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Víctor Fowler: Viaje hacia el interior del conocimiento

Víctor Fowler. Poeta, ensayista, crítico e investigador cubano. (La Habana, 1960).

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

Es difícil enmarcar a un intelectual que apunta a ocuparse de las escrituras de un amplio diapasón de temas sustantivos. Es también, misión imposible afincarlo en los estrechos marcos de teorías inocuas, esas que descansan en baldas ancladas en los vórtices de la nada, dispuestas a legitimar la “filosofía” del menor esfuerzo y el trazo apurado. ¿Es pertinente poner en moldes los tesones de un hombre que apuesta por los pilares del pensamiento moral?

Enumerar los oficios que desarrolla mi entrevistado resuelve, en parte, la vistosidad del mapa intelectual que le distingue. Y, por otra parte, permite cartografiar la complejidad de sus empeños y las ganas de hacer de quién ha entregado mucho. Pero, claro está, no le basta.

Poeta, ensayista, crítico, columnista y escritor, entre otros deberes no reseñados en publicaciones y notas de un libro, a Víctor Fowler se le acaba de conceder, con total justeza, el Premio de Periodismo Cultural José Antonio Fernández de Castro (2023), que otorga el Ministerio de Cultura de Cuba. Entonces, se impone hacer recuento de su labor, de sus más descollantes resultados, a sabiendas de que con el tiempo habrá que sumar otros.

Este cubano forma parte de los que andan inquietos por la vida, de los que el tiempo no le alcanza. A fin de cuentas, todo queda en un suspiro que se diluye en los quebraderos del mar.

Se graduó en 1987 como Licenciado en Lengua y Literatura Española en el Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona, pero no le fue suficiente. Tampoco, trabajar en el Programa Nacional de Lectura de la Biblioteca Nacional José Martí o asumir la dirección de publicaciones de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, donde dirigió la revista digital Miradas.

Son también elegidos trazos de sus empeños, donde el lirismo y la metáfora cobran sentido para su vida, haber escrito más de una docena de poemarios acogidos por las editoriales Extramuros, Letras Cubana, Editora Abril, Ediciones Unión o Ediciones Matanzas.

Compulsar ideas, desanudar reflexiones y, lo más importante, avistar los horizontes imperceptibles que nos aguardan, resueltos con lúcida prosa para entendernos como nación, incluyen los cometidos y las escrituras de Víctor Fowler.

Todo este capital habita en papel impreso, en sus ensayos La Maldición. Una historia del placer como conquista (Editorial Letras Cubanas, 1998); Rupturas y homenajes (Ediciones Unión, 1998); La lectura, ese poliedro (Biblioteca Nacional José Martí, 2000); Historias del cuerpo (Editorial Letras Cubanas, 2001); Paseos corporales y de escritura (Editorial Letras Cubanas, 2013) y Caminos nuevos (Letras Cubanas, 2019), al que se le otorgó el Premio de la Crítica 2022. También, en plurales publicaciones periódicas.

Ante la urgencia de atrapar sus palabras en unas pocas cuartillas y, contribuir a su justa visibilidad como hombre de ideas, en medio de tanta frivolidad y palabras huecas que nos acechan, comparto las reflexiones de un colega, al que me une, entre otros asuntos, las letras sobre lo más sustantivo y auténtico del cine.

—Poeta, ensayista, periodista. ¿Solventas esas dispares escrituras, desde una idea planificada o te aflora lo espontáneo como acto de legítima creación?

—Creo que de forma mezclada. El ensayismo exige una perseverancia dura, como la de corredores de larga distancia que a diario se entrenan (hace poco vi un documental al respecto) en las condiciones más duras. En mi caso, se trata de los centenares y, a veces, miles de páginas que debo revisar y leer para escribir un texto. Comprar, comprobar, analizar, marcar, extraer, tachar, seleccionar, conectar… es un esfuerzo enorme y agotador; aunque, a decir verdad, también alegre, divertido, en cada nuevo descubrimiento que uno mismo va haciendo al mismo tiempo que avanza la escritura. La poesía, por su parte, unifica el arrebato con cierto diseño. Lo primero es una especie de disparo hacia la emoción y con ello me refiero al momento en el cual una imagen, una frase, una sonoridad o sensación provocan ese extraño cortocircuito inicial, seminal, para el poema); lo otro, la angustia del diseño, corresponde a las horas, días, semanas —en ocasiones se puede demorar años— en los que ese pequeño elemento original se instala en el cerebro y allí te acosa, persigue, reaparece en los momentos más inesperados, abruma y exige diseño, proyecto, plan y solución.

“Es increíble, cuando se observa de lejos, todo lo que hacemos (¡a la misma vez!) para la escritura del poema, pues tenemos que “resolver” problemas de sonoridad, sintaxis, significado de las palabras, organización estrófica, relaciones con el entorno inmediato, con la tradición nacional, el ámbito de la lengua y con la literatura universal.

“Dejé para el final el periodismo para destacar que aquí se agrega, a todo lo que antes señalé, la tremenda tensión dialéctica que impone la inspiración que ya sabemos, la obsesión que persigue, el sufrimiento para encontrar la estructura adecuada al contenido que se desea expresar, más la obligación de no sobrepasar la cantidad de líneas que nos fueron asignadas y el dictado (verdadera hacha sobre la cabeza) de la fecha de cierre. Para colmo, mientras mayor alcance se proponga periodista y periódico, más exigencia habrá en cuanto al uso de lenguajes altamente comunicativos a la vez que la intención de compartir y movilizar ideas socialmente significativas.

“En mi caso, lo mismo se alternan que se entrecruzan; al menos, eso quisiera”.

—¿De cuáles zonas del escenario cultural cubano te nutres más para el ejercicio periodístico? ¿Por qué?

—Esa pregunta es difícil porque me fascina todo o, en general, la dinámica de los procesos culturales en toda su extensión; dicho de otra forma, lo mismo las particularidades de “hechura” de una película, cuadro o libro que los flujos y fuerzas que modelan el consumo o la interpretación. Amo la capacidad creativa humana, en el campo cultural en este caso (y toda creación, uso, adaptación, consumo) es hecho de carácter cultural. Creo que mis preguntas de siempre son: ¿por qué? ¿cómo? ¿para qué? ¿en beneficio de quién? ¿con qué intención? ¿qué no podemos ver? ¿qué se oculta detrás de lo evidente? ¿cómo son establecidas las conexiones?

—¿Qué tiempo le reservas a la lectura? ¿Cómo construyes tus prioridades de este capítulo y hacia donde apuntas con esa praxis?

—Leo en cantidades demoledoras y apabullantes. Sobre temas tan diversos que apenas consigo definir cuáles. Tal vez debo destacar la teoría literaria y, en general, del arte y la cultura; el cine; la poesía y la narrativa. En los tres a cuatro idiomas en los que puedo, con mejor o regular aprovechamiento; a veces utilizando servicios de traducción, que los hay gratuitos para suerte de gente como yo, y hasta imaginando las palabras. De lugares abiertos y transparentes; o de vericuetos bien enrevesados de la red global. Me suelen sorprender altísimas horas de la madrugada bien sea leyendo o intentando descargar algún texto para revisarlo más tarde; de hecho, ha habido ocasiones en las que la evidencia de claridad me indica que amaneció y allí estoy, en mi pequeña atalaya. Así mismo, no son pocas las ocasiones en las que tanto intento hacer que el agotamiento se encarga de vencer y termino, como decimos los cubanos, completamente “derrengado” en el sillón o con la cabeza encima del teclado de la laptop.

—En tus trabajos ensayísticos y del periodismo se avistan los pilares de la poesía. ¿Compartes esta mirada o padezco de daltonismo literario?

—La poesía cruza y permea todo. Allí se funden la interrogación por la verdad y la búsqueda de la belleza. Es tan difícil, bajo estos presupuestos, comenzar un texto como concluirlo en un fin que —en esencia— nos invita a una apertura: el viaje hacia el interior del conocimiento. Por cierto que, nunca acabado.

—Como necesaria practica social y cultural, la lectura ha ocupado recicladas líneas de tu labor intelectual. Sobre esta permanente urgencia, ¿cuál es el horizonte que no podemos perder?

—Leer ha sido una de mis formas favoritas para entregar y recibir amor. Gracias a la lectura he recorrido lugares imposibles y mágicos, reales o imaginarios; interactuado con grandes personajes y sus historias, los he escuchado, visto, casi que estado “ahí”. Pero también he podido conocer, evaluar, enjuiciar, integrar a mi quehacer y conceptos sentimientos, posiciones, enseñanzas, valores. La lectura ha sido mi gran acompañante, de horas mejores o peores, de lo alto y lo bajo.

“Para colmo, me tocó trabajar —durante años— como especialista del Programa Nacional de la Lectura, carne de mi carne, y entonces me atrevo a decir que si hay algún horizonte que no podemos perder es aquel que aparece cuando la lectura es juego, descubrimiento, alegría, búsqueda, voluntad de diálogo, confirmación de la raíz y salto en dirección al mundo. Refinamiento del lenguaje y de las ideas. Reproducción y producción de belleza. Más y siempre más”.

—Se estila organizar el periodismo por zonas temáticas. ¿Compartes estas fragmentaciones? ¿Por qué?

—Las comparto y las departo: manera esta de responder(lo) en serio y en broma. Un periodista puede tener su punto fuerte en un área determinada (por ejemplo, el periodismo deportivo). Imaginemos que hace una tremenda presentación —llena de emociones, conocimiento técnico y proposiciones creativas— acerca de un gran partido (de pelota, fútbol, voleibol, competencia de atletismo o gimnástica, etc.)

“¿Prestaron atención a que dije “conocimiento técnico”? Cuando se trabaja a primer nivel, ¿de qué otra manera obtenerlo, sino mediante el empleo de centenares de horas en la recopilación de informaciones, el rastreo y depuración de archivos (de texto, audio o audiovisuales), el establecimiento de redes de contacto con colegas del más alto grado de reconocimiento? En este sentido, en tanto crezca el grado de profesionalización, entonces va a ser más visible una suerte de división en parcelas (temáticas) para la profesión periodística.

“En paralelo a ello, la condición transversal de numerosos temas hará que sea posible —a lo largo de campos diversos— generar escritura a propósito de problemas que, de una u otra forma, se manifiestan en todos; ello obliga, sin duda, a una muy sólida formación y al procesamiento de cantidades muy grandes de información que, además, tendrá que provenir de diferentes fuentes y campos. Transformar dicho proceso de investigación y filtraje en textos de valor periodístico es ya un tremendo desafío.

“Ahora, en un tercer lugar estará el trabajo de aquellos pocos que lo mismo pueden desarrollar su trabajo en terrenos de estricto análisis del espacio político internacional que a propósito de procesos culturales del país (por ejemplo, la necesidad de avanzar hacia mejores versiones de los carnavales habaneros) o consiguen centrar atención en la estructura de la más reciente de nuestras telenovelas. Respeto y celebro esa tremenda amplitud de intervenciones posibles, a la que considero en una especie de escalón privilegiado”.

—¿Cómo dibujarías los roles y cometidos sociales de un periodista que aborda la cultura artística y literaria?

—A mi entender, un periodista que aborda la cultura artística y literaria es: a) un intérprete de los procesos del arte y la cultura, en todas sus dimensiones, en el país donde vive; b) un traductor e introductor de los principales logros y flujos del arte y la cultura que lo rodea en los ámbitos regional, de la lengua, de la geografía política a la que pertenece dentro de las escalas planetarias y a nivel global; c) una figura de diálogo, suerte de conector para los públicos nacionales (comprobados o posibles).

“Esta conexión, en primer lugar, se verifica en el encuentro de las directivas, lineamientos, proposiciones, diseños, aplicaciones, logros o errores de las políticas culturales dentro del país. En paralelo, cosa que interpreto como una especie de variedad en esto de elegir primeros lugares, los roles y cometidos sociales del periodista igualmente se manifiestan cuando —en un abanico que abarca desde la defensa airada hasta la interpretación sesuda— le toca trasladar, comentar, explicar, experiencias de otros mundos e insertarlas en el propio o proceder en dirección contraria.

