Textos prestados

El negocio de la vacuna contra la COVID-19

Niels Bo Bojesen (Dinamarca)

Por Pasqualina Curcio Curcio

Como si no fuese suficiente con la desolación por el confinamiento, el desasosiego por los nuevos contagios y el duelo por quienes volaron a otro plano a causa de la pandemia, sentimos también una profunda indignación cuando se pone de relieve uno de los más inhumanos antivalores del capitalismo: hacer de la vida y de la salud un negocio.

EEUU, la Unión Europea y el Reino Unido se oponen a la propuesta de exención de los derechos de propiedad intelectual y patentes de la vacuna contra el COVID-19. Dicha propuesta fue presentada ante la Organización Mundial del Comercio (OMC) en octubre de 2020 por Sudáfrica y la India, a la cual ya se han sumado más de 100 países. Consiste en eliminar las barreras de la propiedad intelectual de manera que las empresas transfieran su tecnología y conocimiento a otras plantas productoras para fabricar masivamente todas las dosis que se requieren y así inmunizar lo más rápido posible a la población mundial. Capacidad de producción con la que se cuenta, según Tedros Adhanom, director de la OMS.

El Acuerdo de los Derechos de Propiedad Intelectual y del Comercio (ADPIC) suscrito por los países miembros de la OMC no es otra cosa sino la creación legal de monopolios en la medida en que conceden a los capitales la exclusividad, por años, de la producción y comercialización de un bien. El argumento que esgrimen es que las patentes son la única garantía para incentivar la inversión en investigación y desarrollo.

Con el chantaje del incentivo, lo que realmente otorgan a las empresas farmacéuticas es el poder de decidir quién vive y quién muere, además de decidir de qué viviremos y de qué moriremos. Son estas las que elaboran la agenda de las investigaciones siguiendo el criterio de lo que le es más rentable, no por casualidad cronifican las enfermedades.

Es el caso que, el financiamiento para la investigación ni siquiera proviene de la propia industria privada farmacéutica. Son los gobiernos los que históricamente han facilitado los recursos financieros y es en las universidades e instituciones principalmente públicas que se han desarrollado las investigaciones que luego han sido apropiadas por las farmacéuticas.

De los US$ 13.900 millones que se han destinado a la investigación de la vacuna contra el COVID-19, los gobiernos han proporcionado US$8.600 millones, las organizaciones sin fines de lucro US$ 1.900 millones, mientras que solo US$3.400 millones los han puesto las empresas farmacéuticas privadas, apenas el 25% (Airfinity). A esto debemos sumar el mercado seguro que tiene la vacuna, de hecho, para diciembre de 2020 los gobiernos de los países llamados desarrollados habían pre encargado 10.380 millones de dosis.

La empresa farmacéutica estadounidense Moderna desarrolló la vacuna contra el COVID-19 con financiamiento 100% público, recibió US$ 562 millones. Le fueron pre encargadas 780 millones de dosis a un precio que ronda en promedio los US$ 31/dosis, lo que le genera ingresos por el orden de US$ 24.000 millones. Saquen ustedes las cuentas de la ganancia de esta empresa.

Pfizer/BioNtech, también estadounidense recibió US$ 268 millones del gobierno, alrededor del 66% de lo que destinó a la investigación. Le fueron pre encargadas 1.280 millones de dosis que a un precio promedio de 18,5 US$/dosis equivalen a ingresos por el orden de US$ 23.680 millones. A AstraZeneca/Oxford de capital inglés, le pre encargaron 3.290 millones de dosis, las cuales vende a un precio de 6 US$/dosis, obtendrá US$ 19.740 millones por ingresos, pero el 67% de los US$ 2.200 millones que dedicó a la investigación fueron públicos. A Jhonson&Jhonson le encargaron 1.270 millones de vacunas que vende a US$ 10/dosis lo que le generará un ingreso de US$ 12.700 millones habiendo realizado una inversión de US$ 819 millones con financiamiento 100% público.

Los precios de las vacunas oscilan entre 4 y 37 US$/dosis: Sputnik-V 10 US$/dosis; Sanofi/GSK entre 10 y 21; Novavax 16; Moderna entre 25 y 37; Sinovac entre 13 y 29 US$/dosis, además de las ya mencionadas.

La vacuna contra el COVID-19 es un negocio redondo, al parecer es el mejor de estos tiempos: la inversión para la investigación la asumieron los gobiernos que dieron los recursos a las empresas farmacéuticas privadas; tienen el mercado garantizado porque los mismos gobiernos pre encargaron las vacunas a las empresas que financiaron; toda la ganancia va a parar a las empresas farmacéuticas en su mayoría privadas que además son las que, gracias al monopolio otorgado por los mismos gobiernos a través del ADPIC, tienen la exclusividad de producción y comercialización por años.

Esta restricción del acceso a la vacuna, consecuencia de las patentes, ocurre mientras 500 mil personas se contagian y 8.000 fallecen a diario a causa de esta enfermedad. ¿Es ésta, o no, la muestra más inhumana del capitalismo?

Hoy, mientras los países con mayores ingresos vacunan a una persona por segundo, la mayoría de los países aún no han puesto ni una sola dosis (Oxfam). De los 128 millones de dosis de vacunas administradas hasta la fecha, más de tres cuartas partes se han aplicado en tan solo 10 países que representan el 60% del PIB mundial. Casi 130 países, con 2500 millones de habitantes, todavía no han iniciado la vacunación (OMS). Se estima que, a mediados de año, tan solo se habrá vacunado a un 3 % de la población de los países con menores recursos, y en el mejor de los casos, a una quinta parte, para finales de 2021 (Oxfam), lo que a su vez retardaría la recuperación no solo económica de esos países, sino de las condiciones de vida de su población. EEUU ha recibido el 25% de todas las vacunas disponibles a nivel mundial y la Unión Europea el 12,6%.

Es tan grande la desfachatez de EEUU, la Unión Europea y el Reino Unido que para privilegiar a sus capitales farmacéuticos se niegan a la exención de las patentes a pesar de que, en el propio seno de la OMC, en 2001 acordaron flexibilizar los derechos de propiedad intelectual en caso de emergencias de salud pública: “Convenimos en que el Acuerdo sobre los ADPIC no impide ni deberá impedir que los miembros adopten medidas para proteger la salud pública. En consecuencia, al tiempo que reiteramos nuestro compromiso con el Acuerdo sobre los ADPIC, afirmamos que dicho Acuerdo puede y deberá ser interpretado y aplicado de una manera que apoye el derecho de los miembros de la OMC de proteger la salud pública y, en particular, de promover el acceso a los medicamentos para todos.”

¿Qué mayor emergencia de salud pública que una pandemia, que es mundial y disculpen la redundancia, ocasionada por un virus altamente contagioso y letal?

Como si no fuese suficiente con todo lo anterior, irrita saber que, a un precio promedio de 15 US$/dosis y suponiendo que se apliquen 2 dosis de la vacuna a los 7.700 millones de habitantes, se necesitarían US$ 231 mil millones para inmunizar a toda la población mundial, monto que no representa ni siquiera el 5% de todo lo que en pandemia ganaron los 2.000 multimillonarios del Planeta gracias al dinero que los gobiernos inyectaron en el mercado bursátil mientras 500 millones de personas se sumaban a la lista de pobres que ya va por los 4.000 millones.

Decía Alí Primera, “Ayúdenla, ayúdenla que sea humana, la humanidad”.

Tomado de: Cubaperiodistas

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El dolor social, arma política del capitalismo digital

Foto El Heraldo de México

Por Marcos Roitman Rosenmann

Vivimos en una sociedad enferma. Las manifestaciones son muchas. El uso de antidepresivos, ansiolíticos, y los derivados del opio muestran un comportamiento poco habitual. La crisis de la oxicodona en Estados Unidos ha convertido el dolor en un negocio para los laboratorios farmacéuticos. Asimismo, se ha transformado en una epidemia a la cual se unen conductas autolíticas. Autolesionarse resulta una vía de escape para millones de personas en el mundo. El temor al fracaso es una de sus causas más comunes. Los jóvenes y adolescentes se encuentran entre la población más vulnerable. Infringirse daño se transforma en un modo de sentirse libre, de romper ataduras.

No son los dolores del cuerpo los que provocan el deseo de autolesionarse. Por el contrario, son los dolores sociales, aquellos dependientes de las estructuras de explotación, dominio y desigualdad. La pérdida de confianza y la soledad actúan como catalizadores de un dolor cuya forma de combatirlo consiste en violentar el propio cuerpo. La depresión, la neurosis o el trastorno límite de la personalidad, caracterizado por la forma en la cual la persona se piensa y siente en relación consigo misma y los demás, son síntomas de una realidad propia del siglo XXI y el capitalismo digital.

Richard Wilkinson y Kate Pickett, en su ensayo Igualdad, cómo las sociedades más igualitarias mejoran el bienestar colectivo, alertan: En Gran Bretaña, 22 por ciento de los adolescentes de 15 años se han hecho daño a sí mismos al menos una vez, y 43 por ciento de ese grupo afirmaron hacerse daño una vez al mes. En Australia, un estudio con adolescentes señala que 2 millones de jóvenes se autolesionan alguna vez a lo largo de su vida. En Estados Unidos y Canadá, los datos apuntan a que entre 13 y 24 por ciento de los escolares se lesionan voluntariamente y niños de sólo siete años se hacen cortes, se arañan, se queman, se arrancan el pelo, se provocan heridas y se rompen huesos deliberadamente.

Estas conductas hunden sus raíces en un cambio en la manera de percibir el dolor. “Cuesta imaginar que la angustia mental pueda convertir la vida en una experiencia tan dolorosa que el dolor físico resulte liberador y proporcione una sensación de control (…), pero son muchos los niños, jóvenes y adultos que afirman lesionarse al sentir vergüenza, autoexigirse o creer que no están a la altura”.

El dolor se construye y se articula. Así, entramos en otra dimensión en la cual las conductas hacia el dolor se pueden inducir y recrear. Según el coronel estadunidense Richard Szafranski, “se trata de influir en la conciencia, las percepciones y la voluntad del individuo, entrar en el sistema neocortical (…) de paralizar el ciclo de la observación, de la orientación, de la decisión y de la acción. En suma, de anular la capacidad de comprender”.

