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Todo va de maravilla

Julian Assange, periodista y editor del sitio web WikiLeak Foto Agencia Envolverde

Por Edward Joseph Snowden

Edward Snwoden explica por qué la decisión del Tribunal Supremo británico de extraditar a Assange podría sentar un precedente extremadamente peligroso para la profesión del periodismo. Y el denunciante no perdona a todos los “periodistas” que han optado por condenar a Assange, cavando la tumba de su propia profesión.

Evangelio, una palabra del inglés antiguo, es un concepto que significa “buenas noticias”. Y es el evangelio lo que ha escaseado al adentrarnos en la temporada navideña. Cada vez que este hecho me deprime, recuerdo que encontrar el mal, la fechoría e incluso el sufrimiento en los titulares, es sólo una señal de que la prensa está haciendo su trabajo. No creo que ninguno de nosotros quiera despertarse por la mañana y leer “¡Todo va de maravilla!” sobre nuestro cóctel de ponche de huevo, aunque incluso si lo hacemos, sabemos que un titular así es sólo una indicación de todo lo que no se informa.

Al entrar en esta época navideña, me siento acosado por extraños sentimientos religiosos; digo extraños porque no soy muy creyente, ni en Dios, ni en los gobiernos, ni en las instituciones en general. Trato de reservar mi fe para las personas y los principios, pero eso puede llevar a algunos años de escasez en el apaciguamiento de la sed espiritual. Puedo encontrar una forma de atribuir mis impulsos al ritualismo del Covid-19 –las abluciones de desinfección y enmascaramiento, el aislamiento penitente, el ¿qué significa todo esto? que surge de la confrontación con la impotencia y el capricho de la enfermedad–, pero una fuente más convincente podría ser la novedad de la paternidad: siendo la religión un sustituto de la tradición en general, me pregunto: ¿qué voy a dejar a mi hijo? ¿Qué herencia intelectual y emocional?

Junto con las “buenas noticias”, he estado pensando en la “mala fe”, una frase que siempre me recuerda el chiste de Thomas Pynchon, en el que todo lo malo se convierte en un balneario alemán: Bad Kissingen, Bad Kreuznach, Baden-Baden… Bad Karma.

Conocía la frase sobre todo por su cosecha jurídica, pero empecé a notar que se aplicaba cada vez más a la política durante los ciclos de la historia de Bush-Obama: los republicanos siempre estaban “negociando de mala fe”, u “operando de mala fe”, y sólo empeoró después de eso: la frase se hizo más frecuente una vez que Trump asumió el cargo. Así que me sorprendió descubrir que “mala fe” tiene raíces mucho más profundas que nuestro derecho consuetudinario: male fides, del latín. Su uso, que es fascinante explorar, era originalmente literal: se utilizaba para caracterizar a alguien que practicaba la religión equivocada. De ahí pasó a la contradicción Whitmaniana, pero muy anterior a ella. Alguien que estaba “en mala fe” estaba en contradicción consigo mismo; tenía dos corazones, o dos mentes, o más. En este sentido, incluso Jesús podría decirse que estaba en mala fe, siendo en parte humano y en parte divino.

Me impresiona profundamente la generosidad de esta definición primitiva: hay una simpatía –una simpatía con “una casa dividida contra sí misma”– que falta por completo en el sentido contemporáneo, en el que la “mala fe” es una fechoría intencionada. Esto sigue siendo, al menos para mí, una historia cautivadora que hay que descifrar: cómo una frase que significaba, a grandes rasgos, “mentirse a uno mismo sin saberlo” llegó a significar, a grandes rasgos, “mentir a otros a sabiendas”.

Estoy seguro de que todos tenemos nuestros ejemplos favoritos (o menos favoritos) de esta práctica doble (o múltiple) –esta condición que sólo luego se convirtió en práctica–, pero para mí, la categoría de mala fe que se lleva el premio siempre ha sido el legalismo burocrático que me resulta más familiar. Tal vez una mejor manera de decirlo sería: aquellas situaciones en las que el derecho se opone a la justicia.

