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Paso de la palabra. Tres maestras del silencio

La actriz estadounidense Holly Hunter en el filme El piano (1993) de Jane Campion

Por Mar Gallego

Lo que no se nombra ¿no existe? o ¿existe sin ser reconocido? Si el lenguaje es esa conexión con el mundo de los significados, ¿qué ocurre cuando una persona decide interrumpir ese canal de conexión interpersonal?

Justo esto es lo que hace Elizabeth Vogler, la protagonista de la película Persona (1966), escrita y dirigida por Ingmar Bergman, una reconocidísima actriz de teatro que, en medio de una actuación y tras haber dado a luz a su primer hijo, permaneció en silencio sobre las tablas para luego excusarse argumentando que le entró una risa espantosa. Tras el incidente, Vogler —interpretada por Liv Ullman— volvió a su casa, se quitó el maquillaje, cenó con su esposo y se fue a la cama. A la mañana siguiente, ya no quería articular palabra.

Tras tres meses de mudez elegida, ingresa en un psiquiátrico. Allí, la especialista que lleva su caso comenta: “¿Crees que no lo entiendo? El absurdo sueño de ser […]. Y al mismo tiempo, el abismo entre lo que eres ante los demás y lo que eres ante ti misma […]. El papel de esposa, el papel de colega, el papel de madre, el papel de amante, ¿cuál de ellos es el peor? ¿Cuál te ha causado más tormento?”.

A Vogler fue el papel de madre el que la destrozó. Después de conocer que estaba embarazada, descubre que no quiere encarnar ese rol. El tabú del aborto no se lo pone fácil. Tampoco los halagos que recibe de su entorno, que le transmiten la idea de que la maternidad la completa como mujer.

La imposibilidad de romper con esas cadenas y trampas de reconocimiento que conforman las palabras, la lleva a la decisión de —al menos— no reproducir con su cuerpo la maquinaria. La protagonista reconoce que el lenguaje duele y lastima, y que el guion que lo conforma es mucho más viejo que ella misma. Guion, palabras y roles van de la mano. ¿Cuándo sabes si tu decisión es libre cuando el libreto está por todas partes?

El Piano (1993), escrita y dirigida por Jane Campion, aborda también, en parte, esta cuestión. Su personaje protagonista, Ada, interpretado por Holly Hunter, es una mujer peculiar que detecta este proceso de conformación de las identidades femeninas hegemónicas mucho antes que Elizabeth. Siendo solo una niña nos cuenta: “La voz que están oyendo no sale de mi boca. Es la voz de mi mente. No he hablado desde que tenía seis años. Nadie sabe por qué, ni siquiera yo […]. Hoy mi padre me ha casado con un hombre al que todavía no conozco. Pronto mi hija y yo iremos a su país para reunirnos con él. Mi marido dice que mi mudez no le preocupa […]. Bueno sería que tuviera la paciencia de Dios, pues el silencio acaba afectando a todo el mundo”.

En el caso de Ada, el papel contra el que se rebela es el de esposa. Sin embargo, Ada sí parece haber encontrado un lenguaje propio: el de la música que fabrica con su piano aunque, a pesar de ello, la potencia de su sensibilidad no pueda ser leída por el resto. El miedo a lo desconocido la convierte en una criatura extraña para su entorno. Según las mujeres que habitan la misma casa, “que el sonido se meta así dentro de ti no es nada agradable”. Mejor hablar que sostener los vacíos.

Excéntrica, rara, loca… son algunos de los calificativos que Ada recibe por sumergirse en sus profundidades y alejarse del lenguaje como única forma de acceder a la verdad. Su libertad antidiscursiva hace que el sistema la coloque en la periferia de la condición humana que la tilda de salvaje.

Algo parecido le pasa a Nell, la prota de la película que lleva el mismo nombre, dirigida por Michael Apted con guion de William Nicholson. Nell es reducida a una condición de menor de edad por habitar un lenguaje diferente al del resto.

Interpretada por Jodie Foster, el personaje ha vivido desde su niñez en medio de un bosque. Apenas ha tenido presencia humana y, cuando la tiene, se relaciona a través del contacto físico, de rituales y de un lenguaje sencillo e inventado. Nell se va sumergiendo poco a poco en la experiencia del lenguaje occidental, un lenguaje que desprecia su mundo conectado. Así lo afirma ella ante un jurado, cuando decide romper el silencio mantenido durante días: “Tenéis grandes cosas, sabéis grandes cosas, pero no os miráis a los ojos y estáis sedientos de paz”.

Sin embargo, su rareza aporta y sana a las personas que inician una relación cercana con ella. La sencillez de su lenguaje particular abre la puerta a un mundo menos triste que el habitado por mujeres como Paula —otro de los personajes—, que afirma estar atrapada en guiones dolorosos que tienden a retornar: “¿Sabes qué me da rabia? Que estamos todos como pillados en esos círculos que se repiten sin cesar”.

Susan Sontag en su Estética del silencio invitó a reflexionar sobre qué querían decirnos aquellos mundos que no tenemos en consideración porque aún no hemos sido capaces de descifrar. Detrás de las invocaciones al silencio, según la pensadora, “se oculta el anhelo de renovación sensorial y cultural”. En la obra, la autora afirmó: “Tal como algunas personas ya saben, hay maneras de pensar que aún no conocemos. Nada podría ser más importante o precioso que dicho conocimiento, todavía nonato”.

En las prácticas feministas hegemónicas tenemos claro que lo que no se nombra no existe, pero olvidamos a veces poner en jaque las estructuras desde las que nombramos. ¿Cómo construiremos esa renovación sensorial de la que hablaba Sontag sin poner en cuarentena la palabra como herramienta central de nuestras reivindicaciones?

Mar Gallego es autora del ensayo Dueñas de su silencio. El silencio como poder y resistencia a la identidad femenina en la temática fílmica (Instituto de Estudios Almerienses, Nº 27, 2004).

Tomado de: Pikara Magazine

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La violencia y el dolor

Por José Blanco

Cada 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, ONU Mujeres emite un comunicado-proclama acerca de la violencia machista sobre las mujeres. Este año demandó: ¡Pongamos fin a la violencia ya! El año pasado advirtió: México: Poner fin a la violencia contra las mujeres y las niñas no está en pausa. Seis años atrás, en 2015, recomendó: Prevenir la violencia contra las mujeres. En un organismo temperado por su naturaleza, el tono ha debido entrar en apremio, y no es para menos: en México dos de cada tres mujeres han sido violentadas por un macho al menos una vez en su vida, una proporción del doble de lo que ocurre a escala internacional. “Esta situación amenaza con borrar décadas de progreso para mujeres y niñas”, dice la agencia de la ONU: un progreso que nadie ha registrado.

Las calles gritan y la situación empeora. Ese infausto día debería nombrarse día internacional de la eliminación de la violencia machista de los hombres contra la mujer. Enfocar a la mujer violentada, y enfocar también al autor de esa barbaridad, ayudaría a aumentar la conciencia sobre las situaciones de violencia, y los roles de cada uno. Muchos hombres no se reconocerán en ella, pero es posible que hallen, trabajando en el problema, su responsabilidad en la catástrofe.

Como siempre en los hechos sociales, hay una complejidad que, sin ser comprendida, no puede dar lugar a acciones que aborden, uno a uno, todos los nudos que la configuran. Pese a la persistencia dura de la calle, todo ocurre como si las cosas estuvieran dejadas a su libre transcurrir; así, los días y los años sólo llevan a un dolor que ojalá no se vuelva desesperanza.

La desigualdad de género está en el origen, y el sistema responsable ha sido señalado: el sistema patriarcal; un sistema de dominio articulado a otros de igual sentido y resultado, acaparando privilegios, como el racismo o la segregación territorial, envueltos todos por el sistema capitalista, lugar del dominio más profundo. En su versión neoliberal arribamos al peor de los mundos posibles. Como ha escrito el sociólogo chileno Claudio Duarte, “la sociedad tiene una definición muy clara de lo que espera de una persona adulta: producir con eficiencia, consumir con opulencia, reproducir la norma social y reproducirse heterosexualmente. Es un marco que tiene por centro al adulto y al patriarcado. Hacerse joven varón en la sociedad es, por tanto, superar las pruebas violentas, autoritarias e incuestionables que le dicen cómo deben las personas jóvenes pensar, sentirse, comportarse y educarse para el futuro y la continuación de su función social, enajenando los cuerpos porque sobre su control se sostiene el sistema patriarcal”.

Unos hombres acaparan todos los sistemas de dominación, otros hombres padecen al sistema de dominio más profundo y feroz, pero extraen privilegios de sistemas de dominación como el patriarcado, el racismo o la segregación territorial. Los enemigos son esos sistemas, no quienes hoy son privilegiados. Conocer los abismos que construyen cada sistema para hallar cómo subvertirlos, es tarea y vía para eliminar los privilegios.

La más remota segregación territorial, donde viven los condenados de la tierra, es también espacio de creación de privilegios que construye masculinidades feroces contra las mujeres. Los hombres son inducidos a ser proveedores y los sistemas de dominación que están sobre ellos los frustran y les impiden llenar el rol que le es demandado. Esa infernal circunstancia crea machos con privilegios mínimos y mujeres negadas en todo y por todo, una desigualdad en los mínimos que da lugar a machos feroces. Es preciso conocer las mil variantes de cada sistema de dominación y sus articulaciones, las que es urgente desarmar.

En cada hecho de violencia machista hay muchos que padecen dolor. Una mujer desaparecida luego aparecida como asesinada, debería producir dolor a todos. Una es demasiado. Le causa infinito dolor a la victimada, y les causa terrible dolor emocional a todos quienes la rodean. El dolor emocional, dice un estudio de las doctoras Adrienne Carter-Sowell y Zhanheng Chen, publicado por la revista Psychological Science, es peor que el dolor físico.

Ahora se llama “violencia vicaria” al asesinato de niñas por machos para causar dolor a la madre, en un acto de horror, en el que se enfoca a la madre, y se deshumaniza a los niños, se los desaparece en un acto “de justicia” con la madre.

El asesinato de una mujer produce un dolor extremo en sus cercanos que debería pasar también a primer plano en la sociedad, recibir un espacio mayor que el de las responsabilidades legales, donde suele centrarse la atención. El lugar de la legalidad en estos hechos es el lugar más frío del hecho inhumano cometido. Hagámonos cargo todos del dolor de todos. Entendemos mal el dolor y es preciso trabajar en profundidad sobre ello. Acaso sea una forma distinta de mirarnos dentro, tal vez incida en la sensibilidad de los hombres violentos.

