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La élite chilena: una aberrante historia de privilegios y exclusión

Rostros de los más ricos de Chile

Por Jorge Molina Araneda

Es posible sostener que la historia de la élite se encuentra directamente asociada a la historia política del país, por lo menos hasta mediados del siglo XX. Dado que la producción chilena era básicamente agraria, el primer símbolo distintivo y excluyente en la sociedad se configuró en torno a la posesión de grandes extensiones de tierra. Poseer un latifundio era sinónimo de poder, en vista de que suponía que el dueño lideraba un ámbito de la producción de alimentos, dominaba a un número importante de inquilinos y, junto con ello, controlaba una parte del territorio nacional.

La figuración política de los miembros de este grupo privilegiado se produce solo cuando deciden organizarse formalmente para oponerse a las fracciones realistas y luchar por la independencia del país. Asumiendo de ahí en adelante las responsabilidades asociadas a su liderazgo, rápidamente adoptaron los mecanismos de dominación sumando el desempeño de cargos políticos: presidentes, ministros, parlamentarios, etc. Tanto el dinero como el poder fueron monopolizados por unos pocos en detrimento de los muchos; estos últimos al carecer de capital económico y de una instrucción educacional mayor, no tenían posibilidades de disputar estos recursos.

Considerando que en este período la mayoría de los chilenos se encontraba subordinado a la autoridad de un patrón, resulta factible suponer que la ejecución de estas prácticas obedeció a una estrategia planificada y orientada a fijar el control social en una minoría ilustrada.

Probablemente la calidad moral de la élite no hubiese sido tan respetada sino hubiera sido por su férreo apego a la religión católica y la rigurosa adopción de su doctrina. El matrimonio pasa a ser una de las responsabilidades centrales de las mujeres de esta cofradía, al ser el mecanismo de exclusión que se encuentra bajo su dominio. Si los hombres determinan quienes califican económica y políticamente para vincularse con ellos, las mujeres imponen sus criterios de selección para extender las redes familiares y así, velar por la pureza y distinción del clan. Utilizando la terminología de Bourdieu, es posible afirmar que el género masculino se encuentra encargado de la reproducción del capital económico, mientras que el femenino, procura transformarlo en capital cultural y social para sus hijos, mediante el reconocimiento y la valoración de los símbolos distintivos del mayor estatus y prestigio social.

En 1938 la elección del primer presidente radical marcó el inicio de la decadencia política de la élite, al posicionar la lucha contra la pobreza y las desigualdades sociales como eje central de su gobierno. Así, los esfuerzos de este “selecto grupo” por contrarrestar la efervescencia popular fueron insuficientes y no pudieron contra la Reforma Agraria, que esperaba redistribuir las tierras productivas del país. La irrupción social fue de tal envergadura que tampoco pudo evitar la toma de sus principales empresas, ni el que una fracción de la Iglesia Católica se volviera en su contra. Al sentirse injustamente atacada, la élite se retiró de la vida pública y decidió dedicarse plenamente a sus actividades e intereses privados. Siendo la formación espiritual y académica de sus hijos una de sus principales preocupaciones, se afilió a congregaciones católicas más conservadoras como el Opus Dei y los Legionarios de Cristo para confiarles la tutela de su descendencia.

La concentración de los hijos de la élite en establecimientos educacionales dirigidos por estos movimientos ha significado el desplazamiento de un conjunto de colegios que tradicionalmente habían formado a los líderes políticos y económicos de Chile. Actualmente ningún integrante de la élite corporativa, menor de cuarenta años ha estudiado en el Instituto Nacional, ni ha matriculado a sus hijos en este liceo de excelencia. Los nuevos colegios de la élite han ganado cada vez más credibilidad y prestigio social, en vista de que, “entre los líderes egresados de los colegios ‘Ivy league’ chilenos, cinco de cada diez líderes provienen de colegios de iglesia o pertenecientes a movimientos religiosos para el caso de los mayores de 60 años, cifra que aumentó a siete de cada diez para los de entre 40 y 60 años, para disminuir levemente a 6,2 de cada diez en los menores de 40” (Revista Capital).

Los nuevos colegios en los que se educan sus hijos no solo son funcionales a las expectativas formativas de sus padres, sino que además se constituyen como espacios de socialización que permiten incrementar y desplegar el capital social de este grupo. Así, la familiaridad que provee este entorno facilita la socialización temprana de los niños en las lógicas de pensamiento y los modos de conducta propios de la élite, a su vez que refuerza las redes sociales que posteriormente pueden llegar a traducirse en una contratación o un matrimonio. Desde este punto de vista, no habría porqué suponer que la composición de este segmento social y sus mecanismos de distinción han variado de forma sustantiva en el tiempo.

