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Cinexcusas: Maestro Cazals

Felipe Cazals Siena ​ fue un director, guionista y productor de cine mexicano. Ha sido varias veces galardonado con el Premio Ariel (1937-2021)

Por Luis Tovar @luistovars

Hace nueve días, el pasado 16 de octubre, usted, maestro Felipe Cazals, dejó de estar físicamente en este mundo. Al momento de correr la mala nueva no se mencionó la causa de su muerte; tal vez alguien por ahí ya la haya revelado pero, para ser sincero –y hablaré sólo por mí–, no es que la causa no importe sino que palidece frente al hecho mismo de su ausencia.

Tenía usted ochenta y cuatro años de edad, maestro, y al menos en apariencia había concluido ya su fecundísima singladura en el océano cinematográfico, pues la que ahora sí puede ser llamada su última película, Ciudadano Buelna, la filmó hace poco menos de una década, en 2012, y con ella cerró, para empezar con lo más particular, no sólo el capítulo de la Revolución Mexicana de su filmografía personal –hay que sumar Chicogrande (2009), Las vueltas del Citrillo (2006) y ese inefable primer largometraje suyo, Emiliano Zapata (1969)–, sino el más amplio de corte histórico, que en rigor incluye El jardín de tía Isabel (1971) y Aquellos años (1972), de resultados agridulces por decir lo menos; La güera Rodríguez (1977), sobre la independencia de México; Kino: la leyenda del padre negro (1993), ubicada en el período de la Nueva España, y Su Alteza Serenísima, sobre el tristemente célebre “quince uñas”, el chaquetero político-ideológico Antonio López de Santa Anna, naturalmente del siglo XIX.

Pero no fue sólo todo lo anterior, que no es poca cosa, lo que se ha cerrado con su muerte, maestro Cazals, sino una manera completa de concebir, entender y hacer cine; quiero decir, no un estilo y nada más, ni únicamente una decantación temática reveladora de una clara postura política y sociocultural, que tampoco es poco decir, sino una postura integral frente al fenómeno cinematográfico visto desde todos sus flancos. (Permítame un paréntesis: sé que en este punto puede llegar Sepaquién a decir que lo antedicho no se refleja en las películas de Rigo Tovar o en Desvestidas y alborotadas, por ejemplo, a lo que un servidor respondería que, en efecto, no se refleja pero poco importa, y apelaría a la idea de Jorge Luis Borges cuando afirma que, de todo lo escrito, con que un solo verso perdure ya es más que suficiente. Tendré que alargar el paréntesis por si a Sepaquién se le antoja señalar que mucho de su cine fue realizado con recursos oficiales, como si por eso tuviera irremediablemente menos valor, y diré lo obvio: si ese fuese el criterio, tres cuartas partes o más de la cultura hecha en México, no sólo del cine, al menos desde la Revolución para acá, sería deleznable, lo cual es un despropósito monumental.)

Eso que llamo “postura integral”, maestro Cazals, es lo que nutre y se refleja en las películas que lo llenaron de premios y de justa fama pero, mucho más importante que eso, lo convirtieron a usted en un referente fílmico absoluto, no sólo para los nacionales sino para la cinematografía en su conjunto –y quien lo ignore, peor para él/ella, que en tal caso ni cineastas tendrían derecho a considerarse. Esas películas son, naturalmente, Canoa y El apando, ambas de 1975, Las Poquianchis, de 1976,  Los motivos de Luz, de 1985. Con ellas no sólo deslumbró y estremeció a un público, en aquel entonces, sin costumbre alguna de ver la realidad real desde su arista más dolorosa y urgida de denuncia, llevada a una pantalla grande; por si fuera poco, con ellas marcó una ruta que afortunadamente muchos se apresurarían a seguir, y otros que ya andaban por senderos parecidos, a remarcar.

Por eso le llamo aquí “maestro”, señor Felipe Cazals, porque su mejor cine nació revelador y sutilmente didáctico, y con o sin proponérselo nos ha enseñado –hablo de generaciones enteras– a entender el cine como lo que siempre debería ser: un diálogo entre creador y espectador del que ambos salgan enriquecidos, acerca de las vidas, las historias, las gestas y las ideas que a todos conciernen. Por eso, maestro Cazals, a título personal que de seguro compartirán cientos de miles o millones, permítame expresarle mi más profundo agradecimiento.

Tomado de: La Jornada Semanal

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Cinexcusas: Edipo matemático