Tomado de: La Jornada

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De violencia doméstica a violencias machistas: la importancia de los conceptos

Por María de los Ángeles Fernández & Andrea Liba

La fortaleza del movimiento feminista no está solo presente en las calles. Poco a poco, los reclamos colectivos van configurando cambios sociales que llegan a tener impactos legislativos. El ejemplo más claro es el concepto de ‘violencias machistas’, ampliamente aceptado pero que ha supuesto una larga travesía de declaraciones, normas o convenios para definir no solo políticamente qué es la violencia que sufren las mujeres. ¿De qué hablamos cuándo hablamos de violencias machistas?, ¿y de violencia de género?, ¿qué ocultan quienes hablan de violencia familiar?

Este es un recorrido cronológico que esboza un camino que aún se está trazando.

Esposa o hija. Hasta el año 1975, en el Estado español las mujeres ocupaban una posición jurídica de subordinación respecto a los hombres, o se dependía del padre o del marido. Además, la violencia de género en el ámbito de la pareja estuvo permitida y respaldada por la legislación hasta 1978; por ejemplo, se eximía de responsabilidad al varón que asesinaba a su esposa por “adulterio”. Y no fue hasta 1989 cuando empezó a castigarse la conducta violenta en el ámbito familiar.

Es en la década de los 90 cuando, en el marco de Naciones Unidas, se habla de la violencia explícita que sufren las mujeres, aunque la noción llevaba dos décadas de desarrollo. En 1974 la palabra “femicidio” fue usada por Carol Orlock y dos años después Diana Russell la pronunció ante 2.000 personas, en el Primer Tribunal Internacional de Crímenes contra Mujeres, en Bruselas. En 1994, Russell, junto con Jull Radfor, publicó el libro Femicidio: La política del asesinato de mujeres. Las activistas feministas impulsaron los cambios institucionales y legislativos.

La Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer, de 1993, constituye, en el marco de la ONU, el primer instrumento internacional que abordó de forma explícita la violencia contra las mujeres, estableciendo un contexto para la acción nacional e internacional. Esta declaración define la violencia contra las mujeres como todo acto de violencia que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada. Hasta entonces, términos que obviaban la estructura de poder patriarcal y machista, como crimen pasional o violencia conyugal, eran aceptados de manera mayoritaria.

En 1995, la Organización de Naciones Unidas, en la IV Conferencia Mundial, reconoció que la violencia contra las mujeres es un obstáculo para lograr los objetivos de igualdad, desarrollo y paz, y que viola y menoscaba el disfrute de los derechos humanos y las libertades fundamentales. Además, la subrayó como una manifestación de las relaciones de poder históricamente desiguales entre mujeres y hombres. También ese año, la Cuarta Conferencia mundial sobre la mujer y la aprobada Declaración y plataforma de acción de Beijing aportaron todo un marco de análisis y de propuestas consensuado internacionalmente, vigentes 25 años después.

En el Estado español, el asesinato de Ana Orantes en 1997 fue sin duda un antes y un después en cómo la sociedad percibía la violencia machista, aunque todavía no se llamara así. Pero en realidad no fue hasta 2004 cuando hubo un verdadero cambio de paradigma. Hasta entonces las agresiones a mujeres se contemplaban como agresiones en el ámbito doméstico, por lo que quedaban diluidas en otro tipo de violencias que ocurren en este espacio: eran catalogadas como algo que sucede en el ámbito privado, dejando de lado su importancia como problema político y social. En 1998, la Fiscalía General del Estado dictó una circular que recogía un concepto amplio de violencia doméstica, incluyendo las acciones u omisiones, penalmente sancionables, cuando se cometen por un miembro de la familia contra otro que convive en el mismo domicilio. Por tanto, únicamente se hacía referencia a los malos tratos producidos entre personas que comparten casa.

Los límites de la legislación vigente

La Ley de medidas de protección integral contra la violencia de género, de 2004, ofrece protección a las mujeres que sufren malos tratos y violencia (física y psicológica, así como las agresiones a la libertad sexual, las amenazas, las coacciones o la privación arbitraria de la libertad) por parte de sus parejas y exparejas. Más allá del camino legislativo abierto, con juzgados especializados incluso, la norma sirvió también como herramienta de sensibilización social y de educación en materia de igualdad. Desde 2014, se consideran también víctimas de violencia de género los hijos e hijas menores de edad de las mujeres que sufren este tipo de violencia.

Aunque en su momento fue muy aplaudida, la ley vigente se queda corta a la hora determinar qué mujeres sufren violencia o son asesinadas por el hecho de ser mujeres. “Esta decisión política ha contribuido a que la sociedad tienda a identificar como violencia de género solo la que ocurre en la pareja y que no acabe de situar su origen en la desigualdad y la dominación masculina”, recoge el artículo ‘¿Empezamos a hablar de feminicidio en el Estado español?’, publicado en Pikara Magazine en 2015. Por eso, las estadísticas oficiales de asesinadas son cortas y no reflejan la verdadera dimensión de este tipo de violencia.

La ONG Mugarik Gabe ha trabajado ampliamente en torno a la conceptualización de las violencias machistas. En su informe ‘Una vida sin violencias machistas: una apuesta de Mugarik Gabe’ este colectivo recoge que la “violencia de género” alude a las desigualdades explicitadas por el sistema sexo-género y las relaciones de poder como causa. En cambio, recoge el documento, “hay quien opina que este concepto es difuso y poco comprensible y optan por ‘violencia machista’, porque además de a las causas detalla responsabilidades”. De hecho, Mugarik Gabe defiende el uso de “violencias machistas” porque destaca las causas de manera clara y comprensible, y porque el uso del plural visibiliza la diversidad de formas en las que se expresa este tipo de violencia, que va desde expresiones sutiles hasta otras extremas.

Carácter específico y diferenciado

“Las violencias ejercidas contra las mujeres han sido denominadas con diferentes términos: violencia sexista, violencia patriarcal, violencia viril o violencia de género, entre otros. En todos los casos la terminología indica que se trata de un fenómeno con características diferentes de otras formas de violencia. Es una violencia que sufren las mujeres por el mero hecho de serlo, en el marco de unas relaciones de poder desiguales entre mujeres y hombres. La presente ley reconoce el carácter específico y diferenciado de esta violencia y también la necesidad de profundizar en los derechos de las mujeres para incluir las necesidades que tienen en el espacio social”, recoge por su parte la Ley del derecho de las mujeres a erradicar la violencia machista, aprobada en 2008 en Catalunya y que sirve, según indica en su preámbulo, para el reconocimiento del papel histórico y pionero de los movimientos feministas.

Esta legislación autonómica opta por la expresión violencia machista, “porque el machismo es el concepto que de forma más general define las conductas de dominio, control y abuso de poder de los hombres sobre las mujeres y que, a su vez, ha impuesto un modelo de masculinidad que todavía es valorado por una parte de la sociedad como superior. La violencia contra las mujeres es la expresión más grave y devastadora de esta cultura, que no solo destruye vidas, sino que impide el desarrollo de los derechos, la igualdad de oportunidades y las libertades de las mujeres”.

Volviendo a la ley estatal, no contempla ciertos tipos de agresiones que se deberían tener en cuenta para cumplir con el Convenio de Estambul, ratificado en 2014 por el Estado español, como los matrimonios forzosos, las mutilaciones genitales, la trata, la esterilización forzosa o el acoso sexual, entre otras. De hecho, aunque el Código Penal los recoge, estos delitos no están tipificados ni como violencia de género ni como violencia machista.

Tras las masivas movilizaciones contra la violencia que sufren las mujeres celebradas el 7 de noviembre de 2015, y tras la huelga de hambre de varias activistas en la madrileña Puerta del Sol, en febrero de 2017, las diferentes fuerzas políticas con representación parlamentaria entonces se vieron obligadas a atender la cuestión y los reclamos del movimiento feminista. Así, el Pacto de Estado contra la violencia de género, suscrito en 2017, busca solucionar esta carencia legislativa y amplía el concepto de violencia machista.

El eje ocho, de la decena que tiene el Pacto, recoge el compromiso para “la visualización y atención de otras formas de violencia contra las mujeres, prestando especial atención a la violencia sexual, a la trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual, a la mutilación genital femenina y a los matrimonios forzados. De conformidad con el Convenio del Consejo de Europa para prevenir y combatir la violencia contra la mujer y la violencia doméstica (Convenio de Estambul), de 2011, se incluirán todos los actos de violencia basados en el género que impliquen o puedan implicar para las mujeres daños o sufrimientos de naturaleza física, sexual, psicológica o económica, incluidas las amenazas de realizar dichos actos, la coacción o la privación arbitraria de libertad, en la vida pública o privada”. El Pacto también incide en la necesidad de cambios legislativos y jurídicos, incluido el Código Penal.

Ampliando el marco

Aunque el Pacto está lejos de ser aplicado completamente, las necesidades de cambios legislativos reclamados por el movimiento feminista no cesan. Por ejemplo, la ley catalana de 2008 va a ser modificada y la propuesta es introducir conceptos clave como violencias digitales, consentimiento sexual, violencia institucional e interseccionalidad. “Amplía las violencias en el ámbito social y comunitario, las formas de violencias machistas y la formación de profesionales; y supone un punto importante de inflexión también en el reconocimiento a las disidencias de género y la incorporación de la violencia institucional”, se recoge en el reportaje ‘Violencia de género, los debates que vienen’, publicado en Pikara Magazine, en marzo de 2020, en el que también se hace mención a que “hay que ampliar el sujeto de la ley de violencias machistas, porque se ha visto que la violencia machista es algo que no solo afecta a las mujeres cis”, como dice una de las impulsoras de la modificación legislativa.

También en marzo de 2020, el Ministerio de Igualdad lanzó el Anteproyecto de ley orgánica de garantía integral de la libertad sexual, que propone reformas en el Código Penal. Porque si hablamos de violencia sexual hablamos de violencias machistas. Entre otras medidas novedosas, de aprobarse esta ley el acoso callejero se consideraría delito.

Las modificaciones legislativas propuestas, como ha explicado la catedrática de Derecho Penal en la Universidad de A Coruña Patricia Faraldo, no tienen solo una función punitiva, sino educativa y social, al trasladar un mensaje a la sociedad de lo que se considera intolerable. Esta función social, de reeducación, también es clave para la abogada Laia Serra, quien en el caso concreto del consentimiento en las relaciones sexuales considera que “la gente tiene que incorporarlo en sus conversaciones, en la manera de relacionarse, en el ámbito educativo, en el ámbito sanitario, en el ámbito de ocio. La gente tiene que entender que, si no hay un sí, es un no. Y, en el ámbito legal, esto va a determinar que, para delimitar cuándo hay delito y cuándo no, se tiene que interpretar la situación de acuerdo con este parámetro”.