Miedo y dolor, una combinación perfecta. El miedo se orienta hacia objetivos políticos. Sus reclamos pueden ser el desempleo, la inseguridad, el hambre, la exclusión o la pobreza. En este contexto, el dolor entra con fuerza en la articulación de la vida cotidiana, muta en un mecanismo de control. Y aquí el concepto se extravía.

William Davies, en su estudio Estados nerviosos, cómo las emociones se han adueñado de la sociedad, subraya: “Hasta la segunda mitad del siglo XX, la capacidad del cuerpo para experimentar el dolor por lo general se consideraba una señal de salud y no como algo que debía ser alterado empleando analgésicos y anestésicos (…). El paciente que simplemente pide ‘termine con el dolor’ o ‘hágame feliz’ no está exigiendo una explicación, sino el mero cese del padecimiento (…). La frontera que separa el interior del cuerpo comienza a ser menos clara (…). En esencia, despoja el sufrimiento de cualquier sentido o contexto más amplio. Coloca el dolor en una posición de fenómeno irrelevante y por completo personal”.

El dolor social, el padecimiento colectivo, la conciencia del sufrimiento, se desvanece en una experiencia imposible de ser comunicada. Pierde toda su fuerza. Ser feliz, eliminar el dolor o derivarlo hacia una vivencia personal, desactiva la crítica social y política, uniéndose a conductas antisistémicas.

Pero al mismo tiempo, el dolor se instrumentaliza. En este contexto, es un arma eficaz. Se busca crear dolor, potenciar sus efectos en las personas. Hacer que forme parte de una conducta flexible y sumisa, donde el dolor paraliza. En este sentido, la construcción de conductas asentadas en el manejo del dolor se ve favorecida por el desarrollo del Big Data y la interconexión de dispositivos capaces de penetrar en lo más profundo de la mente-cerebro. La realidad aumentada bajo la inteligencia artificial posibilita expandir el mundo del dolor en todas las direcciones. El llamado Internet de las cosas se convierte en una fuente inagotable de emociones y sentimientos, forjando estados de ánimo capaces de doblegar la voluntad bajo el control político del dolor social. Y lo más preocupante, está en manos de empresas privadas.

Tomado de: La Jornada

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Teoría de la mirada (Fragmento)

Fotograma del filme La ventana indiscreta (Estados Unidos, 1954) de Alfred Hitchcock

Por Peter Wollen

Para (Dziga) Vértov, la selección y la edición eran inseparables de la mirada*. Mirar era una actividad mental además de óptica, un modo de recoger información objetiva y aprender la verdad de las cosas. Para su contemporáneo Lev Kulechov, por el contrario, el mirar era subjetivo. Podía incluso decirse que le gasta bromas a uno. De acuerdo con el efecto Kulechov, la relación entre un plano y otro supera al contenido real de cada uno de ellos. En un célebre experimento de percepción, Kulechov obtuvo un plano del rostro inexpresivo y neutro del actor soviético (Iván) Mosjoukine y, de acuerdo con el director soviético Pudovkin, editó junto con una serie de planos distintos: un tazón de sopa humeante, un ataúd, un niño jugando con un peluche. Para el espectador el rostro de Mosjoukine parecía registrar satisfacción, dolor o alegría, dependiendo de la imagen a la que aparentemente estuviese reaccionando. El propio Kulechov describió el experimento de un modo algo distinto:

“Tuvimos una disputa con cierto actor famoso al que le dijimos: imagina esta escena: un hombre, sentado en la cárcel durante mucho tiempo, tiene hambre porque no le dan nada de comer; le traen un tazón de sopa, queda encantando, y la engulle. Imagina otra escena: a un hombre encarcelado le dan comida, le dan bien de comer, todo lo que quiere, pero ansía su libertad, ver los pájaros, la luz del sol, las casas, las nubes. Se le abre una puerta. Lo conducen a la calle, y ve pájaros, nubes, el sol y casas y se muestra extremadamente satisfecho con la vista. Y entonces preguntamos al actor: ¿parecería el rostro que reacciona a la sopa y el rostro que reacciona al sol igual en el cine, o no? Nos respondió con desdén: cualquiera tiene claro que la reacción a la sopa y la reacción a la libertad será totalmente distinta.

Entonces rodamos estas dos secuencias, e independientemente de cómo cambiase las tomas y cómo se examinasen, nadie era capaz de percibir diferencias en el rostro de este actor, a pesar de que su actuación en cada toma era absolutamente distinta […] Aun así [llegaba] al espectador del modo que el editor pretendía, porque el propio espectador completa la secuencia y ve lo que el montaje le sugiere.”(17)

El cine, en otras palabras, nos gasta bromas extrañas. Para Kulechov, el contenido de la mirada estaba de hecho determinado por la edición: el espectador veía lo que el editor pretendía, no lo que el rostro transmitía cuando se veía de manera aislada o lo que expresaba a quienes se encontraban en el plató mientras se rodaba la escena. Muchos años después, este mismo experimento lo describe Merleau-Ponty en Les Temps Modernes, si bien atribuyéndolo equivocadamente a (Vsévolod Ilariónovich) Pudovkin.

“Lo primero que uno captaba era que Mosjoukine parecía mirar al tazón, a la joven [dentro de un ataúd] y al niño [con el peluche], y a continuación uno captaba [en la nueva edición] que miraba pensativamente al plato, que tenía expresión de lástima al mirar a la mujer, y que tenía una sonrisa resplandeciente para el niño.”

Merleau-Ponty concluye que «por lo tanto, el significado de un plano depende de lo que lo precede en la película, y esta sucesión de escenas crea una nueva realidad que no constituye la mera suma de sus partes»(18). En otras palabras, el plano de la reacción está determinado por el plano desde el punto de vista. Vemos o parecemos ver la reacción adecuada a lo que acaba de ser mirado. Lo que esto supone, en mi opinión, es que vemos en el rostro del otro al que estamos mirando la reacción que imaginamos que nosotros habríamos tenido si hubiéramos estado mirando el mismo objeto. Esto nos devuelve, seguramente, a Kojève: deseamos lo que otro desea, por lo tanto, si vemos al otro desear sopa, reconocemos en la mirada neutral el placer que nosotros sentiríamos. Nuestra percepción está determinada por nuestra relación transitiva con el otro, no refleja lo que de hecho nos habían mostrado. La percepción, como podría decir Lacan, existe en el ámbito de la imaginación, no en el real.

Invitados invisibles

Por último, vuelvo a La ventana indiscreta. En su larga entrevista con François Truffaut, recogida en un libro, (Alfred) Hitchcock señala que a James Stewart se le presenta del mismo modo que Kulechov presentaba a Mosjoukine:

“Tuve la oportunidad de hacer una película puramente cinematográfica. Tenemos a un hombre inmóvil que mira hacia el exterior. Es la primera pieza de la película. La segunda nos muestra lo que ve y la tercera su reacción. Esto representa lo que conocemos como la expresión más pura posible de la idea cinematográfica […] Tomamos un primer plano de James Stewart, está mirando por la ventana y ve, por ejemplo, un perrito que alguien baja en una cesta al patio; volvemos a Stewart, que sonríe. Ahora, en lugar del perrito al que bajan en una cesta nos muestran a una joven que da vueltas delante de una ventana abierta; utilizamos el mismo primer plano de Stewart sonriendo y ahora es un viejo verde.”(19).

Para Hitchcock, el efecto Kulechov es cine puro, precisamente porque es manipulativo: mediante el modo de contextualizarlo, el plano de reacción muestra lo que el director quiere que veamos, no el contenido original del plano. El experimento de Kulechov es lo que (Maurice) Merleau-Ponty denomina «gestalt temporal»: no entendemos su significado debido a lo que vemos de hecho sino por la relación temporal entre las imágenes: primero la mirada, después lo mirado; después la reacción. Merleau-Ponty sostiene que así es como vemos también en el mundo real, excepto que la temporalización es mucho más abierta —es fácil que perdamos algún elemento crucial, algún momento crucial— y en consecuencia nuestra percepción es mucho menos fiable. Como Karen Reisz explicaba en su libro sobre la edición, el cineasta intenta convencionalmente mostrar cada elemento clave de un acontecimiento complejo como sucede en el tiempo, no desde el punto de vista de un participante o incluso de un espectador real, sino desde el de un testigo ideal: la cámara de Renoir como «invitado invisible»(20). El espectador de cine creará entonces la gestalt temporal completa del acontecimiento a partir de la secuencia fragmentaria de planos.

De hecho, lo que el espectador hace es reconocer y después extrapolar. La percepción no es un mero proceso de grabación, es un proceso de síntesis de una totalidad a partir de un análisis, de una selección de planos, como explicaba Vertov. No sólo percibimos las miradas sino también las miradas en una situación, que se producen en un periodo de tiempo, por corto que sea. Además, la situación del espectador, como la del lector, es privilegiada por ser extratextual. Incluso cuando la mirada del espectador se devuelve aparentemente mediante una mirada directamente a la cámara, para que los ojos del personaje parezcan encontrarse con los del espectador, sabemos que no es un verdadero momento de reconocimiento, en el sentido dado por (Alexandre) Kojève, porque sabemos que la mirada emitida desde la pantalla es incorpórea.

El cine da al espectador el lujo de saber que nunca puede ser visto, nunca puede ser implicado en la acción de la película, siempre permanecerá invulnerable. Incluso aunque nuestra experiencia del cine sea voyeurista, como muchos teóricos han afirmado con diversos argumentos, el espectador nunca es vulnerable como el mirón de la fábula de Sartre, nunca es avergonzado. El espectador puede negarlo todo. Desde el punto de vista de la película, es el espectador el incorpóreo, el que es pura ocularidad, el que carece de la corporeidad que convierte la percepción de los demás en un vínculo social en el sentido hegeliano. Para el espectador, los personajes de la pantalla son reales, mientras dure la película; pero para ellos, el espectador –situado muy lejos, fuera de los circuitos del deseo– no tiene realidad en absoluto.

Notas

*Este texto se presentó originalmente en el seminario sobre Teoría Cinematográfica de la Universidad de California en Los Ángeles, efectuado en 1998.

(17) Ronald Levaco (ed.), Kuleshov on Film, Berkeley, California, 1974, p. 54.

(18) Maurice Merleau-Ponty, «The Film and the New Psychology», [1948], en Sense and Non-Sense, Evanston, Illinois, 1964, p. 54.

(19) François Truffaut, Hitchcock, Nueva York, 1984, pp. 216-219 [ed. cast.: Hitchcock-Truffaut: edición definitiva, Madrid, Akal, 1991].

