario. ¿Y qué es lo que exige ejercitarse de tal modo, rechazando el lujo de las imágenes ya hechas y reclamando un arte de medios escuetos, puros, ancestrales? ¡Un arte cuyo instrumento es el más antiguo y simple de todos: la palabra del hombre!

Ahora bien, la palabra en sí, como mero flatus o sonido, no tiene más significación que otro ruido cualquiera: cuando escuchamos una lengua extraña experimentamos una serie de sensaciones auditivas ante las cuales nuestra única reacción es de complacencia o desagrado. ¡Qué distinta en cambio la situación de quien escucha palabras que le son ya familiares! Si quisiéramos apurar la formulación de la diferencia entre un caso y otro, diríamos que reside en el grado de actividad mental, nula cuando se trata de atender. Y es que la palabra en cuanto tal exige, como todo símbolo, que le desentrañemos el sentido, que le sigamos la alusión hasta el objeto, real o mental, cuyo sitio ocupa en la conciencia.

El lenguaje asume así el carácter de un juego en forma de acertijo capaz de fascinar a los niños. ¿Cómo, si no se tratase de un juego apasionante, iban a tener fuerzas para acometer uno de los procesos más complejos con que se enfrenta el hombre: éste de asimilarse un idioma? Al principio manejan los símbolos más sencillos: mucho se ha hablado de la alegría con que los padres escuchan la primera llamada, el primer cristalino «mamá» o «papá»; pero, ¿qué diremos de la deliciosa exultación con que un pequeñuelo comprueba que, en efecto, «mamá» es mamá? Sabido es que los cuentos que primero interesan a los niños tratan de las cosas familiares que los rodean. Si, de una parte, esta preferencia se debe al estreno de la maravillosa realidad, de otra es indudable que obedece a ese rejuego idiomático que abarca desde el simple disfrute de sonidos y ritmos hasta la complacencia en el ejercicio de los contenidos simbólicos.

Pronto van a descubrir, sin embargo, que las palabras sirven para más que para gratas y útiles aventuras con las cosas. No sólo alude la palabra a la cosa, sino que además la cosa está ya en la palabra bajo especie de imagen. El nombre «perro» toma el sitio del animal y nos permite comunicar algo sobre él; pero, a la vez, evoca una imagen que puede ser la de ese perro en particular, o –y aquí se abren ya las riquísimas posibilidades de todo un juego enteramente nuevo– la de aquel otro, inexistente, vivo sólo en el deseo, que reúne en sí toda la fascinante «caninidad» de este mundo. La palabra deja ahora de ser un simple reflejo y comienza a engendrar su propia luz; se independiza, por así decirlo, de la realidad de los objetos para asociarse a la realidad de la imaginación, donde conserva su carácter simbólico, alusivo, pero volcado ahora hacia criaturas de una mayor inmediatez, ya que constituyen, ellas también, puros productos mentales. Del caballo del Cid a la mangosta imaginada por Kipling y luego al dragón de los cuentos. He aquí otros tantos estadios en la emancipación y el enriquecimiento de la palabra.

Hasta qué punto interviene en ellos el despertar de la imaginación, o hasta qué punto es ésta estimulada por ellos, son cuestiones que no podemos resolver satisfactoriamente. Bástenos observar cómo los pequeñuelos disfrutan del simple manejo de los nombres, de su inmediata asociación con las realidades más familiares, y cómo después comienzan a apetecer ese juego más complicado y extraño en que la palabra, en vez de regresar sobre la cosa que designa, se abre hacia el más allá de la imagen; en que la palabra, lejos de servir y subordinarse a la realidad, comienza ella misma a crear sus propias realidades, alfombras voladoras, hadas, duendes y pájaros parlantes.

¿No es explicable, entonces, que al arribar a esta etapa los niños sientan, no ya el gusto, sino la necesidad de un medio que les permite el ejercicio plenamente satisfactorio de todo un poderío recién estrenado? Compárese la actitud mental de quien escucha un cuento con la del que contempla una cinta cinematográfica. Este último no tiene nada que hacer: las imágenes se suceden ante él y no le exigen más que registrarlas. En cambio, ¡qué distinta la situación de quien debe suplir, a cada estímulo sonoro, su propia imagen! Aquí todo es actividad, incesante movimiento. Al conjuro de la palabra es preciso crear todo un paisaje, las escamas del dragón, la penumbra del castillo, el vuelo del hada y el cucurucho de la bruja, las botas que devoran leguas y el magnífico sombrero de un gato que habla. Nada está dado, todo es posible, naciente, y todo –he aquí lo más importante– es nuestro. Y llegados a este punto podemos ya valorar aquella engañosa inmovilidad, aquella increíble paz que rodeaba al sorprendido maestro mientras contaba sus historias en el aula: sucede que nunca se habían movido los niños con mayor rapidez que en ese instante, pues corrían aun más que la luz, ¡a la velocidad del pensamiento mismo!

En su ensayo «Defensa de las letras», Georges Duhamel llega a esbozar el temor de que la imaginación del hombre, si el libro no logra conservar su preeminencia frente al abuso de los sustitutos mecánicos, corra el destino de todo órgano que no se ejercita y acabe por atrofiarse. Escrito en la siniestra década del treinta, el sombrío presagio del novelista francés parecía destinado a cumplirse sin escapatoria posible, ya que el incremento de los medios técnicos sigue una ascensión constante, y a estas horas aún no se ha iniciado una política racional encaminada a controlar sus excesos. Parece que no contábamos, sin embargo, con la salvaje naturaleza del pequeño, que, inmune a las decisiones de los adultos, se guía mejor por las de su propio instinto.

