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La élite chilena: una aberrante historia de privilegios y exclusión

Rostros de los más ricos de Chile

Por Jorge Molina Araneda

Es posible sostener que la historia de la élite se encuentra directamente asociada a la historia política del país, por lo menos hasta mediados del siglo XX. Dado que la producción chilena era básicamente agraria, el primer símbolo distintivo y excluyente en la sociedad se configuró en torno a la posesión de grandes extensiones de tierra. Poseer un latifundio era sinónimo de poder, en vista de que suponía que el dueño lideraba un ámbito de la producción de alimentos, dominaba a un número importante de inquilinos y, junto con ello, controlaba una parte del territorio nacional.

La figuración política de los miembros de este grupo privilegiado se produce solo cuando deciden organizarse formalmente para oponerse a las fracciones realistas y luchar por la independencia del país. Asumiendo de ahí en adelante las responsabilidades asociadas a su liderazgo, rápidamente adoptaron los mecanismos de dominación sumando el desempeño de cargos políticos: presidentes, ministros, parlamentarios, etc. Tanto el dinero como el poder fueron monopolizados por unos pocos en detrimento de los muchos; estos últimos al carecer de capital económico y de una instrucción educacional mayor, no tenían posibilidades de disputar estos recursos.

Considerando que en este período la mayoría de los chilenos se encontraba subordinado a la autoridad de un patrón, resulta factible suponer que la ejecución de estas prácticas obedeció a una estrategia planificada y orientada a fijar el control social en una minoría ilustrada.

Probablemente la calidad moral de la élite no hubiese sido tan respetada sino hubiera sido por su férreo apego a la religión católica y la rigurosa adopción de su doctrina. El matrimonio pasa a ser una de las responsabilidades centrales de las mujeres de esta cofradía, al ser el mecanismo de exclusión que se encuentra bajo su dominio. Si los hombres determinan quienes califican económica y políticamente para vincularse con ellos, las mujeres imponen sus criterios de selección para extender las redes familiares y así, velar por la pureza y distinción del clan. Utilizando la terminología de Bourdieu, es posible afirmar que el género masculino se encuentra encargado de la reproducción del capital económico, mientras que el femenino, procura transformarlo en capital cultural y social para sus hijos, mediante el reconocimiento y la valoración de los símbolos distintivos del mayor estatus y prestigio social.

En 1938 la elección del primer presidente radical marcó el inicio de la decadencia política de la élite, al posicionar la lucha contra la pobreza y las desigualdades sociales como eje central de su gobierno. Así, los esfuerzos de este “selecto grupo” por contrarrestar la efervescencia popular fueron insuficientes y no pudieron contra la Reforma Agraria, que esperaba redistribuir las tierras productivas del país. La irrupción social fue de tal envergadura que tampoco pudo evitar la toma de sus principales empresas, ni el que una fracción de la Iglesia Católica se volviera en su contra. Al sentirse injustamente atacada, la élite se retiró de la vida pública y decidió dedicarse plenamente a sus actividades e intereses privados. Siendo la formación espiritual y académica de sus hijos una de sus principales preocupaciones, se afilió a congregaciones católicas más conservadoras como el Opus Dei y los Legionarios de Cristo para confiarles la tutela de su descendencia.

La concentración de los hijos de la élite en establecimientos educacionales dirigidos por estos movimientos ha significado el desplazamiento de un conjunto de colegios que tradicionalmente habían formado a los líderes políticos y económicos de Chile. Actualmente ningún integrante de la élite corporativa, menor de cuarenta años ha estudiado en el Instituto Nacional, ni ha matriculado a sus hijos en este liceo de excelencia. Los nuevos colegios de la élite han ganado cada vez más credibilidad y prestigio social, en vista de que, “entre los líderes egresados de los colegios ‘Ivy league’ chilenos, cinco de cada diez líderes provienen de colegios de iglesia o pertenecientes a movimientos religiosos para el caso de los mayores de 60 años, cifra que aumentó a siete de cada diez para los de entre 40 y 60 años, para disminuir levemente a 6,2 de cada diez en los menores de 40” (Revista Capital).

Los nuevos colegios en los que se educan sus hijos no solo son funcionales a las expectativas formativas de sus padres, sino que además se constituyen como espacios de socialización que permiten incrementar y desplegar el capital social de este grupo. Así, la familiaridad que provee este entorno facilita la socialización temprana de los niños en las lógicas de pensamiento y los modos de conducta propios de la élite, a su vez que refuerza las redes sociales que posteriormente pueden llegar a traducirse en una contratación o un matrimonio. Desde este punto de vista, no habría porqué suponer que la composición de este segmento social y sus mecanismos de distinción han variado de forma sustantiva en el tiempo.

El supuesto bajo perfil que cultiva la élite en la actualidad no se debe a una pérdida de su capacidad de dominio, sino más bien a un nuevo modo de resguardar sus intereses y su integridad moral. Su invisibilización ha sido favorable al despliegue de sus prácticas excluyentes que, al no ser denunciadas, los libran de las críticas y de la sobreexposición que generan y que tanto daño le hicieron en el pasado, al cuestionar su ejercicio del poder, imponiéndose ahora más bien por la concentración del capital, la manipulación mediática y los conocimientos expertos.

