Archives for

A 30 años del derrumbe soviético. Balances y reflexiones

Por José Ernesto Nováez Guerrero @NovaezJose

En el hipotético prólogo que el Che Guevara hiciera a sus Apuntes críticos a la Economía Política en el año 1965, titulado «La necesidad de este libro», el guerrillero sostiene que los cambios determinados por la NEP en la estructura económica y social del Estado soviético han marcado con su signo toda una etapa de su desarrollo. Esto lo lleva a lanzar una sentencia que, vista desde la actualidad, resulta premonitoria:

« (…) la superestructura capitalista fue influenciando cada vez en forma más marcada las relaciones de producción y los conflictos provocados por la hibridación que significó la NEP se está resolviendo hoy a favor de la superestructura; se está regresando al capitalismo.»

Veintiséis años después de que el Che redactara estas líneas, el 25 de diciembre de 1991, quedaba oficialmente disuelta la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), el formidable Estado euroasiático que, por primera vez en la historia humana, había emprendido el incierto camino de construir una sociedad nueva, que no se basara en la lucha de clases y en la desigualdad. Una nación que había pasado en poco tiempo de ser una monarquía rural y decadente a ser una potencia industrial de primer orden, vencedora de la máquina bélica más temible de la primera mitad del siglo XX, el fascismo alemán.

El colapso definitivo de la URSS estuvo precedido del colapso del campo socialista y significó la crisis de un paradigma civilizatorio alternativo al del capitalismo y que se reflejó con mucha fuerza en la crisis espiritual e intelectual de la última década del siglo pasado, donde incluso algún ideólogo trasnochado del imperialismo llegó a hablar del fin de la historia.

En el 30 aniversario de una fecha tan triste para el movimiento revolucionario, conviene volver una vez más sobre el derrumbe para continuar extrayendo experiencias para el futuro.

La Revolución de Octubre, la URSS y el socialismo

La Revolución Socialista de Octubre triunfa en un país de dimensiones colosales donde, durante varias décadas, se habían ido creando condiciones de efervescencia revolucionaria, acentuadas por la ineptitud, corrupción y despotismo del viejo régimen, agotado ya en todas sus posibilidades de desarrollo e incapaz por tanto de reinventarse.

Su triunfo es el punto más alto de una oleada revolucionaria europea y mundial que guarda estrecha relación con la profunda crisis humana, moral y económica que representó para los poderes establecidos la carnicería absurda de la Primera Guerra Mundial.

Como apunta Eric Hobsbawnn esta guerra representa «(…) el derrumbe de la civilización (occidental) del siglo XIX.» Un trauma colectivo para la sociedad europea y para el mundo colonial subordinado a ella. Proveniente de la Belle Époque, la burguesía europea no estaba preparada para un conflicto de estas dimensiones. Nunca una guerra entre potencias europeas se había librado hasta el total agotamiento de los contendientes, con un despliegue tal de maquinaria homicida y con concentraciones tan grandes de combatientes.

Las masas trabajadoras, que fueron quienes pusieron la mayor parte de los muertos y cargaron con el costo de la guerra sobre sus espaldas, resintieron con estoicismo este esfuerzo estéril.

Y de su descontento surgieron las condiciones que alimentaron el fuego de la revolución que se desató en 1917.

El Poder Soviético se convierte entonces, en esta etapa, en la expresión tanto de las aspiraciones de los oprimidos en el imperio de los zares como de otras partes del mundo. Los líderes bolcheviques se veían a sí mismos y a lo que estaban haciendo como la avanzada de la revolución mundial. Esta dimensión internacional e internacionalista explica por qué dieron el paso de tomar el poder en un país tan atrasado como era la Rusia de la época y por qué los ejércitos soviéticos avanzaron en 1920 sobre la Polonia de Pilsudski, luego de derrotar militarmente sus ejércitos en territorio ucraniano. También explica la III Internacional y su red de alianzas con los jóvenes partidos comunistas emergidos después de la Revolución de Octubre en numerosos países.

La esperanza de Lenin y los restantes líderes bolcheviques era la de contribuir al triunfo de la revolución en Alemania, un poderoso estado industrial con una ubicación estratégica en el corazón de Europa y donde la derrota del militarismo imperial había creado una situación de efervescencia que tuvo su expresión en la efímera República soviética de Bavaria entre 1918–1919 y numerosos alzamientos en otras regiones. También las hubo en otras partes de Europa.

En esos primeros años la Revolución mundial parecía posible. La máxima prioridad, entonces, era garantizar la supervivencia a cualquier costo del Poder soviético, para evitar que con su derrota se consagrara el triunfo de la reacción.

Esto explica, en parte, la heroica resistencia de los años de la Guerra Civil, en contra de más de una docena de ejércitos enemigos, en un país devastado por la guerra, con índices de producción ínfimos, en medio del hambre, el frío y la incertidumbre. No resistían solo por el socialismo en Rusia sino por una nueva época para el mundo.

Esta convicción alimentaba también la dureza de algunas decisiones que, si bien garantizaron la victoria, sembraron el germen de futuros problemas para el Partido, ya que en el afán de ganar unidad se fue sacrificando la pluralidad y riqueza de la vida interna que había caracterizado la organización bolchevique. Esta tendencia, que en vida de Lenin parecía reversible, se fue convirtiendo luego en norma en la medida en que Stalin y la burocracia fueron haciéndose con el poder en el aparato del Estado y del Partido.

Desde el principio el Poder soviético tomó un conjunto de medidas que daban respuesta a las necesidades más urgentes del pueblo. El propio ordenamiento inicial del aparato estatal, el poner en el centro a los soviets, que eran estructuras democráticas derivadas de la experiencia comunal rusa, expresa la existencia de una voluntad en el liderazgo de la Revolución por hacer al pueblo protagonista en el proceso de transformación social. Incluso a nivel simbólico se sustituyó el título de Ministro por el de Comisario, por considerarse que quien ocupaba esa plaza había sido comisionado por el pueblo para esa tarea. Y los principales puestos del Estado eran, en principio, revocables por el pueblo y el soviet como órgano de expresión de esta voluntad colectiva.

¿Qué pasó entonces para que esta voluntad política no se concretara en una nueva forma de participación popular y el aparato administrativo terminara secuestrado por una burocracia que pretendía gobernar en nombre del pueblo, cuando en verdad gobernaba en su lugar?

El primer elemento que atentó contra esta voluntad del Poder soviético fueron las propias condiciones en que este hubo de desenvolverse: un país devastado por la guerra, con una agricultura deficiente, fábricas prácticamente cerradas y una inflación galopante, todo lo cual se agravaba con la hostilidad permanente de las grandes potencias, que tuvo su primera expresión en la ofensiva del imperialismo alemán y luego de las potencias vencedoras de la guerra y sus aliados internos, parte del viejo régimen.

Sumado a esto existía el problema cultural, que en Rusia adquiría infinitud de expresiones. Desde el analfabetismo y servilismo impuesto durante siglos al campesinado pobre hasta la escasa instrucción pública. Una expresión muy concreta de este problema se daba en la carencia crónica de especialistas que pudieran ocuparse de echar a andar los procesos productivos en los diversos rubros de la economía.

Por último, el frente revolucionario era muy heterogéneo y convivían en su seno fuerzas de diversa naturaleza y formación. Esto hacía que el proceso de toma de decisiones en los órganos colegiados fuera muchas veces agotador, sino imposible, y que se trasladaran a estos viejas rencillas del pasado, intereses políticos de grupo y tendencias sectarias que fragmentaban y dificultaban el ejercicio político en un momento de imperativos permanentes.

La inmensidad de estos retos y condiciones, sumado a la urgencia de reformar el aparato estatal y hacerlo funcionar para que diera respuesta a las numerosas amenazas que surgían de todas partes, como hongos después de la lluvia, favoreció el fortalecimiento de una tendencia autoritaria y centralizadora en la toma de decisiones.

Lenin, que era el espíritu animador del Partido, lo concibió como un conjunto de pasos extraordinarios para garantizar la victoria. Al igual que las medidas del denominado Comunismo de Guerra y la férrea política de Terror Rojo con que se combatió el Terror Blanco.

Nacer donde nació y en las condiciones en que lo hizo constituyeron escollos formidables para la experiencia soviética. La temprana muerte de Lenin, en 1924, fue uno aún mayor. En uno de sus últimos artículos, (Más vale poco y bueno), apuntaba a la necesidad de reformar la Inspección Obrera y Campesina disminuyendo el número de sus empleados y aumentando la proporción de obreros y campesinos que la integraban.

Stalin y el estalinismo

La victoria soviética en la Guerra Civil se logró a costa de un inmenso sacrificio humano y material. La unión entre proletariado urbano y campesinos sobre la cual descansaba la estructura de poder clasista del Estado soviético se encontraba profundamente debilitada. El núcleo proletario que había hecho la revolución en Petrogrado y Moscú estaba diezmado y esto comprometía aún más la posición política del gobierno. El campesinado, por su parte, comenzaba a mostrar síntomas de descontento y la productividad había decrecido de forma drástica.

En su Informe sobre la gestión Política del Comité Central del Partido Comunista (bolchevique) de Rusia, pronunciado el 8 de marzo de 1921, en el marco del X Congreso del partido, Lenin encara el problema. Considera que el campesinado le ha dado un cheque en blanco al poder soviético durante los años del conflicto, pero que ya estaba ansioso por cobrarlo. Las ciudades no podían abastecer al campo de los productos que este demandaba. La solución que Lenin da al problema se sintetiza en lo que se denominó como Nueva Política Económica. En esencia este conjunto de medidas buscaban desatar las fuerzas productivas internas dando cierto margen de libertad operativa a las relaciones capitalistas.

Lenin concebía todo un sistema de control y contramedidas que de alguna forma cercaran y que, poco a poco, fueran superando estas relaciones privadas de producción en el campo. Así preveía un proceso de colectivización voluntario a través del cual el campesinado ruso fuera descubriendo las ventajas de la producción colectiva y la superioridad de la producción tecnificada.

En la práctica la NEP acabó degenerando en el surgimiento de los denominados nepman, poderosos hombres de negocio que llegaron en un momento incluso a hacer peligrar la legitimidad del poder soviético.

Ya veíamos en la cita del inicio como el Che señalaba en la NEP el problema fundamental que afectaba la totalidad del funcionamiento del Estado soviético. Estas políticas, aplicadas sin control y sin la clara visión de Lenin, degeneraron en un fortalecimiento de las relaciones capitalistas y lo que es peor aún, en un fortalecimiento de la conciencia pequeñoburguesa que encontró sus adalides principales en la burocracia que ocupaba los diferentes niveles de dirección en el aparato estatal.

El ascenso político de Stalin significó el triunfo de estas tendencias por encima de otras más radicales e internacionalistas, como la de la denominada Oposición de Izquierda. Esta plataforma, cuya figura principal era Lev Trotsky, a pesar de ciertas limitaciones e inconsecuencias, defendía un programa mucho más coherente con la línea original del bolchevismo que la política amorfa y cambiante de la línea oportunista de Stalin. Poco a poco, en un sistema sucesivo de alianzas y bruscos cambios políticos, Stalin fue apropiándose de toda la estructura. La ardua labor política como secretario general del partido, puesto meramente organizativo, le permitió ir creando un entramado burocrático subordinado a él que votaba según se le indicara en los espacios de decisión partidista.

Esa fina labor de orfebre le permitió a Stalin vencer a adversarios que lo superaban en muchos otros planos. Y con el triunfo del georgiano, paradójicamente, se verificó el triunfo de la reacción pequeñoburguesa y el espíritu gran ruso en el corazón del partido. La Rusia soviética abandonó su perspectiva internacionalista y se volcó a la construcción del «socialismo en un solo país».

Comenzó también un proceso de justificación ideológica tendiente a hacer pasar por logros o leyes del socialismo lo que no eran más que relaciones capitalistas no superadas.

También se consagró el triunfo de la burocracia como estrato gobernante. Se dejó de gobernar con el pueblo y se pasó a gobernar en su lugar. La burocracia concentró y normalizó un sistema de privilegios que, como señalara Trotsky en su análisis de los años treinta, la distanciaba cada vez más del conjunto de los que dirigía.

El estalinismo, entonces, no fueron solo su manifestaciones más evidentes como el culto a la personalidad, el brutal ejercicio del poder, el clima coactivo ideológico en torno a cualquier forma de producción espiritual, sino que fue, por un lado, el triunfo de la reacción y su justificación ideológica en la forma de un marxismo-leninismo castrado y, por el otro, la aniquilación de cualquier forma de participación popular efectiva en el ejercicio del poder estatal. Funcionaba como unos espejuelos oscuros que impedían ver las relaciones capitalistas y cómo iban minando a aquellos que dirigían.

A pesar de la crítica que se hizo en el XX Congreso del PCUS a las formas más exteriores del estalinismo, el fallo principal estuvo en considerarlo como una tendencia asociada solo a la figura de Iósif Stalin. La única forma de superarlo era comprenderlo como un conjunto de prácticas, relaciones y concepciones enraizadas en la estructura del poder estatal soviético.

El resultado fue un proceso de abandono progresivo de conceptos centrales de la visión marxista del mundo. Sin las categorías adecuadas resulta imposible comprender y superar un determinado orden de cosas. La Unión Soviética posterior a Stalin siguió ciega ante los problemas fundamentales que la aquejaban y, poco a poco, se fue convirtiendo en una potencia conservadora, más preocupada en su beneficio e intereses que en la magna tarea que sus fundadores le habían encomendado.

De Jruschov a Gorbachov es posible rastrear una línea de progresivos abandonos ideológicos y políticos que prepararon y aceleraron la decadencia de la etapa final de la URSS. El populismo de Gorbachov y los restantes miembros de su gobierno, la inconsistencia y oportunismo con que se aplicaron políticas como la Perestroika y la Glásnost que, si bien respondían a problemáticas concretas de la sociedad soviética, implicaban un gran cuidado, la incapacidad del propio aparato del Partido y el Estado para evitar el suicidio forzoso, la inacción de la masa del pueblo la mayor parte del proceso y la forma en que este fue manipulado por oportunistas como Yeltsin para que actuase en contra de sus propios intereses, son prueba del grado de descomposición que había alcanzado toda la estructura.

Aquel 25 de diciembre de 1991 se firmaba el acta de defunción de un cadáver ya desmembrado y putrefacto. La poderosa Unión Soviética cayó víctima de sus propias inconsecuencias. Si bien es cierto que hubo intereses extranjeros vinculados al proceso del derrumbe, estos solo aprovecharon y dinamizaron tendencias que ya estaban. La premonitoria sentencia del Che se hizo realidad con una fuerza catastrófica.

P.D: Los logros de la URSS

En sus más de siete décadas de existencia, y a pesar de las contradicciones y limitaciones que hemos mencionado con anterioridad, la Unión Soviética representó una esperanza para numerosos pueblos en diversas latitudes del mundo y obtuvo importantes logros científicos, económicos y sociales.

Los investigadores Roger Keeran y Thomas Kenny, en su libro Socialismo traicionado. Tras el colapso de la Unión Soviética 1917–1991 hacen un resumen sumamente valioso de los logros de la URSS, que transcribimos en extenso:

«Esa nación no solo eliminó la explotación de clases del antiguo orden, sino que además terminó con la inflación, el desempleo, la discriminación racial y estableció la igualdad entre las etnias y las nacionalidades; acabó con la pobreza extrema, la desigualdad flagrante de riquezas e ingresos; estableció el derecho universal a la educación y la igualdad de oportunidades. En 50 años, el país transitó de una producción industrial que era de solo el 12% comparada con la de Estados Unidos hasta llegar al 80% y una producción agrícola del 85% equiparada con la de los norteamericanos. A pesar de que el consumo per cápita de los soviéticos se mantuvo más bajo que el de los Estados Unidos, no ha habido una sociedad que haya incrementado el nivel de vida y de consumo tan rápidamente en tan corto período de tiempo y para todo su pueblo. El empleo estaba garantizado. La educación gratuita a disposición de todos, desde el preescolar hasta los niveles secundarios (educación general, técnica y vocacional), las universidades y las escuelas en horario extralaboral. Además de la matrícula gratuita, los estudiantes recibían estipendios. El servicio de salud también lo era y para todos; disponían de cerca del doble de médicos por persona en relación con los Estados Unidos. Los trabajadores tenían todas las garantías laborales, además de seguro salarial y social para casos de accidentes o enfermedades. A mediados de la década del setenta los trabajadores alcanzaban un promedio de 21,2 días de vacaciones (un mes cada año) y los sanatorios, los lugares de descanso o los planes vacacionales para los niños eran subsidiados o gratuitos. Los sindicatos tenían el poder de vetar las expulsiones del trabajo e interpelar a los administradores y gerentes. El Estado regulaba los precios y subsidiaba el costo de la canasta básica alimentaria y de la renta de la vivienda. Esta constituía solo el 2% o el 3% del presupuesto familiar; el agua, la electricidad, el gas y la calefacción, entre el 4% y el 5%. No había segregación habitacional por ingresos. Con excepción de algunos barrios que eran reservados para altos funcionarios, en todos los demás lugares los directores de fábricas y plantas, las enfermeras, los profesores, los bedeles… vivían como vecinos.»

Aunque muchos de los logros enumerados acá tienen diversos matices, lo cierto es que la sociedad soviética, con sus múltiples contradicciones y limitaciones, era aun así más justa que las sociedades que la sucedieron, donde la lógica del mercado dinamitó todas las conquistas sociales y dejó a la clase trabajadora inerme ante los desmanes del neoliberalismo.

Keeran y Kenny apuntan también la prioridad que el gobierno soviético dio al desarrollo cultural e intelectual del pueblo. Las políticas públicas garantizaron precios razonables para las publicaciones periódicas, lo libros y los eventos culturales, con lo cual se garantizaba un acceso masivo a estos servicios.

Según la UNESCO el ciudadano soviético leía más libros y veía más filmes que cualquier otro en el mundo. Este esfuerzo gigantesco contribuyó a acortar las brechas culturales y tecnológicas existentes en un país donde confluían más de un centenar de nacionalidades distintas.

La grandeza de la Unión Soviética no reside solo en las cifras macro de sus logros sociales, sino también en haber demostrado que era posible el surgimiento y consolidación de un proyecto de organización social que adversara al del gran capital transnacional. Sus contradicciones y limitaciones son el resultado de las condiciones en que hubo de concretarse, las limitaciones culturales y políticas de fondo, la estrecha concepción del marxismo y el socialismo que acabó imponiéndose y los vicios del capitalismo que no pudieron o supieron ver, combatir y superar.

También es la demostración de que para construir y sostener el socialismo no basta con expropiar a la clase poseedora de los medios de producción, como creía cierta concepción un tanto ingenua, y de que los logros del socialismo no son irreversibles ni están ganados de una vez y para siempre.

A pesar de estas limitaciones, la URSS se irguió por más de setenta años como un faro de esperanza para los pueblos oprimidos del mundo. Venció al fascismo, apoyó el movimiento libertario del denominado tercer mundo, apoyó a Cuba cuando muchos la dejaron sola, consiguió la paridad militar con la mayor potencia imperialista de la historia, puso el primer humano en el espacio… De sus errores debemos aprender todos los que bregamos por un mundo mejor. La URSS fue pionera y en sus aciertos y errores va el germen de un mundo nuevo.

Que este treinta aniversario de la desaparición de la Unión Soviética sea un momento para la reflexión, la reorganización y la ofensiva en contra de la barbarie sistemática del capitalismo. Hoy, como hace más de 170 años, es igual de cierta la sentencia de que no tenemos más que nuestras cadenas que perder y todo un mundo por ganar.

Tomado de: La Tizza

Leer más

Francisco Sierra sobre “Marxismo y Comunicación”

Francisco Sierra Caballero es catedrático de Teoría de la Comunicación de la Universidad de Sevilla.

Por Salvador López Arnal

Francisco Sierra Caballero es catedrático de Teoría de la Comunicación de la Universidad de Sevilla. Director de la Sección de Comunicación y Cultura de la Fundación de Investigaciones Marxistas (FIM), en la actualidad, preside la Unión Latina de Economía Política de la Información, la Comunicación y la Cultura (ULEPICC) y es miembro activo de la RED TRANSFORM de la UE, y de la Asociación Española de Investigación en Comunicación (AE-IC). Autor, entre otras obras, de Políticas de Comunicación y Educación. Crítica y Desarrollo de la Sociedad del Conocimiento (2006) e Introducción a la Comunicología (2019).

*****

Permítame centrarme de entrada en el título y subtítulo de su nuevo libro. Cuando habla de comunicación, ¿cómo deberíamos entender este concepto?

Básicamente como un proceso dialéctico de mediación social. Ahora, las definiciones de este campo de estudios son dispares y en exceso diversas pues estamos ante un ámbito tan vasto como complejo que comprende tanto procesos sociales como elementos naturales, que implica procesos físicos (pensemos en la fotografía y la óptica, o actualmente la realidad virtual) como culturales y antropológicos. Tratar de cerrar una definición unívoca y objetiva, aceptada sin reparos por la academia, ha sido hasta la fecha un empeño condenado a priori al fracaso. La Comunicología, de hecho, es, en la historia de las ciencias, una disciplina de menos de un siglo de historia. Todavía tiene por delante una agenda de investigación por resolver, más aún en un contexto de creciente determinación de la vida por los flujos de información. Pero respondiendo a su pregunta podríamos decir, desde la perspectiva estructuralista y las reflexiones de Lévi-Strauss sobre intercambio simbólico, que la comunicación, en términos materialistas, es un proceso de intercambio simbólico para la cooperación y la reproducción social.

¿Y cómo podemos saber que un proceso de intercambio simbólico tiene como finalidad la cooperación social y la reproducción? De hecho, muchos intercambios simbólicos no parecen tener esas finalidades. ¿Qué serían entonces? ¿Procesos de incomunicación o de manipulación?

Esta es justamente la contradicción o trasfondo de toda mediación, en un sentido antropológico, la tensión o dialéctica entre comunicación como cooperación o la lógica de la competencia y el dominio. Desde una perspectiva materialista hemos de procurar el acceso, la construcción de lo común, la comunicación como liberación, pero en la cadena productiva, como en el campo social, existe la disputa y captura del capital, sea económico, o simbólico, en el sentido de Bourdieu. Las mediaciones que manipulan o, lejos de contribuir a la autonomía, reproducen las brechas y desigualdades por la voluntad de dominio o control deben ser impugnadas como incomunicación. Y en ese universo estamos. Paradójicamente, vivimos en la sociedad más interconectada y, a su vez, bajo el control de la desinformación y la guerra psicológica.

