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La anti-política como entretenimiento

Foto OneTech

Por Fernando Buen Abad Domínguez @FBuenAbad

Ya hoy es virtualmente inabarcable la cantidad de producciones, propias o ajenas, que “vende” la empresa Netflix. Otra cosa es la calidad. Se trata de un festín audiovisual variopinto signado por altibajos e irregularidades de todo género y en donde la falencia dominante es la superficialidad de sus contenidos. Con algunas honrosas excepciones. Quizá lo único en lo que profundizan es en el discurso de la anti-política. Así, a veces, se disfrazan de “progres”. La no siempre confiable Wikipedia dice: “Netflix, Inc. es una empresa comercial estadounidense de entretenimiento que proporciona mediante tarifa plana mensual streaming (flujo) multimedia (principalmente, películas y series de televisión) bajo demanda por Internet…”

Nadie deje de ver su Netflix pero nadie deje los principios afuera de las pantallas. Hay que mirar emancipadoramente.

No será objeto de estudio aquí la paupérrima calidad de las “reseñas”, las traducciones ni los “doblajes”. No será parada extensa el método de clasificación de géneros ni la desorganización frecuente de títulos. No será objeto de trabajo la asimétrica calidad de las producciones ni su “fordismo audiovisual” impuesto para saciar el hambre espectacular de los usuarios. Asuntos, por cierto, que parecen no ser de interés para la masa inmensa de suscripciones que hoy disfrutan su Netflix incluso como una nueva “adicción” simpática. Importa aquí el flujo ideológico que transita impune (a veces imperceptible) gracias al “vehículo excipiente” llamado “entretenimiento”. Paremos un poco en la anti-política.

Pocas cosas parecen más urgentes, para las burguesías, que ahuyentar a las masas de cualquier interés por participar desde las bases en “política” (y en su transformación democrático-participativa de manera radical). Ha sido histórico el beneficio que las burguesías le arrancan a la abulia, el desinterés y la alergia fabricada para que los pueblos odien a la “política” y a los “políticos”. Cuanto más sea desprestigiada la “política” más contentos se ponen los oligarcas porque consiguen así que los pueblos dejen vacío un territorio (que les es propio) y que queda usurpado por los “poderosos” para reinar a sus anchas mientras la gente los odia pero con apatía. Por decir lo más suave. Se trata de un desprestigio rentable y morboso que produce dos efectos (al menos) muy jugosos: por una parte deja abierta la esperanza del “cambio” y la “libertad” (palabras que la burguesía manosea a destajo) y permite hacer del estercolero de corrupción burguesa, sus crímenes, su servilismo y su entreguismo un espectáculo y un negocio muy rentable. Y lo pasan por la “tele” y parece muy “porgre”.

Lenin entendió con claridad el tráfico ideológico y las formas más sofisticadas de sus mascaradas en las esferas “intelectuales” y en las esferas “populares”.  Lo publicó, también, en su “Materialismo y Empiriocriticismo” y dejó ver cómo, bajo el epíteto de “novísimo”, se trafican las más añejas y rancias ideologías chatarra. En todos los casos brilla la intencionalidad enajenante que la burguesía imprime a lo que fabrica para el “populacho”, eso quiere decir intencionalidad que convierte en ajenos y en enemigos, de sí y de sus derechos, a los verdaderos dueños de la riqueza: la clase trabajadora. En eso consiste la anti-política, dicho de manera elemental, cuando el “ser social” humano se desfigura con individualismo frenético y se ahoga en nihilismo escéptico pero disfrazado como razón superadora. “No creo en políticos ni en política”, soy “apolítico”, la “política no me interesa”, “que se vayan todos”… un repertorio de “clichés” fabricado para que se repitan mundial e irreflexivamente. Mientras tanto los “políticos” felices. Algunos hacen películas y series.

En Netflix circula la anti-política libremente. Como si se tratara de una casa hecha a medida para tener contentos a todos (es decir entretenidos) con el espectáculo audiovisual de la corrupción, la trampa, las traiciones, las bajezas, el servilismo y la humillación que producen la política y los políticos del capitalismo. Una y otra vez se ve el repertorio completo de la decadencia burguesa que convence al “público” de que más vale estar lejos de eso “putrefacto” que incluye alejarse de su derecho a modificarlo, a hacerlo diferente. Otro modo de hacer política proponen algunos. Y salvo que aquí se exagere el asunto (cosa nada improbable) Netflix ha sabido halagar a muchos paladares (adictos o no a su menú auto-programable) y ha conseguido expandir los placeres del nihilismo al goce audiovisual en privado. Reinan entre sus grandes logros anti-política “House of Cards” y todas las sucedáneas (películas o series) en las que la “política” o los “políticos” son protagonistas héroes de la anti-heroicidad.

Por fortuna no todo mundo tiene Netflix y la política es una condición de lo humano bastante más valiosa y necesaria de lo que quieren o dicen los ideólogos y las ideologías oligarcas. La política necesitar una revolución en su pragmática para convertirse en producción social de premisas y condiciones en la transformación tanto de la Historia como de la lógica, la ética, la estética y la poética en el modo de producción y en las relaciones de producción. Política debe significar no transa y contubernio entre mafiosos; no gerencias burguesas sino, transformación crítica y práctica de la sociedad en su dimensión económica, cultural y comunicacional con especial énfasis en un humanismo nuevo: socialista.

Hacer de la Política una praxis, un motor para salir del capitalismo y una herramienta crítica incluso de sí misma: “Criticar sin contemplaciones todo lo que existe; sin contemplaciones en el sentido de que la crítica no se asuste ni de sus consecuencias ni de entrar en conflicto con los poderes establecidos” (Carlos Marx carta a Arnold Ruge). Política como obra colectiva para que nada impida basar la praxis social, incluso, en la crítica (y en la crítica de la crítica) a la política, en la toma de partido por la humanidad a toda costa, es decir en sus luchas reales, e identificarnos solidariamente con ellas y en ellas. (Rodolfo Puiggros) Sólo así tendrá sentido nuevo la Política lejos de su acepción burguesa porque enfrentamos la transformación de un mundo devastado, en gran peligro y asfixiado doctrinariamente. Nos urge la Política partiendo de principios desarrollados desde la práctica emancipadora. Con actitud emancipadora permanente como consigna de la lucha.

Nadie deje de ver su Netflix pero nadie deje los principios afuera de las pantallas. Hay que mirar emancipadoramente. La conciencia de la Política es algo que no podemos dejar en manos de los comerciantes de espectáculos por más que se insista cierta idea, tramposa, en que el placer audiovisual es, también, a-político.

Tomado de: Cultura y Resistencia

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Último jueves: “Diálogos entre el arte y la política”

Panelistas:

Orlando García. Historiador. Presidente de la UNEAC, Cienfuegos.

Magda González Grau. Realizadora de cine y TV. ICRT.

Fernando Rojas. Historiador. Viceministro, Ministerio de Cultura.

Jennifer Hosek. Profesora de Estudios Culturales. Queens University, Ontario, Canadá.

Gretel Arrate. Artista visual. Centro Provincial de Artes Plásticas y Diseño, Santiago de Cuba.

Osvaldo Doimeadiós. Actor, guionista de TV, director teatral.

Rafael Hernández (moderador): Bienvenidos a Último Jueves a distancia, dedicado hoy a “Diálogos entre el arte y la política”. A lo largo de los más de doscientos paneles que Último Jueves ha convocado, hemos tratado varias veces este tema desde distintos ángulos y en contextos diferentes, y lo volvemos a abordar hoy con nuevos panelistas y en un contexto muy particular.

Para guiarnos en la discusión de este tema en sus complejidades y matices tenemos a un sexteto muy especial, formado por destacados conocedores de esta problemática, hombres y mujeres no solo de La Habana sino de otras partes de la Isla, y también de fuera. Asimismo, nos alegra poder haber reunido a un nutrido grupo de participantes para acompañarnos en el día de hoy.

Muchísimas gracias a todos ellos por estar aquí con nosotros y empiezo por la primera pregunta: ¿Cómo definir el diálogo entre arte y política? ¿Qué carácter tiene, cuál es su naturaleza en general?

Orlando García: El diálogo entre arte y política debe caracterizar los esfuerzos y negociaciones para enrumbar la Revolución en Cuba hacia el socialismo que tiene entre sus planteamientos esenciales la democratización de la cultura para alcanzar la justicia social y el pleno ejercicio del derecho a la libertad con responsabilidad, que debe operar en las conductas de los individuos de las vanguardias artísticas y políticas. Este enfoque resalta desde los tiempos iniciales del Gobierno Revolucionario, cuando se crearon varias instituciones culturales que estimularon notablemente tanto la producción artística y literaria, como la profesionalización del trabajo artístico y la promoción de los creadores de mayor jerarquía.

Articular lo político y lo cultural, sin descuidar lo económico, lo social y lo ideológico, forma parte indispensable del sustrato de concertación de la política revolucionaria para lograr la hegemonía del pueblo. La complejidad e importancia de las relaciones entre arte y política condujeron a consolidar los intercambios, debates, confrontaciones y discusiones de ideas entre las autoridades políticas y gubernamentales de Cuba y los artistas y escritores de diversas generaciones y tendencias estéticas.

El poder socialista exige un sistema de instituciones culturales para la aplicación de una política cultural que contribuya a conformar un ser humano, como diría Graziella Pogolotti, “capaz de establecer un diálogo crítico con la producción cultural contemporánea” y, por ende, recordando a Fidel, que disfrute la cultura como “instrumento de liberación”. La vanguardia artística y literaria ―organizada en la UNEAC desde agosto de 1961― ha venido participando, junto a los actores políticos, en la elaboración y aplicación de las políticas culturales del país, cuestión que permitió superar errores en el accionar institucional y reajustar lineamientos. De esa manera, la esfera política aseguraba paulatinamente el mejor desempeño de una estructura estatal para la implementación de la política revolucionaria dirigida a la difusión masiva de la cultura.

Magda González Grau: El diálogo entre arte y política es muy difícil, pero a mi juicio no es imposible. Estoy hablando de uno que no necesariamente debe llevar a posiciones concordantes, puede ser uno donde el arte defienda puntos de vista no reconciliables con posiciones políticas, pero si se establece con respeto, con responsabilidad, sin prejuicios descalificadores de ambas partes, puede ser muy útil para el desarrollo de uno y de otro. De ahí su importancia, porque es un diálogo absolutamente necesario para ambas partes, para entender la realidad, que es siempre la fuente de inspiración, en primera o en última instancia, para las obras de arte, y para entender la representación de la realidad que aparece en esas obras de arte.

Fernando Rojas: La política es un campo de la actividad humana. Como cualquiera de estos campos, al arte le interesa y le importa. La política, si se refiere a la promoción de las realizaciones del arte —-por ejemplo, lo que llamamos en Cuba “política cultural”, aunque esta es mucho más abarcadora— tiene que dialogar con el arte y los artistas.

Jennifer Hosek: Para mí no hay nada fuera de la política. Es decir, todas las acciones y objetos tienen influencia en nuestro mundo. Entonces, como subconjunto de estas acciones, toda la producción artística también influye. Incluso el arte por el arte es político. Puede ser que este pretenda liberar los pensamientos de la gente, o puede que conserve la sociedad como es. Estoy segura de que también este arte supuestamente no comprometido influye en el mundo.

El mundo consiste en diálogo, debate, lucha. Michel Foucault usó el término “discursos del poder”. El arte es un discurso del poder y participa en la arena de esos discursos que es el mundo.

Al final, creo que la importancia del diálogo entre arte y política consiste en formar nuestro mundo.

El arte puede actuar de manera muy especial en la formación del mundo, porque la mayoría de la gente lo valora, tiene un capital cultural significativo en la mayoría de las sociedades; tiene voz. Quiero decir, aunque me aleje del tema, que hoy en día, en el mundo del white noise (ruido blanco) de los medios de comunicación, de las redes sociales, tal vez sería necesario un cartel que diga que “el arte todavía tiene voz”, que todavía no se pierde entre el white noise de las redes, dominadas por el poder de dinero.

La otra razón de la función inspiradora del arte, es que este es a la vez una expresión muy personal del creador y también pretende expresar sentimientos y perspectivas que tienen resonancia con su público. Generalmente se considera que el compromiso del arte con lo que nosotros llamamos “la realidad” es más fluido, complejo y amplio que el que la política pretende tener. El arte tiene la libertad y la responsabilidad de redefinir la realidad; la política, por el contrario, puede tener como reto esa redefinición, pero tiene la responsabilidad de reconocer la realidad, ya que está encargada del bienestar real, cotidiano, de su pueblo. Con sus interpretaciones de la realidad, el arte impulsa a la política y al pueblo.

Gretel Arrate: El diálogo entre arte y política, en primer término, hay que contextualizarlo; en nuestro país, es una herramienta absolutamente necesaria para la fluidez y el desarrollo generacional dentro del proceso de creación artística y el proceso político. En el mundo, la política traza las pautas a seguir dentro de la sociedad, y el arte se encuentra dentro de esta como un ente activo, por ende, debe existir una comunicación continua, franca, inteligente. Si esta es equilibrada, entonces el diálogo será fructífero y enriquecedor, aportará al desarrollo, pero si este diálogo se obvia, si se ignora su necesidad, y la balanza está del lado de las clases dominantes, entonces habrá anquilosamiento, irreconocimiento, descontento.

El diálogo entre la política y el arte ha estado muy de moda en nuestro contexto actual, y casi todos coincidimos que es importante para el crecimiento cultural con el que, de todas maneras, ganará el país. Debe ser respetuoso, transparente; no debe ser sectario, sino más bien comprensible y flexible.

En diferentes momentos, desde Palabras a los intelectuales hasta la fecha, se ha dialogado con artistas e intelectuales a partir de los congresos de la UNEAC, de la Asociación Hermanos Saíz, y el Ministerio de Cultura han organizado uno que otro encuentro, a los que han asistido sus invitados.

Pienso que el diálogo debe estar presente de manera vertical en todos los espacios de la cultura, y no solo con el fin de saber qué se piensa, sino con el fin de saber qué se necesita y cómo solucionar los problemas.

Osvaldo Doimeadiós: Para mí la relación entre arte y política resulta crucial, en la medida en que establezca como eje de discusión temas importantes para el desarrollo de la sociedad, que se sepan situar esas contradicciones y buscar la armonía entre esas contradicciones, suponiendo siempre que la armonía, como dijo un gran físico, era el acuerdo entre tensiones. Entonces, ese diálogo lo veo como un elemento movilizador, como un acelerador de partículas a nivel cuántico, casi como sucede con la física, pero lo veo también en un viaje diferente.

Por ejemplo, creo que hoy si algo sabemos que está en crisis es la mirada vertical desde las instituciones, o desde la política, para establecer el diálogo o para tramitar cualquier gestión de índole gremial. Por eso creo en el papel de la discusión entre arte y política para oxigenar todas las zonas del arte y de la sociedad en sentido general.

Rafael Hernández: ¿En qué niveles tiene lugar ese diálogo? Aparentemente se trata de algo único, homogéneo; pero no lo es. Por ejemplo, entre los artistas y las instituciones estatales, pero también entre el significado de las obras de arte como transmisoras de ideas y la representación de este significado en el campo de la política, hay un diálogo con características diferenciadas. También entre los criterios estéticos adoptados por la creación artística y los patrones de gusto para apreciar las obras de arte desde la política, que es otro nivel diferente. Un cuarto nivel es entre las atribuciones reconocidas como legítimas a la expresión artística y los límites impuestos por las leyes vigentes en Cuba o en cualquier país; entre las ideas políticas de los dirigentes y las de los artistas. Finalmente, también los artistas y los dirigentes pueden tener ideas artísticas diferentes tanto en Cuba como fuera de Cuba.

Orlando García: En la actualidad, las instituciones estatales muestran una mejor disposición a establecer un diálogo serio, según lo establecido por la máxima dirección del PCC, con los artistas y escritores de la vanguardia agrupada en la UNEAC y la AHS. La participación en él de los secretarios del Partido y los gobernadores provinciales determina un estilo de trabajo más dinámico en el análisis y solución, en la práctica diaria, de los problemas apuntados por los creadores de mayor relevancia y posicionamientos políticos ajenos a los “incorregiblemente reaccionarios”.