(20) Karen Reisz, The Technique of Film Editing, Londres, 1953.

Tomado de: El ciervo herido

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Negaciones y paradojas

Foto Forbes México

Por Maciek Wisniewski

“Esto es una paradoja. Aquí hay ley y, en situaciones así, está de nuestro lado. No somos una república bananera”, dijo el líder de un país X, que ya va por sus cuartas elecciones generales en dos años (y bien podría ir a quintas: nadie tiene una mayoría). Un país que tiene dos primeros ministros, supuestamente “rotándose” o más bien haciéndose tropezar (siendo él, uno de ellos). Una nación que, a pesar de ufanarse de ser “una democracia fuerte” —incluso “la única en Medio Oriente” (sic)—, es en realidad, como dictaminó uno de sus más prestigiosos organismos de derechos humanos, “un régimen de apartheid” (hasta aquí los sueños sobre la democracia). Una nación cuya ocupación del país Y no es “temporal” ni “externa”, sino perpetua y transversal para todas sus instituciones. Y central para el imperante sistema de opresión y exclusión racial en el propio país y en los territorios ocupados. Un país que se ufana de tener “el ejército más moral del mundo” (sic), pero que en realidad ha cometido incontables masacres de civiles. Y que al final ni siquiera es un Estado, sino “un ejército con un Estado adjuntado” (véase: Haim Bresheeth-Zabner, An army like no other, Verso, 2020). Uno que está supeditado y depende totalmente en su presupuesto militar de una potencia Z, responsable, de hecho, por extender la “frontera bananera” en América Central (aunque por el peculiar carácter de esta dependencia a veces parece que la potencia está… sujetada al “apéndice”). Y finalmente uno cuya economía depende casi exclusivamente de la exportación de un solo bien: la violencia-armas y tecnologías militares (véase: Jeff Halper, War Against the People, Pluto, 2015).

No sé cómo a ustedes, pero a mí —con el permiso de O. Henry— suena bastante a una banana republic (o una de tipo “2.0”, si se quiere). Lo que no me parece, es que la palabra “paradoja” aplique para hablar del reciente fallo de la Corte Penal Internacional (CPI), que consideró que su jurisdicción abarca los territorios ocupados palestinos y se declaró competente para investigar los crímenes de guerra cometidos por Israel (país X) en Palestina (país Y), junto con acciones de Hamas. Pero si a algo sí aplica en este contexto es —¡paradójicamente! (supersic)— a la agitada reacción del propio Israel.

¿No es una paradoja que, negando su responsabilidad para vacunar a la población ocupada, Israel diga que Palestina “es soberana y ha de vacunarse solita” (invocando a los Acuerdos de Oslo, cuya implementación —¡otra paradoja!—, siempre ha estado boicoteando), pero cuando ésta hace uso de su soberanía adhiriéndose a la CPI, dice que Palestina “no es soberana” y no puede ser parte de la CPI, “por lo que la investigación no procede”?

¿No es una paradoja que B. Gantz, el mencionado político, ex jefe del ejército que bien puede acabar acusado por la CPI que persigue a individuos, no países, “tan apegado a la ley” —y que igual no ha perdido oportunidad para recordar que su país “no comete crímenes de guerra” y “su ejército es el más moral del mundo” (en sí mismo un oxímoron, por no decir… una mentira)— atacando a la CPI y negándose a rendir las cuentas ante la justicia internacional, y al ir, de paso, “liquidando” a Palestina (The Deal of the Century), está, en efecto, liquidando el orden y el derecho internacional surgidos después de 1945?

¿O que Israel, al negar “cualquier fundamento a estas acusaciones”, actúa con apoplejía: tildando internamente a la CPI como “una amenaza estratégica”, delegando un ministro aparte para enfrentarla y cerrando las filas con EU (país Z), que —surprise, surprise— tampoco reconoce jurisdicción a la CPI e igualmente se opone a que sus soldados sean investigados por atrocidades cometidas en Afganistán (con Trump incluso levantando sanciones contra los miembros de la CPI)?

¿O qué B. Netanyahu que —ahora sí, “rotándose” en lo retórico con Gantz: “la CPI persigue a un país con un fuerte régimen democrático que santifica el estado de derecho”, etcétera— acusó a la Corte de… “antisemitismo” (sic), no tiene reparos en aliarse con herederos de verdaderos antisemitas, por ejemplo, en Austria (S. Kurz) o enlistar ayuda de Alemania o Hungría (bien sabemos que han hecho estos países…), primeros en cuestionar la jurisdicción de la CPI sobre Palestina “por no tratarse de un Estado reconocido”? ¿No era Hitler austriaco? ¿No eran buena parte de altos oficiales de la SS, arquitectos y ejecutores de la “solución final”, austriacos? ¿No gritó Eichmann —para ser preciso un étnico alemán—, antes de su ejecución en Tel Aviv la madrugada del 31 de mayo de 1962: “¡Viva Alemania! ¡Viva Argentina! ¡Viva Austria!”? Tal vez sí. Aunque en la historia según Netanyahu, que ya dijo una vez que “el Holocausto fue inventado por los palestinos” (sic), seguramente gritaba: “¡Viva Palestina! ¡Viva Palau! ¡Viva Papúa Nueva Guinea!” (hablando antes de los guineos…).

Si bien en la Academia Militar israelí se enseña, por ejemplo, a Deleuze y a Guattari para… mejor dominar a los palestinos y su territorio (véase: Eyal Weizman, “Israeli Military Using Post-Structuralism as ‘Operational Theory’”, en Frieze, núm. 99, mayo, 2006), no esperemos que cada general, como Gantz, sea lingüista. La decisión de la CPI no es “una paradoja”. Muchas posturas de Israel frente a ella, sí (junto con hipocresía o negacionismo…). Es una tardía, y aún por consumarse, victoria de la justicia. Una esperanza.

Tomado de: La Jornada

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Samantha Power y la USAID: Claves de su pensamiento político

Imagen The New Yorker

Por Rafael González Morales

El 13 de enero pasado, el presidente estadounidense Joseph Biden decidió nominar como administradora de la USAID a Samantha Power, quien se desempeñó como embajadora ante la ONU en el último mandato de Obama. El mandatario ha determinado que la persona que ostente ese cargo ocupará un puesto en el Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, lo que evidencia la importancia que le está confiriendo a esta agencia en el proceso de formulación e implementación de su política exterior.

Samantha nació en septiembre de 1970 en Londres. Su madre Vera Delany estudió medicina y se especializó en trasplante de hígado. Su padre nombrado Jim Power era estomatólogo. Vivió en Dublín parte de su infancia y cuando tenía 9 años emigró con su madre y hermano a Estados Unidos. De acuerdo a su último libro publicado en el 2019 que es una autobiografía titulada: La educación de una idealista, comenzaron a vivir como emigrantes en un país que nunca habían visitado. La mayor parte de su adolescencia la experimentó en Atlanta. Realizó estudios de licenciatura en Historia en la elitista Universidad de Yale donde se graduó en 1992.

Sus primeras experiencias profesionales estuvieron vinculadas con el periodismo investigativo sobre temáticas asociadas a las relaciones internacionales. Con 22 años se desempeñó como corresponsal para la publicación US News & World Report en la guerra de Bosnia entre 1992 y 1995. Cuando retorna a territorio estadounidense, fundó el Proyecto sobre Derechos Humanos en la Escuela Kennedy de la universidad de Harvard. En este centro de altos estudios, Samantha culminó su doctorado en Derecho en 1999.

Como parte de su motivación por la investigación y, en especial, en el área de los derechos humanos en el año 2002 publicó uno de sus principales libros titulado: Un problema del infierno: América y la era del genocidio. Una de las tesis principales del texto fue argumentar la «legitimidad» de las intervenciones militares por motivos humanitarios cuando un estado «comete atrocidades contra su propio pueblo». La obra fue reconocida con el prestigioso premio Pulitzer en el 2003.

A partir de la notoriedad que alcanzó con la divulgación del libro, recibió varios reconocimientos por las influyentes revistas Time y Foreign Policy que la consideraron una de las 100 personas más influyentes del mundo y entre las principales pensadoras globales, respectivamente. Posteriormente en el 2005, cuando tenía 34 años fue invitada a sostener un intercambio con el entonces senador Barack Obama, quien se había leído su libro y quería conocerla. Al final del encuentro, ella se ofrece para trabajar para él como parte de sus asesores en la oficina del Senado. Se desempeñó en esa responsabilidad hasta marzo del 2008.

Se involucró como una de las principales consejeras de Obama durante la campaña presidencial y tuvo que renunciar cuando públicamente criticó a Hillary Clinton calificándola como un «monstruo». Cuando asume el primer afroamericano como presidente de esa nación en enero de 2009, Samantha es designada como asistente especial del presidente y directora de Asuntos Multilaterales y Derechos Humanos del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca.

Según la revista estadounidense New Yorker, en el 2011 Power «fue la primera y más activa promotora de las acciones agresivas contra Libia». De acuerdo a uno de los funcionarios que participaba en las reuniones donde se debatían las opciones políticas que debían emprenderse contra ese país, Samantha «realmente puso en la agenda el empleo de la fuerza militar como respuesta a lo que estaba sucediendo en un momento en que el presidente no estaba seguro».

En 2013, se convierte en la embajadora de Estados Unidos ante la ONU más joven de la historia con 42 años. Desde este cargo, participó activamente en la promoción de sanciones contra Corea del Norte, en los temas de libertad religiosa, tráfico y trata de personas, así como en la misión de paz que se envió a la República Centroafricana. Con la salida de Obama de la Casa Blanca, Power regresa a la docencia en la universidad de Harvard. A finales del 2020, Biden la propone como administradora de la USAID.

Las ideas esenciales del pensamiento político de Samantha, están reflejadas en un artículo que publicó el pasado mes de enero en la revista Foreign Affairs Latinoamérica titulado: «La ventaja de Estados Unidos y la oportunidad de Biden: el poder de la capacidad de hacer». Parte de la premisa que la nación estadounidense está experimentando un proceso de pérdida de credibilidad a nivel internacional. Precisa que cada vez menos personas consideran a Washington capaz de resolver grandes problemas globales y cumplir un papel de liderazgo. Enfatiza que en la actualidad existe otro desafío crucial que es lidiar con un rival poderoso como es el caso de China.

