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Canciones para ir al cine con Bola de Nieve

Ignacio Jacinto Villa Fernández (Bola de Nieve) Fue un cantante, compositor y pianista cubano.

Por Erian Peña Pupo

La música del cubano Bola de Nieve fue un descubrimiento para el cineasta español Pedro Almodóvar. Sus canciones de amor y desamor, interpretadas “a mi manera y con mi piano”, en su voz trasnochada y rota, atraparon la sensibilidad de un director que ha llevado a sus filmes, como pocos, la canción y el bolero latinoamericanos, en voces como las de Chavela Vargas, La Lupe, Olga Guillot, Los Panchos, Caetano Veloso, Lucho Gatica…

El Bola es melancolía y congoja. Nocturnidad y pasión. Tiene parte de escándalo, provocación, teatralidad y embrujo. De melodrama. Su música es parte de la síntesis más profunda de la idiosincrasia cubana, de la mixtura ―en el caldero orticiano de la transculturación― de lo africano y lo ibérico. Mucho de esto también tiene el cine de Almodóvar.

Por eso un melómano como él, cuyos filmes destacan por el gran protagonismo tanto argumental como sentimental de la música, no podía estar ajeno a la fascinación por Bola.

Mientras ruedan los créditos de La ley del deseo, de 1987, su sexta película, escuchamos Déjame recordar, del compositor mexicano José Sabre Marroquín, en la voz de Ignacio Jacinto Villa Fernández, cuyo 110 aniversario de nacimiento, el 11 de septiembre en Guanabacoa, se conmemora este año. Se cumplen, además, los 50 de su fallecimiento, el 2 de octubre de 1971, en la Ciudad de México, con solo sesenta años.

En La flor de mi secreto, de 1995, Ay, amor, de la autoría del propio Bola, juega un papel significativo en el desarrollo de la historia (además de que Almodóvar la utiliza en una de las secuencias memorables del filme). En una conversación telefónica entre la escritora de novelas rosas Leo Macías/Amanda Gris, interpretada por Marisa Paredes, y el editor Ángel, por Juan Echanove, este le comenta sobre una de sus novelas:

― Me encanta el título Dolor y vida.

― Es una estrofa de una canción de Bola de Nieve.

― La conozco. “Si solo queda en mí dolor y vida, ay, amor, no me dejes vivir…” A nadie se le hubiera ocurrido relacionar el feeling cubano con Djuna Barnes y, sin embargo, tienen mucho en común…

― Sí, eso es justamente lo que yo quería destacar…

Una de las más recientes producciones de Almodóvar “casi” utiliza la música de Bola. La voz humana, cortometraje de 2020, en inglés, basado en la pieza teatral homónima de Jean Cocteau, cuenta con la actriz Tilda Swinton como protagonista. En el corto una mujer abandonada mantiene una última y desesperada conversación telefónica con su amante, pero el final ―ha rememorado el director― se cambió sobre la marcha. Swinton y el perro de su amante comparten plano y duelo. Ambos han sido abandonados. Para este momento de desconsuelo, el cineasta tenía previsto el acompañamiento de Bola, pero el perro no colaboraba. “La verdad es que la canción le iba muy bien al personaje, pero como con el perro no había manera, improvisé sobre la marcha un texto nuevo que le ha dado otro sentido al final de la película y a la relación de ella con el animal. Eso sí, me quedé sin Bola de Nieve”, contó Pedro a El País1.

A muchos el cine del manchego también les hizo descubrir y quedarse con la música de Bola de Nieve. Aunque su relación con el séptimo arte va más allá de la posterior inclusión de su obra como parte de varias bandas sonoras y llega incluso a los años adolescentes, cuando en Guanabacoa ―donde también nacieron Rita Montaner y Ernesto Lecuona― acompañaba al piano las proyecciones silentes en el cine Carral del pueblo.

“Solo accidentalmente he hecho cine y me hubiera gustado haberlo hecho en serio, puesto que opino que el cine no es un arte de impresión sino de expresión. Es donde se llevan las cosas por las cosas mismas, donde no es tan necesario el movimiento como el sentimiento. Solo con sensibilidad es posible hacer cine, no con maromas ni muecas”, contó al periodista y cronista Ciro Bianchi Ross en una entrevista realizada en 19702.

En 1935, Bola hizo su debut en Madre querida, primer filme del mexicano Juan Orol, uno de los principales promotores del “cine de rumberas” de la época de oro del cine mexicano. Junto a Esther Borja y Lecuona apareció en Adiós, Buenos Aires, de 1938, dirigida por uno de los pioneros del cine argentino, Leopoldo Torres Ríos, en la que se interpretó a sí mismo. También en Argentina participó, siempre como él mismo, en Embrujo (1941), de Enrique Telémaco Susini, y Melodías de América (1942), de Eduardo Morera, protagonizado por el tenor mexicano José Mojica y la argentina Silvana Roth. En México, en 1954, junto a Marga López y Ernesto Alonso, actuó en Una mujer en la calle, melodrama de Alfredo B. Crevena en el que cantó No puedo ser feliz, de Adolfo Guzmán.

Participó, además, en Kid Tabaco, también conocida como Mil besos, de 1955, dirigida por el mexicano Zacarías Gómez Urquiza, junto con Lilia del Valle y Ana Bertha Lepe. El argumento que recoge la Guía Cinematográfica 1955 promociona su participación: “Bola de Nieve no solo acompaña al piano a Lilia del Valle en varias de las canciones que la bella artista canta (…) sino que él mismo nos brinda algunas llenas de sentimiento y honda emoción; porque este film, aunque basado en un episodio trágico de boxeo, tiene de todo: escenas de romántico y purísimo amor, otras de delirante pasión y celos, ambiente suntuoso de cabaret, y las siete canciones de moda. Ni una más ni una menos. He aquí sus títulos: ‘Mil besos’, ‘Dos palabras’, ‘Si me puedes querer’, ‘No dejes de quererme’, ‘Grito prisionero’, ‘Morir contigo’ y ‘Amor salvaje’”3.

Su música ha sido parte de la banda sonora de filmes como Las secretas intensiones (1970), del español Antonio Eceiza, y en el cine cubano lo encontramos en Nosotros, la música, de Rogelio París, de 1964, y en Viva papi, dibujo animado de 1982 de Juan Padrón.

En 1985 Mayra Vilasís dedicó a su vida y obra el documental Yo soy la canción que canto, que obtuvo el Premio Caracol de la UNEAC en dirección y edición, y el Colón de Oro, ex aequo, en el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva, España, 1987, y donde, además de su música, recopila testimonios de familiares y artistas como Esther Borja y Alina Sánchez, que compartieron escenario con Bola.

Mientras, en 2003 el español José Sánchez Montes dirigió Bola de Nieve, producido entre España, Cuba y México. “La idea (…) surgió cuando descubrimos la personalidad apabullante de alguien que solo conocíamos por su música y sus canciones (…) Queríamos que la gente se enamorase de un personaje fascinante; pero tampoco dejar sin tocar la parte enigmática que siempre tuvo”, aseguró4.

Y aunque su vida aún no ha tenido abordajes desde la ficción, como merece, el cubano Lester Hamlet en entrevista en 2017 aseguró estar preparándose para contar “la vida de uno de los artistas más desgarradores e intensos de Cuba, Bola de Nieve. Es un proyecto que lleva tiempo haciéndome pensar y ahora parece que estamos encontrando la luz”5. Esperemos que así sea. Bola lo merece.

Referencias bibliográficas:

1 Fernández-Santos, E. (7 de noviembre de 2020). “Pedro Almodóvar: ‘Mi vida ahora es una huida hacia adelante’”. El País. Recuperado de https://elpais.com/icom/cultura/2020-11-06/pedro-almodovar-mi-vida-ahora-es-una-huida-hacia-adelante.html

2 Bianchi, C. (10 de septiembre de 2019). “Bola de Nieve ‘entrevisto’”. Cubarte. Portal de la cultura cubana. Recuperado de www.cubarte.cult.cu/blog-cubarte/bola-de-nieve-entrevisto/

3 S/A. (10 de enero de 2011). “Mil besos o Kit Tabaco”. Guije.com. Estudios de la cultura y la historia de Cuba. Recuperado de www.guije.com/cine/mexicano/mil-besos/index.htm

4 EFE (14 de marzo de 2003). “Un documental recupera la peculiar figura del músico Bola de Nieve”. El País. Recuperado de https://elpais.com/diario/2003/03/14/cine/un-documental-recupera-la-peculiar-figura-del-músico-bola-de-nieve/

5 Fernández-Soberón, M. (13 de abril de 2017). “Lester Hamlet Veira llevará la vida de Bola de Nieve al cine”. Impacto Latino. Recuperado de https://impactolatino.com/lester-hamlet-veira-llevara-la-vida-de-bola-de-nieve-al-cine/

Tomado de: Cubacine

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Paralelo 35°50’, la línea imaginaria que determina la vida o la muerte en el Estrecho (+Video)

Lucia Muñoz Lucena, periodista y documentalista española

Por LolaFPalenzuela @LolaFpalenzuela

Paralelo 35°50′ son las coordenadas de la historia oculta de una frontera invisible entre España y Marruecos en el Mediterráneo, la más opaca y mortífera de Europa. La productora andaluza EntreFronteras le ha puesto nombre en el documental que ha estrenado este pasado septiembre en Málaga y Madrid.