Estoy seguro de que conocemos bien este fenómeno: el representante del seguro médico o el empleado del instituto de transporte que dice “tengo las manos atadas”; el oficial de policía o el soldado que invoca sin ironía ciertas de las fuerzas del orden más malvadas del siglo pasado cuando se encogen de hombros y dicen: “Sólo estoy cumpliendo órdenes, amigo”; o incluso aquellos que salen en la televisión para sugerir que los denunciantes (whistleblowers) podrían estar protegidos, si sólo se sometieran a los “canales adecuados”, que es el código para estar en una parte muy particular del suelo suspendido por encima de un tanque con la etiqueta: ¡PELIGRO! PIRAÑAS.

Fue Jesús el que pidió perdón a sus crucificadores diciendo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, pero estos insoportables practicantes de la mala fe invierten la fórmula: saben exactamente lo que hacen, y sin embargo lo hacen. Me pregunto si pueden incluso perdonarse a sí mismos.

Esta Navidad puede ser la última que el fundador de WikiLeaks, Julian Assange, pase fuera de la custodia de Estados Unidos. El 10 de diciembre, el Tribunal Superior británico falló a favor de la extradición de Assange a Estados Unidos, donde será procesado en virtud de la Ley de Espionaje (de 1917) por publicar información veraz. Para mí está claro que los cargos contra Assange son infundados y peligrosos, en desigual medida: infundados en el caso personal de Assange, y peligrosos para todos.

Al tratar de procesar a Assange, el gobierno de EE.UU. pretende extender su soberanía a la escena mundial y hacer que los editores extranjeros sean responsables de las leyes de secreto de EE.UU. Al hacerlo, el gobierno de EE.UU. establecerá un precedente para procesar a todas las organizaciones de noticias en todas partes –todos los periodistas en todos los países– que se basan en documentos clasificados para informar sobre, por ejemplo, los crímenes de guerra de EE.UU., o el programa de aviones no tripulados de EE.UU., o cualquier otra actividad gubernamental o militar o de inteligencia que el Departamento de Estado, o la CIA, o la NSA, preferiría mantener encerrado en la oscuridad clasificada, lejos de la vista del público, e incluso de la supervisión del Congreso.

Estoy de acuerdo con mis amigos (y abogados) de la ACLU: la acusación del gobierno estadounidense contra Assange equivale a la criminalización del periodismo de investigación. Y estoy de acuerdo con innumerables amigos (y abogados) de todo el mundo en que en el centro de esta criminalización se encuentra una paradoja cruel e insólita: a saber, el hecho de que muchas de las actividades que el gobierno de Estados Unidos preferiría silenciar se perpetran en países extranjeros, cuyo periodismo será ahora responsable ante el sistema judicial estadounidense. Y el precedente establecido aquí será explotado por todo tipo de líderes autoritarios en todo el mundo. ¿Cuál será la respuesta del Departamento de Estado cuando la República de Irán exija la extradición de los reporteros del New York Times por violar las leyes de confidencialidad iraníes? ¿Cómo responderá el Reino Unido cuando Viktor Orban o Recep Erdogan pidan la extradición de los reporteros de The Guardian? No se trata de que Estados Unidos o el Reino Unido vayan a acceder a esas demandas –por supuesto que no lo harían–, sino de que carecerían de cualquier base de principios para su negativa.

Estados Unidos intenta distinguir la conducta de Assange de la del periodismo más convencional calificándola de “conspiración”. ¿Pero qué significa eso en este contexto? ¿Significa animar a alguien a descubrir información (algo que hacen a diario los redactores que trabajan para los antiguos socios de WikiLeaks, The New York Times y The Guardian)? ¿O significa dar a alguien las herramientas y técnicas para descubrir esa información (lo que, dependiendo de las herramientas y técnicas implicadas, también puede interpretarse como una parte típica del trabajo de un editor)? La verdad es que todo el periodismo de investigación sobre seguridad nacional puede ser tachado de conspiración: el objetivo de la empresa es que los periodistas persuadan a las fuentes para que violen la ley en interés del público. E insistir en que Assange de alguna manera “no es un periodista” no hace nada para quitarle fuerza a este precedente cuando las actividades por las que ha sido acusado son indistinguibles de las actividades que nuestros periodistas de investigación más condecorados realizan rutinariamente.

