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La violencia y el dolor

Por José Blanco

Cada 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, ONU Mujeres emite un comunicado-proclama acerca de la violencia machista sobre las mujeres. Este año demandó: ¡Pongamos fin a la violencia ya! El año pasado advirtió: México: Poner fin a la violencia contra las mujeres y las niñas no está en pausa. Seis años atrás, en 2015, recomendó: Prevenir la violencia contra las mujeres. En un organismo temperado por su naturaleza, el tono ha debido entrar en apremio, y no es para menos: en México dos de cada tres mujeres han sido violentadas por un macho al menos una vez en su vida, una proporción del doble de lo que ocurre a escala internacional. “Esta situación amenaza con borrar décadas de progreso para mujeres y niñas”, dice la agencia de la ONU: un progreso que nadie ha registrado.

Las calles gritan y la situación empeora. Ese infausto día debería nombrarse día internacional de la eliminación de la violencia machista de los hombres contra la mujer. Enfocar a la mujer violentada, y enfocar también al autor de esa barbaridad, ayudaría a aumentar la conciencia sobre las situaciones de violencia, y los roles de cada uno. Muchos hombres no se reconocerán en ella, pero es posible que hallen, trabajando en el problema, su responsabilidad en la catástrofe.

Como siempre en los hechos sociales, hay una complejidad que, sin ser comprendida, no puede dar lugar a acciones que aborden, uno a uno, todos los nudos que la configuran. Pese a la persistencia dura de la calle, todo ocurre como si las cosas estuvieran dejadas a su libre transcurrir; así, los días y los años sólo llevan a un dolor que ojalá no se vuelva desesperanza.

La desigualdad de género está en el origen, y el sistema responsable ha sido señalado: el sistema patriarcal; un sistema de dominio articulado a otros de igual sentido y resultado, acaparando privilegios, como el racismo o la segregación territorial, envueltos todos por el sistema capitalista, lugar del dominio más profundo. En su versión neoliberal arribamos al peor de los mundos posibles. Como ha escrito el sociólogo chileno Claudio Duarte, “la sociedad tiene una definición muy clara de lo que espera de una persona adulta: producir con eficiencia, consumir con opulencia, reproducir la norma social y reproducirse heterosexualmente. Es un marco que tiene por centro al adulto y al patriarcado. Hacerse joven varón en la sociedad es, por tanto, superar las pruebas violentas, autoritarias e incuestionables que le dicen cómo deben las personas jóvenes pensar, sentirse, comportarse y educarse para el futuro y la continuación de su función social, enajenando los cuerpos porque sobre su control se sostiene el sistema patriarcal”.

Unos hombres acaparan todos los sistemas de dominación, otros hombres padecen al sistema de dominio más profundo y feroz, pero extraen privilegios de sistemas de dominación como el patriarcado, el racismo o la segregación territorial. Los enemigos son esos sistemas, no quienes hoy son privilegiados. Conocer los abismos que construyen cada sistema para hallar cómo subvertirlos, es tarea y vía para eliminar los privilegios.

La más remota segregación territorial, donde viven los condenados de la tierra, es también espacio de creación de privilegios que construye masculinidades feroces contra las mujeres. Los hombres son inducidos a ser proveedores y los sistemas de dominación que están sobre ellos los frustran y les impiden llenar el rol que le es demandado. Esa infernal circunstancia crea machos con privilegios mínimos y mujeres negadas en todo y por todo, una desigualdad en los mínimos que da lugar a machos feroces. Es preciso conocer las mil variantes de cada sistema de dominación y sus articulaciones, las que es urgente desarmar.

En cada hecho de violencia machista hay muchos que padecen dolor. Una mujer desaparecida luego aparecida como asesinada, debería producir dolor a todos. Una es demasiado. Le causa infinito dolor a la victimada, y les causa terrible dolor emocional a todos quienes la rodean. El dolor emocional, dice un estudio de las doctoras Adrienne Carter-Sowell y Zhanheng Chen, publicado por la revista Psychological Science, es peor que el dolor físico.

Ahora se llama “violencia vicaria” al asesinato de niñas por machos para causar dolor a la madre, en un acto de horror, en el que se enfoca a la madre, y se deshumaniza a los niños, se los desaparece en un acto “de justicia” con la madre.

El asesinato de una mujer produce un dolor extremo en sus cercanos que debería pasar también a primer plano en la sociedad, recibir un espacio mayor que el de las responsabilidades legales, donde suele centrarse la atención. El lugar de la legalidad en estos hechos es el lugar más frío del hecho inhumano cometido. Hagámonos cargo todos del dolor de todos. Entendemos mal el dolor y es preciso trabajar en profundidad sobre ello. Acaso sea una forma distinta de mirarnos dentro, tal vez incida en la sensibilidad de los hombres violentos.