Habla en el subtítulo de «Teoría crítica». ¿Se está refiriendo estrictamente a las teorías y conceptos de la Escuela de Frankfurt?

Directamente. Hay un antes y un después de la Escuela de Frankfurt. Podríamos decir que Adorno y Horkheimer fundan la escuela crítica en comunicación sentando las bases de lo que décadas después denominamos Economía Política de la Comunicación, al definir los medios informativos como industria cultural. Ello hizo posible que empezáramos a prestar atención a las lógicas fordistas de producción de los contenidos simbólicos, apuntando además la centralidad del factor subjetivo en la nueva forma de reproducción ideológica del capitalismo maduro con la pulsión libidinal que alimenta la cultura de masas y que hizo posible, no lo olvidemos, el ascenso del fascismo en la Europa de entreguerras. Estamos pues, en cierto sentido, ante el primer proyecto sólido de resolución y abordaje científico de lo que Dallas Smythe denominara el agujero negro del marxismo. Posteriormente, de Benjamin a Oskar Negt, pasando por Habermas o Boris Groys, han sido numerosos los aportes en esta tradición que han contribuido a situar el estudio de los medios más allá del proceso informativo a la hora de ilustrar la racionalidad que domina el proceso general de mediación social.

¿Y por qué ha sido marginal en el seno de las tradiciones marxistas estos estudios? ¿Por qué ese agujero negro al que ha hecho referencia?

Hay numerosas razones. Pero permítame centrarme solo en dos aspectos, a mi juicio muy determinantes. Una es que los medios son americanos y la teoría de los medios ha sido históricamente colonizada por la investigación administrativa o funcionalista de Estados Unidos, que ha irradiado sus modelos, aportes y agendas de investigación tanto en Europa como en todo el continente americano, además de Asia y Oceanía. Pero, por otra parte, es necesario reconocer que en la tradición marxista ha persistido una lectura positivista, que ha limitado toda interpretación sobre los medios y la ideología a un mero epifenómeno del modo de producción, de la economía política, marginando, como consecuencia, los estudios sobre la superestructura y el rol de los medios y de la información. De ahí, como cuestionaba Dallas Smythe, la persistencia de un agujero negro en el marxismo a la hora de enfrentar la cultura de masas y la nueva cultura mediática.

¿Qué debemos entender por mediación social?

La mediación es el proceso de representación del acontecer en términos de mediación cognitiva. Somos relato y los medios median, en el sentido de construir formas representacionales sobre la vida cotidiana que, lógicamente, conforman nuestro imaginario y visiones del universo social. Digamos, en suma, en términos del profesor Manuel Martín Serrano, que la mediación social es un proceso tanto de determinación del conocimiento del mundo, por medio de los relatos de los medios de comunicación colectiva, como de mediación estructural conforme a la producción social de la comunicación que operan las industrias culturales en el capitalismo. A partir de ellas, las audiencias conforman sus modelos de referencia y reproducción, sus mitologías, en el sentido de Barthes, y confabulaciones entre la formación social y la estructura de clases y su refracción ideológica.

Cuando habla de medios, ¿a qué medios de comunicación o de incomunicación-intoxicación está haciendo referencia? ¿Se incluyen los llamados «medios alternativos»? ¿Y las llamadas nuevas tecnologías?

En Comunicología, hacemos habitualmente una distinción entre medios convencionales (prensa, radio, televisión,…) y nuevas tecnologías. Si bien es cierto que llevamos hablando de nuevas tecnologías desde el advenimiento de la informática. Muchas décadas ya, ahora que con el presente continuo de la cultura informativa hemos perdido la perspectiva histórica. Pero lógicamente cuando hablamos de medios, o de nuevas tecnologías podemos concebir diferentes formas de organización. Se ha instalado en la ideología dominante que los medios son privados, es lo natural para garantizar la independencia y el pluralismo, se nos dice, pero la realidad es otra. La historia de los medios es la creciente concentración en grandes emporios corporativos como los de Rupert Murdoch lo que, como consecuencia, se traduce en la apropiación privada al servicio de los intereses capitalistas, esto es, la pérdida de toda pluralidad e independencia, salvo la de los accionistas y socios mayoritarios. Frente a este sentido común hoy dominante, cabe advertir que podemos tener medios públicos bajo titularidad del Estado, pero también medios comunitarios o ciudadanos, gestionados por la sociedad civil organizada, como incluso experiencias de autogestión informativa por los profesionales como hemos conocido en la antigua Yugoeslavia o actualmente con la emergencia de medios cooperativistas. Convendría por lo tanto matizar que cuando formulamos una crítica marxista a los medios de referencia, lo hacemos al modelo de apropiación privada o corporativa que históricamente se ha impuesto en la comunicación moderna a partir, especialmente, del primer tercio del siglo XX. Pocos conocen por ejemplo que en el origen de las grandes networks como NBC en Estados Unidos, estaban las escuelas, comunidades locales, iglesias y otros actores que concebían la comunicación como servicio público. Los intereses económicos y la lógica de valorización capitalista dinamitaron a partir de 1932 esta forma autónoma de comunicación. Y hoy la PBS, la red pública de radiodifusión en Estados Unidos, es prácticamente marginal e irrelevante, pese a su calidad.

El prólogo de su libro lleva la firma de Armand Mattelart, el director (si no ando errado y entre mil cosas más) de una película sobre el golpe de Pinochet y secuaces que dejó profunda huella en muchos de nosotros, La Spirale. ¿Por qué ha elegido a Mattelart como prologuista?

Sería bueno volver a revisar La espiral pensando en Venezuela y, en general, el cine de Chris Marker. Una, otra forma de pensar y hacer la comunicación. Para nosotros, la obra de Armand es justamente eso, pensar al revés, confrontar el proceso semiótico de inversión del fetichismo de la mercancía. Para la generación que nos formamos en pleno auge del neoliberalismo, Mattelart ha sido un referente intelectual que no solo ha mantenido vivo el compromiso social en nuestro campo de conocimiento, sino que además ha ido avanzando nuevas herramientas para la crítica de la comunicación, desde sus genealogías sobre la modernidad y la mediación a hoy día de la crítica de la sociedad de vigilancia en las redes. Que prologue el libro es hasta natural para quien fue pionero desde los setenta en avanzar elementos para una crítica marxista de la comunicación y aún hoy siempre viene alentando proyectos de reconstrucción de la escuela crítica como ULEPICC (www.ulepicc.org) o trabajos como el nuestro de aportación a la teoría marxista en comunicación y cultura. De hecho, es un honor que haya aceptado hacer el prólogo y un orgullo compartir amistad por muchos años con Michèle y Armand. Son un ejemplo de integridad y de dedicación abnegada a la investigación como trabajo por la liberación, sea en favor de los movimientos emancipatorios en América Latina, en el Foro Social Mundial o contribuyendo con nuevos aportes a la crítica de la dominación informativa.

Lo hemos comentado de pasada pero permítame que insista. Hace usted numerosas referencias a la comunicología, una ciencia aplicada de lo común. ¿Nos puede aproximar un poco más a este concepto?

En primer lugar, convendría advertir que, pese a lo que hemos aceptado como sentido común, la comunicación no es lo que convencionalmente denominamos medios de comunicación colectiva. En su cuarta acepción, la RAE define la comunicación como unión, no solo como transmisión de señales. Aunque no es muy apropiada, por cierto, la definición que hace la Academia de la Lengua, debe ser por la inteligencia de Pérez Reverte, ya en su significado normativo presupone principios como el de reciprocidad. Si vamos a la etimología latina, sabemos además que la palabra remite al sustantivo latino «munis» que, de acuerdo al filósofo Roberto Esposito, presupone un sentido de deber u obligación, de puesta en común, lo que hace posible la vida en comunidad. De acuerdo con mi colega brasileño, Muniz Sodré, la Comunicología es una ciencia aplicada de lo común, en la medida que su objeto es, indefectiblemente, un problema de dialéctica del don, de compartir, de construir «communis». En los estudios de Ciencias de la Comunicación, ha prevalecido sin embargo una lectura cibernética, lineal, informacionista, que concibe la comunicación como difusión de contenidos, una lectura, diríamos en términos marxistas, distributiva y poco o nada productiva. Si, de acuerdo con Pierre Dardot y Christian Laval, el reto del siglo XXI es pensar lo común, retomar esta otra visión de la comunicación se antoja determinante en nuestro tiempo, pues de lo contrario reeditaremos visiones saintsimonianas que ya Armand Mattelart ha cuestionado en Inventar la comunicación e Historia de las ideas y las estrategias. Apuntar, en suma, a esta otra concepción implica pensar la comunicación no como un problema de medios sino como una cuestión de mediaciones, una visión más dialéctica y menos positivista e instrumental, tal y como se puede observar en el origen de la sociedad industrial con los herederos de Comte o, actualmente, en los discursos sobre la llamada Sociedad de la Información.

Pero cuando habla de ciencia aplicada de lo común, ¿a qué refiere aquí el término común?

A lo que nos constituye como sujetos y actor social. Desde el lenguaje que compartimos al patrimonio inmaterial que nos define, como cultura popular, como imaginario, como parte, en fin, de una colectividad. En este proceso, la comunicación une, vincula, reúne, media, y es ese repertorio simbólico compartido, lo que constituye la esencia y objeto de estudio de la Comunicología.

«Fundamentos marxistas de teoría de de la comunicación» es el título de la primera parte de su ensayo. ¿Cuáles han sido los principales autores de la tradición que han hecho aportaciones en este campo? Cita, por ejemplo, a un autor, Juan Carlos Rodríguez, muchas veces olvidado, injustamente olvidado.

Hablábamos antes de la Escuela de Frankfurt, que es determinante en la fundación de la escuela crítica en comunicación, pero también conviene recordar que en la historia del pensamiento tenemos los aportes de Gramsci al estudio de la cultura popular y otros autores que normalmente no son considerados en la Comunicología, como Bertolt Brecht. En este último caso, por ejemplo, pocas veces los investigadores en comunicación citan sus reflexiones sobre la radio como sistema de comunicación o, por el contrario, como se impuso en Estados Unidos con las networks, la radiodifusión como sistema de distribución de contenidos. Ahora, fundamentalmente, Brecht nos aporta un método de análisis de lo real y, en sus escritos sobre teatro, apunta elementos a propósito del efecto V para deconstruir la representación de la cultura de masas como ideología. En esta línea, Juan Carlos Rodríguez es un maestro y autor ejemplar. Su obra, aún en el ámbito de la teoría literaria, da pautas para pensar qué es el inconsciente ideológico y cómo se reproduce socialmente a partir de la producción textual las relaciones de dominio en el plano simbólico. Cuando uno lee La literatura del pobre o, especialmente, Teoría e historia de la producción ideológica, un trabajo excepcional, podemos encontrar elementos basales para la construcción de una teoría marxista de la comunicación y la cultura. Es una lástima, por lo mismo, el escaso reconocimiento que ha tenido su contribución incluso en la tradición marxista. Creo que la universidad española y la academia están en deuda con él. Tenemos pocos teóricos relevantes en nuestro país, pero algunos como Juan Carlos Rodríguez son de una singularidad y potencia que bien merecen una lectura detenida y seguir aprendiendo de sus aportes para avanzar en el conocimiento de la mediación social. Por ello, vindicamos la vigencia y actualidad del trabajo sobre la ideología que hizo en vida.

Ya que hablamos de ideología, ¿cómo debemos entender este polisémico concepto?

Desde el punto de vista de la comunicación, hemos de entender la ideología como representación invertida, deformante y productiva, como dispositivo que modula imaginarios, emociones y la acción social. Es decir, la ideología no es solo reproducción conforme a la noción canónica del principio marxista sobre el fetichismo de la mercancía. Hemos de retomar también tradiciones como la semiótica para comprender el juego que los medios y las mediaciones despliegan en nuestra cultura, por ejemplo, con el principio de inversión y pensar la dimensión performativa del lenguaje, nuclear hoy en el activismo digital y los nuevos movimientos sociales. A lo largo del libro, insistimos por ello en aportes como los de Brecht y lecturas sobre las imágenes como las de Jameson y Didi-Huberman.

¿Qué significó para este ámbito de estudios (y de prácticas anexas) la publicación a principios de los setenta de Para leer el Pato Donald, de Dorfman y Mattelart?

Pues fundamentalmente la pérdida de la inocencia y la apuesta por una investigación comunicacional de intervención en lo que podríamos definir como Comunicología de la Praxis. No olvidemos que el trabajo se hace en medio del acoso vivido por el gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende. En ese escenario de disputa ideológica, Armand, radicado en Chile, ha de dar respuesta al colonialismo que la industria Disney, y en general los medios, proyectan ideológicamente en el país, y el libro, el más difundido en la historia de la investigación en comunicación, contribuiría a develar los dispositivos de enunciación y control ideológico, aportando además elementos para el análisis en un contexto de proliferación de los estudios semióticos y estructuralistas. El ensayo, además, sirvió como herramienta de resistencia de los movimientos populares y puso en evidencia la dimensión ideológica e imperialista de la llamada industria del entretenimiento. Cuando hoy desde la izquierda cuestionan el proceso bolivariano, atacando al gobierno de Maduro, a partir de la lectura de referencia dominante en los medios, ganas dan de imponerles como tarea la lectura de este clásico. Más aún en la era Google.

¿Y por qué la izquierda cae en un error tan elemental como ese, el de la lectura dominante en los medios, que usted comenta? ¿Tan acríticos nos hemos vuelto?

Digamos que la izquierda, por la misma deriva cientificista y positiva que impregna la tradición marxista, ha hecho una lectura reduccionista y limitada de los medios, por no decir instrumental. Pareciera que el problema de la ideología es el contenido transmitido por la información de actualidad, cuando sabemos que el poder de la información no es tanto lo que dice como lo que oculta, por ejemplo. La izquierda no sería tan crítica con la revolución bolivariana si se informara adecuadamente, por poner un caso, sobre el exterminio en Colombia, sobre el que nada dicen los medios dominantes. En otras palabras, hemos de aprender que los medios median no solo sobre qué pensar sino sobre en qué centrar nuestro interés, determinan la agenda, cultivan nuestros imaginarios y representaciones, mediatizan nuestro conocimiento del mundo y, más allá aún, estructuran las formas de relación con la realidad. Por ello el poder informativo es también la forma de la formación de la comunicación.

Usa la expresión Teoría e historia de la producción ideológica «lógica materialista de análisis de la mediación». ¿Cómo debemos entender aquí la expresión «lógica materialista»? ¿Qué materialismo es el suyo?

Hago uso de la expresión que el profesor Bernard Miège aplica para explicar el funcionamiento de las industrias culturales. En su análisis económico político de la comunicación, introduce la noción de lógicas sociales, es decir, la deriva o líneas de fuerza que determinan el contenido y modo de producción cultural del sector infocomunicacional. Retomando esta idea, podríamos concebir la lógica materialista de análisis de la mediación como un abordaje sociocrítico que, en la dialéctica de acceso y control de la comunicación, reconoce el condicionamiento ideológico de los medios y mediaciones en la reproducción de la estructura de clases, al tiempo que, como insistía Raymond Williams, cabe observar una relativa autonomía del campo cultural. En otras palabras, la unidad del discurso crítico de Marx presupone asumir que lo material determina la producción simbólica, las condiciones de producción orientan la lógica social de la comunicación de principio a fin, desde la edición al consumo y apropiación tecnológica de los sujetos (llamados receptores), pero al tiempo la proyección ideológica influye y conforma la organización de la industria cultural, los modos de producción informativa y hasta el propio diseño de las tecnologías de intercambio e interacción. Por ello insistimos tanto en nuestro ensayo en la relectura de Gramsci y, en general, en la concepción materialista de la filosofía de la praxis que supo avizorar, en el caso del filósofo sardo, la contradictoria composición de la cultura de masas en la literatura de folletín en términos de hegemonía y contagio del discurso dominante y las formas subalternas de decir y hacer la vida en común.

¿Relectura de Gramsci? ¿Qué tipo de relectura del revolucionario sardo propone usted?

La que denomino Comunicología de la Praxis, una lectura crítica de la hegemonía como un proceso abierto, dinámico y complejo del discurso informativo y las prácticas de resistencia y contrainformación de las culturas subalternas. Ello implica retomar muchas de las consideraciones de Raymond Williams y los estudios culturales, en un contexto nuevo como el actual, eludiendo una interpretación idealista, diríamos que hoy dominante, por influencia de Laclau, del giro lingüístico, que entiende la mediación y la hegemonía en términos de lo que algunos cuestionamos como pancomunicacionismo, una deriva que termina por sustituir la lucha de clases por una mera lucha de frases.

En una nota a pie de página, hablando de la situación española, comenta usted que la investigación marxista sobre información y comunicación en nuestro país ha sido marginal. ¿Lo fue… y lo sigue siendo? ¿No hay excepciones a esa marginalidad general?

Bueno, convendría matizar la afirmación. Diría que, en general, la universidad española ha sido radicalmente antimarxista. El franquismo sociológico, pero también la década neoliberal, paradójicamente abanderada por un gobierno que se autodenominaba socialista, impuso una matriz y cultura hegemónica acomodaticia. Gregorio Morán hace una disección periodística demoledora a este respecto.

Habla usted del gobierno PSOE de los años ochenta y parte de los noventa.

Exacto. Como decía, franquismo sociológico y la década neoliberal impusieron una cultura académica entreguista por no decir directamente negacionista de otras formas de pensar e interpretar la realidad. Ello es notorio, a diferencia de otros contextos como el francés o italiano, en el conjunto de las ciencias sociales. Pero hay una particularidad en España con la comunicación y es que la primera escuela de periodismo y las facultades fueron fundadas, como el campo comunicológico nacional, por las fuerzas vivas del régimen, sea por falangistas y adeptos del régimen, caso de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense, o por el Opus, en la Universidad de Navarra, y los propagandistas de la Iglesia Católica. La producción científica impuso por ello el canon de ilustres teóricos fascistas italianos o alemanes, a diferencia de otros países que exploraron los aportes de la Semiótica, la Sociología fenomenológica o, como en Latinoamérica, los aportes marxistas. Esa herencia, en congruencia con cuarenta años de dictadura franquista, y la importación de la tradición funcionalista estadounidense, prefiguró una cultura académica profundamente antimarxista y, en general, poco o nada crítica con el papel del periodismo, la organización de los medios o la función ideológica de la comunicación en la reproducción del estado de malestar en nuestra cultura y economía periférica. Ahora, por supuesto que ha habido excepciones en la academia, y además sobresalientes.

Por ejemplo…

La propuesta del modelo de análisis dialéctico de la mediación social de Manuel Martín Serrano ha contribuido a desarrollar un programa de investigación y una escuela de suma importancia en México, Cuba y otros países de América Latina y, por descontado, en España. Creo que, injustamente, valorado pese a la potencia y relevancia de sus contribuciones científicas desde la tradición materialista. Igualmente, hay aportes como los de Vicente Romano que, formado en Münster con Manuel Sacristán, no solo tradujo obras fundamentales de la tradición crítica de la publicística alemana, sino de referentes como Brecht y el propio Marx y Engels. Fue incluso editor en Taurus de la primera antología en castellano de la obra periodística de Marx. Por no mencionar la contribución de Pablo del Río desde la recuperación de la lectura histórico-cultural de Vygotsky y Luria en su aplicación al análisis de recepción del audiovisual o la educomunicación. Hay, en fin, una producción científica relevante del marxismo en comunicación, pero muy marginal comparativamente con otros países o latitudes por la historia de control del periodismo y, en general, del pensamiento sobre los medios y la comunicación.

 

Una pregunta demasiado general, soy consciente de ello: ¿nos puede hacer un breve resumen de los fundamentos marxistas de la teoría de la comunicación?

Una primera premisa, a modo de hipótesis de trabajo, al respecto es asumir la necesaria aplicación del principio relacional por el cual estudiar los medios es analizar el proceso general de acumulación y reproducción del capitalismo. Esto es, no es posible estudiar la comunicación sin pensar la mediación, este concepto hegeliano es teóricamente central, pues la Comunicología no ha de abordar el análisis de los medios sino las mediaciones que dan sentido, determinan y preconfiguran el modo dominante de producción comunicacional. Ello implica el reconocimiento de la naturaleza material, inmanente, de la dialéctica informativa frente a toda veleidad idealista, como sucede hoy al definir la sociedad cognitiva, según ha popularizado la Comisión Europea, que concibe como un proceso de desmaterialización de la economía, algo, como puede suponer todo atento analista, imposible, incluso en la era virtual, por la propia siliconización de la infraestructura y los intermediarios que interfieren en todo proceso de intercambio en las redes. A partir de aquí hemos de asumir tres elementos constitutivos de la mirada marxista en comunicación.

Que serían…

En primer término, el antagonismo como matriz explicativa de los procesos de mediación social, sujetos a la disputa de la lucha de clases, aunque sea, como irónicamente dijera Eulalio Ferrer, una lucha de frases, la disputa del sentido. Luego, en consecuencia, el análisis de la ideología en los productos y contenidos de la industria mediática es un componente neurálgico para develar el modo de producción dominante en la lógica de control hegemónico de la comunicación, lo que exige pensar las representaciones y los imaginarios, en el sentido de la Escuela de Frankfurt. Y, por último, no hemos de olvidar que toda comunicación es una práctica, que la mediación es actividad, que la dialéctica informativa es producción y, desde una perspectiva marxista, no es posible desconectar la organización productiva de la industria cultural del consumo, no solo en términos de asimetrías y desigualdad de clases, sino también desde el punto de vista de poner el acento en la dimensión económico política, productiva, de la mediación, frente a una tradición epistemológica que podríamos calificar de difusionista, informacional, o distributiva de la comunicación. La asunción de este desplazamiento o ruptura epistémica contribuiría por ejemplo a pensar la economía moral de la multitud, los procesos por ejemplo de resistencia, apropiación y adaptación creativa de las tecnologías de representación por las clases subalternas, como hoy se hace con los llamados medios sociales. En resumen, a partir de estos principios podemos proyectar una mirada, otra de la comunicación, poco o insuficientemente explorada, y sobre todo un programa de investigación de infinitas posibilidades en el nuevo ecosistema informativo.

Con el capitalismo de las plataformas y de la llamada revolución digital, ¿ha surgido un nuevo paradigma, por decirlo con un término más que gastado, en el ámbito de la comunicación o incomunicación? ¿Nos comunicamos más o nos distanciamos más?

