Textos prestados

Icíar Bollaín, atisbo de esperanza para la igualdad

Icíar Bollaín. Cineasta española

Por Andrea Romera Huerta

Icíar Bollaín con quince años era una adolescente como cualquier otra. Tenía sus sueños e inquietudes, lo común, pero nunca se había planteado la posibilidad de ser una figura de la cinematografía. Hasta que un día, a la salida del colegio, su camino se cruzó con el de Víctor Erice (El espíritu de la colmena, 1973) y su vida dio un giro de 180º: se convirtió en la protagonista de El Sur (1983).

El proyecto resultó ser un trampolín que le ayudó a trabajar como actriz en películas de Felipe Vega, Gutiérrez Aragón, Cuerda, Ken Loach, Borau… Incluso logró ser candidata al Premio Goya a mejor actriz por Leo (2000), de este último.

Ella, que se había sentido atraída por las Bellas Artes y por el Periodismo, que quería contar historias de manera creativa, una vez establecida en el sector vislumbró un “quizás” para arrojarse a ello: la dirección cinematográfica. Motivada también por Sweetie (Jane Campion, 1989), varios de dichos directores ayudaron a que su curiosidad por la dirección le fuera entreabriendo una puerta que acabó abriéndose de par en par gracias a Chus Gutiérrez, la primera mujer directora con la que trabajó (en Sublet, 1991). Le mostró que había cabida en la industria para ella, para directoras mujeres y jóvenes. Quería ser directora y ahora sabía que podía.

Y lo consiguió. En 1991 fundó Producciones La Iguana junto a García de Leániz y Gonzalo Tapia, a raíz de la cual dirigió su primer cortometraje (Baja, corazón, 1993) y su primer largometraje (Hola, ¿estás sola?, 1995). Desde entonces y hasta ahora, ha dirigido diez filmes más. Inclusive comparte el honor con Pilar Miró (El perro del hortelano, 1996) y con Isabel Coixet (La vida secreta de las palabras, 2005 y La librería, 2017) de ser una de las tres mujeres que han ganado el Premio Goya a la mejor dirección (Te doy mis ojos, 2003).

Es la muestra de esperanza y de posibilidad que las nuevas generaciones de mujeres cineastas de hoy en día necesitan en los momentos que el patriarcado les suscita que es mejor rendirse. Su trayectoria labrada y ella en sí misma son un claro ejemplo de lucha feminista.

De hecho, en 2006 se convertía en una de las fundadoras de la Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales (CIMA), vigente en la actualidad, cuyo objetivo es “fomentar una presencia igualitaria de las cineastas y profesionales de nuestro sector contribuyendo a una representación equilibrada y realista de la mujer dentro de los contenidos que ofrece nuestro medio”. Porque si existe cuestión alguna que defiende con uñas y dientes es la presencia femenina en el cine. Y como es habitual, todo empezó en el principio, en El sur.

“En muchas ocasiones no me identificaba con esas chicas”, declaró (El cine no es inocente. DUODA. Revista d’Estudis Feministes nº 24 – 2003). Y no es debido a la personalidad de Bollaín o a la experimentación de vivencias personales fuera de lo común que le impidieran empatizar con los personajes, sino a la carencia de mujeres en el cine. Exponía que existe “la necesidad de hablar, delante, detrás, encima y debajo, hablar con nuestra voz, no solo sobre mujeres, sino sobre hombres, sobre niños, sobre la historia, sobre el presente y sobre el futuro” (El cine no es inocente. DUODA. Revista d’Estudis Feministes nº 24 – 2003). Cuantas más voces cuenten su historia, mayor será la diversidad de puntos de vista que lograrán destapar lo que se estaba manteniendo oculto.

Así, el remedio que opuso a la desigualdad de género en el cine fue convertirse en creadora. Consciente del poder de influencia social del cine, de toda la oferta presente y del gran esfuerzo económico y humano que supone una película, quiso ser una de las que contribuyeran en contar algo que aportara. Si era quien guionizaba o dirigía los largometrajes podría reflejar y criticar la situación de la mujer en varios entornos y generaciones, “sencillamente porque a ellas les pasa mucho más y se ha contado mucho menos” (El cine no es inocente. DUODA. Revista d’Estudis Feministes nº 24 – 2003).

Al considerar que para que el espectador disfrute y reflexione, las historias tenían que ser humanas, el foco principal no podía recaer en otro componente que no fuera el de los personajes. De este modo, todos los protagonistas de su filmografía son femeninos excepto los de También la lluvia (2010).

Debutó como directora de largometrajes con Hola, ¿estás sola? (1995), cuyo guion co-escribió con Julio Medem. Niña (Silke) y Trini (Candela Peña) son dos amigas veinteañeras que no están felices con sus vidas y deciden emprender un road-trip —cual Thelma y Louise (Ridley Scott, 1991)— para encontrar el lugar idóneo donde puedan ser libres y ricas. En esta primera oportunidad, rompió con un patrón habitual que condicionaba el resto de la historia: las mujeres eran el motor de la acción, “no eran la novia ni la amante ni la amiga del protagonista” (El cine no es inocente. DUODA. Revista d’Estudis Feministes nº 24 – 2003). Fue galardonada en la 40ª Semana Internacional de Cine de Valladolid con el Premio al Mejor Nuevo Director, el Premio del Público y la Mención Especial.

Al cabo de cuatro años dirigió Flores de otro mundo (1999), co-guionizada con Julio Llamazares: una historia de tres mujeres —Patricia (Lissete Mejía), Marirrosi (Elena Irureta) y Milady (Marilyn Torres)— en busca de la pieza que les falta en sus vidas (la estabilidad económica, el amor y una nueva vida, respectivamente). “Las mujeres de Flores de otro mundo hilan sus vidas unas con otras y con sus parejas y vamos de su mano, por derecho, por justicia, porque ya está bien”, justifica la directora (El cine no es inocente. DUODA. Revista d’Estudis Feministes nº 24 – 2003). Estuvo nominada a dos Premios Goya, Mejor actor revelación y Mejor guion original, y ganó el premio a la Mejor película de la Semana Crítica en el Festival de Cannes.

El refrán de “a la tercera va la vencida” acertó plenamente en la obra de la directora madrileña. En 2003 agitó el panorama cinematográfico español con Te doy mis ojos, película co-guionizada con Alicia Luna. Pilar (Laia Marull) se escapa de casa al intentar poner fin a la violencia de género que recibe de su marido Antonio (Luis Tosar). La visión que ofrece Bollaín sobre este asunto es duramente completa. Sin ataduras. Y expone, a partir de obras de arte, que el problema no es individual, sino que se atribuye a la cultura y a la sociedad.

Quiso que las mujeres se vieran reflejadas en Pilar y abandonaran la relación tóxica en la que se encontraban; que los hombres hicieran lo mismo con Antonio y les incentivase a cambiar su comportamiento. Y tuvo el impacto que deseaba —aunque nunca será suficiente— hasta que las cifras de fallecimientos por violencia de género desaparezcan. Cuenta que en el metro un chico le dio una nota bastante “larga, pero muy impresionante” sobre que “llevaron a su madre a ver Te doy mis ojos y les cambió a todos la vida. Sufrían una situación de maltrato”. Es maravilloso.

Estuvo nominada en tres categorías de las Medallas del Círculo de Escritores Cinematográficos y ganó otras seis (entre ellas Mejor película y Mejor director). Aparte, ganó la Concha de plata a la mejor actriz y al mejor actor. Por si fuera poco, consiguió dos nominaciones a los Premios Goya y siete galardones, entre ellos, Mejor película, Mejor director, Mejor interpretación femenina protagonista y Mejor interpretación femenina de reparto.

Cuatro años después del exitazo de su última película estrena Mataharis (2007), relato que escribió junto a Tatiana Rodríguez. Es una historia de tres mujeres que trabajan como detectives privadas y tienen que resolver no solamente los casos profesionales sino también los personales: Inés (María Vázquez) vive por su trabajo y está soltera, el matrimonio de Carmen (Nuria González) está fracasando y Eva (Najwa Nimri) es una estresada madre de dos hijos. No se pretende que sea una película de acción o aventuras, sino que se mantiene el cine de personajes; el oficio de estas mujeres es una excusa para tratar conflictos personales. Obtuvo cinco nominaciones a los Premios Goya: Mejor dirección, Mejor guion original, Mejor actor protagonista y dos por Mejor actriz de reparto.

Katmandú, un espejo en el cielo (2011) es la siguiente en la lista. Siendo Bollaín la única responsable del guion —aunque con la colaboración de Paul Laverty—, decidió combinar los géneros documental y ficción para crear esta historia inspirada en un personaje real, Victòria Subirana. Laia (Verónica Echegui) es una maestra catalana que decide irse de voluntariado a Katmandú para enseñar en una escuela y al llegar detecta la abundancia de necesidades educativas y de corrupción que las autoridades están permitiendo e ignorando. Es una defensa a la labor de las ONG y de aquellos que se ofrecen a ayudar en una cultura diferente; una denuncia a la discriminación de castas y a que las niñas no tengan derecho a la educación. Ganó el Premio Gaudí a Mejor actriz aparte de estar nominada en cuatro categorías más y a dos Premios Goya.

En 2016 presentó la película El olivo, guionizada —ahora sí— por Paul Laverty, su segundo road-trip de un personaje femenino y veinteañero. Alma (Anna Castillo) recorre Europa para encontrar el olivo que su abuelo vendió en contra de su voluntad porque es lo único que puede devolverle el ánimo. Puede parecer que la película se aleja de ser una crítica, pero no es cierto. Primero, que Alma sea la que tome las riendas del conflicto es un claro desvío del androcentrismo y del sexismo. Y segundo, si miramos más allá descubriremos que el daño inflingido en la naturaleza se puede comparar con el que recibe el colectivo de mujeres y el de la tercera edad. De hecho, la película finaliza así: “¿os imagináis cómo será la vida dentro de mil años? A ver si esta vez lo hacemos un poquito mejor”. Lo que está pidiendo a gritos es que seamos personas, que tengamos humanidad. El olivo estuvo nominado a dos Premios Forqué y a cuatro Premios Goya, donde aparte ganó el galardón de Mejor actriz revelación.

Finalmente, este 2020 estrenó La boda de Rosa, un film co-guionizado y co-dirigido junto, otra vez, a Alicia Luna. Rosa (Candela Peña), a sus casi 45 años, se cansa de estar siempre al servicio de los demás y decide casarse consigo misma. El tono alegre y cómico por el que optan enmascara una realidad francamente oscura para la mujer. Bollaín, fascinada al enterarse de que las mujeres en Asia contraen matrimonio consigo mismas por la presión social de casarse, empezó a investigar sobre el tema y descubrió que en Occidente también ocurre pero por compromiso consigo misma. Así que ha podido dar voz a aquellas mujeres que no se les permite disfrutar del derecho del autocuidado y del respeto propio, cohibiéndoles así de la felicidad.

Tuvo mucho éxito entre el público y la crítica. En el Festival de Málaga fue galardonada con el Premio del Jurado y la Biznaga de Plata a la Mejor Actriz de Reparto; le nominaron en diez categorías de los Premios del Audiovisual Valenciano y ganó otras dos, Mejor Dirección y Mejor Dirección de Producción; también obtuvo tres nominaciones en los Premios Forqué (entre ellas, Interpretación femenina); en los Premios Feroz, ocho nominaciones y un galardón, Mejor película de comedia; y en los Premios Goya, seis nominaciones y dos estatuillas, Mejor interpretación femenina de reparto y Mejor canción original.

¿Habrá que aguardar a 2024 para su nueva película? Por regla de tres, eso parece… Pero se le está permitido tan largo tiempo de espera si obtiene resultados como los que ha logrado hasta la fecha. Porque no cabe duda de que se pueda categorizar la obra de Icíar Bollaín como feminista. Y como necesaria, tanto para la historia del cine como para la de la mujer; la pasada y la que está por llegar.

Tomado de: El Espectador imaginario

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Cuba en 1902 fue neocolonia disfrazada de república

Por Karina Marrón González

El izamiento de la enseña nacional de Cuba en el viejo Palacio de los Capitanes Generales de La Habana, hace hoy 119 años, marcó el nacimiento de una colonia disfrazada bajo el nombre de república.

El 20 de mayo de 1902 la nación caribeña ponía fin a la ocupación militar de Estados Unidos, estrenaba gobierno y Constitución, pero la historia demostró que nada de eso significaba la independencia por la que su pueblo había luchado durante más de 30 años.

Aquel martes, muchos cubanos festejaron la nueva república y ponían sus esperanzas en ese nombre; otros, como el patriota Juan Gualberto Gómez, eran conscientes de las ataduras que Washington había impuesto a la isla y alertaban sobre ello.

‘Más que nunca hay que persistir en la reclamación de nuestra soberanía mutilada; y para alcanzarla, es fuerza adoptar de nuevo en las evoluciones de nuestra vida pública las ideas directoras y los métodos que preconizara Martí (José Martí)’, escribió ese propio día en la revista El Fígaro.

¿Por qué este hombre vinculado a la gesta libertadora de 1895 hablaba de esa forma? La respuesta contempla más de un hecho y se remonta a la intervención de Estados Unidos en la lucha por la independencia de España en 1898, con el pretexto de la explosión del acorazado Maine en la bahía habanera.

La metrópoli española no podía sostener la guerra ni desde el punto de vista militar ni del económico, lo cual aprovechó el gobierno norteamericano para escamotearle el triunfo al Ejército Libertador cubano, al cual fingió ayudar y luego no le permitió entrar en las ciudades liberadas, como Santiago de Cuba.

El golpe final lo dio el 10 de diciembre del propio 1898, cuando tuvieron lugar las negociaciones del Tratado de París, que ponía fin oficialmente al colonialismo español en la isla caribeña, pero de las cuales fueron excluidos los cubanos.

La nación antillana quedó bajo la ocupación militar estadounidense y fueron ellos quienes prepararon todo el proceso de instauración de la república, para que respondiera a sus intereses.

Así lo hicieron con las elecciones de 1900 y 1901, durante las cuales las órdenes militares dejaron fuera de la votación a buena parte de la población, además de permitir la aplicación de medidas coercitivas y fraudes para garantizar que fueran electas aquellas personas que representaban los intereses de Washington.

