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Fernando Buen Abad: El cine tiene que interpelarse (II parte y final)

Foto Flor de Paz

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

Para Ambrosio Fornet

Fernando Buen Abad, en esta segunda parte de la entrevista, asume responder dispares interrogaciones y problemáticas nada ajenas a los desafíos del cine cubano y universal. Asuntos que convergen en torno a la comunicación y a los símbolos como herramientas del trabajo intelectual, la praxis del debate y las urgencias temáticas que distinguen al cine contemporáneo. Desmenuza en claves concretas, los usos de métodos científicos en la edificación de contenidos o la integración de filósofos en los equipos de realización cinematográfica.

El capital simbólico y las políticas culturales en Nuestra América, la lectura y la construcción del gusto, son también capítulos abordados en este dialogo, fruto del análisis, las lecturas y las prácticas culturales. Todo un empeño para compartir la sabiduría de un hombre moral.

—Apelamos reiteradamente nosotros, los de izquierda, en nuestras escaladas comunicacionales a las consignas, a las frases hechas, ¿le parece un recurso eficaz para el abordaje de las ideas y para la comprensión de los complejos procesos culturales, políticos, sociales, económicos?

Susana, la película de Luis Buñuel, por ejemplo, que tiene varios nombres según los países, este realizador usa un cliché, un estereotipo del melodrama para desarmar toda la moral burguesa y reírse de ella de manera irónica. Creo que es como si usted va al dentista y le dicen: “¿qué cantidad de anestesia le ponemos para actuar sobre su dentadura?” Pues, depende de la ubicación de la muela si se necesita una aguja larga o más o menos líquido. Y, quizás, si es algo menor, ni requiera la anestesia. Entonces, saber qué elementos tienen la fuerza, depende del escenario, de las condiciones reales en que vamos a dar la batalla simbólica.

“En las conversaciones de familia, charlando sobre los problemas del país, la política, etcétera, uno lo habla en tono coloquial, familiar, cercano, cálido, se esmera en hacerse entender y en construir algún tipo de consenso. Difícilmente usted terminará una conversación coloquial de familia diciendo: “Patria o Muerte, Venceremos”, salvo que fuera necesario, pero ese es el criterio.

“¿Cuál es el propósito de la interlocución que se establece? Depende de si el destinatario necesita un grito de barricada, si es preciso exhibir las armas, mostrar los uniformes, la estrategia, la táctica, el avance, los éxitos. O si vamos al intimismo y reflexionamos. El mundo está tapizado de padecimientos de todo tipo y podríamos hacer algo solidario, pues nos apuramos todos en algún tipo de actividad u organización, etcétera.

“Entonces, yo no desprecio así a ultranza la presencia de los enunciados duros, incluso de las frases hechas, solamente no quisiera que fueran sólo frases hechas porque sí, o que por simplismo, facilismo, ignorancia, inmediatez, o yo no sé cuántos vicios narrativos rehúya a esforzarme por respetar la inteligencia de aquel con el que yo tengo una interlocución y quiera resolver todo diciéndole: `Si no conoces mi consigna estás fuera del mapa´, como tantas veces pasa”.

—Usted plantea la necesidad de construir un capital simbólico. Desde mi percepción, en Cuba, apelamos, de manera reiterada, a la consigna, y detrás de esa reiteración lo que aflora es, tal vez, el desconocimiento o la no evaluación de otros recursos comunicacionales que logran los mismos objetivos. Se avistan reacciones en la sociedad cubana hoy, a la consigna colmada por la saturación, y la saturación, usted lo sabe como experto en comunicación, genera rechazo.

—Sí.

—Rechazar la consigna por la saturación no se traduce en que usted no comparta los pilares que la sustentan, y es que la saturación la mancha.

—Sobre todo si la saturación, si la consigna se usa para eclipsar lo serio del malestar. Esta es una ecuación que hemos visto durísimo en la Argentina, mientras la gente está descontenta por la inflación que les está asfixiando el salario, porque hay problemas que vienen acumulados desde hace mucho tiempo, etcétera, la consigna política no puede venir a ser sustituto de ese malestar que exige un diálogo, que exige respuestas, que exige soluciones, y que sin ser el enemigo un buen día dices: “Bueno, es que no me escuchas cada vez que te digo hay hambre, hay carestía, hay especulación, hay maltrato, hay autoritarismo, y tú me sales con que Viva San Martín. Sigo diciendo, viva San Martín pero a ti ya no te creo.

Foto Flor de Paz

—El intelectual cubano, Ambrosio Fornet, en un artículo subraya:

“Una ideología, —o, en sentido general, una visión del mundo— no se “hereda”: se conquista. Dicho en otras palabras: una idea sólo se hace convicción cuando se conquista. Y para que ese proceso de apropiación orgánica se cumpla tiene que haber debates, aclaraciones, contradicciones, dudas…”[i]. ¿No es pertinente este escenario que nos dibuja Fornet para socializar nuestras ideas? ¿Cuáles son para usted los temas más urgentes que deberían abordar los cineastas en un espacio de esta naturaleza?

—Quisiera decir algo que valiera la pena, porque es tan complejo eso. Si lo llevo al plano de lo que creo, porque esto merece un consenso, debería ser producto de una especie de encuesta permanente de cómo hoy se hace con internet la nube de pensamiento, cuáles palabras andan dando vuelta como para saber por dónde andan los universos conceptuales, o las semiósferas.

—¿Cuáles son las urgencias ante un preterido debate entre cineastas?

—Diría que la dignidad, ese es un tema central en el contexto del pensamiento de la filosofía de nuestro tiempo, donde reina el individualismo por acuerdo, por convenio, por decisión incluso organizada de la Asociación Mundial de Filosofía, que este año se dedicó a volver al individuo, a contrapelo de esas tendencias dominantes en la hegemonía del pensar. Yo reflexiono la necesidad de lo otro, que es la urgencia de la dignificación y lo que todo eso significa visto en clave de lucha de clases.

“Hay profesores, enormes profesores, que hacen esfuerzos ingentes todos los días para brindarse y brindar a sus estudiantes el trabajo de construir, elevar el nivel de la conciencia, que implica elevar el nivel de la participación sobre la realidad. Ese trabajo pasa desapercibido, de manera tan injusta que casi el solo hecho de hacer visible una historia así dignifica la conducta y la actitud fundamentalmente humana. Es una forma del humanismo, pero lo mismo diría usted ahora, por ejemplo, de los enfermeros y enfermeras en Argentina, que no son considerados profesionales en su empleo, y por eso ganan mucho menos sueldo, y por eso son considerados como personal de asistencia, casi como servidumbre; no profesionales por más títulos que tengan. Esos compañeros han hecho un trabajo silencioso durante la pandemia, invisibilizado, terriblemente difícil, porque para sí y para sus familias ha sido un reto tremendo, y no hay dignificación de ese esfuerzo. Esa gente es consciente de que, incluso, desdobla afecto humano, amoroso, por tenderle la mano a otro que no se hace visible por ningún lado. Son cosas muy dolorosas.

“Necesitamos con urgencia esos grandes e importantes destellos de lo humano. Hay quienes hacen sentir bien a los demás cuando ofrecen un saludo cordial al interactuar en su trabajo. Yo diría, gestemos una corriente de producción de sentido fílmico en el que nos dedicáramos a rastrear con profundidad las grandes expresiones de la dignidad humana y lo que dignifica a lo humano, que hay tantísimo. Eso propiciaría, estoy seguro, un caldo de cultivo, de ánimo, de fraternidad, incluso hasta para cambiar la frecuencia del pensar”.

—Usted afirma que hoy es imprescindible la confección de métodos científicos para la producción de contenido ¿Es válida también esa aseveración para el campo del cine?

—Sí, urgentemente. Pero también ahí tenemos que reformular la concepción de la ciencia, porque para muchas personas esa palabra significa una cosa rara que practican unos señores en un laboratorio y han de saber por qué se llamará ciencia. Algunas personas piensan que ciencia es algo oculto, misterioso y, encima tiene prestigio y eso está mal. Nosotros tenemos la tarea de hacer también una gran revolución de la ciencia como herramienta de combate para la dignificación.

“Cuba hoy es un líder extraordinariamente potente en el campo de las ciencias, con la fabricación de las vacunas. En verdad han dado un ejemplo. Lo digo sin empacho, porque creo saber lo que estoy diciendo en ese terreno. Es una de las expresiones de humanismo contemporáneo más portentosas que se ha dado en los años recientes. Las vacunas tienen una base de laboratorios, de bioquímica, de células, de moléculas, pero implican también una vocación ética, humanística y moral, de envergadura trascendental. Mientras, muchos líderes y gobiernos en este mundo han ido corriendo desesperados a obedecer cualquier condición que le imponen los laboratorios médicos, incluso de manera humillante, sé lo que le digo porque en la Argentina fue humillante cómo se comportó Pfizer con el gobierno argentino. Por la urgencia y por el chantaje tuvieron que acceder a mil cosas para tener vacunas. Bueno, pues Cuba no hace nada de eso, todo lo contrario, ofrece un baluarte que compite y mejora un montón de cosas de las vacunas. Entonces, esa construcción de este relato es un desafío al respecto.

“La ciencia tiene que convertirse en ciencia para construir el relato, ciencia para auto revisarse en términos de sus epistemologías y de sus funcionalidades, y ciencia para hacerse cercana, amiga, fraterna de los pueblos que la auspician, ese es el otro asunto que nos ha faltado saldar. Verdad que todavía, hoy, me cuesta trabajo encontrarme con amigos o directores de cine que estén sentados pensando cómo instrumentar modelos científico-semióticos para el diseño de sus proyectos fílmicos”.

—“No debería haber filósofos desempleados”, dice usted en otra zona del libro, y agrega: “hay un trabajo inmenso donde, por ejemplo, la filosofía debe prestar sus servicios inmediatamente”. ¿Cómo se articularía esta ciencia en la producción del cine contemporáneo?

—Así lo creo. No debería haber producción ni de un solo guion cinematográfico que no tuviera el concurso interdisciplinario, transdisciplinario, multidisciplinario, de filósofos. Algunos guionistas, basados, en casi exclusivamente su capricho, hacen decir a sus personajes cosas que son tan huecas, tan tontas y tan contradictorias, que si hubiera una pequeña caja de resonancia histórica que dijera: ´Mira, esa clase de respuesta era lógica y pertinente en el Renacimiento porque para entonces la psicología de los personajes tenía este sello´. “Mientras, esa persona sigue hablando bajo la premisa de tales valores y el traslado al presente de esos diálogos se hace más o menos insostenible. Pero hay una proyección de tiempo, de contextos, incluso de vocabularios que fueron creciendo sobre la base de la filosofía, no de la filosofía oficial, sino del filosofar, del sentido común, que permite identificar esos trazos de modelos de pensamientos, de estructuras, de silogismos, etcétera, que un filósofo puede manejar y así ayudar a enriquecer ese tránsito de la construcción de la psicología de un personaje en un guion. Después hay, dependiendo de la ambición de la película, escenarios históricos con personajes dialogando, ausentes de toda asesoría de connotación semántica, diciendo aberraciones.

“Ayer, conversando con la filósofa Isabel Monal, decía: “Qué irresponsabilidad enorme hay en tanta gente que habla del concepto sociedad civil incluso de manera totalmente anacrónica”, y no se sabe cuáles son los troncos, digamos, del pensamiento, de una unidad conceptual tan compleja como esa, y es que no se dieron los quince minutos que les hacían falta para ir a buscar un texto donde eso está explicado, y podrían haber dicho: `No, compadre, hay que darle una vuelta al término porque esto hay que armarlo correctamente´.

“Pero hay otra forma, que tiene una connotación más historicista; otro campo de observación donde el filósofo puede ayudar al director de cine a mirar a través de la lente, en la composición del cuadro, por ejemplo. Hay un conjunto de reflexiones sobre lo que se ve tras el recorte en la toma y acerca de qué va a pasar en ese espacio durante ese tiempo.

“Esta es la coordenada, lugar y tiempo, si uno la analiza filosóficamente, como hacía Tarkovski. Hay un documental hermosísimo en el que se hace totalmente visible que Tarkovski siempre quería perfecta simetría en el banquito que estaba puesto con respecto a una mesa y la profundidad de la ventana que tenía que quedar en cierto ángulo, porque en la psicología del conjunto de los acontecimientos era indispensable un punto de contexto simétrico para el espacio fílmico. Esta discusión puede darla un tipo que esté pensando filosóficamente en el ambiente, en el espacio, en el texto y en el contexto, y el director puede necesitar y podría aprovecharse mucho de eso.

“Lo mismo podría decirle para el sonido, y acerca de un conjunto de planos que se entrenan desde la reflexión con la filosofía y que tarde o temprano hacen falta en una película. Según mi hipótesis, la reflexión humana profunda sobre los conflictos de la vida que el cine aborda, o debería abordar, en realidad se tratan de mejor manera cuando los años han pasado y se ha madurado. Algunos directores de cine confiesan, incluso, que se sienten mucho más cómodos y más contentos, conforme pasan los años porque están siendo más —entre comillas— sabios, es decir, más filósofos, con lo que están filmando.

“A mí me parece que esta es una veta para explorar, para tratar muy en serio, y sobre todo para oponerla al facilismo, al simplismo, y a toda esta petulancia que hay en cierta juventud que se lanza al cine pensando que mostrar, exhibir o que poner en una escena, es lo mismo que construir un clímax o una reflexión sobre el espacio.

“Me viene a la cabeza Buñuel y su preocupación por la posición del actor en el momento en que reacciona a algo que sucede en un diálogo. Él decía —alguna vez hablé con él—: `El misterio de la respuesta´, la siempre inquietante situación del sujeto que pensando algo en una situación de diálogo puede develar su propio ser, su propia vida, su propio destino, su esencia misma como persona ante la provocación de una pregunta. Y decía él: `Qué fascinante en un diálogo ver cuánto de lo que alguien emite en un enunciado está provocando en el otro. Ese instante es la expectativa del asombro´. Ahí hay una riqueza humana muy potente, que algunos jóvenes no están trabajando y no les importa”.

Foto Flor de Paz

—¿Qué significa revolucionar los significados, transformar los ya existentes o hacerlo desde otras bases?

—En primer lugar, no comprometerlos con sus contradicciones. Un significado es un bicho vivo, es un órgano vivo, es un organismo. Un significado no es una letra muerta ni una piedra que, ni siquiera esa metáfora me sirve, no es una entidad fija, quieta, inamovible; yo no sabría, siquiera, buscar un ejemplo de algo que no lo hubiera cambiado desde que nació como significado. Se mueve todo el tiempo. Una cosa es que se mueva porque envejece, porque se marchita, porque ya nadie lo usa, como algunas palabras que van desapareciendo porque entran en un cajón del olvido, y otra cosa es que uno, entendiendo lo que significa hoy, por ejemplo, Patria o Muerte como entidad simbólica tan potente, en el país en el que patria significa humanidad, esta es su acta de nacimiento simbólica. A esa expresión, si hoy se abre una contradicción, porque se fisura por golpes externos, o porque vienen generaciones que tienen que entender de manera renovada esta herencia, o porque hay acontecimientos nuevos que la enriquecen, como los aportes científicos, o los aportes educativos, o los aportes deportivos, o porque hay un escenario mundial en el que de pronto esta patria cobra otro fulgor, otras amenazas, otras virtudes, esta dinámica va abriendo espacios de contradicción. Hay que trabajar en esas contradicciones, meternos en las contradicciones y ver, en todo caso, en el fondo de la contradicción por qué se abrió, por qué se nos plantea. Porque, por ejemplo, si Cuba hoy como patria, que es humanidad, está produciendo todo lo que produce para la humanidad, para una patria grande que sea toda la humanidad, entonces está obligada a dialogar con una humanidad que es diversidad.

“Creo que hoy esa contradicción de lo que fue, alguna vez, noción que se quedó como emblematizada en una frase, tiene que dinamizarse como una estrategia de comunicación con muchos, distintos interlocutores, porque esa humanidad es principalmente diversidad y no estamos llegando a la diversidad con este diálogo.

“Entonces, revolucionar el campo del sentido es operar en sus contradicciones para que seamos capaces, insisto, estar leyendo en tiempo real y ser capaces de tener el reto de que patria, que es humanidad, sea un campo semántico dialogable con la juventud, que tiene que saber identificar cuál es su historia, cuál es la historia de este sentir, de este sentido, y por qué le pertenece, por qué tiene que apropiárselo en sus propias claves para su propio desarrollo y para su patrimonio como herencia para los que les siguen en la dinámica, en la dialéctica de esto. No puede seguir siendo que signifique lo que significó para la generación que recibió este país un día, con una Revolución triunfante, y que tuvo la audacia de inventar un país de cero.

“Cuando Isabel Monal recibió un teatro, el Teatro Nacional, fue directora de una responsabilidad tan grande como esa. Ella tenía veintisiete o veinticinco años de edad, tan jovencita, y qué responsabilidad tan enorme y qué audacia, esa carga simbólica hoy no es la misma. Es eso, más todo lo que pasó, más lo que tenemos hoy, y yo tengo todas las ganas del mundo de que los jóvenes sean responsables de estos proyectos ahora. En medio de todas las dificultades, sean capaces de transportar la dialéctica de sus contradicciones en esto, potenciadas para una revolución simbólica.

“Abundaría más si pudiéramos entrar en las casuísticas. No es Emiliano Zapata lo que fue en 1910 en México para la juventud, de hecho hay una buena parte de los jóvenes, me consta eso, que no lo reconocen y no saben quién es realmente. Ahora se está haciendo un esfuerzo enorme en México por recuperar; lo que se llama “La cuarta transformación”. Es, entre otras cosas, un proyecto de recuperación simbólica que repone los cuatros grandes momentos históricos de México en un repertorio simbólico y eso ha ayudado a una gran cantidad de jóvenes a percatarse de que son receptores de una herencia enorme de grandes e importantes luchas sociales. Ahora cobran sentido nombres que antes solamente eran como del calendario de las festividades, de las efemérides. Resulta que son los ordenadores de un plan político donde ellos tienen un lugar, eso me parece fantástico en términos de revolución simbólica”.

