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¿Alguien vio venir a ómicron? Sí, de hecho, muchos

Vasileios Papageorgiou (Grecia)

Por Amy Goodman & Denis Moynihan

“Nadie veía venir esto. Nadie en todo el mundo. ¿Quién lo vio venir?”. El presidente Joe Biden utilizó estas palabras para referirse a la irrupción de la variante ómicron del Covid-19 en una entrevista concedida el miércoles a la cadena de noticias ABC. De hecho, mucha gente la vio venir.

Especialistas de la salud y activistas de todo el mundo han estado advirtiendo durante más de un año que mientras gran parte de la población mundial permanezca sin vacunarse, es seguro que variantes más agresivas del virus persistan y se desarrollen.

Mientras comenzamos a transitar el tercer año de la pandemia, ya se cuentan más de 277 millones de casos y 5,4 millones de muertes en todo el mundo. La variante ómicron se está propagando a una velocidad sin precedentes. Incluso las personas completamente vacunadas y con dosis de refuerzo se están contagiando. Aun así, la vacunación sigue siendo la mejor forma de evitar caer gravemente enfermos o morir a causa de la COVID-19. Sin embargo, las vacunas siguen fuera del alcance de gran parte de la población mundial. Muchas de las vacunas y tratamientos efectivos se desarrollaron gracias al dinero de los impuestos que pagan los contribuyentes, al trabajo de científicos de instituciones de salud pública y a otros recursos públicos. No obstante, las corporaciones farmacéuticas sacan un rédito exorbitante por la venta de estos productos fundamentales para salvar vidas y retienen las fórmulas de las vacunas mientras millones continúan enfermándose y muriendo. La codicia no debería determinar el curso de esta pandemia.

“Ninguna empresa, por muy poderosa que sea, debería poder dictar quién vive y quién muere, o ejercer una influencia tan grande que determine si la economía mundial prospera o se paraliza. Pero Moderna está haciendo precisamente eso”, afirmó Diana Kearney, asesora legal y de defensa de los accionistas de la organización Oxfam America. Kearney hizo estas afirmaciones en un comunicado que acompaña la demanda que presentó Oxfam esta semana ante la Comisión de Bolsa y Valores de Estados Unidos, SEC, por sus siglas en inglés. El argumento central de la demanda presentada por Oxfam ante la SEC es una disputa que existe entre Moderna y los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos. En julio, Moderna presentó una solicitud de patente para la vacuna contra la Covid-19 que solo menciona a los científicos que trabajan para la empresa, pero los Institutos Nacionales de Salud alegan que tres de sus propios científicos —John Mascola, Barney Graham y Kizzmekia Corbett—, financiados con fondos públicos, desempeñaron un papel clave en el descubrimiento de la vacuna. Si el Gobierno de Estados Unidos logra demostrar que tiene derechos sobre la patente, Moderna perdería cierto control sobre cómo se fabrica y distribuye la vacuna.

Oxfam compró acciones de Moderna y, por lo tanto, tiene derechos de accionista. Como empresa que cotiza en bolsa, Moderna debe presentar documentos exhaustivos a la SEC e informar a sus inversores y a la población sobre las finanzas de la empresa, además de explicar los riesgos a los que se enfrenta. En su demanda, Oxfam alega que Moderna ha estado mintiendo sobre la gravedad del conflicto de patentes que tiene con los Institutos Nacionales de Salud y el Departamento de Justicia de Estados Unidos, y está ocultando un proceso legal pendiente que podría causar una caída significativa en el precio de sus acciones.

El uso estratégico del derecho bursátil por parte de Oxfam es parte de una estrategia más amplia para lograr la equidad en el acceso a las vacunas. Se trata de la Alianza Vacunas para el Pueblo, una coalición mundial que reclama que el desarrollo de las vacunas contra la COVID-19 sea considerado como un bien común, y que estas sean distribuidas de manera justa a todos, en todas partes y de forma gratuita. Achal Prabhala, coordinador de AccessIBSA, una organización que promueve el acceso a medicamentos en India, Brasil y Sudáfrica, es uno de los referentes claves de la campaña.

En conversación con Democracy Now!, Prabhala expresó: “A menos que algo cambie drásticamente en el suministro de vacunas, estamos condenados a repetir estos terribles ciclos de olas, contagios e incertidumbre”. Prabhala es coautor de un reciente informe de AccessIBSA y Médicos sin Fronteras, donde se precisa que existen más de 120 fabricantes en Asia, África y América Latina con los requisitos técnicos y los estándares de calidad necesarios para fabricar una vacuna de ARNm.

Al respecto, Prabhala explicó: “Si la tecnología de ARNm que Pfizer, BioNTech y Moderna han desarrollado e implementado… se compartiera con cierto número de estas 120 empresas, podríamos vacunar al mundo en aproximadamente seis meses. No es teórico. De hecho, se basa en un modelo de asociación que empresas como Moderna tienen con fabricantes muy similares, excepto que están ubicados en España en lugar de Bangladesh, Senegal o Túnez”.

Según los datos más recientes de la Organización Mundial de la Salud, más de dos tercios de las personas en países de altos ingresos han recibido al menos una dosis de la vacuna contra la COVID-19, mientras que en los países de bajos ingresos, menos de una décima parte de la población ha recibido una dosis. Todavía hay países, principalmente en África, donde la tasa de vacunación es igual o menor al uno por ciento.

Prabhala afirmó: “[El levantamiento de las restricciones de las patentes] reduce el dominio de Moderna, Pfizer y BioNTech sobre estas vacunas y socava las exorbitantes decenas de miles de millones de dólares de ganancias e ingresos que pueden obtener vendiéndoles las vacunas a los países pobres en los próximos años, una vez que hayan terminado con los países ricos”. Achal ofrece una solución: “El presidente Biden puede llevar a Moderna a la Casa Blanca, sentar a sus ejecutivos a la mesa, decirles que tenemos leyes que pueden obligarlos a hacer lo que les pedimos que hagan, pero que preferimos que simplemente lo hagan, encontrarle la vuelta al acuerdo y luego dar por cerrado el asunto y atribuirse el mérito de vacunar al mundo”.

Vacunar al mundo es la forma de salir de esta pandemia. Nadie estará a salvo hasta que todos estemos a salvo.

Amy Goodman es la conductora de Democracy Now!, un noticiero internacional que se emite diariamente en más de 800 emisoras de radio y televisión en inglés y en más de 450 en español. Es co-autora del libro “Los que luchan contra el sistema: Héroes ordinarios en tiempos extraordinarios en Estados Unidos”, editado por Le Monde Diplomatique Cono Sur.

Tomado de: Democracy Now

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Neoliberalismo, Fake News y Procesos Electorales en tiempos de pandemia

Miguel Morales Madrigal (Cuba)

Por Fernando Buen Abad Domínguez @FBuenAbad

El neoliberalismo es, patéticamente, una emboscada ideológica (en el sentido de la “falsa conciencia” que explicó Marx) desarrollada para disputar e imponer el “sentido común” de ciertos intereses capitalistas en su fase imperial. Verbigracia: es una máquina trituradora de derechos sociales adquiridos; una demoledora de los principios humanistas solidarios; una “picadora de carne humana” en los centros laborales, educativos y sanitarios; es una aplanadora de instituciones y una fenomenal maquinaria de humillaciones, depresiones y desmoralización… todo eso al servicio de un sector peligrosamente desquiciado por la usura, el individualismo más tóxico y la meritocracia supremacista de los amos en alianza con sus cómplices. Un infierno de corrupción y crimen que debe ser tipificado como etapa histórica “de lesa humanidad”. La mezcla explosiva de neoliberalismo, Fake News y procesos electorales es una industria de la destrucción social altamente sofisticada.

Uno de los instrumentos predilectos, para camuflar la perversidad del neoliberalismo, han sido los “procesos electorales” intoxicados por la democracia burguesa. Se han fabricado leyes, instituciones y funcionarios formateados  mercenariamente para convertir en “legal” lo ilegítimo y para venderlo como salto de modernidad decorado con “Chicago boys and girls”, recurrentemente zopencos, capacitados para artilugios administrativos y bancarios pero sin mínima dotación de Cultura general elemental. Inteligencia paupérrima para eficiencia mercachifle. Les llaman “tecnócratas” y se enorgullecen. No pocos son paridos en universidades creadas ex porfeso.