Los comicios presidenciales de 1901 fueron el más vivo ejemplo, cuando los generales Máximo Gómez, quien condujo las fuerzas independentistas cubanas; y Bartolomé Masó, igualmente vinculado a la contienda, retiraron sus candidaturas debido a las distorsiones del proceso, y resultó electo Tomás Estrada Palma como presidente.

Apenas el 7 por ciento de los cubanos acudieron a las urnas entonces, un escenario dibujado por los interventores para convertir en presidente al hombre que disolvió el Partido Revolucionario Cubano, creado por José Martí para luchar por la independencia.

Al tiempo que aseguraban las personas de su confianza, un apéndice constitucional reafirmaría el dominio absoluto de Estados Unidos sobre Cuba: la Enmienda Platt, impuesta a la carta magna de la isla caribeña bajo la amenaza de que era la única vía para el cese de la ocupación militar.

Sus artículos establecían el derecho de la nación norteña a intervenir militarmente en el país cuando lo considerara pertinente; además de obligar al arrendamiento de terrenos para estaciones navales norteamericanas y carboneras, que dio lugar a la base naval en Guantánamo que permanece hoy contra la voluntad del pueblo cubano.

Asimismo, Cuba no podía establecer tratados o convenios con otro gobierno que el estadounidense, y tampoco adquirir deudas públicas.

La verdadera realidad de la naciente república la expresó el saliente gobernador militar norteamericano, Leonard Wood: ‘A Cuba se le ha dejado poca o ninguna independencia con la Enmienda Platt y lo único indicado ahora es la anexión (…). Es bien evidente que está absolutamente en nuestras manos (…)’.

El 20 de mayo marca una fecha que, como dijera el pasado año el canciller cubano, es festiva solo para quienes guardan pretensiones de dominación imperialista sobre la nación caribeña: ‘Revísese la historia.

Tomado de: Cuba Sí

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El aire renovador de la Reforma Universitaria

Julio Antonio Mella. Líder estudiantil universitario

Por Graziella Pogolotti

En el intento por historiar la década fundadora de los 60 del pasado siglo, muchos se detienen en las polémicas culturales que animaron la etapa y que condujeron a la formulación de las bases conceptuales para el establecimiento de una política en ese terreno.

Al hacerlo, descuidan el paso decisivo de una revolución educacional que tuvo en la Campaña de Alfabetización su componente de más amplia repercusión, pero que se tradujo también en la concreción de una Reforma Universitaria, sueño largamente acariciado, de claro acento latinoamericano, desde que el movimiento transformador se propagara a partir de su estallido en la ciudad de Córdoba y llegara a la Isla a través de la acción de Julio Antonio Mella.

Centrado en la enseñanza, el propósito tenía alcance social, por lo que se tradujo en la creación de universidades populares, pronto disueltas —dado su carácter subversivo— por las dictaduras dominantes en la América Latina de entonces.

En la Cuba revolucionaria, para marchar hacia adelante, se hacía imprescindible romper las estructuras anquilosadas, concebidas para transmitir de manera mecánica lo ya sabido. Este proceso iba acompañado, en el mejor de los casos, de un conjunto de habilidades prácticas.

La Reforma implantaba una dinámica de otra naturaleza. Abandonaba el verticalismo tradicional y convertía al departamento docente en la célula básica destinada al diseño de planes y programas, conductora de procesos de permanente superación y eje articulador del vínculo entre enseñanza e investigación, atendiendo un proceso de mutua retroalimentación.

En el recién estrenado edificio Juan Miguel Dihigo, la también recién nacida escuela de Letras y Arte contaba con profesores de reconocido prestigio, algunos respaldados por una larga carrera en la docencia y otros todavía muy jóvenes, portadores de una perspectiva renovada.

Muchos tenían una presencia destacada en los ámbitos de la educación y la cultura, por lo cual los debates de la época involucraban a maestros y estudiantes. Para los especialistas en lenguas extranjeras, nuestro entorno caribeño, todavía inexplorado, ofrecía amplias posibilidades de aprendizaje e investigación. Se descubrían voces literarias con acento propio, a la vez que se revelaba el complejo entramado del dominio neocolonial.

Las antiguas sedes metropolitanas conservaban el monopolio de la educación superior y las editoriales. La comunicación entre las islas transitaba por un intrincado camino triangular. Nacidos en Guadalupe o Martinica, los escritores viajaban a Francia para terminar su preparación intelectual, obligados también a encontrar allí el necesario auspicio editorial.

En los años de entreguerras, etapa de irrupción de las vanguardias artísticas, Europa se había convertido en lugar de encuentro para los artistas latinoamericanos y caribeños. Allí se cruzaron Carpentier y Guillén con Jacques Roumain y Aimé Césaire. Con ese intercambio maduraba el análisis de la naturaleza  profunda de nuestras realidades y de los rasgos identitarios compartidos, a pesar de nuestras diferencias de lengua y origen.

El ámbito de la academia había dejado de ser un coto cerrado. Sin abandonar el estudio de los arcontes de Grecia, apremiaba indagar, más allá de la información acopiada en los libros, en la dimensión verdadera de lo que somos. Para hacerlo, había que tomar la medida, en la práctica concreta, del legado del subdesarrollo.

Con la implementación de trabajos de extensión cultural, Fidel impulsó esta vertiente de la investigación. Estudiantes y profesores marcharon a zonas recónditas del país. Era un viaje hacia lo desconocido. Todos carecíamos de las herramientas idóneas para afrontar el desafío. Hubo que apelar al instrumental aderezado por la sociología, emplear la observación participante y rescatar historias de vida mediante la aplicación de entrevistas. Detectamos problemas, pero la experiencia sirvió, ante todo, como vía de enriquecimiento propio.

La investigación se constituyó en fuente renovadora de conocimientos. Asumir el desafío con plena responsabilidad se tradujo en crecimiento intelectual humano de estudiantes y profesores.

Tomado de: Juventud Rebelde

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Alfredo Guevara

Alfredo Guevara. Presidente fundador del ICAIC (La Habana, 1928-2013)

Por Ignacio Ramonet

Llevaba años leyéndole en la revista «Cine Cubano». Sus editoriales, sus textos teóricos, eran lo mejor que se escribía sobre cine en toda América Latina. Yo era entonces un cinéfilo de los de antes, rata de cinemateca, empollón de filmografías, gerifalte de cine club y fantasma de salas oscuras. Alfredo ya era un mito. Un príncipe del Renacimiento. De la nada o casi, ensamblando ingenios de muy diversas disciplinas y revelando talentos desatendidos, había hecho renacer toda la arquitectura de una flamante cinematografía insolente, creativa y singular. En sus primeros años, en sus primeras obras, el cine cubano poseía la impertinente frescura de la propia revolución. No me refiero sólo a las obras de ficción, muy escasas entonces. Sino a lo que abundaba, los documentales, los reportajes, los noticieros. Ellos constituían el mejor espejo, el mejor reflejo de la principal creación cultural producida por la revolución, o sea: los discursos de Fidel.

Nadie sabía eso mejor que Alfredo. Si el cine pertenecía a la cultura de masas, y si, en ese sentido, era una herramienta susceptible de influenciar y de transformar las mentalidades, los cineastas debían inspirarse de aquello que, en la Nueva Cuba, estaba transfigurando el país, o sea, repito, los discursos de Fidel.

Fidelista de la primera hora, de antes mismo de que el propio Fidel tuviera conciencia de su singularidad política, Alfredo admiró siempre en él su total desparpajo para cambiar las cosas. Su ética. Su elegancia. Su cultura. Su genialidad creativa en la manera de hacer política. Su increíble rapidez en entender un problema, hallar una solución, aplicarla y sacar la teoría del asunto. Todo ello a la velocidad de un latigazo.

De eso hablamos cuando me lo encontré por primera vez en París en el otoño de 1972. En casa de una amiga común, Anne, escritora y reciente viuda del actor más popular de Francia, Gérard Philipe. Por casualidades de la vida, teníamos otras amistades compartidas. Especialmente tres: Alejo Carpentier y su centelleante esposa Lilia. Y Saúl Yelín, director de relaciones internacionales del ICAIC, que yo había conocido muy bien en Rabat, en la residencia del primer embajador de Cuba en Marruecos, el inolvidable Enrique Rodríguez-Loeches.

Ahí empezó una amistad fraterna e intelectual que iba a durar más de cincuenta años… Le debo enormemente. Alfredo tenía idéntica edad que Fidel y veinte años más que yo. No pertenecíamos a la misma generación. Pero nos unían dos temas polémicos, centrales en nuestras vidas: el cine y la revolución cubana.

La victoria revolucionaria de 1959 significó, a escala internacional, una conmoción política de la que no se tiene idea hoy. En el seno de la hornada de jovencísimos líderes que llegaban entonces al poder, Alfredo, marxista del 26 de Julio, poseía la particularidad de ser quizás el único intelectual, a ese nivel, venido del mundo del arte. A veces se olvida que estuvo entre el reducidísimo grupo de dirigentes que, cinco meses después de la victoria, en torno a Fidel y al Che, redactó la ley de la Reforma Agraria. Unos meses más tarde, a la cabeza del recién creado ICAIC, lideró la complejísima batalla por la conquista de la hegemonía cultural dentro de la revolución. Contra, por un lado, el viejo partido comunista y, por el otro, los novísimos de Lunes. En sus determinantes Palabras a los intelectuales, Fidel zanja el debate y le entrega de hecho el bastón de mando al ICAIC, o sea, a Alfredo cuyo magisterio a partir de entonces será lo más cercano al de un ministerio de Cultura (que se creará casi veinte años después…)

En nuestras conversaciones, recordaba a menudo estos dos eventos fundadores: las reuniones en la casita del Che en Tarará para redactar la ley agraria, con las irrupciones nocturnas de Fidel; y el frente cultural con la derrota de jdanovistas y esteticistas.

Era muy radical. Incluso intransigente. Patriota cubano absoluto. Fidelista (y raúlista) integral. Muy crítico con todo. Insatisfecho permanente de cómo iban las cosas en Cuba… Pero no aceptaba de ningún modo que se abundara en ese sentido. Ni sus mejores amigos. Como si el único que pudiese enjuiciar el tema fuese él. Por estar -por definición- totalmente libre de toda sospecha.

Varias veces lo vi dudar. Me contó su íntima incomodidad cuando los tanques del Pacto de Varsovia entraron en Praga en agosto de 1968, y cuando Fidel lo aprobó… Y sus recelos cuando, poco después, la Unión Soviética recabó una influencia en Cuba que nunca antes había tenido… Jamás le conocí una real simpatía por los soviéticos. Era excesivamente esteta. Los hallaba patanes, burdos, vulgares, toscos, pesados… Le horrorizaba la idea de que esa inelegancia y ausencia de finura contagiaran a Cuba, la enlodaran. Soñaba con un socialismo culto, refinado. La cultura era su unidad de medida. Quien careciera de ella quedaba excluido del círculo de sus relaciones.

Cuando se instaló en París, en 1983, como embajador cerca de la Unesco, nos vimos mucho más a menudo. La atmósfera, me contó, se había vuelto muy complicada para él en La Habana. Sus enemigos lo cercaban. Para preservarlo, Fidel lo había exfiltrado a la capital francesa. Y estaba feliz. Era muy amigo de Danielle Mitterrand, y el esposo de ésta, François, era presidente socialista de Francia desde hacía dos años; gobernaba en alianza con los comunistas.

Cuando Alfredo llegó, el debate sobre qué tipo de socialismo, desgarraba a la izquierda francesa. La política de nacionalizaciones masivas impulsada por Mitterrand no estaba dando resultado, y la popularidad de su gobierno se había hundido. El presidente cambió totalmente de rumbo en 1983, rompió con los comunistas y adoptó, como Felipe González en España, una vía neoliberal. Los debates estaban al rojo vivo. Con Alfredo y otros intelectuales franceses debatíamos hasta altas horas de la madrugada en su gran apartamento de la Avenue Bosquet.

Yo era redactor jefe de Le Monde diplomatique. Alfredo venía a mi oficina a conversar con otro de sus grandes amigos, mi compañero de redacción y cómplice de mil batallas, Bernard Cassen. En aquel momento, yo estaba regresando de Polonia. Allí había ocurrido algo inaudito, estando yo presente, en agosto de 1980. Por primera vez una huelga general de obreros dirigida por el sindicato Solidarnosc había puesto contra las cuerdas a un gobierno comunista (en principio constituido por ‘representantes de la clase obrera’) que se había visto obligado a reconocer la existencia de sindicatos independientes…

Era un choque tremendo. Yo había sido uno de los primeros periodistas que había entrevistado al líder de aquel movimiento, Lech Walesa, en Gdansk. Un año después, en diciembre de 1981, el general Wojciech Jaruzelski, establecía el estado de sitio…  ¿En qué se había convertido el socialismo en Polonia? ¿Qué podía ser un socialismo piloteado por los militares contra los obreros?

En China, desde agosto de 1980, habían despegado las reformas económicas impulsadas por Deng Tsiao Ping, desde la cúspide del partido comunista, en favor del crecimiento económico, que dinamitaban el dogma burocrático de la «planificación centralizada»…

Eran controversias teóricas que debatíamos con Alfredo en París a la luz de lo que estaba ocurriendo en Francia y en España con los propios gobiernos socialistas de François Mitterrand y Felipe González. Y me imagino que él debía estar pensando en cómo se repercutirían estos debates en el muy diferente contexto de Cuba y América Latina…

En esto, para complicarlo todo un poco más, llegó Gorbatchev con sus teorías de la «glasnost» y de la «perestoika». Y unos años más tarde cayó el muro de Berlín y a continuación, lo que parecía inimaginable se producía, la propia Unión Soviética implosionaba…

Estos diez años que Alfredo pasó en París, de 1983 a 1992, fueron sin duda, en el plano intelectual, los más determinantes de su vida, después del decenio estructurante y fundador de 1955-1965. En ese período, inspirado por estos debates sobre «socialismo y libertad» que acabo de citar, escribió sus dos grandes libros Revolución es lucidez y Tiempo de fundación.