“El periodismo traslada al texto realidades y esperanzas, verdades, sueños, opiniones críticas y logros. Todo, todo”.

—¿Hay periodistas en tu familia?

—Si bien en mi familia destacan los maestros de escuela y los zapateros, también los hubo con profesión periodística entre los más cercanos. Una prima de mi madre —lo cual, dentro del modelo familiar “de antes”, la convertía en más o menos mi tía-abuela, por tener mayor edad que mi madre— se casó con el periodista Tomás Borroto Mora, quien trabajó para el periódico Hoy y más llegó a ser, si no recuerdo mal, jefe de redacción en Radio Reloj; de él es la página, mil veces vista, en la que se anuncia que el líder azucarero Jesús Menéndez fue asesinado. Allí, en esa casa (que estaba en la esquina de la mía), aprendí a leer y escribir, además de la aritmética básica y tal cosa me permitió (no sé si ello se puede hoy), hacer exámenes de fin de curso y “saltar” desde el pre-escolar hasta el segundo grado. Además de ello, Alejandrino, uno de los hermanos de Tomás, fungió como Secretario de redacción de una revista hoy día olvidada que llevaba por título (como toda una declaración acerca de la esencia de la profesión que dignificaba), nada menos que “Medicina y Cultura”. Más en el borde exterior de las influencias se encontraba el cuñado de mi prima Luz María, hija de Tomás, nada menos que Rosendo Gutiérrez Román, director durante años del semanario Palante. Eso es parte del ambiente en el que crecí y, en consecuencia, de los quehaceres que vi y los temas que, a mí alrededor, escuchaba desde niño.

—Has estado enrolado en varios proyectos editoriales. ¿Cuáles son los que más satisfacciones te han proporcionado?

—De los proyectos editoriales en los que participé me complace destacar cuatro. Junto con el poeta Omar Pérez López (además, traductor, ensayista y periodista), encabecé (a fines de los 80, del pasado siglo) la nave de Naranja Dulce, entonces Suplemento Cultural del mensuario El Caimán Barbudo. Dirigí la Revista Miradas, de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, en su época digital. Más tarde, concebí y di nacimiento a la Revista de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano (esta, también en versión electrónica) y, finalmente, también me tocó ser parte de quienes condujeron los primeros momentos de la Revista EnVivo, del ICRT.

—¿Qué experiencias te dejó dirigir la revista Miradas, de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños?

—Para empezar, fue un desafío enorme; basta recordar que, pocos años antes, en época de menos dificultades para la impresión en papel, la revista había sido dirigida por Ambrosio Fornet. Señalo siempre como la gran figura de la Miradas digital a Julio García Espinosa, quien me apoyó en cada segundo de realización de esta que nos propusimos. Por lo demás, como siempre hago cuando me toca hablar de esta revista, tengo que poner en primer plano el extraordinario empeño y amor que, para ello, pusieron los miembros de mi entonces equipo: Dean Luis Reyes y Joel del Río, quien escribían, traducían y pensaban la publicación junto conmigo; nuestra más que mecanógrafa estelar, Teresa Díaz; así como el informático Mario Mayor. Sin eso, presidido por los interminables diálogos y aprendizajes con Julio, no hubiese habido revista.

“De esta forma, la primera experiencia sería la del amor al cine y la del trabajo en equipo. Junto a eso, la idea, necesidad, convicción y voluntad de que el cine (más bien, la producción y los problemas de la representación audiovisual) están profundamente imbricados con las identidades nacionales y grupales, los proyectos políticos, las luchas de los sujetos por el alcance de la igualdad real. Esto implica que lo están con los pasados y su comprensión, en las diversas culturas, así como con los caminos presentes y futuros de ciudadanos, estamentos, países y regiones. Investigamos y conectamos con cinematografías, autores y críticos de países que nos ayudaron a conformar un espectacular mapa de la producción contemporánea. Allí está la docena de números de la revista que alcanzamos a publicar.

“Además de ello, el concepto de “cine” que allí defendimos incluyó tanto la producción “de industria” como la experimental; lo hecho para ser visto en salas de exhibición y las producciones televisivas; el cine y la televisión; la animación, el documental y la ficción; el acercamiento a los oficios, al análisis institucional y de los consumos; pero también —a tono con lo experimental— nos propusimos explorar bordes de la imagen, como lo pertinente a la representación digital, los videojuegos, etc.”.

—Te propongo listar las urgencias del vasto campo de la política cultural de la Revolución Cubana. De todas ellas ¿Cuáles apuntan a ser tus prioridades?

—Identificación, promoción y desarrollo del talento de (y en) espacios vulnerables y desfavorecidos; muy en especial en las denominadas comunidades en transformación. Promoción del talento y las obras de creadores del arte, la literatura y cultura nuestra en el mundo. Conocimiento de obras, personalidades creadoras y corrientes artístico-literarias y culturales de países del circuito del alto desarrollo primer mundista. Conocimiento de obras, personalidades creadoras y corrientes artístico-literarias y culturales de países del circuito (en todas sus variantes posibles) del sub-desarrollo. Fortalecimiento de la identidad nacional, los ideales de independencia, el impulso hacia el desarrollo, los proyectos de justicia social de la revolución cubana y su esencia solidaria e internacionalista en la arena global. Introducción de la más profunda cientificidad en la dirección, control, análisis y toma de decisiones a propósito de los procesos culturales en el país. Voluntad de satisfacer las demandas de los públicos y enriquecer sus opciones de esparcimiento, aprendizaje y, en general, consumo cultural. Reconocer el sacrificio de las generaciones mayores y escuchar y abrir espacios de participación a las más jóvenes.

“Si tuviese que retirar alguna, la verdad que no sabría cual; de modo que pido excusas, pero es que siento que hay que hacerlo todo y con la misma fuerza: a la vez”.

—En la geografía cultural cubana habitan esenciales narrativas, relatos, gestas y personajes que nos engrandecen como nación, pero muchas de ellas son socializadas con “socorridas” etiquetas. ¿Qué variables impulsan esta indeseada aritmética? ¿Cómo torcer esta cuadratura simplificadora de la comunicación social?

—Los problemas de comunicación social que mencionas son tan evidentes y están tan ahí (es decir, son tan visibles y palpables) que la única forma de cambiarlos, mejorarlos o superarlos es hacerlo. La vaciedad retórica, las arquitecturas formulaicas, la vaciedad de los triunfalismos, la combinación de incultura y sobreideologización no pueden ser reparadas ni maquilladas (para que luzcan mejor), sino que sólo admiten su eliminación: su sustitución por los quehaceres y reglas de un orden creativo nuevo fundando en la búsqueda y representación de la verdad.

“Ahora, una verdad radical, que esquive y se oponga a toda manipulación e instrumentalización que aligere el contenido, y que profundice en las opciones emancipatorias del sujeto humano”.

—Los comportamientos racistas anclados en la sociedad cubana, son también parte de tus urgidas preocupaciones. ¿Cómo ha de evolucionar el relato periodístico contemporáneo para responder, con certeza y lucidez cultural, a estos comportamientos execrables?

—Según veo, esa evolución no puede sino verse traducida en conocimiento cada vez más profundo de las diversas formas de la presencia del racismo; conocimiento de la Historia y de la teoría, pero en compañía al conocimiento y expresión, en el texto, de lo que a diario sucede a nuestro alrededor con los temas de racismo y discriminación: en el país nuestro y en el mundo.

“O sea, la presencia de cualquier caso que podamos calificar como racista —justo por lo execrable— es buen ejemplo de algunos de los momentos que merecen ser esperados del mejor periodismo: a) reflejo, noticia, información acerca del acontecimiento; b) análisis profundo de lo sucedido, con uso de fuentes confiables y de alto valor; c) toma de posición ante el asunto; d) exploración y/o propuesta de caminos para la no-repetición del hecho o para su superación; e) revisión periódica del estado del hecho o ambiente donde tuvo lugar el hecho que convocó la intervención periodística”.

—En el Diccionario de conceptos de Alejo Carpentier, preparado por ti y Carmen Berenguer, el adjetivo aparece en el primer pliego. Te lo recuerdo: “Algo más que aconsejaría siempre a los jóvenes escritores: cuidado con el adjetivo, son las arrugas del idioma. Lo que más envejece es el adjetivo, hasta el punto, que ciertos tránsitos de la literatura se caracterizan por una utilería de adjetivos, un almacén de adjetivos…”. Esta tesis, de este cubanísimo, entronca con la práctica periodística. ¿Habitan en el periodismo cultural cubano actual una amalgama de adjetivos que parecen más adorno que esencias? Si estás de acuerdo con esta interrogación, ¿qué variables sustentan este dibujado escenario?

—El adjetivo es un instrumento hermoso para el idioma. De una parte, contribuye a mostrar la complejidad de un panorama o problema, ya que enseña grados y niveles, claridades o sombras, solidez o fragilidad. El adjetivo puede, desde esa óptica, otorgar a los textos una especial riqueza y atractivo. Del otro lado, cosa esta típica y real marca de identidad del triunfalismo, el adjetivo se acumula en pirámides gigantescas y abrumadoras para decir(nos) nada; es un conjunto vacío, uno de los vehículos favoritos de las peores retóricas. Todo depende del fondo y la intención.

—Con Minidiccionario del mundo de hoy, arropada en el diario Granma, apuntas hacia un amplio campo de tópicos. ¿Tienes reservada una batería de asuntos para este espacio? ¿Qué puntos de mira persigues con estas líneas resueltas con variados acentos?

—Con el Mini-diccionario, tal como avisa la coda (del mundo de hoy), intento aproximarme a conceptos que, en la medida que se vayan sumando, deben operar como herramientas para “desarmar” la realidad que nos rodea y avanzar en su comprensión. Tengo, sí, decenas de tópicos que me gustaría desarrollar y es terrible el compromiso. Primero, porque sólo dispongo de unas cuarenta líneas en Arial 14 para presentar, de manera comprensible y que invite al lector a seguir su propio camino de conocimiento, un tema. Segundo, porque —para poder hacer esto con profesionalidad y respeto— debo en ocasiones revisar no menos de una decena de textos; es decir, ha habido veces de casi dos centenares de páginas para hallar la cita exacta o el matiz que justifica la idea. O sea, no sólo debo leer, sino encontrar esos textos que, junto con el ser muy actuales, deben de responder a un reconocido primer nivel académico-profesional. Cuarto, porque el espectro temático a incluir es apabullante; suerte que no se trata de una tortura que estoy obligado a cumplir, sino que, en el camino, aprendo y disfruto. Quinto, porque en cada caso trato de colocar debajo una bibliografía (por desgracia, no hay espacio para reproducirla en la versión impresa del periódico, sino sólo en la digital) actualizada para quienes quisieran ir más lejos que la breve conceptualización que ofrezco. Sexto, porque también es presentada una lista de términos relacionados con el que es objeto de análisis en cuestión; de esa manera, es de esperar que —al servicio de esas lecturas del presente— se vaya formando un tejido conceptual entre los lectores.

—Con Una aventura en Harvard, 1900: Los maestros cubanos, que encabeza tu libro: Caminos nuevos (Editorial Letras Cubanas, 2019), retratas los antecedentes de sucesivas administraciones de los EE.UU. en hacer una labor de zapa ideológica contra los pilares que nos distinguen. Poniendo este cuadro en la contemporaneidad ¿Qué falta por hacer, en nuestro periodismo cultural, para socializar nuestro capital simbólico ante permanentes arremetidas que laceran los cimientos de la nación?

—Pregunta difícil y con aristas múltiples. Pero ya que responder toca, me atrevo a decir que nada es más importante que estudiar, analizar, descomponer la composición de esas “permanentes arremetidas” y entonces, desde allí, con esa pasión de ciencia, preparar y circular las respuestas e intervenciones adecuadas al efecto.

