(VIDEO) La Colo

“Este es un negocio millonario y los cartoneros tienen una actitud delictiva porque se roban la basura. Los recolectores informales no pueden estar en la calle, los vamos a sacar de la calle. Al ciruja me los llevo preso. No podés alterar el orden en algo que es un delito, porque es tan delito robar la basura como robarle a un señor en la esquina.” 

Mauricio Macri (Buenos Aires; 8 de febrero de 1959) Empresario, ingeniero civil, político de centro derecha y actual Jefe de Gobierno dela Ciudadde Buenos Aires.

El contexto geográfico y sociológico acreditado como: “de la marginalidad”, está aforado por adjetivos que son etiquetados por quienes lo legitiman en una estratosfera mental alejado de la realidad social, al margen de que estas adjetivaciones tienen –en mucho de los casos- un origen popular. Esta estética subyugante que engarza con los poderes de la sociedad capitalista contemporánea nació tras los clamores de la era industrial. Detrás de esa cortina de adjetivos de sublimes y exóticos colores, se esconde una necesidad sociológica de alejar y alejarnos de esos escenarios circulares, latentes en nuestra cotidianeidad.

Vocablos como: basureros, botelleros, chatarreros, chabolistas, manteros o periféricos -por apuntar en algunos de ellos-, constituyen algunos de los trazos que indican y confirman esa ramificación subjetiva. En cierta medida estas propuestas de etiquetas multiplicadas como prototipos en serie, están asociadas a estatutos sociales y oficios que definen su pertenencia. Esa construcción mental está matizada por las particularidades de cada región donde los círculos de poder político y económico se juntan en brazo apretado con la banalidad y el ocio descorchado, que busca la presa fácil y obediente pues estas huellas inmateriales se construyen en el vacío mental. No es posible separar de esta suma de responsabilidades a los glamorosos medios de comunicación, instrumentos claves de este gran tablero de ajedrez.

En esta ramificación de palabras construidas cabe incluir una de singular connotación que se asienta en la sociología de un oficio: los cartoneros. El trabajo de acopiar desechos sólidos para la recuperación está presente y ha evolucionado a paso agigantado en las últimas décadas, donde la industria ha descubierto un filón económico bajo la noble capa de la contribución responsable a favor de la ecología y el medio ambiente.

Quiero dejar a un lado esta basta temática para adentrarme en un documental que contribuye desde una cartografía artesanal al desmembramiento de personajes que forman parte de esa suma de “ciudadanos alternativos o de segunda clase” que -según ellos-, están ubicados en algún escalón social de nuestro tiempo, una categoría también inventada por la sociología que necesita tenerlo todo atado.

Cartoneros, obra de cine documental del realizador argentino Ernesto Livon-Grosman (2006) tiene la virtud de adentrarse en el mundo de la precariedad de la gran nación Argentina, protagonizado por recuperadores de materia reciclable. Su autor asume con maestría la particularidad de historias ocultas por la dimensionalidad del tema, donde los conflictos latentes no son dados por el misterio de un aguacero sideral de ciencia ficción escrito en clave rusa, son una realidad tangible ante la crisis económica de muchos acentos que persisten en ese país y hoy son una operación matemática multiplicada o como le gusta decir a politólogos: “una crisis de dimensiones globales”.

Me parecía oportuno antes de descubrir y descubrirme esta pieza fílmica, iniciar esta parte introductoria con argumentos y datos que por su contenido contribuyen al acercamiento del paisaje de los cartoneros.

En un artículo titulado: Cartoneros: marco social, político y económico, su autora; Alejandra Dobo de Socolsky, precisa: “Se calcula que cada noche, cerca de 40.000 recuperadores recorren la ciudad de Buenos Aires, por lo tanto, alrededor de 150.000 personas viven directa o indirectamente del cirujeo (recuperación de artículos desechados como basura) en el área de Capital Federal y sus alrededores. Según el último informe de UNICEF realizado a fines del 2005, la mitad de la población cartonera está integrada por menores de edad. El cartonero es el emergente por excelencia del deterioro del tejido social de una sociedad. La actividad de revolver entre la basura con el fin de encontrar algo recuperable encierra en sí una filosofía de esperanza: donde todo está perdido (o botado a la basura) el cartonero encuentra cómo transformar lo desechado en algo útil. La búsqueda de recursos sería una de las características que define a la actividad cartonera.

Comparándola con otros movimientos sociales, los cartoneros tienen un perfil mucho más activo- productivo que reactivo. En cambio de quedarse en la protesta, el recuperador busca producir cambios a través del trabajo. La identidad en los cartoneros es un fenómeno mucho más social que político, que busca construirse a partir de la recuperación de la dignidad en tanto seres humanos.

