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El progresismo del Grupo Puebla

Por Marcos Roitman Rosenmann

Inaugurar un capitalismo con rostro humano, así podríamos sintetizar su ideario. Sus integrantes, a título individual han sido o son presidentes de gobiernos, jefes de Estado, dirigentes de partidos políticos, ministros, embajadores, etcétera, figuras cuyas opiniones y decisiones tienen peso en sus países y en el contexto internacional. De reciente creación, 2019, tienen en su haber, despertar la fobia de la ultraderecha latinoamericana y española. Pero ello no justifica otorgarles carta blanca, ni validar su argumentario, menos aún si entre sus miembros destacan figuras como Lula da Silva, Evo Morales, Dilma Rousseff, José Mujica o Rafael Correa. Ellos no lavan la cara ni limpian el pasado de muchos de sus integrantes. Lo cual no es contradictorio con señalar que sus propuestas suscitan la aprobación de todo bien nacido. Es imposible negar su humanismo cristiano. Se pide más democracia, un rol activo del Estado, reformas tributarias, combatir la desigualdad, salud universal o luchar contra el calentamiento global. Se podría aducir que en estos tiempos es la única opción posible. Pero en eso consiste la trampa del progresismo. De lo malo, lo menos malo. Y así nos va.

Reunidos en la Ciudad de México el reciente primero de diciembre, han elaborado una propuesta bajo el enunciado: Un modelo de desarrollo solidario, levantado sobre seis ejes, pretende: la superación de la desigualdad social, la búsqueda de valor, una nueva política económica, la transición ecológica, la integración como construcción de la región y una nueva institucionalidad democrática. Este modelo basado en un enfoque de género y diferenciado que proponemos como la hoja de ruta del progresismo latinoamericano y caribeño con miras al abandono definitivo del anacrónico modelo neoliberal. Este último con vocación extractivista ha dejado efectos difícilmente reversibles sobre el medioambiente, ha significado alarmantes niveles de concentración de la riqueza que nos convierten en la zona más desigual del planeta y ha atrofiado los circuitos de redistribución.

Nos sumamos a la declaración ¿Pero cómo se implementarán tales medidas, quiénes representan las fuerzas del cambio y dónde se ubican las resistencias? En todo el documento, no hay mención, aunque sólo sea de pasada, al espacio tiempo en el cual se desarrolla la propuesta: el capitalismo. Tampoco se alude al poder de las trasnacionales, el complejo industrial militar, financiero y digital, en concreto al imperialismo. ¿Será el lenguaje inclusivo? ¿Pero cómo luchar contra el neoliberalismo sin cuestionar las formas de explotación capitalista? Algunos dirán que no hace falta mencionarlo, se sobreentiende. La explicación no es suficiente, hay que hacerlo explícito, de lo contrario estaríamos ante el dilema ¿es conveniente mentir al pueblo? Luego vienen las frustraciones: donde dije digo, digo Diego.

El progresismo del Grupo de Puebla acaba por remozar al capitalismo. Y no puede ser de otra manera. Si miramos con atención el nombre de algunos de sus fundadores, hasta completar la media centena, aflora cierta desazón y perplejidad. Su diversidad podría ser un plus, pero cuando unos y otros están en las antípodas, la duda se abre camino. Entre otros, nos encontramos con el chileno José Miguel Insulza, ex secretario general de la OEA, el mismo que combatió y declaró la guerra a la República Bolivariana de Venezuela y su presidente Hugo Chávez, quien se opuso a la extradición de Pinochet a España, avaló las políticas estadunidenses para América Latina y como ministro del Interior del gobierno de Ricardo Lagos aplicó la ley antiterrorista de la dictadura para reprimir al pueblo mapuche. Otro chileno de pro, Carlos Ominami, coordinador del programa de gobierno de la Concertación, tuvo el mérito de blanquear el proyecto neoliberal de la dictadura como ministro de Economía y otro chileno, su ahijado, Marco Enrique Ominami, manchó su nombre al descubrirse que su partido recibió dinero del ex yerno de Pinochet para su campaña. En la lista figura el monárquico Luis Rodríguez Zapatero, quien siendo presidente de gobierno pactó en 2011 la reforma del artículo 135 de la Constitución para limitar el gasto social a la estabilidad presupuestaria. Un verdadero golpe de Estado judicial o lawfare. Además de ser artífice del acuerdo para la instalación en España del escudo antimisiles y los vuelos hacia Guantánamo. Pero también tenemos a Beatriz Paredes, ex presidenta del PRI, diputada y senadora, quien miró hacia otro lado ante la represión política en Chiapas y avaló las políticas neoliberales, las cuales hoy dice combatir. Destaca el ex presidente de Colombia, Ernesto Samper, poco hizo durante su gobierno para frenar a los paramilitares, enfrentarse a las políticas de la DEA o garantizar la vida y frenar los asesinatos de los dirigentes campesinos y sindicalistas. En Uruguay vemos a Rafael Michelini, defensor a ultranza de la reforma de las pensiones y su privatización en beneficio de los bancos. Junto a ellos, víctimas de golpes de Estado: Dilma Rousseff, Manuel Zelaya, Evo Morales o Fernando Lugo. La lista de neoliberales conversos es grande y genera desazón.

Por último, resulta significativo, la exclusión de cubanos y venezolanos en la lista fundacional del Grupo de Puebla, cuando sus proyectos coinciden con los objetivos demandados por sus creadores. Eso sí, el grupo de Puebla se vanagloria de tener el apoyo de la Internacional Socialista, quien reconoce al golpista Leopoldo López como líder de la oposición venezolana a la par que democracia para Cuba. La esquizofrenia de estar a bien con Dios y el diablo. Después de lo dicho, cabe preguntarse: ¿De qué progresismo hablamos?

Tomado de: La Jornada

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Chile: malos tiempos para la ética política

Foto Sputnik Mundo

Por Marcos Roitman Rosenmann

En Chile la ilusión de estar viviendo un proceso constituyente radical, de transformación democrática se desvanece. Las macroelecciones dejan un resultado poco esperanzador. Dentro de un mes, el posible triunfo de la extrema derecha pinochetista es un mal presagio. Pero no podemos dejar pasar el nuevo mapa que se dibuja tras las elecciones parlamentarias. La derecha controla ambas cámaras. El pacto de transición (1988-90), entre las fuerzas armadas y los representantes políticos que le dieron vida, llega a su fin. El parlamento, ya en crisis, tiene nuevos actores y hay que reinventar alianzas y pactos. Si hablamos de la derecha, la coalición hegemónica Chile Podemos Más cohabitará con una derecha neofascista, cuya presencia ha dejado de ser marginal. Se trata del Frente Social Cristiano, encarnado en la figura de José Antonio Kast, y formado por el Partido Republicano y el Partido Conservador Cristiano. En este contexto, UDI, RN y Evópoli, con 59 diputados, seguirán siendo la principal fuerza parlamentaria, pero deberán pactar a su derecha con el Frente Social Cristiano. Sus 15 diputados serán necesarios para articular mayorías. El chantaje será el arma política para mantener atada en corto a la derecha que negoció la transición, y según Katz abandonó sus postulados para plegarse a los designios de la izquierda marxista. Asistiremos, con seguridad, a un discurso más beligerante y anticomunista. Pero no ha sido este el único desprendimiento en la derecha, el Partido por la Gente, con seis diputados, creado ad hoc y legalizado en julio de 2021, inaugura su andadura. Para ello candidateó a Franco Parisi, economista conocido por sus programas de radio y televisión, adulador de la economía de mercado, quien ha fijado su residencia en Estados Unidos, sin participar en los debates. Cuesta creer que 891 mil 566 chilenos le otorgasen su voto, convirtiendo a Parisi en el tercer candidato más votado, por delante de Sebastián Sichel, de Chile Vamos. Sus motivos para “pedir asilo”, según sus declaraciones, se deben al proceso judicial que le condena a pagar una millonaria deuda de pensión alimentaria a sus hijos.