Cuando, en 1993, terminó su misión en la Unesco y se disponía a regresar a La Habana vino a verme a mi oficina del periódico con un enorme paquete envuelto en papel kraft y atado con varias cuerdas: «Quiero que me guardes esto. -me dijo- No lo abras. Nadie sabe que lo tienes. Y no se lo entregues a nadie hasta que yo te lo indique.» Lo metí en un cajón de mi escritorio. Y ahí estuvo cinco años. Hasta que él mismo vino a recuperarlo. Nunca lo abrí, jamás lo consulté. Eran los manuscritos y los documentos precisamente de esos dos libros, sus obras más personales.

¿Por qué me los confió? ¿Por qué no se los llevó con él de regreso a una Habana que entraba en ‘período especial’? Nunca me lo confesó. Le temía a los burócratas, a los dogmáticos, a los estalinistas camuflados. Creía en lo imposible, «en un socialismo de carácter renacentista en el que la creatividad de las personas se libere. E inunde el mundo de belleza».

Tomado de: UNEAC

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El amor como energía revolucionaria en José Martí

Por Fina García Marruz

Nota al lector

Este libro tiene una fecha [1992]. La tienen también los errores, ya superados, que lo suscitaron y que creímos oportuno señalar a tiempo, antes de que cobraran una fuerza mayor. En todo proceso profundo de cambio, ya revolucionario, ya de índole religiosa, siguen latiendo fuerzas regresivas que dificultan su realización. «La obra de amor —decía Martí— ha hallado siempre muchos enemigos». De ahí la necesidad de una vigilancia interna que no puede cejar «ni un tantico así», como decía el Che de la vigilancia frente al odio del Imperio, ya que, como reza el refrán popular, «por un hilo se va la media».

No hubiera dedicado tantas páginas a un episodio más bien efímero en la estimativa crítica martiana asumido por autores que, por otra parte, no dejaron de hacer otros aportes valiosos a ella, si no me hubieran ayudado a mí misma a valorar otros aspectos de su pensamiento que creo menos tratados.

Es por eso que, pasadas las causas eventuales que suscitaron este libro —publicado sólo en una revista estudiantil, Albur, de escasísima difusión— he accedido a que sea de nuevo recogido, respetando su nota inicial y pidiendo excusas si me hallo aún con falta del tiempo que requerirían su «revisión y ajuste».

Gracias al querido Centro de Estudios Martianos, que lo ha hecho posible. 2003

La única verdad de esta vida, y la única fuerza es el amor. En él está la salvación, y en él está el mando. El patriotismo no es más que amor. José Martí

Estamos ante un tema polémico. A raíz del triunfo de la revolución se produjo un natural enjuiciamiento de todo el pasado histórico cubano del que no podía estar ausente la valoración anterior que se había hecho de la figura de Martí. Algunos apresurados se adelantaron a proclamar que nada de valor se había hecho antes; otros, salvando unos cuantos nombres de rigor, hicieron una curiosa nómina de tesis «antimartianas» que dejaban puesto en el banquillo de los acusados, junto a algunos títulos sin duda objetables, no sólo a obras de autores nacionales, sino nombres de tan reconocido prestigio internacional como los de Juan Ramón Jiménez, Miguel de Unamuno o Gabriela Mistral. Se pretendía que se había hecho una deformación sistemática e intencionada del pensamiento de Martí, encaminada a soslayar al revolucionario en aras del escritor o el apóstol; al realista político en aras del pensador espiritualista. La palabra «amor» se volvió poco menos que sospechosa.

Se pretendía que había una contradicción insalvable entre su apostolado amoroso y el carácter, necesariamente combativo, que habría de tener «la guerra necesaria».

Sí —sin duda alguna— se precisaba una profundización de su pensamiento, de vetas aún hoy no agotadas, se precisaba aún más, llegar a la raíz de esa aparente contradicción de términos de su «guerra sin odio», para no desvirtuar un punto que el propio Martí, desde el principio hasta el final de su prédica, consideró tan importante que lo llamó, textualmente, «de esencia».[1]

En cuanto a la evidente manipulación que hicieron algunos de su pensamiento convendría también hacer algunas precisiones. Si es cierto que no faltaron «deformadores», si algunos «alabarderos» de la tiranía (como diría Roa) se atrevieron a acompañar el saqueo de las arcas públicas con citas de Martí y alardes externos de devoción, si los pálidos niños de las escasas escuelas públicas desfilaban los 28 de enero frente a la estatua de mármol a depositar sus flores inermes en medio de un país devastado por la inescrupulosa codicia de los políticos y la fría tutela yanqui, no fue menos cierto que no faltaron ejemplares estudios y biografías en que se recordaba ya al forjador de nuestra independencia, ya al luchador antimperialista, ya al prodigioso escritor y poeta, el educador, el maestro americano. Ahí estaban los trabajos de Isidro Méndez, de Emilio Roig de Leuchsenring, de Jorge Mañach, de Juan Marinello, de Medardo Vitier, entre otros. Ahí estaba el tan breve como certero folleto de Mella para señalar una deformación procedente del campo político, más importante que las derivadas del carácter monográfico de este variado esfuerzo intelectual, enjuiciamiento que por radical distaba mucho de confundir o englobar los casos en un indiscriminado ataque a posteriori de carácter unilateral. Si bien nunca suficientemente, se había estudiado antes a Martí, y más bien estuvieron en minoría «los manipuladores». Aún en el caso de políticos desacreditados como Orestes Ferrara, o escritores españolizantes, como Francisco Ichaso, que trataron algún aspecto de su pensamiento en esta forma monográfica — el orador o el crítico teatral— , materias en que no dejaban de tener alguna autoridad, no creo que bastasen a «confundir» la opinión del pueblo, en parte analfabeto, tanto por su más bien escasa difusión como por lo especializado del tema mismo. En cuanto a los posibles lectores, ahí estaban las Obras Completas publicadas por Gonzalo de Quesada, si bien en limitada edición, para el acceso directo al pensamiento martiano sin necesidad de aquellos intercesores. ¿A qué entonces el énfasis en librar tan tardía campaña intelectual en un país que ya había sido liberado «en lo esencial político» que dijera Lezama, y la prisa en confundir lo «revolucionario» con una prédica en favor del «odio», que parecía pasar por alto la verdadera montaña de citas que podría levantarse de sus primeros hasta sus últimos testimonios, que probaban su «inutilidad» —es la palabra que usa— profunda y su capacidad de destruir la obra revolucionaria misma?

Martí, que no se cansó de exaltar, tanto en nuestros héroes como en los humildes caracteres «fundadores» de Patria, la singular alianza del sentido de moderación y la capacidad de sacrificio, no hubiera sido el extrañado de ver la frecuencia con que son más proclives a la agresividad crítica, a la supuesta «línea dura» y exagerado «celo» en las exclusiones, aquellos que tuvieron más escasa participación real en las luchas revolucionarias o en las tareas creadoras del país. Parece haber en esto la necesidad de una compensación.

Dos libros —o para ser más exactos, dos «títulos» de libros —fueron blanco principal— si bien no único— de aquella indiscriminada acusación de que exaltar al apóstol era negar al combatiente, hablar de lo que él mismo llamó «deber santo»[2] del patriotismo, olvidar al antimperialista, y señalar al escritor, preferirlo al revolucionario, y fueron Martí, el Apóstol, de Jorge Mañach, que por haberse ido de Cuba amparaba la suposición, y Martí, el santo de América, de Luis Rodríguez Embil, que por estar ya muerto, no podía refutarla. El libro de Mañach era una biografía muy bien escrita —la mejor en cuanto a estilo—, algo «novelizada», según gusto de la época, aunque con deficiencias —por el propio autor reconocidas— debidas a la prisa comercial con que el editor le hizo atropellar los últimos años, hecho tanto más grave cuanto era ésta la etapa más importante de su vida revolucionaria. En cuanto a Rodríguez Embil, bondadoso e ingenuo teósofo, hay que confesar que casi todo el mundo (al decir de Lezama de cierto escritor algo aburrido) prefirió «alabarlo que leerlo», de modo que sus méritos o errores pasaron sin pena ni gloria. No creo siquiera que sus atacantes lo hubieran leído —prefiriendo, en este caso, «atacarlo que leerlo»—, ya que, a los fines propuestos, bastaba con el título llamativo y la fecha de la publicación. La confrontación se reducía todavía más en el caso de sus lectores, pues se trataba de una vieja y semi-agotada edición fuera del mercado.

La prisa, esta vez periodística, el atractivo que siempre tiene un ataque sobre un concienzudo estudio, abrieron el fuego. La propagación que hicieron de estas ideas los que creían que la campaña desatada sobre una larga lista de tesis «antimartianas» era poco menos que «línea oficial» y no iniciativa propia de los articulistas, el deseo de otros de mostrarse aguerridos sin peligros y revolucionarios a poco costo, pero sobre todo, la profunda ignorancia de la obra martiana, hicieron el resto.

En artículos aislados, en ponencias inconsultas, empezó a propagarse la tesis de que llamar a Martí «apóstol» era iniciativa del mencionado biógrafo, y no expresión consagrada por el pueblo de Cuba que hizo primero la guerra, e hizo después la revolución, era utilizar un término de exclusivo uso «religioso», como si no se pudiera ser apóstol, esto es, propagandista del ateísmo, por ejemplo —el propio autor del libro carecía de fe religiosa— , o apóstol —como por cierto lo llama Roig en su libro sobre el tema del antimperialismo— como si el nombre, repetido con fervor por varias generaciones de maestros y de escolares cubanos, no hubiese procedido de la emigración obrera de la Florida, y como si el propio Martí no hubiese dicho de sí mismo, con evidente respeto hacia ese término: «No vivimos en paseos y en orgías, sino regando la sangre por la tierra, y con la transparencia y la humildad de los apóstoles».[3]

Lo que el pueblo captó, con su afinada intuición, fue que si en Martí había estatura de héroe mayor —condición que compartía con otros altos jefes como Gómez, Maceo, o Céspedes— había en él otra dimensión que le era propia, todo un apostolado ideológico laico que apuntaba más allá del objetivo inmediato de la guerra que estaba organizando.

Ello fue confirmado por el hecho de que fuera ese el nombre que escogiera Fidel para nombrarlo, en su histórica defensa, subrayando justamente este aspecto de continuidad de su pensamiento revolucionario: «Parecía que el Apóstol iba a morir en el año de su centenario, tanta era la afrenta…»

En cuanto a lo de «santo de América» —expresión por la que no abogamos, ya que, a diferencia del término «apóstol», careció de la misma consagración popular y tampoco, pese a las excelencias de su vida, nos parece del todo adecuado o preciso— quisiéramos recordar que no sólo lo consideraron así escritores real o supuestamente reaccionarios sino que así lo nombraron —extendiendo la significación de «santo» más allá de los límites eclesiales, de donde por cierto, jamás ha procedido esta denominación— un Ezequiel Martínez Estrada, en su libro Martí revolucionario, publicado por Casa de las Américas, y otros tan ardientes defensores de la revolución cubana y sandinista como el poeta José Coronel Urtecho. Para no pocos temerosos, por el contrario, llamarlo «santo» —que no es otra cosa que hombre bueno, en grado muy superior— era poco menos que reputarlo de «blando», incapaz de haber dirigido una guerra, como si incluso no hubiera santos guerreros, como Juana de Arco, que defendió su patria contra los ingleses, o como si la santidad fuese sólo atributo de la fe religiosa y no de la conducta humana, expresión, incluso corriente, de uso popular —como cuando alguien dice «mi santa madre — o generalizado reconocimiento a cualquier vida sencillamente ejemplar y virtuosa. El propio Martí no sólo la aplicó muchas veces a la santidad de su causa, que era la causa de un revolucionario, sino que no tuvo a menos llamar a Varela, como supremo elogio, «el santo cubano».[4]

Hablar de influencias españolas en Martí era poco menos que desviar la atención del influjo de otras culturas marginadas —la indígena, la negra—, algo así como una prueba de colonialismo cultural, aunque alguien tan ajeno a todo espíritu discriminatorio o colonialista como Juan Marinello, hubiese dedicado buena parte de sus estudios martianos al tema de «la españolidad literaria de José Martí», que da título incluso a uno de ellos. Aunque justo es advertir que en este caso no hubo el menor intento de un «ataque» a Marinello, que se hubiera revertido sobre sus tesis mismas, sino el festinado intento de no despreciar la ocasión de subvalorar cualquier pretensión de «amor a España» que pudiera haber en este influjo, así fuera literario. Fue más bien un punto que se les fue un poco de la mano, del mismo modo que el que quiere asestar un fuerte golpe a un contrincante cercano, puede que rompa, sin querer, algún objeto valioso de porcelana fina que le estuviese cerca. Había en esto cierto alborotado, aunque sincero, anti-colonialismo, que se mostraba incapaz de hacer las distinciones en que tanto se empeñó Martí, entre la España autoritaria y casi feudal que tuvimos por aquí gobernándonos y la tan amada por él de la defensa de Zaragoza y los comuneros, «de Lanuza y de Padilla», la España de Montesinos y del Padre Las Casas (que nos vino también con la otra, la de Ovando), la España genial de Cervantes, de Goya, al que llamó «uno de mis maestros», la España popular, honrada y trabajadora, de sus padres, genuinos representantes del que llamó «el sobrio y espiritual pueblo de España».[5]

¿Pero a qué aducir citas irrefutables a los que asusta la palabra misma «espiritual» —tan enaltecida por Martí en sus debates del Liceo Hidalgo, o sus apuntes cubanos— viendo en ella poco menos que una afrenta?

¿A qué recordar su oportuna distinción entre el idealismo filosófico, que profesaban los autonomistas hegelianos a lo Montoro, de su bien distinto y confesado idealismo, que era más bien un espiritualismo revolucionario? ¿A qué recordar que cuando cree deseable y oportuna una conciliación entre materialismo e idealismo de ninguna manera está pensando en una conciliación teórica imposible sino en una conciliación a los fines de la acción práctica («el espíritu de conciliación que norma todos los actos de mi vida»),[6] cuya vigencia, hoy reconocida en los mismos medios de lucha revolucionaria, todavía sorprende?

No ha sido, sin embargo, criterio de la Revolución publicar solamente Obras Escogidas, expurgadas de pasajes no coincidentes con los criterios filosóficos actuales, sino publicar, primero, sus Obras Completas, hoy en proceso de reedición crítica. De nada valdría entonces acusar de «anti-martianas» ideas reiteradas por Martí, a lo largo de toda su obra, cuando el estudiante puede, al abrir cualquiera de esos tomos, comprobarlas por sí mismo.

