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El Club Antiglobalista: Hablemos, nuevamente, sobre el totalitarismo de George Soros

George Soros, desde la década de 1980, lidera un proceso global conocido como la oenegización de la política

Por Mauricio Escuela @MauricioEscuela

La primera visita que reciben los gobiernos recién electos en Europa ya no pertenece al FMI o el Banco Mundial, sino a George Soros. En América sucede otro tanto. Lo que antes funcionaba a través de organismos internacionales, que eran supuestamente responsables de asesorar las nuevas políticas económicas, ahora se trasmuta en un falso filantropismo envestido de “inclusión”.

La finalidad es imponer un visionaje único a nivel global, uno que deje pocas alternativas. Los objetivos del capital financiero, esos que le permitirán sobrevivir a su crisis, pasan por mundializar una manera de hacer, un tipo determinado de consumo y una cultura de la univocidad. Transitamos por una era en la cual, desde 2008, hay un agravamiento de los conflictos entre un capital cuya filosofía es el crecimiento infinito y un terreno de recursos finitos (planeta). Los amos del mundo saben que una recesión es más o menos inevitable y que su poder será afectado, así que realizan un control de daños, sobre todo disminuyendo la población.

Desde 1989 se conoce el Informe Kissinger de la CIA, un panfleto que Estados Unidos puso en práctica desde mediados del siglo XX, que declaraba la necesidad de disminuir el ritmo demográfico de los países, porque solo así se podría mantener la eficacia del sistema. Es obvio que tal meta pasa por la unificación de modos de vida y culturas. George Soros, desde la década de 1980, lidera un proceso global conocido como la oenegización de la política, o sea traspasar el poder a organizaciones no gubernamentales en manos de grandes fortunas, las cuales no son fiscalizadas ni por gobiernos ni por organismos, a cuya sombra se pueden hacer maniobras ilimitadas. El creciente control que la Open Society Foundation posee sobre Europa y su influencia en América, así como el lobbismo que es capaz de ejercer en el congreso de los Estados Unidos, la hacen hábil para establecer las mismas metas a muchas instancias.

La uniformidad en la vida es la meta de Soros, borrar las distinciones y las fronteras, para imponer un súper capitalismo donde el movimiento de activos financieros y mercancías no choque con las aduanas o el proteccionismo estatal. Por supuesto, un sistema así destruiría no pocas naciones en cuanto a niveles de consumo, aplastando las industrias y generando precariedad y desempleo. La solución que Soros propugna ante esa crisis es matar a los pobres antes de que nazcan.

Un desgobierno mundial globalista crearía una inconformidad tal, que las sublevaciones y la revolución serían casi inevitables. De ahí que se combata a los desposeídos desde el vientre. Se conoce de campañas de esterilización forzosa a mujeres en las zonas selváticas de América, sobre todo en Perú en tiempos de Fujimori. También en África. Pero sin dudas la lucha por el aborto, que financia Soros, persigue precisamente otro objetivo que no es el bienestar de la mujer. En la mayoría de los países donde la agenda globalista se instauró en el gobierno se hace patente el decrecimiento demográfico. Un experimento que ya se impuso en Europa. Y es que este nuevo orden va a destruir también los amplios tejidos de la clase media, los cuales se nutren de formas de empleo que desaparecen ante el creciente proceso de automatización de la industria mediante la inteligencia artificial. Es famoso el slogan del Foro Económico de Davos acerca de cómo viviremos en 2030: no tendremos nada y estaremos alegres. ¿Recuerdan la distopía de Aldous Huxley Un mundo feliz? Algo así parece fomentarse en los oscuros pasillos donde se reúne esta élite que sabe que se acaba el tiempo para renovar la faz del sistema.

En los últimos meses, la dependencia de los gobiernos hacia los organismos financieros aumentó. También, la influencia de Soros, quien condiciona los préstamos a cambio de favores políticos, lo cual ha hecho que se aprueben políticas tendentes a imponer la llamada sociedad abierta. No solo se hace patente la dictadura globalista en el orden bancario, sino también en lo mediático. Ahí están los sitios de chequeo de datos en Internet, que imponen una cultura de la cancelación a través de supuestos desmentidos hacia aquellas ideas que le son incómodas al magnate. Se ha demostrado que casi todos sirven a los intereses de la Open Society Foundation, la cual se declara hipócritamente defensora de la “libertad de expresión”. Y es que expresarse crítico de la idea de la sociedad abierta ya te depara el término de autoritario. Por ello existen gobiernos perseguidos por instancias poderosas, a los cuales se le generan oleadas de odio, de rechazo mediático y de cancelación, como por ejemplo a Putin. La oenegización de la política en manos de Soros ha impuesto una mafia chantajista a nivel global, contra la cual prácticamente nada ha podido, pues reúne todo un conglomerado de intereses puestos en función de eliminar libertades y derechos.

Klaus Schwab, el director del Foro Económico Mundial, globalista por excelencia, acaba de decir en su libro sobre la pandemia que la normalidad no regresará jamás. Además, aseguró que las condiciones de cuarentena fueron favorables a los poderes corporativos para imponer condiciones que, en tiempos normales, los Estados y la gente no aceptarían. Esto último se tradujo en un recorte sustancial de la democracia. El cinismo no puede ser más elocuente. Lo cierto es que, gracias a la Covid 19, tanto Soros como el resto del centro del capital financiero, han logrado implementar una dinámica de presiones y de lobbies allí donde antes existía Estado de derecho y más o menos legalidad. Se aprueban leyes por paquetazo sin que sean votadas en referendo, se imponen agendas ideológicas mediante los canales masivos de comunicación y se financian partidos y candidatos.

La respuesta de quienes defienden a Soros es ridícula: dicen que se trata de un anciano bondadoso, preocupado por las minorías, que por su propio riesgo y voluntad decidió poner la fortuna en esas causas. En otras palabras, se nos pide que creamos en el capitalismo y sus mesías “salvadores”. Todo lo que se oponga a esa visión es teoría de la conspiración o bulo y ahí están los sitios de chequeo de datos (pagados por Soros) para confirmarlo. Muy objetivo, muy neutral todo. Es como Bill Gates, quien se ha beneficiado del mercado de vacunas más que nadie y aún quiere que creamos que sus “predicciones” en torno a la pandemia son fruto de su supuesta genialidad como ser humano que está por encima del resto del rebaño y es capaz de ver más allá. Quien piense que el poder no está detrás de cada jugada mediática y que existe un azar ahí donde hay ganancia económica, califica por lo menos de ingenuo o de funcional a estos planes.

Nancy Pelossi, presidenta de la cámara estadounidense, ha ganado millonarias cifras en la bolsa durante la pandemia. ¿Cómo lo logra?, con información privilegiada, cosa que se nos veda al resto de los mortales. Eso la hace apostar a tiempo por determinados productos, que sabe que subirán de precio. Y así sucede con las crisis, que pueden crearse a ex profeso para generar ganancia para un pequeño grupo. Soros en persona es un maestro de dicho método y ha tirado abajo literalmente economías enteras, como sucedió en 1992 con el Banco de Inglaterra, cuando apostó contra la libra esterlina. El capital financiero se diferencia del industrial en que no requiere de un producto, no genera bienes ni servicios, sino que funciona como una cábala en la cual un grupito de accionistas usa su poder e información para controlar los picos de mercado. Desgraciadamente, la oenegización de la política a partir de la imposición de la Open Society como organismo ultra poderoso, abre las puertas para que estos mecanismos se mundialicen mucho más, colocando todos los recursos de los países en manos de los especuladores.

El mundo tiene que entender a George Soros y los entresijos del poder inteligente del capital, luchar contra sus madejas y ser capaz de crear una contracultura ante el globalismo. De lo contrario, ese ser humano vacío será el producto ovejuno y sumiso que habitará el planeta, para beneplácito de lo que ya viene configurándose como un nuevo orden mundial. Más que teoría de la conspiración, el poder de estas agencias de ingeniería de masas es una maquinaria efectiva de dominación y control, capaz de establecer pautas de comportamiento y paradigmas culturales hegemónicos. La intelectualidad orgánica al globalismo la tenemos en nuestros ordenadores y celulares. ¿O creeremos en las “bondades” de Zuckerberg? Millones de datos, de interioridades, pasan a integrar el universo de poder de estas elites sin que lo sepamos. Nuestras vidas, segundo a segundo, son registradas y luego van a manos de programadores que diseñan algoritmos y líneas de mensajes. Ya existe la capacidad tecnológica para ejercer una dictadura peor que la de los libros de Orwell y Huxley, pero la anestesia mediática nos impide verlo.

Quizás el siglo XXI entrañe la creación de un nuevo sistema global, pero no pinta que será más justo. Hasta ahora, se nos venden ideas como la “inclusión” o la “sostenibilidad”, pero hay que recordar cuántas veces el propio capitalismo alzó como banderas otras tantas palabras hermosas (libertad, igualdad, fraternidad), que terminaron siendo sus opuestos. Creer en la propaganda, tragarla acríticamente, nos hace también en parte funcionales a la nueva hegemonía y convierte cualquier conato de lucha en ejercicio estéril. Un mundo despoblado no es necesariamente mejor, sino solo más fácil de dominar, con mayores recursos para la élite y sobre todo con inmensas cantidades de seres humanos muertos y cuyas identidades culturales y costumbres habrán desaparecido.

El mito de la caverna de uno de los diálogos de Platón nos dibuja una metáfora que se aviene en cuestiones de globalismo: mientras estamos alelados por las sombras, no nos atrevemos a adentrarnos en la gruta donde arde el fuego que quema, pero que permite visualizar con claridad lo que sucede. Así hemos estado como humanidad, creyendo en ideas cuya esencia solo favorece a minorías privilegiadas. Urge no solo esa contracultura que confronte, sino la valentía que ponga en práctica un plan de acciones. Solo la verdad dolorosa salva y liberta. Tal es la verdadera y única alternativa.

Tomado de: Cuba Sí

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Woody Allen siempre neurótico e iluminado

Woody Allen, cineasta estadounidense Foto: Universo la Maga

Por Mauricio Escuela @MauricioEscuela

Woody Allen es un autor de piezas literarias que caen en las manos de los productores para convertirse en filmes. La presencia de los temas clásicos de connotaciones mitológicas transforma a este genio en una figura fuera de una época liviana que se distingue por la banalidad, la hipocresía moral y la cancelación de discursos trascendentes. Esta alusión al carácter puramente textual de las películas de Allen ha sido descrita por la crítica como un defecto a la vez que una virtud. El creador no halla otra forma de expresarse que mediante elucubraciones filosóficas en las cuales lo autobiográfico y el cuestionamiento irónico son las marcas de un trasfondo serio, el de la obra de arte concebida para una eternidad y no como un mero objeto comercial.

