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Maestro de Juventudes, 2021

Senel Paz recibiendo el Premio Maestros de Juventudes de manos de Díaz-Canel y Rafael Hernández Presidente de la AHS

Por Senel Paz

(Hubiera preferido que no me tocaran estas palabras, pero los muchachos de la AHS dicen que la tradición es que las diga el más inteligente… de los premiados, no del teatro completo).

Dice Marta Valdés refiriéndose al Maestro de Juventudes: “¡Ese es el Premio más lindo que hay!”

Y tiene razón.

Pienso yo que más por los “alumnos” que lo otorgan que por los maestros que lo reciben, independientemente de que todos lo merezcan. Reconocer al maestro es aquí la acción relevante porque implica aceptar el aprendizaje como acto esencial en la vida, lejos de ese andar por ahí pretendiendo saber sin aprender. También es gratitud, e igualmente esta regocija a quien a los que somos objeto de ella, pero dice más de quienes la profesan y sienten de expresarla.

A los que en algún momento de nuestras vidas nos dedicamos a colaborar con el desarrollo de los demás, nos impulsa a nuestra vez la gratitud y el respeto hacia maestros anteriores. Nunca se llega al conocimiento en soledad sino gracias a los resultados y  esfuerzos de otros, de muchos. En este sentido el autodidacta no existe, porque desde que consultas un libro u observas una máquina ya otros están haciendo algo por ti.

No solo somos alumnos de los maestros con los que interactuamos en aulas o talleres o de los que tomamos como ejemplo directamente. La lista es infinita, y en retrospección llega tan lejos que su origen no se puede ubicar. Vivian y yo, por ejemplo, somos atentos y permanentes alumnos de Aristóteles que, según la Wikipedia y Ecured, nació en el 384 antes de Cristo en Estagira, algo así como el Cabaiguán de la Grecia antigua.

Creo que mis compañeros en este honor coincidirán conmigo en que hemos aprendido más como maestros que como alumnos, condición esta última que es permanente como a menudo señala Miguel Iglesias. El aprendizaje es un proceso que se circunscribe al ámbito de uno mismo, pero el de la enseñanza se expande y abarca muchos puntos de vistas, muchas sensibilidades, muchas imaginaciones, propuestas y disparates que estimulan y enriquecen en primer lugar al maestros, que no hubiera llegado a esas zonas de interrogaciones ajenas a su camino natural sino es en la interacción con los alumnos.

Aprecio en particular dos experiencias ganadas en el trabajar con otros: la capacidad para reconocer y captar ideas, y el nivel de conformidad, o inconformidad si se prefiere

La capacidad para captar ideas es esencial en una sociedad. No siempre ha sido una especialidad entre nosotros. Las ideas que recoges de otros, y que naturalmente pasan un proceso de decantación, nos llevan a descubrir lo creativo, inteligentes, sorprendentes y hasta locos que son los demás. Ese caudal es patrimonio común, es el pensamiento y la creatividad de la nación y no debía perderse por la torpeza de no prestarles atención ni sumarlas. Siempre hay quienes se limitan a las ideas que llegan de arriba, que pueden ser muy buenas, pero una única fuente, solo un porcentaje de lo posible. Es mejor estar atento en todas las direcciones.

Javier Sotomayor logró su récord mundial de salto alto en Salamanca, España, en 1988, con 2.43 metros. Esa altura no la ha conseguido aún ningún otro competidor, de modo que pudo sentarse desde entonces a disfrutar su gloria. Pero no, siguió saltando y trabajando, y en 1989, en Puerto Rico, logró 2.44 metros. No paró ahí, y cuatro años más tarde, en 1993, logró su altura final de 2:45. Era el campeón que se derrotaba a sí mismo.

Alicia Alonso interpretaba a Giselle en el escenario del García Lorca con tal maestría que los aplausos al final de la función resuenan hasta el día de hoy. Era la mejor de la historia en ese papel. Al día siguiente, Alicia se levantaba temprano y se iba al salón a ensayar y trabajar Giselle con la ilusión de que era posible ir más allá de la perfección.

