Textos prestados

La misión del escritor*

Albert Camus. (1913-1960) Novelista, dramaturgo y ensayista francés.

Por Albert Camus

Estocolmo, 10 de diciembre de 1957

Al recibir la distinción con que ha querido honrarme su libre Academia, mi gratitud es más profunda cuando evalúo hasta qué punto esa recompensa sobrepasa mis méritos personales. Todo hombre, y con mayor razón todo artista, desea que se reconozca lo que es o quiere ser. Yo también lo deseo. Pero al conocer su decisión me fue imposible no comparar su resonancia con lo que realmente soy. ¿Cómo un hombre, casi joven todavía, rico sólo por sus dudas, con una obra apenas desarrollada, habituado a vivir en la soledad del trabajo o en el retiro de la amistad, podría recibir, sin una especie de pánico, un galardón que le coloca de pronto, y solo, a plena luz? ¿Con qué ánimo podía recibir ese honor al  tiempo que, en tantos sitios, otros escritores, algunos de los más grandes, están reducidos al silencio y cuando, al mismo tiempo, su tierra natal conoce una desdicha incesante?

He sentido esa inquietud, y ese malestar. Para recobrar mi paz interior me ha sido necesario ponerme de acuerdo con un destino demasiado generoso. Y como era imposible igualarme a él con el único apoyo de mis méritos, no he hallado nada mejor, para ayudarme, que lo que me ha sostenido a lo largo de mi vida y en las circunstancias más opuestas: la idea que me he forjado de mi arte y de la misión del escritor. Permítanme, aunque sólo sea en prueba de reconocimiento y amistad, que les diga, lo más sencillamente posible, cuál es esa idea.

Personalmente, no puedo vivir sin mi arte. Pero jamás he puesto ese arte por encima de cualquier cosa. Por el contrario, si me es necesario es porque no me separa de nadie, y me permite vivir, tal como soy, a la par de todos. A mi ver, el arte no es una diversión solitaria. Es un medio de emocionar al mayor número de hombres, ofreciéndoles una imagen privilegiada de dolores y alegrías comunes. Obliga, pues, al artista a no aislarse; le somete a la verdad, a la más humilde y más universal. Y aquellos que muchas veces han elegido su destino de artistas porque se sentían distintos, aprenden pronto que no podrán nutrir su arte ni su diferencia más que confesando su semejanza con todos.

El artista se forja en ese perpetuo ir y venir de sí mismo hacia los demás, equidistante entre la belleza, sin la cual no puede vivir, y la comunidad, de la cual no puede desprenderse. Por eso, los verdaderos artistas no desdeñan nada; se obligan a comprender en vez de juzgar. Y si han de tomar partido en este mundo, sólo puede ser por una sociedad en la que, según la gran frase de Nietzsche, no ha de reinar el juez sino el creador, sea trabajador o intelectual.

Por lo mismo el papel de escritor es inseparable de difíciles deberes. Por definición no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la sufren. Si no lo hiciera, quedaría solo, privado hasta de su arte. Todos los ejércitos de la tiranía, con sus millones de hombres, no le arrancarán de la soledad, aunque consienta en acomodarse a su paso y, sobre todo, si en ello consiente. Pero el silencio de un prisionero desconocido, abandonado a las humillaciones, en el otro extremo del mundo, basta para sacar al escritor de su soledad, por lo menos, cada vez que logre, entre los privilegios de su libertad, no olvidar ese silencio, y trate de recogerlo y reemplazarlo, para hacerlo valer mediante todos los recursos del arte.

Nadie es lo bastante grande para semejante vocación. Sin embargo, en todas las circunstancias de su vida, obscuro o provisionalmente célebre, aherrojado por la tiranía o libre para poder expresarse, el escritor puede encontrar el sentimiento de una comunidad viva, que le justificará sólo a condición de que acepte, tanto como pueda, las dos tareas que constituyen la grandeza de su oficio: el servicio a la verdad, y el servicio a la libertad. Y puesto que su vocación consiste en reunir al mayor número posible de hombres, no puede acomodarse a la mentira ni a la servidumbre porque, donde reinan, crece el aislamiento. Cualesquiera que sean nuestras flaquezas personales, la nobleza de nuestro oficio arraigará siempre en dos imperativos difíciles de mantener: la negativa a mentir respecto de lo que se sabe y la resistencia ante la opresión.