Esquivando la opacidad que se da en este tema, esta investigación periodística hecha largometraje, muestra los testimonios inéditos de las personas rescatadas, pero también de sus rescatadores, trabajadores de Salvamento Marítimo que por primera vez hablan de su trabajo. Este trabajo documental se adentra así en una nueva frontera, con audios e imágenes que ven por primera vez la luz gracias al trabajo de EntreFronteras y a los 210 mecenas que han apostado desde el principio por dar visibilidad a todas estas voces.

De esta nueva frontera, de las vallas y los muros que se siguen construyendo, hablamos con Lucia Muñoz Lucena, integrante de la productora EntreFronteras.

¿Cómo surge este documental, Paralelo 35°50′?

Recibimos unos audios en 2019, unos audios inéditos, en los que empezamos a escuchar que había malas prácticas en el rescate marítimo en la Frontera Sur. Un lugar en el que EntreFronteras venimos trabajando desde siempre, desde el Estrecho al mar de Alborán, desde Cádiz a Almería, que son las costas que bañan Andalucía y donde nosotros nos hemos estado moviendo.

Cuando nos llegan estos audios, pensamos que algo tenemos que hacer, había que sacarlos en los medios de comunicación. Pero lo que nos ofrecían los medios era publicar una noticia y ya está. Entonces pensamos que ese material merecía algo más de impacto, no solo una crónica en un medio. Así fue como decidimos que todos esos audios que seguíamos recibiendo fueran la base de una investigación periodística de más profundidad y calado, con testimonios que dieran voz a todo lo que está pasando. Así fue como esos audios se convirtieron en lo que hoy es el documental Paralelo 35°50′.

¿Quién os manda esos audios?

Bueno, esa información no te la puedo dar. Sí te puedo decir que fueron audios que, a la vez que nos fueron llegando, los fuimos contrastando, como se ve en el documental. Lo fuimos contrastando con trabajadores de Salvamento Marítimo en ese momento, con personas que fueron rescatadas, con diferentes gabinetes de prensa, del Ministerio del Interior, de subdelegaciones de Gobierno, delegaciones del Gobierno de Andalucía. Lo que sí queda patente es que los audios se contrastan con personas muy valientes que han querido dar la cara, rescatadores y rescatados.

Este es un documental en el que, por primera vez, hablan trabajadores de Salvamento Marítimo, eso nunca lo habían hecho. Por el contrario, las fuentes institucionales no dan la cara. Pero bueno, lo que queda más que contrastado, tanto con los audios como con la investigación periodística que hemos llevado a cabo, es que existe una frontera en el mar, una línea imaginaria que divide las aguas españolas y las aguas marroquíes. Una línea que se ha convertido en una frontera en la que las vidas de las personas valen más o menos, dependiendo de en qué parte de la línea te encuentres. En un lado te rescatan y en el otro no.

Para poder llevar a cabo este proyecto lanzais un crowdfunding que os permita cubrir los gastos que este trabajo conlleva.

Sí, porque la precariedad que se vive en el periodismo no te permite llevar a cabo proyectos de investigación como éste, que requiere de un trabajo pausado y reflexivo. Para ello necesitábamos este crowdfunding. Sin él este proyecto no hubiera podido salir adelante. Si no hubiéramos contado con esos 210 mecenas que han apostado por romper el silencio de lo que pasa en Estrecho, este documental nunca habría visto la luz.

¿Qué crees que puede aportar este trabajo de EntreFronteras?

Por lo pronto, lo primero que ha hecho este trabajo es ponerle nombre a una frontera, a una línea imaginaria en el mar, que es el Paralelo 35°50′ y demostrar que sí que existen estas fronteras en el mar. Que, aunque no las podamos ver, hay gente que tiene que sortear esa “valla”. Para poder migrar se necesitan unas vías seguras que no existen, por eso hay gente que tiene que jugarse la vida, sorteando ese Paralelo 35°50′ para poder tener ese derecho a migrar.

Este documental aporta también la cara humana de los rescatadores de Salvamento Marítimo, porque, ¿quién rescata al rescatador? Contamos también esas historias, poniéndole nombre y apellidos a las personas que están en el mar todos los días trabajando para salvar personas. En este documental hemos visto por ejemplo, el caso del capitán Miguel Pacha, que fue degradado de su puesto por salvar vidas. Él ha sido una de las personas que más vidas ha salvado en 2018, cuando en Andalucía se vivió esa crisis migratoria y a él le relevaron de su puesto. Son personas que en 2018 sufrieron todo ese cambio que se dio en las políticas migratorias con el cambio de Gobierno. Personas que también han sido víctimas.

No solo han sufrido las consecuencias las personas que han tenido que ser rescatadas, también los propios rescatadores han sufrido esas políticas migratorias con la implantación del Mando Único que hizo que Salvamento Marítimo, que es un cuerpo civil del que estamos sumamente orgullosos de que sea público, orgullosos de que nuestros impuestos sirvan para rescatar personas. Ahora, con este cambio de políticas, esta labor de rescate se ha delegado en la Guardia Civil, militarizando así las fronteras.

Este pasado septiembre habéis hecho la premier del documental en Málaga y en Madrid. ¿Qué tal se ha acogido por parte del público?

La verdad es que ha superado todas nuestras expectativas. En Málaga lo hicimos en el Cine Albéniz, con lleno total y gente que se quedó en la calle sin poder entrar. Unos días después lo proyectamos en el Cine Verdi de Madrid y pasó lo mismo. Lleno total en las dos ciudades. Ahora el documental lo empezaremos a mover por festivales. La premier la hicimos porque se lo debíamos a toda la gente que ha querido apoyarnos.

Creo que una de las cosas que quedaron más claras para el público y que impactaron más, fue el poner nombre a ese Paralelo 35°50′ y darse cuenta de cómo una vida vale más a un lado que al otro de esta línea. El cómo esa línea puede determinar que puedas vivir o morir, al impedir que Salvamento Marítimo pueda traspasarla. Si estás del otro lado no te rescatan, incumpliendo así el Derecho del Mar de prestar auxilio. Un derecho que debe poner la vida por encima de todo. Es un deber rescatar a la gente que lo necesita, estés en aguas internacionales, aguas españolas, aguas marroquíes o tenga el barco el color que tenga. El auxilio a las personas que lo necesiten es lo primero.

Sin embargo, Salvamento Marítimo en ese momento, con la llegada del Mando Único, se tiene que limitar a esa línea 35°50′. No tiene permiso para traspasarla, por lo que se tiene que quedar a la espera de que llegue la gendarmería marroquí para recoger a esas pateras y auxiliar a esa gente. Y ello supone un alto riesgo pues a lo mejor en ese momento, la patera no tiene problemas, pero en cuestión de minutos la situación puede cambiar. En un momento la patera puede explotar, se puede hundir, pueden pasar muchas cosas. Entonces están dejando en peligro a todas esas personas.

Con la llegada del Mando Único se vio un descenso, en más de un 50 por ciento, de llegadas de pateras por el Mar de Alborán, por la Frontera Sur, a nuestras costas, pero aumentaron en otras vías, como en la Ruta Canaria, que es mucho más peligrosa y mortífera.

Tú llevas desde 2014 trabajando temas de migración. ¿Cómo ves el momento actual?

Creo que políticamente estamos peor porque hay mucha opacidad. Tengamos en cuenta que con la implantación del Mando Único y con el cambio de políticas, Salvamento Marítimo deja de informar en sus redes sociales sobre el salvamento, el rescate, sobre la llegada de las personas que migran en patera por falta de vías seguras. Hay mucha opacidad en este tema.

También estamos viendo que, a través del Ministerio del Interior, del ministro Marlaska, se están vulnerando muchos derechos, ya no sólo el derecho a migrar, sino también el de protección internacional, de acogida, incluso del derecho de la infancia, como hemos visto estos últimos meses. Por ello pienso que estamos retrocediendo muchísimo. Y esto también está teniendo un impacto real en la sociedad, donde la discriminación es cada vez mayor, donde asistimos a un incremento de los discursos de odio y ataques racistas.