Por Luis Tovar @luistovars

Hay quienes, con evidentemente demasiados años de edad, para decirlo con una frase coloquial, siguen pegados a las faldas de su mamá; los hay que prolongan la etapa natural de vivir al amparo paterno/materno a tal punto que los roles familiares poco a poco van volviéndose difusos: de ningún modo vieja, la madre no sólo es “económicamente activa” –dicho sea con esa cruda expresión de las ciencias económicas y sociales– sino una persona con deseos patentes, gustos vigentes y, una vez más dicho coloquialmente, sueños pendientes por cumplir; incluido, por ejemplo y tal vez en primerísimo lugar, el que consiste en atraer y sentirse atrayente, situación que bien puede sucederle con alguien que, con o sin paradoja, tiene más o menos la misma edad que su hijo. A éste, por su parte, aunque no precisamente por su voluntad sino como producto de las circunstancias, está tocándole cumplir un rol que no es ni puede ser el suyo: muerto el padre hace tiempo, idos de la casa los dos hermanos mayores para “hacer su vida”, ambos en el no muy lejano Estados Unidos, de alguna manera él, a sus apenas veintidós años, es la pareja de su propia madre: son los únicos que le dan sentido a expresiones como “núcleo familiar” y “hogar”, y no es que se hagan mucha compañía en sus rutinas cotidianas pero va y viene con ella a donde sea menester, aun a su inexperto e insuficiente modo está al pendiente de ella y, entre otras cosas, en algún momento puede reclamarle por qué no le contó de inmediato que se ha quedado sin trabajo, a lo cual ella puede responderle que el de él, como recepcionista nocturno y velador de un hotel, “ni siquiera es un trabajo de verdad”, en una dinámica que si no es de pareja, lo parece demasiado.

Empero, y siendo justos, no puede afirmarse que veintidós sean demasiados años para seguir bajo el ala materna; más bien es algo que va en función de circunstancias particulares. Las de Néstor (Miguel Narro) y su madre, Lilia (Leticia Huijara), los pusieron a vivir una situación que no puede durar, a menos que alguno de los dos –o ambos– pierda de vista que no existe tal cosa como un edipismo sano. Para su fortuna, ese no es el error en el que están cayendo sino, acaso, en el de prolongar el estado de las cosas un poco más allá de lo conveniente, demora que se deriva, por el lado de ella, del pasmo en apariencia inconsciente en el que se encuentra desde que muriera el padre de sus hijos, cuando los planes hechos tiempo atrás quedaron cancelados –“dijimos que aquí íbamos a volvernos viejos”, evoca ella cuando van a una cabaña en el bosque, ahora semiabandonada, adquirida en tiempos muy distintos y ahora en venta, destinada a ser uno de esos “bienes que sirven para remediar los males”–; demora que, por el lado de él, es simple consecuencia de su comprensible inmadurez, alegóricamente bien reflejada en un problema de las olimpiadas matemáticas en las que participó siendo más joven, que por azar se encuentra en un cuadernillo olvidado en la cabaña y se lleva consigo, para resolverlo y, sin darse cuenta del todo, para preguntarle a su yo interno qué tan cerca o lejos sigue estando de quien era en aquellos tiempos y si, como el lobo del acertijo matemático, está listo para escapar del corral custodiado por cuatro perros, dilema que podrá resolver en términos simbólicos en el diamante beisbolero donde, por cierto, nunca ha sido bueno, y que en el mundo real tiene una única solución factible.

Dirigida por el egresado del Centro de Capacitación Cinematográfica Jaiziel Hernández Máynez, coescrita con Oriana Jiménez Castro, coproducida con Raymundo Hernández Ramírez, Edgar Nito y Daniel Cabello, y coeditada con Lenz Claure y Arturo Manrique, Días de invierno se presentó en el más reciente FICUNAM y es la prometedora ópera prima en largometraje de ficción de un realizador con buenas hechuras y un discurso propio más que en ciernes.

Tomado de: La Jornada Semanal

Tráiler del filme Días de invierno (México, 2020) de Jaiziel Hernández

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Cinexcusas: Sofía 87

Sofía Loren, actriz italiana

Por Luis Tovar @luistovars

Usted lo sabe, señora Sofía: cuando se habla de alguien que, como es el caso, se ha ganado todos los elogios y reconocimientos posibles, suele ser el ocaso vital quien ayunta la memoria, de cuya nobleza no cabe dudar, con lo que muchas veces sólo es oportunismo. Estas líneas quieren ir a contrapelo de ese hábito, no aguardar guadañas indeseables y aprovechar que apenas el pasado lunes 20 usted alcanzó la edad de ochenta y siete años, tan bien vividos, tan pletóricos de luz, celebridad y gloria que no tendría caso intentar, en un espacio así de breve, un recuento pretendidamente completo, sin olvidar que la intención de este irredento admirador suyo no es sino festejar su nueva vuelta al sol. Por lo demás, se antoja imposible la exhaustividad: ¿cómo, si hace siete décadas y un año, en un 1950 ya lejano, en su debut no firmó Loren sino Scicolone, apellido que de inmediato cambió por Lazzaro? No sólo eso sino, por ejemplo, su participación sin crédito en Quo Vadis?, complican otro poco la tarea.

Más valioso que la enumeración sería ponderar, a lo largo de un periplo que comenzó cuando tenía usted apenas dieciséis años y sigue hasta el presente –apenas en 2020 protagonizó La vida por delante, de Edoardo Ponti–, la transformación a la que usted misma sometió su presencia en las pantallas: que suene lo menos obvio posible pero su belleza física, insoslayable hasta lo paradigmático –la rebautizaron como Princesa del Mar, Sirena del Adriático, Señorita elegancia…–, habría bastado para garantizarle fortuna y fama cinematográficas, y sin embargo, en compañía de Carlo Ponti, a su tremendo impacto icónico y su simpatía irresistible amalgamó a partes iguales lo que tuvo desde siempre: talento, sensibilidad y vocación por el arte, no por el mero espectáculo.

