El baúl

Los trazos simbólicos de un texto vivo* (+Galería de fotos)

Alberto Pena / EPA

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

En los medios de comunicación alternativos, y también en los que secundan las políticas editoriales del neocapitalismo, se subrayan las imágenes que documentan la violencia de policías antidisturbios. Sus páginas integran otros recursos sígnicos, como parte de una pensada aritmética que apunta hacia el dialogo y la influencia sobre el lector. Toda una arquitectura de recursos medidos por una clara intencionalidad: llegar a una gama de públicos meta.

En la era de globalizaciones se jerarquizan también, como ha sido la práctica histórica de la comunicación, las imágenes-signos en las portadas de las publicaciones y en las secciones con mayores índices de lectura. Este resorte se asume por el impacto social que tiene en los receptores —anónimos pero estudiados—, en convergencias con otras herramientas discursivas. Algunos mass medias construyen galerías de imágenes que acompañan noticias en desarrollo, como parte de la lógica de la inmediatez ante la velocidad en que discurren los hechos.

Los encuadres que se avistan en los textos de los fotorreporteros son dispares. Sus composiciones responden a las circunstancias y contextos de las escenas, que evolucionan —en la contemporaneidad— hacia una línea ascendente de confrontación y ruptura, resuelta en los escenarios públicos. Los límites se subvierten y los espacios en los que operan los actores se desdoblan, variando los protagonismos que condicionan o reformulan el acabado de las piezas fotográficas. Obviamente, en esta operación, interviene la mirada y el punto de vista del fotógrafo.

Las imágenes se materializan y resignifican. En ellas se observan decisiones, contradicciones y mensajes. Las condicionantes ideológicas, culturales, religiosas y sociales operan como variables que resuelven otras líneas interpretativas.

Las fake news, que las tecnologías de la contemporaneidad facilitan, deslegitiman el oficio de comunicar, de informar hechos en desarrollo. Esta herramienta se inserta en un “nuevo inventario” de recursos, por su capacidad de construir signos, complejizando el entramado de lecturas que operan en tiempos en los que la noticia transita a velocidades de vértigo.

A pesar de este cuadro, amerita subrayar el valor documental de la fotografía como registro de la realidad, que transita en constante evolución. Y también como esencial recurso para la construcción social de la verdad, que nunca es unidireccional. Sin embargo, es oportuno asentar un concepto primario que entronca con lo ideo-estético.

Las fotografías no se encargan de corroborar nuestra verdad o de asentar nuestro discurso sino exclusivamente de cuestionar las hipótesis en que otros puedan fundamentar su verdad. (…) La fotografía se limita a describir el envoltorio y su cometido es por tanto la forma. Nos seduce por la proximidad de lo real, nos infunde la sensación de poner la verdad al alcance de nuestros dedos… para terminar arrojándonos un jarro de agua fría a la cabeza[i].

Esta interpretación de la fotografía, que se erige como uno de sus muchos encargos sociales, no está en contradicción con la cartografía que la potencia como generadora y constructora de signos y narrativas. En una foto se advierten pulsaciones, conflictos o escenas, algunas humanamente inaceptables, que tras su socialización en los espacios de comunicación, deja de ser el resultado del “momento decisivo” (Henri Cartier-Bresson lo definió en un texto ampliamente publicado y estudiado) [ii]  para transmutar hacia líneas de codificación crítica que resuelven los sujetos o lectores globales.

La foto, objeto de análisis, la protagoniza un adolescente que se avista en un centro dramático, que evoluciona con estructuras geométricas. En el encuadre se perciben cinco carabineros que son parte de los cuerpos de orden interior de Chile. “Su misión es brindar seguridad a la comunidad en todo el territorio nacional mediante acciones prioritariamente preventivas, apoyadas por un permanente acercamiento a la comunidad. Privilegia la acción policial eficaz, eficiente, justa y transparente”[iii].

Esta foto, del año 2019, forma parte de la memoria documental que materializaron los fotorreporteros en coberturas de las acciones violentas emprendidas contras los estudiantes secundarios por parte de los carabineros. Fueron momentos de explosión social en las calles de ese país, como respuesta a las políticas de corte neoliberal que instrumentó el ex mandatario Sebastián Piñera.

El encuadre, bien cerrado, subraya, —más bien opera— como una puesta significante. El conflicto entre el protagonista principal del texto, el adolescente chileno con los carabineros que asumen poses de cargas y anulación del movimiento del manifestante, es la base narrativa de la imagen, la esencia discursiva del texto. Son las prácticas “disuasorias de estos cuerpos de seguridad” insertos en los límites del cuadro, parapetados como figuras simbólicas, permeadas de significados.

La fotografía puede reflejar los mecanismos de la violencia, pero no la violencia; exponer formas del sufrimiento y del dolor, pero no el dolor o el sufrimiento. Más que tratar de la Verdad —como lo podría sugerir la idea esencia—, la fotografía deconstruye ese fondo opaco, para exponer las relaciones, mostrando que ellas son constitutivas y, en consecuencia, que toda representación —del alma o externa— no es más que instante y puesta en escena[iv].

Con este enunciado, Diego Jarak, director de la Facultad de Letras, Idiomas, Artes, Ciencias Humanas y Maestría Audiovisual y Digital de la Universidad de La Rochelle, Francia, apunta hacia las líneas argumentales que sostienen la pertinencia de la fotografía como recurso de reflexión. Potencia esta tesis los valores narrativos de esta, que son parte de los parapetos de su significación y sentido social.

Con esta imagen, el fotorreportero Alberto Pena escribió signos que habitan dispuestos en sus límites de manera prominente, aunque se debe apuntar que estos bordes resultan una convención. Más allá del encuadre construido por el fotorreportero, ocurren escenas que provocan otras lecturas.

La narrativa que muestra la foto responde, con todas sus curvaturas, a unas circunstancias y también al oficio del autor, permeado por la intencionalidad, la búsqueda de historias que parten de solventar objetivos precisos.

Todo lo anterior evoluciona, sin saber aún, que escena congelará para la memoria colectiva. Un fotorreportero de experiencia en este tipo de praxis periodística se mueve, y se emplaza, en los nichos de un espacio público, mientras piensa e intuye los lugares que le darán “la escena esperada”.

Son dinámicas que responden a textos que se materializan, en buena medida, por reciclados comportamientos en los espacios de confrontación, donde entra en juego el dueto de los “dominados y los dominadores”, entendido estos últimos, en el texto analizado, como los carabineros. Ellos ejercen la fuerza con instrumentos que anulan la voluntad de expresión y movimiento de los manifestantes, se identifican con simbologías, vestuarios y equipos signados para el ejercicio de su “labor”.

Son perturbadoras las narrativas que construyen sus trazos simbólicos cuando visualizamos esta foto. El drama se profundiza porque transcurre en un espacio impreciso; su dramaturgia y composición nos interpela y transporta a una situación que ocurre en una temporalidad, otra. En esta suma de variables se han de apuntar las condiciones que la hicieron posible, más los discursos y acontecimientos que merodean al autor de la imagen.

La foto podría dividirse en tres segmentos verticales. Esta operación simétrica contribuye a una mejor comprensión de la escena congelada. A la izquierda, dos carabineros cierran y subrayan la génesis del drama que opera en la imagen: la cerrazón del espacio y el desequilibrio de fuerzas que transpiran en el texto. A la derecha, otros dos carabineros complementan el discurso anterior: se registra un instrumento de represión. Este elemento sígnico agrava y profundiza la desproporcionalidad y la sin razón de la escena, y también del hecho.

Un fragmento del cuerpo (su hombro se apropia de los límites del encuadre) de un sexto carabinero aparece en el cuadro fotográfico pulsando la yuxtaposición de la escena. Esta ha de ser entendida como una amalgama de acciones, desatadas para quebrar y anular el movimiento escénico del “actor principal” de la puesta, el adolescente cercado por un corolario de cuerpos que apuntan a sesgar su movilidad.

El texto tiene un elemento dramático central que se subraya en el espacio limitado, el que imponen los carabineros. Un sexto, perceptible en el centro de la foto, anula explícitamente el movimiento del “actor principal”, duplica la desproporcionalidad del escenario y del dramatismo de las circunstancias construida por el observador actuante en un momento preciso.

Aquí se da entonces la toma de la imagen en el trascurrir de los sucesos que contextualiza a la fotografía en su condición primaria, la de un dibujado testimonio. Es el resultado de un momento subjetivo que parte de la vivencia de su autor, bocetada en el texto como sumas fragmentarias y parciales de la verdad, apuntaladas como los hechos de un Chile convulso, signado por exacerbadas confrontaciones en espacios públicos de la capital y en otras regiones del país suramericano.

Otros elementos simbólicos se anotan significantes en el texto: los vestuarios de los carabineros. En estas circunstancias de confrontaciones, donde los desplazamientos del cuadro acentúan el drama descrito, se invierten como relevantes las jerarquías que potencian el trazo instrumental de los actuantes públicos del estado chileno contra los manifestantes.

Las dimensiones de sus trajes rocambolescos, la coloración militar de sus ropas, los atuendos protectores que se advierten como atributos, sumados a los instrumentos que son parte del dibujo y las curvas dramáticas del texto (bastones, rodilleras, hombreras), redondean las prácticas opresoras de estos actores en la escena.

Sus funciones, legitimadas como sujetos de contención y  violencia, se traducen también —en el imaginario social de los lectores contemporáneos— como objetos simbólicos que acentúan el discurso dramático de la pieza fotográfica. Los lectores destraban los vértices de enconadas interpretaciones cuando se percatan de su presencia en el cuadro fotográfico.

En este parapeto de verdades perceptibles se localiza otra línea narrativa resuelta como elemento esencial y sustantivo de la foto: el comportamiento del sujeto opresor, ubicado en el centro de la imagen, que apunta al despropósito de neutralizar la movilidad, el gesto y las fuerzas de un adolescente, inmerso en el núcleo interpretativo de la puesta.

En ese punto centro del encuadre, el texto adquiere otra connotación significante. Si hacemos una gráfica de anillos circulares, que de alguna manera he dibujado en la evolución de este ensayo, esta escena resulta el drama central de una foto tomada en circunstancias de exploración y búsquedas de hechos que “traduzcan” el actuar opresor de los carabineros en Chile. Ante estos primeros planos reseñados, cabe apuntar que, en la actualidad:

Las imágenes ya no escandalizan, su hartazgo y accesibilidad le quitaron dramatismo. Nos acostumbramos al horror y a las formas convencionales de representarlo. Día a día las imágenes sobre la miseria humana recorren el planeta y alimentan no sólo a la prensa gráfica y televisiva sino también las exposiciones artísticas, ya que difícilmente una fotografía pueda escapar a un destino estético inmanente. Esta tendencia estetizante de la fotografía posiblemente sirva de filtro a la angustia de lo representado[v].

Frente a este retrato y los signos que deja el fotorreportero, amerita asentar algunas interrogaciones claves para el cometido de los signos ¿Cómo representar lo irrepresentable? ¿Qué impacto tienen en nosotros esas imágenes? ¿En qué medida nos permiten tomar consciencia de los conflictos de la contemporaneidad y cómo podemos y debemos encarar escenas de este calibre en nuestro comportamiento social?

Estas preguntas adquieren valor y apremio —hago un paréntesis en esta entrega— frente a las arremetidas del régimen genocida israelí, desatadas el 7 de octubre de 2023 contra el pueblo palestino. Ese día fue el inicio de una ofensiva militar de exterminio (otra) y de una nueva recomposición del mapa geográfico de esa región. Las imágenes que se abultan en las redes sociales y los medios de comunicación, muchas de ellas sin tiempo para poder procesarlas, nos ubican como espectadores en “balcones privilegiados”, reservados para leer toda una escalada de crímenes de lesa humanidad.

Frente a la supuesta democratización de los medios de producción y difusión de imágenes, pensada en circunstancias que explosionan el escenario palestino israelí (válido también para el contexto que narra el fotorreportero Alberto Pena por su desproporcionalidad), se agrega la probada pérdida de confianza para reproducir la realidad.

Los medios que detentan el poder de significar las imágenes, controlan (y contraen) nuestra dialogo con el entorno. Manipulación, desinformación, pensadas e intencionadas jerarquías de lo que resulta noticia, sumadas a las bocanadas del glamour que nos venden del establishment, se articulan como una algorítmica de ejes convergentes dispuestos en una catártica mesa acompañada de exquisitos empaques tecnológicos. En este collage de operaciones mediáticas se agregan la rescritura de la historia y la banalización de la cultura, para legitimar y reconfigurar otras escrituras de la verdad.

Regreso entonces a lo que nos revela el texto objeto de análisis. El sujeto centro escenifica la violencia circular que impacta en su cuerpo. Como un eje significante, el miedo se advierte en su mirada y expresión corporal y se imprime en la composición dramatúrgica de la foto.

Entre los cometidos de la estética está el organizar un sentido y construir conocimientos en torno a situaciones sociales. La violencia, en esta escena, produce discursos y, también, desanuda signos. Manifiesta, por otra parte, relaciones de poder que se organizan con una batería de soluciones semánticas.

En torno a la fotografía citada, pueden producirse dos lecturas. Una, el lector que legitima lo representado y pondera el curso de esta situación documentada como acto normativo, “legítimo”. Y una segunda —contrapuesta—, el que despieza lo representado desde una perspectiva crítica del actuar de los carabineros, en la que se desagrega otro marco de posibilidades interpretativas. El distanciamiento que origina una representación puede reconstruir o destruir, refundar o crear. Los valores que cada lector tenga por el curso de su vida, condicionan sus líneas argumentales.

En ese cuadro de variables operan también los procesos éticos, identitarios, culturales e ideológicos con los que cada sujeto lector se apertrecha. La sobresaturación de imágenes que habitan en los espacios de comunicación y recepción, cuyo signo es la violencia, se interpreta también como un factor influyente en la determinación del dialogo objeto estudiado-sujeto receptor.

La estética de la violencia produce una anestesia social, la sobreproducción de imágenes, el inconmensurable dolor, la inexplicable desesperanza, la gratuidad de la muerte, producen dos efectos de parálisis: la que genera el miedo (hasta el patetismo de tener miedo del miedo) y la que resulta de la indiferencia y el olvido (como dos mecanismos de sobrevivencia)[vi].

Este enunciado compulsa a formularnos otra pregunta clave: ¿Al estado opresor, que opera con el accionar de los carabineros, le importa que esta imagen objeto de estudio, tenga mayor o menor visibilidad en los espacios mediáticos?

Las respuestas podrían ser ambivalentes, pero hay una que aflora desde un meticuloso cálculo. La violencia que sustentan estos textos, la composición de los actores representados en el cuadro fotográfico y las narrativas que nos interpelan sirven, también, como recurso —no declarado— de intimidación. Se articula y opera frente a los actores sociales que asumen la toma de los espacios públicos, como recurso disuasorio para anular las respuestas que afloran frente al discurso del neoliberalismo.

A partir del símbolo central del texto, el adolescente sujeto de represión, se podrían desglosar paralelismos con las prácticas violentas que materializan las fuerzas de ocupación israelíes en Palestina contra sujetos de estas edades, que desarrollan similares acciones y comportamientos. ¿Cabe afirmar que existen conexiones, acuerdos, intercambios entre ambos países (Chile e Israel) sobre la aplicación de estas prácticas represivas? Resulta esta, otra dimensión de lectura que compulsa un texto de esta naturaleza.

La imagen muestra códigos que sirven de advertencia sobre la interrogación planteada. Sin embargo, no podemos desconocer que las prácticas represivas de los carabineros fueron construidas también desde la toma del poder del General Augusto Pinochet, tras el golpe de estado perpetrado contra Salvador Allende, en septiembre del año 1973.