Como advierte Mattelart, el discurso de la nueva era, del advenimiento de la sociedad postindustrial, de la era cuaternaria, ha sido recurrente en el pensamiento conservador. De Daniel Bell a Manuel Castells, la visión tecnocentrista siempre ha revestido las utopías liberales. Cuando, en el fondo, estamos, como explicara Paul A. Baran, con una salida a la crisis de acumulación fordista, especialmente impulsada en la década gloriosa de los ochenta que es cuando se liberalizan con Reagan las telecomunicaciones y se acelera el proceso de concentración del sector multimedia. Estamos pues ante la cuarta revolución industrial pero no ante un nuevo paradigma, sino ante la modulación y adaptación del capitalismo a las nuevas condiciones de reproducción basada en la ciencia y la tecnología, ya anticipada por Marx en los Gründrisse y ampliamente documentada en la tradición marxista. Ello ha dado lugar a contradictorias dialécticas como la era del acceso –un sistema informativo por vez primera radicalmente descentralizado para la producción local con Internet– y un control de la red oligopólico y global, con una gobernanza privada y en manos de Estados Unidos, al tiempo que se intensifica la desinformación, por saturación o manipulación de la guerra psicológica, a lo Trump, y resulta posible un nuevo periodismo de investigación como demostró Wikileaks, por lo que se criminaliza el periodismo libre y se encarcela a Assange. Es decir, como en otras etapas de la historia de la comunicación, el poder hegemónico despliega formas de control y restricciones estructurales de la libertad informativa por medio de nuevos intermediarios y una política securitaria de control y videovigilancia que llega a criminalizar la protesta y el activismo digital, mientras siguen proliferando comunidades de autogestión en los pliegues del sistema. De manera que al tiempo que se produce el extrañamiento, el efecto burbuja y el aislamiento social y psicológico que describe Naomi Klein en La doctrina del shock, muy vigente hoy en golpes mediáticos como el de Bolivia, se producen procesos mancomunados de autogestión y apropiación social de las nuevas tecnologías y sistemas de información: de Oaxaca con los servicios comunitarios de telefonía en localidades indígenas a Anonymous, de los laboratorios ciudadanos al arte público en red o los medios ciudadanos que emergen a lo largo y ancho de nuestros países, ahora que los movimientos sociales han entendido que el centro de la disputa del sentido y el poder empieza por la política de la representación.

Sitúa usted a Manuel Castells entre los autores de mirada tecnocentrista. ¿No es extraño tratándose, como se trata, del Ministro de Universidades del gobierno PSOE-Unidas Podemos, asignado por una fuerza que se dice rupturista como En Comú Podem?

No es tan extraño si consideramos la brecha que se observa entre práctica teórica y compromiso político. No cuestiono su posición tanto en el 15M como en los debates e intervenciones en España. Si uno sigue sus columnas de opinión ha sido del todo congruente, dando apoyo explícito a Ada Colau, y asumiendo una posición socialmente comprometida en temas delicados, nada o poco habitual, por otra parte, en la academia. Otra cosa es su trabajo científico, en especial en Comunicación. Hoy Castells no tiene nada que ver con el sociólogo marxista que escribió sobre la cuestión urbana. La trilogía sobre la sociedad-red incide en lecturas tecnológicamente deterministas, que además parten del desconocimiento de aportes fundamentales de la tradición materialista como, en general, de la literatura especializada sobre la disciplina. El problema de todo ello es que, si se piensa desde el valle de silicio, se termina por perder de vista la realidad concreta y material. Y uno acaba publicando informes, como en el caso de Chile, que hace abstracción histórica del laboratorio criminal del neoliberalismo. De ahí, con esta suerte de esquizofrenia intelectual, la cuestionable propuesta de borrador del estatuto del profesorado en España, una reforma que, de aprobarse, incidirá aún más en la precariedad de la educación superior, dando otra vuelta de tuerca al modelo neoliberal que se ha impuesto con la LOU al tomar como referentes realidades que, dicho sea de paso, no solo en Chile, sino incluso en Estados Unidos, han demostrado ser un fracaso. En fin, lamento decir que el profesor Castells conoce poco y mal la realidad universitaria española y menos aún la comunicación como objeto de estudio, lo que no quita que valoremos su contribución a la Sociología y las Ciencias Sociales y, aunque seamos muy críticos con su obra, también a la comunicación.

Cuando hablamos de «cultura de masas», ¿de qué estamos hablando exactamente? ¿Podemos hablar a día de hoy de «cultura obrera» o de «cultura popular»?

La concepción marxista de la cultura de masas es una lectura productiva y emancipadora del acceso de las clases subalterrnas a los bienes simbólicos, lamentablemente muy vituperada por ciertas lecturas restrictivas como las de la teoría crítica o desde el elitismo idealista por la supuesta mediatización degradante de la calidad cultural que introducen a partir de principios del pasado siglo las industrias culturales. Por ello vindicamos la lectura de Gramsci que Williams y la Escuela de Birmingham supieron apreciar al observar que, en todo producto mediático, el cine por ejemplo con la representación del cholo (de Chaplin a Cantinflas), tiene lugar una apropiación simbólica de la cultura popular. Diríamos que no hay cultura de masas sin cultura popular, pero no es posible identificar, sin más, como hoy se hace, la cultura de masas con la cultura popular. De la cultura pop a nuestros ideas ese mimetismo no es real sino figurado, pero nos encontramos en departamentos universitarios y en los propios medios con que la difusión, capilaridad y populismo mediático que empaquetan y distribuyen las celebridades por ejemplo, tienden a transformarse o ser presentados como la esencia de la cultura popular, un razonamiento absurdo cuando no malintencionado si uno observa que las nuevas generaciones ni consumen los medios de masas en el paso, como dice Ramonet, de los medios de masas a la masa de medios personalizados. Conviene, en fin, por lo mismo explorar los elementos de la cultura obrera y la cultura popular, la economía moral de la multitud, en los nuevos canales y procesos de hipermediatización que vivimos, no solo para comprender mejor ciertos fenómenos y dinámicas culturales, sino también para proyectar vías de intervención y cambio social en el campo de la comunicación y la cultura.

Hace usted varias referencias a Althusser y a la teoría de los AIE. ¿Nos puede hacer un resumen de esa teoría? ¿Tiene interés para la situación que estamos viviendo?

Sin duda, es de interés y, en cierto sentido, cobra plena vigencia en la actualidad. Pero se ha desestimado, quizás por razones más propias de la moda académica que del juicio fundado, el aporte de Althusser a la teoría marxista de los medios. Su contribución no solo fue hegemónica en Francia y Europa durante décadas, sino que condicionó buena parte del debate sobre el papel de los medios en América Latina. Con todas las reservas que su formulación sobre el papel de la ideología en la lucha de clases tiene para quienes nos reclamamos de la Comunicología de la Praxis, conviene advertir que su interpretación de la función del periodismo y los medios informativos, lejos de ser una caricatura de la función vectorial para la reproducción del capitalismo, adquiere pleno valor hoy día si observamos por ejemplo el tratamiento de la crisis financiera de 2008 en la prensa de referencia dominante, dentro y fuera de España, o cuando analizamos el tratamiento de las medidas de salud pública contra la pandemia, por no mencionar la legitimación del golpismo en Bolivia, Ecuador y Venezuela. Ahora, más allá de Althusser, y de los aportes magistrales de Juan Carlos Rodríguez, cabe hacer otra lectura marxiana de la comunicación y la ideología en nuestro tiempo, creo que muy productiva y adecuada a la naturaleza volátil, dinámica y abierta de la cultura digital, sin menoscabo de algunas intuiciones relevantes actualmente en el caso específico del periodismo que es, en realidad, el que estaba pensando Althusser.

Me queda mil preguntas más pero no quiero abusar más de su tiempo y generosidad. Déjeme citar una de sus últimas reflexiones: «Sabemos que no hay conocimiento sin pasión, ni transformación sin deseo o afán de superación. La creación es vida en movimiento, imaginación liberada, producción sensible de lo común. Decir lo que se piensa, hacer lo que se quiere y vivir como se sueña. Este y no otro es el principio esperanza que anida en la voluntad de liberar la comunicología de la lógica de captura que cerca y amenaza con inanidad al trabajo académico» (p. 368). Hermoso homenaje a Bloch. Permítame una descortesía: también usted hace trabajo académico. ¿Siente usted también la amenaza de esa inanidad?.

He de reconocerle que ese peligro lo vivimos a diario. La lógica de la calidad total y la mercantilización del sistema de ciencia y tecnología se ha traducido por un lado en mayor burocratización (hasta tenemos que medir las horas dedicadas, como si la creación intelectual se pudiera medir) e imposiciones de agendas, métodos y objetivos de investigación que son irrelevantes, pura redundancia, sin valor real en términos de pertinencia y relevancia. Por otra parte, la concepción mancomunada de la investigación está siendo liquidada. La nueva generación de investigadores ha de cumplir lo que les demandan y eso acentúa una lógica competitiva e individualista que mina toda vocación colectiva de investigación en común y de la propia posibilidad, en fin, de la academia. En este horizonte de conocimiento, la renuncia o el silencio, el aislamiento o la adaptación a una lógica administrativa de la práctica teórica se imponen como razón instrumental. En esta situación nos encontramos, y por ello, creo que hoy más que nunca hay que pensar en la coinvestigación y el trabajo académico militante al margen del circuito, exigencias y condiciones del sistema formal de ciencia y tecnología en la que difícilmente se puede hablar, pensar y decir lo necesario y lo posible. En eso estamos, de funambulistas de la Comunicología. Nada fácil, créame.

¿Quiere añadir algo más?

Nada más. Agradecer la entrevista y animaros a continuar la encomiable labor editorial de El Viejo Topo, uno de los pocos espacios de pensamiento emancipador y contracultura que tenemos en España. Estos días se cumplen noventa años de Mundo Obrero. Proseguir con esta tarea no es algo menor. Es todo un reto prometeico, considerando el contexto cultural en el que nos encontramos. Mi más sincera enhorabuena. Disfruto como lector todos los meses y ojalá podamos imaginar un salto al audiovisual de este proyecto único en España. AVANTI.

Nota: Una versión parcial de esta entrevista se publicó en El Viejo Topo de septiembre de 2021.

Tomado de: Cubaperiodistas

Leer más

André Bretón: Surrealismo y Marxismo

André Breton fue un escritor, poeta, ensayista y teórico del surrealismo, reconocido como el fundador y principal exponente de este movimiento. (Francia, 1896-1966)

Por Fernando Buen Abad Domínguez @FBuenAbad

Para despejar toda duda, André Breton en el Segundo Manifiesto del Surrealismo (1930) expuso, con todas sus letras y consecuencias: “totalmente, sin reservas, nuestra adhesión al principio del materialismo histórico”. E insistió: “el surrealismo se considera ligado indisolublemente, como consecuencia de las afinidades antes señaladas, a la trayectoria del pensamiento marxista, y sólo a esa trayectoria”. Esto bastaría para desautorizar cualquier utilización del término “surrealismo” para fines tan bobos como enmascarar las aberraciones de no pocas conductas oligarco-burguesas. Se ha oído decir “es muy surrealista la fotografía del rey de España en sus cacerías de elefantes” o “que surrealistas son las mansiones de los millonarios”… el Surrealismo es muy otra cosa: “El Surrealismo es un puro automatismo psíquico por el cual se intenta expresar, verbalmente o de cualquier otra manera, el funcionamiento real del pensamiento en ausencia de cualquier control ejercido por la razón al margen de toda preocupación estética o moral.” Primer Manifiesto del Surrealismo (1924). Algunos, incluso han creído ver en el Movimiento surrealista una contribución, en combate, hacia una Estética Marxista.

Tendría poca o ninguna importancia que Bretón hubiese declarado tal adhesión al método de Marx si no fuese porque esa definición, que molesta a tantos, contiene la idea revolucionaria de que la ética sea la estética del futuro. Que la ética norme, como pensó Adolfo Sánchez Vázquez, esa parte decisiva de las relaciones sociales en las que, el juicio del gusto sea explicable como base y producto de la lucha permanente por la igualdad entre los seres humanos y la justicia social “deseable, posible y realizable”.

Aquí se asume que de nada sirve una apología adoratriz que abone palabrerío de “culto a la personalidad” y, lejos de eso, aquí se expide una mirada crítica que no está dispuesta a rendirse ante las emboscadas del olvido hegemónico ni ante las tergiversaciones que van hundiendo toda herencia revolucionaria en los pantanos de la chabacanería ideológica al uso. Bretón fue ni será un santo artístico de establishment ni será carne de la desmemoria funcional al lavado de cerebro oficializado por el “buen gusto” académico, artístico o burocrático. Su obra es una herencia que marca horizontes indispensables para completar las revoluciones económico-políticas con revoluciones semióticas emancipadoras y eso no debe olvidarse. El pretexto de su natalicio es eso… un pretexto.

Mil cosas no se le perdonan a Breton, y acaso algunas con razón, pero las que destacan son de suyo revelaciones de una lucha de ideas que se despliegan en las honduras más significativas de los debates políticos más salientes de nuestro tiempo. No se le perdona haber interpelado la lógica monstruosa del capitalismo en el periodo de entreguerras ni sus extensiones camufladas décadas después; no se le perdona su amistad con León Trotsky de la que surgió el Manifiesto de la FIARI (Federación Internacional del Arte Revolucionario Independiente) manifiesto único en el que se dan cita las ideas de un revolucionario internacionalista y escritor como Trotsky y el más destacado militante de la vanguardia intelectual y artística europea. En ese manifiesto se encuentran de manera deslumbrante la política estética y política revolucionaria.

No se le perdona a Bretón su poesía y el lugar que le otorgó al amor como militancia humanista, única capaz de reconciliar a la especie humana consigo misma. No se le perdona la síntesis que propuso en el surrealismo para igualar al arte con los sueños, con la magia, con el azar, con lo lúdico, con el amor mismo. No se le perdona politizar la filosofía y filosofar la política desde el arte revolucionario para demoler el imperio de la esclerosis ideológica de una burguesía, ya entonces adicta al consumo de la “obra de arte” como mercancía de vanidades y de inversiones rentables.

Y desde luego no se le perdona haber quebrado los idilios de algunos artistas que se creyeron ajenos o indemnes a los estragos del debate capital-trabajo, que no se sentían trabajadores ni tenían vínculos con el proletariado bajo ninguna de sus definiciones o expresiones. No le perdonan ni le perdonarán, eso hace más crucial mantener la memoria en combate, la lista enorme de tareas que heredó a las generaciones posteriores. Legado cargado con apelaciones e interpelaciones. Legado premonitorio que vio venir la andanada de emboscadas “narrativas” en las que hacer pasar por “loquitas” ciertas formas o ciertas frases desligadas del trabajo revolucionario en los campos semióticos, se haría recurso rentable de publicistas o propagandistas serviles al engaño y las ideologías contrarrevolucionarias.

Así se apuraron muchos a dar por muerto al Surrealismo como han dado por muerto al Marxismo. Octavio Paz y sus esbirros en primer lugar. Pero los muertos que ellos matan gozan de muy buena salud y los mataron tan mal que siguieron cantando todos los himnos revolucionarios que permanecen anidados en las entrañas del arte, de la estética, de la semiótica que serán revolucionarias o serán nada… que aguardan eso que invocan muchas fuerzas rebeldes en todo el mundo: “Nada hay más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo” Víctor Hugo.

Tomado de: Telesurtv

Leer más

Claves del anticapitalismo y el antimperialismo hoy

Karl Marx​​ filósofo, economista, sociólogo, periodista, intelectual y militante comunista alemán

Por Fernando Martínez Heredia

[…]

…Desde hace años estamos oyendo decir que la situación en nuestro continente se ha vuelto cada vez más difícil, por que acontecen hechos adversos a los pueblos, y por la ofensiva del imperialismo y sus cómplices de clases que son a la vez dominadas por él y dominantes en sus países. Aunque parezca que empiezo por el final, quisiera comenzar con un comentario acerca de las relaciones que existen entre dificultades y revolución.

Para los revolucionarios, y durante los procesos de revolución, hay momentos felices y procesos felices, pero en las revoluciones verdaderas no hay coyunturas fáciles. Cuando puedan parecernos fáciles es solamente porque no nos hemos dado cuenta de sus dificultades. Y es así porque estas revoluciones, a las que amamos y por las que estamos dispuestos a todo, son las iniciativas más audaces y arriesgadas de los seres humanos, que emprenden transformaciones prodigiosas liberadoras de las personas y de las relaciones sociales, a tal grado que nunca más quieran, ni puedan, volver a vivir en vidas y sociedades de dominación y de violencias y daños de unos contra otros, de individualismo y afán de lucro. Son revoluciones que pretenden ir creando personas cada vez más plenas y capaces, y realidades que contengan cada vez más libertad y justicia, donde entre todos se logre cambiar el mundo y la vida. Es decir, crear personas y realidades nuevas.

Si lo que acabo de decir le parece imposible al mundo existente y las creencias vigentes en la prehistoria de la humanidad, al sentido común y al consenso con lo esencial que mantiene a las sociedades sujetas al capitalismo, ¿cómo no va a ser sumamente difícil todo lo que hagamos y proyectemos? Si jamás las clases dominantes estarán dispuestas a admitir que se levante el pueblo y adquiera dignidad, orgullo de sí mismo y dominio de la situación, conciencia y organizaciones suyas, a su servicio y eficaces, que esté en el poder y que lo convierta en un poder popular, entonces hay que convenir en que en esas épocas todo se vuelve muy difícil para la causa del pueblo. El joven Carlos Marx avizoraba bien cuando escribió que solamente mediante la revolución podrán los dominados salir del fango en que viven metidos toda su vida, porque los cambios y la creación de nuevas sociedades exigen también liberaciones colosales de los enemigos íntimos que todos albergamos dentro. ¿Cómo no van ser tan difíciles las revoluciones de liberación?

Pero, si miramos bien y no nos dejamos desanimar, constataremos que el campo popular ya tiene mucho a su favor. Entremos con esas armas en un problema inmediato, que no es pequeño. La coyuntura actual expresa de manera escandalosa una carencia del campo popular que se ha ido acumulando en las últimas décadas, al mismo tiempo que esa carencia dejaba de ser percibida como una grave debilidad: la de un pensamiento verdaderamente propio, capaz de fundamentar su identidad en relación con su conflicto irremediable con la dominación del capitalismo, y capaz de servir para comprender las cuestiones esenciales de la época, las coyunturas, los campos sociales implicados y las fuerzas en pugna.

Un pensamiento, por consiguiente, fuerte, convincente y atractivo, al mismo tiempo que útil como instrumento movilizador y unificante de lo diverso, y como herramienta eficaz para guiar análisis y políticas acertadas que contribuyan a la actuación y a la formulación de proyectos.

Esa ausencia del desarrollo de un pensamiento poderoso del campo popular, crítico y creador, puede constatarse ante el estupor y la falta de explicaciones válidas que han abundado frente a los acontecimientos en curso en varios países latinoamericanos, que han registrado diferentes quebrantos, derrotas o retrocesos de procesos que han sido favorables a sus poblaciones y a su autonomía frente al imperialismo en lo que va de este siglo. En lugar de análisis coherentes, profundos y orientadores hemos escuchado o leído más de una vez comentarios superficiales revestidos con palabras que quisieran ser conceptos, o dogmas que quisieran cumplir funciones de interpretación.

Nada se avanza cuando se tilda de malagradecidos a sectores pobres o paupérrimos que mejoraron su alimentación y sus ingresos, y tuvieron más oportunidades de ascender uno o dos peldaños desde el fondo del terrible orden social, porque no han sido activos en defender a gobiernos que los han favorecido, o hasta les han vuelto la espalda en determinados eventos que les aportan triunfos a los reaccionarios. Y hasta se intenta explicar esos sucesos con retazos de una supuesta teoría de las clases sociales, como cuando se repite la proposición absurda de que “se convirtieron en clase media, y ahora actúan como tales”. Es preferible comenzar por ser precisos ante los hechos y partir siempre de ellos, como cuando el dirigente del Movimiento de los Sin Tierra de Brasil, Joao Pedro Stedile, dice: “Tenemos muchos retos de corto plazo para poder enfrentar a los golpistas. La clase trabajadora sigue en casa, no se movilizó. Se movilizaron los militantes, los sectores más organizados. Pero el 85 por ciento de la clase sigue viendo novelas en la televisión”.

Tampoco se va lejos cuando se elaboran y discuten explicaciones de los eventos y las situaciones políticas e ideológicas candentes de la coyuntura a base de menciones acerca del fin de ciclos de altos precios de las materias primas, ni siquiera cuando economistas capaces ofrecen datos serios y añaden el descenso de la dinámica de la economía mundial y otros factores y procesos adversos.

Simplificando un poco más, habríamos tenido unos quince años de victorias electorales, gobiernos llamados progresistas y notables logros por medidas sociales, una fuerte autonomización de gran parte del continente respecto a los dictados de Estados Unidos y avances en las relaciones bilaterales y las coordinaciones de los países de la región hacia una futura integración, solamente porque tuvimos un largo ciclo de altos precios de exportación de las materias primas, algo que es explicable por los avatares de la economía mundial. Y como ahora esta se mueve en otro sentido y bajan los precios, debe terminar el ciclo político y social, y “la derecha” debe avanzar y recuperar sin remedio la posición dominante que había perdido.

Una persona con buena memoria y escasa credulidad se preguntaría enseguida cómo fue posible que a inicios de los años setenta del siglo pasado no sucediera en la región lo mismo que a inicios de este siglo, en cuanto a elecciones victoriosas, buenas políticas sociales y más autonomía de los Estados y horizontes integracionistas. Porque en aquella coyuntura subieron mucho los precios de las materias primas y, además, en buena parte de la región se vivían aumentos más o menos grandes del sector industrial, con ayuda de aquellos redesplazamientos jubilosos del gran capital en busca de maximización de ganancias que hoy tanto disgustan a Donald Trump.

Lo que sucedió entonces fue totalmente diferente: dictaduras, represiones que llegaron hasta el genocidio, conservatización de las sociedades y otros males, que no deben ser olvidados. Por consiguiente, hay que concluir, no es verdad que a determinada situación económica le “correspondan” necesariamente ciertos hechos políticos y sociales, y no otros.

En este caso estamos ante una de las deformaciones y reduccionismos principales que ha sufrido el pensamiento revolucionario, quizás la más extendida y persistente de todas: la de atribuir una supuesta causa “económica” a todos los procesos sociales. Detrás de su aparente lógica está la cosificación de la vida espiritual y de las ideas sociales que produjo el triunfo del capitalismo, que es aceptada por aquellos que pretenden oponerse al sistema sin lograr salir de la prisión de su cultura, y la consiguiente incapacidad de comprender que son los seres humanos los protagonistas de todos los hechos sociales.