“Dado que, en cualquier situación, experimento descontento cuando se imponen tendencias que privilegian los comportamientos reactivos, creo que debo explicar que prefiero y celebro aquellas intervenciones que se proponen ir mucho más allá que el desafío; esto es, ser creativo, plantar bandera, proponer, apropiarse de lenguajes, modificarlos, inventarlos.

“Ahora, sólo se puede combinar invención con identidad cuando hay un conocimiento amplio de las mejores creaciones de la cultura universal en toda sus épocas, geografías, amplitud temática y, en general extensión, junto con un conocimiento e identificación tales con la raíces culturales del país, al punto de que el mantenimiento de su soberanía e independencia se han tornado parte de la identidad misma que se reivindica.

“Sólo el amor al conocimiento y a la más radical justicia pueden animarlo”.

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Celebración de la fantasía

Por Eduardo Galeano

Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca de Cuzco. Yo me había despedido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar, enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía darle la lapicera que tenía, porque la estaba usando en no sé qué aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano.

Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado: había quien quería un cóndor y quien una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas y no faltaban los que pedían un fantasma o un dragón.

Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba más de un metro del suelo me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:

-Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima- dijo.

-Y ¿anda bien?- le pregunté.

-Atrasa un poco- reconoció.

Microrrelato escrito por Eduardo Galeano que aparece en su obra El libro de los abrazos.

Tomado de: El Viejo Topo

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El cine de la devoción

Autora: Nathaniel Dorsky

Uno de los grandes retos del arte siempre fue transmitir lo inefable, lo que no puede describirse ni aprehenderse con el lenguaje, aquello que no se alcanza a través de las palabras. A veces éstas pueden funcionar como trampolín, como la pregunta de Benjamin Péret que recordaba Buñuel en sus memorias:

«“¿Verdad que la mortadela está fabricada por ciegos?” Para mí, esta afirmación, en forma de pregunta, es tan verdadera como una verdad del Evangelio. Por supuesto, algunos pueden encontrar absurda la relación entre los ciegos y la mortadela. Para mí, es el ejemplo mágico de una frase totalmente irracional que queda brusca y misteriosamente bañada por el destello de la verdad».

Toda su obra parece estar contenida en ese paisaje de relaciones, iluminado por una pregunta sin respuesta, que se abre para cada receptor. Su fuerza viene de la imposibilidad de ser descrito o explicado. Pero también puede suprimirse directamente toda relación con el lenguaje. El cine de Nathaniel Dorksy hablará así, con imágenes y tiempo, sin lenguaje ni sonido, sobre verdades inefables a las que jamás se hubiera pensado que existía un acceso, y que por lo tanto jamás podrían ser compartidas. Cerca del comienzo de El cine de la devoción, Dorsky narra una anécdota que nos resulta familiar y que adquiere una gran fuerza por su unión conceptual con lo religioso: a la salida de una proyección de Viaggio in Italia (Roberto Rosellini, 1954), todos los espectadores abandonaron la sala en absoluto silencio de modo que, en el ascensor que los llevaba a la calle, había desaparecido la típica incomodidad que se genera al compartir el espacio con extraños. La película actuó como una especie de comunión laica al mostrar que ciertas verdades íntimas e inexpresables eran vistas y comunicadas, puestas en común, por un cineasta.

En esta forma de contar, a través de lo que se ve en un ascensor, una especie de conexión espiritual, e incluso en el mismo estilo con el que está escrito el libro, vemos también hasta qué punto Dorsky forma parte de una tradición de pensamiento netamente estadounidense, iniciada a mediados del siglo XIX por R.W. Emerson al apadrinar un movimiento trascendentalista que buscaba centrarse en lo familiar y lo sencillo. Al igual que la prosa de El cine de la devoción no esconde en ningún momento su origen oral (la revisión de una conferencia en la Universidad de Princeton) y maneja conceptos elevados desde ese tono, su autor plantea que la búsqueda de lo espiritual ha de realizarse siempre desde lo común y lo más cercano. Estos elementos no pueden ser simplemente materiales para construir algo, sino que el armazón teórico debe construirse para aclarar o proteger esa materia.

Así, en su cine, todo lo filmado adquiere la condición de sagrado. Una camisa, un cristal o un puñado de arena, objetos que quizá hayan perdido su valor, deslucidos ya por las presiones impuestas por las costumbres sociales sobre aquello que debería parecernos importante. En otro de los momentos más memorables del libro se nos invita a mirarnos las manos y pensar en la complejidad y la variedad de las acciones que pueden llevar a cabo, en las particularidades de esta herramienta tan completa, también en su belleza estética. La relación con esas manos que estaban sujetando el libro en una acción inconsciente se reconfigura para el lector de la misma forma en que intenta hacerlo Dorsky con el cine, devolviendo a todo aquello que registra la cámara su valor real, obviando aquel de cambio que lo acompaña y adultera (en términos económicos dentro de la sociedad capitalista, pero también en lo cinematográfico cuando se trata de esos objetos colocados frente a la cámara sin ser realmente observados, sólo para servir de fondo de una narrativa verosímil). Lo sagrado es siempre intocable, inconmensurable por sí mismo. La necesidad de subrayarlo o mancharlo con ideas sería una profanación. Convertirlo en símbolo de algo más sería despreciarlo; aprovecharlo para construir un discurso ajeno, imponerle un sentido externo a sí mismo sería utilizarlo, reducirlo a una pobre posición de herramienta para un fin mayor.

En la introducción a su excelente entrevista con Nathaniel Dorsky, Scott MacDonald recuerda una interesante polémica:

«Hace algunos años, Stephen Holden declaró que para American Beauty (1999) Sam Mendes se había apropiado de “una imagen (y toda una estética de la belleza) de Variations (1998) de Nathaniel Dorsky, en la que la cámara admiraba una bolsa de plástico movida por el viento” (New York Times, 9 de octubre, 1999). Dorsky recuerda que recibió una llamada de alguien que trabajaba en la producción de American Beauty preguntando cómo podría ver la película, aunque no está convencido de que se hubieran “apropiado” de su plano; hay imágenes similares y anteriores en todas partes, tanto en la poesía como en el cine».

Más interesante que la enésima discusión sobre las deudas del cine comercial con la vanguardia estadounidense podría resultar fijarnos en cómo se presenta ese plano en su nueva vida. La escena llamó rápidamente la atención y se convirtió en la imagen más comentada de la película: el plano de la bolsa de plástico (cuyos movimientos, por supuesto, son mucho más marcados y espectaculares que en la película de Dorsky: sube, baja, hace volteretas) es presentado por un personaje con la frase: «¿Quieres ver lo más hermoso que he grabado?» y acompañado por una evocadora melodía en piano de Thomas Newman. El personaje continúa explicando el momento tan especial en el que se recogió la imagen, y comunicando a la chica lo que significa para él: «Es entonces cuando me di cuenta de que hay toda una vida detrás de las cosas…».

En la superficie el plano es el mismo, pero sólo ahí, no hay más relación; quizás por eso Dorsky niega rápidamente su filiación. A lo largo de su texto, Dorsky invoca una y otra vez imágenes que sí comparten, en todos los niveles señalados, sus mismos principios en el contexto de un cine narrativo. El sombrero de un oficinista filmado por Yasujiro Ozu, o el pañuelo de una esposa filmado por John Ford no son sublimados, ni son el símbolo de algo que los transfigura; en todo caso serán esos objetos, en sí mismos, los que tengan tanto poder como para cambiar algo, para conseguir despertar una emoción.

Es tal la claridad y firmeza de sus ideas que, tan sólo con la lista de películas mencionadas en su libro, el lector podría imaginarse todo aquello que se defiende y el tipo de cine que realiza; aunque puede que fuera con la misma certeza, resbaladiza e imposible de explicar, que aplaudía Buñuel. Al reunir y asociar comparativamente estas películas, Dorsky muestra las coordenadas de un cine de la devoción en el que se inscriben sus propias obras. En el paso final del montaje, los objetos sagrados de su cine se unen preservando ese misterio de una relación que no puede expresarse (y quizá para poder explicitar el mensaje, Mendes no pudo montar la bolsa de plástico junto a nada más) pero que hace sentir su efecto con la fuerza del salto de verso en un poema, o una pincelada y un cierto tipo de color en una pintura abstracta. Ozu filma a una madre y un hijo que se abrazan, y corta a una chimenea que expulsa humo negro. Lo hemos comprendido.

Miguel García en Cinema Comparat/ive Cinema

Tomado de: Lumière

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Por los senderos de la literatura y el cine

Imagen Gaceta UNAM

Por Teresita Padrón de la Paz

Un extenso material cinematográfico ha tomado como referencia obras literarias, y también desde las letras se establecen relaciones con el audiovisual. El cine dentro de la narrativa ha constituido tema recurrente, debido a que muchos escritores se han dejado seducir por el séptimo arte y han incorporado recursos típicamente cinematográficos. Esto no es exclusivo de las narraciones, ámbitos como el de la poesía o el teatro también se han enriquecido en este intercambio.

En el panorama contemporáneo, donde los vínculos entre las artes son frecuentes y complejos, el proyecto de una Valoración Múltiple sobre literatura y cine en Latinoamérica y el Caribe, propone una mirada detenida sobre este fenómeno. A través de la recopilación de estudios significativos en el territorio, el libro espera constituirse como punto de referencia para el investigador. Además, debido a la estructura del volumen y al amplio período que recoge, se permite el tránsito coherente por la diversidad de perspectivas con las que se han abordado estos estudios desde el surgimiento del cine hasta la actualidad.

El proyecto permite ahondar, por ejemplo, en el período de las vanguardias mediante artículos como “Cagliostro: Una novela-film de Vicente Huidobro”. En él se analiza la incorporación de las técnicas del cine a la escritura que “(…) dará como resultado la modificación radical de las convenciones representativas de esta última y el surgimiento de (…) la novela film”[1].  En este examen, ningún intersticio parece quedar oculto a la mirada atenta de la autora. Las conexiones con la cinematografía expresionista, las miradas de los personajes, la similitud entre las escenas relatadas y la estética cinematográfica, los vínculos con el cine mudo, el juego paródico, el imaginario en torno al cine, el narrador/presentador y el lector/espectador, todo ello se aborda con una clara argumentación y ejemplos contundentes.

Por otra parte, textos como “Percepción háptica y narrativa sensorial en el ciclo del río de Gustavo Fontán”, brindan una perspectiva de análisis poco común en el terreno de las relaciones literatura-cine. Las producciones de Fontán (La orilla que se abisma y El limonero real), inspiradas en la poesía de Juan L. Ortiz y la novela de Juan José Saer respectivamente, se revisten de un hálito poético, predomina una afectividad particular por encima de una narración más objetiva. Ellas “(…) parten de una tradición literaria fluvial (…)”[2] y exploran “(…) las relaciones entre sujeto y paisaje a través de las dimensiones sensoriales propias del cine”.[3] Para el estudio atento de los textos (literarios y fílmicos), la autora se aleja de las teorías menos provechosas sobre la “adaptación”, elige el vocablo “transposición”. El enfoque presentado despoja a este trabajo de las antiguas polémicas sobre la fidelidad cinematográfica. Se prefiere poner “(…) el acento en el proceso creador que se opera en el pasaje del medio literario al medio fílmico (…)”[4]. La libertad creativa es lógica, debido a que se establece un diálogo, no una influencia. La intertextualidad rige el procedimiento, no se trata de “traducir” el poema o la novela a la gran pantalla.

La orilla que se abisma (2008), es analizada por Irene Depetris como “(…) apropiación visual y sonora de la poesía de Ortiz.”[5]. El detenido examen de la autora permite comprender los filmes que, más allá de presentar una narrativa determinada en el entramado cinematográfico, intentan generar la estética de un poema.

La configuración del paisaje en estas producciones cinematográficas, revela una dimensión no solo óptica, sino también háptica, una experiencia sensorial. Para ello, el director se apoya en diversos procedimientos. La cámara detenida en los elementos del ecosistema fluvial y las superficies, los sonidos, el movimiento, las imágenes granuladas que permiten la activación de otros sentidos en el espectador, los cambios de foco, entre otros recursos, son revelados por el estudio, conjuntamente con su funcionalidad.

