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Criminal de guerra recompensado, revelador de la verdad castigado

Foto Chicago Sun-Times

Por Vijay Prashad @vijayprashad

El 12 de julio de 2007, dos helicópteros estadounidenses AH-64 Apache dispararon balas de cañón de 30 milímetros contra un grupo de civiles iraquíes en Nueva Bagdad. Estos artilleros del ejército estadounidense asesinaron al menos a una docena de personas, entre ellas el fotógrafo de Reuters Namir Noor-Eldeen y su conductor Saeed Chmagh.

Reuters pidió inmediatamente que Estados Unidos realizara una investigación sobre el asesinato. En cambio, el gobierno de dicho país les dio la versión oficial de que los soldados de la compañía Bravo, 2-16 de infantería, habían sido atacados con armas ligeras en el marco de su operación Ilaaj en el barrio de al-Amin al-Thaniyah. Los soldados solicitaron ataques aéreos, que llegaron y limpiaron las calles de insurgentes. Reuters tenía información de que los helicópteros filmaron el ataque, por lo que el medio de comunicación solicitó el video a los militares estadounidenses. Estados Unidos se negó, alegando que no existía tal video.

Dos años después, el reportero del Washington Post David Finkel publicó The Good Soldiers [Los buenos soldados], un libro basado en el tiempo que pasó como miembro del batallón 2-16. Finkel estaba con los soldados en el barrio de al-Amin al-Thaniyah cuando escucharon a los helicópteros Apache en acción. Defendió a los militares estadounidenses, señalando que “la tripulación del Apache había seguido las reglas de combate” y que “todos habían actuado adecuadamente”. Los soldados, escribió Finkel, eran “buenos soldados, y había llegado la hora de la cena”. En su relato, Finkel dejó claro que había visto un video del incidente, aunque el gobierno estadounidense negó su existencia a Reuters y a las organizaciones de derechos humanos.

El 5 de enero de 2010, Chelsea Manning, soldado estadounidense en Irak, descargó en discos compactos una serie de documentos y videos relacionados con la guerra y se los llevó a Estados Unidos. El 21 de febrero de 2010, Manning entregó el material relacionado con Irak a la organización WikiLeaks, creada en 2006 por un grupo de personas comprometidas lideradas por el ciudadano australiano Julian Assange. WikiLeaks y Assange revisaron el material y publicaron el video completo de los helicópteros Apache en su sitio web bajo el título “Collateral Murder” [Asesinato colateral] el 5 de abril de 2010.

WikiLeaks, Collateral Murder (Asesinato colateral), 2007.

El vídeo es espeluznante. Muestra la espantosa inhumanidad de los pilotos. La gente en tierra no estaba disparando a nadie, pero los pilotos disparan indiscriminadamente. “Mira a esos bastardos muertos”, dice uno de ellos; “bonito”, dice otro después de disparar a los civiles. Saleh Mutashar Tuman, conductor de una furgoneta, llega al lugar de los hechos, se detiene y se baja para ayudar a los heridos, entre ellos Saeed Chmagh. Los pilotos solicitan permiso para disparar contra la furgoneta; rápidamente se les concede la autorización y comienzan a abrir fuego. Minutos más tarde, el especialista del ejército Ethan McCord —que forma parte del batallón 2-16 en que estaba Finkel— observa la escena desde el suelo. En 2010, McCord contó a Kim Zetter, de Wired, lo que había presenciado: “Nunca había visto a nadie ser disparado por una bala de 30 milímetros. No parecía real, en el sentido de que no parecían seres humanos. Estaban destruidos”.

En la furgoneta, McCord y los demás soldados encontraron a Sajad Mutashar (10 años) y Doaha Mutashar (5 años) gravemente heridos; su padre, Saleh, estaba muerto en el suelo. En el video, el piloto vio que había niñxs en la furgoneta: “Bueno”, dijo insensiblemente, “es su culpa por llevar niñxs a una batalla”. Cuando WikiLeaks hizo público el video, Sajad Mutashar, que entonces tenía doce años, dijo: “Quiero recuperar nuestros derechos de los estadounidenses que nos dañaron”. Su madre, Ahlam Abdelhussein Tuman, dijo: “Me gustaría que el pueblo estadounidense y el mundo entero entendieran lo que ocurrió aquí en Irak. Perdimos nuestro país y nuestras vidas fueron destruidas”. Se les respondió con el silencio. Sajad, que se recuperó parcialmente de sus heridas, fue asesinado por un coche bomba en Bagdad en marzo de 2021.