Lo único honrado es explicar, que no ocultar, estas aparentes contradicciones. No contribuye un maestro a la formación de un joven revolucionario si no le habitúa a la confrontación de criterios, al martiano «pensar por sí», a hacer una opción libre hacia el criterio que creemos más verdadero y justo.

No ha de suponérsele con menos discernimiento para separar lo cierto de lo que no lo es que el que hemos tenido nosotros. Creyó Martí que la razón «se nutre en la controversia»,[7] que la polémica robustece el criterio, que a veces debilita un medio en exceso homogéneo. Nada que temer. Nada dijo o pensó Martí que pueda hacer daño a un cubano, y menos a un cubano revolucionario. Su pensamiento, como nuestra historia, tiene un proceso. Ningún hombre «se libra de su tiempo», dijo,[8] lo que resulta algo válido también para el nuestro. En parte somos hijos, en parte padres. Pero si su pensamiento, que responde a una época, fue más grande que ella, fue porque en él había semillas de porvenir. Si todo nace, decía, «a la hora oportuna de lo mismo que se le opone y dice»,[9] frase que parece definir el proceso dialéctico mismo, hay también en el pensamiento cubano que hoy lo acoge un tributo que pertenece fatalmente a nuestra época y potencialidades ocultas en espera de una nueva y siempre imprevisible integración. Y es por esta generosa capacidad de apertura, este no cerrarse sobre sí mismo, por lo que llamó Martí a su revolución «pensadora y magnánima»,[10] y que prefirió a todas sus virtudes esta que le permitiría, según verbo que prefiere, crecer. El movimiento no puede contradecirse a sí mismo. Y Martí creyó que la revolución respondía a una «ley» que no era otra que la «del incesante, del ahondador, del radical, del infatigable movimiento».[11]

Quizás fue la ausencia de esta bien distinta «radicalidad» martiana, fiel a las propias raíces, la que llevó a algunos inescrupulosos, a intentar convertir a Martí primero en un «materialista» —intento demasiado burdo para que no cayera en seguida por su propio peso— , después a presentar ciertas citas irrefutables como «primeras etapas» de un proceso por él después ampliamente superado, y finalmente a considerar a todo aquel que demostrase lo contrario poco menos que como a un idealista sospechoso empeñado en confundir y desvirtuar su verdadero pensamiento revolucionario. ¿Podía ser razonable encontrar publicable y lícito todo texto martiano y sospechoso o mendaz al que lo citase? ¿no era elegir la solución menos «radical», la menos «ahondadora» de lo futuro, dar por «superados» aspectos de su pensamiento que reaparecían, con reiteración evidente, en sus textos últimos? Pues sí es verdad que hay una parte del pensamiento martiano en que realmente puede apreciarse un notable desarrollo o variación, hay otros — como es el caso del tema de nuestro estudio — que permanecen inalterables, como podremos comprobar desde El Presidio Político hasta El Manifiesto de Montecristi, escrito dos meses antes de morir.

Es bien alentador que hayan sido precisamente los intelectuales marxistas de más prestigio los menos empeñados en hacer parecer a Martí un «materialista», los que —deteniendo a tiempo estas confusas campañas— hicieron consistir su verdadero acercamiento marxista a estos textos en situarlos dentro del histórico proceso del pensamiento cubano, y los que —llevando aún más lejos la coherencia de su formación dialéctica misma— observaran en su condición de «creyente», en la jamás negada trascendencia de sus ideas, en feliz consorcio con su enorme realismo práctico revolucionario, uno de los contenidos de más vigencia posible para la izquierda cristiana revolucionaria, tan pujante hoy en la América Latina. Ahí están los textos de Carlos Rafael Rodríguez, las precisiones ideológicas de Marinello, para citar sólo los mayores, que desde luego jamás dejaron de demostrar su aprecio por estudios martianos hechos desde perspectivas diferentes a las suyas. Bastaría por este respecto, recordar la enorme estimación de Marinello a los trabajos de la gran poetisa cristiana Gabriela Mistral, entre otros ejemplos. Ahí están las palabras de Mella, un marxista, un héroe y un mártir cubano, que no tuvo a menos decir que sentía por Martí lo que se siente «ante las cosas sobrenaturales». ¡Con qué sencillez dicen los grandes lo que cuestionan, y temen hasta oír, los pequeños!

Estas, y otras campañas que no vamos a enumerar para no hacer ya más largo este preámbulo, no hirieron tan a fondo lo que constituye el centro más vivo y sensible de la obra y el pensamiento martiano, como la idea de que hablar del sentido amoroso del que acuñó la expresión «la guerra sin odio» era poco menos que negar la esencia de su doctrina, que confundían con su utilización interesada,

era nada menos que prestarse a aquella campaña general de los enemigos de nuestra patria que tanto en el pasado, como, lo que es más grave, en el presente, han querido presentar a Martí como incapaz de blandir un arma, como apóstol teórico —expresión contradictoria, ya que todos los apóstoles sufrieron muerte violenta— de «la guerra necesaria» y como «freno», todavía utilizable, contra cualquier intento revolucionario de liberación.

Es para demostrar la absoluta inconsecuencia, la falsedad total de este planteamiento, que se escribe este trabajo.

Notas

[1] Martí, José. Obras completas. Tomo IV. Editorial Nacional de Cuba, 1963–1965; Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1973. p. 60.

[2] Martí, José. Op. Cit. Tomo I. p. 320.

[3] Martí, José. Op. Cit. Tomo II. p. 235.

[4] Martí, José. Op. Cit. Tomo II. p. 97.

[5] Martí, José. Op. Cit. Tomo XIV. p. 94.

[6] Martí, José. Op. Cit. Tomo XXVIII. p. 326.

[7] Martí, José. Op. Cit. Tomo VIII. p. 442.

[8] Martí, José. Op. Cit. Tomo V. p. 138.

[9] Martí, José. Op. Cit. Tomo IV. pp. 252–253.

[10] Martí, José. Op. Cit. Tomo IV. p. 94

(De El amor como energía revolucionaria en José Martí, libro de Fina García Marruz publicado por el Centro de Estudios Martianos (La Habana, 2004).

Tomado de: La Tizza

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“El joven rebelde”, entre el neorrealismo y la necesidad de un cine nacional

Por Erian Peña Pupo @ErianPupo

El joven rebelde, dirigido por Julio García Espinosa y una de las primeras obras de ficción posterior a la creación del ICAIC, específicamente, el cuarto largometraje producido por este, arriba este año al aniversario 60 de su filmación, como ejemplo de un cine que “entonces apenas estaba naciendo”1, entre tanteos, búsquedas y reafirmaciones, diría José Massip, uno de los guionistas del equipo liderado por el italiano Cesare Zavattini y que contó, además, con José Hernández y el propio García Espinosa.

Zavattini, uno de los grandes guionistas del cine y, además, uno de los principales teóricos y defensores del neorrealismo ―bajo cuya influencia se formaron en las aulas del Centro Sperimentale di Cinematografia en Roma realizadores cubanos como García Espinosa y Tomás Gutiérrez Alea―, había escrito los textos de clásicos de Vittorio DeSica como Ladrón de bicicletas (1948), Milagro en Milán (1951) y Umberto D. (1952).

El italiano, quien había visitado Cuba más de una vez en la década anterior y conocía a los jóvenes miembros de la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, sería, para el cine cubano de esa década, “además de un mentor, un portavoz enérgico”, afirma Juan Antonio García Borrero2. “Ningún intelectual de Europa expresó antes que él, de manera pública y con tanta vehemencia, el tremendo entusiasmo que le provocaba la derrota de Fulgencio Batista. Era apenas el 2 de enero de 1959, y ya Zavattini le estaba enviando desde Roma a Alfredo Guevara, futuro presidente del ICAIC, una carta”3 desbordada de optimismo, donde escribía: “Ustedes están en la situación ideal, así como estuvimos nosotros, inmediatamente después de la caía del fascismo, para desvincular el cine de las rémoras industriales y hacerlo devenir el medio de expresión político y a la vez poético de la gran aventura democrática hacia la que se están encaminando”4.

Poco después Zavattini no dudó en aceptar la invitación cursada por el gobierno revolucionario para colaborar en la construcción del ICAIC o, como subraya García Borrero, “en la construcción de una cinematografía nacional”5. Arribó a finales de 1959 a La Habana, asesoró varios proyectos de guiones y supervisó Cuba baila, de García Espinosa, el primer filme producido por el ICAIC; y comenzó a trabajar en el guion de El joven rebelde a partir de un argumento suyo: “Se trata de un muchacho de 14 o 15 años que se alza en la Sierra. Es un argumento increíble para el extranjero. Y trabajamos para convertir esto en un espectáculo interesante”, aseguró a inicios de 19606.

En carta a Alfredo Guevara desde Roma, Zavattini le comenta sobre el proceso de escritura del guion de la película: “Se trata ante todo de no querer y no deber considerar El joven rebelde como un filme de propaganda en el sentido estrecho y directo. Esto no le quita cierta imprescindible exigencia informativa, pero al mismo tiempo permite un tono, un modo, de mayor alusividad respecto por ejemplo, a los cuentos de la revolución”7.

García Espinosa, quien entonces se encontraba en México en la posproducción de Cuba baila, sería el director de la película. Aunque el proyecto no le interesaba, contó el director de Aventuras de Juan Quinquín (1967) y Reina y Rey (1994), “Titón y yo éramos los únicos que teníamos cierta experiencia para atrevernos a hacer un largometraje. Yo quería hacer entonces Bertillón, de Soler Puig, pero Titón se enamoró de la novela (que nunca hizo) y el otro argumento disponible era El joven rebelde, que yo asumí. Trabajé el guion, tuve muchas conversaciones con Zavattini, de modo que fue una experiencia muy enriquecedora (…) Tengo muchísimas anécdotas con el gran neorrealista, pero puedo decirte algo que lo resume todo: entre las muchas gentes por las que uno está influenciado, él ocupa un lugar muy importante en mi vida y en mi generación”8.

La historia de Pedro, el joven campesino que se incorpora al Ejército Rebelde en la Sierra Maestra, cuya impetuosidad y espíritu rebelde le traen enfrentamientos con sus superiores y que alcanza su madurez como combatiente en la decisiva batalla de Guisa, se estrenó el 2 de marzo de 1962 y fue seleccionada entre los filmes más destacados del año. El Festival de Karlovy Vary, en Checoslovaquia, le entregó el Premio al Joven Creador al filme protagonizado por Blas Mora, Wember Bros, Lionel Alleguez, José Yedra, Miguel Piedra, Carlos Sessano, Cuqui Ponce de León, Amanda López, Reinaldo Miravalles y Ángel Espasande, con fotografía de Juan Mariné y edición de Mario González. La producción fue de José Fraga; el sonido, de Eugenio Vesa; y la música, del joven Leo Brouwer (que había trabajado para el ICAIC desde Historias de la Revolución).

A pesar de los reconocimientos y de la influencia del neorrealismo y sus maestros en el cine cubano de los primeros años del ICAIC, el propio García Espinosa estaba consciente, como asegura García Borrero, de que aquel modo de representación de la realidad que proponía el primer neorrealismo comenzaba a ceder terreno ante los nuevos movimientos (free cinema, nueva ola francesa, cinema verité, cine directo, entre otros). “…cuando leí el guion, la historia no me resultó interesante, o más bien no me interesó la forma en que estaba narrada. La sentía totalmente ajena a mi sensibilidad. Pero, ¿cómo desdeñar un guion de Zavattini? Por disciplina profesional, por lo que podía representar para el Cine Cubano, realicé el filme. Me costó separarme de Zavattini y del Neorrealismo italiano por más de treinta años”9, rememoró quien fuera presidente del ICAIC entre 1983 y 1990, y director de la EICTV entre el 2004 y el 2007.

Si bien el filme es un ejemplo de la evidente huella neorrealista en la producción cubana de estos años, El joven rebelde “también resulta el punto de ruptura entre el maestro neorrealista y los cubanos”10, asegura Anastasia Valecce, pues desde ese momento, los directores cubanos, particularmente Julio García Espinosa y Tomás Gutiérrez Alea, “tomaron consciencia de la necesidad de producir un cine que no tuviera influencias extranjeras, y por lo tanto, declararon su voluntad de tomar distancia del neorrealismo. Las circunstancias que determinaron el final de las relaciones entre Zavattini y los cubanos están muy conectadas con la producción de El joven…”11.

A partir de ahí, añade la investigadora, los cineastas de la isla “encuentran estrategias para crear lo que ellos definen como un cine propiamente cubano. Este nuevo lenguaje cinematográfico no habría podido existir sin los contactos, las pausas, las distancias y finalmente la ruptura que implicó la relación con el neorrealismo”12. Volver a El joven rebelde, a 60 años de su filmación, resulta una buena oportunidad no solo para analizar la influencia de Zavattini y el neorrealismo en la filmografía de esa década, sino para comprender un cine que, a partir del aprendizaje, insistía en construirse desde sí.

Referencias bibliográficas:

1 Massip, J. Así hablaba Zavattini. Revista Cine Cubano, no. 155, pp. 52-53.

2 García, J.A. (2015). Intrusos en el paraíso. Santiago de Cuba: Editorial Oriente, p. 65.

3 Ídem.

4 Guevara A. y Zavattini, C. (2002). Ese diamantino corazón de la verdad. Madrid: Iberoautor Promociones Culturales S. L., p. 204.

5 García, J.A. (2015). Intrusos en el paraíso. Santiago de Cuba: Editorial Oriente, p. 69.

6 Guevara A. y Zavattini, C. (2002). Ese diamantino corazón de la verdad. Madrid: Iberoautor Promociones Culturales S. L., p. 198.

7 Ibídem, p. 81.

8 Padrón, F. Dos reyes en Pueblo Mocho. Revista Revolución y Cultura, no. 1/95, pp. 32-33.

9 García, J. Recuerdos de Zavattini. Revista Cine Cubano, no. 155, p. 60.

10 Valecce, A. Neorrealismo y cine en Cuba: historia y discurso entorno a la primera polémica de la Revolución, 1951-1962, Purdue University Libraries, 11-2020, West Lafayette, Indiana, p. 10.