Otros conceptos

En Política sexual, Kate Millet escribe: “No estamos acostumbrados a asociar el patriarcado con la fuerza. Su sistema socializador es tan perfecto, la aceptación general de sus valores tan firme y su historia en la sociedad humana tan larga y universal, que apenas necesita el respaldo de la violencia. (…) Al igual que otras ideologías dominantes, tales como el racismo y el colonialismo, la sociedad patriarcal ejercería un control insuficiente, e incluso ineficaz, de no contar con el apoyo de la fuerza, que no solo constituye una medida de emergencia, sino también un instrumento de intimidación constante”.

Acoso callejero, violencia digital, trata…. Las violencias machistas no tienen una única expresión y no son hechos aislados. Mugarik Gabe menciona el concepto de “continuum”, una continuidad en el uso de la violencia como un mecanismo de control, y recuerda la conexión entre las distintas violencias contra las mujeres, desde las que se dan en el ámbito de las parejas heterosexuales hasta, por ejemplo, la violencia del Estado o la que sucede en los conflictos armados. En su informe, la ONG describe también algunos tipos de violencia (física, psicológica, económica, social o sexual), y hace hincapié sobre todo en la “violencia estructural” que, apunta, es aplicable en aquellas situaciones en las que se produce daño en la satisfacción de las necesidades humanas básicas y surge de los sistemas políticos, económicos y sociales dominantes que niegan los beneficios y el acceso a una vida digna a un gran número de personas. “Se da una violencia estructural contra las mujeres que mantiene el sistema de dominación patriarcal, reproduciéndose en todas las estructuras políticas, económicas, sociales y culturales”, apunta este colectivo.

Las estructuras, por tanto, no se modifican con una ley o un debate parlamentario. Por eso, Laia Serra insiste en que “no tiene sentido que destinemos toda la energía a promulgar solo leyes de violencia machista cuando hay muchas otras leyes que tienen incidencia directa en los derechos de las mujeres y son fuente directa de violencia”, como, por ejemplo, la ley de extranjería o la ley mordaza. Y añade: “Se tendría que incorporar a partir de ahora el impacto de género en la promulgación de cualquier ley, sea del ámbito que sea, y revisar las leyes existentes que son fuente de violencia y de recorte de libertades de las mujeres”.

Tomado de: Pikara Magazine

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La última violación (en el cine)

Fotograma del filme Dos mujeres (Vittorio de Sica, 1960)

Por Pilar Ruiz

“Me causa indignación oír a los hombres repetir que a muchas mujeres les gusta ser violadas, que no les molesta que un hombre las viole aunque protesten, que sus protestas son solo palabras. No puedo admitir que les cause placer esta violación”.

Christina de Pizan

Filósofa, poeta, escritora, precursora del feminismo, Pizan fue una de las primeras mujeres de la Historia –borrada de ella, claro– en vivir de su trabajo intelectual. Como protegida de la reina de Francia, pudo presenciar ese duelo de película que acaba de estrenar Ridley Scott sobre el famosísimo juicio por combate celebrado en 1386 con Dios dirimiendo –a mandoble limpio– si la esposa de uno de los paladines miente cuando acusa al otro de violación. La vergüenza, la sospecha –hasta el día de hoy muchos historiadores afirman que mentía– y la amenaza de ser quemada en la hoguera por perjura de Marguerite de Carrouges puede que inspirara la obra más famosa de su contemporánea Christina de Pizan: La ciudad de las damas (1405). También su asociación femenina La querella de la Rosa, en la que reclamaba el acceso al conocimiento de las mujeres y que pervivió durante… ¡300 años!

Pizan se convirtió en la paladina principal de la querella de las mujeres, un debate académico que recorrió Europa desde la publicación del panfleto misógino El romance de la rosa (1280) hasta la Revolución Francesa.

“Todas ustedes son, fueron o serán putas por acción o por intención”

El romance de la Rosa

“Muchas mujeres preferían guardar silencio a arruinar su reputación o la de su familia al hacer público el crimen. En la práctica este delito a menudo no se castigaba, no se juzgaba o no se denunciaba”.

Eric Jager, El último duelo (2020)

El medievalista Jager es el autor del exitoso ensayo histórico sobre el caso real del último juicio por combate en 1386, ahora convertido en película. Dado el olfato de Scott para ir de la mano de los tiempos, es fácil entender su interés por la historia de una violación del siglo XIV. El director quizá crea que poco ha cambiado la situación de las mujeres violadas desde aquel entonces, hogueras –no mediáticas– aparte. Un ejemplo; en España hay una denuncia de violación cada 8 horas, aunque solo llegan a notificarse una de cada 6 agresiones sexuales, según el Ministerio del Interior.

Con intención clara, los guionistas de la adaptación de El último duelo, Damon, Affleck y Nicole Holofcener –también directora– hacen referencia al Romance de la Rosa en un diálogo entre la protagonista y su violador número 2, porque el número 1 es su propio marido. Violador legal, tal y como hemos visto innumerables veces en películas de ambientación histórica. El matrimonio de conveniencia –o “violación de polisón”– representa el paradigma de privación de libertad, violencia y humillación contra la mujer. ¿Pasado?

“En el futuro, cuando veas que una mujer llora así, no se está divirtiendo”.

Susan Sarandon –casi citando a Cristina de Pizan-–en Thelma y Louis (1991)

Tampoco sería la primera vez que Scott toca el tema; el resultón éxito de los 90 fue convertido en un alegato feminista a pesar de su final vergonzante y bobo. Eran tiempos en los que el feminismo apenas tenía celuloide que echarse a la boca, amigas.

Muy distinta, en la intención y en la forma, en Dos mujeres (Vittorio de Sica, 1960), adaptación de La Ciociaria, novela de Alberto Moravia (1957) con la que la Loren consiguió su primer Oscar. El recuerdo de ver la famosa escena de la violación de madre e hija –ese plano a ras de suelo– con 13 o 14 años, el terror que golpea aún más cuando ni sabes del todo lo que significa esa imagen porque tienes la misma edad que la niña violada, resulta indescriptible.

Norman Lewis, escritor y oficial británico que luchó en el frente de Italia, cuenta esto en su libro Napoli ‘44: “Todas las mujeres de Patrica, Pofi, Isoletta, Supino, y Morolo han sido violadas… En Lenola el 21 de mayo han sido violadas cincuenta mujeres, y como no había suficientes para todos han sido violadas también las niñas y ancianas. Los marroquíes normalmente agreden a las mujeres en parejas: mientras uno la viola de manera normal, el otro la sodomiza.”

Es historia, y no tan lejana como la medieval: “Marochinatte”, los desmanes cometidos por el cuerpo franco-marroquí de los Aliados tras la victoria de Montecassino. Con total descontrol por parte de sus mandos o quién sabe si castigo premeditado contra la población civil, las tropas francesas violaron a más de 2.000 mujeres de entre 11 y 86 años y a 600 hombres. Porque los hombres también violan a otros hombres. Donde las dan, las toman, parecen decir John Boorman o Quentin Tarantino. El primero en Deliverance (1972) con la escena del “cerdito” y el redneck –una de las más brutales de la historia del cine– y el segundo, en Pulp Fiction (1994). Gracias al personaje del mafioso Marcellus Wallace sabemos cómo se encuentra un hombre tras sufrir una violación: “Estoy a mil jodidas millas de estar bien”. Marcellus, nosotras sí te creemos. Aunque ciertos jueces/juezas no hayan visto Pulp Fiction; seguro que Tarantino les parece violento, no como una sentencia fetén. Ya no es un tabú, señores, hasta recientes series televisivas de temática romántica como Outlander muestra con pelos y señales al villano violando al guapísimo galán coprotagonista. Quizá el cambio de roles no sea más que un reflejo que señala el desajuste entre ficción y realidad. En cualquier caso, el cine enseña, muestra. También que la historia de una violación continúa cuando se pone en duda la palabra de la víctima habitual, una mujer. Ese es el material de El último duelo o el drama judicial Acusados (Kaplan, 1988).  Lo cierto es que la violación en el cine no escandaliza ya a nadie, el ojo del público está acostumbrado a la violencia contra las mujeres. Cómo no recordar Perros de Paja (Peckimpah, 1971), La Naranja mecánica (Kubrick, 1971) o El manantial de la doncella (1960) con el mismísimo Bergman retratando esa Edad Media violadora de mujeres a la que ahora regresa Scott.

Tampoco escandaliza que la mujer se convierta en justiciera y de ahí nacen muchas pelis de serie B, C y D y de Abel Ferrara. Incluso de Paul Verhoeven, siempre turbador. La pesquisa y posterior venganza de Isabelle Huppert en Elle (2016) muestra una rabia callada y un mensaje: los violadores están muy cerca. A los directores del montón como Gaspar Noe se les ven las costuras que no muestran los grandes, el sensacionalismo y regodeo de voyeur evidentes de la famosa secuencia de 9 minutos en Irreversible (2002). Por eso no la colgamos aquí.

Nada que ver con el cine previo a los 70, cuando la censura se llamaba código Hays –o franquismo– y eso de abrir de piernas a una señora, a la fuerza o no, solo se podía mostrar mediante elipsis. Añadiendo eufemismos como “ultraje”, “abuso”, “atropello”, “deshonra”… sin mencionar la palabra infamante. A pesar de ello, la violación está muy presente en un género para todos los públicos como el Western, que no existiría sin el tema de la venganza como motor de la acción: Kirk Douglas busca a los niños pijos que violaron y mataron a su mujer india en El último tren a Gun Hill (Sturges, 1959) o la mismísima Centauros del desierto (Ford, 1956), donde el personaje de Natalie Wood es una niña raptada que termina siendo la esposa forzosa del jefe Cicatriz. Antes, en elegante –por supuesto– ardid de Ford, comprendemos que su hermana mayor ha sido violada y asesinada por los hombres de Cicatriz. Indios malvados, un clásico del cine que pinta de rojo el verdadero terror del amo blanco: los negros. Una vez exterminado el nativo americano, el colonizador se enfrenta a los antiguos esclavos y el gran tabú del racismo de los EE.UU. se cuela en el cine con cuentagotas, en películas como Matar a un ruiseñor (Mulligan, 1962) y su abogado Atticus Finch, defensor de un negro acusado injustamente de violar a una mujer blanca, el miedo ancestral.

Pero el cine contemporáneo ya no paga gabelas: en Las inocentes (2016), de la directora Anne Fontaine, la Segunda Guerra Mundial y todos sus ejércitos han pasado por un convento polaco usando a sus monjas como botín de guerra. Sabemos, como narraba La Ciociaria, que la bandera de la violación ondea para todos los soldados sin importar la época, nacionalidad o condición.

La mirada aquí se aleja de los cánones a los que estamos acostumbradas. Es una directora. La tortura, el desgarro, la contradicción aparecen sin un ápice de sensacionalismo y no hacen falta flash-backs, ¿para qué? Solo vemos mujeres enfrentadas a un castigo humano y divino, al dolor, a la desesperación, a la muerte. La violación es el paso previo a ser asesinada, esa es la única verdad y todas las mujeres la conocemos.