Digo lo último porque Hollywood, esa máquina trituradora de personalidades, quiso considerarla suya y todavía hoy se ufana de ser su demiurgo, vaya falsedad: antes, durante y después de la Paramount, Cary Grant, Frank Sinatra, George Cukor, Sidney Lumet y Michael Curtis, estuvieron Vittorio de Sica, Claudia Cardinale, Gina Lollobrigida, Ettore Scola… y deliberadamente dejo hasta el final a Marcello Mastroianni, por razones que sin duda sabe de antemano pero, antes de aludir a ellas, querría dejar dicho y redicho que salvo De Sica, Scola y Mastroianni, con quienes me atrevo a decir usted se sabe indisoluble –y nada importa que la muerte los alcanzó a ellos antes–, el resto pueden considerarse honrados por Fortuna, por haber tenido el privilegio de compartir guión, set y créditos con una diva que sí merece ser llamada así, y más: una que antes y después de serlo ha sabido ser ella misma, sin los andamios de la pose ni la lejanía que mistifica, no obstante haber ganado todo lo ganable en materia de premios y reconocimientos –Palma, César, Concha, Oscar, BAFTA, Globo, David de Donatello…– y ser, desde un principio constatado hasta la fecha, El Rostro del mejor cine hecho en Italia.

Desde luego están o, mejor dicho ustedes son, Filomena y Domenico del Matrimonio a la italiana; la vendedora de cigarros, la enjoyada y la prostituta de Ayer, hoy y mañana; Giovanna y Antonio amorosísimos de Los girasoles, todas bajo el genio de De Sica, más las otras siete u ocho que protagonizó al lado de Marcello, pero es difícil no decirlo con la frase recurrente: para la inmortalidad les habría bastado con ser la Antonietta y el Gabriele de Una jornada particular, esa obra maestra de Ettore Scola, por mil razones: el entendimiento histriónico absoluto entre ustedes, desde luego, pero sobre todo lo que encarnan en sus personajes: el sufrimiento que infligen intolerancia, autoritarismo, tradicionalismo, y la protesta sutil e insospechada en contra de esos males, resumidos en la palabra fascismo, ejerciendo las virtudes más humanas: solidaridad, empatía, compasión…

Se termina el espacio, señora Loren, y bien sé que rozo apenas las orillas de su biografía. Terminaré deseándole larga vida; en este mundo, porque el de la posteridad ya le pertenece.

Tomado de: La Jornada Semanal

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Cinexcusas. Quince años que forjaron una Patria (+Video)

Por Luis Tovar @luistovars

Debido a innumerables causas que van desde la insuficiencia hasta la distorsión –lo primero en sistemas y contenidos educativos de todos los niveles, lo segundo en la cooptación de espacios difusivos por ciertos grupos de intereses económico-político-intelectuales–, para un enorme sector de la población la historia de México se reduce a tres o cuatro, cuando mucho cinco hitos o piedras angulares: la fundación de México-Tenochtitlan, su caída en manos de la Conquista española, la Independencia, la Reforma y la Revolución Mexicana. Peor aún, en la mayoría de los casos esos fenómenos colectivos han quedado reducidos a su mínima expresión, muchas veces sólo iconográfica, sin mayor texto ni contexto que el correspondiente a las clásicas estampitas de otros tiempos, detrás de las cuales –como de las “monografías” temáticas– quién sabe quién pergeñaba unas líneas de contenido y redacción apresurados e insuficientes. De ese modo, la fundación del imperio azteca se reduce a un águila devorando a una serpiente; la Conquista, a poco más que las figuras de Moctezuma y Cortés; la Independencia, a los bustos de Hidalgo, Morelos y acaso Vicente Guerrero; la Reforma, a Benito Juárez y su apotegma de los individuos y las naciones, y finalmente la Revolución a los rostros de Madero, Villa, Zapata, Carranza y pare usted de contar.

Posiblemente el siglo xix mexicano sea el período peor y más escasamente difundido a gran escala; no historiado, pues la bibliografía, la hemerografía y hasta la iconografía son abundantísimas, a pesar de lo cual los nombres, pero sobre todo las acciones y el legado de los gigantes decimonónicos mexicanos le han pasado de noche a una generación tras otra, para las cuales Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez el Nigromante, Melchor Ocampo, Francisco Zarco, Vicente Riva Palacio y muchos más, sólo les suenan a nomenclatura urbana.

Es preciso insistir: a la distorsión por insuficiencia se suma la originada en la convención histórica –un ejemplo inmejorable es el relegamiento de Prieto y el Nigromante en favor de Juárez y Lerdo de Tejada–, y a ésta se agrega el encumbramiento, desde hace por lo menos tres décadas, de grupos intelectuales que avalaron, con su discurso, las posturas políticas de los poderosos en turno.