A esto llamo yo, con Sotomayor y Alicia como ejemplos, “el nivel de conformidad”, que en ellos era muy alto. No se trata de no reconocer lo bueno, sino de no conformarnos con el cumplimiento de la meta o la orientación, con el cumplimiento del plan o lo que va a ser chequeado, sino aspirar incansablemente a un peldaño más.

Aunque no es el caso de los que estamos aquí, el artista no está obligado a desempeñarse como maestro si no tiene vocación; el magisterio brotará de su obra, como ejemplo o reto, e igualmente es maestro y con todo derecho le podemos entregar este diploma. Pero a quienes asumimos la tarea a conciencia y con gozo y le dedicamos esfuerzo y tiempo, nos acompaña un compromiso extra con la cultura, con la sociedad en su conjunto, no pensamos en los alumnos sino en Cuba, o la Mayor de las Antillas, como dicen algunos periodistas, al parecen empeñados en cambiar el nombre al país.

Me siento muy bien acompañado esta tarde, me honra formar  parte de esta selección de premiados, y si en nombre de todos debo hablar sobre el Premio con modestia, digo que nos lo merecemos. Es más: nos lo podían haber dado antes, pero sabemos que la cola es larga.

Bobby Carcacés, de quien uno tiene la sensación de que ha existido siempre, es un ejemplo de los que no se cansa nunca, de los que no llega a su meta porque en cuanto la ve cerca la empuja un poco más adelante.

Sobre Miguel Iglesias, he tenido la suerte y el asombro de verlo bailar en su plenitud, (Fausto, Michalangelo, Libertango) y transformarse a continuación en un luchador y defensor de la danza toda, de la cultura cubana en general, con gran pasión. Él se ha declarado un alumno permanente.

A René Reyes Blázquez lo he conocido más como leyenda a través de las referencias de Omar Valiño en torno a la aventura quijotescas de la guerrilla teatral. Omar iba una y otra vez a dar saltos por las lomas de Granma con René y los demás y venía con los cuentos.

Manuel López Oliva, también de los que deja la sensación de la omnipresencia, es maestro con el pincel y con la palabra escrita y hablada. Por su temperamento y sus sueños, era artista y maestro, o explotaba. Por suerte, lo tenemos aquí.

La AHS nos llena de particular honor al haber incluido en nuestro grupo a Luis Figueroa Pagés, que viene de Pinar del Río. A su trabajo y magisterio, él suma la dedicación al estudio de la obra de los dos jóvenes poetas (palabra que implica revolucionario) que dan nombre y sentido a esta asociación y a este premio. Es un indispensable en esta nómina.

He dejado para el final a Vivian Martínez Tabares para concluir con brillo “enceguecedor”. Vivian es Vivian, con su modo particular de pervertir la zeta y la ese. Su labor es tan intensa y convincente que me cuentan los muchachos que les bastó leer la mitad de su expediente para otorgarle el premio.

En cuanto a mí, veo que el premio, además del trabajo y la obra, considera que la vida personal que debe ser ejemplo, con lo que me doy cuenta que en mi caso no lo saben todo.

Doy gracias a nuestro Miguel Díaz Canel por su compañía. No digo sus cargos porque seguramente todos los saben. La Televisión y la prensa no encuentran una fórmula que se avenga a su calidez y cercanía. Se ha hecho su costumbre asistir a estas ceremonias, de donde entiendo que sí, nos honra a los premiados de cada año, pero asumo que le interesa más el acto, por parte de los jóvenes de la AHS, de reconocer el magisterio y el aprendizaje, que es aquí lo que mira al futuro como ya se dijo. Muchas gracias por estar y brindarnos la oportunidad de compartir con usted, Presidente y Primer Secretario; contigo, compañero y amigo…

Al equipo de la AHS, en nombre de todos, nuestra gratitud. Gracias, somos felices, pero le tenemos una noticia: la clase no ha terminado.