Cualquiera que haya visto las malas noticias esta última semana, seguro se ha encontrado con una versión precisamente de esta pregunta, ¿es Assange un X o un periodista? En esta fórmula absurda, X puede ser cualquier cosa: hacktivista, terrorista, reptiliano. No importa qué pieza se coloque para completar el rompecabezas, porque el ejercicio no tiene sentido.

Este tipo de indagación sincera, crédula, petulante y complaciente, es sólo el ejemplo más reciente –justo a tiempo para Navidad–, de la mala fe en la carne y en la palabra, presentada por profesionales de los medios de comunicación que nunca tienen peor fe que cuando informan –o juzgan– a otros medios.

La ocultación, la retención, la manipulación del significado, la negación del significado, estas son sólo algunas de las formas en que algunos periodistas, –y no sólo los periodistas estadounidenses–, han conspirado, sí, conspirado para condenar a Assange en ausencia, y, por extensión, para condenar a su propia profesión, para condenarse a sí mismos. O tal vez no debería llamar “periodistas” a los autómatas de Fox, o a Bill Maher, porque ¿cuántas veces han hecho el duro trabajo de cultivar una fuente, o de proteger la identidad de una fuente, o de comunicarse de forma segura con una fuente, o de almacenar el material sensible de una fuente de forma segura? Todas esas actividades constituyen el alma del buen periodismo y, sin embargo, son precisamente las actividades que el gobierno estadounidense acaba de intentar redefinir como actos de conspiración criminal atroz.

Criaturas de dos corazones y dos mentes: los medios de comunicación están llenos de ellos. Y demasiados se han contentado con aceptar la determinación del gobierno de Estados Unidos de que lo que debería ser el propósito más elevado de los medios de comunicación –la revelación de la verdad, frente a los intentos de ocultarla– está súbitamente en duda y muy posiblemente sea ilegal.

¿Ese escalofrío en el aire en esta temporada navideña? Si se permite que la persecución de Assange continúe, se convertirá en una helada.

A abrigarse.

Tomado de: Investig’ Action

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Artículo 19. Costos de las Usurpaciones Simbólicas

ELENA OSPINA (COLOMBIA)

Por Fernando Buen Abad Domínguez @FBuenAbad

Algunos, adictos históricos a la libertad de “chayote” o de subsidios, que fijan su “época de oro” en la etapa de mayor corrupción para sus negocios “informativos”, simulan amor por la libertad para esconder su amor al dinero. Así ha sido desde antes de que el Informe MacBride se lo advirtiera al mundo. Por cierto, cuando hablamos del Artículo 19º: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión». Declaración de los Derechos Humanos proclamada por la resolución 217 A(III) 10 de diciembre de 1948. ¿Qué “Libertad de Expresión” es posible bajo el capitalismo?

Sean MacBride ya en el informe oficial de la UNESCO especializado en problemas de Comunicación, “Un solo Mundo Voces Múltiples” (1980) veía venir las “manías” manipuladoras contra la “Libertad de Expresión” que distorsionarían los Derechos Humanos, incluso con financiamientos trasnacionales. Como hacen la UNED y la USaid, por ejemplo. “En teoría, todos tenían derecho a la libertad de expresión, pero en la práctica no podía ejercerse en términos de igualdad… mientras tanto, ha habido un movimiento de concentración generado por las presiones financieras…” pág 44

En nombre de la “Libertad de Expresión” se han cometido fechorías desvergonzadas a mansalva. Una de ellas consiste en suplantar a las voces múltiples con intermediarios obedientes a una sola voz: la de sus jefes. Otra consiste en cercenar, todo o en partes, el pensamiento, la obra y hasta los cuerpos de quien se empeña en expresarse libremente y “devolverle el habla al pueblo”. Otra más, consiste en inventar organizaciones, con emboscadas jurídicas o políticas, para “legalizar” la concentración de las herramientas de comunicación y el “linchamiento mediático”.