Robert Gibbs, secretario de prensa del expresidente de Estados Unidos, Barack Obama, dijo en abril de 2010 que los hechos mostrados en el video eran “extremadamente trágicos”. Pero la verdad ya había salido a la luz. Este video mostró al mundo el carácter real de la guerra de Estados Unidos contra Irak, que el Secretario General de las Naciones Unidas, Kofi Annan, calificó de ilegal. Ni el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, ni el primer ministro del Reino Unido, Tony Blair, han tenido que responder a la acusación de la ilegalidad de su guerra contra Irak, aunque el periodista iraquí Muntadhar al-Zaidi lanzó sus zapatos a Bush en Bagdad en 2008 mientras decía: “Este es un beso de despedida del pueblo iraquí, perro”, y el cineasta David Lawley-Wakelin interrumpió el testimonio de Blair en la investigación Leveson en 2012 para llamarlo criminal de guerra.

Cuando WikiLeaks y Assange publicaron ese video, avergonzaron al gobierno de Estados Unidos. Todas sus afirmaciones sobre la guerra humanitaria perdieron credibilidad. A partir de ese momento el gobierno de EE. UU. —ya sea bajo el mando de Obama, Trump o Biden— buscó castigar a Assange. Había que llevar a Assange a Estados Unidos y meterlo en prisión. No se iba a permitir que nadie se saliera con la suya al revelar la verdad del belicismo estadounidense.

En 2019, el gobierno de Ecuador le retiró el asilo diplomático en su embajada de Londres y lo entregó a las autoridades británicas. Pocos días después, el gobierno británico explicó por qué el fundador de WikiLeaks estaba en la prisión de Belmarsh: “Podemos confirmar que Julian Assange fue detenido en relación con una solicitud de extradición provisional de Estados Unidos, donde está acusado de delitos informáticos”. El Departamento de Justicia de EE. UU. dijo que Assange era buscado por una “conspiración de hackeo informático”. Pero Assange no hackeó ningún computador. El material fue recogido por Chelsea Manning, que lo entregó a WikiLeaks, que a su vez lo publicó junto con una serie de medios de comunicación. Assange es un periodista y un editor, no un hacker. Lo que se castiga aquí es el periodismo.

Es por eso que ocho medios de comunicación de todo el mundo se unieron para publicar una declaración sobre la reciente decisión del tribunal británico de que Assange puede ser extraditado a Estados Unidos. A continuación se encuentra la declaración:

El 10/12 un tribunal británico emitió un veredicto que despeja el camino para la extradición del periodista y editor Julian Assange a EE. UU. Si la extradición se lleva a cabo, Assange enfrentará un proceso penal, y si es condenado, podría pasar el resto de su vida en la cárcel.

Julian Assange y su organización WikiLeaks publicaron información vital recibida de denunciantes como Chelsea Manning, que describe los crímenes de guerra y las atrocidades de Estados Unidos en Irak y Afganistán. Entre ellos, “Asesinato colateral”, el espeluznante video que mostraba al personal militar estadounidense matando a civiles iraquíes, incluidos dos periodistas. Las revelaciones de WikiLeaks también sacaron a la luz la corrupción y las violaciones de los derechos humanos por parte de gobiernos de todo el mundo, y estos informes han sido asumidos y citados por organizaciones de medios de comunicación de todo el mundo.

Por este delito de periodismo, Julian Assange ha sido perseguido durante más de una década. Es el primer editor acusado en virtud de la Ley de Espionaje. El gobierno de Estados Unidos y sus aliados en todo el mundo se han negado a aceptar el hecho de que Assange es un periodista. La persecución de Julian Assange es, por tanto, un ataque fundamental al periodismo, a la libertad de prensa y a la libertad de expresión.

Las organizaciones de medios que aquí firmamos rechazamos y denunciamos este ataque contra Julian Assange y el periodismo. La libertad de prensa seguirá siendo una frase vacía mientras se mantenga la persecución a Julian Assange y WikiLeaks.

ARG Medios, Brasil de Fato, BreakThrough News, Madaar, NewsClick, New Frame, Pan African TV, and Peoples Dispatch.