—Nuestra América cuenta con un poderoso capital simbólico que habita, creo yo, en las faldas del olvido o en las carpetas de asuntos pendientes de las políticas culturales ¿Cómo debemos desempolvar todo ese arsenal y qué protagonismo le asiste al cine en una lógica convergencia con el resto de las expresiones del arte? De eso mismo que usted está hablando es nuestro capital simbólico, Martí, Fidel, como lo es también la historia de nuestro país.

—Sí, las figuras y los episodios que vivieron y que construyeron. Si me guío por lo que está pasando en las escuelas de cine que yo conozco como punto de referencia como la de la UNAM, o el Centro de Capacitación Cinematográfica del gobierno mexicano, o la de San Antonio de los Baños, en Cuba, o la Universidad de Cine en la Argentina, me percato que estamos ante la emergencia de nuevas especialidades fílmicas que están exigiéndonos eso, precisión de especialidad, especialmente esta sobre los campos simbólicos.

“No es lo mismo ver películas ahora en la tele, en la casa, en la tarde, en la noche, o cuando uno puede verlas en los teléfonos o en salas de proyección fílmica digamos convencional, porque el contexto también narra cosas y ayuda a que el relato tenga otras dimensiones. En todo caso, toda esta complejidad y problemática del cine hoy está siendo desafiada porque la exigencia de primer orden es mucha investigación histórica, mucha responsabilidad con la carga de sentido que tienen todas las voces que están incluyéndose hoy. No es tan fácil animarse a hacer una película hoy sobre, por ejemplo, la vida y la obra de Fidel Castro si usted no quiere meterse en camisas de once varas. No es tan fácil asumir eso porque hay un conjunto de determinaciones preliminares que son, cuánto sé, cómo lo sé, desde dónde lo sé, luego, qué quiero decir, cómo y a quiénes, y luego, de esos quiénes cuánto sé de ellos, porque parte de este problema, de entender al interlocutor es conocerlo, aproximarse, escuchar, sentir para ver dónde van a habitar estas propuestas simbólicas que yo voy a hacer, adónde quiero que vivan en ese destinatario, y si hay espacio en esa cabeza para eso o si es posible el hospedaje de esta propuesta simbólica y si va a estar hospedado con dignidad este concepto o va a tener un rincón por allá, como cuando uno tiene una visita indeseable. Cómo se va a dar el espacio donde se hospeda esta idea, en qué dinámica, de qué contexto, de qué cultura y de qué época. Todas estas son exigencias de especificidad para poder darle tratamiento, por lo menos, al cuadro de los personajes históricos que tendremos que asumir en el campo fílmico para hacer este traslado, lo que algunos llaman el trasbasamiento.

“Hay una responsabilidad histórica en todos nosotros, más o menos conscientes o no, de que somos responsables de un trasbasamiento, y tenemos que hacernos cargo de lo que recibimos un día como herencia, como coparticipación de un proyecto, en este caso revolucionario. Nos conduce a potenciar, a refrescar, a reanimar y a repotenciar el futuro mismo de esto, y así todos tendrán sus respectivos papeles en su respectivo momento. El cine tiene esa carga también hoy, y es una especialidad concreta que creo que debería cuidarse, invertirse y desarrollarse como si fuese una joya, con cincuenta o sesenta expertos en este problema trabajando la agenda dura de los más grandes e importantes referentes, y más que referentes, sobre hechos históricos que estamos obligados a trasbasar de manera correcta en términos simbólicos, narrativos. No apelando a la fe ciega, al dogmatismo duro, a un dirigismo de comité central sobre el conjunto de las ideas para que el otro, a la fuerza, piense y admire lo que yo quiero que admire, sino a que lo descubra. Y es posible que el relato sirva a eso.

“La forma de conversar, de proponer, de construir la habitación de este campo simbólico tiene que ser también muy dinámica para que el otro la reciba cordialmente y la invite a florecer en su cabeza y a producir en contacto con su experiencia de vida lo que uno cree que debería ser, lo que nos pasó a nosotros. Yo sigo teniendo en mi oficina, en mi estudio, una foto de Fidel, una foto del Che, una foto de Raúl, una foto de Marx. Los tengo ahí porque me modelan una ética de vida todos los días y a todas horas, pero porque alguien se ocupó del trasbasamiento también.

“He conocido a protagonistas directos y he visto el esfuerzo denodado, la pasión de la vida entregada de compañeros que han convivido con Fidel día y noche. Son testigos. Se desesperan hoy para que la gente no se le olvide que Fidel vio esto, y fundó esto. En esa desesperación habita la urgencia del trasbasamiento. El cine debe tener un instrumental de especialistas, expertos trabajando en eso, y hay que formarlos, y hay que discutirlo, es una decisión política de educación pública de un estado si se preocupa y ocupa de esto.

“Me acaban de distinguir con una medalla, el nombre de un prócer del periodismo cubano, un hombre que asaltó el Cuartel Moncada. Me toca a mí, sino ser ahora motor de trasbasamiento de la información de este personaje hacia todos aquellos que aún no tienen ni idea de quién fue y quién es hoy como campo simbólico que dignifica y representa una condecoración”.

—En el libro que cito usted le dedica un capítulo al tema del gusto y lo incorpora dentro de la arquitectura semiótica, o lo explica de esa manera ¿Entronca este asunto con la disminución sustancial y sustantiva de lectores proactivos hacia una literatura con valores culturales e históricos? ¿Cree que la literatura sigue siendo una herramienta eficaz ante el desbordamiento de las “nuevas tecnologías”, un imprescindible constructor del gusto en la sociedad?

—Sí, claro, ha sido históricamente una de las herramientas forjadoras de las que esculpen tantas funciones, particularmente esta que llamamos gusto. En torno al gusto, se desarrollan cuerpos filosóficos muy importantes, básicamente la estética, que estudia el problema del juicio del gusto y todavía sigue siendo, para muchos, espacio de investigación. Es todo un misterio por qué me gusta lo que me gusta, por qué nos gusta a los mexicanos comer tanto picante. Casi todo el mundo cuando ve que comemos esa cantidad de picante, entran en esta parte de ese concepto tan particular que es del azoro, esa palabra se ha perdido del uso. Cuando uno entra en ese estado de: “¿Cómo es posible que esta gente coma tanto picante?” Incluso los caramelos de los niños tienen picante, qué gusto tan raro es ese. Entonces hay una posición comparativa respecto del gusto que es chistoso, o qué raro, o qué exótico es que estos hagan eso, esa es una posición comparativa, ajena.

“Otra es la que indaga, hombro con hombro, con el otro y dice: “A ver, voy a probar, a comer de a poquito”. Aproximaciones sucesivas al sabor que voy descubriendo, y capaz de que llego al punto en que vuelvo otra vez a no entender, o quizás comparta con él una parte del gusto porque diga: “Mira, es estimulante y saboriza mejor las cosas, en fin, es un condimento, es una historia, es una región que produce trescientas variedades de picante”. Hay otras aproximaciones de la explicación del gusto que nos hacen compartirlo, entenderlo y enriquecer miradas de la diversidad; hay compañeros chinos que andan comiendo cada bicho raro de esa tradición culinaria que dice: “Si camina, para la cocina”, y se lo comen con tal disfrute, con tal gusto, que bueno, nosotros no lo vemos porque estamos desprovistos del conjunto de los factores históricos que determinan ese gusto y no el nuestro. Es una interpelación dura, es un apartado específico que también requiere mucha especialidad, especialización. El debate sobre el gusto tiene una carga ideológica; desde luego, tiene una carga cultural. Hay cosas que gustan por la experiencia física, otras cosas que gustan sólo por pura abstracción, por pura carga de referencias. Usted le pregunta a una persona, ¿a usted le gusta ir a misa?, y dice: Sí. E insiste: ¿Por qué? Y las respuestas puede ser variopintas: porque tengo un éxtasis ante la presencia de un dios o porque veo a mis vecinas y ahí nos saludamos, o porque me gusta confesarme con el padre y salir tranquila. Hay una variedad de respuestas conjuntas o separadas, pero constituyen el juicio `me gusta´ y, por tanto, me gusta y lo hago.

“Hay un paso entre la determinación conceptual de la categoría del placer, del buen sentir, o del displacer, y luego hacer algo, que es acudir a ese placer, repetirlo, multiplicarlo y compartirlo, y esa categoría social es sensacional. En las últimas noches, cenando, no ha faltado quien me diga: “Cómase usted un postrecito magnífico que se come en Cuba”, que es el flan cubano, que todo el mundo gusta de él, que todo el mundo lo comparte, y además, le gusta que ese disfrute guste a otros. Eso lo vuelve social y crea complicidades muy interesantes y fraternidades muy lindas, porque efectivamente, es muy sabroso, pero también porque la calidez con que se invita es fantástica y eso habla de formas del diálogo, formas de la comunicación que tienen claves, imperativos semánticos tal como la invitación a comer el postrecito. Porque me están deseando bienestar, placer, amistad, conversación, sobremesa, un montón de cosas que están contenidas en la semiótica del acto.

“La disputa dura por el sentido es cuando logran dominarnos por el gusto, como pasa en tantas cosas, y nos hacemos adictos a los gustos que nos han impuesto y quedamos muy frágiles, muy a la intemperie. Hay gustos fabricados justamente para dominarnos, el universo industrial de la pornografía lo sabe y ahí se han inventado cosas. Hemos hecho análisis semióticos —están publicados para que se vean sobre algunos discursos de la pornografía— y uno de los casos más llamativos es que aparecen datos de violencia sadomasoquista evidentes o disfrazadas sobre las mujeres y siempre los presentan como que a las mujeres les gusta el maltrato, la ofensa, la humillación. Es una cantidad de abusos de autoridad en la intimidad, que pasan a ser como una especie de componente del gusto manipulado por un modelo ideológico, hasta esos filamentos de las estructuras psicológicas se ha metido el modelo de dominación semiótica en este tema. Ya no hablo del tratamiento de ciertas estructuras, por ejemplo, personas que gustan de cierto tipo de concepto de lujo que no pueden tener, que no van a tener nunca en su vida, que en realidad no necesitarían, pero que abrazan, que hospedan en su estructura simbólica. Hay quienes disfrutan de ver relojes carísimos, de pensar que a través de eso se logra quién sabe qué universo de placeres; o los automóviles, que son una obscenidad lo que cuestan y la tecnología que tienen, en un mundo en donde tantas personas no tienen acceso ni a un hospital. Hay disfrutes, hay gustos, que también recorren umbrales, no es que esté mal que a la gente le guste el diseño, ni las formas, ni los colores, ni las soluciones tecnológicas, no es esa la discusión. La discusión es el gusto por el status que lo diferencia de los otros, un dilema muy serio en nuestro tiempo, yo diría que casi el sesenta o setenta por ciento de los componentes narrativos de dominación están basados en eso: en que te guste”.

[i] 3.           Fornet, Ambrosio: Para presentar el cuarto número de Temas, No 5, 1996, 132-133.

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Fernando Buen Abad: El cine tiene que interpelarse (I parte)

Foto Flor de Paz

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

Para Ambrosio Fornet

 Hora y media de palabras cruzadas fueron las esteras de una plática donde emergió todo un arsenal de ideas, apremiantes interrogaciones, necesarias acotaciones. Todo aconteció en una habitación del Hotel Nacional de Cuba, testigo de un dialogo que apuesta por lo sustantivo. El punto de partida, su libro Semiótica para la emancipación[i]. 

La mañana de ese sábado, La Habana mostraba encendidos cúmulos nimbos, dispuestos a subvertir un malecón donde convergen todas las coordenadas posibles. La ciudad afloró mestiza con poblados cromatismos, enriquecida por los acentos de simbologías y relatos que edifican una identidad, muchas. Todo un arsenal que la encumbra, emplazada en el paradigma de todos los surrealismos posibles de Nuestra América. 

A esta cita, iba abrumado por dudas, entrecomillados. Hasta el día anterior, mi entrevistado estuvo sometido a una intensa agenda que incluía conferencias, visitas a instituciones culturales, gremiales, políticas y científicas, encuentros con estudiantes de las artes, el deporte, el magisterio, el derecho y el periodismo. En su programa tuvo entrevistas a medios locales, la participación protagónica en un programa de televisión, más una visita al Complejo escultórico erigido al Comandante Ernesto Che Guevara y sus combatientes, emplazado en la ciudad de Santa Clara, fruto del empeño creativo del artista plástico cubano José Delarra. Todo un abultado y agotador programa, en tan solo nueve días.

 Era de esperar que la entrevista, prevista para el último día de su estancia en Cuba, estuviese marcada por el agotamiento, el cruce de ideas o la argumentación inconclusa, justificada por el cansancio y el rigor de cumplir, cabalmente, todo un itinerario pensado para un hombre, donde la palabra, es una de sus más lúcidas herramientas. Pero el arte final de nuestra conversación fluyó por los pilares de la sabia y vitalidad que lo caracteriza, la de ser un intelectual comprometido.

 Fernando Buen Abad Domínguez (Ciudad de México, 1956) es un versado en Filosofía de la Imagen y de la Comunicación. Los temas de la cultura, la estética y la semiótica son parte de sus cotidianos abordajes narrativos. Es director de cine, egresado de New York University. Ostenta la licenciatura en Ciencias de la Comunicación y Master en Filosofía Política y Doctor en Filosofía. Forma parte del Consejo Consultivo de TeleSUR y de la Asociación Mundial de Estudios Semióticos. El Movimiento Internacional de Documentalistas lo incluye como parte de sus más prominentes miembros. La Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad lo tiene entre sus más activos líderes de opinión. Ostenta, además, el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar que otorga el Estado venezolano.

 De su obra ensayística —más de una docena de títulos publicados— vale apuntar: Filosofía de la comunicación (2001), Filosofía de la imagen (2003), Imagen, filosofía y creación (2004), Semiótica para la emancipación (2009), Filosofía de la responsabilidad socialista en comunicación (2012) y Filosofía del humor y de la risa (2013).

 Actualmente lidera del Centro Universitario para la Información y la Comunicación Sean MacBride y del Instituto de Cultura y Comunicación de la Universidad Nacional de Lanús.

 Antes de empezar la entrevista, se alistó una chaqueta, y sin más preámbulos, la primera pregunta.

—En su libro, Semiótica para la emancipación, usted esboza una suerte de sentencia: “Tenemos la obligación de ser mejores, armados con las mejores ideas, expresadas de la mejor manera, en el momento oportuno y en todo lugar, gracias a las fortalezas que da la moral de la lucha revolucionaria, la solvencia profesional y operativa más avanzada, y una columna vertebral ético-política capaz de ajustarse a todas las necesidades de una lucha que es muy compleja y es permanente”. Yo le pregunto, ¿estamos realmente listos para ese escenario dibujado por usted?

—Realmente no. En realidad, esa secuencia de afirmaciones es, digamos, un modelo de razonamiento que contiene la mecánica de fotografiar una realidad que yo veo y al mismo tiempo interrogarme, interrogarnos, sobre cómo estamos interviniendo en esa realidad. Y lo que veo es que no, y que los que nos hemos formado en el campo de la filosofía, de la comunicación, de la semiótica, estamos a la altura de la historia que se está protagonizando ante nuestros ojos.

“Hay una aceleración de la avidez del capitalismo, de la degeneración de un sistema de explotación contra la humanidad. Eso ha involucrado la invención de una complejidad enorme de canalladas tecnológicas, ideológicas, en fin, de todo género.

“Ante este fenómeno, no estamos respondiendo como deberíamos, porque no hemos sabido estudiar el problema, porque no hemos logrado un marco teórico-metodológico que nos permita comprenderlo y/o porque nuestra inmovilidad es un síntoma de cómo nos ha golpeado. Entonces, el texto que citas, y ese primer párrafo, tienen como una mirada de balance ante lo que pasa, con quiénes estamos y dónde estamos. Me salgo y me cuido de no ningunear, de no dar carpetazos y negar, o ser indiferente, ante grandes contribuciones que hay. No estamos navegando a ciegas. Hay faros que iluminan, hay referentes cruciales que han hecho mucho trabajo importante, pero no logra ser, ni en cantidad ni en calidad, el que deberíamos tener.

—En el pensamiento progresista han sido estudiados los recursos de la política, también los de la comunicación ideológica, estética y cultural. Pero estos abordajes suelen quedar, más bien, en el enunciado y no en las necesarias respuestas que debemos edificar en todo su aritmética. ¿Cómo ese escenario dibujado por usted, por su guerrilla semiótica, es una escalada de respuestas? ¿De qué manera se integra el cine a esta tesis, obviamente marcada por las teorías semióticas?

—A pesar de que las circunstancias y de que todavía tenemos insuficiencia de instrumentos, de cuadros, de espacios y de estructuras para poder ofrecer una batalla compleja, no descuido el hecho de que haya incluso episodios basados en una intuición sensacional. Hemos visto el ataque que han dado contra Cuba, esto que se llamó San Isidro.  Hubo una respuesta, un encapsulado del proceso para hacerlo visible, para hacerlo comprensible, para discernir causas, manipulaciones, y tendencias, y todo lo que representó como producto de una ofensiva financiada desde Estados Unidos. Fue una intervención semiótica —así le llamo yo— mediante un discurso del canciller cubano que sirvió como plataforma muy interesante para esclarecer, para hacer transparente todo ese tinglado, esa parafernalia.

“Es probable que el propio canciller jamás definiera su discurso como semiótico, o como una intervención semiótica, pero estoy convencido de que al disputar la producción de sentido en el corazón mismo de una contradicción como la de querer destruir a un pueblo que está proponiendo un desarrollo humanístico, sociológico, político, educativo, se asienta la base de la reflexión que deberíamos estar haciendo.