Las imágenes se entretejen en el tiempo histórico al que pertenecen y aportan luces sobre el pasado. Tienen el cometido de mostrar y exponer un estado de historicidad, un vínculo del que no se pueden desprender, entre lo pretérito y el tiempo histórico en desarrollo. Vale entonces interrogarnos en torno a cómo esta fotografía, y las muchas otras que pueblan el imaginario social de la contemporaneidad, contribuyen (o no) a mostrar la destrucción de la condición humana, desde ese lugar de estremecimientos, conflictos y narrativas que nos demanda como sujetos observantes.

La temporalidad del texto y su condición intangible resueltas por el fotorreportero  Alberto Pena, nos lleva, inexorablemente, a ese pasado de horror y anulación instrumentado por la dictadura pinochetista. Entroniza en nuestro acervo simbólico con la imagen deleznable de Augusto Pinochet y la suma de actos perpetrados por la gendarmería en ese tiempo histórico.

El vernos implicados por las imágenes significa, de alguna u otra manera, entender las construcciones visuales como dispositivos culturales de orden simbólico, que establecen una doble distancia entre lo representado y lo significado, vale decir, la imagen como síntoma se establece como un significante que, eventualmente, puede darnos a ver a través de la expresión visual, una legibilidad histórica de un tiempo que se encuentra suspendido entre significaciones que circulan y circundan los contextos históricos, positivados como tramas, narrativas y relaciones mediatizadas entre pasado y presente, entre el recuerdo y el ahora[vii].

Resulta relevante abordar el punto de vista del autor de esta pieza. Su responsabilidad histórica es incuestionable por su labor de constructor de memorias, esenciales para evolución de la sociedad global.

La composición de la imagen, el encuadre dentro de los límites señalados, las narrativas que deja su instante congelado, resuelto en circunstancias de conflictos, en las que operan fuerzas oponentes, trasluce su mirada precisa, la de retratar un acto opresor que se gesta desde la violencia física.

El texto tiene, además, un significado interactivo, performativo tal vez. Se expresa en el tipo de contacto, distancia y actitud perceptible entre los actores del cuadro fotográfico y el observador. También,  en la solución composicional que se establece en la imagen, dispuesta en una posición de prominencia y precisos encuadres.

Esta relación de cercanía del fotógrafo observador-actuante ante la escena en desarrollo, donde no se advierten trazos de manipulación tecnológica, subraya la condición del texto como documento irrepetible por su capacidad de congelar un instante sígnico. Aplica, asimismo, como prueba documental de las atrocidades de un cuerpo policial, mandatado para “…brindar seguridad a la comunidad en todo el territorio nacional mediante acciones prioritariamente preventivas…”.

Esta pieza del fotorreportero Alberto Pena se inscribe como una entrega esencial para la construcción de la memoria, dispuesta como un texto vivo en su relación con la sociedad y el tiempo.

[i] Joan Fontcuberta. (1997). El beso de Judas. Fotografía y verdad. Editorial Gustavo Gili, SA. Barcelona. p, 143.

[ii] Henri Cartier-Bresson. (2017). Fotografiar del natural. Editorial GG.

[iii] Ver en https://www.chileatiende.gob.cl/instituciones/AD009

[iv] Diego Jarak. (2015). Fotografía y violencia, los límites de la representación. La représentation des violences de l’Histoire dans les arts visuels latinoaméricains (1968-2014).

[v] Pablo. M. Russo. (2007). Fotografía y violencia. la imagen de los dominadores. Question/Cuestión, 1(16). Recuperado a partir de https://perio.unlp.edu.ar/ojs/index.php/question/article/view/449

[vi] Daniel Inclán. (2018-2019). Violentamente visual. Los límites de la representación de la violencia. Interpretatio. Revista de hermenéutica, p 155.

[vii] Juan Pablo Silva-Escobar. (2024). Fotografía, violencia de Estado y legibilidad de la historia. Notas acerca del síntoma y el anacronismo de las imágenes fotográficas.  Fotocinema. Revista científica de cine y fotografía, nº 28, p 68-69.

*Texto de la serie Crónicas de un instante

Galería de fotos. Represión de los carabineros de Chile contra los estudiantes secundarios en el año 2019.

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El surrealismo realista de Sebastião Salgado* (+Galería de fotos)

De la serie Serra pelada. Foto: Sebastião Salgado (Brasil)

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

El emplazamiento de una cámara fotográfica en un escenario de subrayadas equidistancias se complejiza cuando las dimensiones del espacio exigen robustos y sopesados encuadres. El fotógrafo sitúa el lente en un infinito campo de posibilidades, que se enriquecen con las prestaciones de su máquina. Toda una operación pensada para registrar los cromatismos de las escenas avistadas como un mapa en permanente evolución, más allá de las fronteras de sus inmediatos pasos.

Los detalles de los objetos fotografiados se difuminan en esta dibujada aritmética, en un juego de “tomarlo todo” donde otras evoluciones transpiran sinuosas en los derroteros de la escena.

Cuando se retrata un gran paraje, se desgranan otras lecturas y los análisis de estos textos derivan segundas y terceras interpretaciones, complementadas con muchas otras variables de yuxtaposiciones. La ubicación espacial del fotógrafo subraya también otras escrituras semánticas.

Estos primeros apuntes entroncan con uno de los proyectos más estremecedores del fotógrafo Sebastião Salgado, materializado en el año 1986, en las minas de Serra Pelada, ubicada en el estado norteño de Pará, en Brasil.

El autor de esta pieza, que forma parte de una serie mayor, comparó los ardores de su imagen con “la construcción de pirámides, la torre de Babel y las minas del rey Salomón. Es un viaje al principio de los tiempos”[1]. Es la reflexión lúcida de un artista que desgrana paralelismos. Son sus metáforas rubricadas en sus fotografías, conectadas con historias pretéritas que nos interpelan en la contemporaneidad.

Hacer el registro de una multitud compacta  y en movimiento, como es el caso del texto en análisis, materializado desde un punto elevado de la geografía de la mina, transita por la necesidad de su autor de componer el drama colectivo en otras dimensiones, con renovadas lecturas.

Se fijan en esta imagen escrituras sustantivas que difieren de la antología coral, todo un conjunto de fotos resueltas también con retratos o incisivos planos que surcan las vestiduras de cuerpos sacados de los humedales de la tierra.

Con esta foto somos testigos de una gran puesta donde los mineros se nos revelan engarzados en una enconada lucha, dispuestos en la pátina de la imagen como pequeñas figuras insertas en las silenciosas faldas de la tierra. No solo se advierte el empeño de muchos por llegar a la cima, también se dibujan las asimetrías y los esfuerzos de actores sin rostros, enfrascados en sus rutas hacia el cenit de la mina, mientras destraban los rigores y obstáculos que impone una cartografía adversa.

Importa completar estas primeras ideas con las circunstancias que se narran en la imagen, con el concepto del “momento decisivo”.

A veces sucede que el fotógrafo se detiene, demora, espera a que suceda la escena. Otras veces se da la intuición de que todos los elementos de la foto están ahí salvo un pequeño detalle. ¿Pero qué detalle? Quizás alguien entre repentinamente en el marco del visor. Luego, el fotógrafo sigue su movimiento a través de la cámara. Esperas y esperas y esperas, hasta que finalmente presionas el botón, y luego te vas sintiendo que has capturado algo (aunque no sabes exactamente qué)”[2].

La captura de esta escena no es solo un acto intuitivo. Está cargado de intencionalidad, de búsquedas y respuestas en torno a lo que sucede en el espacio retratado. Examina los cuerpos, las proporciones del espacio y los argumentos que se tejen en torno a un grito colectivo, que en la imagen parece mudo.

De la serie Serra pelada. Foto Sebastião Salgado (Brasil)

Sebastião Salgado estuvo por más de treinta días en este paraje de sórdidos contextos. La foto está pintada —como distingue su obra— con los colores de blanco negro. Exuberante, protagónica, de probadas líneas, desprovista de engañosas manipulaciones cromáticas y tecnológicas. Sobre este asunto el fotorreportero dejó asentada su mirada.

El color me interesa poco en fotografía (…). En primer lugar, antes de la existencia de lo digital, los parámetros de la fotografía eran muy estrictos. Con el blanco y negro y todas las gamas de grises, sin embargo, puedo concentrarme en la densidad de las personas, sus actitudes, sus miradas, sin dejarse parasitar por el color (…). El blanco y el negro, esta abstracción, es asimilada por tanto por quien la contempla, por quien se apropia de ella”[3].

Esta reflexión del artista es sustantiva. Asienta una arista de su estética y sus empeños por documentar las urgentes realidades que nos agolpan en la contemporaneidad. La tomo como un punto y seguido para re-interpretar las narrativas del texto, objeto de análisis.

Como un primer asunto destaco el formato en que está resuelta la foto. Su evolución vertical evoluciona como la necesaria y certera respuesta del autor ante los conflictos que se advierten, ante el drama que se avista desde una contemplación “cenital”. Este documento fue tomado desde un punto donde el fotógrafo no influyó sobre los sujetos retratados. Toda una puesta que nos delinea un mapa de odiseas, de dispares desafíos, escenificados por cuerpos en conflictos.

La foto irrumpe como un cuadro de voluptuosas dimensiones y líneas conexas, que son partes esenciales de los signos que afloran por capas en la narrativa del texto. Se afincan en sus pátinas como veladas soluciones de una encendida dramaturgia que apunta hacia lo documental, al registro de un hecho donde el movimiento es parte inseparable de las escrituras que nos revela la pieza.

Como una primera aproximación, en la foto se subraya el simbolismo y la fragilidad de las escaleras que sirven de “soporte” para que los mineros dominen rutas impuestas. Se perciben con anchuras, y a la vez, se delinea la delgadez de sus estructuras y sus imperceptibles anclajes. La degradación de la imagen acentúa el peligro en que laboran los protagonistas y la fragilidad de los sujetos “congelados”, todos ellos dispuestos en los marcos de la imagen como seres vivos y actuantes.

La historia contada por el fotorreportero afinca también las subvertidas y precarias condiciones de una geografía movediza. Grietas y desparrames emergen de los telares de la tierra como parte de los signos fotografiados por Salgado que irrumpe con su encuadre, atando los nudos de una puesta dramática.

Resultan estos primeros elementos, toda una amalgama de símbolos favorecedores de una llana narrativa: el desafío de los mineros enfrentados a la altura, al tiempo de las subidas y a los retornos. Un ciclo de idas y vueltas, que se repite, como escenificación de máquinas humanas.

Se acentúa además, como parte de las lecturas que genera esta foto, la odisea colectiva de los muchos cuerpos “que se pintan en la imagen”, ante los peligros y confrontaciones de empaques diversos que impulsan las circunstancias de una escenografía natural. No son estas escrituras explicitas en la foto, se derivan de las convulsas formas en que se mueven los actores grupales de una gran escena que pinta formas de esclavitud con ropajes de contemporaneidad.

Una segunda lectura, también relevante, es la cartografía del escenario, la verticalidad y los pocos relieves de la falda minera, que acentúan los signos del drama. Es una imagen documental poblada de surrealismo, de subvertidas respuestas, enfatizada por la fuerza de tener que trabajar a cualquier precio, en condiciones infrahumanas.

Un dato revelado en el 2013, nos acerca a la complejidad de este escenario de confrontaciones. Un panorama sombrío de esta hostil geografía se nos dibuja desde las fortalezas de la aritmética.

De esta mina, de la que hoy solo queda un gigantesco cráter, fueron extraídas, según los datos oficiales, 30 toneladas de oro durante los catorce años que estuvo activa y en que acogió a casi 100.000 trabajadores, que permitieron el auge temporal de la cercana ciudad de Curionópolis, además de las villas próximas, donde se asentaron miles de personas para dar servicio a los mineros[4].

Otros datos esenciales ilustran sobre las condiciones de estos actores colectivos, dibujados en un documento que revela surrealistas respuestas humanas, signadas por la geometría y el “dialogo” de los cuerpos.

Trabajando once horas al día, seis días a la semana, los peones excavaban la tierra de la parcela, llenaban sacos con cuarenta kilos (ochenta y ocho libras) de tierra y los transportaban. Subir pistas por senderos estrechos y subir escaleras. De los numerosos sacos de tierra excavados cada día, cada peón elegía uno para quedarse con él y el capitalista se quedaba con los demás. Inevitablemente, la gran mayoría de los sacos no contenían oro ni otros minerales valiosos como manganeso y oro negro, que pueden separarse en oro normal y paladio que se desecha en la búsqueda de oro[5].

No puedo pasar por alto que esta foto —como el resto de los textos que son parte de la serie— destila un alto valor documental. Este signo distingue la dispar temática de los trabajos realizados por Sebastião Salgado, empeñado en registrar —en su condición de fotorreportero— los más disímiles acontecimientos y hechos de nuestra realidad, los puntos e historias que son parte de las sinfonías de la humanidad.

El tiempo presente, como todo el tiempo de la historia, está urgido de lecturas críticas y renovadas respuestas estéticas, de ser abordados también con los poderes del arte. La anchura de las pátinas blanco negro en esta foto acentúa un tema que amerita significar, el desmesurado extractivismo. Esa práctica impulsada por el capitalismo moderno subraya otras formas de esclavitud, que en la contemporaneidad evolucionan con preteridos o simulados ropajes.

David Harvey (2004) denomina la actual fase del capitalismo como “acumulación por desposesión”, y se caracteriza porque no se basa solo en la explotación de la fuerza de trabajo, sino principalmente en la apropiación privada de bienes de la naturaleza que se encontraban fuera del mercado y no eran considerados mercancías, incluyendo también la apropiación de territorios. En ese marco, esta nueva forma de apropiación se caracteriza por actividades que remueven grandes volúmenes de recursos naturales que no son procesados (o lo son limitadamente), sobre todo para la exportación de minerales, petróleo, productos del agronegocios, ganadería y pesca intensiva, se denomina hoy extractivismo[6].

Salgado nos sumerge en un cuadro que apunta hacia una arista de esa problemática. El texto narra el extractivismo con escrituras fotográficas que se afincan en sus pliegues. Una pieza de singular valor simbólico, aun no abordado en este trabajo, son los sacos de desproporcionados pesos. Sirven para la interpretación de la escena, como formas de una praxis de leonina esclavitud, narrada en toda la dimensión del cuadro fotográfico. Los personajes, desprovistos de rostros, de brazos y piernas perfectamente delineadas, donde el gesto está opacado por la apertura dimensionada del lente, subrayan esa idea esencial. Sus identidades están difuminadas, subvertidas como parte de la arquitectura sígnica del texto interpretado.

…uno de los aspectos tristes, que tenemos que admitir, se refiere a que varios trabajadores liberados de una determinada situación, por falta de opción en su propia ciudad, en su lugar de origen, aun sabiendo todo el horror que deberán afrontar, es normal que vuelvan y recorran el mismo camino y pasen por el mismo via crucis […] si en su lugar de origen no se ha creado ninguna expectativa de trabajo, no importa cuán precario sea, una vez más entrará en esta cadena de acontecimientos que conduce al trabajo esclavo[7].

La dramaturgia que nos construye Salgado en esta foto es poderosa y estremecedora. Pone al observador en los vórtices de ese escenario “distante” para mostrarle los caminos que toman los esclavismos de modernidades al servicio de una casta.

Las líneas del blanco negro por donde se sumergen los muchos que habitan en esta foto se ramifican en nuestras miradas, dispuestos como hombres vencidos y enajenados de los granos de su existencia.

[1] Wenders, Wim y Salgado, Juliano Ribeiro, dir. La sal de la tierra. Productora Decia Films, 2014, Videodisco (DVD).

[2] Henri Cartier-Bresson,  “El momento decisivo, en Fotografiar del natural, ed. por Éditions Verve Paris, (Nueva York: Simon y Schuster, 1952)

[3] Sebastián Salgado y Isabelle Franca, De mi tierra a la Tierra (São Paulo: Paralela, 2014).

[4] Elena S. Laso, “Sierra Pelada, el descenso al infierno en una mina de oro en la Amazonía”, Efeverde, 11 de octubre de 2013, https://efeverde.com/sierra-pelada-el-descenso-al-infierno-en-una-mina-de-oro-en-la-amazonia/

[5] George Russell, “The Treasure of Serra Pelada”, Time, 8 de septiembre de 1980.