El supuesto bajo perfil que cultiva la élite en la actualidad no se debe a una pérdida de su capacidad de dominio, sino más bien a un nuevo modo de resguardar sus intereses y su integridad moral. Su invisibilización ha sido favorable al despliegue de sus prácticas excluyentes que, al no ser denunciadas, los libran de las críticas y de la sobreexposición que generan y que tanto daño le hicieron en el pasado, al cuestionar su ejercicio del poder, imponiéndose ahora más bien por la concentración del capital, la manipulación mediática y los conocimientos expertos.

Por otra parte, Chile suma 120 años de desigualdad extrema y es uno de los países con más diferencias socioeconómicas de América Latina, alertó un prestigioso informe difundido por la Escuela de Economía de París este martes 7 de diciembre. El estudio, encabezado por el World Inequality Lab -dependiente de la institución académica-, señaló que la mitad de la población con menos recursos acumula una riqueza aproximada al 0 por ciento del total, mientras que el 1 por ciento más rico posee casi la mitad de ella (49,6 por ciento). De hecho, la riqueza acumulada del 50 por ciento menos rico es negativa, del -0,6 por ciento, por la cantidad de población endeudada en este sector, agregó el centro de investigación.

«El país es uno de los más desiguales en América Latina con niveles comparables a la desigualdad de Brasil«, apuntó el documento, coordinado por varios economistas emblemáticos entre los que destacan Thomas Piketty y Gabriel Zucman.

En cuanto a los ingresos, la mitad de la población más pobre acumula el 10 por ciento, mientras que el decil más rico aglutina un 60 por ciento y el 1 por ciento más pudiente acumula el 26,5 por ciento de las entradas. El ingreso laboral femenino es el 38 por ciento del total, lo que implica un «significativo descenso» de la desigualdad en los últimos 30 años y se acerca a otros países vecinos como Argentina (37 por ciento) o Brasil (38 por ciento). Sin embargo, el 10 por ciento superior (grupos millonarios) gana casi 30 veces más que el resto de la población, lo que equivale a una cifra de 82,9 millones de pesos.

La desigualdad en Chile ha sido extrema en los últimos 120 años, incluso después del fin de la dictadura militar de Augusto Pinochet (1973-1990), lo que provocó (en 2019) una ola de protestas sociales, señaló el estudio. Chile es, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), uno de los países más desiguales de la región -solo por detrás de Costa Rica-. La mitad de la población con menos recursos acumula una riqueza aproximada al 0 por ciento del total, mientras que el 1 por ciento más rico posee casi la mitad de ella.

Pierre Bourdieu en su Los estudiantes y la cultura (1964), masivamente conocido como Los Herederos, señaló, entre otras cosas, que la educación francesa produce y reproduce el privilegio, por lo tanto, la meritocracia es solo una ilusión. En diciembre de 2016, Seth Zimmerman, economista de Yale y profesor de la facultad de negocios de la Universidad de Chicago, publicó en el National Bureau of Economic Research una investigación en que queda al desnudo el mito de la meritocracia en nuestro país.

El estudio muestra que en Chile, asistir a una universidad de élite aumenta las probabilidades de una persona de ascender a puestos de alta dirección en las grandes empresas e ingresar al grupo del 0.1% más rico, pero solo teniendo como prerrequisitos el haber asistido a uno de los ocho colegios privados más exclusivos antes de la universidad.

En otras palabras, una educación de élite sólo sirve para amplificar unos orígenes de élite. El estudio reconoce que las personas procedentes de entornos desfavorecidos se benefician al recibir una buena educación, pero por regla general en Chile no ascienden tan alto como sus homólogos privilegiados.

Para mayor abundamiento, ingresar a Derecho, Ingeniería Comercial o Ingeniería Civil en la Universidad de Chile o en la Pontificia Universidad Católica (PUC) mejora notablemente las posibilidades de llegar a la élite empresarial y económica. Esa probabilidad se incrementa aún más si estas personas fueron estudiantes del St. George, The Grange School, El Verbo Divino, Colegio Manquehue, Tabancura, San Ignacio y el Craighouse.

Asimismo, el estudio revela que los ingresos promedio de los egresados de esas tres carreras de la PUC y la Universidad de Chile son de aproximadamente US$ 79.000 al año. De acuerdo al diario La Tercera (2018): “Con el 0,3% de los alumnos totales del sistema, los egresados del Instituto Nacional coparon el 10% de los programas universitarios de élite, pero luego obtuvieron sólo el 7% de las posiciones de liderazgo (gerencias y directorios) en las principales empresas chilenas. Los egresados de colegios privados de élite representaron el 0,5% del total de estudiantes y se llevaron el 19% de los cupos universitarios de excelencia. La gran diferencia vino después: ellos acapararon ¡el 53%! de los 3.759 altos puestos directivos considerados”.