Magda González Grau: El primer nivel donde se realiza este diálogo es entre los artistas y las organizaciones e instituciones diseñadas para ello. En Cuba, por ejemplo, el sistema de la cultura existe por y para los artistas, o por lo menos, en cada acta fundacional de ellas aparece esto de manera más o menos explícita. Incluso en Palabras a los intelectuales Fidel plantea la obligación de la Revolución de garantizar que el arte se desarrolle plenamente. De esa idea surge la política cultural que garantiza escuelas de arte e instituciones que apoyen y favorezcan el desarrollo de esos artistas. Y también la UNEAC, y años después la AHS. Entonces, es como el diálogo entre padres e hijos, esencial y obligatorio. En este nivel, se supone que el diálogo sea más fácil, pues los que dirigen las instituciones y organizaciones, casi siempre son artistas o están muy cerca de ellos.

Luego viene un segundo nivel, donde entran los políticos que no están al frente de las instituciones y organizaciones culturales, sino más arriba en la pirámide política. Ese se complica, porque en su mayoría —no quiero ser absoluta—, los políticos no son personas avezadas en la interpretación del real significado de las obras de arte.

De eso escribió el Che en “El socialismo y el hombre en Cuba”, de los funcionarios que no entienden y entonces descalifican sin profundizar. Ese análisis primario que se hace de obras de arte que resultan incómodas para una tendencia de pensamiento político es muy peligroso, pues se vuelve superficial si no media un diálogo con el artista. Se dice “él quiso decir esto o aquello”, sin darle la oportunidad a los artistas de defender sus puntos de vista y sin entender el porqué del abordaje de un tema de una manera u otra. Así, cuando los políticos, en un análisis primario, descalifican una obra, es difícil que se produzca el diálogo necesario; descalificada la obra y el artista, se entiende que el diálogo no vale la pena, se usa el poder y aparece la censura, que es la peor herramienta posible porque siempre es un bumerang que le hace daño al político y le confiere automáticamente un valor extra artístico a la obra con el sabor de lo prohibido.

Fernando Rojas: Aquí hay, al menos, dos planos de diálogo. El diálogo entre artistas e instituciones es permanente y debe ser fecundo, en cualquier contexto en que exista una política cultural de Estado, como sucede, por ejemplo, en varios países de Europa, de América Latina, de Asia, y en Canadá.

Cualquier discusión sobre el significado de las obras de arte entraña la dificultad de que este siempre es polisémico. Solo el ejercicio de la crítica y la relación cada vez más intensa con el receptor —el público— hace de la percepción del significado un valor. Este aserto es una de las piedras angulares de la política cultural del Estado cubano, que apuesta por el más amplio acceso de la mayoría de la población a las mejores realizaciones de la cultura nacional y universal. Por ello, la representación en el campo de la política, o la relación de las obras de arte y los artistas con las instituciones, se verifican en el campo de la promoción y la circulación. La creación es libre y no puede ser de otra manera. De hecho, se dilatan las fronteras del acto creador y se rompen las convenciones largamente aceptadas de distinción entre las ramas y los géneros en el arte, lo que implica retos aún más difíciles para la crítica y el público, que deberían ser aprovechados para su disfrute y desarrollo más plenos.

Jennifer Hosek: La estructura de la sociedad en la cual los diálogos tienen lugar, influye mucho. Por ejemplo, en países donde los fondos para hacer el arte vienen mayormente de corporaciones privadas, la tendencia es hacia una disminución importante de debates y diálogos. La razón es que, en estos casos, el arte se subordina a los deseos de la cultura dominante, como diría Gramsci, a la hegemonía. Por su parte, Antonio Negri habló de subsunción por el capital; en nuestro caso, sería entonces que el arte es subsumido por los intereses de la gente cuya riqueza les hizo poderosa. Teodoro Adorno, pensando en Hollywood, en los Estados Unidos, y también en los medios de comunicación de masas bajo los nazis, habló de una industria cultural que promulgó y reafirmó la cultura dominante con sus estructuras de poder y privilegio.

En esos países donde hay pocos fondos públicos para el arte, con frecuencia muchos de los debates radicales tienen lugar frente a públicos pequeños, no llegan a las mayorías, al mainstream; es decir, que tienen poca influencia en las hegemonías. Hay excepciones, obviamente; en la era de Trump, HBO produjo el tremendo documental Exterminate All the Brutes, de Raoul Peck.

Gretel Arrate: El diálogo transita entre todos los niveles que se relacionan en este punto. Desde mi punto de vista, la institución estatal y su dirigencia tienen mucho que ver con su éxito, juegan un papel determinante en provocar y activar el diálogo, y a partir de este punto fluyen o no los conflictos. Por ejemplo, si un creador entra en contradicción con la institución estatal, automáticamente comienzan a juzgarlo a partir de cada uno de estos niveles; es decir, del significado de la obra de arte como transmisora de ideas, de los criterios estéticos adoptados por la creación artística y los patrones de gusto, de las atribuciones reconocidas como legítimas. Estos son los patrones donde, por lo general, se mueve el fenómeno del diálogo y el de juzgar a la creación artística.

De la misma manera, si el creador es aceptado, si es alabado por la institución estatal, también va a ser juzgado a partir de esos criterios, pero buscando la parte positiva que tiene su obra, y entonces los conflictos son asumidos desde otro ángulo.

Osvaldo Doimeadiós: Yo situaría esas relaciones entre arte y política en varios estratos. Cualquier discusión tendría que venir desde la propia comunidad donde se genera el arte. Por eso me gusta pensar en el proyecto que lidero en estos momentos, que es Nave Oficio de Isla, como una “comunidad creativa”, en la que hemos establecido diversos núcleos, uno de música, uno de cine, uno de las artes visuales, otro de la danza y el performance, otro para el teatro y otro para los eventos que tienen un corte investigativo, o sea, para todo lo asociado a la investigación, a los talleres de formación y demás.

Esa manera de organizarnos internamente va a generar el cruce de inquietudes desde cada uno de esos núcleos creativos. Es muy importante, en primera instancia, la discusión interna y después establecer esas conexiones a nivel grupal. Por eso decía, en la primera respuesta, que hay crisis a nivel institucional en cuanto al diseño vertical o a los modelos de participación que tenemos los artistas. Tenemos que dinamizarlos, y eso significa crear otra estructura de participación, y, por ende, hacia lo político de cualquier discusión, de cualquier producción de todo tipo, de sentidos, de producción y circulación de espectáculos. Lo primero entonces sería hacia dentro de cada uno de esos núcleos, y después ver las relaciones entre esa comunidad creativa y los distintos gremios. A partir de ahí, vendría otro tipo de discusión y participación a nivel gremial, y luego esta tendría otro nivel de discusión con las instituciones, que podría ser entonces mucho más dinámico. Yo le otorgo el valor principal y movilizador a esa relación desde lo que se geste a nivel de comunidad de base, a nivel de comunidad creativa, de proyecto. Sin eso, se quedaría como suspendido en el aire, como en una burbuja, cualquier otro tipo de participación. Son formas que agudizan esta crisis que yo mencionaba al principio entre la participación real de cada uno de esos elementos creativos a nivel de comunidad y a nivel del diseño transversal, que debe caracterizar la circulación de esos bienes creados desde la comunidad.

Rafael Hernández: ¿Qué problemas principales afectan al diálogo entre el arte y la política, los que lo obstaculizan, los que lo hacen complejo?

Orlando García: Lo que expresé en mi respuesta anterior no garantiza que exista una articulación efectiva entre el pensamiento de los creadores y el expresado en los programas culturales de las instituciones, capaz de revertir esa especie de discontinuidad en el quehacer cultural cotidiano donde se expresa el hecho artístico y literario. Hay carencia de un enfoque sistémico en el abordaje de los procesos culturales en los diversos estamentos burocráticos de la cultura. Todavía los Consejos Asesores siguen cumpliendo una función meramente formal en el quehacer cotidiano del sistema institucional en el nivel local. De ahí que, en no pocas ocasiones, lo más experimental, novedoso y cuestionador de la creación artística y literaria encuentre obstáculos para su difusión, porque aflora, con nuevos ropajes justificativos, como apuntaba el Che Guevara, “lo que entiende todo el mundo, que es lo que entienden los funcionarios. Se anula la auténtica investigación artística”. Se sigue privilegiando, por estos funcionarios, la promoción de obras de temas laudatorios de la Revolución, en detrimento de la pluralidad de propuestas culturales de calidad y lecturas más complejas o críticas de la realidad social. La falta de conocimientos culturales profundos de muchos “cuadros y funcionarios políticos” determina que prime en sus decisiones los gustos personales y patrones culturales que remiten todavía a ideas dogmáticas y sectarias que venían del socialismo de la Unión Soviética y otros países de Europa oriental.

No resulta exagerado afirmar que todavía existen personas en cargos “decisores” que nunca estudiaron o entendieron el discurso Palabras a los intelectuales, de Fidel, y mucho menos la aseveración de Carlos Rafael Rodríguez en el IV Congreso de la UNEAC: “Nadie tiene derecho a esperar. A cada uno le toca lo suyo. El Partido orienta, pero la UNEAC y sus miembros tienen su órbita propia, la inercia los hará culpables. No es momento de querellas sino de conjunciones, pero si hay inmovilidad oficial, las armas de la crítica están ahí para usarlas”.

El desarrollo de una insuficiente política de cuadros en la esfera cultural afecta notablemente el dialogo arte-política en el nivel de base de las instituciones culturales, eslabón esencial de la estructura del Estado. La vida cultural diaria devela todavía experiencias de verticalismo, rígidas normativas, improvisación y espontaneidad en la promoción y difusión masiva de la cultura. En eso influye la tendencia a prescindir de la participación de los artistas y escritores en la toma de decisiones sobre aspectos fundamentales de la aplicación de la política cultural en las comunidades y municipios donde, en no pocas ocasiones, los cuadros y funcionarios carecen de los conocimientos necesarios para encarar el trabajo artístico y literario, respetando las jerarquías y promoviendo la auténtica creación. En eso influye la designación de dirigentes en las instituciones culturales a nivel de localidad, municipio y provincia solo teniendo en consideración principios de confiabilidad política, y que a veces encubren criterios de lealtad al jefe que lo promueve al cargo, cuestión que trae aparejada la falta de compromiso con la propia política cultural cuya historia de aplicación práctica ignoran y, por ende, errores como los cometidos, por ejemplo, en el llamado “quinquenio gris”. Todo ello se ve agravado por la incorrecta preparación cultural, política e ideológica de dirigentes y funcionarios insertados en las instituciones del MINCULT en muchos de los territorios del interior del país.

Una mirada a los años transcurridos desde la creación, primero, del Consejo Nacional de Cultura y luego, del Ministerio de Cultura, pone de manifiesto la amplitud del proceso de desarrollo del talento en el ámbito del arte y la literatura, pero también saca a la luz los innecesarios problemas creados para encausar el dialogo con los artistas y escritores con una obra reconocida en sus contextos locales y comunitarios, debido a dirigentes y funcionarios incapaces, insuficientemente preparados para el ejercicio de su encomienda pública y carentes de la imprescindible sensibilidad para dialogar sin prejuicios.

Magda González Grau: Primero, la falta de espacios para dialogar; esos cada vez escasean más o son inexistentes; la poca costumbre que se tiene de hacerlo; la escasa preparación política y cultural de los dirigentes de la cultura y de los dirigentes en general, que los hace muy malos interlocutores con los artistas; la mirada suspicaz ante los diversos lenguajes artísticos de los políticos y la mirada también suspicaz de los artistas hacia los dirigentes.

Fernando Rojas: Suponer que puede coartarse la libertad de creación es uno de los problemas de la relación arte-política. La capacidad de difusión autónoma de cualquier creación humana ha crecido con el tiempo y hoy se realiza a toda velocidad por el intermedio nada inocente de Internet y las redes sociales. Ello ofrece al creador la oportunidad de ser su propio promotor y plantea un desafío enorme a la capacidad crítica del receptor.

Esas herramientas fueron diseñadas y expandidas desde el orden capitalista. Las grandes potencias favorecen e implementan su control. En términos de promoción y circulación de contenidos culturales, en particular artísticos, sirven a la hegemonía del pensamiento único que considera al capitalismo el orden natural de la organización de la sociedad humana y, en lo que respecta al arte, concede al mercado la capacidad de ser su único regulador. En condiciones de pobreza del razonamiento crítico y de despreocupación por el crecimiento de los públicos, tanto en el orden del desarrollo de capacidades de apreciación, como en el de la satisfacción espiritual más plena, someter la circulación del arte a los designios de la maximización de las ganancias significa más hegemonía del pensamiento único. En términos de política, esta concepción, dizque asentada en la libertad de la circulación, no es otra cosa que el sometimiento al mercado, significa la negación de cualquier tipo de política cultural de bien público.

Jennifer Hosek: El ejemplo de Adorno y su industria cultural nos indica el problema principal. Obviamente la industria cultural de los Estados Unidos y la de los nazis son distintas, pero similares son el control de los fondos en las manos de unos pocos, los capitalistas y los dictadores, y distintos en estas sociedades son los niveles del poder de cada persona del pueblo.

Cuando el poder cultural y material está compartido entre los participantes se facilitan diálogos importantes y significativos, también entre el arte y la política; muchas veces llamamos democracia a una sociedad así. El reto es llegar a un nivel democrático en el cual se comparte el poder y se dialoga.

Gretel Arrate: Los problemas principales que podrían afectar el diálogo arte-política surgen a partir de la incomunicación generacional, la desinformación, el desconocimiento, la incomprensión, la insensibilidad. Si se posee conocimiento, comprensión, sensibilidad, estoy segura de que vamos a llegar a grandes cosas, y a tener un diálogo comprensible, ameno y fructífero.

Osvaldo Doimeadiós: Creo que los problemas más graves que tenemos en esa relación entre el arte, los espacios que el arte genera y las instituciones y los políticos, estarían en esa zona de parálisis que se ha establecido en esos diálogos, en no llevar a término discusiones largamente postergadas y no resueltas a nivel gremial. Pienso en la ineficacia de los mecanismos creados por los sindicatos, por ejemplo, algo que arrastramos durante largo tiempo; pienso también en la no participación de los actores principales en la toma de decisiones a nivel de comunidad de base, o de su participación en la toma de decisiones a nivel institucional. Ese es uno de los problemas más graves que tenemos hoy y que hacen que hacia dentro de nuestras organizaciones o de nuestros grupos tengamos una baja confianza en la solución de esos problemas. Tendríamos que activar otras formas de participación política en la toma de decisiones, en la participación en los destinos y en la argumentación de planes para salir justamente de esos problemas. Yo creo en la creación de políticas de trabajo más autónomas o de formas de gestión más autónomas, pero también más interconectadas con los mecanismos que crea la propia cultura.

Rafael Hernández: ¿Qué les recomendaría a los artistas para dialogar con los políticos? ¿Y viceversa?

Orlando García: Nunca dejar de hacerlo con honestidad, transparencia y sentido ético de la responsabilidad en el abordaje de cualquier tema, para asegurar un clima de absoluta confianza mutua. Jamás perder la paciencia, ni mostrarse como la conciencia crítica de la sociedad con los interlocutores políticos, aunque constatemos una insuficiente preparación cultural y posiciones de “ordeno y mando” en los intercambios, debates y polémicas.

Sin el dialogo entre políticos y creadores artísticos y literarios resulta imposible la correcta aplicación de la política cultural en un proceso socialista donde la participación consciente de esos actores resulta fundamental para fortalecer el sistema de relaciones con las instancias políticas y gubernamentales.

Por su parte, a los políticos les sugeriría erradicar, en la aplicación de la política cultural, el llamado “dirigentismo”, y estudiar con rigor científico la historia de la cultura surgida después del Primero de enero de 1959. De esa manera, entenderían mucho mejor que solo con un creciente apoyo político, lo mejor de la producción artística y literaria podría insertarse en la vida cotidiana de los cubanos, desde ese pequeño, heterogéneo y singular universo que es la comunidad y el barrio. Les recomendaría utilizar el juicio sereno, la mirada crítica y el análisis desprejuiciado al encarar, sin omisiones y silencios premeditados como recurso del poder, la historia de la política cultural cubana, que, afincada en el ideario martiano y fidelista, busca integrar orgánicamente a los actores políticos y a los intelectuales más relevantes del mundo de la creación artística y literaria.

Volver una y otra vez al dialogo franco, abierto y plural que enriquece el movimiento de las ideas, debe caracterizar esa relación entre Política y Arte para alcanzar los consensos y asegurar la participación democrática de la población en Cuba porque, como apuntaba Graziella Pogolotti, “la cultura es ese espacio de diálogo en el cual se forja el ser de la nación, en el cual se forma la dimensión espiritual de la nación”.