En el texto, explicó que algunos estadounidenses confían en que después de cuatro años desastrosos de Donald Trump, muchos países se sentirán tan aliviados que recibirán con los brazos abiertos el liderazgo de Estados Unidos en temas clave. De acuerdo a Samantha, esto no es suficiente para renovar las capacidades de influencia que deben enfocarse en demostrar que Washington está en condiciones de contribuir a la solución de los retos y desafíos actuales.

Señaló que el gobierno de Biden debería centrarse en resolver los problemas internos: acabar con la pandemia; recuperar la economía y reformar las desgastadas instituciones democráticas. No obstante, reconoció que los grandes cambios estructurales tomarán tiempo y por esa razón la nueva Administración tendría que priorizar el desarrollo de iniciativas en materia de política exterior que «rápidamente pongan bajo los reflectores el regreso de los conocimientos y la competencia estadounidense».

En esencia, propuso que se impulsen aquellas políticas que proporcionen beneficios internos claros y simultáneos, al tiempo que respondan a las necesidades cruciales y profundas del contexto internacional. Desde su visión, tendrían que trabajar en tres frentes principales: encabezar la distribución mundial de la vacuna contra la COVID-19, reforzar las oportunidades educativas en Estados Unidos para los estudiantes extranjeros y combatir cabalmente la corrupción dentro y fuera del país. Argumentó que, si se aprovechan las oportunidades, Washington podría restablecer parte de la confianza internacional, lo que calificó como «un cimiento indispensable para ser convincentes y construir las coaliciones necesarias para promover los intereses estadounidenses en el futuro».

Con relación al tema de la vacuna, señaló que la pandemia no terminará ni la economía estadounidense se recuperará hasta que la COVID-19 no se controle en el resto del mundo. Propuso que Washington debe iniciar asociaciones bilaterales con países de ingresos medios y bajos que necesitarán ayuda con las complejidades que implica vacunar a sus ciudadanos. Precisó que en esta labor su ventaja es obvia: «conocimientos científicos incomparables y su alcance mundial». En su visión resulta clave emplear este tema para renovar la imagen estadounidense a nivel global.

Sobre las posibilidades de estudios universitarios para extranjeros en territorio de Estados Unidos, explicó que Biden tiene la oportunidad de retomar estos programas con mayor intencionalidad. Añadió que serían útiles para neutralizar los terribles efectos de la retórica xenófoba de Trump que ya antes de la pandemia provocó que muchos jóvenes renunciaran a estudiar en territorio estadounidense y prefirieran lugares como Australia y Canadá.

Sobre este aspecto comentó: «Que mejor manera de que Biden llegue a la población mundial preocupada por el rumbo de Estados Unidos que celebrando un nuevo recibimiento a las mentes jóvenes más brillantes del mundo. Biden podría comenzar con un gran discurso para darles la bienvenida junto con las universidades estadounidenses».

Recomendó que el nuevo gobierno debería establecer el objetivo de aumentar el número anual de estudiantes extranjeros e integrar la política de inmigración y visados para reabrir el país de manera segura, lo que permitiría adoptar medidas que marquen una diferencia inmediata para los extranjeros que quisieran estudiar en Estados Unidos.

Explicó que la llegada de más estudiantes significaría más ingresos para la economía y ejemplificó que durante 2019 a pesar de la menor cantidad de matrículas, este tipo de programas constituyeron una de las seis exportaciones más grandes del sector de los servicios aportando cerca de 44 000 millones de dólares. Además, señaló que representó más de 458 000 empleos. Enfatizó que «esta iniciativa podría constituir un buen contrapeso, ahora que China se ha convertido en uno de los principales destinos para quienes buscan estudiar en el extranjero».

Argumentó que se podría aprovechar para exponer a los futuros líderes globales a «los valores de una sociedad abierta y convertiría a muchos de ellos en embajadores vitalicios de la democracia, así como forjaría lazos poderosos entre sus países y Estados Unidos». Dijo que teniendo en cuenta que las principales universidades estadounidenses atraen a jóvenes ambiciosos de todas las nacionalidades, «muchos graduados extranjeros han fundado empresas y han realizado descubrimientos científicos en nuestro territorio. De vuelta a sus países, algunos llegan a ocupar altos puestos gubernamentales». Sobre este último aspecto, destacó que según el sitio especializado Bloomberg más del 20% de los dirigentes actuales de Etiopía, Kenia y Somalia estudiaron en Estados Unidos.

Samantha culminó el artículo señalando que si bien estas propuestas no sanarán a un país dividido ni lograrán que el resto de las naciones olviden las dañinas políticas de la etapa de Trump, sí pueden contribuir a que gran parte del mundo se unan en torno a la necesidad de enfrentar una pandemia sin precedentes. Añadió que también podrían ser «un recordatorio no del nebuloso regreso al liderazgo estadounidense sino de las capacidades específicas que Estados Unidos posee».

Las ideas que proyectó la administradora de la USAID, coinciden con los fundamentos esenciales del denominado «poder inteligente» que sin lugar a duda se convertirá en una de las piedras angulares en que se sustentará su gestión al frente de una agencia que desempeñará un rol clave en esta nueva etapa de la política exterior estadounidense en la era post Trump.

Tomado de: Contexto Latinoamericano

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Los generales negros de la Guerra de Independencia (1895-1898)

Por Lohania Aruca Alonso

La variable color de la piel ha estado ausente de los análisis históricos por mucho tiempo, demasiado, pues, su inclusión ha sido un reclamo constante de especialistas muy serios y, también, de una parte, del público lector. Los primeros, argumentan que en un país multirracial y multicultural es necesario utilizar dicha variable para hacer más consistente o profundo el análisis social, y acercarlo cada vez más a nuestra realidad. Comparto esta idea, y la hago efectiva en este y otros artículos donde trataré desde diferentes ángulos el tema enunciado en el título de este artículo.

Ante todo, dejo claro que el “color” de la piel, es una referencia aproximada a la identidad y descripción de cualquier persona, por cuanto, siempre existen los matices en cualquier color. Hasta cierto punto, ese dato lo atestigua indirectamente nuestra foto carné en los documentos oficiales, como la tarjeta de identidad y el pasaporte; si bien no aparece explícito, o escrito, en ninguno de ellos.

Ha habido una discusión reiterada acerca de si la mención al color de piel de un ciudadano o ciudadana, es una acción peyorativa u ofensiva, racista, en relación a dicha persona. En mi opinión, que pongo a disposición del lector, no es así; al menos, en el caso de quienes nos respetamos y respetamos a los demás. Siempre me he ubicado en la posición de sincera comprensión respecto a la igualdad del género humano, y del ejercicio más completo y universal de ese derecho humano dentro de la sociedad.

Desde niña, vecina humilde de un barrio (Pueblo Nuevo, La Habana) de población mayoritaria de piel negra, repudio el racismo, por su profunda inhumanidad, injusticia, y por ser una cruda expresión de ignorancia y atraso cultural, amén de político, porque traiciona la dignidad del hombre y la mujer, idea de origen y presencia sostenida en nuestra gesta independentista, antiesclavista y antirracista.

Desde luego, no ignoro que aún en mi país, a pesar de poseer una cultura humana superior, probada en muchos sentidos, dentro y fuera de Cuba, existen los y las que denigran nuestra política, instrucción, educación y cultura hacen menciones y gestos racistas de diversa índole, generalmente en la escena de su vida privada, pues, conocen los riesgos que esto conlleva en la vida pública, y disimulan, con gran oportunismo.

Una vez hecha la aclaración anterior, infelizmente aún necesaria, continuaré exponiendo las razones que me impulsan a breves apuntes y reflexiones de corte historiográfico, las cuales aspiro a que contribuyan a divulgar importantes valores de las personalidades y grupos sociales negros, a veces poco conocidos, o destacados, que integraron el movimiento independentista cubano. Más que nunca, hoy se hace necesario conocer con mayor profundidad, sin prejuicios, en nuestro pasado revolucionario.

*****

En el año 2005, se editó y, posteriormente, salió a la luz un libro explicativo y valiente: Radiografía del Ejército Libertador 1895-1898 (Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2005), del cubano Francisco Pérez Guzmán, doctor en Ciencias Históricas,[i] cuya lectura y estudio me permito recomendar. Justamente, uno de los aspectos relativamente novedoso, aporte, que se trató en esta obra fue el social (ver: capítulo II. El Ejército Libertador desde una perspectiva social).

Las fuentes documentales sobre las cuales se basó el estudio son expuestas críticamente en los párrafos iniciales del capítulo II, destacando la relativa fiabilidad que corresponde a cada una, los libros de control de combatientes “que poseía cada regimiento, así como el personal de servicio de las brigadas, divisiones, Cuerpos de Ejército, los institutos de Sanidad Militar y Cuerpo Jurídico” (Pérez: 67) y las planillas de liquidación de haberes del Ejército Libertador, son las más importantes. La muestra del estudio es amplia, comprende 2,881 oficiales y 36,133 soldados.

Particularmente, considero válido el enfoque crítico del autor, así como el análisis cuantitativo realizado en el epígrafe “Cómo se construyó la oficialidad y la jerarquía militar” (Pérez: 69-96), acierta en sus afirmaciones sobre las distinciones entre razas, que prefiero conceptuar “color de la piel”, y a las profesiones dominantes, que despliega en el epígrafe siguiente, “Las profesiones y ocupaciones laborales dominantes”, donde se exponen igualmente las brechas existentes entre la oficialidad de mayor rango y la subalterna, y los soldados de fila.