En los últimos años, el número de mujeres que toman la determinación de acometer estas vías poco seguras se ha incrementado. Tú has conocido y escrito de muchas de ellas.

Cuando hablamos de mujeres que migran se cae casi siempre en el mismo error. Se suele hablar de ellas como víctimas o se las suele criminalizar. Son muchas las mujeres que toman su propia decisión de migrar, si bien siguen siendo un menor número en comparación con los varones pues ellas son las que sostienen la vida en sus países, en sus comunidades.

Migrar como lo hacen las mujeres y los hombres que atraviesan la Frontera Sur española no es fácil, al no existir vías seguras. Esto perpetúa en el cuerpo de las mujeres historias de abusos y violencia; violencia sexual y explotación laboral. Y si las mujeres que migran son madres, a estas violencias se suma el sufrimiento por la separación de sus hijos e hijas cuando llegan al país de destino, o se enfrentan al miedo y a la culpabilidad aquellas que montan a sus pequeños en la patera.

Tú como periodista, ¿cómo luchas contra los estereotipos que surgen cuando se habla de personas migrantes?

Bueno, yo creo que la labor que tenemos que hacer desde periodismo, y no solo en los temas de migración, es dignificar a las personas de las que estamos hablando. Si nuestro trabajo no sirve para esto, está claro que lo estamos haciendo mal. Creo que tenemos que revisar mucho la terminología que empleamos y darnos cuenta de que estamos hablando de personas, no de productos.

Para nosotras siempre es muy importante hablar del porqué, contar por qué emigran todas estas personas. Buscar el porqué es fundamental. Conocer sus nombres y apellidos, sus historias, saber qué hay detrás de esa decisión de emprender ese largo y peligroso viaje. Eso es necesario porque es la única forma de empatizar con esas personas y eso no se está haciendo, pues lo único que vemos y de lo que hablamos es de los números.

Tomado de: El Salto

Tráiler del filme Paralelo 35°50’ (España, 2021) de Sergio Rodrigo

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De los neocón a los neonazis. La derecha radical en el Estado español

Por Amelia Martínez-Lobo

¿Existe el fascismo en el Estado español? ¿Hay crímenes de odio? ¿Hay asesinatos motivados por odio racial o por motivos políticos? ¿Asistimos a un retroceso en la conquista de derechos de las mujeres? ¿Vox es fascista? Vox tiene un sindicato, ¿es obrerista? ¿Qué hay más a la derecha de Vox? ¿Cómo combatimos a la extrema derecha? ¿Cuáles son sus alianzas internacionales? ¿Se parece nuestra extrema derecha a la de Le Pen, Salvini, Bolsonaro o Trump?

El informe «De los neocón a los neonazis. La derecha radical en el Estado español» trata de aportar no solo claves para el análisis, sino una descripción minuciosa de todo el cosmos de la extrema derecha en el Estado español, desde sus expresiones institucionales, con Vox a la cabeza, hasta sus tentáculos en el fútbol, las redes sociales, los influencers, y los espacios de generación de pensamiento, como fundaciones o lobbies.

Miquel Ramos hace un extenso repaso del ideario y el programa político de Vox para entender y situar a la formación política. Además, este trabajo también cuenta con varias colaboraciones de personas que estudian de cerca estos movimientos: Nora Rodríguez, Jordi Borràs, Román Cuesta, Julián Macías, Pep Anton Ginestà, Adrián Juste y Juan Francisco Albert Guerrero de Al Descubierto, Proyecto UNA, Nuria Alabao y Carles Viñas. Con estas aportaciones, el objeto de estudio va más allá: fundamentalismo religioso, la extrema derecha clásica, nostálgicos filofranquistas, grupúsculos neonazis, lobbies, fake news, medios de comunicación de extrema derecha, etc. Es decir, todo el entramado del universo de la extrema derecha, que siempre estuvo aquí, nunca se marchó y que, lejos de desaparecer, parece cobrar fuerza como ese abismo, ese lugar oscuro al que nunca quisimos mirar y que ahora nos pone frente a un espejo en el que nos  cuesta reconocernos como sociedad.

Esta publicación consigue no solo mapear y dibujar la extrema derecha en el Estado español, sino desnudarla con rigor y gran nivel de detalle. Esta investigación nace con la vocación de perdurar en el tiempo. Más allá de los análisis coyunturales, que inevitablemente son objeto de estudio, puesto que, en los años de la COVID-19, las estrategias de la extrema derecha adquieren su máxima expresión, este informe trata de sistematizar todo un conocimiento, monitoreo y activismo que lleva haciéndose desde hace años por parte de activistas y periodistas comprometidos. Por ello, queremos que sea un lugar de referencia y un manual de consulta.

Índice

Prólogo

Introducción

  1. Antecedentes históricos
  2. La revuelta neocón
  3. La irrupción de VOX
  4. La extrema derecha extraparlamentaria
  5. Cataluña como campo de batalla
  6. La extrema derecha regionalista valenciana
  7. Fundamentalismo religioso
  8. Difusión y batalla cultural
  9. Las guerras de género: La extrema derecha contra el feminismo
  10. Fútbol y extrema derecha
  11. Música, ‘merchandising’ y editoriales
  12. La conexión del este: relaciones internacionales con Rusia y Ucrania
  13. La banalización de la violencia y el terrorismo ultraderechista
  14. La polémica aplicación de los delitos de odio
  15. La extrema derecha durante la pandemia

 

Tomado de: Fundación Rosa Luxemburg

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Ideas estéticas y literarias de Carlos Marx

Por Mario Goloboff*

Es sabido: dos de los autores más citados por Carlos Marx en todos sus escritos son Miguel de Cervantes Saavedra y William Shakespeare. Menos difundido, pero igualmente conocido, es que manejaba casi todas las lenguas europeas, que releía con fruición a los clásicos griegos (una vez por año leía a Esquilo en su original griego), y que recitaba de memoria para su familia y amigos largos pasajes de La divina comedia, así como versos de Heine y de Goethe. Fuera del alemán, sus preferidos eran el poeta escocés Robert Burns, Walter Scott y Honorato de Balzac, y alguna vez se propuso que, terminadas sus obras económicas, escribiría un trabajo crítico sobre La comedia humana. Cuenta su hija menor, Eleanor: “A mí, y a mis hermanas antes, me leyó todo Homero, todo los Nibelungen Lied, Gudrun, Don Quijote, Las mil y una noches, etc. Shakespeare era la Biblia de nuestra casa, siempre en boca de alguien y en manos de todos. Cuando cumplí seis años me sabía de memoria todas las escenas de Shakespeare”.

Estos eran, entre otros muy calificados, sus gustos personales, explicables por su inteligencia, su formación, su época. A ellos se sumaron opiniones, ya en un plano teórico, que los convalidaron, e inclinaron el fiel de la balanza hacia el clasicismo, la representación de la realidad en la obra de arte, el espejo correspondiente. No era difícil (ni necesario) deducir del conjunto una estética marxista, pero así se hizo. Omitiendo, olvidando, desviando algún concepto contradictorio. Tal, entre otros, el enigma que recorre su obra y que él jamás pudo resolver (ni otros marxistas): “La dificultad no es la de comprender que el arte griego y la epopeya están vinculados a ciertas formas del desarrollo social, sino que ellos nos procuran todavía un placer estético y que, desde muchos ángulos, representan para nosotros una norma, hasta un modelo inaccesible” (Grundisse, 1857: los planos o borradores de lo que iba a ser El Capital).

Por gustos también personales, por pereza mental, por escasa formación de buena parte de sus seguidores, se consagró sin más el realismo y la representación veraz de lo real como doctrina oficial, refrendados por ciertas páginas de Vladimir Ilich Lenin sobre León Tolstoi y por otras de teóricos estimados, como Gueorgui Plejánov, con su exploración del “equivalente social” en arte y en literatura. Para culminar viendo en la obra, aspectos múltiples de la vida económica y social expresados en un particular lenguaje. No se exploró, más bien se desechó, para hacerlo, la relación que podía existir entre esa estética que se desarrollaba como marxista, basada en un comportamiento humano específico, y las teorías y el pensamiento, no sólo estéticos, de Carlos Marx.