Magda González Grau: Mis recomendaciones para ambos son el respeto, escuchar al otro, ponerse en su lugar, entender sus razones, no descalificar a priori, despojarse de prejuicios. Esa sería la base de un buen diálogo entre el arte y la política.

Fernando Rojas: No tengo ninguna recomendación que hacer para el diálogo entre artistas y políticos, salvo si se desprendiera alguna de la lectura de los comentarios anteriores. Apenas añado que la labor de las instituciones dista de ser perfecta y necesita siempre de la mirada y la observación de los artistas. El diálogo entre ambos es imprescindible, sin prejuicio ni condicionamiento alguno.

Jennifer Hosek: En su famoso ensayo sobre la Ilustración, Immanuel Kant usó el término Mündigkeit, como una aspiración del ser humano. Este término es muy útil aquí. Se puede traducir como adulto maduro, también como desarrollado, confiable, responsable. Se puede propiciar con educación, y también cuando los bienes y el poder de la sociedad están compartidos. El reto que mencioné antes se muestra aquí un poco circular también: compartir lo que tenemos y tener Mündigkeit, tener democracia, tener voz –todo se propicia entre sí. Y llegar hasta una realidad así, es un reto.

Mi recomendación entonces para los políticos y para los artistas es luchar por actuar con este Mündigkeit. En la definición propia de este término sería también actuar con buena voluntad. Estas acciones, incluyendo debates y diálogos difíciles, serían entonces enfocados para mejorar las vidas de todo el mundo.

Gretel Arrate: Les recomendaría a todos, primero, no transgredir fronteras, el respeto, la confianza, la comprensión, la tolerancia, la inclusión y el compromiso. Si estos aspectos se cumplen, considero que puede haber un diálogo ameno, agradable y funcional.

Osvaldo Doimeadiós: Les recomendaría a los artistas, primero, profundizar en cada uno de los problemas que crean más urgentes en su entorno; al menos, identificar cuáles son los que tienen solución. A veces los problemas que nos parecen tremendos tienen una solución más próxima, o no son tan complicados como parecen.

Perseverar sobre todo en el diálogo con los políticos; también gestar seminarios, eventos teóricos, a los que podamos invitar a esos políticos a participar, a buscar soluciones, involucrarnos también en las distintas acciones que hagamos desde cada uno de nuestros proyectos. Eso puede generar otra empatía a la hora de resolver los problemas, que conozcan a fondo esos problemas; y no hay que dejarse vencer por los problemas, cada día hay que levantarse y decir: “Podemos hacerlo, si nos organizamos sí podemos”. Involucrar a todos en el trabajo y en la toma de decisiones, en lo que debe ser una comunidad creativa.

Vengo de una profesión en la que el trabajo colectivo es importante, entonces creo que hay que potenciar que en ese trabajo colectivo todo el mundo opine y ponga de su parte. Sería bueno involucrar a los políticos en esos procesos, que vean cómo suceden. Buscar otras formas de gestión, de distribución, de realización, de investigación, puede ser útil y los puede hacer más sensibles a nuestros proyectos, y también ayudar a que las políticas se dinamicen, se discutan, y ¿por qué no?, exigir que nos involucremos en esas tomas de decisiones que afectan o ayudan a la comunidad a desarrollarse.

Rafael Hernández: Muchísimas gracias al sexteto de panelistas que nos ha presentado un arco verdaderamente incitante de respuestas, de planteamientos y de problemas, que estamos seguros de que va a permitir que los participantes del público, no por virtual menos activo, intervenga a partir de este momento. Escuchemos entonces los comentarios y preguntas de una parte de los que están asistiendo a este Último Jueves a distancia.

Rodolfo A. Rensoli Medina: (Artista y promotor cultural). El diálogo política-cultura y cultura-política es medular en todos los niveles, pero pienso que la política debía tener más seguimiento de lo que se pueda autocalificar o calificar como cultura, porque es la encargada de tener la resultante del bienestar social.

Los artistas muchas veces no suelen tener preocupaciones por la representación en el imaginario político de lo que producen como obra de arte, y existe a veces una compulsión entre los políticos al representarse lo que producen los artistas, lo que llaman arte. Nosotros tenemos la fortuna de tener un sistema institucional que viene desde la base, que encarna un riesgo, porque a veces los agentes, desde su propia instrucción en escuelas, no están preparados para manosear todo lo que se autodenomina arte, y otras veces provienen de campos aparentemente análogos que hacen más difícil este tipo de relación. Sabemos que en no en todos los países del mundo existe esto, a veces se licitan desde los ayuntamientos, en algunos períodos, financiamiento para acoger proyectos, y otras veces son las empresas y corporaciones las que sostienen el arte.

En una de las intervenciones se dijo que uno de los logros de la política cultural cubana fue justamente la profesionalización de los artistas. ¿No se estará corriendo el riesgo de justificar un estatus laboral a partir de una estrecha concepción de este?

Nosotros procedemos de un contexto histórico, vinimos de una producción cultural dominante donde empezamos a reapropiarnos de lo que se supone que sea nuestro, y eso encarna un peligro, porque de golpe saltamos de un modo artístico u otro, que generalmente está argumentado desde los centros de poder. A veces, desde el exterior, se canonizan algunas producciones artísticas que pueden ser indeseables a las concepciones del interior, y viceversa. Ese es otro riesgo que se correría en esta relación dialógica. Mi otra interrogante al panel es si está prevista una dinámica, ahora con la autonomía municipal, para que los proyectos que presenten los artistas o grupos para sean financiados y sostenidos, y así contribuir a la reedificación cultural de nuestras comunidades. Quisiera saber también si existe la posibilidad, desde un corpus reflexivo, coherente y nutricio, de crear una estrategia para internacionalizar nuestros propios valores, de manera coherente con la propuesta cultural del Estado cubano desde las artes.

Y, por último, ¿no pudiera ser peligroso que la UNEAC y la AHS giren en torno a sus propios ejes a partir de que se canoniza como “vanguardia artística” a sus miembros?

Mayra Sánchez: (Investigadora del Grupo de Estudios Estético-Filosóficos del Instituto de Filosofía). Como bien se ha afirmado, la política desborda las instituciones. Sabemos, con Foucault, que el poder es una maraña de relaciones complejas que se extiende por todo el ámbito de lo social, en el que las instituciones, relaciones y significados simbólicos se entrecruzan. Según Rancière, la política realiza un reparto de lo sensible, lo cual significa que ella determina lo que se habla y quién lo dice, quién tiene derecho a ser escuchado, y a quién ni se le ocurre intentarlo; cómo se mueven los cuerpos y cómo se les percibe, etc. A ese nivel de lo político es que quisiera hacer este comentario.

El sistema de la cultura en nuestro país existe por y para los artistas, en otras palabras, se piensa que la cultura está asociada a un sector específico, y se entiende, fundamentalmente, como cultura artística profesional. Detrás de esta postura hay un desliz epistemológico. Es bueno recordar que, aunque se ha generalizado una visión institucional de lo artístico, nacida por el proceso de autonomía que propiciara la modernidad capitalista, desde el punto de vista histórico y antropológico el arte ha acompañado al ser humano desde siempre, y ahora mismo tiene muchas formas de desarrollarse fuera de los circuitos legitimadores oficiales del mundo.

En mi caso, tuve el privilegio de vivir la época de gloria de las Casas de Cultura y el esplendor del Movimiento de Aficionados, y pude experimentar sus efectos sobre mi propia historia. Lamentablemente esa época pasó, y las causas de su declive tienen mucha tela por donde cortar y muchas condicionantes, entre las que, por supuesto, no debemos desestimar la situación económica apremiante de hace varias décadas. Aun así, la relación arte-política no debe incluir solo a la llamada vanguardia artística, no le veo mucho sentido en un país y en un sistema como los nuestros.

En ese contexto de reflexión me gustaría preguntar, ¿en ese reparto político de lo cultural que implica la relación arte-política abordada por el panel, no se nos ha quedado fuera el individuo común de nuestro pueblo? ¿Es que acaso le hemos dejado algo más que la posibilidad de ser un simple espectador? ¿Acaso el arte popular no profesionalizante no demanda también de una reflexión sobre su relación con lo político?

Guille Vilar: (Periodista, promotor cultural, guionista y realizador de radio y TV, crítico musical). Para mí el arte y la política están profundamente imbricados, porque ambos juegan directamente con la sensibilidad de las personas, y me parece que cuando un artista está en la misma línea de lógica de un político todo está dirigido en un sentido positivo, incrementado por la igualdad de criterios. Por ejemplo, pienso cuando Pablo y Silvio fueron recibidos por Fidel en los años 80. Mucho más que la recepción de un jefe de Estado a unos artistas, lo que hubo fue una coincidencia de criterios, que fue lo que propició una mayor simpatía y compromiso con el pueblo cubano por parte de estos dos trovadores.

Daniel Rafuls: (Profesor. Universidad de La Habana). Esta es una excelente oportunidad para debatir algo que no solo tiene antigüedad, sino que, para los cubanos, es en extremo actual. Me parece genial que, en cada una de las intervenciones de los miembros del panel, se conjugue lo conceptual histórico y la práctica social actual. Es evidente que en la experiencia de Cuba también ha estado presente, en todas las etapas del período revolucionario, el conflicto entre el arte como expresión de la conciencia social y la política como espacio de la superestructura, encargada de tomar las decisiones más grandes que marcan el derrotero por donde formalmente deben transitar los ciudadanos.

Sin embargo, en los comentarios de varios panelistas percibo un desbalance en responsabilizar más a los políticos por su incapacidad, poca preparación y empecinamiento, y, sobre todo, por razones obvias, vinculadas al poder en la relación conflictual arte-política en Cuba, que en el compromiso social de los artistas. En este sentido, más allá de mi aceptación de la necesidad de un radical e inaplazable perfeccionamiento de la política de cuadros en la esfera de la cultura, pregunto: ¿Cómo actuar con los artistas que, escudándose en la libertad de expresión, y enajenados consciente o inconscientemente de las instituciones políticas, de masas y sociales que se han creado en el país como prueba de la existencia objetiva de la lucha de clases, deciden hacer odas a las sombras, a la vulgaridad lingüística, a la extravagancia visual, a la mujer como instrumento sexual a la disposición del macho siempre dominante, o a los símbolos nacionales como objetos de cualquier tipo de performance, incluso aquel que es rechazado por las mayorías? ¿Cómo actuar con aquellos creadores que sufragan sus contribuciones intelectuales y la defensa de lo que hacen con dinero que se origina en aquellos espacios que quieren y hacen todo por destruir nuestro sistema político?

Ovidio D’Ángelo: (Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas). El arte tiene una capacidad extraordinaria de movilización hacia el desarrollo cultural en sentido general, y político, porque emplea diversos canales visuales, verbales, corporales, etc., que pueden llegar, por distintas mediaciones, a la comprensión, al entendimiento y al intercambio en general de las personas con el medio social contemporáneo.

Aunque las artes son un componente de la cultura, me parece que, en este sentido, el énfasis estaría en la cultura del diálogo, que requiere otra aproximación, más responsable, fundamentada, razonable, crítica, por parte de los que participen en él, no solo de los ciudadanos y los artistas, sino también de los políticos. Este sería el punto que requiere de mecanismos novedosos en los que todavía se puede profundizar para propiciar una participación protagónica, realmente profunda de la población, tanto en los aspectos relacionados con la vida cotidiana, como los del arte y la cultura en sentido general. Me parece que por ahí es que estarían las posibilidades del desarrollo humano que necesitamos.

Denia García Ronda: (Fundación Nicolás Guillén y revista Temas). Considero que debe existir un diálogo sistemático entre la política (no solo la de las instituciones culturales) y la intelectualidad (no solo los artistas y escritores, sino los economistas, sociólogos, y demás científicos sociales), con temas que van desde asuntos gremiales, como derechos de autor, libertad de expresión, etc., hasta los que tienen que ver directamente con el desarrollo de la sociedad, como, por ejemplo, la elaboración y puesta en práctica de las políticas culturales y otras de interés nacional. Y no solo entre funcionarios de instituciones y organizaciones, sino con la mayor cantidad posible de creadores.

La participación de asociaciones artísticas como la UNEAC o la AHS en la definición de políticas y la toma de decisiones es importante, pero siempre desde los gremios que representan, y de un consenso de lo que pueden aportar, no como lo haría un organismo estatal o partidista. Así el diálogo será verdaderamente diálogo.

Pero para que sea efectivo debe basarse en una tríada sustantiva: participación-interconexión-mutua confianza. Hay que desterrar prejuicios asumir de manera negativa la consideración de la intelectualidad como conciencia crítica de la sociedad. Más que un derecho, es un deber de ella, desde la experiencia y la reflexión, señalar errores y malas prácticas, tanto como reconocer las buenas, a fin de contribuir al éxito de las políticas.

Manuel Alonso: (Consultor económico). Los artistas, con su imaginación intensa, desbordan sistemáticamente todos los límites. Los muchos políticos cubanos, con su afán desmedido de control y de dogmatismos, desde el poder, tienden constantemente barreras y límites a toda actividad humana y divina. La colisión de ambos intereses es inevitable, algunos aceptan el cerco, otros se rebelan y algunos huyen o se alejan. El saldo de todo lo anterior es totalmente negativo para la sociedad; la obra artística de algunos pasa a ser disfrutada por el pueblo casi en la clandestinidad; y la de otros es rechazada por algunos por las razones más diversas. Armonizar los intereses de políticos y de artistas es complicado, por la diversidad de intereses y enfoques, pero no imposible. En mi modesta opinión, si ambos conciliaran sus intereses un tanto y abandonaran el afán de control, de intransigencia, de protagonismo y de dogmatismos, todo el pueblo y ellos mismos saldrían ganando.

Antonio Barreiro: (Investigador. Instituto de Filosofía). En Cuba, el análisis de la relación arte-política pondera la dimensión arte-instituciones-gobierno, tema que aparece, en otras latitudes, a través de aspectos muy específicos: políticas editoriales, mecanismos de censura, papel de las industrias culturales, etc. Me resultó muy interesante la arista, aportada por Osvaldo Doimeadiós, que introduce la perspectiva de su realización, comenzando por lo que se debe establecer en la base, entre creadores, de estos con sus públicos y con la comunidad. En ese nivel es donde afloran, de forma más rica y directa, la diversidad de funciones del arte y, dentro de ellas, las que confluyen en pos del enriquecimiento espiritual, así como se abren espacios para que el arte incida en el desarrollo de su entorno y comunidad.

El reconocimiento de la obra de arte y de los artistas atraviesa por complejos mecanismos, algunos propios de la cultura y otros extrartísticos, en los cuales influyen varios factores. No solo hay que tener en cuenta el nivel de cultura general, artística y sensibilidad estética de los decisores, sino también las aptitudes y formas que emplee el artista para acercarse a las instituciones. En este proceso influyen muchas variables, entre las cuales también hay que tener en cuenta hasta el tipo de personalidad de uno y otro y no solo su nivel de instrucción. También entran cualidades propias de la naturaleza del arte.

No siempre hay correspondencia entre la concepción del mundo cosificada en la obra de arte, con los postulados y actitudes que defiende el creador en su vida y relaciones políticas. Una acertada política cultural y un dirigente político audaz logran diferenciar y deslindar una de la otra y, en consecuencia, asumir una posición ante la obra de arte y otra ante su creador. Por su parte, el artista no se agota en su profesión o sentido de la vida; es también padre o madre, vecino, ciudadano y vive en sociedad, por lo que no solo tiene deberes y derechos como artista, sino también como individuo, por lo que no todas las interacciones que tenga con las instituciones entran dentro del rango arte-política.

A propósito de lo expuesto me gustaría introducir la siguiente interrogante: ¿En la relación política-arte en Cuba, el principio de racionalidad política es desconocido o ha sido empleado en varios momentos y ocasiones?

Mayra Espina: (Socióloga). Un debate muy interesante, me he acercado a él justamente por el tema del diálogo. Desbordada la relación arte-política, considero que nuestra sociedad debería encaminarse, y todavía está muy lejos de serlo, hacia una sociedad de diálogo entre los más diversos actores. Necesitamos eso, y, por lo tanto, el tema del diálogo entre arte y políticos cobra su verdadera relevancia dentro de otro conjunto de diálogo. Toda la ciudadanía debería tener opciones diversas, no de dar opinión, no solo de ser consultada, sino también de involucrarse en debates directos por las vías más diversas que pueden existir.

Aquí estoy tomando el diálogo en el sentido que algunos panelistas han referido, no como una concordancia total, sino como una relación de respeto que visibiliza diferencias, contradicciones, que las pone sobre la mesa, y que con ello permite encontrar puntos en común de los involucrados para una construcción colaborativa dentro de un proyecto; y esto no excluye la crítica, el debate y la independencia para emitir criterios.