Durante más de veinte años de historia demencial, perdido sin remedio, como todos los hombres de mi edad, en las convulsiones del tiempo, sólo me ha sostenido el sentimiento hondo de que escribir es hoy un honor, porque ese acto obliga, y obliga a algo más que a escribir. Me obligaba, especialmente, tal como yo era y con arreglo a mis fuerzas, a compartir, con todos los que vivían mi misma historia, la desventura y la esperanza. Esos hombres nacidos al comienzo de la primera guerra mundial, que tenían veinte años en la época de instaurarse, a la vez, el poder hitleriano y los primeros procesos revolucionarios, Y que para completar su educación se vieron enfrentados a la guerra de España, a la segunda guerra mundial, al universo de los campos de concentración, a la Europa de la tortura y de las prisiones, se ven hoy obligados a orientar a sus hijos y a sus obras en un mundo amenazado de destrucción nuclear. Supongo que nadie pretenderá pedirles que sean optimistas. Hasta llego a pensar que debemos ser comprensivos, sin dejar de luchar contra ellos, con el error de los que, por un exceso de desesperación han reivindicado el derecho al deshonor y se han lanzado a los nihilismos de la época. Pero sucede que la mayoría de entre nosotros, en mi país y en el mundo entero, han rechazado el nihilismo y se consagran a la conquista de una legitimidad.

Les ha sido preciso forjarse un arte de vivir para tiempos catastróficos, a fin de nacer una segunda vez y luchar luego, a cara descubierta, contra el instinto de muerte que se agita en nuestra historia.

Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizás mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida —en la que se mezclan las revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos, y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden hoy destruirlo todo, no saben convencer; en la que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión—, esa generación ha debido, en sí misma y a su alrededor, restaurar, partiendo de amargas inquietudes, un poco de lo que constituye la dignidad de vivir y de morir. Ante un mundo amenazado de desintegración, en el que se corre el riesgo de que nuestros grandes inquisidores establezcan para siempre el imperio de la muerte, sabe que debería, en una especie de carrera loca contra el tiempo, restaurar entre las naciones una paz que no sea la de la servidumbre, reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura, y reconstruir con todos los hombres una nueva Arca de la Alianza.

No es seguro que esta generación pueda al fin cumplir esa labor inmensa, pero lo cierto es que, por doquier en el mundo, tiene ya hecha, y la mantiene, su doble apuesta en favor de la verdad y de la libertad y que, llegado el momento, sabe morir sin odio por ella. Es esta generación la que debe ser saludada y alentada dondequiera que se halle y, sobre todo, donde se sacrifica. En ella, seguro de vuestra profunda aprobación, quisiera yo declinar hoy el honor que acabáis de hacerme.

Al mismo tiempo, después de expresar la nobleza del oficio de escribir, querría yo situar al escritor en su verdadero lugar, sin otros títulos que los que comparte con sus compañeros, de lucha, vulnerable pero tenaz, injusto pero apasionado de justicia, realizando su obra sin vergüenza ni orgullo, a la vista de todos; atento siempre al dolor y a la belleza; consagrado en fin, a sacar de su ser complejo las creaciones que intenta levantar, obstinadamente, entre el movimiento destructor de la historia.

¿Quién, después de eso, podrá esperar que él presente soluciones ya hechas, y bellas lecciones de moral? La verdad es misteriosa, huidiza, y siempre hay que tratar de conquistarla. La libertad es peligrosa, tan dura de vivir, como exaltante. Debemos avanzar hacia esos dos fines, penosa pero resueltamente, descontando por anticipado nuestros desfallecimientos a lo largo de tan dilatado camino. ¿Qué escritor osaría, en conciencia, proclamarse orgulloso apóstol de virtud? En cuanto a mí, necesito decir una vez más que no soy nada de eso. Jamás he podido renunciar a la luz, a la dicha de ser, a la vida libre en que he crecido. Pero aunque esa nostalgia explique muchos de mis errores y de mis faltas, indudablemente ella me ha ayudado a comprender mejor mi oficio y también a mantenerme, decididamente, al lado de todos esos hombres silenciosos, que no soportan en el mundo la vida que les toca vivir más que por el recuerdo de breves y libres momentos de felicidad, y por la esperanza de volverlos a vivir.

Reducido así a lo que realmente soy, a mis verdaderos límites, a mis dudas y también a mi difícil fe, me siento más libre para destacar, al concluir, la magnitud y generosidad de la distinción que acabáis de hacerme. Más libre también para decir que quisiera recibirla como homenaje rendido a todos los que, participando el mismo combate, no han recibido privilegio alguno y sí, en cambio, han conocido desgracias y persecuciones. Sólo me falta dar las gracias, desde el fondo de mi corazón, y hacer públicamente, en señal personal de gratitud, la misma y vieja promesa de fidelidad que cada verdadero artista se hace a sí mismo, silenciosamente, todos los días.

*Discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura en 1957.

Tomado de: El Viejo Topo

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Julian Assange

Por Santiago O’Donnell

A Julian Assange lo metieron preso por lo que publicó. No por robar, no por matar, no por cometer actos violentos y mucho menos terroristas. Ni siquiera lo metieron preso por lo que piensa. Fue por publicar a cualquier precio pero no cualquier cosa. No publicó chismes ni intimidades. Publicó filtraciones muy fuertes de Rusia y de China, además de Estados Unidos. Revelaciones de su Australia natal, de Kenia, Indonesia y Perú. Cruzó un límite cuando publicó cientos de miles de cables de embajadas estadounidenses, exponiendo los crímenes que esos cables detallan. Y pagó el precio. Por su defensa tecnológica del independentismo catalán había quemado sus últimos puentes con las potencias de la Unión Europea. Por eso lo metieron preso: por publicar hasta quedarse solo.