[6] Alberto Acosta,  “Extractivismo y neoextractivismo: dos caras de la misma maldición”, en  Más allá del Desarrollo, ed. por  Fundación Rosa Luxemburgo (Sao Paulo, 2011), 223.

[7] Walter Barelli y Ruth Vilela, “Trabalho escravo no Brasil: depoimento de Walter Barelli e Ruth Vilela”, Scielo, 2 de mayo de 2005, https://www.scielo.br/j/ea/a/W3j5tc6XVShnSjG8jxFnFNn/?lang=pt

*De la serie Crónicas de un instante.

Galería de la serie Serra pelada. Fotos Sebastião Salgado (Brasil)

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Palestina: del genocidio, un símbolo*

Foto: Mustafa Hassouna (Agencia Anadolu, Turquía)

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

Empiezo por desamarrar este ensayo con la horizontalidad de tres ideas interconectadas: la sobriedad de una imagen, el minimalismo de su composición y la economía de los elementos significantes. Lejos de facilitar la interpretación iconográfica de la imagen de portada, dicho triangulo complejiza los derroteros de su lectura, pero resulta una composición que justifica la narrativa de la foto.

El objeto-imagen de análisis, cuyo autor es Mustafa Hassouna, tras su aparición en el ecosistema de las redes sociales, suscitó una bocanada de respuestas periodísticas y abordajes semánticos. Sin embargo, para resignificar los cercos que merodean esta fotografía, amerita incorporar algunos apuntes en torno al símbolo (symbolon).

No pretendo desarrollar una extensa entrega sobre este poderoso sustantivo, vital en el campo de la semiótica, la historia del arte y la crítica cinematográfica, tres disciplinas deudoras de sus fortalezas. Tan solo apuesto por inventariar algunas tesis que contribuyan al despiece de este ensayo. No en el sentido de capas, que muchas veces se usa en los conceptos del arte, más bien para desamarrar las costuras que la moldean en términos de lecturas.

El poder de persuasión y de convicción del símbolo estriba, precisamente, —nos dice Luis Garagalza, Profesor Titular del Departamento de Filosofía de la Universidad del País Vasco— en que a través de la imagen se vivencia un sentido, se despierta una experiencia antropológica, vital, en la que se ve implicado el intérprete. En el momento de la interpretación, el sujeto debe aportar su propio imaginario (aunque sea inconscientemente), imaginario que actúa como medio en el cual se despliega el sentido, y debe atender a las resonancias, a los «ecos» afectivos que en él se despiertan, acontecen[i].

Este enfoque resulta relevante. Pone en valor el diálogo del lector con la imagen y el impacto que genera en su conciencia. El encuentro con una imagen simbólica induce a una cadena de acciones en los sujetos, que se materializa en los ámbitos en los que se desenvuelve. Sobre este asunto, cabe añadir los influjos que generan las apropiaciones de los sujetos-intérpretes, que son también decisores sustantivos de comportamientos o, al menos, catalizadores temporales o en ciclos.

Significante resulta el abordaje de Salomé Sola-Morales, Doctora en Medios, Comunicación y Cultura, por la Universidad Autónoma de Barcelona, que nos invita a interpretar la arquitectura funcional del símbolo como objeto de mediación.

“… el conocimiento, la cultura colectiva, la realidad compartida y los sujetos son y se comportan de manera eminentemente simbólica, en tanto se expresan de manera figurada. Dicho con otras palabras, los sujetos y los grupos emplean mediaciones para hacerse inteligibles. Visto así, todo acceso a la realidad humana está mediado por algo, sea el lenguaje o sea una imagen. De hecho, la comprensión del entorno circundante nunca es literal o directa, ya que los seres humanos han de apoyarse o utilizar diferentes mediaciones para comprender la realidad. Los símbolos serían por tanto mediaciones que les permiten conectar o poner en sintonía el interior de la conciencia humana y el exterior de la realidad en sí[ii].

En este citado ensayo, su autora —sin tomar pausa de la anterior idea—, señala otra arista sobre la palabra (necesidad) que soporta ciertas claves.

El ser humano necesita estas mediaciones, palabras, imágenes, símbolos para poder comprender el mundo que habita y comunicarse en él. Gracias a estos diversos artefactos semióticos y comunicativos puede relacionarse con el mundo e interactuar con los demás sujetos y grupos. Así, por ejemplo, mediante una palabra, una exclamación, un gesto, un ícono o una creación artística el hombre puede comunicar un sentimiento, una emoción o una vivencia de la realidad[iii].

El símbolo no se limita solo a comunicar, es también un potente recurso de movilización, un constructor de ideas. Su corpus —cuando discurre con empaque dialógico— estimula la articulación de acciones que corporizan sujetos, grupos sociales y otras anchuras que contornean la globalidad.

En las fotografías de empaque semántico se avistan relatos donde los símbolos son partes actuantes. Todo ello discurre en dialogo con el contexto en que se materializó la imagen y las lecturas que suscita en los grupos: sociales, ideológicos, religiosos y culturales, erigidos en nuestro lacerado planeta como esa “pluralidad cambiante”, término que está en renovada discusión.

En este descifrado mapa, los símbolos se articulan en su máximo esplendor con diversos ropajes estéticos, sin que esté condicionado por sentencias reductoras de la realidad. Sus índices de autenticidad se articulan en los marcos de nuestras vidas; confrontan, en ocasiones, las tradiciones y herencias sociales y culturales, que nos reconfiguran como ciudadanos lectores.

El símbolo es un signo en la medida en que, como todo signo, apunta más allá de algo y vale por ese algo. Pero no todo signo es un símbolo. El símbolo encierra en su orientación una doble intencionalidad: tiene, en primer lugar, una intencionalidad primera o literal, que, como toda intencionalidad significante, supone el triunfo del signo convencional sobre el signo natural: será la mancha, la desviación, el peso; todas estas son palabras que no se asemejan a la cosa significada. Pero sobre la intencionalidad primera se edifica una intencionalidad segunda que, a través de la mancha material, la desviación en el espacio, la experiencia de la carga, apunta a una determinada situación del hombre en lo Sagrado[iv].

Repensando los aportes de Kant sobre la naturaleza humana cabría subrayar su visión de ciudadanos, entendido en dos naturalezas: el que habita enriquecido con su propia subjetividad, y en un segundo plano —también relevante—, el mundo objetivo independiente de nosotros. Este trasvase discurre en un escenario (universo) que nos interpela, nos asiste significarlo y reinterpretarlo como parte de nuestro dialogo social y nuestras maneras de percibirlo y comprenderlo.

Nos “integramos” en esta compleja arquitectura arropados de un capital simbólico que evoluciona con una perceptible densidad cultural. Pero se impone apuntar en términos más precisos: la imagen-mundo no es reflejo de la realidad objetiva, sino que determina —en algún sentido— nuestra visión del mundo.

Estas narraciones se traducen entonces  en todo un esfuerzo para construir re-significaciones e interpretaciones, —a veces resueltas— y decodificar el realismo (la realidad) en dialogo con la creación subjetiva de la imagen. Se nos revelan entonces, toda una suma de signos que evolucionan y se articulan para responder al proceso del conocimiento.

En la apertura de esta entrega señalaba sobre una complejidad que edito en tres palabras: sobriedad, minimalismo y economía. Esta triada de significados encierra el texto que Mustafa Hassouna cristalizó para la Agencia Anadolu de Turquía.

La imagen muestra a A’ed Abu Amro, de 20 años de edad, que sostiene una bandera de Palestina en una mano y una honda en la otra. Está envuelto en los intensos derroteros de las protestas que se producen, en sinuosas escaladas, en la Franja de Gaza, ocupada por el Estado israelí.

La ausencia de descollantes elementos de distracción al fondo del protagonista contribuye a visibilizar la acción, a declinar nuestra mirada sobre las sobrias texturas que se dibujan al fondo, disipada como una gran pátina receptora, entendida también como un telar desplegado para codificar este cuadro fotográfico en dos niveles de lecturas. El primero, bien importante: la corporeidad y las posturas del sujeto captado, del protagonista del texto. Y, casi que en paralelo: los objetos icónicos que fortalecen su acción de rebeldía, frente a un agresor que no está en el cuadro de la foto, pero que subyace, omnipresente, en el imaginario de la sociedad global.

Tan solo se distinguen, como parte de la narrativa del texto, dos fotorreporteros ubicados casi detrás de A’ed Abu Amor, más un tercer individuo “apenas perceptible” emplazado en el extremo inferior derecho del cuadro. Estos signos menores, tributan fortalezas al personaje central y le añade autenticidad documental al instante captado.

El rostro de A’ed Abu Amor destila ira y rebeldía. Este retrato se advierte con la postura de un guerrero que desamarra su cuerpo, dispuesto a romper los cercos que persisten sobre la nación Palestina. Se trata de un dilatado ejercicio del terror y una práctica sistemática del genocidio, articulados también para anular historias de vida e identidades en los límites perceptibles de una gran cárcel, donde habitan hombres y mujeres con principios, valores y creencias.

La fuerza pintada por la geometría de sus músculos, los portes escalonados de sus activas extremidades, señalan un curso de respuestas frente a las arremetidas sionistas. Su esqueleto destila respuestas desafiantes, signado por los sudores dibujados en su cuerpo que fortalecen el drama de sus circunstancias.

El texto, es toda una pictografía desprovista de manipulaciones, que acentúan las metáforas y los símbolos que significa, el reiterado escalonamiento de actos que trascienden la dignidad y la entereza del sujeto frente al ocupante israelí.

La fotografía pone en escena una gama de gestualidades y respuestas motrices. El texto objeto de estudio afinca un ejercicio metafórico del poder y una práctica legítima de resistencia. Su representación es la violencia que se simboliza en el cuadro —no su materialidad—, catapultada por valores iconográficos y signos.

La ausencia del opresor no deslegitima la fortaleza de la puesta en escena. Este trazo teórico se explica por el capital simbólico que la fotografía documental integra al reservorio de memorias que ensanchan la cronología de actos execrables, que visten a esta humanidad.

Significo este capítulo sin desconocer las prácticas de manipulación y tergiversación que han contaminado este “conflicto”, palabra que pulveriza el inventario de actos de lesa humanidad perpetrados contra el pueblo palestino y desvía a los lectores cautivos, sobre las esencias de su origen.

Parto de una premisa sobre el texto fotográfico que Hassouna cristalizó en el período de la llamada “Gran Marcha del Retorno”. En esta pieza, el termino realidad no está en cuestionamiento. Su fortaleza documental es poderosa, responde a los preceptos de esa fotografía que registra un suceso cargado de conflictos y desprovisto de manipulación estética.

Su valor social e histórico le atribuye el derecho de ser parte sustantiva de las fuentes documentales que la sociedad global necesita conocer para encauzar prácticas civilizatorias en era de las redes sociales.

En torno a los poderes de la imagen son “reordenadas” una suma descollante de interpretaciones y teorías sobre la realidad, a fuerza de vestirse con otros ropajes. Ese andamiaje de escrituras se produce en un mapa de retóricas y contextos, donde la historia y la memoria son, también, subvertidas e ignoradas, en el más fatídico de los casos.

Resulta relevante incorporar, para una mejor articulación de esta entrega, un fragmento del ensayo Las subjetividades en la era de la imagen: de la responsabilidad de la mirada.

“… la imagen no es solamente visual, sino también —y tomando otra de sus acepciones clásicas— la imagen como idea, la imagen del mundo, la que tenemos de nosotros mismos y de los otros, la que se relaciona con el imaginario, tanto en su acepción de un “imaginario social” (ideas, valores, tradiciones compartidas) como psicoanalítica, de una “identificación imaginaria” (ser como…). Todas estas imágenes confluyen entonces en esa configuración de subjetividades, en sus acentos individuales y colectivos”[v].

La fotografía, cuando es poseedora de la categoría signo indicial, no solo está investida para mostrar el nexo con la realidad. Su empaque de factura digital ha superado los modos de escritura analógica, dándole otras propiedades, otros cuerpos simbólicos, para ser acogida en legítimas apropiaciones, en los espacios del arte y en los escenarios de la comunicación.

La libertad guiando al pueblo (1830) Eugène Delacroix

Los signos que pernoctan en este texto, de probada fuerza emotiva, subrayan los elementos estéticos que la configuran de factual significación pictórica. La composición de la imagen, la fuerza narrativa de su encuadre —congelado por la impronta y las circunstancias de su creación— la coloca en el estrado de metáforas reescritas, al margen de los paralelismos desatados con esta foto, en el ecosistema de las redes sociales.

No es la Libertad guiando al pueblo de Delacroix, pero la imagen tomada por el fotógrafo Mustafa Hassouna evoca esa reconocida imagen. Se trata de un joven palestino que enarbola una bandera en una mano y en la otra una honda. En el célebre cuadro del artista francés, los colores y la posición de la mujer con la bandera azul, roja y blanca son similares[vi].

Por su torso desnudo, los elementos de la imagen, principalmente el lábaro patrio hondeando y la nube de humo al fondo, el protagonista de la imagen, capturada el pasado 22 de octubre por Hassouna para la Agencia Anadolu de Turquía, evoca al cuadro La libertad guiando al pueblo, del francés Eugène Delacroix, creado en 1830 y conservado en el Museo de Louvre, en París[vii].

Una bandera al viento, en mitad del combate, rodeada de humo. Un brazo poderoso que la enarbola con orgullo. Un arma en la otra mano. Iguales que siguen la enseña, dispuestos a pelear por su causa. Todos esos elementos son los que tienen en común una fotografía tomada en Gaza el pasado 22 de octubre y uno de los cuadros más conocidos del mundo, La Libertad guiando al pueblo, de 1830. El fotógrafo palestino Mustafa Hassouna y el pintor francés Eugène Delacroix han quedado unidos por una comparación que, más allá de saltar a la vista, se ha convertido en viral en las redes sociales[viii].

La composición de la foto, soportada por el plano triangular de los elementos protagónicos (el personaje A’ed Abu Amor, la honda y la bandera palestina) afinca una lectura que trasciende el marco imaginario del texto. No se trata solo de apuntalar una identidad o la defensa legítima de un territorio, se subraya también, con los resortes de esta crónica fotográfica, su derecho a existir como ciudadanos del mundo. Los cuerpos se lanzan con furia como signos de esperanzas.

El minimalismo de la puesta, (expresar lo máximo con un mínimo de elementos), la significación de los objetos como parte de la escena, la honda como recurso para desafiar las embestidas del opresor, dialogan con el sagrado cuerpo de la bandera Palestina. La resignificación de estos elementos simbólicos, actuantes por su materialidad en la escena del conflicto, adquieren un empaque artístico.

Lo escritural de esta pieza, la prominencia de lo estético de sobria factura pictográfica, resuelta en los centros del texto, no ha de ser entendida solo por la acción dual entre el protagonista y el atacante. La fuerza de los lirismos cromáticos que narra el conflicto nace de las prácticas documentales.

El arte que potencia el discurso, que dignifica la existencia de un pueblo ha de ser circulado, puesto en los balcones de nuestras pupilas para sumar conciencias, ante el genocidio que no cesa.

Los símbolos imperecederos, muchas veces renovados, no han de ser los únicos protagonistas de estas gestas cromáticas. En los desprovistos mundos, donde no habita un sujeto leyenda, se revelan nuevos signos que —como este— urge socializar.

Los poderes de un texto fotográfico son tan trascendentes como la ayuda humanitaria que en esta “nueva contienda” ha sido aplanada. Nos asiste el deber moral de confrontar los ardores ciegos de lanzas vestidas de genocidios que una vez más parecen imperturbables.

[i] Garagalza, Luis. (1990). La interpretación de los símbolos. Hermenéutica y lenguaje en la filosofía actual. Editorial Anthropos, Barcelona, p. 54.

[ii] Sola-Morales, Salomé. (2014). Hacia una epistemología del concepto de símbolo. Cinta de Moebio. Revista de Epistemología de Ciencias Sociales. Núm. 49, p. 11-21.