Las investigaciones que permiten este tipo de aproximación al objeto de estudio se develan como escasas respecto a las centradas en reflexionar acerca de la novela y el filme en una línea más tradicional. Aún más exiguas resultan aquellas que examinan la relación de una obra documental desde esta perspectiva.

“Procedimientos cinemáticos en la narrativa de Edmundo Paz Soldán: Norte (2011), Billie Ruth (2012) e Iris (2014)”, examina la influencia de los medios de comunicación de masas (televisión, internet, etcétera). En la novelística contemporánea es cada vez más cotidiana la presencia de los mass media. Resulta interesante comprender cómo tributan a una cultura de la visualidad que germina con las grandes pantallas cinematográficas. En esta red de imbricaciones se tejen las obras de Soldán en las que propone indagar el estudio. Como bien subraya el autor: “(…) la producción literaria de Edmundo Paz Soldán (es) un ejemplo paradigmático del trasvase de procedimientos audiovisuales a la narrativa escrita.[6]”

Se examinan los recursos utilizados en cada obra. José Seoane divide el escrito en tres partes: a) ámbito referencial: intertextualidades, b) punto de vista: ocularizaciones y auricularizaciones, y, c) nivel topográfico: disposición del texto y signos ortográficos. En cada uno de los apartados se argumenta y ejemplifica cómo se relacionan estos procedimientos (presentes en la narrativa de Soldán) con una cultura audiovisual que penetra al ser humano contemporáneo. No se hace solo alusión al cine, se manifiesta la presencia del cómic, la prensa escrita, internet o tecnologías más avanzadas como los hologramas o la realidad virtual.

Este artículo brinda un panorama de la “herencia cinematográfica” en la actualidad. La presencia del cine no es tenue, se hace constante, pero no se oculta tampoco el cambio en los dispositivos de consumo del filme o la alternancia con otros medios. Es importante considerar el aporte del ámbito cinematográfico a nuestro entorno, su evolución y complejidad en la época actual. La exploración de estas sendas investigativas conduce a un entendimiento aún más amplio de fenómenos contemporáneos.

“Traducción, adaptación y fábulas del “Yo”: un diálogo entre el cine y la literatura del Caribe anglófono” tiene como objetivo explorar los vínculos entre el cine y la literatura y su importancia “para el desarrollo identitario del Caribe angloparlante”[7]. En una primera parte, el trabajo se centra en el espacio literario. El autor demuestra mediante varios ejemplos cómo la narrativa de la región en la época posterior a la independencia se ha nutrido de códigos cinematográficos para “dramatizar la búsqueda del nuevo “yo” poscolonial”[8]. En The Dragon can’t Dance, novela de Earl Lovelace, el protagonista se refugia en los cines de barrio y siente en su interior la fortaleza de los héroes de westerns después de visualizar una película de este género. En el caso de Is Just a Movie, también de Lovelace, se plantea nuevamente el conflicto identitario del sujeto caribeño, este tema se posiciona en el centro de la producción literaria de varios escritores del Caribe anglófono.

Ian Craig propone además examinar la relación entre los espacios cinematográfico y literario para el caso de una novela basada en un filme. “(…) la versión (…) de Thelwell es hasta más cinematográfica (…) que la propia película (…) en la que se basa”[9]. El último acápite del trabajo, titulado: “El cine del Caribe anglófono: Un quijote tropical contra el ciclón de la indiferencia”, se dedica de forma más exclusiva al análisis del cine de la región.

“Antonio Di Benedetto por Lucrecia Martel: la adaptación de Zama”, si bien alude a una perspectiva comparativa, el interés del trabajo no radica en demostrar una fidelidad o no al texto fuente, se hace hincapié en cómo se transforma el relato atendiendo a la estética de la cineasta[10]. El filme devela una lectura otra del protagonista, por lo tanto, contrario a un distanciamiento de Diego de Zama, lo que se muestra es la pluralidad de significados contenida en la obra literaria.

La adaptación fílmica, producida poco después de que el texto cumpliese sesenta años de publicado, permite estas relecturas desde un contexto actual. En el caso de la novela, el tema principal se relaciona con la espera, sin embargo, el filme permite explorar Zama desde la idea de la identidad como cárcel. Por otra parte, “el universo de Martel es más concreto y sensorial, mientras que el de Di Benedetto es más abstracto y racional, por lo tanto, más propenso a la alegoría”[11]. El espacio-tiempo de ambas obras se aleja de la fidelidad histórica, no se evitan los anacronismos. Debido a que el relato, según los indicios ofrecidos en cada caso, se sitúa en el ámbito colonial, las tensiones entre lo americano y lo europeo están presentes. Empero, en la novela se produce un vínculo entre América y la barbarie que no parece evidenciarse en la película, incluso, explica Dillon que “(…) algunas decisiones de transposición invitan a pensar en un protagonista menos despectivo hacia su continente.”[12]

Ambos medios, como se conoce, permiten la transmisión de saberes a partir de diferentes recursos. En el caso de la película, Martel se auxilia de la banda sonora, la cual se construye como materia significante: “(…) el ejemplo más claro es el efecto sonoro que puntúa la crisis del protagonista, utilizado cuatro veces a lo largo del film: el shepard tone (…)”[13]. La cineasta desarrolla un estilo indirecto libre “en el que resulta imposible distinguir los hechos de las alucinaciones, el pensamiento de las palabras efectivamente pronunciadas, los sueños de la realidad diegética.”[14].

Por otra parte, “Otro modo de ser humano y libre”: la mirada feminista de Busi Cortés en el nuevo cine mexicano”, analiza el diálogo que se establece entre la obra de Rosario Castellanos El viudo Román (1964) y el largometraje de Busi Cortés El secreto de Romelia (1988). Este estudio se centra en valorar cómo y por qué ocurre un cambio de perspectiva entre la narración y el filme. “(…) Cortés (…) no quería solo “ilustrar” la novela, sino hacer una intervención que abarcara los cambios sociales desde el 64 hasta el 88”[15]. De esta forma, la realizadora (re) elabora la narración desde un contexto en el cual la mujer se enfrenta a otras problemáticas. Ello provoca que, si bien en El viudo Román se favorece el discurso del hombre (con lo que se explicita la imposibilidad de las mujeres de controlar su propio destino), en El secreto de Romelia son las féminas las que toman la palabra y tejen la historia. Podemos decir que ocurre una actualización del relato desde una agenda feminista que posee una mirada crítica. Los cambios son perceptibles desde el mismo título, el texto fílmico de Cortés se vale del protagonismo femenino para desplazar la centralidad masculina. En la obra literaria, la venganza de Román es la que recibe mayor importancia, sin embargo, en la película, el relato se centra en la esposa despreciada, la hija y las nietas.

En el filme, “(…) se presentará a estas mujeres en conjunto, con individualidad, pero siempre en contrapunto la una con la (s) otra (s). Las diferentes generaciones dialogarán (…)”[16]. Además, se vincula el relato personal de estas mujeres con la historia política de México. Señala la estudiosa que “la genealogía personal del linaje femenino de Romelia actúa como un reflejo en espejo de la genealogía política mexicana (…)”[17].Se evidencia un diálogo fructífero entre las creadoras. Busi Cortés interpreta el texto-fuente con un caleidoscopio heterogéneo, y esto le permite (de)construir el relato y brindar un papel activo a la mujer en relación con su entorno.

“La textura cinematográfica en los cuentos de Andrés Caicedo” rastrea los referentes fílmicos presentes en los cuentos “El espectador”, “En las garras del crimen”, “Calibanismo” “Los mensajeros” y “Destinitos fatales”. Edwin Carvajal propone el análisis de los relatos teniendo presente el principio de “homología estructural” formulado por Umberto Eco.

En el caso de “El espectador”, el cine se muestra como productor de mundos alternativos que contrastan con la soledad del personaje principal. La sala de proyecciones se constituye en refugio y acoge continuamente al protagonista. Sin embargo, “Los mensajeros” crea un universo otro para el cinéfilo. La historia presenta a Cali como antiguo epicentro de la cinematografía mundial y, para corroborar esta ficción, el autor nos muestra una gama de películas, actores y estudios de cine concebidos específicamente para este cuento. Por lo tanto, no se trata ya de enlazar referentes del ámbito literario con el fílmico, sino de producir nuevos referentes, crear el cine desde la literatura.

Por otra parte, el estudioso señala: “lo que no genera dudas es la adopción del género Western en la ficción narrativa para imitar las acciones y conductas de los héroes del celuloide (…)”[18]. El impacto del género Western en la narrativa era algo que ya se presenciaba en ensayos como “Traducción, adaptación y fábulas del “Yo”: un diálogo entre el cine y la literatura del Caribe anglófono”. En el texto referido se ejemplifica cómo este paradigma cinematográfico no influye solo en la configuración de un tipo de personaje, sino también en el desarrollo de una sensibilidad particular en las nuevas generaciones:

“La rebelión estaba de moda -y más que nada la estética de la rebelión- (…) los signos externos conculcados por el spaghetti western (…) constituían un fuerte llamado a la acción- o por lo menos a la adopción de una cierta actitud-para miles de jóvenes de esas naciones jovencísimas”[19].

En otras ocasiones, el autor se vale del argumento de un filme y lo traslada a la ficción narrativa, como sucede en “En las garras del crimen”. “Esa misma historia (la del thriller psicológico What ever happened to Baby Jane?), que el lector solo conoce si ha visto la proyección de la película, será la que el personaje narrador utilice para complacer a su clienta (…)”[20].

El proyecto de una Valoración Múltiple sobre literatura y cine en Latinoamérica y el Caribe propone entonces, como se evidencia a partir de una muestra de los textos seleccionados hasta el momento, un compendio que aglutina disímiles perspectivas. Ello permite no solo la creación de un panorama de estos estudios en nuestra área, sino también el análisis crítico. Se espera que el volumen incite la labor investigativa en el terreno de la literatura comparada.

[1] Andrea Ostrov: “Cagliostro: una novela-film de Vicente Huidobro”, en Revista Iberoamericana, no.236-237, University of Pittsburg, jul.-dic., 2011, p. 1053.

[2] Irene Depetris: “Percepción háptica y sensorial en el “ciclo del río” de Gustavo Fontán”, en Cuadernos de Literatura, Vol.22, no.44, jul.-dic., Bogotá, 2018, p.40.

[3] Ídem.

[4] Ídem.

[5] Ibídem,p.42.

[6] José Seoane: “Procedimientos cinemáticos en la narrativa de Edmundo Paz Soldán: Norte (2011), Billie Ruth (2012) e Iris (2014)”, en Tropelías: Revista de teoría de la literatura y literatura comparada, Universidad de Zaragoza, no. 27, 2017, p. 264.

[7] Craig, Ian: “Traducción, adaptación y fábulas del “Yo”: un diálogo entre el cine y la literatura del Caribe anglófono”, en Cuadernos de Literatura, Vol.15, no.30, jul.-dic., Bogotá, 2011, p. 222.

[8] Ibídem, p.224.

[9] Ibídem, p.228.

[10] Dillon conceptualiza la poética de Martel como un “realismo de la percepción”, lo cual alude a la intención de la cineasta de capturar el modo en que sus personajes experimentan el mundo.

[11] Alfredo Dillon: “Antonio Di Benedetto por Lucrecia Martel: la adaptación de Zama”, en Badebec, Vol. 8, no. 16, marzo, Rosario, 2019, p. 117.

[12] Ibídem, p.122.

[13] Ibídem, p.110.

[14] ídem.

[15] Ilana Luna: “Otro modo de ser humano y libre”: la mirada feminista de Busi Cortés en el nuevo cine mexicano”, en Revista de crítica literaria latinoamericana, no.73, Lima-Boston, 2011, p. 212.

[16] Ibídem, p.214.

[17] Ibídem, p.217.

[18] Edwin Carvajal Córdoba: “La textura cinematográfica en los cuentos de Andrés Caicedo”, en Estudios de literatura colombiana, no. 18, enero-junio, Antioquía, 2006, p. 92.