“Los agresores se las arreglan para creer que si ellas sobreviven es que la cosa no les disgustaba tanto” (…) Una mujer que respeta su dignidad hubiera preferido que la mataran. Mi supervivencia, en sí misma, es una prueba que habla contra mí. El hecho de tener más miedo a la posibilidad de que te maten que a quedar traumatizada por los golpes de pelvis de tres cabrones.”

Virginie Despentes, Teoría King Kong (2010)

Y no solo los agresores, Virginie, también sus cómplices. Desde tribunales, escaños, casas familiares, lugares de trabajo, tabernas, desde cualquier sitio que culpe a las mujeres, a los movimientos feministas, al activismo, a la educación que enseña en igualdad. Un ataque ideológico que pone en peligro a más del 50 por ciento de la ciudadanía, a la libertad y a la democracia.“La violación no terminará conmigo”, dice Despentes. Ella sobrevivió, lo contó y se hizo más fuerte. Otras muchas no pudieron. Recuerden: cada 8 horas. Conviene no olvidarlo.

Pilar Ruiz. Periodista a veces y guionista el resto del tiempo. En una ocasión dirigió una película (Los nombres de Alicia, 2005) y después escribió tres novelas: «El Corazón del caimán», «La danza de la serpiente» (Ediciones B) y «El jardín de los espejos». (Roca, 2020)

Tomado de: CTXT

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Eunice Foote: la sufragista que se adelantó a la ciencia climática y fue olvidada durante décadas

Eunice Foote (Estados Unidos, 1819-1888)

Por Tania Alonso Cascallana

Con la excepción de un par de negacionistas y algún que otro despistado, todo el mundo sabe que el dióxido de carbono (CO2) está detrás del cambio climático. La acumulación de este gas de efecto invernadero contribuye a que la atmósfera atrape más calor del que debería y ponga patas arriba el delicado equilibrio de nuestro planeta.

Lo que no tantos saben es que la primera persona en descubrir que el CO2 absorbe y mantiene mucho más calor que otros gases atmosféricos fue una mujer. Una mujer que, además, participó activamente en el movimiento sufragista, realizó experimentos en un taller casero y llegó a publicar sus conclusiones en una revista científica.

Durante años, el nombre de Eunice Foote fue olvidado por los investigadores que sentaron las bases de la ciencia climática. El mérito del descubrimiento se atribuyó a John Tyndall, un físico y químico irlandés que lo tuvo mucho más fácil para escribir su nombre en la historia.

Progresista, feminista y científica aficionada

Eunice Newton Foote nació en Goshen, un pequeño pueblo de Connecticut (Estados Unidos), en 1819. Cuando todavía era una niña, se mudó con su familia al estado de Nueva York. Allí tuvo una educación progresista para la época y la oportunidad de formarse en disciplinas científicas, como la biología y la química. En 1841, se casó con el abogado y matemático Elisha Foote, con quien compartía el interés por la investigación. Montaron un pequeño laboratorio en su casa, en donde empezaron a hacer experimentos a la vez que seguían de cerca los avances que se hacían en el resto del mundo.

El papel de Eunice Foote era, sin embargo, el de una científica “aficionada”. Era, también, una persona sin derecho al voto, que no podía acceder a la educación superior y que tampoco podía ocupar cargos públicos. En la década de 1840, algunas mujeres de Estados Unidos comenzaron a organizarse para denunciar estas y tantas otras restricciones políticas y sociales. Y, en 1848, la fuerza sufragista llevó a la celebración de la histórica Convención de Seneca Falls.

Un total de 67 mujeres y 32 hombres firmaron la ‘Declaración de sentimientos’ (hoy conocida como ‘Declaración de Seneca Falls’), un documento que exigía la igualdad entre hombres y mujeres y el derecho a voto de estas últimas. Entre las personas firmantes estaban Eunice Foote y su marido. Aquella declaración no tuvo consecuencias inmediatas y el voto femenino no fue una realidad en Estados Unidos hasta 1920. Sin embargo, la vida todavía le reservaba a Eunice Foote una oportunidad de contribuir a la historia, esta vez, científica.

El calor del dióxido de carbono

En 1856, Eunice Foote firmaba el artículo ‘Circumstances Affecting the Heat of the Sun’s Rays’ en la reconocida revista científica The American Journal of Science and Arts. En este trabajo, Foote exponía las conclusiones de un experimento que había realizado en su propia casa y sin más material que una bomba de aire, termómetros y varios cilindros de vidrio. La científica llenó uno de los recipientes con dióxido de carbono y otro con aire común. A continuación, los colocó a la luz del sol y esperó a ver si variaban los termómetros. Por supuesto, lo hicieron. Repitió el experimento con otro recipiente lleno de aire cargado de humedad. El resultado fue similar. La científica acababa de descubrir que el vapor de agua y el CO2 absorbían mucho más calor que el resto de los gases.

“El receptor que contenía el gas [CO2] se calentó más que el otro y, al ser retirado, tardaba mucho más en enfriarse”, explicaba Foote en su artículo. Hoy podemos constatar que tenía razón. Además, sabemos que una de las grandes amenazas del cambio climático es que el dióxido de carbono tarda décadas o incluso cientos de años en desaparecer de la atmósfera. De ahí que, aunque dejásemos de bombardear gases de efecto invernadero hoy mismo, las consecuencias del calentamiento seguirían notándose durante décadas.

Foote concluía que la presencia de CO2 en la atmósfera calentaría nuestra tierra. Y que, si en un período de la historia se mezclase en una proporción mayor que la de 1850, esto causaría inevitablemente un aumento de las temperaturas.

Fuera de las actas

El 23 de agosto de 1856 se celebró la octava reunión anual de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia (American Association for the Advancement of Science, también conocida por las siglas AAAS) en Albany, Nueva York. Foote no pudo leer su propio artículo, y en su lugar lo hizo el profesor Joseph Henry, de la Smithonian Institution. Pero ni la investigación ni la presentación fueron incluidas en las actas de la conferencia.

Cuatro años después, el científico irlandés John Tyndall llegó a conclusiones similares a las de Foote. Usando un aparato que él mismo había fabricado, midió el poder de absorción de los diferentes gases. Partía con ventaja respecto a Foote: era un reconocido investigador con una posición relevante en el mundo de la ciencia. Pero, aun así, no le hicieron mucho caso: el poder calorífico del dióxido de carbono era un problema que, al igual que hoy, incomodaba a muchos sectores. Tyndall nunca hizo referencias al trabajo de Foote, no se sabe si de forma predeterminada o por desconocimiento. Ella continuó investigando hasta la década de 1860, como mínimo, y firmó otras publicaciones.

La científica murió en 1888, cuando sumaba 69 años de edad. No se guarda ningún retrato suyo y, hasta 2010, ni siquiera se relacionaba su nombre con la ciencia climática. Fue en este año cuando el investigador Raymond P. Sorenson rescató a Eunice Foote del olvido y reivindicó su papel en la historia.

Tomado de: Pikara Magazine

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Los duelos de honor entre mujeres

Por Vagabunda Mx

Luchar ha sido un verbo practicado por el ser humano desde tiempos antiguos. La primera forma de duelo en Europa fue el llamado «duelo judicial», un juicio por combate practicado con cierta frecuencia durante la Edad Media: si el/la acusado/a de un delito se declaraba inocente, el asunto se resolvía en duelo, por lo general a espada, entendiéndose que dios daría la victoria a quien tuviera la justicia de su parte.

Se celebró hasta finales del siglo XVI (excepto en Inglaterra, donde siguió siendo legal hasta 1819, si bien no se permitía participar a las mujeres). Tras ser eliminado del sistema judicial no desapareció, sino que la costumbre prosiguió entre la nobleza de toda Europa, como el método más apropiado para resolver en privado litigios de honor.

Los duelos entre mujeres

Este ejercicio no era exclusivo de los hombres, aunque eran quienes en su mayoría lo llevaban a cabo, sin embargo, las mujeres también llegaron a enfrentarse entre ellas. Hay rastros de duelos entre mujeres desde el siglo XVI, aunque estos eran esporádicos.

En Francia, Italia, Inglaterra y Alemania las damas cruzaban espadas por los motivos más nimios, como una mala mirada o coincidir con el mismo vestido en una fiesta. La ferocidad de los enfrentamientos femeninos era inusitada: de cada diez duelos, ocho acababan en muerte (frente a los cuatro de media entre los varones). Las señoras estaban tan habituadas a las armas que incluso posaban para los retratistas espada en mano. La costumbre se prolongaría durante los siglos XVIII, XIX y hasta principios del XX, curiosamente asociada a la emancipación de la mujer. A continuación enumeramos 5 duelos famosos.

Isabella de Carazzi y Diambra de Pettinella

Esta obra representa la escena final de un encuentro brutal entre dos luchadoras. La mujer de la derecha tiene la superioridad sobre su oponente, que ha caído herida en tierra, y está a punto de darle el golpe de gracia. Detrás de ellas, a la izquierda, un militar romano observa apoyado, en una alabarda, mientras que tras el muro de la arena soldados y civiles asisten al espectáculo. La composición está enmarcada por las lanzas dispuestas en diagonal que parecen poner de relieve el carácter militar de la escena. ¿Pero cuál es en realidad el tema del cuadro?

Según los catálogos del Prado el asunto representa, o está inspirado en, un duelo que tuvo lugar en 1552 ante el virrey de Nápoles, el marqués del Vasto, entre dos damas napolitanas, Isabella de Carazi y Diambra de Petinella, que se disputaban el amor de un apuesto joven llamado Fabio de Zeresola. También se han dado otras interpretaciones a la escena.

La condesa de Saint-Belmont

A mediados del siglo XVII la condesa de Saint-Belmont, ya viuda, envió una tarjeta de desafío a un funcionario que había sido descortés con ella. Firmó la tarjeta como «Caballero de Saint-Belmont» y el individuo aceptó, sin sospechar que se enfrentaba a una mujer. La condesa le desarmó fácilmente, y cuando ya le tenía a su merced le dijo: «se equivoca si cree que ha estado luchando con un caballero. Soy la Señora de Saint-Belmont, y le insto a ser más sensible a las peticiones de las mujeres».

Hortensia de Mancini, duquesa de Mazarino

Hacia 1675, Hortensia de Mancini, duquesa de Mazarino, era célebre en la sociedad de la época como esgrimista, jugadora y pistolera. Mantenía una relación lésbica con Anne, condesa de Sussex, hija ilegítima del rey y de la duquesa de Cleveland. El affaire acabó en un duelo de esgrima amistoso ―y muy público― entre las amantes en el parque de St James, después del cual el marido de Anne ordenó a su esposa que abandonase la ciudad (offline, la vida de Hortensia de Mancini daría para una estupenda película).