[iii] Ibídem, p. 11-21.

[iv] Ricoeur, Paul. (2003). El conflicto de las interpretaciones. Ensayos de hermenéutica, trad. A. Falcón, Buenos Aires, p. 263.

[v] Arfuch, Leonor. Las subjetividades en la era de la imagen: de la responsabilidad de la mirada, p. 76.

[vi] La icónica imagen de un joven palestino que recuerda una obra de arte. https://www.heraldo.es/noticias/sociedad/2018/10/25/la-iconica-imagen-joven-palestino-que-recuerda-una-obra-arte-1273895-310.html

[vii] La foto de un manifestante palestino que emula una pintura de Delacroix. https://revistacuartoscuro.com/la-foto-de-un-manifestante-palestino-que-emula-una-pintura-de-delacroix/

[viii] La viral imagen de un joven palestino que recuerda a ‘La Libertad guiando al pueblo’. https://www.huffingtonpost.es/entry/la-iconica-imagen-de-un-joven-palestino-que-recuerda-a-la-libertad-guiando-al-pueblo_es_5c8a9415e4b0866ea24d727a.html 

*De la serie Crónicas de un instante.

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En Gaza la muerte se ensancha con la vida de 13 mil niños*

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

La realidad se impone y el tiempo de desmorona ante los hechos. Son infinitos las fotos y videos que documentan el exterminio del pueblo palestino. Toda una escalada que deja huellas, contundentes pruebas y heridas multiplicadas, dispuestas en los bordes de nuestras vidas, desprovistas de metáforas y manipulaciones.

Se podría interpretar, según el curso de los acontecimientos, que no resulta “suficiente” todo el arsenal de evidencias que habitan en el universo global de esta trunca humanidad, como para tomar enérgica postura ante lo obvio.

Mientras la muerte protagoniza, cual si nada, los derruidos cimientos de Palestina, miles de ciudadanos del mundo, o buena parte de ellos, se empeñan en afincarse a los derroteros de la mirada esquiva o la actitud callada e insumisa. Y en el peor de los casos, no faltan los que se enrolan en actos cómplices, urgidos de algún protagonismo banal y efímero. Esta suma de respuestas dilata el dolor de seres merecedores del más supremo de los derechos: el de la vida.

La barbarie se instala frente a la gesta del pueblo palestino que soporta la furia de artillerías incendiarias. Se exhibe ante nuestros ojos todo un capital de imágenes ancladas como en un calvario dantesco, dispuesto en escalones de sucesivas arremetidas o cortinas de humos interminables.

Gaza es, una vez más, un alargado cementerio que soporta miles de toneladas de acero y concreto derruido por la fuerza de la impunidad y el acompañamiento de gobiernos “demócratas”, de occidente, que no cesan de darnos “lecciones de civismo” y “estados de derecho”.

Se exhiben inmorales, como maniquíes de grandes casas de modistos que son parte de una elite glamorosa, dispuestos a pintar con sus efímeras huellas los escenarios más pulcros “donde se debaten los destinos del mundo”.

En esos espacios de milimétricas proporciones se pavonean en calculados movimientos los políticos de la más rancia tecnocracia, coherentes con obscenos intereses.

Ante las grotescas respuestas que marcan el curso de la historia, debemos exigir el no cansarnos, el poner a los responsables de este genocidio en el banquillo de los acusados. Emplazar a esos refinados cómplices por tanta muerte, no puede faltar en esta suma de deberes; urge el ejercicio de la responsabilidad moral y penal.

Las calles no pueden dejar de ser verdaderos torbellinos de respuestas. Un minuto, una hora, un día entero en el que dejemos de hacer por la existencia del pueblo palestino, es propiciar nuevas aberturas para que misiles, morteros y balas cercenen la vida de inocentes.

La quietud, la callada respuesta o el ejercicio de “no saber qué hacer” por la vida del digno pueblo palestino, nos hacen cómplices y parte de un declarado ejercicio fratricida. Ante los trazos del silencio seremos signos amargos de la historia que nos interpela en sucesivas interrogaciones.

Los desafíos que entraña vivir en los cimientos de un quebrado planeta, tejido por la penumbra de las armas, siempre dispuestas a cerrar los ojos brillantes de niños y niñas palestinos, se ha de poner en valor las más sagradas acciones de la humanidad.

Según un reporte de Unicef, “… la guerra en Gaza ha matado a más de 13 mil niños y ha dejado heridos a muchos más, cuando se cumplen seis meses de conflicto bélico…”[i]

[i] Han muerto más de 13 mil menores palestinos en esta guerra, reporta Unicef

*De la serie Crónicas de un instante.

Fotos: Reuters y AFP

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Crónicas de un instante: Construir retratos de luz

Foto tomada de internet

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

Desde el comienzo del genocidio israelí (otro más) contra el pueblo palestino, en octubre de 2023, no han cesado las oleadas de imágenes dantescas. Se nos agolpan todas ellas, erguidas en nuestras pupilas, en nuestras memorias y conciencias.

Emergen venidas en dispares escaladas de permanentes escrituras y lecturas simbólicas; penetran sin previo aviso en los anaqueles de nuestros espacios de vida, dispuestas a fragmentarnos los actos más cotidianos y pedestres; se nos ponen delante, como telares en fuga, ancladas en robustas dimensiones, sin tiempo para procesarlas, “entenderlas” o darle casuística explicación.

Implica tirar de los trazos de la aritmética y de renovadas variables, donde se incluyen las perspectivas culturales, históricas y políticas. Y claro está, se gestan muchas otras interpretaciones frente a la guerra, que sigue imperando en nuestro herido planeta, anclada como un pilar imperturbable. La muerte deja de ser una ficción proyectada en las pantallas para emerger como una horrible verdad que nos interpela.

En esos espacios signados para desplegar signos, se advierten retratos de duras parábolas y significados, dispuestos en una suma de fotogramas y videos que construyen todo un capital simbólico en el que converge la barbarie, la muerte y la impunidad. Las cifras de muertos, heridos, mutilados y desaparecidos en estos episodios, son espeluznantes.

Una nota de la agencia EFE, publicada en el periódico Público, el 28 de marzo de 2024, actualiza la cifra de muertos, heridos y las consecuencias de estas escaladas en Palestina.

“El número de muertos en la guerra en la Franja de Gaza, que se encamina a los seis meses, alcanzó este jueves los 32.552 fallecidos y los 74.980 heridos desde el pasado 7 de octubre, mientras más de un millón de personas siguen afrontando una escasez extrema de alimentos”[i].

No cesan las imágenes de la estampida, la desesperación y el desamparo de este heroico pueblo. La posibilidad de la muerte es el horizonte de todas sus miradas; peor aún, de sus caminos posibles. La ira y el dolor se convierten en el pulso de sus respuestas ante la inacción de la sociedad global, que tan solo desata manifestaciones, actos de contundentes respuestas; incluso, se escuchan las voces de los que tienen espacio en tribunas donde, supuestamente, se ejercen las prácticas de la democracia y las soluciones en favor del más elemental derecho reservado para el ser humano, el derecho a la vida.

En el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y en el Parlamento Europeo, dos escenarios construidos bajo estrictas normas de participación, se han escuchado voces lúcidas, enérgicas y coherentes ante las circunstancias y los detonantes de una escalada sin precedentes en la historia de este “conflicto”. No han faltado las claras repulsas frente al delirio y el cinismo de los que apoyan y justifican la crueldad en estos espacios de disertación, refrendando un estado que práctica la aniquilación de todo un pueblo.

Palestina sufre por décadas el cerco, la humillación, el secuestro, la tortura y la muerte. Frente a estas verdades, es inaceptable justificación alguna.

Urge una respuesta coherente, civilizada y definitiva frente a los atropellos de la soldadesca israelí.

En nuestras pupilas no cesan de agolparse los retratos de desesperación y rostros malnutridos por la falta de alimentos y los más elementales productos de supervivencia. La cerrazón y el bloqueo o la estrategia del cuenta gotas, históricamente materializada por el estado israelí, son también parte de los signos de un afincado, ahora renovado, salvajismo.

La representación española de la agencia de las Naciones Unidas, UNRWA, ha puesto un titular que revela y profundiza las dimensiones del genocidio. El titular no deja margen a la duda: Ahora en Gaza también se muere de hambre.

Al menos 576.000 personas en Gaza –una cuarta parte de la población– está a un paso de la hambruna; 1 de cada 6 niños menores de 2 años en el norte de Gaza sufre desnutrición aguda y emaciación; y prácticamente toda la población que depende de la asistencia alimentaria humanitaria lamentablemente insuficiente para sobrevivir[ii].

En otra zona del texto, resuelto con brevedad y contundencia, se subraya la gravedad del asunto, con palabras que agrietan las luces del pueblo palestino:

El hambre y el riesgo de hambruna se ven exacerbados por factores que van más allá de la simple disponibilidad de alimentos. Los servicios inadecuados de agua, saneamiento y salud crean un ciclo de vulnerabilidad, donde las personas desnutridas –especialmente entre las decenas de miles de personas que resultan heridas– se vuelven más susceptibles a enfermedades que agotan aún más las reservas nutricionales del cuerpo.

Hace tan solo veinticuatro horas (este jueves 28 de marzo), la Corte Internacional de Justicia ordenó a Israel —una declaración tardía y de poca esperanza en su cumplimiento— tomar todas las medidas necesarias y efectivas para garantizar que los suministros de alimentos básicos lleguen sin demora a la población palestina en Gaza.

Mientras la equidistancia, la palabra calculada, la información intencionada o las prácticas diplomáticas de los gobiernos cómplices dilatan la solución de este genocidio, se profundiza el signo de la muerte y su materialización en el pueblo palestino.

Estos hechos revelan, una vez más, verdades conocidas que se agolpan recicladas. Estamos “sujetos” a la voluntad de unos pocos gobiernos que, con total desfachatez, no cesan en dar lecciones a los pueblos y gobiernos que somos rebeldes e insumisos; a los que entendemos como innegociable la soberanía y el derecho a existir.

No se trata solo de defender un espacio físico, geográfico, tangible. Es también salvaguardar nuestras culturas, nuestros valores y principios que han de ser respetados y que pueden convivir con toda la diversidad de naciones que habitan en los márgenes y el cuerpo de nuestro planeta.

En estas rutas donde la muerte se avista como una lanza en nuestras retinas, se esconde el trazo genocida de hacer desaparecer una nación, muchas culturas y memorias. Es preciso entonces, con total urgencia, no cansarse, defender la dignidad y el derecho a existir del pueblo palestino.

No es aceptable el desconocimiento de su historia para asumir lo horrendo de las escenas con los brazos cruzados. Defender todas las vidas que corren peligro frente a la muerte es suficiente para tomar partido. Es inaceptable el silencio y la búsqueda del divertimento como “válvulas de escape”, ante la escalada de fotogramas y videos que nos acechan, dispuestos a poner en juicio nuestros delgados actos civilizatorios.

La hambruna se divisa como un dibujo tangible en un mapa de enormes dimensiones, en los derruidos llanos de la ciudad de Gaza.

Urge convocar a todas las manos dispuestas a detener la muerte que acecha la vida de hombres y mujeres palestinos, que son también nuestros hermanos. Se trata entonces de cambiar el curso de la historia, para construir retratos de luz y esperanza.

[i] Israel ya suma más de 32.500 palestinos asesinados y cerca de 75.000 heridos en Gaza. https://www.publico.es/internacional/israel-suma-32500-palestinos-muertos-cerca-75000-heridos-gaza.html

[ii] Ahora en Gaza también se muere de hambre. https://unrwa.es/actualidad/sala-de-prensa/ahora-en-gaza-tambien-se-muere-de-hambre/

Galería de fotos tomadas de Internet

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Crónicas de un instante: Inventario

FOTO: MOHAMMED ABED (AFP)

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

“La guerra no se puede desear, por su horror y desdicha”

Periódico Patria, Nueva York

9 de julio de 1892

José Martí

La persistencia de la guerra en el mapa de este quebrado planeta es la llana expresión de la arrogancia de quienes la alientan y la desatan, entendida como “principal herramienta para la solución de los conflictos que aquejan en la humanidad”.

Su reciclada materialización responde a esa velada tesis que apuesta por doblegar la voluntad humana, de asestar el “primer y definitivo golpe”. La emplean frente a los pueblos que defienden su derecho a existir como nación, a los que defienden la paz desde los cimientos de la dignidad, la entereza, los valores y principios escritos en los pilares de la historia.

Las embestidas guerreristas que por estos días asesta el Estado genocida israelí contra el pueblo palestino responden a su “lógica”: borrar las huellas de una nación que se empeña en defender su historia, cultura, leyendas y tradiciones.

Documentan estos crímenes las fotografías que se agolpan en el imaginario la sociedad global, dispuestas como piedras filosas. Resultan inabarcables las escenas del horror tomadas por fotorreporteros prestos a construir los cromatismos de un instante, los pasajes sinuosos, revelados como crónicas “nuevas”. Su labor aflora con los signos de una gesta. Son anónimos narradores que pintan el dolor de civiles —cientos, miles— aferrados a la vida.

FOTO: MOHAMMED ABED (AFP)

FOTO: MOHAMMED ABED (AFP)

Las imágenes vertidas en las pátinas de nuestros días llegan como trazos secos y velados encuadres. Sus brazas nos interpelan como preguntas, se embisten plomizas en nuestros sitios de confort y asestan duros golpes dispuestos a quebrar los equilibrios de todos los sentidos posibles.

Según una nota de la agencia multiestatal Telesurtv de este 24 de diciembre, “El Ministerio de Sanidad de la Franja de Gaza elevó este domingo a más de 20.400 el balance provisional de fallecidos por la ofensiva lanzada sobre el territorio por las fuerzas de ocupación israelí hace más de dos meses y medio”[i].

Ante la anchura de este genocidio no puede haber espacio para el silencio cómplice y la calculada respuesta. Es inaceptable dejar de gritar; urge romper los cercos de los silencios dispuestos como mamparas de envolturas banales.

Nos asiste el derecho y el deber de denunciar las brasas de una barbarie que apunta a profundizarse, en los próximos días, con mayores escaladas. Una vez más el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ha demostrado su inoperancia frente a las huellas de un crimen.

Los llamados “estados de derecho” que cobijan con instrumentos de matar al ejército israelí son parte de esta aritmética. Es inaceptable permitir que se siga instalando el dolor en nuestros parajes cotidianos, urge detener el uso de las armas, de dispares calibres enviados desde muchas partes del mundo, todos ellos mandatados para anular al pueblo palestino.

Se impone compartir un inventario de países y bloques que apuestan por afincar el discurso de doble rasero; el cinismo no es aceptable en las prácticas de la política. Quienes se apropian de esos resortes son auténticos tecnócratas de ocasión, piezas de usar y tirar. Estos apuntes no pretenden dibujar la aritmética de gobiernos que amparan el genocidio, se necesitarían miles de pliegos para hacer el mapa completo del crimen, dispuesto por calculadas escrituras.

A continuación un pequeño inventario de titulares, extractos y fuentes de noticias publicadas en diversos medios que evidencian dichas complicidades.

FOTO: MOHAMMED ABED (AFP)

FOTO: MOHAMMED ABED (AFP)

FOTO: MOHAMMED ABED (AFP)

Alemania

Alemania justifica como “responsabilidad” venta de armas a Israel (Resumen Latinoamericano, 12 de mayo de 2015)

La canciller alemana, Angela Merkel, horas antes de reunirse con el presidente del régimen israelí, Reuven Rivlin, argumenta que respaldar la venta de armas a Israel es una “responsabilidad especial” que su país contrajo con dicho régimen.