Este proceso tiene como meta el reconocimiento por parte de la sociedad como trabajadores respetables, ya que siempre han sido marginados. Si bien fue siempre una actividad individual, el trabajo de recuperación de residuos se está transformando en un hecho comunitario, llegando a formar hoy una verdadera cadena social. El primer eslabón comienza en el consumidor que deja la basura en bolsas diferenciadas; luego pasa por el recuperador que la recoge y clasifica, continúa en el acopiador y termina en las empresas recicladoras”.

En otra parte de su artículo la autora ejemplifica: “El crecimiento del movimiento cartonero dio lugar a la aparición de una serie de fenómenos de asociación como organizaciones, cooperativas, trenes especiales para cartoneros, (Tren Blanco) guarderías para hijos de cartoneros, comedores, y otros. Hoy, se estima que existen alrededor de 40 cooperativas de recuperadores. Dependencias del gobierno, organizaciones no gubernamentales y hasta importantes instituciones de financiamiento siguen movilizándose en clara señal de solidaridad con la actividad. Los cartoneros acordaron con la empresa de Trenes de Buenos Aires un servicio especial a últimas horas de la noche, conocido como “Tren Blanco”. El tren, exclusivo servicio para cartoneros totalmente desmantelado de asientos, hace unas pocas paradas en el conurbano llevando hasta la capital unos 1.000 recuperadores diarios, que van a trabajar donde más y “mejor” basura encuentran. A pesar de la creencia popular, el tren no es gratuito; los cartoneros pagan 10 pesos mensuales (un equivalente a 3.50 dólares) por el servicio”.

Pero estas ideas son tan solo apuntes que en clave de ensayo circunda la génesis, el desarrollo y la continuidad de un oficio vertebrado por el desprendimiento de lo ajeno, que existe por la dependencia de lo que otros dejan puestos al azar para ser acopiados en una triada que tiene origen y destino.

¿Cuál son las claves de esta obra cinematográfica? Desde la construcción narrativa exhibe la conjugación de testimonios recurrentes bajo el ejercicio de la entrevista con una perspectiva dual de imágenes de archivo, pautas de informes que apelan a la apropiación de argumentos que buscan el trazado de un paralelo en dos tiempos con pinceladas de ironía discursiva. Esta es la esencia creativa de esta puesta documental.

El testimonio de historiadores, sociólogos, antropólogos y cooperativistas del sector, sirven de puntos de diálogo para trazar un mapa de una curvatura social avistada pero desconocida. La ubicación de individualidades y colectivos en diferentes partes y tiempos en esta obra, don las matices certeros y acercan al espectador a un terreno en el que podríamos tener estructuras mentales escritas como planos para un puente menor.

El director descansa su narración en una escaleta que no busca la aparición predecible de sus invitados, ni juega con la escenografía que acentúa el oficio de los interlocutores. Estamos participando –junto al equipo de realización-, de la sobriedad de los términos, el ángulo cercano ajeno al perímetro del despacho gris diseñado al milímetro. La entrevista converge por la palabra vertida con sustancia no desprovista de apasionamiento, como una cascada de salitre argumental donde la sabia y el compromiso social legitiman su presencia en esta pieza fílmica. Esta fuga de argumentos sirve para compartir el desvelo del estudio callado y anónimo de los que están cercados en le círculo que no permite tocar esa fuga de verdades.

En medio de este carril de abanicos que aportan testimonios ajenos al pacto preconcebido que legitima la estética de la frivolidad y la subyugante mirada tele novelesca, surca -con una particular fuerza- una singular personaje que invita a que le preguntemos todo, por esa necesidad de hacer visible una realidad que sigue estando oculta y desarmada. “La Colo”, una mujer de aspecto letrado (Licenciada en Filosofía y letras), de vitales palabras exhibe sin tapujos sus grietas que embellecen su mirada aferrada a la sobre vivencia sin renunciar a los principios de la dignidad.

En su transitar ante el encuadre en diálogo fluido no da descanso a la cámara que la va desnudando por partes. Una cámara lúcida, que marcha atenta, que no se sonroja ante su mirada centrando en los planos detalles que busca desgranar el oficio desde sus raíces sociológicas. A paso apretado se viste de argumentos y los escupe en pausa como para no dejar espacio a la duda. Se mueve con agitados ademanes que explican otro perfil de esa verdad de voces ocultas.

La relación cinematográfica entre esta mujer (La Colo) y Ernesto Livon-Grosman descansa en el reparto de los roles que fluyen ante la necesidad de contar los presagios ocultos y la fuerza de compartir cada detalle de sus interminables experiencias. La presencia escalonada de esta protagonista visceral, hace perceptible una visión de lo particular ante una mujer que vivió los sabores de un estatutos social de clase media alta, para caer en el desplome de una crisis de la no estamos exentos de formar parte.

Su protagonista no descarta minutos para compartir visiones y argumentos que son la materia de esta obra de cine. Horas de filmación ante esta mujer se han convertidos en sustanciales minutos que motorizan y destruyen la ventana de ese otro discurso: el del silencio.