Tres procesos sucedidos dentro las últimas cuatro décadas han tenido un gran impacto y muy duraderas consecuencias para nuestro continente.

a) El estrepitoso final del sistema que llamaban del socialismo real y sus constelaciones políticas en el mundo, con consecuencias tan negativas en numerosos terrenos.

b) El de la imposibilidad para la mayoría de los países del planeta de lograr el desarrollo económico autónomo de un país sin que necesariamente saliera del sistema del capitalismo. La terrible realidad fue la continuación de regímenes de explotación, opresiones y neocolonialismo, sin que fuera posible desplegar economías nacionales autónomas y capaces de crecer en beneficio del pleno empleo, más producción y productividad, servicios sociales suficientes para todos y una riqueza propia que repartir.

c) El tercer proceso fue el de la consumación del dominio de Estados Unidos sobre casi todo nuestro continente. El capitalismo en América Latina transitó un largo camino de evoluciones neocolonializadas, sobredeterminadas por el poder de Estados Unidos, que lo dejó mucho más débil y subalterno.

Las lecciones que nos brindan esos tres procesos están claras y son sumamente valiosas. Una, todos los avances de las sociedades son reversibles, aun los que se proclamaban eternos; es imprescindible conocer qué es realmente socialismo y qué no lo es. Hay que comprender y organizar la lucha por el socialismo desde las complejidades, dificultades e insuficiencias reales, sin hacer concesiones, como procesos de liberaciones y de creaciones culturales que se vayan unificando.

Dos, el capitalismo es un sistema mundial, actualmente hipercentralizado, financiarizado, parasitario y depredador, que solo puede vivir si sigue siéndolo, por lo que no va a cambiar. Las clases dominantes de la mayoría de los países necesitan subordinarse y ser cómplices de los centros imperialistas, porque no existe espacio ni tienen suficiente poder para pretender ser autónomos. La actividad consciente y organizada del pueblo, conducida por proyectos liberadores, es la única fuerza suficiente y eficaz para cambiar la situación. Para la mayoría de los países del planeta, serán los poderes y los procesos socialistas la condición necesaria para plantearse el desarrollo, y no el desarrollo la condición para plantearse el socialismo, como dijo Fidel en 1969.

Tres, Estados Unidos hace víctima a este continente tanto de su poderío como de sus debilidades, como una sobredeterminación en contra de la autonomía de los Estados, el crecimiento sano de las economías nacionales y los intentos de liberación de los pueblos. La explotación y el dominio sobre América Latina es un aspecto necesario de su sistema imperialista, y siempre actúa para impedir que esa situación cambie. Por tanto, es imprescindible que el antimperialismo forme parte inalienable de todas las políticas del campo popular y de todos los procesos sociales de cambio.

Como era de esperar, el capitalismo pasó a una ofensiva general para sacarle todo el provecho posible a aquellos eventos y procesos, y establecer el predominio planetario e incontrastado de su régimen y su cultura. El objetivo era, más allá de las represiones y las políticas antisubversivas, consolidar una nueva hegemonía que desmontara las enormes conquistas del siglo XX, manipulara las disidencias y protestas inevitables, y las identidades, impusiera el olvido de la historia de resistencias y rebeldías, y lograra generalizar el consumo de sus productos culturales y el consenso con su sistema de dominación.

Esa ofensiva no terminó, sino que se consolidó como una actividad sistemática, que sigue siéndolo hasta hoy. Es dentro de ese marco general que en cierto número de países de América Latina y el Caribe, que es la región del mundo con mayor potencial de contradicciones que pueden convertirse en acciones contra el sistema, movimientos populares combativos y victorias electorales produjeron cambios muy importantes de la situación general, a favor de sectores muy amplios de la población y de la capacidad de actuación independiente de una parte de los Estados.

La institucionalidad y las reglas políticas del juego cívico no fueron violadas para acceder y mantenerse en el gobierno, pero dentro de ese orden se han logrado reales avances, que sintetizo en seis aspectos: políticas sociales que benefician a amplios sectores necesitados; ejercicios de la ciudadanía mucho más amplios y mejores; cambios muy positivos en la institucionalidad en algunos de esos países; un rango apreciable de autonomía en el accionar internacional; más relaciones bilaterales latinoamericanas; y adelantos en las relaciones y coordinaciones de los países de la región, bajo la advocación de la necesidad de una integración continental.

No me detengo en esas nuevas realidades, que han alentado muchas motivaciones y esperanzas de avanzar hacia cambios más profundos, y han recuperado la noción del socialismo como el horizonte a conquistar, pocos años después de aquel colapso europeo que el capitalismo pretendió que fuera definitivo a escala mundial. Pero si quiero enfatizar dos cuestiones que el militante social y político debe analizar, conocer y manejar en sus prácticas. Primera, cada país tiene características, dificultades, acumulaciones históricas y condicionamientos que son específicos de él y resultan decisivos, al mismo tiempo que existen rasgos y necesidades comunes a la región que pueden ser fuente de aumento de la fuerza y el potencial de cada país, si somos capaces de desarrollar la cooperación y el internacionalismo.

Segunda, los poderes establecidos en estos países confrontan enormes limitaciones, porque tienen muy poco control de la actividad económica, y padecen la hostilidad de una parte de los propios poderes del Estado y de los medios de comunicación.

[…]

Estas especificidades, y muchas otras de tamaño y sentido diferentes, podrían irse enumerando, pero seguiría en pie un problema de gran envergadura: Estados Unidos continúa su ofensiva general dirigida a recuperar todo el control neocolonial sobre América Latina –incluida una “ofensiva de paz” contra Cuba–, y el bloque que forma con los sectores reaccionarios y entreguistas de cada país continúa tratando de cancelar o ir debilitando los procesos de los últimos quince años de la región.

¿Será suficiente el voto, la voluntad popular expresada en las urnas, al menos para defender con éxito las políticas sociales, los funcionarios electos y la legalidad existente, y que ellos no sean burlados, quebrantados o eliminados por la reacción? ¿Podrán seguir existiendo los procesos basados en una institucionalidad sin cambios en el suelo social y político para lograr transformaciones que beneficien a la población y abran paso a sociedades más justas y mejor gobernadas? ¿O, en unos casos, esa vía solo franqueará una forma intermedia de reconstitución a mediano plazo del poder del capitalismo en la región, en apariencia más avanzada que las formas previas, pero que en realidad habría sido solamente su puesta al día, sin afectar a lo esencial del sistema de dominación? Mientras que en otros países del continente se ha permanecido bajo el control del sistema y de camarillas que detentan o administran el poder.

Nada está decidido, ni nuestros enemigos ni nosotros tenemos la victoria al alcance de la mano. Pero albergo la certeza de que las batallas ideológicas y políticas serán las que determinarán la decisión en el enfrentamiento general. Destaco tres direcciones principales para el trabajo de análisis: a) buscar con rigor y sin omisiones todos los datos y todas las percepciones y formulaciones ideológicas que tengan alguna importancia –porque tanto unos como las otras constituyen las realidades que existen–, analizarlas por partes e integralmente, encontrar y formular lo esencial y describir al menos lo secundario; b) examinar y valorar los condicionamientos que sean relevantes para nuestra actuación, institucionales, económicos, ideológicos, políticos o de otro tipo; c) analizar y conocer las identidades, motivaciones, demandas, capacidad movilizativa y grado de organización con que contamos, y lo que está a favor de nuestros adversarios en esos mismos campos, es decir, la correlación de fuerzas. E insisto en que son las actuaciones de los seres humanos la materia principal de los eventos que mañana serán históricos.

La reacción no está proponiendo ideas, está produciendo acciones. No maneja fundamentaciones acerca de la centralidad que debe tener el mercado, la reducción de las funciones del Estado, la apología de la empresa privada y la conveniencia de subordinarse a Estados Unidos. No es a través del debate de ideas que pretende fortalecer y generalizar su dominio ideológico y cultural. El anticomunismo y la defensa de los viejos valores tradicionales ya no son sus caballos de batalla, ni los viejos organismos políticos son sus instrumentos principales.

Desde hace veinte años vengo planteando que el esfuerzo principal del capitalismo actual está puesto en la guerra cultural por el dominio de la vida cotidiana, lograr que todos acepten que la única cultura posible en esa vida cotidiana es la del capitalismo, y que el sistema controle una vida cívica despojada de trascendencia y organicidad.

Lamento decir que todavía no hemos logrado derrotar esa guerra cultural.

Obvio aquí la mayor parte de lo que he expuesto acerca de sus rasgos, los factores a su favor y en contra suya, y sus condicionamientos, y comento solo lo más cercano a nuestro tema. El consumo amplio y sofisticado, que está presente en todas las áreas urbanas del mundo, pero al alcance solamente de minorías, es complementado por un complejo espiritual “democratizado” que es consumido por amplísimos sectores de población. Se tiende así a unificar en su identidad a un número de personas muy superior al de las que consumen materialmente, y lograr que acepten la hegemonía capitalista. La mayoría de los “incorporados” al modo de vida mercantil capitalista son más virtuales que reales. Pero, ¿formarán ellos parte de la base social del bloque de la contrarrevolución preventiva actual? El capitalismo alcanzaría ese objetivo si consigue que la línea divisoria principal en las sociedades se tienda entre los incorporados y los excluidos. Los primeros – los reales y los potenciales, los dueños y los servidores, los vividores y los ilusos– se alejarían de los segundos y los despreciarían, y harían causa común contra ellos cada vez que fuera necesario.

La reproducción cultural universal de su dominio le es básica al capitalismo para suplir los grados crecientes –y contradictorios– en que se ha desentendido de la reproducción de la vida de miles de millones de personas a escala mundial, y se apodera de los recursos naturales y los valores creados, a esa misma escala. Para ganar su guerra cultural, le es preciso eliminar la rebeldía y prevenir las rebeliones, homogeneizar los sentimientos y las ideas, igualar los sueños. Si las mayorías del mundo, oprimidas, explotadas o supeditadas a su dominación, no elaboran su alternativa diferente y opuesta a él, llegaremos a un consenso suicida, porque el capitalismo no dispone de un lugar futuro para nosotros.

Les he aclarado a compañeros que aprecio mucho que el capitalismo no intenta imponer un pensamiento único, como ellos afirman, sino inducir que no haya ningún pensamiento. Está en marcha un colosal proceso de desarmar los instrumentos de pensar y la costumbre humana de hacerlo, de ir erradicando las inferencias mediatas, hasta alcanzar una especie de idiotización de masas.

La situación está exigiendo revisar y analizar con profundidad y con espíritu autocrítico todos los aspectos relevantes de los procesos en curso, todas las políticas y todas las opciones. Esa actitud y las actuaciones consecuentes con ella son factibles, porque el campo popular latinoamericano posee ideales, convicciones, fuerzas reales organizadas y una cultura acumulada. Una enseñanza está muy clara: distribuir mejor la renta, aumentar la calidad de la vida de las mayorías, repartir servicios y prestaciones a los inermes es indispensable, pero no es suficiente. Alcanzar victorias electorales populares dentro del sistema capitalista, administrar mejor que sus pandillas de gobernantes, e incluso gobernar a favor del pueblo a contracorriente de su orden explotador y despiadado, es un gran avance, pero es insuficiente. Vuelve a demostrar su acierto una proposición fundamental de Carlos Marx: la centralidad de una nueva política en la actividad del movimiento de los oprimidos, para lograr vencer y para consolidar la victoria.

Estamos abocándonos a una nueva etapa de acontecimientos que pueden ser decisivos, de grandes retos y enfrentamientos, y de posibilidades de cambios sociales radicales. Es decir, una etapa en la que predominarán la praxis y el movimiento histórico, en la que los actores podrían imponerse a las circunstancias y modificarlas a fondo, una etapa en la que habrá victorias o derrotas.

Comprender las deficiencias de cada proceso es realmente importante.

Pero más aún lo es actuar. Concientizar, organizar, movilizar, utilizar las fuerzas con que se cuenta, son las palabras de orden. No se pueden aceptar expresiones de aceptación resignada o de protesta timorata: hay que revisar las vías y los medios utilizados y su alcance, sus límites y sus condicionamientos. Y hacer todo lo que sea preciso para que no sea derrotado el campo popular. La eficiencia para garantizar los derechos del pueblo y defender y guiar su camino de liberaciones debe ser la única legitimidad que se les exija a las vías y a los instrumentos. Las instituciones y las actuaciones tendrán su razón de ser en servir a las necesidades y los intereses supremos de los pueblos, a la obligación de defender lo logrado y la confianza y la esperanza de tantos millones de personas. Esa debe ser la brújula de los pueblos y de sus activistas, representantes y conductores.

En la época que comienza se está levantando una concurrencia de fuerzas muy diferentes e incluso divergentes, a quienes unirán necesidades, enemigos comunes y factores estratégicos que van más allá de sus identidades, sus demandas y sus proyectos. Y solamente tendrá probabilidades de triunfar una praxis intencionada, organizada, capaz de manejar los datos fundamentales, las valoraciones, las opciones, la pluralidad de situaciones, posiciones y objetivos, las condicionantes y las políticas que están en juego.

La radicalización de los procesos deberá ser la tendencia imprescindible para su propia sobrevivencia. Serían suicidas los retrocesos y las concesiones desarmantes frente a un enemigo que sabe ser implacable, pero lo principal es que –dado el nivel que han alcanzado la cultura política de los pueblos y las esperanzas de libertad, justicia social y bienestar para todos– los movimientos, los poderes y los líderes prestigiosos y audaces solo podrán multiplicar las fuerzas populares y tener opción de vencer si ponen la liberación efectiva de los yugos del capitalismo en la balanza de sus convocatorias a luchar.

La política revolucionaria no puede conformarse con ser alternativa.

La naturaleza del sistema lo ha situado en un callejón sin salida en general, pero su poder y sus recursos actuales le permiten un amplio arco de respuestas contra los procesos en curso, y también puede dejarle un nicho de tolerancia a algunas alternativas mientras combina la inducción y la espera hasta que se desgasten. En la medida en que vayamos obteniendo triunfos y cambios de nosotros mismos, convertiremos las alternativas en procesos de emancipación humana y social.

Mientras exista la opresión, la explotación y la dominación capitalista, no habrá soluciones ni regímenes políticos y sociales satisfactorios para las mayorías, ni serán duraderos. La liberación de los seres humanos y las sociedades es lo que abrirá las puertas a la creación de un mundo nuevo. ¿Parece demasiada ambición? Sí, naturalmente. Pero es lo único factible.

Tomado de: El sudamericano

Leer más

Izquierda y marxismo en Cuba

Por Fernando Martínez Heredia

Este 12 de junio, se cumplen cuatro años de la muerte de Fernando Martínez Heredia. Pero, a Fernando, no hay otra manera de recordarlo que en vida y lucha. Por eso compartimos este trabajo, escrito también en el mes de junio, hace 26 años.

Trabajo publicado en la revista Temas, núm. 3 oct./dic. 1995. Tomado de: Martínez Heredia, Fernando. El corrimiento hacia el rojo. Editorial Letras Cubanas, 2001. pp. 82–114.

En medio de una nueva situación que es muy complicada, la cultura cubana actual está dando muestras de su vitalidad y su compleja madurez. Tratar el tema del marxismo es una de ellas. La comunicación oral es la vía más utilizada en la actualidad, pero aparecen también opiniones y escritos sobre el marxismo; me ha vuelto a tocar a mí participar en ese debate, de ambas maneras.[1] Al responder a la convocatoria de Temas tengo en cuenta mis publicaciones recientes, y selecciono algunas otras cuestiones no tratadas en ellas, que me parecen de interés; no evito, sin embargo, repetirme las pocas veces que lo he entendido necesario. Por la amplitud de los temas, he escogido una forma sintética — en el primer acápite es apenas telegráfica — , limitada por tanto a expresar puntos de vista personales — tanto, que sólo me cito a mí mismo — y a sugerir lugares de profundización y de debate.

  1. La izquierda y el marxismo en Cuba

La historia política y de las ideas cubana de los últimos 70 años registra una extraordinaria paradoja en lo tocante al tema de la izquierda. Los sentimientos e ideas de izquierda se arraigaron durante la Revolución del 30; después, la gran revolución que triunfó en 1959 legitimó y multiplicó esas ideas y sentimientos, y los ligó a innumerables aspectos de la vida de las personas y del país. Pero esa larga historia ha sido responsable, a la vez, del ensombrecimiento del tema de la izquierda, que comenzó desde el fin de la Revolución del 30. La gran revolución que promovió avances inmensos de la cultura política cubana — signados todos por la pertenencia de izquierda — terminó por agudizar al extremo esa paradoja. Se produjo un cerco progresivo a la elaboración de pensamiento de izquierda, y sobrevino su asfixia, su separación de los sentimientos y de la vida práctica, durante una larga etapa que fue muy negativa en ese campo. Sin habernos restablecido de ella, el país se precipitó en la crisis de los primeros 90, y hoy estamos en una situación muy desfavorable, en la que las ideas y sentimientos de izquierda parecen retroceder.

Me apresuro demasiado. Más valdría preguntar qué es la izquierda, remontarse quizás al momento en que los partidos en la Convención francesa se ubicaron en la geografía de la sala de sesiones, buscando unas identificaciones muy difíciles — inauguraban un sistema y una manera de hacer política —, y se valieron del lugar relativo que ocupaban en el salón. Después de aquella legislatura ligada formalmente a las imágenes oratorias clásicas, y en su práctica a la novedosa guillotina, los siglos XIX y XX han relacionado la izquierda con lo que antiguamente se llamaba «la cuestión social». Todas las variantes de oposición al capitalismo — total o parcial, decidida o tímida, permanente o efímera, tremenda o pacífica — se han calificado, han sido nombradas o acusadas, se han cobijado, bajo el epíteto de «izquierda».

La izquierda es una de esas denominaciones que sobreviven a todos los avatares durante una larga época, y que guardan en su ambigüedad y sus plurales significados una mayor riqueza respecto a la complejidad de los problemas a los que se refieren. Cumple más funciones de alusión que de concepto. Al acercarnos a ella distinguimos a las izquierdas, no a la izquierda. Y las situamos, naturalmente, en el tiempo y el espacio. Estas dimensiones configuran una acumulación cultural que cobija a las prácticas de izquierda, los conceptos de izquierda y las identificaciones que se hacen de ella. Piensen sólo un momento lo que va de la Montaña jacobina a Brezhnev, o del joven Carlos Marx al joven Antonio Guiteras.

El problema principal al que se refiere la izquierda es el de las identificaciones de los dominados y las luchas contra la dominación. Datos muy remotos se refieren a sentimientos, pensamientos, actividades humanas opuestos a la dominación; ellos parecen, por consiguiente, tan antiguos como las sociedades de clase. Sus expresiones y su organización, el sentido y las funciones que han asumido, son muy diversos. Las expresiones coherentes adversas a la dominación que han ganado ascendiente sobre grupos sociales pueden encontrarse entre los mitos, las religiones y las tradiciones más dispares, en las protestas y rebeliones más disímiles, entre las escuelas de pensamiento filosófico, político y social. Esas expresiones pueden ser totalmente alternativas u opuestas a la dominación, o serlo parcialmente, y hasta de maneras contradictorias consigo mismas. Sin olvidar esta cultura de resistencia y de rebeldía, convengo en que «izquierda» se refiere a una época histórica, la del triunfo general del capitalismo europeo, la de universalización de las prácticas, ideas y tendencias del capitalismo y de la cultura política europea de los siglos XIX y XX, hasta llegar a las realidades mundiales de hoy.

Comienzo por la izquierda, y no por el marxismo, porque quiero enfatizar a la rebelión como la actividad cultural más relacionada con el tema del marxismo y la cultura cubana. No entraré en los problemas de la cultura en general. En el caso que trato, cultura sería la acumulación de actos, experiencias y saberes relativos a los procesos políticos y sociales y sus campos ideológicos; la acumulación de rasgos de permanencia del consenso a la hegemonía, y de tendencias a la rebeldía contra el orden constituido; y las visiones o formulaciones de proyectos de futuros sociales. Esta perspectiva no tiene un afán reduccionista, como se verá; pretende sólo identificar lo esencial y partir de él. La izquierda, la presencia de rasgos suyos, será un indicador respecto a la rebelión, e izquierda y cultura serán un marco al cual referir —entre otros— al marxismo.

Anoto solamente algunas cuestiones que me parecen más importantes.

1) Los comportamientos e ideas tendientes a la rebelión, que pudieran ser de izquierda, forman parte de la construcción de realidades sociales de grandes grupos humanos. Su conocimiento no puede ser sustituido por la historia del pensamiento de determinadas personas cultas, aunque esta tiene gran interés. Las expresiones de los grandes grupos humanos pueden ser materia prima del conocimiento social; por ejemplo, los refranes, canciones y narraciones cumplen papeles notables en la cultura política del pueblo. Y las actuaciones, naturalmente; por ejemplo, ser insurreccional en los años 50 fue ser de izquierda, y su forma cultural más lograda fue el Movimiento 26 de Julio.

2) La izquierda no ocupa más que una parte del espacio en la cultura cubana. Aceptar esto releva de tratar de inclinar a ciertas personas destacadas del pasado a posiciones y significados que no tuvieron, para que formen parte de una supuesta marcha cubana «progresiva». Ni «olvidar» a otros. La moderación, el conservatismo e incluso la contrarrevolución, han tenido sus intelectuales, sus activistas, seguidores y organizaciones. El signo principal de la acumulación histórica cubana es el radical, pero ella también registra rearticulaciones sucesivas a la hegemonía del capitalismo. El autonomismo de hace un siglo fue la primera política cubana antirrevolucionaria de masas; durante la república, el liberalismo miguelista, los abecedarios y el autenticismo grausista, disímiles pero no revolucionarios, son tres ejemplos de obtención de simpatías o de verdadero apoyo de masas.

3) La cuestión básica de la rebeldía en el proceso histórico cubano es la de las relaciones entre la independencia nacional y la justicia social: ese es el contenido interno decisivo en nuestras luchas de clases, que ha sido específico en las diferentes etapas históricas. Su asociación o no, el modo como se han combinado, las acumulaciones culturales que fueron formando, constituyen una materia histórica fundamental. Aquí, como en todo lo demás, son cruciales las percepciones y representaciones, las ideologías a través de las cuales los actores han vivido y resuelto lo que después analizan los estudiosos. Los rasgos particulares que tuvieron en Cuba la constitución y el desarrollo del país en relación al capitalismo, el colonialismo y el neocolonialismo, tendieron a darle un lugar preponderante a la opción del radicalismo político, y por tanto un mayor espacio potencial a las posiciones y soluciones de izquierda.