Revolución, Reforma e Imperio

Ese es el contexto en el que hace tres años se produjo y hace dos se estrenó el documental Patria (México, 2019), cinematográficamente dirigido por Matías Gueilburt pero, en lo que corresponde al contenido, atribuible ciento por ciento a Paco Ignacio Taibo II –el actual titular del Fondo de Cultura Económica–, a partir de la trilogía homónima de su autoría, en la que hace un relato ampliamente documentado, prolijo en detalles, tan lejos como es posible de hieratismos y solemnidades, de los tres lustros que, en la segunda mitad del siglo xix, no sólo son parte insoslayable de la historia de este país sino, de manera definitiva, significaron su preservación, su conceptualización y su posibilidad de futuro. Desde 1854 hasta 1867, es decir desde la Revolución de Ayutla hasta la caída del llamado imperio de Maximiliano de Habsburgo, en Patria, el documental, Taibo II literalmente va de un punto a otro, de manera geográfica y verbal, contando la Historia; vale decir, contándola desde una perspectiva que al mismo tiempo la recupera, la amplía, la revalora y la reinterpreta, con el propósito claro de volverla accesible al gran público sin pérdida de matices, anécdotas y detalles, despojándola así del aire lejano y la distancia que, entre el pueblo raso y sus orígenes, han instalado lo mismo académicos tiesos que intelectualoides infatuados que políticos convenencieros.

Auténtica delicia para cualquiera que desee asomarse al más fascinante de los períodos de un país abundante en riqueza histórica, cultural e intelectual, el documental Patria merece una difusión más grande aún de la que permite la plataforma Netflix, donde se encuentra disponible.

Tomado de: La Jornada Semanal

Tráiler del filme Patria (México, 2019) de Matías Gueilburt

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Cinexcusas. Una de cal argentina

Por Luis Tovar @luistovars

Dirigido por el bonaerense Sebastián Schindel, coescrito por él mismo y Pablo del Teso, cinefotografiado por Julián Apezteguía, musicalizado por Sebastián Escofet, coproducido por un grupo de empresas privadas en colaboración con el incaa –equivalente al mexicano Imcine– y distribuido por Netflix, el largometraje de ficción Crímenes de familia (Argentina, 2020) es un estupendo ejemplo de que las plataformas de servicio streaming no están limitadas, ni mucho menos obligadas, a colmar de miasma su oferta fílmica y pueden, como es el caso, incluir una producción que bien puede considerarse a caballo entre un cine del llamado “comercial” o de mero entretenimiento, y aquel otro que se siente llamado a rebasar una cota así de elemental y busca, en virtud de su temática y el tratamiento que le da, generar al menos un poco de reflexión.

Injusticias del sistema de justicia

En su relato Schindel recurre, a partes iguales, a la fragmentación del tiempo diegético para dosificar la información –uno de los recursos narrativos más usuales en la confección de un thriller– y, en tanto la trama depende significativamente del desarrollo de procesos judiciales, a ese otro recurso indispensable del subgénero conocido de manera popular como “cine de juzgados”, es decir a las audiencias que se llevan a cabo en juicios orales. La yuxtaposición de dos diferentes enjuiciamientos, uno contra el hijo de una pareja madura y económicamente acomodada, a quien se acusa de violencia intrafamiliar y violación, el otro contra la trabajadora doméstica de esa misma pareja, acusada de homicidio calificado, se hilvana con el desarrollo pausado de las causas y el contexto que ha llevado a los protagonistas a dicho estado de las cosas.

Centrada de manera fundamental en el personaje de Alicia –estupenda, Cecilia Roth–, es decir la mujer madura de alta posición económica, la trama consistente en el desenhebrado de la presunta culpabilidad de los indiciados poco a poco va dando paso al verdadero quid: quién sí y quién no tiene acceso a la justicia, en función de sus posibilidades económicas, sus conocidos, influencias y palancas pero, sobre todo, en función de su origen social: por un lado está Daniel (Benjamín Amadeo), el hijo de la pareja pudiente, quien a sus casi treinta años no ha sido capaz de dejar atrás la minoría de edad psicológica ni material y sigue aprovechándose del tantas veces enceguecido amor de madre; por el otro está Gladys –una sobresaliente Yanina Ávila–, la empleada doméstica para quien la vida entera ha sido una sucesión de vejaciones, utilizaciones y humillaciones, que la han reducido emocionalmente a su mínima expresión y, desde la perspectiva de casi todos los otros, han hecho de ella una permanente receptora pasiva de los actos ajenos, ya sea en calidad de víctima o de damnificada.

Sorprende y es bienvenida, por inusual en filmes de esta naturaleza, la sobriedad con que son empleados ciertos recursos formales: la cinefotografía se limita espléndidamente a ser eficiente, sin pirotecnias icónicas ni engolosinamientos –lo cual destaca en la inclusión de un leitmotiv visual revelador–, mientras la sonorización extradiegética evitó felizmente esa tara despreciable que consiste en emplastar motivos musicales dizque ad hoc a cada rato, para cada situación y hasta el hartazgo. Algo similar puede decirse de los diálogos que, a diferencia de películas concebidas con pericia evidentemente mucho menor, no cuentan de nuevo el cuento y verbalizan sólo aquello que debe ser escuchado precisamente porque no es visto –que para eso está la imagen–, redondeando la narrativa y volviéndola capaz de llevar al espectador un par de pasos más allá de la trama misma, es decir, al fondo del asunto, resumible aquí en la ya citada oposición y diferencia socioeconómica, así como en la condición de vulnerabilidad femenina, en un caso agravada por antecedentes de la infancia y en otro por prejuicios de clase.