Tan fuera de época está Woody que no comprende que el tema del genio —muy cercano al del héroe— cede espacio en las cadenas de los grandes medios y en las academias y redes sociales ante la permanencia del hombre masa, tal y como lo describió Ortega y Gasset. Es que el cineasta pertenece a los días de radio, así lo dijo en uno de sus filmes más memorables, tiempos en los cuales lo común era desarrollar la imaginación junto a un aparato sugerente, especie de teatro invisible que irrumpía en medio de la soledad humana. Allen pertenece al New York ya perdido de la cultura judía y la erudición, esa ciudad intelectual que hunde sus raíces en el cosmopolitismo y la libertad de poder criticar cualquier cosa. Entonces era lícito abordar diversos discursos a través del pastiche paródico. En el filme Love and Death —homenaje y a la vez burla de La Guerra y la Paz de Tolstoi— un atribulado Woody encarna a un ruso que recita pasajes de Spinoza de memoria, intenta asesinar a Napoleón y termina siendo fusilado a pesar de las manifestaciones de Dios, quien le prometió que viviría. Este nivel de desacralización de todo lo sagrado y de todo lo inmanente e intocable, define la iconoclasia del artista, siempre presto a destronar paradigmas. Una cualidad que solo se podía desarrollar a través de la más amplia libertad, desde el desprejuicio, la destrucción de dogmas y el abordaje de temas espinosos. En un mismo filme, Woody se burla de la escolástica, de la ilustración y de la modernidad.

El tema del genio nos acompaña desde lo antiguo. Según queda constatado en la tragedia griega y en los estudios de Aristóteles al respecto, debe haber un equilibrio entre lo divino y lo humano para que se mantenga la presencia de este semidiós, de lo contrario se produce la caída. Este sentido dramático, en su más extensa acepción, abarca casi todo el arte, siendo central en las piezas de Shakespeare por ejemplo —Hamlet deberá atenerse a un equilibro entre lo sobrehumano encarnado por la voluntad del fantasma de su padre y las exigencias mundanales de la carne que representa la bella Ofelia; Romeo y Julieta viven la tensión que se establece entre su amor jurado como eterno ante Dios y las miserias cotidianas de las dos familias enfrentadas. La gran trama universal se nutre de ese nudo a punto de romperse que también da vida a la obra de Woody. Solo que, en el caso del cineasta, todo acontece de manera paródica y el antihéroe se burla de sí mismo y busca una vía no convencional para evitar la caída o para salir de la peripecia que lo lanza temporalmente al abismo.

El antihéroe armoniza una postura posmoderna ante el tema del genio. En realidad, la propia vida de Woody se pudiera remarcar en la tensión surgida entre el cine —visto como arte inmortal— y los fugaces amores del artista, que a menudo sirven de combustible, de materia para el proceso creativo. Se sabe que el romance con Diane Keaton dio paso Annie Hall, considerada como de las mejores comedias en la historia. El antihéroe quiso erotizar sus fracasos con las mujeres, dándole mediante el arte una salida triunfal, conducente a un éxito raro y casi efímero. Ese aire de perdedor que anega los filmes, que abarrota los diálogos, en realidad se refiere a la neurosis de quien busca un aliento nuevo para viejos dilemas existenciales. ¿Cuánto hay de divino en la derrota y de humano y transitorio en la victoria? Casi todos los personajes de Woody se debaten en una especie de teatro, mediante monólogos consigo mismos, se distancian de la escena, la miran con cariz crítico, dictan juicios que jamás son concluyentes. Quien espere una tesis acabada, un dogma que siente cátedra, estará equivocado de autor. En La rueda de la maravilla, Ginny es una mujer a punto de cumplir 40 años, que se mueve entre su anhelo de ser actriz y su día a día como mesera de un restaurante en una feria de diversiones. La llegada de un joven apuesto trastoca su vida y la lleva a ser cómplice de un asesinato, pues quedó roto el equilibrio y sobrevino la caída, la tragedia, el tema del genio cuya naturaleza intensa lleva a los excesos. La cólera de Ginny la deshace, la conduce a un final precipitado en el cual pierde todo. Cada paso deforma el carácter antes apacible y va hacia un punto distinto, una geografía dramática, grotesca. Pareciera que Woody nos advierte que el exceso es inevitable y también el descenso a los avernos y las oquedades de la existencia, en las cuales se disuelven las cualidades humanas y se adquiere otra naturaleza.

Se ha dicho que al cineasta hay que cancelarlo, mediante determinados prejuicios y acusaciones que hasta el momento carecen de sustentación judicial. En realidad, pesa —sobre la obra de este hombre— la mediocridad de un tiempo como el de ahora, en el cual se juzga hipócritamente y se tacha a quien brilla, se le niega la entrada y se le hunde en la ignominia. Woody Allen no es Roman Polanski, ni su caso tiene verificación factual alguna sobre la que concluir una tesis y de allí una condena en firme. Pudiera decirse que, como ser concreto posee defectos, pero no suficientes para silenciar un discurso potente y que enfoca cuestiones medulares que nos mueven hacia el pensamiento y la visión trágica. En verdad hay en este tema lo mismo que en todo lo demás: el antihéroe se manifiesta tenso entre la fama y la vida privada como los polos de un ser único, hecho para la disquisición filosófica y no para el cotorreo farfullante de los medios. A Woody se le quiere imponer la banalidad, la censura que nada aporta y eso tiene un efecto colateral y pernicioso hacia la creación. La represión paraliza, mata el eros del artista, impone la pulsión de muerte y da paso al mediocre.

Woody Allen es un autor textual, que hilvana discursos literarios. Se distancia de otros cineastas “de raza” como Martin Scorsese. En un film colectivo donde ambos coincidieron, el primero improvisó y dejó libres a los productores, mientras que el segundo planificaba milimétricamente. El arte del caos define la esencia de las escenas, como esa famosa en la cual una señora mayor desde los cielos de New York persigue al antihéroe y lo trata como su bebé malcriado. El espectáculo risible ocurre delante de todos, poniendo en tela de juicio ideas en torno a lo privado, la familia, lo moral y la educación. Solo alguien con el tono genial de Woody podría lidiar con una tesis estética así. Sustentar el cine no solo es hacerlo, sino plasmarlo desde el guion, desde la literalidad.

Dijo Kant que el genio está relacionado con lo noúmeno, o sea, aquella razón a la cual no se accede, sino que queda oculta más allá de la experiencia humana. No se puede conocer el intríngulis que define esa naturaleza que se halla por fuera de lo común y que parece exorbitante, excesiva y a veces sin equilibrio. Pensar en el matiz neurótico de Woody y sus obras nos conduce a un estadío de conciencia en el cual lo inaccesible se muestra, surge ante el espectador en forma de parodia. El genio, un antihéroe, evita la racionalidad porque sus acciones no se mueven por ese camino. Incluso, si bien los juicios son equilibrados, hay una tensión entre el deber ser y el ser que rompe cualquier conformismo con el discurso imperante y recrea una posible nueva realidad. En El hombre irracional, el protagonista es un profesor de filosofía que se siente vacío y que asesina a un juez para hallar una causa heroica que le dé sentido. En este caso, la transformación del hombre masa en el héroe lo condena, lo aparta y lo reduce. ¿Puede leerse en esta clave la propia vida —dramas acusatorios incluidos— de Woody? El eros y la muerte en los extremos del camino del genio marcan una caída estrepitosa pero bella, que hace las maravillas de un cine jamás superficial.

El sentido trágico impone estas lógicas: el ascenso como búsqueda y la caída como hallazgo. La vida en los extremos hace que el punto medio sea casi imposible de alcanzar. El desmesurado placer de Woody Allen está en esa soga a poco de romperse y que, sin embargo, nos causa una sonrisa. El genio no transita comercialmente por los escenarios, sino que debe hacerlo desde la visceralidad, la contradicción y el entramado de la existencia humana. No se puede renunciar a un episodio tan auténtico y explícito. Habrá que encontrar al artista más allá del marasmo, al genio luego de la caída, al creador en medio de la destrucción. El cineasta queda, por ahora, en un escenario de fama y ruidos, de brillantez y oscuridades. Allí está —siempre neurótico— iluminado por un foco que lo reduce y lo resalta, en ese tenso devenir entre lo humano y lo trascendente.

Tomado de: La Jiribilla

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El Club Antiglobalista: Hacia el metaverso, hacia la dictadura electrónica universal

Por Mauricio Escuela

“La ley es una de las fuentes de injerencia en la libertad de las personas”.

Rubens RR Casara (Estado Postdemocrático, neoliberalismo y gestión de los indeseables)

El globalismo es un término usado para denominar el orden que acompaña al mundo desde la Segunda Guerra Mundial, caracterizado por la Conferencia de Yalta y la derivación de un sistema mundo del capitalismo que se compone por organismos financieros, políticos, económicos y sociales, así como por tratados que legitiman la visión liberal burguesa de la política. Desde la década de los años 1980, la agenda globalista se vinculó al experimento neoliberal de Margaret Thatcher en Inglaterra y Ronald Reagan en los Estados Unidos y a partir de 1991 se internacionalizó como “fin de la historia” y “única visión posible” de la política.

No obstante, desde mucho antes, como aseguran los politólogos Michael Hartd y Toni Negri, se ha venido conformando una entidad descentralizada, el Imperio, que tiene sus raíces en el gran capital y los comandos globales que se aplican en la política y que se mueven al ritmo del flujo de dinero. La financiarización de la toma de decisiones tiene una pieza de toque a partir de que se impone un corporativismo post industrial, post moderno, irracionalista y post democrático cuyo fin no será ya la libertad en términos del liberalismo clásico, sino un nuevo orden de control de masas. Desde las décadas del 60 y el 70 del siglo XX, numerosos experimentos se consagraban a este fin, entre ellos el MK ULTRA de la CIA, una especie de escuela en la cual se ensayaron todas las maneras posibles para hackear la mente humana y llevarla a la sumisión.

La chispa del pensamiento ha sido y es la principal enemiga de los gobiernos, las corporaciones y los poderosos. Se trata del único terreno en el cual existe de alguna manera la libertad de cuestionar, de rebelarse. Y allí reside el principal peligro que deberá enfrentar cualquier orden. Las redes sociales, con su lógica de vigilancia y control, son el punto máximo que alcanza la aspiración del  Imperio para establecer comandos globales que dominen la política hasta el punto de tornar innecesarias las leyes.