4) La izquierda revolucionaria no ha sido necesariamente marxista, ni cultivar el marxismo ha significado obligadamente ser de izquierda revolucionaria. Dentro de los movimientos subversivos del siglo pasado, las posiciones más avanzadas no se identificaban por ninguna relación con el socialismo y el marxismo. En las luchas sociales y políticas del siglo XX, las izquierdas fueron de orientaciones diversas, entre ellas las de raíz marxista. Las influencias del marxismo alcanzaron a un amplio arco de acciones e ideas, que fueron desde la insurrección para el socialismo hasta amplias interpretaciones del progreso como motor general que debía ser aceptado y apoyado. La rebelión, y no el marxismo, es el elemento que hay que buscar para saber si es o no, o dónde ha estado, la izquierda en el proceso histórico cubano. Después del triunfo de 1959 es que comienza a predominar el marxismo, dentro del nuevo orden de transición socialista que vive el país. La existencia del poder revolucionario replantea a fondo los términos de la cuestión, aunque no elimina el problema.

5) Una cosa es utilizar el marxismo en el conocimiento de los procesos históricos, y otra convertirlo en juez (y parte) de las valoraciones que hacemos en esos procesos de conocimiento. Evitar ese error ayuda, en este caso, contra la persecución «histórica» teleológica de «nuestras raíces», y contra los «olvidos» de los hechos y personas inconvenientes. Esa atinada posición analítica podría mostrarnos, por ejemplo, que desde el fin de la Revolución del 30 en adelante el marxismo influyó mucho al pensamiento radical y a las prácticas de rebeldía.

6) El marxismo es un cuerpo teórico de pensamiento, a la vez que una ideología teorizada.[2] Los campos de pensamiento social tienen sus especificidades, su autonomía de producción y de influencia, sus sucesiones y contraposiciones intelectuales, su entidad propia. Son realidades ellos mismos, no son «reflejo de la realidad». Como teoría, también el marxismo goza de esa relativa autonomía, a pesar de su decidida vocación originaria de constituir un instrumento del cambio social anticapitalista y de inspirar profundas transformaciones de los individuos y la sociedad. Los innumerables aportes, insuficiencias y problemas del marxismo como teoría deben ser objeto del debate y el conocimiento, y no de avales, exhortaciones, acusaciones o justificaciones.

  1. Un comentario sobre el marxismo en Cuba después de 1959.

El marxismo ha sido la teoría anticapitalista más exitosa como tal, y como ideología, y la que más pervivencia ha gozado durante el último siglo y medio. En el primer tercio de ese tiempo no estaba muy extendido ni tenía tanta fuerza social; pero durante el siglo XX se expandió — con altibajos — por todo el mundo y en numerosos ámbitos culturales, llegando a desempeñar múltiples papeles de la mayor importancia.

La motivación central del europeo Carlos Marx era que su teoría fuera la fundamentación de la revolución proletaria mundial — no una regeneración de la Humanidad ni una evolución de la especie humana — , esto es, que fuera el basamento de acciones colectivas futuras violentadoras de todo el orden social, en vez de vocero o intérprete de un acto o donación desde arriba referido a un pasado ideal, o de un resultado del proceso natural presente (del siglo XIX europeo) que los humanos recibirían como progreso civilizatorio. Marx creyó en la lucha social decidida y radical para obtener la libertad para todos, como los anarquistas, pero a diferencia de ellos creyó en la necesidad de constituir órganos políticos proletarios y hacer política proletaria, y en que haría falta un largo ejercicio de poder proletario para que las personas se tornasen capaces de cambiarse a sí mismos y a las sociedades clasistas, basadas ya nada menos que en el capitalismo. El proceso de transición iniciado con el poder liberador consistiría en cambios tan profundos que llevarían al mundo entero y a la gente en todas partes a lograr vivir sin clases sociales y sin Estado, sin enajenaciones — o, en término más actual, sin dominaciones — , en asociación de productores libres, abierta al desarrollo pleno de los individuos.

Marx desarrolló toda una teoría del capitalismo, aunque incompleta en varios aspectos, y de la lucha de clases en las sociedades «modernas»; dejó también una teoría de los fundamentos del conocimiento social. De ellas y de trabajos específicos suyos proceden reglas indispensables para ayudar a estudiar formaciones sociales y movimientos productores de cambios sociales. Su concepción general polemizó con el idealismo y el materialismo de los sistemas filosóficos, y también con el positivismo. El conjunto de su producción teórica y su posición ofrece un basamento determinado al pensamiento y a las prácticas científicas sociales.

Marx estimaba que las relaciones entre su posición y sus valores comunistas por una parte, y su actividad intelectual y sus productos, por otra, incluían aspectos que eran internos a la teoría misma. Para él — que debe haber estado muy consciente de sus posibilidades como teórico — , la teoría del marxismo es posible sólo porque se ha alcanzado en Europa un determinado estadio social y del pensamiento. Posible no es igual a hecho consumado o predeterminado — ya los griegos conocían la distancia entre la potencia y el acto — , y el marxismo tenía por lo mismo que ser fruto de un trabajo. Pero la cuestión está llena de consecuencias y problemas. Las formulaciones marxianas de los fundamentos de la ciencia social, o de aspectos de ella, relacionan la producción de conocimientos sociales con sus condicionamientos sociales, lo que implica un juicio acerca de la historia de los conocimientos sociales, y otro juicio acerca de las relaciones existentes entre los valores y los conocimientos.

Me saldría del tema si desarrollo aquí mis criterios sobre los rasgos esenciales y distintivos de la teoría marxista. Advierto al menos que la concepción marxiana y los aportes y problemas de un siglo de historia intelectual del marxismo son tan diferentes de la corriente que con el apelativo de marxista-leninista ha sido dominante en Cuba después de 1971, que recuperar a Marx mismo y al marxismo de Lenin y de tantos otros marxistas es parte indispensable de todo ejercicio intelectual sobre este tema. Y no olvido una realidad social mucho peor: el consumo obligado que durante 20 años hizo una buena parte de la población, del batiburrillo de retazos de variadísima calaña que en nombre del marxismo aparecía en los manuales al uso, de «filosofía materialista dialéctica e histórica», «economía» y «comunismo científico».

Al triunfo revolucionario de 1959 existía en Cuba, como es natural, un mundo espiritual inmenso, y dentro de él un acumulado de ideas sociales y filosóficas, de prácticas y teorías de ciencias sociales, de ejercicios profesionales, y una historia de todo esto. El conjunto constituía un enorme caudal, de una fértil complejidad y diversidad.

La revolución fue un acontecimiento social tan tremendo, y realizó cambios tan profundos, que a veces no nos damos cuenta de que ninguna revolución es sólo cambio, sino también continuidades, y que expresa permanencias además de cambios.

¿Podía el complejo cultural preexistente expresar las nuevas realidades cubanas, y su pensamiento y ciencias sociales plantear bien los nuevos problemas? Claro que parece imposible, pero si en la práctica las personas y las relaciones preexistentes fueron la base de la acción revolucionaria, que las violentó en toda la medida que pudo hasta obtener relaciones y personas parcialmente nuevas, lo mismo debía suceder con el mundo espiritual preexistente, que expresaría al mundo nuevo que se iniciaba, violentándose en la medida que pudiese. La naturaleza de ambos procesos es, sin embargo, diferente.

Durante los 60 años que van de 1898 a 1959, prácticamente todas las orientaciones ideológicas y la mayoría de las ideas manejadas en Occidente fueron conocidas en Cuba, y tuvieron practicantes y seguidores. Ellos sostuvieron relaciones complicadas — y a veces angustiosas — con la sociedad a la que pertenecían, complejidad y angustia presentes en todos los medios que, como el cubano, han recibido los impactos de la universalización de la modernidad y el capitalismo. De la pugna magnífica contra la dominación quedaron testimonios intelectuales descollantes, y otros no tan destacados pero también valiosos. Y también quedaron cierto número de trabajos valiosísimos — y otros que no lo eran tanto — del pensamiento cubano adecuado en última instancia al sistema, y a veces incluso de servidores directos de la dominación.

La acumulación de cultura política radical fue el potencial que, detonado por la vanguardia insurreccional y asumido por el pueblo desatado, transformó la política antidictatorial en una revolución socialista de liberación nacional. Entonces todo se politizó. Como afortunadamente el saldo del proceso histórico de las ideas en Cuba era de tendencia avanzada en cuanto a la liberación nacional y la justicia social, la revolución reivindicó ser su heredera y continuadora. Pero asumirlo realmente, y utilizar sus productos, no fue nada fácil. Este es uno de la multitud de temas que esperan por estudios serios. Apunto al menos que el viejo apotegma de Marx de 1846 — «las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época» — puede ayudar a guiar el inicio de ese estudio. Las ideas existentes al triunfo de la revolución, incluidas las marxistas, padecían de las insuficiencias, malformaciones y debilidades a las que la condición neocolonial y de mando burgués mezquino sometieron a toda la sociedad cubana durante aquellos 60 años.

El poder revolucionario unido a la soberanía popular impusieron el nuevo orden. Que sucedió un tremendo impacto doble sobre las personas y la sociedad, libertario y de poder revolucionario, y que ambos coincidieron durante todo un período, es un dato fundamental de la revolución cubana.[3]

Además, la ideología sobredeterminó a las teorías y a las prácticas profesionales e intelectuales en general. En poco tiempo quedaron fuera del juego las posiciones ideológicas y teóricas opuestas al nuevo poder, o consideradas inaceptables por el ambiente reinante. Aunque el entusiasmo de unos y el dogmatismo de otros llevó a creer que el proceso en su totalidad se inspiraba en el marxismo, eso era inexacto. Sería un error creer que porque nos hicimos marxistas sucedió todo, cuando la verdad es que nos hicimos marxistas por todo lo que sucedió.

Hubo una increíble multiplicación de la actividad social y política en todo el país, y en muchas esferas de la vida. El marxismo sólo comienza a adquirir peso masivo entre los cubanos en 1961, después de la victoria de Girón y de la declaración de que la revolución es socialista, cuando cien mil adolescentes están enseñando a leer y a escribir a todos los analfabetos y aprendiendo a conocer a su país y sus paisanos, y cientos de miles se organizan en las Milicias para defender la revolución; cuando administradores improvisados dirigen todos los centros económicos nacionalizados y puestos en manos de aquellos que no tenían nada, los sindicatos son verdaderas agencias de la sociedad en revolución, y también los comités de defensa (CDR) y los agricultores (ANAP). Cuando se perfila el nuevo Estado nacido del Ejército Rebelde y del Instituto de Reforma Agraria (INRA), se crean sus instituciones y se dictan mil leyes en los tres primeros años de la Revolución.

En 1961 ser socialistas implicaba ser marxistas, y serlo aliados a los soviéticos incluía ser marxistas-leninistas, aunque la mayoría no conociera nada de marxismo. Este comenzó entonces a formar parte de la instrucción sistemática de las personas, a considerarse la manera acertada de ver al mundo y la guía de la política, y también un buen paradigma para historiadores y economistas. se crearon instituciones especializadas para enseñar marxismo. Pero lo característico de esa etapa fue la fiesta de alfabetización general que se vivía, el asalto de las clases humildes a la cultura y una inigualada movilidad social. Ser revolucionario incluía lavarse las manos antes de comer, hervir el agua, enseñar al que no sabe, usar tractores y máquinas, etcétera. hasta 1967, las universidades tuvieron menos alumnos que en 1959. Todavía en 1970, sólo el 10 por ciento de los que matricularon el primer año en ellas tenía 18 años o menos, y el 43 por ciento tenía de 22 años en adelante.

El marxismo como fundamento teórico general estuvo asociado de inicio a una inmensa revolución social, y fue ella quien lo legitimó como ideología. También surgió asociado a la voracidad de asumir la cultura mundial desde Cuba. Ya en la primera etapa del proceso[4] — la que llega hasta inicios de los años setenta — el marxismo fue campo de debates y pugnas que guardan relación — aunque no inmediata ni simplificable — con la diferencia de visiones que existía dentro del campo de la revolución, acerca del alcance del proceso, los modos de actuar y sus fundamentos. El marxismo en Cuba había tenido previamente influencia, historia y diversidad, ligadas durante décadas a movimientos sociales y políticos, como apunté antes, y a actividades intelectuales; en modo alguno había fronteras delimitadas entre esos campos. La situación en el campo intelectual era mucho más compleja y rica, y con más presencia del marxismo que lo que se ha creído después.

Esa etapa de los sesenta fue de expansión y florecimiento del marxismo. La filosofía gozó de existencia autónoma, y ella y el pensamiento social avanzaron en el ambiente creado por la revolución. La herejía cubana les dio alas, contra la visión dogmática y sectaria que también trató de imponerse en Cuba desde entonces. El medio exigía instrumentos intelectuales propios y capaces. Se sostuvieron fuertes polémicas sobre los más variados temas, en los que las cuestiones teóricas se ventilaban al calor de divergencias concretas, sin temor alguno a que la revolución resultara perjudicada. Al contrario, se aceptaba que el aire del debate era indispensable a su desarrollo. En cuanto al marxismo, podemos discernir ahora — entonces estaban muy unidas — tres tareas principales de aquel período: la divulgación masiva; la preparación de especialistas y formar parte de la instrucción de los demás técnicos y científicos; y un arco muy disímil de intervenciones en investigaciones, ayudas a la producción, servicios y otras tareas — o trabajo directo en ellas — , algo que se denominaba genéricamente «participar en la vida del país».

La influencia cultural soviética, de otros países de su entorno y de China, y del movimiento comunista internacional, fue notable en la primera mitad de la década. Sus publicaciones sirvieron como literatura de adoctrinamiento, nueva lectura para los que — en gran proporción — eran nuevos lectores. Hoy miro con asombro lo que entonces vivimos con naturalidad: a pesar de todos los peligros y escaseces, de la ignorancia, inexperiencia y heterogeneidad de los actores, y de la necesidad de rápida concientización socialista, Cuba supo limitar aquella influencia y sujetarla al predominio de su cultura revolucionaria. En el campo del marxismo se fueron abriendo paso enfoques propios basados en las necesidades cubanas y en el ansia de fundamentar teóricamente las convicciones socialistas cubanas. En esas condiciones se produjo una «vuelta a Marx» diferente a la que tenía lugar en la Europa post 20º Congreso del PCUS y de los primeros sesenta.[5]

La herejía cubana reclamaba también un pensamiento propio, y tuvo un marxismo que quiso «ponerse a la altura de la Revolución cubana». Resumo su posición: es condición inexcusable partir de la revolución y participar en su defensa y en la producción, y a través del trabajo intelectual que hacemos, tan digno como las demás labores; proponerse conocer a Marx, Engels, Lenin, Trotsky, Gramsci, Mao, el Che, a todo el pensamiento marxista, a todo el pensamiento no marxista que fuera posible, y a la historia de las luchas de clases y nacionales; pensar con cabeza propia, no aceptar dogmas, someterlo todo a análisis, argumentar en vez de citar o de acusar; comunicarse lo más posible con todos, divulgar, debatir. Ser antidogmático por ser militante, y no a pesar de serlo; por tanto, ser ajenos a la dicotomía «dogmáticos vs liberales» de la que se hablaba entonces. Este marxismo chocó forzosamente con la ideología teorizada soviética y con posiciones cubanas afines o próximas a aquella.

Este marxismo consideraba necesarios y de interés un sinnúmero de temas: filosóficos, sociológicos, económicos, históricos, pedagógicos, de ciencias políticas, de psicología social, antropológicos. El proceso que se vivía, la historia de Cuba, los sucesos de América y el mundo, las nuevas ideas, le eran imprescindibles. El auge de las ciencias sociales y los espacios creados por la reforma universitaria le favorecieron mucho. Investigar problemas se volvió una fiebre nacional en los años sesenta. Se incorporaron contingentes de jóvenes al estudio y la práctica de las disciplinas sociales, y el entusiasmo general y las necesidades de la sociedad y sus instituciones promovieron notables resultados, algunos de ellos muy importantes. Con el auspicio directo de numerosos organismos del Estado y el Partido, y de la máxima dirección del país, se desarrolló mucho la investigación concreta y la utilización de una gran variedad de medios auxiliares. La proliferación de las investigaciones estuvo relacionada con los intentos de hacer teoría, e incluso de que investigaciones y teorías marcharan juntos, y se relacionaran de manera más general con el marxismo.

En el terreno institucional, además del sistema nacional de Escuelas de Instrucción Revolucionaria del Partido — que daban docencia e investigaban marxismo y otras materias — , y de un Instituto de Filosofía en la Academia de Ciencias, se crearon Departamentos de Filosofía en las universidades, ya que la Reforma de 1962 establecía el estudio de la filosofía marxista en todas las carreras. Las organizaciones de masas fueron creando escuelas políticas de inspiración marxista, y las clases, charlas y círculos de estudios de marxismo eran comunes en ellas, en la mayoría de los planteles de enseñanza y en los órganos estatales y demás instituciones. Pero eran el entusiasmo, el deseo y las convicciones los regidores de las motivaciones y trabajos marxistas; los planes, escuelas, etcétera, eran sus instrumentos. La historia de lo que efectivamente sucedió en el campo de la filosofía, el pensamiento y las ciencias sociales en esa larga década espera por estudiosos que posean rigor analítico, amor por la verdad y pasión.

Unas palabras sobre una experiencia personal de entonces, sólo a modo de ilustración. Compartí el esfuerzo colectivo de un numeroso grupo de jóvenes cubanos — partícipes del proceso revolucionario — agrupados en el Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana, expresado en nueve años de docencia a muchos miles de alumnos universitarios — y de otras diversas instituciones — , con nuevos programas de estudios desde 1965; en un gran número de investigaciones teóricas y de campo; de divulgaciones y de edición de publicaciones; en estudios internos rigurosamente planeados y ejecutados, y en una gran cantidad de otras actividades muy distintas. La edición de gran número de materiales, libros de texto y la revista mensual Pensamiento Crítico, fueron realizaciones de aquel grupo. Su actividad de conjunto influyó en el marxismo de aquellos tiempos. No es este lugar para desarrollar este tema, que por otra parte fue satanizado primero y concienzudamente sepultado después en el olvido durante dos décadas.[6]

Al inicio de los años setenta se vio claro que fallaban dos premisas básicas del proyecto revolucionario cubano: 1) el triunfo de revoluciones en América Latina, imprescindible para formar una nueva alianza en el campo económico, político, militar y cultural que permitiera la expansión y por tanto la vida del proyecto; 2) el logro de lo que se llamó desarrollo económico socialista acelerado, esto es, un grado suficiente de independencia económica. Terminaba entonces la primera etapa del proceso abierto con el triunfo revolucionario de enero de 1959.

Aunque el proyecto cubano no desapareció en la práctica, sí se proclamó bastante su abandono; es decir, en la práctica se renunció menos a él de lo que se proclamó. Se difundió que habíamos sido idealistas, que habíamos querido ser demasiado originales en vez de aprender modestamente de las experiencias de los países hermanos que habían construido el socialismo antes. Cuba se sujetó ideológicamente a la URSS y consideró antisovietismo y diversionismo ideológico todo lo que se diferenciara de esa sujeción. El pensamiento social recibió un golpe abrumador. Se cerró de tal manera el espacio que las corrientes no marxistas fueron malditas y se trató de erradicarlas, se consideró incorrecto conocerlas y aún más tratar de utilizarlas. Dentro de las corrientes marxistas se afirmó que sólo la soviética era la acertada y la correcta — esa unión perversa de la verdad y la virtud — , por lo que se redujo el marxismo al llamado materialismo dialéctico e histórico, o filosofía marxista-leninista, o al llamado marxismo-leninismo compuesto por filosofía, economía y comunismo científico.

Desde 1971 se cancelaron, de una u otra forma, valiosos esfuerzos diversos que se realizaban en el país, dirigidos al desarrollo de un pensamiento correspondiente con el proyecto original de la revolución cubana y con los requerimientos que a ella presentaban América Latina y el mundo. Un pensamiento que fuera por tanto capaz de participar en un proceso tan original y tan ajeno a la espontaneidad como es la creación de nuevas personas y nuevas realidades sociales. El cierre aquel año del citado Departamento de Filosofía — y de la revista Pensamiento Crítico — determinó la disolución de ese grupo marxista y el fin de sus actividades. La maduración del grupo, que ya comenzaba a expresarse en obras, no continuó.

El mundo de la segunda etapa del proceso también tiene su historia, que es imprescindible recuperar y comprender para enfrentar con más posibilidades de éxito la etapa en que estamos adentrándonos. No es fácil, no sólo por tratarse de un pasado inmediato sino porque siguen presentes muchos de sus resultados. En lo que a mí toca, desde 1987 he escrito mucho sobre aspectos y hechos de aquella etapa, que he calificado de contradictoria. Durante 15 años se registraron notables avances en algunos aspectos de la economía, en la política social, en los servicios de salud y educación, en el bienestar material, en el tipo de ordenamiento institucional que se adoptó, como resultado del ordenado trabajo realizado en esos años, de los frutos de los enormes esfuerzos de la primera etapa y también de la parte positiva de las relaciones económicas anudadas con la URSS y el bloque que ella dirigía, relaciones que obtuvo Cuba por el valor que había logrado darse a sí misma y por el papel geopolítico que tenía. Pero también se hicieron fuertes en esa etapa la burocratización generalizada, la formalización y ritualización, el autoritarismo, el seguidismo, la formación de grupos privilegiados, la supresión de todo criterio diferente al considerado oficial, el reino de la autocensura, la simulación, el unanimismo y otros males.

Un «marxismo-leninismo» — trágico uso del nombre de uno de los más grandes luchadores por la libertad del siglo XX — dogmático, empobrecedor, dominante, autoritario, exclusivista, fue impuesto y difundido sistemáticamente, en el preciso momento en que crecía tan bruscamente el nivel de preparación de los niños y jóvenes cubanos que es difícil encontrar en el mundo un ejemplo igual de avance obtenido en el plazo de una generación. Las maneras soberbias y la aparente ocupación absoluta del lugar de la ideología por aquel tipo de marxismo fueron engañosas; en esos años se echaron las bases de la futura indiferencia o aversión que tenía que provocar esta situación.

Casi se llegó a liquidar prácticamente las publicaciones de ciencias sociales; las sobrevivientes y alguna nueva fueron sujetas a limitaciones y esquemas muy rígidos. Al suprimirse el debate se acaba la razón de ser de esas publicaciones, al dogmatizarse el pensamiento social esos órganos pierden la posibilidad de expresar sus problemas y sus logros, y las publicaciones insultan al decoro al establecerse la práctica tan vergonzosa de la censura, y al volverse tan crónica que se convierte en autocensura, muchísimo más castradora que la censura y de efectos perniciosos más prolongados en el tiempo.