En 2004, la artista iraquí Nuha al-Radi murió de leucemia causada por el uranio empobrecido que Estados Unidos utilizó en Irak. Su cautivador libro, Los diarios de Bagdad. Crónica de una mujer sobre la guerra y el exilio (2003), nos habla del sufrimiento que padecieron todos los seres vivos de su Bagdad natal durante los bombardeos estadounidenses de 1991: “Los pájaros han recibido el peor golpe de todos. Tienen almas sensibles que no pueden soportar todo este horrible ruido y vibración. Todos los pájaros enjaulados han muerto por el impacto de las explosiones, mientras que los pájaros en libertad vuelan al revés y dan locas volteretas. Cientos, si no miles, han muerto en el huerto. Los solitarios supervivientes vuelan distraídos”.

El 28 de enero de 2007, unos meses antes de ser asesinado por el helicóptero Apache del ejército estadounidense, Namir Noor-Eldeen fue a una escuela secundaria del distrito de Adil, en Bagdad, donde un ataque con mortero había matado a cinco alumnas. Noor-Eldeen tomó una fotografía de un niño que pasaba junto a un charco de sangre con una pelota de fútbol bajo el brazo. Junto a la sangre roja y brillante hay unos cuantos libros de texto arrugados. Fue el ojo humano de Noor-Eldeen el que tomó esta impactante imagen de lo que se ha convertido en normal en Irak. Esto es lo que la guerra ilegal de Estados Unidos le ha hecho a su país.

Assange, que publicó la historia sobre la muerte de Noor-Eldeen, está sentado en su celda, esperando ser extraditado. Tras el veredicto del tribunal superior, el periodista John Pilger señaló: “Hace poco pasé por la mansión de 8 millones de libras de Tony Blair en la plaza Connaught de Londres. Está a una hora de viaje sombrío de la prisión de Belmarsh, donde Julian Assange “vive” en una pequeña celda. Esta es la Navidad de 2021 en Gran Bretaña: el criminal de guerra recompensado, el revelador de la verdad castigado, quizás hasta la muerte” (traducción libre).

Tomado de: Instituto Tricontinental de Investigación Social

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Si todos los refugiados vivieran en un solo lugar, sería el 17º país más poblado del mundo

Foto Sebastião Salgado (Brasil)

Por Vijay Prashad

El 5 de octubre, el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas aprobó una resolución histórica no vinculante que “reconoce el derecho a un medio ambiente sin riesgos, limpio, saludable y sostenible como un derecho humano importante para el disfrute de los derechos humanos”. Este derecho debería obligar a los gobiernos que se sientan a la mesa en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático COP26, que se celebrará en Glasgow, Escocia, a finales de este mes, a reflexionar sobre los graves daños que causa el contaminado sistema que moldea nuestras vidas. En 2016, la Organización Mundial de la Salud (OMS) señaló que el 92% de la población mundial respira aire de calidad tóxica; en el mundo en desarrollo, el 98% de lxs niñxs menores de cinco años padecen ese mal aire. El aire contaminado, sobre todo por las emisiones de carbono, produce 13 muertes por minuto en todo el mundo.

Estas resoluciones de la ONU pueden tener un impacto. En 2010, la Asamblea General de la ONU aprobó una resolución sobre el “derecho humano al agua y al saneamiento”. Como resultado, varios países —como México, Marruecos, Níger y Eslovenia, por nombrar algunos— añadieron este derecho al agua en sus constituciones. Aunque se trata de normativas algo limitadas —con escasa incorporación de la gestión de las aguas residuales y de los medios culturalmente apropiados para el suministro de agua—, han tenido, no obstante, un efecto positivo inmediato, con miles de hogares conectados ahora a servicios de agua potable y alcantarillado.