Por otra parte, Chile suma 120 años de desigualdad extrema y es uno de los países con más diferencias socioeconómicas de América Latina, alertó un prestigioso informe difundido por la Escuela de Economía de París este martes 7 de diciembre. El estudio, encabezado por el World Inequality Lab -dependiente de la institución académica-, señaló que la mitad de la población con menos recursos acumula una riqueza aproximada al 0 por ciento del total, mientras que el 1 por ciento más rico posee casi la mitad de ella (49,6 por ciento). De hecho, la riqueza acumulada del 50 por ciento menos rico es negativa, del -0,6 por ciento, por la cantidad de población endeudada en este sector, agregó el centro de investigación.

«El país es uno de los más desiguales en América Latina con niveles comparables a la desigualdad de Brasil«, apuntó el documento, coordinado por varios economistas emblemáticos entre los que destacan Thomas Piketty y Gabriel Zucman.

En cuanto a los ingresos, la mitad de la población más pobre acumula el 10 por ciento, mientras que el decil más rico aglutina un 60 por ciento y el 1 por ciento más pudiente acumula el 26,5 por ciento de las entradas. El ingreso laboral femenino es el 38 por ciento del total, lo que implica un «significativo descenso» de la desigualdad en los últimos 30 años y se acerca a otros países vecinos como Argentina (37 por ciento) o Brasil (38 por ciento). Sin embargo, el 10 por ciento superior (grupos millonarios) gana casi 30 veces más que el resto de la población, lo que equivale a una cifra de 82,9 millones de pesos.

La desigualdad en Chile ha sido extrema en los últimos 120 años, incluso después del fin de la dictadura militar de Augusto Pinochet (1973-1990), lo que provocó (en 2019) una ola de protestas sociales, señaló el estudio. Chile es, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), uno de los países más desiguales de la región -solo por detrás de Costa Rica-. La mitad de la población con menos recursos acumula una riqueza aproximada al 0 por ciento del total, mientras que el 1 por ciento más rico posee casi la mitad de ella.

Pierre Bourdieu en su Los estudiantes y la cultura (1964), masivamente conocido como Los Herederos, señaló, entre otras cosas, que la educación francesa produce y reproduce el privilegio, por lo tanto, la meritocracia es solo una ilusión. En diciembre de 2016, Seth Zimmerman, economista de Yale y profesor de la facultad de negocios de la Universidad de Chicago, publicó en el National Bureau of Economic Research una investigación en que queda al desnudo el mito de la meritocracia en nuestro país.

El estudio muestra que en Chile, asistir a una universidad de élite aumenta las probabilidades de una persona de ascender a puestos de alta dirección en las grandes empresas e ingresar al grupo del 0.1% más rico, pero solo teniendo como prerrequisitos el haber asistido a uno de los ocho colegios privados más exclusivos antes de la universidad.

En otras palabras, una educación de élite sólo sirve para amplificar unos orígenes de élite. El estudio reconoce que las personas procedentes de entornos desfavorecidos se benefician al recibir una buena educación, pero por regla general en Chile no ascienden tan alto como sus homólogos privilegiados.

Para mayor abundamiento, ingresar a Derecho, Ingeniería Comercial o Ingeniería Civil en la Universidad de Chile o en la Pontificia Universidad Católica (PUC) mejora notablemente las posibilidades de llegar a la élite empresarial y económica. Esa probabilidad se incrementa aún más si estas personas fueron estudiantes del St. George, The Grange School, El Verbo Divino, Colegio Manquehue, Tabancura, San Ignacio y el Craighouse.

Asimismo, el estudio revela que los ingresos promedio de los egresados de esas tres carreras de la PUC y la Universidad de Chile son de aproximadamente US$ 79.000 al año. De acuerdo al diario La Tercera (2018): “Con el 0,3% de los alumnos totales del sistema, los egresados del Instituto Nacional coparon el 10% de los programas universitarios de élite, pero luego obtuvieron sólo el 7% de las posiciones de liderazgo (gerencias y directorios) en las principales empresas chilenas. Los egresados de colegios privados de élite representaron el 0,5% del total de estudiantes y se llevaron el 19% de los cupos universitarios de excelencia. La gran diferencia vino después: ellos acapararon ¡el 53%! de los 3.759 altos puestos directivos considerados”.

Amén a lo anterior, un estudio del sociólogo de la Universidad Católica Sebastián Madrid, de 2016, expuso las prácticas que son habituales al interior de los colegios de élite. Para eso entrevistó a exestudiantes de 18 colegios de élite ubicados en cuatro comunas del sector oriente de Santiago. Aunque son muy homogéneos en cuanto al nivel socioeconómico de sus alumnos, el estudio identifica tres tipos de colegios de élite en Chile: los fundados por congregaciones católicas tradicionales (Jesuitas, Padres Franceses y Holy Cross); los influidos por los nuevos movimientos católicos (Legionarios de Cristo, Opus Dei y Schoenstatt) y los fundados por inmigrantes, siendo los más influyentes los anglosajones.