En nombre del artículo 19, y sus contenidos más claros, se han disfrazado mil canalladas que reclaman su derecho a la Libertad de Expresión (en realidad libertad de empresa) para la calumnia impúdica e impune, como si fuese lo mismo la expresión de las clases subordinadas y la expresión de las clases privilegiadas. Decía Trotsky: “El procedimiento moralizador del filisteo consiste en hacer creer que son idénticos los modos de actuar de la reacción y los de la revolución… El rasgo fundamental de esas asimilaciones e identificaciones lo constituye el ignorar completamente la base material de las diversas tendencias, es decir, su naturaleza de clase, y por eso mismo su papel histórico objetivo”. León Trotsky

El papel de los “medios” hegemónicos es enmudecer a los pueblos, hacer invisibles sus luchas y sus demandas. Nadie debe esperar una “Libertad de Expresión” democrática en un sistema corrupto donde campea el culto a la personalidad de los mediocres, la publicidad hinchada con exageraciones, la conspiración sistemática contra la memoria y contra la dignidad, la cultura, la ciencia… mucho menos esperable es la “libertad” con fundaciones —u ONG— creadas ex profeso como caballos de Troya ideológicos. “Surge otra situación peligrosa cuando quienes tienen acceso a los medios masivos exigen una libertad total para sí mismos y se niegan a aceptar alguna responsabilidad hacia el público” Informe MacBride pág 46

El plan es usar el artículo 19 para inyectar odio burgués camuflado de mil modos filantrópicos, especialmente en forma de miedo a diestra y siniestra gracias, entre otros, a sus “profesionales”. Su modelo de usurpación simbólica no es otra cosa que la simulación cínica de organizaciones burguesas que se camuflan de “libertades”, rellenas con falacias. Eso es principalmente una lucha por los mercados mass media. Si los medios, modos y relaciones de producción informativa siguen siendo mercancías o “propiedad privada”, la metástasis de organizaciones espurias tenderá a agudizarse y a hacerse cada día más violenta. “En muchos países del mundo se viola todavía la libertad de expresión por la censura burocrática o comercial, por la intimidación, la persecución, y por la uniformidad impuesta. El hecho de que un país afirme que tiene libertad de expresión no significa que tal libertad exista en la práctica.” Informe MacBride pag. 42

La Libertad de Expresión en manos de los pueblos no puede ser decorativa ni en estado pasivo, con una objetividad ilusoria o aletargada… debe florecer en la praxis de las luchas populares. La Libertad de Expresión nuestra, debe ser, también, ejercicio de transparencia financiera que exprese libremente de dónde se saca el dinero para la libre expresión de la verdad construida entre todos.

La usurpación de la Libertad de Expresión es una monstruosidad. No importan las “lágrimas del cocodrilo” burguesas ni los gritos histéricos de los oligarcas —y sus amigos— que ocupan cargos poderosos… no importa el palabrerío de los “políticos” ni de los “académicos”, ni de los “periodistas” ni de las ONG que les son serviles. ¿Qué hacer?: Organizarse, movilizarse, elevar la conciencia… ganar las batallas simbólicas, avanzar hacia un Nuevo orden Mundial de la Información y de la Comunicación donde quepan, en un solo mundo, las voces múltiples.

Tomado de: Contrainformación

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La hipótesis Assange

Julian Assange, editor australiano.

Por Francisco Sierra Caballero @fsierracb

Dejó escrito Marx que la seguridad es el supremo concepto de la sociedad burguesa, el concepto de la policía, según el cual toda la sociedad existe solamente para garantizar a cada uno de sus miembros la conservación de su persona, de sus derechos y de su propiedad. Un empeño condenado al fracaso cuando la inseguridad de la existencia del precariado, el empobrecimiento de los sectores populares que ven desintegrarse la Seguridad Social, marca, en nuestro tiempo, todo avatar de la coyuntura política que los medios pretenden, por sistema, ocultar. Ya advertía Simmel, en El secreto y las sociedades secretas, que una de las características de la dialéctica moderna es el mito de la transparencia por la que se impone la ocultación como norma y no como excepción, desplegando técnicas de gubernamentalidad sofisticadas para evitar desviaciones: la indiscreción, las filtraciones o la confesión.

Además del mito del progreso y la libertad, la era moderna de la comunicación se proyecta como relato de la sociedad positiva en esta noción iluminista. El discurso de luz y taquígrafos es la panoplia de la prensa liberal para justificar lo evidente: la opacidad constitutiva del modelo de mediación que oculta el trabajo y la miseria del mundo en el modo de producción capitalista. Por ello preocupa al Foro de Davos y a los adláteres de los paraísos fiscales que se proponga vigilar a los vigilantes. De un tiempo a esta parte, tal aseveración se torna tesis indiscutible para ilustrar la naturaleza de nuestra contemporaneidad. La minería de datos, la vigilancia global del Pentágono y la NSA dan cuenta, como revelara Snowden, de una sistemática política institucional de control biopolítico contra toda resistencia, como antaño la Comisión Trilateral advertía de las amenazas de la migración, el narcotráfico y el crimen organizado para justificar la política de represión contra los movimientos revolucionarios.