Dicho esto, me gustaría sugerir a los panelistas su reflexión sobre dos temas que me parecen muy importantes. ¿Dentro de los problemas, quizás, no será que hay demasiada institucionalidad normativa restrictiva, y podría ser conveniente aligerar estructuras? No me refiero a desmantelar una política cultural con muchas luces amén de las sombras, sino desburocratizar la manera en que esta política se incrementa y ejercita, aligerar sus instrumentos especialmente restrictivos, y cómo esto se expresa muchas veces en censura y en una relación de mucha tensión entre los polos involucrados.

Y, en segundo lugar, les pediría un comentario sobre los efectos de la instrumentalización de la obra de arte, cómo se sacralizan y descalifican artistas, y las consecuencias que esto tiene para el proceso de producción artística en general.

Tania García Lorenzo: (Economista). Es cierto que se han hecho varios Último Jueves sobre este tema, y seguramente habrá muchos más, porque, es una necesidad de primer orden. Se trata de consolidar una cultura de diálogo, que es una cultura política diferente. Hoy se establecen consejos técnicos asesores, se convoca a las instituciones académicas y científicas, se involucran distintos saberes. Esa cosmovisión es sumamente necesaria en la relación de arte y política, cultura y política, como en todas las relaciones sociales. Porque la sociedad no es la misma de hace sesenta años. Es necesario que esta nueva cultura política reconozca que hay que convivir con la diversidad de criterios, con la construcción y reconstrucción permanente de los consensos, porque el arte es una obra del espíritu. No comprender eso es un problema que afecta la construcción de diálogos.

Para que exista un diálogo verdaderamente constructivo y no formal, es necesario una convergencia de objetivos. El mayor problema, para mí, es la no conciencia de su necesidad. Cuando se entiende como la simple recepción de ideas, o la simple catarsis, no estamos frente a un proceso cultural de impacto para la solución de los problemas.

No se trata de explicar; se trata de escuchar para actuar juntos. Como se dijo desde el panel, se trata de involucrarnos, de construir caminos conjuntos. Coincidiendo con los panelistas, el diálogo implica respeto recíproco, responsabilidad social de todas las partes que dialogan; sin descalificaciones, porque desde posiciones de fuerza no hay diálogo. Cada acto de censura es un fracaso. Porque el consenso social se tiene que mantener en intercambio permanente, renovador y para ello es necesaria una identificación no epidérmica de las causas de los problemas. Como se ha dicho aquí, entender la realidad es condición para entender su representación.

Pero la voluntad de dialogar debe estar presente en el proceso de intercambio, en la toma de decisiones y verificarse en los resultados. Mucho hemos escuchado: «los que tienen que tomar las decisiones no participan», o: «venimos aquí, decimos nuestros criterios y no se resuelve nada». Entonces el diálogo necesita un reflejo sistémico, donde se vea que ese proceso tuvo resultados e impactos.

Daybel Pañellas: (Profesora de Psicología. Universidad de La Habana). Tengo dos preguntas, precedidas de un encuadre para explicarme mejor. Cuando se analizan, las preguntas y las respuestas ofrecidas resultan apropiadas y aplicables a otros ámbitos y grupos sociales, como los intelectuales, específicamente los académicos y científicos. De hecho, en investigaciones llevadas a cabo hasta marzo de este mismo año, he podido constatar que en el imaginario social pervive una imagen conflictiva entre la política y la academia, aun cuando es percibido por distintos grupos sociales un diálogo creciente entre aquellos dos. Les pregunto entonces, ¿por qué consideran ustedes que se colocan el arte y los artistas como grupo emergente que está expresando estos malestares?

Número dos. Entre los intelectuales –vuelvo a especificar, en académicos y científicos– e incluso entre otros grupos sociales –pudiera referirme a los cuentapropistas, los obreros–, hay una imagen prototípica del sector artístico que está conectada con múltiples libertades y legitimidades que tienen que ver con la libertad de expresión, con la posibilidad de ganar dinero, de mantenerse en espacios muy diversos e incluso contradictorios, que o tenemos, por ejemplo, en la academia. ¿Consideran ustedes justo, sano, pertinente, armónico sistémicamente, que así sea? ¿Consideran que estas claras diferencias deben ser reproducidas? ¿Cuáles serían las características que tienen el arte y los artistas que les propiciaría tener este tipo de “ventajas”, por llamarlas de alguna manera?

Helmo Hernández: (Fundación Ludwig de Cuba). Sería conveniente recordar que, en Cuba, en medio de este horrible verano de 2021, todos somos políticos a tiempo completo. Es decir, esta es una sociedad donde la participación política, de uno u otro modo, es extraordinaria y sorprendentemente significativa. Estaremos derrotados el día en que nos venza la neutralidad o el desinterés. Entonces me parecería mejor hablar, como el Che, de la relación entre el arte y el funcionariato. Realmente es en esa contradicción donde ocurren los desencuentros, motivados por métodos burocráticos de dirección, falta mutua de comprensión (en gran medida debido a razones de índole cultural) y, también, como es lógico, y una vez superados los otros obstáculos, por discrepancia de opiniones y puntos de vista. Ahí tendríamos que apelar a la conveniencia de la coexistencia de diferentes y hasta contradictorias versiones sobre un mismo asunto, o la diversidad que revela siempre mejor la complejidad, e incluso el carácter contradictorio de las verdades.

En la superficie, donde generalmente nos quedamos, las cosas parecen siempre más simples y de fácil solución. Vale decir, más o menos hablar, en términos de alternativas binarias. Pero en las profundidades en que se encuentran la Política y la Poesía verdaderas, son otros cinco pesos. Y esas son honduras que no visitamos muy a menudo; sin necesidad de echarle la culpa a la banalidad de las redes o la sociedad del espectáculo, etcétera.

Rafael Hernández: Muchísimas gracias a todos los que han intervenido. Ha sido una docena de participantes, que han planteado y han enriquecido enormemente los problemas abordados originalmente, con algunas vertientes nuevas.

Yo quisiera, antes de darles la palabra a los panelistas, para que tengan su segunda ronda en esta sesión, referirme a algunas cuestiones que me han suscitado estas intervenciones.

El tema de la vanguardia artística ha sido reiterado por más de uno. ¿Podríamos poner en paralelo la vanguardia artística y la vanguardia política? Si preguntáramos cómo se reconoce a la segunda, cuáles son sus deberes, qué le toca frente a la sociedad, qué debe hacer para ser reconocida como tal por ella, cuáles son sus atribuciones, seguramente tendríamos una lista muy clara de respuestas.

La vanguardia artística, ¿cómo sabemos que lo es? ¿Se trata de un arte más creativo, un arte que marca una pauta estética, que renueva los códigos, que tiene una alta calidad, que enriquece la cultura y el pensamiento, que no solamente renueva la estética sino también a la sociedad que consume ese arte, que lo disfrutan? ¿Bajo qué condiciones se asigna esa calificación y se reconoce, socialmente hablando? No se trata de quién califica profesionalmente a los artistas, sino bajo qué condiciones se identifica a esta vanguardia artística como todo esto o como algo más. Esa pregunta subyace algunas de las intervenciones.

Varios comentaristas se han referido al tema de la responsabilidad social de los artistas, arte comprometido con el desarrollo humano, su papel, su contribución a la conciencia crítica, su capacidad para participar y enriquecer las políticas culturales. ¿Bajo qué condiciones y con qué criterios podemos medir la responsabilidad social y el arte comprometido con el desarrollo humano? Naturalmente, todos los participantes coinciden en que no se trata de ceñirse a una agenda política determinada, sino el compromiso con la sociedad, el lugar del artista dentro de ella, y su relación y su diálogo con ella, y no solo con las instituciones políticas.

La última pregunta es la que tiene que ver precisamente con el tema de cómo los artistas se colocan en relación con las instituciones, no solamente en relación con la sociedad de la cual forman parte. Ahora bien, la otra cara de la moneda de ese tema es el de las atribuciones de los políticos y la cuestión del control. Podemos hacer una lista de las atribuciones de los artistas, libertad de expresión, de creación, el derecho a “desbordar los límites”, como se ha dicho aquí. ¿Cuál es la responsabilidad no solo de los políticos, sino de la sociedad, en el control social? Sobre el control en un sentido negativo, como censura, como imponer reglas rígidas, debe haber un gran consenso. La cuestión es verlo en relación con las funciones de autorregulación de una sociedad, o sea, en la conversación y en la relación del artista con esa sociedad. ¿Es el control social necesario, es intrínsecamente inconveniente; o no lo es, sino es imprescindible? Una distinción parecida a la de burocratismo y burocracia: la administración es imprescindible, las tendencias a empoderar a los aparatos administrativos, o sea, la burocratización es la que constituye un elemento negativo. ¿Cuál es el papel de la sociedad en el control social sobre la producción artística?

Le vuelvo a dar la palabra a nuestros panelistas para que comenten acerca de todo esto.

Orlando García: La relación entre poder y arte nos abre un espectro muy amplio de percepciones y de opiniones que es importante acotar un poco. La participación de la vanguardia artística es entendida, en el caso nuestro, como obras de mayor calidad. Sus integrantes no necesariamente deben estar agrupados en una organización como la UNEAC o la AHS, pero, de hecho, formar parte de ellas –la UNEAC específicamente tiene un carácter selectivo– les otorga una mayor posibilidad de buscar una visión democrática y plural a la hora de abordar esa relación con la sociedad.

Yo estoy de acuerdo en que ese diálogo con los políticos no se puede ceñir solamente a la vanguardia artística, en el sentido de que ella forma parte, igual que los políticos, de la intelectualidad de la sociedad cubana, que necesita tener una voz plural y democrática para, justamente, lograr una amplitud en la participación de los diferentes actores sociales.

En el caso específico de nosotros, en la provincia de Cienfuegos, hemos tenido bastante diálogo y, sobre todo, hemos visto cómo nuestra opinión se ha tenido en cuenta, pero no en una línea recta. Hemos tenido que enfrentar dificultades, pero el hecho de estar agrupados nos ha permitido que ese diálogo sea más fluido, porque tiene que hacerse sobre la base del consenso.

Apoyo las observaciones que se hicieron acerca de la necesidad de ampliar ese diálogo y darles mayor voz a los diferentes participantes en el campo del arte y la literatura, y sobre todo los que integran la vanguardia artística desde el concepto de la calidad, la gente que está trabajando en una búsqueda constante, una creación más experimental.

Me parece que lo que nos ha faltado en el diálogo con los políticos o con personas que representan esa encomienda pública, es justamente que el diálogo sea más en la base, que se escuche más la voz, no solo de los que ya tienen una obra consolidada, sino de los artistas que vienen emergiendo con nuevas miradas, que se atemperan más con el propio contexto en que van surgiendo y desarrollando su talento.

Es muy importante que la relación con el poder también se fortalezca con el sistema institucional de la cultura, y que se concrete en un plan de acción que solucione las problemáticas que se plantean desde diferentes ópticas y miradas, que no son necesariamente las mismas en cada lugar. Por ejemplo, en una provincia como Cienfuegos, donde casi todo el movimiento intelectual se legitima en la provincia, muchas veces pasa que hay que ir a La Habana para proyectar realmente una obra con un carácter nacional e internacional. En nuestro caso, nos percatamos de que esta relación no fluye con la necesaria transparencia e intención de solucionar las problemáticas de la creación y, sobre todo, la promoción en los diferentes públicos, pues a veces se impone el gusto por encima de la verdadera política cultural, que es amplia, democrática y plural.

Coincido con algunas de las intervenciones en que, a veces, la mirada sobre las producciones artísticas y literarias excluye las expresiones populares, en el sentido de no verlas como parte de la cultura, y, más que eso, de lo que significan como elemento esencial de la identidad nacional.

Debemos trabajar en que la política cultural cubana, conceptualmente bien definida, que todos apoyamos, se traduzca en acciones concretas que den respuesta a la participación consciente de la ciudadanía en la recepción del hecho artístico y literario, y en articulación con todos los públicos.

Magda González Grau: Me parece excelente la participación de todos los que he estado escuchando. Voy a ir respondiendo algunas cosas que me llamaron la atención. Mayra Sánchez se preocupa por si hemos olvidado al ciudadano común y lo hemos destinado a ser solo espectador de todos estos procesos. No es así, por lo menos en mi experiencia personal. En una de las últimas batallas en las que hemos participado, la del cine independiente, tuvimos muy en cuenta que quizás alguien que no fuera graduado de las escuelas de arte, que no perteneciera a ninguna institución, pudiera hacer su película y pudiera tener la posibilidad de desarrollar una cualidad equis para el audiovisual, y los caminos para eso, en toda la legislación que trabajamos, están abiertos; entonces, en el caso específico del cine, puedo decir que ahí no hay olvido, al contrario, ninguna exclusión.

Sobre lo que dicen Daniel Rafuls y Antonio Barreiro acerca de la responsabilidad de los creadores, y que después Rafael retoma en el final, efectivamente, ellos tienen un compromiso con la sociedad y juegan un papel en ella. Tienen la obligación, y de alguna manera en distintas manifestaciones es así, de reflejar conductas, conflictos, desde lo sensorial y lo sentimental, que son categorías con las que trabaja el arte, sobre todo para motivar un razonamiento que lleve siempre a esos espectadores a ser mejores seres humanos. Para mí, eso implica un compromiso con la sociedad.

En la actitud de los artistas como ciudadanos, esos deberes y derechos tienen que estar implícitos en nuestra obra, estoy absolutamente de acuerdo. Lo que pasa es que a veces se confunde y se cree que uno debe, sencillamente, obedecer, como uno de los deberes, estar dentro de los parámetros que se establecen, y en el arte eso no funciona. El arte está para transgredir, para motivar, para decir cosas adelantadas a los procesos, incluso sociales; es decir, el arte siempre ha ido por delante de las leyes, de los mismos conflictos sociales, entonces ahí creo que sí, con mucho compromiso, con mucha responsabilidad, tiene que haber una concesión en ese sentido para las obras que quieren hablar de algo que no está establecido.

Después mi maestra, Denia García Ronda, y después Mayra Espina, hablaron de la participación real, y a mí eso me parece fundamental. Es cierto que, muchas veces, nos quedamos en el tema de «Vamos a consultar.» Y entonces nos dan un documento que después se va a convertir en ley. Una cuestión respecto a la participación real es la de estar presentes desde la toma de decisiones. ¿Por dónde va a ir esta ley? ¿Qué queremos que aparezca en ella? No solamente consultar un asunto que ya es un hecho consumado. En la construcción de esos procesos los artistas tienen que participar realmente, no solo ser consultados. Esa ha sido una de las virtudes del Decreto Ley 373 (Ley de cine), donde todo lo que está ahí se construyó, desde el principio, a imagen y semejanza de los creadores, y eso me pareció una experiencia extraordinaria. Por eso creo que va a funcionar durante mucho tiempo, porque, además, también lo hicimos lo suficientemente flexible como para que las circunstancias, que de alguna manera son siempre cambiantes, nos permitieran seguir con esa legislación, y no se convirtiera en un obstáculo para los nuevos contextos.

Después vino Tania, que habló del diálogo sistemático. No es positivo que el diálogo se dé solamente cuando nos reunamos en un evento o congreso. Tiene que ser un diálogo sistemático y regular para discutir todo lo que pasa diariamente en nuestros predios.

Daybel pone el dedo en una cosa importantísima que es la relación arte-academia, arte-ciencias sociales, que es fundamental. Debemos tener la misma libertad tanto los creadores como los científicos y los académicos, porque son dos esferas claves en el desarrollo de la sociedad. Solo como ejemplo voy a hablar sobre la serie que estoy editando actualmente, Calendario, que surgió de una investigación social del Centro de Estudios para la Juventud. Ahí se reflejó cómo los jóvenes veían a los maestros, y el guionista y yo, que estábamos en esa reunión, decidimos que había que hacer algo desde el audiovisual para cambiar ese estado de cosas. Entonces es fundamental nutrirse de las investigaciones, del trabajo de los académicos, de las ciencias sociales, para hacer un arte que no sea encerrado en una torre de marfil, sino que realmente responda a esa responsabilidad, y valga la redundancia, que se le está pidiendo a los creadores, y que me parece absolutamente válida.