Por el otro lado, los partidos que han configurado la Concertación, hoy Nuevo Pacto Social, acaban haciendo aguas. Aunque se mantiene la alianza entre socialistas, democratacristianos, Partido Radical y Partido por la Democracia, sus resultados no han sido mejores que Apruebo Dignidad, donde se agrupan el Frente Amplio, el Partido Comunista, Comunes y Verdes. Ambas coaliciones han obtenido igual número de escaños: 37. La novedad es la juventud de sus diputados. La vieja generación de líderes y dirigentes ha sido desbancada, lo cual supone un cambio que acabará repercutiendo en los discursos, los comportamientos y actitudes a la hora de enfrentar los pactos, lo cual no necesariamente debe traducirse en un ideario más a la izquierda, anticapitalista y contra el neoliberalismo.

Así, en segunda vuelta, a pesar de en­tender que el triunfo de Kast, el 19 de diciembre, sería la confirmación de la peor de las opciones posibles, el probable triunfo de Gabriel Boric, dejaría un presidente debilitado. La derecha, con mayoría en ambas cámaras, podrá desarrollar una política de cortapisa, retrotrayendo el país a los años más oscuros del pinochetismo político y, de paso, convertirse en un dique a la Convención Constituyente, aislando a sus convencionales situados a la izquierda y decididos a cambiar el modelo. En esta tarea contaría con la colaboración de una parte importante de los independientes, socialdemócratas y democristianos de los partidos que firmaron el 15 de noviembre de 2019 el pacto de la traición.

Si dentro de un mes, votar a Gabriel Boric se piensa como freno a José Antonio Kast, sus opciones están en buscar alianzas con la socialdemocracia y la democracia cristiana, en otros términos, con la vieja Concertación, y atraerse los votos del progresista Marco Enrique Ominami (7.61 por ciento) y de Unión Patriótica, Eduardo Artés (1.47), secretario general del Partido Comunista Chileno (Acción Proletaria). Sin olvidar la necesidad de movilización social. Los índices de abstención se elevan a 52 por ciento. De los 15 millones 30 mil 973 ciudadanos con derecho a voto, lo ejercieron 7 millones 93 mil 303. En pocas palabras, uno de cada dos chilenos se abstuvo. La despolitización, la corrupción, el descrédito de los partidos, la pérdida de confianza en las instituciones públicas, la falta de una opción ilusionante en la izquierda, un proyecto real, por encima de discursos grandilocuentes, genera desafección y desinterés. Ahí está otro triunfo cultural del neoliberalismo chileno, relegar la política a un espacio emocional de marketing electoral, desligándola de su sentido ético de construcción de dignidad y ciudadanía plena.

En definitiva, la disyuntiva en Gabriel Boric y Jose Antonio Kast pierde relevancia si entra en la ecuación la nueva composición parlamentaria, sin por ello restarle importancia. No son lo mismo. Pero la realidad es tozuda. Boric, si quiere recuperar terreno, deberá buscar la confianza de los sectores medios, los empresarios, las trasnacionales y los organismos internacionales, lo cual le conduce a posicionarse en favor de la economía de mercado, los tratados de libre comercio y suavizar su rechazo al neoliberalismo. Entre la espada y la pared, si triunfa, su gobierno dará tumbos entre el desencanto y la frustración. José Antonio Kast es el candidato de la derecha, todas las derechas, y harán lo posible para suavizar el discurso xenófobo, racista y violento, maquillando sus declaraciones. Si lo consiguen, tendrán mucho ganado. El Chile real dista mucho de aquel imaginado hace apenas un año con el proceso constituyente. La tendencia es a reconstituir el proceso neoliberal bajo nuevas formas y para ello, da lo mismo ocho que 80.

Tomado de: La Jornada

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En la mente de los conquistadores, Aznar y los gachupines

Sergio Rufo (España)

Por Marcos Roitman Rosenmann

No nos llamemos a engaño. España se ubica geográficamente en Europa, eso sí en su periferia. Durante la tiranía de Francisco Franco la península ibérica se definía como una excentricidad en medio de un continente cuyo pasado cultural y político se enraizaba en el nacimiento de la civilización judeocristiana. De forma caricaturesca, la expresión popular: África comienza en los pirineos, retrataba a España como un país de reyezuelos, dictadores y caciques. Para los gachupines era sangrante y doliente. España había sido un imperio no una colonia. Este trato de sus vecinos del norte era hiriente. Su respuesta fue un comportamiento altanero, propio de una personalidad atormentada que no logra estar en paz con su historia. Se enrocó en un discurso ampuloso donde reivindicó su grandeza. Desde don Pelayo, con quien se inicia la reconquista, pasando por los reyes católicos, forjadores del Estado moderno, siguiendo con la saga de los Habsburgo, hasta llegar a los Borbones, se construyó un mito: España una, España grande, España libre. La leyenda rosa apaciguó los espíritus torturados por el genocidio y el etnocidio ininterrumpido durante los tres siglos de control colonial. Fernando VII torturó, descuartizó, empalizó y siguió esclavizando a los pueblos originarios. No era el siglo XVI, era el siglo XIX.

El arma de la mediocridad y el poco talento se hizo fuerte entre los historiadores franquistas, tocados por la gracia del caudillo y su militancia falangista. Ellos fueron las voces oficiales de la leyenda rosa. Mario Hernández Sánchez-Barba o Manuel Ballesteros Gaibrois la esculpieron hasta darle la forma que se enquista en la mente de Aznar, Casado, Abascal, etcétera. Así se han educado generaciones. Cortés, Pizarro, Valdivia, amén de virreyes, se trasformaron en prohombres, libertadores, semidioses. Así la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, no tiene empacho al decir que España llevó desde su origen al continente americano, la universidad, la civilización, Occidente y los valores que siguen sustentando democracias liberales prósperas y con ello la libertad. De paso, acusó a quienes desacreditan el legado de España, tildándolos de indigenistas, la nueva cara del comunismo en América Latina. Conquistadores todos, sus descubrimientos, conquistas y batallas han sido considerados auténticas epopeyas, sólo comparables con las emprendidas por Julio César o Carlo Magno. No resulta extraño que el portavoz de Vox en el Congreso, Iván Espinosa de los Monteros, educado en esa tradición, declare que España nunca tuvo colonias, sino territorios.