“Deliberadamente seleccionan a ‘iguales’ y se establecen redes de contacto activas basadas en amistad y parentesco“, afirma el estudio, que califica este hecho como una “endogamia particular”. Los principales cedazos son los altos aranceles que cobran, que pueden llegar hasta US$20 mil por estudiante al año (con matrícula, cuota de incorporación y mensualidad). La cifra supera el ingreso per cápita de Chile y es casi cinco veces el salario mínimo de un año. Ninguno entrega becas. Además, casi todos (90%) seleccionan también por habilidades cognitivas, a través de pruebas. Según el estudio, ésta sería “una forma de asegurarse a los estudiantes más fáciles de educar“. Sin embargo, advierte que, pese a que figuran en los rankings nacionales, en las pruebas internacionales como PISA obtienen resultados mucho más bajos que alumnos de similares condiciones de la OCDE, y en Latinoamérica solo superan a los estudiantes de la élite peruana.

Al estar en contacto principalmente con personas iguales, estos estudiantes tendrían un “aislamiento” del resto de la sociedad, una especia de burbuja, y para la mayoría “la universidad es el momento en que la sociedad emerge frente a ellos“.

Ortega y Gasset siempre creyó que la sociedad se fundaba en un proyecto colectivo a futuro; ergo, qué clase de inclusión y sociedad democrática pretendemos construir, si a la luz de lo ya expuesto continuaremos viviendo en una sociedad segregada, en que algunas de las principales herramientas de socialización, como son los colegios y algunas universidades top, pertenecen de forma casi exclusiva a la élite endogámica de este país.

El concepto de “fórmula política” esgrimido por Gaetano Mosca en su trabajo sobre las elites en el poder, permite comprender cómo sus mecanismos de dominio penetran en los espacios más íntimos de las personas, logrando convencerlas de que sus líderes están en lo cierto y que, por ende, son merecedores de todos sus privilegios. Los argumentos que suelen generar este efecto en la población tienden a aferrarse a ideologías y a hitos históricos que exaltan los valores y la integridad moral de los miembros de la minoría. De ello se desprende que algunas corrientes religiosas sean funcionales a los intereses de la élite, en la medida que permiten justificar las desigualdades, a partir de la convicción de que la vida terrenal es un pasaje acotado de sus vidas, siendo la vida espiritual el espacio en el que se revierten las desigualdades y se extienden los privilegios.

Así, es muy probable que las cúpulas elitarias no solo estén compuestas por líderes políticos y económicos, sino que también se materialicen en figuras eclesiásticas. De acuerdo a Mosca, “en las sociedades donde las creencias religiosas tienen mucha fuerza y los ministros del culto forman una clase especial, se constituye casi siempre una aristocracia sacerdotal, que obtiene una parte más o menos grande de la riqueza y del poder político. Los sacerdotes, además de cumplir con los oficios religiosos, poseían también conocimientos jurídicos y científicos y representaron a la clase intelectualmente más elevada”. En consecuencia, es posible sostener que dogmas como el cristianismo se posicionan como mecanismos idóneos para promover la legitimación de la élite.

Esta apreciación es compartida por Charles Wright Mills al sostener que, “las personas que gozan de ventajas se resisten a creer que ellas son por casualidad personas que gozan de ventajas, y se inclinan a definirse a sí mismas como personas naturalmente dignas de lo que poseen, y a considerarse como una élite natural, y, en realidad, a imaginarse sus riquezas y privilegios como ampliaciones naturales de sus personalidades selectas. En este sentido, la idea de la élite como compuesta de hombres y mujeres que tienen un carácter moral más exquisito constituye una ideología de élite en cuanto estrato gobernante privilegiado, y ello es así ya sea esa ideología obra de la élite misma o de otros”.

Los argumentos presentados por ambos autores permiten comprender el protagonismo social de la élite como el resultado de dos procesos simultáneos; por un lado, su autoconvencimiento de constituir un grupo virtuoso, y por el otro, el refuerzo popular de esta creencia, a través de la convicción de que sus miembros son los únicos capaces de asumir las responsabilidades de gobierno. Si tradicionalmente estos procesos se expresaron mediante la creencia en la investidura divina de los soberanos y de los nobles, actualmente tienden a materializarse en los tecnócratas moralmente intachables.

Considerando que en Chile la educación de mejor calidad se encuentra en manos de instituciones privadas y que no existe un establecimiento de educación superior gratuita, es posible sostener que esta reorientación valórica ha contribuido a reforzar las diferencias sociales entre la élite y el resto de la población. De esta manera, el poder de la élite tiende a reproducirse circularmente porque si la mayor posesión de capital económico permite acceder a la mejor formación académica y ésta, a su vez, es premiada con los puestos de trabajo de mayores responsabilidades e ingresos, no es de extrañar que sus cuotas de poder se mantengan o que incluso, hayan aumentado en el último tiempo.

Los niveles de endogamia y las estrechas relaciones familiares entre los dueños y los altos ejecutivos de las mayores empresas, bancos y corporaciones agrarias del país, parecen probar este supuesto, en la medida que, el valor de los apellidos y la familiaridad siguen siendo criterios relevantes al momento de realizar una contratación o ampliar las redes de poder y parentesco.

Junto con ello, la persistencia de una moral extremadamente católica y un modo de vida rigurosamente conservador, permiten sostener que los modos de distinción de la élite criolla, siguen operando conforme a la lógica del período colonial. El autoconvencimiento de los miembros de este “selecto” grupo respecto de su superioridad moral es el principal argumento para fundamentar sus privilegios. Distinguirse en términos morales tiene implicancias que superan las meras consideraciones valóricas, ya que equivale a un medio que justifica las desigualdades materiales en la sociedad. Ser “moralmente mejor”, otorga el derecho a acceder a la mejor educación y a las mejores ocupaciones, junto con posibilitar las mayores recompensas económicas y todos los beneficios asociados a este estilo de vida.