Y me despido con una consigna que vuelve a ser actual y necesaria:

¡La Mayor de las Antillas, sí!,

¡Yanquis, no!

En La Habana, Biblioteca Nacional, 18 de octubre de 2021.

Palabras de Senel Paz en nombre de los premiados del Maestro de Juventudes, 2021, que otorga la Asociación Hermanos Saíz (AHS).

Tomado de: Cubadebate

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Aquel verano del 61

Por Senel Paz

El 60 aniversario de Palabras a los intelectuales ha motivado numerosas acciones, quizás ya demasiadas. Desde el cine quisimos participar con algo que no quedara en festejo de cumpleaños, sino que pudiera aportar alguna utilidad y nos produjera emoción a nosotros mismos. Así surgió este libro, como un impulso colectivo. No es un libro de nadie, no es un libro de autor, sino de todos, incluido el futuro lector.

Contó con el decidido apoyo de Ramón Samada, presidente del ICAIC, quien metió entusiasmo pero no la mano; la experiencia de Mercy Ruiz, directora de Ediciones ICAIC, que sonríe mucho para que no te des cuenta de que lleva recio; y con la labor editorial de Carla Muñoz, Beatriz Rodríguez y del diseñador 10K, entre otros muchos. Un equipo multigeneracional y multigénero y una experiencia que juntó la calidad del acto laboral con la calidad del acto de dirección, una fórmula no tan frecuente que hace maravillas. Disfrutamos hacer este libro, aprendimos con él, aprendimos con Palabras…, nos divertimos y nos hizo más amigos. Toca a ustedes leerlo y juzgarlo.

Si uno desea un conocimiento y aprendizaje plenos de Palabras…, no se puede limitar al discurso de Fidel. No es lo único trascendental que ocurrió en aquellos tres viernes de junio del 61. Debemos incluir a los demás participantes, lo que sucedió y se dijo en las tres jornadas, el contexto histórico y cultural en que todo tuvo lugar, el discurso de Fidel en sí, y lo que posteriormente se ha meditado sobre ello en Cuba y fuera de ella. El tiempo, lo vivido, lo reflexionado, han enriquecido aquellos hechos y palabras y les han agregado sustancia y utilidad. Es lo que le da sentido a que volvamos sobre el asunto como algo vivo, no como a un fósil más o menos sagrado.

Este libro es un intento en esa dirección. No es una investigación, lo que propone es una dramaturgia con los materiales a mano, por tanto, una selección y ordenamiento específicos para facilitar al lector una visita personal y libre. Está pensado para el público en general, para quien no conoce nada, o lo conoce de modo fragmentado o inducido desde una óptica interesada. Ojalá interese a los jóvenes y salte el círculo de historiadores e intelectuales y de objeto acompañante en carpetas y bolsas de eventos y reuniones.

En este punto quiero subrayar que lo pensado sobre Palabras… por determinadas figuras nuestras, a estas alturas integra también el magma del tema, el cual ya no se pude entender con plenitud sin esos aportes. Entonces procedimos, bajo mi responsabilidad, a una selección de textos que a mi entender hace eficaz la dramaturgia propuesta y prepara al lector para enfrentar las secciones segunda y tercera. Por supuesto, hay otros textos importantes, pero nuestro libro no es una antología ni una valoración crítica, solo una incitación y un camino.

La sección con las transcripciones de las intervenciones de los asistentes a los encuentros de los dos primeros viernes, incluidas algunas de Fidel, es lo más interesante. Publicamos la versión más completa que pudimos conseguir. Con ello cumplimos con la urgencia de socializar este punto, y nos hicimos eco de la solicitud de algunos de nuestros intelectuales y maestros, y para que efectivamente se pueda hablar de diálogo en aquel episodio, escuchando a las dos partes. Si alguien tiene versiones más completas y exactas o que precisen o corrijan estas, no las ha compartido hasta el momento y lo invitamos a hacerlo. Este libro será feliz de ser trascendido cuanto antes.