Alemania entregó armas a Israel en pleno ataque a Gaza (DW, 18 de agosto de 2014)

Alemania suministró armamento por valor de más de 600 millones de euros a Israel después del inicio del conflicto en la Franja de Gaza, de acuerdo a un documento oficial al que ha tenido acceso este lunes la agencia dpa. El documento contiene la respuesta del secretario de Estado del Ministerio de Economía, Rainer Sontowski, al político de La Izquierda Jan van Aken donde informa de la entrega de armamento acordado antes del inicio de los ataques, pero suministrado una vez que comenzaron los ataques del Ejército israelí.

Canadá

Silencio en Ottawa sobre las exportaciones de armas a Israel (RCI, 24 de noviembre de 2023)

Canadá exporta material militar a muchos países, entre ellos Israel, que lleva más de un mes en guerra contra Hamás en la Franja de Gaza, donde las autoridades han informado de la muerte de miles de civiles. ¿Ha suspendido Ottawa estas ventas desde el inicio del conflicto? El gobierno de Trudeau se mantiene evasivo al respecto.

España

El Gobierno español autorizó el año pasado exportaciones de armas a Israel por valor de 9,3 millones (El País, 16 de diciembre de 2023)

Las entregas de armamento superaron los 2,3 millones. España fue el sexto país de la UE que aprobó más ventas militares a Tel Aviv y el octavo que más le suministró, según un informe del Consejo Europeo.

Probados en combate: la compra-venta de armamento entre España e Israel (La marea, 13 de octubre de 2023)

España ha autorizado la venta de material de defensa a Israel por 139 millones de euros desde 2000. El pasado año, entre ese material, había sistemas de dirección de tiro, municiones y aeronaves.

El Gobierno de PSOE y Podemos ha vendido armas a Israel por valor de 40 millones de euros (Voz pópuli, 17 de octubre de 2023)

Desde el año 2020 se han autorizado 147 licencias para la venta de armas a Israel. Podemos exige ahora un embargo sobre el Gobierno de Netanyahu.

Fin al comercio de armas con Israel (Rebelión, 29 de noviembre de 2023)

Desde el año 2000, el Estado español ha vendido armas a Israel por valor de 139 millones de euros. El número de importaciones es mucho mayor al de exportaciones. Solo en estas últimas semanas, el Estado español ha autorizado la compra de lanzacohetes SILAM, de Elbit Systems, por valor de 576,4 millones de euros y de 1.680 misiles Spike, por valor de 285 millones de euros.

Estado Unidos

El Pentágono aprobó la venta a Israel de 75 aviones de combate por 15.200 millones de dólares (La voz de Galicia, 2 de octubre de 2008)

El Departamento de Defensa de Estados Unidos ha aprobado la venta a Israel de 25 aviones de combate F-35 y de otros 50 en el futuro en una operación que, en conjunto, asciende a 15.200 millones de dólares.

Estados Unidos planea transferir a Israel bombas de precisión por un valor de US$ 320 millones, una venta aprobada a principios de este año (CNN, 7 de noviembre de 2023)

La venta a Israel de los conjuntos de bombas planeadoras de la familia Spice (un tipo de kit de bombas de precisión que puede convertir bombas no guiadas en municiones guiadas por GPS) a Israel fue aprobada por los comités pertinentes del Congreso de Estados Unidos hace varios meses, antes de que Hamas atacara a Israel el 7 de octubre y se desatara una guerra, dijo una de las fuentes.

Washington concede a Israel más dinero para armas (Rebelión, 19 de agosto de 2008)

Estados Unidos reafirmó hoy su apoyo a la carrera armamentista israelí, al suscribir una carta de intención por la cual otorgará a Tel Aviv 30 mil millones de dólares en los próximos 10 años. Washington avanzó así en sus planes de reforzar militarmente a sus aliados en el Medio Oriente, el surtidor petrolero del planeta.

EE.UU. aprueba venta de armas de precisión a Israel (Telesurtv, 18 mayo 2021)

La administración del presidente estadounidense Joe Biden autorizó la venta a Israel de 735 millones de dólares en armas de precisión, informó este martes The Washington Post.

Estados Unidos aprobó venta de armas a Israel (Prensa Latina, 21 de mayo de 2021)

El gobierno de Joe Biden aprobó la venta de un paquete de armamento militar de 735 millones de dólares, lo envío al Congreso el 5 de mayo y el liderazgo demócrata y republicano lo respaldaron, informaron medios de prensa.

EEUU venderá casi 14.000 proyectiles de tanque a Israel por más de $100 millones (Sputnik News, 9 de diciembre de 2023)

El Departamento de Estado de EEUU aprobó una posible venta de casi 14.000 proyectiles y equipo auxiliar para tanques de Israel por valor de 106.5 millones de dólares, informó el Pentágono.

FOTO: STRINGER (AFP)

FOTO: MAHMUD HAMS (AFP)

FOTO: STRINGER (AFP)

Francia

Francia venderá armas a Israel (EFE, 10 de diciembre de 1981)

Francia venderá armas a Israel y a los países árabes indistintamente, según confirmó ayer el ministro de Asuntos Exteriores galo, Claude Cheysson. De esta manera queda levantado de hecho el embargo decretado por el general Charles de Gaulle en 1967 contra el Estado hebreo. El jefe de la diplomacia francesa anunció esta decisión al concluir su visita oficial a Israel.

Italia

Israel e Italia concretaron acuerdo de armas (Noticias de Israel, 23 de septiembre de 2020)

Israel e Italia han concertado un acuerdo de adquisición recíproca en virtud del cual el Ministerio de Defensa de Israel adquirirá cinco helicópteros de entrenamiento avanzado y los italianos, a cambio, adquirirán misiles Rafael spike y simuladores Elbit Systems.

Reino Unido

¡Alto al genocidio! ¡Dejen de armar a Israel (Liga Internacional de los Trabajadores, 8 de noviembre de 2023)

El Primer Ministro británico Richie Sunak dice que lo que Israel está haciendo es autodefensa, Sunak intenta encubrir el genocidio israelí, mientras que el gobierno conservador autorizó la exportación de armas por valor de 472 millones de libras a Israel en los últimos ocho años, incluido el apoyo a su combate. Aviones que ahora atacan Gaza en medio de una crisis humanitaria.

La venta de armas de Reino Unido a Israel alcanza máximos históricos (El Diario, 28 de mayo de 2018)

Un nuevo estudio revela que las ventas de las compañías de armas han alcanzado un nuevo récord justo en el momento en el que el príncipe Guillermo se prepara para visitar Ramala y Jerusalén.

FOTO. BASSAM MASOUD (REUTERS)

FOTO: MOHAMMED ABED (AFP)

FOTO: MOHAMMED ABED (AFP)

Europa

Europa «ayuda y asiste» a la ofensiva de Israel en Gaza con armas (Euronews, 3 de noviembre de 2023)

El Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (SIPRI) proporcionó datos sobre las ventas de armas de Europa a Israel entre 2013 y 2022, mostrando que Italia y Alemania habían suministrado al ejército de Israel armas y equipos cruciales que ahora estaba utilizando sobre el terreno en Gaza.

El Reino Unido, por su parte, tiene lucrativos acuerdos de suministro a la fuerza aérea israelí, según la Campaña contra el Comercio de Armas (CAAT).

El SIPRI, un instituto de investigación independiente con sede en Suecia, detalló que Alemania había enviado más de 1.000 motores de tanque a Israel.

En la última década, según el instituto, Alemania también ha entregado -y financiado parcialmente con dinero de los contribuyentes- submarinos de la clase Dolphin y corbetas Sa’ar para la armada israelí, aunque están equipados con cañones y misiles israelíes.

También existe una importante cooperación industrial en materia de defensa entre Alemania e Israel, incluso en el desarrollo de misiles y otras municiones, en la que participan empresas como Rheinmetall, MBDA Deutschland y Krauss-Maffei Wegmann, entre otras, afirma el SIPRI.

Entre 2013 y 2022, empresas italianas vendieron a Israel armamento por valor de casi 120 millones de euros: una media de unos 12 millones de euros al año, según Pagella Politica.

Israel, un país militarizado con la ayuda de EEUU y la UE (El Salto, 31 de octubre de 2023)

En el periodo 2001-2021 se han realizado exportaciones españolas a Israel por valor de 103,8 millones de euros, pero las importaciones españolas desde Israel son muy superiores a les exportaciones.

Europa vendió armas a Israel por 609 millones de euros en 2022 (La Jornada, 19 de diciembre de 2023)

Pese a restricciones que afectan a países en guerra, el intercambio del bloque con Tel Aviv en este rubro está en auge, revela informe.

Armas para Israel (Centre Delàs, mayo 2002)

La escalada de violencia desencadenada por el gobierno de Israel contra el pueblo palestino en los territorios que mantiene ocupados militarmente, con el bombardeo de asentamientos civiles, detenciones arbitrarias de miles de personas, asesinatos, torturas y desapariciones, tiene complicidades en los países de la Unión Europea. Esta acusación tiene su argumento en el suministro de armamentos que, especialmente desde Gran Bretaña, Francia, Italia y Alemania se realiza a Israel. España no es ajena a ese comercio inmoral. Según datos facilitados por el propio gobierno español, España ha exportado en los últimos diez años a Israel material militar por un importe valorado en 2.625 millones de pesetas (15,8 millones de euros).

Industria armamentística

La industria armamentística registra récords desde el 7 de octubre (Desinformémonos, 23 diciembre 2023)

“La escala de destrucción y crímenes de guerra en Gaza no sería posible sin transferencias masivas de armas desde Estados Unidos”, dijo Noam Perry del American Friends Service Comittee (AFSC), el grupo detrás de la herramienta, en un comunicado el miércoles. “A medida que crece la resistencia global a la guerra y al apartheid, es importante que el público sepa exactamente quién está haciendo posible esta violencia”. En octubre, Newsweek publicaba que algunas de estas compañías habían experimentado una fuerte subida en bolsa como consecuencia de la declaración de guerra por parte de Netanyahu: las acciones de Lockheed Martin subieron de 400 a 443 dólares y las de Northrop Grumman de 423 a 490.

Empresas de armamento en Bolsa repuntan por conflicto en Israel (El Economista, 10 de octubre de 2023)

La que más gana en Wall Street es la estadounidense Northrop Grumman, con un rendimiento de 9.90% desde el cierre del viernes pasado a 465.12 dólares cada una. El lunes repuntó 11.43%, aunque este martes tuvo una corrección de 1.38 por ciento.

Comercio de armas: ¿Qué países y empresas están vendiendo armas a Israel? (Worldbeyondwar.org, 18 de mayo de 2021)

Estados Unidos es, con mucho, el mayor exportador de armas a Israel. Entre 2009 y 2020, más del 70 por ciento de las armas que compró Israel provinieron de EE. UU., Según el Instituto Internacional de Investigación de la Paz de Estocolmo (Sipri) Base de datos de transferencias de armas, que solo incluye las principales armas convencionales.

El segundo mayor exportador de armas a Israel es Alemania, que representó el 24 por ciento de las importaciones de armas de Israel entre 2009-2020.

Italia es el siguiente, habiendo proporcionado el 5.6 por ciento de las principales importaciones de armas convencionales de Israel entre 2009-2020, según Sipri.

El Reino Unido, aunque no está en la base de datos de Sipri en los últimos años, también vende armas a Israel y ha otorgado licencias por valor de 400 millones de libras esterlinas en armas desde 2015, según CAAT.

Canadá representó alrededor del 0.3 por ciento de las importaciones de Israel de las principales armas convencionales entre 2009 y 2021, según cifras de Sipri.

Estos son los países que más armas venden a Israel (Huffpost, 9 de octubre de 2023)

Estados Unidos: 288 millones de dólares; India: 34,3 millones de dólares; Italia: 6,3 millones de dólares; República Checa: 5,62 millones de dólares; Corea del Sur: 5,33 millones de dólares.

FOTO: LUIS ÁNGEL REGLERO (EFE)

[1] Gaza eleva a más de 20.400 cifra de palestinos asesinados por Israel

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La peña de Federico, a donde quiero volver (+VIDEO)

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

La tarde de este 21 de octubre emergió con los frescos de un mar dispuesto a ser compinche de una puesta con los salitres de sus alas. La temperatura se mostró noble, dispuesta a ceder los más nítidos acentos de sus mamparas. No fue como cuando el sol atiza la luz y sus brazos queman los cedros de las miradas, dispuestos a tomar las pátinas de las palabras.

Circunstancias y contextos varían, se transforman o apertrechan de múltiples repuestas. Tampoco son iguales las maneras de asumir el arte, los tiempos, los sonrojos de los espacios narrados, que se dibujan como fortalezas de la pluralidad, como nichos que arropan expresiones artísticas dispares. Surcan por la voluntad de muchos, siempre dispuestos a ser los detonadores de sueños, que en verdad, no han sido quebrados. Toda una aritmética que aflora despojada de elitismos, cortapisas o aguafuertes de soluciones en sepia.

Los espacios de representación artística emergen por la complicidad de muchos otros, casi siempre armadores anónimos que pasan inadvertidos por la escritura de la vida. Para estos empeños, la trascendencia no importa, se antoja efímera; lo esencial, lo urgente es dejar una huella, construir muchos caminos y pisar sus grietas para  edificar las rutas de otros.

Entonces cabe razonar sobre estos apuntes, estas crónicas donde busco fotografiar, o al menos lo intento, una historia, un momento excepcional o una respuesta inspiradora.

Es una tarea gratificante, siempre dispuesto a destrabar los acertijos que se esconden tras una puesta en escena, un acto de empaque artístico, donde cabe narrar la algarabía de un público desatornillado o los pilares estéticos de un concierto, cuyos intérpretes se aferran en regalar un arte mayor.

En este círculo, volver sobre los pulsos culturales que emergen en esta ciudad viva, es posible para pintar las intimidades de un ensayo o la apertura de una exposición de artes visuales, donde también se materializan respuestas e interrogantes sociales, antropológicas y culturales. Nudos que muchas veces pasan inadvertidos para la fotografía y el reportaje periodístico.

Detrás de todas estas perseverancias se avista la búsqueda de la perfección, el mejor acabado de un pieza o el dialogo con los lectores, resuelto en un espacio plural. Y lo más importante, la entrega de acciones edificantes para el enriquecimiento espiritual, emocional y educativo de una sociedad, donde el letargo, la desidia, el muro construido o el regalo fácil de las nuevas tecnologías, que no siempre nos aporta riquezas, acechan sobre los puentes de nuestros caminos o sobre los pilares de nuestros sueños.

Llegué unos minutos antes de la apertura del Multicine Infanta, que se antoja como un cine de barrio. Niños y niñas, el público esencial, se agolpaban en la entrada, dispuestos a ser receptores de un regalo habanero.

Los recibió un gato con apariencia de tigre mimoso, un payaso irradiante y Pastosa, el personaje que forma parte del imaginario colectivo de generaciones, con la voluptuosidad que le distingue y entre acertijos y preguntas ¿No es acaso el pulsar de interrogaciones una manera eficaz de construir la inteligencia en edades tempranas?

El escenario sobrio despuntaba acompañado de una enorme pantalla, dispuesta a ser un telar de imágenes, de evocaciones donde caben recicladas historias que son parte de capital simbólico de la cultura nacional.

La algarabía se desató desde el primer minuto. Los cánones escénicos fueron subvertidos por la fuerza de un público dispuesto a interactuar, escuchar narraciones, ser parte de juegos, canciones. Atemperado por los signos la recepción contemporánea, esa concepción del collage teatral se apropia de las fortalezas de otras expresiones culturales y sociales.

En el proscenio del cine, llano, meditabundo, encubridor, emergieron  los personajes de esta tarde. Federico, animado por el actor Maikel Chávez (Pipo Pipo); Pastosa, que por momentos apunta a construir el orden, el dialogo con los lectores de la sala; un burro pintado de colores suaves y mirada cabizbaja; la gata que transmutaba como tigresa y el delirante payaso atiborrado de colores, atuendos y embrollos, un personaje hablador y risueño, extrovertido y arrojadizo.

No fue una puesta teatral al uso. El caos ordenado se apropió del tiempo, de los metros cuadrados de la sala, dispuesta a ser parte del jolgorio, de los atrevimientos y goces de un público en el que las edades fueron subvertidas ante las provocaciones de los actores, convocados para sacarlo de los límites de sus costuras y ponerlo en los nichos de sus memorias.