Quienes se han opuesto a esta visión, desde todos los ámbitos del conocimiento, han sido y son vapuleados, tildados de antiespañoles, antipatriotas, renegados y comunistas. En la continuación de la Inquisición. José María Aznar es el prototipo de acomplejado cuya vida se reduce a seguir la voz del amo. Un hombre sin honor ni dignidad. Mentiroso compulsivo. Mintió cuando llevó a España a la guerra e invoco la existencia de armas de destrucción masiva, mintió en los atentados de Atocha, señalando a ETA como responsable, mintió cuando negó los sobresueldos y el financiamiento ilegal de su partido, mintió al decir que en su gobierno no hubo corrupción, mintió, en definitiva, durante todo su gobierno, y miente ahora al contar una historia de España que sólo existe en su mente, y en la de quienes siguen la leyenda rosa del franquismo.

Fue un siquiatra, cuyo texto se convirtió en un referente de la lucha de liberación en África y un referente obligado en las concepciones descolonizadoras quien mejor describe la mentalidad de los colonizadores: Frantz Fanon, cuya temprana muerte a los 36 años nos privó de un pensamiento liberador de grandes dimensiones. Pero su libro Los condenados de la tierra, con prólogo de Jean Paul Sartre, publicado poco antes de su muerte, en 1961, dejó claro cuál es el propósito que anida en la mente del colonizador cuando relata su historia:

El colono hace la historia y sabe que la hace. Y como se refiere constantemente a la historia de la metrópoli, indica claramente que está aquí como prolongación de esa urbe. La historia que escribe no es la historia del país al que despoja, sino la historia de su nación en tanto que ésta piratea, viola y hambrea. La inmovilidad a que está condenado el colonizado no puede ser impugnada sino cuando el colonizado decide poner término a la historia de la colonización, a la del pillaje, para hacer existir la historia del país, la historia de la descolonización.

No pidamos a España, esta España, la que clausuró el periodo más democrático de su historia, la II República, que asesinó a sus poetas, llevó al exilio a sus mejores hombres y mujeres bajo el eslogan de muera la inteligencia, sea capaz de verse en el espejo, asumir su historia y dejar de mentirse. Los hechos no se pueden cambiar, pero si verlos a la luz de una nueva realidad. Y, por favor, que la historiografía oficial española no se refugie en el tópico de no aplicar valores de hoy a un pasado de tres siglos. De ser así, ni critica al patriarcado, el machismo, el racismo o la lucha contra la esclavitud.

Tomado de: La Jornada

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La derecha europea y el fascismo libertario

Por Marcos Roitman Rosenmann

El conglomerado trasnacional, donde se agrupa el complejo industrial, militar y digital no conoce diferencias políticas, cuando se trata de acrecentar su poder. Hoy, parte de sus intereses se enquistan en el “fascismo libertario”. Su auge se reviste de un discurso nacionalista, homofóbico, racista, xenófobo y antiislamista. Bien es cierto, no todos comparten el ideario al cien por ciento. La Liga Norte, de Matteo Salvini en Italia o el Frente Nacional, rebautizado Reagrupamiento Nacional, encabezado por Marine Le Pen en Francia, marcan distancias con el ilegalizado Amanecer Dorado en Grecia o sus homónimos de la ex Europa del Este. Sin embargo, su presencia ha dejado de ser marginal. Hoy representan un porcentaje elevado de votantes. Se han constituido en imprescindibles para formar gobiernos y están presentes en ayuntamientos, el Congreso y comunidades autónomas. El ideario neofascista se recompone bajo un discurso “libertario”. Entre los nuevos nombres podemos citar a Éric Zemmour en Francia o Giorgia Meloni en Italia. La derecha se escora hacia posiciones totalitarias afincadas en un individualismo exacerbado. Su objetivo, poner las libertades individuales en la cima de sus reivindicaciones.

Sin embargo, tampoco hace falta crear nuevas organizaciones, el “fascismo libertario” anida en la derecha conservadora y los partidos liberales. Sus puntos de unión, hacen que se difumine por completo la diferencia entre derecha y “fascismo libertario”. Para comprobarlo, tomemos el ejemplo de la presidenta de la Comunidad de Madrid, la popular Isabel Díaz Ayuso. Entre sus frases para no olvidar su reivindicación libertaria podemos citar: “ni estados de alarma, ni confinamientos. Hay que aprender a convivir con el virus”; “si apretáis demasiado a los restaurantes y bares, al final el contagio se va a las casas. Los ciudadanos al no poder fumar, al no entender las normas, acaban yéndose a las viviendas”; “es un delito, en Cataluña, con el clima que tenéis, tenerlo todo cerrado, tener a la gente en sus casas”; “libertad o comunismo”.

El “fascismo libertario” no requiere ser mayoritario, ni siquiera convertirse en un partido a la vieja usanza hitleriana o fascista, su función es otra, inclinar la balanza y ser la llave para que las fuerzas conservadoras gobiernen sin contrapeso, prestando su apoyo a gobiernos en minoría. Los casos más llamativos: Estonia, Finlandia, Eslovaquia, Eslovenia, Austria, Rumania, Moldavia o Lituania. En España, Vox ha facilitado la gobernanza al Partido Popular en dos comunidades autónomas: Madrid y Andalucía. El llamado cordón sanitario es un eufemismo. Sólo en Alemania se mantiene y las razones son obvias.

En 2021, año de pandemia, 15 partidos neofascistas de 14 países firmaron un pacto en el cual subrayan su preocupación por el retroceso en la defensa de los valores familiares, la identidad nacional, la adopción de leyes LGTV y lo más destacado, el recorte de las libertades individuales bajo el decálogo sanitario del Covid-19. Entre sus firmantes Viktor Orban, Santiago Abascal, Giorgia Meloni, de la fascista Hermanos de Italia, Mateo Salvini, el polaco Jaroslav Kaczynski o Marine Le Penn. Su fuerza radica en un llamado espurio a proteger los derechos políticos supuestamente vulnerados tras la aplicación de los protocolos Covid. El ejemplo más destacado, el asalto, el pasado 9 de octubre, a la sede central de la Confederación General Italiana del Trabajo, protestando por exigir el certificado de vacunación para todas las actividades públicas.

Así, el “fascismo libertario” potencia, crea o se enquista en movimientos negacionistas, antivacunas, anticubrebocas, contra el pasaporte Covid, el 5G, provida, antiaborto, antifeministas, etcétera. Es decir, todo aquello que se considera, atenta y compete al individuo y no al Estado. La libertad se torna un campo de batalla de la cual emerge un discurso que cala en el imaginario colectivo, más allá de la distinción de clases. Las consignas son simples: ¡A mí no me dicen qué debo o no debo hacer! ¡Soy libre de ir a cualquier sitio! ¡No necesito que nadie controle mi vida! ¡Mis derechos no pueden ser pisoteados en nombre del Estado! ¡Con mi libertad no se negocia! ¡Los inmigrantes me quitan el trabajo! En este ambiente, se convocan manifestaciones y organizan actos donde se manifiesta el deseo de vivir sin ataduras. Los llamados botellones, concentraciones de cientos y miles de personas para beber en parques públicos, plazas o playas, bajo el lema: ¡Viva la libertad! se generalizan los fines de semana. Y las protestas de negacionistas en Italia, Francia, España, Gran Bretaña o Alemania aumentan bajo el mismo enunciado.