A pesar del quebranto de estos años las investigaciones de asuntos concretos continuaron, solicitadas por organismos estatales y políticos, y se ampliaron con el crecimiento de las estructuras y de los niveles técnicos generales. Pero se excluyeron temas de investigación imprescindibles, se dificultó la asunción de otros métodos e ideas, se presionó en cuanto a resultados de investigación que se estimularan inconvenientes, se creó una absurda cultura del secreto y de la sospecha, y se rompió la relación entre las investigaciones de ciencias sociales concretas y el campo teórico de esas ciencias. La carrera universitaria de Sociología fue simple y torpemente eliminada. El predominio del marxismo soviético ejerció un efecto funesto. En la práctica de cada disciplina ha habido grados diferentes de dificultades. Por otra parte, muchas veces no había una relación fuerte entre la teoría dominante y las prácticas profesionales. Las prácticas encontraban sus fuentes más inmediatas en métodos e ideas implícitamente relacionados con teorías diversas, aunque en general todos los profesionales se declaraban marxistas-leninistas.

Los sistemas de enseñanza han creado muy numerosos contingentes de graduados de filosofía y economía, y también de algunas ciencias sociales. La docencia ha sido una de las más socorridas fuentes de empleo. Aunque lo usual ha sido que los organismos se interesen por las investigaciones de corte empírico, a la vez se desarrolló un enorme campo de eventos, instituciones y actividades públicas en nuestra sociedad, en los cuales lo teórico ha encontrado espacio y dedicaciones permanentes. También es cierto que se ha denominado investigaciones teóricas a ejercicios que distan mucho de serlo. Desgraciadamente, las investigaciones teóricas se subdesarrollaron en términos generales. Durante una etapa bastante larga predominó una fraseología singularmente vacía que se convirtió en tema, árbitro y lenguaje de la elaboración teórica; ella fue impuesta e incluso reclamada en muchos medios académicos y de científicos sociales, y nunca faltaba en los eventos. Ese mundo, que ya está completamente desgastado, ocupó una vida de formación y de prácticas de gran parte de los profesionales existentes.

En el mundo complejo y contradictorio de los setenta-ochenta se fue creando un nuevo escenario nacional, con predominio numérico y de alta escolarización de la población joven, «nacida después» pero protagonista de otros eventos y con nuevas vivencias y preocupaciones. Otra vez permanencias y cambios fueron materia de la comprensión posible y necesaria del período, aunque ahora sus modos de suceder y expresarse eran muy diferentes.[7] Los fundamentos de aquella segunda etapa comenzaron a cuestionarse cuando en 1986 se hizo público el llamado a iniciar un proceso de rectificación de errores y tendencias negativas, precoz toma de distancia cubana del «socialismo real».

Las tensiones y dificultades que confrontó el proceso de rectificación son sumamente importantes para quien desee comprender el proceso histórico 1986–1991, y por ende a cada uno de sus aspectos, incluido el del marxismo. En cuanto al necesario abandono de la ideología del «marxismo-leninismo» se produjo una situación que, quizás por evitar ser dramática, resultó totalmente ineficaz. Como resultado de ella no hubo un debate abierto nacional que motivara una renovación del interés sobre bases nuevas que ayudaran a la recuperación del marxismo, y que franqueara un período de transición eficaz para un nuevo florecimiento ideológico y teórico. Faltó un campo alternativo de publicación de criterios diversos, de educación, de debates, en el cual otros temas, otros procedimientos y otras posiciones marxistas pudieran abrirse paso. Además, el funcionariado a cargo de las áreas ideológica y de educación del marxismo leninismo había sido formado intelectualmente, en general, en el sistema de la ideología soviética, y estaba habituado a sus modos de pensar y actuar, y a los rasgos negativos nuestros también. Una multitud de profesores y de otros técnicos laboriosos y responsables quedó sumida en una situación profundamente desventajosa y desconcertante. Al faltar una ruptura y un avance, la confusión y el desaliento fueron crecientes.

  1. El marxismo hoy: crisis y perspectivas

Cuando estalló el gran desprestigio del socialismo, y el final tan bochornoso del bloque de Europa oriental se tornó un siniestro Midas del fango, la situación de Cuba se volvió crítica en la economía y peligrosa en la seguridad nacional. Una nueva etapa ha comenzado con la reinserción en la economía mundial, y con las transformaciones económicas y sociales en curso. En medio de problemas enormes y acuciantes, no creo que el que analizamos sea objeto de mayor interés a altos niveles institucionales. Pero sigue ahí, ahora acumulando sobre sí viejas y nuevas complejidades. No tengo datos suficientes, pero mi impresión es que el viejo «marxismo-leninismo» aún funciona, como una rueda cada vez más suelta, en unos casos desvaídos y en otros ligeramente remozado y mezclado con ingredientes «occidentales». En los planteles educacionales se ha atemperado su imperio y recortado su alcance. Además, en los instrumentos de reproducción ideológica son cada vez más escasas las referencias al socialismo, y el marxismo como un requerimiento ideológico ha ido desapareciendo; en los medios de comunicación, las referencias a ambos son prácticamente inexistentes. No subestimo la esterilidad vigente de sectores ideológico burocratizados que siguen funcionando e imponiendo su arbitrio o su inacción. Pero lo más visible es una suerte de vacío ideológico aparente. Me preocupa mucho que la agonía vergonzante del «marxismo-leninismo», que durante casi 20 años fue confundido con todo el marxismo, aumente el desaliento y la confusión actuales. Hay que evitar que esa ideología arrastre en su caída a todo marxismo posible.

La magnitud del desastre ideológico es enorme e influye a todos, aunque los comportamientos sean disímiles. La ruina del llamado «socialismo real» fue aparentemente súbita, pero se estuvo incubando durante mucho tiempo. Los impactos tan grandes recibidos como consecuencia de los sucesos de Europa Oriental nos aclararon finalmente dos cuestiones: qué decisivo era el exterior para nosotros; y qué necesidad tan vital teníamos de reconocernos y revisarnos en busca de nuestra propia fuerza e identidad. Fuimos muy dependientes de un centro de poder e ideológico que nos era ajeno, y que en su discurso y sus ritos escondía a un sistema de dominación en descomposición. No estamos solos ahora, sin embargo: nuestro destino no incluye la soledad. Ni estamos satisfaciendo bien la necesidad tan vital de autoidentificarnos y buscar nuestras propias fuerzas. El trabajo intelectual tiene entonces que contribuir, dentro de su especificidad y su modesto alcance, a esa tarea tan básica.

El marxismo vive una crisis que tiene raíces muy hondas y se fue gestando durante décadas. La liquidación de regímenes que se llamaban a sí mismos socialistas, y el final aparente del supuesto conflicto a escala mundial entre el capitalismo y el socialismo, con el triunfo del primero, no nos dispensa del deber de conocer y valorar el proceso histórico implicado. Es urgente e imprescindible recuperar y comprender toda la larga y compleja historia del marxismo en el siglo XX. Sus procesos intelectuales: aparición de nuevos temas y ampliación de su objeto, asunción de otras teorías y métodos, los nuevos aportes, contracciones de su contenido y su eficiencia, contraposiciones con otros cuerpos de pensamiento, divulgación para grupos y para millones, formación y existencia de grupos profesionales dedicados al marxismo, entre otros temas. Recuperar y comprender la historia de sus relaciones con las luchas de clases y con las luchas por la independencia o por la liberación nacional, con las esperanzas y las luchas de las mujeres, de etnias, creyentes religiosos y de otras comunidades, en todo el mundo de este siglo. La historia de sus relaciones tan complejas con la universalización — tantas veces colonial y neocolonial, hoy además transnacional — del capitalismo imperialista y de los campos culturales ligados o influidos por él. Sus nexos con las grandes revoluciones del siglo, Rusia, China, Cuba, Viet Nam y las demás. Con los poderes y Estados que lo han invocado como ideología y teoría oficiales, y con las instituciones que lo han reconocido como su guía.

Todo es universo interactuó con la teoría marxista y la puso a prueba, a ella y a las prácticas anticapitalistas. Recuperarlo y comprenderlo, conocerlo, me parece esencial para la formación de nuestros estudiosos de ciencias sociales, y me temo que es un camino en que falta mucho por andar. Para los intelectuales cubanos la cuestión es inexcusable. Siempre estamos obligados a partir de lo existente, ya pretendamos llegar muy lejos o no. Para ejercitar ese deber de conocer y valorar al que me refiero, todos en Cuba estamos en una situación difícil, con los gravámenes y remanentes de una etapa muy nefasta que duró muchos años.

Un ejemplo muy claro es la gran reluctancia a aceptar la existencia de una crisis. En vez de discutir su naturaleza y las posibles vías para superarla, muchos se han conformado durante años con el torneo verbal alrededor de la pregunta «¿hay crisis en el marxismo?». Sólo la cruda realidad los va acallando. Lo cierto es que, en casos como el cubano, el marxismo puede especificarse en cinco aspectos: a) teoría de la revolución y del proyecto socialista-comunista, que informa a las instituciones, las relaciones sociales fundamentales y las conductas individuales atinentes a ellas; b) es parte de las concepciones e imágenes del mundo que aspiran a regir las vidas y las conductas en una dirección determinada; c) ideología oficial; d) cuerpo teórico profesional: una disciplina, filosofía, profesión, campo de investigación y estudios, de docencia y de divulgación; y e) influencia sobre campos culturales definidos, como serían los artísticos, de ciencias y otros. En mi opinión, el marxismo en Cuba atraviesa hoy una crisis en todos esos aspectos, aunque más aguda en unos que en otros.

La crisis del marxismo en Cuba puede analizarse desde varias dimensiones. Forma parte de la peor crisis de toda la historia del marxismo como ideología, a la que hemos aludido; las íntimas relaciones sostenidas con el campo soviético hacen más sensible esa dimensión, porque el desastre arrasó todo el prestigio de la teoría soviética. En la dimensión nacional, factores sociales importantes de la actualidad influyen muy negativamente en la valoración que se tenga del marxismo; su abandono forma parte, para muchos, de cambios más abarcadores. En cierta medida, el descrédito o desahucio del marxismo como teoría y como ideología es también una expresión de la modalidad de lucha cultural que asume una parte de la política actual. Desde otro ángulo, la crisis es exacerbada por el defensismo remanente del «marxismo-leninismo» que rigió, que es estéril y contraproducente, porque se presenta como defensor de la ideología de la revolución. Por una u otra causa se suman el abandono del marxismo y el prejuicio contra su utilidad y su mero examen. La profesión pierde terreno en su utilización y su presencia social. Y la teoría marxista misma pasa por uno de esos momentos en que se necesita revisión, recuperación, puesta al día y búsqueda de eficacia conceptual, frente a la falta de realización en el movimiento histórico, y al reto tan radical que hoy le presentan los problemas, las percepciones y las perspectivas de los individuos y las sociedades. Esta última dimensión de crisis no es privativa del marxismo; la comparte con las direcciones fundamentales del pensamiento social actual.

La situación es muy difícil: el marxismo se conoce muy mal y muy poco. Se conoce más la vulgarización que tomó el nombre del marxismo, se le desprecia bastante y se le asocia al autoritarismo, a la ineficacia y a muchos males atribuidos al socialismo, unos con razón y otros sin ella. Y el punto de partida de ese desprecio es peligrosísimo, forma parte de una ola conservadora que se extiende por el país, y que afecta también a sectores intelectuales. Tenemos numerosos profesionales preparados y con práctica, pero con fuertes deficiencias de información y formación teórica, e influidos por la situación que he descrito. Los problemas acumulados afectan mucho las posibilidades de desarrollo generales de la filosofía y los campos teóricos de las ciencias sociales, afirmación que relativizo cuando considero diferentes disciplinas e individualidades. La burocratización también afectó duramente a la administración de las ciencias, y no creo que en el caso de las ciencias sociales los llamados polos científicos resuelvan mucho. En Cuba algunas ciencias tienen un gran desarrollo, y allí sí son válidos los instrumentos de coordinación, y de racionalización de esfuerzos y recursos.

Pero lo que necesitan las ciencias y el pensamiento sociales son estímulos a las iniciativas, la diversidad, la información y el intercambio, y no esquemas administrativos que pudieran tornarse camisas de fuerza.

Tantos factores negativos pueden ser más graves para el marxismo, al reforzarse unos a otros en condiciones propicias. Y ellas son advertibles actualmente. La sociedad constituida a partir de la revolución — un complejo cultural de transición socialista, de relaciones, instituciones, conductas, costumbres, ideas, expectativas, proyectos — está siendo sometida a un conjunto de procesos e influencias que la desafían en muchos terrenos básicos.[8] Esas nuevas realidades favorecen el aumento de actitudes de fatiga, de alejamiento o de disenso en unos; y en otros, generan grandes modificaciones del modo de vida respecto al modelo que predominó durante décadas, con la consiguiente necesidad de justificaciones ideológicas y, si es posible, legitimación. Sería erróneo, sin embargo, subestimar la fuerza y las capacidades existentes en Cuba a favor de una continuidad del régimen de justicia social y soberanía nacional que hemos tenido. Dentro de ese marco, la renovación del interés en el marxismo a que me refería al inicio puede ser un buen síntoma.

A su favor operan la acumulación de cultura política y sentimientos socialistas, y orgullo nacional, que persisten. Es apasionante la claridad ideológica, la profundidad de crítica, la sagacidad política y la capacidad cultural y técnica con que se expresan multitud de personas en cualquier institución, evento o lugar del país, por iniciativa y preocupación propia, sin haber recibido orientaciones. También es notable la gran expansión de las capacidades de investigar las realidades sociales y la sensibilidad para identificar los verdaderos problemas. Y no es desdeñable el número de los que tienen conocimientos teóricos útiles, y los utilizan. Esos factores favorables pueden ser o no decisivos para una recuperación crítica del marxismo; dependerá de algo más que su voluntad, naturalmente. En realidad ha habido esfuerzos e iniciativas desde que comenzó a aflojar el férreo control que existía. Pero el caso es que en el campo del marxismo — y no sólo en él — el dinamismo de individuos y grupos de la sociedad es mayor que el de las instituciones facultadas, y estas tienen en Cuba un peso muchas veces decisivo.

No creo que el problema actual del marxismo sea no tener un modelo a seguir, o de autoridad de clásicos, o de existencia de consensos. Sé que es muy difícil no representarse aquello a que se pertenece como un poder, o al menos como una parcela, cierta cantidad de poder. Pero es vital negarse a eso. Si el marxismo en un país es transición socialista se reduce a ser el marxismo desde el poder, ayuda a que el poder venza al proyecto y otra vez se pierda la batalla del socialismo. Y a escala mundial ni siquiera es pensable esa actitud. Para mí, ser marxista hoy no es asumir y encuadrarse. Es tomar parte en la creación de un rumbo, de un proyecto de vida y actuación ajeno y enfrentado al capitalismo, que incluya prácticas de pensamiento social rigurosas y críticas, relacionadas profundamente con unas posiciones ideológicas y una participación en la formación del campo cultural socialistas, y por tanto participantes en la contienda cultural en curso.

El capitalismo trata de ganar la guerra cultural de la vida cotidiana. Esto es, usted puede decir lo que le parezca y le pueden gustar o no las telenovelas, el anarquismo, la ecología, Lezama Lima, el sexo seguro, la postmodernidad o los comunistas, pero aténgase a que la única cultura posible de la vida cotidiana es la del capitalismo. Los centros fundamentales del capitalismo mundial tienen dos cartas formidables a su favor: un poder inmenso en muchos terrenos, y que la naturaleza de la cultura del capitalismo es universalizante. La reproducción económica de esos centros sólo necesita y abarca a una parte de la población mundial; el resto, enorme, es sobrante.

La reproducción cultural universal de su dominación le es básica entonces, para suplir los límites de su alcance real y dominar a todos los excluidos mediante su consenso. Para ganar su guerra cultural, al capitalismo le es preciso eliminar la rebeldía y prevenir las rebeliones; homogeneizar los sentimientos y las ideas, igualar los sueños. Si las mayorías del mundo, oprimidas, explotadas o supeditadas al capitalismo mundial, no elaboran su alternativa diferente y opuesta a él, llegaremos a un consenso suicida, porque para nosotros no hay lugar futuro. Y en vez de proyectos y esperanzas sólo quedaría el recurso de apreciar el sosiego de nuestra resignación.

Es necesario que haya una alternativa, y que incluya una recuperación y utilización del marxismo, pero, ¿qué marxismo recuperaremos?, ¿en qué consiste realmente «recuperarlo»? Hoy esto está ligado íntimamente a la recreación del concepto de socialismo, porque si no lo recreamos seremos tan débiles que la tarea sería imposible. Si el socialismo entre nosotros es sólo una referencia al pasado, está perdido. Sólo avanzaremos si es una referencia desde el presente hacia el futuro, y tratamos de elaborarlo entre todos.

En estas circunstancias y ante las necesidades del futuro cercano, el pensamiento social cubano tiene que volver a tener peso. Los niveles intelectuales tan superiores a escala masiva que se lograron no serán forzosamente una fuerza positiva: en la sociedad que escogimos nada importante es espontáneo, ni es otorgado por el destino. Ya es un teatro de esa tensión el de la reasunción de nuestra historia y la reinterpretación de sus procesos, y entre ellos el pensamiento social, sus productos y sus condicionamientos. Reaparecen algunos autores — Mañach es un ejemplo — y se ensayan revaloraciones, de términos, de adscripciones teóricas, o de posiciones acerca del decursar histórico o el destino de Cuba. El denominador común de estos temas es haber sido abandonados, poco tratados o maltratados por lo menos durante 25 años.

Me parece muy positivo lo que sucede: de alguna manera ha de ponerse en movimiento otra vez el pensamiento cubano. Sólo llamo la atención acerca de tres puntos: a) cualquiera que sea la opinión sobre el tiempo transcurrido, ahora estamos en uno de esos momentos de obligada reasunción y revaloración de un país: la nación cubana, la historia, las ideas, los valores, los proyectos de futuro. Y no ha sido por decisión de los intelectuales, lo están exigiendo las necesidades de la sociedad, aunque ellas no fueran expresadas; b) nunca han sido neutrales esas periódicas reasunciones y revaloraciones de un país. Con todas las mediaciones, debidas precisamente a su entidad y autonomía intelectuales, ellas expresan también su condicionamiento por los distintos intereses y visiones sociales que existen, y por tanto implican posiciones diferentes y discordes; y c) las negativas consecuencias del gran desnivel que se creó entre la cultura adquirida por la población en los últimos 20 años y los lamentables atributos que han tenido los fundamentos del conocimiento social, a su vez confundidos con la ideología oficial.

Me pregunto entonces, desde mi posición de intelectual socialista opuesto al funesto control burocrático del trabajo intelectual: ¿qué funciones cumplirían las ideas, pensadores y proyectos de país revalorizados en los años noventa, respecto a las necesidades, estados de ánimo, expectativas y proyectos actuales? ¿En las condiciones que atravesamos habrá suficiente independencia de criterio, formación teórica y presupuestos ideológicos socialistas al realizar estas actividades intelectuales?

Ese problema nos ilustra una realidad: ciertos temas son principales hoy, y ellos serán cruciales para el desarrollo de la teoría. La nación cubana actual y su proyecto, las clases sociales en Cuba hoy y sus relaciones con los aspectos de la formación social, son dos de esos temas. El impulso eficaz al desarrollo de la teoría y los métodos suele venir del trabajo serio con problemas básicos. La dimensión histórica de ellos, por ejemplo, exigirá abordar problemas fundamentales de la historia de Cuba a partir del marxismo, esto es, de la teoría de las luchas de clases. Otro tema necesario es el de la naturaleza y los mecanismos de la dominación capitalista en la actualidad.

La recuperación y avance del marxismo tendrá que incluir otra «vuelta a Marx». Esta vez lo exige la situación creada por la bancarrota de los regímenes, organizaciones e ideología que utilizaron su nombre, y el obligado deslinde entre ellos y Marx. Pero también la reclama la proximidad creciente entre el mundo del capitalismo transnacional de hoy y el formulado teóricamente por Marx hace siglo y medio como primera premisa de la liberación humana. Puede ser que su teoría comience a entrar sólo ahora en la fase de su verdadera aplicación mundial. Además, a mi juicio su concepción es la más apropiada para volver a impulsar los fundamentos de la ciencia social, al darles paradigma, algunos puntos de apoyo válidos y una adecuada relación ciencia-conciencia. Claro está que de nada serviría la «vuelta» si se convierte a Marx en un fetiche: sus errores y exageraciones, sus ausencias, lo que ya envejeció, sólo pueden ayudarnos a buscar mejor. Su método y sus aportes teóricos y más específicos, su actitud intelectual, serán inapreciables si sólo los usamos como puntos de partida, o de inspiración, como instrumentos, o para interrogarlos. Hay que poner a Marx y la historia del marxismo — ya sin exclusiones ni tergiversaciones — en relación permanente con el rico y complejo desarrollo de las ciencias sociales y de los procesos sociales del siglo XX.

Reivindico a Marx, que estudiaba las circunstancias sociales condicionantes del pensamiento social, y reclamaba a la vez que el pensamiento sea una palanca eficaz para cambiar las circunstancias sociales. No me limito a declarar «soy marxista», pues no soy una pieza de museo ni quiero serlo. El marxismo es una buena brújula para encontrar el camino en una situación tan complicada como la actual. Pero ser marxista como una profesión de fe me parece estúpido; el marxismo no es un talismán, ni da buena suerte.

Ser marxista sería una de las formas de construir el desarrollo de las ciencias sociales cubanas, de recuperar los procesos históricos y los saberes acumulados en su sociedad, de conocer su circunstancia actual y sus opciones de futuro. Sería participar en la asimilación crítica de todos los campos de conocimiento estructurados como teorías y como profesiones, como técnicas y como resultado de investigaciones, en las ciencias sociales cubanas y del mundo de hoy. Naturalmente, tanto esfuerzo no será para convertirnos en bellos almacenes de erudición, sino para realizar trabajos intelectuales concretos sobre temas necesarios y con medios apropiados. Ser marxista no es tanto un asunto de paradigma, más bien es de lucha y angustia, de estudio y creación.

El país está cambiando, desde el lugar magnífico, dual, menguado y aventurado al que hemos podido llegar. Ese cambio no está regido por un destino inexorable: puede cambiar por rumbos diferentes, tener sus cambios sentidos dispares. ¿No le toca al trabajo intelectual papel alguno en esto, después de los esfuerzos grandiosos que hicimos, que elevaron tanto las capacidades de millones de personas? ¿Es imposible entender que lo más fuerte y avanzado que tiene Cuba es el nivel de los sentimientos y la cultura solidaria de su gente?