Tomado de: La Jornada Semanal

Tráiler del filme Crímenes de familia (Argentina, 2020) Sebastián Schindel

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Cinexcusas. Presidio cibernético aceptado (+Video)

Por Luis Tovar @luistovars

Conocida en España sobre todo por la comedia romántica Ahora o nunca (2015), uno de los nueve largometrajes de ficción que ha dirigido hasta la fecha, la barcelonesa María Ripoll fue contratada por la económicamente más poderosa compañía de streaming cinematográfico para dirigir Guerra de likes (México, 2021), cinta coprotagonizada por Regina Blandón, actriz mexicana cuya excesiva recurrencia ya dejó bien claros sus muy estrechos márgenes histriónicos, y por Ludwika Paleta, de quien pudo decirse lo mismo cuando menos desde hace tres lustros. El guión es de Olga Iglesias, Jason Shuman y Eduardo Cisneros, quienes han tenido escasas incursiones fílmicas luego de trabajar mayormente en televisión: por ejemplo, Cisneros escribió “argumentos” para una decena de capítulos de esa cosa llamada La familia P. Luche y colaboró, aunque no le dieron crédito, en otro miasma derbeziano, pero fílmico, titulado No se aceptan devoluciones.

La resignación inconsciente

Con Guerra de likes sucede algo muy similar a lo que se mencionó aquí mismo hace poco respecto de Fondeados: el afán por delinear un argumento que forzosamente desemboque en un final capaz de ocasionar diabetes, de tan edulcorado, provocó no sólo que la tríada de guionistas de Guerra de likes redujera a valores mínimos elementos como perfil y volumen de los personajes, así como construcción del conflicto, sino que en ese proceso de aligeramiento máximo soslayó lo que de más interesante podría tener el tema: una visión de verdad crítica, por más que fuese moderada, a la actual problemática consistente en la transferencia que, alrededor de todo el mundo, millones de personas hacen de la vida real a la llamada virtual. A eso alude el like en el título de la cinta: a la dependencia psicológica que los usuarios de redes sociales han desarrollado, y padecen, de ser notificados, al momento, de los “me gusta” en los mensajes, fotografías, videos y demás escuetos y vacíos contenidos publicados en dichas redes. La contraposición de una influencer dependiente lo mismo en lo económico que, sobre todo, en lo emocional, de su reiterada presencia virtual –encarnada por Paleta–, con una mujer a quien la virtualidad cibernética no le generaba sino desinterés –el papel de Blandón–, ofrecía la posibilidad ya no se diga de ahondar, sino al menos siquiera de tomar algo de distancia del fenómeno, para mirarlo mejor. Pero como el propósito de la empresa productora consistía sólo en “entretener”, asume como hechos y valores entendidos, diríase naturales, la existencia de algo llamado influencer y su cauda de insustancialidad convertida en asuntos atendibles, algo que desde luego sucede en el mundo verdadero y de lo cual el filme pretende hacerse eco, sólo que en línea de validación plena, puesto que al poner a la publicista “sin seguidores” a competir, en términos de personalidad, con la influencer, no lo hace cuestionando absolutamente nada –como equivocadamente podría creerse a partir de la intervención de un personaje secundario, cuya “crítica” es irrelevante de tan epitelial–, sino dándolo todo por hecho: Guerra de likes pareciera proponer el despropósito de que ya sea por gusto, por conveniencia o porque no queda de otra, no hay quien escape del grillete cibernético de ambicionar siempre una cantidad mayor de “seguidores” y “amigos” en redes sociales y, por consiguiente, de obtener siempre con aumentada frecuencia los anhelados “me gusta”. En la cinta, sobre todo las causas, pero también las consecuencias de ese modo de proceder son vistas como si fuesen tan normales como la ley de la gravedad o la noche y el día; tanto, que ni siquiera se alude a su naturaleza y el fondo de la trama consiste, según eso, en la oposición y posterior reconciliación de dos amigas con personalidades diferentes. Nada de víctimas de las redes, pasto del consumismo virtual ni prófugas de la aceptación ficticia del desconocido a quien se apela a la hora de volver público lo que es privado, sino la resignación inconsciente a vivir en un presidio cibernético, e incluso agradecerlo.

Tomado de: La Jornada Semanal

Tráiler del filme Guerra de likes (México, 2021) de María Ripoll

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Cinexcusas. Réquiem por un periodista (+Video)

Por Luis Tovar @luistovars

En el municipio de Tlalnepantla, hacia el norte de la zona metropolitana de Ciudad de México, extendido en una loma está el panteón Jardines del Recuerdo; en uno de sus apartados –el “Jardín de la última cena”–, descansan los restos mortuorios de Manuel Buendía Tellezgirón, periodista mexicano que, a los cincuenta y ocho años y seis días de edad, fuera asesinado a plena luz del día en las afueras de un estacionamiento público, muy cerca del cruce de avenida Insurgentes y Paseo de la Reforma, en pleno centro de la capital mexicana.