Ahora bien, la aceptación generalizada de estas diferencias se basa en la legitimidad social con la que cuenta la élite por sus facultades de dominio que, a su vez, son movilizadas para reforzar las diferencias sociales y en consecuencia, distinguir entre semejantes e inferiores, y que estos últimos acríticamente acepten esta aberración como fidedigna.

Tomado de: América Latina en movimiento

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Cuando las diversiones de algunos contaminan el planeta de todos

El multimillonario Richard Branson en un vuelo espacial

Por François Graner, Roland Lehoucq y Emmanuelle Rio

En septiembre de 2018, el milmillonario japonés Yusaku Maezawa ya adquirió de Elon Musk los servicios del sistema Starship de su empresa SpaceX para un viaje alrededor de la Luna a partir de 2023. Se desconoce el importe de la factura, pero probablemente es desorbitado.

Entre 2001 y 2009 se vendieron ocho billetes para embarcar en compañía de astronautas a bordo de la nave rusa Soyús para ir a la Estación Espacial Internacional, la famosa ISS. Un viaje de ida y vuelta al precio de entre 20 y 35 millones de dólares por persona, el equivalente al presupuesto diario de una quincena de millones de seres humanos que se hallan en el umbral de pobreza internacional.

Más allá de la obscenidad de una actividad destinada a satisfacer el sueño de unos individuos, estas excursiones recalcan la idea de que el espacio es una mercancía. Asimismo, consumen materiales y energía y tienen consecuencias medioambientales que aumentarán notablemente si este turismo espacial llega a comercializarse más ampliamente. Intentemos por tanto especificar dichas consecuencias diferenciando entre vuelos poco contaminantes, pero muy numerosos, vuelos medianamente contaminantes y bastante numerosos, y vuelos extremadamente contaminantes, pero poco numerosos.

Probar la ingravidez en un vuelo parabólico

Por 6.000 euros, una ya puede contratar un vuelo en un avión que encadena una sucesión de parábolas y permite experimentar la gravedad reducida de Marte o de la Luna, y sobre todo flotar doce veces en plena ingravidez durante una veintena de segundos. Así, la empresa Novespace ha embarcado a 1.856 pasajeros en 217 vuelos que duran alrededor de dos horas y media cada uno, equivalente a la duración (y la contaminación) de un vuelo de París a Varsovia. En la medida en que el número de pasajeros es limitado, la contaminación total de este carrusel de lujo no deja de ser modesta en comparación con los 915 millones de toneladas de CO2 emitidas en 2019 por los 4.500 millones de pasajeros del conjunto de vuelos comerciales (más de 100.000 al día en promedio).

Ver la curvatura de la Tierra en un vuelo suborbital

Salir al espacio implica volar a una altura bastante mayor que los aviones, por encima de los 100 km de altitud. Se trata de un llamado vuelo surborbital, pues la velocidad de la nave es insuficiente para colocarla en órbita. Su vuelo balístico permite experimentar la ingravidez durante varios minutos y al mismo tiempo admirar la belleza de la curvatura de la Tierra. Con un precio anunciado de 250.000 dólares, resulta caro apreciar la redondez de nuestro planeta, pero dispensa al pasajero, provisionalmente, de la proximidad de las clases populares.

La empresa Virgin Galactic, perteneciente al milmillonario Richard Branson, anunció en julio que ya ha vendido 600 billetes para su SpaceShip Two y que está construyendo otras dos naves similares. Esto significa que realizará potencialmente cientos de vuelos regulares, pues ya son 9.000 los clientes que han manifestado su interés. La empresa Blue Origin, del milmillonario Jeff Bezos, también está en liza con su cohete reutilizable, New Shepard, concebido asimismo para lanzar una cápsula con seis turistas espaciales a bordo en una trayectoria suborbital que alcanza una altitud máxima de unos 100 km.

Según el informe de evaluación medioambiental del SpaceShip Two, podemos calcular que la emisión de CO2 de un vuelo completo es del orden de 27,2 toneladas. A razón de 6 pasajeros por vuelo, esto supone 4,5 toneladas de CO2 por persona, lo que equivale a dar la vuelta al mundo una persona sola en un automóvil mediano. Por algunos minutos de ingravidez, esto representa más del doble de la emisión individual anual (presupuesto CO2) que permitiría, según el GIEC [Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático], respetar el objetivo de +2 ºC del Acuerdo de París. En otras palabras, cada pasajero se saltará alegremente este límite y se arrogará el derecho de emitir en lugar de los demás seres humanos.

La propulsión híbrida del SpaceShipTwo no emite únicamente CO2. La nave también escupe hollín, fruto de la combustión incompleta de una mezcla de protóxido de nitrógeno (N2O) líquido y un derivado sólido de polibutadieno hidroxitelequílico. Un artículo científico de 2010 calculó que un millar de vuelos suborbitales al año generarían del orden de 600 toneladas de hollín, que, al permanecer cerca de diez años en suspensión en la atmósfera, entre 30 y 50 km de altitud, contribuirían a alterar el clima en todo el planeta, aunque las naves despegaran siempre del mismo lugar. En comparación con esto, la aviación civil parece casi limpia: emite más hollín en total, 7.200 toneladas al año, pero a una altitud del orden de 10 km, lo que reduce su permanencia en suspensión y permite que las lluvias lo arrastren al suelo.