Termino con lo que Rafael decía, al final, sobre el derecho a “desbordar los límites.” No creo que los artistas tengamos ese derecho; pero sí a establecerlos en conjunto con el resto de la sociedad. Esos límites no pueden estar pautados desde un buró o desde la política. Incluso, como las circunstancias, deben cambiar regularmente en una discusión y en un diálogo permanente. A mí me asusta mucho –no porque esté en contra, pienso que es perfecto– que se haga un Decreto-Ley donde se mandate al Ministerio de Cultura a escribir la política cultural. Pero tiene que ser lo suficientemente flexible y, además, no puede convertirse en un documento que se guarde en una gaveta, sino que tiene que ayudar a que el diálogo sea constante y los límites que se deriven de él puedan cambiar según cambien las circunstancias, la realidad.

Fernando Rojas: Estuve revisando la intervención inicial que envié a Último Jueves, y comprobé con alegría que no pontifiqué sobre la vanguardia, algo que, como Rafael señalaba, ha sido muy llevado y traído y a veces mal usado. Aunque creo que hay una vanguardia, que marca tendencias, marca realizaciones de mucha calidad, insisto en que el papel principal en las definiciones sobre estos temas tiene que jugarlo la crítica, una que oriente, que dé herramientas al espectador. El público, que como digo en mi intervención inicial, no es un receptor pasivo, sino que se desarrolla, que tiene retos; es una expresión que puede ser sustituida perfectamente como pueblo, que como decía certeramente la doctora Denia García Ronda, debe ser un participante activo en la vida cultural, o como decía Mayra Sánchez, en el nivel de la creación popular es el principal protagonista.

No distinguí tampoco entre artistas profesionales y aficionados; es muy pertinente que Rensoli y Mayra Sánchez se hayan referido a ello. Y es pertinente y justo que ella haya dicho que no estamos en el mejor momento del Movimiento de Aficionados en el país, pero debo decir que tenemos once mil instructores de arte –más que nunca antes– trabajando en escuelas y comunidades, formando capacidades de apreciación, algo esencial en nuestros públicos, en particular en los más jóvenes; y de donde deberán emerger, por supuesto, nuevas hornadas del Movimiento de Artistas Aficionados.

Es muy pertinente que Rensoli se haya referido a la necesidad de encontrar nuevas formas de producción y de promoción en particular, a escala local, lo que debe resolverse. Considero que hay prácticas interesantes con los proyectos de desarrollo local y con el crecimiento de la autonomía en los municipios, de la gestión municipal, con la aparición de nuevos proyectos y también con experiencias muy interesantes, entre las que se destaca el ICAIC con su Fondo de Fomento del Cine; pero también lo estamos haciendo en otras instituciones culturales, al otorgar financiamiento a los creadores para que sean sus propios productores, aunque también pueden recibirlo de cualquier otra fuente, de  cualquiera de nuestros actores económicos. Es esta una experiencia novedosa, revolucionaria, y que tiene mucho futuro como una nueva forma de producción. En las artes escénicas cubanas, dos de las obras de teatro de más éxito y, a la vez, de más nivel, que se han exhibido últimamente en el país, Oficio de isla, de Osvaldo Doimeadiós, y Hierro, de Carlos Celdrán, se realizaron precisamente bajo esta concepción de conceder financiamiento al director de la agrupación y que este sea su propio productor.

Rensoli, por cierto, además de esto se refirió con mucha agudeza a que una imposición, una influencia del pensamiento único, hegemónico, del impacto del mercado, no tiene por qué tener una circunscripción geográfica, o sea, puede desarrollarse también entre nosotros, de la misma manera que es un derecho de nuestro pueblo, una obligación de las instituciones, y debe ser un desvelo de todos, que pongamos al alcance de las mayorías las mejores realizaciones de la cultura nacional y universal.

Me llamaron también, agradablemente, la atención, los comentarios relacionados con la participación de los propios artistas, de la que puede derivarse también la necesidad de su compromiso, al que apuntaron Daniel Rafuls, Rafael y otros panelistas. En ese sentido, me pareció muy interesante el razonamiento que hizo Antonio Barreiro sobre la necesidad de distinguir entre la obra y la actitud del creador, quizás algo que tiene que ver también con los malestares que más adelante mencionó Daybel.

Nuestra querida Mayra Espina hizo una crítica a la burocracia que, efectivamente, tenemos en las instituciones, y que hay que desterrar de ellas. Para ello estamos aplicando un perfeccionamiento en todas las estructuras de la institucionalidad cultural cubana, que ya se expresa en la reducción del aparato en términos de plantilla desde hace algunos años, en varios miles de personas. Empieza a expresarse en la reducción de instituciones y empresas, en la reunificación de estas, y en buscar más flexibilidad en los mecanismos de producción, como dije anteriormente.

En este sentido, quiero recordar también una de las apreciaciones de Antonio Barreiro cuando preguntó por la aplicación de la racionalidad política en la relación entre las instituciones y los artistas. Hay que reconocer que se ha aplicado y que no siempre se ha hecho adecuadamente. Esto es algo que se conoce, que ha sido estudiado y tiene que seguirse estudiando.

Medité mucho sobre la relación entre el arte y la política, la relación entre la academia y la política, respecto a las comparaciones que hizo Daybel con mucha agudeza, y coincido con lo que acaba de decir Magda González Grau. Habría que preguntarse de quiénes son los malestares y cuáles son los malestares, y si la palabra malestar es suficiente, por ejemplo, para abarcar cuestiones que son demandas justas de los artistas como las que Magda acaba de comentar; u otras, como que, por ejemplo, no se les tiene en cuenta para tomar determinadas decisiones que tienen que ver con las asignaciones presupuestarias para las producciones. Todas ellas son legítimas, pero no lo son tanto cuando se trata de demandas que ya no se asocian a la necesidad de una relación fecunda entre el artista, la institución y los públicos, y trascienden a cuestionamientos al ordenamiento constitucional del país, mucho más si en algún caso provienen de personas que reciben financiamiento de agencias federales de los Estados Unidos.

Me detengo un poco más en la idea de la imagen prototípica que mencionó Daybel, y debo decir que ya hace algunos años se aprecia por nosotros en las instituciones, por los propios artistas, que ya esa imagen no lo es tanto, y les pongo ejemplos recientes. En las últimas actividades de discusión, que han sido muchísimas en los últimos meses, los artistas han estado reiterando que sienten que tienen menos oportunidades respecto a las nuevas formas de gestión de la economía o nuevas formas de gestión no estatal. Al mismo tiempo, y esto quizás es una reflexión que se podrá hacer con más rigor después que venzamos la pandemia, hay noticias en ese sentido respecto al mercado interno del arte, como lo conocimos hasta hace un par de años, en el sentido de que una cantidad no despreciable de artistas obtenía ingresos importantes en el ya inexistente CUC, en polos turísticos, actividades gastronómicas y otras afines. Esto no volverá de la manera en que lo conocimos, estoy perfectamente seguro de eso, y por ello es tan importante que el Estado cubano apueste por la protección y el apoyo a un grupo de artistas desde el presupuesto en estas condiciones de pandemia.

Me pareció que Manuel Alonso dibujó un cuadro un tanto sombrío de la situación, en un momento en que este país, con todos sus problemas económicos, no es segundo de nadie, ni en la danza contemporánea, ni en las artes plásticas, ni mucho menos en la música. La producción artística cubana, la obra creadora de nuestros artistas continúa siendo de un nivel de entre los primeros del mundo, para no hablar de una comparación con los países en vías de desarrollo, lo cual no quiere decir, por supuesto, que no haya que resolver mucho, como decía Mayra Espina, en términos de tener una capacidad crítica suficiente para que no se produzcan sacralizaciones y descalificaciones.

Pido excusas a Guille Vilar, a Tania García y a Ovidio D’Ángelo por no conversar directamente con ellos ya que me sentí muy identificado con todo lo que dijeron.

Jennifer Hosek: Especialmente quiero responder al comentario de Magda González Grau hablando del vínculo del arte con las investigaciones sociales. Pienso que el papel del arte en la enseñanza es súper importante para acercar los temas de una manera distinta a la tradicional. Recuerdo haber enseñado sobre la esclavitud en los Estados Unidos a través de una novela como Beloved, de Toni Morrison, porque es posible para los estudiantes aprender o comprender un poco la subjetividad de una persona esclavizada.

Otro tema abordado aquí fue la censura y quiero poner un segundo ejemplo del uso del arte. Hay obras con buena voluntad de artistas y otras que no la tienen. Por ejemplo, Mi lucha (Mein Kampf) y El triunfo de la voluntad (Triumph des Willens) son obras censuradas en Alemania, excepto para el uso académico, y dentro de la enseñanza juegan un papel muy importante para explicar cómo funcionaban esos mensajes en su tiempo y cómo están construidos. Esta es otra manera de enseñar, usar obras artísticas muy problemáticas para abrir un diálogo y desempoderar sus difíciles mensajes.

Osvaldo Doimeadiós: Me parece muy provechoso el debate que ha provocado el tema, sobre el que recomiendo a los organizadores volver en otra ocasión. Coincido con los criterios vertidos en la discusión, sobre el hecho de legitimar, desde la verticalidad de nuestras instituciones, pertenecer a la “vanguardia artística”. ¿Qué criterios debían medir tal selección? ¿Qué nivel de compromiso con la propia esencia de la obra y su efectividad en la comunicación? ¿Cómo definir hoy una obra revolucionaria desde la perspectiva de la creación y la institucionalidad? ¿Nos salva el simple hecho de pertenecer a una institución? ¿Son esos diseños de institución y regulación del trabajo artístico los que ahora mismo necesitamos? ¿En qué otras direcciones debían moverse? ¿Se ajustan a las necesidades creativas que el momento y nuestra realidad económica exigen?

Fernando Rojas se refería al establecimiento de otras formas de gestión, desde la institución para favorecer la creación. Así vieron la luz espectáculos como Hierro, de Carlos Celdrán y Oficio de Isla, en el que realicé la dirección. En nuestra experiencia, esa manera de producir generó otras alianzas. Aquí se articuló lo económico con el impacto social, en un territorio complejo, que atrajo a otros públicos y por tanto se potenció toda la estrategia política del arte al crear un marco para dialogar críticamente con el presente. Esas maneras, voy a llamarle desburocratizadas, que hoy comienzan a rendir sus frutos en proyectos de cine y televisión, son largos reclamos de los artistas y que ponen sobre el tapete formas de alianza posibles entre los artistas y los políticos.

La posibilidad de potenciar un espectador más crítico, menos aletargado, mucho más activo en su participación, hacia allí trato de encaminar el trabajo. Me gusta como la profesora Jennifer Hosek lo sintetiza: “el arte todavía tiene voz”.

Desde la práctica personal de cada creador o de cada comunidad creativa nos toca modelar nuestras propias estrategias de participación, más allá de la idoneidad y pertinencia de las personas que hoy dirigen la cultura. Ya se sabe que hay muchos problemas acumulados, que pudieron tener solución en el pasado y que siguen perteneciendo al territorio patrimonial del burocratismo cubano, o como me gusta llamarle “reuniones de repertorio”, esas que se reponen de año en año, como si fueran la primera vez.

Rafael Hernández: Para terminar, quisiera referirme al hecho de que estamos tratando un tema en un contexto que no es solamente el cubano, sino el del mundo. Le agradezco mucho a Jennifer Hosek por habernos dado ese otro ángulo; a Fernando Rojas, por haber estado desde la perspectiva de alguien que dirige en el Ministerio de Cultura y que se enfrenta a complicados problemas que tienen que ver con el desarrollo del diálogo con distintos sectores del mundo del arte y la literatura; a creadores como Magda González Grau, que ha tenido una experiencia y una posibilidad de dejar su huella, junto con otros compañeros, en los nuevos marcos en los cuales se pueden producir audiovisuales en Cuba; y naturalmente a Orlando García, por transmitirnos la perspectiva de su experiencia desde Cienfuegos.

Estamos en una situación que podría describirse en términos muy simples, como que los políticos sí quieren que los artistas participen, que colaboren, que se hagan presentes en el debate de ideas, mediante sus obras. Muchos artistas, quizás una cantidad mayor que en otros países, están interesados y motivados en hacerlo. Es precisamente en estas condiciones que podrían caracterizarse como muy favorables, donde ambas partes quieren que pasen cosas, empiezan otras interrogantes que se añaden a las que han sido planteadas por los participantes del público y por los mismos panelistas.

Cuando hablamos de esas relaciones entre arte y política estamos colocándonos frente a las obras de arte y a su significado político. ¿En qué consiste lo político en las obras de arte? ¿Es lo explícitamente político? Obviamente, no. No se trata solo de obras que tengan un discurso político explícito, sino la naturaleza intrínseca de la obra de arte en relación con la sociedad que la rodea y con los problemas que escoge para producirse.

¿Cuál es la responsabilidad ciudadana de los artistas? ¿Qué hace diferente a los artistas, dentro del conjunto de los ciudadanos, en relación con su responsabilidad cívica, ejercida a través de su condición de artistas? Y esto nos lleva a la cuestión misma de la cultura política de los artistas. ¿Damos por sentado cuál es su cultura política? ¿La asumimos como homogénea? ¿Cómo heterogénea, no solo porque es diversa, sino porque tiene registros diferentes en distintos sectores del arte, en distintos gremios, como se ha dicho aquí?

Se ha suscitado la cuestión de la cultura de los políticos, su nivel cultural, cuáles son, digamos, sus patrones de consumo artístico, qué cosas les gusta consumir como simples ciudadanos receptores de cultura, y cuál es su dominio de la cultura artística. Pero también esta pregunta se podría hacer en relación con la cultura general de otros intelectuales, su formación humanística, que en una amplia acepción manejada por algunos en este panel, incluye a todos los profesionales que usan el intelecto, e incluso a los que no son profesionales. ¿Cuál es su nivel cultural, cuáles son los ingredientes de la formación cultural de distintas profesiones, sectores, gremios, en la Cuba de hoy? ¿Qué caracteriza a su cultura general? Ese concepto que circula y que al parecer todos compartimos, sobre la necesidad de desarrollar cultura general en todos los que se forman como intelectuales.

Todos estos problemas concurren en la problemática de la que estamos hablando. Valdría la pena, como se ha dicho aquí, que todos, no solamente los artistas y los políticos, no solamente aquellos que participan en un determinado diálogo, le incorporen estos otros temas. Quizás esto tenga que ver también con mirar la política cultural como algo que no hace un organismo en particular, sino en lo que intervienen la sociedad civil, sus organizaciones, sus instituciones, así como otras que no son las que tienen asignado generar políticas culturales, y que también las hacen, en la medida en que inciden en esta condición, y tienen un impacto en la cultura de la sociedad.

Muchísimas gracias a todos los que han estado escuchando, a todos los que han participado, a todos los que han intervenido.

Tomado de: Cubarte

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Geopolítica de todo lo que no hicimos. Autocrítica comunicacional y cultural

Por Fernando Buen Abad Domínguez @FBuenAbad

Estamos bajo el fuego de (al menos) tres guerras simultáneas: una Guerra Económica desatada para dar otra “vuelta de tuerca” contra la clase trabajadora; una Guerra Territorial para asegurarse el control, metro a metro, contra las movilizaciones y protestas sociales que se multiplican en todo el planeta, y una Guerra Mediática para anestesiarnos y criminalizar las luchas sociales y a sus líderes. Tres fuegos que operan de manera combinada desde las mafias financieras globales, la industria bélica y el reeditado “Plan Cóndor Comunicacional” empecinado en silenciar a los pueblos. Todo con la complicidad de gobiernos serviles especialistas en gerenciar los peores designios contra la humanidad. Hay que decirlo con claridad y sin atenuantes.

En particular, pero no aislada, se ha desatado contra el pueblo trabajador, de todo el planeta, una guerra mediática sin clemencia (aunque algunos todavía se nieguen a verla). Tal guerra mediática es extensión de la guerra económica del capitalismo y es inexplicable sin explicarse (histórica y científicamente) cómo opera el capitalismo en sus fases diversas, incluyendo su actual fase imperial. La guerra contra los pueblos no se contenta con poner su bota explotadora en el cuello de los trabajadores; quiere, además, que se lo agradezcamos; que reconozcamos que eso está “bien”, que nos hace “bien”; que le aplaudamos y que heredemos a nuestra prole los valores de la explotación y la humillación como si se tratara de un triunfo moral de toda la humanidad. La guerra oligarca contra los pueblos nunca ha sido sólo material y concreta… ha sido ideológica y subjetiva. Nada de esto es nuevo, no se anota aquí como descubrimiento ni como verdad revelada, es la condena de clase sobre la que se verifica nuestra existencia. Mayormente en silencio.