[19] Craig, Ian: “Traducción, adaptación y fábulas del “Yo”: un diálogo entre el cine y la literatura del Caribe anglófono”, en Cuadernos de Literatura, Vol.15, no.30, jul.-dic., Bogotá, 2011, p. 225.

[20] Edwin Carvajal Córdoba: Ob. cit., p. 95.

Tomado de: La Ventana

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Diccionario de términos críticos de la literatura y la cultura en América Latina (+Libro)

Coordinadora: Beatriz Colombi

Este diccionario de autoría colectiva reflexiona sobre el léxico especializado en el área de los estudios de la cultura y literatura latinoamericanas. Los términos seleccionados remiten a problemas, contextos y áreas geoculturales diversas y, en ese sentido, conforman un amplio mapa de la crítica latinoamericana. Material de referencia y utilidad para interesados en los estudios latinoamericanos, tanto para los jóvenes investigadores como para especialistas y lectores en general, este trabajo aspira a realizar una valoración y puesta al día del legado conceptual que es representativo de la historia cultural del continente y dimensionar, al mismo tiempo, el aporte de América Latina a la crítica literaria y cultural.

Tomado de: CLACSO

Diccionario de términos críticos de la literatura y la cultura en América Latina en PDF

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El lápiz y la cámara

Autor: Jaime Rosales

“Los apuntes que aquí encontrará el lector son ideas generales sobre el cine. Conceptos aplicados y reflexiones personales sobre el oficio de director de cine y sobre la creación artística en general. Son el resultado de mi experiencia como cineasta, es decir, como director de cine y como cinéfilo. Siempre he pensado que visionar las películas de los demás es un acto tan creativo como hacer las mías propias. El aprendizaje del cine no se diferencia del aprendizaje de la vida. La vida es algo que se hace y que se aprende. El único tema de una película es la vida, lo que viene a ser lo mismo que decir que el único tema de una película es el cine”. Jaime Rosales

Jaime Rosales (Barcelona, España 1970). Sus películas hablan de la incapacidad de comunicarnos, de la complejidad del universo familiar y de la irrupción imprevista de la violencia en la vida cotidiana. Incansable explorador de las posibilidades que puede ofrecer el soporte audiovisual, las películas de Rosales reflejan el gran interés del director por encontrar nuevas formas expresivas alejadas de las convenciones habituales del lenguaje cinematográfico.

Tomado de: Lur

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Miguel Delibes ante sus historias filmadas

Miguel Delibes, ​ fue un novelista español y miembro de la Real Academia Española desde 1975 hasta su muerte

Por Susana Gil-Albarellos Pérez-Pedrero

No es extraño que el vallisoletano Miguel Delibes haya sido uno de los escritores españoles más adaptados a la pantalla grande, entre otras causas, porque tanto su vida como su obra se empapan de cine desde sus inicios.

A su asistencia asidua a las salas de cine desde niño (“Como espectador me inicié a los seis años en el cine Hispania de Valladolid, todavía mudo, donde semanalmente se proyectaban películas apropiadas para niños”) se une su labor como crítico cinematográfico.

De 1953 a 1999, Miguel Delibes publica en prensa una serie de artículos acerca de diversos aspectos relacionados con el cine: comenta estrenos de películas en las salas, reflexiona sobre géneros cinematográficos y su evolución, coteja el cine español con el europeo, valora los diversos avances técnicos de la industria cinematográfica y, finalmente, repasa algunas de las adaptaciones de sus obras literarias al cine. Considerados en su conjunto en la actualidad, estos textos cinematográficos conforman la labor de un espectador y crítico de cine de enorme agudeza y sentido visual.

Adaptaciones de Delibes

De su extensa producción narrativa, nueve obras han sido llevadas al cine con desigual resultado: El camino (Ana Mariscal, 1963); Mi idolatrado hijo Sisí (Retrato de familia, Antonio Giménez-Rico, 1976); El príncipe destronado (La guerra de papá, Antonio Mercero, 1977); Los santos inocentes (Mario Camus, 1984); El disputado voto del señor Cayo (Antonio Giménez-Rico, 1986); El tesoro (Antonio Mercero, 1988); La sombra del ciprés es alargada (Luis Alcoriza, 1990); Las ratas (Antonio Giménez Rico, 1997) y Diario de un jubilado (Una pareja perfecta, Francesc Betriú, 1998).

Además de las películas apuntadas, hubo otros textos que, con guion ya avanzado, no se filmaron por distintas razones, a veces personales y otras económicas. Entre ellos se encuentran Cinco horas con Mario, que el escritor no quiso ver en forma de filme; La guerra de nuestros antepasados, con guion de Delibes para Gonzalo Suárez, o El hereje, cuyo guion llegó a ser escrito e iba a ser dirigido por José Luis Cuerda, pero nunca llegó a filmarse, seguramente por razones económicas.

Novelas aptas para guionizar

Si se repasan las adaptaciones cabe preguntarse qué tienen los textos de Delibes para resultar tan atractivos a la gran pantalla. Las razones son varias.

Por lo general, las novelas del escritor vallisoletano no son muy extensas, y de las adaptadas al cine, si exceptuamos La sombra del ciprés es alargada, todas son fácilmente asimilables en forma de filme. Por otro lado, muchas de estas novelas tienen una construcción lineal y están escritas a modo de secuencias, lo que sin duda agiliza la construcción del guion.

Además, la ambientación, tanto de las novelas rurales (El camino, Los santos inocentes, El disputado voto del señor Cayo, El tesoro y Las ratas), como de las urbanas (Mi idolatrado hijo Sisí, El príncipe destronado, La sombra del ciprés es alargada y Diario de un jubilado), es austera en cuanto al espacio. Las rurales porque su intención es mostrar la severidad, cuando no pobreza, del campo castellano o extremeño, y las situadas en provincias, porque las ciudades y los interiores donde vive la clase media que protagoniza estas novelas no precisan de ninguna ostentación. En este sentido, es fácil comprender que la filmación de estas obras no supone, desde el punto de vista económico y de utilería, ningún dispendio difícil de acometer.

Pero por encima de estas consideraciones más o menos técnicas, existen otras de mayor calado que han hecho de la narrativa de Delibes una fuente cinematográfica.

La primera tiene que ver con la construcción de los personajes que pueblan estos textos y la inclinación del escritor a tratar individuos de toda clase y condición: niños, jóvenes, jubilados, amas de casa, hombres de campo, marquesas, desvalidos, pobres y discapacitados. Una galería de seres humanos que bajo su pluma adquieren realidad y cuyas vivencias son perfectamente identificables por el lector o espectador. Los personajes de Delibes padecen los sucesos del vivir cotidiano de los hombres y mujeres a lo largo de diferentes momentos de la historia de España, puesto que su narrativa abarca cinco décadas.

En segundo lugar encontramos el valor del lenguaje en las novelas de Delibes, que el cine ha respetado en muchas de las adaptaciones. Los personajes hablan como sienten, y cada uno es identificable a través de su idiolecto. La asombrosa variedad de registros lingüísticos, además de la traslación del lenguaje oral, hacen de su narrativa un manual del español en los niveles fonético, léxico y sintáctico sumamente útil en la enseñanza del idioma.

El autor y sus adaptaciones

Es interesante constatar que en diversas ocasiones Miguel Delibes hace comentarios de las adaptaciones de sus obras. Así, en 1984 y con el título de “Experiencias cinematográficas”, publica un artículo en ABC en el que se sorprende de la lentitud y el orden del rodaje de El camino, de Ana Mariscal, y comenta la dificultad de reducir la historia de Retrato de familia, dada la extensión de la novela. A La guerra de papá le dedica otro artículo centrado en el trabajo en el cine con niños, y alaba que Mercero consiga que el actor que da vida a Quico, Lolo García, de tan solo tres años, juegue mientras, sin saberlo, actúa.

En “Novela y cine”, publicado en 1985, Delibes repasa de nuevo las adaptaciones de su obra narrativa y se muestra, en general, satisfecho con los resultados. Finalmente, en 1999 dedica un apartado especial a Los santos inocentes, “Milana bonita”, en el que alaba la feliz relación que entre novela y cine se da en dicha ocasión, opinión que comparto porque es, sin duda, la mejor y hasta ahora muestra no superada de excelencia en el complicado campo de las relaciones entre literatura y cine.

Termino señalando que, en Miguel Delibes, participante de una u otra manera en las adaptaciones de sus novelas al cine, se da el respeto mutuo entre ambas manifestaciones artísticas cuando afirma:

“El director de cine no ha de ser más respetuoso con la novela que el novelista con el guion”.

Susana Gil-Albarellos Pérez-Pedrero. Profesora Titular de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, Universidad de Valladolid.

Tomado de: The conversation

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La influencia de Kafka y el expresionismo en el cine y la literatura

Fotograma del filme La lista de Schindler (Estados Unidos,1993) de Steven Spielberg

Por Javier Quirce

La repercusión de la obra de Kafka en el cine y la literatura son enormes, sobre todo en autores posteriores tan relevantes como Camus, Borges, Hitchcock o Welles, que sin sus enigmas y juegos de espejos, nunca hubieran alcanzado tal profundidad narrativa y filosófica ni tampoco el reflejo de esa terrible soledad y drama que le espera al ser humano moderno.

Podemos encontrar innumerables artículos y reflexiones sobre la obra e inmensa influencia posterior que Franz Kafka dejó. Uno de esos casos de la literatura en que parece que la crítica supera a la propia obra. Hay varias teorías que apuntan a que la obra de Kafka consiste en pequeños dramas o pesadillas como dice Borges; o más bien en comedia tal y como opina García Márquez; o quizás en una crítica a la burocracia con tintes anarquistas, línea política que el escritor siguió en su juventud.

Antecedentes. El expresionismo y las sombras que tomaron Europa

A principios del siglo XIX, un Francisco de Goya mayor y enfermo, se pasea por su Quinta del Sordo en Madrid y comienza su colección de pinturas negras, un universo repleto de oscuridad, brujas y espíritus, con Saturno devorando a su hijo (1819-1823) como obra clave, sin sospechar quizás que estaba iniciando uno de los movimientos artísticos más importantes de la historia del arte.

Años después llega la novela victoriana desde Inglaterra, con la obra de Charles Dickens y su crítica a la nueva sociedad industrial. También otros títulos como Frankenstein (1818) de Mary Shelley, El extraño caso de Doctor Jekill y Mister Hyde (1886) de Stevenson, El retrato de Dorian Gray (1890) de Oscar Wilde o Drácula (1897) de Bram Stoker. En una evolución de la novela hacia una dudosa moralidad y un marcado gusto por lo gótico, lo siniestro y la profundidad del alma humana.

Charles Baudelaire eleva en Francia el simbolismo poético con Las flores del mal (1857), y al otro lado del Atlántico, Edgar Allan Poe -a quien el poeta francés denominaba su hermano oscuro- entrega sus primeros relatos de terror a varias revistas americanas.

Schopenhauer y El mundo como voluntad y representación (1819) dan un nuevo enfoque a la filosofía occidental, y al poco tiempo, Nietzsche y Freud remueven la conciencia de Europa, uno con su concepto de Superhombre, un nuevo ser humano no sometido a las limitaciones morales, y el otro, ya a finales del siglo XIX, con su psicoanálisis.

El proceso (1925) de Franz Kafka, una de sus obras capitales

Las raíces judías de Kafka tienen una clara repercusión en su obra, como por ejemplo sus reflexiones morales y religiosas con respecto al concepto de culpa, sobre todo en dos de sus obras más destacadas: El proceso (1925) y el relato La metamorfosis (1915). Algo que ya hizo previamente Dostoyevski con su atormentado estudiante de San Petesburgo Ralskolnikov en Crimen y Castigo (1866).

El proceso, es considerado como una de las novelas cumbre de la literatura universal. Basada en un cuento anterior llamado Ante la ley, nos cuenta la historia del alter ego del escritor Josef K. que es acusado a lo largo de la novela de un crimen que no sabe si ha cometido. Sombras alargadas, funcionarios tenebrosos, despachos oscuros, mujeres enigmáticas y una angustia existencial constante arrastran al lector de esta novela a un sin fin de preguntas.