Tomado de: La Jornada

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Brasil, país violento

Policía operando en las favelas de Brasil

Por Sergio Ferrari

Las imágenes del ejército y la policía operando a gran escala en las favelas son cada vez más frecuentes y viralizadas. El flash del asesinato a mansalva de la dirigente feminista Marielle Franco, en marzo del 2018, marca aún la cotidianeidad de los movimientos sociales brasileros.

Brasil es uno de los países más violentos del continente sudamericano. Latinoamérica, a la vez, es una de las regiones más violentas del mundo y acapara casi 1 de cada 2 víctimas —en realidad el 42 %— de los homicidios a escala planetaria, según datos de las Naciones Unidas de 2019.

La violencia en Brasil, además de fenómeno social, se expresa con ciertas particularidades. Por ejemplo, impactar principalmente a los jóvenes negros. Así lo destaca el informe Violencia armada, violencia policial y comercio de armas, elaborado por el Instituto brasilero Sou da Paz y las ONG Terre des hommes (Tierra de Hombres) de Alemania y de Suiza, difundido recientemente.

Según los investigadores, en 2019, Brasil alcanzó una tasa de 21.6 homicidios por cada 100.000 habitantes. Si bien significa una baja con respecto a los datos del 2017, que fue un año pico, el impacto de la violencia sigue siendo muy alto. El estudio, por el momento solo publicado en alemán, analiza esas particularidades, presenta casos emblemáticos y articula conclusiones y recomendaciones dirigidas tanto al Estado brasilero como a la comunidad internacional, fuente de aprovisionamiento de una parte de las armas que circulan en el país. (https://www.tdh.de/was-wir-tun/themen-a-z/polizeigewalt/ )

La Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito en su informe de julio de 2019, con datos actualizados hasta fines del 201, señalaba que países como Argentina, Uruguay, Perú, y Chile estaban en la parte baja de la tabla de porcentajes en Sudamérica. Y subrayaba que Brasil, entre 1991 y 2017, acumuló la cifra récord de 1.200.000 homicidios (https://www.unodc.org/unodc/en/data-and-analysis/global-study-on-homicide.html).

Principales objetivos de la violencia

Los jóvenes y las personas negras son las principales víctimas de esta violencia. En 2019, el 79% de los homicidios que se produjeron corresponde a la franja etaria de 15 a 29 años. Ese mismo año, el 74% de las víctimas fue gente de color, ya sean negros o mestizos. El 99% son hombres.

Se muestra, también, de forma evidente, la responsabilidad institucional en esta violencia. El Anuario Brasilero de Seguridad Pública devela que una de cada diez muertes violentas —exactamente el 13 % de los casos— ha sido, en 2019, resultado de la intervención policial. En algunos Estados particularmente conflictivos, como Río de Janeiro, llega hasta el 30%. Tendencia en aumento, sin pausa, desde 2013 hasta la actualidad.

Más del 70% de los homicidios se produjeron con armas de fuego. Lo que conduce a los responsables del estudio a subrayar la importancia de analizar “las dinámicas internas de circulación de armas” en el país. Según el Foro Brasilero de Seguridad Pública se contabilizaron 106.000 armas incautadas por parte de los diferentes cuerpos policiales en 2019. En su mayoría: revólveres, pistolas y rifles. El 6% de las mismas proviene de diversos países europeos.

Dato fundamental del informe es la baja tasa de esclarecimiento de los homicidios en el país, que según el Instituto Sou da Paz puede representar solo el 11% de los casos en algunos Estados. Esta impunidad se ve alimentada por “discursos políticos populistas que relativizan o, incluso, incentivan al uso desproporcionado de la fuerza por parte de agentes del Estado”, enfatiza el estudio difundido esta semana.

Impunidad, no investigación de los hechos, e incluso ocultamiento de pruebas, son algunas de las inquietudes que en estos últimos meses repiten diferentes representantes de la comunidad internacional.

En mayo, por ejemplo, la Oficina de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos expresó su particular preocupación por la operación policial antinarcóticos en la favela de Jacarezinho, en la zona norte de la ciudad de Río de Janeiro (Brasil). La ONU denunció entonces posibles intentos de las fuerzas de seguridad cariocas para impedir que se lleve a cabo una investigación independiente sobre los hechos.