“Y traslado este asunto al campo del cine. Creo que el cine tiene que interpelarse con urgencia sobre este tema. Recorro con la mayor proximidad que puedo las técnicas de escritura de guiones para cine y veo que no hay una disputa semiótica seria en el fondo de la producción de los guiones, porque en general, si se explora cualquier guion de cualquier película, incluyendo las comerciales, puede apreciarse a lo largo del desarrollo de la historia la presencia de una cadena de problemas sociales, humanos, tecnológicos, que llenan el escenario narrativo.

“Estos, son una interpelación al que escribe el guion y al que va a ver la película, respecto a cuánto conocemos realmente los problemas que se representan en esa estructura narrativa. Si la actitud del conocimiento de los temas planteados se resuelve de manera superflua, si de los problemas solo interesa saber más que hay dos peleando, si no importa la historia o la dialéctica del conflicto, o de los conflictos, estamos produciendo un tipo de espectador, un tipo de interlocutor de la película que se vuelve superfluo, banal, errático, con la mentalidad y la lógica del zapping, con la estética del zapping, de la mescolanza, y todo da lo mismo, porque esos trances solo aparecen como luces problemáticas que se prenden, pero que en su conjunto no iluminan un dilema humano ni su solución; mucho menos, digamos, su elucidación profunda.

“Esta cualidad de la superficialidad, de la banalidad, en términos de cómo se desarrolla el guion mismo, después, empieza a encontrar escalas expresivas en todos los demás recursos narrativos, porque en general no se ilumina con precisión. El manejo del discurso luminoso en las películas suele ser básicamente para alumbrar y no para iluminar. Hay toda una capacidad que se está perdiendo en términos de cómo un rayo de luz significa un acento en la estructura del relato visual, de cómo una profundidad de campo no es igual cuando tiene un proyecto de iluminación correcto, de cómo los cuerpos tienen texturas, volúmenes. Es decir, cuando tienen un relato de presencia en el conjunto de las visibilizaciones en función de la luz; esto es un arte de la foto-imagen y la luz, y es el oxígeno de la capacidad narrativa. En los guiones se ve cada vez más pobreza en la sintaxis de esta línea de contribución del relato. Se trata de un sistema de empobrecimiento, de falta de estrategia narrativa y de disputa simbólica o semiótica, para decirlo, muy, en síntesis.

“Pero lo mismo podría decir del manejo del sonido. Toda vez que ponen musiquita cuando la muchacha se acerca a la ventana a mirar el horizonte, y vemos de qué tipo de musiquita se apropia el realizador —piano, violín, flautas—, sabemos que están jugando con nuestras emociones. La música tiene todo un proyecto de relato emocional en la obra fílmica y eso es todo un objeto de estudio que disputa sentido, y que contribuye con el sentido que a veces dispersa, que a veces anima y a veces lo deprime. El sonido, trabaja todo el tiempo sobre el relato de esta forma en la construcción narrativa, apoyado en el tránsito de las masas sonoras, que pueden ser desde pajaritos hasta bombas. Toda esta predisposición acústica es un campo de disputa semiótica que la veo ausente del debate.

“Si hablamos del vestuario y del maquillaje, y de todos los demás elementos que comparten las esencias del proceso de la redacción de un guion, en el caso hipotético de que lo haya, ahora resulta que hay algunos directores o productores que, incluso, prescinden del guion y van a una especie de improvisación, más o menos ordenada y eso nos lleva directamente a la aventura —a veces afortunada— de la improvisación del relato, en un contexto en el que yo creo que es lo que menos falta nos hace.

“Volviendo al núcleo de la pregunta, hace falta formación semiótica para poder entender que la construcción de un relato tiene toda esta complejidad y toda esa riqueza, y que falta todavía la otra parte, que es, cuánto necesita un interlocutor o un destinatario del relato fílmico de todo esto, y cómo lo necesita. Si lo necesita para que lo convenzan de que lo bonito, lo bello, lo agradable, lo exitoso y lo deseable es aquello o para ser capaz de identificar en sus propias luchas sociales, históricas, políticas y concretas, el desarrollo de la propia noción de belleza, de felicidad, producto de las luchas diarias. Esta adecuación no está encontrando una semiótica capaz de permitirnos visibilizar las contradicciones, y eso realmente me preocupa mucho porque es como tener un caudal enorme de riquezas y simplemente, como decía el poeta, morir de sed junto a la fuente”.

Foto Flor de Paz

—Vuelvo a otra zona de su libro donde afirma: “No se puede hablar de semiótica si no se incluyen los pueblos originarios y a todos los que han sido excluidos del reino de la significación notoria”. Es maravilloso lo que defiende; sin embargo, no pocos de nuestros cineastas latinoamericanos, ignoran o taponean esta gran cultura ¿Qué hacer en materia de política cultural ante ese desacierto que atenta contra la fortaleza simbólica de nuestra América?

—La política cultural debería estar profundamente imbricada en los modelos de educación social de los ministerios de educación desde las escuelas pre-primarias hasta los posgrados y doctorados. Conozco importantes investigaciones en doctorados que hablan del debate sobre el problema de la cultura, pero no se acuerdan que Mesoamérica, y que hubo aquí cinco, seis civilizaciones, que produjeron cuarenta y cinco pirámides más o menos en la zona de nuestra Mesoamérica. No se acuerdan que aquí hay presencia de pueblos negros, que hay una confluencia de personas traídas en condiciones de esclavitud y comercializadas en condiciones absolutamente deleznables que han contribuido a la proliferación de las identidades de un territorio, de un continente y de una unidad llamada Latinoamérica. Algo anda muy mal si no cuenta para el análisis el reconocimiento de quiénes son los pueblos originarios, de quiénes son los pueblos que han aportado realmente la fuerza de trabajo para hacer lo que usted me diga y mande, si se elaboran discursos, teorías y enunciados académicos que no tengan proyección histórica de esta base.

“No quiero perderme porque este un tema que me da mucha tentación, pero creo que hay problemas serios de formación: yo le llamo desnutrición cultural. Es una categoría que he desarrollado para explicar que gente que no tenga noción de lo que es el Caribe. Por aquí pasaron todos los imperios del mundo ¿Qué hicieron? Desastres. Si no se tiene esa noción, y esa connotación, entonces no puede metabolizarse ni uno solo de los datos.

“¿Cómo se come en el Caribe? Esto tiene una nota muy clara en la esclavitud y en la disputa diaria por los alimentos, y en el chantaje, que es histórico. Ayer veía un texto que hablaba de la herencia culinaria del Caribe y no de todas estas partes dolorosas cómo me las han contado en Venezuela. Hay un platillo histórico y tradicional cuyos ingredientes son las sobras de lo que dejaban los dueños de las haciendas, con las se conformaba el platillo de los pobres. Sin ese dato histórico, parece que los esclavos eran exóticos y sofisticados, que les gustaban comidas de sabores raros; y no, comían lo que sobraba, directa y crudamente.

“Ese dato conduce a una reflexión, a preguntas duras: ¿cómo está conformada tu cultura general en el ánimo de convertirte después en productor de relatos? ¿estás consciente de que tú relato viene precedido o influenciado por alguna corriente narrativa, que a su vez es una corriente ideológica? Además, eres una especie de reproductor o correa de transmisión de un formato del que si no estás enterado en el mejor de los casos por ignorante, algo anda muy mal, y en el peor de los casos, eres cómplice de algunos sistemas narrativos que son muy deleznables, porque son clasistas o porque son oscurantistas.

“El problema de la desnutrición cultural tiene expresiones muy odiosas. Hay gente muy petulante disfrazada de muy creativa, de muy genial o de muy impactante o seductora, que nunca tuvo un minuto de autocrítica sobre dónde saca lo que produce, y a veces cuando les rascamos un poquito, lo que vemos, se llamen cineastas o artistas, y sean tan exitosos como quieran, en realidad, tienen vacíos muy preocupantes en su concepción de los seres humanos y del desarrollo de la expresión de los seres humanos y de la cultura”.

—¿Piensa que las instituciones de la cultura en América Latina deberían integrarse para concretar el objetivo de hacer visible nuestros orígenes, nuestras historias? ¿Urge una alianza de esta naturaleza?

—Sin dudas. Siempre y cuando logremos hacer una crítica profunda de esas instituciones. Porque, ¿a cuáles nos referimos? En el panorama de los ministerios de cultura, las secretarías de cultura en América Latina, tenemos los mismos vicios que en otras áreas. Hay ministros de Cultura que creen que cultura es organizar conciertos y traer a Pink Floyd a que toque no sé qué, o traer a los grupos de éxito de la música, los narco corridos y todo eso.

“Está de moda que los ministros se sienten orgullosos porque organizaron no sé cuántos festivales… de teatro, de danza, de cine y eso no está mal, pero no es suficiente.

“Seguimos con problemas para tener solidas políticas culturales, no hemos logrado tener leyes de cultura —como deberíamos— que pusiesen a salvo, en principio, la categoría de diversidades culturales, lo cual implicaría integrar a pueblos originarios y a todas las formas de expresión que constituyen la identidad de un pueblo. En Argentina se hizo un gran debate nacional, hubo muchas mesas por todos lados participando de manera consultiva, muy interesante, hacia la materialización de una ley de cultura. Pues resulta que al final la abortaron porque el propio modelo ideológico del aparato del estado en las condiciones en que está hoy en general en América Latina no tiene compromiso con esta concepción de la cultura, en el sentido de la producción de la totalidad de las expresiones colectivas. Entonces, ese es un déficit grande”.

Foto Flor de Paz

—No hay signo, ni ciencia de los signos, ajena a la lucha de clases. Esta es una teoría contrastada. Sin embargo, a ciertos intelectuales conspícuos, como los adjetivó Mario Benedetti en su libro de ensayos La realidad y la palabra[ii], les da picor el abordaje de las luchas de clases, las fotografías de las clases sociales desfavorecidas o la palabra imperialismo ¿Cobardía histórica, afán de protagonismo, intencionada ceguera? ¿Cuál otra mirada sumaría a este inventario?

—Podríamos seguir la lista. Hay muchos compañeros que han sacado de su agenda el tema de la lucha de clases, del marxismo incluso, de la crítica al capitalismo. Lo han sacado de sus agendas porque incomoda a sectores que los están financiando. En algunas universidades hay financiamiento para investigación en temas de cultura, pero son dineros, por ejemplo, de Konrad Adenauer o de fundaciones europeas que patrocinan becas. Se hacen proyectos de investigación al modo del pensar del que da la beca por quedar bien con sus ideas, que parezcan que estamos en sintonía, a cambio de unos pesos.

Si hablamos de necesidades y urgencias de la gente, no me atrevo a hacer juicios sobre el porqué recurre a una beca o a un financiamiento. El problema más grave es a cambio de qué, a qué se resigna y qué se omite, y si ya viene todo este prerrequisito de sacar del mapa coordenadas teóricas fundamentales, digamos, de pensamiento obligatorio desde el punto de vista metodológico. Hay que violentar al método para que el resultado me salga más o menos bien: ya veo una manipulación que es entre otras cosas antiética. Le falta la ética y en eso a mí me parece que no se puede transigir. Hay muchos compañeros que están, hoy por hoy, en esa ruta de producir postres que no le hagan daño a nadie, que quede bien como corolario de cierta vida, cierta investigación, ciertos enunciados, y que más o menos parezcan que democratizan un buen estado de ánimo entre todos para llevar la fiesta en paz. Eso es imposible en un mundo donde no hay manera de no tomar posiciones de raíz con los problemas.

En el campo de la semiótica, en el campo del cine, hay muchas emboscadas al respecto. Conocí en Chiapas algunas productoras cinematográficas que vinieron a hacer trabajos documentales financiados por fundaciones alemanas, que de pronto parecía que más que progresismo tan interesante en Alemania, les interesan los problemas sociales de Centroamérica, y de Chiapas, y del zapatismo. Después supimos claramente que eso se exhibe allá para tranquilizar el espíritu pequeñoburgués alemán y decir: “Mira, qué mal que están aquellos y qué bien estamos nosotros”. Esa ecuación se ha repetido muchas veces, y hay un proceso sistemático de saqueo de la imagen: vienen y entrevistan a los pueblos originarios y hacen excelentes fotografías con composiciones muy estudiadas para que se vea a las niñas indígenas levantando piedritas u hongos con composiciones muy estetizadas para venderlas a un público que lo entiende así: “Ay, qué simpática de la niñita indígena”, pero nunca qué compromiso se tiene con la realidad de ese ser humano. Entonces, ese comercio de saqueo de imágenes, que yo llamo de usurpación semántica, semiótica, es un gran negocio en muchos lugares. Y quien se presta a eso, empieza a cortar de la realidad raíces muy profundas y, de alguna manera, a falsificar los hechos en función de los cheques que está viendo venir. Algunos otros, incluso, no solamente por los cheques sino por la fama, por el ego, por distorsiones que ya no competen a la cuestión de qué compromiso se tiene con la verdad, y qué fidelidad o lealtad debo tener con quienes viven esa realidad en condiciones de desventaja. Esa interrogación creo que hace la diferencia grande, se llamen cineastas o con el glamour que quieran, gusten y manden, sean de escuelas de cine o no. Si el resultado no es solidario con aquellos que están mostrando el sufrir de sus vidas en las bases yo le pongo interrogaciones a todo eso. Y la semiótica, insisto, debe servir para eso.

—Frances Stonor, la autora de La CIA y la guerra fría cultural, un libro imprescindible para la intelectualidad cinematográfica, documentó el impacto de la agencia estadounidense en el ángulo global de la cultura entre el año ‘47 y ’67. ¿Esta praxis es un asunto del pasado?, ¿No fue también el signo de una arquitectura que desarrolló la agencia de inteligencia de ese país?

—Bueno, en un sentido sí es del pasado, en tanto está anclada a coordenadas muy concretas, a un período, a unas circunstancias que hoy han empeorado radicalmente. El Informe McBride en el año ‘80, los que hicieron esta comisión de estudios para los problemas de la comunicación, decían: es un escándalo. Los dueños de todos los medios del mundo en ese periodo eran como seiscientas personas; hoy son ocho o nueve. Entonces empeoró la cantidad, el perfil tecnológico, además del formato del modelo de propiedad de las herramientas de producción de sentido. Se pasó a tener unas formas de penetración social como nunca vimos, de 1945 para acá la televisión se nos metió en la recámara, se metió hasta en la cocina, son infiltrados todos estos medios en la vida diaria, ahora mismo hasta vamos al baño con el teléfono celular. Esta infiltración recorre todos los ámbitos de una nueva intimidad en la que ya se nos ha vuelto indispensable estar permanentemente conectados y chateando hasta en la ducha, conozco casos.

“Todo eso se modificó porque se modificó también el campo de las subjetividades; tenemos incluso otra dimensión de lo visible y de lo invisible en el discurso, que transita de manera más compleja en esta disputa semiótica. Hoy se dice: “Los nazis no perdieron la guerra, se la llevaron para Hollywood”. Ese juego o esa metáfora de esa expresión se convalida y se verifica cuando uno hace un rastreo mínimamente, una tomografía computada del discurso que se produce hoy en Hollywood, y en Netflix, y en lo que se está consumiendo en las casas, como series televisivas, etcétera. Si usted pudiera hacer una tomografía computada de los vectores de los modelos de pensamiento nazi-fascistas que todavía están ahí circulando, nos llevaríamos una sorpresa enorme al ver los grados de infestación que hay de esas moléculas, del nazi-fascismo en el relato mediático en general.

“En ese sentido, se nos ha puesto más complejo el análisis y más compleja la intervención. Ya no podemos, como en algún momento pedían los compañeros de las tesis interesantísimas de Matterlart en el escenario chileno, pensar un proyecto de prensa obrera, por ejemplo, como la gran solución al problema de la comunicación de los pueblos y la lucha de clases; la prensa escrita hoy ha adquirido otras dimensiones a nivel masivo. Con la lectura digitalizada en teléfonos o en tabletas, ya se presentan otros desafíos con los memes, con las redes sociales. Si bien la raíz es la misma, la complejidad es otra. Eso hay que tenerlo muy claro porque si no acudimos con hipótesis teórico-metodológicas que se nos han esclerotizado o que sirvieron para un momento, pero que cuesta mucho trabajo en el presente, y el ejemplo más duro que le puedo poner es que no tenemos cuerpo teórico-metodológico que trabaje en tiempo real. Esos modelos de análisis que vimos en los años setenta, ochenta, y desde el ’45, incluso, con los que empezamos a ver los efectos del proceso acelerado de concentración monopólica, que viene estudiándose desde entonces con mayor celeridad, hoy no logra respondernos al problema del mensaje en tiempo real y a cómo analizamos el control que ellos tienen sobre la velocidad y sobre la ubicuidad. Un mensaje que nos disparan en Ucrania esta mañana, en quince minutos le da la vuelta al planeta y se instala como agenda del día de hoy, y nosotros no tenemos los dispositivos rápidos para decodificar, ni para responder, y mucho menos prever. Eso se modificó sustancialmente, es el mismo problema agudizado que requiere hoy instrumental de mayor precisión”.

—Usted boceta en Semiótica para la emancipación esta idea: “La producción de sentido está estrechamente ligada con la cultura social y política, y con las realidades de distintas clases sociales cuyas luchas alimentan y estimulan el escenario simbólico”. Es cierto, sin embargo; no hemos sabido aprovechar esas estrecha relaciones símbolo-sociedad y nos hemos centrado en las herramientas de la política. ¿Cómo articular los poderes de la cultura en esta batalla que usted subraya, por la emancipación?

—Primero con un método que sea capaz de entender la complejidad, ¿No? Hay recorridos que nos hacen falta con urgencia. Por ejemplo, no estamos haciendo el trabajo de recomposición simbólica.