Sin embargo las ideas centrales de Marx que están en sus primeros textos de juventud (Manuscritos, de 1844), que recorren de modo permanente toda su obra, y que fundarían una nueva estética, son su concepción del hombre como trabajador y transformador de la realidad en medio del conjunto de la sociedad y sujeto a las relaciones que ella impone, exteriorizando, objetivando, manifestando en esa producción su propio ser, su situación de creación y, a la vez, de enajenación. Son esa concepción del hombre, de la historia y de la sociedad las que fundarían y constituirían los principios de una estética. Es ya en los Manuscritos donde para él el arte —como todo trabajo— manifiesta la necesidad del hombre de objetivarse y, con ello, las de sus fuerzas primordiales, creadoras.

Esto abre la posibilidad de ver en el arte, dentro del todo de su concepción que muchos teóricos llaman “práctico productiva”, su carácter de actividad práctica y creadora. “El arte se presenta en esta concepción —explica Adolfo Sánchez Vázquez— como una forma de actividad práctica, de la producción de objetos, y, en este sentido, se relaciona con el trabajo en cuanto que éste —como libre juego de las fuerzas espirituales y físicas del hombre— pone de manifiesto cierto contenido estético. Se relaciona asimismo con el trabajo en cuanto producción de un nuevo objeto en el que se proyectan o expresan fuerzas esenciales humanas, y se pone de manifiesto un principio creador. La relación con el trabajo se manifiesta, en tercer lugar, en cuanto que, gracias a él, el hombre ha perfeccionado su capacidad de dominar la materia para imprimirle la forma adecuada a una función o necesidad humana, y ha podido elevarse así —sobre la base de la división social del trabajo— a una actividad específica —el arte— destinada a satisfacer la necesidad estética de imprimir a una materia la forma adecuada para expresar cierto contenido espiritual. El arte ha surgido, pues, sobre la base del trabajo humano y del desarrollo del principio estético o creador que ya se daba en él”.

¿Hasta qué punto es comprensible que de estas ideas naciera una estética del realismo como la que surgió? ¿Una estética cuyo fundamento era la teoría del reflejo, que vinculaba directamente un estilo de creación con los intereses de clase; en fin, que consagraba en arte (una actividad creadora) un método de creación o un estilo entre los muchos posibles, como la única expresión artística de izquierda? ¿O, para decirlo en términos más cercanos al marxismo, por qué designar e indicar una praxis artística determinada, convertida en la única posible para expresar los “contenidos” anticapitalistas y revolucionarios?

Como era natural que ocurriera en los países socialistas, y obviamente en los otros, esta concepción del arte como reflejo o representación verídica de la realidad tuvo más consecuencias en el plano teórico que en la práctica artística misma, la que siguió los caminos que la propia historia del arte iba encontrando cualesquiera fuesen las normas que la doctrina quisiera imponerle. Además, se hacía evidente que, considerados a la luz del pensamiento marxista el arte y la literatura, como actividades libres y creadoras, la estética no podía ser estrecha, uniforme, coercitiva. Afortunadamente, por encima y en contra de tales posiciones (estar en contra de estas ideas, numerosas veces costaba la vida) se alzaron creadores de talla (Maiakovsky, Picasso, Bertold Brecht y muchos otros, así como en América Latina Juan Rulfo, José Lezama Lima, Juan Carlos Onetti, nuestro Julio Cortázar) y no era gente a la que podía silenciarse.

La práctica artística se impuso sobre las teorías y enseñó, en su propio hacer, los principios de la libertad creadora y la esencia del arte de la creación: “…no se copia jamás la naturaleza —sostuvo Pablo Picasso—, no se la imita tampoco, se permite que unos objetos imaginados revistan apariencias reales. No se trata de partir de la pintura para llegar a la naturaleza: es de la naturaleza a la pintura que hay que ir. Hay pintores que transforman el sol en una mancha amarilla, pero hay otros que, gracias a su arte y a su inteligencia, transforman una mancha amarilla en sol”.

*Mario Goloboff es escritor y docente universitario.

Tomado de: Página/12

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Sociedad del espectáculo y uniformidad de contenidos

Por José Rivera Guadarrama @JoseRivegua

La dimensión lúdica y ritual que tenía el espectáculo en la Antigüedad ha sido desplazada por el voraz consumo de imágenes y contenidos que generan enormes ganancias y dan poder a quienes las producen y difunden con gran eficacia en estos tiempos de endiosamiento tecnológico. Este ensayo trata con acierto los aspectos esenciales de esa catástrofe moderna.

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El espectáculo, como acto recreativo y de aprendizaje, ha estado presente en todas las sociedades a lo largo de la historia. En cada uno de estos procesos culturales destaca el carácter lúdico y la aceptación que de él se hace en cada época. De ahí la naturaleza de su fomento. Tiene que ver, incluso, con cierta ritualidad. En muchos casos, el espectáculo podría considerarse como una especie de momento antropológico, unificador de los individuos.

Sin embargo, a estas alturas del siglo es notorio que se ha perdido el aspecto primordial de ese aprendizaje; la cohesión a la que se apelaba se ha desmembrado. La intertextualidad, ahora, responde a determinados modelos económicos de los países dominantes. A pesar de que estamos insertos en una evidente sobreabundancia informativa, una hiperinformación contemporánea que hace cada vez más complicado el asunto de discernir qué es lo que necesitamos para la construcción de conocimiento, y no de mera distracción con fines comerciales; a pesar de todo eso, en el fondo permea una semejanza en los contenidos, una misma intencionalidad.

Esto ya lo observaba el francés Guy Debord (1931-1994). En su obra más representativa, La sociedad del espectáculo, esta labor está vinculada a la cuestión del análisis de la mercancía, de la reificación, del valor y del fetichismo de los productos, a partir de la elaboración y fomento de las imágenes. Su crítica no va en el sentido de la producción, sino en cuanto al valor lucrativo que de ellas se obtiene; además, claro, de la notoria y evidente estandarización de los contenidos.

Debord aborda las décadas de la segunda mitad del siglo XX. Por lo tanto, está analizando los movimientos sociales y artísticos de aquellos años, en los cuales predominaban las demandas por mejoras en derechos civiles, estudiantiles, feministas, pacifistas, ecologistas, de liberación gay, nuevas espiritualidades, opositores a la Guerra fría y a la guerra de Vietnam, entre muchos otros.

Recurriendo a la historia, tenemos noción de cómo era el pensamiento antiguo respecto de las artes, su cosmología y los sucesos consuetudinarios. Por ejemplo, la civilización olmeca, considerada como una de las más antiguas de Mesoamérica, entre 1200 y 400 aC; por la parte occidental, el arte griego antiguo y toda la influencia ulterior. Sin embargo, da la impresión de que nuestra época está frente a otras circunstancias que van mermando la capacidad imaginativa. Nuestro asunto es observar cómo ahora las sociedades están frente a la reproducción monopolizada de las imágenes, que ha derivado en una simple actividad de diversión. Lo que se debe replantear, por lo tanto, es la forma de superar todo interés sublúdico de eso que ahora llamamos espectáculo.

Del ritual al consumismo

En la actualidad, esas producciones multitudinarias le han quitado al espectáculo todo carácter de sacralidad. El espectáculo contemporáneo ya no es una actividad con carácter de ritual identitario, tampoco una crítica estructurada sobre determinados asuntos. Ya no hay actos de fe dentro de ello. Por el contrario, prevalece un vacío, una fisura, y lo único que lo puede llenar es el aspecto económico, mediante la capacidad de consumo.

Por el contrario, en sociedades precapitalistas, como lo analiza Mijail Bajtin, todos esos ritos y espectáculos organizados a la manera cómica, presentaban una diferencia notable con las formas del culto y las ceremonias oficiales serias de la Iglesia o del Estado feudal, ya que ofrecían una visión del mundo, del hombre y de las relaciones humanas diferente, no-oficial, exterior a la Iglesia y al Estado. Aquellas, parecían haber construido, al lado del mundo oficial, un segundo mundo y una segunda vida a la que los hombres de la Edad Medía pertenecían en una proporción mayor o menor y en la que vivían en fechas determinadas.

Por lo tanto, en aquellas sociedades previas existían actividades recreativas alternas que escapaban al control y al monopolio de esas organizaciones sociales, a los enormes poderes como la Iglesia o el Estado.

Sin embargo, dentro de las naciones capitalistas, dice Guy Debord, sucede todo lo contrario. En ellas es notorio que “el espectáculo es el discurso ininterrumpido que el orden presente mantiene consigo mismo, su monólogo elogioso. Es el autorretrato del poder en la época de su gestión totalitaria de las condiciones de existencia”.