Últimos cartuchos

Lo vi gastar sus últimos cartuchos en la embajada de Ecuador cuando preparaba Vault Seven, la mayor filtración de la historia de la CIA. Tenía a Donald Trump comiendo de su mano después de conquistarlo con la publicación de los mails de Hillary Clinton, un hecho determinante en el triunfo electoral del magnate norteamericano. Con el apoyo de Trump, Assange se había ganado su libertad, su prosperidad y el fin del calvario de años de encierro en tres cuartos de embajada. Solo tenía que no publicar. Pero publicó. Nada menos que Vault Seven, documentos ultrasecretos que muestran cómo la CIA espía celulares y televisores inteligentes. Ahí es cuando se reunieron los espías de la CIA de Trump y se pusieron a pensar cómo hacían para matarlo. Se supo hace un mes gracias a una investigación de Yahoo! News que el propio director de la CIA de entonces, Mike Pompeo, confirmó diciendo que la fuente anónima que dio la información debería ser criminalizada.

Ese es el problema. Mientras que en estos días se decide la suerte de Assange en un extraordinario juicio de extradición en Gran Bretaña a pedido de Estados Unidos, es importante decir que lo metieron preso y lo quieren matar por publicar. Y que por eso lo quieren mostrar como una especie de terrorista solitario con aires de intelectual, una especie de Unabomber que amenaza la seguridad estadounidense. Pero Unabomber, además de haber escrito un manifiesto anticapitalista, usaba explosivos que mataban personas. En el caso de Assange, las bombas son sus verdades. Jamás, ni siquiera en Suecia, ha sido tan siquiera acusado de ejercer la violencia en cualquiera de sus formas. Ni él ni ningún miembro de WikiLeaks, pasado o presente. Más aún, nadie ha podido demostrar que alguien haya muerto a raíz de las revelaciones de WikiLeaks. Pero el sitio publicó verdades muy pesadas. Tanto que a su editor lo metieron preso y lo quieren matar.

Palomas y halcones

O, para ser más precisos, las palomas tipo Joe Biden, Hillary Clinton y Barack Obama lo quieren preso. Igual que muchos ingleses, suecos y ecuatorianos, por solo mencionar a los directamente involucrados en esta historia. En cambio los Pompeo, los amigos de Trump y los espías británicos y estadounidenses prefieren verlo muerto. Y si no lo pueden matar con un dron porque sólo aplican esa clase de castigo sumario a personas de rasgos arábigos que viven en países lejanos, y ya que no pueden freírlo en una silla eléctrica porque ningún tribunal lo va a condenar a muerte en Estados Unidos, van a tratar de hacer que se pudra en una cárcel. O que se vuelva loco, que para el caso es lo mismo.

Ya lo tuvieron siete años encerrado en un pedacito de embajada a la vuelta de Scotland Yard. No lo dejaban respirar. De día ni se acercaba a las ventanas por miedo a que le disparen. Por las noches se escondía detrás de las cortinas y le sacaba fotos a los policías y espías que lo vigilaban. Pobre, pensaba todo el tiempo que lo iban a matar.

Amenazas de muerte

Guardaba sus amenazas de muerte prolijamente en una carpeta que siempre tenía a mano para mostrarles a sus amigos y a los periodistas que lo iban a ver. Él ya sabía que lo querían matar pero aún gozaba de dos libertades que para él eran todo, o casi: “tengo acceso a internet y visitas ilimitadas,” me dijo confiado más de una vez, mientras el gobierno ecuatoriano de Rafael Correa lo cobijaba con cama, comida, asilo y ciudadanía. Después vino Lenin Moreno y primero le sacó una habitación, la sala de reuniones, prácticamente un tercio de su preciado territorio. Después le recortó las visitas, después le sacó la compu y al final lo tiró a los perros ingleses que entraron a la embajada para llevárselo de los pelos a la peor celda que pudieron encontrar. Todo eso y más a cambio de un crédito del Fondo Monetario Internacional. Assange terminó en la cárcel de máxima seguridad de Belmarsh entre asesinos seriales y pesados de caño, aislado, enfermo, casi siempre lejos de su familia y abogados por disposición de funcionarios anónimos que se esconden detrás de la burocracia de la pandemia, y por la inacción de Su Señoría Vanessa Baraister, la jueza del caso. Encima en las audiencias de su juicio lo exhiben en uniforme carcelario, encerrado en una jaula de vidrio, como si fuera la reencarnación rubia de Abimael Guzmán.