Un discurso, simple, pero contundente. El “fascismo libertario” se expande y eleva a la cima de las apetencias de satisfacción personal, al margen del bien común y el interés general. El nacimiento y auge del “fascismo libertario” en momentos de crisis pandémica y de un capitalismo que se retuerce para reinventarse en su forma digital, encuentra sus argumentos en el campo de las emociones, los sentimientos y el miedo. La mezcla explosiva de estos factores indica el peligro que nos acecha. Luchar contra el “fascismo libertario” se antoja unir fuerzas para combatir el capitalismo y sus máscaras.

Tomado de: La Jornada

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La derecha y su relato: vivir del olvido y la mentira

Moro (Cuba)

Por Marcos Roitman Rosenmann

El pasado nos interroga, nos asalta. Forma parte de nuestra vida cotidiana. Pero a la pregunta ¿qué es el pasado?, la respuesta no es tan clara. Sólo podemos decir que son hechos, una verdad de facto. Cosa diferente es su interpretación, orden y explicación. Cuando recordamos, la memoria trae a la mano hechos. Tomar el autobús para ir al trabajo, por ejemplo, es un hecho, su realización conlleva activarla para recordar hechos. ¿Dónde está la parada?, ¿Cuáles son los horarios? ¿Cuál es el precio del ticket?, etcétera. También, se puede ir en Metro, taxi, caminando o en bicicleta. Todas las opciones se entrecruzan. Le damos sentido de acuerdo con el fin de la acción: ir al trabajo, pero no aclara quién lo hace: ¿una trabajadora?, ¿un empresario? El hecho, es el mismo, pero según quien lo lleve a cabo, su interpretación difiere. Llegar tarde, para un trabajador puede provocar el despido, si es el empresario, su retraso constituye una anécdota.

La historia la escriben los vencedores. Howard Zinn enfrentó tal afirmación al cuestionar la interpretación que ha dado lugar a la historia oficial de EU. Escribió La otra historia de Estados Unidos. En ella, desenmascara la versión oficial, recupera hechos del olvido y rescata la memoria colectiva de los oprimidos. Sin embargo, para el establishment, Zinn cometió una herejía. Cuestionó el poder y sus fuentes de legitimación. En esta dirección, Hannah Arendt, se enfrentó al mismo problema. Su obra Eichmann en Jerusalén cuestionó la explicación del sionismo al papel jugado por Eichmann en el Holocausto. Por ello, fue acusada de traicionar al pueblo judío. Su pecado, señalar que los hechos imputados a Eich­mann, tras escuchar sus alegaciones, no respondían a un antisemita; concluyó que eran el resultado de una lógica perversa, sus crímenes se fundaban en lo que denominó la banalidad del mal. Posteriormente, Arendt, con motivo de la guerra de Vietnam, propuso diferenciar la verdad de facto de la opinión. “Lo que parece más inquietante –dirá– es que las verdades factuales incómodas (…) son a menudo transformadas, de forma consciente o inconsciente, en opiniones –como si el apoyo de Alemania a Hitler, la caída de Francia ante el ejército alemán en 1940 o la política del Vaticano durante la Segunda Guerra Mundial no fueran hechos históricos sino un asunto de opinión”. Los hechos pueden suscitar repulsa, pero no pueden ser cuestionados, son historia. “Lo que define a la verdad factual es que su opuesto no es el error, la ilusión ni la opinión. Sino la falsedad deliberada o la mentira.”

En América Latina hay hechos que marcan la historia de los últimos 500 años: I) la conquista y colonización, II) la independencia política, III) la revolución mexicana, IV) la revolución cubana, V) los golpes de Estado, VI) la resistencia de los pueblos originarios y las luchas feministas. Hay más, pero esta propuesta es ya una construcción histórica. Sin embargo, son los juicios políticos sobre tales hechos los que han de ser analizados. La conquista y colonización es una verdad fáctica. Pero su interpretación se construye a posteriori. De esta manera el pasado se modela. No es unidireccional. La única verdad es que se produjo la conquista y se colonizó, pero la explicación propuesta por los vencedores manipuló los hechos de acuerdo con sus valores y creencias. Es la batalla por apropiarse de la realidad lo que da sentido al relato histórico de los hechos y lo que está en disputa.

En tiempos de la guerra fría, la derecha y las fuerzas armadas recurrieron a una supuesta invasión de la URSS, para justificar los golpes de Estado. En su relato, los hijos serían arrancados de sus madres y llevados a Cuba. La libertad religiosa sería eliminada y las iglesias quemadas. Los opositores eliminados, el himno nacional pasaría a ser la internacional comunista, y los niños sufrirían un adoctrinamiento ideológico para separarlos de sus padres. Ninguna de tales afirmaciones han tenido lugar, no son hechos ni verdades factuales.

Pero la derecha sí ha producido hechos. Ahí están los golpes de Estado de la doctrina de la seguridad nacional, los detenidos desaparecidos, la tortura y la represión. En América Latina, ningún gobierno de izquierda o progresista envió a los niños a Cuba, quemó iglesias, asesinó, o torturó opositores. Sin embargo, el discurso de la mentira, se mantiene. Los hechos, van en sentido contrario, demuestran que las plutocracias reprimen, criminalizan, torturan, cierran universidades e imponen regímenes de muerte. Eliminan la democracia, limitan la libertad de expresión, reunión, prensa y asociación. Esa es la verdad fáctica. Han construido un castillo de mentiras. Pero su tiempo se agota, sus mentiras serán desenmascaradas, transformando a sus falsos héroes en lo que son: criminales de lesa humanidad, llámense Hernán Cortés, Pizarro, Francisco Franco, Porfirio Díaz, Stroessner, Videla, Pinochet, Uribe, Iván Duque o Sebastián Piñera. La derecha lo sabe, por ello se refugian en la mentira para seguir asesinando a sus pueblos.

Tomado de: La Jornada

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Democracias y demócratas contra Cuba

Ares (Cuba)

Por Marcos Roitman Rosenmann

¿Qué democracia es aquella que estrangula, ahoga, oprime y viola los derechos humanos gritando libertad? ¿Y qué demócratas aquellos que se refugian en la crítica fácil denunciando el hambre sin apuntar a sus responsables? ¿Serán los demócratas que no tienen empacho en declarar que viven en democracia y sus gobiernos venden armas, desestabilizan países, justifican invasiones, patrocinan magnicidios y golpes de Estado? ¿Serán acaso los demócratas que bajan la cabeza cuando se trata de pagar impuestos? ¿O serán los demócratas con cuentas en el extranjero y gritan libertad? ¿Serán acaso los gobiernos democráticos cuyos gobernantes dejan morir a miles de personas que cruzan el Mediterráneo en pateras? ¿O acaso son los demócratas que construyen campos de hacinamientos para refugiados donde esperan un asilo que nunca llega? ¿O, por el contrario, son los gobiernos democráticos que esquilman las riquezas naturales en América Latina, bajo el principio de practicar la libertad de mercado? ¿Serán, acaso, los demócratas que denuncian fraude cuando pierden elecciones y patrocinan el terrorismo judicial? ¿O, por el contrario, serán los reyes que gozan de impunidad y mandan callar, mientras roban a mansalva? ¿Serán los gobiernos democráticos que contaminan ríos, mares y se ufanan de hacerlo en nombre de la libertad? ¿O, por el contrario, son los gobiernos democráticos que han deforestado y desertizado, poniendo en riesgo la biodiversidad del planeta? Me pregunto si ¿serán aquellos gobiernos donde asesinan a dirigentes sindicales y defensores de los derechos humanos? O por el contrario, ¿serán los demócratas que persiguen al inmigrante bajo la estatua de la libertad? ¿Igual son los que levantan muros de la vergüenza? Me cuesta pensar que fuesen los demócratas que han vaciado las arcas públicas en beneficio propio. Tal vez sean otros demócratas, los que pagan sueldos de miseria, defraudan a la seguridad social, solicitan planes privados de pensiones ¿O tal vez, sean los demócratas, cuyos principios les impide condenar el racismo? Igual me imagino a los demócratas homófobos y machistas que niegan la violencia de género.