11 Ibídem, p. 11.

12 Ídem.

Tomado de: Cubacine

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Agnès Varda, cazadora-recolectora

Agnès Varda. Cineasta francesa. (1928-2019)

Por Jaime Larriba

“Me gusta filmar las patatas, la vida que pasa, los gatos…”

(A. Varda)

Hace solo unos 12.000 años que los humanos nos alimentamos de la agricultura y la ganadería y vivimos en asentamientos estables. A lo largo de toda nuestra historia anterior —decenas de miles de años— hemos sido cazadores-recolectores. Es decir, lo natural para nosotros es deambular por el campo y agacharnos a recoger lo que crece en el suelo, alzarnos para coger lo que crece en los árboles y cazar lo que se pone a nuestro alcance. Estamos hechos para eso, no para encerrarnos en una oficina o una fábrica y cumplir extenuantes jornadas de trabajo, aunque nos hayamos adaptado a ello. Seguimos siendo, en el fondo, cazadores-recolectores. No hay ningún comentario antropológico explícito —que yo sepa— en la obra de Agnès Varda y sin embargo veo en ella una vocación antropológica, un trabajo de campo sobre el animal humano que es totalmente consciente de la diferencia entre su mirada y el enfoque científico: “No somos ni periodistas ni sociólogos: los primeros necesitan noticias y los segundos muestras sociológicas. Aunque observamos esos tipos de relaciones sociales y divisiones de clase muy claramente, creo que un artista necesita captar y sentir las relaciones entre las personas y darles un ángulo nuevo, y luego compartir ese punto de vista.” (Wang Muyan, entrevista con A. Varda, “We Can Be Heroes” en Film Comment, Sept.-Oct. 2017) Cómo, si no es por esa conciencia antropológica, explicar su fascinación por el espigueo, el humilde pero antiquísimo gesto de agacharse a recoger los granos y las frutas que quedan en el suelo y que ella extiende a la gente que recoge objetos que la mayoría desechamos. Una fascinación que arranca con el cuadro Las espigadoras de Millet y que la lleva a recuperar (espigar) otros cuadros de recolectoras perdidos en sótanos de museos.

El espigueo casi siempre es femenino: después de que los hombres hiciesen el “verdadero” trabajo de la cosecha iban las mujeres y los niños a recoger lo que quedaba en los campos. Por eso, en Los espigadores y la espigadora (2000) y en su continuación dos años después, Varda se propone a sí misma como espigadora del cine, alguien que recupera las gentes —o las patatas— desechadas para devolverles su dignidad.  Es esa vocación de cazar y recolectar historias la que la lleva de los campos de Francia, en los que aún se practica el espigueo, a los mercados de París en los que han aparecido los nuevos recolectores, la gente que se alimenta de lo que el capitalismo desecha. Reivindicar esa tarea humilde que ni siquiera tiene la categoría de trabajo como casi nunca la ha tenido la actividad de las mujeres, es parte fundamental del pensamiento feminista/antropológico de Agnés Varda; un feminismo que nace de la reflexión y de la conciencia social pero que ella no expresa políticamente porque ha elegido otro medio: la cámara y su mirada amorosa y compasiva al sujeto. Las mujeres en el cine de AV son a veces víctimas pero no se comportan como tales, parecen decir: “esto es lo que hemos hecho y lo que hemos sido con lo poco que nos habéis dejado. Y estamos orgullosas de ello”.

En Rostros y lugares (2017) forma tándem creativo con JR, un artista que hace fotografías de tamaño gigante de gente común y luego empapela con ellas los barrios y los pueblos en los que viven. La gente asume así el protagonismo que normalmente tienen los rostros de los modelos de la publicidad o el de los políticos en campaña. Juntos visitan Le Havre, un puerto famoso por las huelgas de los estibadores, un oficio eminentemente masculino y que pasa de padres a hijos, un ejemplo de cierto conservadurismo de izquierdas: reivindicaciones obreras que no ponen en cuestión los roles de género ni la estructura familiar. Pero en la reflexión fílmica de AV ese tema siempre ha estado presente; las canciones del grupo Les Orchidèes de su película Una canta, la otra no (1977) dicen cosas como “hay que educarlos antes de que se conviertan en hombres” o ya lo dijo Engels: en la familia actual, el hombre es el burgués y la mujer la proletaria, sí, eso dijo papá Engels. Así que la pregunta de Varda al llegar al puerto de contenedores de Le Havre en la furgoneta de JR no podía ser otra que: “muy interesante, pero ¿dónde están las mujeres?”. Esas mujeres y sus historias, que en los medios de comunicación siempre han estado a la sombra de los famosos estibadores, son detectadas por el olfato cazador de AV y se convierten en las protagonistas del puerto mediante una montaña de contenedores en los que Agnès y JR han estampado sus imágenes. O la pastora de cabras que es la única de la región que no les afeita los cuernos y que explica a Agnès (y a su cámara, claro, pero ella ha conseguido la magia de que no haya diferencia) que no lo hace porque “bueno, las cabras son así, tienen cuernos aunque eso las haga menos rentables. Se pelean, sí, claro, como la gente”. Así que una cabrita con su cornamenta intacta se convierte de improviso en la protagonista de la imagen mural.

En el cine de Agnès Varda tenemos la impresión única de un cine sin  artificio porque todo lo que podría serlo se nos muestra de forma transparente, asistimos a la sorpresa de la propia Varda cuando descubre a las personas —o animales— que terminan siendo sus héroes…o sus villanos; una cineasta que ha basado su cine en el protagonismo de la gente corriente pero que se emociona con JR anticipando el encuentro con el gran hombre, Jean-Luc Godard, el mito de la nouvelle vague. Cuando este la deja plantada y no le abre la puerta la decepción de Varda es genuina, no la oculta ni la suaviza de ninguna manera: “si quería entristecerme lo ha conseguido…pero no tiene gracia, no tiene gracia…” solloza un poco pero se recupera enseguida “bueno, si no quiere abrirme es una rata”. Ese momento, en el que nos sentimos más cercanos a ella que nunca, es puro Agnès Varda. “…el verdadero cineasta es alguien para quien filmar no es buscar la traducción en imágenes de las ideas de las que ya está seguro, sino alguien que busca y piensa en el acto mismo de hacer películas” (Alain Bergala, La hipótesis del cine).

AV ha intentado una forma no narrativa de contar las cosas, o quizá una narratividad diferente. Igual que hicieron los cubistas con la percepción: intentar reproducir la percepción real, que es fragmentaria y deslavazada, no fotográfica. Ella buscaba una forma de hablar de los otros fragmentaria, sin pretensiones de alcanzar una explicación total ni un discurso definitivo. En AV la visión del otro es parcial, provisional y auto referencial. Frente a la ficción del narrador omnisciente, esa voz fantasma que parece saberlo todo de los otros y crea la ilusión de una narración cerrada en sí misma, definitiva, la voz de la ficción y del documental clásicos, AV propone la narradora omnipresente: todo lo que digo de los otros lo digo desde mí, lo único verdadero que puedo contar del otro son mis intentos —a menudo fracasados y siempre fragmentarios— por entenderlo.

Es esa humildad del punto de vista lo que permite la milagrosa autenticidad de la gente que puebla sus películas. Sabemos que son del pueblo: los espectadores de los conciertos hippies de Les Orchidèes, que escuchan con una media sonrisa sus letras incendiarias; la gente de París que sin inmutarse mira pasar la sofisticada belleza de Cléo (Cléo de 5 a 7, 1961) o los pescadores del pueblo de La Pointe Courte (1955) su primera película, que al ver pasear a la pareja de la ciudad hablando sin descanso de sus problemas existenciales, susurran: “hablan demasiado para ser felices”; vegetarianos que desayunan en los mercados la fruta sobrante, racimadoras que encuentran las mejores uvas  que escaparon a la vendimia. “Gente que se habría asustado ante el despliegue de un rodaje no se dejaban intimidar por mí, pequeña y con una cámara digital, siempre me ha pasado eso, no intimidar”. Eso, no intimidar.

Tomado de: El Espectador imaginario

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Obra del artista plástico cubano Carlos Enríquez

Por Rafael Acosta de Arriba

Mucho se ha escrito sobre la caída en combate del organizador y principal dirigente de la guerra independentista iniciada en 1895, José Martí. Los pormenores de aquel fatídico día para la causa cubana han sido examinados por decenas de investigadores y luego plasmados en libros y materiales audiovisuales. Muchas hipótesis y conjeturas se han debatido desde entonces, tomando en cuenta los informes y testimonios de los allí presentes, sus discordancias y coincidencias, y lo único que resulta ser una verdad incontrastable es que, aquel 19 de mayo de 1895 la causa independentista perdió a su dinamo principal, a su gran animador, y que el futuro político de Cuba quedó seriamente comprometido.

Después, vendrían otras pérdidas sensibles que irían restándole energías y lucidez a las fuerzas libertadoras, sobre todo pensando en el momento siguiente al triunfo que se esperaba sobrevendría inexorablemente; momento para estructurar el poder revolucionario y construir la república cespedista y martiana por la que se había batallado durante tantos años. Una república, vale añadir, que solo estaba dibujada en sus contornos elementales y necesitaba de precisiones y definiciones mayores. En el minuto de su caída, Martí no solo era el alma de la revolución y de esa futura república, sino una figura política de dimensiones continentales.

Tanto se ha escrito sobre la infausta fecha que hasta se ha mencionado una vocación suicida en Martí, por parte de algunos autores, los menos, que pretendieron, sin lograrlo desde luego, ostentar el conocimiento y dominio absoluto de los móviles personales del Maestro, de su siquis y equilibrio emocional. Vano esfuerzo. Martí realmente tuvo una fe inquebrantable en su revolución y lo apostó todo a ella. Cuanto escribió por aquellos días dejaba en claro que aspiraba a estar hasta el final de la guerra, y que deseaba deponer, ante la república victoriosa, las responsabilidades ostentadas en su preparación. En su ánimo estaba salvaguardar y proteger la balanza entre la futura nación, es decir, la civilidad, y el poder real de los militares que siempre se nutre y acrecienta en una contienda. Las experiencias (buenas y malas) del 68 estaban a la vista de todos. La áspera polémica de La Mejorana tuvo en ese aspecto su detonante que, afortunadamente, pocas horas después, con madurez y sapiencia, superaron, al menos por el momento, los tres grandes hombres del 95.

Martí fue aclamado como “el presidente” por las tropas orientales, pues estaba claro para todos los combatientes, veteranos o bisoños, que Máximo Gómez, Antonio y José Maceo, y Bartolomé Masó, entre otros grandes hombres del 68, eran los jefes destinados a conducir la campaña militar contra el ejército español, así como Martí era, visiblemente, la figura civil que lideraba la revolución.

Desde el 12 de mayo habían acampado Gómez y Martí en Boca de Dos Ríos, lugar en el que el Contramaestre conecta sus aguas con las del Cauto. Poco después, Masó hincó su tienda muy cerca. Martí cruzó el Contramaestre y fue a verlo. El 18 de mayo inició una carta que quedó inconclusa y que se considera su testamento político. En la misma, proclamó que los esfuerzos libertarios insulares estaban indisolublemente ligados con aspiraciones emancipadoras a nivel de continente, teniendo en cuenta las muy claras para él, ambiciones imperialistas norteamericanas en el hemisferio.

El 19 de mayo, una columna española de unos ochocientos hombres irrumpió en Dos Ríos, su jefe era conocedor de la presencia de los patriotas, pues habían apresado a algunos campesinos y emisarios que sabían que los prohombres cubanos vivaqueaban en las cercanías.

Martí esa mañana había arengado a las tropas de Masó, integrada por unos cuatrocientos cubanos; entre otras cosas les habló orgulloso y emocionado de que lo hubieran acogido como un combatiente más y les expresó algunas ideas sobre la guerra y la república en un tono inspirado y arrebatador. Fue ovacionado, se dieron gritos de Vivas a la independencia y a los tres jefes principales; para Martí hubo vítores de ¡Viva el presidente! Todo fue muy emotivo y el escenario quedó listo para el fatal desenlace.

Después del almuerzo, sobre la una de la tarde, llegaron noticias de disparos procedentes de la zona de Dos Ríos. Los cubanos montaron sus caballos y cruzaron el río para dirigirse a Dos Ríos. Los hechos se aceleraron vertiginosamente. Fue un combate breve o escaramuza, como se prefiera, mal organizado por Gómez (quien lo reconoció posteriormente). Martí no siguió el consejo, instrucción u orden del generalísimo y montó su caballo Baconao, regalo de José Maceo, dirigiéndose prácticamente solo hacia donde estaban los españoles, los que, bien posicionados, disparaban a cuantos se aproximaban. Realmente es difícil imaginarse a un Martí que, disciplinadamente, obedeciera la instrucción de Gómez y se recogiera, ante la posibilidad de intervenir en su primer combate. Apenas unas pocas horas antes había arengado a los soldados con incendiarias palabras de guerra ¿Iba ahora a protegerse mientras los demás peleaban? Fue su decisión personal y murió de tres balazos que lo fulminaron. La tierra cubana se regó con su sangre, cayó como un mambí más.

Fueron infructuosos los esfuerzos de Gómez por recuperar el cadáver y entonces escribió: “¡Qué guerra esta! […] al lado de un instante de ligero placer, aparece otro de amarguísimo dolor. Ya nos falta el mejor de los compañeros y el alma, podemos decir, del levantamiento”. Poco después le escribió una carta a Antonio Maceo: “Esta guerra, general, la haremos usted y yo, pero será la guerra de Martí”.

Sin dudas, todo había cambiado de pronto, faltaba el corazón, el alma, el ligamento y el cerebro rector de la revolución y esa carencia se hizo notar al paso de los tres años de combates, sobre todo en el momento aciago de la intervención norteamericana al final del conflicto. Por eso, la muerte de José Martí en Dos Ríos y luego la de Antonio Maceo en San Pedro de Punta Brava, fueron pérdidas terribles e irreparables para la revolución, verdaderas tragedias para la causa cubana y para su futuro político.