Hoy, como ayer analizara Mattelart, el complejo industrial-militar con anuencia de la Casa Blanca y Silicon Valley despliegan esta lógica biopolítica de control que nos amenaza pervirtiendo el futuro de la democracia por el control opaco del algoritmo. Mientras los GAFAM (acrónimo de Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft) y las start-up anexas al universo Google obtienen ganancias de más de 20.000 millones de dólares sin retribución a autores, periodistas, analistas, programadores y, en general, el cognitariado que hace posible, con su proletarización, la multiplicación de la riqueza, asiste inconsciente a la era del control y la pantalla total, mientras Google reconoce que escucha nuestras conversaciones privadas y Alexa (Amazon), como la Smart TV de Samsung, realizan a diario la distopía de Orwell.

Criminalizar la disidencia e imponer la muerte civil

El problema es que, aquí la hipótesis Assange, Wikileaks violó la ley de secretos oficiales. La sentencia que de momento impide la extradición a Estados Unidos no aborda la cuestión esencial que nos ocupa: la estrategia de lawfare, la guerra asimétrica, basada en la criminalización de la disidencia, las relaciones públicas y el sometimiento por medio de la muerte civil de las fuerzas antagonistas, actualizando así la estrategia de la ideopolítica y la doctrina de seguridad nacional que arranca con la Guerra de Baja Intensidad (GBI) y la era Reagan en la guerra sucia contra la Nicaragua sandinista y tiene ya un recorrido, merced a la noción y estrategia de golpes blandos, contra Lugo (2012), Dilma (2016), Correa (2017), Kirchner (2018) y Petro (2019). Ello sin mencionar la guerra sucia contra Cuba y Venezuela, o la variante catalana en España y el 135.

Pero esto parece no conveniente decirlo en los medios mainstream, que defienden la libertad de expresión solo donde sus intereses son afectados, proyectando como modelo países como Colombia donde ni es posible el derecho de reunión y manifestación, salvo arriesgando la propia vida. Assange, en fin, es la prueba del algodón que demuestra la limitada concepción liberal del periodismo en nuestros días y Wikileaks, el ejemplo de que el núcleo de poder de nuestro tiempo depende de la capacidad de hackeo del espacio público. Más aun cuando sabemos, desde el fallo de la justicia europea, que Facebook, y en general los GAFAM, no garantizan la protección de los datos personales ni, mucho más allá, la soberanía sobre los territorios en el flujo transatlántico de datos tras la USA Patriot Act.

Desde los atentados de las Torres Gemelas, se viene impulsando una política de control en el que la vigilancia clandestina se ha extendido al tiempo que se privatizan los dispositivos y procesos de organización de la red telemática. Programas informáticos como mSpy, EasySpy, Flexispy o Spyes y los acuerdos de Facebook, Twitter, Microsoft y Whatsapp con la NSA dejan en evidencia un problema de libertades civiles y de soberanía ajeno al escrutinio público. Pues la opacidad es la condición de la doctrina del shock. Como advierte Ignacio Ramonet (El imperio de la vigilancia), en la era Internet, el control del Estado y las corporaciones privadas es extrema, desnudan literalmente nuestro cuerpo, espíritu y prácticas privadas en una suerte de escáner o radiografía compleja del cuerpo social.