¿De qué servirán estos trabajos? ¿Serán sólo, como tantas otras situaciones de hoy, para el fastidio de algunos y la impotencia de los otros, fastidio e impotencia a veces, por momentos, permutados?

¿Habrá que esperar a que venga el tiempo de los juicios terribles? Y que después, los historiadores de mañana queden perplejos ante la vez aquella en que enormes capacidades de percepción y lucidez no se correspondían con ninguna actuación. No puede ser tan estéril el trabajo intelectual.

Yo confío en la necesidad, que según nos recordó una vez Federico Engels puede más que las universidades, y en las reservas prodigiosas de este país.

La Habana, junio de 1995.

Notas

[1] He publicado en La Habana este año [1995] «Un comentario cubano sobre ateísmo y marxismo», en Caminos, núm. 1, ene./mar.; «Marxismo y cultura nacional», en Contracorriente, núm. 1; e «Historia y marxismo», en La Gaceta de Cuba, núm. 4, jul./ago. Y he participado oralmente en numerosas actividades en que se aborda el marxismo.

[2] He ido dando mis criterios sobre esta cuestión, y sobre el marxismo en general, durante los últimos 30 años; desde la Presentación del libro Lecturas de Filosofía (Departamento de Filosofía, Universidad de La Habana, enero 1966), «El ejercicio de pensar» (El Caimán Barbudo, núm. 11, La Habana, febrero de 1967), o «Marx y el origen del marxismo» (Pensamiento Crítico, núm. 41, La Habana, junio de 1970), hasta «Historia y marxismo» (citado en la n. 1).

[3] Me he referido a él en varios trabajos, entre ellos: Che, el socialismo y el comunismo. Casa de las Américas, La Habana, 1989; «Cuba: problemas de la liberación, el socialismo, la democracia», en Cuadernos de Nuestra América, núm. 17, jul./dic. 1991, pp. 124–148; en «Marxismo y cultura nacional», ob. cit.

[4] He expuesto mi criterio sobre etapas de la revolución a partir de 1959 en Desafíos del socialismo cubano, Ed. Centro de Estudios sobre América, La Habana, 1988; «El socialismo cubano: perspectivas y desafíos», en Cuadernos de Nuestra América, núm. 15, jul/dic 1990, pp. 27–52; en «Cuba: problemas de la liberación…», ob. cit., pp. 131 y ss.; y otros.

[5] Participé en esa «vuelta», entre otros textos, con: «Nota: sobre el estudio del joven Marx», en Lecturas de Filosofía, Instituto del Libro, La Habana, 1967, t. I, p. 127. «Ideologías políticas en tiempos del joven Marx», en Lecturas de pensamiento marxista. Ed. Revolucionaria, ICL, La Habana, 1971, pp. 39–46.

[6] He tocado en alguna medida el tema en «Cuba y el pensamiento crítico», entrevista realizada por Néstor Kohan, en Dialéktica núm. 3/4, Buenos Aires, oct. 1993; reproducida en América Libre, núm. 5, Buenos Aires, 1994.

[7] He examinado este cuadro de datos y de comportamientos sociales, sobre todo en «Cuba: problemas de la liberación, el socialismo, la democracia», ob. cit., pp. 133–140.

[8] He tratado esta cuestión, entre otros, en «Desconexión, reinserción y socialismo en Cuba», en Cuadernos de Nuestra América, núm. 20, pp. 46–64; en la conferencia «Nación y sociedad en Cuba», UNAM, México DF, 28–9–1994; y en «Marxismo y cultura nacional», ed. cit.

Tomado de: La Tizza

Leer más

Doscientos años después, Engels

Friedrich Engels. (Renania del Norte-Westfalia, 28 de noviembre de 1820 – Londres, 5 de agosto de 1895) fue un filósofo y ensayista alemán.

Por Ernesto Estévez Rams

Mary Burns murió posiblemente de un infarto a los 40 años de edad, nunca se supo la causa real de su fallecimiento: se acostó a descansar y la hermana Lizzie la halló muerta. Era 1863, ya la segunda mitad del siglo XIX. Irlandesa de nacimiento, vivía en Manchester, donde las condiciones de vida de los obreros eran las más terribles de una Inglaterra industrial, y eso era decir mucho. Se trabajaba hasta 15 horas diarias por seis días a la semana, en condiciones depauperantes y extremas; la expectativa de vida de los nacidos en la ciudad no sobrepasaba los 28 años.

Las condiciones de vida no habían cambiado mucho desde que 44 años antes, en 1819, en la misma ciudad, cerca de la plaza St. Peter, más de

1 500 soldados, entre húsares, artilleros, caballería y policías, arremetieron contra una muchedumbre de cerca de 60 000 manifestantes pacíficos que protestaban por el derecho a votar, con el saldo de 18 muertos, incluyendo cuatro mujeres y un niño.

Se contabilizaron más de 700 heridos, algunos de gravedad, luego no se supo cuántos habían muerto resultado de las heridas.

Las leyes daban el derecho al voto solo a los hombres con determinada cantidad de riqueza reportada, lo que, en la práctica, significaba que solo el 2 % de los adultos tenía derecho al sufragio. Los hechos se conocieron como la Masacre de Peterloo.

De acuerdo con un testigo de la masacre, «la caballería arremetió sable sobre las cabezas. La muchedumbre era tan compacta que los caballos no lograban entrar y los sables comenzaron a cortar brazos e indefensas cabezas; los gritos y llantos se mezclaron con la horrible confusión».

El príncipe regente felicitó a los represores por mantener el orden y defender el derecho de las personas de bien, es decir, a la burguesía y a los nobles.

La masacre condujo al surgimiento del movimiento Chartista, el 28 de febrero de 1837, que pedía el voto para todos los hombres, entre otros derechos electorales como el voto secreto. Se quedaron cortos de solicitar el voto para la mujer, aunque hubo algunos de sus líderes que lo proclamaron abiertamente.

En abril de 1848, bajo el temor de una sublevación de los chartistas, el ejército fue movilizado para proteger a Londres, días después el parlamento rechazó la petición del movimiento.

Pocos años antes, en 1842, un joven prusiano de 22 años, hijo de burgueses, y con ideas demasiado radicales para su padre, fue enviado a Manchester, a las fábricas que este tenía junto a un socio, para alejarlo del extremismo de izquierda.

Con habilidad para varios idiomas y gusto por la bebida, frecuentaba bares, algunos de reputación nada buena. Allí conoció a la joven Mary Burns, probablemente en 1843, de quien se enamoró y con la que convivió hasta la muerte de ella.

Mary y su hermana le sirvieron de guía a Engels en sus incursiones en los barrios más pobres de Manchester, y su compañía no solo aseguraba que el joven acomodado no se perdiera, sino que, bajo su resguardo, pudiera deambular por aquellas calles llenas de violencia, sin ser asaltado.

Como resultado de lo que vio, Engels escribió ese testimonio tremendo que es Las condiciones de la clase trabajadora en Inglaterra, donde confiesa: «Quería verlos en sus propios hogares, observar su vida diaria, conversar con ustedes en sus propios entornos y desdichas, ser testigo de sus luchas contra el poder social y político de sus opresores. Eso he hecho. Deseché la compañía, las fiestas y las cenas, el vino del puerto, el champán de las clases medias y dediqué mis horas de descanso a encontrarme con los simples trabajadores».

Engels vivió por años una vida doble, empeñado en sostener financieramente a su amigo Marx, mientras este trabajaba de manera incansable en fundamentar teóricamente al comunismo.

Tenía sus aposentos oficiales en una parte pudiente de Manchester, mientras vivía una vida doble con Mary en barrios más humildes, donde en realidad pasaba la mayor parte de su tiempo. Usaba nombres falsos para ocultar su identidad y se mudaban frecuentemente.

La única pelea documentada entre Marx y Engels ocurrió a la muerte de Mary, en un intercambio epistolar Engels le protesta a su amigo entrañable, que este había sido frío e impersonal al escribirle sobre la muerte de su compañera, una carta posterior de Marx a su hermano de armas, subsanó el malentendido.

Luego de la sorpresiva muerte de Mary, Engels eventualmente recomenzó su vida sentimental al lado de Lizzie, la hermana de Mary. Se casó con ella 15 años después del fallecimiento de Mary, justo antes de la muerte de Lizzie. Engels no creía en el matrimonio burgués, se casó porque le hizo la promesa a Lizzie, quien moría de cáncer. Por amor dejó a un lado su posición y cedió.

De acuerdo con Paul Lafargue, yerno de Marx, Engels y Lizzie se mantuvieron en contacto cercano con los irlandeses humildes de Manchester e, incluso, insinúa que estos tuvieron participación en el rescate de los líderes independentistas Thomas Kelly y Timothy Deasy, detenidos por la policía inglesa.

Engels vivió pasando la vida de sus amores y de su hermano Carlos Marx, fiel en todas las cosas que hizo. Si Marx es el Prometeo de la clase obrera, Engels, quien cumple 200 años este 28 de noviembre, es su Atlas. Sostuvo, sobre sí, la gigantesca obra de su hermano para uso de todos los que se empeñan en lograr un mundo mejor.

Al conocer la masacre de Peterloo, Percy Shelley le escribió un poema a sus víctimas que tituló Las máscaras de la Anarquía. En ella invoca a los que luchan: Levántense como leones después de la matanza / en número invencible, / rompan las cadenas al suelo como rocío / que en el dormir han caído sobre ustedes / ustedes son muchos-ellos son pocos.

Doscientos años después seguimos batallando empeñados en vencer el avasallador poder de los pocos sin dar tregua, sin darnos descanso. Los muchos, Engels, te damos las gracias.

Tomado de: Granma

Leer más

El intelectual en el pensamiento de Gramsci

Antonio Gramsci, pensador italiano

Por Manuel Guerrero Boldó @ManuelGuerrer

El concepto intelectual requiere que nos detengamos brevemente para aclarar a qué nos estamos refiriendo. Generalmente [1] se ha establecido una diferenciación entre el intelectual y el que no lo es basada en la dirección en la que recae el mayor volumen de la actividad profesional [2]: si el esfuerzo recae mayormente en una actividad nervio-muscular o en una de tipo intelectual-cerebral. Para Antonio Gramsci, dado que en cualquier trabajo se requiere una mínima intervención intelectual, no se podría separar, como veremos, al trabajador manual del uomo sapiente (el sabio).

El pensador italiano consideraba que, en la vida moderna, dado que la educación técnica está íntimamente relacionada con el trabajo manual, los trabajadores industriales, aún los menos cualificados, debían formar parte del nuevo tipo de intelectual. Lo que buscaba Gramsci era que se forjaran intelectuales ligados a la vida práctica, al trabajo desde el punto de vista constructor, organizador y persuasor. Al especialista técnico debía añadírsele el político. El nuevo intelectual se definiría por sus conocimientos de los problemas de la producción, de la economía y de la técnica de su especialización laboral, junto a una concepción histórico-humanista de la realidad a transformar.

Este concepto orgánico del intelectual, ligado a la clase obrera y que trabajaba para la emancipación de la misma, tuvo un gran arraigo en la tradición comunista. Para alcanzar ese papel de intelectual orgánico, el intelectual comunista debía estimular la habilidad que se le presuponía al proletariado para totalizar el orden social. Así, la clase trabajadora sería capaz de entender y transformar sus propias condiciones, tomando conciencia de su situación de opresión y de sí misma [3].

Gramsci, de este modo, se enfrentaba a la concepción tradicional de intelectual, que vulgarmente designaría al literato, al filósofo o al artista. El intelectual orgánico es uno de los conceptos fundamentales de la obra de Gramsci. Este es el que “emerge sobre el terreno a exigencias de una función necesaria en el campo de la producción económica” [4]. El intelectual, por lo tanto, se definiría por la función y el lugar que ocupa en el conjunto de las relaciones sociales. Como hemos comentado más arriba, la distinción o la separación entre trabajadores manuales y trabajadores intelectuales no convencía a Gramsci, dado que incluso el trabajo más taylorizado requería un mínimo ejercicio intelectual, máxime cuando hablamos de trabajadores que realizan tareas de producción que necesitan una mayor cualificación.

Aunque bajo este prisma cualquier trabajador, en mayor o menor grado, dependiendo de la capacidad cerebral exigida en su función, podría ser considerado intelectual, no todos los trabajadores ejercen la función de intelectual según el pensador italiano.

Un intelectual unido orgánicamente a la clase trabajadora

Todo grupo social que surge sobre la base original de una función esencial en el mundo de la producción económica establece junto a él, orgánicamente, uno o más tipos intelectuales que le dan homogeneidad y conciencia de su propia función, no sólo en el campo económico sino también en el social y en el político. El empresario capitalista crea consigo al técnico de la industria, al doctor en economía política, al organizador de una nueva cultura, de un nuevo derecho. Es preciso señalar que el empresario representa un producto social superior, caracterizado ya por cierta capacidad dirigente y técnica, es decir, intelectual [5].

Nos encontraríamos entonces con organizadores de la actividad económica de una determinada clase social a la que están ligados orgánicamente. Pero, además, aquellos que realmente ejercerían la función de intelectuales, según Gramsci, desarrollarían otro cometido de suma importancia para con su grupo social: crear la hegemonía cultural y política en la que se apoya la clase dominante a la que están ligados para ejercer esta su control sobre la sociedad civil en último término. Esto nos llevaría a la necesidad de crear dirigentes comunistas en la clase trabajadora.

El modo de ser del nuevo intelectual no puede consistir ya en la elocuencia como motor externo y momentáneo de afectos y pasiones sino en enlazarse activamente en la vida práctica como constructor, organizador y persuasor constante –pero no por orador- y, con todo, remontándose por encima del espíritu abstracto matemático. De la técnica-trabajo se llega a la técnica-ciencia y a la concepción humanística-histórica sin la cual se es especialista pero no se es dirigente (especialista + político) [6].

El intelectual que defiende Gramsci es un intelectual unido orgánicamente a la clase trabajadora y a su organización política. Consideraba que la clase obrera tenía que crear sus propios intelectuales/dirigentes que pudiesen contrarrestar la hegemonía cultural de la burguesía. Para ello, a este nuevo tipo de intelectual, además de ser conocedor de los problemas de la producción, de la técnica y de la economía, debía acompañarle una concepción histórico-humanística de la realidad para poder transformarla. El proletariado tenía que conseguir atraer a las demás clases explotadas a su causa, en especial al campesinado, para así lograr conformar un bloque histórico que consiguiera convertirse en hegemónico y dominante. Para ello, el papel de este nuevo tipo de intelectual era fundamental en la tesis de Gramsci.

Notas:

  1. Para profundizar en el concepto e indagar cómo se producían los procesos de acercamiento de la intelectualidad a los partidos comunistas, la fragilidad de los mismos, y la trascendencia de este sector para la Internacional Comunista (IC), véase: Josep Pich Mitjana, David Martínez Fiol, Adreu Navarra Ordoño y Josep Puigsech Farrás (eds.), Viajeros en el país de los sóviets, Barcelona, Edicions Bellaterra, 2019; Michael David-Fox, Showcasing the Great Experiment. Cultural Diplomacy and Western Visitors to the Soviet Union, 1921-1941, New York, Oxford University Press, 2012; Katerina Clark, Moscow, the Fourth Rome: Stalinism, Cosmopolitanism, and the Evolution of Soviet Culture, 1931-1941, Cambridge, Harvard University Press, 2011; Ludmila Stern, Western intellectuals and the Soviet Union, 1920-1940: From Red Square to the Left Bank, London, Routledge, 2007; David Caute, The Fellow-Travellers: Intellectual Friends of Communism, New Haven, Yale University Press, 1988 y El comunismo y los intelectuales franceses: (1914-1966), Barcelona, Oikos-Tau, 1968; Paul Hollander, Political Pilgrims: Travels of Western Intellectuals to the Soviet Union, China and Cuba, 1928-1978, New York, Oxford University Press, 1981; Annie Kriegel, Los comunistas franceses, Madrid, Editorial Villalar, 1978; L. G. Churchward, La intelligentsia soviética. Ensayo sobre la estructura social y el papel de los intelectuales soviéticos en los años sesenta, Madrid, Revista de Occidente, 1976.
  2. Antonio Gramsci, La formación de los intelectuales, México D. F, Editorial Grijalbo, 1967, p. 26.
  3. Terry Eagleton, Ideología. Una introducción, Barcelona, Paidós, 1997, p. 129
  4. Antonio Gramsci, La formación…, p. 22.
  5. Antonio Gramsci, La formación…, p. 21.
  6. Antonio Gramsci, La formación…, p. 27.

Tomado de: Mundo Obrero

Leer más

Signos vitales: Filosofía de la semiótica para una revolución del «sentido» deseable, posible, realizable y perceptible

Por Fernando Buen Abad Domínguez

Mientras tengamos las cabezas humanas convertidas en millones de campos de batalla, necesitamos un cuerpo científico, de nuevo género, para intervenir críticamente en la producción de los signos y solucionar, de raíz, muchos problemas semióticos impuestos a nuestros pueblos. Eso implica una tarea dialéctica que mientras desactiva la maquinaria sígnica hegemónica, contribuya a gestar un “nuevo orden mundial” en la producción de sentido. Necesitamos un instrumental científico capaz de impulsarse con la vanguardia del pensamiento descolonizado y descolonizador; que tenga el “don” de la ubicuidad y de la velocidad; que interpele todo y se interpele, a sí mismo, en la praxis que moviliza la nueva producción social del conocimiento. Ciencia contra la dictadura del mercado y contra los vicios más odiosos en los campos de la investigación. Ciencia del movimiento general de los procesos de significación y sus metabolismos. Ciencia semiótica emancipadora al servicio de las luchas sociales. Estamos bajo peligro si permanecemos como un archipiélago inmenso de semiósferas inconexas. Basta de ilusionismo.

“Semiótica” aquí, significa: ciencia para la praxis que interviene en los procesos de producción, distribución y consumo de “sentido”, en sus causas y en sus fines, en las redes de signos y los procesos dialécticos de significación, decodificación y transmisión. Que evidencie los fondos y trasfondos de toda significación, de sus raíces económicas y de los mecanismos sígnicos que las expresan. Que analice y denuncie las técnicas de la “manipulación simbólica” y produzca, críticamente, hipótesis, tesis y movilizaciones con modelos para un “nuevo orden mundial” de la semántica, la sintaxis y la dialógica emancipadora contra el contexto de hegemonía económica e ideología opresora.

Es una trampa separar la economía de la ideología, la infraestructura y la superestructura. Entre la infraestructura y la superestructura existe una relación dialéctica, desigual y combinada, caracterizada por tensiones y luchas complejas que no admiten simplismos ni linealidades bobas ante el amasijo de intereses, objetivos y subjetivos. Esas tensiones y contradicciones -de la lucha de clases- producen también “signos” que son productos sociales determinados históricamente para “representar” intereses, hechos, fenómenos o acciones concretas. Muy pocos objetos, naturales o culturales, (y sus mezclas) han quedado, en su desarrollo histórico, exentos de significados (directos o indirectos).

Quizá el ejemplo más acabado de nuestro tiempo, donde se ejemplifica mejor la convergencia sígnica de todas las tensiones de clase en disputa, sea la mercancía. En toda mercancía habita un corpus de “sentido” ideológico que ha sido convertido en mercancía, incluso el Trabajo ha sido convertido en mercancía y en signo. Y también las materias primas que se han convertido en mercancía, han sido tocadas por la producción hegemónica de sentido que, a su vez, también se ha convertido en mercancía. “La devaluación del mundo de los hombres”, pensaba Marx “está en proporción directa con el creciente valor del mundo de las cosas”.

Que la Semiótica no se reduzca a mercancía ella misma porque la necesitamos “emancipada” y capaz de revelar la trama ideológica que es nervadura de las mercancías bajo el capitalismo. No una semiótica para la ocultación. Si la ideología de la clase dominante se basa en adoctrinar al mundo bajo el dogma de “acumular” mucho, a bajo costo y con poca ética, acumular con base en el trabajo de otros y hacer que crean que es por su bien; nuestra Semiótica debiera ser ciencia de la producción de sentido emancipador, de sus medios y de sus modos. Semiótica que desmonte los comunes denominadores ideológicos (falsa consciencia) de las máquinas hegemónicas de producción de sentido: religión, familia, estado, derecho, educación, moral, filosofía, ciencia, arte, etcétera… impuestos por el capitalismo, porque no son más que modos especiales de la producción y reproducción del sistema sujetos a la ley general de producir plusvalía para unos pocos, cada vez más pocos y más poderosos. “Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio” Einstein.

Sabemos bien que “las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho, en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante”. Sabemos que no existe una ciencia inmune a las ideologías que la rodean. Que no hay ciencia “inmaculada”. Por eso aquí preferimos que identifique y declare sus marcos filosóficos, esta vez humanistas de nuevo género y emancipadores, en oposición al viejo método de traficar ideologías “bajo la mesa”. Necesitamos una Semiótica emancipadora que asuma su responsabilidad de dirección y de fuerza social para intervenir en el modo de producción y en las relaciones de producción del conocimiento científico, también, porque en el presente el modo de producción dominante del conocimiento científico ha sido reducido a símbolo del conocimiento-mercancía.

Es un error creer que para superar al capitalismo es suficiente con desactivar sus resortes económicos y es falso que sólo combatiendo las ideas de la clase dominante se debilita la estructura de la contradicción capital-trabajo. Necesitamos un instrumental científico que no sólo sirva para analizar, sino que, también, sirva para transformar. Ciencia incubada por la praxis dialéctica del pensamiento y la acción críticos. Ciencia emancipadora y emancipada de la dictadura del mercado. Ciencia interdisciplinaria, multidisciplinaria, trans-disciplinaria capaz de nutrirse con los problemas objetivos y producir soluciones para el corto, mediano y largo plazo. Desmontar los anti-valores del consumismo, del individualismo, de la moral burguesa basada en la hipocresía que hace pasar por filantrópica su pulsión alevosa por la plusvalía y la alienación.

Ciencia, además, que desactive la historia, el desarrollo y las consecuencias de la guerra psicológica desatada para intoxicar la mente de los pueblos con dispositivos ideológicos esclavizantes. Miedos, anti-política, odios, banalidades, vulgaridades, mentiras, complejos, adicciones…Ciencia parida por la Filosofía de la Praxis (Sánchez Vázquez). Explicación objetiva del universo, sus formas y procesos, sus enlaces internos y sus conexiones, sus acciones recíprocas y la intervención humana posible en las condiciones y medios necesarios. (Eli de Gortari). Necesitamos una Semiótica emancipada y para la emancipación, que entienda que la base económica no determina mecánicamente a la superestructura pero que son indisociables y eso importa mucho porque la vida simbólica de la sociedad, sometida a los procesos acelerados de monopolización de “medios” y de discursos, ha convertido las cabezas humanas en millones de campos de batalla. La Guerra Simbólica.