Se verificaron por el autor, algunas conclusiones relevantes en el mentado capítulo que deseo subrayar: el bajo % de negros y mulatos entre los jefes de más alto rango (generales), lo cual le provocó la siguiente interrogante, “¿Cuáles fueron las causas determinantes para que sólo alrededor del 13% de los no blancos llegaran al generalato?” Expresando a continuación: “Una supremacía blanca reiterada también en grados militares superiores como los coroneles, tenientes coroneles y comandantes” (Pérez:89). Preguntas similares se hace en cuanto a la participación de diputados a las asambleas constituyentes de Jimaguayú y la Yaya, y a la no integración de algún mambí de piel negra al Consejo de Gobierno.  Su respuesta hipotética es como sigue,

Atribuirle al racismo la reducida participación de los no blancos en la dirección político-militar de la Revolución, conduciría a excluir al muy determinante elemento cultural, al igual que la influencia social y la red de clientela formada en la manigua. (Pérez:90)

Por otra parte, incluyó, como otro indicador de interés, a tomar en cuenta, la relación región-localidad-raza. (Pérez: 85) Había singularidades que no se podían explicar sin tener en cuenta la geografía, la base económica, etc. Todo lo anteriormente citado, explica la alta complejidad del problema que se debía abordar para hallar la respuesta más correcta y verdadera. Si bien el historiador advierte que:

Resulta innegable que en el Ejército Libertador brotaron actitudes discriminatorias hacia los mambises no blancos, como de cierta manera, también, se observa para aquellos blancos pobres e incultos. Ahora bien, para despejar el problema y eludir las confusiones, es preciso deslindar los casos de racismo real de otros hechos en los cuales los factores culturales, actitudes de mando, indisciplina y méritos militares, constituyeron las causas determinantes. (Pérez: 87-88)

Después de referirse a casos concretos en que se demuestra cómo afectaron o no los mentados indicadores, en especial el referido a la ilustración o instrucción, la promoción de oficiales negros, en este caso al generalato -el cual abarcaba en el Ejército Libertador los grados de general de Brigada, general de División y Mayor general (grado sumo)- Pérez Guzmán nos identifica los 18 generales negros y mulatos que había localizado en su estudio.  Estos se relacionaron en la nota 27, fuera del texto principal, al final del capítulo II, nos dice:

Los generales negros y mulatos localizados durante la investigación fueron los mayores generales Antonio Maceo Grajales, José Maceo Grajales, Agustín Cebreco Sánchez, Adolfo Flor Crombet Tejera, Pedro Díaz Molina, José Guillermo Moncada y Jesús Sablón Moreno Rabí; generales de División Florencio Salcedo Torres, José González Planas, Juan Eligio Ducasse Reeve y Quintín Banderas Betancourt; generales de Brigada Juan Pablo Cebreco Sánchez, Dionisio Gil de la Rosa (dominicano de nacimiento), Alfonso Goulet Goulet, Prudencio Martínez Echeverría, Vidal Ducasse Reeve y Silverio Sánchez Figueras. (Pérez: 112-113)

Al contarlos, encontramos que solo suman 17, falta uno, es el general de Brigada Luis Bonne Bonne, quien fue incluido y mentado en el libro, aunque no en el párrafo precedente. ¿Coincidirán estos 18 generales identificados con el 13% aproximado del total que Pérez Guzmán señalaba en su interrogante inicial?

Más adelante, leemos, casi al pie de la página 97 de la obra citada: “Hasta el presente se han localizado a 140 generales con diplomas expedidos por los dos Consejos de Gobierno y la Asamblea de Representantes de la Asamblea de Santa Cruz del Sur. No obstante, algunos de ellos no llevaron sus insignias durante la guerra, porque esa graduación la recibieron después de firmado el armisticio” (Pérez: 97-98). A ese universo de 140 generales, sí se acerca el 13% de generales de piel negra: 18.2 en total.

Un estudio previo a la obra de Pérez Guzmán, a la cual me he referido, el Diccionario Enciclopédico de Historia Militar de Cuba, de autoría colectiva del Centro de Estudios Militares del MINFAR (Ed. Verde Olivo, 2001, tomos I-III), conocido y mencionado en la bibliografía de Pérez Guzmán, comprende las siguientes cifras de generales del Ejército Libertador: Mayor general 54; General de división 33; General de brigada 133. En total 220 generales. Se incrementa en 80 la cantidad de los140 generales mencionada por el historiador.

Sin embargo, es evidente que el 13% aproximado (del universo de 140 declarado por Pérez Guzmán) equivalente a 18 generales, representa siempre una minoría de oficiales de piel negra con alta jerarquía militar, a pesar de que esto pudiera variar y aumentar en nuevos estudios.

Además de la ilustración, y, desde luego, de la capacidad de mando y, sobre todo el valor encerrado en los méritos militares, el segundo aspecto que desarrolla el historiador en el capítulo II para caracterizar a la alta jerarquía del Ejército Libertador durante la Guerra de Independencia, son las profesiones y ocupaciones laborales, las cuales apuntan a ser relativamente equilibradas entre la alta oficialidad.

Una muestra de 120 generales (Pérez;99-100), donde no aparece indicado el color de la piel, y de los cuales eran Mayores generales29, estos se clasifican así: 4 con títulos universitarios, 5 hacendados, 9 en labores agrícolas, relacionados con el comercio 3, propietarios 5, carpintero 1 y empleado 1. Mientras que, los 27 generales de División corresponden a: 6 con títulos universitarios, 8 hacendados, en labores agrícolas 4, relacionados con el comercio 3, propietarios 4, militar 1 y periodistas 2.

La variedad de ocupaciones es mayor entre los 64 generales de Brigada: 18 poseen títulos universitarios; 10 eran hacendados; en labores agrícolas hay 8 y relacionados con el comercio 10, propietarios 4, militares 3, periodistas 1, instrucción pública 1, artesano 1, empleados 2, administrador de finca 1, administrador de hacienda 1, maestro de azúcar 1, mayoral1, mayoral de finca 1, mecánico 1.

Debo recordar que, solamente a menos de 9 años de dar inicio el levantamiento insurreccional del 24 de febrero de 1995 -en octubre de 1886-, se produjo la emancipación final de los esclavos “patrocinados”. Así las cosas, no hubo un período de tiempo suficiente para que la población de piel negra lograra una mínima integración social en la colonia. Por lo que considero que muchas de las profesiones y ocupaciones laborales mencionadas con anterioridad, pudieran no corresponder a los altos oficiales negros o mulatos. En próximos trabajos trataré de desarrollar esta cuestión.

El tema de los hermanos de sangre que conformaron la alta jerarquía militar de piel negra en la Guerra de Independencia, también me parece de mucho interés. Los generales Maceo Grajales, Antonio y José, son bien conocidos. Otros como los Cebreco Sánchez (Agustín, José Candelario y Juan Pablo), y los Ducasse Reeve (Juan Eligio y Vidal), merecen también atención y recordación.

Asimismo, aquellos que pelearon en las tres guerras (la Guerra de los Diez Años, la Guerra Chiquita y la de Independencia), entre otros muchos especialmente destacados por sus hazañas en la Invasión de Occidente y en las campañas posteriores. Espero dedicarles a ellos algunos de mis trabajos de corte biográfico.

Tejer una vez y otra nuestras tradiciones independentistas, recuperarlas y conservarlas, para hacerlas llegar a las nuevas generaciones, con todo el esplendor que sea posible, es amar nuestra Historia de modo práctico, con la mira puesta en convertirla en rica fuente de la cual se nutran en el futuro inmediato las artes y la literatura por igual.  Abrir espacio presente y futuro a la heroica epopeya en que deviene el sacrificio de todo el pueblo cubano, hasta hoy en pie de lucha por consolidar la nación, al país; otorga a la poética un sentido más profundo, mayor proyección a la cultura cubana de nuestra singularidad dentro de lo universal.

Notas:

[i][i] Francisco Pérez Guzmán (1941- 2006) Investigador titular del Instituto de Historia de Cuba y Profesor titular adjunto de la Universidad de La Habana. Tiene una brillante carrera de historiador, especialmente experto en el tema militar de las Guerras por la independencia nacional; su obra fue premiada en múltiples ocasiones.

Tomado de: Cubarte

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El Club Antiglobalista: Cultura de la cancelación o cultura del terror

Lo que el viento se llevó. (Collage)

Por Mauricio Escuela @MauricioEscuela

“La razón le decía que habría excepciones, pero su corazón no lo creía.” George Orwell (1984)

El film “Lo que el viento se llevó” es un clásico de todos los tiempos, se destaca por el reflejo de una época desde el logro de grandes actuaciones, guion, ambientes y banda sonora. Sin embargo, recién se supo que las plataformas que reproduzcan la cinta en internet deberán incluir un aviso donde se cataloga a la obra de “racista”. El fenómeno ocurre en la Norteamérica que se declara paradigma de libertades y que propone para el resto del mundo un modelo único de gobernanza y derechos. Se le llama cultura de la cancelación, pero en los medios que promueven este nuevo tribunal inquisitorio prefieren nombrarlo “enfoque inclusivo”.

Hace cuestión de varios años, en el primer mundo se impone una matriz de censura que afecta a toda la industria cultural y que, bajo el matiz de reivindicaciones, silencia grandes clásicos del cine, las artes y la literatura. La polémica más sonada en el campo de las letras la sufrió JK Rowling, autora de la saga de Harry Potter, quien criticó en twitter determinadas ideas sobre la transexualidad y recibió en pago una ola de boicot y cancelación en diferentes editoriales. Para sobrevivir este nuevo tribunal del Santo Oficio, los artistas han buscado la vía de versionar en tono inclusivo sus obras, así ya tenemos un Agente 007 que es una mujer negra o las películas de Disney donde las princesas salvan a los príncipes, (un tema este último válido e interesante, si no obedeciera a un mecanismo de censura y si fuese espontáneo y por inspiración de los autores).

¿A qué obedece la cultura de la cancelación?, en realidad este fenómeno está dejando al desnudo la industria del entretenimiento, pues pone de manifiesto las conexiones existentes entre los lobbies de poder y la producción simbólica y espiritual de una inmensa parte de la sociedad norteamericana y del mundo. Sin ser un reclamo de multitudes, sino una imposición hecha a partir de una minoría poderosa y con voz, la cultura de la cancelación terminará según su lógica con prácticamente toda la historia creativa del pasado, dejándonos sin un asidero. No solo se echa un estigma sobre aquellas obras, sino que incluso abogan por borrarlas o prohibir su estudio, lectura y exhibición.

Además del terrible daño antropológico que esto genera en la humanidad, está latente la cuestión de quién es quién decide qué cosa es censurable, ofensiva, digna de cancelarse. Porque la construcción de sentido no opera por consenso en un mundo donde el poder mediático es plenamente corporativo o sea privado. De tal manera, pensar que esta nueva cultura obedece a cánones democráticos e inclusivos deviene un despropósito lógico. De lo que se trata es del volumen de voz y de quién lo maneja. No hay multitudes indignadas detrás de la censura a una película o libro, sino poderes fácticos con mucho alcance, que determinan qué debe ser visible y qué no.