Uno de los grandes absurdos de nuestro tiempo lo produce el rugido del hambre que aqueja a una de cada tres personas en el planeta. Con motivo del Día Mundial de la Alimentación, siete medios de comunicación —ARG Medios, Brasil de Fato, Breakthrough News, Madaar, New Frame, NewsClick y Peoples’ Dispatch— elaboraron en conjunto un folleto titulado El hambre en el mundo, en el que se examina la situación del hambre en los diversos países, cómo ha influido en ella la pandemia del COVID-19 y qué han hecho los movimientos populares para responder a esta catastrófica realidad. El ensayo final recoge un discurso del presidente de Abahlali baseMjondolo, S’bu Zikode, en el que plantea: “Es moralmente incorrecto e injusto que la gente se muera de hambre en la economía más productiva de la historia de la humanidad”. “Hay recursos más que suficientes para alimentar, alojar y educar a todos los seres humanos. Hay recursos suficientes para abolir la pobreza. Pero estos recursos no se utilizan para satisfacer las necesidades de la gente, sino para controlar a los países, las comunidades y las familias pobres”, dijo Zikode.

En la introducción de El hambre en el mundo, escrita por Zoe Alexandra y Prasanth R. de Peoples Dispatch y por mí, analizamos el estado del hambre en la actualidad y cómo hemos llegado a él, así como una visión del futuro que están creando los movimientos populares en las brechas del presente. A continuación, un breve extracto de nuestra introducción.

En mayo de 1998, el entonces presidente de Cuba, Fidel Castro, asistió a la Asamblea Mundial de la Salud en Ginebra (Suiza). Se trata de una reunión anual celebrada por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Castro centró su atención en el hambre y la pobreza, que según él son la causa de tanto sufrimiento. “En ningún lugar del mundo, en ningún genocidio, en ninguna guerra se matan tantas personas por minuto, por hora y por día como las que mata el hambre y la pobreza en nuestro planeta”, dijo.

Dos años después de que Castro pronunciara este discurso, el Informe Mundial de la Salud de la OMS recopiló datos sobre las muertes relacionadas con el hambre. Sumaban algo más de nueve millones de muertes al año, seis millones de ellas de niñxs menores de cinco años. Esto significaba que 25.000 personas morían de hambre y pobreza cada día. Estas cifras superaban con creces el número de muertos en el Genocidio de Ruanda de 1994, cuyo número de muertos se calcula en alrededor de medio millón de personas. Se presta atención al genocidio —como debe ser— pero no al genocidio de personas empobrecidas por muertes relacionadas con el hambre. Por eso Castro hizo esos comentarios en la asamblea.

En 2015, las Naciones Unidas adoptaron un plan para cumplir determinados Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para 2030. El segundo objetivo es “poner fin al hambre, lograr la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición y promover la agricultura sostenible”. Ese año, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) empezó a registrar un aumento del número absoluto de personas que pasan hambre en todo el mundo. Seis años más tarde, la pandemia del COVID-19 ha destrozado un planeta ya frágil, intensificando los apartheid existentes en el orden capitalista internacional. Los multimillonarios del mundo han multiplicado por diez su riqueza, mientras que la mayoría de la humanidad se ha visto obligada a sobrevivir día a día, comida a comida.

En julio de 2020, Oxfam publicó un informe titulado The Hunger Virus [El virus del hambre], en el que —utilizando datos del Programa Mundial de Alimentos— se concluía que hasta 12.000 personas al día “podrían morir de hambre debido a las repercusiones sociales y económicas de la pandemia antes de que acabe el año, tal vez más de las que, para entonces, morirán cada día a causa de la enfermedad”. En julio de 2021, la ONU anunció que el mundo está “tremendamente lejos” de cumplir sus ODS para 2030, indicando que “más de 2.300 millones de personas (o el 30% de la población mundial) carecían de acceso a alimentos adecuados durante todo el año” en 2020, lo que constituye una grave inseguridad alimentaria.

El informe de la FAO, El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2021, señala que “casi una de cada tres personas en el mundo (2.370 millones) no tuvo acceso a una alimentación adecuada en 2020, lo que supone un aumento de casi 320 millones de personas en solo un año”. El hambre es intolerable. Los disturbios por alimentos son ahora una realidad, que tiene una de sus formas más dramáticas en Sudáfrica. “Simplemente nos están matando de hambre”, dijo un residente de Gauteng que se unió a los disturbios de julio. Estas protestas, así como los nuevos datos publicados por la ONU y el Fondo Monetario Internacional, han vuelto a poner el hambre en la agenda mundial.