La representación de lo particular simbolizado en este personaje que se exhibe con variados acentos destilando ser una mujer culta con la experiencia del mundo de los cartoneros, es aprovechado en esta obra por ese vértigo de metáforas tercas que nacen empeñadas en decir la verdad. Desde el punto de vista cinematográfico, es una acertada elección pues descarta la mirada del discurso lastimero y senil.

En este bregar de minutos cinematográficos, no falta la connotación del tiempo pasado y presente. El arte constituye ese recurso que nos salva del didactismo ortodoxo y mediocre. El sabio contrapunteo entre dos artistas y dos tiempos son la metáfora creativa que plasma Livon-Grosman para precisarnos que este mundo es tan lejano como reciente. Una cámara de fugas y retazos recuerda la obra del artista plástico nacido en la ciudad de Rosario Antonio Berni, (1905-1981) que en su voluminosa obra pictórica detallo en aferrada bondad el mundo de los sin nada. El recorrido fugaz del ojo incisivo retrata los detalles de su obra ante una clara pretensión de retomar un pasado visto desde la lucidez del arte.

Para el presente invita a Alejandro Marmo (Buenos Aires, 1971) a compartir su testimonio junto al paralelo de su obra. Sus esculturas son una realidad por que se componen de los desechos, de los descartes que son rezagos de una brutalidad social y que el artitas expresa con la palabra y con la materialidad de su obra. Este dueto compuesto como parte de los recortes que van cerrando la pieza cinematográfica, son esa otra mirada que legitima el discurso de su autor.

Pero no basta con los iconos naturales de este oficio artístico que puede presumir de género. La ironía es una sabia y oportuna apuesta para estructurar y componer una temática de cine documental. Ante la necesidad de acercarnos a esa realidad, los trazados que nos aportan las imágenes de archivo son –si están ubicados creativamente-, una demoledora curva de argumentos que toman la sien de los desprovistos de palabras.

“Buenos Aires, un refugio cosmopolita de América, un crisol de multitudes, una nueva y maravillosa capital del mundo. A la magnificencia de su arquitectura colosal, aporta Buenos Aires un elemento nuevo, fina espiritualidad, y un cosmopolitismo que la supera a todas. Buenos Aires encierra un pequeño París, un Londres, una pequeña Roma, un New York, pero ni París, ni Londres, ni Roma in New York encierran un pequeños Buenos Aires y es que Buenos Aires está hecho de un poco de cada una”.

Estas grandilocuentes palabras son fruto de un trabajo audiovisual de los años cincuenta que promueve a un Buenos Aires turístico. En una primera parte de Cartoneros, su director lo incorpora ante una mirada aérea que tan solo panea una ciudad que no solo son grandes avenidas y edificios de desproporcionados tamaños. El lado oculto de esa gran ciudad no está presente en la lente del que concibió ese mensaje audiovisual. En el trayecto final de Cartoneros, la voz edulcorada y sublime de un narrador con gomina hace su parrafada y es cuando Ernesto toma nota de otra realidad. El Buenos Aires de los recogedores de residuos, de las manifestaciones y conflictos entre policías antidisturbios y cacerolas. El Buenos Aires de trenes que deambulan por la ciudad llevando desechos hacia el mundo de la precariedad y el oficio de la dignidad de hombres, mujeres y niños que tan solo quieres sobrevivir ante la avalancha de la crisis.

Los paralelismos son recurrentes en esta obra de muchas ganas. Las fotos fijas hablan con sabor en documentos con ese imprescindible blanco negro que absorben una realidad de la que participan unos menos que ahora son más. Conjugar el presente con los tradicionales colores y formas del encuadre de la contemporaneidad sirve para diagnosticar una suma de metáforas que son verdades documentales que reviven el verso seco.

La precariedad de sus vestimentas, sus modos de acopiar los desechos de la abundancia, los recursos que acompañan su oficio no escapan de esa otra lente. Una lente de simples modales y básicas tecnologías que sigue haciendo de las suyas para el ejercicio de la verdad y el decoro de los hombres.

Se impone una última pregunta. ¿Cuál es la intencionalidad del autor? Desde la introducción de este trabajo dejo preparada la travesía para esa puerta. Estamos encerrados en una suma de estereotipos y etiquetas que nublan y comprimen la naturaleza del extraño. Livon-Grosman persiste en humanizar el escenario de los cartoneros. Ese es el mayor acierto de esta pieza fílmica construida desde la objetividad, esa que leemos y subrayamos en los imprescindibles tratados de cine documental.

Ficha técnica

Dirección: Ernesto Livon-Grosman

Productores: Angélica Allende Brisk, Ernesto Livon-Grosman                      

Producción: Sur&North

Guión: Ernesto Livon-Grosman          

Director de fotografía: Eugenio Marzorati          

Editora: Angélica Allende Brisk          

Musica: Fernando Kabusacki          

Narración: Cristina Banegas

Distribuidora: Documentary Educational Resources

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