Falacia en retrospectiva versus pensamiento lógico

Cuando se opera desde el presente y hacia el pasado, con paradigmas morales, se comete un inmenso error y eso lo saben los managers de la cultura de la cancelación. No se puede juzgar exactamente de racista o sexista un hecho o un pensamiento de hace milenios sin tener en cuenta cual era el canon reinante en dicho momento, al igual que las condiciones materiales que lo propiciaban. Lo que la censura hace es obviar esas realidades de la historia, imponiendo la falacia en retrospectiva, que hace tabula rasa del enfoque dialéctico de los sucesos. De tal manera, los ofendiditos ni siquiera son consecuentes con un rigor mínimo.

La cancelación se basa en imponer una idea de lo políticamente correcto al mundo mediante la fuerza y el terror. Las personas saben, cuando acontecen estos sucesos de censura, que si no obedecen la moral reinante serán excluidas y sus carreras destrozadas. Se trata de eso, de que todo se paralice y vaya en una sola dirección, lo cual sin dudas es el fin de las libertades y el inicio de un totalitarismo del pensamiento y la acción. Sabido es que, como parte de la guerra fría cultural, Hollywood baja las líneas esenciales a la masa mediante mensajes abiertos o velados, así como por una política de producción que obedece los mandatos del Pentágono y de los círculos de poderes norteamericanos y mundiales. Los nuevos conceptos sobre qué se entiende como inclusivo no escapan a ese mecanismo.

En el film “La forma del agua” un pez y una muchacha se enamoran y eventualmente tienen relaciones, lo cual posee implícito el mensaje subliminal de la inclusividad. Dicha cinta, a pesar de que no nos presenta nada nuevo, ganó varios Oscar y gozó de la promoción de la gran masa de medios. Cada año existe un film bajo ese tono, a la vez que otra cinta se censura debido a que no es lo suficiente inclusiva o por actitudes de sus directores. Sucedió con Lars Von Trier, quien a pesar de ser una de las voces más geniales de la cinematografía actual, es sistemáticamente odiado y excluido por sus posturas catalogadas de racistas y neonazis.

Más allá de lo justo y necesario que pudiera ser un arte que reivindique la justicia y la verdad del mundo, preocupa la manera en que se silencia la imaginación, la verdadera diversidad. Máxime cuando esos mismos círculos de poder que bajan las líneas ideológicas de la cancelación, son quienes ordenan bombardeos sobre ciudades del Medio Oriente o miran hacia otro lado ante las calamidades del tercer mundo, mayormente negro y mestizo. Entonces, ¿de qué vale censurar Lo que el viento se llevó?, ¿cuántas vidas salvará el sacar de circulación a la cerdita Peggy porque supuestamente promueve la violencia doméstica? La efectividad de la cultura de la cancelación es más que cuestionable, en un mundo donde la clase política se comporta de forma depredadora, destrozando de verdad la vida de millones.

La falacia en retrospectiva es solo un mecanismo efectivo y mentiroso, que sirve para que las masas acepten como moral un nuevo sistema de control y terror. Lo que esconde este capítulo del poder globalista es el traspaso hacia un nuevo orden que requiere una moral más estricta y bajo las líneas conductistas de una ideología que niega el valor de la libertad personal.

Una nueva moral impuesta

La corrección política buscará organizar índices de personas, países y organizaciones catalogadas como de cancelados, con el fin de silenciarlos. Ya de hecho, está ocurriendo en el campo de la alta diplomacia, además de las artes y la cultura en general. Con el tiempo, se impondrá un pensamiento único en torno a la verdad, lo cual es muy efectivo para la supervivencia de un sistema decadente y que busca reinventarse.

Quienes llevan adelante las campañas en las redes sociales, saben qué cosa es la falacia en retrospectiva, pero hacen caso omiso a toda forma de justicia real, porque lo que les interesa es utilizar a las minorías y sus causas a favor de una agenda oculta. De ahí el dinero a raudales por parte de fundaciones como la Ford (bajo el control de Rockefeller) hacia nuevas ideas y movimientos como el antirracismo crítico, que busca que las “personas blancas sean menos blancas”, para lo cual en compañías como Coca Cola se imparten cursos de “deconstrucción”. Un punto de vista que llevó en años recientes al vandalismo de monumentos, incluyendo muchos dedicados a luchadores blancos por la igualdad racial y otros a Miguel de Cervantes y otras figuras de las artes.

La segunda falacia utilizada por la cancelación se refiere a la de la falsa equivalencia y opera más o menos así: ¿qué importancia tiene una estatua (piedra) ante una mujer o un ser de la raza negra muertos? Y es que no existe una relación factual ni lógica entre el vandalismo y salvar personas. Bajo este punto de vista, se ofendió la estatua de José Martí en las más recientes jornadas del 8 M en México. El peligro de operar mediante falacias en la política es que, con el tiempo, se cae en la post verdad. La cultura de la cancelación, a su vez, va generando una mayoría silenciosa que es como una válvula de presión y que tiende a radicalizarse por lo general hacia la derecha dura, en plena y franca reacción ante enfoques tóxicos que se hagan desde la izquierda desmovilizada y mercenaria.

¿Volver a la libertad?

Hasta hace unos años, era posible escuchar en las películas casi cualquier tipo de chistes, algunos incluso de mal gusto. Ya no, pues todo ofende, genera una resonancia, despidos, silenciamientos, carreras que terminan. El cine de un tiempo acá resulta bastante aburrido, sin la chispa de antaño, pues se nota el miedo de los libretistas a meter la pata.

La cultura de la cancelación ha mostrado qué cosa es la industria del entretenimiento a manos de las ingenierías sociales y los grupos de poder que la manejan. No se trató jamás de algo ilusorio e ingenuo, sino planificado y con un impacto real en la percepción cotidiana de la vida. ¿Cómo volver a una libertad más o menos real como la de hace unos cinco o seis años? El propósito se hace difícil, debido a que los nuevos enfoques inclusivos han sembrado el divisionismo, el odio y la fragmentación y eso se refleja en el consumo cultural. Las masas están más atomizadas que nunca y ello les impide hacer reclamos fehacientes y poderosos a las elites. La gente vive enfrentada entre sí y en medio de un sistema que actúa como un todo, controlando, imponiendo matrices.

Pocas personas ganan conciencia de qué cosa esconde la cultura de la cancelación y otras muchas creen en la mentira del llamado enfoque inclusivo que niega la posibilidad de una diversidad real. El pensamiento único orwelliano se traga cada resquicio, dejando sin oxígeno a la vida.

Tomado de: Cuba Sí

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‘Mar adentro’, la película que cambió la mirada social hacia la eutanasia

Por Begoña Piña @begonapina

“La eutanasia es un tema que terminará legislándose y nosotros queríamos contar una historia con un material humano. Personalmente, creo que la vida de Ramón Sampedro le pertenecía a él”. Era septiembre de 2004, el cineasta Alejandro Amenábar confiaba en que el sentido común de la democracia terminara aceptando que la muerte digna es un derecho esencial, tanto como vivir con dignidad.

Han pasado diecisiete años y se ha conseguido. Este jueves, el Congreso de los Diputados, por fin, ha aprobado la regulación que permite el suicidio asistido.

La historia de Ramón Sampedro que acudía cada día a las páginas de los diarios y a los informativos de televisión se hizo mucho más grande gracias al cine con Mar adentro, la película de Alejandro Amenábar que protagonizó Javier Bardem.

Un Oscar a la Mejor Película de Habla no Inglesa, un Premio Especial del Jurado y la Copa Volpi al Mejor Actor, los galardones a Mejor Dirección y Mejor Actor de los Premios del Cine Europeo, nada menos que catorce Premios Goya… dieron una relevancia crucial a un tema, la eutanasia, que se miraba de refilón todavía en España.

Ramon Sampedro

Bardem, que ya era una estrella internacional, mostró a todo el planeta, con resonancias especiales en nuestro país, la situación emocional de Ramón Sampedro, un hombre, tetrapléjico, obligado a vivir postrado en su cama, que lideró la batalla por la legalización de la eutanasia. Finalmente, consiguió quitarse la vida sin implicar legalmente a los que le ayudaron a ello. Su determinación fue, sin duda, un ejemplo necesario, que los miembros del Gobierno de Rodríguez Zapatero quisieron apoyar, lo que hicieron acudiendo al preestreno de la película en Madrid.

“Me pregunté hasta qué punto no estaba utilizando el dolor de alguien para un entretenimiento. Pero la respuesta es que ese dolor era el que teníamos que mostrar para que nadie más muriera en soledad. Al final de la escena rompí a llorar. No podía más”. Javier Bardem confesaba así sus dudas entonces sobre el trabajo en aquella película, con la que, probablemente, ayudó de una forma definitiva a conseguir un cambio en la mirada de la sociedad hacia la eutanasia.

“Un crimen cultural”

Una película sobre la muerte, “pero desde el punto de vista de la vida”, repetía Alejandro Amenábar cada vez que le preguntaban por Mar adentro, que volvió a insistir en ello en Venecia y en la gala de los Oscar en Hollywood. Una noche, ésta última, en que el azar (o tal vez, la necesidad social de abordar el tema) hizo que otra inmensa película, Million Dollar Baby, se alzara con el Oscar.

“Papá decía que luché para entrar en este mundo y que lucharía para salir de él”, decía Maggie Fitzgerald (Hillary Swank) en el filme de Clint Eastwood, una conmovedora y potentísima reclamación por el derecho a morir dignamente, que cabreó tanto a los conservadores de Estados Unidos que iniciaron una campaña agresiva y cargada de insultos contra la película y contra el cineasta. Llegaron a acusarle de haber cometido un “crimen cultural comparable al de Bill Clinton de haber llevado el término ‘sexo oral’ a las cenas de Estados Unidos”.

Máquina de ‘autoeutanasia’

Estas dos películas han sido herramientas indispensables en la consecución de la aceptación social de la eutanasia. Mar adentro y Million Dollar Baby lograron que millones de ciudadanos del mundo comprendieran la humanidad y la necesidad de la dignidad también en la muerte. Antes, otros títulos se habían detenido en esta situación, pero nunca habían conquistado tal éxito.

Ocurrió con Mi vida es mía, una adaptación de la obra teatral de Brian Clark que recibió magníficas críticas en Broadway y después en las salas de cine, aunque no le acompañó una buena asistencia de público. En ella, Richard Dreyfuss interpretaba a un escultor que un día tenía un accidente de coche y quedaba completamente paralizado. La película revelaba la agitación en este hombre obligado a plantearse si no era mejor acabar con su vida que seguir viviéndola de esa forma.