Ese patrón funcional al neoliberalismo, está adosado con capas generosas de mal gusto de supermercado y todo un inventario de mercancías fetichizadas convertidas en valores éticos, morales y estéticos en la religión del consumismo chatarra para mentalidades chatarra. A todo eso, batido con avaricia y canalladas, le llaman éxito. Y pretenden que, además de financiárselos mansamente, se los envidiemos, se lo aplaudamos y lo heredemos a nuestra prole como si fuese “un gran tesoro”. Quieren que el proletariado se vuelva albacea, cómplice de la policía y verdugo de sí mismo y a distancia. Big data.

Con ese formato fabrican a sus gerentes represores, de usos múltiples, que sirven lo mismo para “administrar” un negocio más grande o más pequeño, que para amaestrarlos como “candidatos políticos”. Y hemos debido padecer versiones aberrantes, (con antecedentes, en versiones militares y sus cómplices “civiles”) proto-neoliberales del Plan Cóndor, encarnando la lista monstruosa de hocicones tales como Salinas de Gortari, Menem, Fujimori,… y una no menos monstruosa lista de intelectuales arrodillados ante las migajas que les han otorgado sus amos, verbigracia: Octavio Paz, Vargas Llosa, Krause y sus jaurías múltiples de “periodistas” que son una “fauna de acompañamiento” rentada. Eso hemos debido tragarnos como “normalidad política”, desde que fue impuesta la dictadura del “Consenso de Washington”, en un período de 40 años (1989) que nos ha dejado infiltradas todo género de alimañas reformistas, oportunistas, arribistas y traidoras que deben ser caracterizadas y denunciadas permanentemente por razones de defensa; de vida o muerte.

Una de las joyas más perfeccionadas y cotizadas, en el paraíso neoliberal globalizado, son las operaciones masivas de engaño: Armas de Distorsión Masiva que ha proliferado con gran velocidad y ubicuidad. Se desplazan globalmente con la protección, la unilateralidad discursiva, las nulas trincheras de réplica y las masas de corifeos que repiten, en simultáneo, cualquier ficción que les disfracen de noticias. Fake News a toda hora, con modalidades diversas, en horarios discriminados y efectos rentables. Con la bendición de los gobiernos neoliberales y un no pequeño público anestesiado bajo los placeres del engaño que ahorran el trabajo de pensar y se envuelven en emociones mórbidas y morbosas.

Y mientras tanto, cuando los pueblos han encontrado fuerzas y caminos para derrotar al neoliberalismo, a sus engendrados empresariales y gubernamentales, a sus máquinas de guerra ideológica disfrazadas como “medios de comunicación”, nos abruma una pandemia planetaria aprovechada jugosamente por el neoliberalismo y que no cesa en el maltrato burgués contra la humanidad. Nunca la avaricia de las cloacas financieras arremetieron con tanta furia racista como lo han hecho con las vacunas y los instrumentos médicos para atender a los miles de millones de personas contagiadas o fallecidas. El capitalismo exhibiendo la náusea neoliberal. Sin atenuantes.

¿Cómo ordenar la salida de la especie humana de este infierno apabullante y multiforme? ¿Cómo recuperar fuerza y confianza organizada para articular las fuerzas que la coyuntura demanda en la actual fase de la lucha de clases? A estas horas el camino indica que es por abajo. Desde las raíces y las bases. Con un proyecto organizativo superador de los formatos escleróticos de aquellos partidos y movimientos sociales intoxicados de burocracia reformista y aislamientos ahítos de intermediariarismo de cúpulas. Ya basta.

Están bajo examen las capacidades organizativas de la dirección revolucionaria que está naciendo constantemente en el fragor de las luchas sociales. Pero hace falta, urgente, una Revolución de las Conciencias en simultáneo con la modificación del orden ideológico y económico sobre la propiedad privada burguesa. Organizarse para no volver a quedarse en los márgenes, ganando sólo poderes periféricos pero sin tocarle un pelo a la industria, a la banca ni a las iglesias reconvertidas al escarceo neoliberal por obra y gracia del “estiércol del diablo”. Así estamos. ¿Qué hacer?

Es preciso transparentar (auditoría de los pueblos) el financiamiento del neoliberalismo, de todos los procesos electorales en los que ha infiltrado sus intereses. Indagar las fortunas de todos sus esbirros y transparentar minuciosamente el financiamiento de las fake news, de los dueños de los (mal llamados) “medios de comunicación” y de los intelectuales proveedores de chatarra ideológica organizados en “fundaciones”, ONG´S, foros y congresos constituidos en catedrales neoliberales de la estulticia. Y esto urge.

Tomado de: Telesurtv

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El costo de la pandemia

Foto Cubaperiodistas

Por Graziella Pogolotti

Única, irrepetible, insustituible, la persona humana tiene un valor inconmensurable por los registros de contabilidad. Defenderla a cualquier precio, considerar su protección como prioridad absoluta, constituye la expresión tangible de la definición conceptual de justicia social. Implica no solo procurar la mayor equidad posible en la distribución de bienes materiales, sino también favorecer el acceso creciente al disfrute de una espiritualidad más rica, afirmación del respeto debido a la plena dignidad del hombre. Así se traduce, también en términos concretos, la lucha emancipadora en favor de una vida, tal como lo entendieron los fundadores de la nación, nunca «en afrenta y oprobio sumido».

Las pérdidas de vidas constituyen el costo mayor de la pandemia que nos abate, obra de un virus invisible y omnipresente. Los escasos recursos disponibles se han puesto en función de ese combate primordial, sacrificio asumido por la nación toda, con la escasez de bienes de consumo de primer orden, incluidos alimentos y medicinas. Al cabo, habremos de despertar de la pesadilla mediante la aplicación concertada de medidas de protección y gracias al empleo de las vacunas en proceso de ensayo clínico. Podremos entonces valorar el alcance de los costos en el plano financiero y respecto al desarrollo de la sociedad.

Al balance de los fallecidos, a la enorme inversión de recursos, se añaden las repercusiones que operan en el plano de la subjetividad. Las medidas de aislamiento se reflejan de manera negativa en la estabilidad sicológica, agudizan sensaciones de ansiedad y acrecientan las tensiones en la intimidad de hogares —a veces demasiado estrechos— que se acentúan por la acumulación de proyectos personales postergados.

El cierre temporal de las escuelas plantea interrogantes acerca del modo de recuperar procesos de aprendizaje interrumpidos. Algunos aficionados a la futurología diseñan un utópico porvenir para una humanidad interconectada por vía digital, con la consiguiente atomización del tejido social. Los efectos sicológicos del confinamiento demuestran que, por el contrario, el diálogo presencial entre los seres humanos es imprescindible. La cercanía necesaria se manifiesta a través de la palabra y del muy expresivo lenguaje gestual. Constituye oxígeno nutriente de la dimensión espiritual de la vida y de los complejos procesos que sustentan la cultura y la cohesión social.

Al margen de las veleidades futurológicas, por su extensión planetaria y su alto grado de letalidad, la pandemia ha convocado a numerosos pensadores a una reflexión acerca de la necesidad de reformular el proyecto civilizatorio dominante. El acontecimiento ha revelado, de manera brutal, nuestra extrema vulnerabilidad en un destino común compartido.

Agredida, la naturaleza reclama sus derechos. Aunque de inmediato podamos conjurar el mal, otros fenómenos similares podrán surgir en algún porvenir más o menos inmediato.

Subestimada por mucho tiempo, la filosofía, madre de todas las ciencias, vuelve en reclamo de sus fueros y reivindica el rescate necesario de la interconexión entre los diferentes saberes, tanto los que abordan el conocimiento de las ciencias exactas y naturales, como los que se centran en el análisis de la sociedad y en las contradicciones derivadas de una ilusoria concepción del progreso, fundada en la insaciable demanda de apetencias materiales.

Aunque no tengamos plena conciencia de ello, la demanda de espiritualidad constituye también una exigencia que subyace en cada uno de nosotros. Constituye esa otra hambre latente a la que aludiera con tanta frecuencia Onelio Jorge Cardoso. Esa sensación de vacío causada por la pérdida del múltiple y estimulante contacto con el otro, consecuencia tangible del confinamiento, es la razón del quebranto sicológico que nos invade.

A los cubanos, asediados durante décadas por defender nuestro proyecto emancipador y abrumados ahora por las duras carencias económicas, la pandemia nos convoca a llevar adelante una serena y equilibrada valoración de lo que tenemos.