Por eso el fallo de Baraister a favor de Assange contiene un par de, digamos, mentiras, que no conviene mencionar en voz alta porque a fin de cuentas es un fallo a favor de Assange que muy pocos esperaban, que Estados Unidos apeló y en pocos días más se decide esa apelación. El fallo dice, en esencia, que Estados Unidos tiene razón en que Assange es un peligroso terrorista que se choreó un montón de información. Sin embargo, agrega la jueza, no lo pueden extraditar porque está muy deprimido, las cárceles estadounidenses son muy rigurosas y es probable que en semejantes condiciones Assange encuentre la manera de suicidarse. Las mentiras de la jueza no están en aceptar que Assange es un peligroso terrorista que choreó información. OK, no choreó información, se la pasaron, y no atacó a nadie. Pero en todo caso es lo que dice el pedido de extradición. La mentiras de la jueza son, primero, dar a entender que no lo manda a Estados Unidos porque supuestamente las cárceles de ese país vendrían a ser mucho peores que la inglesas. La segunda mentira es dar a entender que a la jueza le importa la salud mental de Assange cuando es tanto lo que podría haber hecho para mejorarla.

¿Cuánto lleva preso y aislado? ¿Dos años? ¿Tres? ¿Tres más siete en la embajada? En la vida de Assange horas, días, meses y años se suceden en un trance continuo, me contó una vez, como una película que nunca termina. No hay que criticar el fallo de la jueza porque es a favor y hay que esperar calladitos que se decida la apelación, pero uno no puede dejar de pensar que el fallo llegó después de que los que quieren verlo muerto perdieran las elecciones con los que quieren verlo preso. Y los que quieren verlo preso prefieren que se pudra en una cárcel lejos de Estados Unidos: no quieren un juicio que sería un papelón en un país con una Primera Enmienda constitucional que defiende la libertad de expresión. Entonces la jueza falla a favor de Assange pero lo deja encerrado para que se vaya muriendo de a poco. Estirando el proceso pese a que Assange no tiene ninguna cuenta pendiente con la justicia británica. En una cárcel de máxima seguridad pese a que nunca mató ni a una mosca.

Se podría decir, desde nuestro chauvinismo, que la jueza le aplicó a Assange la doctrina Irurzun. Pero sería más justo decir que Irurzun aplicó en Argentina la doctrina Assange: castigo preventivo para no depender del resultado un juicio.

El costo de publicar

El tema es que lo metieron preso y lo quieren matar por lo que publicó. Y no es porque lo odian. O no es solo por eso. Las razones de Estado van más allá. Lo quieren silenciar y lo quieren ver sufrir porque publicó verdades que nunca más deben salir a la luz. Y para que eso no vuelva a pasar, nadie más debe atreverse a publicarlas sin sentir el riesgo de terminar loco o muerto o pudriéndose en alguna cárcel de máxima seguridad. Entonces mejor callamos o publicamos pavadas. Por eso su liberación inmediata es tan importante para el oficio, para la libertad de expresión y para la democracia. Por eso miles de personas en todo el mundo exigimos que lo suelten y lo dejen en paz. Ojalá se sumen muchos más.

“Conseguir información es fácil, lo difícil es publicar,” me dijo una vez. Tan difícil que lo metieron preso y lo quieren matar. Por publicar.

Tomado de: Página/12

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El rey emérito de España

Foto El Correo

Por José M. Murià

En algún lugar del valle de México, en el corazón del Anáhuac, hay un taller mecánico que se antoja eficiente, cuyo nombre, dada su especialización “en escapes”, no podría resultar más adecuado: se llama Juan Carlos I. Tal es la imagen de ese personaje al que llaman ahora “Rey emérito” de España, en medio de la difusión de la enorme caudal de latrocinios que cometió. Según se dice, son muchos millones de euros los que han pasado de manera ilícita a sus manos

No cabe duda de que alude a ese personaje de apellido Borbón, quien fungió como Rey de España desde 1975, cuando murió su padrino el dictador Francisco Franco y Bahamode, gallego para más señas, después de un gobierno de tres décadas y media llenas de prevaricaciones y asesinatos. Como es de suponer, las manos de su sucesor no quedaron del todo limpias del caudal de sangre que derramó el criminal dictador.

El taller de marras hace referencia al fin del reinado del tal Juan Carlos, que se conoció al principio de su mandato como el “rey del papelito” pues siempre llevaba uno, escrito quién sabe por quién, con lo que tenía que decir. Al parecer, al hombre, a pesar de haber sido entrenado para gobernar por su promotor, le costaba estructurar frases completas con sujeto, verbo y complementos.

No deja de llamar la atención que un pueblo que se reputa de europeo y culto se haya mantenido ciego de la ralea del personaje e, incluso, haya llegado a considerarlo como un amante de la democracia. Hasta una pluma de calidad como la de Javier Cercas cayó en el garlito de escribir, seguramente por encargo, un libro que disimulara la complicidad del sujeto con el fallido golpe de Estado de ese tal Tejeiro, en 1971. Es de admirar también el estoicismo con que se tragó el pueblo español, incluido Cercas, el camelo de que el rey tenía vocación democrática.