Numerosos organismos internacionales han publicado informes con conclusiones similares, que muestran que el impacto económico de la pandemia del COVID-19 ha consolidado la tendencia al aumento del hambre y la inseguridad alimentaria. Muchos, sin embargo, se detienen ahí, dejándonos con la sensación de que el hambre es inevitable, y que serán las instituciones internacionales con sus créditos, préstamos y programas de ayuda las que resolverán este dilema de la humanidad.

Pero el hambre no es inevitable: es, como nos recordó S’bu Zikode, una decisión del capitalismo de anteponer las ganancias por sobre las personas, permitiendo que enormes franjas de la población mundial sigan pasando hambre mientras se desperdicia un tercio de todos los alimentos producidos, todo mientras la liberalización del comercio y la especulación en la producción y distribución de alimentos crean graves distorsiones.

Miles de millones de personas luchan por mantener las estructuras básicas de la vida en un sistema de lucro que les niega los anclajes sociales necesarios. El hambre y el analfabetismo evidencian la aplastante tristeza de nuestro planeta. No es de extrañar que haya tanta gente en movimiento, refugiadxs de un tipo u otro, refugiadxs del hambre y refugiadxs de la subida de las aguas.

Según el recuento de la ONU, en la actualidad hay casi 83 millones de personas desplazadas, que —si todas vivieran en un mismo lugar— constituirían el 17º país más poblado del mundo. Esta cifra no incluye a lxs refugiadxs climáticos —cuya difícil situación no va a formar parte de los debates sobre el clima de la COP26— ni a los millones de desplazadxs internxs que huyen de los conflictos y las convulsiones económicas.

En 1971, el escritor nigeriano Chinua Achebe, conmocionado por la guerra de Biafra, publicó un poema titulado “Madre e hijo refugiados” en su libro de 1971, Beware, Soul Brother [Cuidado, hermano del alma]. La belleza de este poema perdura en nuestro desdichado mundo:

Ninguna Virgen con el Niño podría alcanzar

esa imagen de la ternura de una madre

por un hijo que pronto tendría que olvidar.

El aire estaba cargado de hedores

de diarrea de niños sin lavar

con las costillas lavadas y los traseros secos

dando pasos agotados

detrás de hinchados vientres vacíos. La mayoría

de las madres de allí habían dejado

de preocuparse, pero no está; ella sostenía

una sonrisa fantasma entre los dientes

y en sus ojos el fantasma del orgullo de una madre

mientras peinaba los cabellos herrumbrosos

que quedaban en su cráneo y luego

cantando en sus ojos, comenzaba cuidadosamente

a separarlo… En otra vida esto

habría sido un pequeño acto cotidiano

sin importancia antes del desayuno

y la escuela; pero ahora

lo hacía como poniendo flores

en una pequeña tumba.

Los poderosos miran con repugnancia a las personas desamparadas y hambrientas del campo y las ciudades de nuestro planeta. Preferirían estar protegidos de esa visión por altos muros y guardias armados. Los sentimientos humanos más básicos —que saturan el poema de Achebe— son sofocados con gran esfuerzo. Pero las y los indigentes y hambrientos son nuestros semejantes, que en algún momento fueron sostenidos en los brazos de sus padres con ternura, amados de la manera en que necesitamos aprender a amarnos.

Tomado de: Resumen Latinoamericano

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EE.UU. no se retira de Afganistán

EEUU dispone de 16,000 contratistas sobre el terreno en Afganistán

Por Noam Chomsky y Vijay Prashad

La invasión norteamericana de Afganistán, en octubre de 2001, fue criminal. Fue criminal debido a la inmensa fuerza empleada para demoler la infraestructura física del país y desgarrar sus vínculos sociales.

El 11 de octubre de 2001, el periodista Anatol Lieven entrevistó al dirigente afgano Abdul Haq en Peshawar, Pakistán. Haq, que dirigía parte de la resistencia contra los talibán, se estaba preparando para regresar a Afganistán bajo la cobertura de los bombardeos aéreos norteamericanos. No le complacía, sin embargo, la forma en que EEUU habían decidido proseguir la guerra. “La acción militar por sí misma en las actuales circunstancias sólo está haciendo más difíciles las cosas, sobre todo si esta guerra continúa durante largo tiempo y mueren muchos civiles”, le contó Abdul Haq a Lieven. La guerra continuaría durante veinte años más, y al menos 71,344 civiles perderían la vida durante este periodo.