«Hemos recibido informes preocupantes según los cuales, tras lo ocurrido, la policía no tomó las medidas necesarias para preservar las pruebas en la escena del crimen, lo que podría dificultar la investigación de esta trágica y letal operación», señaló entonces Rupert Colville, portavoz de la institución. La ONU, pidió en ese momento, que se lleve a cabo una investigación independiente e imparcial sobre este hecho teniendo en cuenta las normas internacionales.

Al menos 25 personas —entre ellas un agente de la policía— perdieron la vida en esa operación, la más cruenta en la historia de Río de Janeiro. Según informaciones oficiales, la redada policial tuvo por blanco una banda que reclutaba a niños y adolescentes para el tráfico de drogas, robos, secuestros y asesinatos. La favela es base del Comando Rojo, principal grupo de narcotraficantes de la ciudad.

La oficina de la ONU señaló que la operación confirma «una prolongada tendencia al uso innecesario y desproporcionado de la fuerza en las favelas, barrios pobres y marginados habitados predominante por población afrobrasileña”.

Mercado de armas en expansión

El Gobierno federal, aprovechando una etapa de cierta inestabilidad en la regulación del mercado de armas, publicó entre 2019-2020 veinte decretos sobre el tema. Los mismos facilitaron el aumento en un 65% de las armas registradas que llegaron a 1.100.000 de unidades. En ese periodo fue significativo el incremento de armas registradas por civiles, las que pasaron de 346.000 a 595.000. También aumentó en un 58% —de 351.000 a 556.000— el registro de los cazadores, coleccionistas o tiradores deportivos. Un tirador deportivo puede comprar hoy hasta 60 armas de fuego y 180 mil municiones por año en el país sudamericano.

Según el informe elaborado por el instituto brasilero y las ONG europeas, la situación es todavía más preocupante debido a que esa flexibilización en el registro se acompañó de “retrocesos en los mecanismos de fiscalización y control de circulación de armas y municiones y de los mecanismos para enfrentar el crimen organizado”.

No menos importante en el informe presentado la primera semana de junio es el análisis del “discurso autoritario” que se ha venido intensificando desde la llegada de Jair Bolsonaro al gobierno. El actual presidente afirmó en diversas ocasiones en su carrera política y en su campaña presidencial, que había que matar a los criminales, y relativizó prácticas como la tortura, señala el informe.

El “Paquete Anticrimen”, elaborado por el entonces ministro de Justicia y Seguridad, Sergio Moro, proponía ampliar la lista de circunstancias por las cuales los policías podían ser exentos de cualquier castigo por causa de una muerte. Sugería, incluso, reducir a la mitad las penas por uso excesivo de violencia policial en circunstancias de “sorpresa o violencia emocional”. La intensa movilización de la sociedad civil y de sectores parlamentarios contra esta propuesta determinó su rechazo legislativo. Sin embargo, en el Congreso Nacional, están en curso de debate iniciativas semejantes.

Responsabilidad internacional

El Foro Brasilero de Seguridad Pública contabilizó en 2019 más de 106.000 armas en posesión ilegal recuperadas por las fuerzas de seguridad pública, lo que representa la cifra más baja de los últimos 3 años –en 2015 fueron 130.000. El informe de Sou da Paz y Terre des hommes subraya “que la presencia de armas extranjeras es relevante, en especial entre las de mayor potencia ofensiva como fusiles y subametralladoras”.

De las unidades secuestradas cuyo origen pudo ser individualizado —algo más de un tercio del total— las armas provenientes de Europa constituyen entre un 6 y un 7%. Las originarias de Estados Unidos representan el 5.3%. De Argentina llega el 1.9%.

Austria, con un 5.1% de las armas secuestradas que pudieron ser rastreadas, constituye el país europeo más proveedor. De Turquía llega el 1.7% y de Italia el 1.3%. Aunque con porcentajes menores, hay unidades provenientes de Alemania, República Chica, España, Bélgica, Montenegro, Rusia, Francia y Suiza.

El informe concluye con recomendaciones claras y exigentes. A los representantes extranjeros —gobiernos, empresas y organizaciones en general— les recuerda que la circulación de armas tiene un impacto directo en la cantidad de homicidios y en la violencia social. Lo que aumenta la violación del derecho a la vida, sobre todo en sectores específicos de la población: personas negras, adolescentes y jóvenes.

Por tal motivo Sou da Paz y las ONG Terre des hommes de Alemania y de Suiza, llaman a un mayor control de todo lo que se refiere al comercio internacional de armas que involucre a Brasil. Incorporando en toda transacción una profunda evaluación de riesgo y de los impactos negativos eventuales que podría conllevar esa actividad o negocio en el respeto de los derechos humanos.