¿Qué valor tiene esta facultad de imaginar, de «soñar», como dirían las mentes «prácticas», para que los niños se obstinen en defenderla frente a todos nuestros esfuerzos por facilitarles novedades cada vez más y más lujosas y, a nuestro honrado entender, más «divertidas»? A esas gentes prácticas quizás les horrorizaría la afirmación de que en la escuela, tanto como el aprendizaje de la aritmética, es importante el ejercicio de la capacidad de crear, en la que por definición va incluida la de ver y engendrar nada menos que los sueños. Sin embargo, no un artista, un iluso, un bohemio, sino uno de los creadores de la química orgánica moderna, el soviético Alexander Nicolaievich Nesmeíanov, ha dicho que la facultad realmente esencial a un hombre de ciencia, aquélla sin la cual andaría a tientas como un ciego, repasando una y otra vez los viejos bultos familiares, es justamente la capacidad de soñar. En ella está en germen el futuro mismo del hombre, que no es un esquema rígido vuelto hacia el pasado, sino posibilidad, imagen y maravillosa aventura.

Tomado de Eliseo Diego. Ensayos, Enrique Saínz (Selección y prólogo), Ediciones UNIÓN, 2006.

Tomado de: La Tizza

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No hay nada desconectado cuando se hace política

Foto de Cuba tomada desde un satélite

Por Juan Valdés Paz

Después de una ardua batalla —porque yo tengo mujer médico e hija médico—, después de una ardua batalla y de la promesa de que no me iba a quitar el nasobuco, no iba a tocar algo, me iba a echar un líquido para lavarme las manos cada hora… después de todo eso, por fin salí. Lo que te quiero decir [Joel Suárez] es que me has dado la coartada para salir. No te puedes imaginar. Y cómo ocurre el cuento: yo me enfermé antes del coronavirus, vino el coronavirus después; entonces, ahora tengo algo de vulnerabilidad, pero no tanto, la gente te ama tanto que ya tú no puedes ni contigo mismo…

Tú me habías explicado una parte —de eso que has expuesto ahora— en la conversación telefónica, y traté de imaginar qué podía ser útil en la exposición. Tengo que hacer una exposición larga, a pesar de que voy a minimizar los aspectos a los que me voy a referir. Voy a tratar de hacer una mezcla, porque al principio pensé hacerlo de una manera muy diferenciada, pero no me salió del todo. Tú sabes que yo soy un tipo serio y escribo las exposiciones que voy a hacer, por costumbre de maestro, respeto por los alumnos…

Hay, digamos, un diagnóstico del escenario cubano, del cual todos sabemos mucho. Quien sabe más, quien ha oído a Marino Murillo, sabe dos cosas: lo que Marino Murillo te dijo y lo que Marino Murillo no te dijo; y el otro que está «detrás del palo», igual que antes de que hablara… O el ministro de Economía, el único ministro de Economía que no dice ni un número, entonces, se hace realmente muy difícil (…) El común de los mortales quedará conforme, pero a mí, que no me den ni un número, hablando de economía, me hace pensar que es obviamente intencionado. Entonces, tenemos el problema de que hay un escenario actual, al cual me voy a referir con brevedad, pero del cual todos sabemos mucho.

Después está lo que podríamos llamar las tendencias, que nos advierten, en virtud de las políticas que ya existen y se están implementando. Para mí, esto de la implementación de las políticas siempre tiene un grado de error, de insuficiencia, que no acaba de implementarse según nuestra tradición histórica; de manera que, evaluar las tendencias que podemos esperar de las políticas en curso, o que están implícitas en ellas, me parece también importante para el diálogo entre nosotros.

Y, por último, una breve caracterización de un escenario hasta un plazo, digamos, el año 2025. Puse 2025 porque me gustó el número, espero estar todavía entre ustedes.

Eso es, más o menos. Con esas ideas del escenario [actual], las tendencias y un escenario imaginario para 2025, traté de construir lo que voy a exponer ahora.

He tratado de decir, en todo, «posible», porque el tema de la objetividad en Cuba es muy complicado, porque siempre hay una información insuficiente; entonces, no me echen en cara si no parezco suficientemente objetivo, hay muchas cosas que son de apreciación, obviamente. Y, también, porque objetivos o no, cuando se habla del futuro se es optimista o pesimista, ¿no?, más optimista o más pesimista. Entonces, también he asumido una opción optimista, porque si no pensamos que el futuro va a ser mejor que el presente, entonces, ¿para qué nos reunimos? Esas son algunas de las coordenadas que voy a utilizar.

Constricciones del sistema internacional en lo político

Antes de entrar —estrictamente hablando— en la sociedad cubana actual, quisiera hacer un comentario del escenario externo a la sociedad cubana —lo que en Teoría de Sistemas sería el ambiente del sistema social cubano—, porque la variable externa es tan fuerte y tan condicionante de lo que podemos hacer ahora y podremos hacer de aquí al 2025, tan fuerte que hay que dedicarle un comentario, y en nuestros análisis de futuro tenerlo siempre presente.