Abdul Haq le dijo a Lieven que “lo mejor sería que EEUU trabajara en pro de una solución política que implicara a todos los grupos afganos. De no ser así, lo que habrá es un estímulo de las hondas divisiones entre diferentes grupos, respaldados por distintos países y que afectan para mal a toda la región”. Son palabras proféticas, pero Haq sabía que nadie le escuchaba. “Probablemente”, le dijo a Lieven, “EEUU ya han tomado la decisión de qué hacer, y cualquier recomendación por mi parte llegará demasiado tarde”.

Después de veinte años de la increíble destrucción provocada por esta guerra, y tras inflamar la animosidad entre “todos los grupos afganos”, EEUU han vuelto justo a la recomendación política de Abdul Haq: diálogo político.

Abdul Haq regresó a Afganistán y los talibán lo mataron el 26 de octubre de 2001. Sus consejos son ya cosa pasada. En septiembre de 2001, los distintos protagonistas de Afganistán –incluidos los talibán– estaban dispuestos a hablar. Lo hacían en parte porque temían que los amenazantes aviones de combate norteamericanos le abrirían las puertas del infierno a Afganistán. Hoy, 20 años después, la brecha entre los talibán y los demás se ha hecho más grande. Sencillamente, ya no hay ganas de negociar.

Guerra civil

El 14 de abril de 2021, el presidente del Parlamento de Afganistán –Mir Rahman Rahmani– advirtió que su país se encontraba al borde de la “guerra civil”. Los círculos políticos de Kabul han estado bullendo de conversaciones acerca de una guerra civil para cuando EEUU se retire el 11 de septiembre. Esta es la razón por la que el 15 de abril, durante una rueda de prensa en la embajada norteamericana en Kabul, Sharif Amiry, de TOLOnews le preguntó al secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, por la posibilidad de una guerra. Blinken contestó: “No creo que vaya en interés de nadie, por decir lo mínimo, que Afganistán se hunda en una guerra civil, en una guerra larga. Y hasta los talibán han declarado, por lo que oímos, no tener interés en ello”.

De hecho, Afganistán lleva en guerra civil desde hace medio siglo, por lo menos desde la creación de los muyahidín –entre ellos Abdul Haq– para combatir al Partido Democrático del Pueblo de Afganistán (1978–1992). Esta guerra civil se vio intensificada por el apoyo norteamericano a los elementos derechistas más conservadores y extremistas, grupos que se convertirían en parte de Al Qaeda, de los talibán y otras facciones islamistas. Ni una sola vez ha ofrecido EEUU una senda hacia la paz durante este periodo; por el contrario, han mostrado siempre un afán en cada paso por utilizar la enormidad de la fuerza norteamericana para controlar lo que acabe sucediendo en Kabul.

¿Retirada?

Ni siquiera esta retirada, que se anunció a finales de abril de 2021 y comenzó el 1 de mayo, es tan clara como parece. “Es hora de que vuelvan a casa las tropas norteamericanas”, anunció el presidente norteamericano, Joe Biden, el 14 de abril de 2021. Ese mismo día, el Departamento de Defensa norteamericano clarificó que abandonarían Afganistán 2,500 soldados el 11 de septiembre.

En un artículo del 14 de marzo, mientras tanto, el New York Times había hecho notar que EEUU dispone de 3,500 soldados en Afganistán, aunque “públicamente se diga que hay en el país 2,500 soldados”. Este recuento por debajo supone oscurantismo por parte del Pentágono. Un informe del vicesecretario de Defensa para el Sostenimiento hizo notar, además, que EEUU dispone de 16,000 contratistas sobre el terreno en Afganistán. Proporcionan toda una serie de servicios, entre los que se cuenta con toda probabilidad el apoyo militar. Ninguno de estos contratistas –ni de los 1,000 soldados norteamericanos adicionales no divulgados– está previsto que se retire, y tampoco va a concluir el bombardeo aéreo –incluidos los ataques con drones– ni se pondrá punto final a las misiones de fuerzas especiales.