Contra Cuba, ¿podrían ser demócratas convencidos de la superioridad de la raza blanca? ¿Tal vez, sean los democráticos gobiernos que patrocinan guerras, negocian con la muerte y trafican con la paz? ¿O los políticos democráticos cuya corrupción les preceden y cuyas fortunas son fruto de la estafa y el narcotráfico? ¿Tal vez, pueden ser los sacerdotes pederastas y la iglesia que les protege, quienes levanten la bandera de la libertad en Cuba?

Las preguntas se me acumulan cuando pienso que pueden ser los demócratas que a precio de saldo vendieron empresas públicas a compañías trasnacionales. No sé si quienes hablan de falta de medicamentos en Cuba, son los mismos que han privatizado la salud, hacen negocio con la enfermedad, desmantelan hospitales y construyen clínicas privadas. Tengo más dudas: ¿serán los gobiernos democráticos que lucran a fondos buitres, rematando la vivienda social al tiempo que desahucian a sus legítimos dueños? Y ahora que hablamos de las falsas noticias y la libertad de prensa, ¿pueden ser los democráticos dueños de los medios de comunicación, que mienten, censuran y rotulan libertad y democracia para Cuba? En este suma y sigue: ¿tal vez, pueden ser los democráticos banqueros y sus consejos de administración, cuyas entidades se han beneficiado de la crisis, llevando a la quiebra a cientos de pequeños y medianos empresarios? ¿O pueden ser los bien pagados y democráticos periodistas condenados por difamar, mentir y ­desinformar?

En este mar de preguntas, busco respuestas para entender cómo han surgido tantos demócratas y democracias cuyos gobiernos se arrogan el poder de exigir a Cuba aquello de lo que carecen. No dejo de interrogarme sobre los gobernantes democráticos cuyas promesas se van al limbo y no renuncian. Pienso en los oligarcas, terratenientes, empresarios que expropian tierras comunales, matan a dirigentes de los pueblos originarios bajo el grito de libertad de mercado y democracia, apoyados en sus fuerzas paramilitares. En definitiva, pienso en los gobiernos democráticos y tantos demócratas, literatos, académicos, cantantes y tertulianos, que se rasgan las vestiduras al hablar de Cuba, desde la equidistancia, pero restan importancia al bloqueo o lo minimizan hasta dejarlo en una caricatura. Una excusa de izquierdistas trasnochados, dirán. Hoy, todos contra Cuba. No son los defensores de la democracia son sus verdugos.

Tomado de: La Jornada

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Las emociones, la nueva arma contra Cuba

Ares (Cuba)

Por Marcos Roitman Rosenmann

Nunca he presenciado una campaña política como la desplegada actualmente contra Cuba. En ella, se emplean redes, gobiernos, organismos internacionales, medios de comunicación, personajes públicos, presidentes de gobierno, creadores de opinión, forjadores de relatos y manipuladores de la información. En esta operación, las demandas del pueblo cubano se envuelven en una sola bandera. Sus gentes, salen a la calle a pedir libertad. Sus gritos claman contra una dictadura que les oprime. Piden su liberación, y una intervención directa de Estados Unidos y Europa. Llegó la hora, hay que acudir al rescate. El pueblo cubano, se dice, ha perdido el miedo. La salvación está a las puertas y si la invasión es una opción, debe contemplarse. Las vidas humanas no son un problema.

Un montaje sincronizado de tal envergadura, requiere destinar cientos de millones de dólares. La operación cuenta con donantes excepcionales, fundaciones de partidos políticos, mecenas, empresas trasnacionales y agencias gubernamentales. Desde George Soros, pasando por la Fundación FAES del Partido Popular en España, o la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID).  Los agraciados son ONGs, cuyos rótulos de proteger los derechos humanos, las libertades públicas o la información independiente, no levantan sospechas y son fuente segura para divulgar las noticias producidas en los centros de poder, posteriormente citadas en los medios de comunicación para dar veracidad a sus comentarios. Solo en Estados Unidos podemos nombrar una veintena: Cubanet, Cuba en Miami, Swing  Completo, ADN Cuba, Antena Cubana, Periodismo de Barrio, Te Amo Cuba, Yucabyte, Cuba Plus, Diario de Cuba, Tremenda Nota, CiberCuba, Dime Cuba, Cubanos por el Mundo, Isla Local, periódico Cubano, Cubita Now, Martí Noticias, El estornudo, Cuba Cute Noticias, El Toque. Asimismo, influencer y Youtubers, se suman a esta labor de intoxicación. En su conjunto, todos son mensajeros de una estrategia  destinada a movilizar emociones. La batalla se da en el campo de la psicopolítica para bloquear el estado de conciencia y clausurar cualquier respuesta fundada en el juicio crítico, hechos y explicación de los mismos. Reemplazar la conciencia por emociones presupone concebir la realidad desde la saturación de informaciones no contrastadas. En este caso, cuando hablamos de Cuba, convertir el dolor, la frustración y las consecuencias psicológicas de la pandemia en un arma desestabilizadora. No son las dificultades o las necesidades, consecuencias del bloqueo y el embargo que dura sesenta y dos años, lo que se arguye para movilizar el descontento.

En esta guerra neocortical contra Cuba, se trata de justificar las movilizaciones y el descontento arguyendo que son producto de un hartazgo donde el resultado se expresa bajo la dicotomía dictadura o libertad. Así, la movilización toma un aire de lucha por la democracia en el cual se logra producir una conexión emocional con, los ya no manifestantes, sino luchadores por la democracia. Se ha producido lo deseado. Así, desde Europa y Estados Unidos quienes observan, mientras le pasan imágenes de no se sabe dónde, pero se dice ancladas en Cuba, acaban rechazando el régimen, así denominando, que pasara a ser directamente considerado una dictadura que oprime salvajemente a su población, la reprime, tortura, detiene a corresponsales de prensa, por lo tanto, debe ser combatida, rechazada y despreciada. Los manifestantes se trasforman en libertadores, hombres y mujeres valientes que sin temor se enfrentan al poder despótico que les oprime. Las imágenes se suceden en las televisiones y redes, pocos tratarán de averiguar si se trata de secuencias filmadas en Cuba o por el contrario, pertenecen a hechos que han tenido lugar en otros países. Emocionalmente, la reflexión se bloquea.

El resultado, periodistas  de todo el mundo se dan a la labor de interrogan a dirigentes con la misma cantinela: ¿Es Cuba es una democracia? responda. El nerviosismo aflora, la incomodidad es palpable y se contesta también emocionalmente. El mejor ejemplo, el presidente de gobierno de España, Pedro Sánchez quien afirma: “Cuba no es una democracia”, y a reglón seguido, los medios ponen el dedo en la herida: pero evita calificarla de dictadura… Esta pregunta se repite durante todo el día. No importa si es pertinente, se está hablando de futbol, sanidad, corrupción o Covid19. La pregunta es recurrente y saturan los medios: ¿Cuba dictadura o democracia? Lo preocupante es el tenor de las respuestas, cuando se trata de dirigentes de la izquierda con cargos públicos, el temor a perder votos les hace ser dubitativos. Aunque siempre hay excepciones. Pero les atenaza el miedo y perder votos.