Es decir, hablar de Cuba desconectada del mundo en el que Cuba está inserta me parece un ejercicio relativamente banal. Y cuando uno observa a Cuba, a la sociedad cubana con un cierto distanciamiento, lo primero que advierte es que hay —voy a usar un lenguaje técnico— fuertes constricciones externas y fuertes restricciones internas.

De las restricciones internas, más o menos vamos a conversar sobre la marcha; pero quisiera ahora centrarme en un comentario rápido, en lo que yo llamaría las constricciones externas de todo lo que queramos hacer, incluso de las políticas que deseamos, porque tiene que ver mucho con que las podamos o no realizar como las hemos pensado. Oyendo ayer a Marino Murillo se hace claro que ha pintado un pájaro que no se sabe dónde va a volar, en qué jardín va a volar el pájaro este, porque del mundo donde se supone que ese pájaro va a volar no dijo nada, entonces, quisiera hacer ese comentario para tenerlo de telón de fondo del examen del escenario interno nacional.

De estas constricciones externas que son muchas, son —igual que decimos de los sistemas internos de la sociedad cubana— constricciones políticas, económicas, ideológico culturales, civiles, de todo tipo, voy a comentar solo de dos grupos: constricciones políticas y constricciones económicas. Todos intuimos o sabemos algo de eso, ¿no? Yo solo quiero recordarlas.

Primero: el sistema internacional. Se supone que el sistema internacional de Estados, de sociedades nacionales, de Estados nacionales, está dominado por tendencias conservadoras —ahí entra todo lo que ustedes quieran decir: neoliberalismo, globalización neoliberal, lo que alguien ha llamado transición geopolítica, crecimiento de los conflictos, resurgimiento de los bloques, etcétera—. Todo eso en un panorama que marca una erupción conservadora del sistema internacional. Ese es un dato. Es decir, que nuestra radicalidad está cada vez más descolocada del movimiento del sistema internacional.

Esa es una observación. La otra, es que en el sistema internacional, como se observa, todos los días hay un incremento de los conflictos de todo tipo, pero marcadamente de los conflictos militares. Esto es interesante, porque cuando crecen los conflictos militares, el conflicto militar se hace costumbre —y antes nos podía parecer raro un conflicto militar en la frontera chino-hindú—, después de tantos conflictos como los que se están acumulando, al final, un conflicto militar en América Latina parece parte de la normalidad.

De manera que, el hecho de que la conflictividad crezca en el sistema internacional, en esa evolución del sistema internacional, como todos estamos observando, hay un gran problema que puede ser —que toca casi el destino de la humanidad, según su desenlace— la evidente caída del imperio norteamericano: descenso, caída, involución del imperio norteamericano como lo hemos conocido desde la postguerra. De entrada, su condición de única gran potencia mundial se ha debilitado. De la unipolaridad hemos ido de nuevo a la bipolaridad e, incluso, a una nueva guerra fría que ya está oficialmente declarada por Estados Unidos.

Hay esa involución, aunque eso significa, de parte de Estados Unidos, una proyección política tendente a frenar ese proceso o intentar quedar lo mejor colocado posible si no puede evitar esa decadencia. Eso es muy importante, tan importante que voy a recordar una frase que dijo una vez Fidel: «…nosotros estamos locos porque…estaríamos felices de que el imperialismo se suicidara, pero ojo, que no nos caiga encima…».

El problema es que cuando los elefantes pelean, la que se jode es la lagartija —dice también un refrán hindú—. Entonces, aquí el problema es que ese escenario tiene que ver con nosotros, tiene que ver con todos los chiquitos; pero si el chiquito está a 90 millas, tiene una contradicción previa y está en su zona geopolítica privilegiada ya está claro que nosotros tenemos un problema permanente, de larga data, sea un presidente o sea otro, o los que sobrevengan, porque estos son temas de la clase dominante, de los sectores dominantes, del establishment.

No son temas del presidente de turno. Más bien, el presidente de turno es el resultado de las decisiones que han tomado los sectores dominantes para buscar soluciones a estas tendencias que para ellos son tendencias negativas. Estamos viendo, en este momento, que ese intento de recuperación hegemónica de Estados Unidos transcurre bajo la presidencia de Trump y, bueno, es un fantoche, un payaso —como le dijo Biden— que, precisamente porque es un payaso, ha sido utilizado por las clases dominantes para romper los compromisos de los Estados Unidos.

Cuando usted ve cuál es el resultado del trumpismo, es: «no tenemos compromisos con nadie». Han echado al cesto de la basura el derecho internacional, se han ido de la mitad de Naciones Unidas, no les importa Naciones Unidas, están tratando de cambiar, de modificar las tendencias de la globalización porque el gran descubrimiento de una parte importante de la clase dominante norteamericana es que, con la actual globalización, pierden. La actual globalización explica el surgimiento de China como segunda gran potencia y, eventualmente, primera para mediados del siglo. Entonces, ya están claros de que pierden.

En el 2004, los informes del secretariado nacional de los Estados Unidos decían que China era «el enemigo», pero ya se convirtió en política pública una década después. Se preguntan: ¿cómo fue que perdimos este juego?, ¿cómo es que estamos en este juego? Bueno, porque las reglas del juego me perjudican a mí y benefician a China y, eventualmente, a la recuperación rusa, y a nuestro descalabro en el Medio Oriente, y al surgimiento de potencias regionales como Irán o Turquía, etcétera. Es decir, se preguntan: ¿cuáles son las reglas del juego que han hecho que yo pierda y los demás estén ganando?