Era el 30 de mayo de 1984, el país era gobernado por Miguel de la Madrid Hurtado, el primero de los “tecnócratas” que instauraron el régimen neoliberal, pero en materia de política interior sus prácticas seguían siendo idénticas a las del previo “nacionalismo revolucionario”: férreo control político, espionaje gubernamental, represión de la inconformidad social, corrupción impune… los personeros de la Secretaría de Gobernación, la Procuraduría General de la República y la policía judicial eran, sin excepción, siniestros criminales con placa cuya verdadera función consistía en apuntalar un status quo para el cual una figura como la de Manuel Buendía no era simplemente incómoda, sino riesgosa: periodista de la vieja escuela, maestro en el arte investigativo, de pluma clara y punzante, al autor de la columna Red Privada en el diario Excélsior no lo arredraba el hecho, por él bien sabido, de ser temido, odiado y, en consecuencia, permanentemente vigilado y en riesgo de perder la vida por lo que escribía.

En términos periodísticos, Buendía fue pionero en la exposición y denuncia de lo que, años más adelante, se convertiría en tema principalísimo: la influencia galopante del narcotráfico y su criminalidad inherente en la vida pública nacional, incluyendo desde luego su vinculación, o mejor dicho su complicidad, con un gobierno ya corrompido por otras causas y desde otros frentes, y que en aquel tiempo comenzó su carrera imparable de coexistencia con el llamado “crimen organizado”.

El asesinato de Manuel Buendía desató todo tipo de reacciones, desde la indignación social encabezada por el gremio al que Buendía perteneció, hasta las repudiables lágrimas de cocodrilo de un aparato de gobierno al que, como demostraron los hechos subsecuentes, jamás le importó esclarecer el que, desde la perspectiva histórica, debe considerarse el primer atentado grave a la libertad de expresión de la época contemporánea en México que, como bien se sabe, no ha hecho sino aumentar de modo irrefrenable hasta el presente –ahí están Miroslava Breach y Javier Valdéz, como muy significativos botones de muestra de la indefensión del periodista que “se mete con el narco”.

Eso precisamente, “meterse con el narco”, fue lo que de acuerdo con las versiones más plausibles hizo que Manuel Buendía fuese ultimado; su investigación del asesinato del agente estadunidense Kiki Camarena tocó puntos álgidos de un sistema de complicidades que decidió acabar de raíz con el riesgo de verse exhibido. Lo que siguió, para ese entramado de intereses inconfesables que rebasaba el ámbito nacional, podría ser considerado un simple control de daños: declaraciones rimbombantes de compromiso con la justicia, confección de versiones policiales más o menos creíbles, fabricación de culpables, encarcelamiento de personajes menores en calidad de chivos expiatorios, silenciamiento de voces que pusieran en riesgo el tinglado, todo en medio de una dilación exasperante y, visto en conjunto, absolutamente inverosímil.

En el panteón Jardines del Recuerdo no se permite la construcción de mausoleos, ni siquiera de túmulos prominentes o lápidas verticales. La tumba de Manuel Buendía luce una sencilla cruz de madera, que con el paso de los años ha vuelto borrosas las letras de su nombre. No sucede lo mismo con su memoria, tan presente en nuestra vida nacional.

Tomado de: La Jornada Semanal

Tráiler del filme Red Privada: ¿quién mató a Manuel Buendía? (México, 2021) de Manuel Alcalá

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Cinexcusas. Entre ‘millenials’ te veas (+Video)

Por Luis Tovar @luistovars

También se da en llamarle Generación Y, pero millenial es el término con el que más frecuentemente se quiere agrupar a los nacidos entre 1980 y 2000, aunque hay quienes reducen hasta ocho años, de 1984 a 1996. No paran ahí las imprecisiones, mucho más acusadas cuando se trata de aclarar qué define a dicha generación. Sumando lo que dicen William Strauss y Neil Howe –acuñadores de la palabreja–, Jean Twenge, Elwood Carlson y algunos otros, la generación millenial es “especial, protegida, segura, orientada al trabajo en equipo, convencional, presionada y exitosa”, poseen un alto grado de “confianza y tolerancia” pero, sobre todo, se caracterizan por un narcisismo exacerbado. Quizá la mejor descripción es la de Fred Bonner, catedrático estadunidense para quien el término sólo aplica si se habla de “adolescentes blancos y acaudalados”.

La etiqueta fue adoptada de inmediato por una sociedad tan colonizada culturalmente como la mexicana, soslayando que apenas un mísero puñado de la población nacional es blanca y acaudalada, por un acto reflejo imitativo que lleva décadas agringando todo lo que encuentra a su paso –gustos musicales y cinematográficos, vestimenta, aspiraciones profesionales, económicas y hasta vitales. En el fondo, lo único que la mayoría de jóvenes connacionales muestra en su afán de sentirse millenials son el convencionalismo y el narcisismo; peor aún, no son siquiera defectos nativos, sino importados.