Visitar la estación espacial internacional

Pasemos ahora al nivel superior. A partir de 2009 y desde que entraron en servicio los módulos científicos europeo y japonés, la tripulación de las expediciones a la ISS aumentó a seis astronautas de los países que la han financiado. En virtud de esta obligación, dejó de haber sitio para un pasajero particular y la agencia espacial rusa interrumpió los vuelos turísticos a la estación espacial. Sin embargo, los vuelos a la ISS para superricos van a reanudarse por iniciativa de la empresa Space Adventures (que vende asimismo vuelos de ingravidez). Después de años de ausencia, EE UU ha recuperado, en efecto, su capacidad de enviar a personas al espacio a raíz del éxito del vuelo de cualificación de la cápsula Crew Dragon lanzada por SpaceX el pasado mes de mayo. Space Adventures lo ha aprovechado para recuperar dos plazas libres en los vuelos del Soyús ruso, anunciando al mismo tiempo su asociación con la empresa Space X.

El precio de estos vuelos rondará los 100 millones de dólares. Con semejante tarifa, para realizar el sueño de Ícaro (ojo: terminó mal), hay que formar parte de las 11.000 personas que poseen una fortuna de 250 millones de dólares como mínimo o tal vez ganar un lote de cierto programa de telerrealidad. Después tendrá que pasar una prueba de aptitud física para el vuelo espacial, en particular para asegurar que el organismo del pasajero o pasajera pueda soportar la aceleración del despegue.

Las 119 toneladas de queroseno refinado consumidas en la primera etapa del cohete Falcon 9 producen, con su combustión controlada, una energía comparable a la que generó la reciente explosión que devastó el puerto de Beirut y sus alrededores: el equivalente a 1.220 toneladas de TNT. De acuerdo con el informe de evaluación medioambiental del Falcon 9, el vuelo completo, incluida la recuperación de la cápsula tripulada mediante embarcaciones especiales y un helicóptero, emitirá 1.150 toneladas de CO2, el equivalente a 638 años de emisión de un automóvil mediano que recorre 15.000 km al año. ¡Bastante más que una operación salida de vacaciones en la autopista! Con cuatro pasajeros por vuelo, esto supone cerca de 290 toneladas de CO2 por pasajero. Es decir, un turista en órbita vale tanto como 65 turistas suborbitales y casi 160 años de emisión de un automóvil…

Alrededor de la Luna

Un vuelo alrededor de la Luna como el que proyecta Maezawa también está reservado, desde luego, a los milmillonarios, que ya suman más de 2.000 y cuyo número crece constantemente. La nave Starship, a bordo de la cual se llevará a cabo el viaje, es la segunda etapa del cohete Super Heavy, el lanzador orbital superpesado y reutilizable desarrollado por SpaceX. El último informe medioambiental de este cohete señala que el conjunto Starship/Super Heavy produce la bagatela de 3.750 toneladas de CO2 en cada vuelo. El proyecto DearMoon preveía embarcar de 6 a 8 personas, lo que supone que cada una de ellas causará emisiones de 470 a 625 toneladas de CO2, superando así en un viaje de algunos días de duración el presupuesto CO2 anual de varios cientos de personas. Si bien esto es menos que las 1.630 toneladas de CO2 que emite anualmente Bill Gates con sus desplazamientos en avión privado…

No contabilizamos, sin duda equivocadamente, el coste en CO2 de la construcción de las plataformas de lanzamiento. Es hormigón, y también mucho gasto en términos de superficie ocupada. Si en Roissy el aeropuerto [Charles de Gaulle] ocupa alrededor de un tercio de la superficie de París intramuros (32 km2), lo hace para más de 470.000 movimientos de aviones al año y cerca de 70 millones de pasajeros y pasajeras. En comparación, los vuelos suborbitales previstos por Virgin Galactic partirán del Spaceport America, en Nuevo México, cuya superficie de 73 km² no servirá para más de un millar de vuelos al año.

Dejamos de lado asimismo las consecuencias medioambientales de la extracción, el transporte y la transformación de los materiales de alta calidad, como el acero y el aluminio, necesarios para fabricar los cohetes, que no se recuperarán en su totalidad.

El 1 % más rico es responsable del doble de emisiones que la mitad más pobre de la humanidad. Después de sus yates privados y sus aviones de negocios, los caprichos espaciales de esta gente (ultra)rica alimentan la ilusión de omnipotencia que se halla en el origen de los graves desarreglos de la biosfera terrestre. Si las economías de escala derivadas de las mejoras técnicas hicieran que el turismo espacial resultara accesible al conjunto de las clases superiores, estas desigualdades se amplificarían todavía más, sumándose a las degradaciones causadas por nuestras sociedades en general y por el turismo de masas en particular.

Roland Lehoucq es astrofísico, miembro del Comisariado de la Energía Atómica y Energías Alternativas (CEA); Emmanuelle Rio es profesora investigadora de la Universidad de París Saclay y François Graner es director de investigación del CNRS, Universidad de París.