Como ya señalé, lo único que sucedió hace sesenta años en la Biblioteca Nacional no fue que Fidel pronunció un discurso memorable, que sin dudas pronunció. También ocurrió que los artistas e intelectuales tuvieron la disposición de compartir sus inquietudes con los dirigentes de la Revolución, con los políticos, y acudieron al escenario donde podían hacerlo. Unos más y otros menos, fueron en general francos, abiertos, al tiempo que provocadores y a ratos irónicos, como es nuestra naturaleza. Pero no estaban movilizados por ninguna UNEAC ni nada, acudieron invitados pero por su cuenta y riesgo, con interés, con temores, reconociendo a sus interlocutores, y con ello establecieron lo que devendrá una tradición entre los intelectuales y artistas y, en particular, los cineastas: la de buscar el diálogo con los líderes, con los políticos, plantear preguntas, dudas, inconformidades, cuestionamientos, disidencias. Por fortuna, ha pasado de generación en generación, y no siempre bien comprendido, también después. Hay que decir que aquel grupo fue en parte visionario, y me parece que está claro que no hemos hecho bien al no estudiar a menudo y profundamente también sus palabras, nos gusten más o nos gusten menos.

En cuanto a Fidel, también estableció una tradición, dio una lección. Lo único que hizo no fue hablar, pronunciar un discurso. Habló sí, en particular en la del tercer viernes, pero escuchó con atención durante los dos anteriores, y entre unos y otros debe haber reflexionando y elaborado profundamente sobre lo escuchado. Para mí, ahí está su lección mayor. Le debemos tanto a Fidel cuando habló, como cuando guardó silencio. En lo que a él toca, el diálogo se produjo en el arte de escuchar, hablar, aprender del otro. Una vez sobre el escenario, es tan difícil y valioso hablar como escuchar. Lo saben muy bien los actores.

Dialogar requiere de esas dos actitudes. Don Miguel de Cervantes parece que no pertenecía a la vanguardia artística de su momento. Olvidó el principio y tuvo que corregirse en el camino. Recordemos que el Caballero de la Mancha, luego de tostarse leyendo libros y posiblemente algunos periódicos cubanos, se lanza al camino a deshacer los entuertos; pero el autor enseguida se da cuenta de que ha metido la pata y no le queda más remedio que hacerlo regresar a buscar a alguien con quien dialogar durante la aventura porque de lo contrario condenaba al personaje al soliloquio, y estos nunca hubieran sido tan ricos. Así apreció Sancho, el otro, y a partir de ahí más del ochenta por ciento de la gran novela es diálogo, donde uno y otro hablan, y uno y otro escuchan y aprenden entre sí, sin importar cuál es más lúcido o más loco.

En nuestro libro pretendemos que el lector viva la secuencia de Fidel luego de escuchar a los demás. Creemos que esa experiencia amplía el conocimiento de los hechos, y por otra parte ensancha el discurso de Fidel y lo hace más pleno en vez de disminuirlo, como tal vez se ha temido.

Concluimos el texto con un breve fragmento del discurso de Miguel Díaz-Canel en la clausura del noveno congreso de la UNEAC en 2019. No se trata de un gesto protocolar para cerrar con el presidente en funciones del país. Las reflexiones de Díaz-Canel sobre Palabras a los intelectuales en esa ocasión, a pesar de su brevedad, y que ni siquiera parecen obligatorias en el guion de su discurso, las entiendo esenciales para mirar Palabras… desde hoy y reconsiderar su actualidad y utilidad para nosotros. Lamentablemente, el propio Díaz Canel las ha superado con su intervención del otro día en el acto central por la efeméride, poniendo vieja nuestra cita. Tendremos que mandarle aviso de que no puede hablar de Palabras… sin consultarnos, porque nos echa a perder el libro y no tenemos más papel.