A pesar de errores cometidos, nuestra capacidad de afrontar el mal evidencia la eficacia de la estrategia de desarrollo que patrocinó, aun en medio de la precariedad del período especial, el impulso a la investigación científica de avanzada. Por arriesgada que pareciera, la decisión respondía a un modelo civilizatorio que situaba en lugar preferente la salvaguarda de la vida humana.

Disponemos en la actualidad de recursos propios para atender la enfermedad y contar en fecha próxima con las vacunas que habrán de garantizar la salud de todos. Vencida la crisis de la pandemia, para restañar heridas e impulsar el desarrollo del país habrá que seguir contando con la participación activa de la ciencia, incluida aquella que investiga el complejo entramado social.

Tomado de: Juventud Rebelde

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Jonal Cosculluela y Maritza Ceballo: relato documental de una pandemia

Maritza Ceballo y Jonal Cosculluela

Por Rita Karo

Durante un encuentro reciente con el director de cine, Jonal Cosculluela, nos contó acerca de los avatares de rodar un documental sobre la COVID-19, en tiempo real y de cara a los riesgos y desafíos que conlleva entrar a Zona Roja, con equipo de realización cinematográfica y sin romper los protocolos sanitarios. Esta vez, el rol es compartido con Maritza Ceballo, en la dirección y producción. Ambos adelantaron detalles de Volverán los abrazos, el material más reciente del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) y el colectivo de creación Siguaraya.

¿Cómo concibieron el documental?

JC: La idea de realizar este documental es de Ramón Samada, presidente del ICAIC. Recuerdo que le hice otra propuesta, cuando a él se le ocurrió que registráramos la pandemia en un documental. Rápidamente nos enamoramos de la idea, que es apasionante porque está hecha a medida del paso del tiempo.

Nos propusimos hacer el documental en tres meses, por el comportamiento que describía la COVID-19 en otros países. Iniciamos en abril, y pensamos que alcanzaríamos el momento propicio para cerrar el material en alza. Sin embargo, la situación se ha comportado de otra manera, y por suerte, estaba concebido el rodaje en tiempo real, para registrar la realidad tal y como sucede.

¿Qué expectativas tenían con el documental, y cuán diferentes han sido la realidad y sus contratiempos?

MC: Como se trata de un documental, tenemos que ir con todo lo que sucede. Los tres meses iniciales formaban parte de una proyección correspondiente con las medidas tomadas, el comportamiento y el trabajo del sistema de salud cubano. En ese período podíamos tener un panorama de lo que era el suceso de la pandemia en Cuba. Aunque nos hemos percatado de que la realidad es muy variable, porque se trata de un virus desconocido. Uno prevé, pero la realidad es la que manda: tuvimos el despunte de un rebrote en los meses de verano y ahora, la propuesta de un candidato vacunal. Durante este año, la pandemia controla la vida en el país.

En el documental estamos enfocados hacia el personal de la salud vinculado a la pandemia, cuando en realidad, se involucra toda la sociedad porque han intervenido voluntarios y muchos factores, además del gobierno. Nosotros estamos centrados en los médicos y enfermeros, y eso nos condiciona a ver cómo ha cambiado la vida para ellos, cómo ha cambiado el trabajo, y qué implica esa transformación.

Durante la realización del documental vivimos el momento junto al personal sanitario, y sabemos de los turnos de guardia que no son habituales para ellos. Hablamos de turnos de 28 días: catorce días en el hospital y otros catorce en el aislamiento posterior, lo cual ha cambiado su vida, la de su familia. También está el riesgo de ir a trabajar por primera vez. Aunque como médicos siempre existe el peligro de contagio, actualmente la probabilidad es muy elevada.

JC: En realidad, el documental se cuenta más desde la propia familia de estos médicos. La idea central es que los espectadores se den cuenta de que las personas detrás de los nasobucos y máscaras son seres con familia, que tienen miedo, que se arriesgan constantemente. Asimismo, que aquellos que se sienten inmunes o piensan que al llegar a un hospital van a atenderlos,  ̶̶ por las propias características del sistema de salud cubano ̶  sepan qe se trata de una enfermedad muy peligrosa, con un tratamiento doloroso y muchas reacciones adversas.

La enfermedad no es sencilla. El personal sanitario está en riesgo, y siguen ahí porque tienen un corazón inmenso, decidido a salvar vidas. Pero son personas que sufren porque en un momento pueden perder a un paciente que creen bien. Al principio, esas muertes los marcaron, porque no podían controlar la enfermedad fácilmente. Era una patología desconocida, sin embargo, la muerte los mantiene en un estrés constante.

¿Hay alguna escena que los haya marcado durante el rodaje?

MC: Hay varias cosas que preferimos no adelantar… pero ver a un médico lidiar con una enfermedad que desconoce, y el poco material con el que cuenta no es suficiente para tener claros los protocolos de atención, y que el aprendizaje sea luego de la muerte de un paciente grave… Reponerse a eso, y decir: «Lo aprendí ahora con la pérdida de un paciente, pero me ha servido para salvar a otro». Es impactante.

La enseñanza no debería ser así. Pero muchos pasaron por el dolor para aprender a tratar la enfermedad viendo qué ocurría con otro paciente. No había opción, al principio de la pandemia, no se sabía de evoluciones. Luego, esas experiencias negativas, las cuales han socializado entre ellos, han orientado el tratamiento para salvar a muchas personas.

JC: Hay algo interesante en cuanto al falso mito acerca de los médicos que se han contagiado por violaciones o descuidos. Y no es tan así. La mayoría de esos contagios sí han sido rompiendo el protocolo, pero por la necesidad de salvar una vida; porque les interesa llegar, tocar con las manos, rescatar al paciente.

MC: Algunos entrevistados expresan que en un segundo deciden entre sus vidas y la del paciente con falta de aire. Ellos conocen que si te expones a un virus como este no sabes qué ocurrirá. Aun con toda la medicina del mundo, la evolución es bastante incierta. Los que están afuera podrán pensar «es su trabajo, están acostumbrados», cuando no es así.

En las Unidades de Terapia Intensiva el tratamiento es complejo. Es muy importante tener presente que muchas de las medidas que no se tomaron en momentos determinados, es debido al mandato de salvar una vida por encima del cuidado personal. Hay médicos que piensan así. Cuando su obligación también es protegerse, saltan la barrera.

Con el objetivo de concebir el proceso de manera íntegra, la filmación contempla a varios centros de atención a pacientes de la COVID-19 en La Habana: el Hospital Naval Luis Díaz Soto, el Hospital Salvador Allende (Covadonga), el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK), el Pediátrico de San Miguel (La Balear), así como en casas de recuperados, médicos y en centros de aislamiento.

Los primeros casos de la pandemia del nuevo coronavirus en Cuba se reportaron en el mes de marzo del presente año. Hasta la fecha se han diagnosticado más de cinco mil casos y lamentado 122 muertes. La enfermedad es muy contagiosa, y las autoridades sanitarias internacionales abogan por el apoyo de toda la ciudadanía para disminuir los infectados.

En los últimos meses, en la Isla, miles de médicos prestan sus servicios, desde la atención primaria hasta las unidades de terapia intensiva. Así como se movilizó al Contingente de Cooperación Internacional Henry Reeve para colaborar en más de treinta naciones afectadas por el virus, entre las que cuentan Italia, Jamaica, Venezuela, Andorra, Haití, Honduras, Perú, Emiratos Árabes, Angola, Qatar, Cabo Verde y México. Asimismo, dentro del país, estudiantes universitarios y jóvenes apoyan como voluntarios en las instituciones de atención a pacientes y sospechosos, y en las áreas de salud comunitarias.

MC: El material no será publicado con inmediatez, pero cuando las personas lo vean, esperamos que reflexionen en que hay quienes trabajan en hospitales y sacrifican su familia, su salud. Estamos en una situación que amerita seres humanos vinculados a la sociedad, con proyecciones y conducta respetuosas hacia las personas que lo rodean. Me gustaría que todos sepan que médicos, enfermeras y voluntarios se sobreponen al miedo para ayudar a otras personas desconocidas.

JC: Te voy a adelantar que hemos filmado tanto material que en un documental de una hora no cabe todo lo que queremos decir. Y ya se está proyectando, junto a la Empresa de Informática y Medios Audiovisuales Cinesoft, una serie de cinco capítulos, de 30 minutos cada uno, para narrar más de lo que ocurre con la pandemia a nivel nacional y desarrollar personajes valiosos que en el documental no tienen tanto protagonismo.

Las condiciones de rodaje deben ser muy diferentes, ¿con qué equipo están trabajando?