Para matar a mansalva a Marielle Franco, dirigente feminista negra, referente LGBT y lideresa de la oposición, en marzo del 2018, en Río de Janeiro, el sicario usó una subametralladora alemana Heckler y Koch MP5. El homicidio requiere un medio. Los más usados, son las armas de fuego. La industria armamentística europea, y norteamericana, las producen, las venden y facilitan su acceso, también, en países como Brasil. Todos somos responsables de todo, alegato conclusivo —tácito— de esta radiografía sobre la violencia brasilera.

Tomado de: Alainet

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Menos violencia, menos brechas de género y más equidad para las mujeres (declaración de la Casa de las Américas)

Foto Agencia EFE

El 8 de marzo de 1908 fueron carbonizadas 129 costureras de una fábrica estadunidense, en su mayoría jóvenes inmigrantes europeas, como feroz represalia de sus patrones ante la huelga que habían organizado para reclamar mínimos beneficios laborales. En homenaje a ellas, la revolucionaria alemana Clara Zetkin bautizó la fecha en 1910 como Día Internacional de la Mujer trabajadora.

Convertido en tribuna desde 1911, el 8 de marzo fue adoptado por millones de mujeres que, cada vez en mayor cantidad y con más definidos y ambiciosos objetivos, poblaron calles, plazas, teatros, aulas, medios de prensa de todo el mundo, para denunciar crímenes, violencias y arbitrariedades y exigir justicia y reivindicaciones impostergables.

En la América Latina y el Caribe, las mujeres autóctonas o llegadas de otras tierras se saben y se sienten fundadoras de nuestras naciones mestizas, al tiempo que herederas de nuestros orígenes ancestrales; gustosas maestras en los sabores, colores, acentos, ritmos, saberes, mitos, leyendas e historia en que hemos formado a nuestros hijos e hijas; competentes trabajadoras en todos los campos y talleres, en todas las profesiones y oficios; excelentes escritoras, artistas, pensadoras, científicas; tenaces luchadoras por forjar nuestra historia y  nuestro presente.

Pero, al mismo tiempo, las mujeres han seguido siendo las que llevan el peso de las tareas domésticas; el cuidado de toda la familia, desde la lactancia hasta la senectud. Las víctimas de la violencia de género en todas sus manifestaciones, con altos índices de femicidio, aberrantes ejemplos de feminicidios y crímenes políticos aún impunes, como los cometidos contra nuestras hermanas Berta Cáceres y Marielle Franco. Las que no reciben igual salario por igual trabajo, o solo alcanzan una mínima participación política y en cargos de dirección. Las que no son dueñas de su cuerpo ni de su destino; pues solo en cinco países de la región, contando a Argentina, que acaba de lograrlo gracias al activismo decidido de sus mujeres, existe el derecho a la interrupción legal del embarazo…

Desde hace poco más de doce meses, la pandemia se ha convertido en un nuevo y cruel desafío para las mujeres latinoamericanas y caribeñas. Han perdido casi la mitad de trabajos y salarios; de estudios y de proyectos. O han tenido que aprender a trabajar, estudiar y crear desde el hogar, donde se contrae el espacio, ahora ocupado todo el tiempo por casi todos; y se duplican las tareas y responsabilidades, con hijos que no asisten a la escuela, pero que hay que educar o entretener; con padres o abuelos que hay que cuidar más que nunca.

Este 8 de marzo tampoco podrán salir a las calles, ni reunirse para seguir en su infatigable batalla por los derechos de mujeres, adolescentes y niñas de nuestros países. Pero aprovecharán todas las tribunas, redes sociales y formas tradicionales de comunicación para hacer sentir sus reclamos y solidaridad con nuestras hermanas.

La Casa de las Américas, fundada en 1959 por Haydee Santamaría, combatiente del Moncada, de la lucha clandestina, de la Sierra Maestra, del exilio, expresa en este día y siempre su solidaridad con las luchas de las mujeres latinoamericanas y caribeñas por sus derechos y, muy particularmente, para que en un futuro post-pandemia haya menos violencia, menos brechas de género y más equidad en nuestra región.