La construcción de una guerra donde los sentimientos y emociones se entrecruzan, potencia el control de la población, desarmándolas a la hora de contrarrestar su estado emocional. Pasiones, odios, rechazos, insultos, descalificaciones ocupan el lugar y así, como ha sucedido en Cuba, la quema de vehículos, el asalto a las tiendas, el ataque a centros de salud o el sabotaje callejero son avalados como una respuesta al hartazgo con el régimen. El mundo las aplaude, luchan contra una dictadura comunista.

Hoy, Cuba sufre restricciones, déficit de medicamentos, cortes de luz que han derivado en descontento, desánimo y protestas. Las primeras personas en reconocerlo han sido las autoridades cubanas. Su presidente Miguel Díaz Canel, las califica de legítimas y ha salido a la calle para dialogar con los manifestantes, explicando la actual coyuntura política y económica y sus causas. Ha señalado la dificultad de superarlas bajo un bloqueo inhumano. Bloqueo que ha sido rechazado por Naciones Unidas, salvo los votos en contra de Israel y Estados Unidos y alguna que otra abstención como Colombia. Los daños causados por sesenta años de embargo, sabotajes. En 2020, por señalar cuatro rublos destacados. Educación: 21 millones de dólares, Sanidad: 180 millones de dólares, Alimentación y Agricultura: 428 millones de dólares y Cultura 22 millones de dólares. Y hablamos de un año, sumen 59 años a lo apuntado. En este sentido aconsejo ver la Rueda de prensa del Ministro de relaciones exteriores de Cuba, Bruno Rodríguez Parilla en https://youtu.be/75Ty7IZQgD0 . Pero seguramente sus palabras no serán reproducidas por algunos de los medios internacionales, incluso de los presentes. Las prioridades son otras en esta guerra donde las emociones son el arma más destacable.

¿Qué irrita de Cuba a los establishment del llamado mundo libre?  La respuesta no tiene pérdida: su dignidad y la defensa de la soberanía política. De allí el odio del establishment internacional contra Cuba y su revolución. Bajo el mantra de atribuirse poderes que no tienen, para juzgar, condenar o absolver a Estados, los gobiernos de los países de capitalismo avanzado y sus socios menores, fomentan, desarrollan y avalan las políticas de hambre, desestabilización, bloqueo e injerencia hacia Cuba. Su objetivo, cercar, ahogar y destruir un proyecto donde lo importante es la persona humana, su dignidad. Eso no les gusta. No les parece bien la lucha antiimperialista, los logros, que aunque se oculten o se minimicen son muchos, empezando por la vacuna anti Covid 19, creada por los médicos, epidemiólogos y bioquímicos que han trabajado para dar cobertura a sus ciudadanos y cuya puesta en práctica está limitada a causa del bloqueo para comprar jeringuillas. ¡Ah pero eso no está en la agenda para debatir! ¡No constituye una violación de los derechos humanos! Hoy occidente se hunde en la impudicia al combatir a Cuba y no a los agresores. Claro que en Cuba hay cosas que se hacen mal, otras peor, otras rematadamente mal y otras muy bien, tanto que sorprenden y suscitan admiración. Por ello, mientras dure el bloqueo no hay dialogo posible. Como juzgar un país al cual se le estrangula y acaso continuamente.

Para entendernos, podemos recurrir a un símil, para ver cómo actúa occidente, sus gobiernos y su establishment. Así, pensemos que estamos viendo una manada de individuos que acosan y luego violan a una joven. ¿Cuál es nuestra actitud? La más lógica, sería defender a la joven, intervenir, denunciarlos y llevarlos a la justicia para que sean juzgados y condenados. Pero, curiosamente, nos comportamos  como si la violación no fuese con nosotros. Además, en una sociedad machista y patriarcal, tal conducta no supone extrañeza. Como en el capitalismo, preparar golpes de Estado, realizar bloqueos, asesinar presidentes, es normal, consideramos que dichos actos forman parte de la vida social. En este caso, aconsejamos a los violadores a ser prudentes, a usar preservativos, no vaya a ser que la chica tenga alguna enfermedad de trasmisión sexual y nos contagie. Además, la violación tiene causa justificada, léase bloqueo. La mujer vestía minifalda, tacones, se pintaba los labios con carmín rojo y provocaba, ¡cómo no violarla! Así se comportan los gobiernos, los organismos, los presidentes de gobiernos, los periodistas a la hora de evaluar la realidad cubana. No denuncian el bloqueo, protegen a quien lo estimula y mantiene. Les duele que en Cuba se erradicase el analfabetismo, la sanidad sea un derecho garantizado, la vivienda una obligación del Estado, sus universidades  reconocidas en América latina. En definitiva les duele que Cuba levante un proyecto soberano que resiste gracias a su dignidad, el antiimperialismo martiano y el compromiso de su revolución con los pueblos que luchan contra el neoliberalismo y en defensa de la humanidad.

Tomado de: Cultura y Resistencia

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La inmoralidad del Estado colombiano

Allan McDonald (Honduras)

Por Marcos Roitman Rosenmann

Mientras asesinan a dirigentes sindicales, defensores de los derechos humanos, líderes campesinos y de pueblos originarios, el Estado colombiano se entrega por completo a la estrategia contrainsurgente diseñada por Estados Unidos para la región.

No hay tregua. Ni los acuerdos de paz han sido respetados ni las comisiones de seguimientos han podido desarrollar su labor. Las amenazas y la impunidad con la cual actúan los grupos paramilitares, amén de la violencia implementada por las fuerzas armadas y la policía, han dejado un reguero de muerte. Según Indepaz (Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz), tan sólo en 2021 han sido asesinados 66 líderes sociales, defensores de los derechos humanos y firmantes del acuerdo de paz. Y en el marco del Paro Nacional, desde el 28 de abril al 23 de mayo, se cuentan 61 víctimas mortales. Según la misma institución, se han perpetrado 40 masacres con 149 víctimas entre niños, hombres y mujeres. El objetivo: desarticular, descabezar los movimientos sociales y las organizaciones populares.

Bajo el manto de la seguridad democrática, se niegan derechos políticos, suspenden las garantías del habeas corpus y se generalizan las detenciones ilegales. Los falsos positivos, aquello que se suponía formaba parte del pasado, emerge con mayor intensidad. No es únicamente Iván Duque o su mentor Álvaro Uribe quienes definen las estrategias y apoyan las acciones genocidas. Ellos son hombres de paja, sus decisiones no les pertenecen. Colombia ha renunciado a ejercer la soberanía sobre su territorio, sea en los aspectos de seguridad, justicia o relaciones internacionales. Las líneas maestras las diseña el Pentágono, la Casa Blanca, las trasnacionales, las agencias de Control de Drogas (DEA, por sus siglas en inglés), la Central de Inteligencia (CIA) el embajador de Estados Unidos y el lobby armamentista.