Amén a lo anterior, un estudio del sociólogo de la Universidad Católica Sebastián Madrid, de 2016, expuso las prácticas que son habituales al interior de los colegios de élite. Para eso entrevistó a exestudiantes de 18 colegios de élite ubicados en cuatro comunas del sector oriente de Santiago. Aunque son muy homogéneos en cuanto al nivel socioeconómico de sus alumnos, el estudio identifica tres tipos de colegios de élite en Chile: los fundados por congregaciones católicas tradicionales (Jesuitas, Padres Franceses y Holy Cross); los influidos por los nuevos movimientos católicos (Legionarios de Cristo, Opus Dei y Schoenstatt) y los fundados por inmigrantes, siendo los más influyentes los anglosajones.

“Deliberadamente seleccionan a ‘iguales’ y se establecen redes de contacto activas basadas en amistad y parentesco“, afirma el estudio, que califica este hecho como una “endogamia particular”. Los principales cedazos son los altos aranceles que cobran, que pueden llegar hasta US$20 mil por estudiante al año (con matrícula, cuota de incorporación y mensualidad). La cifra supera el ingreso per cápita de Chile y es casi cinco veces el salario mínimo de un año. Ninguno entrega becas. Además, casi todos (90%) seleccionan también por habilidades cognitivas, a través de pruebas. Según el estudio, ésta sería “una forma de asegurarse a los estudiantes más fáciles de educar“. Sin embargo, advierte que, pese a que figuran en los rankings nacionales, en las pruebas internacionales como PISA obtienen resultados mucho más bajos que alumnos de similares condiciones de la OCDE, y en Latinoamérica solo superan a los estudiantes de la élite peruana.

Al estar en contacto principalmente con personas iguales, estos estudiantes tendrían un “aislamiento” del resto de la sociedad, una especia de burbuja, y para la mayoría “la universidad es el momento en que la sociedad emerge frente a ellos“.

Ortega y Gasset siempre creyó que la sociedad se fundaba en un proyecto colectivo a futuro; ergo, qué clase de inclusión y sociedad democrática pretendemos construir, si a la luz de lo ya expuesto continuaremos viviendo en una sociedad segregada, en que algunas de las principales herramientas de socialización, como son los colegios y algunas universidades top, pertenecen de forma casi exclusiva a la élite endogámica de este país.

El concepto de “fórmula política” esgrimido por Gaetano Mosca en su trabajo sobre las elites en el poder, permite comprender cómo sus mecanismos de dominio penetran en los espacios más íntimos de las personas, logrando convencerlas de que sus líderes están en lo cierto y que, por ende, son merecedores de todos sus privilegios. Los argumentos que suelen generar este efecto en la población tienden a aferrarse a ideologías y a hitos históricos que exaltan los valores y la integridad moral de los miembros de la minoría. De ello se desprende que algunas corrientes religiosas sean funcionales a los intereses de la élite, en la medida que permiten justificar las desigualdades, a partir de la convicción de que la vida terrenal es un pasaje acotado de sus vidas, siendo la vida espiritual el espacio en el que se revierten las desigualdades y se extienden los privilegios.

Así, es muy probable que las cúpulas elitarias no solo estén compuestas por líderes políticos y económicos, sino que también se materialicen en figuras eclesiásticas. De acuerdo a Mosca, “en las sociedades donde las creencias religiosas tienen mucha fuerza y los ministros del culto forman una clase especial, se constituye casi siempre una aristocracia sacerdotal, que obtiene una parte más o menos grande de la riqueza y del poder político. Los sacerdotes, además de cumplir con los oficios religiosos, poseían también conocimientos jurídicos y científicos y representaron a la clase intelectualmente más elevada”. En consecuencia, es posible sostener que dogmas como el cristianismo se posicionan como mecanismos idóneos para promover la legitimación de la élite.

Esta apreciación es compartida por Charles Wright Mills al sostener que, “las personas que gozan de ventajas se resisten a creer que ellas son por casualidad personas que gozan de ventajas, y se inclinan a definirse a sí mismas como personas naturalmente dignas de lo que poseen, y a considerarse como una élite natural, y, en realidad, a imaginarse sus riquezas y privilegios como ampliaciones naturales de sus personalidades selectas. En este sentido, la idea de la élite como compuesta de hombres y mujeres que tienen un carácter moral más exquisito constituye una ideología de élite en cuanto estrato gobernante privilegiado, y ello es así ya sea esa ideología obra de la élite misma o de otros”.