Y esto es todo, ya me cansé de hablar y vuelvo al silencio, que es mi preferido.

(Palabras del escritor y guionista Senel Paz en la presentación el 2 de julio en la Cinemateca de Cuba del libro Aquel verano del 61. Primer encuentro de Fidel con los intelectuales cubanos)

Tomado de: Cubacine

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El cine me enseñó a ser cubano

Senel Paz en la entrega del Premio Nacional de Cine 2020.

Por Senel Paz

Quiero ser breve. Cuando Cristóbal Colón llegó a Cuba… Mejor paso unas páginas.

Esta es una ceremonia entre amigos, familiar, un pretexto para evocar y querer a Paco Prats, y para que ustedes como amigos nos acompañen, a su familia y a mí, a recibir este Premio que tanto merecemos… según el jurado.

De modo, querido Paco, que estás aquí con nosotros, emocionado y alegre, con tu nobleza, tu talento y tu ejemplo de trabajador incansable y compañero fiel, y continuándote en todos los muñequitos que seguiremos haciendo.

En cuanto a mí, muy con chaqueta amarilla, recuerdo la primera vez que entré a una sala de cine a los doce años, allá en mi pueblo. La función ya había comenzado y pasé de la luz exterior a las patas de unos caballos que se me venían encima. Eran los indios huyendo de El llanero solitario en el episodio de la semana. A continuación, algo que de tan verdad parece inventado o un programa preparado especialmente para mí por Luciano Catillo o Iván Giroud, vi La quimera del oro como mi primer largometraje. A partir de entonces mis rezos por una vida mejor siempre concluyen: “En el nombre de Chaplin, del hijo y del espíritu santo”. Quien tenga presente Una novia para David, la primera película que escribí, recordará que incluye una cita de este filme, el pasaje de las muchachas cuando visitan a Charlot en la cabaña y olvidan el guante, y que es mi homenaje personal a aquel instante de descubrimiento y asombro.

Ya lo he dicho antes y hoy es buena ocasión para repetirlo: a mí el cine cubano no solo me enseñó a ser película sino también a ser cubano, a conocer y amar nuestra historia, a entender e incorporar el carácter mestizo de nuestra cultura e identidad, a amar los espacios físicos y espirituales, presentes y pasados, de nuestra patria, y a asimilar su carácter a ratos melodramático, a ratos trágicos y siempre humorístico. Como espectador, me colocó frente a un ejercicio sostenido de la libertad. Sentí la libertad en las creación de Lucía, en Memorias del subdesarrollo, en El hombre de Misinicú, en Madagascar, en Buscando a Chano Pozo, en Alicia en el pueblo de maravillas, en The Ilusion y A media voz, en La obra del siglo y en La profesora de inglés, y, lo más importante, la acabo de ver en el futuro, en los proyectos que participaron en la modalidad de Escritura y Desarrollo de la primera convocatoria de nuestro Fondo de Fomento del Cine Cubano y que serán los próximos títulos de nuestro cine.

Cuando llegué a La Habana a los dieciséis años y circunstancias que encuentran no biografía, pero sí equivalencias en Una novia para David, como guajiro ante la gran e inhóspita urbe, me hice dos firmes propósitos: montar alguna vez en una guagua de cada una de las rutas existentes, y entrar a todas y cada una de las salas de cine de la ciudad que aparecían en el listado de la cartelera. Hoy bastaría con recorrer la calle 23, pero entonces no era tarea fácil. Creo que cumplí ambas aspiraciones por encima del noventa por ciento. No transité nunca de pasajero a conductor de guaguas, pero en algún modo pasé del espacio de los espectadores al de los cineastas y aquí me enamoré por segunda vez del cine: esta vez de los cineastas, de los que hacían las películas, y en particular de su sentido de libertad y la disposición permanente de defenderla y construirla cada día en la obra y la vida. Estoy orgulloso, contento, de ser uno más en este gremio. Y agradecido de que, con este Premio, me reconozcan como alguien que ha trabajado junto a ustedes.