Tomado de: Cubarte

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Sociedad Cultural José Martí. Libros sobre la memoria

Niurka Duménigo García, vicepresidenta primera de la SCJM. Fotos y textos de encuadre en cursivas:
Basados en el blog Cuba, Historias de logos, de Gonzalo Morán Miyares, cronista aficionado.[1]

Por Hilario Rosete Silva

Si ves un monte de espumas

Llegamos a 17 y D en El Vedado habanero. La casa del lado norte, No. 552,

no se relaciona llanamente con la gesta independentista.

Tampoco vivieron aquí nuestro Héroe Nacional, su hijo, su madre: cobija la SCJM

Existe el Centro de Estudios Martianos (CEM), la academia, donde están los expertos que estudian la labor del Apóstol, preparan la edición crítica de sus obras completas; y nuestra Sociedad —nos acogió Niurka Duménigo García (Remedios, Villa Clara, 1967). Aquel se dedica a investigar, y esta a impulsar desde diversas disciplinas la cosmovisión martiana. Pronto tendremos sala de arte, programa de maestría, espacios de música y pensamiento; la idea es atraer provisores de saberes, lograr proyectos para reconducir los auditorios.

El nexo Martí-cultura es complejo

La  Sociedad Cultural José Martí (SCJM) cala en la tríada ciencia del héroe, cultura cubana y universales culturales. Sugerimos revisitar el saber adquirido por él gracias a viajes, lecturas, estudios, lecciones íntimas, afanes poéticos y revolucionarios desde conocimientos, obras artísticas, científicas e industriales de varios pueblos, en conjunto o en particular.

¿El tema se da por conocido?

Urge reencantar sobre todo a ciertas edades. Universitarios ojearon nuestro cibersitio y lo hallaron estático. Reunimos jóvenes para reconstruirlo; mientras tanto, centros docentes llamaron al concurso La esperanza del mundo, y una niña de octavo grado participó en la categoría de Literatura referida a los Cuadernos martianos II, selección de Cintio Vitier, con “El teniente Crespo”, escrito patriótico poco mencionado.

ES MI VERSO LO QUE VES

Una losa esquizada lleva de la cerca a la escalinata del umbral.

Al centro luce la imagen donde se enlazan las iniciales SC.

Es un cuento de la guerra; denota montaje sereno, intencional

Hecho para mostrar su credo —marcó la licenciada en Periodismo por la Universidad de La Habana (1990)—, resalta el amor al prójimo, virtud para todos los tiempos. El narrador concluye preguntando dónde vive el teniente; su interlocutor palidece: “En Cuba, enfermo (…), en una casita pobre, cayéndose a pedazos”.[2] ¡Delicada protesta contra el olvido de quienes pelearon por la independencia!

La revista Honda y el sello Pensamiento merecen mejor y mayor visibilidad

Un sello entraña riqueza; vamos a reabrirlo, ver qué imprimió, cuáles eran sus miras cuando ni había orbe digital. Al menos apoyaremos una marca indistinta, que admita textos divulgados o no, dirigidos a públicos diversos. Hará falta un lazo para atraer firmas, quizás ayude librar un concurso; las obras, inéditas o impresas en no más de la mitad, de Martí o relativas, llegarían por correo. El premio incluiría pago y tirada del ejemplar, y el banco de originales avalaría futuros flujos. Por ahí bajaría la reapertura, arrastrando uno o dos tomos con sus debidas líneas editoriales. La vía es la coedición, las casas editoras aportarían el know how, y nosotros, el contenido, el examen técnico y la resonancia: la Sociedad reúne miembros de toda Cuba, abarca cualquier identidad y grupo etario; las sedes culturales nutren el programa de las provincias, y viceversa.

MI VERSO ES UN MONTE, Y ES

Se desconoce el sentido original de los signos, pero armoniza con los calificativos de la actual entidad. El cuello de la ese, en verde, somete la cabeza de la ce; la pata de la ce, en rojo, pisa la base de la ese.

¡Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo!

¡Dennos un par de títulos y reabriremos el sello! —expresó quien fuera miembro del Buró Nacional de la Unión de Jóvenes Comunistas para atender la esfera ideológica (1994-1997). Vendrán webs, libros electrónicos con derechos de autor. Que el CEM alistara paneles y debates en línea demostrativos de cómo Martí inspiró hechos emblemáticos de la Historia de Cuba; que la Marcha de las Antorchas fuese virtual, mediante fotos y videos sobre el peregrinaje desde la escalinata de la Universidad de La Habana hasta la Fragua; que el Centro Nacional de Escuelas de Arte, a través de Twitter, Youtube y Facebook, organizara Martí en Nosotros, con la posibilidad de trasmitir en directo audiovisuales sobre su huella en el arte cubano, son tres ejemplos de la capacidad de sumarnos a las plataformas digitales: ¡las redes sociales obligan a repensarse!

De la autoría del Héroe cobran vigor este año los Versos sencillos y el ensayo Nuestra América, publicados en 1891, hace ciento treinta años

Hay lazos entre los versos “Con los pobres de la tierra / Quiero yo mi suerte echar”,[3] y la frase del ensayo “con los oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores”.[4] Nuestra América vuelve al tigre, símil de entreguismo, colonialismo e imperialismo norteamericano.

“El cuello de la ese, en verde, somete la cabeza de la ce; la pata de la ce, en rojo, pisa la base de la ese”.

UN ABANICO DE PLUMAS

Las letras doman un círculo blanco. Lo ciñe un aro de grecas doradas sobre banda nevada. Ondulan las úes del meandro, se arremolinan en vórtice. Negro, blanco y dorado avivan las curvas de las circunferencias concéntricas. Todo son teselas.

En 2021 recordamos el inicio de la Guerra del 95 y el arribo del Apóstol a los Estados Unidos, así como sus discursos “Los pinos nuevos” y “Con todos, y para el bien de todos”

La lucha es de ideas y robo de símbolos. Algunos faltan a la bandera; resignifican fechas históricas; oponen patria y vida a patria o muerte; cambian en mapas de Google el nombre de la Plaza de la Revolución; profanan bustos; falsean juicios de Martí, le atribuyen dichos ajenos u omiten el cotejo de esencias típico de su oratoria. En Tampa, antes de sellar el discurso y proponer su fórmula del amor triunfante, rebate a siete grupos: los escépticos; los que temen “a los hábitos de autoridad contraídos en la guerra”; los que tiemblan ante las tribulaciones de la contienda; los que se asustan del negro; los que recelan del español en Cuba; los que por temor a la “nieve extranjera” y no saber “bregar con sus manos”, buscarán la república “en un pueblo de componentes extraños”; y los lindoros (aristócratas), olimpos (oportunistas) y alzacolas (intrigantes).[5] Martí es, a la par, rechazo crítico y abrazo amoroso. Algo sacamos —afirmó la otrora presidenta nacional de la Organización de Pioneros José Martí (1998-2003)—: los embusteros se autoexcluyen, no ansían el bien común.

MI VERSO ES COMO UN PUÑAL

El fondo, terrazo clásico grisáceo con pintas polícromas, es contorneado por un doble hilo de incrustaciones, uno blanco, otro rojinegro, y un diafragma verde agua.

Martí debe leerse “con devoción inteligente”, subrayó Miguel de Unamuno[6]

Obras alegóricas devienen los carteles de “En todas partes soy”, idea del Instituto Superior de Diseño de la Universidad de La Habana; los cuadros de Buscando el sol y En cuerpo y alma, exposiciones del pintor ranchuelero Mario Fabelo, curadas por Yamil Díaz Gómez; los dibujos remitidos al concurso infantil de artes plásticas De donde crece la palma, del sistema avileño de Casas de Cultura; o Martí en Amaury. Edición conmemorativa 1978-2020, de la Egrem, contrapunteo de Versos de José Martí cantados por Amaury Pérez, y un disco nuevo donde los números los defienden cantautores contemporáneos.

Con él todo entronca, tiene un punto de partida, término, continuidad

La Biblioteca Nacional de Cuba José Martí cumple ciento veinte años. En su sede actual Fidel pronunció el discurso “Palabras a los intelectuales”, fruto de las reuniones realizadas en junio de 1961 con artistas y escritores, raíz de la política cultural cubana. Para celebrarlo el Ministerio de Cultura presentó Tienes la palabra,[7] un espacio de intercambio de ideas, ante todo de jóvenes, por jóvenes y para jóvenes, gestores del conceptuar, diseñar, producir e implementar una campaña de comunicación inclusiva, respetuosa.[8]

Cintio Vitier, cuyo centenario del natalicio festejamos, fundó en la Biblioteca, junto a su esposa Fina García Marruz, la Sala Martí (1968)

Primer motor de la red de instituciones martianas: la Fragua, el Memorial José Martí, el Movimiento Juvenil Martiano, los museos Casa Natal (La Habana) y Finca El Abra (Isla de la Juventud), la Oficina del Programa Martiano, al que se adscriben el CEM, la SCJM y el Proyecto Crónicas.

QUE POR EL PUÑO ECHA FLOR

El terrazo tiene los rasgos de muchas obras de su tipo hechas en la época por la firma Luis Mión, S.A. Según amillaramiento, la parcela fue pagada por Ernesto S. de Fernández.

En cuanto a “aquella casita en la calle de Paula / con su tejadillo de rojo color, / la puerta sencilla, / la humilde ventana / y aquel balconcillo del tiempo español”…

La Casa Natal tiene nueva sala museográfica —explicó la exdirectora de la Casa Editora Abril (2004-2013). Una línea del tiempo enlaza los hechos ocurridos: edificación del inmueble (1810); nacimiento del niño (1853); primer acto masivo en la urbe (1899). Posan en las fotos Leonor Pérez, la madre; Carmen Zayas-Bazán, la esposa; Amelia Martí de García, la hermana; José Francisco Martí Zayas-Bazán, el hijo; Juan Gualberto Gómez y Fermín Valdés Domínguez, compañeros de lucha. Es el primer museo destinado a Martí en el país (1925), y atesora la mayor muestra de Cuba y el mundo sobre él.

“Mírame, madre, y por tu amor no llores: / Si esclavo de mi edad y mis doctrinas / Tu mártir corazón llené de espinas, / Piensa que nacen entre espinas flores”,[9] le escribió desde el Presidio Departamental de La Habana.

Sí, a los 17, en el dorso de una fotografía. Aparece rapado, vestido de preso, con anillos de hierro unidos por una cadena a la cintura y el pie derecho; el antebrazo izquierdo apoyado sobre un pilar; el sombrero en esa misma mano. El retrato lo recibió Leonor en carta fechada el 28 de agosto de 1870. Existe otra copia, dirigida a Fermín: “Hermano del dolor, no mires nunca / En mí el esclavo que cobarde llora. / Ve la imagen robusta de mi alma / Y la página bella de mi historia”.[10]

MI VERSO ES UN SURTIDOR

La edificación concluyó en 1938. Un tal Ramírez Diego,

con el f-2961, aparece en el Directorio telefónico.[11]

La primera de ambas dedicatorias inspiró “Mírame, madre”

Creado por Javier de la Paz Milanés y Dairon Rodríguez Lobaina,[12] fue de los títulos por encargo del CD-DVD Motivos martianos (2014); producto realizado entre la SCJM y la Egrem sobre una idea de Israel Rojas. El videoclip lo dirigió Pablo Massip, egresado de la Facultad de Artes de los Medios de Comunicación Audiovisual del ISA, y el tema se viralizó al integrarse a la banda sonora de El rostro de los días, telenovela cubana de Nohemí Cartaya, gratitud al amor de la familia. Su poética rezuma el sentir del Maestro: “Cuando me hablas, los ángeles se posan / cual tiernas mariposas con alas de cristal”.[13]

Eduardo Torres-Cuevas, designado director de la Oficina del Programa Martiano a fines de 2019, guió en octubre del siguiente año la jornada por el primer cuarto de siglo de la SCJM

Era también su presidente —señaló quien fuese consejera cultural de Cuba en Venezuela (2013-2017). Honramos a los fundadores: Cintio, Eusebio Leal, Armando Hart, Abel Prieto Jiménez, Roberto Fernández Retamar… Experta en procesos históricos, la cátedra de Torres-Cuevas descansa en cuatro pilares: Martí remite a Cuba y Latinoamérica; “Ser culto es el único modo de ser libre”;[14] “Patria es humanidad, (…) aquella porción (…) en que nos tocó nacer”;[15] la Sociedad existe como imperativo, su método es el estilo revolucionario martiano, fidelista, ceñido a la escena sociopolítica.

QUE DA UN AGUA DE CORAL

Hacia 1960 los dueños dejaron la Isla. La vivienda pasó a los bienes del país.

José Martí es lazo natural entre partes del continuo cubano

Lo sugieren los tuits del presidente de Cuba con citas del Apóstol con fecha del 28 de enero, “Razón y corazón nos llevan juntos. Ni nos ofuscamos, ni nos acobardamos”,[16] y 24 de febrero, “De amar las glorias pasadas, se sacan fuerzas para adquirir las glorias nuevas”.[17] Raúl lo ratificó en el Octavo Congreso: “Los estatutos de nuestro Partido lo definen como el continuador del Partido Revolucionario Cubano, creado por Martí”.[18]

El propio Díaz-Canel saludó a los periodistas y a Beatriz Corona, autora de Martianas, primera mujer en ganar el premio Ibermúsicas de Composición para obra coral

“Martí y la música cubana unidos por el magisterio de Beatriz”,[19] tuiteó. Luego recordó la frase del Héroe Nacional referida al órgano fundado por él en marzo de 1892: “El olor que despide el periódico recién impreso es el de la patria”. Y agregó el Presidente: “Cientos de medios transmiten hoy ese aliento soberano”.[20]

Los otros firmantes del Acta Legislativa, Enrique Ubieta y Carlos Martí, descollaron ante diversos auditorios

Martí ilustra a filólogos, filósofos, comunicadores —evocó la otrora asesora del Ministro de Cultura (2017-2018). En la Revista Universal escribe: “La prensa no es aprobación bondadosa o ira insultante; es proposición, estudio, examen y consejo”.[21] Luego, en el primer número de Patria, refuerza el alegato: “Pero la prensa es otra cuando se tiene enfrente el enemigo. Entonces, en voz baja se pasa la señal. Lo que el enemigo ha de oír, no es más que la voz de ataque. Eso es Patria en la prensa. Es un soldado”.[22]

MI VERSO ES DE UN VERDE CLARO

En 1964 resultó la primera sede de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado creada por Celia Sánchez, y luego filial de los CDR, Embajada de Japón…

La SCJM anunció el premio Periódico Patria

Recayó en el doctor Pedro Pablo Rodríguez, líder de quienes alistan en el CEM la edición crítica de las obras completas. “¡Ese es mi equipo!”, soltaría Martí: “Ni con la lisonja, ni con la mentira, ni con el alboroto se ayuda verdaderamente a una obra justa. La virtud es callada, en los pueblos como en los hombres”.[23]

Fidel, martiano irrefutable, la calificó de “útil y ambiciosa tarea”

Alabó su encaje en “la época y las circunstancias”, “requisito esencial del marxismo para la interpretación científica de la historia”. “Bien merece Martí y bien merece su pueblo —recalcó— que la revolución agradecida, con esta edición (…) levante un legítimo monumento a la proeza de su genio intelectual y revolucionario”.[24]

Al Comandante le debemos una tesis hermosa sobre el significado del Maestro

Se hizo en voz alta la pregunta al cierre de la Conferencia Internacional Por el Equilibrio del Mundo. Para responder citó una frase de El presidio político en Cuba: “Dios existe, sin embargo, en la idea del bien, que vela el nacimiento de cada ser, y deja en el alma que se encarna en él una lágrima pura. El bien es Dios. La lágrima es la fuente de sentimiento eterno”. Y afirmó­: “Para nosotros los cubanos, Martí es la idea del bien que él describió”.[25]

Y DE UN CARMÍN ENCENDIDO

Sobre pedestal helicoideo, raíz de empuje, se yergue hoy en el jardín un busto esculpido por el artista pinareño Andrés González.