Tomado de: Nodo 50

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Los bien pagaos

Por Pascual Serrano @pascual_serrano

Vivimos en un modelo social y económico donde un futbolista como Messi cobra 70 millones al año, un presentador de televisión como Pablo Motos cuatro millones y un youtuber como Rubius otros cuatro.

Mientras tanto, el equipo de investigadores españoles que busca la vacuna contra la Covid está formado por un jubilado y 10 personas sin contrato fijo y tienen un presupuesto de 700.000 euros, lo que gana el youtuber en dos meses. Por otro lado, el equipo de nueve mujeres que se hacen cargo del 60% de las muestras que se analizan en España y vigilan el ritmo con el que la cepa británica crece en nuestro país tienen unos contratos precarios con sueldos de en torno a mil euros al mes.

El resultado es que tenemos un gran fútbol, mucha gente que se divierte con programas de televisión, jóvenes que se entretienen con los youtubers, pero no tenemos vacunas contra la Covid y, claro está, la gente se muere. También hay otra consecuencia no menos grave, nuestros hijos comprobarán en sus colegios que el triunfo social y económico es para los que se dedican a lo que ellos hacen en el recreo y en sus ratos libres y no para quienes muestran su capacidad y esfuerzo en las asignaturas que se estudian en clase.

Se argumenta en muchas ocasiones que esos grandes sueldos no deberían molestarnos porque proceden de la empresa privada, no los pagamos nosotros. La discusión no es quién lo paga, sino el modelo de sociedad que estamos creando donde premiamos con toneladas de dinero al que juega al fútbol, hace de graciosillo en la tele o delante de una webcam y despreciamos al que está buscando cómo salvar la vida de millones de personas. El sistema económico está diseñado para que los primeros generen millonarios ingresos, mientras que como los segundos no generan beneficios capitalistas no existe ni reconocimiento laboral ni profesional. Es lo que Marx llamó el valor de uso y el valor de cambio. El capitalismo es tan contranatura que inventar una vacuna, por mucho valor de uso que tenga (salvar vidas) no le da valor de cambio. Y dar patadas a un balón o decir tonterías frente a un ordenador, aunque no tenga ningún valor de uso tiene un valor de cambio estratosférico.

Hace unos días, se despertó la indignación en las redes por un vídeo donde un piloto de moto GP y un campeón ciclista profesional retirado decía entre risas “Escucha una cosa. Estamos haciendo cálculos. No entiendo cómo puede ser que ganemos tanta pasta trabajando menos días de los que tú tienes de vacaciones”. Ambos son embajadores de la empresa de bicicletas Orbea, que tuvo que pedir disculpas públicamente. Me pregunto, ¿por qué provoca la indignación que ellos te recuerden lo que es verdad y ya sabíamos, y nadie se indignara antes de que existiese el vídeo?

Es curioso, aceptamos la vergonzosa desigualdad, colaboramos en el enriquecimiento insultante, aceptamos el desprecio a quienes más se esfuerzan incluso por salvar nuestras vidas, pero solo cuando su arrogancia la llevan hasta reírse de nosotros es cuando nos ofendemos.

Tomado de: Página del autor

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Los ultraricos preparan un mundo poshumano

Por Douglas Rushkoff

El año pasado, me invitaron a dar una conferencia en un complejo súper lujoso para una audiencia que, imaginé, sería de aproximadamente cien banqueros de inversión. Fue, con mucho, la remuneración más alta que me han ofrecido por una conferencia (la mitad de mi salario anual como profesor), todo para proporcionar algunos consejos sobre el tema “el futuro de la tecnología”.

Nunca me gustó hablar del futuro. La sesión de preguntas y respuestas siempre termina más como un juego de salón, en el que me piden que dé una opinión sobre las últimas tendencias tecnológicas como si fueran consejos precisos para posibles inversiones: blockchain, impresión 3D, CRISPR. Las audiencias rara vez están interesadas en conocer estas tecnologías o sus impactos potenciales, más allá de la opción binaria entre invertir en ellas o no. Pero el dinero llama; así que entré al programa.

Al llegar, me presentaron lo que parecía ser la sala principal reservada. Pero en lugar de que me dieran un micrófono o me llevaran a un escenario, simplemente me senté en una mesa redonda y mi público comenzó a llegar: cinco tipos súper ricos, sí, todos hombres, del escalón más alto del mundo de los fondos de cobertura. Después de una pequeña conversación, me di cuenta de que no tenían ningún interés en la información que había preparado sobre el futuro de la tecnología. Habían preparado sus propias preguntas.

Empezaron con aparente ingenuidad. ¿Ethereum o Bitcoin? ¿Es real la computación cuántica? Pero de forma lenta y segura, se concentraron en sus verdaderas preocupaciones.

¿Qué región se vería menos afectada por la próxima crisis climática: Nueva Zelanda o Alaska? ¿Está Google realmente construyendo un «hogar» para el cerebro de Ray Kurzweil y su conciencia vivirá durante la transición, o morirá y renacerá completamente nuevo? Finalmente, el director ejecutivo de una firma de corretaje explicó que casi había terminado la construcción de su propio sistema de refugio subterráneo y preguntó: “¿Cómo mantengo la autoridad sobre mi fuerza de seguridad después del evento? «

El evento. Ese era el eufemismo que usaban para el desastre ambiental, el malestar social, la explosión nuclear, el virus incontrolable o los hackers-robots que lo destruyen todo.