Los argumentos presentados por ambos autores permiten comprender el protagonismo social de la élite como el resultado de dos procesos simultáneos; por un lado, su autoconvencimiento de constituir un grupo virtuoso, y por el otro, el refuerzo popular de esta creencia, a través de la convicción de que sus miembros son los únicos capaces de asumir las responsabilidades de gobierno. Si tradicionalmente estos procesos se expresaron mediante la creencia en la investidura divina de los soberanos y de los nobles, actualmente tienden a materializarse en los tecnócratas moralmente intachables.

Considerando que en Chile la educación de mejor calidad se encuentra en manos de instituciones privadas y que no existe un establecimiento de educación superior gratuita, es posible sostener que esta reorientación valórica ha contribuido a reforzar las diferencias sociales entre la élite y el resto de la población. De esta manera, el poder de la élite tiende a reproducirse circularmente porque si la mayor posesión de capital económico permite acceder a la mejor formación académica y ésta, a su vez, es premiada con los puestos de trabajo de mayores responsabilidades e ingresos, no es de extrañar que sus cuotas de poder se mantengan o que incluso, hayan aumentado en el último tiempo.

Los niveles de endogamia y las estrechas relaciones familiares entre los dueños y los altos ejecutivos de las mayores empresas, bancos y corporaciones agrarias del país, parecen probar este supuesto, en la medida que, el valor de los apellidos y la familiaridad siguen siendo criterios relevantes al momento de realizar una contratación o ampliar las redes de poder y parentesco.

Junto con ello, la persistencia de una moral extremadamente católica y un modo de vida rigurosamente conservador, permiten sostener que los modos de distinción de la élite criolla, siguen operando conforme a la lógica del período colonial. El autoconvencimiento de los miembros de este “selecto” grupo respecto de su superioridad moral es el principal argumento para fundamentar sus privilegios. Distinguirse en términos morales tiene implicancias que superan las meras consideraciones valóricas, ya que equivale a un medio que justifica las desigualdades materiales en la sociedad. Ser “moralmente mejor”, otorga el derecho a acceder a la mejor educación y a las mejores ocupaciones, junto con posibilitar las mayores recompensas económicas y todos los beneficios asociados a este estilo de vida.

Ahora bien, la aceptación generalizada de estas diferencias se basa en la legitimidad social con la que cuenta la élite por sus facultades de dominio que, a su vez, son movilizadas para reforzar las diferencias sociales y en consecuencia, distinguir entre semejantes e inferiores, y que estos últimos acríticamente acepten esta aberración como fidedigna.

Tomado de: América Latina en movimiento

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Más ricos en la pandemia

Por Pasqualina Curcio @pasquicurcio

Si el mundo está en recesión como consecuencia de la pandemia, es decir, que en 2020 se produjo 3,5% menos con respecto al 2019 (la torta es más pequeña) pero a pesar de ello, los ricos se hicieron más ricos, entonces, sin echar muchos números podemos deducir que, los pobres se hicieron más pobres, lo cual no debería sorprendernos, por el contrario, la desigual distribución de la producción es lo que caracteriza a un sistema económico, social y político como el que predomina en los casi 195 países miembros de la ONU. Nos referimos al capitalismo, ese mismo que algunos dicen que es “exitoso” y que es el modelo a seguir, aunque se base en la explotación del hombre por el hombre generando hambre, pobreza y miseria.

Según el informe sobre la riqueza global publicado en junio de 2021 por el Instituto de Investigaciones Credit Suisse, en 2020 la riqueza aumentó 7,4% (lo que representa US$ 28.716.000.000.000) a pesar de que la producción cayó. Adicionalmente, se lee en el mencionado informe que la desigualdad de la distribución de dicha riqueza entre individuos fue “significativamente mayor que la registrada en cualquier año de este siglo”. En cuanto a regiones, EEUU y Canadá registraron el mayor incremento de riqueza, 12,4%, Europa 9,2% mientras que, China, 4,4%. Por su parte, en la India disminuyó 4,4% y en América Latina y el Caribe cayó 11,4%.

Una de las principales causas del aumento de la riqueza de los ya ricos se debe al crecimiento de los mercados bursátiles, los cuales han sido protegidos por los Estados burgueses que contraviniendo sus propias teorías y discursos monetaristas han aumentado 6% la masa monetaria con respecto al tamaño de sus economías (según datos del Banco Mundial, en 2019 la masa monetaria en el mundo con respecto al PIB era 126%, en 2020 fue 133%). Esta mayor cantidad de dinero no se destinó a proteger a los pueblos trabajadores, sino que fue canalizada a las bolsas de valores para salvar a los grandes capitales ante el eventual desplome del valor de sus acciones.