El doctor Hart presidió el comité organizador de la Conferencia

Al frente del Ministerio de Cultura desde el inicio de este, fue a dirigir la Oficina del Programa Martiano en 1997; dos años antes fundó la Sociedad y murió conduciéndola. Según Hart, Martí universalizó lo mejor de la cultura hispánica; identificó como partes sustantivas del ser caribeño, latinoamericano, las tradiciones culturales nativas, incluso las del negro, indígena de reemplazo. El Apóstol integró valores y principios de numerosos pueblos: estudió en Europa, obró en nuestras repúblicas, pasó un destierro en los Estados Unidos.

La honda de Hart es también la de David, rey de unidad

A su entender, el clásico “divide y vencerás” debía encararse con la praxis fidelista, martiana, de “unir para vencer”, clave del “arte de hacer política”. Aplicó la fórmula en el diálogo de generaciones; nos dejó no bien llegamos a la adultez, veintidós años, instando a que el Movimiento Juvenil Martiano y la Sociedad Cultural José Martí atrajeran el interés de los jóvenes. Hizo que los cuidáramos de la industria del ocio y entretenimiento banales, del mal uso político, mediático. A propósito Rosa Miriam Elizalde, Premio Nacional de Periodismo José Martí por la obra de la vida (2021), denunció cómo The Washington Post reconoce la potencia cubana contra el Coronavirus y, a un tiempo, acusa a nuestro gobierno de ambicioso, de ejecutar un golpe de relaciones públicas. En eso consiste la leyenda negra, explica ella, en aceptar como verdad la negación del hecho.[26]

MI VERSO ES UN CIERVO HERIDO

Para labrar el busto el escultor usó el mismo retrato que le sirvió de base al esculpir el Martí acusador de la Tribuna antiimperialista.

Tenemos cinco candidatos vacunales. El 7 de abril dos de ellos ya estaban en fase III de ensayos clínicos e intervenciones comunitarias…

Abdala se incorpora a la vanguardia, acercándonos a la inmunización. Pienso una vez más en Fidel, quien creó y adivinó este momento. Y pienso en Martí, que lo dijo en versos: “El amor madre a la Patria[27] —evocó Niurka un quinto tuit del Presidente, mas omitió un signo relevante: ¡venía de recibir la primera dosis!

“Aunque haya vacunas de otros (…), necesitamos la nuestra, para tener soberanía”,[28] dijo a los científicos diez meses antes, el 19 de mayo de 2020

El nombre de tres virtuales inmunógenos remite al adjetivo/sustantivo Soberana (01, 02, Plus); un cuarto, Mambisa, significa rebelde, insurrecta, fue aplicado por los españoles a quienes lucharon contra el régimen colonial; y el quinto, Abdala, alude al héroe del primer drama escrito por Martí. Sería bonito si al terminar la enseñanza primaria pudiera representarse en las escuelas, opina Cintio en el Cuaderno martiano I. Siendo así, dice él, haría falta entenderlo “desde el título hasta la última línea”.[29] Antes de odio invencible, rencor eterno a quien la ataca, patria será para Martí, en las rimas subsiguientes, en su devenir humano, energía para cuidar y mejorar. “El futuro de nuestra patria tiene que ser necesariamente (…) de hombres de Ciencia”,[30] previó el Comandante. Ese futuro son las vacunas cubanas contra la COVID-19. Restan meses para la plena inmunidad, pero ahí van Martí, Abdala, los Versos sencillos, la virtud callada del pueblo. “Estos resultados, por sí mismos —reiteró Raúl en el Octavo Congreso del Partido— hacen que cada día crezca mi admiración por Fidel”.[31]

QUE BUSCA EN EL MONTE AMPARO

“¿Por qué se publica esta sencillez […]?”, preguntó y se respondió su autor: “[…] Creo en la necesidad de poner el sentimiento en formas llanas y sinceras”.[32]

La patria premió a Graziella Pogolotti, intelectual cubanísima, con nuestra orden más alta, la José Martí…

El elogio de Abel y la réplica de la Doctora acreditaron el laudo. Iluminada por el “sol del mundo moral”, ella sirve al “mejoramiento humano”, da “un panorama muy completo de la crisis cultural que sufre la humanidad contemporánea: el repliegue de la inteligencia frente al empuje de la trivialidad, la fragmentación del conocimiento, la desmemoria acelerada y la exaltación del ‘presente’, la suplantación de la verdadera indagación artística y literaria por el arte comercial, la ofensiva de la ideología neoliberal con su pragmatismo funesto, las tendencias a la simplificación, la recolonización desde el Norte en el campo espiritual y en los modos y estilos de vida”.[33]

Encima, recordó Abel, Graziella tituló sus memorias Dinosauria soy (2012)

“Esta condecoración me sobrepasa —recordó Niurka las palabras de la Doctora— (…) por la invocación del nombre de José Martí, (…) por la dimensión de la obra de muchos de aquellos que la recibieron. (…) [La] asumo (…) con el compromiso de seguir dando guerra mientras me quede aliento, (…) como homenaje implícito a los artistas que rodearon mi infancia, que padecieron en la república neocolonial la miseria más profunda, el desamparo total, la soledad, y se mantuvieron tercamente haciendo obra, contribuyendo a construir y hacer un país desde la creación artística”.[34] ¡Qué martiana!

MI VERSO AL VALIENTE AGRADA / MI VERSO, BREVE Y SINCERO

Martí también dio guerra hasta el último soplo…

De eso trata el estudio divulgado en Dos Ríos: el enigma (2011). Dirigido por Roly Peña, patrocinado por la Sociedad y con guion de Eduardo Vázquez, en el documental cooperan la Oficina del Historiador de La Habana, el Partido y el Poder Popular de la provincia de Granma y la Universidad de las Ciencias Informáticas. Hay citas de cartas, diarios, entrevistas a personalidades, y una frase del último discurso.

A Estrada Palma le escribió desde Montecristi.[35] Los giros entroncan con sus notas sobre el encuentro de La Mejorana.[36] Gómez le mandó permanecer en la retaguardia

Consejo inasible para quien nunca fuera capitán araña; tenía sentido de honor, decoro, entrega. En 1890, en Hardman Hall, por el 10 de octubre, sentenció: “¡La razón, si quiere guiar, tiene que entrar en la caballería! y morir, para que la respeten los que saben morir”.[37] En abril de 1895 le confió a Gonzalo de Quesada, “en la cruz murió el hombre un día: pero se ha de aprender a morir en la cruz todos los días”;[38] y a María Mantilla, “tengo la vida a un lado de la mesa, y la muerte a otro, y mi pueblo a las espaldas”.[39] La víspera del trance rompió a escribirle a Manuel Mercado: “Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber”.[40] El 19 de mayo selló su primera y última arenga a los rebeldes: “¡Por Cuba, me dejo clavar en una cruz!”.[41]

En la hora suprema oyó la voz de su conciencia, se lazó al combate

Urgido de ocupar su lugar, vestido casi de etiqueta, un tanto separado de los insurrectos, quizás desorientado por la fronda del sitio, moviéndose sobre el caballo Baconao, apenas protegido por el veinteañero Ángel de la Guardia: fue blanco perfecto.

ES DEL VIGOR DEL ACERO / CON QUE SE FUNDE LA ESPADA

Valderrama significó el suceso en La muerte de Martí en Dos Ríos (1917). La imagen salió en la portada de El Fígaro, y víctima de la cítrica, herido en su amor propio, el pintor destruyó el original.[42] En 1947 apareció la obra de Ribadulla, primer cartel martiano…[43]

El documental de Roly Peña recrea la marcha previa de las tropas y momentos del choque con animación 3D sobre el trayecto de los disparos. “Piensa que nacen entre espinas flores”. “Un verso forjé / donde crece la luz”: en el ocaso del primer tema de Versos de José Martí cantados por Pablo Milanés (1974) sitúa el guionista el bocadillo final, fragmento de aquella carta a María Mantilla.

“Y si no me vuelves a ver”

“Pon un libro (…) sobre la sepultura. O sobre tu pecho, porque ahí estaré enterrado yo si muero donde no lo sepan los hombres”.[44] Eso será el sello Pensamiento: libros sobre la memoria. “Un libro nuevo es siempre un motivo de alegría, una verdad que nos sale al paso, un amigo que nos espera, la eternidad que se nos adelanta, una ráfaga divina que viene a posarse en nuestra frente”,[45] expresó el Apóstol.

Notas:

[1] http://cubalogos.blogspot.com/2018/01/sc-sociedad-cultural-jose-marti.html. Las url concernientes a los vols. 1, 3-6, 8, 15-17 y 19-20 de las Obras completas de José Martí se refieren a la Editorial de Ciencias Sociales, Karisma Digital, cem, La Habana, 2011, y a la pág. del pdf. (Todas las notas son del redactor. N. del R.).

[2] Martí Pérez, José: “El teniente Crespo”, en Cuadernos martianos II, Secundaria Básica, sel. y pról. de Cintio Vitier, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 2007, p. 48.

[3] http://biblioteca.clacso.edu.ar/Cuba/cem-cu/20150114052428/Vol16.pdf, p. 38.

[4] http://biblioteca.clacso.edu.ar/Cuba/cem-cu/20150114041836/Vol06.pdf, p. 14.

[5] http://biblioteca.clacso.edu.ar/Cuba/cem-cu/20150114040326/Vol04.pdf, pp. 143-144.

[6] Unamuno, Miguel de: “Carta a Joaquín García Monge”, en Archivo José Martí, La Habana, no. 11, enero-diciembre, 1947, p. 15.

[7] http://www.granma.cu/cultura/2021-02-10/para-fortalecer-la-cultura-cubana-tienes-la-palabra-video.

[8] http://cubarte.cult.cu/periodico-cubarte/tienes-la-palabra-una-campana-de-jovenes-hecha-fundamentalmente-para-los-jovenes/.

[9] http://biblioteca.clacso.edu.ar/Cuba/cem-cu/20150114052847/Vol17.pdf, p. 18.

[10] Ibídem, p. 19.

[11] Cuban Telephone Company, La Habana, 1949, p. 194.

[12] Dairon Rodríguez Lobaina (1984-2017). Ver http://www.juventudrebelde.cu/cultura/2020-09-16/luz-encendida.

[13] Ídem.

[14] http://biblioteca.clacso.edu.ar/Cuba/cem-cu/20150114043708/Vol08.pdf, p. 149.

[15] http://biblioteca.clacso.edu.ar/Cuba/cem-cu/20150114040958/Vol05.pdf, p. 238.

[16] https://mobile.twitter.com/diazcanelb/status/1354768298819379205.

[17] https://mobile.twitter.com/diazcanelb/status/1364550114510053382.

[18] Castro Ruz, Raúl: “Informe Central al Octavo Congreso del PCC”, en Granma, La Habana, 17 de abril de 2021, p. 4.

[19] https://mobile.twitter.com/diazcanelb/status/1367089177095987201.

[20] https://mobile.twitter.com/DiazCanelB/status/1371102402309455875.

[21] http://biblioteca.clacso.edu.ar/Cuba/cem-cu/20150114041836/Vol06.pdf, p. 136.

[22] http://biblioteca.clacso.edu.ar/Cuba/cem-cu/20150114034802/Vol01.pdf, p. 165

[23] http://biblioteca.clacso.edu.ar/Cuba/cem-cu/20150114035756/Vol03.pdf, p. 43.

[24] Castro Ruz, Fidel: “. Unas palabras a modo de introducción, La Habana, 1983”, Presentación de la primera edición, en José Martí: Obras completas, Edición Crítica, 1862-1876, t. 1, CEM, Ministerio de Cultura de la República de Cuba, CLACSO, La Habana, 2016:

http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/se/20160824043346/JOSE-MARTI_Tomo-01.pdf, p. 3.

[25] http://www.fidelcastro.cu/es/discursos/clausura-de-la-conferencia-internacional-por-el-equilibrio-del-mundo-en-homenaje-al-150.

[26] https://www.jornada.com.mx/2021/04/01/opinion/013a2pol.

[27] https://mobile.twitter.com/diazcanelb/status/1372873737339559941?lang=es.

[28] http://www.granma.cu/cuba-covid-19/2020-05-19/reconoce-diaz-canel-aporte-trascendental-de-la-ciencia-cubana-en-la-batalla-frente-a-la-covid-19-19-05-2020-23-05-00.

[29] Vitier, Cintio, comp.: Cuadernos martianos I, Primaria, sel. y pról. de Cintio Vitier, Edit. Pueblo y Educación, La Habana, 2007, p. 2.