En las más recientes revelaciones acerca de las interioridades de Facebook no solo trascendieron los daños a los niños y los adolescentes, sino el hecho de que la plataforma es de por sí ya un Estado trasnacional que abarca la totalidad de un poder globalista, con su propia moneda y con normas muy particulares y anti democráticas. Las redes han roto el viejo pacto y cuestionan a los Estados, siendo su accionar un elemento determinante en el ascenso de los poderes políticos o la destrucción de determinadas agendas enemigas del Pentágono. Y es que no resulta casual que las páginas que censura esta red apunten directamente en contra de los intereses del Estado Profundo norteamericano. Facebook no denuncia ni condena el discurso de odio, sino aquello que los odie a ellos. En esta línea, en 2017, el propio Mark Zuckerberg habría ideado maniobrar entre demócratas y republicanos para tomar el poder presidencial de los Estados Unidos, quizás con la anuencia de la clase política y del sector empresarial financiero que lo aúpa en estas operaciones y que lo tienen como rostro visible.

Como bien se ha dicho, el Imperio, como entidad descentrada, tiene contradicciones y Zuckerberg debió comparecer en público tras las revelaciones de una ex empleada, pero eso no quiere decir que la compañía vaya a cerrarse. La propia mujer declaró que ella misma creía en Facebook y su capacidad de reforma, por lo cual vemos cómo se le abre una brecha a la red social a partir de la cual siga existiendo como pieza funcional a los intereses globales y geopolíticos del tablero.

De hecho, Facebook integra junto a otros gigantes anglosajones de las tecnologías, un consorcio avalado por la OTAN, que tiene la capacidad de banear, de oscurecer en los motores de búsquedas, a aquellos portales que contradigan las versiones oficiales del Imperio. De esta manera, adelantos de la modernidad como la libertad de expresión –presentes en la Primera Enmienda de la Constitución Norteamericana– son eliminados de la praxis política, lo cual constituye in procedimiento arbitrario de flexibilización del derecho y por ende un elemento más que demuestra el carácter post democrático de este orden que viene surgiendo. Con el poder irrestricto que tiene el corporativismo, se prevé que se sustituya a los Estados y se cree un sistema nuevo, quizás basado en la posesión de datos, lo cual cambiaría no solo la política sino incluso la configuración de la vida humana tal y como hoy existe. La pandemia de la Covid 19, de hecho, contribuye a este fenómeno, pues ha financiarizado aún más la economía, encareciendo todos los productos, dando paso a especulaciones bursátiles y aumentando la dependencia hacia las plataformas virtuales. Si se sigue una lógica bastante elemental, puede decirse que el virus fue un catalizador que les permitió a los globalistas hacer en un año y algo todos los cambios que sus empresas requieren dentro del mercado y que hubiesen tardado décadas debido a la resistencia de la política y de la gente.

El orden económico no solo destruye la ecología planetaria, sino que aplasta la política y elimina derechos. Ya no puede hablarse de un sistema de libertades, sino de un empresariado oligopólico cuyo control monopolista pasa por encima de cualquier poder que puedan detentar las multitudes. El Estado que es ya Facebook sirve de posición de privilegio para modelar el nuevo orden del futuro, a partir de la eliminación de la política y el surgimiento de nuevos entornos legales.

El Metaverso

La nueva propuesta de Zuckerberg es crear un mundo alterno, paralelo, en el cual se haga exactamente lo mismo que en este, pero bajo otras reglas: las de Facebook. Literalmente se va a sustituir una vida real por una virtual. Es el primer paso para lo que los ideólogos transhumanistas llaman la vida del post humano, o sea existir eternamente en un universo digital, donde todo se mueve gracias a algoritmos. Aunque aún este proyecto está comenzando, ya desde hace años las grandes empresas lo tienen en mente. Google por ejemplo posee su propia versión de metaverso y en un futuro todas estas corporaciones integrarán una misma plataforma. De tal manera, sin que se trate de un delirio ni de ciencia ficción, esta realidad de carne y hueso dejará de ser importante. En la propuesta post democrática y arbitraria de Facebook y su sistema de censuras y bloqueos ya podemos intuir cómo sería este nuevo mundo electrónico en el cual se nos invita a vivir como civilización.

Y es que hay algo que no hemos entendido: la naturaleza del capital es exactamente esta: expandirse y controlar. Lo hizo cuando la invención de la imprenta y el establecimiento de un Estado moderno de derecho y lo mismo sucede hoy con las redes sociales. No se trata solo de tecnologías y empresas, sino de un cambio civilizatorio, en el cual el teletrabajo, la robótica y la convergencia entre diversas máquinas e inteligencias artificiales hacen que sobre mano de obra y sea necesario reconfigurar el mercado. El capitalismo de partes interesadas, impulsado por la agenda 20/30 de Naciones Unidas y por el Foro Económico Mundial de Davos, propende a un orden global financiero donde predominen la informatización y la automatización de la vida. En dicho cambio son necesarios transhumanos y post humanos, cuyos cuerpos, habilidades y vidas giren en torno al sistema de producción y reproducción del capital vigente.

Tal es el trasfondo del lanzamiento de Meta, la variante de Facebook que impulsa Zuckerberg tras el escándalo que expuso los desmanes de su compañía: más control, mayor dependencia de la gente y por ende el inicio de una manera de hacer política en la cual la humanidad sufrirá transformaciones en su propia naturaleza. El proceso no es ni bueno ni malo en sí mismo, aunque se mueve según los intereses de una élite interesada en maximizar su ganancia.

¿Qué pasará con la vieja política?

Los partidos dejaron de ser importantes como forma de aglutinar a la gente y de ejercer hegemonía social, de hecho se puede decir que están en crisis. Las contradicciones se están resolviendo en las redes a partir de quién posee el poder sobre las corporaciones y se hace escuchar más alto. La política tradicional no podrá con eso y solo le queda adaptarse, tratar de sobrevivir y de cambiar su forma. Figuras como el propio Trump fueron relegadas en su momento a través de los comandos de las redes sociales, lo cual ya es un indicador de cómo quedará el mundo tras el nuevo orden que se nos avecina en los próximos años. La máxima es: o te adaptas o desapareces.

Por ahora el puntal de todo esto es Facebook, pero con el inicio del Metaverso podemos esperar muchas sorpresas. Algo sí resulta bastante seguro: no hay vuelta atrás, el viejo mundo tal y como se conoció antes de la pandemia no volverá. En ese sentido, también los comandos de las redes nos envían un claro e incontestable mensaje.

Tomado de: Cuba Sí

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El Club Antiglobalista: Pandora Papers, chantaje y control social

Fadi Abou Hassan (Noruega)

Por Mauricio Escuela

La más reciente filtración de documentos comprometedores -más de 12 millones de papeles- implica un sesgo geopolítico que va más allá del análisis acerca de la corrupción y el lavado de dinero. ¿Qué peso tiene en medio de la pandemia del coronavirus la filtración Pandora Papers, realizada por el Consorcio Internacional de Periodistas? Por sus dimensiones, se trata de la investigación más ambiciosa, profunda y detallada de la historia, en la cual participaron varios medios globales y fueron señalados más de 330 políticos con tratos secretos y dinero lavado en más de 90 países. La demostración de poder de los medios mainstream pone en jaque a la política tradicional, los canales de flujo del capital y las relaciones propiamente del sistema que han funcionado por décadas.

Con más de 600 periodistas de 117 países, Pandora Papers plantea una redimensión del plano de la moralidad en mandatarios, dirigentes intermedios, empresarios, figuras de la moda y la cultura de masas. Nadie queda al salvo. Y es que ese resulta el mensaje principal de estas filtraciones que se vienen sucediendo cada cierto tiempo: el sistema, que conoce los manejos de cada quien, elige el momento en el cual no conviene determinado grupo de personas y entonces revela lo que pudiera perjudicarlas. Esta ingeniería tiene sus raíces en la estructura del capital financiero global, basado en el flujo descontrolado y la especulación. Se trata, al final, de un ajuste de cuentas interno, en el cual la banca decide quitarse de arriba a aquellos que le parecen incómodos de una u otra forma, ya sea por sus decisiones políticas, ya por intereses particulares.

La mano negra de Soros/Rothschild

Como se sabe, el multimillonario financiero y megaespeculador de origen húngaro George Soros es famoso por haber quebrado en varias ocasiones a importantes instancias internacionales. En 1992 llevó al límite al Banco de Inglaterra mediante la apuesta y la especulación de valores. Otro tanto ha hecho con economías de países emergentes. Cuando se produjeron los Papeles de Panamá, WikiLeaks, con ese poder revelador que posee, hizo público el vínculo entre la Banca Rothschild, Soros y el Consorcio Internacional de Periodistas. En particular, este último beneficiado como parte del fomento de una “sociedad abierta” por parte de la Open Society Fundation. A pesar de haberse tratado de un número importante de datos comprometedores, los Papeles de Panamá no tocaron las grandes estructuras del capital y sus principales nombres como los propios Rockefeller, los Ford, ni mucho menos los manejos de las fundaciones pantalla como es el caso de la USAID y la NED, ambas al servicio de la CÍA.

Soros, como reveló el ex agente Wayne Madsen, es un prominente miembro colaborador de la propia Agencia Central de Inteligencia y un peón esencial en el tablero de posiciones del verdadero poder global: la banca sionista y anglosajona. Ahora, el mismo Consorcio bajo el control de Soros/Rothschild lanza una andanada de datos en medio de la pandemia, con dardos envenenados hacia enemigos de los Estados Unidos, en especial Rusia y su presidente Vladimir Putin. En el tablero, se apunta hacia el debilitamiento financiero de las potencias competidoras, para salvar el ya agónico orden impuesto por la Conferencia de Breton Woods y los Acuerdos de Yalta.

El viejo orden ha recibido duros golpes con la pandemia, por un lado se beneficia pero por otro hay una desaceleración marcada del poderío global del bando anglosajón frente al ascenso asiático. Peligra la hegemonía del dólar y su credibilidad cae en picada. Un colapso del sistema financiero no solo es posible, sino inevitable al ritmo en que se producen los cambios y se acrecienta la crisis y la brecha entre los intereses. Tocará ver si los Pandora Papers logran desestabilizar a los enemigos de Occidente, China y Rusia. Por el momento, la enseñanza reside en poner la atención sobre el poder de los medios para mover la percepción de la verdad política y construir narrativas sesgadas de acuerdo a ambiciones de la élite.

Acumulación de capital

Lo que nunca denunciará el Consorcio que controla Soros es la naturaleza del sistema que provoca la corrupción y el lavado de activos. En realidad, este mecanismo es alentado por la propia banca a través de sucursales fantasmas en paraísos fiscales. Ninguna filtración dará cuenta de las implicaciones que tiene hacia el interior de la narrativa global, la concentración de poder en pocas manos. Mil 500 periódicos, mil 100 revistas, 9 mil estaciones de radio, mil 500 televisoras y dos mil 400 editoriales están en manos de 6 consorcios globales. Solamente el dúo Soros/Rothschild controla más de 100 medios de alcance planetario, a través de los cuales se crean matrices y líneas de opinión.