Todas estas temáticas coinciden con las obras de sus contemporáneos del cine alemán, con Robert Wiene y El gabiniete del Doctor Caligari (1920), Fritz Lang y su Metropolis (1927) y Murnau con Nosferatu (1922). Películas en las que, como en la novela, predominan las sombras, los paisajes con edificios y oficinas envueltas en tinieblas y personajes con rasgos muy marcados.

El arte siempre tiene que ver

La tendencia expresionista contemporánea al cine y la literatura proviene de la corriente pictórica del grupo de artistas de El jinete azul en Múnich, con Kandinsky y Franz Marc; también con pintores de El puente de Dresden como Emil Nolde; y luego, por supuesto, los desgarradores paisajes y autorretratos de Egon Schiele desde Austria. Al mismo tiempo llegan también los primeros campos de color de Paul Klee, con referencias al arte gótico y medieval y el uso de colores con distintos significados.

Sabemos también que años después Adolf Hitler, acomplejado por su expulsión de la escuela pictórica de Viena, persiguió después ferozmente a todos los pintores expresionistas y quemó buena parte de sus obras, las que denominó «arte degenerado». Sea como sea, el expresionismo, con sus sombras alargadas, sus paisajes tenebrosos y la novela El proceso con su trágico final, parece que pronosticaban de alguna forma la pesadilla que viviría Europa con el Nacionalsocialismo y la Segunda Guerra Mundial.

Hay una réplica en España de esta tendencia en Luces de bohemia (1924) de Valle-Inclán, obra con la que iniciaba el esperpento. En ella tenemos a Max Estrella, poeta ciego y pobre durante su última noche en Madrid. La podríamos denominar como una versión española del expresionismo, además, simboliza muy bien el espíritu decadente de la época.

La influencia de Kafka en el cine

En cuanto a la influencia de estas tinieblas expresionistas en el cine, es más que evidente en títulos posteriores. Todos los grandes directores han sido grandes lectores, y Alfred Hitchcock no es una excepción. Ávido lector desde joven, devora novela del siglo XIX, con Henry James a la cabeza y su historia de fantasmas Otra vuelta de tuerca (1898), en lo que podríamos denominar como el inicio de la intriga y el suspense. Hitchcock frecuenta también a Patricia Highsmith y Extraños en un tren (1951) y luego lee también con ardor a Kafka.

Las claras referencias kafkianas, como el recurrente tema de la sospecha o de la culpa constante sobre el protagonista en películas como Rebeca (1942), Sospecha (1941) o Con la muerte en los talones (1959), son más que evidentes. Parece que Hitchcock recoge también de Kafka su tendencia a desarrollar mujeres enigmáticas, algo muy visto también en el cine negro y policiaco. Como la famosa femme fatale, la Kim Novak de Vértigo (1958) como claro ejemplo.

En 1962 llega un director con la capacidad, sensibilidad e inteligencia necesarias para llevar a cabo la adaptación cinematográfica de El proceso, el genuino Orson Welles. Con Anthony Perkins en uno de su grandes papeles -el también Norman Bates de Psicosis (1959)-. Largas sombras, diálogos interminables y una angustia constante para el espectador reflejan de forma impecable en el cine la obra de Kafka. Temática y atmósfera que se repiten en El tercer hombre (1949) de Carol Reed. Junto a la música de Anton Karas y esas sombrías calles de Viena, es considerado por algunos como el primer thriller de la historia. Podemos decir en este caso que la atmósfera de intriga en la obra de Kafka, también parece que tenga cierta repercusión en las películas y literatura de espías, temática que la guerra fría no hizo más que alimentar.

De claros tintes expresionistas, es también la fotografía de la primero incomprendida y luego glorificada La noche del cazador (1955) de Charles Laughton. Una cinta americana pero que mira constantemente a Europa. Un cuento infantil protagonizado por un siniestro reverendo, interpretado de forma magistral por Robert Mitchum y ese reflejo que le acompaña de sombras alargadas. Cabe destacar la influencia de movimientos artísticos como la Escuela de Nueva York y el action paiting del expresionismo abstracto americano, con Jackson Pollock a la cabeza.

Damos un salto aterrizando en la era moderna, a finales de los ochenta, mientras un joven Basquiat pintaba grafitis en Nueva York, comenzaba la carrera del director danés Lars von Trier. Heredero del dramaturgo Henrik Ibsen y de los cineastas Bergman y Tarkovsky.

Parece que todas sus películas buscan provocar un grito en el espectador, como el del cuadro de Munch. Con numerosas referencias cinematográficas, literarias y pictóricas, toda la obra de Lars von Trier, desde títulos como Europa (1991), con ese hombre que viaja por un tren en la Alemania de la posguerra, a esa enorme reflexión religiosa que se llama Rompiendo las olas (1996), Dogville (2003) o Melancolía (2011), von Trier repite constantemente la norma del personaje atormentado y solitario, tanto en papeles masculinos como femeninos, que se enfrenta solo a una sociedad fría, déspota y cruel, lo que es a su vez uno de los principales leitmotiv de la obra de Kafka, con claras referencias religiosas y existenciales.

Es también reseñable la fotografía de La lista de Schindler (1993) de Steven Spielberg, con ese blanco y negro únicamente roto con las secuencias de la niña judía de vestido rojo en el gueto de Cracovia. Junto a la inolvidable música de John Williams, la película recoge de nuevo la atmósfera de la época en esa vieja y castigada Alemania en guerra.

Heredera del estilo gótico y de una línea de cómics cada vez más oscuros, llegan el Batman de Tim Burton (1989), El caballero oscuro (2008) de Christopher Nolan y el último y aclamado Joker (2019) de Todd Phillips. Películas donde aparecen de nuevo esas sombras alargadas y cuerpos de rasgos marcados y de movimientos desgarradores, muy aconsejable para representar personajes atormentados que recuerdan inevitablemente a los autorretratos del Austriaco Egon Schiele.

Tomado de: Cultugrafía

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La misión del escritor*

Albert Camus. (1913-1960) Novelista, dramaturgo y ensayista francés.

Por Albert Camus

Estocolmo, 10 de diciembre de 1957

Al recibir la distinción con que ha querido honrarme su libre Academia, mi gratitud es más profunda cuando evalúo hasta qué punto esa recompensa sobrepasa mis méritos personales. Todo hombre, y con mayor razón todo artista, desea que se reconozca lo que es o quiere ser. Yo también lo deseo. Pero al conocer su decisión me fue imposible no comparar su resonancia con lo que realmente soy. ¿Cómo un hombre, casi joven todavía, rico sólo por sus dudas, con una obra apenas desarrollada, habituado a vivir en la soledad del trabajo o en el retiro de la amistad, podría recibir, sin una especie de pánico, un galardón que le coloca de pronto, y solo, a plena luz? ¿Con qué ánimo podía recibir ese honor al  tiempo que, en tantos sitios, otros escritores, algunos de los más grandes, están reducidos al silencio y cuando, al mismo tiempo, su tierra natal conoce una desdicha incesante?

He sentido esa inquietud, y ese malestar. Para recobrar mi paz interior me ha sido necesario ponerme de acuerdo con un destino demasiado generoso. Y como era imposible igualarme a él con el único apoyo de mis méritos, no he hallado nada mejor, para ayudarme, que lo que me ha sostenido a lo largo de mi vida y en las circunstancias más opuestas: la idea que me he forjado de mi arte y de la misión del escritor. Permítanme, aunque sólo sea en prueba de reconocimiento y amistad, que les diga, lo más sencillamente posible, cuál es esa idea.

Personalmente, no puedo vivir sin mi arte. Pero jamás he puesto ese arte por encima de cualquier cosa. Por el contrario, si me es necesario es porque no me separa de nadie, y me permite vivir, tal como soy, a la par de todos. A mi ver, el arte no es una diversión solitaria. Es un medio de emocionar al mayor número de hombres, ofreciéndoles una imagen privilegiada de dolores y alegrías comunes. Obliga, pues, al artista a no aislarse; le somete a la verdad, a la más humilde y más universal. Y aquellos que muchas veces han elegido su destino de artistas porque se sentían distintos, aprenden pronto que no podrán nutrir su arte ni su diferencia más que confesando su semejanza con todos.

El artista se forja en ese perpetuo ir y venir de sí mismo hacia los demás, equidistante entre la belleza, sin la cual no puede vivir, y la comunidad, de la cual no puede desprenderse. Por eso, los verdaderos artistas no desdeñan nada; se obligan a comprender en vez de juzgar. Y si han de tomar partido en este mundo, sólo puede ser por una sociedad en la que, según la gran frase de Nietzsche, no ha de reinar el juez sino el creador, sea trabajador o intelectual.

Por lo mismo el papel de escritor es inseparable de difíciles deberes. Por definición no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la sufren. Si no lo hiciera, quedaría solo, privado hasta de su arte. Todos los ejércitos de la tiranía, con sus millones de hombres, no le arrancarán de la soledad, aunque consienta en acomodarse a su paso y, sobre todo, si en ello consiente. Pero el silencio de un prisionero desconocido, abandonado a las humillaciones, en el otro extremo del mundo, basta para sacar al escritor de su soledad, por lo menos, cada vez que logre, entre los privilegios de su libertad, no olvidar ese silencio, y trate de recogerlo y reemplazarlo, para hacerlo valer mediante todos los recursos del arte.

Nadie es lo bastante grande para semejante vocación. Sin embargo, en todas las circunstancias de su vida, obscuro o provisionalmente célebre, aherrojado por la tiranía o libre para poder expresarse, el escritor puede encontrar el sentimiento de una comunidad viva, que le justificará sólo a condición de que acepte, tanto como pueda, las dos tareas que constituyen la grandeza de su oficio: el servicio a la verdad, y el servicio a la libertad. Y puesto que su vocación consiste en reunir al mayor número posible de hombres, no puede acomodarse a la mentira ni a la servidumbre porque, donde reinan, crece el aislamiento. Cualesquiera que sean nuestras flaquezas personales, la nobleza de nuestro oficio arraigará siempre en dos imperativos difíciles de mantener: la negativa a mentir respecto de lo que se sabe y la resistencia ante la opresión.

Durante más de veinte años de historia demencial, perdido sin remedio, como todos los hombres de mi edad, en las convulsiones del tiempo, sólo me ha sostenido el sentimiento hondo de que escribir es hoy un honor, porque ese acto obliga, y obliga a algo más que a escribir. Me obligaba, especialmente, tal como yo era y con arreglo a mis fuerzas, a compartir, con todos los que vivían mi misma historia, la desventura y la esperanza. Esos hombres nacidos al comienzo de la primera guerra mundial, que tenían veinte años en la época de instaurarse, a la vez, el poder hitleriano y los primeros procesos revolucionarios, Y que para completar su educación se vieron enfrentados a la guerra de España, a la segunda guerra mundial, al universo de los campos de concentración, a la Europa de la tortura y de las prisiones, se ven hoy obligados a orientar a sus hijos y a sus obras en un mundo amenazado de destrucción nuclear. Supongo que nadie pretenderá pedirles que sean optimistas. Hasta llego a pensar que debemos ser comprensivos, sin dejar de luchar contra ellos, con el error de los que, por un exceso de desesperación han reivindicado el derecho al deshonor y se han lanzado a los nihilismos de la época. Pero sucede que la mayoría de entre nosotros, en mi país y en el mundo entero, han rechazado el nihilismo y se consagran a la conquista de una legitimidad.

Les ha sido preciso forjarse un arte de vivir para tiempos catastróficos, a fin de nacer una segunda vez y luchar luego, a cara descubierta, contra el instinto de muerte que se agita en nuestra historia.

Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizás mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida —en la que se mezclan las revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos, y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden hoy destruirlo todo, no saben convencer; en la que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión—, esa generación ha debido, en sí misma y a su alrededor, restaurar, partiendo de amargas inquietudes, un poco de lo que constituye la dignidad de vivir y de morir. Ante un mundo amenazado de desintegración, en el que se corre el riesgo de que nuestros grandes inquisidores establezcan para siempre el imperio de la muerte, sabe que debería, en una especie de carrera loca contra el tiempo, restaurar entre las naciones una paz que no sea la de la servidumbre, reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura, y reconstruir con todos los hombres una nueva Arca de la Alianza.

No es seguro que esta generación pueda al fin cumplir esa labor inmensa, pero lo cierto es que, por doquier en el mundo, tiene ya hecha, y la mantiene, su doble apuesta en favor de la verdad y de la libertad y que, llegado el momento, sabe morir sin odio por ella. Es esta generación la que debe ser saludada y alentada dondequiera que se halle y, sobre todo, donde se sacrifica. En ella, seguro de vuestra profunda aprobación, quisiera yo declinar hoy el honor que acabáis de hacerme.

Al mismo tiempo, después de expresar la nobleza del oficio de escribir, querría yo situar al escritor en su verdadero lugar, sin otros títulos que los que comparte con sus compañeros, de lucha, vulnerable pero tenaz, injusto pero apasionado de justicia, realizando su obra sin vergüenza ni orgullo, a la vista de todos; atento siempre al dolor y a la belleza; consagrado en fin, a sacar de su ser complejo las creaciones que intenta levantar, obstinadamente, entre el movimiento destructor de la historia.

¿Quién, después de eso, podrá esperar que él presente soluciones ya hechas, y bellas lecciones de moral? La verdad es misteriosa, huidiza, y siempre hay que tratar de conquistarla. La libertad es peligrosa, tan dura de vivir, como exaltante. Debemos avanzar hacia esos dos fines, penosa pero resueltamente, descontando por anticipado nuestros desfallecimientos a lo largo de tan dilatado camino. ¿Qué escritor osaría, en conciencia, proclamarse orgulloso apóstol de virtud? En cuanto a mí, necesito decir una vez más que no soy nada de eso. Jamás he podido renunciar a la luz, a la dicha de ser, a la vida libre en que he crecido. Pero aunque esa nostalgia explique muchos de mis errores y de mis faltas, indudablemente ella me ha ayudado a comprender mejor mi oficio y también a mantenerme, decididamente, al lado de todos esos hombres silenciosos, que no soportan en el mundo la vida que les toca vivir más que por el recuerdo de breves y libres momentos de felicidad, y por la esperanza de volverlos a vivir.

Reducido así a lo que realmente soy, a mis verdaderos límites, a mis dudas y también a mi difícil fe, me siento más libre para destacar, al concluir, la magnitud y generosidad de la distinción que acabáis de hacerme. Más libre también para decir que quisiera recibirla como homenaje rendido a todos los que, participando el mismo combate, no han recibido privilegio alguno y sí, en cambio, han conocido desgracias y persecuciones. Sólo me falta dar las gracias, desde el fondo de mi corazón, y hacer públicamente, en señal personal de gratitud, la misma y vieja promesa de fidelidad que cada verdadero artista se hace a sí mismo, silenciosamente, todos los días.

*Discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura en 1957.

Tomado de: El Viejo Topo

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Sherlock Holmes. Narrativa criminal y ficción detectivesca

Por Grupo Akal 

En la literatura, desde la obra de Homero y la Biblia hasta la actualidad, siempre han existido los personajes malvados. No obstante, hasta un tiempo relativamente reciente, eran la justicia natural o el destino los que determinaban la caída final del malhechor; los detectives como Holmes no existían.

Orígenes de la ficción criminal

A finales del siglo XVIII, la mayoría de las novelas europeas podían clasificarse en dos grupos: comedias sociales y novelas góticas. La ficción criminal surgió a partir de este último género. Entre los primeros exponentes de este tipo de literatura se incluyen el marqués de Sade (1740–1814), quien retrató a crueles criminales de las décadas de 1780 y 1790 con un deleite considerable, y Matthew Lewis, que escribió novelas de misterio góticas más populares, como El monje (1796). Algunas novelas, como Las amistades peligrosas (1782) de Pierre Choderlos de Laclos, traspasaron las fronteras entre estas categorías. Ahora bien, pese a que todas estas obras contienen actividad criminal, no hay detectives que resuelvan los crímenes.

Sin embargo, en la primera mitad del siglo XIX, la narrativa criminal se internó por una senda distinta. El escritor estadounidense Edgar Allan Poe (1809–1849) y sus contemporáneos franceses Honoré de Balzac (1799–1850), Victor Hugo (1802– 1885), Alexandre Dumas (1802–1870) y Émile Gaboriau (1832–1873) dieron forma en sus historias a la figura del detective tenaz y establecieron así el tipo de ficción criminal que posteriormente daría fama a Conan Doyle.

Entre mediados y finales del siglo XIX, los escritores naturalistas, que creían que tanto la genética como los factores sociales determinaban la personalidad, examinaron la condición criminal. Algunas novelas notables en este sentido son Thérèse Raquin (1867), del francés Émile Zola, acerca de la asesina epónima, y Crimen y castigo (1866), del ruso Fiodor Dostoyevski, que analiza la mente de un psicópata. Veinte años después, Conan Doyle inventó a Sherlock Holmes, probablemente el detective con una repercusión e influencia más duraderas.

Predecesores de Holmes

El 31 de diciembre de 1813, mientras se hallaba a cargo de la Sûreté Nationale, Eugène François Vidocq apresó a JeanPierre Fossard, considerado uno de los criminales más temibles de París.

En ciertos aspectos, las raíces de la ficción criminal se hallan en la carrera de Eugène François Vidocq. Inspiración directa para muchos escritores franceses, desde Balzac hasta Gaboriau, Vidocq fue un criminal y espía que posteriormente canalizó sus habilidades hacia la legalidad y fundó la secreta Sûreté Nationale en París. Balzac entabló una íntima amistad con Vidocq y lo utilizó como modelo para los detectives de novelas como El padre Goriot (1835), Ilusiones perdidas (1837) y La prima Bette (1846). El detective más célebre de Balzac fue Jacques Collin, también conocido por su apodo, Vautrin. Dumas, asimismo, se inspiró en Vidocq para el ficticio monsieur Jackal de Los mohicanos de París (1854). Y en Los miserables (1862), Hugo basó ciertos aspectos de los personajes, tanto del delincuente reformado Jean Valjean como del inspector de policía Javert, en la asombrosa carrera de Vidocq, que para entonces se había publicado ampliamente, aunque de modo poco fidedigno, tanto por escrito como en los escenarios. Émile Gaboriau, por su parte, escribió acerca de las aventuras de Vidocq en novelas populares, como su serie de monsieur Lecoq, publicada a partir de 1866.

El relato de 1841 de Edgar Allan Poe «Los crímenes de la calle Morgue» volvió a publicarse en esta colección de 1893, que incluía también «El misterio de Marie Roget»

La fama de Vidocq se extendió hasta EEUU y, al parecer, Poe se inspiró en él para escribir la que muchos consideran la primera historia detectivesca pura. Poe también usó los términos «deducción» y «raciocinación» para describir los métodos de su detective C. Auguste Dupin, cuyo rasgo clave para resolver los casos es el pensamiento lateral. De hecho, Doyle reconoció que las historias de Poe fueron un modelo para la ficción criminal posterior y afirmó que, en particular, los tres relatos protagonizados por Dupin proporcionaron «una raíz a partir de la cual se desarrolló toda una literatura». El primero de estos relatos, «Los crímenes de la calle Morgue» (1841), es un ejemplo de historia de caso de «habitación cerrada», en la que se comete un delito, normalmente un asesinato, en condiciones en apariencia imposibles. En el segundo relato, «El misterio de Marie Roget» (1842), inspirado en un caso de homicidio real acaecido en Nueva York, Dupin debe reconstruir los últimos días de la vida de una misteriosa víctima. La tercera historia, «La carta robada» (1844), combina un duelo psicológico entre el detective y un chantajista con el problema «oculto a simple vista».

La mayoría de los escritores mencionados más arriba se leían en Gran Bretaña e influyeron en el desarrollo del género que se convertiría en una de las líneas más importantes de la edición popular.

Ficción criminal británica

El primer escritor británico importante de este género fue Wilkie Collins (1824–1889), autor de La dama de blanco (1860) y La piedra lunar (1868), publicadas unas dos décadas antes de que Doyle presentara a Holmes al mundo. Como muchas novelas de la época, aparecieron originalmente por entregas, y siguen siendo magníficos ejemplos de novelas de misterios y conspiraciones desvelados por una investigación ingeniosa.

Charles Dickens (1812–1870) fue el escritor más popular de la Inglaterra victoriana y un maestro del suspense. Como muchos autores de la época, publicó novelas por entregas en revistas

El gigante de las novelas por entregas inglés, Charles Dickens (1812– 1870), también experimentó con las historias de misterio e introdujo elementos del género en novelas como Oliver Twist (1838) y Nuestro común amigo (1865). Dos de sus historias de detectives más importantes son Casa desolada (1853), con el inspector Bucket, y El misterio de Edwin Drood (1870), que quedó inacabada a su muerte, protagonizada por el detective privado Dick Datchery.

Hacia la misma época escribía el autor irlandés Joseph Sheridan Le Fanu (1814–1873), autor de novelas de misterio góticas con elementos mágicos y sobrenaturales. Le Fanu también escribió novelas que contienen rasgos de la ficción detectivesca clásica, como La mano fantasma (1864), The Wyvern Mystery (1869) y En un vidrio misterioso (1872), que se presentan como recuerdos de un detective «oculto», el doctor Hesselius.

La llegada de Holmes

¿Dónde estaba la ficción detectivesca hasta que Poe le insufló aliento? Arthur Conan Doyle Cena conmemorativa del centenario de Poe (1909)En 1887, Conan Doyle publicó su primera historia sobre Sherlock Holmes, Estudio en escarlata. En esta novela incluía ya ciencia forense, una investigación detallada en la escena del crimen y un meticuloso análisis de los personajes. Consolidado como un personaje clave en los relatos de The Strand, Holmes se convirtió en un éxito, con un público lector cada vez más culto y entusiasta. Así resulta comprensible que la decisión de Doyle de matar a su mayor creación ficticia en 1893 provocara un escándalo. Al parecer, Doyle no era del todo consciente del atractivo de sus historias. Pero incluso sin Holmes, la ficción criminal se había afianzado en el mercado y, en sus muchas variantes, seguiría vigente durante todo el siglo XX y hasta hoy.

Contemporáneos de Holmes

Las penny dreadfuls (novelas populares por entregas) publicadas por The Union Jack se presentaban como «ficción de alto nivel». Esta portada de 1900 representa al detective Sexton Blake.

Aparte de Holmes, otros detectives de ficción cobraron popularidad en la época. Uno de ellos fue Sexton Blake, descrito como el «Sherlock Holmes de los pobres». Las primeras aventuras de Blake aparecieron por entregas en diarios y revistas a partir de 1893, y estaban escritas por diversos autores. La primera de ellas fue «The Missing Millionaire», de Harry Blyth. Al igual que Holmes, Blake vivía en Baker Street y tenía una casera tolerante. Se escribieron más de 4 000 aventuras de Blake, que continuaron hasta 1978 y se adaptaron para los escenarios, la radio y la televisión.

Otro autor contemporáneo de ficción detectivesca fue G. K. Chesterton (1874–1936), quien, además de escribir la brillante y oscura novela de suspense El hombre que fue jueves (1908), en la que la policía se enfrentaba a los anarquistas, creó al modesto padre Brown, sacerdote católico detective. Brown resuelve problemas aplicando métodos similares a los de Holmes, si bien, en tanto que sacerdote, recurre a sus conocimientos sobre la condición humana recabados en el confesionario. A lo largo de cinco volúmenes escritos entre 1911 y 1935, Brown se convirtió en un ingrediente básico de la dieta de ficción criminal de los británicos.