Por eso es que, visto con una perspectiva macro, lo que está haciendo la clase dominante es buscando a Trump y a los trumpistas, a esa horda, para romper los compromisos de Estados Unidos y establecer sus propias y nuevas reglas. Lo van a sacrificar todo a eso, al final no les importa ni Naciones Unidas, ni el derecho internacional, nada, como se está viendo. Ahora, ¿quién va a hacer eso? Tienen que buscar un salvaje como Trump, sabiendo siempre que va a perder las elecciones o le van a dar un tiro en la cabeza como mínimo, esa es la cuestión. Con Trump se ha iniciado el intento de un proceso de desglobalización, por lo menos en los términos de la globalización existente, cosa que es muy traumática y casi imposible porque la globalización es un proceso objetivo, no es solamente una decisión política. Entonces, de ese intento de ponerle a un proceso real nuevas reglas, se le va a generar un conflicto que no podemos imaginar todavía.

Vuelvo a la idea de que nosotros somos los que estamos en el jardín, nosotros somos las flores del jardín en el que están produciéndose esas broncas. Y terminaría diciendo, al respecto, que en ese proceso de pérdida de hegemonía, de decadencia imperial, la última fortaleza, la retaguardia, el top yard es América Latina. Por tanto, las peores tendencias mundiales se van a reflejar con más fuerza en América Latina, la disociación del sistema internacional —ya estamos viendo— es más fuerte en América Latina, y todos los conflictos y contradicciones se van a exacerbar en América Latina.

Y nosotros, por acción u omisión, seremos de todas maneras los culpables de todo eso. No hay posibilidad alguna de que los gringos «nos perdonen» en ese escenario. Igual siempre vamos a ser culpables. De hecho, la propaganda lo dice: somos culpables de lo que pasa en Venezuela, somos culpables de lo que pasa en todas partes, «los médicos cubanos son agentes». Todo eso forma parte de la parafernalia de enclaustrarnos lo más posible, aislarnos lo más posible para desplegar una política abierta de división de la región y no van a tener freno moral ninguno para dar golpes de Estado, quitar a Morales, hacer trampas electorales, corromper a las instituciones, comprar a la burguesía, a las clases políticas, como está ocurriendo, como estamos viendo. Esto que describo, ¿es un efecto Trump? ¿Los demócratas, Biden, van a hacer una política diferente? Van a utilizar, quizás, un estilo diferente para la misma política.

Por último —no por último, lo último es mucho más tarde—, en esto de las constricciones políticas que tenemos que prever están dos cosas que quería agregar.

Primero, el caso Venezuela. Ustedes recordarán que quien estrenó la política contra Venezuela fue Obama. Al mismo tiempo que declaraba a Venezuela «un peligro extraordinario para la seguridad nacional de Estados Unidos», hacía el pacto con nosotros, establecía «una nueva política para Cuba» y relaciones diplomáticas. No son dos hechos desconectados, porque no hay nada desconectado cuando se hace política, y mucho menos cuando la hace una gran potencia, con miles de expertos y de instituciones, y de consejos y reuniones.

Entonces, el caso Venezuela va a ser, es, prioridad para Estados Unidos. Hay una variante que siempre existe en la historia, que es el papel de los pueblos, cuánto va a resistir el pueblo venezolano, cuánto va a respaldar la opción liberadora. Eso siempre es una incógnita y una combinación de muchas cosas: cultura, liderazgo, identidad nacional, etcétera. No me detengo en eso porque ustedes lo están viendo igual que yo. Lo que yo quiero decir es que Venezuela es para Estados Unidos un test face. Ellos tienen que resolver el problema de Venezuela, porque si después de Cuba —a la que no ha podido derrotar—, Venezuela se convierte en otro foco progresista en la región, ellos no pueden resolver el problema regional. Estarían amenazados en su retaguardia. Eso es, de entrada, digamos, la dirección política del problema; pero quiero recordar que la primera reserva mundial de petróleo está en Venezuela, y si los gringos están tirando tiros en Medio Oriente por el petróleo de allí, ustedes me dirán qué harán por el petróleo que está a 100, 200 millas.

La apuesta [con Venezuela] es a todo: petróleo, minerales, el agua, la frontera con Brasil y con Colombia… Un país que también es caribeño, es un país estratégico, una ficha estratégica, para el cual van a hacer una política dura, gradualmente dura e imparable, creo yo.

Nosotros estamos comprometidos políticamente con Venezuela, no solo porque tenemos gente allí, sino porque el destino de Venezuela tiene que ver con el nuestro. Es decir, nosotros necesitamos a Venezuela, políticamente hablando. No me detengo más, porque todo lo demás está implicado.

La última observación que quería hacer sobre el sistema internacional es que, como resultado de los grandes movimientos geopolíticos y la derechización —a que me estaba refiriendo— el tema nacional, el tema del nacionalismo, se está complicando.

Mientras que, hasta hace poco, como resultado de la historia, el nacionalismo se había convertido en un tema de izquierda —el nacionalismo acompañaba a las intenciones de liberación nacional de los pueblos coloniales, atrasados, era de los chiquitos de este mundo, etcétera—, ya el nacionalismo era, casi por definición, de izquierda; pero ahora, con las tendencias que estamos viendo, está resurgiendo un nacionalismo de derecha. Vean, un momentico, si American first no es un nacionalismo de derecha, o Vox de España o Ciudadanos, o se mueve más arriba, en Alemania… está resurgiendo un nacionalismo de derecha.