Con este control, es muy fácil linchar a los que no convienen, desecharlos, promover filtraciones sesgadas y cuyo enfoque en nada dañe al sistema financiero. El mensaje que trasmite la banca es que tiene el poder y que ejerce el chantaje sobre el resto del mundo. El economista alemán Ernst Wolff estima que las filtraciones tienen que ver con una contracción intencionada que realiza la banca, para poder conservarse, lo cual implica redireccionar el flujo de capital especulativo desde los paraísos fiscales hacia los centros tradicionales del poder occidental (Estados Unidos y Europa) evitando así que continúe el proceso de descentralización que puede destruir la hegemonía anglosajona y darle ese lugar a la competencia.

El encadenamiento de intereses entre la banca, los medios y la política tiende a hacerse cada vez más evidente, a la vez que se le resta poder a los Estados y se le otorga a los magnates especuladores la posibilidad de decidir sobre los recursos a partir de la posesión de los activos. Los Pandora Papers tienen como principal blanco a Rusia, ya que Biden y la élite no aceptan los términos de negociación de Putin ni la postura firme de este en Ucrania. A su vez, el liderazgo ruso en Europa amenaza el dominio norteamericano sobre dicho continente desde los Acuerdos de Yalta.

El viejo mundo que muere

El orden financiero se basa en lo económico en la Conferencia de Breton Woods que establece el dólar como divisa mundial y en lo geopolítico en los Acuerdos de Yalta, que organizan el orden mundial en torno a Occidente. Ambos pilares se sostienen si Estados Unidos continúa siendo el centro del flujo de capitales y la principal potencia militar con bases en todo el orbe. El asunto es que, con la desaceleración del crecimiento industrial de Occidente, las tornas han cambiado y se hace necesario un nuevo orden. El valor ficticio del dólar ya no refleja confianza y trasmite a los accionistas la posibilidad real de un colapso, lo cual es fatal para el trabajo de las bolsas. La retirada de Estados Unidos de distintos puntos del globo arroja luz sobre una hegemonía militar muy cara en términos financieros, de recursos y de vidas humanas, que se traduce en desastre para la clase política y la gobernabilidad hacia el interior del país norteamericano.

Los Acuerdos de Yalta están en jaque tras el avance militar chino y ruso y su alianza estratégica en Eurasia. Diversas regiones caen bajo el manto de Beijing a la vez que a Washington le resulta difícil mantener incluso buenas relaciones en su hemisferio por diferentes temas como los tratados comerciales, la migración y las fricciones diplomáticas. El poder globalista vuelve a trazar sus estrategias de dominio en base a estas transformaciones de la primera mitad de siglo y parece que la información, las redes sociales y lo mediático será el nuevo campo para ejercer el control social.

Para que se tenga una idea del poder de la banca sobre casi todos los aspectos, junto con los Pandora Papers, otra noticia conmueve el mundo: la guerra entre los medios al servicio de la banca Rothschild y Mel Gibson, quien ha iniciado la producción de un filme en el cual revela el poder de dicha banca sionista y británica en los últimos siglos.

¿Será Mel el próximo defenestrado?

Tomado de: Cuba Sí

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El periodismo histórico hecho por memoriosos prosistas

Como bien lo abordara Carpentier, el cronista es el pilar sobre el cual se erige el periódico presente.

Por Mauricio Escuela

Recuerdo de mis años de universitario cierta revista virtual que hacíamos entre estudiantes y profesores de Historia. Dicho medio, desde la humildad del dato y la sencillez del diseño, sirvió como plataforma académica y de opinión para un periodismo sobre temas del pasado que mantienen su vigencia. La prensa generalista cubana carece comúnmente de análisis aterrizados para llevar el devenir trascendente a los lectores. Se cataloga al periodismo como una herramienta inmediata y perecedera, pero se olvidan a veces piezas como las de Martí y Pablo de la Torriente que dieron al mundo la luz de los acontecimientos en una clave que va más allá del dato, de la información, del crudo reporte que pasa sin penas ni gloria.

El periodismo histórico, ese que padece el maltrato, aparece poco y se hace desde presupuestos superados, sin problematización, sin que los conflictos estén en la centralidad del análisis. Pensadores del pasado, como Marx y Hegel, fueron periodistas de su tiempo. Y es que el cronista escribe las novelas en caliente, como lo dijera Alejo Carpentier en una célebre conferencia. Se trata del reflejo humano y luminoso de la vida, a partir de los destellos de la metáfora y la exactitud sensible.

La historia, como se concibe desde la antigüedad, no es una fachada inmóvil, sino que camina junto a nosotros, nos indaga, es un diálogo propenso a los problemas, a las vías en apariencia sin solución, a que se hable en un idioma sabio y conflictivo desde la máxima filosófica. Se parte de lo acontecido, se le sitúa en contexto, se lo enmarca en un mundo en el cual no podemos escapar a las referencias, a las decisiones que nos tornan hacia una forma determinada, hacia un ser de este o aquel mundo,  a una imagen de lo que hacemos…

El periodismo histórico tiene que ver con la historicidad y lo perecedero del hombre. No se hace solo de frases o a partir de búsquedas en los anaqueles, sino que deberá tomar vida, como en el teatro de títeres. La obra revive en el presente, nos lleva a lo que pasó. Quien dirige el espectáculo debe ser un histrión, un dramaturgo, un maestro de la belleza, pero también un ser honesto, que sepa de qué lado está la justicia. Porque nada es neutral, ni siquiera la buena prosa. Hallar en la vida lo firme y lo honrado, defenderlo, tener esa brújula por fórmula creadora, nos hace mejores profesionales.

En aquella revista que llevábamos siendo unos estudiantes, participaron profesores de un altísimo prestigio. El director, de hecho, es un Doctor en Ciencias que hoy ejerce como panelista del programa de televisión Escriba y Lea. Sin embargo, la ingenuidad de los jóvenes, la frescura de la etapa, no nos dejaban ver la grandeza de ese ejercicio local, universitario, casi una opinión dada en clase como acontece en las aulas.

Sobre mi escritorio, en este momento, descansa la novela Hombres sin mujer de Carlos Montenegro. Según declaró el autor en vida, eliminó buena parte de la belleza de la prosa para poder abordar la crudeza de los acontecimientos. Y es que la obra versa sobre la vida carcelaria en la Cuba de inicios del siglo pasado. Una retahíla de episodios que se destacan por la dureza, la crueldad y a la vez la vida sensible mil veces herida y vilipendiada. Montenegro pasó buena parte de su juventud preso y ello le sirvió para hacer la denuncia, para indagar la forma del ser que se esconde en los antros de perdición, para darnos un pedazo de la realidad. Siendo él mismo un excelente periodista, la prosa del autor se nos torna reportaje histórico, crónica de sucesos, esencia firme. Para el escritor no hay una sola cosa que no deba ser dicha, sino que nos devela el universo estrafalario en el cual el humano se deshumaniza, lo cual duele, incita a conocer y transforma.

A eso se refirió Carpentier, al periodista como un sitio especial en el tiempo, ya que grafica el devenir a partir de la pluma. La investigación ocurre como parte de la vida natural y de implicaciones cotidianas. Quien escribe pareciera que nos habla como un amigo, que nos lleva de la mano a los hechos y los dibuja con sencillez. Porque la mejor prosa es transparente, no obstaculiza ni hace ruido, sino deja ver qué hay del otro lado, se comporta como un cristal en una vidriera. El periodista exhibe lo que conviene y lo que no, compara, sopesa y evalúa a su forma y según su talento. La historia le puede o no estar agradecida, pero la firmeza del autor está en primer lugar en deuda con él mismo, es parte de su ontología, de su metafísica más íntima.

El talento reside en pensar y sentir, dos verbos sin los cuales no puede escribirse nada. Quien hace una prosa deberá vivirla antes, aunque se aborden temas de hace milenios atrás. El demiurgo tiene en sus manos las artes para resucitar a los muertos. Muchas personas, por ejemplo, le echan en cara a Montenegro que él no estuvo de hecho al mismo nivel que los demás presos, ya que pasó su condena como trabajador de la biblioteca del lugar. En realidad, el autor tiene el derecho a indagar la vida de otros, a preguntarla, para a partir de ahí vertebrar su discurso. Nada es al final exacto, nada refleja la totalidad que se escapa como categoría y como cosa real una y otra vez.

Heródoto, que fue el padre de la historia, hacía en sus obras una reflexión personal y mítica sobre los hechos. Otro tanto pasaba con Jenofonte y sus sucesos vueltos a narrar tantas veces. El autor rebasa, desde los tiempos inmemoriales, el hecho, y le insufla su personalidad. Toca, a quien lee, sostener la bondad de ese acontecimiento, merecerla y tomarla como suya. Nada está vivo sino se lo recuerda, se lo retoca, se va a sus raíces.

El periodismo histórico no solo funciona como género o temática, sino que fundamenta el hecho de hoy, el suceso que en apariencia no tiene raíces, no se vertebra, no existe en la realidad concreta. No puede hacerse reporterismo sin la historia, no se concibe un valor noticiable sin que se le mire desde la óptica trascendente del tiempo que pasó. Como bien lo abordara Carpentier, el cronista es el pilar sobre el cual se erige el periódico presente. Las novelas hechas sobre la marcha de los hechos, las que nacen en la temperatura de los conflictos, maduran con el análisis, cuajan con el reposado dato y el juicio que le debe su pertinencia al autor de trabajos históricos.

Nada escapa a la lupa del que piensa, a la sentencia del atrevido que hilvana una prosa reveladora. Como en todos los tiempos hay desmemoriados, pero hay también memoriosos que como un célebre personaje literario de Borges no solo no olvidan, sino que viven en ese recuerdo que los embarga y hace maravillosos.

Tomado de: Cubahora

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Caturla posee el encanto de los más hermosos fantasmas

Alejandro García Caturla, instrumentista y compositor cubano (1906-1940)

Por Mauricio Escuela

La estatua de Alejandro García Caturla aún no se ha erigido, es solo una ilusión entre tantas en la mente de los remedianos. A 115 años del nacimiento del genio, las leyendas rondan la plaza y las calles de la villa hasta volverse parte indisoluble de la historia. Hay quien lo ha visto tocando el piano por las tardes, otros lo presienten en las salas de la casa familiar. La tarja que marca el sitio donde cayera asesinado en 1940 tiene siempre una ofrenda, llevada ahí por personas comunes, artistas, admiradores. No obstante, el sueño de un monumento de bronce, de un gesto mayor, desvela a la ciudad, coloca a los hijos en la encrucijada y trae hasta el presente los dolores del tiempo.