Al lado de las consecuencias concretas de la “Triple Guerra”, que en cada país deja huellas específicas, está el problema de entender sus efectos supra, trans e intranacionales. Una parte del poder económico-político de las empresas transnacionales tiene su identidad vernácula desembozada o maquillada por prestanombres de todo tipo. Se trata de una doble articulación alienante que supera a los poderes nacionales (no tributa, no respeta leyes y no respeta identidades), mientras ofrece respaldo a operaciones locales en las que se inclina la balanza del capital contra el trabajo. Así, empresas como Shell (energética), aliada con bancos locales o internacionales, financia frentes mediáticos (televisoras, radios, periodistas, prensa) y promueve “estrategias” de defensa para los Estados aliados. Sus aliados. El discurso financiado es un sistema de defensa estratégica transnacional operada desde las centrales imperiales con ayudas vernáculas. Mismo modelo imperial con décadas de añejamiento, pero tecnología actualizada. Es decir, nada de esto es nuevo, lo supimos y los sabemos.

En su fase neoliberal, o neocolonial, el capitalismo imperializado se dispuso a descargar contra la clase trabajadora el peso de la crisis financiera provocada por ellos en el año 2008. Han instrumentado modelos bancario-financieros de endeudamiento y dependencia monetaria inspirados en la retracción del papel del Estado para reducir y suspender derechos históricos adquiridos. Y, al mismo tiempo, se multiplican las bases militares con objetivos represores enmascarados bajo todo tipo de disfraces. Y ahí, las alianzas de los “medios de comunicación” que conforman un plan de discurso único directamente entregado a camuflar las Guerras Judiciales, las Guerras Económicas y los muchos episodios de represión, táctica y tecnológicamente, actualizados.

Nuestro presente está teñido por una red de emboscadas “políticas” en las que lo menos importante es fortalecer las democracias, devolverles el habla a los pueblos y garantizar la soberanía económica. Todo lo contrario, reinan por su estulticia los peores ejemplos con las peores prácticas desde Brasil hasta Honduras, desde la deformación grotesca de instituciones como la OEA hasta desfondar iniciativas nacientes como Unasur. Quedaron desnudas mil y una tropelías de jueces y tribunales que, a contrapelo de toda justicia, desatan persecuciones, encarcelamientos y condenas basadas en la nada misma, o, dicho de otro modo, basada en cuidar los intereses del gran capital vernáculo y transnacional que funge como su verdadero jefe. Hoy contamos con un repertorio muy completo y complejo de tipologías y secuencias diseñadas para la ofensiva triple que aquí se describe.

No obstante, contra todas las dificultades y no pocos pronósticos pesimistas, los pueblos luchan desde frentes muy diversos y en condiciones asimétricas. Con experiencias victoriosas en más de un sentido es necesaria una revisión autocrítica de urgencia mayor. Intoxicados, hasta en lo que ni imaginamos, vamos con nuestras “prácticas comunicacionales” repitiendo manías y vicios burgueses a granel. La andanada descomunal de ilusionismo, fetichismo y mercantilismo con que nos zarandea diariamente la ideología de la clase dominante nos ha vuelto, a muchos, loros empiristas inconscientes, capaces de repetir modelos hegemónicos pensando, incluso convencidos, que somos muy “revolucionarios”. Salvemos de inmediato las muy contadas excepciones.

Tan delicado como imitar contenidos es imitar formas. Las formas no son entidades asexuadas o inmaculadas, quien lea información seria (pero con el estilo de los noticieros mercantiles) deberá someter su esquizofrenia al veredicto de algún tratante especializado. Al menos, claro, que lo hiciere con ironía intencional y entendible. Quien redacte, hable o actúe, incluso sin darse cuenta, como redactan, hablan o actúan los referentes mercantiles de los mass media, con el pretexto de que “eso sí llega”, de que “así la gente entiende”, de que “esto vende” … repite una trampa lógica en la que se corren riesgos de todo tipo, comenzando por legitimar el modo dominante para la producción de formas expresivas. No quiere decir esto que no se pueda expropiar (consciente y críticamente) el terreno de las formas para ponerlas al servicio de una transformación cultural y comunicacional, pero debe tenerse muy en cuenta qué es realmente útil y por qué no somos capaces de idear formas mejores. Hay que estudiar cada caso minuciosamente y eso es algo que se hace muy poco.

Todavía somos víctimas del individualismo y no logramos construir la unidad de clase que nos permita aliar nuestras fuerzas comunicacionales en torno de un programa emancipador. Muchos se sienten “genio único” y “gurú” revelador de verdades mesiánicas. Uno de los cercos mediáticos más duros de romper está en la certeza soberbia –e individualista– del que se piensa “genio comunicacional” poderoso. Por eso nos derrotan con toda facilidad mientras las oligarquías se organizan y se reordenan para atacarnos. No es que seamos incapaces de lograr metas magníficas, el problema es que estamos desorganizados y no logramos concretar la dirección que nos haga entender el lugar que tenemos en la batalla comunicacional, unidos.

Todavía somos víctimas de la improvisación empirista. No pocos padecen alergia al estudio y no pocos sufren mareos solo de pensar en planificar racionalmente las tareas que nos tocan. Por eso muchos repiten y repiten errores que no se cometerían con solo abrir las páginas de algún libro medianamente especializado –y serio– o con trabajar en colectivo con las bases. Por eso, no pocos salen a filmar documentales, a grabar programas radiofónicos, salen a escribir reportajes o entrevistas… sin saber, siquiera, el nombre de sus interlocutores. Por eso muchos se sienten frustrados por los magros resultados, cuando el problema está en el método y en su praxis.

Todavía perdemos horas y días y semanas y meses buscando desesperadamente a quien echarle la culpa de nuestras “desgracias”. Hay camaradas que se resisten a entender que solo la fuerza organizada de la clase trabajadora podrá generar las transformaciones que necesitamos y que de nada sirven las rogativas a las puertas de las burocracias ni de las sectas iluminadas.

Nos equivocamos si creemos que “nos las sabemos todas”. Nos equivocamos si pensamos que nuestros diagnósticos inventados en noches diletantes son la “verdad revelada”. Nos equivocamos si no trabajamos en un frente de base al lado de los trabajadores que luchan por emanciparse. Nos equivocamos si creemos que todo se logra saliendo en la tele o siendo famosos. Nos equivocamos si abandonamos la militancia directa en las organizaciones de base. Nos equivocamos si creemos que los medios de comunicación lo “arreglarán” todo. Nos equivocamos si creemos que con “mensajes” ultrarrevolucionarios se logra mágicamente el avance de la conciencia. Nos equivocamos, en fin, si nos contentamos con repetir fórmulas y especialmente las fórmulas que la burguesía ha ideado para someternos y no nos damos cuenta. Es verdad que ellos generan efectos poderosos en nuestra contra, pero nada serían si no dominaran, primero, la base económica y política desde donde financian sus máquinas de guerra ideológica.

Ninguno de nuestros errores podrá borrar los aciertos magníficos que siguen siendo orientadores e inspiradores. Pero no olvidemos que la primera de las manías–primera en importancia por su carácter dañino– es la carencia casi total de autocrítica y que somos víctimas de una especie de soberbia voluntarista plagada con empirismos de todo tipo. “Los hombres han sido siempre, en política, víctimas necias del engaño ajeno y propio, y lo seguirán siendo mientras no aprendan a descubrir detrás de todas las frases, declaraciones y promesas morales, religiosas, políticas y sociales, los intereses de una u otra clase”. (Lenin).

Esto no es un réquiem. Insistamos. Aunque hoy perece una “perogrullada” que, a fuerza de repetirse, puede perder “sentido”, conviene recordar (aunque moleste) que una de nuestras grandes debilidades y fallas se expresa en la incapacidad para transmitir nuestras ideas y acciones. Especialmente las ideas y las acciones de los frentes sociales y sus luchas emancipadoras. Queden salvadas las excepciones honrosas.

Transferimos al aparato empresarial bélico, bancario y mediático –sin frenos y sin auditorías– sumas ingentes. Hicimos leyes que no cumplimos; adquirimos tecnología sin soberanía; no consolidamos nuestras escuelas de cuadros; no creamos una corriente internacionalista para una comunicación emancipadora organizada y apoyada con lo indispensable; no creamos las usinas semióticas para la emancipación y el ascenso de las conciencias hacia la praxis transformadora; no creamos un bastión ético y moral para el control político del discurso mediático y el desarrollo del pensamiento crítico… Y no es que falten talentos o expertos, nos es que falte dinero ni que falten las necesidades con sus escenarios. Hizo estragos, nuevamente, la crisis de dirección política transformadora. Hablamos mucho, hicimos poco. Ni el “Informe MacBride” (1980) supimos escuchar y usar, como se debe.

Se ha convertido en una “tara” echar la culpa de todos nuestros “males” a los “medios de comunicación” de la clase dominante. Un recurso “fácil” que, por su obviedad, parece incontestable y constituye un reducto inapelable para refugiar ciertos discursos plañideros. Cuando la culpa (toda la culpa) es de los “malos”, y nada se explica por los errores que cometemos, tributamos pleitesía a una emboscada que nos tendemos nosotros mismos para quedar encerrados en justificaciones a granel y con pocas esperanzas de superación concreta.

Nuestra dependencia tecnológica en materia de comunicación es pasmosa; gastamos sumas enormes en producir comunicación generalmente efímera y poco eficiente; nuestras bases teóricas están mayormente infiltradas por las corrientes ideológicas burguesas que se han adueñado de las academias y escuelas de comunicación; no tenemos escuelas de cuadros especializadas y no logramos desarrollar usinas semánticas capaces de producir contenidos y formas pertinentes y seductoras en la tarea de sumar conciencia y acción transformadora. Con excepción de las excepciones.

Para colmo, la clase dominante desarrolla permanentemente medios y modos para anestesiarnos sin clemencia. Inventa falsedades alevosas que transitan con impunidad, y sin respuesta, a lo largo y ancho del planeta, siempre con un poder de ubicuidad y de velocidad que nosotros no podemos siquiera medir ni tipificar en tiempo real. Y la inmensa mayoría de las veces lo miramos desde nuestras casas (dormitorios incluso) en forma de “noticieros”, “entretenimiento” o “reality show”. Consumismos sus productos, engordamos sus “rating” y rumiamos nuestra impotencia, hacemos catarsis indignados y enredados en frases hechas mayormente inútiles e intrascendentes. Eso es parte de la guerra.

No es que falten iniciativas o buenas voluntades que asumen su papel y emprenden tareas en la lucha comunicacional bien cargadas con intereses muy diversos y (a veces) contradictorios. Algunas son iniciativas que anhelan dar pasos transformadores, jalonando a destajo voluntades de todas partes. Otras veces, las menos, surgen tareas comunicacionales desde el corazón de las luchas sociales para especializarse, casi exclusivamente, en sí mismas. El panorama es de un archipiélago inmenso cargado con buenas ideas, pero inconexo. Una muchedumbre de iniciativas sin programa de acción común. Fuerza debilitada. No nos detendremos en analizar ciertos sectarismos, individualismos, egolatrías ni oportunismos que hacen de las suyas de manera desigual y combinada. Con sus debidas excepciones.

Visto así, en lo general, vale decir que ya a nadie le sorprende –ni le ofende– semejante panorama. Nos acostumbramos. Hemos sido más audaces en el diagnóstico que en la acción. Ha sido más grande la petulancia que la eficacia. Somos campeones del empirismo ciego y le rendimos culto a la palabrería “progre” antes que a la acción organizada de la clase trabajadora en pie de lucha. Vamos a palos de ciego, “dando respuestas artesanales” a la segunda megaindustria de la guerra ideológica que más recursos económicos y tecnológicos mueve en todo el planeta. Nos derrota más el autoengaño que la fuerza. Pontificamos soluciones sin un programa de lucha, de unidad y consensuando porque, entre otras cosas, creemos que tenemos la razón y no tenemos por qué entablar acuerdos de lucha unificados. Por cierto, “unidad” no es uniformidad.

Claro que hay grandes iniciativas y grandes avances. Claro que contamos con victorias de lo particular a lo general y viceversa. Claro que en nuestras filas hay grandes genios y genialidades individuales y colectivas. Y claro que con eso no nos alcanza en una lucha que, además de su amplitud, duración y profundidad, crece exponencialmente porque, además de su carácter alienante, es un gran negocio muy rentable. El negocio de embrutecernos.

No vamos a salir del atolladero haciendo promesas para dejarlas truncas. No tenderemos fuerza comunicacional improvisando siempre mientras aguardamos que las “musas” nos iluminen. No conseguiremos transmitir nuestras ideas, ni construiremos un plan de lucha conjunto, aislados por nuestros egos ni resignados a la marginalidad. La clave no es imitar las fórmulas del éxito burgués ni copiar a sus operadores ideológicos creyendo que, siguiendo las biblias del marketing, vamos a ser exitosos progres. Necesitamos organizar una lucha comunicacional y cultural que no repita los errores ni las taras más comunes y necesitamos romper todo cerco entre nosotros mismos, comenzando por poner en agenda, y acompañar sistemáticamente, las luchas del pueblo trabajador. Necesitamos que nuestra agenda prioritaria en comunicación no seamos nosotros mismos sino las luchas transformadoras de la clase trabajadora y de su mano. Hombro con hombro. No adelante, no encima. Estamos a tiempo.

Tomado de: Voces en el Fénix

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Michael Moore, un niño terrible en la escena política yanqui

Michael Moore, cineasta estadounidense

Por Argelio Santiesteban

Sí, todos lo sabemos de sobra. Que en su faltriquera —o no sé dónde guarda premios que pueden nombrarse Óscar o Palma de Oro. Pero, por encima de todos sus fulgurantes galardones, el cineasta Michael Francis Moore (Flint, Michigan, 1954) debe sentir orgullo por una virtud divina que lo adorna: tremenda mala leche —que Dios se la bendiga— y una lengua que destila lo que mi pueblo denomina como ácido de acumulador.

No le tembló ni un músculo de la cara a la hora de denunciar que el gobernador de Michigan estaba permitiendo que la población recibiese agua con altísimo contenido de plomo, causante del terrible saturnismo.

Siempre ha desplegado su verticalidad y transparencia. Así, al recibir el Óscar, aprovechó la oportunidad para acusar al presidente George W. Bush por desencadenar una guerra ficticia” con la invasión a Iraq en 2003. Y no ha vacilado en denunciar el racismo de Norteamérica, su macabro aparato de salud pública o la ausencia de sentido crítico del ciudadano estadounidense promedio.

Una vez, G. W. Bush le dijo: “Consigue un empleo de verdad”. Inmediatamente, Moore, un mago de la ironía, realizó una llamada a su padre para decirle: “Papá, ¿tienes algún pozo petrolero que me regales?

Y a ese payaso grotesco y peligroso que fue inquilino de la White House —a quien trata de un bufón y un mentiroso— lo ha llevado contra la pared. Véase esto: “Dicen que Twitter le ‘distrae’ de su presidencia. ¡Pero Twitter es su presidencia! Es todo lo que sabe hacer. ¡Perdedor!

Se ha atrevido a más. A incursionar en un tema que constituye terreno minado en la acera de enfrente: Cuba. Veamos estas citas:

¿Alguna vez se han preguntado cómo ha hecho Fidel Castro para permanecer tanto tiempo en el poder? No es porque nuestros líderes no hayan hecho su mejor esfuerzo para echarlo del poder. No, desde que Castro liberó su país del corrupto régimen de Fulgencio Batista (al que apoyaban los Estados Unidos y la mafia), Washington ha probado una gran variedad de métodos para derrocarlo. Estos han incluido intentos de asesinato (pagados con el dinero de nuestros impuestos), invasiones, bloqueos, embargos, amenazas de aniquilación nuclear, desorganización interna y guerra biológica. Y algo que siempre me ha parecido extraño, ¡hay actualmente una base naval estadounidense en la isla de Cuba! Imaginen si luego de haber derrotado a los británicos en nuestra Revolución de Independencia les hubiéramos dejado mantener unos miles de soldados y un puñado de acorazados por la bahía de Nueva York. ¡Increíble!

Tenemos mucho que aprender de los cubanos y también mucho que agradecerles. He conocido de primera mano, en la propia Cuba, el sistema de salud de ese país. Allí estuve y filmé un documental dirigido a mis compatriotas estadounidenses. En esta obra describí cómo funcionaría un sistema sanitario si la salud y la atención médica fueran derechos humanos.

Me es difícil conocer los obstáculos que mi país ha impuesto a la vida, al bienestar y a la propia supervivencia de los cubanos, y a pesar de todos esos atropellos los cubanos exhiben esos logros.