Entonces, desde el punto de vista de lo que ustedes llaman la guerra ideológica, la batalla ideológica, tenemos un serio problema, porque yo digo «nacionalismo» en España y todo el mundo dice que estás hablando de Franco —hay un discurso en España nacionalista que es Franco—. Incluso, en el nacionalismo secesionista de Barcelona, es decir, de Cataluña, hay tendencias de derecha, es un estandarte que dirige ahora la derecha, la centro derecha. Ese es un problema que nos atañe a nosotros porque nos complica el discurso, la lucha ideológica internacional, las influencias sobre el Tercer mundo.

Lo dejo, todo eso, en lo que he llamado constricciones del sistema internacional en lo político.

Constricciones del sistema internacional en lo económico

Voy a mencionar algunas constricciones en lo económico, sobre las cuales casi no me tengo que extender, puesto que ya es más evidente para nosotros. Es mucho más evidente, pero quisiera recalcar que la Covid-19 produce, ha producido ya y producirá un trauma en la economía mundial toda —la producción, el comercio, las finanzas, etcétera— de tal magnitud que todavía no lo hemos visto. Estamos hablando de la Covid-19, estamos hablando de la epidemia; pero igual que nos pasa a nosotros, que la epidemia nos va a tirar para abajo a un ocho por ciento del PIB, o más, eso le está pasando al mundo entero.

Ya Europa recibió la noticia de que caerá en un 12 por ciento del PIB. Cuando el capital cae, su primer problema es a quién le pasa la cuenta en primera instancia: a nosotros, y a partir de cierto punto, a su gente. Es decir, a quién le van a pasar la cuenta de la Covid-19, que es un tema inacabado, como ustedes saben, porque estamos en el medio de la pandemia y no hay ninguna vacuna disponible antes de abril del próximo año. Ese es, digamos, el entorno que tiene Cuba, que tiene que ver cuántos turistas vendrán, si los queremos… nosotros, que tenemos al turismo como locomotora. Bueno, díganme dónde va a atracar la locomotora nuestra en lo inmediato. Y no tenemos todavía claro el balance de la pandemia.

Estoy hablando ahora de economía, pero vale para todo lo demás que va a producir la pandemia porque es un suceso histórico inusitado, traumático, que ha afectado tanto a los países centrales como a los periféricos, a todas las clases sociales. Es un fenómeno que no tiene precedentes, y que es casi una guerra mundial lo que está viviendo la humanidad.

Hay una gran incógnita sobre la que nadie habla: África. Ustedes no se creerán los números de África, ¿qué saben los africanos de quién está infectado y quién no está infectado? Pero el problema de vencer a la pandemia y no poder controlarla en África, es igual a vivir al lado del pabellón de infecciosos. El fin de la pandemia no está claro, ni los traumas que en todos los órdenes —político, económico, civil, ideológico cultural— producirá la pandemia. No tenemos todavía el balance acabado, pero podemos presumir que será desastroso, y en un mundo desastroso, como en las películas esas de ciencia-ficción en que la humanidad empieza después de una gran guerra nuclear… ¿Cómo es el mundo en el que nosotros nos vamos a mover, o en el que tenemos que desarrollarnos? Una constricción muy fuerte. Ya estamos en una recesión económica mundial, ya las consecuencias son visibles.

Estamos viviendo un reforzamiento del bloqueo día a día, semana a semana —como ya se ha dicho—, pero Biden, por poner la idea, la versión más optimista, ¿nos va a quitar el bloqueo? Inclusive, aunque fuera a regresar a las políticas de Obama, por decirlo de alguna manera, retomarlas, colocarse en el 2016 de las relaciones con Cuba, ¿lo va a hacer de una manera directa o va a empezar a negociar con nosotros medida a medida? Porque él vuelve a tener en sus manos un Gobierno demócrata y la posibilidad de traicionarnos. Entonces, no creo que debamos ser muy optimistas, ni hacer ninguna fiesta por el regreso de los Demócratas —que siempre será mejor que este salvaje —, pero Biden constatará que lo que pretendía Obama, que era distanciarnos de Venezuela, no ha ocurrido. Y la política contra Venezuela es bipartidista, es del establishment; entonces, hay que tener en cuenta que no hay mucho que esperar al respecto.

Ya de una manera más concreta, en lo que se refiere a nosotros… Nosotros arrastramos desde los años noventa… déjenme ver si se los digo de otra manera: no reparamos suficientemente en que en el proceso revolucionario Cuba hizo un tipo de inserción internacional sui generis, es decir, en vez de estar en el mercado mundial todas sus relaciones externas, incluyendo las económicas, transitaban bajo acuerdos políticos. El efecto de la caída del campo socialista es que los acuerdos políticos desaparecieron. Cuando el campo socialista europeo dijo: «las transacciones en el futuro son en términos de mercado mundial», nosotros fuimos inviables económicamente. Después apareció Chávez. Y después aparecieron dos hijos pródigos, Rusia se acercó a nosotros —no como antes, pero bueno, se acercó— y nosotros logramos rearticular nuevamente parte de nuestra economía —de nuevo bajo acuerdos políticos— porque, por ejemplo, las misiones médicas en el exterior, que ustedes saben que eran 4.000 millones, son bajo acuerdos políticos. Como se ha visto, cuando se han roto los acuerdos políticos nos hemos tenido que tragar a los médicos nuevamente y devolverlos a Cuba.