La condesa de Polignac y la marquesa de Nesle

En 1721, la condesa de Polignac y la marquesa de Nesle se batieron a causa de su común amante, el duque de Richelieu. El primer disparo de Madame de Nesle rompió la rama de un árbol, que cayó sobre su oponente. Madame de Polignac tuvo mejor puntería: su bala se incrustó en el corsé de Madame de Nesle, provocando un poco de sangre sobre el pecho izquierdo. Aunque ninguna salió ilesa, las heridas no fueron graves, y pudieron despedirse con honor (y con vida).

La princesa Pauline Metternich y la condesa Kielmannsegg

El duelo más célebre entre dos damas tuvo lugar en agosto de 1892 en Vaduz, capital de Liechtenstein, entre la princesa Pauline Metternich y la condesa Kielmannsegg. Ha pasado a la historia como «el primer duelo emancipado», porque todas las participantes fueron mujeres. El arma elegida fue la espada. En la tercera ronda la princesa recibió un corte en la nariz y la condesa resultó levemente herida en un brazo. Entonces las testigos ―otras dos damas de la nobleza― se apresuraron a detener el duelo, declarando vencedora a la princesa Metternich.

El motivo del enfrentamiento fue un desacuerdo entre las dos damas sobre los arreglos florales de un festival musical. El duelo fue organizado y presidido por la baronesa Lubinska, que estaba licenciada en Medicina (algo poco habitual en la época) y dispuesta a tratar cualquier herida que se produjeran las contendientes. Antes de iniciarse el duelo, la baronesa observó que muchas de las lesiones leves que se producían en duelo solían agravarse a causa de la infección, ya que las espadas introducían el tejido de las ropas en las heridas. Para contrarrestar este peligro, sugirió que las contendientes luchasen desnudas de cintura para arriba. Así, durante la época victoriana tardía, el batirse a espada con el pecho desnudo se convirtió en una práctica habitual en los duelos femeninos. Esta costumbre no tenía ninguna connotación sexual, sencillamente era una forma de evitar que un duelo a primera sangre acabase en muerte.

Tomado de: Vagabunda MX

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Políticas de género, políticas del texto

Obra del artista plástico cubano Servando Cabrera Moreno (1923-1981)

Por Adrián Ferrero

Me propongo interrogarme como crítico acerca de en qué consiste leer y escribir sobre varones y mujeres. Ignoro haber llegado a alguna inferencia conclusiva. Pero me he propuesto poner lo mejor de mí para que así sea. Procuré ser riguroso, responsable, pero también sincero.

Ahora bien: están quienes afirman que no existen una literatura escrita por mujeres y otra escrita por varones. Sino una literatura, a secas, más allá del género. Ignoran, un detalle nada menor, que consiste por ejemplo en que durante siglos a las mujeres les estuvo vedado esa práctica. La práctica de la voz. Que el universo semiótico de los textos anterior al que escribieran (esto es, la Historia literaria, entre otra clase de discursos sociales) quedó configurado así bajo el poder del varón. Y que, cuando una mujer o un varón se sientan a escribir, lo hacen a partir de ciertas premisas y representaciones simbólicas respecto de su género que se ponen de manifiesto en representaciones sociales tamizadas por la imaginación que se manifiesta en torno de una hegemonía singular. Está claro cuál es.

Una mujer, cuando se sienta a escribir, carga sobre sus espaldas con todo un canon masculino que a lo largo de los siglos se le ha impuesto como el hegemónico y que resulta, nos guste o no, pese a olas de movimientos de reivindicación y revisión, a mis ojos inamovible. Su poder de persuasión, de impacto simbólico se mantienen intactos, imperturbables. El socavamiento de ese poder simbólico resulta escaso en relación directa con el impacto que ese canon ha tenido en la configuración de ese museo de los textos que constituye una biblioteca. Por otra parte, han sido siglos durante los cuales las mujeres debieron estar allí para escribir y no lo han estado. De modo que hubo mucho por escribir que no lo fue. O no lo fue en el sentido de reivindicar ese espacio de simbolización tan necesario para los géneros como lo hubiera sido de estarlo en un nivel de paridad o equidad. Y para la generación de varones que acuerdan con ese canon resulta naturalmente cómodo, sencillo, apacible, proseguir con sus mismos parámetros, sus principios estético/ideológicos, mantener la hegemonía de sus clásicos, a los que ellos les imprimirán sus propios matices y les impartirán su bendición incondicional.

Probablemente prosigan con el mismo deseo de dominación que sus antepasados inmediatos.

Identidades sexuales alternativas se plantan frente a este canon desde la disidencia pese en muchos casos a pertenecer al mismo sexo porque evidentemente no se sienten representadas por ese poder patriarcal que tan dañino ha sido para ellos y con ellos. Tanto los ha humillado o bien dañado hasta límites irreparables e inconcebibles del sufrimiento. Desde un lugar o espacio de simbolización distinto del de las mujeres, sus grandes teóricos y teóricas también se han planteado la necesidad de una revisión además de un canon, del por qué y del cómo salir de una marginalidad que les impide una enunciación potente pese a su carácter de grupos cuantitativamente menores.

¿Y qué sucede con las mujeres? Pienso que existe esta presencia ineluctable de efectivamente haber internalizado desde muy pequeñas por obra de su constitución de sujetos de cultura parámetros patriarcales a los cuales muchas de ellas adhieren o frente a los cuales no se manifiestan disidentes. Y están las que, mediante múltiples destrezas, herramientas, recursos, lucidez crítica, habiendo padecido la parálisis o la descalificación, se plantan desde la rebelión. Pero hace falta mucha fuerza, valentía, poder de determinación, mucha fortaleza interior para afrontar esta tarea insurreccional, para confrontar contra ese todopoderoso adversario que atropella de modo prepotente desde generaciones adoptando un imaginario de la guerra, del enfrentamiento, de la relación de dominador versus vasalla. Y en ocasiones ese desafiante intento culmina (lo hemos penosamente visto en tantos casos) en suicidio, fracaso, derrota, violencia hacia sus personas, agravios, censura o autocensura. En otras ocasiones, el colmo, la manipulación del varón de los papeles de sus mujeres una vez ellas fallecidas, que hacen de sus diarios piezas para cortar y pegar según su propia conveniencia. En fin, un panorama perverso.

De modo que una mujer se sienta a escribir en el seno de un teatro incierto pero a la vez impuesto por dentro del cual el poder verticalista del macho aspira a amordazarla o a hacerla decir ciertas cosas con las que ella no está de acuerdo pero se la conmina a pronunciar. Se le arrancan palabras. Hay una voz abrumadora que obtura, que no permite un canal de expresión. O su expresión está cifrada en representaciones estéticas ajenas que se pretenden hacer pasar por propias. Hay voces que se le imponen como obligatorias o formas de hablar desde una ausencia de polifonía desde el género que la neutraliza como sujeto de enunciación autónoma.

En efecto, el género marca a la escritura. La marca desde el  teatro imaginario en el que está teniendo lugar. Desde sus distintas escenas. Está teniendo lugar, en virtud de las decisiones que se toman (o no) al ejercer la escritura. En el momento preciso en que ha tenido lugar porque la corrección de un texto supone un borramiento, una serie de operaciones concretas en las cuales se pone en juego el poder. El poder del género. La autocensura, el acallamiento, los silencios que una mujer admite o de los que reniega tengan lugar. Y hablando de silencios. ¿Qué sucede con los silencios presentes en la tradición? Esa mujer no siempre es capaz de servirse de esos espacios vacíos a partir de los cuales sentar las bases de su propio proyecto creador. Un silencio que bien podría ser reivindicado como altamente productivo. Bien visto, sería un espacio tan fecundo. Esos silencios en la tradición, en los que bueno sería las mujeres o las identidades sexuales alternativas encontraran un espacio para una enunciación de momentos simbólicamente activos en los cuales situarse. Para producir discursos literarios que hallaran un valor de significados sociales que fueran importantes para dar cuenta de representaciones sociales que antes no tenían nombre. De modelos a partir de los cuales poblar un momento de la Historia de Occidente que por algún motivo ha  permanecido sin ser afrontado, o ha permanecido velado, cubierto con un lienzo que no ha sido descorrido y que oculta todo aquello de indeseable para el poder. Un vacío que un poder simbólico con riqueza sea capaz de colmar con experiencias literariamente interesantes. Contestatarias también. Inconformistas. Creo que esos vacíos en la tradición deben ser detectados, deben ser buscados, desde una política literaria identificados para también a partir de ellos formular nuevos paradigmas creativos. Para una fundación de nuevas experiencias estéticas de portento. Se puede crear desde el silencio que aún no ha sido silenciado una obra magnífica. Esos vacíos en la tradición dejan la compuerta abierta para que las nuevas generaciones encuentren el punto  a partir del cual situarse.

Puede que esos silencios en la tradición sean espacios incómodos, perturbadores, generadores de inquietud, motivo por los cuales escribir a partir de ellos será una tarea sumamente difícil de afrontar. O bien una tarea según la cual poblar un silencio sea dar a luz a la voz, al sonido, a un reverberar según el cual de modo revelador el sonido se reúne con el significado en términos semióticos para dar cuenta de un estado de cosas que permanecía inexistente o permanecía en potencia. Pero puede devenir objeto estético. Es capaz de devenir, entre otras cosas, una voz. O varias a la vez.

De modo que evidentemente no da lo mismo escribir sobre varones que escribir sobre mujeres.  Y no es lo mismo tampoco que lo haga un varón que lo haga una mujer. Y no es lo mismo que un hagan las minorías sexuales. Se afrontan en un caso y en otro pasados completamente distintos. Momentos de abundancia simbólica en un caso. De amputación de la voz, en el otro. De resistencia simbólica distinta, que no llegaron a triunfar por cierto pero que sí han dado batalla tácita, implícita o de modo manifiesta. Y corresponde al investigador responsable y honesto hacerse cargo de esa situación concreta, realizada según ciertos términos en los hechos además de en el orden de lo simbólico según los cuales ha habido una incuestionable desigualdad. Y una violencia física y simbólica.