Los aumentos de la riqueza en manos de billonarios se registraron mientras la Organización Mundial del Trabajo informaba la pérdida de más de 140 millones de empleos durante el 2020, la peor crisis laboral en un siglo, y mientras OXFAM alertaba que “las muertes por hambre superaron a las provocadas por el virus. Las estimaciones apuntan a que, probablemente, 11 personas estén muriendo cada minuto a causa del hambre extrema provocada por la combinación letal de los conflictos, la Covid-19, y la crisis climática. Este ritmo superaría la actual tasa de mortalidad de la pandemia, que es de siete personas por minuto.”

Gabriela Bucher, directora ejecutiva de Oxfam Internacional, afirmó: “Hemos presenciado el mayor aumento de la desigualdad desde que hay registro. La profunda brecha entre ricos y pobres ha demostrado ser tan letal como el propio virus.”

En el informe “Pobreza y prosperidad compartida 2020: Un cambio de suerte” publicado por el Banco Mundial se lee: “las pérdidas de empleo y las situaciones de privación derivadas de la pandemia en todo el mundo están golpeando gravemente a personas que ya son pobres y vulnerables, pero, al mismo tiempo, están modificando parcialmente el perfil de la pobreza mundial al generar millones de ´nuevos pobres´.” Según el mismo informe, se prevé que, como consecuencia de la Covid-19, de los conflictos armados y del cambio climático, 501 millones de personas se sumarán a las estadísticas de pobreza extrema y “vivirán” con menos de 5,50 dólares diarios en 2030, lo que implicará que los niveles de pobreza mundial en 2030 superarían los niveles anteriores a la pandemia, con 3400 millones de personas viviendo con menos de 5,50 dólares diarios.

El caso estadounidense, país sin lugar a duda capitalista y para nada socialista, es el más indignante ante los ojos de una humanidad que sufre el azote del coronavirus. Según la Revista Forbes, en 17 meses de pandemia, desde marzo 2020 hasta agosto 2021, los ricos de ese país vieron aumentar 61,7% su riqueza lo cual equivale a 1,8 billones de dólares, ésta pasó de 2,9 a 4,7 billones en un contexto en el que la producción nacional cayó 3,4% en 2020.

Jeff Bezos, dueño de Amazon, encabeza la lista de los billonarios en EEUU, su riqueza pasó de US$ 113.000 a US$ 187.994 millones, aumentó 66,4%. Le sigue Elon Musk de Tesla y SpaceX, cuya riqueza se incrementó 612,8% durante estos 17 meses pasando de US$ 24,6 a US$ 175.361 millones. De tercero en la lista está Bill Gates de Microsoft cuya riqueza aumentó 33,3% pasando de US$ 98.000 a US$ 130.617 millones. Mark Zuckerberg, el de Facebook, incrementó 135,7% su riqueza, de US$ 54.700 a US$ 128.936 millones, solo por mencionar algunos. De paso, estos billonarios ni siquiera pagan impuestos. Según el informe “Bonanza multimillonaria durante la pandemia” publicado por el portal Inequality.org, los 25 mayores billonarios de EEUU pagaron en promedio solo el 3.4% de su crecimiento de la riqueza en impuestos sobre la renta, varios han estado años sin ni siquiera pagar esos impuestos. De hecho, la tasa impositiva aplicada para el crecimiento de la riqueza (20%) es menor que la que pagan los trabajadores sobre su salario (37%), como suele ser en un sistema capitalista donde siempre y por distintas vías se privilegia y dan concesiones a la burguesía.

Los últimos 31 años, los ricos no han dejado de acumular riqueza en EEUU, ésta ha aumentado 19 veces (Inequality.org). Obviamente tienen tiempo acumulando, pero lo que se está observando en plena pandemia es inaceptable: un tercio de todo el crecimiento de la riqueza de los billonarios estadounidenses durante los últimos 31 años se produjo estos 17 meses.