Tomado de: http://espaciomugica.com

Leer más

Federico Engels, el maestro del proletariado

Federico Engels. Dirigente y maestro del proletariado; fundó, en colaboración con Carlos Marx, la teoría marxista, la teoría del comunismo científico, la filosofía del materialismo dialéctico e histórico.

Por María del Carmen Ariet García

En contraste con la Europa de cambios constantes, en la Alemania tradicionalista de la primera mitad del siglo XIX, nace en Barmen, provincia renana, Federico Engels, el 28 de noviembre de 1820, ciudad donde transcurre la etapa de su juventud hasta 1841, fecha en que se traslada a Berlín y, como oyente de la Universidad, se acerca a los denominados jóvenes hegelianos.

Ese contacto con la Filosofía de Hegel y las posturas radicales en que la asume, marca el inicio de un proceso en el plano intelectual que marcharía en paralelo con su vínculo al activismo político cuando, por coyunturas familiares, se marcha a Manchester, Inglaterra, en 1842. Son momentos determinantes que lo van introduciendo en la vida de los obreros y definitivamente en sus luchas, hasta convertirse en un militante consecuente con los movimientos obreros, sindicalistas y comunistas de su época.

De los estudios autodidactos que había comenzado a realizar sobre la situación del proletariado y del análisis de la economía política, publica en los Anales Franco-Alemanes, «Notas críticas sobre economía política» (1844), editado por Carlos Marx durante su estancia en París. Representa una fase significativa, no solo por el contacto que tiene con Marx a su paso por París y el inicio de una entrañable amistad a lo largo de sus vidas, sino porque posee el impulso y el compromiso para actuar y crear un pensamiento capaz de propiciar los cimientos de una interpretación científica del sistema capitalista y la sociedad en que este se sustentaba.

Se ha escrito sobre la amistad y el trabajo conjunto de las obras elaboradas entre ambos, marcado por el genio creador de Carlos Marx —como lo calificara el propio Engels—. Pero muchas veces se soslaya la importancia de su pensamiento propio, que siempre se colocó por debajo de la monumental obra de su amigo. Así ha quedado plasmado en sus propios juicios personales y en incontables interpretaciones, impidiendo ver la importancia sustantiva de la obra escrita por Engels y su papel como dirigente de las agrupaciones obreras hasta su muerte.

Al primer artículo que redactara —donde elabora sus críticas al modo capitalista de producción y los fundamentos de su economía política— le sigue, al año siguiente, la publicación de «La situación de la clase obrera en Inglaterra», considerado por Lenin uno de los mejores trabajos de la literatura socialista de todos los tiempos.

Ese período, de encuentros personales y de pensamiento, es enriquecedor, tanto para Marx como para Engels, porque construyen, casi al unísono, sus trabajos La sagrada familia y La ideología alemana, los que, a juicio de Lenin, forman los cimientos del socialismo revolucionario materialista y además sus propias concepciones filosóficas.

Sentadas esas bases, se unen en común para desarrollar una activa labor política, acompañada de un enorme quehacer científico de trascendencia hasta nuestros días. Las obras escritas por ambos constituyen textos invaluables para el estudio de las fuentes originarias del marxismo y de la coherencia de su labor política. Desde la publicación del Manifiesto Comunista (1848) —como programa de la primera organización comunista internacional fundada en Londres, denominada la Liga de los Comunistas— se vislumbran los pasos a seguir acerca de cómo actuar para alcanzar las transformaciones sociopolíticas y económicas necesarias, encaminadas a una verdadera emancipación de la humanidad.

A los años de trabajo comunes se le suman las obras independientes que, en el caso particular de Engels, se acrecientan cuando, después de la muerte de Marx, acomete el ordenamiento y la redacción de la papelería contentiva de El capital, cuyos tomos II y III se debieron a su labor comprometida y sistemática. Todo ello, sin abandonar su labor política para unir al proletariado en un frente de lucha común, donde se le ve en febril actividad en las agrupaciones internacionales del trabajo, dentro del Partido socialista obrero alemán, entre otros, así como en la elaboración de textos sobre el papel de las ciencias y la evolución del hombre en su desarrollo socio-histórico.

En la síntesis de los escritos de Engels que ahora se presenta al lector —después de haberse publicado ya en Contexto Latinoamericano algunos sobre la obra de Marx o elaborados de conjunto por ambos autores— aparecen textos que permiten valorar la creatividad de su pensamiento, reafirmando la certeza, no solo de que fue el primer marxista, como se le ha denominado, sino de que su obra forma parte del andamiaje conceptual de los orígenes del marxismo. Se cumplen, para él, sus propias palabras, las que pronunciara ante la tumba de Marx: «Su nombre vivirá a través de los siglos, y también su obra».

Significativas obras científicas escritas por Federico Engels:

La situación de la clase obrera en Inglaterra

Anti-Dühring

El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado

Dialéctica de la naturaleza

Ludwing Feuerbach y el fin de la Filosofía clásica alemana

Selección de trabajos de Federico Engels:

 

Esbozo para una crítica de la economía política

Publicado por Marx en 1844, durante su estancia en París. Pertenece al periodo de juventud de Engels y fue considerado por Marx como muy sugerente para sus estudios de la economía política.

La economía política surgió como consecuencia natural de la extensión del comercio, y con ella, apareció, en su lugar, del tráfico vulgar sin ribetes de ciencia, un sistema acabado de fraude lícito, toda una ciencia sobre el modo de enriquecerse.

Esta economía política o ciencia del enriquecimiento, que brota de la envidia y la avaricia entre unos y otros mercaderes, viene al mundo trayendo en la frente el estigma del más repugnante egoísmo […].

Surge así, sobre esa base, el sistema mercantil. Bajo él, queda ya un tanto recatada la avaricia del comerciante; las naciones se acercaron un poco más, concertaron tratados de comercio y amistad, se dedicaron a comerciar las unas con las otras, y con el señuelo de mayores ganancias, se abrazaban y se hacían todas las protestas de amor imaginables. Pero, en el fondo, seguía reinando entre ellas la codicia y la avaricia de siempre […]. En estas guerras se ponía de manifiesto que en el comercio, lo mismo que en el robo, no había más ley que el derecho del más fuerte.

[…]

El siglo XVIII, el siglo de la revolución, revolucionó también la economía. Pero así como todas las revoluciones de este siglo pecaron de unilaterales y quedaron estancadas en la contradicción, así como al espiritualismo abstracto se opuso el materialismo abstracto, a la monarquía la república y al derecho divino el contrato social, vemos que tampoco nada tiene que envidiar a la antigua en cuanto a crueldad e inhumanidad […]. De ahí que la nueva economía no representara más que un progreso a medias.

[…]

¿Quiere esto decir que el sistema de Adam Smith no representara un progreso? Sin duda que lo representó, y un progreso, además, necesario. Fue necesario, en efecto, que el sistema mercantil, con sus monopolios y sus trabas comerciales, se viniera a tierra, para que pudiera revelarse con toda su fuerza las verdaderas consecuencias de la propiedad privada; fue necesario que pasara a segundo plano todas aquellas pequeñas consideraciones localistas y nacionales, para que la lucha de nuestro tiempo se generalizara y cobrara un carácter más humano.

[…]

Así, pues, en la crítica de la economía política investigaremos las categorías fundamentales, pondremos al descubierto la contradicción introducida por el sistema de la libertad comercial y sacaremos las consecuencias que se desprenden de los dos términos de la contradicción.

[…]

Al fijarme en los efectos de la maquinaria, me sale al paso otro tema, más alejado, el del sistema fabril, que no tengo ni tiempo ni ganas de tratar aquí. Confío, por los demás, en que no tardará en deparárseme la ocasión de desarrollar detenidamente la repugnante inmoralidad de este sistema y de poner de manifiesto, sin miramiento alguno, la hipocresía de los economistas que brilla aquí en todo su esplendor.

La situación de la clase obrera en Inglaterra

La presente cita fue incorporada por Engels en una edición de 1885, dentro del prefacio de la primera publicación aparecida en 1845.

[…] Cuanto mayor era la empresa industrial y cuantos más obreros ocupaba, tanto mayores eran los perjuicios que experimentaba o las dificultades comerciales con que tropezaba ante cualquier conflicto con los obreros. Por eso, con el transcurso del tiempo, apareció entre los industriales, sobre todo entre los grandes fabricantes, una nueva tendencia. Aprendieron a evitar los conflictos innecesarios y a reconocer la existencia y la fuerza de los sindicatos; por último, llegaron incluso a descubrir que las huelgas constituyen —en un momento oportuno— un excelente instrumento para sus propios fines. Así, resultó que los grandes fabricantes, que antes habían sido los instigadores de la lucha contra la clase obrera, eran ahora los primeros en predicar la paz y la armonía. Tenían para ello razones muy poderosas.

[…]

El segundo sector de obreros «protegidos» lo integran los grandes tradeuniones. Son estas organizaciones de ramas de la producción en las que trabajan única o predominantemente hombres adultos. Ni la competencia del trabajo de las mujeres y de los niños ni la de las máquinas han podido debilitar hasta ahora su fuerza organizada. Los metalúrgicos, los carpinteros y los ebanistas y los albañiles constituyen otras tantas organizaciones, cada una de las cuales es tan fuerte que puede, como ha ocurrido con los obreros de la construcción, oponerse con éxito a la introducción de la maquinaria. No cabe duda de que la situación de estos obreros ha mejorado considerablemente desde 1848, la mejor prueba de ello nos la ofrece el [hecho] que desde hace más de 15 años no solo los patrones están muy satisfechos de ellos, sino también ellos de sus patrones. Constituyen la aristocracia de la clase obrera; han logrado una posición relativamente desahogada y la consideran definitiva.

En cuanto a las grandes masas obreras, el estado de miseria e inseguridad en que viven ahora es tan malo como siempre o incluso peor. El Est End de Londres es un pantano cada vez más extenso de miseria y desesperación irremediables, de hambre en las épocas de paro y de degradación física y moral en las épocas de trabajo. Y si exceptuamos a la minoría de obreros privilegiados, la situación es la misma en las demás grandes ciudades, así como en las pequeñas y en los distritos rurales. La ley que reduce el valor de la fuerza de trabajo al precio de los medios de subsistencia necesario, y la otra ley que, por regla general, reduce su precio medio a la cantidad mínima de esos medios de subsistencia, actúan con el rigor inexorable de una máquina automática cuyos engranajes van aplastando a los obreros […].

Dialéctica de la naturaleza

Texto escrito entre 1875 y 1876. Publicado por primera vez en 1925. Viejo prólogo para el Anti-Dühring. Sobre la dialéctica.

El trabajo que el lector tiene ante sí no es, ni mucho menos, fruto de un «impulso interior». Lejos de eso, mi amigo Liebknecht puede atestiguar cuánto esfuerzo le costó convencerme de la necesidad de analizar críticamente la novísima teoría socialista del señor Dühring […].

Dos circunstancias pueden excusar el que la crítica de un sistema tan insignificante, pese a toda su jactancia, adopte unas proporciones tan extensas, impuestas por el tema mismo. Una es que esta crítica me brindaba la ocasión para desarrollar sobre un plano positivo, en los más diversos campos, mis ideas acerca de problemas que encierran hoy un interés general, científico o práctico.

[…]

El pensamiento teórico de toda época, incluyendo por tanto la nuestra, es producto histórico, que reviste formas distintas y asume, por tanto, un contenido muy distinto también, según las diferentes épocas. La ciencia del pensamiento es, por consiguiente, como todas las ciencias del desarrollo histórico del pensamiento humano. Y este tiene también su importancia, en lo que afecta a la aplicación práctica del pensamiento a los campos empíricos. La primera es que la teoría de las leyes del pensamiento no representa, ni mucho menos, esa «verdad eterna» y definitiva que el espíritu del filisteo se representa en cuanto oye pronunciar la palabra «lógica». La misma lógica formal ha sido objeto de enconadas disputas desde Aristóteles hasta nuestros días. Por lo que a la dialéctica se refiere, hasta hoy solo ha sido investigada detenidamente por dos pensadores: Aristóteles y Hegel. Y la dialéctica es, precisamente, la forma más cumplida y cabal del pensamiento para las modernas ciencias naturales, ya que es la única que nos brinda la analogía y, por tanto, el método para explicar los procesos de desarrollo de la naturaleza, para comprender, en sus rasgos generales, sus nexos y el tránsito de uno a otro campo de la investigación.

En segundo lugar, el conocimiento de la trayectoria histórica de desarrollo del pensamiento humano, de las ideas que las diferentes épocas de la historia se han formado acerca de las conexiones generales del mundo exterior, constituye también una necesidad para las ciencias naturales teóricas, ya que nos sirve de criterio para constatar las teorías por ellas formuladas.

[…]

Corresponde a Marx —frente a los gruñones, petulantes y mediocres epígonos que hoy ponen cátedra en la «Alemania culta»— el mérito de haber destacado de nuevo, adelantándose a todos los demás, el relegado método dialéctico, el entronque de su pensamiento con la dialéctica hegeliana y las diferencias que le separan de esta, a la par que en El capital aplicaba este método a los hechos de una ciencia empírica, la economía política. Para comprender el triunfo que esto representa basta fijarse en que, inclusive en Alemania, no acierta la nueva escuela económica a remontarse por sobre el vulgar librecambismo más que plagiando a Marx —no pocas veces con tergiversaciones—, so pretexto de criticarlo.

En la dialéctica hegeliana reina la misma inversión de todas las conexiones reales que en las demás ramificaciones del sistema de Hegel. Pero, como dice Marx:

El hecho de que la dialéctica sufra en manos de hegeliana mistificación, no obsta para que este filósofo fuese el primero que supo exponer de un modo amplio y consciente sus formas generales de movimiento. Lo que ocurre es que la dialéctica aparece, en él, invertida, puesta de cabeza. No hay más que darle la vuelta, mejor dicho, ponerla de pie, y enseguida se descubre bajo la corteza mística la semilla racional.

Ludwing Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana

Escrito y publicado en 1886 en la revista Neue Zeit (Tiempos Nuevos).

I

La tesis de que todo lo real es racional se resuelve, siguiendo todas las reglas del método discursivo hegeliano, en esta otra: todo lo que existe merece perecer.

Y en esto precisamente estriba la verdadera significación y el carácter de la filosofía hegeliana —a la que habremos de limitarnos aquí, como remate de todo el movimiento filosófico iniciado con Kant—, en que daba al traste para siempre con el carácter definitivo de todos los resultados del pensamiento y de la acción del hombre. En Hegel, la verdad que trataba de conocer la filosofía no era ya una colección de tesis dogmáticas fijas que, una vez encontradas, solo haya que aprenderse de memoria; ahora, la verdad residía en el proceso mismo del conocer, en la larga trayectoria histórica de la ciencia, que, desde las etapas inferiores, se remonta a fases cada vez más altas de conocimiento, pero sin llegar jamás, por el descubrimiento de una llamada verdad absoluta, a un punto en que ya no puede seguir avanzando, en que solo le resta cruzarse de brazos y sentarse a admirar la verdad absoluta conquistada. Y lo mismo que en el terreno de la filosofía, en los demás campos del conocimiento y en el de la actuación práctica. La historia, al igual que el conocimiento, no puede encontrar jamás su remate definitivo en un estado ideal perfecto de la humanidad; una sociedad perfecta, un Estado perfecto, son cosas que solo pueden existir en la imaginación; por el contrario todos los estadios históricos que se suceden no son más que otras tantas fases transitorias en el proceso infinito de desarrollo de la sociedad humana, desde lo inferior a lo superior. Todas las fases son necesarias, y por tanto, legítimas para la época y para las condiciones que las engendran; pero todas caducan y pierden su razón de ser, al surgir condiciones nuevas y superiores, que van madurando poco a poco en su propio seno; tienen que ceder el paso a otra fase más alta, a la que también llegará, en su día, la hora de caducar y perecer.

[…]

Personalmente, Hegel parecía más bien inclinarse en conjunto —pese a las explosiones de cólera revolucionaria bastante frecuente en sus obras— del lado conservador; no en vano su sistema le había costado harto más «duro trabajo discursivo» que su método.

[…]

Fue entonces cuando apareció La esencia del cristianismo, de Feuerbach. Esta obra pulverizó de golpe la contradicción, restaurando de nuevo en el trono, sin más ambages, al materialismo. La naturaleza existe independientemente de toda la filosofía; es la base sobre la que crecieron y se desarrollaron los hombres, que son también, de suyo, productos naturales […].

II

El gran problema cardinal de toda la filosofía, especialmente de la moderna, es el problema de la relación entre el pensar y el ser. Desde los tiempos remotísimos, en que el hombre, sumido todavía en la mayor ignorancia acerca de su organismo y excitado por las imágenes de los sueños, dio en creer que sus pensamientos y sus sensaciones no eran funciones de su cuerpo, sino de un alma especial, que moraba en su cuerpo y lo abandonaba al morir; desde aquellos tiempos, el hombre tuvo forzosamente que reflexionar acerca de las relaciones de esta alma con el mundo exterior.

El problema de la relación entre el pensar y el ser, problema que, por lo demás, tuvo también gran importancia entre los escolásticos de la Edad Media; el problema de saber qué es lo primario, si el espíritu o la naturaleza, ese problema revestía, frente a la Iglesia, la forma agudizada siguiente: ¿el mundo fue creado por Dios o existe desde toda una eternidad?

[…]

Pero el problema de la relación entre el pensar y el ser encierra, además, otro aspecto a saber, ¿qué relación guardan nuestros pensamientos acerca del mundo que nos rodea con este mismo mundo? ¿Es nuestro pensamiento capaz de conocer el mundo real; podemos nosotros, en nuestras ideas y conceptos acerca del mundo real, formarnos una imagen refleja exacta de la realidad? En el lenguaje filosófico esta pregunta se conoce con el nombre de problema de la identidad entre el pensar y el ser, y es contestada afirmativamente por la gran mayoría de los filósofos […].

Pero al lado de estos, hay otra serie de filósofos que niegan la posibilidad de conocer el mundo o por lo menos de conocerlo de un modo completo.

[…]

La trayectoria de Feuerbach es la de un hegeliano —no del todo ortodoxo, ciertamente—, que marcha hacia el materialismo; trayectoria que, al llegar a una determinada fase, supone una ruptura total con el sistema idealista de su predecesor.

[…]

Feuerbach tiene toda la razón cuando dice que el materialismo puramente materialista es el «cimiento sobre el que descansa el edificio del saber humano, pero no el edificio mismo». En efecto, el hombre no vive solamente en la naturaleza, sino que vive también en la sociedad humana, y esta posee igualmente su historia evolutiva y su ciencia, ni más ni menos que la naturaleza. Se trataba, pues, de poner en armonía con la base materialista, reconstruyéndola sobre ella, la ciencia de la sociedad; es decir, el conjunto de las llamadas ciencias históricas y filosóficas. Pero esto no le fue dado a Feuerbach hacerlo […].

III

[…]

Pero el paso que Feuerbach no dio, había que darlo; había que sustituir el culto abstracto, médula de la nueva religión feuerbachiana, por la ciencia del hombre real y de su desenvolvimiento histórico. Este desarrollo de las posiciones feuerbachianas superando a Feuerbach fue iniciado por Marx en 1845, con La sagrada familia.

IV

[…]

Con la descomposición de la escuela hegeliana brotó además otra corriente, la única que ha dado verdaderos frutos, y esta corriente va asociada primordialmente al nombre de Marx.

Discurso ante la tumba de Marx

Pronunciado en el cementerio de Highgate, Londres, el 17 de marzo de 1883.

El 14 de marzo, a las tres menos cuarto de la tarde, dejó de pensar el más grande pensador de nuestros días.

[…]

Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el hecho, tan sencillo, pero oculto hasta él bajo la maleza ideológica, de que el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte religión, etc., que por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos, materiales, y por consiguiente, la correspondencia fase económica de desarrollo de un pueblo o de una época es la base a partir de la cual se han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces se había venido haciendo.

Pero no es solo eso. Marx descubrió también la ley específica que mueve el actual modo de producción capitalista y la sociedad burguesa creada por él. El descubrimiento de la plusvalía iluminó de pronto estos problemas, mientras que todas las investigaciones anteriores, tanto las de los economistas burgueses como las de los críticos socialistas, habían vagado en las tinieblas.

Dos descubrimientos como estos debían bastar para una vida. Quien tenga la suerte de hacer tan solo un descubrimiento así, ya puede considerarse feliz. Pero no hubo un solo campo que Marx no sometiese a investigación…

Tal era el hombre de ciencia. Pero no era, ni con mucho, la mitad del hombre. Para Marx, la ciencia era una fuente histórica motriz, una fuerza revolucionaria […]. Por eso seguía al detalle la marcha de los descubrimientos realizados […].

Pues Marx, era, ante todo, un revolucionario. Cooperar, de este o del otro modo, al derrocamiento de la sociedad capitalista y de sus instituciones políticas creadas por ella, contribuir a la emancipación del proletariado moderno, a quien él había infundido por primera vez la conciencia de su propia situación y de sus necesidades, la conciencia de las condiciones de su emancipación: tal era la verdadera misión de su vida.

De la Correspondencia

De Engels a J. Bloch. Londres, 21 de septiembre de 1890.

Según la concepción materialista, el elemento determinante de la historia en última instancia es la producción y la reproducción en la vida real.

[…]

Marx y yo tenemos en parte la culpa de que los jóvenes escritores le atribuyan a veces al aspecto económico mayor importancia que la debida. Tuvimos que subrayar este principio fundamental frente a nuestros adversarios, quienes lo negaban, y no siempre tuvimos tiempo, lugar ni oportunidad de hacer justicia a los demás elementos participantes en la interacción […]. Y no puedo librar de este reproche a muchos de los más recientes «marxistas», porque también de este lado han salido las basuras más asombrosas.

De Engels a Mehring. Londres, 14 de julio de 1893.

Usted ha descrito en forma excelente los puntos capitales, y de manera convincente para cualquier persona sin prejuicios. Si encuentro algo que objetar es que usted me atribuye más crédito del que merezco, aun si tengo en cuenta todo lo que —con el tiempo— posiblemente podría haber descubierto por mí mismo, pero Marx, con su cop´doil (golpe de vista) más rápido y su visión más amplia, descubrió mucho más rápidamente. Cuando se tiene la suerte de trabajar durante 40 años con un hombre como Marx, generalmente no se le reconoce a uno en vida lo que se merece […].

Tomado de: http://www.contextolatinoamericano.com

Leer más