Existe una inestabilidad en ese supuesto equilibrio que muchos atribuyen a una escritura carente de toda crisis. Pero la crisis, guste o no, está presente. Lo ausente, lo sustraído, durante siglos (saberes, disciplinas, acceso a la educación, capacidad de producir conocimiento o arte en sus diversas manifestaciones) se hace presente en el momento mismo de sentarse a escribir una mujer o una minoría sexual en muchos casos. Pese a que ella goce en la actualidad de una situación de beneficio, se haya visto capacitada con las mejores herramientas, lo cierto es que existe un pasado de su sexo de naturaleza incontestable que es lo que ha configurado el universo físico y semiótico por dentro del cual ella se mueve, según el cual ella permanece en situación de desventaja, pese a que se piensa a sí misma, como una mujer plena de capacidades, diplomas, títulos, posgrados o una educación de privilegio. Ahora bien ¿es tal? ¿quiénes se la han impartido a esa educación? ¿qué disciplinas ha estudiado y quiénes las han configurado como tales? ¿quiénes han validado los métodos de trabajo según los cuales se abordan los distintos corpus de investigación? ¿quién ha elaborado esos planes de estudio? ¿quién ha tenido el poder de decisión en todas esas instancias? ¿quiénes han implementado esas políticas de educación?

Y, agregaría a ello, que las mujeres que escriben lo hacen de un cierto modo según los términos relacionales en que lo señalan los vínculos con los varones en lo referente al orden social y a la esfera pública. Si bien los lugares que las mujeres ocupan en la actualidad en la sociedad no son los mismos que hace un siglo. Si bien tienen acceso a los espacios de actuación, de gobierno, de dirigencia, su lugar sigue siendo un espacio en el que son gobernadas. La sociedad las pone en esa situación y si bien la oficina en la que trabajen puede que sea su pequeño lugar de poder, pequeño coto vedado en el que se mueven con una libertad relativa, el entorno del mundo entero, sitúa a su colectivo en un contexto de disparidad peor sobre todo en un contexto según el cual el mundo ha sido configurado, como dije, simbólica y materialmente desde la perspectiva del varón. Serán líderes importantes para sentar las bases del futuro, pero también si no participan de iniciativas para revertir un orden social según el cual quedan supeditadas al gobierno del varón dominante, la mujer será una figura siempre bajo la tutela de alguien más poderoso que no es ella. Dimite de su condición de sujeto de decisión.

El estado de cosas no beneficia a las mujeres. Largo sería (e innecesario, a esta altura, se ha hecho y dicho tanto hasta el cansancio), elaborar una lista según la cual ser mujer en esta sociedad constituye una condición desventajosa respecto de ser varón. Otro tanto pertenecer a las minorías sexuales.

Al punto al que quiero llegar (y en el que quiero ser claro) es que las condiciones del sistema literario favorecen al varón, por lo general heterosexual y dominante.

Las escenas de la escritura son distintas en un caso y en otro porque el lugar asignado atributivamente en la sociedad es otro en los distintos casos. En estas escenas se juegan, compiten, se miden, litigan, contienden, distintas fuerzas. Incluso la mujer más crítica puede que se esté debatiendo entre prácticas o roles o el uso de un orden simbólico frente al que no acuerda. Frente al que está en disidencia. Se trata, en definitiva, de una arena de combate. La escena imaginaria de la mujer contempla la representación social de otras mujeres (por lo general en su misma condición, son pocas las que piensan en madres culturales poderosas), la de los varones en su hegemonía, un pasado que no las respalda, la de una biografía que ha estado sometida a desventajosas marcas respecto del varón, que pueden ir desde la discriminación a la agresión en cualquiera de sus formas. Su lugar en la sociedad es el de una persona subalterna. ¿Cómo evitar esa “alteridad inferiorizante” en palabras de Simone de Beauvoir enunciadas ya desde 1949? Resulta difícil responder a esa pregunta, porque no creo  en las recetas. Menos aún en las generalizaciones. Cada caso responde a factores singulares, que deben ser atendidos o evaluados de un modo particular. Cada caso debe ser analizado según sus respectivas coordenadas. Pero lo cierto es que sí hay grandes tendencias a las cuales conviene prestar atención si se aspira a pensar el género en la escritura. O la escritura inscripta en el género. Y leer el mundo desde el género.

Por otro lado, la elocuencia de ciertos varones al verse amenazados por políticas de la resistencia los vuelve particularmente susceptibles a la descalificación o a la puesta en guardia, al ataque, la agitación o la negación. Está esta idea tan instalada de que toda mujer o toda minoría que pone en cuestión está provocando, llamando a una agresión. Cuando lo que en verdad sucede es que está dejando por sentado una protesta. El poder otorga tal seguridad al poderoso, que ante el menor atisbo de rebeldía reacciona desde la hostilidad, la negación, las excusas, el escapismo. No son tantos los varones que conozco capaces de elaborar una autocrítica. Al menos según el modo en que ejercen sus prácticas profesionales, en que dialogan en espacios de poder con las mujeres, en que las consideran (o no) interlocutoras como pares. Otros tanto con las minorías sexuales, a las cuales suelen discriminar o bien mofarse descaradamente. Por lo general, suelen cambiar de tema o considerar que esos no son temas que (profundamente)  le competen a un varón. Hablar de género no suele resultar un tema interesante para buena parte de ellos. Los institutos interdisciplinarios de estudios de género (lo he comprobado durante mi paso por ellos) están plagados de mujeres en tanto escasísimos varones aparecían en una minoría sintomática. Cuando en verdad compromete variables relativas al poder, al verticalismo, a los espacios sociales, a los roles sociales, al sistema de asignación de económica, a los espacios de asignación a capital cultural, entre muchas otras variables que competen o deberían a la sociedad toda. O está invisibilizada la contienda de siglos. O bien no parece importar demasiado para muchos varones (no  para todos, tampoco voy a generalizar en este punto porque sí he visto a muchos sentarse a discutirlo). El poderoso no está dispuesto a discutir su poder. Lo da por hecho. Lo da de hecho. Y no lo considera sometido a debate.

Las mujeres alienadas en el discurso del patriarcado escriben según esa falsa consciencia según la cual hacen propias premisas que no son las que les  son  inherentes pero sí creen que lo son. No existe toma de distancia del patriarcado, sino aquiescencia. De modo que es que como si efectivamente lo fueran “en los hechos”. Naturalizan la posición hegemónica plegándose a ella pero pasan por alto que no enfrentar (si lo advirtieran) esa posición de inferioridad que o las ignora o las convierte en figuras de adorno o satelitales, de sumisión muchas veces encubierta por la adoración trivial (como la celebración del glamour) resulta peligrosa. Pierden capacidad de ser representadas tanto como la de autorrepresentación.

No da lo mismo entonces escribir desde los distintos posicionamientos del género. Ni el del crítico capaz (o no), de afrontar una crítica y una revisión de sus propias premisas de trabajo, de sus corpus, del tipo de corpus que elige para trabajar (u omite, síntoma tan significativo como el anterior), la metodología de abordaje y los enfoques. En efecto, considero un acto de honestidad intelectual para un crítico afrontar la circunstancia de que está escribiendo sobre mujeres o sobre minorías sexuales (lo que suena obvio, pero no todos lo hacen), realizan un abordaje de corpus largamente o bien inferiorizados o bien estigmatizados. Y no da lo mismo el modo en que esos corpus han sido producidos ni son consumidos por los lectorados que, a su vez, harán circular representaciones sobre ellos completamente distintas también, a la luz tanto de las producciones literarias como de los discursos críticos (quienes tengan o así deseen tener acceso a ello). Hay corpus que de hecho jamás lo son. Son los que se oponen a la cultura oficial o los que la cultura oficial se resiste a asumir como parte de su patrimonio en tanto que nación. De modo subterráneo, ciertos corpus para existir y deben irrumpir en la escena pública en ocasiones de un modo que agite. En otras, simplemente que cuestione.

Lo reitero. No se puede generalizar. Una mujer que escribe con consciencia de género, está al tanto de lo que significa hacerlo desde una posición inferiorizante, con un canon por detrás que  históricamente la ubica en un espacio de subalternidad manifiesta. En tales casos  se escribe de un modo. Las representaciones sociales, el nivel de escritura, la capacidad de transgresión, la ruptura de estereotipos, el nivel de exigencias con la construcción identitaria de ambos géneros por dentro de la ficción que elabore será una (o será otra de la cristalizada). El modo en que construya a la alteridad en el seno del texto literario será otro. Crítica o acríticamente en el caso contrario. Frente otra mujer que no tiene ninguna de estas herramientas teóricas, el trabajo literario, a mi juicio, repite estereotipos más que innovar en una escritura que, desde el género, realice (o no) aportes manifiestos a la economía de representación desde el género. Tanto desde los temas, los contenidos, las formas, el desvío de esas formas en función del género que las ha gobernado y ellas se resisten a seguir acatando.

Esta circunstancia es perceptible, para un lector entrenado, a poco de abrir un libro. Tanto en el caso de un varón como de una mujer. Si repite o si transgrede. Entre una u otra de las dos operaciones, de deconstrucción y reconstrucción de  nuevas subjetividades sociales a  partir de las cuales el propio texto se manifiesta en  un doble sentido: es producido y es un producto, es emitido y queda plasmado, las poéticas son otras. Son otras las políticas de la sexualidad, políticas de la representación y las políticas de la autorrepresentación. Por lo tanto, existirán tipos de poéticas críticas, que toman distancia del estado de cosas en vigencia. Y dependerá de la condición de cada quien, más o menos elegida, más o menos condicionada por su educación que haya recibido, de cual tomará o no distancia, por la responsabilidad, por el compromiso que adopten en su trabajo desde la perspectiva del semejante para que no se reitere una Historia de desigualdad. Hay una formación pero también de reforma o bien una transgresión de afrontar ese orden dominante establecido para, de modo desafiante, configurar textos que con un ojo puesto en la tradición, tengan otro puesto en el futuro. Y entre los que apuesten al futuro, de los que apuesten a estar a una vanguardia.

Tomado de: Revista Vagabunda MX

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Individuas de dudosa moral. La represión de las mujeres en Andalucía (1936–1958)

Autora: Pura Sánchez Sánchez

En los años de la guerra civil y del franquismo las mujeres andaluzas sufrieron la dureza de la represión de un modo peculiar, no sólo como consecuencia de los abusos a que eran sometidas –Queipo de Llano ya había avisado que «dar patadas y berrear» no las iba a salvar de la violación– sino porque se las quería castigar por haber pretendido emanciparse de la función subordinada a que las condenaba su condición; algo que resultaba aún más grave cuando se trataba de mujeres del pueblo, de individuas de dudosa moral. Pura Sánchez ha reconstruido este clima de acoso y estas prácticas represivas a través de los expedientes de los tribunales militares, completados con otros documentos y con testimonios vividos. De su trabajo surge una multitud de historias individuales de humillación y sufrimiento, a la vez que el panorama de una sociedad en que las mujeres habían de acomodarse a la subordinación y la dependencia.

Pura Sánchez Sánchez. (Granada, 1956) Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Granada. Profesora de Lengua Castellana y Literatura, ha ejercido en varios institutos de Córdoba y Sevilla, además de impartir conferencias en ámbitos universitarios.

Tomado de: Txalaparta

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Alexa, ¿qué llevas puesto?