La Habana, marzo de 2021

Tomado de: La Ventana

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Semiótica de los Feminicidios. Cultura de lo macabro

Por Fernando Buen Abad Domínguez @FBuenAbad

“En el comportamiento hacia la mujer, botín y esclava de la voluptuosidad común, se manifiesta la infinita degradación en que el hombre existe para sí mismo… Del carácter de esta relación se desprende en qué medida el hombre ha llegado a ser y se concibe como ser genérico, como ser humano: la relación entre hombre y mujer es la más natural de las relaciones entre uno y otro ser humano”. Carlos Marx

Pocas formas del asesinato poseen más carga simbólica que los feminicidios. En ellos se coagula un poliedro de fenómenos históricos degradantes, cocinados en las entrañas del poder hegemónico más podrido. Lo ya de suyo macabro, en lo particular, trasciende y salpica al contexto mientras destruye los mejores valores colectivos amasados durante milenios. En el asesinato alevoso de mujeres, niñas o adultas, reina una moraleja pútrida que se ha dejado macerar para que haga metástasis en todo el cuerpo social y nos deprima, nos agobie, nos cancele todo futuro. No es un problema nuevo ni ingenuo. Se lo ha dejado progresar para hacernos sucumbir en los pantanos del pesimismo donde no hay salida porque convence al mundo de que las mujeres nada valen.

Hay geopolíticas macabras emblemáticas, como las Muertas de Juárez, y también hay paradigmáticos, como los crímenes incontables silenciados en la intimidad de la gente “pudiente”, abrigada con impunidad mediática a fuego. Violencia de género que siempre ha sido tolerada como un derecho de machos, cultivado en la nervadura ideológica de la burguesía que fue siempre permisiva y siempre impune. La violencia contra las mujeres en los hogares, en las parejas o en cualquier forma de las relaciones de producción, no es otra cosa que un crimen social tolerado largamente. No hay seguridad para las mujeres que conviven con hombres orgullosos de ser violentos. Hay muchas patologías fúnebres en el sistema patriarcal que se repite en las casas, las empresas, las oficinas, las iglesias, las calles y en todo lugar. La mitad de los asesinatos de mujeres, por razones de género, no se esclarece. ¿Hay que llamar a la palestra a Henri Désiré Landru? ¿A Thomas De Quincey con su “On murder considered as One of the Fine arts” (Sobre el asesinato considerado como una de las bellas artes)?

Si alguien pretende reducir lo macabro del feminicidio a “episodios aislados”, de “locura individual”; reducirlo a un tema de debate en sesudas “sobremesas” a propósito de la violencia “de unos cuantos”, en vez de abrir el cuestionamiento al capitalismo todo. Si alguien pretende tal reduccionismo, debe saber que muchas mujeres morirán mientras nosotros discutimos porque, para ellas, la vida depende de la comunidad, de la defensa colectiva de su integridad, de su cuerpo y su dignidad. Y tal defensa depende de destruir el poder patriarcal hegemónico desde sus fuentes ideológicas, en sus fuerzas opresoras concretas y en el consenso ético y jurídico que lo protege; desde la familia y en su forma más horrorosa del Estado Nacional que perpetúa la supremacía machista para, a través de la violencia, lograr la posesión, la colonización y la destrucción de las mujeres. Buñuel lo retrató muy bien en más de una de sus películas.

La violencia que asesina mujeres es un producto más de la ideología de la clase dominante infestada con mentiras y perogrulladas. Se trata de violencia basada, incluso, en el miedo a que las mujeres sean “superiores”. Eso es intolerable para el poder machista. El asesinato de mujeres tiene relación íntima con un sistema social basado en desigualdades por el hecho, incluso, de pertenecer al “sexo débil”. Es un problema creciente. Históricamente se aceptó que el vínculo entre hombres y mujeres conlleva una licencia para abusar. Fueron silenciados miles de episodios de violencia real, plenamente asimilada en la vida cotidiana. El extremo de esa pedagogía de la violencia es el permiso reservado para la industria de la pornografía que vende la imagen de mujeres dispuestas siempre a soportar, una y otra vez y para siempre, cientos y cientos de vejaciones. Estímulo audiovisual para la violencia sexual, la violación y el asesinato perpetrado, en el fondo, por los valores morales del establishment retrógrado que mercantiliza a las mujeres y las somete al absolutismo lujurioso del placer machista… hasta el asesinato. Un placer de la carne humana en su forma más deshumanizada. Como ocurre en muchos matrimonios.

No es ilógico que, en cada feminicidio, esté anidada una moraleja y una simbología contra la sociedad condenada a ser esclava de la supremacía conservadora que es, a su vez, un campo de concentración ideológico lleno de víctimas muertas. Y nadie parece poder frenarlo. Falta mucha investigación sobre las causas, de manera fundamentada y rigurosa. Investigaciones históricas en torno al feminicidio sobre un escenario histórico de desigualdad genérica. Son asesinatos que simbolizan la misógina extrema, e histórica, orientada a producir más explotación y más subordinación de las mujeres. El significado es tan terrible por lo complejo como por lo macabro. Simboliza la moral de los cuchillos, las pistolas y las trompadas destinadas a la piel de las mujeres reducidas a un genital despreciado que puede herirse bajo la complicidad cultural del establishment. El mensaje lumpen del feminicidio es “que no importa lo que le hagan a una mujer y de cuántas maneras la lastimen, a ella le va a gustar” (Andrea Dworkin). Hay un cancionero amplísimo que lo avala y lo repite hasta el hartazgo. Con tríos, mariachis, reguetones o bandas de rock.