Además, dentro del actual espectáculo, da la impresión de que necesitamos una narrativa interna o superpuesta a lo observado, una especie de guía que nos narre lo que está sucediendo, pues una explicación que acompañe a la narración hace más placentera la contemplación. De lo contrario, cuando no hay descripción alguna, se percibe como una cansada superposición de imágenes y sucesos inconexos, sin aparente relevancia alguna. Los deportes son ejemplo destacado de esto, en particular el futbol, que con toda seguridad es la actividad deportiva más mediática, lucrativa y, por lo tanto, vista, estructurada y manejada como espectáculo y negocio, más que como actividad lúdica.

Velocidad y disolución de la realidad actual

A la manera de Paul Virilio, en un mundo invadido por imágenes a través de dispositivos electrónicos, por imágenes digitales transmitidas al instante, el espacio se disuelve, los objetos sólo se manifiestan en su desaparición, todo se hace demasiado rápido para la percepción humana. Las funciones productivas y perceptivas, así como las capacidades del hombre, se automatizan, porque son demasiado lentas frente al mundo que construye y en el que ha de vivir, ya que, además, para ver algo deja de ser preciso estar presente en un sitio determinado. Es ese tele-control, esa simultaneidad y omnipresencia de nuestros instrumentos y nuestras visiones, lo que está transformando las actuales condiciones de percepción.

Nuestro mundo, nuestras actividades cotidianas, están aceleradas, y esta rapidez juega un papel importante, fundamental, en la reconfiguración de nuestras dinámicas. De ahí que, para Virilio, “la velocidad es la cara oculta de la riqueza y el poder”, y de acuerdo con esta afirmación hará hincapié en que la celeridad es el factor decisivo que determina una sociedad: la nuestra.

Virilio subraya que es la agilidad en la comunicación de mensajes, la transmisión de significados, lo que otorga una posición destacada en la sociedad; su dominio y el control sobre las velocidades según las cuales se desarrolla en cada momento, son lo que permite dominar el resto de relaciones importantes. Por eso, las imágenes creadas por las nuevas tecnologías se envían y reciben a velocidades cada vez mayores, en tiempo real.

De esta manera, nuestros espacios lúdicos, de recreación y aprendizaje están disminuyendo. Es notorio que los aspectos fundamentales de nuestra vida cotidiana, rica en experiencias y propuestas artísticas, educativas, políticas, están siendo acaparados por sectores que no tienen ningún interés en revalorarlos. La homogenización es evidente. La pluriculturalidad se ensancha mientras que el consumo unitario aumenta.

Frente al monopolio de los contenidos del actual espectáculo, la palabra diversión, derivada de diversidad, está perdiendo su carácter fundamental de revalorización de la polis, de la comunidad en la apuesta de la autonomía y variedad de los aprendizajes. Es alarmante la manera en la que nuestra capacidad de intercambios culturales se está limitando a la dinámica homogénea de simple recepción de contenidos, idénticos, a nivel mundial.

Es por eso que la sociedad del espectáculo actual está desarticulada. O peor aún, está inscrita en la alienación del espectador en beneficio del objeto contemplado, sin opciones, sin alternativas, en detrimento de la autonomía de su propia imaginación. Está encerrada en conflictos y situaciones que ya no reconocemos; de ahí nuestra incapacidad para resolverlos.

Desde un punto de vista objetivo y positivo, siendo instrumental por naturaleza, el espectáculo es racional en la medida en que resulta eficaz para alcanzar el fin que debe justificarlo. Desde esta perspectiva, es posible promover causas sociales diversas para ser atendidas, se puede transmitir la importancia de los sucesos de la historia, de las revoluciones, del progreso, etcétera, con una fuerte carga de verosimilitud de los acontecimientos para mejorar nuestro contexto presente.

“Cuanto más contempla, menos vive…”

Para Guy Debord, la sociedad del espectáculo “cuanto más contempla, menos vive; cuanto más acepta reconocerse en las imágenes dominantes de la necesidad, menos comprende su propia existencia y su propio deseo. La exterioridad del espectáculo, respecto del hombre activo, se manifiesta en que sus propios gestos ya no son suyos, sino de otro que lo representa. Por eso, el espectador no encuentra su lugar en ninguna parte, porque el espectáculo está en todas”.

Para revertir ese fenómeno hay diversos tipos de movimientos sociales urbanos que tratan de superar el aislamiento y de reconfigurar la ciudad, respondiendo a una imagen social diferente de la ofrecida por los poderes, de los promotores respaldados por el capital financiero y empresarial, junto con un aparato estatal con mentalidad de negociante.

Para entender la dimensión del asunto, es necesario darnos cuenta de que el saber se encuentra, o se encontrará, afectado en dos principales funciones: la investigación y la transmisión de conocimientos. Es por eso que la incidencia de esas transformaciones tecnológicas sobre el conocimiento y el aprendizaje deben ser analizadas y reestructuradas en función de mejores condiciones de aprovechamiento del espectáculo.

Si la sociedad del espectáculo es complicada, porque para ser comprendida, exige la reformulación radical de todas las concepciones artísticas e ideológicas, la capacidad de rechazar muchas exigencias del gusto literario arraigadas, la revisión de una multitud de nociones y, sobre todo, una investigación profunda de los dominios de los aspectos cómicos populares que han sido tan poco explorados, porque están al margen del lucro que persiguen las grandes industrias.

Es ahí, en principio, donde debemos observar cómo educar a la sociedad, cuáles son los usos y costumbres que pueden ayudarnos a reforzar el aprendizaje, la tradición que va a terminar imponiéndose en el modo de adoptar una visión, una imagen de ese saber. Sin lo anterior, por desgracia, esta inestabilidad no encontrará ningún mecanismo de resolución y el espectáculo recreativo será acaparado por diversos núcleos de poder económico y político, reducido a la condición del más lucrativo y estandarizado de todos los tiempos.

Tomado de: La Jornada Semanal

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Perdido y encontrado en Guantánamo: ​​Mansoor Adayfi, el detenido 441

Por Amy Goodman & Denis Moynihan

La bahía de Guantánamo, ubicada en el extremo sur de Cuba, alberga la tristemente célebre prisión militar estadounidense de Guantánamo, conocida como “Gitmo”, donde 779 hombres han permanecido detenidos, en su gran mayoría sin cargos, y han sido torturados a lo largo de los últimos veinte años. Uno de estos prisioneros, el yemení Mansoor Adayfi —o el “detenido 441”— estuvo encarcelado allí durante 14 años, hasta 2016. Adayfi está actualmente exiliado en Serbia, lugar a donde Estados Unidos lo obligó a asentarse luego de su liberación de Guantánamo a pesar de no tener ninguna conexión con ese país. Adayfi acaba de publicar un libro de memorias, en el que describe el horror que se vive en Guantánamo y cómo él y sus compañeros de prisión mantuvieron la cordura, crearon lazos solidarios y sobrevivieron.

Mansoor Adayfi habló con Democracy Now! desde Belgrado. No dejó de sonreír y de reír durante la conversación que mantuvimos con él, a pesar de haber soportado años de tortura y encarcelamiento arbitrario. Aprendió la mayor parte de su inglés casi fluido de los guardias de Guantánamo. Respecto a la gran diversidad que había entre los prisioneros con los que tuvo que convivir, nos dijo:

“Había alrededor de 50 nacionalidades, 20 idiomas e historias de vida diferentes. Las personas que estaban en Guantánamo eran artistas, cantantes, médicos, enfermeros, buzos, mafiosos, drogadictos, docentes, investigadores, poetas. Esas culturas tan diversas interactuaron unas con otras, se fusionaron y formaron lo que denominamos la ‘cultura de Guantánamo’ y lo que yo llamo ‘el hermoso Guantánamo’”.

Las elocuentes memorias de Mansoor Adayfi publicadas en el libro “Don’t forget us here: lost and found at Guantánamo” (No se olviden de los que estamos aquí. Perdidos y encontrados en Guantánamo) son un testimonio profundamente personal del horror que vivió en la prisión. También constituyen una dura denuncia contra la crueldad de las Fuerzas Armadas estadounidenses y las personas que tenían a su cargo el manejo de la prisión, incluido el general Geoffrey Miller, un implacable defensor de las prácticas de tortura que también estuvo a cargo de la prisión Abu Ghraib en Iraq, así como contra la serie de presidentes y comandantes en Jefe que estuvieron al mando de Estados Unidos desde 2002: George W. Bush, Obama, Trump y ahora Biden.

“Por favor, déjame llevarte de viaje por Guantánamo”, escribe en la introducción del libro Mansoor Adayfi. “Ajústate el cinturón y prepárate. Seré tu guía, pero no te preocupes, no tendrás que usar el overol naranja ni los grilletes ni la capucha. Todas las noches podrás dejar atrás las rejas y las celdas de aislamiento y reincorporarte a tu vida. Pero creo que retornarás junto a mí para ver un lado de Guantánamo que pocas personas han tenido posibilidad de experimentar, donde hay mucho dolor, sí, pero también hay momentos inesperados de belleza y alegría que te dejarán sin aliento. Este es mi Guantánamo”.