En las recientes dos décadas, 107 mil 573 militares colombianos han sido entrenados en territorio estadunidense. Sus fuerzas armadas hablan el lenguaje de la muerte y la guerra sucia.

Dependientes tecnológica e ideológicamente del imperialismo del país del norte, juegan, además, un rol activo en la política desestabilizadora en Venezuela. Baste recordar el fiasco del llamado concierto Venezuela aid live, celebrado en febrero de 2019, con el fin de apoyar el paso de camiones con supuesta ayuda humanitaria desde Cúcuta, bajo la mirada del grupo de Lima, la presencia de Juan Guaidó, los presidentes de Chile, Sebastián Piñera, el paraguayo Mario Abdó e Iván Duque, que cumplía las órdenes de Elliot Abrams y Mike Pompeo. En este panorama, el presidente de turno se ve relegado a ser una figura de segundo orden. Su rol se reduce a impedir que tenga éxito cualquier proceso democrático y participativo que altere su papel como gendarme en la región. Washington tiene en Colombia su colonia más preciada. Aunque formalmente no existen instalaciones militares de su propiedad, la presencia de contratistas y enclaves con personal estadunidense se realiza mediante la utilización de bases aéreas: Palanquero, Apiay y Malambo, los fuertes Tres Esquinas y Tolemaica, entre otras y las navales de Cartagena y Bahía Málaga, todo, eso sí, bajo un acuerdo de cooperación etiquetado como lucha contra los cárteles de la droga y el narcotráfico.

En Colombia, no hablamos de militarismo, sino de necropolítica y militarización del Estado. Las fuerzas armadas han incrementado sus tropas 100 por ciento en lo que va de siglo XXI, situándose por encima de los 480 mil efectivos, con un gasto militar equivalente a 16 por ciento del total del presupuesto, sólo por detrás de Estados Unidos para todo el continente.

Asimismo, en 2020 la ayuda militar de Washington alcanzó la cifra de 244,4 millones de dólares. Colombia se ha convertido en un país en el que la represión se ejerce bajo la fórmula de violencia extrema, siendo el terrorismo de Estado la manera que tiene el poder para frenar los movimientos populares, y las luchas democráticas. Nunca en América Latina hubo un Estado sin control judicial ni límites políticos para acometer la represión de sus clases populares, la juventud, los pueblos originarios, si no fuese bajo la fórmula de un golpe de Estado. Pero Colombia realiza dicho genocidio amparándose en una fachada democrática. En Brasil, Chile, Argentina, Uruguay o Paraguay, las políticas de exterminio y el asesinato político se llevaron a cabo bajo la doctrina de la seguridad nacional, con dictaduras y al margen del estado de derecho. En el punto más álgido de la guerra fría, lograron una coordinación regional gracias al apoyo del entonces secretario de Estado estadunidense, Henry Kissinger. Así se gestó la Operación cóndor. Sus acciones, detención ilegal, tortura y la desaparición forzada se llevaron a cabo de forma clandestina. Pero en Colombia no hace falta una dictadura formal, lo es de hecho. Bajo una Constitución dizque democrática se avalan, permiten, defienden y fomentan el asesinato político, criminalizando la protesta social, negando a su pueblo el derecho de vivir en paz.

La tragedia de ver cómo en Colombia su juventud, sus mejores hijos e hijas son acribillados, torturados y violadas, deja al descubierto el desprecio por la vida de los otros, los valores democráticos y la indignidad de una élite que ha decidido vender su país a cambio de unas migajas.

Sólo merecen el desprecio. La dignidad está donde siempre: en la gente de los pueblos y ciudades de Colombia que salen a las calles y luchan por recuperar su independencia y soberanía, secuestradas por una plutocracia al servicio de fuerzas extranjeras.

Tomado de: La Jornada

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El dolor social, arma política del capitalismo digital

Foto El Heraldo de México

Por Marcos Roitman Rosenmann

Vivimos en una sociedad enferma. Las manifestaciones son muchas. El uso de antidepresivos, ansiolíticos, y los derivados del opio muestran un comportamiento poco habitual. La crisis de la oxicodona en Estados Unidos ha convertido el dolor en un negocio para los laboratorios farmacéuticos. Asimismo, se ha transformado en una epidemia a la cual se unen conductas autolíticas. Autolesionarse resulta una vía de escape para millones de personas en el mundo. El temor al fracaso es una de sus causas más comunes. Los jóvenes y adolescentes se encuentran entre la población más vulnerable. Infringirse daño se transforma en un modo de sentirse libre, de romper ataduras.

No son los dolores del cuerpo los que provocan el deseo de autolesionarse. Por el contrario, son los dolores sociales, aquellos dependientes de las estructuras de explotación, dominio y desigualdad. La pérdida de confianza y la soledad actúan como catalizadores de un dolor cuya forma de combatirlo consiste en violentar el propio cuerpo. La depresión, la neurosis o el trastorno límite de la personalidad, caracterizado por la forma en la cual la persona se piensa y siente en relación consigo misma y los demás, son síntomas de una realidad propia del siglo XXI y el capitalismo digital.

Richard Wilkinson y Kate Pickett, en su ensayo Igualdad, cómo las sociedades más igualitarias mejoran el bienestar colectivo, alertan: En Gran Bretaña, 22 por ciento de los adolescentes de 15 años se han hecho daño a sí mismos al menos una vez, y 43 por ciento de ese grupo afirmaron hacerse daño una vez al mes. En Australia, un estudio con adolescentes señala que 2 millones de jóvenes se autolesionan alguna vez a lo largo de su vida. En Estados Unidos y Canadá, los datos apuntan a que entre 13 y 24 por ciento de los escolares se lesionan voluntariamente y niños de sólo siete años se hacen cortes, se arañan, se queman, se arrancan el pelo, se provocan heridas y se rompen huesos deliberadamente.

Estas conductas hunden sus raíces en un cambio en la manera de percibir el dolor. “Cuesta imaginar que la angustia mental pueda convertir la vida en una experiencia tan dolorosa que el dolor físico resulte liberador y proporcione una sensación de control (…), pero son muchos los niños, jóvenes y adultos que afirman lesionarse al sentir vergüenza, autoexigirse o creer que no están a la altura”.

El dolor se construye y se articula. Así, entramos en otra dimensión en la cual las conductas hacia el dolor se pueden inducir y recrear. Según el coronel estadunidense Richard Szafranski, “se trata de influir en la conciencia, las percepciones y la voluntad del individuo, entrar en el sistema neocortical (…) de paralizar el ciclo de la observación, de la orientación, de la decisión y de la acción. En suma, de anular la capacidad de comprender”.

Miedo y dolor, una combinación perfecta. El miedo se orienta hacia objetivos políticos. Sus reclamos pueden ser el desempleo, la inseguridad, el hambre, la exclusión o la pobreza. En este contexto, el dolor entra con fuerza en la articulación de la vida cotidiana, muta en un mecanismo de control. Y aquí el concepto se extravía.

William Davies, en su estudio Estados nerviosos, cómo las emociones se han adueñado de la sociedad, subraya: “Hasta la segunda mitad del siglo XX, la capacidad del cuerpo para experimentar el dolor por lo general se consideraba una señal de salud y no como algo que debía ser alterado empleando analgésicos y anestésicos (…). El paciente que simplemente pide ‘termine con el dolor’ o ‘hágame feliz’ no está exigiendo una explicación, sino el mero cese del padecimiento (…). La frontera que separa el interior del cuerpo comienza a ser menos clara (…). En esencia, despoja el sufrimiento de cualquier sentido o contexto más amplio. Coloca el dolor en una posición de fenómeno irrelevante y por completo personal”.