JC: Nosotros nos llamamos «los cuatro gatos», cuando en realidad somos siete, que hacemos de todo. En este caso, soy quien está más volcado a la producción, aunque Maritza y yo llevamos producción y dirección del material.

En cámara está David Cruz, quien hace de todo: director de fotografía, operador de cámara, foquista. También contamos con Luis Calsadilla, asistente de cámara, data manager; en el sonido están Maykel Pardini y Michel Caballero. Además, está Yudit Domínguez, asistente de dirección y René Gutiérrez, como asistente de producción y chofer. Somos un equipo bien reducido, y solo tres entran a los sitios de mayor riesgo.

MC: Como montador tenemos a Luis Najmias, quien se mantiene al margen del rodaje. Porque para uno, luego de cinco meses, es muy difícil separarse de esas historias. Y él le da una mirada más crítica, desde afuera.

Imagino que debe ser muy complicado ir vestidos de «cosmonautas» y grabar con tantas cosas encima, ¿cuáles son las medidas de protección que tienen en cuenta durante la filmación?

MC: Cuando entramos a Zona Roja, donde están los pacientes positivos, cumplimos las mismas medidas de protección que el personal sanitario. Como es un equipo pequeño, la dinámica es buena, y todos estamos al tanto de cada detalle: mantener la distancia, no recostarnos sobre superficies, echar alcohol, limpiarnos las manos.

Trabajar con nasobuco con el calor es difícil. Las máscaras y gafas dificultan la visualidad y se trata de enfocar, encuadrar. Hemos aprendido a comunicarnos por señas, entre escafandras, nasobucos…

En el filme, ¿cómo pretenden abordar el fenómeno de la COVID-19 no solo en La Habana, sino a nivel nacional?

JC: Por las propias medidas que se han tomado para enfrentar la situación, se ha dificultado el traslado hacia otras provincias del país. Estamos buscando alternativas para recoger en el documental cómo se enfrenta la pandemia fuera de La Habana. Además, estamos dirigidos hacia la colaboración de Cuba, por el rol importante que han tenido nuestros médicos en otras partes del mundo.

Asimismo, contamos con la experiencia de los médicos de familia, que son los primeros que entran en contacto con sospechosos, y realizan el seguimiento hasta que estos pacientes son remitidos a los centros de atención.

¿El miedo?

JC: Yo siento más temor a filmar en la calle, o en una cola, que entrar a Zona Roja. En cinco meses expuestos a un virus, no nos hemos contagiado, gracias a las medidas tomadas.

MC: El miedo está todo el tiempo, sobre todo fuera de los hospitales. En los centros médicos hasta me confío porque los doctores están atentos a nosotros. A pesar de estar junto a los positivos, es cuando más tranquila estoy. Sin embargo, es muy diferente en la calle, donde las personas se acercan, se quitan el nasobuco para hablar con nosotros y cometen muchas infracciones.

Opino que es una cuestión de cambiar el modo de vida. En pensar que volverán los abrazos porque el cubano es así, pero que ahora es necesario frenarse por un bien común. A veces se piensa que si decimos buenos días y no damos un beso se es maleducado; pero eso tiene que cambiar, y ese cambio de mentalidad cuesta trabajo, y se ve diariamente.

¿Cuánto ha cambiado la vida en casa?

MC: Llegamos a la casa, lavamos la ropa, nos lavamos las manos. Hay un riesgo porque se entra en contacto a pesar de la protección. Por lo tanto, seguimos con las mismas medidas, excepto el nasobuco. También tenemos en cuenta los ciclos de quince días, y somos cautelosos con los síntomas durante ese tiempo.

JC: Uno llega al hogar y, tener que decirles a nuestras hijas pequeñas que no nos abracen, cuando el instinto es correr hacia la puerta y darnos besos y abrazos, fue difícil. Hubo que entrenarlas. Actualmente, se quedan esperando a que nos cambiemos y bañemos. Es como poner el cariño en pausa. Es difícil, pero ya lo entienden y esperan.

¿Cree que volverán los abrazos?

JC: Sí, claro que sí. Volverán de manera natural.

Tomado de: UNEAC

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Lecciones de la pandemia en América Latina y el Caribe. Algunas valoraciones en torno a posibles políticas públicas en el campo de la Educación y la Cultura*

Universidad de las Artes de Cuba, una institución, fundada por la Revolución Cubana, pública y gratuita

Por Abel Prieto Jiménez @AbelPrieto11

Quiero, en primer lugar, agradecer a la UNESCO la invitación para participar en este panel y la posibilidad de compartir con figuras que sigo y admiro desde hace muchos años.

El mundo entero está en shock. Lo único positivo que ha dejado hasta ahora esta tragedia es que nos ha obligado a reflexionar, a pensar críticamente, a tomar distancia del clima frívolo predominante en la llamada “normalidad”, para preguntarnos con dolor, con angustia, si la especie humana podrá salvarse, no solo de la epidemia misma, sino de la crisis climática, de la relación depredadora con la naturaleza, de la codicia de las élites, del olvido y exclusión de las mayorías, de un modelo basado en la injusticia y en el afán de lucro.

Para acercarnos a las “percepciones de los desafíos”, hay que acudir a los numerosos textos que han sido publicados por algunos de los intelectuales más lúcidos de nuestra región, a los debates virtuales que se han organizado y a llamamientos realizados por artistas y colectivos en riesgo.

La más importante lección de la pandemia podría resumirse con la idea, muy clara, de que el virus ha revelado las esencias del modelo neoliberal. La industria hegemónica informativa y cultural ha trabajado durante décadas para hacernos creer que este sistema es la única forma “natural” e imaginable de organizar la vida económica y social. Nos ha repetido cotidianamente, como Pangloss, que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Ha tenido tanto éxito que hasta las víctimas del sistema se culpan a sí mismas de sus desventuras y no son capaces de impugnarlo.

El nuevo coronavirus lo ha desnudado de súbito y ha abierto grietas muy hondas en ese espejismo cultural.

La pandemia ha provocado un verdadero estallido en el campo del pensamiento social en nuestra región y en todas partes. Hemos visto, como pocas veces antes, una avalancha de cuestionamientos muy serios y muy bien pensados sobre las causas de esta situación tan siniestra, sobre sus consecuencias y sobre el futuro postpandemia.

Muchos analistas han hablado del íntimo conflicto, dramático y doloroso, en que se ha colocado a los profesionales de la salud al tener que aplicar “mecanismos de selección” entre sus pacientes y decidir quién es “salvable” y quién no. Este conflicto, por supuesto, no llegó al mundo con el coronavirus. Llegó antes, con el carácter privado de la atención sanitaria, que excluye, incluso, a muchos que ni siquiera pueden ingresar en los hospitales.

La visión de los servicios de salud y de la industria farmacéutica como negocio lucrativo, donde no hay pacientes sino clientes, sienta las bases para la división entre los seres humanos con respecto al derecho a la vida y no puede, como se ha demostrado con cifras escalofriantes, dar respuesta a una emergencia sanitaria como la que estamos viviendo.

Las secuelas del neoliberalismo nos han dejado un paisaje dantesco en América Latina y el Caribe, sobre todo en algunos países. Entre ellas, desigualdad y pobreza extremas, desempleo, exclusión, falta de acceso a servicios básicos, desplazados a causa de inversiones del capital transnacional y por conflictos armados. El crecimiento de las tendencias fascistas es otro resultado de la crisis neoliberal.

El neoliberalismo es, además, un sistema profundamente anticultural. Su filosofía ha reducido el arte y la literatura a mera mercancía, a mero entretenimiento pueril, y los ha llevado a perder sus funciones de indagación y crítica. El mercado ha fungido como un censor implacable. Las manifestaciones artísticas que convocan al pensamiento libre son rechazadas por la gran industria y condenadas a circuitos marginales. Los monopolios de la industria del entretenimiento favorecen y multiplican la difusión de productos culturales de carácter comercial. La defensa de la diversidad cultural, que ha sido uno de los reclamos admirables de la UNESCO, es derrotada día a día por poderosos intereses corporativos.

La pandemia ha reforzado de manera dramática las desventajas del arte y de la cultura de la resistencia, de la vanguardia y de la creación popular, frente a los modelos promovidos por las corporaciones. Por una parte, las medidas restrictivas y de distanciamiento social suprimen drásticamente los proyectos comunitarios, las tradiciones y festividades asociadas al patrimonio inmaterial y despojan de todo sustento a los artistas que trabajan sin respaldo institucional. Tales efectos se suman al conocido desamparo de estas manifestaciones bajo gobiernos neoliberales, sin ningún interés por promover políticas efectivas de protección a la cultura.