Nacido en el seno de una familia numerosa en un área rural de Yemen, Mansoor tuvo un buen desempeño en la escuela y cuando cumplió los 18 años de edad fue enviado a Afganistán para ayudar con un proyecto de investigación. Así nos cuenta lo que le sucedió en ese país:

“Un día, después del 11 de septiembre, fui secuestrado por líderes tribales afganos. Desde los aviones estadounidenses se tiraban panfletos en los que se ofrecían grandes recompensas de dinero en efectivo [por entregar sospechosos]. Me vendieron a la CIA como un general de Al Qaeda, un egipcio de mediana edad, involucrado en los atentados del 11 de septiembre. Me llevaron a un centro clandestino de detención, donde me torturaron durante más de dos meses”.

Mansoor nunca olvidará lo que padeció en ese centro clandestino:

“Nadie sabe cuántas personas murieron realmente allí. No había ninguna limitación en las torturas que podían infringirte. Permanecer colgado del techo de la celda, boca abajo, durante mucho tiempo, incluso con los ojos vendados y desnudo. Permanecer parado, sin descanso. Estábamos las veinticuatro horas del día sometidos a prácticas como la privación del sueño, nos golpeaban, nos sometían a la práctica del ahogamiento simulado”.

Con grilletes y encapuchado, Adayfi fue trasladado en avión desde Afganistán a Guantánamo, en un viaje de 40 horas de duración. Sus captores le colgaron un letrero alrededor del cuello con la leyenda “Golpéenme” y los guardias a bordo obedecieron y lo golpearon durante todo el viaje. En la cárcel de Guantánamo, el maltrato continuó. Con el tiempo, los reclusos se organizaron y comenzaron una huelga de hambre.

“Nuestros cuerpos eran el campo de batalla, porque los estadounidenses nos torturaban, nos maltrataban y nos golpeaban en el cuerpo; y nosotros también castigamos nuestros propios cuerpos con la huelga de hambre, tratando de resistir. Era un viaje lento hacia la muerte”.

Mansoor Adayfi sufrió innumerables golpizas y horrendos interrogatorios a manos de los guardias de la prisión. Aun así sentía compasión por quienes regresaban de la guerra en Irak o Afganistán: “Vi cómo volvían esos guardias, muchos de ellos estaban mentalmente destruidos. Ver a una persona quebrantada es más doloroso que cualquier otra cosa”. Una de las guardias lo conmovió profundamente cuando se rehusó a acatar una orden directa de llevar a Mansoor a un interrogatorio.

“Era una cuestión de vida o muerte, pero tienes que mantener viva la esperanza”, reflexionó Mansoor. “Ese lugar fue diseñado para quitarte toda esperanza”.

Mansoor Adayfi lleva puesta —en una actitud desafiante— una bufanda naranja, a pesar de que un psicólogo de la prisión de Guantánamo y un representante del Comité Internacional de la Cruz Roja le dijeron que usar el color naranja podría desencadenarle una situación de estrés postraumático.

“En Guantánamo aprendí que nunca te debes quedar callado”, dijo Mansoor Adayfi, el detenido 441, a Democracy Now! “Si guardas silencio, el opresor te oprimirá aún más. Así que nunca me quedaré callado”.

Tomado de: Democracy Now!

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Multilateralismo o muerte a manos de robots espaciales: 70 años de ‘Ultimátum a la Tierra’

Cartel del filme Ultimátum a la tierra (1951) de Robert Wise

Por Ignasi Franch @ignasifranch

No es ningún secreto que el multilateralismo genera división en la sociedad estadounidense y en su opinión pública. El autorretrato del país de Lincoln y compañía como una potencia democratizadora se desvía fácilmente al inquietante papel de sheriff mundial: en un entorno de instituciones fallidas o en proceso de consolidación como las que estructuraban la colonización del Oeste americano, solo la acción individual del héroe armado dispuesto a ejercer la violencia puede mantener el orden. En esta visión del mundo, la interlocución con otras partes es solo un trámite (o una rémora inefectiva) que sobrellevar durante el proceso de aplicar las decisiones propias.

El poderoso altavoz de la cultura pop estadounidense ha emitido habitualmente relatos propagadores de esta desconfianza en gobernanzas colegiadas que entorpece las acciones de unos héroes de la seguridad que toman forma de militares, espías o policías fuera de su jurisdicción. Una comedia como Austin Powers: Misterioso agente internacional satirizaba, o explotaba humorísticamente, ese descrédito: la ONU era representada como un organismo folclórico. En otras ocasiones, los organismos internacionales han sido vinculados con conspiraciones genocidas o, directamente, con el diablo.

Estrenada en septiembre de 1951, Ultimátum a la Tierra es un ejemplo inusual de producción pop estadounidense de influencia perdurable y abiertamente defensora del multilateralismo y el desarme. El mensaje llegaba recubierto de material de ciencia ficción con simbolismo religioso incorporado, y estaba condicionado por un pesimismo derivado de la realidad histórica de aquel momento. La proliferación de pruebas nucleares y el calentamiento del conflicto soterrado entre los Estados Unidos y la Unión Soviética a través de la guerra de Corea proporcionaban a la ciudadanía (y al guionista Edmund H. North) unos cuantos motivos para el pesimismo. Como ya había sucedido en la I Guerra Mundial, las promesas de una guerra que acabaría con todas las guerras habían caído en saco roto. Y Naciones Unidas, como antes la Liga de las Naciones, no parecía en disposición de hacer nada al respecto.

Atractivo alegato que cruza la ‘sci-fi’ y el ‘noir’

Ultimátum a la Tierra trataba de la llegada de una nave espacial a Washington. Klaatu es el enviado de una asociación de planetas preocupada por el desarrollo de armamento atómico por parte de las potencias terrestres. El organismo parece dispuesto a tomar medidas muy radicales, a través de su robótico brazo policial, para evitar el riesgo de que los conflictos de la humanidad llegasen al espacio. Los civilizados y tecnológicamente superiores extraterrestres manejaban como escenario de acción la eliminación preventiva de los humanos por el bien de la seguridad del cosmos.

El filme fue dirigido por Robert Wise, que se había fogueado en el terror y el cine negro de bajo presupuesto. Su obra fue una de las piezas fundacionales, y un modelo a seguir, en el estallido de ciencia ficción fílmica estadounidense de los años 50. A diferencia de muchas imitaciones posteriores, con tendencias a un funcionalismo pobretón en el trabajo visual, Wise y el director de fotografía Leo Tover aportaron un gusto por las luces y sombras del noir. Su aportación a la ciencia ficción audiovisual no solo trabajaba las imágenes de sorpresa y conmoción (las estampas de grupos de ciudadanos mirando con inquietud a los cielos se convertirían en lugares comunes). Wise, Tover y compañía estimularon la sensación de misterio (en más de un sentido), también en las escenas donde el cadáver de Klaatu es reanimado en una variante tecnológica de la cueva de enterramiento y resurrección de Cristo.

Más allá de estas atractivas cenefas visuales, o de la música ululante del compositor Bernard Hermann (Psicosis), la película incluyó los platillos volantes y las metáforas políticas que acabaron caracterizando al género. En esa ocasión, no estábamos ante una fantasía de pánico al adversario comunista. La desconfianza no era hacia el otro soviético sino hacia un gran nosotros: la mismísima especie humana como un joven agresivo e irracional al que mirar con compasión y con esperanza de que haga propósito de enmienda… aunque necesite un empujón para ello.

Si la propuesta era acertada en su materialización estética, Ultimátum a la Tierra también transmitía astucia en la presentación de su discurso. La película incluía escenas caprianas de fascinación ante los monumentos del Washington patriótico, desde el Lincoln Memorial al cementerio de Arlington, que el alienígena visitaba con respeto. Los autores parecen rendir pleitesía al pasado nacional para persuadir al espectador sobre las bondades del multilateralismo y el desarme sin que este pudiese percibirse como un cuestionamiento de la historia propia.

La paz vendrá a golpes

En todo caso, los responsables de la obra parecían optar por un pragmatismo algo desencantado. En Iron Man, el magnate armamentístico y superhéroe Tony Stark afirmaba que “la paz es tener un garrote más grande que el otro”. Los autores de Ultimátum a la Tierra parecían asumir la necesidad de que alguien pusiese en vereda a la belicosa humanidad. Y los robots a los que una organización interplanetaria había cedido el monopolio de la posesión de armamento se convertían en garantes de esa disciplina, bajo amenaza de extinción. Se hablaba de desarme sin dejar de asumir los marcos de la guerra fría, los aparentes límites de un pacifismo casi condenado a aplicarse imperfectamente en un mundo violento. La fantasía de este cuerpo de robots capaces de administrar la disciplina con inapelable objetividad tenía, además, mucho de fantasía donde la tecnología resuelve mágicamente unos conflictos demasiado complejos.