El dolor social, el padecimiento colectivo, la conciencia del sufrimiento, se desvanece en una experiencia imposible de ser comunicada. Pierde toda su fuerza. Ser feliz, eliminar el dolor o derivarlo hacia una vivencia personal, desactiva la crítica social y política, uniéndose a conductas antisistémicas.

Pero al mismo tiempo, el dolor se instrumentaliza. En este contexto, es un arma eficaz. Se busca crear dolor, potenciar sus efectos en las personas. Hacer que forme parte de una conducta flexible y sumisa, donde el dolor paraliza. En este sentido, la construcción de conductas asentadas en el manejo del dolor se ve favorecida por el desarrollo del Big Data y la interconexión de dispositivos capaces de penetrar en lo más profundo de la mente-cerebro. La realidad aumentada bajo la inteligencia artificial posibilita expandir el mundo del dolor en todas las direcciones. El llamado Internet de las cosas se convierte en una fuente inagotable de emociones y sentimientos, forjando estados de ánimo capaces de doblegar la voluntad bajo el control político del dolor social. Y lo más preocupante, está en manos de empresas privadas.

Tomado de: La Jornada

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Estados Unidos, la democracia que nunca fue

Por Marcos Roitman Rosenmann

Vaya por delante la condena. Pero de allí a lanzar loas a la democracia estadunidense es una falta de respeto. Menos aún señalar su ejemplaridad. Azuzados por el presidente Donald Trump, sus seguidores no dudaron en asaltar el Capitolio bajo la consigna de haber sido víctimas de fraude y robo en las elecciones presidenciales. Son muchos quienes le siguen, dentro y fuera de las instituciones. Cien representantes en la Cámara y siete senadores han negado validez al triunfo de Biden. Para ellos, América se encuentra secuestrada por vendepatrias. Por consiguiente, la sociedad estadunidense es víctima de una conspiración de negros, latinos, minorías sexuales, comunistas y socialistas, cuya finalidad es destruir el país.

Las imágenes de ciudadanos trepando paredes, rompiendo ventanas, invadiendo despachos, son un jarro de agua fría para quienes han aupado a Estados Unidos como salvaguarda de la democracia mundial. Analistas políticos, especialistas en relaciones internacionales, corresponsales, hacen piña. Sólo hay un responsable de la violencia: Donald Trump, un desequilibrado que no asume su derrota. Las cadenas de radio y televisión informan en tiempo real y a la par dan a conocer tuits de jefes de Estado y gobierno occidentales mostrando su rechazo a la toma del Capitolio y su reconocimiento a Joe Biden. El momento era relevante, se estaba validando formalmente, en sesión plenaria, la designación de Joe Biden como presidente. Penúltimo acto para el traspaso de poderes en la Casa Blanca el 20 de enero. Pero el ícono del poder legislativo, el Capitolio, era víctima de un ataque, según diría Hillary Clinton, perpetrado por terroristas nacionales. El acto protocolario se veía empañado, suspendiéndose la votación que ratificaba a Joe Biden como presidente. La invasión se cobraba la primera víctima, una mujer era abatida mientras trataba de colarse en la sala de sesiones.

Definir el sistema político estadunidense como una democracia, salvo que el concepto quede restringido a la mínima expresión, resulta poco serio. De ser así, son hechos auténticamente democráticos morirse de hambre o no tener cobertura médica. Pero vayamos a deshacer el entuerto. Esos senadores y diputados, reunidos en sesión plenaria, salvo excepciones, son los que, independientemente de su partido, han avalado anexiones territoriales, guerras, invasiones, golpes de Estado, bloqueos a terceros países, consolidado tiranías y financiando gobiernos autocráticos, lo cual contradice su respeto y apego a los valores democráticos. En América Latina, Asia y África hay ejemplos que harían enrojecer a cualquier demócrata. Sin olvidar que Trump no ha sido el primer presidente en mentir. Desde el genocidio de los pueblos originarios, la anexión de los territorios pertenecientes a México, la guerra contra Cuba, Vietnam y más recientemente la guerra contra Irak se fundan en mentiras. ¿Acaso se encontraron las armas de destrucción masiva? Ésa es la historia de Estados Unidos. Howard Zinn, Charles W. Mills, Sheldon Wolin o Noam Chomsky, entre otros, han cuestionado el sistema político que prevalece en Estados Unidos, tras sus actuaciones en Vietnam, Centroamérica, Chile e Irak, además de las leyes emergentes con posterioridad al 11 de septiembre de 2001. Totalitarismo invertido es la definición de Wolin para referirse al orden político en Estados Unidos, nacido de los atentados a las Torres Gemelas.

Presidentes como Kennedy, Nixon, Carter, Ford, Clinton, Reagan o Bush, padre e hijo, con todos los matices, se han saltado preceptos democráticos como la no intervención, el derecho de autodeterminación o el respeto a los derechos humanos. Además, durante sus administraciones, han utilizado mecanismos poco ortodoxos, democráticamente hablando, como avalar la tortura, crear noticias falsas, contratar mercenarios o desvalijar países enteros de sus riquezas. Sin despreciar la persecución a periodistas y aplicar la censura en las informaciones sobre las actividades de espionaje en su propio país o a sus aliados. Julian Assange y Edward Snowden son un ejemplo de lo dicho.

Crímenes y criminales de guerra, cuya impunidad está garantizada al no reconocer el Tribunal Internacional Penal, campan por su territorio, dan conferencias y reciben premios Nobel. Henry Kissinger, sin ir más lejos. Ninguna administración estadunidense está libre de haber patrocinado guerras, vender armas, traficar con estupefacientes, derrocar gobiernos democráticos y torcer el brazo a quienes se enfrentan y rechazan sus políticas unilaterales de corte autoritario. Pero si no es suficiente, debemos recordar que en su política doméstica Trump no ha sido una anomalía, al margen de sus excentricidades. Obtuvo más de setenta millones de votos. Además, las organizaciones supremacistas, neonazis, llevan décadas existiendo. La Asociación Nacional del Rifle y lobby, que van desde las farmacéuticas, compañías de seguros, multinacionales de la alimentación y las empresas tecnológicas de Silicon Valley, cuentan con un apoyo bipartidista. El Ku Klux Klan, el Tea Party, White Power, Skin Heads o Metal Militia no han sido creados por Trump, otra cosa es que los condene. Por otro lado, fue Barack Obama, premio Nobel de la Paz, quien aceleró la construcción del muro fronterizo con México, y según José Manuel Valenzuela Arce en Caminos del éxodo humano, durante su presidencia las deportaciones sumaron»2 millones 800 mil personas» En resumen, definir el sistema político bipartidista que rige Estados Unidos como un orden democrático es un despropósito si se trata de caracterizar el régimen político. Otra cosa es defender el imperialismo estadunidense, sus estructuras de poder y dominación y adjudicarles el papel de guardián de los valores occidentales, dizques democráticos. Pero ya sabemos, democracia y capitalismo son incompatibles.

Tomado de: La Jornada

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