“Por ejemplo, en México, frente a la conciencia de las riquezas naturales. Tenemos una cantidad impresionante de ríos, lagos y lagunas, de cuerpos de agua interiores que a su vez tienen no solamente provisión de peces y de alimentos y de alternativas alimentarias, agrícolas o espacios, posibilidades ganaderas, mineras, etcétera, que la mayoría de las personas desconoce, ni idea tienen, y algunas incluso se enemistan. No es la producción de pescado lo que más se disfruta a nivel popular, no es parte, digamos, de la culinaria cotidiana habiendo alternativas muy importantes y algunas, incluso, tradicionales en zonas como Michoacán, en el lago de Pátzcuaro. Toda la estructura cultural de esa zona tuvo y tiene, en su vínculo con la pesca, con el agua, con la laguna, cancioneros, estética, diseño de textiles, lo que se conoce como rebozos, vestidos, maquillajes, peinados. El propio diseño de las lanchas, el diseño de las redes de pesca, la tradición oral y escrita, pues en general el conjunto de las expresiones que se dan en virtud de ese trabajo histórico se ha ido asfixiando en un solo sector que son los tradicionalistas o folklóricos, que todavía quieren conservar esos reductos de la cosa del pasado.

“Esa es una gran trampa de la ideología del liberalismo y del neoliberalismo, que pretendiendo sofocar esas identidades quieren suplantarles la otra identidad que es: “¿por qué no te conviertes? En lugar de ser un pescador que recuerda sus canciones, su familia o los consejos de los viejos para la pesca, ¿por qué no te haces empresario y pasas a ser micro empresa de producción pesquera?”. Estos ejes de quiebre simbólico han tenido verdaderas repercusiones muy duras en los pobladores que dejaron de vestirse con los trajes que son los cómodos, históricos y tradicionales de los pescadores de esa zona para empezar a vestirse como los pequeños modernos empresarios que van al banco a discutir el futuro económico. Todos esos ejes van significando quiebres y pérdidas muy grandes. No soy un nostálgico de ese folklorismo, lo que sí creo es que ahí hemos sido derrotados muchas veces en las diversidades culturales, y que hay que hacer una defensa de eso sólo para poner en el campo de la producción y ahora mismo de la culinaria.

“Asimismo ha pasado en la zona huasteca con la música, que tiene una trayectoria tan significativa, tan singular, en ponerle palabras, música y emocionalidad a la vida misma de la producción del campo, y cómo eso se degeneró, se manipuló, y se llevó al cine. Algunos vectores pasaron a ser hoy, casi exclusivamente, grupos que se contratan para animar la presencia de turistas en los hoteles”.

—Los signos, los símbolos, que se construyen también desde las fortalezas de una personalidad o de un descollante hecho histórico, los que trabajamos con las muchas expresiones del arte y la literatura desde los derroteros de la izquierda, ¿hemos sabido abordar con altura estética y pensamiento integrador esos capítulos que nos definen como cultura? ¿Qué nos falta por hacer en esta zona del conocimiento cultural? Me refiero a la historia. Permita un paréntesis, en Cuba se le da mucha importancia a la historia y en la cinematografía cubana de estos más de sesenta años de Revolución se atesoran una gran cantidad de obras dedicadas a la historia, pero escasean narrativas creíbles sobre esos personajes, y que afinquen una jerarquía dentro de los componentes simbólicos que ameritan subrayar en esta batalla cultural. Quiero también su opinión sobre eso.

—Sí, como todo, las preguntas son indispensables, la pregunta del cuerpo ideológico, ¿no? También en México, en una época, hubo una movida muy fuerte para recuperar la historia, por ejemplo, de la Revolución mexicana ¿Pero quién se interesó por eso, con qué relato, reivindicando qué? Y acabó con que nos contaron la historia de la Revolución las oligarquías que fueron derrotadas, es como si viéramos películas de la Segunda Guerra Mundial, películas de Hollywood. ¿Quiénes nos contaron eso? Un grupo de empresarios judíos que se hicieron dueños de la industria de producción cinematográfica norteamericana y le pusieron su sello. Han producido una victimización, no sin argumentos, no carentes de algunas razones, incluso ineludibles, para repetir qué discurso, para reivindicar qué heroicidades, para terminar contando la historia en función de qué clase de relato, en su versión más cruda, más dura. El relato de la gran odisea del avance del capitalismo hacia el lejano oeste es el de un genocidio contado en clave de aventura y de épica. Matar indios a balazos, de manera absolutamente demencial hoy no lo toleraríamos, porque tenemos un grado de sensibilidad mayor ante esa clase de discurso, con alguna salvedad. Hoy estamos viendo crímenes en otros lugares del mundo que son el equivalente de alguna forma, pero en todo caso es el espectáculo del genocidio puesto de esa manera,  contado por los que resultaron ser los ganadores de la pelea, de los perdedores pocas veces escuchamos el relato. Y esta pregunta, desde dónde estamos viendo que se relata la historia, en función de qué clase de lucha y la interpretación de qué lucha, pues nos obliga a hacer este repaso.

“Yo creo que el cine cubano tiene una proclividad grande a repensarse incluso, a través del cine, y cuántos casos hay de películas de gran debate, como Memorias del subdesarrollo, de filmes que han sido nichos importantísimos de discusión y de revisión. Porque es el repaso de sí mismo, de un país, en los ojos de un autor que entre polémicas de auto proclamaciones presenta un universo, pero, ¿para qué, ¿cómo? Esa es la lectura de la semiótica. ¿Cuál es el flujo de sentido que motiva y moviliza la realización?, se llame historia o como se llame. Después el otro problema: cuando se llama historia, cuando pasa a ser del discurso, de la referencialidad de la historia o del historicismo, ¿qué está pasando con las generaciones que lo reciben como si eso fuera el baluarte educativo por el que tienen que formarse y conformarse una imagen y un imaginario de su identidad, de su historia, de su protagonismo? Peor la cosa cuando no puede cotejarse, contrastarse.

“Acabo de ver una película, hace poco, como jurado en Argentina, la historia de Mariano Moreno, interesante. Solamente que para hacer una película así, sin fotografías, casi no hay fotografías de este personaje, una o dos, los testimonios casi todos desaparecieron, entonces la filigrana audiovisual que tuvieron que inventar para poder aludir a la presencia de este personaje y contar la historia, que es además muy significativa en un período de la independencia argentina, es un reto enorme ¿Cuáles son los móviles de ese relato? Me queda muy claro que hay una reivindicación del papel, incluso revolucionario, de ese personaje, que justifica el por qué tuvieron que buscar todas las alternativas para ilustrarlo, poniendo una imagen quieta durante largos minutos frente a la fachada donde suponen que nació, mil cosas como esas. Ahí encuentras que el sentido cobra otras dimensiones en función de que hay una convicción muy potente que está buscando resignificar un montón de elementos que no son directamente el sujeto y ese es un dilema grande para la historia. Otros casos tenemos en los que abundan las espadas, abundan los uniformes, las botas, los caballos, todo lo que se usó. No obstante, toda esa parafernalia no alcanza a describir la madre de todas las luchas, que es la lucha de clases”.

[i] 1.           Abad Domínguez, Fernando Buen: Semiótica para la emancipación, Universidad Nacional de Lanús (2017).

[ii] 2.          Benedetti, Mario: La realidad y la palabra, Ediciones Destino S.A., (1990).

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El supermercado de lo visible. Hacia una economía general de imágenes

Autor: Peter Szendy

“Intento analizar, auscultar aquí aquello que, ya en 1929, Walter Benjamin describía como un espacio cargado ciento por ciento de imágenes. O dicho de otra forma, esa visibilidad saturada que hoy nos llega desde todas partes, que nos rodea y nos atraviesa. Un espacio icónico es el producto de una historia: la de la puesta en circulación y mercantilización general de las imágenes. Había que esbozar su genealogía, desde los primeros ascensores o escaleras mecánicas (esos travellings avant la lettre) hasta las técnicas contemporáneas de oculometría, que pesquisan incluso nuestros menores espasmos oculares, pasando por el cine, ese gran director de orquesta de las miradas.

Sin embargo, en forma subyacente a esta inervación de lo visible, existe una economía propia de las imágenes, lo que intentamos llamar su ‘iconomía’. Deleuze la había vislumbrado al escribir, en páginas inspiradas por Marx: ‘el dinero es el reverso de todas las imágenes que el cine muestra y monta al derecho’. Una frase cuyo alcance ontológico solo comprenderemos al recordar que ‘cine’ quiere decir también, en este caso, ‘el universo’.

Por eso, bajo la guía de secuencias de Hitchcock, Bresson, Antonioni, De Palma o Los Soprano, estas páginas quisieran abrir la vía que conduce de una iconomía restringida a lo que podríamos denominar, con Bataille, una iconomía general”.

Peter Szendy

(Tu mirada no descansa, tampoco la imagen. Las imágenes se persiguen, se cazan y se sustituyen unas a otras. El mundo es una sucesión de imágenes que ya son recuerdos al nacer. El intercambio es una ficción capitalista; su corazón negro es la plusvalía, la asimetría radical. Así también tus ojos, siempre en deuda, van detrás de una imagen fantasmal que se disolverá en cuanto otra se apodere de ella. Nunca la tendrás del todo, nunca saldarás tu deuda. Tu deuda es infinita y solo se cancela con la muerte, a ojos cerrados, bajo el sol que cae a plomo sobre el duelo de un western. En el supermercado total de lo visible, no das tu tiempo por dinero: das tu tiempo, tu exiguo tiempo fascinado, por imágenes que circulan de pupila en pupila, como monedas fugaces, como acreedores hipnóticos que nunca te dejarán en paz).

Con El supermercado de lo visible, Shangrila Ediciones apuesta a la publicación en español de tres conferencias y un capítulo adicional de “contenido extra” que constituyen, entrelazados, uno de los textos más lúcidos y profundos acerca de esa pregunta que jamás dejará de asediarnos: ¿qué es una imagen?

Peter Szendy. París, 1966. Filosófo y musicólogo, Profesor de literatura comparada en la Universidad de Brown y asesor de los programas de concierto de la Filarmónica de París. Ha publicado, entre otras obras, Musica pratica. Arrangements et phonographies de Monteverdi à James Brown (L’Harmattan, 1997); Écoute. Une histoire de nos oreilles (Minuit, 2001); Membres fantômes. Des corps musiciens (Minuit, 2002); Sur écoute. Esthétique de l’espionnage (Minuit, 2007); Tubes. La Philosophie dans le juke-box (Minuit, 2008); Kant chez les extraterrestres. Philosofictions cosmopolitiques (Minuit, 2011); L’Apocalypse cinéma. 2012 et autres fins du monde (Capricci, 2012); A coups de points. La Ponctuation comme expérience (Minuit, 2013).

Tomado de: Shangrila Textos Aparte

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Buen Abad y las claves para entender la semiótica comunicacional latinoamericana

Fernando Buen Abad Domínguez. Filósofo y escritor mexicano, doctor en Filosofía. Foto: Eduardo Flores/Andes

Por Patricia María Guerra Soriano @Patri99_Guerra

Pensar la comunicación política semióticamente implica el desarrollo de una epistemología insurgente centrada en interpretar las lógicas de sociabilidad, estructurarlas y a la vez desconfigurarlas tras la búsqueda de sentidos enunciados por la propia historia.

En ese universo de discursos, formas y representaciones políticas, que encuentran lugar también en los medios de comunicación como plataformas divulgativas e interpretativas de los fenómenos sociales, la semiótica se ocupa de la significación de las formas simbólicas que estructuran lugares y hacen predecibles determinados acontecimientos.

Aunque siempre existe una realidad que se resta a los códigos políticos y comunicacionales, el Doctor Fernando Buen Abad, especialista en Filosofía de la Imagen, Comunicación, y Crítica de la Cultura, repiensa la semiótica de la comunicación política latinoamericana y reditúa el interés por construir una semiótica de la emancipación que promueve la construcción de un proyecto teórico-metodológico regional capaz de oponerse a la agresión simbólica del capitalismo.

Whastapp mediante, las respuestas de Buen Abad destilan a ratos pesimismo por el estado actual del campo de la comunicación en América Latina y a ratos —como él mismo declara— un cierto optimismo que confía en la construcción de políticas concretas que democraticen la información y la comunicación como derechos legítimos de la ciudadanía.

Los medios de comunicación son uno de los frentes de lucha donde los comunicadores (periodistas, cientistas de la información, comunicadores sociales, diseñadores) disputan la hegemonía de las influencias. ¿Qué distingue a los medios de comunicación de la izquierda cuando comunican política? ¿Qué signos marcan su discurso?

Hay una serie de distintivos históricos y políticos que marcan diferencias radicales entre cualquier proyecto de “comunicación hegemónica” desarrollada por el capitalismo y las alternativas llamadas de izquierda, revolucionarias o progresistas, que no se someten a los intereses de clase y que en todo caso ponen de relieve los intereses de las mayorías. Esta gran distinción central marca un recorrido totalmente distinto desde la elección de los temas, es decir desde la base semántica de los proyectos de comunicación, hasta las estrategias tácticas y de interlocución, vocabulario, formas, medios y modos para hacer explícitos y colectivos los contenidos que quieren transferirse o compartirse.

Otra distinción está en la base misma de la definición de la palabra comunicación. En algún sentido, la lógica hegemónica descarga la idea de que comunicación son los medios; mientras, desde la otra perspectiva, comunicación significa construcción de comunidad, poner en común.

Ahora, ¿cómo la tecnología se desarrolla? ¿a qué objetivos se orienta? Eso también marca definitivamente la diferencia entre los proyectos comunicacionales. En el campo del pensamiento hegemónico o capitalista de la comunicación, es la tecnología por la tecnología misma e incluso se hace del formalismo, del ornato; finalmente, se construye un discurso que pasa a ser mercancía.

De ahí que la idea de las herramientas subordinadas a un proyecto de puesta en común desde las bases con un proceso democrático de selección, tanto de los temas como de las formas y de las interlocuciones, implica una modificación sustancial.

En resumen, están en pugna teorías y metodologías concebidas, cuya práctica tiende a puntos totalmente distintos y contrapuestos de resultados; mientras que en un caso la lógica de la mercancía es lo que prima para el uso de las herramientas de la comunicación y conjunto con ello la subordinación de las consciencias, de los grupos; en el otro lado, se tiende a todo lo contrario: a la democratización de las herramientas y de los discursos y al proceso de transformación revolucionaria permanente que debe estar implícita en todo aquello que se proponga el desarrollo de la humanidad en condiciones de igualdad y acceso libre a las herramientas para el desarrollo, incluidas las herramientas de comunicación.

En una entrevista reciente apuntaba: “El tema de la comunicación debería ser agenda urgente en todo frente de lucha emancipatoria y en realidad vemos que no es así”. ¿Qué deficiencias están determinando la construcción de una comunicación política desde los medios de comunicación de la izquierda? ¿Por qué?

Nos ha tomado mucho tiempo, a mi entender, la valoración de los alcances, las oportunidades, las riquezas, incluso las fuerzas que nos añaden en la lucha cotidiana la incorporación de herramientas de comunicación entendidas como herramientas de apoyo, como instrumentales que con sus características ayudan a enriquecer tanto cuantitativa como cualitativamente la interlocución con los distintos frentes y grupos

Los movimientos emancipadores de izquierda que recorren todos los espectros teórico-metodológicos y confían en la verdadera emancipación de los seres humanos a partir de sus propias fuerzas organizadas libremente, deberían contar con capacidades específicas para la transmisión de los conocimientos y el enriquecimiento dialéctico de las ideas.

Esa dinámica social y política no ha tenido un crecimiento en términos de sus formas y sus diversificaciones y creo que, en más de una ocasión, se ha desaprovechado a pesar de la existencia y desarrollo de importantes ideas transformadoras de justicia social, de un humanismo revolucionario que revoluciona también al humanismo y que revoluciona las relaciones humanas.

No hemos logrado crear una gran corriente que provoque, anime, estimule y convenza a los frentes importantes que están en las bases de los pueblos y que están aguardando esas oportunidades de articulación, de consolidación de ideas y de acciones; incluso, en esos frentes en los cuales se cocina la cotidianidad y se resiste el peso de todas las injusticias del capitalismo, ha tomado mucho tiempo identificar madurar y consolidar tácticas y estrategias de comunicación. No quiere decir esto que no existan o que no hayan habido experiencias exitosas de comunicación social en las bases, por el contrario, hay muchas pero muy desarticuladas.

En el mundo entero y en nuestro continente han proliferado vocaciones comunicacionales. Me gusta la metáfora de un gran archipiélago de voluntades comunicacionales, pero se trata de un archipiélago inconexo y paradójicamente inconexo porque no hemos logrado las estrategias de intercomunicación entre todos esos frentes, lo cual refleja también algún proceso todavía de maduración lenta sobre la utilidad de las herramientas de comunicación.

No quiere decir que las herramientas para la comunicación o las estrategias de comunicación por sí mismas automáticamente modificarán las sociedades, pero bien cierto es que sin esas estrategias hoy nos vemos en desventaja frente a los modelos hegemónicos que imponen modos de pensar, modos de ser, estilos de vida, estilos ideológicos, en fin el aparato ideológico hegemónico del capitalismo que se despliega a través de todas las argucias imaginables mediante sus herramientas de comunicación. A veces de manera excesivamente pasiva, se desconocen sus estrategias narrativas, sus recursos semióticos y su diversificación de llegadas con distintos interlocutores o destinatarios.

Sin negar las importantes victorias que se han tenido y que se tienen, creo que estamos en una desventaja seria, con debilidades que hay que analizar y poner en la mesa del debate porque en ese sentido de la desigualdad comunicacional vamos a un territorio con grandes desventajas.

Se habla con mucha frecuencia sobre el control ejercido por los grandes emporios mediáticos de derecha que responden a los intereses del capital y no hacen más que promover un pensamiento chatarra plagado de falacias, ¿cómo funciona en estos casos la comunicación política? ¿sobre qué herramientas semióticas se sostienen hasta el punto de lograr su propósito e influenciar a una estimable audiencia?