Hubo otros escritores notables que escribieron bajo la larga sombra de Holmes. El cuñado de Doyle, E. W. Hornung, presentó a Raffles, el caballero ladrón, en The Amateur Cracksman (1899); y E. F. Bentley escribió la popular novela Trent’s Last Case (1913), en la que su caballeroso detective Philip Trent se enamora de una de las sospechosas e incurre en varias conclusiones equivocadas.

Subgéneros de la ficción criminal

A principios del siglo XX, la narrativa criminal podía dividirse claramente en tres subgéneros principales: las historias de sabuesos, como las de Sherlock Holmes; la ficción criminal pulp; y los thrillers de espías, que a menudo implicaban siniestras conspiraciones. Un abismo separaba la clase de historias escritas por Conan Doyle y las populares y sensacionalistas narraciones tipificadas por los otros dos subgéneros.

La edad de oro británica

Hay pocas novelas de detectives que me sorprendan a día de hoy, pero las del señor Carr siempre lo hacen. Agatha ChristieLa época de entreguerras vino a conocerse como la edad de oro de la ficción detectivesca británica. Inspirados en las aventuras de Holmes, los relatos de esta época tienden a adoptar la forma de la narración criminal clásica, protagonizados por detectives aficionados más astutos que la policía y ambientados a menudo en el mundo de la clase alta británica. Agatha Christie fue sin duda la autora más célebre y con más éxito de dicho periodo, pero hubo muchos otros.

Entre ellos figuran Dorothy L. Sayers, con sus historias de lord Peter Wimsey, la primera de ellas El cadáver con lentes (1923); Margery Allingham, con sus relatos de Albert Campion, iniciados con The Crime at Black Dudley (1929); Ngaio Marsh, con los misterios del inspector Alleyn, como A Man Lay Dead (1934); y Leslie Charteris, con las historias de Simon Templar, que más tarde se convirtieron en la popular serie televisiva y la película El Santo. Presentado en 1928, Templar era un detective aficionado que vivía ligeramente al margen de la ley y tenía un gran instinto para la investigación y la justicia.

Otro autor de historias detectivescas fue John Dickson Carr (1906– 1977). Pese a ser de EE UU, ambientó la mayor parte de sus historias en Inglaterra, donde vivió muchos años, así que su obra suele considerarse dentro del ámbito británico. Entre sus investigadores figuran el decadente, encantador y desordenado doctor Gideon Fell (posiblemente inspirado en G. K. Chesterton) y el aristócrata sir Henry Merrivale. The Hollow Man (1935), titulada The Three Coffins en EE UU, incluye un capítulo en el que Fell imparte una conferencia de manual acerca de su metodología para resolver crímenes aparentemente imposibles. Carr escribió también una biografía temprana de Doyle.

Edgar Wallace (1875–1932), prolífico escritor inglés que vivió un tiempo en EE UU, donde ejerció con éxito como guionista, se convirtió en todo un fenómeno de la ficción detectivesca. En la cima de su fama, en la década de 1920, vendía más de un millón de ejemplares al año. Entre sus obras más destacadas figuran Los cuatro hombres justos (1905), El arquero verde (1923) y las historias de J. G. Reeder (recopiladas en 1925).

Agatha Christie. La reina del género

The Strand Magazine se editó entre 1891 y 1950 y publicó por entregas las obras de muchos escritores. Esta portada de 1935 representa a Hércules Poirot, el detective belga de Agatha Christie, en «The Crime in Cabin 66».

La reina de la ficción detectivesca del siglo XX fue Agatha Christie (1890– 1976). Se la considera la novelista con más ventas a nivel mundial, con cifras que se sitúan tan solo por debajo de las de la Biblia y las obras de Shakespeare, y sus libros se han traducido a 103 idiomas. Pese a su elevado estatus social, escribía obras «de cultura media» con las que atrajo al público general de todo el mundo.

Durante su dilatada carrera, publicó 66 novelas y 14 relatos, y escribió además la obra teatral representada durante más tiempo de la historia: La ratonera (1952). Entre sus títulos más destacados se cuentan El asesinato de Roger Ackroyd (1926), un candidato habitual al premio a la mejor novela criminal de la historia concedido por la Crime Writers’ Association, y Diez negritos (1939), con más de 100 millones de ejemplares vendidos.

Christie, dotada de una gran capacidad inventiva, concibió a dos detectives: el ex inspector de policía belga Hércules Poirot, al estilo de Holmes, y la aficionada pero brillante Miss Jane Marple, sagaz observadora de la naturaleza humana. Ambos realizan agudos análisis psicológicos de los protagonistas de cada historia y observan los detalles disponibles que se suelen pasar por alto por considerarse insignificantes, una lección que habían aprendido de Holmes. Poirot hizo su aparición en El misterioso caso de Styles (1920), que también lanzó la carrera de Christie, y protagonizó 33 novelas. Marple debutó en un relato breve, «El club de los martes» (1926), y la primera novela que protagonizó fue Muerte en la vicaría (1930); apareció en otras 11 novelas y en más de 20 relatos. Como el padre Brown de Chesterton, Marple es un personaje reservado y contemplativo que hurga modestamente en los misterios que ha de resolver. Tanto Poirot como Marple han protagonizado numerosas películas y series.

La edad de oro en EE UU

Philo Vance, el esteta y sabueso de S. S. Van Dine (pseudónimo de Willard Huntingdon Wright, 1888–1939), fue uno de los primeros grandes detectives de ficción estadounidenses al estilo de Holmes. Van Dine presentó a Vance tras escribir un estudio exhaustivo sobre el género, el cual dio lugar a El misterioso asesinato de Benson (1926) y otras 11 obras maestras de la novela detectivesca.

Las aventuras de Ellery Queen dio lugar a cuatro series televisivas. La primera temporada, en 1950, la protagonizó Richard Hart. Lee Bowman (en la imagen) asumió el papel tras la muerte de Hart en enero de 1951.

Los primos Frederic Dannay (1905–1982) y Manfred Bennington Lee (1905–1971) inventaron a Ellery Queen, su pseudónimo y su personaje. Investigador talentoso, presentado a menudo como el «autor» de sus libros, Queen se hizo popular tras la publicación de su primera novela, El misterio del sombrero de copa (1929). Hoy día, Ellery Queen se ha convertido en una marca, que aparece como personaje en revistas y adaptaciones para el teatro, la televisión y el cine.

Con todo, el más claro heredero de la capa y la gorra de cazador de Holmes en EE UU es el detective de Rex Stout, Nero Wolfe. Wolfe vive en una casa típica de la zona alta de Manhattan, donde cuenta con la asistencia de su cocinero, Fritz, y de un ayudante, Archie Goodwin, quien, al igual que Watson, hace de narrador. Las deducciones de Wolfe, como las de Holmes, se basan en sus conocimientos y su experiencia y exigen la suspensión de la incredulidad. Los orígenes de Nero Wolfe son un misterio. Algunos holmesianos sitúan sus raíces en Europa del Este; otros sugieren que es el hijo ilegítimo de Irene Adler y Holmes.

La novela negra

En las décadas de 1930 y 1940 surgió en EE UU otro tipo de narrativa criminal. Se trataba de novelas despojadas de sentimentalismo, realistas y descarnadas, protagonizadas por cínicos detectives antiheroicos muy diferentes de Holmes. Este nuevo estilo vino a conocerse como novela negra o hard-boiled. Dashiell Hammett (1894–1961) y Raymond Chandler (1888–1959) se consideran los fundadores de este subgénero.

Los tres personajes más destacados de Hammett, el agente sin nombre de la Continental de Cosecha roja (1929), Sam Spade de El halcón maltés (1930) y Nick Charles de El hombre delgado (1934), se encuentran inmersos en misterios que solo pueden resolverse mediante una sagaz labor detectivesca. En cambio, el sabueso de Raymond Chandler, Philip Marlowe, es menos ingenioso y a menudo se limita a seguir un rastro de cadáveres y a glamurosas mujeres fatales que lo conducen a conclusiones a menudo inescrutables y violentas, en obras como El sueño eterno (1939) y Adiós, muñeca (1940).

El legado británico de Holmes

Más de un siglo después de Holmes, el auténtico legado de la invención de Doyle puede apreciarse en varios autores de ficción criminal británicos.

D. James (1920–2014) escribió ingeniosas historias ambientadas a menudo en lugares remotos. Presentó a la investigadora privada Cordelia Gray en No apto para mujeres (1972), y posteriormente publicó una serie de novelas protagonizadas por el comandante Adam Dalgliesh, comenzando por Sabor a muerte (1986). Gracias a su magnífica prosa, las novelas de James no tardaron en considerarse obras de literatura seria.

Por su parte, Ruth Rendell (1930– 2015), que también publicó bajo el pseudónimo de Barbara Vine, destacó como creadora de novelas criminales psicológicas. Su principal serie de novelas está protagonizada por el meticuloso y analítico inspector jefe Wexford; la serie empezó en 1964 con Dedicatoria mortal y se prolongó en otras 12 novelas hasta 1983.

Colin Dexter (n. 1930) creó al irascible inspector Morse y a Lewis, su compañero a lo Watson. En efecto, el formato de Dexter es similar al de Doyle, pues Lewis suele ocuparse del trabajo preliminar mientras que Morse resuelve el misterio. Iniciada con Último bus a Woodstock (1975), la serie se prolongó en 13 novelas hasta 1999.

Ian Rankin (n. 1960) jamás concibió sus libros como novelas de género, pero su serie del inspector Rebus, iniciada con Nudos y cruces (1987), ha continuado en otros 18 títulos y lo ha afianzado como uno de los principales autores de narrativa criminal modernos. Rebus, un personaje que genera pocas simpatías, se mueve por instinto, usando una combinación de lógica holmesiana y tácticas intimidatorias a lo Philip Marlowe.

Como ya se apunta en los relatos criminales de Poe y se hace explícito en Holmes, con sus brotes depresivos y su consumo de drogas, muchos de estos sabuesos viven atormentados por asuntos románticos o familiares, por el alcoholismo y por fantasmas del pasado, entre otras cosas.

Ficción criminal reciente

El legado de Sherlock Holmes tiene continuidad en autores de ficción criminal de todo el mundo, pero sobre todo de EE UU.

El estadounidense John D. Macdonald (1916–1986) inventó a Travis McGee, un detective independiente propietario de un barco en Florida que asume casos que le intrigan o indignan. El lector, situado en el papel de observador, se ve obligado a interpretar las averiguaciones de McGee hasta que este resuelve los casos. McGee recopila pruebas y cavila sobre los problemas, va conectando las pistas y, como Holmes, las utiliza para dar caza a los villanos.

El escritor sueco Stieg Larsson (1954–2004) solo llegó a escribir tres de los diez libros que debían componer la saga Millenium. Las adaptaciones para el cine han cosechado un gran éxito.

El estadounidense-canadiense Ross Macdonald (pseudónimo de Kenneth Millar, 1915–1983) escribió una serie de aventuras acerca del detective privado californiano Lew Archer. Pese a emplear esporádicamente tácticas violentas, Archer realiza una labor detectivesca excelente.

Así como Holmes fue un pionero en el uso de la ciencia, la estadounidense Patricia Cornwell (n. 1956) ha sobresalido describiendo la ciencia forense moderna con un grado de detalle que revuelve el estómago. Su protagonista, Kay Scarpetta, utiliza sus habilidades culinarias para examinar los restos mortales y se enfrenta a criminales en novelas como La granja de cuerpos (1994). Otra estadounidense, Karin Slaughter (n. 1971), que debutó con la novela Ceguera en 2001, también describe investigaciones forenses con pelos y detalles.

La ficción criminal es ya un género consolidado, sobre todo en Francia, España, Rusia, Japón y Escandinavia, y muchos autores de habla no inglesa como Stieg Larsson y Pierre Lemaitre han logrado una gran popularidad en todo el mundo. Al margen de los orígenes y el estilo de cada autor, no cabe duda de que todos han bebido del legado del indomable Sherlock Holmes de Conan Doyle

El texto y las imágenes de esta entrada son un fragmento de: “El libro de Sherlock Holmes”

Tomado de: No cierres los ojos

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