Se ha producido en consecuencia una fractura en la vida cultural de las comunidades, con la consiguiente contracción de los ingresos de los creadores, la disolución de proyectos artísticos y un empobrecimiento espiritual de la población, precisamente en los momentos en que el acompañamiento del arte puede ser irreemplazable. Si bien es cierto que se ha multiplicado la intervención de la cultura en las redes, con resultados valiosos, hay algo básico del diálogo entre creadores y público que no puede replicarse a través de las tecnologías, por no hablar de las desigualdades en términos de acceso a estas herramientas. Estas diferencias dañan en particular a los más vulnerables.

La revista de teatro latinoamericano y caribeño Conjunto de la Casa de las Américas hizo circular un mensaje donde señala:

“El movimiento de teatro independiente ha sido por décadas baluarte fundamental de la cultura de nuestra América. (…) Los grupos que lo integran (…) ya estaban en crisis cuando los alcanzó la pandemia, pues no cuentan con subvenciones ni apoyos estatales regulares, ni seguridad social ni médica. Colectivos de sostenida trayectoria (…) se han visto obligados a abandonar sus salas, adquiridas y mantenidas con mucho esfuerzo, por la imposibilidad de costear sus gastos, y hay muchas más al borde del cierre… Como reclaman en las redes Patricia Ariza, desde la Corporación Colombiana de Teatro, y Ana Correa, del grupo Yuyachkani (…), es necesario que los Estados declaren en emergencia el sector cultura y en particular el teatro.”

Entretanto, los monopolios de la industria del entretenimiento y de las plataformas de Internet han multiplicado sus ganancias en tiempos de pandemia. De este modo, mientras el arte no comercial se asfixia, las producciones rentables, muchas veces mediocres, se hacen más visibles. Esto ocurre en un momento en que la crisis global de la cultura, en términos cualitativos, venía alcanzando expresiones cada vez más inquietantes.

Mención especial merece la situación de extremo peligro a que están sometidos los pueblos originarios y, con ellos, sus lenguas y culturas. Se requiere promover acciones inaplazables de protección y apoyo para frenar lo que puede ser ya un etnocidio.

A pesar de que, como ya dije, se ha venido agrietando el espejismo cultural que legitima el neoliberalismo, los medios hegemónicos han seguido haciendo lo imposible por maquillar el modelo y distraer a sus críticos. De hecho, no han informado de manera adecuada a la opinión pública en un momento de tanta incertidumbre, cuando conocer objetivamente lo que está pasando es más imperioso que nunca. Por el contrario, les han dado la espalda a los criterios científicos para tratar la pandemia con ligereza, irresponsabilidad y falta de ética.

Patricia Villegas, presidenta de Telesur, en un panel de la serie “Voces múltiples en red”, de la Red “En defensa de la humanidad”, aseguró que el discurso mediático durante la pandemia se había caracterizado por tres tendencias: ocultamiento, fragmentación y espectacularización de las noticias, es decir, omitir aquellos -aspectos de la realidad inconvenientes para el sistema, evitar una visión integral de los procesos a través de imágenes fraccionadas, inconexas, aisladas, y contaminar toda noticia del lenguaje propio de la farándula, del mundo del espectáculo, de un anecdotario sin valor alguno. En ese mismo panel, el sociólogo Marcos Roitman se refirió al manejo que han hecho los medios de la incertidumbre y del miedo. El “control de las emociones” es un instrumento del poder para mantener a la gente aturdida, manejable, bajo su dominio.

Todas estas manipulaciones se producen en un entorno intoxicado por el uso político y específicamente electoral del tema.

Cuba ha sido un blanco protagónico en este panorama mediático. Hemos sufrido campañas constantes de los grandes medios que ocultan los esfuerzos que se han venido haciendo para frenar la epidemia en el territorio nacional y para colaborar con otros países en esta batalla.

Estados Unidos ha recrudecido en estos meses el bloqueo contra Cuba. Ha desatado al propio tiempo una campaña de descrédito contra nuestros médicos y contra su labor en unos cuarenta países para ayudar en el enfrentamiento a la pandemia. Washington ha llegado a presionar directamente a algunos gobiernos de la región a fin de evitar la colaboración de personal sanitario cubano. Estas acciones vergonzosas desconocen los llamados que han hecho la Organización Mundial de la Salud y numerosas personalidades del mundo en el sentido de que solo la cooperación entre naciones nos permitirá vencer al nuevo coronavirus.

¿Qué pasará después de la pandemia? Muchas opiniones atendibles coinciden en que regresar a la antigua “normalidad”, después de vencido el azote epidémico, no puede aceptarse desde ningún punto de vista.

El propio António Guterres, Secretario General de la ONU, ha sentenciado:

“Simplemente no podemos regresar a donde estábamos antes de que golpeara el COVID-19, con sociedades innecesariamente vulnerables a la crisis. La pandemia nos ha recordado, de la manera más dura posible, el precio que pagamos por las debilidades en los sistemas de salud, las protecciones sociales y los servicios públicos. La pandemia ha subrayado y exacerbado las desigualdades, sobre todo la desigualdad de género. Ha puesto de relieve los desafíos actuales en materia de derechos humanos, incluidos el estigma y la violencia contra las mujeres.  Ahora es el momento de redoblar nuestros esfuerzos para construir economías y sociedades más inclusivas y sostenibles, que sean más resistentes frente a las pandemias, el cambio climático y otros desafíos globales.”

¿Cómo construir economías y sociedades más inclusivas y sostenibles, más solidarias, más justas?

Más Estado y menos mercado, ha resumido el politólogo Atilio Borón al imaginar la sociedad postpandémica. Un Estado comprometido con la erradicación de la pobreza, con garantizar el acceso de todos a los servicios básicos, capaz de impedir que siga aumentando la brecha colosal entre la élite privilegiada y las masas hambreadas y desposeídas. Son obscenas las cifras de las fortunas de un pequeño grupo de supermillonarios. Una ínfima parte de ellas bastaría para contribuir decisivamente al enfrentamiento al cambio climático y garantizar la subsistencia digna de millones de personas.

Podría seguir enumerando problemas muy graves que el mundo tendrá que enfrentar y solucionar en todos los campos para escapar de este callejón sin salida y lograr que la especie humana sobreviva. Prefiero, sin embargo, concentrarme en los temas educativos, culturales y de la comunicación y proponer algunas ideas para la conformación de posibles políticas públicas en estas áreas.

Hay un problema gravísimo con respecto a la formación de las nuevas generaciones que por lo general no se tiene en cuenta: me refiero al “aparato educativo paralelo”, al margen del sistema escolar, que significan la industria hegemónica del entretenimiento y la publicidad comercial. Ningún Ministerio de Educación tiene autoridad sobre el influjo que ejercen estas grandes corporaciones sobre los modelos de vida y las conductas de niñas, niños y jóvenes.

Con respecto a este asunto específico, en el Foro “Cultura y Desarrollo Sostenible” organizado en 2018 por la Asamblea General de la ONU, expuse lo siguiente:

“Valores como los necesarios para construir una sociedad sustentable, el altruismo, la cooperación, la solidaridad y la sensibilidad hacia los más necesitados, no son temas tenidos en cuenta por esta industria del entretenimiento. Puede incluso la educación institucional fomentar en niños, niñas y jóvenes una sensibilidad ecológica y formarlos dentro de un concepto de desarrollo humano sostenible, pero, si al lado de esta formación están recibiendo la influencia de estos productos con modos de vida totalmente ajenos y hasta contrarios a los recibidos en la escuela, el valor de la formación institucional se minimiza. (…) Es imprescindible evaluar y debatir con rigor qué puede hacerse para contrarrestar la influencia de esta industria del entretenimiento, concentrada hoy en cuatro o cinco empresas transnacionales. Son quienes diseñan el imaginario infantil y juvenil de casi todo el planeta y están ajenas a todo compromiso cultural, ético o de responsabilidad social.”

Por otra parte, si en otros tiempos los Objetivos de Desarrollo Sostenible se planteaban metas muy ambiciosas, ahora, con la pandemia y la pavorosa crisis económica que ya estamos viviendo, habrá que trabajar mucho más arduamente y en condiciones más difíciles para aproximarse a aquella Agenda 2030 aprobada por la Asamblea General el 25 de septiembre de 2015.