El 21 de abril, Blinken declaró que EEUU proporcionaría casi 300 millones al gobierno afgano de Ashraf Ghani. Ghani que, como su predecesor Hamid Karzai, parece a menudo más un alcalde de Kabul que el presidente de Afganistán, se está viendo rebasado por sus rivales. Kabul hierve de rumores sobre gobiernos para después de la retirada, entre ellos el de la propuesta del líder del Hezb–e–Islami, Gulbuddin Hekmatyar, de formar un gobierno que encabezaría él y que no incluiría a los talibán. Mientras tanto, EEUU ha consentido en la idea de que los talibán tengan algún papel en el gobierno; ahora se está diciendo abiertamente que la administración Biden cree que los talibán “gobernarían con menos dureza” de la que emplearon entre 1996 y 2001.

Tal parece que EEUU está dispuestos a permitir que los talibán regresen al poder con dos advertencias: en primer lugar, que permanezca la presencia norteamericana y, en segundo, que los principales rivales de EEUU –a saber, China y Rusia– no tengan papel alguno en Kabul.

En 2011, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, habló en Chennai, India, donde propuso la creación de una iniciativa de Nueva Ruta de la Seda que vinculara a Asia Central a través de Afganistán y por medio de los puertos de la India; el propósito de esta iniciativa consiste en separar a Rusia de sus lazos con Asia Central e impedir el establecimiento de la Iniciativa de la Franja y la Ruta china, que hoy discurre hasta Turquía.

No está escrito que vaya a haber estabilidad en Afganistán. En enero, Vladimir Norov, antiguo ministro de Asuntos Exteriores de Uzbekistán y actual secretario general de la Organización de Cooperación de Shanghai, participó en una webinar organizada por el Instituto de Investigación Política de Islamabad. Norov afirmó que el Daesh o ISIS han ido moviendo a sus combatientes de Siria al norte de Afganistán. Este movimiento de combatientes extremistas resulta preocupante no sólo para Afganistán sino también para Asia Central y China. En 2020, el Washington Post reveló que los militares norteamericanos habían estado proporcionando apoyo aéreo a los talibán a medida que estos iban logrando avances contra los combatientes del ISIS. Aunque haya un acuerdo de paz con los talibán, lo desestabilizará el ISIS.

Posibilidades olvidadas

Olvidadas quedan las palabras de inquietud por las mujeres afganas, palabras que proporcionaron legitimidad a la invasión norteamericana en octubre de 2001. Rasil Basu, funcionario de las Naciones Unidas, se desempeñó como alto asesor del gobierno afgano para el desarrollo de la mujer entre 1986 y 1988. La Constitución Afgana de 1987 otorgaba iguales derechos a las mujeres, lo que permitió a los grupos de mujeres luchar contra normas patriarcales y pugnar por la igualdad en el trabajo y en el hogar. Debido a que en la guerra había muerto gran cantidad de hombres, nos contó Basu, accedieron las mujeres a diversas ocupaciones. Se produjeron avances sustanciales en los derechos de la mujer, entre ellos el crecimiento de la tasa de alfabetización. Todo esto ha quedado en buena medida borrado durante la guerra norteamericana en estas últimas dos décadas.

Antes incluso de que la URSS se retirase de Afganistán en 1988–89, los hombres que hoy se disputan el poder –como Gulbuddin Hekmatyar– declararon que anularían esos avances. Basu recordó las shabanamas, avisos que se difundían entre las mujeres y les advertían que obedecieran las normas patriarcales. Basu envió un artículo de opinión en el que avisaba de esta catástrofe al New York Times, al Washington Post, y a la revista (feminista) Ms., medios todos los cuales rechazaron publicarlo.

El último jefe de gobierno comunista de Afganistán –Mohammed Nayibullah (1987–1992)– presentó una Política de Reconciliación Nacional, en la que puso los derechos de la mujer en lo más alto de su orden del día. La rechazaron los islamistas respaldados por EEUU muchos de los cuales siguen hoy en puestos de autoridad.

No se han aprendido las lecciones de esta historia. Se “retirará” EEUU, pero dejará asimismo atrás sus activos para dar jaque mate a China y Rusia. Esas consideraciones geopolíticas eclipsan cualquier preocupación por el pueblo afgano.

Noam Chomsky es profesor laureado de la Universidad de Arizona y catedrático emérito de Lingüística del Massachusettes Institute of Technology, es uno de los activistas sociales más reconocidos internacionalmente por su magisterio y compromiso político. Vijay Prashad es historiador, editor y periodista indio, es director del Instituto Tricontinental de Investigaciones Sociales.

Tomado de: Resumen Latinoamericano

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