La comunicación política hegemónica es un medio de la democracia burguesa que se dedica a vender ilusionismos, por ejemplo, hacer creer en un candidato o candidata por determinada apariencia, por cierto palabrerío, discursos, algunos de ellos más o menos articulados (en general los menos), al acudir a un golpe bajo de manipulación de la sensibilidad social, de chantaje emocional, psicológico. Lo cierto es que con el uso de ese conjunto de ingredientes de la mecánica mediática hegemónica se llega al éxito.

Hemos visto en toda la región, una y otra vez, episodios de uso de las herramientas de comunicación en manos de la derecha donde la subestimación de la inteligencia de los interlocutores es de por sí una ofensa y no obstante, logran algún tipo de solidaridad de clase e ideológica. Las promesas que se saben no serán cumplidas porque se está manipulando la sensibilidad de los pueblos, son utilizadas como coartadas perfectas para sus engaños mediáticos. En realidad constituyen experiencias muy aberrantes y dolorosas que nacen de la contradicción de que el propio elector termina votando por un “payaso” que se muestra como una especie de salvador o un mesías, mientras algunos sectores del pueblo no alcanzan a identificar la gravedad de las falacias que se le presentan.

En ese sentido se promueve un pensamiento chatarra hegemónico que se vuelca sobre las estrategias narrativas de la publicidad y propaganda políticas.  De modo que urgen herramientas que nos permitan dar una batalla comunicacional, desmontar espectáculos de propaganda decadente y habilitarnos para saber cómo trabajar la construcción de un proyecto discursivo y narrativo de la política que sea totalmente distinto, usando la radio, la televisión y cuanto medio tengamos pero con táctica y estrategias narrativas. Es una urgencia, un campo de problematizaciones diversas tanto para el análisis como para la producción de discurso político de fondo verdaderamente transformador.

¿Cómo construir, desde los medios de comunicación, una semiótica para la emancipación?

Por lo pronto creo que se requiere un cuerpo teórico sólido de ideas que permita crear a la vez una definición teórico-metodológica capaz de ubicar y redefinir a la semiótica, a la propia comunicación y a la propia idea de emancipación en el contexto contemporáneo y en el contexto específico de las distintas luchas comunicacionales que están dándose.

Es fundamental el desarrollo de una semiótica emancipadora, es decir, una disciplina que estudie la producción de signos a fondo no solamente para defendernos de la agresión simbólica del capitalismo sino para propiciar estrategias narrativas, discursivas de nuevo orden, frente a lo cual se necesita  un desarrollo científico más amplio y que pasemos a una época en la que no tengamos miedo de meternos en el debate de la comunicación y aprovechemos todos los aportes que se vienen recogiendo desde distintas escuelas teórico-metodológicas en las que el marxismo ha hecho muchas contribuciones.

La esencia está en consolidar una semiótica para la emancipación como un movimiento capaz de enriquecerse con experiencias múltiples, con trabajos teóricos y científicos de fondo y con los ingredientes de la riqueza cultural y la chispa imaginativa de los pueblos.

A pesar de que tengamos grandes avances e importantes autores y escuelas, está por construirse una semiótica para la emancipación. Estamos acudiendo a esa necesidad con algunas intuiciones, con muchos errores de apreciación y de ensayo, pero con la claridad de que hay un campo “vacío” en el desarrollo teórico y científico que exige creatividad e imaginación, audacia teórica y metodológica y que nos coloca como desafío los escenarios de la vida política que no son solamente los de las elecciones, sino aquellos que hay que disputar con argumentos dinámicos y renovados sin perder las tradiciones.

A mí me parece que nosotros ni siquiera hemos alcanzado todavía a corporizar una herencia de la semiótica marxista que podíamos y deberíamos ya tener en marcha y sin embargo, veo lentitud en todos nosotros con el debido respeto correspondiente a cada quien. Es un cuerpo teórico-metodológico que está ahí aguardando con sus herramientas no para repetir de manera arqueológica ideas sino para dinamizar los instrumentales básicos de este cuerpo del marxismo y ser capaces de, con esa reserva importante de propuestas filosóficas, teológicas, políticas, avanzar hacia el desarrollo dialéctico de nuevas herramientas para el presente. Una semiótica para la emancipación posee un espacio promisorio pero necesitamos ir consolidándola como un cuerpo cada día más afianzado, con más objetos de estudio consolidados y con más desarrollo teórico y producción práctica.

Una de las claves para enfrentar la concentración monopólica de los medios de comunicación es democratizando sus herramientas, componente que depende, principalmente, de la voluntad política de los Gobiernos, ¿cómo, desde los medios, insuflar en la ciudadanía ese reclamo, y esa necesidad de ver la democratización de la comunicación como un derecho legítimo?

Es cierto que es necesaria la voluntad política de los Gobiernos para avanzar hacia una iniciativa democratizadora de las herramientas de la comunicación, pero también de la construcción de sentido ajustado a las condiciones concretas del desarrollo social.

Ahora hay que preguntarse cuáles Gobiernos porque los Gobiernos burgueses, al servicio del capitalismo, si bien han logrado esa especie de apropiación de instrumentos y herramientas, también han trabajado en el proceso de cercenar el derecho social a la comunicación y a la información. No basta con tener igualdad de oportunidades sino que además hay que tener igualdad de condiciones. Se trata de una disputa porque más de uno se contenta en los discursos con hablar de las oportunidades en abstracto, pero raras veces hay una disquisición profunda, un análisis serio sobre las condiciones objetivas que se requieren.

La democratización de las herramientas para un proyecto de comunicación que no sea el hegemónico y de subordinación de conciencias, necesita una revisión profunda sobre qué clase de tecnología va a requerir. Me atrevo a pensar que debemos discutir si realmente necesitamos la televisión con la infraestructura que hoy presenta y cuál es la televisión que se requiere en términos no solamente de sus contenidos, sino de sus instrumentos. Hay que preguntarse lo mismo para la radio, para la prensa, en función de repensar el proceso de distribución de información con el propósito de satisfacer el derecho de los pueblos a estar informados y a comunicarse.

Este espectro de discusiones, que no aparece fácilmente en las agendas de las políticas de los distintos gobiernos, nos hace preguntar por los costos que tiene la dependencia tecnológica de ese modelo hegemónico, la transferencia brutal de los recursos para consumir una tecnología por otro lado perfectamente sellada por un proceso de caducidad al cual nos someten y nos obligan tras el objetivo de renovar el gasto y el consumo de esa tecnología en todo el continente.

La discusión merece profundizarse a título de saber si no estamos también en un escenario histórico que nos empieza a cuestionar sobre qué tecnología para la comunicación estamos necesitando hoy, tomando en cuenta los problemas educativos de la región y la historia profunda depositada en las raíces mismas de cada uno de los pueblos donde las experiencias de comunicación originarias han sido sustituidas por otras.

En otras ocasiones también se ha referido a la importancia de construir una metodología diferente, una semántica del proceso de transformación, ¿cómo construir una metodología actualizada? (acciones para comenzar a trabajar).

Es cierto que quienes tenemos deseos de no solamente una revolución de la comunicación sino una comunicación revolucionaria, estamos pensando, como requisito, el desarrollo de un dispositivo teórico y metodológico que recoja las tradiciones de los procesos históricos más importantes para que todos los pueblos puedan expresar, desde sus diversidades, sus proyectos de lucha de manera conjunta.

Por tanto, se construye como reclamo un material de organización conceptual porque no creo que la vida del ensayo y del error con algunas posiciones “anarquistas” o “anarquizadoras” nos vayan a dar algún resultado medianamente útil. Tampoco hay tiempo que perder en función de cómo está el desastre de la desigualdad comunicacional e informativa en el mundo, al extremo de que se han legitimado, como la nueva mercancía de ese circo, las fake news y el deporte de engañar a la gente haciendo pasar por verdad una mentira y haciendo que esa mentira satisfaga y además, produzca resignación o indiferencia en los pueblos.

Necesitamos un cuerpo de ideas teóricas y prácticas con las que podamos  reconstruir la noción de lo colectivo como fundamento esencial para definir la información y la comunicación. Hay que actualizar métodos de participación, incluso métodos de los modelos expresivos de los distintos pueblos, pues nuestro continente tiene la magnificencia de poseer una riqueza de proyectos sintácticos de pueblos que hablan cada cual a su manera, desde la diversidad y tienen mucho para decir, aportar y contribuir, desde la denuncia, pero también desde la creatividad. Eso ya propone un esfuerzo ordenador y orden, en este sentido, significa desarrollo del pensamiento crítico en función de los contextos y las coyunturas históricas.

Ese cuerpo metodológico debe ser autocrítico permanente de sí mismo y  además una herramienta para perfeccionarse como una condición sine qua non al constituir un proyecto que pretenda transformar la realidad de la dominación y la del desastre que se ha hecho en materia de comunicación e información en el mundo.

¿Cuál es el estado de la enseñanza en las universidades donde se forman los futuros comunicadores? A su entender, ¿cuáles deberían ser las herramientas imprescindibles en esa preparación?

Alrededor del año 1978, se realizó en México un primer encuentro latinoamericano sobre la enseñanza de la comunicación en el que participaron teóricos como Armand Mattelart, Héctor Schmucler, Ariel Dorfman y otros muchos nombres importantes de la época y del presente que también apuntaron algunos temas centrales en la enseñanza de la comunicación. Uno de ellos, tenía que ver con transparentar cuáles son los ejes teóricos-metodológicos dominantes en la enseñanza de la comunicación. De ahí que se caracterizaron tres grandes ejes: la escuela funcionalista, la estructuralista y la marxista y luego se llamó a revisión la producción bibliográfica al respecto ubicada en las universidades.

Desde ese momento quedó asentada la necesidad de transparentar ante el estudiantado, los ejes teóricos a partir de los cuales trabajaban las escuelas, centros de investigación o de enseñanza. Era indispensable contar con la anuencia de los estudiantes para decidir qué les interesaba y qué no, o por lo menos para no ser engañados al “venderles” teorías y metodologías sin aclarar de qué vertientes nacían.

Este sigue siendo un requisito ético fundamental al que no muchas escuelas o facultades o academias acuden con puntualidad, de hecho hay un tráfico ideológico permanente en el que predomina, en cerca de las mil facultades de comunicación de América Latina, la lógica de la concepción mercantil de la información y de la comunicación.

Habría que definir también en esos marcos teóricos de qué sociedad ideal están hablando, de qué clase de conducta colectiva hablan, a partir de qué esquemas de participación, de organización, de legislación. En muchos casos, las escuelas como la estructuralista y no toda, pero alguna parte de ella, plantea la necesidad de introducir cambios en la sociedad, no obstante sin afectar al capitalismo.

Por otra parte, están las posiciones que convocan al debate sobre la revolución dentro de las comunicaciones y aquí la palabra revolucionario necesitaría un tiempo que no tengo para repensarla en clave de las transformaciones profundas y definitivas para contrastar lo que se tiene con lo que se necesita y ver cómo avanzamos hacia la solución de estrategias alternativas y tecnologías que habiliten a todo el mundo en el marco de las nuevas dinámicas, hacia un humanismo de nuevo género, un humanismo revolucionario y revolucionado también y que dignifique al ser humano para terminar con la explotación, con la acumulación del capital que somete a inmensas mayorías al capricho de un sector.

Eso en general, no aparece como una condición en los programas de estudio. Suele escasear la lógica de la transformación radical y profunda y revolucionaria de las herramientas de comunicación, de su uso, distribución y acceso. No hay propiedad común de la comunicación tampoco como eje profundo de nuevas teorías y aunque hay que decirlo, no quiero con esto desautorizar o desconocer los magníficos intentos de muchas escuelas, corrientes y movimientos académicos para abrir paso a formas de pensar y de hacer desde las universidades con la comunicación y la información, en términos generales, las condiciones objetivas son muy asimétricas, incluso hay datos específicos de persecución de profesores y atosigamiento a investigadores, teóricos, ensayistas que piensan de manera no hegemónica la comunicación.

También es verdad que hay proclividad a premiar, becar, aplaudir y celebrar e insertar en el marco laboral a todos aquellos que disciplinadamente no protestan, se leen el santoral completo de las biografías que les imponen y después dan cuenta de una buena memoria y nunca interpelándola ni  abriendo campos de debate que son tan urgentes en la enseñanza de la comunicación.

Los medios de comunicación que promueven una ideología de izquierda tampoco deben resultar complacientes ante lo mal hecho por su propio movimiento, ¿cómo practicar la crítica desde este frente?

Es cierto que una de las condiciones para pararse en ese vector llamado de izquierda es la crítica y desde luego la autocrítica y también la necesidad de interpelar esos dos conceptos para saber exactamente qué tienen que significar en esta corriente de comunicación de izquierda transformadora revolucionaria, no obsecuente con los modelos de dominación. Hace falta mucho trabajo de concitación de esfuerzos para trabajar de manera inter, multi y transdisciplinaria. Soy de los que cree que la crítica aplicada a la acción significa ordenar las realidades, es conocer lo urgente, lo impostergable, desarrollar el pensamiento crítico como una herramienta que permite a la propia construcción, distribución e interpretación del conocimiento una dinámica diferente porque nadie se “traga” ningún enunciado como si fuese la verdad absoluta, porque nadie está obligado a aceptar como tesis agotadas e intocables aquellas que están probando en el campo del conocimiento apenas su vinculación con las verdaderas transformaciones históricas que la humanidad está necesitando. Es importante que se ejerza un sentido profundo de autocrítica constante, un rigor de ciencia a su vez móvil, divertida, que nos produzca felicidad por ser justamente un ejercicio de profundización sobre los conocimientos.

Tenemos pendientes desafíos del corto plazo, debemos corregir errores, preconcepciones y luego arreglar definiciones a propósito de la organización de las herramientas democratizadas para la comunicación, la propia redefinición de la democracia social, la concepción de la participación entre iguales y la ruptura con las formalidades de la democracia burguesa para entrar a una fase de revolución democrática y por supuesto, de democracia revolucionaria.

Después de la VI Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños en la que 33 países debatieron desde antípodas ideológicas, se destacó, en el punto 42 de su declaración final, la importancia de las tecnologías de la información y la comunicación como herramientas para fomentar la paz, la inclusión social, el bienestar humano, el desarrollo y el conocimiento, ¿confía realmente en el cumplimiento de este objetivo en función de empoderar a la ciudadanía contra la manipulación mediática? ¿por qué?

Me permito ser escéptico respecto a los enunciados que se hacen a veces en las reuniones cumbre y después su cumplimiento en la práctica, sobre todo si las condiciones objetivas para esa práctica lo que indican es exactamente lo contrario a lo que se propone en el papel.

Algo me conduce a cierto nivel de pesimismo, por una parte cuando veo que las condiciones objetivas de los procesos de monopolización se han acelerado, cuando veo cómo esos procesos de concentración monopólicos son un peligro contra las democracias en la región, cuando veo que las voces múltiples no se verifican en las estructuras de comunicación privada, incluso en algunas públicas. Me queda como el sabor de cierta impotencia porque por buena y oportuna que sea una declaración de una reunión, de ahí a la solución o la intervención sobre los problemas hay a veces plazos demasiado largos.

Espero que al mirar las necesidades que se van presentando de gran urgencia hoy en la región, tengamos la capacidad de organizar las políticas concretas que van a permitir la democratización de la comunicación y la información. Todo eso está por verse, espero que no se quede este punto 42 de la declaración de la Cumbre de la Celac, en un buen deseo o en una consigna simplemente al aire hueca por no contar con un instrumental concreto, con un proyecto teórico- metodológico, con un calendario, con un sistema de medición específica para analizar los logros y los avances, errores y retrocesos y que en la siguiente oportunidad que surja, dar cuenta clara de qué pasó entre el dicho y el hecho, entre la voluntad y la realidad.

De todas maneras, a pesar de tener un reconocimiento con cierto nivel de expectativa pesimista, soy de la idea de que, tarde o temprano, va a resurgir una gran importante corriente de comunicación emancipadora que logre romper con el aislamiento de las distintas voluntades de comunicación que han nacido en todo el continente.

Ojalá que eso lo permita la propia Celac y entiéndase, de una vez por todas, que sin un proyecto auténticamente revolucionario en materia de comunicación, no se puede completar el otro conjunto de tareas revolucionarias que se necesitan en las distintas escalas de lo que entendemos por revoluciones a fondo en las ciencias, en las artes, en la literatura, en las organizaciones políticas y desde luego, en las tareas de la comunicación.

Tomado de: Cubaperiodistas

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Semiótica de «las Mañaneras»

AMLO instauró la disciplina informativa diaria de las conferencias de prensa madrugadoras conocidas como “las mañaneras”. Foto: El Universal

Por Fernando Buen Abad Domínguez @FBuenAbad

Para los dueños de los “latifundios mediáticos” era impensable que alguien pudiera arrebatarles la producción de “sentido” y sus relaciones de producción. Pero se les apareció Andrés Manuel López Obrador que, después de ganar la presidencia del país, gracias al movimiento de masas y a la rebelión electoral, que ha sido un período histórico rico en elementos de situación revolucionaria, es decir, de intervención en las condiciones históricas para que el modelo hegemónico no pueda seguir gobernando a su antojo.

AMLO instauró la disciplina informativa diaria de las conferencias de prensa madrugadoras conocidas como “las mañaneras”. Y cambió el escenario semántico de la política con la agenda política de “primero los pobres” y “guerra a la corrupción”. Acompañado semejante rebelión semiótica, apareció también la lucha contra las “fake news”, la revisión del gasto en propaganda gubernamental, la interpelación directa a los reales intereses de los dueños de los medios.

Eso impulsa otra libertad de expresión, desde las bases, y la cancelación de embutes, dádivas, subsidios y chayotes. Así marca caminos para una acción política de masas cuyo objetivo inmediato es completar la Cuarta Transformación Comunicacional en México que aún está en su fase embrionaria. No eximida de errores.

Mal haríamos en suponer, o esperar, que semejante tarea sea conquistada por un solo hombre por más genial y extraordinarios que sean sus talentos y fuerzas. Mal haríamos en ignorar que, todos y todas, tenemos un lugar inexcusable en esa lucha y mal haríamos en suponer que tal desafío pueda resolverse sólo con “buena voluntad” o sólo con opiniones aisladas. Urge un trabajo político de unidad, urge un programa de consensos básicos.