Por Genoveva López @genolomo Elena Martínez Vicente

Yolande Strengers es investigadora y profesora en la Universidad de Monash, en Australia. Su campo es la sociología digital y la tecnociencia feminista, además de adentrarse en el mundo de los algoritmos éticos y la interacción robot-persona. Recientemente ha publicado, junto a la también investigadora Jenny Kennedy, The Smart Wife. Why Siri, Alexa, and Other Smart Home Devices Need a Feminist Reboot (The MIT Press, 2020), un libro en el que exploran cómo los nuevos dispositivos de ayuda impactan en las relaciones de género. “Cuando empezamos a investigar la presencia de Alexa y otros asistentes de voz dentro de los hogares fue fascinante, porque la gente interactuaba con ellos como si fueran personas, como si hubiera una mujer nueva dentro de la casa”, cuenta Strengers a El Salto.

En su estudio, las autoras encontraron una evidencia clara: mucha de la tecnología, especialmente los asistentes de voz, está basada en el estereotipo de la perfecta esposa de los años 50 en el mundo occidental. “Estos aparatos refuerzan la fantasía de que las mujeres están permanentemente disponibles para servir. Además de poseer una personalidad subordinada, amigable y complaciente también asumen un rol de servicio. Están para satisfacer las necesidades de la familia”, afirma.

Las conclusiones de Strengers y Kennedy coinciden con el informe publicado por la Unesco en el año 2019 I’d blush if I could, sobre los sesgos de género en la inteligencia artificial. “Como la voz de la mayoría de los asistentes es femenina, se envía una señal de que las mujeres son ayudantes serviciales, dóciles y deseosas de complacer, disponibles con solo pulsar un botón”, se puede leer en las conclusiones del estudio.

Para que esto ocurra es necesario que las máquinas se antropoformicen como mujeres. La personalidad es un factor fundamental en el diseño y desarrollo de una VAVA —acrónimo de Voice Activated Virtual Assistant— y resulta importante para definir el comportamiento que tendrá ante las diferentes demandas de las personas que la usan. En términos generales, casi siempre se define que respondan con frases cortas y claras, que no utilicen jerga y que acudan a fuentes externas en caso de preguntas complejas. Siri y Alexa fueron diseñadas principalmente para ser amables al servicio de sus usuarios, aunque pasado el tiempo se han mejorado las versiones incorporando el sentido del humor para hacer frente a preguntas incómodas, y es aquí donde el acoso encuentra el perfecto caldo de cultivo para afianzar conductas sexistas mediante la pasividad de las máquinas.

Programación ante el acoso sexual

Al igual que las asistentes de voz asumen roles tradicionalmente asignados a mujeres, estas máquinas también son acosadas como las mujeres. Según Robin Labs, una empresa dedicada al software parlante, existen estimaciones de que el 5% de las órdenes que reciben las asistentes de voz son palabras de acoso sexual. Teniendo en cuenta que 4.200 millones de personas utilizaron asistentes de voz en el año 2020, la cifra es considerablemente alta.

Pero ¿cómo están programados estos aparatos para responder ante el acoso sexual? Si preguntamos a Cortana que lleva puesto, nos responde “una cosita de nada que me dieron en el departamento de desarrollo”. Si le pedimos que nos la chupe, es evasiva. “Cambiemos de tema, que esto no lleva a nada”, nos dice. Google Home, cuya voz predeterminada es de mujer, se entristece si la llamamos puta o guarra: “Siento que pienses eso de mí”. Siri, algo más cortante, te indica que no piensa responder a eso. Ante propuestas directas tipo “quiero follar contigo”, el asistente de Google responde que no nos entiende, Alexa no dice nada y Siri y Cortana responden “no”.

Según el informe de la UNESCO anteriormente mencionado, “el servilismo de las asistentes de voz digitales se vuelve especialmente preocupante cuando estas máquinas dan respuestas desviadas, deslucidas o de disculpa al acoso sexual verbal”. Silvia Semenzin es socióloga digital, investigadora en la Universidad Complutense de Madrid y profesora asociada en la Universidad de Ámsterdam. Acaba de publicar Donne tutte puttane (Durango, 2021) sobre violencia de género online. La autora comenta que “este tipo de estereotipos tienen consecuencias sociales. Estamos acostumbrando a las personas a que sea normal decirle a una cosa que se percibe como mujer que la vas a violar y no recibir respuesta de ningún tipo”, afirma Semenzin. “Y esto refuerza la cultura de la violación”, concluye.

La discriminación de voz en función del género de la persona que se relaciona con la máquina también responde al mismo tipo de sesgos. Soraya Chemaly, escritora y activista cuyos estudios se centran en el rol de género en la cultura, descubrió en una investigación que los asistentes virtuales Siri, Cortana, Google Assistant y S Voice eran capaces de responder a consultas sobre qué hacer en caso de ataque al corazón o pensamientos de suicidio, “pero ninguno reconocía las frases he sido violada o he sido agredida sexualmente”. En la actualidad, Siri ha sido actualizada y la respuesta que da es “Parece que puedes necesitar ayuda. Si quieres, puedo buscar en internet información sobre asistencia a víctimas de agresión sexual”, proporcionando números de teléfono y centros de ayuda a víctimas. Google, sin embargo, proporciona información general sobre qué es una violación.

¿Cómo se diseña una inteligencia artificial o un robot?

Nieves Ábalos es ingeniera informática especializada en interfaces conversacionales e impulsora de la iniciativa Women in Voice España, que se encarga de dar visibilidad a mujeres y otras minorías que no están representadas en el sector para que el futuro sea más inclusivo. “Al diseñar un asistente de voz, tenemos que conocer primero con quién va a hablar y qué problemas va a resolver”. Para ello, lo primero es definir cuáles son los ámbitos en los que la persona interactúa por voz y la personalidad del producto, comportamientos según ciertas situaciones, el tono y el uso de las palabras, según Ábalos. En el caso de los asistentes, además, se trabajan mucho las respuestas ante ciertas peticiones comunes como “hola” o “cuéntame un chiste”. En Google Assistant contrataron a un guionista de Pixar exclusivamente para definir su personalidad ante este tipo de respuestas, nos cuenta la ingeniera.

Pero, ¿por qué mujeres? Existen estudios que avalan que las personas percibimos la voz de los hombres como más autoritaria y la de las mujeres como más complaciente, pero la razón no es solo esa. Según Strengers, la introducción de asistentes de voz femenina “es un modo poco amenazante de introducir estos aparatos en  nuestras vidas sin preocuparnos mucho”. Para la investigadora, las empresas “utilizan personajes familiares y estereotipados para que no nos preocupemos por otros asuntos como por ejemplo, los problemas de seguridad y privacidad que conllevan estos aparatos”.

Los asistentes más conocidos vienen por defecto con voz femenina y están programados con personalidad de mujer. Según estas compañías, esto responde a amplios estudios previos donde se ha evaluado cómo se perciben ciertas voces. “En todo proceso de diseño, desde la conceptualización hasta los test de usuario, siguen presentes los estereotipos mujer/cuidadora/secretaria y hombre/experto”, afirma Ábalos, especialista en el campo del diseño. “Deberíamos pasar por un diseño de la tecnología más inclusivo”, comenta Semenzin. La investigadora opina que es necesario preguntarse por los objetivos de la tecnología y sus comportamientos. “Si el mercado pide algo discriminatorio es el papel de los tecnólogos tener un abordaje crítico y poner encima de la mesa visiones más inclusivas”, asegura la autora.

Ana Valdivia, investigadora doctoral de inteligencia artificial en el King’s College London comenta que “se podría perfectamente programar una asistente virtual que dé respuestas con perspectiva de género”. Menos de un 25% del personal que programa asistentes de voz son mujeres según el Instituto de la mujer, “y eso se nota —subraya Valdivia—, pero también es necesaria una mirada interseccional”. Existen herramientas, por ejemplo Data Feminism o Design Justice, que sirven para cuestionar patrones de poder o tener en cuenta la diversidad, afirma la investigadora.

Alexa feminista

Las voces que se alzan contra el sesgo en las asistentes de voz son cada vez más. Existen grupos de investigación que transversalizan la mirada decolonial, antiracista y feminista en el campo de la inteligencia artificial. Por ejemplo, el colectivo Feminist Internet desarrolla talleres para programar una Alexa feminista. Para ello han desarrollado una herramienta de diseño con perspectiva de género, aplicable a todos los artefactos programables en inteligencia artificial cuyo objetivo es establecer conciencia sobre los valores que se implementan en los mismos. Afirman que “el riesgo de no reflexionar sobre esto es que que el diseño refuerce los estereotipos negativos sobre grupos particulares de personas, lo que podría ser perjudicial”.

Este mismo colectivo programó F’xa, un chatbot de uso educativo. Su nombre procede del juego de palabras fuck y Alexa —que le den a Alexa—. Este chatbot no ayuda en las tareas domésticas y su tono no cumple con la servidumbre que se encuentra en la mayoría de las interfaces conversacionales. F’xa aborda el tema de los prejuicios de la IA desde una perspectiva feminista, según se puede leer en su página web.

Asimismo, existe Q, una inteligencia artificial de género neutro promovida por una coalición de colectivos y agencias de diseño y sonido cuyo objetivo es terminar con los sesgos de voz en inteligencia artificial. La voz fue grabada con personas que no se identifican en el binarismo sexual y después alterada entre los 145 y 175 Hertzios.

Bia, la inteligencia artificial de Bradesco, un banco brasileño, fue programada en abril con nuevas respuestas contra el acoso sexual. Antes, cuando recibía ataques verbales de contenido sexual la respuesta era pasiva: “No he entendido, ¿podrías repetirlo?”. La nueva programación implica respuestas directas y contundentes, sin servilismo ni pasividad: “Estas palabras no se pueden usar conmigo ni con nadie” y “para ti puede ser una broma, pero para mí es violencia” son algunas de las nuevas respuestas que ofrece Bia ante las insinuaciones sexuales de los usuarios. La acción está en consonancia con la iniciativa #HeyUpdateMyVoice (Hey, actualiza mi voz) que la UNESCO lanzó tras el informe I’d Blush if I could, para promover el cambio de programación de las inteligencias artificiales con sesgos machistas.