Caturla posee para todos un misterio, una trágica sombra. Hace años conversé con Eduardo Heras León sobre el carácter dramático de la muerte del genio y de cómo nadie ha podido narrar, en clave de obra maestra, dicho suceso. Todo queda sepulto entre el polvo de las calles de Remedios, el silencio de familiares, el susto de los habitantes de una ciudad acostumbrada a lo sobrenatural. Y es que hasta pareciera que una entidad mayor gobierna todo lo relacionado con Caturla. La casa de sus hijos y esposa yace en el olvido, sin que se defina qué pudiera hacerse con ese solar yermo. El valor museable de las piezas en dicho sitio desapareció, dando paso a unas paredes derruidas, el piso de tierra y las rejas desvencijadas. Allí vivió Catalina, su viuda, madre y abuela de inmensos instrumentistas y autores de la música cubana.

De Caturla se conserva la casa familiar y eso nos trae un aire de detenimiento, de sosiego, de tranquilidad en medio de tanto legado. El patio respira aquellos años de la república cuando entre saraos y tertulias se criticaba el estado de la política, de las costumbres y se escuchaba la última pieza del genio interpretada al piano. Las habitaciones tienen un espíritu de acecho, de presencia de almas e incluso en la cocina se intuye la estampa humana y carnal de la familia. La casona frente a la plaza conforma un escenario ideal, el marco propicio para que la gente conozca y ame, se empape de la historia y la lleve más allá de los límites y comarcas de Remedios.

En los estudios que se hacen sobre Caturla, el genio aparece como una persona “atravesada” y fuera de tiempo, que intentó una rectitud en el derecho y una libertad en el arte. La república era por entonces hipócrita. En el parque, negros y blancos no podían compartir los mismos paseos ni rutas. Todo estaba dirimido de antemano en clases, colores, clasificaciones. Para aquel que viajara desde joven hasta los confines del territorio a la caza de los bailes africanos y los panteones yorubas, la prohibición pacata y formal, racista, era un insulto. Caturla amó a dos mujeres negras a la vez, quienes eran hermanas. La moral saltaba todas las alarmas y amenazó de muerte al joven que daba los primeros pasos de una brillante carrera.

Atrás quedaron La Habana y París, Caturla debía hacerse cargo de la familia, de los hijos, y trabajar como abogado de pueblo. La recién nacida Constitución prometía la igualdad ante la ley y él se juró llevarla a la práctica. El padre y más de un amigo le dijeron que eso no era posible en la Remedios de la esclavitud y los ingenios, de la clase adinerada blanca y los abusos. El genio siguió componiendo partituras mientras escribía cartas a Carpentier y el resto de los amigos de la vanguardia. Una noche, en el teatro Miguel Bru de la ciudad, fue abucheado por la chusma presente, lo cual provocó que Caturla mudara sus sueños hacia Caibarién, donde fundó una sinfónica. Era la capacidad de hacer lo que lo guiaba y mantuvo vivo. Las amenazas de muerte no se detenían, por lo cual comenzó a salir con un revólver, para defenderse.

En Remedios han pasado grandes hechos, muchos trágicos, otros a medio camino entre la comedia y lo triste. Las calles Independencia y Maceo se interceptan en el sur, a una cuadra de la Plaza José Martí. Ambas vías forman un viacrucis simbólico, pues antes se nombraban Nazareno y San Juan Bautista. Todo en la ciudad tiene ese aliento de otro mundo. Caturla atravesaba la encrucijada, caminando como cada día, a la luz del sol, cuando fue baleado por un matón local. El crimen no quedó impune, pero sí quienes estaban detrás del suceso, los rostros ocultos del poder. El músico, moribundo, exhaló unos pasos apenas y cayó desangrado. Nadie ese día esbozaba una sonrisa. Silvino, el padre, se transformó en una sombra humana.

En solo unas décadas Caturla le cambió el rostro a la cultura cubana, sus piezas eran interpretadas en los mayores conciertos y ambientes del mundo. Devino uno de los símbolos de la Isla, una voz poética y raigal imprescindible. Desde aquel fatídico día de noviembre de 1940, todos hablan de la necesaria estatua. Unos la imaginan de pie, como un gran maestro, en un pedestal; otros la quieren cercana, en un gesto de familia, junto a la puerta de la casa.

En aquella conversación que sostuve con Heras León, el escritor me recordó que la literatura se beneficia con las sombras, con aquello que resulta oscuro y triste, de ahí salieron grandes obras maestras. Pienso en el famoso pasaje de la muerte de Caturla y en las muchas leyendas que se desprenden. Remedios pareciera hablar en una clave misteriosa que atraviesa el tiempo, trayéndonos luces y tonos de lo que fuera una época. Quizá ello explique la ausencia de una obra, ya sea una novela o estatua, que narre o describa a Caturla: la ciudad quiere ser ella su propia protagonista y gestora eterna.

En los destellos de la tarde que atraviesan la casona familiar ubicada frente a la plaza están los colores del vitral de la sala, unos rayos que caen sobre el piano y que le regalan al visitante la mejor silueta viviente del genio. Cuentan que unas horas más tarde, si prestamos atención, los acordes se oyen, en la suavidad de la noche, con el encanto de los más hermosos fantasmas.

Tomado de: La Jiribilla

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Un renacentista de nombre Eduardo Galeano

Eduardo Galeano, escritor uruguayo (1940-2015)

Por Mauricio Escuela

Los libros expresan una realidad otra y distante de los discursos oficiales y los panfletos. Hay, en las obras, un lenguaje que descifra el signo de la esfinge sin menoscabo a la belleza o a la búsqueda de un universo ético supremo. Eduardo Galeano trabajaba en una universidad de su país natal mientras reunía notas para escribir una historia de América en un tono alejado de los ensayos académicos. Había que situar los nexos entre los sucesos y las personas, las emociones y los razonamientos. En aquella época el cono sur era un nido de dictaduras. Solo Uruguay persistía en la leyenda de ser la “Suiza del hemisferio”, supuesto país democrático cuyas instituciones no caerían jamás en las garras del autoritarismo.

Para aquel oscuro empleado universitario no solo se trataba de un trabajo investigativo, sino del autodescubrimiento propio del intelectual latinoamericano. ¿Ensayo, novela, colección de cuentos, poemas en prosa?, Las venas abiertas de América Latina es todo lo antes dicho. A los ojos del jurado del Concurso Casa de las Américas de 1970, parecía un libro “poco serio” y no se le otorgó el premio. Quizás a eso se refería Galeano, años después, cuando en una entrevista dijo que por entonces lo profundo y lo útil aún se relacionaban con lo aburrido. Y es que el volumen que pronto lo lanzó al estrellato era todo menos farragoso o pesado. Al contrario, la lucidez de esta obra tiene el poder del gran cine, lleva al lector ante los sucesos trágicos del continente, narra y describe desde la ironía y la inteligencia, denuncia y analiza. En noventa días con sus noches (tiempo de la hechura del libro), Galeano cifró como un poseso lo que luego sería casi una especie de confesión continental o de testimonio de un pueblo.

Las venas abiertas… constituye un grito que hunde sus raíces en una interpretación de los hechos históricos desde la periferia, desdiciendo formalidades y amaneramientos de la imagen. No hay nada que sobre ni que falte, en una suerte de mito lúcido que vamos a ver con los ojos del asombro. Se le critica su profunda deuda con la teoría de la dependencia y el desarrollismo, dos visiones que ciertamente permearon las universidades del continente en los años setenta del siglo XX; sin embargo, Galeano, lejos de cualquier referencia estructural o plagio ensayístico, logra vertebrar un conjunto de razones que servirían como material de estudio a los miles de presos políticos de las dictaduras latinoamericanas. De hecho, bien pronto se comenzó a leer la obra en las cárceles y allí fue el primer éxito editorial. Los gobiernos represores, ya atentos a que el tratado no iba sobre anatomía, ni sobre venas, decretaron el destierro de las letras y las páginas. Galeano iniciaba el periplo fuera de su país, Uruguay, que también cayó en la oleada de autoritarismos y arbitrariedades.

Los negacionistas acusan a Galeano de ser un “perfecto salvaje”, una especie de fabulador silvestre que hilvana una historia irreal y maravillosa, desde el victimismo y el tropo literario y no desde la óptica objetiva y racionalista. Para ellos, Las venas abiertas… no solo miente, sino que exagera y tuerce. Es cierto que la prosa de Galeano bebe de los mitos del continente, que es ágil y hermosa, que navega con vientos literarios y emotivos, que apela al sentido de pertenencia y a la tragedia. Sí, podemos hablar de un destino que se impregna y fluye desde las páginas que todos hemos padecido como habitantes de las tierras al sur del río Bravo. Por otro lado, ¿cómo hablar sobre la indignación sin indignarnos?, ¿acaso no dijo Marx que toda verdad se denuncia con pasión? El autor no rescata el mito del salvaje corrompido por los extranjeros como reflejan los negacionistas, sino la estructura de una historia que se nos niega, que se esconde en los anaqueles para metamorfosearse en mentira, en producto del mercado o en complacencia. Los que atacan a Galeano hubieran querido un cuento de hadas, con Disney como dibujante, y no el mito desgarrador que expresa con claridad los dolores de millones de personas cuyo idioma y cultura fueron borrados. Lo que no perdonan es que la gente común lea y entienda, conozca y piense.

En un artículo publicado en el diario La Tercera, Álvaro Vargas Llosa comparaba a Galeano con Carlos Rangel, el autor del famoso ensayo Del buen salvaje al buen revolucionario. Para el hijo del Premio Nobel peruano resulta que existen en América dos estirpes de intelectuales y que los que apuestan por los pueblos pertenecen a aquella que “amordaza la libertad” y se “coloca bajo el amurallamiento del Estado”. El liberalismo de Rangel vendría siendo una especie de mentís a Galeano, desde una supuesta objetividad y apego a los hechos. En realidad, lo que Vargas Llosa Jr. dice es que con la caída del Muro de Berlín se demostró el fracaso de la izquierda y el triunfo de las tesis del libro Del buen salvaje… por encima de Las venas abiertas… La misma enunciación del fin de la historia de Francis Fukuyama, llevada a un simplismo extremo, en un acto de birlibirloque literario. No hay nada nuevo en el intento, pues desde la salida del libro de Galeano tanto dictadores como intelectuales orgánicos de la derecha han tachado de mil maneras el esfuerzo y el aporte de una obra creada para el pueblo, asumida por la gente.