Ya voy terminando. Sé que muchos piensan o comentan por lo bajo si me habré vuelto loco o se me habrá subido el Premio a la cabeza al ponerme esta chaqueta amarilla. La explicación la dejo para el final.

Me faltan los agradecimientos y un anuncio, que haré junto a mi colega el escritor y guionista Arturo Arango.*

De la mano de Paco, agradecimiento para todos, los que no están en la sala y a ustedes, tan amables y enmascarados como El llanero solitario y que han retado al Covid para acompañarme; un pensamiento especial para los directores que me han permitido trabajar con ellos, representados esta tarde por Gerardo Chijona; para los demás colaboradores de las películas, algunos tan grandes como ellas como José María Vitier, y para los actores y actrices –a quienes hay que mencionar aparte porque tienen su ego–, y que han representado para mí el imán, la mayor motivación y reto para acercarme al arte cinematográfico.

Sobre el cuadro que he recibido, ¿qué decir? He sentido admiración por la obra de José Omar desde siempre, y por José Omar y Vivian, su compañera. Ellos lo saben muy bien. José es un amigo de siempre en los avatares culturales. Incluso he deseado ganarme el Premio de Cine a ver si tenía la suerte de que me premiaran con una obra de José Omar, y ahora se hace realidad. Le buscaré la mejor pared de mi casa.

Un reconocimiento todavía más especial para Rebeca, mi cineasta inspiradora cotidiana e incansable, y uno final para un hombre latinoamericano y universal que unió como pocos las dos pasiones que también me acompañan, que apostó y trabajo muy duro por nuestro cine latinoamericano: Gabriel García Márquez, de quien en estos instantes me siento simbólicamente arropado porque llevo una chaqueta suya, ahora mía, amarilla como sus mariposas…

Ahora, según el guión, pueden aplaudir si lo desean.

*Senel Paz y Arturo Arango anunciaron que, junto a la productora Lía Rodríguez, realizarán en el primer trimestre del año entrante la segunda edición del Taller 6g-Guiones Habana, esta vez con proyectos seleccionados entre los ganadores y participantes de las modalidades de Escritura y Desarrollo de la primera convocatoria del Fondo de Desarrollo del Cine Cubano, bajo el lema: “Esa película que vas a hacer en libertad, que tenga un buen guion”.

Palabras en el acto de entrega del Premio Nacional de Cine a Paco Prats y Senel Paz, en la Casa del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano.

Tomado de: Cubadebate

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El arte y la amistad

Manuel Gutiérrez Aragón. Foto El País

Por Senel Paz

El Premio Internacional Tomás Gutiérrez Alea de la UNEAC no se instituyó para tomarse fotos junto a personajes famosos que pasen ocasionalmente por La Habana como el cometa Halley por el cielo, sino como reconocimiento de los artistas y creadores cubanos a la amistad sincera y sostenida de grandes artistas del mundo.

Tiene ese doble requisito: el reconocimiento al artista por la obra destacada, y la celebración de una probada amistad y solidaridad, dos palabras que suelen venir en un mismo frasco. Hay que decir, entonces, que el Premio le viene como anillo al dedo a Manuel Gutiérrez Aragón, «Manolo», quien en el área del cine debió ser el primero en recibirlo.

Para muchos de los que estamos aquí el galardón que se entrega es un viejo anhelo que se hace realidad esta tarde gracias a la nueva dirección de la UNEAC, que ha emprendido un trabajo serio, y a la nueva presidenta de la

Asociación de Cine, Radio y Televisión, persona que conoce y siente el cine en sus venas. Pero es, sobre todo, mérito del premiado.