Quiero dar las gracias a los médicos, enfermeros y demás trabajadores cubanos que así han obrado. Quizá un día de estos ustedes puedan venir por aquí a ayudarnos a nosotros.

En la prensa española alguien lo ha comparado con el personaje de Pepe Grillo, por ser la conciencia de la sociedad norteamericana.

Y yo, mientras sonrío, me atrevo a decir que, a pesar de sus seis pies de estatura y de que su peso sobrepase las 260 libras, él es —como dicen los franceses— un enfant terrible. Si, un gratísimo niño terrible.

Hace poco acaba de dirigirle una conmovedora carta pública —tan delicada como conminatoria— al recién electo presidente. Esperemos que la misiva encuentre oídos receptivos.

Tomado de: La Jiribilla

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Las complejas relaciones entre Estados Unidos y América Latina, libro de Carlos Midence

Las complejas relaciones entre Estados Unidos y América Latina, de Carlos Midence. Editorial Pgmalión

Por Ángeles Diez

Quiero dar las gracias a la Editorial Pigmalión por la invitación a presentar este libro del intelectual y, además, embajador de Nicaragua en el reino de España, Carlos Midence. También agradecer a Carlos Midence la oportunidad de leer su profunda visión, su visión situada, de las injerencias imperiales.

Especialmente es importante que se sigan presentando libros como este, ya que estoy convencida de que la cultura es uno de las mejores vacunas contra la pandemia de la ignorancia.

Pero especialmente textos como el de Carlos que van a la raíz, al fondo de la historia de donde surgen los monstruos que siguen operando contra América Latina, con o sin pandemia.

Midence nos ayuda a entender cómo y por qué de las intervenciones y la constante, repetida y sistemática agresión de Estados Unidos contra América Latina. Nos ayuda a desentrañar las razones que llevaron a este país a considerarse dueño del mundo y a tratar a sus vecinos como el “patio trasero de su casa”. Razones que no pueden ser explicadas sólo por factores económicos y políticos. De la misma forma que el imperialismo no puede ser sólo explicado como resultado de la concentración y expansión del capital monopolista de finales del siglo XIX.

Sin duda existen innumerables libros que nos describen con detalle la injerencia de EEUU en América Latina, esto podría hacernos pensar que éste es uno más de esos materiales. Sin embargo, hay dos aspectos que hacen considerar este ensayo algo especial y novedoso dentro de la amplia bibliografía que existe sobre el tema.

Escribir desde el compromiso.

El primero de ellos y desde mi punto de vista el más importante: está escrito desde el compromiso; desde un posicionamiento ético y humano, sin por ello abandonar el rigor intelectual que toda investigación exhaustiva necesita.

Escribir un texto de recorrido tan amplio por la política exterior de EEUU, sin perderse y sin abandonar el horizonte y la identidad latinoamericana, sólo se puede hacer, como dice Carlos Midence, desde el ser nicaragüense. Desde un país que cuenta con el mayor número de intervenciones estadounidenses, lo cual no es cualquier cosa. Nicaragua es un paradigma y por eso mismo puede ser una buena guía para entender las estrategias para superar la dominación. Solo un nicaragüense podría poner la mirada como la pone Carlos tanto en el pasado como el futuro. En un pasado de lucha y resistencia antiimperialista y en un futuro común latinoamericano, próspero y soberano (que sin duda se hará realidad).

Nos dice Carlos que en realidad este libro “No es una historia de estas relaciones, sino un examen de las estrategias, fases, doctrinas que han sido desplegada con el objetivo de supeditar al mundo, o en este caso a la región nuestramericana, al modelo político-económico y simbólico inventado por los Estados Unidos”

La ideología el arma más mortífera del imperialismo

Me van a permitir ustedes que utilice el término imperialismo y no injerencia para continuar esta presentación. Porque el texto de Midence es de eso de lo que habla, de la forma más desarrollada y mortífera de la expansión capitalista: el imperialismo.

El segundo elemento que, desde mi punto de vista, supone una novedad en este libro es el énfasis que otorga el autor al aspecto cultural e ideológico de la dominación, así como al papel de las resistencias. Sin duda la ideología -la subjetividad a la que da forma esa ideología-, es un arma tan poderosa para matar conciencias como las bombas nucleares para matar cuerpos.

A lo largo de la historia, los imperios siempre han tratado de justificar el sometimiento de otros pueblos apelando a nobles principios. En el siglo XIX Inglaterra justificó su dominio de Asia y África como la “responsabilidad del hombre blanco” para “civilizar a los pueblos oscuros”. Los franceses decían estar movidos por el deseo de llevar la cultura superior y universal a los salvajes. Estados Unidos, siguiendo la estela anglosajona, ha desarrollado un amplio abanico de justificaciones y doctrinas para aplastar con su bota de hierro a los países latinoamericanos.

Con ayuda de un aparato de propaganda, como explicó N. Chomsky en “La quinta libertad” (sobre la intervención de los Estados Unidos en América Central), que ha operado de forma sistemática y constante, el imperio estadounidense ha conseguido expandir su dominio más allá de lo que nunca lograron otros países.

Acaban de celebrarse las elecciones presidenciales en EEUU, y el hecho de que todo el planeta haya estado expectante no es un hecho banal. Ilustra la magnitud del poder y de la violencia que ejerce este país sobre el resto del mundo.

Sin embargo, hay que reconocer también que, fruto de las resistencias de pueblos -y de gobiernos como el nicaragüense, o el cubano o el venezolano- esa hegemonía planetaria de EEUU está en declive. El profesor Atilio Boron dice que es como un avión en descenso, EEUU ya no es más un hegemón pero en esa caída todavía es el país más peligroso del planeta.

La hegemonía cultural e ideológica, campo de batalla contra el imperialismo.

El texto de Carlos no es sólo una investigación histórica exhaustiva, se ocupa de ir ensartando de forma minuciosa todas las cuentas en hilos teóricos que son fundamentales, así se apoya en los grandes sociólogos como Bourdieu o Foucault.

Aquí me gustaría apuntar precisamente a cómo Bourdieu plantea el poder de EEUU como capacidad para convertir un particular en un universal, esta es una de las claves de la hegemonía estadounidense: generalizar una forma de vida.

Para Bourdieu el poder no sólo había que entenderlo en términos económicos, como acumulación de bienes y recursos, sino más fundamentalmente como Capital simbólico. En cierta forma Foucault también aportó en esta misma línea cuando planteaba la horizontalidad del poder, un poder que es capilar y que funciona porque transita en red. Foucault explicó en su genealogía del poder las distintas formas por las que históricamente ha transitado el poder, desde el poder disciplinario hasta el poder que se ejerce hoy en día mediante la biopolítica (la gestión y administración de la vida y la muerte) La obra de este autor rica y creativa nos ayuda a desentrañar los dispositivos de los que se vale el poder para ejercer su dominio y explotación, especialmente en el campo de lo ideológico y cultural.

Todas estas líneas diversas de análisis del funcionamiento del poder que van reproduciéndose y complejizándose, tienen un común punto de partida, y este es Gramsci y el concepto de hegemonía. En el libro de Carlos vamos viendo cómo se ha ido construyendo esta hegemonía estadounidense en América Latina; y podemos ver cómo se concretan y se entrecruzan algunas de las aportaciones de estos teóricos que le sirven al autor de faros en su navegación por la historia de la injerencia estadounidense.

Así, aunque los imperios tienen una larga data, y la desposesión y el saqueo es un denominador común a todos ellos, sólo podemos hablar de imperialismo en el sentido moderno con la generalización del capitalismo, que no es sólo un modo de producción sin más. El capitalismo no sólo produce mercancías para generar valor del que se apropia una élite, sino que, para reproducirse, necesita también producir seres humanos. Esto hace que el dominio estadounidense tenga rasgos específicos derivados del desarrollo de las fuerzas productivas (sobre todo la tecnología) y del dominio ideológico y cultural. Si EEUU encabeza el ranking de la barbarie imperial es porque desde su origen, desde la independencia de las trece colonias inglesas, nació ya como un país capitalista.

Y como todo país que identifica los intereses del Capital con los intereses del Estado sus relaciones exteriores están al servicio de la apropiación de materias primas y recursos. Uno de los marcos teóricos que mejor han explicado el desarrollo desigual y combinado y las formas modernas de apropiación y despojo, ha sido la Teoría de la dependencia que surgió en los años 70 y trató de explicar el subdesarrollo de América Latina. Una de las vertientes de esa teoría, la marxista, como actualiza Claudio Katz, perdura y sigue dando frutos teóricos importantes.

El análisis de la dependencia de América Latina y el Occidente imperialista.

Encontramos de nuevo una apoyatura de Midence en la Teoría de la dependencia, analizando en el terreno cómo el capitalismo actuó desde mediados del siglo XX adaptando una forma particular de explotación del continente una vez que EEUU se convirtió en el hegemón occidental.

En el análisis que hace Carlos de la relación colonialismo/imperialismo está siempre presente el carácter estructural de la dominación. J.P. Sartre decía en 1961 que el “colonialismo es un sistema”, de tal forma explicaba que no hay un colonialismo bueno y otro malo, ni es posible plantear, como hacían algunos políticos franceses respecto a Argelia que el problema estaba en que no se invertía lo suficiente para desarrollar esta “provincia de ultramar”. Bajo la bota de hierro del colonialismo, sin independencia política ni soberanía tal desarrollo no era más que una ensoñación imposible.

Ese carácter estructural es el que permite al autor vincular el término imperialismo a Occidente en su conjunto, porque, aunque sea EEUU quien invada, ocupe, extorsione y expolie América Latina, fue en el continente europeo donde se gestaron tanto la ideología legitimadora de la expansión capitalista como las prácticas, instrumentos y actores principales de la guerra imperialista.

Aunque Europa se apropió de los conceptos griegos de democracia, ciudadano, libertad, igualdad, etc. no cabe duda de que el proceso de apropiación iba de la mano de la fundamentación de un mundo y una sociabilidad que en nada se parecían al construido por las polis griegas. De hecho, Grecia fue Oriente hasta bien entrado el siglo XIX. Civilización y barbarie debe más a la tradición cristiana que a la oriental y cuaja sus significados al tiempo que se va construyendo un sistema jurídico-político secularizado (Weber) que irá disolviendo los dilemas morales de la cristiandad.

En el capitalismo la cultura es un instrumento y el lenguaje el vehículo mediante el que se ejerce el dominio, la subordinación tanto como el consentimiento. Para Midence “La retórica, es el elemento persuasivo que, mediante diversidad de vehículos, el imperialismo ha puesto en práctica para justificar y legitimar sus desposesiones”. El manejo del lenguaje constituye una verdadera tecnología de la dominación. De ahí que en este libro encontremos algunas claves para desactivar esos dispositivos de poder insertos en la génesis de las doctrinas imperiales. La ley positiva y el Estado de Derecho, actúan de teologías normalizadoras de las relaciones de subordinación, incluidas las relaciones internacionales. Detrás de la ley y el Estado moderno, es decir, detrás del sistema jurídico moderno está el dominio de una clase social sobre otra, nos decía el profesor cubano Julio Fernández Bulté.

Para finalizar creo que este es uno de los grandes logros del libro, ilustrar y separar los discursos justificadores de las prácticas de dominio imperialista. Desentrañar la retórica estadounidense y leer las relaciones entre Estados Unidos y América Latina en clave de poder y resistencia.

Discurso de presentación del nuevo libro de Carlos Midence, Embajador de la República de Nicaragua en España, que realizara en la Casa de América el pasado 2 de diciembre Ángeles Diez Rodríguez, Doctora en Sociología y Ciencias Políticas y profesora de la Universidad Complutense de Madrid.

Tomado de: Frente Antiimperialista Internacionalista 

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Aproximación teórica a la diferenciación político-ideológica en los Estados Unidos (II parte)

“… los derechos individuales civiles y políticos se asocian a imágenes como la de la Estatua de la Libertad y a frases como el American Way of Life y el American Dream, Foto El País

Por Jorge Hernández Martínez

El esbozo de lo que va a configurarse como un consenso en los Estados Unidos, con raíces tan tempranas y orgánicas como las que dimanan de las ideas de los llamados Padres Fundadores, se explica por las particularidades históricas del desarrollo capitalista en ese país, cuyos rasgos clasistas y culturales condicionan las contradicciones que, desde un punto de vista dialéctico, en su sentido amplio, tienen lugar en su seno.

Consenso y diferenciaciones político-ideológicas

El hecho de que la sociedad norteamericana sea altamente consensual desde el punto de vista político no significa que en ella no haya existido y perviva un alto grado de conflicto. Solo que este se expresa de modo significativo y perdurable a través de contradicciones políticas que tienen lugar dentro de márgenes ideológicos muy estrechos, como se registra en los diferendos entre republicanos y demócratas o entre liberales y conservadores, que nunca trascienden el consenso a nivel sistémico. A la par, se advierte que la capacidad de reto o enfrentamiento al sistema por parte de fuerzas “de izquierda”, como las que en los años de 1960 y 1970 alcanzaron sus mayores expresiones, desafiando al establishment y el mainstream, entendidos respectivamente como la estable estructura institucional estatal y la corriente principal de una cultura mayoritaria, ambas exponentes del consenso, han sido efímeras e intermitentes y no han alcanzado, salvo en casos excepcionales, una convocatoria verdaderamente nacional. Pero cuando no se trata de crisis excepcionales como las aludidas, sino de contrapuntos recurrentes, como los que se manifiestan en los comicios presidenciales y los que reflejan con periodicidad las encuestas, relacionados con actitudes políticas, se prefiere en esta breve aproximación, que solo pretende motivar la reflexión sobre el tema, hablar de diferenciaciones, en lugar de concebir las relaciones implicadas como polarizaciones.

Uno de los ejes ideológicos principales, si no el principal, que sintetiza el consenso, es el que afirma la tradición política liberal, la democracia representativa, el concepto de libertad y de derechos humanos que acompañan al modelo republicano, como paradigma de los Estados Unidos. Ese es el sedimento cultural que permite la continuidad y coherencia de una concepción del mundo que es compartida por los dos partidos que representan al sistema bipartidista —el demócrata y el republicano—, y las dos corrientes de pensamiento que nutren el mundo subjetivo o espiritual —la liberal y la conservadora—. Ambos partidos y corrientes, ya se ha indicado, son expresiones políticas e ideológicas diferenciadas, pero con una base clasista común, la de la burguesía monopólica, cuyo núcleo se resume en la esencia blanca, anglosajona y protestante (white, anglosaxon, protestant o wasp, según se identifica por sus siglas en inglés).

Por encima de distancias y contrapuntos, las características que separan esas distinciones tienen que ver más con sus posiciones respecto de los medios que de los fines, puesto que estos últimos están definidos por la preservación del sistema. Y en tal sentido, tanto la dinámica partidista como la ideológica tributan a la reproducción del consenso y alimentan el llamado “credo” norteamericano[1]. En ello, un vaso comunicante de primer orden es la citada ideología wasp, que si bien atraviesa la cultura política y permea la conciencia colectiva al punto que se plasma hasta en las historietas gráficas y comics, como se advierte en la saga de los Simpsons, pertrechando al imaginario popular con el mito de que en la sociedad norteamericana es la clase media lo fundamental; es como el cociente de una operación aritmética que distribuye realidades y aspiraciones en términos de estatus y expectativas, con base en valores como el individualismo, la competencia, el apego a la propiedad privada, la convicción de que la nación nació bajo mandato divino, con predestinación mesiánica, las ideas de superioridad racial, étnica y religiosa, la búsqueda del confort, junto a la satisfacción o el ascenso en el lugar ocupado, según el caso, en la pirámide socioclasista. Sería un desliz confundir esa presencia o influencia común, resultante de un proceso histórico complejo, en las representaciones de diferentes clases y grupos sociales, con el simplificador cliché de que los Estados Unidos son una nación de clase media. Lo que sucede es que su concepción del mundo es funcional al sistema, penetra la cultura y aporta coherencia al mencionado “credo”.