He aquí el tiempo de los asesinos. Es una atrocidad histórica como las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki, como Vietnam o como Irak. Son crímenes de lesa humanidad que simbolizan violación, mutilación y humillación, usadas con placer de clase incluso promovidos por los “mass media”. Es la industria de una semiótica fúnebre generada como insulto de clase contra la conciencia humana. Las muertas se reducen a estadísticas que nadie quiere conocer y se apilan en una zona oscura de la memoria colectiva para que no estorben antes, durante y después del asesinato próximo. Por cierto, la palabra feminicidio también sirve, paradójicamente, para esconder el horror parido por el capitalismo. Por eso la difunden con furor algunos moralistas conservadores que se escandalizan, sólo, mientras llega la publicidad de turno. En los feminicidios habita la violencia como solución final que evidencia el anhelo de dominar al otro aniquilarlo. Ejercicio de un poder auto conferido para conducir a la víctima a la totalización de la negación. Poder enano, pero poder omnipotente cuya violencia es siempre respuesta aterradora ante el exhibicionismo del poder así sea efímero y robado.

¿Qué significa esto? Una sociedad que tolera y no combate, decididamente, la degradación humana, la violencia y el asesinato, fomenta lo macabro y lo hace crecer. Nos acostumbra a que nada de esto es “grave”, que es parte del “paisaje”, que es una calamidad con la que vivir sin escandalizarse. Que ya nada importa, ni el saqueo, ni la explotación, ni la corrupción. Es el marco perfecto para toda degradación imaginable. Pero la vida es otra cosa y no se debe bajar la guardia, hay que identificar el dolor de la brutalidad sistematizada y luchar organizadamente en su contra. Gran parte de ese dolor es ocasionado por un sistema económico e ideológico diseñado para someternos a todas las patologías del poder. En lo general y en los casos específicos. Es vital luchar contra los feminicidios antes de que la indolencia nos haga cómplices de la lógica que asesina a mujeres. Y pueblos.

Todos los asesinatos de mujeres dejan una marca indeleble en la memoria de los pueblos, dejan tatuada una referencia que desnuda a la cultura y a los valores dominantes. Los asesinos actúan impregnados con los tufos más fétidos y complejos de la ideología del poder dominante y son criaturas dolidas de ser “la gente normal”, de ser humanos de carne y hueso, pero hambrientos de poder. Los feminicidios son intentos de dominación monstruosa cuya empatía mediocre conduce a la nada del otro, a la condición de víctima irremediable ahogada con el carisma ideológico del verdugo. La víctima es la realización del exterminio pletórico de un rol macabro en el proceso morboso del homicida y cierta fascinación insólita de origen social siempre en la lógica criminal. Funciona como alegoría amarga de la realidad política, su cultura y valores. Es un poderoso tufo de brutalidad a veces disfrazado de amor.

Es urgente desarrollar la investigación, el interés semiótico por el homicidio de mujeres. Desarrollar la crítica de cuanto signifique para ser intervenido semióticamente. Cuando un feminicidio está en desarrollo (antes, durante y después de cometido) llega a nosotros inyectado semánticamente con todos los medios. Necesitamos una teoría de acción semiótica que identifique que el asesinato como “sentido” destinado a causar golpes de azoro ¿de qué, a quién? A la víctima al victimario, a quien analice los hechos y sienta compasión por el dolor ajeno y el temor por sufrir lo que lo conduzca a cierto estado de miedo. La representación del asesinato y su realización verdadera deben conocerse desde sus entrañas semánticas. En el alma de las primeras expresiones de pena por quienes han perecido, en el epicentro del tiempo, en la vehemencia de la pasión donde es inevitable examinar y evaluar los aspectos textuales y contextuales, su estética, sus valores comparativos, los móviles y fuentes. Semiótica del feminicidio en las circunstancias que lo hacen índice de efectos sociales, misterio, venganza…dominio.