La relevancia artística de Manolo se puede establecer entresacando al azar líneas de su currículo: «Miembro de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Premio Nacional de Cinematografía, Medalla de Oro de la Academia de las Artes y las Ciencias cinematográficas de España, Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes, Medalla de Cinematografía de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo», por citar datos que lo establecen como una de las figuras principales del arte en su país y en el ámbito iberoamericano. Estas condecoraciones no han determinado su obra, sino que la han coronado tras largos años de trabajo como creador y también como gestor y difusor de la cultura.

Su obra cinematográfica es amplia, conocida del público cubano desde sus primeros títulos y muy valorada internacionalmente, con muchos filmes inolvidables no por sus numerosos premios sino por su excelencia y gracia, su poesía, su embrujo, en la que cabe mencionar, para citar una pieza, la serie sobre El Quijote de Televisión Española, que es lo más hermoso, inspirado y fiel que se haya filmado sobre el insigne caballero y su escudero. Faltaría subrayar que la obra de Manolo incluye un importante capítulo cubano: dos largometrajes de ficción, un largometraje de tema musical, lo que nos habla del amor y la implicación de Gutiérrez Aragón con nuestra Isla, su gente y su historia.

Manolo siempre fue escritor. Se aprecia claramente en sus películas. Ha cometido el pecado de la poesía, y es autor o coautor de muchos de los guiones de sus filmes o de la de otros directores. Parece haberse pasado por completo a las letras y en los últimos años nos ha entregado cuatro novelas de muy buena acogida de público y crítica, en las que muestra que su mano para escribir es tan segura como su ojo para filmar. Ha incursionado también en el ensayo y en géneros inclasificables. Estamos premiando a un tiempo a un cineasta y a un escritor. Además, ha escrito y dirigido teatro, como la versión teatral de Peter Weiss sobre El proceso, de Kafka. No menos artista de mérito es en el arte del buen comer, el arte de caminar y el arte de la conversación.

Como es menos conocida su obra literaria y le debemos una edición cubana de algunos de sus títulos, cito las novelas, todas editadas por Anagrama: La vida antes de marzo, 2009, Premio Herralde; Gloria mía, 2012; Cuando el frío llegue al corazón, 2013; y El ojo del cielo, 2018. Tramas y personajes que se corresponden con su pericia de cineasta, y prosa encantada y encantadora.

Manolo tiene una larga trayectoria de amistad y solidaridad con nuestra cultura que acredita por igual sus méritos para este premio. Sería extenso enumerar sus apoyos, sus acciones puntuales en el plano personal o como directivo de importantes instituciones españolas como la SGAE, las veces que nos ha echado la mano. Ha estado siempre a nuestro lado, y nos ha criticado con honestidad e, incluso, dureza cada vez que lo ha considerado necesario, como corresponde a los que te quieren de veras. Nos ha acompañado incontables veces en nuestros eventos de cine, al extremo de ser probablemente uno de los más asiduos participantes del Festival, en el que ha actuado como jurado, y nos ha visitado por puro placer, al extremo de que es difícil encontrar algún año sin que haya venido. Como tantos españoles, tiene su veta familiar cubana, desde Santiago de Cuba, que ha cultivado tanto en su memoria como en su fantasía.

Si de algún país, al menos en el área cinematográfica, los cubanos hemos recibido solidaridad y amistad, ese es España. Al reconocer a Manolo reconocemos también ese gesto coral, de grandes nombres de las artes en general y el cine en particular de España, coro en el que Gutiérrez Aragón siempre ha cantado alto y en primera fila.

Es por todas estas razones, Manolo, que es un honor para mí, en nombre de la Asociación de Cine, Radio y Televisión de la UNEAC, saludarte por este Premio que nos honra entregarte, y agradecerte tu larga amistad. Me atrevo a aventurar que Tomás Gutiérrez Alea, que conoció tu obra y tu labor, estaría feliz este día, entusiasmado con nuestra decisión, y que te aplaudiría y felicitaría como pocos.

Muchas gracias a ti, muchas gracias a la Asociación.

Tomado de: http://habanafilmfestival.com

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