Mientras el 1% de los estadounidenses ve crecer su fortuna, más de 86 millones de trabajadores han perdido sus trabajos, casi 41 millones se han enfermado por el virus y más de 670.000 han muerto a causa de él. Los ingresos laborales de los trabajadores del sector privado disminuyeron casi un 3% en términos reales desde mediados de marzo 2020 hasta mediados de enero 2021. Alrededor de 12 millones de trabajadores perdieron el seguro médico. Entre el 20 de enero y el 20 de febrero de 2021, 24 millones de personas informaron que en su hogar no habían tenido suficiente comida durante la última semana. Entre 7 y 11 millones de niños viven en un hogar donde no comen lo suficiente porque no pueden alimentarlos por completo y 1 de cada 5 inquilinos, está atrasado ​​en el pago de la renta de sus viviendas (Inequality.org).

Durante décadas han querido hacernos creer que el socialismo es un fracaso, que genera hambre, miseria y pobreza. Sin embargo, todo lo aquí mencionado está hecho en capitalismo, así que mal pudiese afirmarse que ha sido el socialismo, siempre asediado, saboteado y contenido por el poder imperial, el que ha fracasado para garantizar el buen vivir a la humanidad.

El hambre, la miseria y la pobreza en la que hoy vive la mayoría de la población mundial es exclusiva responsabilidad del capitalismo. La pandemia de este siglo se ha dado a la tarea de dejarlo en evidencia.

Tomado de: Alainet

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El negocio

Tomas (Italia)

Por David Brooks

Al marcarse el primer aniversario oficial de la pandemia en Estados Unidos más de medio millón de personas han perecido por el virus, millones se quedaron desempleados, otros millones más perdieron sus hogares, sus comercios y sus ahorros, se incrementó el hambre, sobre todo entre niños, lo anterior mientras la riqueza combinada de los 664 estadunidenses más ricos se incrementó en 44 por ciento. La noticia más básica para entender la coyuntura en Estados Unidos es ésta: los ultraricos se hicieron más ricos mientras las mayorías pasaron el año más difícil y trágico en décadas.

Durante la peor pandemia en un siglo en Estados Unidos y tal vez la peor crisis económica desde la Gran Depresión, los 664 multimillonarios (aquellos con fortunas mayores a mil millones) del país gozaron un incremento de 1.3 billones de dólares en sus fortunas combinadas en los últimos 12 meses para acumular un total 4.3 billones de dólares, según los análisis del proyecto inequality.org del Institute for Policy Studies.

Para los dueños de empresas privadas de salud –farmacéuticas hospitales, biotecnología, etcétera– la pandemia ha sido un negociazo. Las fortunas de 27 de los multimillonarios estadunidenses provienen de ese sector, y uno de ellos, la familia Thomas Frist, los accionistas más grandes de la cadena de hospitales HCA, vieron su fortuna personal duplicarse de 7.5 mil millones de dólares a 15.6 mil millones de dólares entre marzo del año pasado y ahora.

Nueve multimillonarios en el sector tecnológico ganaron más de 360 mil millones de dólares durante la pandemia, reporta el Washington Post. “En mi opinión, no podemos tolerar más que multimillonarios como Jeff Bezos, Mark Zuckerberg y Elon Musk se vuelvan obscenamente ricos en momentos de dolor y sufrimiento económico sin precedente”, comentó el senador Bernie Sanders al Post.

La familia Walton, dueños de Wal-Mart, es la más rica del país con una fortuna combinada de más de 200 mil millones de dólares –incluyendo 50 mil millones de dólares que ganaron durante la pandemia– equivalente a la riqueza combinada de 40 por ciento de la población más pobre del país. Más de la mitad de sus trabajadores han reportado que sus familias han batallado con el hambre, pero la empresa rechaza elevar el salario mínimo de sus trabajadores.

No están solos: un intento este mes en el Senado para aprobar un incremento del salario mínimo federal de 7.25/hora a 15 dólares, lo cual beneficiaría a más de 32 millones de trabajadores, fracasó con ocho demócratas sumándose a 50 republicanos para derrotar la iniciativa. Casi dos tercios de los senadores (incluyendo los demócratas que votaron en contra de esta iniciativa) son millonarios, según el Center for Responsive Politics.

El sistema ha funcionado perfectamente bien, para los más ricos. Más aún, tanto en la actual crisis económica como la anterior (las dos están relacionadas) en 2008 cuando la avaricia sistémica ha llevado al sistema al borde del colapso, el gobierno ha intervenido para subsidiar y rescatar a empresas emborrachadas de poder en lo que algunos han llamado “socialismo para los ricos, capitalismo salvaje para los demás”.

Ahora es revelador que la clase empresarial –con algunas excepciones– no se opuso al masivo paquete de 1.9 billones de dólares para el rescate económico promulgado por Joe Biden la semana pasada. Algunos ricos entienden que no hay negocio cuando los consumidores no tienen con qué comprar o pagar sus cuentas. El programa federal de rescate económico es calificado como uno de los mayores de la historia moderna de Estados Unidos, pero su valor total es sólo poco más que el incremento en la riqueza de los 664 multimillonarios en el último año.