Los más pequeños, expectantes, protagonistas, abiertos, dibujaban con sus cuerpos y sus palabras de cascadas la voluntad de ser parte de esta fiesta multidimensional. Poblaron de risas, palabras y respuestas un diálogo de cruces, imposible de encerrar en los trazos de las nuevas tecnologías que apuestan por graficarlo todo, por convertir lo irrepetible en una aplicación informática.

Las edades dejaron de ser límites impuestos para aflorar respuestas intensas, encendidas, gratificantes, de empaque colectivo cuando dos pelotas gigantes fueron lanzadas hacia la cúspide del espacio cinematográfico. Desde ese instante los actores de la sala, que éramos todos, queríamos tocar sus vestiduras de colores vivos.

El orden dejó de ser un número cerrado para mostrarse con las aritméticas de otras razones que la psicología y la historia han narrado con palabras profundas y argumentos tremendos. Cada uno de los allí presentes se desdobló ante las declaradas provocaciones, desprovistas de artificios o simulaciones. Cada uno de los allí presentes estábamos dispuestos a ser parte de un pacto no declarado, y es que ser felices no es una vocación, ha de ser un empeño siempre renovado. Solo que habita en un tiempo efímero, esta vez marcado con los acentos y las pulsaciones de un colectivo de ilustres intenciones y de probadas respuestas.

No es caos lo que distingue a la Peña de Federico, es la intencionalidad de tocar los pilares de la memoria. También, el declarado acto de construir juegos que transpiran por escalonadas respuestas, sostenidas con acertadas palabras, el núcleo de toda una asimetría delirante.

La evocación se apropió de palabras convertidas en canciones. Contuvieron las paredes de la sala, legendarios temas para los que mostraban “disimuladas canas”. El colectivo de actores del proscenio cinematográfico pulsó cuerdas de infancias destiladas; se tejieron como metáforas de un pasado “olvidado” en un baúl donde pernoctan palabras y fotos polvorientas.

La memoria se tornó el rol esencial de ese tiempo transcurrido en una tarde de frescas y plurales sonoridades. Un coro de muchas voces asentadas en las lunetas del cine, desató respuestas dispares, desprovistas de acabados acentos y exquisitos tonos, que importa. Lo esencial fue las ganas de cantar canciones que les dibujaron el futuro.

En ese punto de la tarde me debatía entre tomar mis apuradas notas o también cantar en coro esas piezas hermosas, de aparente candidez e ingenuidad simbólica.

Orgullosos estaban los actores del lunetario de ser parte de este juego, de esta fiesta inusual, desprovista de piñatas, caramelos y artilugios que subvierten los sueños.

Urge armar a los públicos de cultas historias y erguidas narraciones, como las que atizaron estos actores itinerantes. Son parte de exigidas raíces esenciales para colorear la vida en los acentos de las primeras palabras, ejercicios sublimes del tiempo narrado.

Estas piezas, cantadas en la sala principal del Multicine Infanta, advierten ese claro desafío, que aplaudo ante las concesiones culturales y educativas avistadas en otros escenarios de la ciudad, del país entero. Los pequeñajos las coreaban y exhibían los signos de sus herencias tomadas de ese citado baúl, que sus padres atesoraron.

*****

Los pollitos dicen pio, pio, pio, cuando tienen hambre, cuando tienen frío.

*****

Estaba la pájara pinta

sentada en su verde limón

con el pico recoge la rama

con la rama cortaba la flor

*****

Barquito de papel,

mi amigo fiel

llévame a navegar

por el ancho mar.

*****

Arroz con leche, me quiero casar

con una viudita de la capital

que sepa coser, que sepa bordar

que ponga la aguja en su canevá

*****

El concepto de pantallas múltiples es reciclado en la arquitectura de La peña de Federico. En el intermedio de las presentaciones escénicas, el telar de la sala cinematográfica muestra cómo se hace un dibujo animado y los pulsos interiores que habitan en el proceso colectivo de los realizadores fílmicos.

Algunos de sus mejores cultores habitan en la pantalla como dispares respuestas de un guion pensado para diversidad de púbicos. El legendario Paul Chaviano comparte los atributos de sus oficios y la complicidad de reparar un artefacto cinematográfico, el Zoótropo ¿No es esta “simple acción” un toque didáctico desde los resortes del juego? Pues sí, ha sido legitimada por el mestizar de lo lúdico con el aprendizaje, con la construcción de saberes desde la mitificación de un objeto de enriquecidas historias.

Luego, Maikel Chávez (Pipo Pipo), el muñeco Federico, Pastosa, la gata-tigresa, el burro de costuras coloridas y el payaso multicolor, vuelven a hacer de las suyas en ese escenario de limpias anchuras. No hacen falta complejos atrezos o artilugios escénicos para pulsar las respuestas de un público, buena parte de él, reciclado de anteriores presentaciones.

Es la palabra el centro de todo el juglar colectivo que apuesta por las articulaciones simbólicas posicionadas en los nichos de un espacio de intimidades multiplicadas, de confabulaciones grupales.

Un cuento-trabalenguas fue nota descollante de otro capítulo en la Peña de Federico. La polilla, presentadora de Amanecer feliz, emplazó al público con un ejercicio de inteligencia marcado por la complejidad de una narración que exige prestar atención sobre las rutas de un vocabulario inusual. La actriz Beatriz M. Banguela, también fue parte de esas apropiaciones resueltas en un espacio donde confluyen otros saberes y oficios, donde se narra con el mestizaje de otras artes.

Dispares acciones se tejen a continuación en un aparente caos. Pastosa es abrazada por todos los niños y las niñas de esta fiesta. Las respuestas corporales del personaje, ante los múltiples apretones que le colmaron, son parte de una narrativa pensada para subrayar señales de correspondencias, de interacción social. Resultan impulsos renovadores, que legitiman un acto sublime, esencial, impostergable.

Este acto de muchos asoma significados que los niños y las niñas entienden desde el primer momento, que impactan también con el poder seductor de las palabras. Se impone construir esa riqueza, esa genuina fortaleza que trasciende el dialogo.

Los actores de La peña de Federico y sus invitados no dejan de pulsar los tiempos. Las dinámicas que imponen con sus prácticas lúdicas y actorales rompen el sentido de los ritmos y las metáforas, partes de un abanico de respuestas ante la pluralidad de un público que apuesta por recibir los ardores de sus acciones resueltas en muchos planos.

La familia ocupa los pretextos de otro segmento de esta entrega, soportada por un guion donde se combinan todos los resortes posibles. El juego sigue siendo el cantor predominante de un círculo de intencionalidades. Dos familias son convocadas para ocupar los predios de la sala cinematográfica. Son parte de los roles del espectáculo.

Los niños son convidados a inflar globos desde el parabán de una competencia donde no hay vencedores ni vencidos. Las madres se ven envueltas en la “locura” de saltar suizas entretejidas por los focos del divertimento social, la risa y el goce de ser parte de algo más que lo físico. En todas las posturas posibles, los padres son “sometidos” a un duelo de pistolas de agua. Aflora el desparpajo, la confabulación. Son todos ellos actores de esta dispar puesta en escena, sin caer en seductoras trampas —no hace falta— que compulsan los reality shows.

Este acto “ingenuo” confronta algunas ideas que pueden desatornillarse en una fiesta de amigos y en familia. Se trata de romper esquemas, tabúes o anquilosados pensamientos sobre el dialogo y el divertimento en un entorno social de intimidades y respuestas.

La legitimidad del espacio familiar está presente también en ese juego de roles que une y fortalece identidades. Y, claro está, la autoridad de a quienes les toca educar se encumbra en la representación, supera los modos tradicionales de hacer otro acto de amor.

El uso de la pantalla converge, una vez más, en la ruta de esta peña; aporta contenidos edificantes, renovadores, diversos, que enriquecen el trazo cultural y educativo. No es este un espacio solo para los más pequeños, los adultos son parte de las miradas de la puesta. Sobre ellos, toca intervenir, influenciar, bocetar mensajes e ideas horondas, también puntos de vista.

La serie Cuentos para Federico se apropia de la pantalla del cine y “fuerza” a los lectores de la peña a mover sus pupilas sobre las evoluciones que convergen en los frescos de la sala. Ella cobija, adsorbe los tempos e ideas de puestas desatadas, resueltas en narraciones, soluciones actorales sembradas en los nichos volátiles de un espacio virtuoso.

El dialogo de Maikel Chávez con Federico se torna diáfano, sentido, pulsa la creatividad; son las respuestas de personajes superpuestos. En el cortometraje, la atmosfera evoluciona desde la exquisitez de un escenario animado, pensado para enunciar ideas, alegorías o palabras honestas, donde los tonos importan. Propicia así ese cruce de miradas entre un ratón de graciosas composturas y un actor, su contraparte, que siembra acentos de calado filosofal.

La animosidad de los protagonistas activa cauces de pensados intermedios. El dialogo fecundo con el público se complementa con la presencia activa de Federico (Maikel Chávez: Pipo Pipo); Pastosa; la gata-tigresa;  el payaso Rigoberto Rufín; el burro de colores cálidos. Todos apertrechados en los predios de una tarde coral, que no pasó inadvertida para nadie, incluso para los posibles aburridos que se antojan discretos.

“El pollito pintor”, primer capítulo de la serie animada Cuentos para Federico, tomó la pantalla del Multicine Infanta. Cuanta belleza, colorido y exigidos mensajes se advierten en los círculos imperceptibles de esta fábula ¿Es solo para los niños? Es también para adultos, los decisores de los muchos caminos que tomarán estas personitas que ahora alumbran la vida y para quienes sueñen siempre, más allá del asombro.

Tras cumplirse el primer aniversario de La peña de Federico no faltó el merecido homenaje al gran Juan Padrón. Su retrato gigante acaparó la pantalla; se justifica, pues somos deudores de su obra que trascenderá en el tiempo.

Coherente con su filmografía, emergió su clásico Elpidio Valdés contra la policía de Nueva York ¿Cuánto de historia legítima y profunda habita en esta entrega de Padroncito? ¿Qué esfuerzos se esconden detrás de toda una estela de imágenes y sonidos, pensados para construir un capital simbólico?

Las respuestas se han de buscar en los impactos que dejan los filmes de Juan Padrón, Premio Nacional de Cine en el 2008, en todas las generaciones que los han disfrutado. La voluntad de poner sus divertimentos, alegorías y narraciones en esta respuesta grupal, es coherente con el legado de la obra del artista.

Toda esta edición de La peña de Federico transcurrió con las virtudes encubridoras del lenguaje de señas. Es la nota que apuntala la inclusión de quienes no escuchan el delirio de un sonido enriquecedor y vibrante. La voluntad de sumar, de integrar al “otro” es parte de un signo mayor hecho realidad en este espacio. Massiel Suárez, con los poderes de sus manos, se empeñó en contar lo ocurrido en esta tarde de múltiples respuestas, siempre dispuesta a bocetar luces.

Algunos subrayados se imponen: la legitimidad de tomar una multiplicidad de recursos y hacerlos converger en un espacio signado por lo cinematográfico, aritmética que revela una vocación socializadora asentada en el uso intencionado de los resortes lúdicos distintivos de la contemporaneidad.

No es solo la pantalla de cine —que no ha perdido su frescura— la protagonista de esta fiesta. La peña de Federico transita con acertada imbricación desde la apropiación de otras artes, de otros saberes tomados para ser parte de una voluntad mayor: la necesidad de construir valores, de aunar los destinos de una sociedad donde se legitima el conocimiento, la imaginación, la capacidad de soñar y los guiños hacia tiempos pretéritos.

Todo ese enjambre habita despojado de legumbres maltrechas que nublan los caminos de la vida. La peña de Federico convida a repensar y entender los destinos de nuestro tiempo, necesitados de voluntad renovadora, frente a los cúmulos nimbos de las dificultades, las torpezas humanas y espectro limitado de horizontes que acechan siempre.

La composición gestora de este proyecto, que en cada entrega se presenta renovado, explica la pieza filosofal que le singulariza. La dirección del actor, también escritor, Maikel Chávez, entroncado con los saberes de la psicóloga Nilza González; el trabajo de sonido y producción de Armando Alba; la asistencia de Eida Nikita García y María Mercedes Reyes, son tan solo algunos de los pilares de La peña de Federico, que amerita visitar, socializar en redes, poner en el centro de todas las miradas posibles. La riqueza de saberes es otra de las claves de su anchura conceptual y artística.

Los artistas invitados que participan en cada entrega, convocada para el tercer sábado de cada mes, a la una de la tarde, siempre en la sala principal del Multicine Infanta, potencian las bases de esta puesta. Isis y Paul Chaviano, el colectivo de Animados ICAIC, el Proyecto 23, la Distribuidora Nacional de Cine y otras instituciones, son también responsables del festín devenido espacio imprescindible. La invitación está hecha.

Fotos cortesía de:  Orsanhec Plaza, María Mercedes Reyes y Yadier Venegas.

Fede TV. Programa No. 1. Los juegos tradicionales.

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Crónicas de un instante: La verdad y la trampa

Un hombre se lleva a un palestino muerto en un ataque aéreo israelí en el cruce de Erez entre Israel y el norte de la Franja de Gaza, el 7 de octubre de 2023. (AFP)

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

Esta foto se antoja cada vez “más común” en los altares de nuestras agrietadas pupilas: lo dantesco de la escena, los “elementos escenográficos” que la contornean, la gestualidad que singulariza a los personajes, los signos incólumes que la arropan. Todo este arsenal de significados converge para ser repetido, bocetado una vez más, como una imagen reciclada.

En verdad, ha sido vuelta a poner en los ardores de nuestras vidas con total desparpajo, violentando espacios domésticos cual si nada. Irrumpe toda ella, en los contornos de nuestras metáforas, en las respuestas de nuestros sueños, en las agendas de nuestras personales urgencias. Todo un inventario para truncar los cerros de amaneceres apacibles, que destronan los letargos de nuestras existencias.

La barbarie, el genocidio, la guerra fratricida, una suma de derrotas de la humanidad, asoman en los anaqueles de nuestra realidad, dibujadas por las texturas de un blanco negro lacerante, incisivo, mordaz. Estos signos campean como ciclos amotinados en imaginarios pretéritos y en “ilesos” presentes.

El cuadro se nos impone sin obstáculos a la vista, por los cercos que secundan las tecnologías, por esa praxis de lo “renovado”, lo “diferente” que se agolpa impostergable por esa pasión de hacerle culto al objeto.

Se produce la digestión del signo fotográfico, los reportajes de ocasión resuelven contar “los cursos y los pretextos de todas las partes implicadas”, los editoriales le toman el pulso a los “nuevos acontecimientos”. Articulistas de opinión se apertrechan con sus mejores sustantivos para calibrar lo sucedido.

Mientras las palabras se exacerban en los altares de la geopolítica, una galería de fotos y videos se confabula con las rutas de argumentos desembolsados, secundados por los trazos de podcast de eruditos opinadores, dispuestos a dar la última mirada a un “conflicto” interminable.

Tras sucesivas arremetidas de las fuerzas genocidas del ejército israelí, se desatan los pilares de un guion armado de antemano, dibujado al milímetro, desarrollado con las mismas pautas y, tan solo algunas variaciones.

En los próximos días la escalada del horror “decrecerá” con calculadas palabras trabajadas en los laboratorios de la semántica. Otras arrojadizas fotografías resolverán dibujar los cercos de metrallas sobre paredes masacradas. Los adjetivos de titulares insulsos le tomaran el pulso a un tiempo pactado.

La “puesta en escena” será resuelta con otros acentos, con los metrajes de sustantivos puestos en los programas informáticos —los mismos que construyeron el escenario de sus primeras percepciones— creados para sembrar la desmemoria, la ruptura de los argumentos, reforzados por los trazos de palabras repetidas. Todas ellas nos parecerán nuevas, frescas, acabadas de sacar del diccionario de las ignominias y la cómplice culpa de no “saber nada”.