Lo cierto es que se mantuvo lo más posible al margen de la política con el ánimo de pasarla muy bien con amigos y amiguitas y, sobre todo, medrar a costa del dinero de todos los españoles.

Asimismo, en aras de abonar al espíritu democrático de Su Majestad, me permito recordar atentamente, las buenas relaciones que tuvo con la dictadura militar argentina, especialmente cuando ésta fue encabezada por el general Videla y la cordialidad que prevaleció con Augusto Pinochet, la versión chilena de Franco. Ahí están, en los periódicos argentinos y chilenos, las fotografías y las notas de su momento que lo comprueban.

Finalmente, la cereza del pastel se exhibió cuando, sin tener derecho a ello, el relumbrante Rey de España, digno ejemplar de su dinastía, interrumpió a un jefe de Estado, en este caso de Venezuela, con aquel famoso “¿Por qué no te callas?”

No pretendo defender a Hugo Chávez, pero en tal ocasión Juan Carlos I cometió una verdadera grosería impropia de un personaje de su nivel, aunque se explica por el hecho, ratificado por varios presentes, de que su real persona despedía un fuerte olor a alcohol. Es decir, iba borracho.

Los mexicanos estamos plenamente convencidos de que ni los demócratas españoles ni los familiares del sujeto merecen tener que soportar tales vergüenzas. No en vano, se dice que ahora la mayoría de los habitantes de dicho país ya quisieran poner a la casa real de patitas en la calle.

Tomado de: La Jornada

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Sociología de la educación

José de la Luz y Caballero (1800-1862) Pedagogo y filósofo cubano. Considerado maestro por excelencia y formador de conciencias que engrandeció el sentido de la nacionalidad cubana.

 Por Graziella Pogolotti

Al igual que otras ciencias sociales y humanísticas, la pedagogía se desarrolla en permanente y siempre renovado diálogo interdisciplinario. Responde a una concepción del mundo —filosofía— y se integra a un proyecto de nación, para lo cual se remite a la historia y la sociología. Tampoco puede prescindir de la sicología porque su compromiso fundamental se centra en la formación del ser humano.

Confieso haber sucumbido a la fascinación ante modelos de supuesta validez universal. Pero la insurgencia anticolonial desencadenada después de la Segunda Guerra Mundial condujo a la independencia política de muchos países y promovió un amplio debate crítico en el campo de las ideas. Por esa vía se fue desmontando el andamiaje de un complejo sistema opresor que apuntalaba la violencia ejercida con el empleo de las armas mediante la construcción de la subjetividad del oprimido. Al impacto producido por Los condenados de la tierra, del martiniqués Frantz Fanon, siguieron investigaciones y estudios realizados por especialistas en distintas ramas del saber.

En ese contexto, el enfoque sociológico aplicado al análisis de la realidad en Argelia revelaba la verdad oculta tras la apariencia de un sistema bien engrasado. Saltaba a la vista que los programas de estudio metropolitano descartaban el acercamiento a la historia y la geografía locales. Privaban a los nativos de la información básica acerca de su entorno inmediato.

La desventaja se acentuaba en lo tocante al dominio de la lengua. Para los hijos de los colonos, el francés constituía su idioma materno. Por su origen y procedencia, los argelinos eran portadores, en primera instancia, de lengua y cultura de raíz árabe. A todo ello se añadían condicionamientos de orden social. La desigualdad existente entre los hogares acomodados y el vivir cotidiano en la pobreza, la precariedad, el hacinamiento y la lucha por la supervivencia determinaban diferencias sustanciales en el desempeño docente de alumnos, condenados en algunos casos a contribuir con su esfuerzo al mantenimiento de la familia. La convergencia de factores académicos, culturales y económicos interponía significativos obstáculos al acceso a la educación superior y al diseño de un proyecto nacional.

El movimiento anticolonial de mediados del siglo pasado condujo al replanteo crítico del papel de la educación en el proceso de emancipación de los pueblos. Mucho antes, sin embargo, aparejado a las guerras en favor de la conquista de nuestra primera independencia, el pensamiento latinoamericano había concedido particular importancia al tema. En su peregrinar por tierras de América, Simón Rodríguez, maestro de Bolívar, intentó sembrar escuelas y volcar en ellas el fruto de un largo aprendizaje. Había recorrido las principales capitales europeas y conocía las ideas dominantes en el llamado «siglo de las luces». Dotado de singular espíritu crítico, no quiso trasplantar modelos. América necesitaba formar a los protagonistas de su transformación, a los constructores de su destino. Reconoció el peso de nuestras culturas originarias. En el Alto Perú, actual Bolivia, quiso introducir el estudio del quechua. Fue un visionario prematuro.