En todo caso, incluso las propuestas más aparentemente bien intencionadas de la sci-fi estadounidense de la época acabarían cayendo en la resignación o en un cierto lado oscuro. Quizá las guerras mundiales habían enterrado bajo el peso de millones de cadáveres la capacidad de imaginar, al menos desde el mainstream anglosajón, unas utopías que siempre acababan siendo distopías para alguien, para muchos o para casi todos. La apreciable Vinieron del espacio, por ejemplo, se desmarcaba del red scare. El científico protagonista y unos extraterrestres con los aires desapasionados propios de los alienígenas comunistoides, pobladores habituales de la ciencia ficción estadounidense de la época, llegaban a un acuerdo. Eso sí: no apostaban por un entendimiento (¿coyunturalmente?) imposible sino por la coexistencia pacífica desde una distancia prudencial.

Más oscuro, quizá sin pretenderlo, era el mensaje de El día 27. Los responsables de esta producción de bajo presupuesto, que trataba de una especie de experimento conductista sufrido por cinco personajes provenientes de diversas zonas del planeta Tierra, ubicaban un abrupto e inquietante final feliz en la mismísima sede de la ONU. Gracias a una tecnología alienígena que ha eliminado en un instante a todos los individuos “contrarios a la libertad humana”, la humanidad se dirige a una nueva era de entente general. Los responsables de la película planteaban así una utopía-distopía que transmite ingenuidad e inconsciencia (o un sarcasmo insólito y completamente soterrado) en su apuesta por una paz basada en el genocidio. Después de todo, quizá resultaba menos perturbadora la apuesta por el garrote intergalático de Klaatu y el robot Gort.

La ONU es el mal

En otras producciones menos conocidas, nacidas en el ecosistema mediático de la extrema derecha estadounidense, la humorada contra el multilateralismo se ha empapado de apocalipsis político-religiosos. En las adaptaciones fílmicas de la saga de thrillers literarios Left behind, el líder de las Naciones Unidas es el Anticristo y lidera un gobierno mundial después de que tenga lugar el rapto profetizado por el evangelicalismo: el ascenso al cielo de todos los buenos creyentes. Los responsables de estos filmes llevaban más allá lo visto en el thriller de terror británico El último conflicto (La profecía 3), donde el diabólico protagonista preside una comisión de la ONU.

Quizá más extravagante todavía, por la ausencia de componentes sobrenaturales, es la aproximación ensayada en AmeriGeddon, un thriller dirigido por el hijo de Chuck Norris. Si la ONU puede criticarse partiendo de hilos muy reales, como sus tramas de corrupción o los crímenes de guerra cometidos por cascos azules, Norris y compañía apuestan por el conspiracionismo más salvaje. Su obra trata de un ataque con armas de pulso electromagnético contra los Estados Unidos, impulsado por una élite ‘globalista’ y ejecutado por las Naciones Unidas en coordinación con el mismo gobierno nacional, para comenzar un programa de exterminio del 90% de la humanidad. La pobreza logística y las soluciones narrativas perezosas se retroalimentan: extrañamente, una conspiración a escala mundial acaba centralizándose en apenas tres personajes.

Tomado de: El Salto

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Darse Cuenta (Parte I)

Darse cuenta (Argentina, 1984) de Alejandro Doria

Por Sender Escobar

Trilogía selectiva

Para Héctor

Suena un repiqueteo de tambores y los acordes de una guitarra como preámbulo. La conocida canción de Silvio Rodríguez  “La Maza” será el único tema musical de la película. El choque frontal de Juan con un automóvil, rompe abruptamente la cotidianidad laboral de su familia. Tras el ingreso en un caótico hospital del estado, su llegada a la institución en crisis aumenta la incertidumbre sobre su vida.

En paralelo al hecho, el Dr. Carlos Ventura ha enterrado a su madre y decide ir al hospital donde trabaja como clínico, para bloquear los pensamientos de la inevitable separación filial. La hermana de Juan, abrumada por la situación, comienza a vocear reclamando atención en un sitio con déficits logísticos y humanitarios. Eufórica abre una puerta y encuentra al Dr.Ventura que no consigue escapar de la pesadumbre de un día difícil y conoce la llegada de quien será después de un indicio de vida, gestiones y enfrentamientos administrativos, su paciente.

Idea original de la actriz China Zorrilla con guión de Jacobo Langsner y Alejandro Doria, también director del filme, Darse Cuenta es el retrato interno de un centro de salud depauperado, como reflejo de un país envuelto en las turbulencias de una dictadura que llega a su final.

El Dr. Ventura (Luis Brandoni) y la enfermera Águeda (China Zorrilla) frente al joven en coma dialogan sobre la muerte como alivio a tantos daños físicos y neurológicos. Sin embargo, la mano ensangrentada de Juan se mueve lenta por la cama y encuentra la del Dr. Ventura. Sorprendido por la inesperada reacción, el especialista clínico se aferra en una lucha que será el único sostén ante los abandonos progresivos que figuran en las vidas de los dos hombres: en Juan, la de su familia y pareja, que no ven esperanzas en quien sobrevive gracias a una máquina de respiración artificial. En el Dr. Ventura la muerte de su madre, la decisión de su hijo de emigrar a España ante la pérdida de perspectivas profesionales y de realización en un país convulsionado, el matrimonio fallido con su esposa, sumado al despido del antiguo director del centro, hombre digno que decir lo que piensa le ha costado su puesto:

-¿Pero, por qué?- pregunta Ventura.

-Porque uso lentes y veo demasiado. Dos ojos son peligrosos, imagina lo que se puede llegar a ver con cuatro (…) Aquí sobrevive el que no ve, quien se queda quietito en su rincón y asiente: “Sí señor, sí señor, sí señor”. Yo me muevo, camino, veo, oigo, critico y soy peligroso porque además pienso, soy un indeseable….

El proceso lento de recuperación de Juan es el reto asumido por el Dr. Ventura, apoyado por una perseverante Águeda que a pesar de su soledad y las dificultades de una madre postrada a quien dedica su escaso tiempo libre, se siente enamorada de la vida y una doctora (Dora Baret) amante de Carlos durante tres años, de quien también se ha separado.

El pensamiento del médico ha tomado un matiz nihilista en los últimos tiempos, los abandonos, la muerte y lo caótico de su entorno laboral le hacen confesarle a Águeda que él no cree en la vida, sin embargo se aferra a ella para salvar a Juan, que ha comenzado a dar signos de mejoría al recuperar el conocimiento.

Cuando percibe el abandono y despreocupación de su familia, Juan clama por una muerte que no llegó, temeroso de una existencia inmóvil. El Dr. Ventura se enfrenta con dureza ante los pedidos mortales del accidentado. Surge entonces una relación que va más allá de la interacción paciente doctor entre quien ha sobrevivido contra todo pronóstico y quien se ha decantado por luchar contra lo imposible y los facilismos administrativos de simplemente no destinar fondos a un asunto que no consideran prioritario. Carlos se ve reflejado en el carácter de Juan y el sentimiento de paternidad ausente lo vuelca en el joven, siendo exigente, tierno, cruel a veces, pero sin dejar de estar atento a cada síntoma que constituya un avance a pesar de que el propio Juan se ve a sí mismo como una causa perdida, por la consecuencia de su impacto con el parabrisas de un carro.

Carlos visita a su esposa, después de varias crisis sicológicas, la mujer ha mejorado su estabilidad emocional gracias a la ayuda de unos vecinos que le han dado trabajo. Su hijo, que primero emigró a España y luego a Canadá le ha enviado una carta. En ella narra el encuentro con un médico, compañero de trabajo suyo que reside en el norteño país y le confiesa cuan orgulloso se siente de él, a pesar de los desencuentros entre ambos, comprende el sacrificio de su padre por la carrera médica.

La denuncia frontal del abandono al sistema sanitario, la rudeza de una vida que no alcanza para cubrir las necesidades, el embarazo adolescente, las disyuntivas entre ética y oportunismo son las causales de un largometraje que expone realidades de cualquier nación que se repiten a lo largo del tiempo, concretamente la Argentina de los años ochenta, donde el número seriado de una cuenta bancaria determina el grado de importancia social en un país.