[30] http://www.fidelcastro.cu/es/discursos/discurso-pronunciado-en-el-acto-celebrado-por-la-sociedad-espeleologica-de-cuba-en-la.

[31] Castro Ruz, Raúl: ob. cit., p. 2.

[32] http://biblioteca.clacso.edu.ar/Cuba/cem-cu/20150114052428/Vol16.pdf, pp. 35-36.

[33] http://www.cubadebate.cu/opinion/2021/03/24/graziella-pogolotti-una-extraordinaria-intelectual-que-ha-puesto-todo-su-talento-al-servicio-de-la-descolonizacion-del-mejoramiento-humano/.

[34] Perera Robbio, Alina: “La Patria premia a una cubana muy especial”, en Granma, La Habana, jueves 25 de marzo de 2021, p. 6.

[35] http://biblioteca.clacso.edu.ar/Cuba/cem-cu/20150114040326/Vol04.pdf, p. 48.

[36] http://biblioteca.clacso.edu.ar/Cuba/cem-cu/20150114054048/Vol19.pdf, p. 116.

[37] http://biblioteca.clacso.edu.ar/Cuba/cem-cu/20150114040326/Vol04.pdf, p. 131.

[38] http://biblioteca.clacso.edu.ar/Cuba/cem-cu/20150114054555/Vol20.pdf, p. 247.

[39] Ibídem, p. 117.

[40] Ibídem, p. 88.

[41] http://www.cubadebate.cu/especiales/2009/10/02/marti-no-exagero-cuando-vio-en-eeuu-el-peligro-mayor-para-nuestra-america/amp/.

[42] http://www.lajiribilla.cu/articulo/la-muerte-de-marti-en-el-pincel-de-valderrama.

[43] http://www.acn.cu/cuba/41465-en-todas-partes-soy-un-proyecto-para-conceptualizar-a-marti.

[44] http://biblioteca.clacso.edu.ar/Cuba/cem-cu/20150114054555/Vol20.pdf, 118.

[45] http://biblioteca.clacso.edu.ar/Cuba/cem-cu/20150114051814/Vol15.pdf, p. 97.

Tomado de: La Jiribilla

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Humboldt 7: El crimen infinito

Tarja dedicada a los mártires de Humboldt 7

Por Ricardo Alarcón de Quesada

A Jimenito

A pesar del tiempo transcurrido desde el 20 de abril de 1957 se siguen publicando textos relacionados con la masacre ocurrida en la tarde de aquel Sábado Santo que giran, fundamentalmente, alrededor de la delación que condujo al asesinato de Fructuoso Rodríguez, Juan Pedro Carbó, José Machado y Joe Westbrook.

Acerca del delator, sus motivos, su vida y milagros, se ha escrito más, mucho más que sobre sus víctimas. No faltan elucubraciones y falacias que desvirtúan los hechos e incluso cuestionan su culpabilidad. Es como si aquellos compañeros fueran asesinados de nuevo, una y otra vez, hasta el infinito.

Siento el deber de rescatar su memoria. Los cuatro fueron mis amigos y compañeros y Fructuoso fue mi jefe en la Universidad de La Habana, con el compartí luchas y sueños que me obligan a salvarlo del olvido.

Para ello me valdré de recuerdos que me acompañan día y noche.

Lo que sigue es solo una porción de lo que debería ser, y con el favor de Dios, será un escrito mucho más extenso que permita aquilatar mejor lo que Fructuoso y sus hermanos significan para nuestra Historia.

Romper con Fructuoso

Ingresé a la Universidad en 1954 y muy pronto me involucré en las luchas estudiantiles. Matriculé en Derecho y en Filosofía y Letras y en esta última integré como Vicepresidente la lista que encabezaba Eugenia Escalona (Susa) quien más tarde militaría en el Directorio Revolucionario y sería la esposa de Guillermo Jiménez Soler (Jimenito).

En aquellos tiempos había 13 escuelas en la UH, cada una con una Asociación de Estudiantes cuyos Presidentes, electos por voto directo por los alumnos de cada Facultad, elegían entre ellos, a los dirigentes de la FEU.

Nuestra candidatura había sido organizada y era dirigida por Fructuoso Rodríguez, entonces Presidente de la Asociación de Agronomía y el más fiel amigo de José Antonio Echeverría y su principal respaldo en el liderazgo de la Federación. Fructuoso se movía por toda la Colina y encabezaba la batalla para liberarla de los remanentes que aún persistían del “bonchismo” y eran la base de la oposición a José Antonio.

La mayoría del alumnado de Filosofía eran muchachas. Entre las excepciones, estaba Laureano Batista Falla, de una de las más adineradas familias cubanas y compañero de aula de quien escribe estas líneas.

En cierta ocasión Laureano me pidió conversar a solas. Lo hicimos a la sombra de los frondosos jagüeyes que aún se alzan a la entrada del edificio Dihigo.

Laureano me ofreció los votos de las alumnas de Villanueva, monjitas y seglares, que por estar también matriculadas en nuestra Escuela podían votar en sus elecciones.

Precisó, de modo enfático, que habría una condición, una sola condición: que rompiéramos con Fructuoso.

Obviamente no había nada más que hablar pero la curiosidad me hizo preguntarle “¿Por qué Laureano?”. Y él respondió que para ellos Fructuoso era un revolucionario radical y que si sus ideas triunfasen Cuba no volvería a ser igual.

Se efectuaron las elecciones y, efectivamente, vi llegar varias camionetas de la Universidad Católica. Resultó ganadora Amparo Chaple, conocida militante de la Juventud Socialista. Más abajo explico el enredado proceso que llevó a tal desenlace. Debo apresurarme a subrayar que aunque perdimos, ganamos, ya que Amparo, rompiendo la disciplina de su organización, dio a José Antonio un voto decisivo. Quizás esa actitud tenga algo que ver con su trayectoria después de 1959, en la que apenas llegó a ocupar un puesto secundario en el servicio diplomático aunque siempre tiene el respeto y la admiración de quienes la conocimos.

“Es lo mismo”

Fructuoso fue, entre los dirigentes de aquella FEU, el más tenaz defensor de la unidad revolucionaria. Solo él llevó como Vicepresidente de su Asociación a un conocido militante de la JS, Antonio Massip, quien poco podía aportarle en términos de votos en Agronomía.

En algún momento en 1955 me anunció que se iba a crear el Directorio Revolucionario y me invitó a ser miembro de esa organización y cuando le respondí que ya formaba parte del M-26-7 me dijo “no importa, es lo mismo, en la Universidad seguiremos trabajando juntos”. Y así fue. Por cierto, idéntica orientación recibí de Ñico López, primero, y luego de Gerardo Abreu Fontán, que instruyeron a los veintiseístas de la Colina a seguir la dirección de José Antonio y Fructuoso.

D’Strampes 220

José Garcerán de Vall y Vera, miembro de la Dirección del M-26-7, vivía con su madre en esa dirección a pocas cuadras de la casa de mis padres. Desde niños jugábamos por esas calles y nos visitábamos con frecuencia. Allí encontró refugio Fructuoso el 14 de marzo de 1957. Lo visité diariamente y hablamos extensamente sobre lo humano y lo divino. Le comuniqué por instrucciones de Faustino Pérez la petición de Fidel de que se le uniera en la Sierra Maestra. Me pidió trasladase su gratitud pero agregando que él debía permanecer en La Habana para reorganizar el Directorio en aquellas dificilísimas circunstancias.

Analizamos las acciones necesarias para continuar la lucha hasta la tarde en que fueron a buscarlo para llevarlo a otro lugar. Al despedirnos quedamos en que él me avisaría para volvernos a reunir.

El Sábado Santo

En la mañana del 20 de abril recibí un mensaje de Fructuoso, según el cual al día siguiente me recogerían para llevarme adonde él estaba.

Me faltaba un mes y un día para cumplir veinte años de edad, pero de golpe mi vida cambió para siempre. En la tarde falleció mi padre a sus 49 años y tuve que ir al hospital de Emergencias a identificar su cadáver y hacer los engorrosos trámites con la funeraria de Infanta y Carlos III. En medio de todo aquello me pareció notar un inusual despliegue de esbirros.

Esa noche durante el velatorio de papá en nuestra casita viboreña Garcerán resumió la jornada así: “la verdad es que la vida es del caray”.

Las elecciones universitarias

Al comienzo del curso 1954-1955 conocí a un personaje, Leonel Alonso, que supuestamente sería mi compañero de aula, quien de inmediato me anunció que aspiraba a ser el próximo Presidente de la FEU, algo que estuvo a punto de lograr. El primer paso hacia esa meta era ganar la presidencia de la Escuela, lo que consiguió con el apoyo de la Juventud Socialista que controló nuestra Asociación.

Leonel, sin embargo, enfrentó un obstáculo insuperable: el sistema y los métodos de enseñanza de Filosofía y Letras, que se apartaban bastante de los prevalecientes en el resto de la Universidad. Además de la calidad de su claustro, en nuestra Escuela existía la asistencia obligatoria a clases, las pruebas periódicas, los seminarios, talleres y conferencias que anticipaban lo que se generalizaría en 1962 con las Reformas Universitarias.

Nunca lo vi en alguna de esas actividades ni tampoco, por cierto, en las manifestaciones y actos de protesta contra la dictadura. Un día pasó lo que tenía que pasar. Leonel irrumpió bruscamente en un local, interrumpió y le faltó el respeto a una profesora y esta, lógicamente, lo denunció ante la dirección de la Escuela, la cual propuso al Consejo Universitario la suspensión de derechos de Leonel.

La Asociación de Estudiantes decidió ir a la huelga en respaldo de su líder y para llevarla a cabo organizó una asamblea general. Me senté en medio de mis compañeras. Arriba estaban Leonel, la vicepresidenta Amparo Chaple y la Secretaria de la Asociación.

Se me ocurrió pedir la palabra para oponerme a la huelga, argumentando que la dirección de la Escuela había cumplido con su deber. Leonel me respondió con tono melodramático. “Las palabras del compañero” -dijo- “me han herido profundamente, sus palabras me han llegado hasta la clavícula” y al decir esto movió el brazo en arco y posó su mano en la cadera. Se escucharon algunas risas. Las muchachas que lo acompañaban en la tribuna movieron sus manos indicándole que levantara la suya. Leonel repitió lo que había dicho y al hacerlo repitió también el mismo gesto. Así estuvo con su mano donde ya dije mirando asombrado a lo que ya era una carcajada generalizada. La “huelga” fracasó.

La campaña electoral se desarrolló con dos candidaturas, la nuestra y la de Amparo Chaple, y se caracterizó por la cordialidad que siempre existió entre nosotros.

Llegó el día en que concluiría la presentación de candidaturas ante Nantilde León, profesora de Lengua Griega y Secretaria General de la Escuela. Iba a terminar la mañana y con ella las inscripciones, cuando llegó el jefe de la JS universitaria, Raúl Valdés Vivó, con los papeles correspondientes a Leonel. Nantilde se los devolvió señalando que el Consejo Universitario había ratificado la sanción contra él.

Raúl presentó entonces los de Adolfo Rivero, también de la JS y cuya aspiración nadie conocía. Nantilde miró al reloj, ya había pasado el mediodía y rechazó también tal candidatura.

Hubo protestas y algún grito, pero pronto todo estaba en calma. Salíamos del edificio cuando Raúl se quejó –“ustedes no tienen sportmanship”– y recibió la réplica inmediata, tajante, de Fructuoso: “aquí no estamos jugando a la pelota”.

Nuestra candidatura tuvo que enfrentar lo que en aquella Cuba se llamaba “voto negativo”, la convergencia de diversos factores, que pese a sus contradicciones, unían sus votos para derrotar a un enemigo común. En nuestro caso eran la oligarquía criolla (Laureano), los restos del “bonchismo” (Leonel) y la JS. Se unieron para derrotarnos a Susa y a mí, aunque en verdad su objetivo era derrotar a José Antonio y a Fructuoso.

Aunque perdimos la elección, la conducta valerosa, digna, de auténtica comunista, de Amparo, al votar por José Antonio convirtió el revés en victoria.

Leonel mantuvo el favor de sus aliados “de izquierda”. Después del 59 fue Embajador, hasta que un buen día se robó los fondos de su Misión Diplomática y se fue a Miami a luchar por la libertad de Cuba.

En cuanto a Valdés Vivó debo decir que aunque tuvimos grandes diferencias, antes y después del 59, también libramos juntos algunas batallas y, con el andar del tiempo, aprendimos a respetarnos e incluso tratarnos cordialmente.

Sobre los vínculo entre el M-26-7 y el Directorio

La mejor definición me la dio Fructuoso y la repito: “Es lo mismo”.

También di cuenta de que el 14 de marzo se escondió en la casa de Pepe Garcerán, uno de los jefes del Movimiento y amigo mío desde la infancia. Estoy seguro que hubo otros casos de ayuda a los perseguidos por el ataque a Palacio y la toma de Radio Reloj. Debo relatar uno que guardo siempre en la memoria.

Fue en la tarde del 13 de marzo y en la calle 23 entre 24 y 26, no lejos de donde estaba el tenebroso Buró de Investigaciones. En ese lugar pudimos ubicar a Joe Westbrook y a Carlos Figueredo (el Chino), este último herido. El asunto fue materia de una de las primeras producciones del ICAIC (Historias de la Revolución).

Marcelo Pla, uno de los principales jefes de las Brigadas Juveniles del Movimiento, que estudiaba Medicina logró curar al Chino en aquellas limitadísimas condiciones.

A modo de conclusión

Varias veces vi en la Plaza Cadenas (hoy Agramonte) a Juan Pedro y a Machadito ayudando a repartir textos del PSP y la JS. Quien los haya conocido a ellos, a Joe y a Fructuoso, sabe que los mártires de Humboldt 7 estaban muy lejos del anticomunismo. Si no los hubieran asesinado, ellos habrían estado a la vanguardia de nuestro pueblo en la brega por alcanzar el socialismo y la sociedad comunista.

Por aquellos años leí bastante a Jean-Paul Sartre, incluyendo Materialismo y Revolución, donde encontré una advertencia iluminadora: para el estalinista el enemigo principal no es la burguesía sino el revolucionario que no pertenece al partido.

Creo además con William Faulkner: the past is never dead. It is not even past.

Tomado de: Segunda Cita

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