Volviendo al tema del debate que nos ocupa hoy, creo que deberíamos empeñarnos, en primer lugar, para extender la conciencia sobre la necesidad ineludible de hacer cambios profundos. Múltiples actores, entre ellos, la sociedad civil de nuestros países, podrían desempeñar un papel en el diseño e impulso de una plataforma conceptual muy amplia, nada dogmática ni sectaria, a la que pudieran adherirse personas de buena voluntad de cualquier signo político, conscientes de que la “normalidad” anterior a la pandemia llevaba en su propia lógica el horror de enfermedad y muerte que se haría visible con el virus.

Si vamos a proponer políticas públicas que abran el camino hacia ese mundo superior de la postpandemia, habría que empezar por preguntarse si la humanidad no debería aspirar a que el acceso a las instituciones educativas, en todos los niveles, sea universal y gratuito y beneficie a todos los ciudadanos sin excepción, independientemente de que procedan de familias con escasos recursos económicos.

Reforzar decididamente el respaldo estatal a la educación se hace más urgente teniendo en cuenta el peso de los medios, de la publicidad, de la industria del entretenimiento, de toda la telaraña de mensajes que mantienen secuestrada la subjetividad de los ciudadanos en el planeta.

Hay un informe de la Relatora Especial sobre Derechos Culturales de la ONU Farida Shaheed, de 2014, donde se manifiesta preocupación “sobre la presencia sobredimensionada de los mensajes publicitarios y de comercialización en los espacios públicos” y “el uso de técnicas destinadas a impedir que las personas tomen decisiones de forma racional”. El informe analiza cómo la publicidad juega con los deseos subconscientes de la gente, y no hay normas legales que regulen el llamado neuromarketing. “Los Estados [añade] deben proteger a las personas frente a unos niveles excesivos de publicidad comercial (…) y al mismo tiempo aumentar el espacio a expresiones sin fines de lucro.”

Habría que releer este importante informe para comprender hasta qué punto hemos estado conviviendo con procesos muy riesgosos que colocan las utilidades en el centro de todo e influyen en la conducta de los seres humanos, en su forma de entender la vida, precisamente en un sentido contrario a lo que requerimos en las circunstancias actuales y futuras.

El propio concepto de felicidad que se va instalando en las nuevas generaciones, más allá de lo que pueda hacer la escuela, refuerza el individualismo, el culto a la riqueza y a la fama. Desde series hasta videojuegos, se inculca la división entre triunfadores y fracasados, entre razas, entre clases sociales, junto al machismo más brutal, la ley del más fuerte y el uso de la violencia.

Nuestra visión de futuro tiene que incluir la responsabilidad de los Estados en proteger a niñas, niños y adolescentes de toda esa industria, inspirada hoy en un espíritu puramente mercantil. Estamos hablando de salud moral y espiritual, de formar seres humanos capaces de convivir en paz y de ayudarse mutuamente. Es tóxica y dañina gran parte de la producción destinada a “entretener” a toda costa y a vender.

Desde Estados más fuertes, habría que legislar para poner límites a la carrera publicitaria desenfrenada que a partir de edades muy tempranas promueve el consumismo e impone modelos y estereotipos que atentan contra las identidades nacionales y locales y contra la propia diversidad cultural. Este sería un paso de carácter estratégico, con efectos a largo plazo.

Junto a la educación formal, que puede estar trazada por políticas estatales correctas, no puede ignorarse la enorme influencia en niñas, niños y adolescentes de otro aparato “educativo” paralelo: el conformado por la industria hegemónica del entretenimiento y la publicidad comercial. Los Estados no pueden subestimar el peso creciente de esta realidad y deben legislar sobre el asunto.

Sería importante que educadoras y educadores promovieran entre sus estudiantes un debate permanente sobre los mensajes de ese aparato “educativo” paralelo para tratar de crear una distancia crítica entre jóvenes consumidores de esos productos y la carga de violencia y estupidez que por lo general contienen. ¿Los Ministerios de Educación no podrían encargar producciones audiovisuales, videojuegos, documentales, etc., que sirvan como material auxiliar a maestras y maestros en su esfuerzo por crear un “consumidor crítico” de la cultura chatarra entre sus alumnas y alumnos? ¿Las emisoras estatales de radio y televisión no pueden contribuir a este tipo de empeño?

Del mismo modo, habría que colocar en la agenda de los Estados los temas vinculados a las TICs.

En un debate organizado por Internet Ciudadana para abordar la situación de la comunicación y la legislación en contextos digitales en América Latina y el Caribe (“Aportes sobre comunicación, acceso a Internet y economía de plataformas”), se destaca que

“…si no se modifican las reglas de uso de datos personales, si se mantiene (…) la ausencia total de transparencia sobre el desempeño de las plataformas privadas y no se produce un amplio debate sobre la gobernanza de los algoritmos, la tendencia será a la profundización del poder de estas plataformas, que ya es mayor que la de los Estados nacionales. Esta tendencia será la de una sociedad marcada por el control de la vigilancia, donde las personas pierden por completo la autonomía sobre sus vidas.”

Se subraya asimismo que

“Políticas públicas orientadas a la regulación de estos servicios son determinantes (…). De no ser así, esto mantendría una cobertura restringida, como la actual, a lugares en los que por nivel de población resultase rentable hacerlo. (…) Nuestra región necesita de Estados con políticas públicas que promuevan un modelo de desarrollo soberano con integración regional, para la operación de las infraestructuras de telecomunicaciones.”

Las valoraciones citadas representan una alerta de la mayor importancia en la construcción de un futuro postpandemia que apueste por la emancipación, la equidad, la justicia social y el derecho universal a la cultura. Encontramos aquí preocupaciones similares a las expresadas en el informe sobre los Derechos Culturales: la conducción de las opiniones de los individuos por intereses corporativos y políticos y el dinero como algo central en la vida de la gente, como la llave que abre todas las puertas.

Más allá de las diferencias que señala el debate citado en la conectividad entre países, poblaciones y clases sociales dentro de América Latina y el Caribe, uno de los participantes habló del “rol que el uso malintencionado de las redes sociales y la difusión de la desinformación tuvieron en los recientes procesos electorales” de la región. Tenemos que soñar el mundo postpandemia libre de esta grosera desnaturalización del ejercicio democrático, basada en la manipulación de las emociones, en la mentira y en la tergiversación de la realidad.

También hay que salvaguardar desde el punto de vista normativo a todo el patrimonio y en particular a individuos y grupos portadores del patrimonio inmaterial.

Los Estados deben prestar especial atención a las manifestaciones culturales que tienen que ser subvencionadas para sobrevivir. El papel funesto que ha tenido y tiene el mercado en la promoción de la cultura es difícil de calcular. Los Estados tienen que defender la idea de que la cultura, aunque puede moverse a través de circuitos mercantiles, no es una simple mercancía. Encierra valores de incalculable trascendencia.

Los Estados deben promover un amplio movimiento de personas de todas las edades aficionadas al arte, una intensa vida cultural en las comunidades y la formación de públicos para todas las manifestaciones artísticas, incluso las más complejas. Deben proponerse llegar a amplios sectores de población con el mensaje auténtico del arte, sin acompañar jamás estas acciones de concesiones estéticas. Una de las trampas de la llamada “cultura de masas” se fundamenta en difundir un arte mutilado, infantilizado, concebido como entretenimiento vacío.

Todas las políticas públicas en el campo de la educación, la cultura y la comunicación deben dirigirse a crear las condiciones para la emancipación plena del ser humano.

Quiero añadir, por último, algunos comentarios sobre el tema desde el punto de vista de la Casa de las Américas. Fundada en marzo de 1959, muy poco tiempo después del triunfo revolucionario del primero de enero, la misión de la Casa ha sido desde entonces contribuir a la integración cultural latinoamericana y caribeña y al diálogo entre intelectuales y artistas de la región.

Entre los efectos negativos que ha sufrido la cultura a causa de la pandemia, hay que incluir la paralización brusca de los intercambios entre países en ese campo. La Casa ha mantenido eventos internacionales de mucho prestigio, como su Premio Literario, en primer lugar, además de los eventos organizados por las direcciones de Teatro, Musicología y Artes Plásticas y los Programas de Estudios de la Mujer, de Culturas Originarias, de Afroamérica, del Caribe y de Latinos en Estados Unidos. Hemos tenido que posponer muchos de estos encuentros y llevar adelante otros por la modalidad virtual.