Semiótica de los actos secuencias en un feminicidio como plan de horror sobre un plano de las ideas que se ha hecho “natural” porque aniquila y degrada la grandeza de los seres humanos, porque exhibe cierta naturaleza humana abyecta y humillante. Semiótica de la víctima que no lo es sólo del asesinato sino de la cultura, también, de sus sentimientos, del pensamiento, del flujo y reflujo de la pasión criminal sistémica encarnada en un asesino que, también, es víctima del proceso de la muerte generada y que lo aplasta todo con su mazo ideológico. En el asesino habita una semiosis violenta como tormenta de pasión, celos, ambición, venganza, odio… un infierno en él; y donde nosotros todos habitamos Sale por la tele.

Nos urge una mayor sensibilidad científica ante el horror. ¿Cómo enfrentar semióticamente algo que condenamos moralmente? ¿Todos podríamos sentir impulsos homicidas en algún momento? Nos urge una semiótica detective, crítica que intervenga y transforme. No aceptemos ser superficiales, semiótica como instrumental para desactivar las emboscadas ideológicas burguesas y los fines que fomenta, la cultura, las facultades del espíritu feminicida capitalista que se infiltra en la poesía, la pintura, la música, el cine, que representan el asesinato y crean un placer -y no un rechazo- por tantos crímenes a destajo exhibidos como entretenimiento en todos partes. Placer por el espectáculo mismo de matar, que sea perfecto e impune, el crimen perfecto. Cuando alguien asesina a una mujer, muere su racionalidad íntegramente, su racionalidad creativa, interactiva, plural, dialéctica. Aunque pase en las películas o en las series de Netflix o de Amazon. España.

Por ejemplo, los niños que se exponen excesivamente a la violencia en la televisión tienden a ser más agresivos. Algunas veces, el mirar un sólo programa violento puede aumentar la agresividad. Los niños que miran espectáculos en los que la violencia es muy realista, se repite con frecuencia o no recibe castigo, son los que más tratarán de imitar lo que ven. Los niños con problemas emocionales, de comportamiento, de aprendizaje o del control de sus impulsos puede que sean más fácilmente influenciados por la violencia en la TV. El impacto de la violencia en la televisión puede ser evidente de inmediato en el comportamiento del niño o puede surgir años más tarde y la gente joven puede verse afectada aun cuando la atmósfera familiar no muestre tendencias violentas. Esto no indica que la violencia en la televisión sea la única fuente de agresividad o de comportamiento violento, pero es ciertamente un factor contribuyente significativo. (American Academy of Child and Adolescent Psychiatry)

La esencia humana reclama su emancipación revolucionando las relaciones sociales. Eso requiere un humanismo producto de su propia praxis transformándose también en sus propias circunstancias. Humanismo pleno, histórico y creador. Tal humanismo no pudo nacer sino en el corazón mismo de la barbarie capitalista, es su contradicción más aguda. Está llamado a ser fuerza emergente superadora de una etapa histórica mayormente “deshumanizada”, vergonzosa y macabra. Humanismo que debe recoger lo mejor de los seres humanos para hacerse nuevo en nosotros y con nosotros. Humanismo como una concepción lógica de la política y como ética de lo colectivo. Una idea de lo humano que, por tanto, al no echar la filosofía por la borda, permite distinguir con claridad los territorios de sus luchas más concretas e inmediatas. De lo que se trata es de acrisolarlo en la praxis. Estamos a tiempo. Lo peor que puede pasarnos es ser derrotados por la irresponsabilidad, propia y ajena. Ya tenemos suficientes diagnósticos sobre la guerra mediática burguesa; ya tenemos suficientes consecuencias deleznables y excesiva mediocridad y miseria comunicacional. Ya sabemos cómo se entrena, se organiza, se financia y celebra los triunfos la clase que domina las riquezas, el trabajo y las cabezas de la inmensa mayoría de los seres humanos. Ya sabemos de qué es capaz, en lo objetivo y en lo subjetivo, la ideología de la clase dominante para garantizar la enajenación, el saqueo y la explotación.

Urge una guerra abierta contra los prostituyentes, proxenetas y puteros (disfrazados de lo que se disfracen) que reducen a las mujeres a objetos de posesión para cumplir fantasías y placeres que las convierte en “bienes y servicios”. En las sociedades capitalistas hay emboscadas simbólicas (juzgados, fiscalías, academias, iglesias…) que disfrazan al asesino y lo convierten en derecho de dueños o “clientes” de mujeres que en realidad son cómplices activos de la “industria” del odio que crece y se multiplica en feminicidios. Un sistema de “consumidores” de mujeres. Aunque asesinen.