La prensa, siempre atenta a cada accidente de la historia, les dio bombo y platillo a ciertas palabras dichas por Galeano antes de morir, en las cuales se refiere a Las venas abiertas… como una prosa ya impropia de su estilo más reciente. Los negacionistas vieron en el gesto de sinceridad una retractación, pero el propio público lector se encarga cada año de revivir la maravilla, ya que el libro asume los ribetes de best seller, sin tener la superficialidad y el vacío de los volúmenes hechos para la venta. El autor uruguayo jamás renegó de lo que dijo, sino que estuvo convencido de que la mayor propaganda y el apoyo más efectivo hacia Las venas abiertas… provino de las tantas dictaduras que lo prohibieron y quemaron. Una prueba más de que lo dicho ni era mentira ni resultaba tan inocuo como quisieron hacer ver los negacionistas y lectores de Rangel.

Sobre el libro Del buen salvaje… hay que decir que es un loable esfuerzo por explicar la historia continental desde otra arista ideológica y que como obra académica deviene útil lectura. Más allá de intereses y partidismos, Carlos Rangel intenta ser serio, sin alcanzar la lucidez y el aporte de Galeano. Las interpretaciones de Álvaro Vargas Llosa no pasan de ser plagios a las ideas del escritor venezolano, que se suicidó a los 58 años de edad, sin ver en qué se convirtieron las ideas neoliberales que él tanto defendía. En la década de 1980 América se repletó de gobiernos que, siguiendo la receta del Consenso de Washington, asumieron un rumbo económico de endeudamiento y desgobierno. No en balde se conoce como la época perdida. Pero de ninguna manera se puede prescindir de Galeano para leer a Rangel, de hecho el público común, el de masas, desconoce por lo general al venezolano. El desguace de la república y el Caracazo fueron elementos que desmintieron en su propia tierra al ensayista liberal, dando paso a escepticismos y olvidos hacia sus tesis históricas.

Para cierto sector derechista de la intelectualidad, la explicación al atraso del continente no está en el pasado y en la creación de un sistema mundo del capitalismo a partir del saqueo de América, sino en la mala gestión de los gobernantes, quienes tienden, en una especie de naturaleza freudiana, al autoritarismo y la violencia. Tildan a Galeano de “positivista” y son ellos los metafísicos que cortan la relación dialéctica entre la economía y la política, siendo ambos planos una misma derivación de la historia y sus implicaciones. Para América, el volumen Las venas abiertas… es más que un libro, mientras que para la derecha neoliberal, el ensayo Del buen salvaje… constituye un apagafuegos, un intento de mentís, un amago. La reacción propone borrar a Galeano o fabricarnos un autor desligado de sus aportes esenciales, un sucedáneo, un producto más. No falta cierta crítica que quiere reducirlo a lo meramente folclórico o mitológico. El positivismo de Rangel, evidente en su ponderación de las fórmulas del régimen liberal, chocó contra la historia de América y se hundió en los trastazos de todos los gobiernos de fines del siglo XX, mientras que el tono emancipatorio de Galeano sigue vigente en cada propuesta progresista, en la fórmula libertadora y la savia popular. No importa si se trata del balón en los pies de Messi o de la prosa de Mariátegui, algo hay en el continente que no puede ser apresado por las directrices del mercantilismo y la otredad extranjera.

La literatura en las tierras al sur del río Bravo tiene en sí misma los códices de nuestro ser para la historia, nos expresa, define cada paso continental. Cinco décadas después de la salida de Las venas abiertas… Galeano es un gran renacentista, en el sentido de nacer como el fénix, y también como los maestros de aquel tiempo ya ido de los siglos primeros de la modernidad. El trazo escritural nos deja enmudecidos a quienes lo vemos caer sobre el paisaje. No solo se trata de denuncia, de tragedia, de dolores, de venas que sangran, sino de identidad, de esencias, de la alegría de despertar y ayudarnos unos a otros en esta gran marea de lo eterno americano.

Galeano no es el buen salvaje de Rousseau, ese personaje que vive en el mundo silvestre e incontaminado de un paraíso. Al contrario, se evidencia en su legado un cosmopolitismo que rehúye del papel de la víctima histórica y que propone un activismo consciente en el sentido del cambio, de la dinámica de la praxis social. Sin acudir al bando político que enarboló Rangel, el escritor uruguayo traza un camino distinto, donde tienen el mismo peso las emociones y la razón, el equilibrio urbanístico de las grandes ciudades y la exuberancia de las selvas, la vida intelectual y el habla común de los campesinos y demás trabajadores. Galeano no escapa a la expresión americana de lo barroco definida tantas veces por Lezama, sino que es su hijo dilecto, su portador por excelencia.

Las venas abiertas… es un libro en movimiento, avanza y retrocede, como la espiral de la historia, no hay en las páginas una leyenda fabulosa, sino que el mito y los hechos constituyen una verdad dura, que cae sobre los hombres de América como el reto de la libertad. La interrogante surge y la esfinge contempla con rostro enigmático, el tiempo corre y la obra prosigue elocuente. La tragedia de un continente sirve de catarsis y alumbramiento. Nada deshace las campanadas que suenan, mucho menos la prepotencia de algunos y la ignorancia de otros. Galeano, como gran renacentista, ha elevado ante el mundo una obra que sobrepasa cualquier silencio circunstancial.

Tomado de: La Jiribilla

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París y la medianoche detenidos en el tiempo

Ernest Hemingway, Premio Nobel de Literatura en 1954 Foto Mott

Por Mauricio Escuela

“La tragedia de los hombres es que están solos sobre la tierra”.

Dostoievski

Ernest Hemingway fue muchos hombres y a la vez ninguno. La sombra persigue al artista a través de sus peripecias en medio mundo, desde la guerra hasta el apacible rincón en una torre construida en la Finca Vigía de La Habana, donde él vivió. El 2 de julio de 1961 cuando apoyó su frente contra una escopeta en su casa de Idaho, se inició la leyenda de la muerte. Lo cierto es que su propia esposa, Mary Welsh, se negó en un primer momento a asumir que aquel hombre inmenso, fuerte, se había quitado la vida. Pero la polémica ha acompañado a Hemingway, junto a la sombra de su mítica figura de bronce y hoy se le recuerda tanto por sus obras, como por aquel final trágico.

En varias ocasiones, el escritor dejó consignado que a lo largo de su vida mató para no matarse. De ahí su afición por los toros y la guerra, por la cacería de submarinos y de fieras, así como por la pesca. Quien vaya a la casona en las afueras de La Habana, donde residió este “cubano sato” (como él mismo se definió en una entrevista) hallará una apología ambigua a la vida y la muerte: a la vez que se celebran los colores de las plazas españolas, con los toreros, las banderolas y los anuncios, están también presentes las piezas de caza, los cadáveres de los tantos animales que el autor ultimara durante sus correrías por el continente africano. En la casona hay, además, un espacio pequeño, donde están la máquina de escribir y un pedazo de madera para apoyarse y garabatear a mano, son los implementos de la creación dejados al descuido por el autor, quien prefería trabajar de pie, en un gesto de desafío, de vitalidad, de definición.

Matar para no matarse fue una máxima que incluyó también una relación tormentosa con La Habana de aquellos tiempos. Su predilección por el boxeo, deporte de riesgos, de desafío a la muerte, se contrapone a ese sino que lo marcaba, que lo llevó a ser una figura mediática y misteriosa. Al autor hay quien no lo ha leído, pero lo conoce, como se sabe de la existencia de cualquier personaje mundial, ya que Ernest era una especie de estrella de los medios, de influencer de su época, que llamaba la atención aunque estuviese callado, solo por su estatura.

¿De dónde vino ese afán por contraponerse a la muerte? Los estudios hablan de un padre atribulado, que también se suicidó y cuya relación con su mujer no era buena. Uno de los cuentos de Hemingway relata el trauma de su progenitor, donde la maestría en el trazado de los personajes y de los diálogos nos muestra que no es necesario ningún tremendismo, que la tragedia tiene un tono a veces intrascendente, silencioso y por ello más terrible, destructivo. Ese caminar a la sombra, esa muerte que persigue al hombre, serán temas que marcarán hasta el final e incluso que luego han acompañado a los descendientes del autor de El viejo y el mar, ya que más de uno también tomó el camino del suicidio. Hemingway tenía una mala relación con su madre, quien lo vistió de niña cuando pequeño. A la vez, la culpaba por la muerte de su padre. Los médicos que investigaron el trauma del autor, coinciden en que ahí está la raíz del suceso del 2 de julio en Idaho: un dolor de la infancia que jamás fue superado, una culpa que lo llevó al abismo y al deterioro físico y mental. Y es que unos días antes, Hemingway fue sometido a electroshocks, tratamiento que aceleró su fin, lejos de retardarlo o mejorar su condición.

En la casona de La Habana, en el baño, hay unas anotaciones escritas en la pared. Se trata de registros que el propio Hemingway llevaba acerca de su peso corporal y salud física. Las letras se van tornando más oblicuas y pequeñas y los indicadores anuncian una decadencia galopante, dolorosa, que era impropia del cuerpo potente y duro del escritor. Ello marcaba su autoestima a fuego, ya que la muerte, esa eterna pretendiente, le pisaba los talones a través de disímiles enfermedades. Ya en Idaho, su esposa fue testigo de cómo él revisaba cada mañana los más de veinte fusiles y pistolas que guardaba en casa. La premonición del suicidio pendía como espada de Damocles, junto a la tristeza y la imposibilidad de escribir.

Un hombre hecho para la prensa, para los titulares y las películas, devino un ser a la sombra, atemorizado por el tiempo y la decadencia. Los últimos días de lucidez fueron quizás los más tormentosos, porque se tenía conciencia de lo terrible del deterioro. Mary Welsh, quien fuera la última de un largo rosario de mujeres, vio el verdadero rostro de los tantos temas literarios sobre la muerte y la vida, la existencia al extremo y la imposibilidad de abandonar el peligro, los límites. Ella supo mejor que nadie sobre el interior de Hemingway. Ya nada era una fiesta, como en el París de los años de entreguerras, ni mucho menos un juego de pelota de los muchos que Hemingway reseñara para los periódicos. El olor a pólvora y la adrenalina, el sonido de las plazas de toros, el sabor oscuro de las madrugadas cazando submarinos nazis; ya nada de eso podía retardar el encuentro con el dolor, la conciencia, la definición real y dolorosa, el resquebrajamiento de las tantas máscaras de hombre invencible.