Nuestra inserción económica internacional se ha complicado, y una gran parte ha seguido bajo acuerdos políticos. Tenemos acuerdos políticos con Venezuela pero, de pronto, la crisis venezolana nos produce más pérdidas ahora que beneficios, porque ya no tenemos seguro ni el petróleo venezolano y le condonamos la deuda y le seguimos mandando los médicos. Es decir, que otro gran problema del presente y del futuro es cómo nosotros vamos a resolver, como parte de la normalidad, nuestra inserción internacional que es —nos guste o no— en el mercado mundial, porque somos inviables.

Yo creo que una de las cosas buenas que tienen los discursos del ministro de Economía y de Murillo es que no hacen más que hablar de la competitividad en el mercado mundial, que tenemos que tener exportaciones competitivas. Bueno, eso es una novedad, porque yo creo que Fidel Castro supo siempre que éramos económicamente inviables y que, sencillamente, teníamos que resolver eso con acuerdos políticos. Pero eso va a estar en crisis por un largo período y, entonces, dentro de esas inseguridades, una constricción muy, pero muy fuerte, es la inseguridad energética en la que estamos. Tú puedes querer hacer lo que quieras aquí que, si no tienes la energía suficiente, ni siquiera puedes poner el televisor para ver a Murillo. Entonces, yo creo que hay esa constricción.

Termino con estos breves comentarios, porque no es el centro de mi exposición, para insistir en la idea de que tenemos un escenario externo adverso y, en mi opinión, será adverso en el mediano plazo. Llegaremos al 2025 con ese escenario adverso. ¿En qué medida nuestras relaciones con Rusia y China nos podrán compensar? No aparece otra alternativa.

En algunos momentos parece que vamos a mejorar las relaciones con Europa y, de pronto, aparece una Europa más alineada a Estados Unidos que nunca. Estados Unidos la está presionando, como ustedes supondrán, hasta el «gollete», como se decía.

Y, de todas maneras, tenemos que incrementar nuestra dependencia a acuerdos, o relaciones, intercambios, o como quieran llamarle, con Rusia y China. Seguimos en el drama de todo pequeño país, que es que depende de las grandes potencias. Es decir, el nivel de autonomía que tú tienes es limitado. Si ustedes revisan la historia de las relaciones con la URSS, verán los sapos que tuvimos que tragarnos en esa historia, porque la dependencia es una relación objetiva. Más hábil que lo que fue Fidel manejando esa dependencia es imposible, no creo que tengamos capacidad de hacer más que lo que él hizo. Ni ahora, ni en el mediano plazo. Estoy tratando de decirles que, en lo que respecta al escenario externo internacional, soy pesimista de una manera declarada. Estoy tratando de advertir que mi pesimismo es relativamente objetivo.

*Primera parte de la intervención realizada el 15 de octubre de 2020 en el Centro Memorial Martin Luther King Jr. (Marianao, La Habana), en el marco de un análisis de coyuntura para la actualización estratégica de las proyecciones de trabajo de dicha Asociación y las redes que anima.

Tomado de: La Tizza

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¿Cuál es el tamaño de nuestra esperanza?

Por Ernesto Teuma Taureaux

*Versión escrita de su intervención en el encuentro del primer secretario del PCC y presidente de la República, Miguel Díaz-Canel, con miembros de la AHS en el Palacio de la Revolución, el 20 de septiembre de 2021.

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Cualquier proyecto de pensamiento en Cuba hoy solo tiene sentido si intenta interpretar la realidad que vivimos para accionar sobre ella de manera consciente. Sin embargo, la mayoría de las intervenciones sobre nuestra realidad giran alrededor de — y se enfrentan todo el tiempo a — la cuestión de las condiciones en las que nos encontramos. Ya sean análisis más o menos complejos, la mayoría parecen sufrir de algo que podríamos llamar «impotencia reflexiva»: Sabemos qué sucede y por qué, pero no sabemos cómo salir de la situación, como si lidiáramos todo el tiempo con aquello que Roque Dalton ponía en su conclusión filosófico-moral: «La materia es dura, la materia es indestructible: por lo tanto la materia es incomprensiva, la materia es cruel». Nuestra cabeza contra el muro, la pared con la que chocamos y que, sentimos, no podemos saltar. El malestar es tremendo. Pero creo que entender la magnitud del malestar, si el objetivo es transformar la realidad en la que vivimos, es solamente una parte del problema. La magnitud del malestar siempre debe confrontar una pregunta: ¿cuál es el tamaño de nuestra esperanza?

Las condiciones económicas de escasez, carencia, carestía; las condiciones administrativas con sus disposiciones insólitas, incomprensibles y a veces oscuras; las condiciones institucionales adonde la queja nunca parece llegar y donde la participación es algo que se recibe con un encogimiento de hombros: todo un triángulo terrible de acumulación de problemas propios que, por supuesto, tiene, y necesita, explicaciones claras. Pero el valor a tener en cuenta por cualquier revolucionario comunista es esa pregunta: ¿cuál es el tamaño de la esperanza que se antepone ante esos retos, ante esos desafíos en las terribles condiciones en las que nos encontramos, y que corta una salida en medio de la incertidumbre? ¿Cuál es el tipo de liderazgo ético-cultural que podemos movilizar para hacerles frente a esas condiciones? ¿Cómo podemos tensar al límite aquello que es y aquello que puede ser, las posibilidades de la realidad tal y como se nos presenta? ¿Cómo expandir el campo de lo posible incluso más allá de lo que podríamos haber pensado en primer lugar? ¿Qué esperanza nos anima?