José Martí conoció en lo profundo los principales centros de poder de su época. Vivió en España y advirtió en Estados Unidos las señales del imperialismo naciente. Su observación del presente, en lo económico, lo social, lo político y lo cultural, se proyectaba hacia la definición de los conceptos que habrían de presidir la construcción del porvenir de nuestras tierras. Para remover conciencias ejerció el periodismo, utilizó sus extraordinarias facultades oratorias y concedió tiempo al diálogo en el intercambio personal y a través de su enorme epistolario. Condenó en el «aldeano vanidoso», transplantador de modelos, al colonizado mental. Comprendió que la garantía de nuestro porvenir se sustentaba en el reconocimiento de un destino compartido. Mientras preparaba la Guerra Necesaria, asentó en Nuestra América lineamientos esenciales de un testamento político. Teníamos que apoderarnos del saber acumulado por la humanidad, pero el tronco nutricio habría de ser el de nuestras repúblicas.

Ya sabemos que el planeta se achica rápidamente. A comienzos del siglo XX, el manifiesto futurista asumió el vértigo de la velocidad. Del ferrocarril y el telégrafo pasamos a la aviación y nos encontramos ahora bajo los efectos de la revolución en las telecomunicaciones. Somos más interdependientes y estamos más interconectados. El poder hegemónico se vale de todos los medios para instaurar el neoliberalismo como único modelo de validez universal.

La doctrina económica divulgada por los Chicago boys tiene ramificaciones que abarcan todos los sectores de la vida social, entre ellos, los de la cultura y la educación. La fórmula se manchó de sangre cuando se implantó con el uso de la extrema violencia bajo la dictadura de Pinochet. Se expandió luego hacia otros países de América Latina, con similar estela trágica.

La precarización del Estado, reducido a su papel represor, repercutió negativamente en el sistema de enseñanza. Despojada de recursos, la universidad pública no dispuso de lo necesario para fomentar políticas de desarrollo científico. Aherrojado al desempeño de una función utilitaria, el papel de la universidad se simplificó al entrenamiento de técnicos aptos para responder a las demandas del mercado empresarial.

La tradición pedagógica cubana creció articulada a la conformación de un proyecto nacional. Los discípulos de José de la Luz y Caballero participaban siempre en el sabatino intercambio con el maestro. Muchos se incorporaron a la lucha por la independencia. Años más tarde, Enrique José Varona concibió un programa destinado a favorecer el desarrollo del país. Es un legado cultural que, hoy como ayer, tenemos que atemperar a las exigencias de la contemporaneidad.

Tomado de: Juventud Rebelde

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El monopolio cultural del neoliberalismo

Moro (Cuba)

Por Jorge Molina Araneda

“En virtud de la ideología de la industria cultural, el conformismo sustituye a la autonomía y a la conciencia; jamás el orden que surge de esto es confrontado con lo que pretende ser, o con los intereses reales de los hombres”.

La industria cultural, Theodor Adorno y Max Horkheimer

En este momento, cuando el sistema socioeconómico preponderante a nivel global se encuentra irremediable e incuestionablemente exhausto, el mundo político parece carecer de una opción ideológica que ofrezca una alternativa viable que lo reemplace. Los gobiernos de los países que mediante la razón o por la fuerza ofrecieron al mundo las ideas que durante 500 años guiaron el desarrollo sociopolítico y económico se encuentran cuestionados por su propia población.

En la compleja sociedad del siglo XX el acceso a los medios masivos de comunicación se convirtió casi en la única opción para poder ejercer eficazmente la libertad de expresión. Pero ya fuese por las barreras legales o económicas para acceder a tales medios o por la simple competencia en el uso de espacios y tiempos de impresión o transmisión, se fue acotando la diversidad de las opiniones y visiones que tal vez hubiesen evitado que la sociedad aceptara como dogma de fe el pensamiento único que hoy hace crisis. El acotado derecho a la información sirvió para la imposición de las ideas que, impregnadas hasta la médula en la humanidad actual, impiden a la mayoría ver las profundas contradicciones del sistema preponderante y, por lo mismo, evitaron, hasta el surgimiento del Internet, la difusión de nuevas ideas.

A la enorme mayoría aún le cuesta mucho percibir algo distinto a la idea de que nos encontramos ante una crisis de alcances inusitados. Lo que en las pancartas de los indignados se lee, lo que los movilizados identificándose como el 99 por ciento gritan, lo que cada vez más blogs y mensajes por la red claman es que no es una crisis, sino un engaño. El sistema socioeconómico preponderante no ha sido construido para el desarrollo y libertad de la humanidad, es un mecanismo articulado desde la cúpula de un poder omnímodo para extraer toda la riqueza mundial a través del complejo financiero-monetario. Si este ve acotado su dominio, ya sea por los excesos provocados por su propia voracidad o por eventos fortuitos, reacciona succionando todos los recursos de la sociedad. Este complejo financiero global es el que provoca la inflación, que, al igual que los intereses, constituyen el mecanismo intrínseco para la transferencia de riqueza. Cuando el complejo financiero pierde, arrebata a través de los gobiernos los recursos para ser rescatado. Es este el mecanismo esclavizador del capitalismo; el sistema que falsamente se promueve como sinónimo de libertad.