Al escritor quizás más notorio de Norteamérica lo han querido estigmatizar en este aniversario de su muerte, culpándolo por tener una personalidad violenta. Sin embargo, la persona y su época, la obra y sus luminosidades son aportes que rescatan a Ernest de cualquier estigma. Nadie podrá dudar de la autenticidad de la búsqueda de este hombre que se definía desafiando a la muerte, matando para no matarse. Como el torero, en una tensión inmensa ante la bestia, el artista traza su itinerario de vida en la cuerda floja de un temblor de tierra. Ni Idaho era una fiesta, ni nada en definitiva lo es, solo se tiene aquello que se sufre, que se siente en la carne, el dolor de una existencia múltiple, de un viaje incesante, de una experimentación que jamás termina aunque suene el escopetazo en medio de la casa silenciosa.

Gabriel García Márquez escribía una nota en la prensa a propósito de la muerte de Hemingway, destacando aquel final, tan trágico como inevitable. Quizás porque el hombre que era tantos hombres a la vez se había agotado y no pudo hallar otro destino existencial. Hasta las vidas más intensas se apagan, porque ya no hay combustible para su ardor en medio del magma creativo. Ernest encarnaba un ser romántico y fuera de época en un mundo pragmático, lleno de utilitarismos. A la manera de los héroes de otros tiempos, la esencia se le escabullía entre las manos en la medida en que sufría de los electroshocks.

La literatura se refugia en las personalidades atolondradas, parasita a esas almas cuyo sino resulta a veces trágico. Y la narrativa y el periodismo de Ernest nos hablan de sucesos oscuros, trascendentes, donde el dolor y la resistencia son los protagonistas. Como el pescador que sale a enfrentar el fracaso cada día en medio de la tormenta, el artista navega a través de aguas turbias, existenciales, siempre al borde de sí mismo. Desde la torre que construyó en el patio de su casa en La Habana, para aislarse y escribir, se puede ver el mar inmenso del Caribe, cuyas corrientes subterráneas arrastran tantas historias. Una metáfora de lo mucho que hay de oculto en una vida que mató para no morir.

Los cuentos de Hemingway eran calificados por la escritora Gertrude Stein como “impublicables”, debido a las palabrotas que a menudo saltaban en el lenguaje, así como los temas escabrosos. Ello llevó al narrador a hallar una manera propia de decir sin decir, ¿de matar para no matarse? La corriente de pensamiento interior, el dato escondido, lo que no se devela, serán las claves de una obra en la cual cada lector halla un sentido. Fue Stein quien bautizó a aquellos artistas como la “Generación Perdida”, por los múltiples traumas causados por la guerra, la pobreza y la crisis en general. En la casa de dicha escritora, no solo Hemingway, sino otros como Modigliani y Picasso encontraron un sitio para conspiraciones y conflictos estéticos, para caminos creativos y dramas personales. Ernest evocaría, antes de matarse, en su libro París era una fiesta, aquellos años en los cuales eran tan pobres y tan felices. En el filme Medianoche en París, Woody Allen narra una ruptura espacio-temporal en la cual los personajes del presente se encuentran con las grandes figuras del arte y la cultura del pasado. Ernest Hemingway tiene un memorable trato con el protagónico de la cinta, uno en el cual podemos intuir que en alguna parte, más allá de la muerte y el escopetazo, de la casa silenciosa en Idaho o de la torre en La Habana, el héroe sigue vivo y dialoga con un lenguaje firme. Tal es la fiereza de los grandes desafíos. Las obras pueden entrecruzarse, al igual que los genios y la gente común. Woody Allen traza la posibilidad, regala la metáfora de un tiempo y un espacio detenidos. París sigue siendo una fiesta a la cual se acude a veces, durante la medianoche, si se tiene suerte.

Tomado de: La Jiribilla

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El hombre que cayó de las torres gemelas y la realidad de la muerte

Por Mauricio Escuela @MauricioEscuela

¿Una conspiración mundial más?, ¿el plan de George Soros y del Club Bilderberg para un Nuevo Orden?, ¿otra manipulación mediática con miras al año electoral norteamericano? La pandemia de la COVID-19 ha desatado la creatividad, el desasosiego, superando cada versión a la anterior, en una carrera desinformativa que tiene a los pueblos en vilo, mientras se crea una cultura de la inseguridad, del encierro, una que nos lleva a preguntarnos cuánto puede durar la crisis, que nos replantea el sentido de cuestiones que ya parecían resueltas, que coloca todo de cabeza.

En Youtube, esa red social que se ha convertido en el campo desinformativo por excelencia, un influencer, el periodista Nicolás Morás, lanza un video donde habla de una supuesta llamada de Soros para extender el encierro en Argentina, a cambio de renegociar la deuda externa que dejó el neoliberal gobierno de Macri. En medio del caos, los consumidores del material en la web toman una actitud crédula, acrítica, asumiendo que quien habla del otro lado, por el solo hecho de ser verosímil, ya tiene la razón. Los medios tradicionales, por otro lado, sostienen una agenda que muchas veces o sirve de coartada a los bulos, o están tan sujetos a líneas de mensaje que siquiera prestan atención a las necesidades informativas reales de los públicos. La versión de Morás, si bien interesante, hasta coherente y probable, queda como una más de tantas que circulan en ese laberinto borgeano que es la web.

El peligro real de que, tras la cuarentena, la realidad sea otra, se entiende cuando leemos a Jean Baudrillard, básicamente su libro La guerra del golfo no ha tenido lugar, donde él refiere que no existe como tal una realidad, sino la construcción mediática y de percepción de la misma, que no hay forma de saber qué es lo que está sucediendo en el mundo, ni aun bajo el tan recalcado universo plural del contraste de fuentes, la contrainformación y el chequeo. Vivimos en un momento virtual, débil, poco lúcido, donde cualquier cosa es la realidad, si se la construye como tal. Y recordemos que, durante la Guerra de las Malvinas (antes de la del Golfo), el general Galtieri y su prensa oficial ofrecían unos partes tan fabulosos, que el pueblo argentino creyó en la imposible victoria durante buena parte del tiempo. Hasta que los ingleses deconstruyeron esa realidad por la suya, a golpe de cohetes. “Vamos ganando” decía Galtieri.

Las relaciones culturales, ya desde antes lastradas por un reparto enloquecido de las riquezas, pudieran enajenarse aún más de la masa, hasta desaparecer, ya que la cultura y la comunicación necesitan que exista en el ser humano una capacidad crítica de asimilación. Pero entre el bulo y la construcción de realidades baudrillardianas, no hay espacio para la formación de públicos cultos, que generen ellos mismos una retroalimentación espiritual y por ende un enriquecimiento. Fue Stefan Zweig quien, en la obra El mundo de ayer, hablaba de la muerte de las ideologías del progreso humano entre finales del siglo XIX e inicios del XX, a medida que se enajenaban más las relaciones económicas, léase reparto del globo, ya que esencias que antes incordiaban a la juventud, como la filosofía de Kierkegaard, los cuentos de Hoffman, el estudio de la poesía de Hörderlin o de Novalis, dejaban paso a otras como el deporte, el culto al cuerpo, el consumo de drogas o el vestir. El proceso, conocido como desmitificación, ha dado sitio a un mundo desarrollado que es incapaz paradójicamente de una fe, pero cree firmemente cualquier bulo, al menos un tiempo, hasta que aparece otro y así va en su vagancia crédula, a la cual confunde con el concepto de libertad.

En el caos de la web, de la desinformación sin contrastes, sin que haya una fuente a la cual referirnos como centro, en esta comunidad de locos que hablan cualquier cosa, la verdad no cuenta. Y el virus podría darle el último puntillazo, ya que no conviene que se sepa nada más allá de lo que preserve ese orden en el caos, esa matriz del vórtice del huracán que es hoy la comunicación de la cultura. Baudrillard se refirió a ello, las luces y las llamas televisadas para millones, una guerra como la del Golfo, convertida en espectáculo de masas. El pan y el circo posmodernos. Nadie podría decir, si es que se trataba a fin de cuentas de un show, que aquella fuera la verdad, así que aquel civil muerto, o edificio incendiado, no tenían por qué preocupar ni levantarle la sensibilidad a la gente. Y es que la realidad construida, al desinhibir al morbo, elimina sentimientos solidarios, de identidad con el prójimo, de conciencia colectiva. “La COVID-19 es para ellos, los latinos y negros, no nuestra”, dicen los millonarios de Nueva York que en medio de la crisis se marchan en sus jets privados. Sí, en la mente aburguesada y acomodaticia de las élites, los enfermos “no existen”, son realidades construidas.

Es muy fácil, más limpio y aceptable, matar bajo la ideología posmoderna, que en la moderna, ya que en esta última la humanidad existe, así como las categorías, el Derecho y todo lo que ello provee en materia concreta. En cambio, para el pensamiento débil (pensiero debole, diría Gianni Vátimo) el hombre ya ha muerto, por tanto eso que muere no es un hombre, nunca lo fue ni lo iba a ser. El posmodernismo ha sido funcional a la praxis sociopolítica y económica del dogma neoliberal, justo la doctrina que ha llevado al mundo a su actual parálisis y atomización frente a la crisis de la pandemia. Más allá de lo útil que fue su obra para entender los procesos disciplinarios, la sentencia de Michel Foucault del hombre como una invención reciente que ya ha muerto, apunta la organicidad de un sistema donde ese concepto duro, el hombre moderno, beneficiado por un derecho natural a la vida y la felicidad, ya no conviene. Y es así en tanto el nuevo reparto, el mismo que ya en tiempos de Zweig estaba desmitificando al mundo, necesita de una menor sensibilidad y espíritu crítico, de una capacidad de aceptación de la barbarie que ya no pasa por las piadosas visiones de un humanismo cristiano, que iba a llevar supuestos beneficios a las regiones menos desarrolladas. El nuevo acto de despotismo incluye el arrasamiento de poblaciones, la eugenesia, la ingeniería social para reducir el crecimiento demográfico y el genocidio de negarles asistencia, derechos y alimentación a los que ya moran en la faz de la Tierra. La COVID-19 lo demuestra, ya que para los medios y el poder, para las élites, los muertos somos nosotros, las construcciones, los números, los que, en términos posmodernos, no somos ni hombres.

Un pensamiento débil que, en su descentralización del sujeto occidental, ha olvidado que, por mucho que se hable de la multiplicidad de relatos en contraste con la univocidad del sentido, la muerte es una sola. Nadie tiene una segunda oportunidad para comenzar de nuevo, siendo otra cosa de lo que ha sido. En esa orfandad del que apenas posee su cuerpo enfermo, va el fruto de un sujeto que sí existe, que es ruin, y que actúa hoy más que nunca, aunque los popes de la academia europea y norteamericana hablen de caleidoscopios, juegos con la realidad, conceptos intercambiables y aparatos lingüísticos. “Lo que no se habla, no existe”, dicen los posmodernos, pero aunque callásemos la palabra virus, su presencia sigue cobrando vidas, por ende sí hay una ontología dura, independiente de los dictámenes ideológicos de un pensamiento que ha querido adelgazar a la conciencia, adocenarla en banalidades, tornarla en el no pensar orwelliano.