Urge investigación científica obediente al pueblo y urge un plan de acciones para el corto, el mediano y largo plazo. Urge la comunicación emancipadora para una democracia verdadera y urge tal democracia verdadera al interior de los medios de comunicación ¡todos! Comunicación para la democracia y democracia en las comunicaciones.

Pero no la democracia burguesa que conocemos y padecemos. No la que se volvió máquina para generar riqueza a los dueños de las empresas de la “imagen”. No para reiterar los medios y los modos de una comunicación secuestrada por los egos del individualismo que mercantiliza candidatos y comercializa votos. Urge la crítica con su movilidad omnipresente y transformadora.

Entender y fortalecer nuestras herramientas. Nos urge una guerrilla semiótica de acción directa, por todos los medios, para producir los anticuerpos culturales indispensables que exterminen, en plazos cortos, las influencias tóxicas de los medios y los modos burgueses para manipular conciencias.

Es urgente suprimir nuestra dependencia tecnológica y democratizar el acceso a las nuevas tecnologías. Urge discutir un presupuesto nacional para el desarrollo de las “Voces Múltiples” que se reclaman, entre otros, desde el “Informe MacBride” (1980) para una Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación. Urge una lucha jurídico-política que garantice medios y modos para la participación de todas las diversidades.

Urge una semántica de la diversidad que dé “sentido” nuevo al sentido de lo social, al sentido de la comunicación que significa, también, construcción de comunidad. Urge que todo ello tenga expresión democrática en el ejercicio del presupuesto de la nación y que así se estimule la creación de motores comunicacionales desde los pueblos originarios, desde la ciencia emancipadora; desde la educación y sus nuevos retos; desde todos los movimientos sociales que garanticen su soberanía financiera y política.

En fin, afianzar la Cuarta Transformación en Comunicación con una semántica revolucionaria capaz de modificar los paradigmas intelectuales hegemónicos apuntalada con instrumentos presupuestales, jurídicos, políticos y culturales. No reformismo… no más de lo mismo.

A todo eso debe sumarse un debate nacional, a fondo y de fondo, sobre los modelos educativos en materia de comunicación. Sus fines principios, sus marcos teórico-metodológicos, sus resultados y sus contradicciones. Sus negocios y sus compromisos reales con la resolución de los problemas comunicacionales de México.

Urge una auditoría nacional del gasto, público y privado, en enseñanza de la comunicación. Urge debatir la orientación científica para las nuevas investigaciones contra la monopolización de los medios y el comercio de los grados y los posgrados a cambio, recurrentemente, de promesas laborales inexistentes. Una revisión científica y epistemológica, de fondo y a fondo, para saber qué enseñan los que enseñan comunicación, qué aprenden los que aprenden y qué tiene que ver todo eso con lo que se necesita objetiva y urgentemente.

Urge un debate sobre formas concretas de reconocimiento y valoración de los saberes adquiridos por la experiencia de las batallas sociales, la experiencia existente y las muchas victorias comunicacionales de los pueblos en lucha. Sintetizar la herencia de la comunicación desde las civilizaciones prehispánicas, lo ocurrido contra la invasión imperial europea, las respuestas de la comunicación independentista.

La comunicación en las fases revolucionarias y el estado actual de las ideas y los instrumentos que son base de esa herencia que debe ser compendiada, sistematizada, como gran orientador general del “sentido” propio. En suma urge una revisión crítica, a fondo y de fondo, sobre nuestra Historia de la Comunicación en México. Luchar es desear, es exigir algo, es situarse en el presente y asaltar el cielo.

Crear dos, tres… muchas mañaneras. “Las mañaneras” no pueden ser las únicas instancias de orientación comunicacional en un país con la complejidad y la diversidad del nuestro. Crear dos, tres… muchas mañaneras con formas y alcances diversos, unidas a un mismo proyecto diverso de emancipación económica, política, ética, estética y poética.

Valorar y entender la mañanera y su contribución a una lucha semiótica emancipadora de nuevo género pero ayudándola a crecer, a multiplicarse, para que se abran mil flores de la cultura y la comunicación en la diversidad de nuestros colores, formas y temas. Eso es de suyo una revolución intelectual nacida del pueblo.

Ya que somos millones de vocaciones comunicacionales emancipadoras, ya que somos un archipiélago inmenso de voluntad política para la libertad de expresión desde abajo, enfrentemos el desafío de la unidad que no significa uniformidad. Hagamos el esfuerzo de sumar y no dividir. Démosle lugar al interés colectivo y debatamos cómo florecer la Cuarta Transformación Comunicacional sin caprichos de cúpulas y sin imperativos burgueses.

Quizá sea un momento propicio y con las ganas pertinentes para darle a la emancipación comunicacional el “sentido” necesario no sólo combatiendo al modelo hegemónico y sí, especialmente, impulsando la comunicación emancipadora que, en calidad y en cantidad, nos reclama la historia de un México que no resiste más la dictadura de los terratenientes mediáticos nacionales y trasnacionales. No hay tiempo que perder.

Tomado de: Telesurtv

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Fernando Buen Abad: “El tema de la comunicación debería ser de agenda urgente en toda lucha emancipatoria”

Fernando Buen Abad Domínguez

Por Ruth A. Dávila

Ruth A. Dávila Figueroa, doctora en ciencias políticas y sociales por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México, maestra en estudios en relaciones internacionales y licenciada en comunicación y periodismo. Becaria posdoctoral por el Conacyt en el IIF de la UMSNH y becaria posdoctoral por la UNAM en el CISAN. Entre 2004 y 2014 fui docente en la FES Aragón y he impartido clases en otras instituciones como la UPIBI del IPN y el Instituto Michoacano de Ciencias de la Educación (IMCED). Tengo diversas publicaciones en revistas arbitradas, capítulos de libros y divulgación: «Prensa y poder en México, apuntes para una reflexión en la 4T», Revista Memoria (2021); “La doble función ideológica de la narrativa alterna de La forma del agua” en Cultura y Representaciones Sociales (2020) y en prensa el capítulo del libro «Pos-verdad y Fake News y la construcción del discurso hegemónico en los mass media», por mencionar algunos. Actualmente soy investigadora del Tlatelolco Lab, laboratorio digital por la democracia del Programa Universitario de Estudios sobre Democracia, Justicia y Sociedad (PUEDJS) de la UNAM.

Fernando Buen Abad Domínguez, (Ciudad de México, 1956) especialista en Filosofía de la Imagen, Filosofía de la Comunicación, Crítica de la Cultura, Estética y Semiótica. Es Director de Cine egresado de New York University, Licenciado en Ciencias de la Comunicación, Master en Filosofía Política y Doctor en Filosofía.

Es una tarde fría en la Ciudad de México, seguimos en tiempos de pandemia por Covid-19, pero gracias a la tecnología y a las plataformas digitales es posible platicar a distancia con una de las mentes más lúcidas y críticas en el campo de la comunicación y la semiótica, Fernando de Buen Abad.

La cuestión de la verdad, la ideología y la comunicación en la lucha de clases

En un contexto de guerra de clases, qué sentido tiene la frase “cuando hay una guerra lo primero que muere es la verdad”, ¿ha muerto la Verdad y de qué verdad hablamos?

Estos temas tienen una amplitud enorme en tanto la polisemia de los términos. La verdad es una construcción social muy dinámica y por tanto necesita de la participación de los distintos enfoques que los grupos sociales tienen ante los hechos cotidianos y los sucesos que se desarrollan diariamente y como cada quien los vive, los sufre y dimensiona. Lo que para unos sectores resultan ser verdades evidentes, tangibles, para otros no lo son. Algunos se empeñan en esconder las verdades y algunos incluso se profesionalizan en ello.

Por tanto, la verdad es una entidad social malherida por la lucha de clases, porque mientras para unos el concepto de verdad se agota en las pruebas que tiene a la mano, hay sectores muy amplios de la población que, sin tener evidencias, resienten las consecuencias de algunas verdades, esto todavía es muy abstracto. Entonces habría que ver casos concretos para observar cómo se expresa esa verdad y quizá la verdad de todas las verdades, hoy por hoy, es la desigualdad y que el capitalismo ha destruido a la humanidad y al planeta de manera incluso irreversible.

Otra verdad es que los dueños de los grandes movimientos financieros y capitales son tres grandes industrias: la de la guerra, la financiera y la mediática. Estas son las entidades monopólicas más poderosas del planeta, y una gran verdad es que esas concentraciones monopólicas, que sostienen la fase imperial del capitalismo, asfixian a la humanidad. Otra gran verdad es que este sistema, como lo constata la inmensa mayoría, es de insuficiencias para todos: son insuficientes las vacunas, los médicos, medicamentos, hospitales, escuelas, salarios, empleos. Somos víctimas de una situación en la que para unos hay abundancia, derroche, gasto obsceno y para la inmensa mayoría hay despojo, desesperanza, tristeza, humillación. Estas son las verdades que se construyen socialmente y que no tienen escapatoria en abstracciones como lo quieren algunos filósofos de moda, como los filósofos del subjetivismo o del individualismo. La verdad es un objeto de estudio crítico permanente, cuyo requisito indispensable es la participación de todas las miradas.

Me gustó mucho esa definición de verdad, vista como un problema concreto y no sólo filosófico, como una construcción social. En esta guerra de clases, ¿cuál es el papel de la comunicación?

Una parte de ello, aunque todo está interrelacionado, tiene que ver con la disputa por la comunidad, entonces, la comunicación es central en la lucha de clases. La palabra comunicación, entre muchas de sus acepciones, significa construir comunidad, poner en común, ¿qué hay que poner en común?, hasta hoy, lo que hemos visto que se pone en común es el interés de unos cuantos por encima del interés de las mayorías. Cuando hablo de “interés” me refiero a un amplio espectro de intereses ideológicos, económicos, bancarios, capitalistas.

Históricamente entendemos la relación entre clases como una de dominantes y dominados, y en esa relación se ha puesto en común, incluso por la fuerza, el conjunto de valores de la clase dominante. Marx señala que la ideología de la clase dominante es la que domina sobre una época y sobre la clase dominada. Entonces, ese conjunto de valores, ideas y principios como por ejemplo “la propiedad privada de los medios de producción es nuestra, a ustedes sólo les corresponde trabajar para que nuestra riqueza crezca para siempre, sin límites” se acepta y se agradece. Esta matriz ideológica se ha puesto en común y muchas personas, aun siendo de la clase oprimida, aceptan y asumen los valores de la clase opresora. Esto no se consigue a través del convencimiento, sino a través de coerciones, coacciones, represiones e incluso con las armas de la argumentación hegemónica, pero también a punta de patadas, balazos y golpes.

Entonces hay una disputa, lo que en semiótica llamamos “disputa por el sentido”: ¿qué sentido común es el hegemónico?, por ejemplo, el de la permisividad absoluta para que un sector de una clase social se adueñe de la riqueza que produce la inmensa mayoría de las personas, ese es el sentido común aceptado, legitimado y legalizado. Todavía no llegamos a ese momento del que habló Marx en el que ese modelo opresor-oprimido desaparezca y entonces tengamos otras realidades, otras verdades, otros valores para poner en común y otras formas de relacionarnos y de producir. Todo eso está por construirse. Pero hay otro modo de poner en común, la posibilidad de que todos vivamos en condiciones de igualdad, y no solamente igualdad de oportunidades, sino en igualdad de condiciones.

La palabra comunicación es un soporte fundamental del tejido social, entre otras cosas, porque es un derecho humano fundamental que, como hoy sabemos, el ejercicio de este derecho habilita otros muchos derechos. Si no tuviéramos la capacidad de la comunicación, aún con todos sus vicios y con todos los problemas que tiene esa puesta en común, el estado de cosas sería aún más grave en muchos sentidos, por eso el de la comunicación es el tema de temas y es, quizá, la mayor de las debilidades en los frentes de lucha emancipadores. El tema de la comunicación es, probablemente, el mayor dolor de cabeza, pues todavía no logramos enfrentar de manera coordinada, ni unida, ni hemos convertido la voz de la protesta, la voz de la fatiga, del desconcierto y el descontento, del malestar social, en un clamor, porque nos ha faltado organización y unidad y poner en común un plan conjunto. De modo que esa es la importancia de la comunicación en este momento histórico, complejizado por el problema tecnológico, la pandemia y porque se nos presentan nuevas urgencias y necesidades de reorganizarlo todo ante la agudización de las contradicciones. Los más ricos se han enriquecido de manera brutal durante la pandemia, mientras lo más pobres padecen de forma más aguda y profunda todas las calamidades que conocemos. En este contexto, el tema de la comunicación debería ser, en mi opinión, agenda urgente en todo frente de lucha emancipatoria y en realidad vemos que no es así.

Con frecuencia escucho a comentaristas, incluso personas de la academia, decir que estamos en un mundo pos-ideológico. ¿Qué puede decirnos al respecto, qué decir de esta afirmación y de la ideología?

También es parte de la disputa. Algunos piensan que se puede convencer a la gente de que hay quienes viven encerrados en una cápsula y no se les toca ni con el pétalo de una idea, pero es una falacia. La noción de ideología tiene muchas definiciones. Me gusta recordar siempre que, en un sentido, ideología significa un sistema de ideas; entonces, quien diga que no tiene ideología, lo que está diciendo es que tiene esa ideología: la de la no ideología, porque para explicar por qué no tiene ideología desarrolla un sistema de ideas, inevitablemente.

También existe una acepción que conduce a definir la ideología como ‘falsa conciencia’ en un sentido peyorativo y con frecuencia la usamos cuando vemos el pensamiento chatarra de autores encumbrados del tipo Paulo Coelho y sus concomitantes, que crean frases célebres para cada momento y tratan de resolver la experiencia humana con frases de tarjeta postal, con ese tipo de pensamiento prefabricado que parece que ya “masticó” el análisis y que nos ofrece un eslogan. Entonces a eso y a otras producciones de pensamiento cuyo propósito es obturar al pensamiento mismo, es decir, sustituir el proceso de análisis y de síntesis para producir expresión dinámica y crítica, lo que tenemos son frases hechas que son ideología chatarra o falsa conciencia porque no pertenecen a un proceso de desarrollo de análisis y conclusiones que puedan ascender en el proceso de pensar a un nivel más alto que es el de la crítica.

Crítica aquí significa, fundamentalmente, organizar, es decir, saber qué es importante y qué no lo es, qué va primero, qué después. Entonces, en términos del desarrollo del pensar, todo aquello que sustituye sus fases, su dinámica y dialéctica, inmediatamente desbarranca a esto que llamamos pensamiento chatarra o falsa conciencia. Esta es otra guerra abierta, hay algunos frentes cuyos dispositivos son mecanismos más simplones, como los que acabo de mencionar, y otros más elaborados y complejos que trafican con esto que Marx llama ‘ideología de la clase dominante’ que asumo como una categoría indispensable. Entonces, es ese conjunto de pensamiento chatarra que una clase social quiere imponer a otra para que se comporte según los intereses de la clase dominante. Creo que todos deberíamos estar activamente involucrados en un proceso permanente de crítica a esa ideología. Simón Bolívar decía “por el engaño nos han derrotado más que por la fuerza” y el engaño está fuertemente apuntalado por estas figuras de la ideología de la falsa conciencia. Deberíamos estar trabajando en un proceso de conciencia legítima, en un proceso de conciencia que se enriquezca, se amplifique y se cultive, como decía Martí “ser culto para ser libre” y apuntalar la fuerza del pensamiento crítico y, sobre todo, de la ciencia descolonizada y desmercantilizada y se logre avanzar y construir comunidad y se vuelva sentido común ese pensar.

El debate sobre la ideología es central en el análisis del sistema de ideas, orígenes, causas, procedimientos e intereses preguntándose ¿a quién le sirven?, ¿cómo actúan?, ¿qué resultados producen? Al mismo tiempo que la “falsa conciencia” donde tenemos un territorio de lucha muy dura, muy agudizada que puede caracterizarse de mil formas y que sigue siendo una de nuestras tareas pendientes. No tenemos hoy una semiótica para la emancipación, no tenemos laboratorios de semiótica que nos permitan entrar profundamente al análisis de cómo, quiénes y dónde están construyendo este pensamiento chatarra y que, sin embargo, cuentan con medios de todo tipo y con dos cualidades complejísimas: la ubicuidad, es decir, que están por todos lados y la velocidad. Esto es un problema en términos de guerra comunicacional, por tanto, el tema de la ideología hay que tomarlo muy en serio.

La historia del pensamiento, por lo menos en el siglo XX, ha tenido este espacio de lucha muy presente. Lenin ya advertía cómo hay malversación de pensamiento, usurpación conceptual y simbólica y algunos incluso usan las herramientas teórico-emancipadoras y han sacrificado los frentes de lucha populares con base en el engaño, palabrería confusa, haciendo pasar por revolucionario algo que conduce a cosas muy retrógradas, falsificando ideas, incluso las más revolucionarias y presentándolas como pensamiento chatarra. En México lo hemos padecido bajo la batuta de Octavio Paz y luego (Enrique) Krauze, que se entregaron al neoliberalismo, se plegaron a los poderes trasnacionales de la economía de mercado y divulgaron el pensamiento chatarra para convencernos de que habíamos llegado al paraíso terrenal con la economía de mercado, hasta la fecha siguen haciéndolo, en realidad están defendiendo sus negocios personales y sus intereses de clase. Entonces, frente a esto, declaremos una guerra semiótica o un conjunto de modelos guerrilleros semióticos, como lo planteaba Umberto Eco, porque necesitamos confrontar directamente no sólo el modelo ideológico en abstracto, sino el conjunto de los intereses a los que sirve. Este es el meollo del asunto y como mencionaba, no están separados los intereses económicos de los intereses ideológicos.