Lo que está en juego

Si Julian Assange es eliminado por la CIA y los lacayos del imperio, la ventana abierta por Wikileaks para imponer la lógica de la confianza y la rendición de cuentas de los profesionales del silencio, en la era de la diplomacia Facebook, asistiremos impávidos al reino de la censura previa sin límites. Y a la criminalización de la pobreza, pues no es posible la acumulación por desposesión sin asegurar el control total del proceso de reproducción, así sea con la necropolítica, máxima expresión de la biopolítia contemporánea en la era de la fábrica social, o con la videovigilancia total. Ya Morozov ha demostrado el control férreo de este sistema contra los activistas de izquierda en las redes sociales. Pero algunos, como Yoani Sánchez, a sueldo del capital, al tiempo que considera demócrata a Donald Trump, cargan contra Maduro, Cuba o el gobierno plurinacional de Bolivia y niega la mayor y evidente lógica de captura e interceptación de las redes sociales por Estados Unidos. Cuando está comprobado, en los propios documentos del Pentágono, que la verdadera ciberguerra de nuestro tiempo no es solo un problema de seguridad sino la lucha ideológica por el código para legitimar el proceso de acumulación por desposesión y las instituciones que lo hacen posible. En palabras de Terry Eagleton, si los soviets han desaparecido, siempre nos quedarán los musulmanes, nacionalistas, indígenas o periodistas de investigación. La OTAN precisa conspirar contra todo enemigo potencial o imaginario. Solo así es posible la reproducción del orden y del progreso. El discurso securitario no tiene, en este sentido, otra función que legitimar la aporafobia y el uso ideológico del miedo para la reproducción de los medios de representación del orden reinante como legitimidad en el espacio público. Y ello, incluso, a condición de planificar y producir masivamente programas de terror mediático y militar, como viene exportando el poder sionista, para cubrir los objetivos imperiales, anulando todo resquicio de crítica y pluralismo informativo en la comprensión de los problemas fundamentales de nuestra sociedad.

Por ello, de acuerdo con Zizek, Assange representa una nueva práctica de comunismo que democratiza la información. Lo público sólo se salvará por la épica de los héroes de la civilización tecnológica. Y por ello muchos seguimos exigiendo su libertad: en Quito, desde CIESPAL, en Sevilla con su abogada Renata Ávila, en ULEPICC, en CLACSO con la Universidad y donde quiera que el lawfare siga criminalizando la verdad y la justicia social. Somos conscientes de que con la libertad del fundador de Wikileaks nos jugamos el futuro de la democracia y los derechos humanos. Ahí es nada.

Tomado de: Mundo Obrero

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La verdad siempre es revolucionaria: Arte, libertad de expresión y diálogo dentro del Socialismo

Anayansi Castellón Jiménez, Jefa del Departamento de Filosofía en la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas

Por Yunier Javier Sifonte Díaz

Desde hace varios días la Revolución Cubana vive un nuevo capítulo en su larga historia de ataques para destruirla. Acostumbrada a las tensiones y a la mentira contra ella, ahora enfrenta un intento de manipular el espíritu crítico de un país y mostrarlo como punta de lanza.

En medio de un escenario matizado por las insuficiencias de la economía interna, las inhumanas presiones del bloqueo estadounidense y la pausa impuesta por la COVID-19, toma fuerza un discurso que incorpora, junto a los reclamos de un grupo de artistas y creadores honestos, símbolos atractivos y falacias encaminadas a tergiversar la realidad de la Isla.

¿Existe libertad de expresión dentro del Socialismo? ¿Qué función tienen el arte y el artista? Para la Doctora en Ciencias Filosóficas, Anayansi Castellón Jiménez, dedicada durante años a los estudios sobre la ideología de la Revolución Cubana y Jefa del Departamento de Filosofía en la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas, responder esas interrogantes pasa por analizar el actual escenario desde el sólido corpus de la teoría marxista.

¿Cómo leer los acontecimientos de las últimas semanas?

Un análisis general del escenario actual debe partir de una idea fundamental: este es un asunto esencialmente político. Muchas veces noto cómo algunas personas lo entienden solo como una cuestión individual, dado por circunstancias muy particulares, y creen que todo terminará si se cumplen un grupo de supuestas «reivindicaciones». Creo que no es así y el examen debe hacerse con más profundidad.

Estamos hablando de posturas políticas. Ese es un elemento importante. Por tanto, es un tema de lucha de clases y de supervivencia del proyecto de la Revolución Cubana, que es un proyecto socialista. Ahí existe un primer elemento a tener en cuenta.

La segunda cuestión radica en las particularidades de nuestro país. Hay que preguntarse qué es Cuba, qué representa la Revolución y cómo ha sido sometida de manera permanente a un asedio de las fuerzas del imperialismo.