En estos meses de pandemia, se han reforzado los vínculos de la Casa de las Américas a través de las redes con CLACSO, con la Fundación Rosa Luxemburgo, con el Ministerio de Cultura de la República Argentina, con las Fundaciones Mario Benedetti y León Ferrari, entre otras muchas instituciones de promoción cultural. Hemos presentado juntos revistas y libros digitales y exposiciones virtuales; y hemos organizado discusiones, encuentros, reuniones. Especialistas de la Casa han intervenido en paneles internacionales virtuales, como portadores de la vocación latinoamericanista y caribeña que ha caracterizado a nuestra labor y del generoso concepto martiano de Nuestra América. Somos todos parte de una misma familia espiritual y compartimos cultura, tradiciones, historia y enemigos.

Estamos convencidos de que la única salvación para nuestros pueblos, en ese mundo postpandémico que soñamos, está en la unidad. Los que quieren dominarnos aspiran a mantenernos divididos. Nuestra respuesta, más allá de cualquier coyuntura y del signo de uno u otro gobierno, debe ser continuar trabajando por establecer lazos de comunicación y acercamiento. Los vínculos culturales entre nosotros han demostrado la fuerza de sus raíces y su capacidad de resistencia.

Tomado de: https://culturayresistenciablog.wordpress.com

*Intervención de Abel Prieto, presidente de Casa de las Américas en el Debate virtual organizado por la UNESCO “Impactos y desafíos de la pandemia de la COVID-19 en América Latina y el Caribe”

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Cine, las salas contratacan

Foto: Golden globes

Por Rolando Pérez Betancourt

Desde el festival de Venecia –sesionando hasta el 12 de septiembre– el cine contrataca con manifiestos expositivos de que no hay nada comparable como ver películas en salas oscuras.

Entre medidas sanitarias, la Mostra cierra filas para tratar de rescatar una industria sumida en sus días más difíciles, con cuantiosas pérdidas y plataformas online, como Netflix, promoviendo cada vez más la tendencia de ver cine en casa.

Luego de la suspensión de Cannes, Venecia, en su 77 edición, es el primer festival de cine que se realiza físicamente en tiempos de pandemia, aunque reduciendo la cifra de participantes, no así la tradicional alfombra roja donde se dejan ver los vestidos más insinuantes y diversos, clamor de telas y poses que, junto a las buenas películas exhibidas, también ganan titulares.

Este año, los directores de los ocho festivales de cine más promocionados internacionalmente se dieron cita en Venecia para unir sus voces en un comunicado que llama a rescatar el cine en las salas: «Ahora más que nunca antes –dice el texto leído el día de la inauguración– nadie puede vivir sin el cine, nadie puede vivir sin películas que sean vistas en una sala, proyectadas sobre una gran pantalla, con un público, entre el parloteo y el silencio».

Según las agencias de noticias, el director de la Mostra, Alberto Barbera, dijo que los festivales podrían acabar teniendo un «papel reducido» tras la pandemia, en vista de que los mayores certámenes del mundo han cancelado sus últimas ediciones, o «se ofrecen en dudosas versiones híbridas que combinan visionados online con proyecciones físicas».

Babera estimó que reabrir los cines y mantener los festivales es una batalla por la civilización y la cultura, y que quizá muchas de las salas que hoy se mantienen cerradas nunca más volverán a abrir.

Rompiendo su largo confinamiento en una granja del norte de Inglaterra, la presidenta del jurado, Cate Blanchett, se refirió en conferencia de prensa a las amenazas que suponen las plataformas online, «que, si bien han servido para que mucha gente “soportara” la situación creada por la pandemia, les falta un componente vital».

Y a la manera de uno de sus majestuosos personajes remató: «Y ese componente está aquí esta noche: son los desconocidos que se reúnen en la oscuridad con anticipación ante una experiencia colectiva».

También Pedro Almodóvar se ha manifestado en Venecia: «Ni las plataformas digitales ni el streaming aseguran el cine».

Frente a los actores que se pasan sin vacilación a las ofertas del streaming, no faltan otros que rompen lanzas por el regreso al «cine en grande». Hace unos días –discreta propaganda mediante– Tom Cruise se apareció de sorpresa en una sala de Londres para, mascarilla mediante, sentarse como un espectador más a ver y aplaudir Tenet, el esperado estreno de Christopher Nolan.

Mientras, la COVID-19 sigue conspirando: el esperado último Batman tuvo que suspender su rodaje, por la enfermedad de Robert Pattinson, y hasta el taquillero Dwayne Johnson «la Roca» se recupera del virus junto a su familia; todo lo cual no quita que los amantes del cine sigan anhelando –sin riesgos ni complicaciones– la vuelta a la gran pantalla.

Tomado de: http://www.granma.cu

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El Arauco indómito

Foto: TeleSUR

Por Graziella Pogolotti

En las guerras de conquista los vencedores dejan huella de lo sucedido en sus relatos testimoniales. A pesar de los milenios transcurridos, seguimos aprendiendo que «toda la Galia está dividida en tres partes», según la límpida prosa de Julio César, integrada con justicia a la tradición clásica de la literatura occidental.

De manera similar, la historia de la literatura hispanoamericana comienza con los relatos de los conquistadores, desde los diarios de Cristóbal Colón, las cartas de relación de Hernán Cortés, la versión del soldado Bernal Díaz del Castillo y los alegatos de Fray Bartolomé de las Casas, el defensor de los indios, de larga estancia en nuestras tierras, muerto cuando se desempeñaba como obispo de Chiapas.

Terminado el fragor de las batallas primeras, Alonso de Ercilla sobrepasó lo puramente testimonial para redactar con La Araucana un texto con intención literaria. Caupolicán, héroe de la narración épica, enfrenta a los invasores con las armas. Une y encabeza a los suyos. A pesar de la brutal violencia aplicada contra los pueblos originarios de nuestra América, a pesar de que el cuerpo del inca Tupac Amaru fuera despedazado ejemplarizantemente atado a caballos en plena carrera, la resistencia adoptó diversas formas. Víctimas de los conquistadores españoles y de sus herederos, los gamonales criollos, dueños de tierras y de recursos financieros, los indígenas, nunca sometidos, preservaron su cultura.

En un punto que conduce al sur de Chile, me contaba una amiga, una enorme valla situada en la carretera proclama que el viajero ha llegado a tierra mapuche. Allí conservan sus costumbres, su organización comunitaria, su estructura jerárquica social ajena a cualquier expresión de verticalidad, siempre reunidos en círculo que a todos equipara, elijen y respetan a sus guías espirituales. Camino de la Antártida, esos territorios guardan reservas minerales y acuíferas, objeto del deseo por parte de empresas subsidiarias de las transnacionales. Al defender lo suyo, al oponerse al apetito de los negocios extractivos, al asumir la protección de los glaciares, los mapuches se hacen cargo de la protección del planeta. Sufrieron los desmanes de la dictadura de Pinochet, pionero del experimento neoliberal en América Latina, pero la democracia que sucedió al régimen del horror careció de la audacia necesaria para reconocer los derechos mapuches. Ahora mismo, en plena pandemia, de la mano de antiguos personeros del régimen nefasto, la violencia se cierne sobre ellos, a quienes debiéramos agradecer el tozudo batallar en defensa del planeta, vale decir, de todos nosotros.

Con la expansión de la pandemia, sobre los pueblos originarios de nuestra América se abate un nuevo genocidio. Las políticas neoliberales cercenaron los sistemas de salud. Cementerios y hospitales han colapsado en los centros urbanos. En las selvas y en el espinazo andino, la precarización es total. Para afrontar esta y otras probables amenazas de índole similar, la epidemiología, interdisciplinaria por naturaleza, habrá de contar con el apoyo de las ciencias sociales. En su ataque, el virus no discrimina en razón de clase o raza. Pero el acceso a la información pertinente, a los medicamentos, al cuidado médico, a la atención hospitalaria, favorece a quienes disponen de más recursos. Nunca conoceremos la cifra exacta de los muertos en los márgenes de las urbes gigantescas, en lo profundo de Bolivia, de Ecuador, de Perú, en el extenso territorio de la Amazonia.