Las agencias noticiosas, “empeñadas en dar el sonado titular”, con el paso de los días, tan solo unos pocos días, descafeína esta imagen de portada en modo líquido. Otras, colmaran nuestro tiempo protagonizado por tecnócratas, voceros arrojadizos, más perturbados protagonistas de cuello y corbata que “cerraran” otro ciclo de una historia que humilla el sentido de la justicia, el más elemental argumento que sostiene los pilares de los derechos humanos.

Mientras usted lee estas palabras apuradas, seguirán matando vidas, historias, tradiciones y culturas. La foto es una verdad y es también una trampa. La escenografía que acompaña a estos personajes desolados quedará como un performance. Se resolverá como un nudo de aceros y concreto desprovisto de verdad, contextos e historias.

Los algoritmos lucharan contra su voluntad de indignarse, de saberse parte de un escenario global donde el horror pone a prueba sus mejores lanzas, y su capacidad de olvidar lo que el ciberespacio decidió mostrarle ahora, que podría ser un segundo de nada para su agitada vida de modernidades plomizas.

Mañana, en los próximos días, será el titular la pasarela de algún modisto histérico y lustroso o, tal vez, las infidelidades de algún monarca que nadie eligió. Los millonarios contratos de los deportistas mejor pagados del mundo, serán encumbrados por “periodistas” dispuestos a ser parte de la tajada. A fin de cuentas la verdad, los hechos, nos lo cuentan a pedazos, en calculadas dosis. Son los poderes de la fragmentación que se nos agolpan.

Entonces usted dejará de indignarse, su verdad será otra y su tiempo lo desarticulará hacia otros estados de neutralidad complaciente, o a un estado de nostalgia que trasmuta hacia la felicidad plena de su éxito personal. Y en ese “nuevo” estadio, su mejor virtud será la capacidad de olvidar, de adulterar la historia que nos cuenta la foto.

Según una nota de Telesur, de hoy 7 de octubre de 2023, la cifra de palestinos muertos por la agresión israelí a Gaza asciende a 232 y a 1.697 los heridos.

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Guitarras en dos tempos: el poder seductor de las manos (VIDEO)

Diseño: Flor de Paz

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

En décadas pretéritas hablar de la corporalidad inherente de las prácticas musicales podía resultar una insolencia, una intromisión en los márgenes de la creación. Esta narrativa estableció cánones en la estructura y contemplación estética de la música. Los discursos imperantes en esas zonas del pensamiento cultural, marcadas por una óptica elitista, ignoraban, excluían, negaban o reprimían el valor del cuerpo del interprete en las prácticas musicales. Toda una encerrona trazada por la lógica de la razón pura.

Esta idea tiene un sin embargo. Las corporeidades de los ejecutantes musicales juegan un papel esencial en los procesos cognitivos donde las capacidades físicas e intelectuales están implicadas.

El aprendizaje de un instrumento se basa, no solo en la lectura y estudio de los elementos teóricos. También, en las formaciones personalizadas que reciben los interpretes de sus maestros y de las apropiaciones atemporales que habitan más allá de los estrictos límites de la música y otras materias anexas, todas ellas esenciales para el completar formativo de un ejecutante.

Se junta en esta aritmética las capacidades interpretativas (motrices, musicales y sociales) sostenidas por su praxis entre grupos heterogéneos, espacios de singular naturaleza o eventos donde se dilucida la maestría y el dominio del instrumento.

El conjunto de estas ideas tiene terreno fértil en todos los instrumentos musicales y sus cultores. En la guitarra se advierte con particular fuerzas y renovados énfasis, por los singulares movimientos que provoca, también por las gestuales respuestas que genera en los lectores que la reciben.

Tocar una guitarra profundiza valores como la paciencia, la persistencia, el equilibrio. Estos ingredientes se mestizan en las vidas de sus protagonistas y en su formación profesional e intelectual. También en sus comportamientos sociales.

Desde una mirada hiperbólica afirmaría que la “única” manera de conocer la música es vivirla, confundirse con ella, darle corporeidad, pero esa no es una verdad completa.

Los receptores de esta sublime expresión del arte se mueven en otros niveles de lecturas, las absorben a plenitud desde sus descansadas lunetas. Sobre tan vasto terreno, donde la sociología ha hecho sus aportes, hay mucho material para la reflexión, para el abordaje simbólico y semántico.

Pero son los músicos los que más me importan, por esta vez, en esta entrega. Sus prácticas interpretativas y las partituras que ejecutan les compulsan a desatar una gama irrepetible de cuadros escénicos, muchas veces excepcionales, dispuestos para ser narrados en la fotografía de esta, una crónica plural.

Sus posturas, gestualidades, rejuegos de brazos y manos, subrayan la intencionalidad de las ejecuciones del músico. El mejor acabado se perfila con la suma de otras piezas que nos permiten visualizar las corporeidades que le distingue. La interpretación de un solo tema no concretiza sus posibilidades como evento musical significativo. Esta idea se redondea en la medida en que se materializa una respuesta deliberada por el intérprete, que suele operar en los resortes del inconsciente.

Se produce entonces el correlato de la percepción intencional de una experiencia plena y directa. Los sentidos, la emoción y la mente participan en ese proceso. Sus cualidades como actores de un momento signado para el curso de la memoria se “torna verdad” en las muchas formas de mostrarlas. Se establece, en otro orden de ideas, en otros procesos sicosociales que cristalizan en un momento único, imposible de fotografiar en los anaqueles de nuestros diálogos interpersonales, en las grietas de nuestra memoria.

Estas líneas son, tan solo, el preámbulo de una crónica que apunta a narrar un pasaje cultural consumado por dos protagonistas, los jóvenes guitarristas cubanos Millet Padrón y Darío González.

En un tiempo inadvertido —a veces cuesta encerrarlo en números precisos— mostraron sus fortalezas la tarde del jueves 24 de agosto, quebraron el equilibrio de la acogedora Sala Argeliers León, del Centro Nacional de Música de Concierto. Una entrega que forma parte del proyecto Música de concierto, más cerca de ti.

Foto cortesía de Darío González

Un piano de cola, otro vertical y un tercero de concierto “sirvieron de escenografía” para significar un estado de gracia, para trazar escrituras simbólicas de los acentos identitarios del espacio. Son instrumentos que absorben confluencias de plurales sonoridades advertidos en los espacios de la sala. En ellos habitan piezas musicales, plurales géneros o corales voces, llenando sus anchuras que hoy resultan esenciales.

Con los acabados de una sobria pintura iluminado sin estridencias o luces de neón para noches trepidantes, se emplazan hermosos asientos tapizados con los rubores del vino tinto. Este cuadro matiza la elegancia, el gusto, el confort. No es glamour lo que habita en esta sala, es sentido de lo culto que no es elitismo baldío, impostura de lo popular.

Los espacios no han de estar ajenos a las intencionalidades de los intérpretes, a la identidad del recinto. Una sala de conciertos no es solo un lugar de presentaciones y respuestas de público. Es también una morada de expresiones culturales, valores y compromisos para el ejercicio de una filosofía de vida.

Pero apremia incorporar una idea que puede pasar inadvertida. La Sala Argeliers León la arropa una institución administrativa. Se convierte, por tanto, en un signo para la comunidad, en un pilar de refundaciones culturales. Esta praxis se traduce en poner en valor un espacio para el goce y el intelecto de los actores de una ciudad que no reconoce límites, que no percibe barreras en su formación intelectual y estética.

Las confluencias musicales de este recinto trasmutan hacia un estadio superior, el servir a los poderes de nuestra cultura en convergencia con los valores estéticos de otras geografías que nos enriquecen como ciudadanos y como nación; brindar un arte tremendo edifica y ennoblece. Nos pone en los horizontes de una sublime quietud, subvertida por la irreverencia del cuerpo.

Emergen la puesta musical, confluyen las primeras palabras de esta cita con la invitación de Millet Padrón, interprete reservada para este espacio. Con precisas y económicas adjetivaciones dibujó las conquistas de su invitado. Premio en el Concurso Nacional de Guitarra de Cuba Isaac Nicola y en el Concurso Internacional de Guitarra de Gandía, España. ¿Su nombre? Darío González.

El joven estudiante de nivel medio de guitarra tomó las riendas de la primera parte del programa. Arropado con una camisa azul de mangas largas, pantalón oscuro y pelo negro desordenado, sus parlamentos de acento pausado transpiran cierto aire de timidez. Sin apenas un preámbulo, con unas palabras a manera de prólogo anunció su “primer movimiento”, Preludio Cavatina de Alexandre Tansman.

La guitarra insinuaba apuntar hacia una dimensión no precisa del espacio de la que seguramente Darío no es consciente, esencial en la soltura de sus ejecuciones. Sus dedos sobre el puente aflojaron los acordes de un tema que exige el manejo de las dos manos, sobre todo por la velocidad que impone, articulada en movimientos largos y rápidos bajo un continuo crescendo.

La Cavatina se rige bajo los cánones de una suite moderna. El ejecutante desdobla sus posibilidades de estilo más libre y advierte los riesgos que entraña su interpretación que busca destilar ante el público los pilares de la perfección, la fuerza de sus bases rítmicas. En algunas cascadas, se inclinó sobre el cuerpo de la guitarra mientras hurgaba en los “silencios” por desamarrar.

Tejió un retrato de complicidades y respuestas, con las texturas de una madera que ya le resulta familiar, antigua, cómplice, estrictamente personal.

Foto cortesía de Darío González

En ese acto de buscar los sonidos de su guitarra, los ojos de Darío se cierran, se produce un diálogo desprovisto de adjetivaciones edulcoradas. Le exige a su instrumento las notas que Tansman ha bocetado en una partitura abrigada en los nichos de su memoria. No le asiste atril ni partitura impresa. Responde con encendida seguridad, dominio del tempo, dibuja la fuerza y el lirismo que distingue el emerger del Preludio.

Darío cesa el pulso durante un trayecto de respuestas corporales que el tiempo, reitero, no sabe dibujar. Emerge el primer brote de aplausos agradecidos, las miradas apuntan hacia las escaladas de sus manos, a las últimas fugas de un instrumento que destraba resonancias tardías.

Se enfunda las mangas de la camisa, se “arregla” su pelo irreverente, que parece un pliego observante. Asiente y agradece por la respuesta de los privilegiados de la tarde. Interviene sobre las clavijas de su “novia” acompañante, acaricia parte del diapasón en clave de gratitud por los bríos de este primer tema.

Se produce el ritual de otra entrega. La Sonata K1 de Domenico Scarlatti entró con fuerza tras un silencio bizantino. Darío destraba las cuerdas de su guitarra. Le exige los primeros acordes que impone el compositor italiano. Las repeticiones de notas a gran velocidad, a menudo distribuidas entre ambas manos, emergen como un pausado torbellino de aceleraciones superpuestas. Se produce el encanto de una pieza, por momentos trepidante, en otras serena, comedida.

El dialogo del interprete con su guitarra no es perturbado por nada. Los silencios son las voces que toman el recinto para reverenciar las respuestas de un joven músico que apuesta por darnos los reflujos de sus ensayos previos, dispuestos como arte final en este segundo momento de la tarde.

Igor Stravinski nos dejó esta controvertida sentencia: “La música debe ser trasmitida y no interpretada, ya que la interpretación revela la personalidad del interprete en lugar de la del autor, y, ¿quién puede garantizar que el ejecutante reflejará la visión del autor sin distorsionarla?

La palabra interpretación debería ser adecuada para expresar los “espíritus” de los compositores. Los ejecutantes no dejan de ser traductores de sus piezas. Los arreglos o variaciones son legítimos siempre y cuando no destilen los pilares que sostienen el tema. Se trata, por tanto, de no tergiversar sus estelas cromáticas.

Llevado al plano de los traductores, lo que narra Domenico Scarlatti en sus partituras, se correspondería con la fidelidad de sus bocetos musicales heredados en signos universales, para los muchos que asumen el oficio de leerlos y darles corporeidad.

Darío González tributa toda una gama de respuestas sobre los pliegues de su guitarra, por momentos consentida, en otra provocada por las inmersiones de sus manos. Provoca estados de quietud y ritmos intensos; son las variaciones cíclicas que nos deja un compositor barroco entregadas en los albores de una sala cubana, que replica lo mejor y lo más bello, como esta Sonata K1.

Se redobla el aplauso de los asistentes a la Argeliers León, el silencio de requeridas pausas marcan protagonismos por la insonoridad del lugar. El ejecutante recicla sus rituales de acomodos corporales y ajustes de clavijas indisciplinadas. Las mangas de su camisa no dejan de ser parte de sus idas y vueltas, y el pelo se acuerda de su existencia cuando la quietud lo aplana.

La sobriedad para la presentación del siguiente número, marcado en el programa, constituye el sello de esta cita. Sobre las palabras, la respuesta de la música con los bríos de una guitarra puesta en el centro de todas las miradas.

Francisco de Goya se ensancha en la tercera entrega de Música de concierto, más cerca de ti. Aguafuertes, aguatintas y retoques de punta seca fueron parte de los discursos exaltados en los predios de un espacio, que transpira con los poderes del arte. Las deformaciones pictóricas del maestro aragonés resueltas en su serie de grabados, se imprimen con las fortalezas de la música, con los cardos de sus metáforas contemporáneas.

La reinterpretación es un permanente traspaso entre las artes, un reciclado ejercicio de tomar una obra “lejana” para la escritura de una obra nueva. Las fisonomías de cuerpos adulterados, pintadas como cuadernos, toman forma con Capricho de Goya No.1, de Mario Castelnuovo-Tedesco.

Esta imagen muta en el joven guitarrista con resueltas respuestas. Las pasiones que inspira el tema son ejecutadas con los acertijos de notas que no parten de lo abstracto, de la irreverente improvisación. Las líneas musicales dispuestas por Castelnuovo-Tedesco, dejan un trazo preciso sobre el sentido del ritmo, las curvaturas de las notas y el empaque que se desoja como pieza inspiradora.

Capricho de Goya No.1 no es de fácil comunicación, su autor la compuso desprovista de recursos superfluos. Expresiva, poblada de una pluralidad de elementos musicales y estilos, colmada por los ritmos de las danzas populares españolas.

El temperamento, el empeño por labrar un estilo, las curvas de manos desprovistas de poses y los diálogos permanentes con la guitarra son, tan solo, algunas de las respuestas de Darío González ante un público que lo adsorbe en cercanía.

Estas sumas implican el riesgo de mostrarse en la intimidad, el saberse bajo el escrutinio o el ejercicio crítico de lectores dispares y motivados. Todas sus pulsaciones son fotografiadas en distancias donde las líneas se subvierten.

Los rituales de las pausas se tornan metamorfoseados. La fuga de unas mangas “puestas en su lugar”, el dialogo con su guitarra. Otras vueltas de clavijas para ponerle orden a las cuerdas y los monólogos con el erguido diapasón. Los descansos con el cuerpo de su guitarra. La litúrgica de palabras mudas con variaciones.

Nos anuncia el último tema que interpretará esta tarde, suscribe con su elección revelar los virtuosismos de un maestro de la guitarra, Leo Brouwer.

Emergen los primeros acordes. Transpira una gama de resortes sensoriales resuelto con arpegios que destilan aires de introspección. Los minimalismos y mestizajes de la obra subvierten los tempos de las anteriores piezas. Danza de los Altos Cerros, es la obra seleccionada por Darío para el cierre de su presentación.

Los niveles de experimentación que le dan corporeidad a este tema, las apropiaciones culturales que la sostienen, la multidimensionalidad rítmica que impone, fuerza al guitarrista a ser coherente con las bases estéticas que definen su estructura.

No es un desafío menor. El crítico inglés Colin Cooper, sobre Leo Brouwer, ha señalado: «El más grande compositor vivo de la guitarra, no es una frase fácil para cualquier contexto, pero considerando todos los hechos es imposible pensar en otro compositor con un mejor derecho a esa designación» .