Los intelectuales

Mencionó a Octavio Paz y a Krauze, que son intelectuales orgánicos por definición, ¿qué papel debería jugar un intelectual en el quehacer de la crítica, cuál debería ser su compromiso o su tarea en los procesos de transformación?

Servir a los procesos emancipatorios de las clases en lucha, servir a los compañeros que están dando las batallas más avanzadas e incluso a quienes están comenzando a presentar guerras en el campo de las ciencias, de las artes y en las aulas universitarias. El deber del intelectual es acompañar a los que luchan por transformar este mundo, ahí debe estar un intelectual, no arrodillado a los intereses de una burocracia gobernante, ni de un sector empresarial como Vargas Llosa que pasó de ser un republicano y un aparente demócrata a entregarse a una monarquía. Pienso en las fábricas donde hay movimientos obreros importantísimos que marcan hoy el camino de la transformación del mundo, en su escala, con sus fuerzas, con sus problemas, pero ahí es el lugar al que hay que acudir. En los barrios, en los frentes de lucha campesina, indígena, pero en los frentes de lucha emancipatoria, en los frentes que son realmente de lucha revolucionaria que reivindican sacudirnos de encima este modelo de organización social de clases subordinadas, para esto deben servir los intelectuales. A la clase dominante han servido para fabricar la teoría que justificó el neoliberalismo; por ejemplo, Octavio Paz en México con el TLCAN o todo el conservadurismo durante el período neoliberal, inventaron teorías, tesis, ensayos, para convencernos de que tenemos que resignarnos y aplaudirles que nos expropien las riquezas naturales, que todo está muy bonito y muy bien y que además eso se llama progreso y hay que agradecerlo.

Lo que necesitamos son nuevas generaciones de intelectuales jóvenes, que ya están en el campo de la danza, la dramaturgia, por ejemplo, proponiéndose una lucha importantísima sobre la redacción de nuevos proyectos escenográficos para llevar a los teatros las problemáticas que hoy están en boca de los pueblos, así, el teatro no sólo es un espacio de recreación, sino un espacio de reflexión y ¿por qué no?, de movilización y organización con un carácter de encuentro, de sincronía y sintonía de sensibilidades. En los laboratorios de investigación científica se da también esta discusión, guardadas las proporciones, se plantea ¿para qué tantos años de formación científica para tener que ser empleado de un laboratorio y acabar siendo esclavo de la lógica mercantil? Ahí deben estar los intelectuales, donde arda una pequeña llamita revolucionaria, ahí hay que estar.

La concentración mediática

En el mundo hay cinco corporaciones que concentran la producción de noticias y de industrias culturales, también vemos esta concentración a nivel local y regional. En México, 15 familias son propietarias de los medios de comunicación. ¿Qué hacer ante esto, cómo dar la batalla?

¿Qué hacer?, una pregunta añeja que se renueva con las generaciones. Primero hay que entender el escenario de lucha, hacer diagnósticos correctos, revisar las fuerzas, organizándose, revisar teoría y metodología, no hay práctica correcta sin teoría correcta y esto necesita mucho trabajo y participación abierta de todos, democratizar el conocimiento porque nuestro cometido no solamente es luchar contra esas 15 familias, o contra esa mafia que domina el mundo. Lo advertía el Informe McBride en 1980, el proceso acelerado de concentración monopólica es una amenaza para las democracias, este informe fue el primero que diagnosticó los problemas de la comunicación y nos adelantó un montón de problemas que ahora son peores que en aquella época, han empeorado dramáticamente porque la concentración monopólica es también de tecnología, de metodología, del discurso, de ideologías. Es decir, hay un proceso acelerado de apropiación de los recursos para la comunicación.

Pero si bien es cierto que eso representa un frente de lucha muy importante, no es el único, y no es suficiente para poder caracterizar la respuesta a esa pregunta de ¿qué hacer?; entonces, sí hay que luchar contra los monopolios y contra su discurso e incluso jugar a la provocación de la imaginación, de la creatividad teórica, a esos antivalores que representan, por ejemplo, los concursos de belleza, y todas las formas de manipulación de las mujeres a partir de la idea de la belleza que se vende en las pantallas y en la prensa burguesa. Ese conjunto de antivalores hoy es un frente de lucha cultural, semiótica y de muchos géneros en simultáneo. Pero, ¿de qué nos serviría dar una batalla permanente contra, por ejemplo, eso que refería o contra el modelo de noticias y falacias que se disfrazan en estas máquinas de guerra ideológica que son los llamados medios de comunicación? No nos alcanzaría el tiempo, sería hasta desperdicio de energía dedicarnos sólo a esa batalla, aunque este es un frente.

Tenemos que desarrollar la democratización de las herramientas de comunicación, porque ahí hay una pauta que no hemos acabado de cumplir, ya que hablamos de libertad de expresión, pues que no sólo sea para los gerentes y que la clase trabajadora también libere sus caudales expresivos en igualdad de condiciones. Quiero ver qué pasa cuando eso se verifique en la práctica real, cómo vamos a redistribuir el espectro radioeléctrico para que todos tengan un canal de televisión. Todas las fuerzas organizadas de la clase trabajadora, del campesinado, de los pueblos originarios, de los estudiantes, etc., participen directa, libre y dinámicamente de la comunicación con tecnología y metodología. Me detengo unos minutos en la metodología porque también es cierto que hoy pareciera, como dice Álvaro García Linera, que estamos dando respuestas artesanales ante una maquinaria altamente industrializada de manipulación de conciencias. Damos respuestas que parecen sólo discernir más o menos el problema y organizamos alguna práctica, pero no alcanza, no sólo para confrontar, sino para construir el nuevo proyecto comunicacional que necesitamos.

Es urgente una semántica del proceso de transformación, nos urge cambiarle los nombres a las cosas, cambiarle las categorías a la sociedad, dar esa batalla profunda donde los significados juegan a cosas turbias y a emboscadas. Nos dicen que, por ejemplo, en Chile hubo un “enfrentamiento” entre policías y manifestantes y nos imaginamos que, cuando dicen enfrentamiento, hay condiciones de igualdad de diez y diez peleando por algún interés, pero nos equivocamos. La realidad es que es un grupo de profesionales altamente equipados y entrenados para reprimir al pueblo que va sin armas a defender un derecho, en esas condiciones no se puede hablar de enfrentamiento, eso se llama represión.

Detrás de las palabras hay emboscadas muy complejas y hay gente que se queda diciendo “¡ah!, entonces hubo un enfrentamiento, está bien que se ponga orden porque provocaron un caos” y acaba uno diciéndole “terrorista” a quien es víctima de represión. Tenemos que discutir estos temas que tienen que ser parte de la gran batalla comunicacional y no sólo para cuestionar, sino para construir las nuevas formas que necesitamos de comunicación y distribución, por ello necesitamos métodos actualizados. Nuestras metodologías están muy demoradas, todavía no estamos generando una producción teórico-metodológica suficientemente actualizada para poder ir en tiempo real trabajando contra el modelo hegemónico de comunicación y de máquinas de guerra ideológica que todos los días, a todas horas, en todos los canales y en todo el planeta lanzan andanadas permanentes de manipulación y de ofensivas, de engaño y de calumnias, etc. Nosotros apenas alcanzamos un caso, un ejemplo, y ahí nos tardamos cinco años haciendo una investigación para ver si publicamos después un libro. No digo que no lo hagamos, pero hay que encontrar la manera de producir una metodología que nos permita producir investigación a fondo, divulgar a la mayor velocidad posible, con la mayor cantidad de compañeros posible, en un proyecto de unidad, de lucha y de organización conjunta para de ahí sacar un método que nos ponga no solamente al ritmo de la ofensiva, sino que nos permita ir adelante también. Ese es uno de los pendientes en este momento, ver por dónde caminamos en los laboratorios de investigación científico-semiótica y cómo vamos a producir esos cuerpos teórico-metodológicos que hoy necesitamos.

América Latina y la lucha por la emancipación

Finalmente, ¿cómo ve, desde su campo de estudio, la situación que se vive en América Latina?

Es un momento fascinante. Soy muy optimista, sin dejar de verlo como un momento duro que la humanidad está atravesando en términos económicos, sociales y anímicos. Pero si hiciéramos un recorrido desde México hasta la Patagonia encontraríamos un continente inflamado de malestares, organizándose y buscando la manera de sacudirse lastres. Está más vivo que nunca, hay que ver lo que está pasando en Colombia, por ejemplo, que es un escenario muy difícil y hay un pueblo que sale a protestar contra la confusión enorme que representa esa manipulación de medios, la engañifa permanente que hay hoy con las manos del imperio metidas hasta el “cogote”. Sin embargo, ese pueblo ya no se traga las mentiras y protesta en las calles, es extraordinario el espíritu del pueblo colombiano. En Honduras no cesa la necesidad de encontrar un modelo de vida democrático y sacudirse, ojalá más temprano que tarde, a toda esa mafia que históricamente ha hecho las calamidades que ha hecho, y así en toda Centroamérica. Hay que ver a Argentina, cómo logró derrotar al grupo macrista y cómo se están recomponiendo ahora después del desastre, del daño que produjo este ensayo criminal del neoliberalismo, endeudando al pueblo. Increíblemente, siendo Argentina productor de granos, semillas y carne para millones de personas en el mundo tuvo que declarar que está en emergencia alimentaria, es obsceno. Ahora, este pueblo padece las condiciones de miseria y pobreza con una injusticia brutal, mientras se exportan millonadas de granos y carne, pero próximamente va a protagonizar un proceso electoral en defensa de lo que se ha recuperado, realmente inspirador e importante. Chile ahora construyendo, por primera vez en su historia, una constituyente para cambiar la Constitución de Pinochet, y es la juventud la que está en las calles, a pesar de los carabineros y de la represión. Ahí está Perú y el pueblo defendiéndose, una vez más, contra la mafia neoliberal fujimorista. Qué podemos decir de Uruguay, donde a pesar de este golpe de la derecha, ahí está ahora con los movimientos de izquierda y progresistas, activándose en un proceso de autocrítica muy importante y lo mismo pasa en Paraguay. En fin, en distintos tamaños y proporciones, con tiempos diferentes y con características propias, lo que tenemos en todo el continente es un hervidero de esperanzas revolucionarias y rebeldes.

Están ahí, lo que pasa es que nadie informa de eso y para poder enterarnos tenemos que hacer un recorrido extenuante con nuestras propias fuerzas y no hemos logrado armar grandes medios, más allá de la experiencia de Telesur, que es valiosísima, no hemos logrado multiplicarla y sea primera plana todos los días, para saber que están los pueblos en lucha. Porque a pesar de que hoy, más que nunca, hay millones y millones de voluntades comunicacionales emancipadoras, un archipiélago inmenso de voluntades que buscan la verdad, pero que está inconexo, no hemos logrado la unidad que nos permita levantar clamores fuertes. Pero creo que va a surgir de esta dinámica que no ha parado, a pesar de los altibajos, retrocesos y tropiezos. Pero hoy la constante es que ahí están los compañeros en pie de lucha en los frentes más diversos, incluso donde no nos imaginamos, hay voces rebeldes.

Dadas las condiciones, como decía Adolfo Sánchez Vázquez, entre lo deseable, lo posible y lo realizable, en eso se está moviendo hoy por hoy la acción revolucionaria de América Latina. A mí eso me estimula todos los días, porque ahí es donde hay que poner nuestras mejores ideas y esfuerzos y las tenemos al servicio de eso que es justamente lo único nuevo que hay, hoy por hoy, de vivir la etapa emancipadora de la humanidad. Todo lo demás ya lo hemos visto.

Tomado de: Revista Tlatelolco

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Barthes: Combatiendo los mitos de la sociedad capitalista

Roland Barthes fue un filósofo, crítico, teórico literario y semiólogo estructuralista francés

Por Alex Anfruns @AlexAnfruns

“Mitologías” es un ensayo de Roland Barthes, publicado por primera vez en 1957 por Editions du Seuil. La obra reúne numerosos artículos de notable heterogeneidad. La mayoría de ellos ya habían aparecido en la revista de crítica literaria “Lettres Nouvelles”, excepto “Le monde où l’on catche”, publicado en Esprit, y “L’Ecrivain en vacances”, en France-Observateur.

Roland Barthes nació el 12 de noviembre de 1915 en Cherburgo. En 1936 se matriculó en la carrera de literatura clásica en la Universidad de la Sorbona de París. Enfermo de tuberculosis, pasó largas temporadas en sanatorios, donde aprovechó para profundizar en la lectura. Tras la guerra, se convirtió en profesor-investigador en el CNRS (el Centro Nacional de Investigación Científica de Francia).

Al principio, la obra de Barthes estuvo marcada por la crítica literaria. En 1953, Barthes publicó “Le dégré zéro de l’écriture”, en el que establecía los principios de una nueva forma de crítica que se oponía a la tendencia dominante, es decir, la importancia del conocimiento del autor en el análisis de una obra. También publicará el artículo “La muerte del autor”, que desarrolla estas ideas. A continuación, escribió una serie de obras dedicadas a la semiología y, en particular, a la crítica del discurso social a través de los signos. Así, en 1957, en “Mitologías”, un libro que iba a ser un gran éxito, escudriñó el discurso de la “sociedad de consumo” francesa. Más tarde, durante sus viajes a Nueva York y Japón, se entusiasmó con la modernidad y el lenguaje de la publicidad. Desarrolló estas ideas en obras como “Système de la mode” y “L’Empire des signes”. Por último, también encontramos en la obra de Barthes algunos trabajos de tono más personal, en los que se entrega a un ejercicio subjetivo y expone sus gustos e intereses estéticos: entre ellos encontramos “fragmentos de un discurso de amor”, y un libro sobre fotografía. Barthes murió en 1980 en París tras un dramático accidente en la calle.

En “Mitologías” Barthes desvela las cuestiones lingüísticas presentes en la cultura popular y en la vida cotidiana a través de temas como la política, la literatura, el arte, la sociedad o el deporte. Hay elementos del lenguaje en estos hechos sociales cuyo significado es a primera vista transparente. Pero Barthes cuestionará aquí su condición demasiado a menudo sacralizada. Así, la obra realiza una crítica ideológica de la cultura capitalista. Según Barthes, la ideología burguesa que fabrica los mitos de la derecha es una ideología anónima. Por lo tanto, hay que revelar su dimensión política. Al diseccionar los mitos de la sociedad pequeñoburguesa, sus representaciones colectivas, Barthes revela su estatus ideológico, su contexto histórico. El método semiológico de Barthes consistirá en pasar de la semiología a la ideología. Para Barthes, el mito es una poderosa herramienta ideológica, una palabra despolitizada. El mito desarrollaría su sistema secundario a partir de cualquier significado. Sería un significante doble… Se trata, pues, de combatir el principio mismo del mito: la transformación de la historia en naturaleza, gracias a la cual el mito interpreta la realidad humana de forma simplista.

En “Le procès Dupriez” (El juicio de Dupriez), se discute la construcción ideológica de la trayectoria de Gérard Dupriez, que asesinó a su padre y a su madre sin motivo aparente. Barthes analiza que el crimen es construido por la justicia según las normas de la psicología consideradas de la más alta estima por la lógica racionalista.

El juicio de Gerard Dupriez ilustra las contradicciones de nuestra Justicia. Pues, a pesar de la evolución de las nuevas ciencias, en particular la psicología, durante ciento cincuenta años, casi no ha habido cambios en el sistema de la lógica penal. Esto se explica por la relación extremadamente rígida entre el poder judicial y el Estado. Por lo tanto, es lamentable que el Estado no haya superado realmente el inmovilismo que ha prevalecido desde la promulgación del Código Penal.

En consecuencia, la Justicia reconoce los actos delictivos según una lógica lineal propia de la psicología clásica. Por lo tanto, para calificar el acto de Dupriez, era necesario encontrar una causa, una explicación “útil”. En cuanto a la defensa, sólo pudo reconocer el delito en términos de su estado excepcional, lo que equivale a admitir, de manera bastante torpe, que se trata de un hecho monstruoso.

La fiscalía había expuesto un motivo: Dupriez habría asesinado a sus padres porque estos se habrían opuesto a su matrimonio. Este es el ejemplo mismo de la causalidad penal tan estimada por la Justicia. El asesino mata para eliminar el obstáculo, en este caso sus padres. Y la ira que prevalece sigue siendo una actitud inteligible porque sirve para algo.

Pero la fiscalía se conforma con una causalidad parcial, porque tiene más en cuenta la utilidad del delito que sus efectos, que escapan a él. No es probable que Gérard Dupriez concibiera un crimen del que no pudiera obtener beneficios reales (el matrimonio se convirtió en un proyecto imposible tras el asesinato de los padres). Sin embargo, bastaría con encontrar un origen razonable a la locura para identificarla como un delito. Así, la razón penal utiliza un procedimiento psicológico de una cualidad casi literaria.

En cuanto a los psiquiatras, parecen ir en contra de esta tendencia a basar el delito en la causa. La psiquiatría oficial permite al criminal su libertad, incluso cuando transgrede los límites de la razón. Salvo que, al negarse a identificar el origen de la locura, la psiquiatría abandona a los acusados a su suerte. Recupera una clasificación que le permite aislar a los acusados como perversos responsables.

De hecho, las contradicciones del juicio de Dupriez son múltiples, existen dentro del propio poder. Cuando la Justicia se niega a relacionar lógicamente la causa con el fin. Cuando la psiquiatría forense renuncia voluntariamente a su objetivo en un momento en que la psicología no deja de ampliar su campo de acción. Por último, cuando la defensa duda entre las tesis de una psiquiatría “faro”, que haría de todo criminal un demente, y la idea de una época pasada, cuando la brujería era el pan de cada día, la que haría de Dupriez un hombre investido de una fuerza mágica.