En la conducta del ser humano intervienen e interactúan factores biológicos, sociales, sicológicos y culturales. Todos ellos han de tenerse en cuenta ante el ataque directo del virus con resultados diversos según el alcance de las políticas públicas.  En países donde las brechas de desigualdad se agigantan, las víctimas de la enfermedad se multiplican exponencialmente entre los más desfavorecidos. El enfoque sociológico permite deslindar, tras la noción estadística abstracta de la población, los reductos de pobreza y de miseria extrema, las condiciones del hábitat y las posibilidades reales para cumplir con las medidas elementales de higiene.  En el ámbito de lo sicológico, precisa atender las consecuencias, a veces irreversibles, sobre todo entre los adultos mayores, del confinamiento y de los prolongados estados de ansiedad. La preservación de la salud humana requiere el cuidado de lo físico y lo síquico. La dimensión cultural se asocia a estilos de vida y a sistemas de valores, muchos de ellos deformados por el desenfreno consumista provocado por las fórmulas sofisticadas utilizadas por el marketing contemporáneo.

La pandemia del coronavirus no constituirá caso cerrado, aunque se obtenga en breve plazo una vacuna eficaz. La envergadura planetaria del fenómeno y su alta letalidad apuntan a la emergencia de forjar nuevos estilos de vida.

La pospandemia debe plantearse la exigencia de instituir otra realidad. Para hacerlo, conviene volver la mirada al legado de nuestras culturas originarias. Múltiples y diversas, alcanzaron distintos grados de desarrollo. De una laguna emergía Tenochtitlán, la más extensa ciudad de la época. Sus conocimientos astronómicos superaron lo conocido por los conquistadores europeos. Las sonrisas de las esculturas toltecas en el Museo Antropológico de México son tan cautivadoras como la que asoma en La Gioconda de Leonardo. No se interesaron por hacerse de armas de fuego. Entregaron a Europa, apuntalados en la cultura del maíz, los metales preciosos, la papa, el tomate y el delicioso sabor del cacao. Los hombres de a caballo, con espada y mosquete, obsesionados por la leyenda de El Dorado, no supieron beneficiarse de la sabiduría de los pueblos radicados en nuestra América, que siguen rindiendo culto a la Pachamama, a nuestra Madre Tierra.

En la compleja encrucijada de estos días, los indómitos araucanos merecen nuestro apoyo y solidaridad. Se están inmolando en favor de un planeta que también es el nuestro.

Tomado de: http://www.juventudrebelde.cu

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Semiótica de la Pandemia

Allan McDonald (Estados Unidos)

Por Fernando Buen Abad Domínguez

Una lista larga de palabras, gestos, tecnicismos y decisiones proferidas por “autoridades”, de extracción muy diversa, abrió en campo semántico “nuevo” en el que reina la ignorancia -o la confusión- de las mayorías y no poca petulancia de algunas minorías especialmente repletas de burócratas en su peor acepción. Con sus honrosas excepciones. Sabiendo, muy relativamente, todo lo inédito del episodio que nos impone el “coronavirus”, (y en general las amenazas a la salud púbica) habríamos de exigirnos dosis generosas de humildad opuestas radicalmente al tonito doctoral de algunos “expertos” oportunistas con micrófonos o con títulos. Eso no implica suspender “lo categórico” de las recomendaciones más útiles para la defensa de la vida. Aunque existan muchos que confundan humildad con debilidad. Nos envuelve un miedo y una ignorancia enorme que estamos resolviendo planetariamente con ayuda de algunos talentos científicos no serviles al sistema. Y algunos “vivos” se aprovechan de eso.

Semiótica de la Pandemia

Tal como fue declarada la pandemia del “coronavirus” (11-03-20) generó un paquete se “sentido” complejo, de dudas y certezas, para un escenario global en el que la salud de los pueblos ha sido mayormente abandonada a las aventuras mercantiles del capitalismo. Se trata de una red de “sentido” en la que transitan interrogaciones, y recomendaciones, tamizadas por el miedo (genuino o inducido) y la desconfianza generalizada. En plena crisis de credibilidad mundial nos piden confianza en su capacidad para manejar una crisis. Ahí donde el neoliberalismo pervirtió más rabiosamente el derecho humano a la salud, ahí se han multiplicado las muertes de manera desbordada. Aguardan con obscenidad la multiplicación de los muertos para dar rienda suelta a su circo macabro, interrumpido por avisos publicitarios. Algunos subieron el “rating”. Exacerban el individualismo, deslizan su xenofobia y aplauden soterradamente la lógica del sálvense quien pueda (o más tenga) pero con tono filantrópico burgués… o sea falso. Los “noticieros”, fabricados por los monopolios de medios, han exhibido toda su estulticia y su epistemología fascista de la información. Aunque la maquillen con sonrisas amables, medicuchos conservadores y caras de compungidos.

Demagogia de números. Nuevamente el sistema, mudo casi siempre de realidad, vuelve a relatarla casi exclusivamente con estadísticas. Cifras, porcentajes, comparaciones… y frases “ingeniosas” para hacer creer que se sienten “muy seguros” con las decisiones que asumen sin consultar a los pueblos. Opera una especie de “aristocracia académica” que, con el pretexto de que los pueblos “no saben”, dictan normas y decretos a granel para conducir la crisis por los senderos que, para ellos, son más seguros. En la lógica del combate al “coronavirus” reinan los silogismos del “estado presente” pero con pueblos desmovilizados a punta de pánico o de verdades a medias. “Todos a su casa” a fungir como espectadores de las cifras y de las acciones asumidas por quienes dicen saber qué hacer ante una amenaza de la que saben poco o nada. Nadie se imaginó una movilización de pueblos que, desde sus casas, desarrolle una experiencia de crítica política frente a los vacíos de sentido o contra el relleno semántico impuesto por el capitalismo para salir ganando a pesar de la pandemia. O por eso mismo.

Experimentamos la barbarie de una ocupación ideológica cuyo relato ha desfigurado –profundamente- el tejido social y ha forzado el sometimiento de comunidades enteras. Tal ocupación tiene por objeto establecer las hegemonías políticas y militares de la opresión y acceder a los territorios de la impunidad absoluta frente al saqueo y la explotación. La “guerra mediática” es también una estrategia para la apropiación y explotación de la memoria histórica, de la diversidad cultural y de la identidad de género. Consumimos el palabrerío hegemónico como si se tratase de la verdad.

Pero el “sentido” más importante que se produce, en el escenario de la pandemia, es esa solidaridad humana de la que se habla poco. Esa solidaridad que prospera en el caldo de cultivo que son las contradicciones de un sistema económico, político e ideológico destructor de fuerzas productivas (identidades y patrimonios culturales) a mansalva y ahora se disfraza de “salvador de la humanidad” vestido con “cubrebocas” y batas de salubridad. Nada de lo que hablan los técnicos, los científicos, los políticos, empresarios y farándula informativa del sistema, tiene importancia alguna si no mencionan la base económica y fraterna que aportan los pueblos a pesar del dolor, las incertidumbres, las contradicciones y los errores que (incluso lógicamente) se han cometido y cometerán en medio de una situación de “crisis” cuya dinámica no se reduce a la aparición del virus. Hemos vivido la crisis del capitalismo por demasiadas décadas.

El relato del poder sigue esperando que un “genio individual”, en un laboratorio privado, con dinero y poder suficiente, descubra la “vacuna milagrosa”, la salvación de coyuntura que traerá unos años más de respiro a un capitalismo en corrupción acelerada. Esperanzas del individualismo para un relato que, con su moraleja, nos adiestra para la resignación una vez más. Salvo excepciones, como la cubana, se construye un imaginario burgués que, de antemano, deja en manos de empresas trasnacionales de la salud el negocio inmenso de hacer, distribuir y vender las vacunas y sus adláteres. Ni una sola concepción comunitaria de las soluciones, los tratamientos, la responsabilidad colectiva. “Hay que confiar en los expertos”. Como si no supiésemos que todo el negocio oligarca de la salud, tan desastroso, costoso y mercenario como es, lo han construido y dirigido sus “expertos”. No se puede tapar la lucha de clases con un virus.

Una cosa es segura dentro de toda la parafernalia semiótico-mediática que envuelve y maquilla a la pandemia de estos días: los pueblos están entendiendo una dimensión de la barbarie capitalista que va quedando al desnudo según pasan las horas. El sistema tiembla por todas partes y para esconder sus temores habla en tono “científico” y derrama dinero que antes juraba no tener. Construye un sentido mesiánico de sí mismo. Descubre recursos donde dijo que no existían y reinventa soluciones que juró eran imposibles. Quieren demorar, con dinero, el despertar de los pueblos.

Tomado de: https://www.telesurtv.net

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