Esa única pregunta los ocupó el resto del tiempo. Sabían que los guardias armados vendrían a proteger sus complejos de la multitud enojada. Pero, ¿cómo pagarían los guardias si el dinero no tendría valor? ¿Qué impediría a los guardias elegir a sus propios líderes? Los multimillonarios consideraron usar candados de combinación especiales que solo ellos conocían para mantener su suministro de alimentos. O hacer que los guardias usen collares disciplinarios de algún tipo, a cambio de su supervivencia. O tal vez construir robots para que sirvan como guardias y trabajadores, si esa tecnología se desarrolló a tiempo.

Fue entonces cuando me di cuenta. Para estos caballeros, esta fue una conversación sobre el futuro de la tecnología. Siguiendo los consejos de Elon Musk colonizando Marte, Peter Thiel revirtiendo el proceso de envejecimiento, o Sam Altman y Ray Kurzweil insertando sus mentes en supercomputadoras, se estaban preparando para un futuro digital que tenía mucho menos que ver con hacer del mundo un lugar mejor. que trascender completamente la condición humana y aislarse del peligro real actual del cambio climático, el aumento del nivel del mar, las migraciones masivas, las pandemias globales, el pánico y el agotamiento de los recursos. Para ellos, el futuro de la tecnología tiene que ver con una cosa: escapar.

No hay nada de malo en evaluaciones tremendamente optimistas de cómo la tecnología puede beneficiar a la sociedad humana. Pero el movimiento actual de una utopía posthumana es otra cosa. Es menos una visión de la migración de la humanidad hacia un nuevo estado del ser que una búsqueda por trascender todo lo que es humano: cuerpo, interdependencia, compasión, vulnerabilidad, complejidad. Como han señalado los filósofos de la tecnología durante años, la visión transhumanista reduce muy fácilmente toda la realidad a datos, concluyendo que «los humanos no son más que objetos procesadores de información «.

Es una reducción de la evolución humana a un videojuego en el que alguien gana encontrando la salida de emergencia y dejando a algunos de sus mejores amigos en el camino. ¿Son Musk, Bezos, Thiel… Zuckerberg? Estos multimillonarios son los presuntos ganadores de la economía digital, el mismo escenario de supervivencia que el más apto que alimenta la mayor parte de esta especulación.

Por supuesto, no siempre fue así. Hubo un breve momento, a principios de la década de 1990, en que el futuro digital parecía abierto a nuestra invención. La tecnología se estaba convirtiendo en un campo de juego para la contracultura, que la veía como una oportunidad para crear un futuro más inclusivo, igualitario y prohumano. Pero los intereses de lucro del establecimiento vieron solo un nuevo potencial para la vieja exploración, y muchos tecnólogos fueron seducidos por los unicornios en las bolsas de valores. El futuro digital pasó a entenderse más como acciones futuras o mercancías futuras, algo que se debe prever y por lo que apostar. Así, casi todos los discursos, artículos, estudios, documentales o documentos técnicos se consideraron relevantes solo en la medida en que apuntasen a un símbolo de corporación global.

Esto liberó a todos de las implicaciones morales de sus actividades. El desarrollo de la tecnología se ha convertido menos en una historia de florecimiento colectivo que de supervivencia personal. Peor, como aprendí, llamar la atención sobre esto era ser considerado involuntariamente un enemigo del mercado o una antitecnología malhumorada.

En este punto, en lugar de hacer consideraciones éticas sobre empobrecer o explotar a muchos, en nombre de unos pocos, la mayoría de los académicos, periodistas y escritores de ciencia ficción han comenzado a dedicarse a enigmas mucho más abstractos y fantasiosos: es solo un operador ¿en el mercado de inversores se usan drogas inteligentes? ¿Deberían los niños recibir implantes para idiomas extranjeros? ¿Queremos que los vehículos autónomos prioricen la vida de los peatones, en detrimento de los pasajeros? ¿Deberían administrarse las primeras colonias de Marte como democracias? ¿Cambiar mi ADN daña mi identidad? ¿Deberían los robots tener derechos?

Hacer este tipo de preguntas, aunque filosóficamente divertido, es un pobre sustituto para examinar los dilemas morales reales asociados con el desenfrenado desarrollo tecnológico en nombre del capitalismo corporativo. Las plataformas digitales ya han convertido un mercado de explotación y extracción (piense en Walmart) en un sucesor aún más deshumanizador (piense en Amazon). La mayoría de nosotros nos hemos dado cuenta de este lado oscuro en forma de trabajos automatizados, trabajo temporal y el fin del comercio minorista local.

Sin embargo, los impactos más devastadores de este capitalismo digital en avance recaen sobre el medio ambiente y los pobres del mundo. La producción de algunas de nuestras computadoras y teléfonos inteligentes todavía utiliza redes de trabajo esclavo. Estas prácticas están tan profundamente arraigadas que una empresa llamada Fairphone, fundada desde cero para producir y comercializar teléfonos éticos, lo encontró imposible. (El fundador de la empresa ahora se refiere a sus productos como teléfonos «más justos») …

Mientras tanto, la extracción de metales raros y la eliminación de nuestras tecnologías altamente digitales destruyen los hábitats humanos, reemplazándolos con vertederos de desechos tóxicos, recolectados por niños campesinos y sus familias, quienes venden materiales utilizables a los fabricantes.