Pienso en Retamar todo el tiempo, en aquel poemario suyo de 1958, Vuelta a la antigua esperanza, o lo que nos dijo unos meses antes de morir en el sesenta aniversario de Casa de las Américas: nos invitaba a recordar el futuro, a recordar el porvenir. Hace poco, escribía junto a un grupo de compañeros algo que creo vale la pena poner en todas las paredes y puertas: «Tenemos que volver al futuro». Un futuro que necesita ser pensado, sentido, discutido y para ello obliga a plantearnos otra pregunta: Si la revolución ya se hizo, esto es, si la colocamos casi siempre en el pasado, ¿qué tipo de futuro puede proponer entonces la revolución?

Cuando se habla de los jóvenes en Cuba, creo que esa es una ausencia. Más allá de los estereotipos acerca de la juventud, la verdad es que siempre tiene un elemento de desajuste con la realidad en la que existe, que la impulsa a proponerse un futuro distinto al de la generación de sus padres, incluso de sus abuelos. La juventud, y no solo ella, necesita saber qué habrá y poder imaginar un futuro. Mi vida, no solo como persona, sino como militante revolucionario, no puedo pensarla fuera de la Revolución y, por lo tanto, preciso, por esa condición, pensar que la revolución no es lo que se ha hecho sino lo que falta por hacer.

Y siento que nos falta. En nuestra lectura del mundo a veces falta esa dosis de esperanza. Nos volvemos fatalistas, nos llenamos de imposibles y de frustraciones, desprotegidos, vulnerables. El malestar que nos enferma, las condiciones de una cotidianidad dura (hasta cruel) se parecen mucho a la carga viral de la Covid-19 o de cualquier otro virus: la esperanza es la inmunidad que podamos alcanzar. Si hemos logrado producir vacunas para los virus biológicos, ¿dónde están nuestras vacunas ideológicas, políticas, culturales, éticas? ¿Podemos inocularnos para sobrevivir la plaga fatal de la desesperanza? ¿Qué tipo de futuro proponemos?

La forma de ese futuro pasa por la crítica. La crítica, si nos ponemos martianos, no es más que «el ejercicio del criterio que destruye los ídolos falsos, pero conserva en todo su fulgor a los dioses verdaderos»; o como el joven Marx, «la crítica despiadada de todo lo existente, despiadada tanto en el sentido de no temer los resultados a los que conduzca como en el de no temerle al conflicto con aquellos que detentan el poder». Creo que la noción de futuro a la que debemos acudir hoy en Cuba, la noción de futuro que debe proponer la Revolución cubana, no solo para nuestra generación sino para las generaciones que también apostaron incluso por otro tipo de futuro, debe avanzar en esa conversación sobre la crítica para la refundación de la esperanza.

No habrá esperanza si no hay crítica; pero tampoco habrá futuro sin memoria, sin el conocimiento de lo que hemos sido y de lo que hemos hecho. Nosotros hemos experimentado muchísimo en estos últimos sesenta años, y la experimentación ha traído aciertos notables, pero también muchísimos errores. Lo importante no radica en haberlos cometido (cosa natural, por lo demás, cuando se crea), sino en preguntarnos ¿cuánto hemos aprendido de esos errores? ¿Qué zonas de ignorancia y de silencio dejamos? ¿Qué se nos pierde cuando bajo el manto de lo igual, pretendemos convertir en un tiempo homogéneo décadas tan cargadas de contradicciones? Recordar el porvenir también implica reconstruir críticamente la memoria de la Revolución que hemos hecho hasta ahora para poder continuarla. Solo puedo especular sobre tantos caminos que a lo mejor comenzamos y no continuamos. Pienso en cuántos trillos apenas fueron trazados, cuántos callejones sin salida que repetimos una y otra vez.

La memoria también ilumina los futuros perdidos que todavía nos acechan. Hace unas semanas, regalaba, con un grupo de camaradas, un libro que considero fundamental a un compañero muy cercano, cuyo nombre me reservo. Cuando se lo regalamos, le decíamos a este compañero: «Este libro narra una historia del pasado que parece la historia de nuestro presente. Es un libro sobre la caída de la Unión Soviética y los países socialistas». La advertencia más grande del libro es recordarnos que esa sociedad, ese futuro que se perdió ahí, también era en parte nuestro futuro. Y le dijimos también que no queríamos ser aquel comunista soviético que justo hace treinta años, en diciembre de 1991, veía cómo su futuro se derrumbaba por completo.