A partir del referido eje del consenso, el libre mercado, el bipartidismo, el federalismo, la división de poderes y el balance de pesos y contrapesos,  los derechos individuales civiles y políticos se asocian a imágenes como la de la Estatua de la Libertad y a frases como  el American Way of Life y el American Dream, que consagran el estereotipo de que los Estados Unidos son la tierra prometida, la nación indispensable, signada por los mitos del Destino Manifiesto y el Excepcionalismo Norteamericano, en la que el hombre se hace  sí mismo, con su propio esfuerzo personal, lo que se universaliza con la denominación en inglés: el self-made-man. Y aunque desde luego, ni los libros de texto que guían la enseñanza de la historia del país en las escuelas y universidades, ni los medios de comunicación, o los discursos presidenciales explican que es el modo de producción subyacente el que, como dirían Marx y Engels, determina de acuerdo a ciertas condiciones históricas el modo de vida, la cultura, la institucionalidad social y política y las formas de conciencia colectiva, es ahí donde radica la piedra angular del mencionado eje[2]. En torno a la naturaleza de las relaciones de producción (y entre ellas las de apropiación y la correspondiente estructura de clases), que integran al mismo, es que se articula el consenso político-ideológico que sostiene en la época contemporánea al sistema capitalista, monopolista-estatal, imperialista, en los Estados Unidos[3].

La sociedad norteamericana se halla hoy profundamente dividida, acentuándose lo iniciado veinte años atrás, según se registró con el prolongado e irregular proceso electoral del año 2000, al concluir el siglo XX, que elevó de manera notable la disensión, palpable en los contrapuntos provocados en la opinión pública y en los círculos intelectuales y políticos ante figuras que desde entonces han ocupado la presidencia, como las de George W. Bush, Barack Obama y Donald Trump.

La polarización real primigenia: entre capital y trabajo, riqueza y pobreza

Esas divisiones se manifiestan a lo largo y ancho de los diversos ámbitos del entramado nacional, aunque quizás donde se hagan más visibles las diferencias sea en la estructura social y en la posición partidista e ideológica que ante las elecciones presidenciales y determinados temas de la agenda nacional adopta la población.

En el primer caso, queda claro que las distantes condiciones o niveles de vida de ricos y pobres reflejan los extremos de la contradicción antagónica básica del sistema capitalista, entre capital y trabajo, la cual define la naturaleza explotadora del modo de producción que sostiene a la formación social estadounidense[4]. Se trata de una efectiva polarización socioeconómica, resultante de la desigual distribución de la riqueza entre explotadores y explotados, según lo dejaría sumamente claro una perspectiva de análisis desde la economía política[5]. Según se ha afirmado, “la tendencia a la polarización socioeconómica es revelada en análisis que concluyen el extremadamente alto nivel de desigualdad con la disminución creciente de la clase media a lo largo del tiempo tanto en países de ingresos bajos como de ingresos altos. El hambre en el mundo está al alza. Las dificultades económicas para atender la salud aumentan y una pandemia está poniendo en entredicho, una vez más, la capacidad del modelo neoliberal, aquel que sostiene sus posturas de libre mercado, la desideologización y la pospolítica, para garantizar el progreso económico y, en muchos casos, la posibilidad del hombre para sobrevivir”[6].

En el segundo, sin embargo, es discutible la consideración de que se trate de una relación similar, o sea, de una polarización, en este caso, política e ideológica, entendida del modo más convencional cual proceso de estructuración de un sistema en torno a puntos extremos de su geometría[7]. En este sentido, se advierte en buena parte de la literatura especializada en sociología y ciencias políticas que la afiliación al partido demócrata o al republicano, palpable en el respaldo electoral a uno u otro candidato a la presidencia, junto a la orientación ideológica liberal o conservadora de los ciudadanos, apreciable en el apoyo o rechazo a medidas relacionadas con cuestiones como la migración, la homosexualidad, el presupuesto para la defensa y la política exterior, entre otros, se abordan y presentan, con frecuencia, como comportamientos que expresan polarizaciones, cuando en realidad se trata solo de posicionamientos diferentes o de distanciamientos, mas no de  polos enfrentados, como si fijasen límites o fuesen posiciones extremas, incompatibles, dentro de un espectro o eje ideológico y programático[8].

Ya se ha señalado que en el lenguaje de las ciencias sociales y de los medios de prensa norteamericanos es frecuente la consideración, por un lado, de que entre demócratas y republicanos, o entre liberales y conservadores, existe una polarización. Y por otro, en ocasiones se califica, al identificar dichas definiciones partidistas e ideológicas, a republicanos y conservadores como expresiones de derecha, en tanto que a demócratas y liberales se les clasifica como de izquierda[9]. Tales distinciones pueden constituir una esquematización engañosa del espectro político-ideológico norteamericano. En rigor, se trata de posiciones diferenciadas, más no antagónicas, a partir de las visiones que se adoptan con respecto a determinados temas y problemas. La polarización, de la manera convencional, significa la ubicación en lugares contrapuestos, con una concepción podría decirse que geométrica, como la que separa desde el punto de vista geográfico al Polo Norte y al Sur, o en términos de la bipolaridad geopolítica vigente durante la Guerra Fría, entre capitalismo y socialismo, o entre Este y Oeste. La polarización lleva consigo contraposiciones recíprocas bilaterales. A partir de lo que se señaló, el trasfondo clasista común que distingue a las posturas aludidas, con una mirada dialéctica, conduce a su interpretación más en términos de un proceso de diferenciación entre el partido demócrata y el republicano, o entre el pensamiento liberal y el conservador, que de polarización.

En todo caso, si se admitiera la idoneidad de un concepto como el de polarización para aproximarse al tejido social, político o ideológico mundial, aplicable a los Estados Unidos, sería en los términos en que se argumentó antes y se precisó en una cita previa su expresión socioeconómica. Desde este punto de vista, como se ha puntualizado con acierto, “el nivel de polarización social global y desigualdad es ahora sin precedente. El 1 por ciento más rico de la humanidad controla más de la mitad de la riqueza del planeta, mientras el 80 por ciento más bajo tiene que conformarse con apenas 4.5 por ciento de esa riqueza. Mientras se extiende el descontento popular contra esta desigualdad, la movilización ultraderechista y neofascista juega un papel crítico en el esfuerzo de los grupos dominantes de canalizar dicho descontento hacia el apoyo a la agenda de la clase capitalista transnacional, disfrazada en una retórica populista”[10].

Notas:

*Sociólogo y politólogo. Profesor e Investigador del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU), de la Universidad de La Habana, Cuba.

[1] Los principales exponentes de tal punto de vista son Gunnar Myrdal y Samuel P. Huntington. Véanse sus obras respectivas, An American Dilemma, Pantheon Books, New York, 1972, y American Politics. The Promise of Disharmony, The Belknap Press of Harvard University, Cambridge, 1981.

[2] Se trata de la conocida tesis que Marx y Engels desarrollan en su concepción materialista de la historia. Véase el primer capítulo de La ideología alemana, Op. Cit.

[3] El análisis sobre el desarrollo y la actualidad de los Estados Unidos, bien sea sobre su economía, sociedad, cultura, sistema y procesos políticos, a nivel interno o en su proyección exterior, puede apoyarse en disímiles miradas teóricas y en diferentes disciplinas. En ese esfuerzo, la teoría del imperialismo aporta claves imprescindibles a la comprensión de los cambios, tendencias y perspectivas de ese país.

[4] Esas contradicciones se han hecho mucho más intensas bajo la pandemia de la COVID-19 y la profundización de la crisis ya existente. Véase Sandy E. Ramírez Gutiérrez, “Concentración de capital por debajo de la pandemia”, y Simona Violeta Yagenova, “Los desafíos del mundo del trabajo”, ambos en América Latina en Movimiento, No. 549, julio, ALAI Quito, 2020.

[5] Véase David Harvey, El enigma del capital y la crisis del capitalismo, Ediciones Akal, Madrid, 2013.

[6] Yazmín Bárbara Vázquez, “Polarización socioeconómica, neoliberalismo, pandemia y, una vez más: ¿qué hacer?”, en La Jiribilla, Edición Nro. 871 (4 de mayo al 5 de junio de 2020). http://www.lajiribilla.cu/articulo/polarizacion-socioeconomica-neoliberalismo-pandemia-y-una-vez-mas-que-hacer

[7] Ernesto Cárdenas realiza un útil examen del concepto de polarización, que reconoce su relación con la concepción materialista de la historia. En ese sentido, señala que “Marx, quizá el primer economista que abordó la noción de polarización y su relación con el conflicto social, destacó la existencia de dos grupos bien definidos y enfrentados en un conflicto social: trabajadores y capitalistas. No obstante, la falta de una teoría de la polarización pospuso al análisis sistemático de este fenómeno hasta hace poco. En las ciencias sociales, la noción de polarización se ha abordado en forma difusa y sin una clara comprensión de los canales a través de los cuales afecta la probabilidad de que aparezcan conflictos sociales”. Véase de su autoría “Polarización y conflicto social”, en Revista de Economía Institucional, Vol. 13, No. 24, enero-junio, Bogotá, 2011, p. 254.

[8] Algunos de los autores y trabajos que más se refieren en la caracterización del estado en que se halla el estudio de la polarización y que presentan conceptualizaciones, son los siguientes: J. Duclos, J. Esteban y D. Ray, “Polarization: Concepts, measurement, estimation”, en Econometrica, No. 72, 2004; J.  y D.  Ray, “Conflict and distribution”, en Journal of  Economic Theory, No. 87; J. Esteban,  C. Gradín y  D.  Ray, “Comparing  polarization measures”, Oxford  Handbook  of  the  Economics  of  Peace  and  Conflict,  Oxford University  Press,  Oxford, 2011. Los trabajos mencionados de Ernesto Domínguez y Ernesto Cárdenas presentan una amplia relación de estudiosos del asunto.

[9] Una visión clara de las distinciones y del desarrollo de ambas expresiones la realizan Luis Eduardo González Ferrer y Rosario Queirolo Velasco. Véase: “Izquierda y derecha: formas de definirlas, el caso latinoamericano y sus implicaciones”, en América Latina Hoy, No. 65, Ediciones Universidad de Salamanca, Salamanca, 2013.

[10] William I. Robinson, “Capitalismo y corononavirus”, en La Jornada, miércoles 6 de mayo, México, 2020. https://www.jornada.com.mx/2020/05/06/opinion/017a1pol

Tomado de: http://www.lajiribilla.cu

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Política y estética del meme

Donald Trump en estética meme

Por Jorge Carrión

“Mallarmé afirmó que en el mundo todo existe para culminar en un libro. Hoy todo existe para culminar en una fotografía”, escribió Susan Sontag en 1977. A juzgar por los contenidos que más circulan por nuestras bandas anchas, se podría afirmar que en 2020 todo existe para culminar en un meme.

Los memes son mensajes visuales sencillos, de consumo instantáneo, por lo general irónicos, concebidos para navegar por las redes sociales a velocidad superheroica. Se trata de archivos de imagen o de vídeo que a menudo incluyen texto. Su naturaleza se ubica entre lo popular y lo populista. Son, al mismo tiempo, la encarnación digital e hiperbreve del chiste o del panfleto. Se han vuelto importantes por su potencia viral, por su poder político. Pero no hay que olvidar que, al mismo tiempo, son efectivas construcciones estéticas.

Las fotografías, los cadáveres exquisitos, los cómics o los grafitis tardaron mucho tiempo en ser considerados arte. En estos momentos, formas de expresión tan distintas como las canciones de trap, los hilos de Twitter o los memes están entrando en ese difícil territorio. Pero el meme plantea una dificultad teórica que no encontramos en otras manifestaciones culturales. ¿Puede ser arte una forma que, por su propia anatomía, no puede aspirar a la excelencia, que solamente pretende ser comunicación y contagio? Supongo que sí, si lo es un urinario desde hace ya un siglo.

Antes de continuar, tengo que confesar que no me gustan los memes. No los comparto, casi ni los recibo. Pero eso no importa, porque se han vuelto fundamentales en la comunicación contemporánea. Y la crítica cultural aspira a trascender los gustos propios y analizar los objetos de interés general.

Los memes constituyen un auténtico telón de fondo de nuestra época. Dice la investigadora y activista An Xiao Mina en Memes to Movements que son el “street art” de internet. Si el rap o el grafiti dieron expresión artística al malestar social de los años ochenta, muchos de los memes que se producen y consumen expresan el virtual del siglo XXI. Aunque haya sido convertido en un arma propagandística sobre todo por la derecha y la extrema derecha, su difusión ha alimentado la indignación y las protestas tanto de los aficionados al deporte como de los fans de series de televisión, tanto de los movimientos progresistas como de los conservadores. A todos nos une, para bien y sobre todo para mal, el poder imantador de los memes.

Ese poder radica en la formalización de una idea. En un diseño. En la selección de ciertas imágenes y su combinación con ciertas palabras. Es importante diseccionar su estética para entender su capacidad de penetración en nuestras mentes, que transforman en agentes de contagio. ¿Por qué esa artesanía tan precaria consigue secuestrar nuestra atención durante tres segundos y que pulsemos el botón de “compartir”? Porque apela a la dimensión más exportable de nosotros mismos.

En su contenido, los memes digitales apuntan a una diana con varios círculos concéntricos: el sexo, la comida, el humor, la pertenencia a una comunidad o la autorrealización. Su objetivo es la difusión masiva. No en vano son la evolución digital de lo que Richard Dawkins definió como meme en su libro clásico de 1976, El gen egoísta: las ideas virales, los conceptos que triunfan en las sociedades humanas y pasan a formar parte de la genética cultural.

Desde que en 1999 Susan Blackmore publicó The Meme Machine hasta que en 2013 llegó a nuestras librerías Memecracia. Los virales que nos gobiernan, de Delia Rodríguez, la literatura académica y de divulgación siguió y actualizó la teoría de Dawkins, llevándola a la lógica y la locura de internet. En la bibliografía más reciente sigue predominando una lectura sociológica, tecnológica y política; pero la aproximación estética se va abriendo camino.

En proyectos monográficos virtuales, como el brasileño Museu de Memes; en exposiciones de espectro más amplio, como la que ha comisariado Mery Cuesta este año para el Centro de Arte Dos de Mayo sobre Humor absurdo; o en festivales como el pionero Memefest, o el del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona con el mismo nombre, constatamos el interés global por pensar y representar esos artefactos mínimos y cotidianos en los ámbitos de la producción y el archivo del arte.

La forma de los memes es desconcertante y —por extraño que parezca— hipnótica. Primaria, amorfa, amateur. Un meme no puede ser, por su propia naturaleza, bello ni perfecto. Su estética incluye todo aquello que proscriben en principio las bellas artes: la fealdad, el reciclaje icónico, la falta de ortografía, el píxel. Aunque algunos pocos pervivan, la inmensa mayoría desaparece poco después de su entrada en el scalextric que conecta todas las pantallas. Tienen que ser tan aerodinámicos como un mosquito y tan vulgares como un mensaje de texto o el selfi de un amigo: para contagiar lo apuestan todo a una artesanía que se camufla entre los mensajes de la vida cotidiana.

Su confección recurre a lo más elemental de la lógica del collage: el corta y pega. Aunque existan creadores profesionales de memes y agencias de desinformación que los fabrican en cadena, cualquiera puede acceder a generadores (Memegenerator, Imgflip) o incluso dejar que los produzca un algoritmo (como el de This Meme Does Not Exist). El meme es la expresión mínima del remix. El epítome del hazlo tú mismo. La autoría de un meme, necesariamente compartido y variado en su trayecto vital, es colectiva. Tras leer uno impactante, a menudo nuestro inconsciente llega a la misma conclusión: qué bueno, lo podría haber hecho yo mismo, voy a reenviarlo.

Si bien millones de personas se pueden llegar a reír, simultáneamente, por el mismo meme, también grandes masas de población pueden decidir cambiar sus percepciones sobre la inmigración, un partido político o la violencia de género tras recibir esas viñetas de opinión, esas píldoras efímeras, esos chistes textovisuales.

La propia Sontag, en su célebre ensayo “Contra la interpretación”, escribe: “La mejor crítica, y no es frecuente, procede a disolver las consideraciones sobre el contenido en consideraciones sobre la forma”. La función de la crítica —añade— consiste en mostrar el cómo y el qué de la obra, no en interpretarla. Eso deberíamos hacer con los memes.

Los lectores tenemos que permanecer atentos ante ese nuevo ecosistema de la influencia y la atención. La crítica política de internet, donde todo pasa por una ingeniería y un diseño centrados en la experiencia del usuario, debe ser también estética. Los memes nos entran por los ojos. No lo olvidemos.

No podemos permitir que sean un monopolio de la ultraderecha, un vehículo para la transmisión de racismo, homofobia, machismo o teorías de la conspiración. Los medios de comunicación más responsables y serios y los proyectos políticos progresistas deberían poner en circulación sus propios memes. Y todos nosotros tendríamos que reflexionar críticamente durante unos segundos sobre el contenido que hemos recibido en nuestro teléfono antes de compartirlo. O, mejor aún, de preferir no hacerlo.

Tomado de: https://www.nytimes.com/es

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