Esta exteriorización —»fuera de la vista, fuera de la mente»— de la pobreza y el veneno no desaparece solo porque nos cubramos los ojos con gafas de realidad virtual y estemos inmersos en una realidad alternativa. Cuanto más ignoramos las repercusiones sociales, económicas y ambientales, más problemáticas se vuelven. Esto, a su vez, motiva aún más privaciones, más aislacionismo y fantasía apocalíptica, y tecnologías y planes de negocios más diseñados con desesperación. El ciclo retroalimenta.

Cuanto más comprometidos estamos con esta cosmovisión, más comenzamos a ver a los seres humanos como un problema y a la tecnología como una solución. La esencia misma de lo que significa ser humano se trata menos como una característica que como un defecto intrínseco, un error. Las tecnologías se declaran neutrales, a pesar de los prejuicios que encierran. Cualesquiera que sean los malos comportamientos que nos induzcan, solo serían un reflejo de nuestro propio núcleo corrupto. Es como si algún salvajismo humano innato fuera el culpable de nuestros problemas. Así como la ineficiencia de un mercado local de taxis se puede «resolver» con una aplicación que lleva a los conductores humanos a la quiebra, las incómodas inconsistencias de la psique humana se pueden corregir con una actualización digital o genética.

En última instancia, según la ortodoxia tecnosolucionaria, el futuro humano llega al clímax si inserta nuestra conciencia en una computadora o, quizás mejor, acepta que la tecnología misma es nuestra sucesora en la evolución. Como miembros de un culto gnóstico, esperamos entrar en la siguiente fase trascendente de nuestro desarrollo, eliminando nuestros cuerpos y dejándolos atrás con nuestros pecados y problemas.

Nuestras películas y programas de televisión representan estas fantasías para nosotros. Los programas de zombis muestran un posapocalipsis en el que las personas no son mejores que los no-muertos y parecen conocerlos. Peor aún, estas películas invitan a los espectadores a imaginar el futuro como una batalla de suma cero entre los humanos restantes, donde la supervivencia de un grupo depende de la muerte de otro. Incluso Westworld —basada en una novela de ciencia ficción en la que los robots corren a lo loco— finalizó su segunda temporada con la revelación definitiva: los seres humanos son más simples y predecibles que las inteligencias artificiales que creamos. Los robots aprenden que cada uno de nosotros puede reducirse a unas pocas líneas de código y que no podemos tomar decisiones intencionales. Demonios, en esa serie incluso los robots quieren escapar de los límites de sus cuerpos y pasar el resto de sus vidas en una simulación por computadora.

La gimnasia mental requerida por esta profunda inversión de roles entre humanos y máquinas depende de la suposición subyacente de que los humanos son terribles. Los cambiaremos o nos alejaremos de ellos para siempre.

Entonces, tenemos multimillonarios de tecnología que lanzan autos eléctricos al espacio, como si eso simbolizara algo más que la capacidad de un multimillonario para promocionarse en la corporación. Y si pocas personas logran escapar y de alguna manera sobrevivir en una burbuja en Marte, a pesar de nuestra incapacidad para mantener esa burbuja incluso aquí en la Tierra, en cualquiera de las dos pruebas multimillonarias realizadas en la Biosfera, el resultado será menos de la diáspora humana. que un salvavidas para la élite.

Cuando los financieros de fondos de cobertura preguntaron cuál era la mejor manera de mantener la autoridad sobre sus fuerzas de seguridad después del evento, sugerí que su mejor opción sería tratar muy bien a estas personas, ahora mismo. Debían involucrarse con sus equipos de seguridad como si estuvieran compuestos por miembros de sus propias familias. Y cuanto más puedan expandir ese espíritu de inclusión al resto de sus prácticas comerciales, gestión de la cadena de suministro, esfuerzos de sostenibilidad y distribución de la riqueza, menos posibilidades habrá de que se produzca un evento en primer lugar. Toda esta magia tecnológica podría aplicarse ahora, con fines menos románticos, pero mucho más colectivos.

Les sorprendió mi optimismo, pero realmente no lo aceptaron. No les interesaba cómo evitar un desastre; estaban convencidos de que habíamos ido demasiado lejos. A pesar de toda su riqueza y poder, no creen que puedan afectar el futuro. Simplemente aceptan los escenarios más oscuros y luego traen todo el dinero y la tecnología que pueden usar para aislarse, especialmente si no pueden conseguir un lugar en el cohete hacia Marte.

Afortunadamente, aquellos de nosotros que no tenemos dinero para considerar la negación de nuestra propia humanidad tenemos opciones mucho mejores disponibles. No necesitamos usar la tecnología de una manera tan antisocial y atomizadora. Podemos convertirnos en consumidores y perfiles individuales que nuestros dispositivos y plataformas quieren transformarnos, o podemos recordar que el ser humano verdaderamente evolucionado no camina solo.

En el ser humano, no se trata de supervivencia o salida individual. Es un deporte de equipo. Sea cual sea el futuro de los humanos, será para todos.

Tomado de: Otras palabras

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