Mucho más eco se hizo con La fiesta de despedida, película de Tal Granit y Sharon Maymon, que ganó el Premio del Público en el Festival de Venecia y la Espiga de Oro en la Seminci de Valladolid, y que planteaba el debate sobre la eutanasia desde la tragicomedia. Un divertido grupo de ancianos ayudaba a morir a los demás con una máquina de autoeutanasia, que se hacía muy popular en la residencia donde vivían.

Entonces, los directores ponían sobre la mesa una peliaguda cuestión, una molesta repetición de la historia cuando se trata de derechos fundamentales: “Si tienes dinero, tienes una muerte digna”. La aprobación hoy en el Congreso de la regulación de la eutanasia acabará con esta injusticia. En España a partir de ahora se incluirá, como una nueva prestación en el Sistema Nacional de Salud, la ayuda médica para morir.

Tomado de: Público

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Otra vuelta de tuerca

Obra de Víctor Patricio Landaluce Uriarte, ilustrador y escritor español

Por Ambrosio Fornet

Con el título de esta Carabina —que tomo prestado de la novela de Henry James— he querido llamar la atención sobre el hecho de que aquí no hago más que volver a temas ya tratados, en este caso el de la Identidad, tanto social como cultural. Sobre temas afines, como el de la conducta que prevalece en el mundo colonial, se han escrito volúmenes, así que en este improvisado sondeo me limitaré a echar una ojeada a la etapa que solemos considerar “moderna”, la que se inaugura con el Renacimiento y se caracteriza por el dominio que ejercen en ella las leyes del mercado y por el pragmatismo reinante. Entre nosotros, todo ese espacio está permeado por lo que, con perdón de Don Fernando Ortiz, pudiéramos llamar el “síndrome Gobineau”, la convicción de que existen razas superiores e inferiores y que aquí, en nuestra América, estas últimas —las indígenas y las africanas, en especial— predominan sobre las primeras. Pero la supuesta inferioridad que padecen les impide, llegado el caso, gobernar como se debe, es decir, según las normas establecidas por los ideólogos de la Revolución Francesa y por los emigrantes europeos establecidos en Norteamérica. Es la llamada democracia burguesa (o Democracia, simplemente, una entidad política convenientemente desclasada para evitar discusiones inútiles). En ella, los requisitos de igualdad y justicia —reservados para una parte de la población— se exaltan como valores en los discursos y los libros, pero sin pretender llevarlos a la práctica. Son obra de lo que Martí llamaba “redentores bibliógenos” de la sociedad.

Me permitiré entrar en materia apelando al ejemplo de dos intelectuales de nombres muy semejantes —apenas se diferencian entre sí por la vocal con que concluyen sus respectivos apellidos—, pero que desempeñaron papeles muy distintos en el desarrollo de nuestra cultura. Me refiero a Rafael Montoro, el político, y a Arturo Montori, el pedagogo. A fines del siglo XIX —antes del reinicio de la guerra y en pleno auge del movimiento autonomista— Montoro confesó sentirse alarmado por la presencia del negro en las calles habaneras, por la “populachería” que invadía el espacio público. Si se querían salvar “los grandes intereses sociales amenazados”, advirtió, había que promover el desarrollo cultural entre los improvisados ciudadanos.  “Nuestras masas, nuestras clases inferiores —no nos hagamos ilusiones— viven en plena incultura”, afirmó. “No se ha cuidado de ilustrarlas ni de llevar la luz a sus almas, y ha venido lo que era ya inevitable, un nefando africanismo que, en consorcio con la ignorancia, se extiende ya por ciertas esferas.”[1] Permítanme intercalar una coletilla: ¿Acaso no había una pizca de verdad en ese exabrupto racista? La había, sin duda, pero el problema no es ese; el problema es que con enfoques cubiertos por ese tinte de amargura, el prejuicio racial podía llegar a convertirse en prejuicio criminal, como ocurrió, poco después, con la masacre de la llamada Guerrita del 12.

Montori me mantiene en el ámbito de las preocupaciones culturales, aunque desplazadas al espacio de la niñez.[2] Al niño se le hace difícil captar el sentido de las composiciones “puramente líricas” —reflexiona el profesor—, y de ahí que esas obras se excluyan del tejido didáctico de su libro para favorecer otros géneros (“cuentos, descripciones, fábulas, documentos históricos y poesías patrióticas”). Veamos, por ejemplo, los versos iniciales de la fábula “El caballo americano y el criollo”, del infaltable Francisco Javier Balmaseda, dedicada al espinoso tema de la autoestima.

Un caballo americano

(por tal se le conocía

aunque era de Normandía,)

a otro caballo cubano

por pequeño despreció;

mas el criollo, arrogante,

al momento lo advirtió

y dijo: Señor gigante

de su tamaño me admiro,

de su pujanza, jamás,

que siempre lo dejo atrás

en la carrera y el tiro.

No siguió el rocín hablando…

etc. etc.

La fábula concluye con versos que describen el arduo trabajo realizado por el criollo durante el resto de la jornada, dando por descontado, así, que la Identidad no se inventa, sino que se construye; cada persona es la suma del esfuerzo, de la constancia con que ha realizado lo que ella es o aspira llegar a ser.

Digo verdad; pues, señor,

¿por qué en Cuba acostumbramos

dar a lo extraño valor

y lo nuestro despreciamos?

Notas:

[1] El fenómeno respondía en gran medida al clima social resultante de la abolición oficial de la esclavitud.

[2] Cf. Arturo Montori: Libro tercero de lectura (P. Fernández y Cia., 1938). La obra había sido oficialmente aprobada veinte años antes para su uso en todas las escuelas del país.

Tomado de: Cubaperiodistas

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¡No le quitéis los libros a los niños pobres!

Por Ana M. Valencia Herrera

Cuando ya en el lejano 1899 Joaquín Costa pedía “escuela y despensa” estaba expresando dentro de una lógica aplastante una necesidad básica para cualquier sociedad. Primero comer, pero después aprender, y eso es necesario para todos los miembros de cualquier sociedad, para cualquier ser humano. Las cosas no habían avanzado mucho cuando en 1931, recién llegada la II República, Federico García Lorca pidiera con su dulzura y su genialidad “medio pan y un libro “en el discurso con que inauguró la biblioteca de su pueblo natal Fuente Vaqueros; decía Lorca “Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos de los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social. “¡Libros! ¡Libros! he aquí una palabra mágica que equivale a decir ¡amor! ¡amor!”.

Nadie se atreverá a cuestionar estas palabras de García Lorca, y es probable que incluso las defienda, de cara a la galería, como propias especialmente si se trata de autoridades o administraciones educativas. La realidad es bien distinta con sus hechos (leyes, contratos, programas, acuerdos, etc.) estas autoridades en realidad están gritando ¡tablets¡ ¡tablets!, he aquí la palabra mágica que equivale a decir ¡adicción! ¡adicción! o puede que ¡negocio!  ¡negocio! Nos referimos al que hacen fundamentalmente las megaempresas de la industria tecnológica. Nada comparable a las pequeñas empresas del libro con su red de editoriales luchadoras, librerías en píe de guerra, escritore/as, ilustradore/as, traductore/as, tipógrafo/as, y soñadores, claramente soñadoras.

LEER EN PAPEL. Nada menos que la prestigiosa revista Investigación y ciencia ha puesto su atención en el tema de las pantallas, publicando un número especial sobre “cerebro y pantallas” en noviembre de 2020. Parece evidente que, aunque no sea esta cuestión que le preocupe a las autoridades educativas, ni a la Unión Europea, ni al Ministerio de Educación, sí le preocupa a la comunidad científica y a cualquier persona sensata en general. En la publicación, que debería ser de lectura obligatoria para los muñidores de leyes educativas, por encima de los informes claramente interesados de las fundaciones de las grandes tecnológicas, Telefónica, Google o Vodafone, se recoge un estudio realizado por tres investigadores de la Universidad de Valencia con el clarificador título de «la lectura digital en desventaja». Los valientes investigadores no solo aportan su propio estudio, sino que además ofrecen un estado de la cuestión que recoge la posición actual de la ciencia sobre este tema.

Las conclusiones del artículo no pueden ser más demoledoras: “La lectura digital favorece la distracción, lo que interfiere en las capacidades cognitivas necesarias para leer y comprender; entre ellas, la atención, la concentración y la memorización. Esta es la conocida como hipótesis de la superficialidad”. Pero las autoridades educativas, haciendo uso de una espectacular ceguera, falta de información o embelesadas por la posibilidad del negocio nada saben de esto. Ignoran hasta esos informes que por otra parte declaran amar tanto y que tanto publicitan y utilizan para adecuar sus políticas a las de la OCDE; el PISA, por ejemplo, donde directamente se afirma —como en el de 2015— que cuanto más se utilizan los ordenadores peor es el aprendizaje. En el mejor de los casos, solo un uso moderado parece favorecer la adquisición de conocimientos y el desarrollo de competencias (y eso que lo de las competencias pedagógicamente es discutible). Un uso moderado no tiene nada que ver con lo que estamos viendo llegar a las aulas, especialmente tras la expansión covid 19. La realidad es que la evaluación actual, tan discutible en este punto como en todos los demás, revela que los objetivos no se cumplen y que el desarrollo académico no mejora con las llamadas TIC, más bien lo retrasa, a pesar de que quienes participan en las mismas pueden considerarse ya nativos digitales.

Estos nativos digitales, como recoge el citado artículo, no demuestran una mayor capacidad frente a los medios, pueden con más experiencia usarlas en situaciones más variadas, pero no mejora su capacidad para comprender textos en pantalla; esta es la hipótesis de la superficialidad, podrán realizar quizás dos tareas a la vez, pero sin estar concentrado/as en ninguna, la capacidad de concentración se queda por el camino y con ella la posibilidad de memorizar. Los nativos digitales son menos capaces de evitar las distracciones y por lo tanto más incapaces de leer con continuidad y comprensión. Esta puede ser la causa de que la comprensión lectora disminuya cuando esta se realiza en una tablet o un libro electrónico, no digamos ya en un teléfono; tampoco ayuda el desplazamiento vertical del texto propio del formato digital.

Todas las investigaciones de eminentes neurocientíficos y neuropsiquiatras como Manfred Spitzer o Michel Desmurget, que alertan sobre este peligro, van publicándose y simultáneamente cayendo en saco roto.