Sin embargo, como señalan por separado los intelectuales liberales Joseph Stiglitz y Robert Reich, este nuevo paquete por primera vez en décadas reconoce que el gobierno tiene una responsabilidad con el bienestar social básico de las mayorías y podría marcar el fin de la era neoliberal introducida por Ronald Reagan en 1980. Tal vez, pero por ahora esta tragedia para millones sigue siendo un gran negocio para unos cuantos.

Tomado de: La Jornada

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¿Cuántos pobres se necesitan para hacer un rico?

Agim Sulaj (Italia)

Por Alejandro Marcó del Pont @Eltabanoeconomi

La pregunta con la que abre este texto es un tanto complicada. Responderla no es lineal como fue el caso de otro artículo, «Las dimensiones del infierno» (1). En ese momento equiparé el mundo y sus pobres con el averno, por lo que las dimensiones se limitaban a la tierra. Un poco más complejo le resultó a Galileo, debo reconocer, cuando la Iglesia le solicitó las magnitudes del inframundo para precisar cuántos demonios podía albergar.

La solución es compleja, decía, porque más allá de la estrechez de los datos hay que tomarlos con gran cautela. Por ejemplo, si lo restringimos a las personas que viven con menos de un U$S 1 por día habría 1.000 millones de pobres en el mundo; con menos de U$S 2, unos 2.800 millones y con menos de U$S 2.5, sería pobre la mitad de la población mundial, 3.700 millones. Así que, acompañando el último dato, necesitaríamos 1.687.853 personas sentenciadas a la miseria para producir un rico en el mundo. Para entrar en la lista de 2208 multimillonarios de Forbes es necesarios tener al menos U$S 1.000 Millones.

Pero no todos los países son homogéneos en su producción de opulencia. Consideremos a Brasil. El gigante sudamericano tiene 41 multimillonarios (con unos U$S 175 MM) y gracias a las gestiones del gobierno golpista de M. Temer, los pobres rondan los 52 millones, el 25.4% de su población. Es decir, que para generar un rico en Brasil necesitan condenar a la pobreza a 1.238.095 personas.

Si el caso fuera la Argentina, que según Forbes tiene 9 multimillonarios (U$S 15.6 MM), las cifras difundidas por el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA) nos dicen que hay 13.2 millones de personas en condición de pobreza, el 33.6% de la población. Estos números nos llevan a constatar que el índice productor de opulencia (IPO) es de 1.466.666 personas, relación que, intuitivamente, nos conduce a pensar que la distribución del ingreso en la Argentina es más conveniente que en Brasil, porque se necesitan sacrificar más personas a la miseria para crear un rico (¿o somos menos productivos?).

Unos 600 millones de jóvenes en el mundo actualmente no trabajan, no estudian ni participa en ningún programa de formación. De los mil millones de jóvenes que entrarán en el mercado laboral en la próxima década, se prevé que sólo 40 por ciento logrará encontrar un empleo disponible. Pero, extrañamente, 218 millones de niños de 5 a 17 años están ocupados en la producción económica mundial, en África uno de cada cinco, en América uno de cada diecinueve. Aparentemente el problema necesita otro abordaje.

Si vemos los datos de Forbes acerca del crecimiento de multimillonarios a lo largo de los últimos dieciocho años notaremos que la mayor aceleración se encuentra después del colapso económico del 2008. Y sorprende el reparto sectorial del incremento de riqueza. Por ejemplo, en Brasil, de los 41 multimillonarios que tiene, hay once que guardan relación con las finanzas (U$S 57.6MM). Es decir, que en la distribución de riqueza casi el 40% de los ricos de Brasil son banqueros o cerveceros (productores de cerveza U$S 56.6MM).

Al parecer el contrato social de la posguerra se rompió, “se sabía que unos, los más favorecidos, se quedarían con la parte más grande de la torta, pero a cambio los otros, la mayoría, tendrían trabajo asegurado, cobrarían salarios crecientes, estarían protegidos frente a la adversidad y la debilidad, e irían poco a poco hacia arriba en la escala social. Un porcentaje de esa mayoría, incluso, traspasaría la frontera social imaginaria y llegaría a formar parte de los de arriba: la clase media ascendente” (https://goo.gl/9j9WhP).