Para eso hace falta la realidad, para cambiarla, de ahí que haya que defender su entendimiento, desde presupuestos que supongan la inevitable existencia de un sujeto. No hay leyes de la Historia, tal como ya lo sabemos, ya que el decurso es un caos, que a veces parece avanzar y otras retroceder y que, incluso, pudiera terminar de un momento a otro. No hay un telos o finalidad, que inevitablemente se vaya a cumplir. Pero eso nos debiera incordiar, más allá del acatamiento de dogmas y juegos posmodernos, a hacernos cargo de esa Historia, asumir que o somos su sujeto, u otro sujeto se la apropia. Porque eso, la centralidad del pensamiento y la acción, va a ser siempre un fenómeno propio del hombre, mientras camine sobre este mundo. La vida es una lucha por el dominio de la sujeción, de la verdad, de la construcción mediática y por ende cultural.

En tiempos de epidemia global, la posmodernidad nos transmite la sensación de que nada nos toca a nosotros, que son los otros quienes sufren, que formamos parte de una privilegiada élite que mira desde sus lunetas. Pero la realidad, aunque Baudrillard no lo acepte, es dura y toca a la puerta de cualquiera, sin importarle cuánto dinero haya en la cuenta bancaria, ni la raza o procedencia étnico-cultural. Por mucho que los medios se empeñen y los académicos y los influencers, sí hay una vida y una muerte, ambas se excluyen y no son intercambiables ni van a desaparecer por no mencionarlas.

Citemos un cuadro de René Magritte titulado Esto no es una pipa, que solo reflejaba, en efecto, una pipa. En la obra existe una intención marcada para defender el concepto moderno de realidad, negando lo virtual, recordándonos que eso no es otra cosa que una pintura, que no serviría para fumar. No podríamos suplantar con una imagen lo que es en sí mismo otra cosa de la imagen. De la misma manera, aunque la posmodernidad quiera ver en la foto del hombre que se lanzó de las Torres Gemelas en llamas, solo una obra de arte, o sea la imagen, esta entraña una dura razón, que implica una historicidad y por ende un sentido de los valores humanos. El neoliberalismo, basado en la fe de los mercados, juega con esta academia posmoderna, funcional a la muerte en tanto la invisibiliza, la trivializa y debilita ante nuestros ojos.

Tras el decreto del fin de la historia de Fukuyama en 1991, ha sido más conveniente a los poderes culturales el decirnos que en realidad nunca hubo un orden, ni un telos, que los sentidos no existen y que la realidad es pura percepción de la imagen multiplicada por los medios de prensa. El proceso que antes desvió la atención de la juventud de la poesía y los pensadores hacia el deporte y la trivialidad del culto al cuerpo, acaba por decirnos que ni eso importa, que nada importa. En el filme norteamericano Network, los productores de un programa planifican el asesinato en cámara del locutor: sería un show para levantar las audiencias y luego aprovecharse de ese pico de mercado. En la mentalidad mediática, la muerte pasa a ser un simulacro, aunque ocurra de veras. Ojalá y la tragedia de la COVID-19 cambie esos estándares posmodernos y restaure la conciencia de lo que somos, a fin de cuentas: simples mortales.

Tomado de: La Jiribilla

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El Club Antiglobalista: La élite pretende escribir sus propias crónicas marcianas

Por Mauricio Escuela

Elon Musk y Jeff Bezos encabezan los más ambiciosos planes para colonizar Marte. Desde hace siglos el hombre ha puesto su mirada en dicho planeta, al punto de hacerlo objeto de fantasías, novelas, poemas. La fabulación en torno al destino ha tenido en cuenta la posibilidad de emigrar a otros puntos del sistema solar. De hecho, uno de los libros que mejor lo retratan es “Crónicas Marcianas” de Ray Bradbury. Allí, con una maestría propia de los grandes autores, queda plasmado cuál sería el principal conflicto del proceso de colonización espacial: el sistema político.

Hasta el momento, todos los recursos que llevan la avanzadilla en cuanto a dicho tema proceden de fortunas privadas. Sin contar que la NASA, a pesar de ser una agencia de un Estado, recibe donaciones de fortunas personales. Ello supone que, cuando se produzca un cambio y el hombre pueda alcanzar los demás planetas, transportaremos hasta ahí el capitalismo neoliberal que impera aquí. El detalle es que la industria espacial ya no es la de hace décadas, cuando los gobiernos tenían un papel preponderante. La existencia de individuos tan poderosos o más que los Estados, hace que el próximo plan civilizatorio esté lejos de ser colectivo, regulado, para beneficio de todos.

Y es que la necesidad de colonizar Marte y luego otros sitios responde a la eterna insatisfacción del capital, a su voracidad de recursos naturales. El agotamiento de las minas de combustible, el daño al medioambiente y la falta de voluntad real de revertir el cambio climático, hacen que la élite vea como más rentable emigrar. Por supuesto, no serán todos los afortunados de ir a poblar aquellos parajes. Ya Musk dejó bien claro que solo personas como él, cuya fortuna alcanzó en enero el número uno en el ranking mundial, emprendedoras e insertas en el gran mercado, serán las más elegibles. Este millonario de hecho posee dos empresas cuya finalidad se centra en un cambio civilizatorio a partir de la cuarta revolución industrial, que incluye las tecnologías convergentes (porque convergen en el ser humano).

El proyecto de colonización no puede, no obstante, iniciar de cero. Lejos de lo que vende la propaganda, no se espera un nuevo comienzo equitativo, ya que la reprogramación de la especie no ha incluido el sistema político social. De manera que, si bien se trabaja en la creación de ciborgs y post humanos así como transhumanos, nadie se plantea el hecho de que la economía basada en la extracción y el mercado pueda modificarse. De hecho, ese capitalismo buitre ha sido el causante de la crisis en la Tierra y es el principal impulsor de las corrientes migratorias allende el espacio.

Lo que sí incluyen empresas como Tesla y SpaceX son investigaciones para modificar la genética humana y hacerla resistente a las condiciones interestelares. De hecho, se trata de que el cambio civilizatorio sea posible a partir de la activación de determinados genes y la inhibición de otros. Un proceso de ingeniería tan profundo no dará lugar a personas normales, sino a mutantes en toda la regla, capaces de resistir altas radiaciones, con poco o ningún oxígeno y consumir sustancias que hoy son nocivas para la especie. Mucho dinero se invierte en algo que se esperaba que demorara, pero parece que los punteros de la economía global tienen prisa en hacer.

Para 2050, señala la élite que haya poblaciones en Marte. Eso es a la vuelta de la esquina. Mientras tanto, los planes para la Tierra incluyen el manejo ideológico de la crisis climática. Ahora resulta que fundaciones como la de Bill Gates se dedican a promover el consumo y la producción de carne sintética, pues uno de los dogmas que imponen es que el planeta se degrada debido a la utilización de animales. Ni hablar del incumplimiento por parte de las potencias del programa de reducción de gases con efecto invernadero o del papel de Estados Unidos en la emisión de CO2 como principal mercado y potencia consumidora. El fracaso del sistema se centra en hallar variables ideológicas que impidan al mundo ver la verdad. Este mito ambientalista tiene como base el mantra, repetido por la élite, de que “somos muchos”. Como se sabe, en 1989 se desclasificó el Informe Kissinger, redactado décadas atrás, que declaraba abiertamente la necesidad de estimular al tercer mundo a reducir sus habitantes. En dicho documento aparece además que solo así sobrevivirán el sistema y la hegemonía norteamericana.

El desastre que ha sido el orbe desde la Segunda Guerra mundial obedece  a la lógica plasmada en el Informe Kissinger. Se palpa en los resultados. El maltusianismo del sistema lo lleva  a hacer fríos cálculos y determinar qué población es prescindible. El capital sabe que ni los recursos, ni el mercado ni el consumo son infinitos. Tal idea no era otra cosa que un engendro ideológico. Así que en buena medida, la emigración espacial constituye también una respuesta clasista, que pretende dejar en la Tierra a la gran masa sin solución, irredenta y explotada.

En la obra “Crónicas marcianas”, los terrestres destruyen el hábitat de los nativos del otro planeta. Los conflictos, las discriminaciones persiguen a los de aquí. No todos pueden emigrar, muchos quedan en la Tierra presos de las consecuencias de una guerra atómica. La distopía destapa sucesos y pensamientos que por siglos nos acompañan. ¿Será capaz el hombre de ser bueno e iniciar de cero? La ecuación supone utopías y preguntas filosóficas que solo podrá responder la historia. Por el momento, no resulta halagüeño que el proyecto dependa de manos privadas, sin regulación, por fuera incluso del sistema de las Naciones Unidas. El propio Musk planteó, de hecho, que las leyes de Marte no tendrán ningún parentesco con las de la Tierra y que planea crear un Nuevo Orden. Desde los inicios de la literatura, este tópico existe y no fueron pocos los millonarios en el siglo XIX que soñaron con acadias y paraísos, en los cuales, bajo la mirada del dueño, los proletarios eran “libres”. Una idea de la emancipación que resulta ridícula, infantil y poco efectiva y que esconde nocivas prácticas, ideas supremacistas y el germen del mal.

Para los colonizadores de Marte, los Jeff Bezos, los Musk, se trata de una salida a la crisis planetaria que se avizora, sin embargo no constituye ello una respuesta para la especie, no se trata de una puerta loable por la cual podamos apostar. El clasismo, la determinación elitista y los conflictos sin resolver de este mundo, nos impiden soñar con el otro. Una vez más, la búsqueda de espacio, recursos y mercado llevan al hombre a “globalizar” la galaxia, a hacer hegemónicos los resortes del sistema. No se va ya en nombre de todos, sino para unos pocos, no hay un plan sostenible para sobrevivir, sino que se exporta el sálvese quien pueda.

En la mentada novela de Bradbury, hay un relato en el cual los terrícolas llegan a una parte de Marte donde todo es como en la Tierra, e incluso hallan a sus seres queridos ya muertos. Pasadas las primeras líneas nos damos cuenta de que en verdad se trata de marcianos que, para sobrevivir, engañan al invasor a través de hologramas. Varios aspectos existenciales sin resolución se reflejan en ese capítulo y nos muestran que los hombres y mujeres requieren de algo más que tecnología, de mucho más que una emigración a otro sitio. El gran viaje siempre será hacia nosotros mismos.

Tomado de: Cuba Sí

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