El tercer asunto tiene que ver con la construcción de una sociedad socialista que no es perfecta, pero que sí ha demostrado ser mejor que el mundo capitalista, porque garantiza mejores cuotas de justicia. En tal sentido, es una sociedad en formación permanente, con un grupo de errores —soluciones económicas, corrupción, burocracia o conducción de los procesos— en los cuales los revolucionarios debemos trabajar de forma permanente.

A menudo se escucha el término “libertad de expresión”. ¿Qué preceptos le dan forma y, sobre todo, qué hacer con esa libertad?

La libertad siempre estará coartada, en tanto sus límites están determinados por la clase en el poder. La idea de la libertad total, al igual que la de democracia, es una gran falacia. Usted siempre tiene cuotas de ella y límites para disfrutarla. Ahora bien, la libertad socialista es más libertad para mayor cantidad de personas, pero eso implica una responsabilidad respecto al resto de los ciudadanos y el cumplimiento de las normas sociales.

En un pequeño sector de Cuba a veces se nota una tendencia, propia del mundo globalizado, vinculada a un cierto espíritu pequeñoburgués. Se ve sobre todo en un grupo de personas que no están en condiciones de digerir o encontrar detrás de esas doctrinas su verdadera esencial. Porque la ideología que nos vende el capitalismo, la noción de su democracia mejor, su pluripartidismo y también su libertad de expresión, son falacias.

Es pura ideología, en el sentido marxista de verla como falsa conciencia. Se trata de «verdades» de una clase social que se intentan construir como verdad de muchas personas.

Por eso a veces uno ve reclamos inconsecuentes o que no tienen anclaje directo en nuestra realidad. No porque no tengamos libertad de expresión, sino porque nuestras formas de libertad son otras; no porque no tengamos democracia, sino porque nuestra democracia es distinta. Ese espíritu también flota en la plataforma sobre la que se levantan un grupo de “reivindicaciones”.

También se habla mucho de Palabras a los intelectuales…

Hay elementos descontextualizados y no leídos en su totalidad. La frase más conocida de ese discurso es “dentro de la Revolución todo; contra la Revolución nada”. Allí Fidel analiza cómo el artista es incluso más libre que en el Capitalismo, porque su arte deja de ser un objeto para el mercado. También establece cuáles son los límites de la libertad de expresión y de creación en el Socialismo, y dice que la única frontera es precisamente la vida de la Revolución.

Durante ese discurso Fidel habla de tres tipos de artistas o intelectuales. El revolucionario, convencido de que la Revolución y el Socialismo son los caminos. También menciona al que no apoya las ideas de la Revolución, pero que es honesto y no está comprado por nadie ni responde a intereses extranjeros.

Finalmente se refiere a los que no son revolucionarios, y además tampoco son honestos. Y justo ahí llega el “dentro de la Revolución todo; contra la Revolución nada”. Entonces, desde discurso se desprende que la Revolución tiene el deber de incluir y respetar tanto a los creadores revolucionarios como a los honestos. Ese sigue siendo hoy el límite de la libertad en Cuba, la supervivencia de la Revolución. Y es precisamente ese elemento uno de los que está en controversia por estos días.

¿Cuál es el papel del arte y del creador en el Socialismo?

El arte es una forma de la conciencia social. En ese sentido, también significa reflejar la realidad a través de otros códigos, y tiene un fuerte componente de la crítica, pero también de la espiritualidad. En el Capitalismo el arte se produce de forma más individual. En el Socialismo, en cambio, en tanto la producción artística se masifica y la cultura llega a una mayor cantidad de personas, adquiere un carácter más social, una mayor responsabilidad.

El arte además se nutre esencialmente de la cultura universal. Marx lo esclarece fácilmente cuando dice que la historia no es más que el paso de una generación que se levanta sobre la otra, y recibe de la anterior todo el acervo cultural de la humanidad. Por tanto, es inconsecuente un arte o artista que no conoce su pasado cultural, y que es incapaz de apropiarse de él, en primer lugar, para respetarlo, y luego para legitimar sus nuevas posturas culturales.