Ese futuro que se derrumbó también era parte de nuestro futuro, porque era el mundo cultural, político al que pertenecíamos. Nosotros, a pesar de todo, persistimos y sobrevivimos hace treinta años; pero estamos treinta años demasiado tarde de saber exactamente por qué se derrumbó un país que era muchísimo más grande que nosotros, un país que era muchísimo más rico que nosotros y que también, como nosotros, había hecho su revolución, que perdió a su Lenin demasiado pronto, como no nos sucedió a nosotros que tuvimos a nuestro Lenin más tiempo, hasta hace nada. La crítica de la experiencia del Socialismo Real, de todo lo que nosotros tuvimos de ella acá, también me parece que es una dimensión muy necesaria. Es la dimensión de los aprendizajes que no hemos hecho aún, de los aprendizajes que quedan por sistematizar; pero también la comprensión de que la crítica de esa experiencia no implica el abandono del socialismo: al contrario, es la defensa inclaudicable del socialismo como alternativa de futuro, no solamente para nuestra sociedad y para nuestro mundo sino, también, porque solo con el socialismo, solo con la revolución socialista de liberación nacional, tuvimos Patria.

Que hayamos vencido no significa que venzamos siempre, ni se puede pensar que el futuro está garantizado, sino todo lo contrario: es el producto de una lucha constante. En una Revolución, todas las victorias son temporales, cualquier derrota puede ser definitiva. A cada rato vuelvo sobre el discurso del 17 de noviembre del 2005. Estábamos en una situación muy diferente a la de ahora, e imagino que debió de ser sorprendente para las personas sentadas en la Universidad que, de repente, Fidel anunciara la posibilidad de que la Revolución, que se presentaba como eterna e invencible, desapareciera alguna vez. Ese aprendizaje también debe ser incorporado: la fragilidad de la Revolución. Un frágil y poderoso impulso que siempre se encuentra ante la catástrofe de su propia desaparición. Y esa catástrofe debe imbuirnos a nosotros de un sentido de urgencia, de lo agónico, de ese interregno donde hay cosas que mueren, porque hasta en la Revolución hay cosas que mueren, porque en la Revolución hay cosas que han muerto — que son duelos y resurrecciones pendientes — ; pero también lo nuevo que está pugnando por nacer dentro de ella, todo lo que se ha sembrado, todo lo que todavía podemos seguir sembrando.

Haría falta un inmenso, un gigantesco movimiento por la concientización para entender, entre otras muchas cosas, que la revolución que hemos hecho hasta ahora está incompleta y que falta por hacer.

¿Qué quedó incompleto, inacabado, inconcluso de la Revolución? En primer lugar, cambiar la vida cotidiana, colocar en el centro el bienestar y la satisfacción de las necesidades populares, que el socialismo sea, otra vez, un horizonte de riqueza comunal y prosperidad colectiva. Esto implicaría no solo satisfacer las necesidades básicas sino también cambiar la forma misma de esas necesidades. La vida cotidiana es el nudo de múltiples problemas: desde la ecología, que nos obligará a cambiar modos de vida y patrones de consumo, hasta el trabajo doméstico no remunerado y su relación con el feminismo.

Completar la revolución no es solo resolver un problema de cuchillo y tenedor sino además situarnos en la perspectiva de un gran cambio cultural, de una gran Revolución Cultural, y hasta ir más allá de las fronteras de lo nacional en el camino ya labrado por el internacionalismo socialista, que siente que el hambre, el analfabetismo y la injusticia en cualquier lugar del mundo son también parte de los problemas de los revolucionarios comunistas cubanos. En resumen, una vida incompatible con el machismo, con la homofobia, con el racismo, la discriminación, contra toda forma de dominación, opresión y explotación y por toda la justicia.

Fernando Martínez Heredia decía siempre que uno de los grandes agujeros para pensar la transición socialista, era la ausencia de una teoría de la dominación en el socialismo. El socialismo no es solamente un gran impulso libertario. En los sesenta esa liberación corre pareja con el otro gran impulso que ordena y construye las instituciones del Estado de la Revolución: paralelismo que genera una tensión fecunda. Sin embargo, en algún punto se perdió el equilibrio entre rebeldía y disciplina a favor de la última.

¿Cuesta tanto entender que existe una dominación específica del socialismo contra la cual también debemos combatir, contra la cual se combate todo el tiempo?

En el ejercicio de esa dominación aparecen siempre sus secuelas: el burocratismo, la desidia, el desapego a los problemas de la gente, la división entre dirigentes y dirigidos, casi siempre en favor de los dirigentes y menos de los dirigidos: todos esos procesos políticos que mantienen a los dirigidos en su lugar y no les permiten convertirse en dirigentes de sí mismos.

Entonces, para quebrar esto no solo es necesario romper la cultura del silencio y que los dirigidos asuman la voz de su propios procesos (económicos, políticos, culturales) sino, también, tener la información necesaria para tomar esas decisiones, y para controlar las decisiones de aquellos que los dirigen, con transparencia y con el conocimiento para entender que ellos también pueden dirigir esos procesos con autonomía y, sobre todo, la capacidad de decidir sobre aquellos elementos que afectan su vida cotidiana, que modelan su vida futura y su vida en común: un auténtico Poder Popular. Este y no otro debería ser el objetivo de nuestras organizaciones políticas, de todo nuestro esfuerzo.

Hay demasiado en riesgo para temerle a la contradicción; hay mucho que perder si no estamos dispuestos a hacer política a la altura del momento, del horizonte de emancipación y la memoria del futuro.

Si pudiera pedir algo, sería eso: que no se nos pierda el futuro; que no se nos pierda la memoria y que completemos la revolución que hemos iniciado y que nos hemos propuesto.

Tomado de: La Tizza

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