Puede ser entonces que, como señalan los autores de otro gran meta-estudio publicado en 2018 sobre el tema, la adopción constante de dispositivos electrónicos sea una de esas innovaciones educativas que se adoptan y extienden sin comprobar su eficacia. Los nuevos lectores digitales no están siendo capaces de desarrollar las habilidades que requiere la lectura en soportes digitales, pero también se encuentran excluidos, por su falta de concentración, de la lectura tradicional para la que no lo olvidemos se necesita educación y práctica. No solamente no estamos educando, es que tampoco se cumple el objetivo de formar ciudadano/as capaces de acceder a la información. El objetivo que sí se cumple es engordar el negocio digital a la par que la ignorancia.

Pero leer es mucho más que obtener información, la lectura forma parte del desarrollo de la vida y la personalidad, leer es un ejercicio tan vital como un baño en el mar, igualmente saludable y es algo también profundamente físico. La ciencia ha venido a avalar este conocimiento que todo lector tiene, la relación entre el lector y el texto es también una interacción física; como ha investigado Anne Mangen, de la Universidad de Stavanger, establecemos una relación sensorial con el soporte en el que leemos y en este sentido las sensaciones con el libro son completamente diferentes, con el libro de papel nos acercamos a una experiencia multisensorial que según esta autora “aumenta la inmersión cognitiva , afectiva y emocional con el contenido”. En estos tiempos de tanta promoción emocional, no estaría de más que se reparase algo en este punto. Cuando leemos en papel creamos un mapa físico del contenido que favorece la comprensión y la memoria. También un mapa sentimental que nos ayuda cuando estamos perdidos/as incluso a volver a nosotros/as mismo/as

Dediquemos un minuto a pensar que catástrofe es entonces que se esté sustituyendo, desde las primeras etapas educativas, el cuento, el libro ilustrado, que ofrece un mundo de color, de formas y que fomenta todas las imaginaciones, los más variados aprendizajes, los sentimientos y los sentidos, por un dispositivo digital. Un aparato en el que los niño/as no desarrollarán imaginación, ni memoria, ni capacidad para concentrarse en una tarea, que no podrán abrazar, y del que por supuesto no les quedará nada cuando crezcan porque su esqueletillo electrónico habrá muerto en el basurero de cualquier país remoto en muy poco tiempo.

Mucho más honda que la brecha digital

Si tecleamos brecha digital en cualquier buscador, arroja una cifra por encima de los veinte millones de resultados; no hay en cambio ni un solo artículo accesible sobre la “Brecha bibliográfica”, y sin embargo es de proporciones colosales y probablemente más dañina que la brecha digital.

Se ha escrito tanto sobre la brecha digital, que no es preciso decir nada más para explicar en qué consiste; otra cosa es la discusión sobre sus implicaciones. Parece en cambio que nadie se quiere ocupar de la mucho más alarmante brecha bibliográfica, es decir, la diferencia que existe entre los niños/as que viven en hogares con muchos libros y cuentos y los que viven en hogares donde hay muy pocos o ningún libro. Cuando se produjo el confinamiento Covid, en muchos hogares no había más que uno o dos dispositivos móviles a los que recurrir; no sabemos en cuántos no había ni un solo libro que leer. Miles de niño/as se vieron confinados en su casa sin un cuento, adolescentes, sin una novela, nada que mirar, nada que leer, nada pues que vivir. Nadie se preocupó de eso, no entraba en sus planes. No podían pensar en los libros como una necesidad básica y no pensaron. Estaban fuera de sus vidas

 

Incomprensiblemente, todas las administraciones educativas tan preocupadas por los anteriormente citados y omnipresentes informes PISA se olvidaron de que en el cuestionario de contexto que lo acompaña (y cuya golosa información es propiedad de la OCDE)  siempre se pregunta a las familias por el número aproximado de libros que hay en su casa; oportunamente no se dieron por enterados de que este informe elaborado por la organización económica OCDE reconoce en el correspondiente a 2018 para España que hay una diferencia de 117 puntos de distancia entre los niños que viven en hogares con más de 500 libros y los niños que viven en casas con menos de diez volúmenes, reconociendo ellos mismos que  «En PISA consideramos que 40 puntos equivalen a un año académico, de modo que esos 117 puntos de distancia son casi tres años de diferencia». Esto es lo que declaran los todopoderosos hombres del maletín del PISA que tanto dirigen nuestra educación y que tanto se citan en nuestros textos incluidos los legales cuando eufemísticamente se habla de evaluaciones internacionales.

¿Y por qué no hay libros en muchas casas? Porque los libros, especialmente los libros para niños y jóvenes con sus preciosas ilustraciones, son muy caros para algunas familias. Su precio medio en nuestro país está entre los 15 y los 20 euros, que viene a ser el presupuesto de un día entero con comida, luz, gas etc. en una de tantas familias con una renta mensual de 600 o 900 euros. Mucho dinero para algunas familias a las que además se ha convencido (haciendo para ello una importante inversión que se espera recuperar en facturas de teléfono, compra de terminales etc.) de que el hecho de que sus hijos/as acceden a los dispositivos electrónicos les proporcionará un empleo en el futuro. Los libros en cambio son promocionados como una mera distracción cada vez más de tiempos pasados. Están relativamente a salvo las familias donde hay padres y madres lectoras que coinciden mayoritariamente con un mejor poder adquisitivo y mayor nivel de estudios.

Nadie se planteó durante el confinamiento repartir entre el alumnado un buen cargamento de libros de todas clases, que seguramente muchas editoriales habrían servido en condiciones muy asequibles, faltó la voluntad de las administraciones que ni se lo plantearon entonces ni durante este extraño curso escolar. No resulta extraño, no creen que los jóvenes puedan aprender algo en los libros, salvo los de texto, suponemos. Pese a vender a todas horas que la escuela tiene que ser divertida, ni remotamente se les ocurre pensar que pueda haber alegría, diversión y felicidad en los libros. No pensaron en el consuelo, modesto pero eficaz, que los libros podrían haber dado a tantos niños sin parques, sin ver a sus conocidos, con padres trabajando a todas horas. No se les ocurrió, ni se les ocurre, porque ellos no leen, y así nos va.

Cerremos las bibliotecas escolares, compartamos ordenadores. el plástico no contagia

Ya que no tienen intención de subvencionar los libros, ni rebajar su IVA, ni promocionar su valor para el conocimiento y para la vida, podrían cuidar las bibliotecas escolares, que son el único contacto que muchos niños tienen para acceder a los libros.

El sueño de la biblioteca escolar es un sueño antiguo, empeñó en ella su alma y su esfuerzo la segunda república, y hasta la salvaje llamada de la pantalla se mantenían en un funcionamiento mal dotado pero salvado por la voluntad de tantos y tantas profesore/as y su empeño de animar a la lectura y de poner cuentos y libros en las casas a las que no llegan desde otro medio. Bien podría haberse aprovechado esta circunstancia para mejorarlas.

Teniendo en cuenta todo esto y la falta de evidencias científicas sobre el COVID 19 y su capacidad para contagiarse mediante el tacto y diversos soportes, la posibilidad de poner los libros en una modesta cuarentena, no se comprende la actuación de las autoridades educativas de la mayor parte de las comunidades, que olvidando todas las certezas han apostado por mantener las bibliotecas escolares cerradas; mientras el propio ministerio en colaboración con las comunidades autónomas  distribuía fondos y fondos de  manera generosa para llenar institutos y colegios de pantallas en todas sus variedades, dejaba sin presupuesto las bibliotecas escolares a la merced de lo que sobre en los centros tras la compra de gel , mascarillas,  etc. En una pandemia que ha lanzado a la lectura en papel a una buena parte de la población (con recursos para acceder a la compra de libros) se privaba a los niños más pobres del acceso a los libros de su biblioteca más cercana, en la mayor parte de los casos la única a la que tienen acceso por muchos motivos. La excusa ha sido evitar el contagio, pero todos los estudios al respecto han demostrado que los libros son mucho más capaces que nosotros de superar la cuarentena, que raramente el virus podría sobrevivir el papel más de 72 horas, aun así, las bibliotecas en su inmensa mayoría permanecen cerradas, las aulas con ordenadores y tablets abiertas, pero son seguras, el plástico no contagia, está claro.

Ya no hace falta quemar libros

Mucho más moderno y eficiente que quemar libros, prohibirlos, o cualquier otra forma posible de destrucción es hacerlos desaparecer bajo una pantalla inmensa, o bajo la indiferencia de las cosas pertenecientes a un pasado oscuro y aburrido. Ir liquidando librerías para que nos queden siempre lejos, procurar que nadie lea, especialmente no vaya a ser que los pobres se cansen del hecho de serlo o de que se den cuenta de que lo son; en el mejor de los casos si alguien los lee al menos que no los entienda y si alguien se obstina en leer y además llega a entender lo que lee, en ese caso será mucho mejor que lea lo que las grandes editoriales que comparten el negocio de le edición con el de las tic publiquen; novelas intrascendentes, de poco pensar y mucho asesinar, mientras más triviales y violentas mejor; si puede ser de falsificaciones de la historia, o con mensajes que conviene difundir también, mejor si es posible de ambas cosas.

La venta de un futuro improbable y la extenuación de la promoción de los dispositivos digitales, condena a la desaparición a miles de librerías y con ellas a un espacio social de conocimiento y convivencia única, obliga a una lucha desmedida a las pequeñas editoriales que son las que con frecuencia nos mantienen vivos y pensantes, a veces hasta felices; esas donde se empeñan  tantos/as emprendedore/as que no cuentan como tales, aunque con frecuencia son una de las mejores caras que le enseñamos al mundo. El libro necesita ayuda para llegar a su destino, si quienes tienen el poder le cierran el camino, si no abren para él sendas posibles, entonces, alcanzaran el sueño de un mundo ignorante y violento; además sin libros condenaran a todos los niño/as, pero sobre todo a miles de niños sin recursos que son los que más lo necesitan, porque necesitan mucho más amor, a la soledad de vivir sin las palabras, a esa tristeza enorme, a la certeza de un futuro más gris y frío, a no alcanzar nunca un trozo de felicidad.

Por eso no nos queda sino pedir: ¡No le quitéis los libros a los niño/as pobres! Sin libros todo/as somos pobres.

Tomado de: El Viejo Topo

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