Con el engañoso canto a la libertad individual se ha impuesto un sistema cuya prevalencia depende de que exista escasez. Habiendo escasez, los seres humanos asumen en todo momento comportamientos de lucha, competencia —incluso si esto significa engañar o robar— para obtener el capital que, a través de su acumulación, incrementa a quien lo posee la capacidad de generar aún más escasez.

Rebasando a los gobiernos y sus opositores —todos ellos convenientemente acomodados en partidos políticos— la cosa pública se ha circunscrito alrededor de un solo tema: el capital. La riqueza de las naciones no se mide ya más que en términos del capital. La lucha ideológica, por tanto, se concentra en cómo y qué tanto se ha de hacer caso al capital. Unos, exaltando sus virtudes cuando unos cuantos le poseen y, en el otro extremo, quienes abogan por el dominio colectivo de las mayorías para poseerlo. Bajo esta premisa de que todo es capital, se diluyen todos los demás aspectos de la economía y la vida en sociedad: la dignidad, el trabajo, las fuentes naturales de recursos
—agua, tierra, aire, luz—. Nacidos bajo el cobijo del liberalismo, hay aún quienes en esa barahúnda de inconsistencias afirman que capitalismo equivale a libertad de mercados y protección a la propiedad privada. Ni unos ni la otra existen cuando todo el sistema privilegia a unos cuantos al exaltar el individualismo que provoca escasez y, con ello, la acumulación del capital. ¿Cuál es entonces la opción ideológica que pueda sacar al mundo de estas contradicciones?

Dany-Robert Dufour, filósofo francés, investigador del liberalismo y sus consecuencias cuando se convierte en capitalismo salvaje, ha afirmado que éste se plasma como un nuevo totalitarismo. El término de pleonexía dice, se halla en La República de Platón y quiere decir “siempre tener más”. La Polis, se construyó sobre la prohibición de la pleonexía. Puede decirse entonces que, hasta el siglo XVIII, toda una parte de Occidente funcionó con base en esa prohibición. A partir de la creación del complejo financiero monetario se liberó la avidez mundial, la avidez de los mercados, la avidez de los banqueros. Una avidez sobre la que el propio Alan Greenspan (expresidente de la Reserva Federal de Estados Unidos) ante la Comisión norteamericana, después de la crisis de 2008, dijo: “Pensaba que la avidez de los banqueros era la mejor regulación posible. Me doy cuenta de que eso no funciona más y no sé por qué”. Greenspan confesó de esa manera que lo que guía las cosas es la liberación de la pleonexía, pero por ser un individuo creado y cultivado por el propio sistema, no le resulta posible ver más allá.

Ante la urgente necesidad de encontrar nuevos ámbitos ideológicos, nuevas propuestas de partidos y candidatos que recibirán de manos de sus antecesores, países enteros, sociedades y economías destrozadas, no es posible partir de lo conocido. Lo que conocemos se ha gestado en la lógica de la pleonexía que todo lo domina. Es preciso no caer en la tentación de querer arreglar el mundo —el país— con la óptica de nuestras propias estructuras, con las que fácilmente volvemos a repetir la urgencia de organizar, de instituir, de legalizar como si en esos actos conjuráramos lo que ya no queremos y terminamos apostándole de nuevo a la repetición y a la restauración de aquello que pretendimos cambiar.

Para muchos cientistas políticos, el comunismo era un muro de contención contra el capitalismo, una especie de amenaza constante que obligaba a los Estados capitalistas a buscar el bienestar social de las masas trabajadoras para tratar de evitar potenciales huelgas y alzamientos; con ello cobró más fuerza la idea del Estado del Bienestar.

Actualmente el capitalismo, en su versión más radical denominada neoliberalismo, es hegemónico en la mayor parte del orbe y, como todo poder monopólico, corre el riesgo de sufrir constantes y severos descontroles.

El imperialismo de la razón instrumental, del pensamiento calculador y pragmático, ha debilitado el pensamiento crítico-reflexivo.

El pensamiento único es la versión neoliberal de la economía de mercado que implanta la razón económica del beneficio sobre las motivaciones éticas y políticas; además, enaltece la excelencia del mercado y del capital, que es donde se subordinan los demás aspectos de la vida individual y social.

Algunos filósofos vinculan el pensamiento único con la actitud posmoderna, vale decir, el pensamiento a contracorriente es incapaz de esgrimir valores y razones sustantivos capaces de enfrentarse a las razones del mercado neoliberal.