Ahora bien, este análisis va más allá. No es posible crear una plataforma política en Cuba si usted no respeta a la bandera cubana, que es parte de nuestra cultura. Pero, además, usted no puede inventarse un modelo que intente encontrar en los Estados Unidos —nuestro enemigo histórico—, un asidero político y económico. Si usted hace eso, está diciendo que el cubano es incapaz de pensar por sí mismo.

Padres fundadores de la nacionalidad cubana, como José Agustín Caballero, Félix Varela o José de la Luz y Caballero, nos enseñaron que podemos resolver los problemas por nuestra cuenta. Cuba tiene la capacidad suficiente para articular un proyecto de sociedad original y de nadie más, pero eso es imposible mirando al norte. Entonces te das cuenta que quienes defienden una agenda de injerencia desconocen toda la historia del pensamiento cubano, todo su acervo cultural.

¿Dónde quedan las fronteras entre el arte y la vulgaridad? ¿Quién legitima a un artista?

La vulgaridad y la marginalidad nunca podrán ser arte, así como las ofensas tampoco. Cuba tiene excelentes muestras de dirigentes, sobre todo del sector obrero, que no eran grandes intelectuales ni poseían un profundo dominio teórico de las cosas, pero eran personas educadas, formados en el civismo necesario para relacionarse con el mundo.

Justamente ahí aparece el límite con la vulgaridad, en ese dominio de la cultura. Una persona que irrespeta a quienes lo rodean, que grite improperios o recurra a obscenidades, no es un artista.

A un artista lo legitima su obra de calidad, consecuente con sus ideas y su época. Nadie más. A los intelectuales de la República, claves en el movimiento de ideas que derivó en la búsqueda de una nueva sociedad, ¿quién los legitimaba sino su propia creación?

El diálogo con aquellos intelectuales que no comprometen su obra con los enemigos de Cuba, ¿a dónde debería llevar?

Debemos utilizarlo para sacar lecciones sobre el presente y aprovechar la visión crítica de los jóvenes e intelectuales honestos para fortalecer el país. Como mismo tenemos muchas cosas bien hechas y de las cuales estamos orgullosos, también existen elementos por mejorar. En eso debemos trabajar, sobre todo para evitar que su permanencia cree más dificultades, resquemores o alimente la falta de unidad. Ese es otro asunto esencial.

Como mismo sucede con la idea de pensar por nosotros mismos, el tema de la unidad transversaliza el pensamiento de la Revolución Cubana, desde 1868 hasta hoy. Esa unidad también incluye el diálogo con los jóvenes que tengan preocupaciones justas, y juntos enfrentar a quienes pretendan la manipulación y tener manejos inescrupulosos en los asuntos de la cultura u otros aspectos sociales.

Junto a ello, podríamos recordar a Antonio Gramsci cuando hablaba de la construcción de la hegemonía, esa capacidad de construir consensos desde el poder. Es una idea por fortalecer aún más. No podemos temer hablar de nuestros problemas para resolverlos en función del Socialismo. Como decía el propio Gramsci en uno de sus periódicos, la verdad siempre es revolucionaria.

Otro teórico indispensable para los tiempos actuales es el Che Guevara, porque si alguien abogó por la crítica oportuna dentro de la Revolución fue él. Y al Socialismo le es dado el diálogo, porque es más democrático en tanto existe mayor justicia social. Ese es el resumen, poner a conversar a quienes quieren mejorar Cuba. A los revolucionarios y quienes no compartan algunas de nuestras ideas, pero sean honestos. Justo como dijo Fidel.

En el reciente debate entre varios creadores y autoridades de la cultura en el país, Alpidio Alonso decía que “Cuba debe ser un parlamento dentro de una trinchera”. ¿Esa es una de las claves?

Es parte de la clave. Siempre hemos sido una trinchera y en ella hay que velar por el bien mayor: la independencia de Cuba. Nosotros comenzamos a ser país el primero de enero de 1959. Adquirimos forma en el mapa de la vida económica, política y cultural del mundo en esa fecha. Pero eso nos ha costado una lucha permanente.

El Socialismo no elimina de golpe la lucha de clases. Es un fenómeno presente. Debemos saber que es un sistema justo y en constante peligro, tanto por las fuerzas de dentro como las de afuera. Y el camino del éxito está en luchar contra nuestras imperfecciones y contra el enemigo externo que siempre nos acecha.

Tomado de: Cubadebate

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