Millenials Región 4

Lo anterior viene a cuento a propósito de Fondeados (México, 2021), ópera prima de Marcos Bucay a partir de un guion de su autoría. El filme narra, en clave ligera y se supone que de comedia, cómo un par de pretendidos millenials, treintones que estudiaron mercadotecnia, quieren “romperla” con algún proyecto que les dé celebridad y dinero. Bucay recurre a un paralelismo entre las personalidades de sus protagonistas, uno más superficial y encandilado por la búsqueda del “éxito” que el otro, pero en el fondo lo mismo, y lo conduce hasta un antagonismo que, de tan demorado en el desarrollo de la trama, desemboca en una falsedad que confirma el desenlace, tan edulcorado y descafeinado como el de cualquier comedia ligera estándar. A contrapelo de lo que el guionista y director ha sostenido, Fondeados no ofrece la menor novedad temática, de tratamiento ni de intención: dos adultos jóvenes deseosos de alcanzar el éxito a la gringa, angustiados por no lograrlo, emproblemados en el proceso de su obtención y finalmente felices por tenerlo, de ninguna manera califica como innovador; menos, si se atiende a elementos como el desempeño actoral, que va de la mediocridad a la franca ineficiencia, un diseño de producción que sería desopilante si la intención hubiera sido provocar risa y no empatía, pero sobre todo la construcción de personajes, aspecto que representa la primera y más notoria de las muchas oportunidades que Fondeados desperdicia, pues en su afán por contar otra-historia-light-del-montón, con rúbrica feliz al final de una trama que se cae de tanta superficialidad, echa por la borda la ocasión de mirar al menos con una mínima postura crítica el traslado a la realidad nacional de los gustos, las actitudes, las posturas, los deseos, el modo de hablar –invadido de anglicismos en cada frase que se suelta–, e inclusive los empleos que tienen, los sitios que frecuentan y el trato que entre ellos suelen darse.

Quitado el conflicto, mínimo y endeble, en Fondeados queda el retrato más o menos fiel de cómo se es millenial en una sociedad inhóspita para la práctica de ese neonarcisismo egoísta; el problema consiste en que la película no se plantea el cometido de echar una ojeada cuando menos imparcial al pequeño segmento de nuestra sociedad que responde a ese término de implantación forzada, sino que busca –ha de suponerse que inconscientemente– su ponderación, al entenderlo como algo consustancial a la época y, por lo tanto, no sólo inevitable sino bueno.

Tomado de: La Jornada Semanal

Tráiler del filme Fondeados (México, 2021) de Marcos Bucay

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Osadías de un dúo (+Video)

Selva trágica (México, 2020) de Yulene Olaizola

Por Luis Tovar @luistovars

En tanto directora cinematográfica, la egresada del Centro de Capacitación Cinematográfica Yulene Olaizola, quien aún no alcanza las cuatro décadas de vida, cuenta en su haber con el documental Intimidades de Shakespeare y Victor Hugo –su ópera prima, en 2009), así como las ficciones Paraísos artificiales (2011), Fogo (2012) y Epitafio (2015), esta última en codirección con Rubén Imaz, con quien tiene establecida una sólida asociación creativa, pues entre ambos han producido, escrito y/o editado tanto éstos como otros filmes. Es el caso de Selva trágica (2020), coescrita por ambos, dirigida por Olaizola y producida por Imaz.

Vista en retrospectiva y expresado grosso modo, la filmografía de Olaizola comenzó con el pie derecho con Intimidades…, tuvo un descenso evidente con Paraísos artificiales, tropezó definitivamente con Fogo y se levantó con Epitafio. Desde esta perspectiva, Selva trágica mantiene un similar nivel de calidad técnica, más que plausible, refrenda las preferencias formales de este dúo cineasta y continúa explorando en el amplio horizonte de posibilidades conceptuales de un cine, visto en conjunto, claramente orientado a la experimentación y, por lo tanto, al riesgo narrativo, así como alejado de los convencionalismos tanto temáticos como de ejecución.

Tres osadías

La primera osadía tiene que ver con el casillero genérico en el que Selva trágica podría ser ubicada. La propia Olaizola ha referido que bien puede hablarse de un western, sólo que éste no tendría lugar en un salvaje oeste, ficticio por más que la convención fílmica lo imagine en el oeste estadunidense, sino en la selva real, concretamente en la que se ubica en la Península de Yucatán, a lo cual debe añadirse la temporalidad de un relato que, sin señas que den certidumbre, debe ubicarse en la primera o segunda décadas del siglo xx, es decir, cuando el actual Belice aún se llamaba Honduras Británicas y cuando la industria del chicle, que se obtenía extrayendo a mano, provistos de machetes, la savia del manikara zapota, nombre científico del árbol del chicle, endémico de las selvas húmedas tropicales. Este par de aspectos, por cierto, son parte fundamental del filme, que toma lugar en la frontera entre México y las Honduras Británicas y cuenta la historia, doble hasta que el par de historias se imbrican, la de un grupo de trabajadores del chicle, casi se diría esclavizados por un patrón explotador, por un lado, y la de una joven mujer afrodescendiente que, para escapar de su opresor blanco, se interna en la selva del lado mexicano.

La segunda osadía consiste en la complejización, también genérica, de un relato que busca trascender el quid clásico de todo western –la venganza, el ajuste de cuentas, la persecución–, mediante el recurso al elemento fantástico; aquí, valiéndose de la incorporación de la leyenda local de la Xtabay, ser femenino de la mitología maya ancestral cuyas principales características son la belleza física y la capacidad de despertar deseos sexuales irrefrenables. En Selva trágica, a diferencia de la leyenda original, la Xtabay no emana de las ceibas, sino que puede encarnar en alguna mujer de carne y hueso –por ejemplo, la joven que ha escapado de su opresor pero cae en manos del grupo de chicleros–, pero sí se lleva a sus víctimas al fondo de las aguas, no sin antes haber desplegado y entregado sus encantos lúbricos.