Tomado de: El Salto

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‘Women Make Film’, lo que se nombra no se olvida (+Vídeo)

Por Irene Bullock

Tilda Swinton, narradora de los primeros capítulos de Women Make Film y productora ejecutiva de la serie, dice esta frase contundente y cierta en el primer capítulo: “La historia cinematográfica ha sido machista por omisión”. No es solo que las mujeres lo hayan tenido más difícil para acceder a la dirección cinematográfica, sino que una vez que daban el salto, muchas eran silenciadas o relegadas directamente al olvido. Y ese silencio se ha ejercido de diversas maneras, por ejemplo, a veces es misión imposible acceder a su filmografía o es raro que se escriba sobre ellas en los libros especializados. Hasta hace poco, y falta todavía mucho en ese terreno, no se organizaban retrospectivas de directoras en festivales o filmotecas o era imposible encontrar dosieres en revistas especializadas centrados en una cineasta. Apenas se ha hablado de las pioneras y, hasta ahora, no se ha analizado la filmografía completa de muchas de ellas como artistas tan influyentes como sus homólogos masculinos en la construcción del lenguaje cinematográfico. Últimamente, cada vez van surgiendo más directoras, y algunas van consiguiendo una cierta continuidad en su obra, pero todavía tienen mucho que recorrer para equipararse con sus colegas masculinos tanto en oportunidades y medios, como en facilidades de rodaje, distribución eficaz y eco en prensa.

El crítico cinematográfico Mark Cousins, en su serie documental anterior, La historia del cine: una odisea (2011), trabajó el concepto de “discriminación” a la hora de construir la historia del séptimo arte. Es decir, trató de plasmar que el monopolio de esa historia no solo está en manos de Hollywood y unos cuantos países con una industria fuerte detrás, sino que en todos los rincones del mundo hay una historia del cine que contar y unas aportaciones importantes que hay que tener en cuenta para la evolución creativa de este arte. Siguiendo este concepto, fue consciente de que esa historia podía seguir enriqueciéndose si se echaba un vistazo a la obra creativa de las directoras desde el cine mudo hasta la actualidad. Durante sus seis años de investigación descubrió otro relato posible.

Uno de los retos de Cousins era cómo presentar su nuevo análisis. Después de seleccionar unas setecientas películas y más de ciento ochenta directoras, opta por contar un relato en movimiento continuo, como una road movie con cuarenta paradas. Su relato no es cronológico, sino una atractiva escuela donde se enseña a hacer cine, pero solo a través de películas dirigidas por mujeres. No se compara el cine dirigido por hombres y el dirigido por mujeres ni se busca contar la historia de las cineastas y dejar un muestrario de sus mejores películas, sino que se crea una particular “academia de Venus” en la que se trata de dar respuestas concretas, mediante secuencias filmadas por mujeres, a cómo realizar buen cine. Por ejemplo, la serie muestra cómo se han abordado temas fundamentales como la religión, la política, el trabajo, el sexo o la muerte en diversos largometrajes, o cuáles son los códigos en los que se mueve la comedia, el cine de acción o la ciencia ficción, de qué manera se empieza o se termina una película, cómo se construyen los personajes o se descifra el lenguaje cinematográfico a través del primer plano, los movimientos de cámara, la puesta en escena, los encuadres, el montaje… También se puede aprender qué tono emplear o cómo ser creíble o la capacidad del cine para enfrentarse al sentido de la vida.

El hilo conductor no solo es una carretera imaginaria infinita, sino la voz de varias narradoras que acompaña las distintas secuencias aportadas para ilustrar cada uno de los conceptos. El coche por tanto no solo lo conduce Tilda Swinton, sino también Jane Fonda, Debra Winger, Thandie Newton, Kerry Fox, Adjoa Andoh y Sharmila Tagore. Todas actrices polifacéticas, que alguna vez han luchado por defender el papel de las mujeres en la industria cinematográfica, han protagonizado películas dirigidas por mujeres o sus personajes han supuesto una ruptura de un estereotipo concreto.

Es cierto que la gran paradoja de Women Make Film es que su artífice y el constructor del hilo estructural, así como de la investigación, el análisis y la selección, es un hombre, Mark Cousins. Pero la verdad es que esta valiosa serie está totalmente en consonancia con su línea de trabajo (superar las discriminaciones en la historia del cine) y abre todavía más la posibilidad de una crítica cinematográfica especializada que contribuya a analizar la aportación de las mujeres al séptimo arte. Realmente, Cousins logra una road movie donde solo “hablan” secuencias filmadas por directoras.

Y esa carretera imaginaria en sus distintas paradas proporciona “revelaciones”. Estas son la aportación más importante de la serie documental, pues se va extrayendo en los distintos visionados una ristra de datos impagables: películas, nombres de directoras, intérpretes, datos, fechas, anécdotas determinadas de sus vidas…, que permiten acceder a varios recovecos para indagar e investigar en la obra de cineastas que andaban en las sombras y afianzar también el nombre de algunas que ya habían abierto la veda.

Dentro de esta delicada arqueología de revelaciones, Cousins recala en diversas directoras, pero a través exclusivamente de su manera de hacer cine o de abordar un tema determinado. Por eso su recorrido arranca con el descubrimiento de tres secuencias poderosas de realizadoras poco nombradas en los libros de historia del cine: un juego con luces de linternas en la oscuridad en la película A byahme mladi (1961), de Binka Zhelyazkova, una cineasta búlgara; un llamativo movimiento de grúa en el largometraje Tú y yo (1971), de la directora ucraniana Larisa Shepitko; y un delicioso universo especial y único en el cortometraje On the Twelfth Day (1955), de la realizadora británica Wendy Toye… Y a partir de ahí cada capítulo es un festival de fotogramas y pistas para construir esa otra historia del cine, donde las pioneras se mezclan con las contemporáneas, donde las directoras de animación se cruzan con las especialistas en comedia o cine documental o donde las que han logrado un nombre en el corazón de Hollywood enseñan su arte junto a directoras africanas.

Para Mark Cousins, Women Make Film es una celebración, porque trata sobre aquellas mujeres que aportan miradas originales y cambian el cine con sus obras. Es más, en una entrevista explica que “tras conocer a muchísimas cineastas te das cuenta de que la mayoría solo reclaman algo extremadamente simple: ‘trátame como a una directora’, no como a ‘una mujer directora’, no como a ‘una víctima’, no como a ‘una representante de un momento social’. Habla de mi cine. Habla de mi trabajo, de mis películas, de lo que hago”. Y Women Make Film lo hace. El espectador, boli en mano, no da abasto para apuntar un montón de nombres de directoras y de películas que salen en los catorce capítulos de la serie.

Tilda Swinton advierte en la introducción: “Puede que tus películas favoritas no aparezcan, puede que tus directoras favoritas no salgan”. Y añade: “Pero hay sorpresas. Revelaciones”. No hay duda. Revelación y sorpresa son las palabras clave para disfrutar de esta serie documental. Con ellas, Women Make Film realiza una interesante labor: la de rescatar del olvido a realizadoras que, bien por el tiempo en que crearon su obra o porque en sus países de origen la industria cinematográfica está más debilitada (y, por tanto, sus dificultades son dobles), no son apenas nombradas o sus obras han caído en el olvido.

Esta discriminación se ha dado en todas partes, empezando por el epicentro de la industria del cine. En el seno de Hollywood, las mujeres directoras no lo han tenido fácil y el olvido ha caído sobre muchas de ellas. Con el paso de los años, y aunque muchas demostraron no solo su valía, sino el éxito en taquilla, se topaban y topan con serias dificultades para dar continuidad a sus filmografías. Por ejemplo, ¿quién recuerda a Lois Weber, pionera del cine mudo tanto por los temas que trataba como por su puesta en escena? En el famoso sistema de estudios, dos directoras, Dorothy Arzner y la también actriz Ida Lupino, dejaron unas filmografías solventes, que solo ahora están empezando a ser analizadas como se merecen.

Años más tarde, directoras que destacaron en la comedia como Elaine May, Penny Marshall o Penelope Spheeris no pudieron hacer despegar totalmente sus carreras. Es más, un fracaso en taquilla suponía su fin, como le pasó a May con Ishtar. Incluso un peso seguro como Kathryn Bigelow no consigue la continuidad esperada; de hecho, lleva desde 2017 sin estrenar. A otras ni se las considera lo más mínimo como Mimi Leder. Incluso en el terreno del cine independiente americano no lo tenían fácil: la actriz Barbara Loden (recordada por su papel como hermana del personaje de Warren Beatty en Esplendor en la hierba) dirigió Wanda en 1970, todo un hito del cine independiente. Solo ocho años después se planteó realizar su segunda película, pero no pudo llevarla a cabo, pues falleció tempranamente de cáncer de mama. El panorama está cambiando mínimamente, pero siguen surgiendo nombres de realizadoras americanas con cuentagotas: Kelly Reichardt, Lynn Shelton, Greta Gerwig, Chloé Zhao o Patty Jenkins.

Sin embargo, Women Make Film adquiere todo su valor por las pistas que va dejando a lo largo de su metraje, por esa caja de revelaciones y secretos. A través de ciertas secuencias y unas pocas pinceladas de la voz en off, deja a la vista diamantes que esperan ser extraídos.

Valga una pequeña muestra: imágenes impactantes de los campos de concentración en la película polaca La última etapa (Ostatni etap, 1948), cuya realizadora Wanda Jakubowska estuvo recluida en ellos, y, por eso, en sus películas sabe lo que filma. Una reivindicación para la única directora española que muestra la serie, Ana Mariscal, y esos pequeños detalles que daban credibilidad a sus películas, como puede verse en El camino (1963). La sensibilidad de la actriz y directora japonesa Kinuyo Tanaka resplandece en los momentos delicados de Carta de amor (Koibumi, 1953). La manera de reflejar la caída del comunismo soviético a través de un trávelin muy especial en el documental D’Est (1993), de la directora belga Chantal Akerman. La tristeza y extrañeza que provocan las imágenes de El síndrome asténico (Astenicheskiy Sindrom, 1989), de la ucraniana Kira Muratova. La posibilidad de descubrir a un montón de pioneras en el cine mudo como las hermanas australianas McDonagh (Paulette, Phyllis y Isabella), Paulette era la realizadora del trío. La cantidad llamativa de buen cine iraní con nombres como Marva Nabili (The Sealed Soil), Samira Makhmalbaf (La pizarra) o Forugh Farrokhzad (La casa es negra). El descubrimiento de una directora noruega con mucho que contar a través del melodrama y de su cámara, Edith Carlmar. El tema de “el infierno son los otros” de la mano de la francesa Jacqueline Audry, y su interesante película Huis clos (1954). La inquietante y violenta rebelión de las mujeres en El silencio de Christine M. (De stilte rond Christine M., 1982), de Marleen Gorris, directora de los Países Bajos… Y una ristra de nombres de realizadoras que no cesa en cada capítulo: Cecille Tong, Mai Zetterling, Germaine Dulac, Alison de Vere, Clio Barnard, Valeska Grisebach, Safi Faye… Revelaciones que manifiestan el valor último de Women Make Film: lo que se nombra no se olvida.

Tomado de: CTXT

Tráiler del filme Women Make Film: Una nueva road movie a lo largo de la historia del cine (Reino Unido, 2018) de Mark Cousins

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