Para Barthes, “el pequeño burgués es un hombre impotente para imaginar al Otro”. Así que cualquier explicación del Otro sería una condena del Otro por un efecto de asimilación. En su artículo “Dominici o el triunfo de la literatura”, una noticia ilustra perfectamente este paradigma: Dominici es un pastor acusado de un terrible crimen. Pero su forma de hablar no puede coincidir con el lenguaje de sus acusadores, que le prestarán una identidad inventada para servir a sus intereses. Porque los poderosos efectos de un lenguaje literario, el de la Justicia, llevarían al mutismo de quien se sabe ya condenado por sus verdugos. Barthes denuncia la literatura cuando se convierte en una herramienta para que los jueces condenen a Dominici.

En “La literatura según Minou Drouet”, Barthes acusa a una sociedad que condenaría la creatividad de Minou Drouet, una niña poeta, según sus gustos estéticos. Esta sociedad “nos daría precisamente lo que cree que es la infancia y la poesía”. Barthes critica aquí una concepción de la literatura como “tiranía de la verosimilitud, que aísla la realidad del acusado o del problema”. Esta tiranía es similar a la que acusa a Dominici: “Ser culpable, para Dominici, era coincidir con la psicología que el fiscal lleva dentro, siendo la verosimilitud nunca más que una disposición del acusado a parecerse a sus jueces”.

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“Mitologías” tuvo una gran acogida en 1957. El contexto de la época, las “Trente Glorieuses”, estaba marcado por la irrupción de una sociedad de consumo. También cabe destacar el ambiente intelectual de la posguerra, que consagró las ideas de Sartre y Marx, influencias que se aprecian en “Mitologías”. En 1961, Barthes creó, con Edgar Morin, la revista “Communication”, que se convirtió rápidamente en una referencia en Francia y en Europa.

En los años 60, Barthes se hizo muy famoso en Italia. Su influencia será visible en la obra del escritor y cineasta Pier Paolo Pasolini y en los artículos de Umberto Eco. En 1964, la repercusión del libro de Barthes inspiró una gran exposición colectiva de artistas en París, llamada “Mythologies quotidiennes”. A partir de los años 70, la teoría semiológica descrita en “Mitologías” se extendió a campos como el urbanismo, la televisión y el cine, dando así testimonio de la progresiva invasión del consumismo de masas en la sociedad occidental. Así, Jean Baudrillard descifró las mitologías de la individualidad en “La sociedad de consumo, sus mitos, sus estructuras”, publicado en 1970. Y en los años 90, Pierre Bordieu emprendió un estudio crítico del papel de los medios de comunicación, especialmente en “Sur la télévision”. Además, Bernard Stiegler y Jacques Derrida coescribieron “Ecografías de la televisión”.

Sin embargo, el método utilizado en “Mitologías” no puede pretender ser un sistema útil para el análisis de todas las sociedades. En primer lugar, porque se limita a las sociedades occidentales. Y en segundo lugar, porque se enmarca en un contexto político concreto, el de la Europa de la Guerra Fría. Esto puede haber limitado la percepción de la obra en el contexto del colapso de la Unión Soviética, percibido por el capitalismo como el fin de la historia. Pero el lado radical, el espíritu de protesta de la obra tiene un verdadero potencial. El método de análisis semiológico de Barthes puede ahora resurgir de sus cenizas y llegar a un amplio público en busca de perspectivas emancipatorias.

Tomado de: Blog del autor

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Geosemiótica de los derechos humanos

Foto Sebastião Salgado (Brasil)

Por Fernando Buen Abad Domínguez @FBuenAbad

No es lo mismo el derecho en pueblos que jamás han vivido la justicia social. En cada territorio, son las condiciones objetivas las que determinan la conciencia y la práctica sobre los derechos humanos, por más organizaciones especializadas que militen. Ahí donde reina el analfabetismo, el hambre, el desempleo y la insalubridad, ¿qué significa la Carta de los Derechos Humanos? Poco o nada. La defensa de los derechos conquistados por la humanidad no puede reducirse a una recitación demagógica para decorar el palabrerío reformista o la filantropía de mercado que abundan.

No hay defensa de la humanidad que valga si solo es ilusionismo —sin territorio— de «buenos propósitos». Los territorios no son solo geografía, son historia y «sentido», sabores y olores…, generados por la lucha de clases  que habitan en todas las relaciones sociales y todas las escalas emocionales y simbólicas. Los derechos humanos no pueden invocarse aislados del territorio ni de las tensiones semánticas de los «terruños». Donde todo es corrupción, humillaciones y desprecio contra los pueblos, el discurso de los derechos humanos simplemente es palabrerío de salón o engañifa de burócratas. A pesar del significado y valor histórico de la Carta de los derechos humanos como herramienta opositora al proyecto nazi-fascista que merodeaba en tiempos de su nacimiento el 10 de diciembre de 1948.

Ahí donde los pueblos originarios son golpeados por todas las aberraciones y privaciones impuestas por las burguesías nacionales; ahí donde el acoso policial, militar e ideológico se encarniza contra los indígenas y campesinos para usurparles la tierra, la identidad y la dignidad…, los derechos humanos solo significan, paradójicamente, palabrerío enemigo e ideología burguesa. El territorio pesa sobre el significado. Ahí donde los obreros son víctimas de la triple extorsión patronal, fiscal y sindical, donde el salario pesa como un féretro alienante, donde se va la vida y se consume el tiempo, a cambio de sueldos míseros e inflaciones obscenas, hablar de derechos humanos es simplemente grotesco si no ofrece instrumentos reales de transformación concreta en lugar de idilios escapistas. Es la realidad la que determina a la conciencia sobre los derechos humanos. Semántica en crisis.

Así que no sucumbamos a las tentaciones idealistas de una Declaración de los Derechos Humanos que no tenga «los pies sobre la tierra» y la semántica de la realidad. Porque de la ridiculez no hay retorno. De nada sirve construir adoratorios ni sermones para cierto fanatismo snob sobre los derechos que nada significan o que, en todo caso, significan el pensamiento que no es propio o que es ideología enemiga para derrotarnos las esperanzas, las luchas y los programas de transformación revolucionaria.

Y es imprescindible que toda la Declaración de los Derechos Humanos sea revisada con la óptica y el escrutinio que interpela el carácter individualista de los derechos, contrastándolo con su carácter social ineludible y por definición político. Es un debate obligatorio, es una asignatura pendiente e histórica, que va recorriendo las décadas en búsqueda de una consonancia semiótica territorial, es decir geosemiótica, en la que se haga visible el poder crítico de los derechos humanos en los territorios y se haga visible, también, la necesidad de una Carta humanista revolucionaria capaz de revolucionar al humanismo. En estas condiciones ya es imprescindible que todo análisis recorra, con detalle, el universo de las cajas de resonancia semántica que tiene todo postulado cuya pretensión ascienda a la generalidad de los seres humanos, a la generalidad de sus problemas históricos y a la urgencia de la praxis transformadora.

Geosemiótica significa aquí el esfuerzo teórico-práctico por caracterizar la red compleja, diversa y dinámica de la dialéctica del sentido, las leyes generales de su desarrollo, en cada territorio. La red compleja, y no pocas veces interconectada, de los significados con que se organiza la conducta de clase cotidiana de los pueblos, sus basamentos filosóficos y sus expresiones morales y éticas. Con el supuesto de que toda acción está precedida de un conjunto de nociones sobre la realidad, y sobre lo que se pretende en el futuro esta idea, la geosemiótica se enraíza en la necesidad de caracterizar, también, localmente los modos de producción de sentido y las relaciones de producción de sentido, en las condiciones concretas en que se desarrollan. No se trata de una categoría esotérica para hacer, todavía más, incomprensible a la semiótica y a su responsabilidad como instrumento de combate contra la ideología de la clase dominante. Se trata, todo lo contrario, de enriquecer el instrumental de acción o de praxis científica para facilitar su ascenso en las realidades concretas de cada pueblo.

Todas las tareas que sean necesarias en la lucha cotidiana por la emancipación del sentido tienen, ante la Carta de los Derechos Humanos, un reto de urgencia crítica que compromete, de manera multidisciplinaria, a quien pretenda contribuir a orientar las luchas emancipatorias para oponerse al humanismo de las formas dogmáticas, mecanicista o esquemática con que se pretende resolver no solo la problemática humana de nuestro tiempo sino también la idea de un derecho separado del principio urgente de la justicia social.

Así cobra sentido nuevo la iniciativa de revolucionar el humanismo para confrontar los campos semánticos de los derechos humanos con el campo político de la justicia social que está por construirse. Porque está claro que ahí donde todas las penurias humanas se agudizan y se encierran en callejones sin salida, ahí la propia noción de lo humano, la propia idea de justicia pierden sentido. En todo caso, ese es el sueño de la ideología de la clase dominante, despojarnos de toda noción y toda práctica humanista que pudiera garantizarnos orientaciones concretas, ya sea en el territorio de la Filosofía como en los escenarios de su praxis inmediata más urgentes. Es el sentido del sinsentido.

Revolucionar la Carta de los Derechos Humanos no es una utopía más cuando la pandemia ha desnudado la crueldad burguesa que atesora vacunas al ritmo del mercado y de la crueldad capitalista. Revolucionar al humanismo implica producir herramientas que muestren permanentemente el rostro de nuestros pueblos atónitos que miran, con desesperanza y rabia, la demora de su derecho a las vacunas; que miran la demora del derecho a la educación, a la nutrición, al trabajo, a la vivienda y a la cultura emancipada. El derecho a «vivir viviendo y no sobreviviendo» en las condiciones inmorales en que se «vive» bajo el capitalismo. Revolucionar al humanismo de los derechos humanos implica combatir al ilusionismo filantrópico con una declaración de acción concreta contra las sociedades divididas en clases donde reina lo inhumano del modo de producción dominante y de las relaciones de producción alienantes, con todos sus significados. Sus medios y sus modos.

Tomado de: Granma

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Semiótica para la emancipación, de Fernando Buen Abad Domínguez (+Libro PDF)

Semiótica para la emancipación Fernando Buen Abad Domínguez

Fernando Buen Abad, escritor y académico, profesor universitario mexicano y residente en Argentina, integrante de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad y reconocido militante de Nuestra América, nos brinda en su libro Semiótica para la emancipación, un recorrido epistemológico, reflexivo y analítico desde la perspectiva del discurso, de la propia narración de la realidad y las ideas que le dan forma, como ejercicio ineludible para confrontar los modelos de mundo que están continuamente en pugna.

En su texto, Fernando Buen Abad nos dice: “Esta Semiótica pretende ser una herramienta útil para desmontar todo el tinglado perfeccionado históricamente para dominar el conocimiento y todas las maneras de enunciarlo. Herramienta para trasparentar los flujos ideológicos internos, las conveniencias de coyuntura, los efectos alienantes y los condicionamientos éticos y estéticos que se objetivan en los signos –es decir en la red de signos- con que, a lo largo de la historia un clase minoritaria y poderosa se ha impuesto a una clase mayoritaria y sometida. Y al mismo tiempo comprender críticamente qué modelo de producción de sentido emancipador debemos desarrollar para resolver el reclamo de igualdad que la humanidad necesita, urgentemente, en el campo de las oportunidades y las condiciones de vida.” (Pag. 3)

Tomado de: Red en Defensa de la Humanidad. Capítulo Argentina

Semiótica para la emancipación, de Fernando Buen Abad. Libro integro en PDF

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¿La Crítica por la Crítica misma?

Por Fernando Buen Abad Domínguez @FBuenAbad

Desconectada de las luchas sociales, sin lugar beligerante contra la opresión, la crítica sirve de bastante poco. A lo sumo se reduce a una especie de “entretenimiento ingenioso” para encontrarle “peros” a todo y ganarse unas palmadas, o unos pesos, “espantando al burgués”. No se negarán aquí los talentos desplegados por algunos “críticos” reconocidos (y temidos) en territorios diversos. No obstante, el brillo de los geniecillos críticos suele quedar eclipsado por el individualismo que sofoca al talento con cataratas de egolatría. Toda esa crítica solipsista conduce al aplauso de ellos mismos. Un tedio.

Otra cosa es la crítica, y sus métodos, inflamando las inteligencias populares con escrutinios históricos, dialécticos, éticos y estéticos para fortalecer las tácticas y las estrategias emancipadoras en la lucha de clases. O, dicho de otro modo: la fuerza de la crítica —que realmente importa— no está en las contorsiones de los silogismos (o sofismas) lenguaraces, sino en la efectividad de una fuerza del razonamiento sistematizado que esclarece el escenario de las batallas y permite, organizadamente, ascender a la praxis victoriosa, sin reclamar “derechos de autor” ni aplausos para la vanidad.

Aunque estén de moda algunos centros promotores del “pensamiento crítico”, bajo modalidades diversas en cursos, conferencias, talleres o guruísmos… aunque se ofrezcan a crédito (o con “tarjetas de débito”) el asunto es, también, cuánta crítica promueven para ejercer la crítica sobre ellos mismos. Y generalmente no lo resisten. En las refriegas que libra el pueblo trabajador, cotidianamente, contra las condiciones objetivas y subjetivas, impuestas por el capitalismo, se necesita un arsenal creativo de dispositivos críticos capaz de confrontarse a sí mismo en el terreno decisivo de la práctica emancipadora. Crítica fraguada en la crítica de sí, como estrategia dialéctica de acción que garantiza confianza en las organizaciones para las luchas decisivas que se encadenan a diario. No sirven los corpus críticos escleróticos que tanto gustan a las instituciones burocratizadas. No sirven los guiños críticos, de autor, cincelados en el histrionismo de esgrimas lenguaraces. No sirve cualquier cosa en una lucha cruda con objetivos precisos. Especialmente, no sirve el santoral de los sabelotodo críticos, expertos en esconder o negar la lucha de clases.

La clase dominante se esmera en desactivar toda iniciativa de organización transformadora, parida por las bases para emanciparse. Atacan, ridiculizan y desfiguran todo aquello que toque las fibras íntimas de la propiedad privada y la ideología de la clase dominante. Todo aquello que enriquece a los pueblos con las armas de la crítica y la crítica de las armas. En esa guerra por perpetuarse, el capitalismo compra o crea “expertos”, universidades, liceos, academias, “think tanks”, iglesias y todo género de “opio” contra los pueblos. Es decir, arsenales de guerra ideológica que nosotros debemos someter al campo de la denuncia y de la crítica científica y revolucionaria. O será nada. O seremos nada.

Por definición, todo autoritarismo es enemigo rabioso de la crítica que no puede controlar. Y ha convertido su enemistad en pedagogía para que, a los oprimidos, ni se les ocurra, por miedo o por ignorancia, cultivar las habilidades críticas necesarias para la supervivencia de la libertad. Alguna vez se consideró, incluso bajo el capitalismo, el desarrollo de las capacidades críticas como una virtud de la educación y un logro “civilizatorio” indispensable en las sociedades contemporáneas. Pero duró poco. El desarrollo de las industrias bélicas, la manipulación de conciencias con las industrias mediáticas y el saqueo económico global orquestado por las industrias bancarias… necesitó anular de las cabezas y los corazones todo fundamento o aliento crítico que pudiera exhibir la avaricia burguesa intoxicada de propiedad privada. Para eso han satanizado, perseguido y linchado públicamente a los mejores talentos críticos que han proliferado en las bases sociales y en las luchas emancipadoras. Pero acosada, desfigurada o prostituida, la crítica tiende a sobrevivir sacudiéndose los fardos ideológicos burgueses. Gracias a la fuerza de las luchas hartas de saqueo y humillaciones.

Nuestros arsenales con métodos críticos, no pueden ser armatostes para reverenciar santorales ingeniosos. Por más que estén de moda en los corrillos iluministas. Necesitamos municiones de crítica creativa e inagotable, lúcida y accesible, profunda y portátil, perfectible y autosustentable. Que sea letal contra la economía y la ideología de la clase dominante; que sea fértil en la constitución dialéctica de nuestro programa humanista emancipatorio, que actúe también y sobre sí misma. Un arma inédita para la emancipación de la consciencia. La crítica, como herramienta en manos del pueblo trabajador, debe ser un organismo vivo y producto social, que se necesita a sí mismo para sobrevivir en el medioambiente idóneo que es el aporte y el avance. El acto creador. Por eso es indispensable mantener ajustadas las agujas de sus objetivos, mantener prístinas sus metas y no permitir las desviaciones o las deformaciones que se infiltran al confundir la crítica con el pleito. La crítica necesita sentido y dialéctica. Suele hacerse rancia si se la infecta con cánones repetitivos, si se la aleja de la ciencia y si se dogmatiza. El sentido de la crítica lo aporta la comunidad. La crítica no democratizada suele ser sospechosa y falsa. Nos ha costado mucho aprender que la falsa crítica sirve sólo para poner a la vista las partes que esconden a un todo.

Guardémonos de incurrir en el error, añejamente encumbrado, de abrazar la crítica de los amargos, por más sesuda que parezca. La lucha emancipadora no consiste en propiciar torneos de odios razonados; no consiste en hacer de la amargura un baluarte ni de la revancha un mérito. Y aunque predominen los malestares como atmósfera tóxica donde prospera la crítica, es de urgencia advertir que su fase de realización, su ascenso a la práctica, se logra gracias a los combustibles de la alegría, del espíritu creativo, colaborativo, participativo… organizado, que los pueblos saben darle a todo lo que sueñan, y hacen, para el bienestar común. Se entronizó como un “cliché” la imagen del “crítico” como un mal encarado espécimen proclive a la intolerancia y a la propagación de verdades a destajo. Pero la crítica debe ser, necesariamente, una alegría. “La creatividad es la inteligencia divirtiéndose” A. Einstein

Hay una crítica que nace, crece y se transforma con el fin de fortalecer a la especie humana en sus luchas y la hay, contrariamente, la que se infiltra para desmoralizar, inhibir y desactivar luchas, luchadores y luchadoras. Nosotros requerimos de un método de crítica fecundo y muy dinámico, generado en todos los frentes permanentemente para que sea capaz de aprovechar las mejores herencias sin caer en emboscadas canónicas. Método de crítica revolucionaria en manos de los pueblos como bandera, como escudo como poesía. De todos, para todos y desde todos. “Deseable, posible y realizable”. (Sánchez Vázquez)

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