La prosperidad económica desde los ochenta ha aumentado, pero el bienestar de la mayoría no, al menos así se expresa en las encuestas mundiales (https://goo.gl/v3mFwp). La ruptura del contrato social generó mayor desigualdad, se fracturó el pacto generacional, lo que se dio en llamar la curva del Gran Gatsby, que explica que las oportunidades de los descendientes de una persona dependen mucho más de la situación socio­económica de sus antecesores que del esfuerzo personal propio. Y la democracia es instrumental, es buena si me soluciona los problemas, cualquiera de estas realidades no fue siempre así.

Tenemos una gran capacidad para innovar los nombres de lo que no podemos modificar, o refinarla, como el insumo pobreza para generar un rico. La pobreza es multidimensional, está ligada con la salud, la educación, las condiciones de vida (gas, luz, agua potable, cloacas, transporte, etc), según la definición del Índice Multidimensional de Pobreza del PNUD, que contiene, a su vez, la desigualdad del ingreso, indicador que ha dejado pasmado al mundo por su concentración durante los últimos 10 años.

De igual modo, no nos olvidamos que hemos innovado, ya que según el Banco Mundial la pobreza extrema se mide con U$S 1.90 por día, otra cifra por encima de esta produciría pobres, pero menos extremos. Lo cierto es que, si tomáramos este dato para Argentina, y para un integrante de la canasta básica alimentaria (CBA), daría unos U$S 2.20 por día, los datos serían ostensiblemente mayores a los BM (https://goo.gl/6xfj6K).

Es cierto que, ante el crecimiento de la población mundial, la pobreza ha disminuido, pero también es cierto que vivimos peor. En el año 2005, la ONG Oxfam en su informe anual, y dando cuenta de la gravedad de la desigualdad mundial, anunciaba que el 1% de los más ricos del planeta se quedaba con el 48% de la riqueza mundial. Vaticinaba con profunda preocupación predicciones siniestras donde en el año 2016 el 1% de los ricos se almacenarían el 50% de la riqueza y el 2019 podrían llegar a la impensable cifra de 54%. Las peores profecías se quedaron cortas, en el 2017 el 1% de los más ricos se apoderó del 82% de la riqueza mundial.

No crean que es el peor de los datos, la mitad de la población mundial, 3.700 millones de personas, no se benefició en nada, “0”, de la riqueza generada. Desde el 2010 las ganancias de los ricos aumentaron a una tasa del 13%, mientras que los sueldos lo hacen al 2%. Sólo en el 2017 la riqueza de los multimillonarios se incrementó en U$S 762.000 millones, cifra que sería suficiente para terminar seis veces con la pobreza extrema.

Sólo ocho personas poseen la misma riqueza que la mitad más pobre del mundo, 3.700 millones; la relación aquí sería 462.500.000 de miserables para generar un rico. No es sólo la diferencia desmedida de la riqueza lo que ha provocado esta perpetua degradación, sino el empobrecimiento colectivo, ciudades arruinadas, pueblos abnegados, escuelas destruidas, hospitales destrozados, desempleo juvenil, fracaso colectivo de la voluntad, y todo es austeridad, ahorro, abstinencia, privación debido ¿a qué? Desde mucho antes convivimos con la sobriedad y lo único que generamos fue una mayor tasa de crecimiento de la riqueza para los más ricos.

Toleramos sumisamente aumentos de los combustibles, de los servicios, aceptamos tener una mala salud, una pésima educación, que se interrumpa la movilidad intergeneracional, la depresión, el alcoholismo, el juego, la falta de futuro. Y en el mismo rumbo, admiramos a los ricos, naturalizamos la desigualdad. “Esta disposición a admirar, y casi a idolatrar, a los ricos y poderosos, y a despreciar o, como mínimo, ignorar a las personas pobres y de condición humilde […] [es] la principal y más extendida causa de corrupción de nuestros sentimientos morales” (Adam Smith; Teoría de los Sentimientos Morales).

Nos hemos vuelto insensibles a los costes humanos de políticas sociales en apariencia racionales. Ser receptor de asistencia pública, tanto en forma de ayuda para los hijos, bolsas de alimento, seguro de desempleo, o de cualquier otro tipo se transformó en una marca de Caín: un signo de fracaso personal, la muestra de que, de alguna forma, esa persona se había escurrido por las grietas de la sociedad. Se equiparán a políticas de caridad del siglo XIX que, durante 150 años, la humanidad trató de abolir por degradantes y hoy estamos en el mismo punto.

Devolver el orgullo y la autoestima a los perdedores de la sociedad fue una plataforma central de las reformas sociales que marcaron el progreso del siglo XX. Hoy las hemos perdido por poco. No importa la cantidad de pobres para crear un rico, importa que estamos llenos de pobres con lentes de opulencia.

Tomado de: El tábano economista

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