La tercera osadía de Selva trágica es la tocante a las decisiones narrativo-formales del dúo Olaizola-Imaz, que una vez más decidieron hacer partícipe al contexto geográfico de modo muy preponderante para, de hecho, volverlo un personaje más, en tanto se desarrolla una historia que, de otro modo, podría ser despachada en un pietaje muchísimo menor. No funcionó en Fogo, sí lo hizo y muy bien en Epitafio, mientras que en Selva negra el resultado es de innegable eficiencia por momentos, pero llega a generar una cierta sensación de engolosinamiento.

Tomado de: La Jornada Semanal

Tráiler del filme Selva trágica (México, 2020) de Yulene Olaizola

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Los necesitamos

Recuerdos de un eclipse (2020), codirigido por Ximena Jiménez Mejorada y Patricio Oceguera (Fotograma)

Por Luis Tovar @luistovars

Entre las muchas experiencias humanas de las cuales puede hablarse interminablemente, pero que sólo viviéndolas es posible entender a cabalidad su dimensión, alcances y repercusiones, con toda seguridad una de las más duras, difíciles y dolorosas es la desaparición de un ser querido. Los demás, aquellos que no hemos pasado por un trance así, estamos condenados a imaginar, siempre de manera insuficiente, el sufrimiento perenne de quien ignora el paradero del padre, la madre, la hermana, el hermano, la hija, el hijo…

Históricamente, pero sobre todo a partir de las décadas de los años sesenta y setenta, México ha sido y sigue siendo una tristísima tierra de desaparecidos: la bien llamada guerra sucia fue la “estrategia” gubernamental de aquellos tiempos para contrarrestar todo tipo de disidencia a un status quo intolerante, prejuicioso y en extremo criminal, que vio en la tortura sistemática, el asesinato y la desaparición forzada el “remedio” más eficaz para reprimir cualquier intento de cambiar el estado de las cosas. Concluido eso que dieron en llamar nacionalismo revolucionario, el arribo del neoliberalismo rampante no mejoró en absoluto la situación al respecto; peor aún, en las décadas más recientes la criminalidad en ascenso, auspiciada por la impunidad que generaron la complicidad, la ineptitud y la indolencia gubernamentales, sólo hizo crecer el número de víctimas de un Estado herido hasta la médula, al que le hará falta cuando menos la misma cantidad de tiempo para revertir una tendencia socialmente suicida.

“Te seguiré buscando”

El cine, particularmente el género documental, en su calidad de registro histórico puntual, no sólo ha sido útil en tanto agente activo para mantener viva la memoria del pasado reciente, sino que siempre ha sido un foro abierto a la denuncia de esta y otras epidemias que aquejan a nuestro país. En esta línea conceptual debe inscribirse el mediometraje Recuerdos de un eclipse (2020), codirigido por Ximena Jiménez Mejorada y Patricio Oceguera, el cual abre y cierra con un par de datos que tristemente, de tan cotidianos y reiterados, a muchas personas han dejado de estremecer: a la fecha, en México la cifra de desaparecidos rebasa las 61 mil personas –registradas, a las que por fuerza debe añadirse una cifra negra inconocible–, y cada día se suman más de catorce, a consecuencia de secuestros, levantones, trata de personas, represión política y un sinnúmero de (sin)razones, todas ellas constitutivas de delito.

Jiménez y Oceguera se concentraron en una porción mínima de dicha cifra creciente: comenzando por Lucio Cabañas, el profesor normalista y guerrillero que la mano asesina gubernamental aplastó en los años setenta, llega hasta un presente tan próximo como 2019 e ilustra siete casos en particular: Rafael Ramírez Duarte, Hilda Escobedo, Braulio Bacilio, Pamela Gallardo, Natalí Carmona, Hugo Cortina y el mencionado Lucio Cabañas. Algunos por su actividad política –como Ramírez Duarte–, otros por su activismo social –verbigracia Hilda Escobedo–, otros simplemente por ser jóvenes e incluso niños –es el caso de Pamela, que a sus veintitrés años dejó de saberse de ella, así como de Braulio, que sólo contaba trece al desaparecer–, y otros más por razones hasta ahora ignotas, los siete son, para sus familiares, una llaga abierta en el alma.

“Yo quiero creer que ella sigue viva”, dice sin poder ni querer que se detengan sus lágrimas Aidée, la madre de Natalí; “mientras tenga vida te seguiré buscando”, le promete María a su hija Pamela; David, el hermano de Lucio, quisiera cuadrársele y darle un abrazo al eternamente extrañado Lucio; “te extrañamos, te necesitamos…” y con toda seguridad así por el estilo todos los que completan la cifra dantesca de más de sesenta y un mil mexicanos de quienes no se sabe si viven o mueren, si están en algún sitio o en ninguno. Desde su trinchera cinematográfica, Recuerdos de un eclipse contribuye a la procuración de justicia para los desaparecidos y sus familiares.

Tomado de: La Jornada Semanal

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