Tomado de: Telesurtv

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La estética de la violencia

Glauber Rocha, cineasta brasileño

Por Glauber Rocha

Evito la introducción informativa que se ha hecho característica en las discusiones sobre América Latina; prefiero definir el problema de las relaciones entre nuestra cultura y la cultura civilizada en términos menos limitativos que los que emplea en su análisis el observador europeo. En realidad, mientras América Latina llora desconsoladamente sobre sus desgarradoras miserias, el observador extranjero no las percibe como un hecho trágico, sino como un elemento formal del campo de su encuesta. En los dos casos, este carácter superficial es fruto de una ilusión que se deriva de la pasión por la verdad (uno de los más extraños mitos terminológicos que se hayan infiltrado en la retórica latina), cuya función es para nosotros de redención, mientras que para el extranjero no tiene más significación que la simple curiosidad, a nuestro entender, nada más que un simple ejercicio dialéctico. De ese modo, ni el latinoamericano comunica su verdadera miseria al hombre civilizado, ni el hombre civilizado comprende verdaderamente la miserable grandeza del latinoamericano.

Fundamentalmente, la situación del arte en Brasil puede sintetizarse de este modo: hasta ahora, una falsa interpretación de la realidad ha provocado una serie de equívocos que no se han limitado al campo artístico, sino que han contaminado sobre todo el campo político.

El observador europeo se interesa por los problemas de la creación artística del mundo subdesarrollado en la medida en que estos satisfacen su nostalgia por el primitivismo; pero ese primitivismo se presenta bajo una forma híbrida, es heredado del mundo civilizado, y mal comprendido, puesto que ha sido impuesto por el condicionamiento colonialista. América Latina es una colonia; la diferencia entre el colonialismo de ayer y el de hoy reside solamente en las formas más refinadas de los colonizadores actuales. Y, mientras tanto, otros colonizadores tratan de sustituirlos con formas todavía más sutiles y paternalistas.

El problema internacional de América Latina no es más que una cuestión de cambio de colonizador; por consiguiente, nuestra liberación está siempre en función de una nueva dominación.

El condicionamiento económico nos ha llevado al raquitismo filosófico, a la impotencia, a veces consciente, a veces no: lo que engendra, en el primer caso, la esterilidad, y en el segundo, la histeria. De ello se deriva que nuestro equilibrio, en perspectiva, no puede surgir de un sistema orgánico, sino más bien de un esfuerzo titánico, autodestructor, para superar esa impotencia. Solo en el apogeo de la colonización nos damos cuenta de nuestra frustración. Si en este momento, el colonizador nos comprende, no es a causa de la claridad de nuestro diálogo, sino a causa del sentido de lo humano que posee eventualmente. Una vez más, el paternalismo es el medio utilizado para comprender un lenguaje de lágrimas y de dolores mudos.

Por eso, el hambre del latinoamericano no es solamente un síntoma alarmante de la pobreza social; es la ausencia de su sociedad. De ese modo, podemos definir nuestra cultura como una cultura de hambre. Ahí reside la trágica originalidad del Nuevo Cine con relación al cine mundial: nuestra originalidad es nuestra hambre, que es también nuestra mayor miseria, resentida pero no comprendida.

Sin embargo, nosotros la comprendemos, sabemos que su eliminación no depende de programas técnicamente elaborados, sino de una cultura de hambre que, al minar las estructuras, las supera cualitativamente. Y la más auténtica manifestación cultural del hambre es la violencia. La mendicidad, tradición surgida de la piedad redentora y colonialista, ha sido la causa del estancamiento social, de la mistificación política y de la mentira fanfarrona.

El comportamiento normal de un hambriento es la violencia, pero la violencia de un hambriento no es por primitivismo; la estética de la violencia, antes de ser primitiva, es revolucionaria, es el momento en que el colonizador se da cuenta de la existencia del colonizado.

A pesar de todo, esta violencia no está impregnada de odio sino de amor, incluso se trata de un amor brutal como la violencia misma, porque no es un amor de complacencia o de contemplación, sino amor de acción, de transformación.

Ya se han superado los tiempos, en que el Nuevo Cine necesitaba explicarse para poder existir; el Nuevo Cine necesita hacerse un proceso a sí mismo para darse a comprender mejor, por lo menos en la medida en que nuestra realidad puede ser comprendida, a la luz de un pensamiento que el hambre no debilite o haga delirante.

Por lo tanto, el Nuevo Cine no puede sino desarrollarse en las fronteras del proceso económico-cultural del continente. Por eso, en sus verdaderos comienzos, no tiene contactos con el cine mundial, salvo en lo concerniente a sus aspectos técnicos, industriales y artísticos.

Nuestro cine es un cine que se pone en acción en un ambiente político de hambre, y que padece por lo tanto de las debilidades propias de su existencia particular.

Tomado de: http://www.cubacine.cult.cu

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