Debut cinematográfico de Darío Grandinetti, quien interpreta a Juan, Darse Cuenta no solo es la paradoja de quien se hace hermano de la vida como reza un verso de la canción que acompaña a la película, es la extensión de las posibilidades del empeño de los personajes que ayudan al joven en su recuperación física y emocional, cuando la maza golpea con fuerza la cantera del ímpetu y cada herida que cicatriza es la marca verídica del deseo de quien lucha  y se impone ante las contrariedades.

Texto cortesía del autor para el blog CineReverso

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El cine comienza con Goya

Autor: Juan Pedro Quiñonero

«El cine comienza con Goya» cuenta los orígenes y creación de un lenguaje universal que será la matriz original del cine. Goya creó ese lenguaje visual donde se funda el lenguaje universal del cine. A la matriz goyesca del lenguaje cinematográfico serán fieles todos los patriarcas fundadores. Georges Méliès, D. W. Griffith, Friedrich Wilhelm Murnau, Sergueï Eisenstein, Carl Theodor Dreyer, Fritz Lang, Alfred Hitchcock, Orson Welles, Luis Buñuel, Akira Kurosawa, Billy Wilder, John Huston, Stanley Kubrick, Andrzej Wajda, Jean-Luc Godard, Éric Rohmer, Néstor Almendros, Luis García Berlanga, Carlos Saura, entre otros grandes maestros, utilizan, rinden homenaje y enriquecen el lenguaje universal concebido y creado por Goya para tocar la técnica y herramientas fotográficas con la gracia de un arte nuevo compartido por todas las civilizaciones.

Tomado de: Cátedra

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Se llama capitalismo

Foto Sebastião Salgado (Brasil)

Por Ambrosio Fornet

Sus propios autores afirman que detestan una expresión como la de “Tercer mundo”. Pero lo cierto es que acabaron imponiéndola. La usaron por primera vez en 1956 para llamar la atención sobre el hecho de que los países involucrados no eran ni socialistas ni capitalistas, ¿Qué significa eso? ¿Que eran inclasificables? No. Eran distintos, simplemente, sobre todo en lo que respecta a sus niveles de desarrollo y de influencia. Es obvio que unos y otros no podían medirse con el mismo rasero. Los Estados Unidos, por ejemplo, tenían a la sazón una renta nacional per cápita de 2 450 dólares, mientras que la renta de Marruecos –pongamos por caso— no llegaba a los 130. Y el nivel de influencia política de los Estados Unidos abarcaba la mitad del planeta.[1]

Entretanto, el creciente proceso de descolonización, sin alterar las relaciones de dependencia, iba haciéndolas cada vez más diversas, aunque el imperialismo siguiera siendo el factor clave del subdesarrollo de los países dependientes (el ejemplo más escandaloso era la India). Pero la relación inversa resultaba ser innegable como relación recíproca. La periferia dependía del centro, pero el centro continuaba siéndolo porque podía contar con una periferia que garantizaba los suministros necesarios. Ahí estaban el petróleo, el cobre, el plomo, el zinc, el manganeso y los fosfatos, además del hierro, la bauxita, el azufre y las piritas… Del otro lado se ofrecía la mano de obra barata y, por supuesto, la posibilidad del consumo suntuario abierta a las exiguas minorías: los perfumes, las perlas, las telas…

En lo tocante a información, los “nuevos Estados orwelianos” contaban con impresionantes equipos de apoyo, vastas redes electrónicas atendidas por ingenieros, matemáticos, estadísticos e informáticos que se ocupaban de mantener sobre su clientela una estricta vigilancia.[2] La etapa que va de Foucault a hoy hizo del tema un lugar común. El capitalismo alemán, como poder totalitario, contó con el apoyo financiero de empresarios, banqueros, industriales, el gran capital… Se llamaban Bayer, Opel, Agfa, Siemens, Telefunken. Con esos nombres los conocemos. Están ahí entre nosotros. Son nuestros automóviles, nuestras lavadoras, nuestros artículos de limpieza, nuestros radios despertadores, el seguro de nuestras casas, la pila de nuestro reloj. Están ahí, en todas partes, bajo la forma de cosas. Nuestra vida cotidiana es la suya.[3]

Hay cosas ocurridas ayer que me remiten vívidamente a un tiempo que pudiéramos llamar “remoto”. Me refiero a la década del setenta del pasado siglo. Sobre eso dejé constancia años después al constatar que se estaba produciendo en América Latina una contraofensiva reaccionaria que pretendía dos cosas: establecer regímenes fascistas y neutralizar las posiciones de la intelectualidad progresista latinoamericana.[4]

En ese horizonte no había vuelto a aparecer la perspectiva de cambios radicales hasta el triunfo del sandinismo en Nicaragua. Pero era obvio que había que estar atentos, no a la perspectiva de la revolución, sino a la perspectiva del cambio. Dentro de esta perspectiva suelo pensar en Cortázar como ejemplo paradigmático del intelectual que tendió un arco de pasión y lucidez entre las dos únicas revoluciones triunfantes del período, la cubana y la sandinista, separadas entre sí por un lapso de veinte años.

No hay ventas sin ideología de mercado, no hay mercado exitoso sin propaganda. En nuestra historia los nexos entre la acción y la ideología pueden detectarse desde los tiempos de Hatuey, en lo que alguna vez se me ocurrió definir como “la conexión quisqueyana” de la historia de Cuba. Desde entonces la acción de las armas se vio acompañada por ese tipo de manipulación ideológica que el historiador Emilio Bacardí llamó las dos grandes hipocresías del régimen colonial, el Patriotismo y la Fe. En estos espacios es fácil caer en la tentación del Destino. Todo fue así porque tenía que ser así. Pero parece más lógico hacerse preguntas. ¿Cuál hubiera sido nuestra historia si Céspedes no se encuentra con Marcano en su camino a Bayamo? ¿Y si a Donato Mármol no se le ocurre la peregrina idea de cruzar el Cauto para detener el avance de Balmaseda?

De estas inquisiciones me separo para concluir con un conmovedor ramalazo de poesía coloquial, el que Retamar lanza a propósito de las dudas que sufrió, todavía en la etapa insurreccional, toda su generación: “Nosotros, los sobrevivientes, ¿a quiénes debemos la sobrevida? ¿Quién se murió por mí en la ergástula? ¿Quién recibió la bala mía, la para mí, en su corazón?”. En una etapa posterior, el poeta describe el estado de ánimo de sus esperanzados colegas moviéndose “entre la certidumbre de que todo es una gran trampa, una broma descomunal…y la esperanza de que las cosas pueden ser diferentes, deben ser diferentes, serán diferentes”. ¡Qué situación! ¿Era mucho pedir?

Reclamos

No resisto la tentación de concluir con la arrasadora batería de preguntas que un miembro de la oposición chilena acaba de dirigir al otro bando, un bando que tal vez no se haya repuesto aún del golpe que significó el choque con aquella masa de pueblo (el ochenta por ciento de los electores que votó contra ellos en la Convención Constituyente). Dijo allí el atrevido retador (Ariel Dorfman) que no querían “una república excluyente”, sino una república “igualitaria, democrática y digna”. Pero que había que estar preparados para lo que viniera, porque ciertas cosas no podían dejar de hacerse. Cito textualmente: “Las aguas, por ejemplo, ¿son un recurso privado, transable, o pertenecen al conjunto de los chilenos? Las mujeres, ¿van a seguir siendo víctimas de la violencia? Los jóvenes no pueden ser discriminados. Los viejos no pueden pasar sus últimos días en la miseria. No podemos tener educación y salud de segunda clase para la mayoría de los ciudadanos. Hay ciertas cosas que son básicas y, sin esas cosas, no tenemos un país de verdad.”[5]

Me permito añadir otro comentario a lo dicho por Dorfman: “Más claro, imposible”. Eso es todo.

Notas:

[1] Cf. Pierre Jalée: El saqueo del tercer mundo. La Habana, Instituto del Libro (Col. Polémica), 1967. Original publicado en la colección “Cahiers Libres”, de Francois Maspero (París, 1965).

[2] Cf. Ignacio Ramonet: El imperio de la vigilancia. La Habana, Instituto Cubano del Libro / Editorial José Martí, 2016.

[3] Cf. Marcos Roitman Rosenman: “El gran capital no distingue…” (Tomado de La Jornada, sept. 22, 2021.)

[4] Véase el folleto que publiqué con Luisa Campuzano en el Centro Juan Marinello (La revista Casa de Las Américas: un proyecto continental. La Habana, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, 2001.

[5] Fueron dichas en un acto de homenaje a la memoria de Orlando Letelier y Ronni Moffitt.

Tomado de: Cubaperiodistas

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