La apuesta por una obra de eclecticismos sonoros, que exige buscar y responder con los trazos más rigurosos de su entrega nos vislumbran los corajes del joven intérprete, dispuesto a encarar un desafío mayor. Su relación orgánica con el instrumento, el dominio de los conceptos que sostienen el arte musical, que es también proyección escénica, redoblan la legitimidad de sus interpretaciones.

Foto cortesía de Millet Padrón

Se produce el trueque de guitarristas. Toma el “escenario” Millet Padrón quién no dejó de acompañar a su colega desde la primera fila de las lunetas, con respuestas corpóreas ante cada texto musical interpretado. Se pesenta, también, con sobrios y escasos parlamentos, quizás para darle valor al dominio del instrumento, a las curvaturas que le distinguen, al rejuego de sus pliegues amotinados.

Se apertrecha de los lirismos de su memoria, del basto ejercicio de ejecutar una pieza de cromatismos musicales, vestida con los negros de una noche de patinas tercas, sandalias de igual coloración; en pose firme, postura raigal, aspecto ensimismado en los oficios de su arte.

Los dedos de Millet sacan de su continental instrumento las danzas que pernoctan en la piel de la guitarra, en los secretos pueriles de sus trasiegos ¿No es acaso esencial saberla toda para mostrar sus mejores acentos, para empinar las metáforas que esconde? ¿No es probable que la guitarra le ponga trabas al intérprete y esta le aceche por la búsqueda de sus melódicos paréntesis?

Con Mallorca, de Isaac Albéniz, la guitarrista impacta con la fuerza de sus telúricos ejercicios. Se enfrenta al reto de curiosear, de tomarle el pulso a la obra de un compositor que se mueve en los designios de la leyenda, en la cumbre de los imprescindibles. Español y universal; un músico nómada curtido por el ejercicio de repensarlo todo, de subvertir lo antiguo para entrar en los caminos de la modernidad.

Sobre Albéniz pesan las adjetivaciones de ser un compositor luminoso y profundo. La guitarrista responde con trazos seguros, con enérgicas soluciones que se atemperan a las metamorfosis que se difuminan en las evoluciones de un tema que compuso en un viaje hacia la isla española.

La perfección es parte de lo esperado en una puesta en escena guitarrística. Lo trepidante de los ritmos, resueltos por Millet Padrón, combina con las alegorías que trasmiten evocaciones en una ligazón de respuestas armónicas.

No hay oportunidad de esquivar los soles de esta pieza, tampoco nos podemos abstraer de los aguafuertes que se mestizan. Todo evoluciona dispuesto en plurales soluciones tras un despliegue de manos, empeñadas en labrar los ritmos vivos y las melodías nostálgicas que le alumbran.

Millet Padrón establece un diálogo diferente con su guitarra. Las respuestas enérgicas, los empeños por “desarmarla”, las hiladas de las cuerdas, son los tópicos que se repiten en cada erigida pausa tras el final de una entrega. ¿Será que el rigor es su máxima en cada minuto de diálogos con los espectadores?

Tras el ritual de las pausas y la acometida de otra entrega se produce la paz, el guion de sus presentaciones cambia hacia los tempos pausados, puro monólogo de entrecortadas introspecciones. Es un punto de giro donde revela el lirismo de Preludio no.5, de Francisco Tárrega.

Los límites expresivos son explorados en esta entrega por la guitarra que desabotona las anticipaciones de un tema hermoso, vibrante, presto a construir un estado de significación donde la meditación es goce filosofal del tiempo.

Millet Padrón quebranta el ambiente agradable y cercano que  convoca y acoge, con las ornamentas de una pieza que alcanza su verdadera significación con los pastines estéticos propios de la guitarra, que confirma sus extraordinarias posibilidades musicales como instrumento de concierto.

Los recursos armónico-polifónicos que singularizan a esta “novia” de la música transmutan en el público con la belleza de sus tesituras, dinámicas, texturas y timbres. La intérprete, que se desarrolla también como profesora de guitarra en la Escuela Nacional de Arte desde 2018 y en la Universidad de las Artes desde 2022, labra los lirismos de esta hermosa obra que el tiempo pinta con sabor a poco.

Con esa misma paz que nos dejó el Preludio no. 5, de Francisco Tárrega, Millet Padrón “dialoga” con su guitarra, la interviene brotando cuerdas, “desatornillando” clavijas. Es otro momento de conversaciones con su amiga, que recibe los impactos interventores de sus manos, vertidas por intensidades de muchas respuestas que apuntan hacia el resultado perfecto.

Cuando empiezan los primeros arpegios del tema que emerge tras el ritual del punto y seguido, se entiende y justifica toda esa fuga de exigencias para con la guitarra. ¿Acaso no lo merece Gnossienne no.1, de Eric Satie? Cuanta belleza he descubierto tras escuchar los signos que alumbran esta pieza, sencillamente virtuosa, que parece fácil de ejecutar y sin embargo una “errata”, una sola, rompería todas las metáforas que colorean sus contornos de mirada antigua desprovista de esos barroquismos que subvierten la “simpleza de su arquitectura”.

La ejecutante desarrolla, con esta pieza, una comunicación gestual, esencial en el ritmo, el tempo y las dinámicas de sus interacciones. Con esta triada se materializa la relación entre la emoción, el gesto físico y el significado musical que Eric Satie impregnó en un tema antológico de su repertorio.

“No existe” para Millet Padrón el público; no resultamos para su acto inspirador unidades significantes implicadas en la confabulación de la pieza. Los procesos que se forjan son tan “cerrados” en el dialogo (tema, instrumento, ejecutante) que lo deja en una aritmética precisa: no estamos en ese triángulo de confabulaciones y respuestas.

Tan solo somos espectadores de turno que reinterpretamos las sonoridades materializadas, siempre efímeras, en correspondencia con nuestras historias de vida, los contextos familiares y sociales que nos distinguen y, también, las preguntas que nos deja el autor del tema, reverenciado por la guitarrista que seguirá pulsando las cuerdas para forjar los cimientos del rigor interpretativo.

Retornó Leo Brouwer a los predios de esta sala. Con Hika, un tema de compleja factura compuesto por el genio cubano, Millet Padrón desarrolla toda una puesta en escena hilarante, de singulares gestualidades. Dispuesta a sacar las raíces que la fecundan por la adversidad de cuerdas “indisciplinadas” que no dejan de subvertir el estado de gracia logrado en toda la tarde.

Con Hika se desnudan los acentos del flamenco horondo, las otras curvaturas de mestizajes que distingue la obra de un compositor que ha bebido los sorbos y las partes todas de muchas geografías. Pero exige la puesta precisa de los dedos, el ángulo sincrónico de las manos, también los torbellinos de brazos que han de pulsar los nudos de un in crescendo voraz por los timbres que le acechan, por las respuestas que marca.

No todo es pasión, ruptura de los sonidos calmos. Leo Brouwer nos lleva hacia otros estadios finiseculares donde la meditación musical entroniza con el dialogo interior que resulta fecundo en su obra toda. Millet Padrón entendió los términos y las texturas dejadas para la socialización de un tema desprovisto de lecturas fáciles y pueriles discursos tan arrolladores en la sociedad global, resueltas como baladas de turno.

Las respuestas corpóreas se impregnan de protagonismo escénico. Hika contiene en pequeñas dosis esa necesidad de dar respuestas corales, de mostrarse más allá de los arpegios que la distinguen. En ella habita una emocionalidad discursiva, una suma de recitaciones acústicas que la ejecutante desdobla en performance musical, acompañados de movimientos contenidos, aunque no reducibles a ellos. Estos elementos incluyen timbres, articulaciones, dinámicas y tempos; la dramaturgia de un arte mayor.

Quizás las exigencias de esta entrega tensaron las curvas de Millet Padrón tras un tiempo recorrido de plurales interpretaciones. Las cuerdas de su guitarra recibieron “halones de orejas” llevadas a un punto climático en una distancia fugaz. Las clavijas no pasaron inadvertidas en ese repaso de idas y vueltas. Son liturgias de repetidas pausas en las que se estremece el instrumento, al que se le exige todo sin derecho al cansancio.

Con Preludio no.1, de Ricardo González, maestro de Darío González, Millet Padrón tornea la tarde con estrofas de romance, de ligada escritura donde el amor es parte de ese sello entregado a los actores de la sala, a los otros que habitamos observantes, escurridizos, testigos de sonoridades y respuestas ¿Cuánto les habrá dejado a los que asistieron a esta tarde de luz y confluencias? ¿Qué milagros se produjeron en sus vidas tras el goce de una pieza audaz y profunda?

Los silencios son parte de sus advertidas respuestas musicales, pero silencios cortos, de estructuras proféticas y sonadas metáforas. La vida se enriquece con un abrazo que funda dispuesto a surcar los laberintos de obstáculos imprecisos.

Foto cortesía de Millet Padrón

Esa magia pernocta en la apuesta del autor tejido con la sensibilidad y el talento de una escritura, dispuesta a quebrar la oscuridad para poner en nuestros horizontes soles que alumbren con palabras nuevas que saben a intimidad y aforismos.

La intérprete de esta pieza releva estas ideas filosofales, degusta las cuerdas con respuestas semióticas que parten de la gestualidad de sus manos, de su relación con el cuerpo de su guitarra, erguida y cómplice de las escrituras de un preludio logrado, exquisito, sensorial.

El cierre del concierto, pensado para dejarnos en el mejor punto de ebullición posible, se revela con las curvaturas de un tema poblado de yuxtaposiciones, de entrecruzamientos musicales. Danza Rithmique, de la francesa Ida Presti, exige los más osados giros de la mano, las poses escénicas más “perfectas”, los diálogos de los dedos con las cuerdas. Todos esos despliegues, imprescindibles para lograr las discontinuas melodías que empacan una obra que articula entrecortados sonoros y asimetría musicales.

No es posible pasar inadvertido ante las interrogaciones que nos deja, ante los ataques que desata como parte de una dramaturgia coral, ecléctica, de esdrújulas proporciones textuales.

Danza Rithmique le distingue el poder de bocetar un mayor rango de colores. Esta condición per se le exigió a Millet Padrón tornear los acordes de su guitarra, los lamentos de sus respuestas. Todo eso se produce a una hora de la tarde en la que su compinche vestida de damisela, se revela irreverente, desatada, indispuesta.

Pero no hay paz para los desahogos. Se produce el trazo visceral de la guitarrista, la exigida trama de un tema que no admite medias tintas. La pasión es parte de los discursos que emergen en esta pieza que Ida Presti esculpió, ante los cerros iconoclastas de las metáforas.

Entonces toca agradecer a Darío González y Millet Padrón, por sortear, con altura intelectual y exquisito empeño, los mejores pulsos de sus guitarras, en dos tempos, con el poder seductor de sus manos.

I Stravinsky, Igor. Poética musical. (2006) Barcelona, España. Acantilado. p.151.

II Cooper, Colin. Chanson de Geste (Leo Brouwer y el nuevo romanticismo). Guitarra clásica. Londres: Ashley Mrk Publishing Company. (1985). p, 13.

Darío González interpretando Preludio de la Cavatina de Alexandre Tansman y Danza de los Altos Cerros de Leo Brouwer.

Millet Padrón interpretando Preludio no 1 de Ricardo González

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Madre, hija y muñeca

Foto de la serie: Madre, hija y muñeca. Autora: Boushra Almutawakel (Yemen)

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

Pátinas de color negro transpiran en el fondo de esta secuencia dispuesta en nueve instantáneas. Evolucionan en potentes narrativas que se articulan en una sola mirada. La quietud de los personajes  trazan esos marcos de colmadas dramaturgias, que advierten sobre la dureza de su evolución tras una primera lectura.

En la primera, una mujer de rostro hermoso y sonrisa fresca arropa a su hija sobre sus piernas. La niña exhibe su pelo desatornillados hasta los hombros desprovisto de ataduras pueriles. Muestra feliz su muñeca envuelta en tonos rosas, que contrastan con los predominantes colores marinos que viste la infanta. La madre trasmite horonda su belleza, también los tonos de sus mestizajes, que cubre con chaqueta a cuadros y un pañuelo de color beige.

En el siguiente fotograma la puesta en escena sufre cambios perceptibles. La sonrisa de la mujer está contenida y exhibe un pañuelo de coloraciones menos vivas. Su abrigo a cuadros ha sido cambiado por uno negro; la hija posa más estricta y su pelo aparece parcialmente tapado por un pañuelo de rayas. El vestido de la muñeca no ha pasado inadvertido en la dramaturgia de la foto. La ropa que lleva puesta revela texturas más modestas.

Los puntos de giro semióticos no dejan de cambiar en esta suma de fotogramas. Se avistan reunidas para narrar un sentido, para bocetar la semántica de una idea que, desde la simpleza de la composición, logra emitir un mensaje poderoso, contundente, toda una sacudida a los sentidos más aplomados.

Detrás de todas estas huellas de luz y metáforas se articula un elevado pensamiento, son resueltas toda una gama de preguntas, y también de respuestas, sumadas como baldas de discursos universalmente entendidos.

La madre en el tercer fotograma ya no luce su pañuelo de colores vivos. Ahora su pelo está cubierto por uno de color negro, de discretas estampas. Se reduce la aritmética de su rostro descubierto, la visibilidad de sus bondades femeninas.

Trasmite, en este signado fotograma, dureza, contención, inexpresividad; también aceptación de límites impuestos como líneas inalterables. La niña apenas nos deja ver su pelo, tan solo un mechón que le cubre parte de la frente; el color de su pañuelo ahora es violeta de tonos mate. En la muñeca no ha cambiado su ropa de telares baratos, su pelo rasurado está cubierto con un pequeño pañuelo detrás del que también se esconde parte de la barbilla.

Los tres fotogramas siguientes que componen esta gran historia de espacios interiores se erigen como las escrituras de las imágenes del centro, resueltas como horizontales respuestas semánticas. Transitan hacia una gradual radicalidad, hacia los cercos de nuestras miradas, buscan respuestas, afectos, sensibilidades y nuevas interrogaciones.

El discurso se torna duro, punzante, signado por la subversión de las miradas. Las pátinas de lo negro toman progresivamente buena parte de las composiciones de cada cuadro fotográfico. Las manos que parecían insignificantes en las corporeidades y sentidos de las escenas, se nos revelan vitales resortes narrativos de esta puesta. Juegan el rol de profundizar el drama de sus evoluciones, advertirnos sobre las curvas semióticas que nos dibujan, dispuestos como elementos de contraste, como advertencia de que hemos de mirar los hornos de sus cuerpos.

Madre, hija y muñeca transitan, en esta zona de la foto, hacia tres tiempos oscuros, exponen la cerrazón de sus rostros, la ruptura de sus expresiones más llanas. El Chador, la Hiyad y la Niqad adquieren corporeidad fotográfica en esta secuencia de dramática factura, escriben los signos que le acechan como demonios para agrietar sus soles.

Las sonrisas dejan de ser parte de las escrituras de la puesta, la diversidad de sus contornos son allanados por la oscuridad y el sin sentido de lo pretérito. El estado de shock es la huella de su narrativa, resuelta por los trazos duros e inamovibles de sus fisonomías.

Posan ancladas como esqueletos verticales que no admiten movimientos o réplicas sensoriales. Las sutilezas de las imágenes tranversalizan las respuestas de las protagonistas en cuadros cerrados. Enfrentan un entorno amenazante, mordaz, donde la violencia es el pasto de sus caminos.

Como un gran fotograma de crudos andamiajes avanzan las telas negras, cuadro tras cuadro, hasta el fotograma siete y ocho, donde aparecen completamente envueltas por los designios de sus vidas. Las manos cubiertas y los ojos presos en una fina malla, en sus tradicionales velos niqāb; son las curvas de sus historias de vida en estos núcleos fotográficos.

En el noveno y último fotograma, ya no están la madre, la hija y la muñeca. Quizás la muerte les truncó el camino hacia el bregar de los silencios. Los telares negros toman la escena como único personaje.

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