Luego, el pensamiento único se define por las siguientes características:

–Primacía del poder económico: se atribuye a la economía la toma de decisiones y se considera que los intereses del conjunto de las fuerzas económicas constituirían los reales intereses de la comunidad global. La política está ligada al poder de los medios de comunicación y estos, a su vez, frecuentemente se subordinan al poder económico-financiero mundial. Las corporaciones transnacionales y las instituciones financieras son muy poderosas y adoptan como ideal unos pseudo procedimientos democráticos formales que carecen absolutamente de significado real. Amén la ciudadanía, en términos generales, no se entromete en la “cosa pública” e ignora las directrices que configuran su vida. Sin embargo, si en algún momento, por utópico que parezca, se devolviese el poder económico a su rol de subordinación a los intereses sociales, podría existir alguna posibilidad de alcanzar una sociedad libre y democrática.

–Indiferencia ecológica: el pensamiento único occidental concibe al ser humano como desarraigado de la naturaleza, por lo tanto, se observa a la misma con afán depredador. La economía capitalista de línea dura no evalúa ni reduce los costes ambientales de la salvaje y malintencionada interacción explotadora del hombre hacia la naturaleza.

–Desigualdad económica: el pensamiento único capitalista es indiferente hacia las secuelas negativas y desestabilizadoras que genera en el ámbito social, es decir, los ricos se hacen más ricos, y los pobres más pobres. Ergo, aquella brecha provoca una grave segmentación y polarización sociales.

El pensamiento único se conecta con la llamada razón instrumental, descubierta por los teóricos de la Escuela de Frankfurt, según la cual, y siguiendo a Horkheimer, consiste en una pequeña esfera de la racionalidad humana que ha ayudado a convertir a las personas en amos y señores de la naturaleza, les colma de innumerables medios materiales pero, coetáneamente, les deshumaniza y les domina. El imperialismo de la razón instrumental, del pensamiento calculador y pragmático, ha debilitado el pensamiento crítico-reflexivo, aquél que nos orienta y conduce a instaurar nuestra identidad personal con arraigo en la naturaleza y con pleno sentido de solidaridad social.

Horkheimer y Adorno criticaron a la sociedad de su tiempo, señalando que la razón instrumental puso en marcha la industria cultural, que impone sus modelos alienantes  a través de los medios de comunicación.

La industria cultural y sus medios de comunicación están formados por: internet, cine, radio, televisión, revistas, música, publicidad y todas las demás actividades de ocio. Merced a estos medios, los grandes magnates de la economía mundial imponen suavemente un monopolio cultural —hegemonía la llamaría Gramsci— que margina cualquier creación que busque emancipar al individuo y estimule la creatividad no controlada por ellos. Los productos de esta industria están diseñados para que el espectador no disponga de tiempo para pensar, pues lo que se ve, escucha o lee ya ofrece la panacea a cualquier interrogante planteada por una mente adormecida por la pirotecnia mediática. La industria cultural implanta valores, conductas, necesidades y lenguajes uniformes y acríticos para todos.

La única solución posible es contar, en algún momento, con una población sumamente politizada y cuestionadora del sistema mundial vigente, solo así paulatinamente se romperán las cadenas de la tiranía hegemónica del pensamiento único. Recordemos que el mismo Rousseau hace siglos nos advirtió en su Contrato Social que el ser humano nace libre pero en todos lados está encadenado.

En Los guardianes de la libertad, Noam Chomsky y Edward S. Herman develaron el uso operacional de los mecanismos de todo un modelo de propaganda al servicio del interés nacional —de EEUU— y la dominación imperial. Examinaron la estructura de los medios (la riqueza del propietario) y cómo se relacionan con otros sistemas de poder y de autoridad. Por ejemplo, el gobierno (que les da publicidad, fuente principal de ingresos), las corporaciones empresariales, las universidades, etc.

Para Chomsky, la tarea de los medios privados que responden a los intereses de sus propietarios, consiste en crear un público pasivo y obediente, no un participante en la toma de decisiones. Se trata de crear una comunidad atomizada y aislada, de forma que no pueda organizarse y ejercer sus potencialidades para convertirse en una fuerza poderosa e independiente que pueda hacer saltar por los aires todo el tinglado de la concentración del poder. Solo que para que el mecanismo funcione es necesaria, también, la domesticación de los medios; su adoctrinamiento. Es decir, generar una mentalidad de manada. Hacer que los periodistas y columnistas huyan de todo imperativo ético y caigan en las redes de la propaganda o el doble pensar. Es decir, que se crean su propio cuento y lo justifiquen por autocomplacencia, pragmatismo puro, individualismo exacerbado o regodeo nihilista. Y que, disciplinados, escudados en la «razón de Estado» o el «deber patriótico», asuman —por intereses de clase o por conservar su estabilidad laboral— la ideología del patriotismo y conservadurismo reaccionarios. En definitiva, el miedo a manifestar el desacuerdo termina trastocando la prudencia en asimilación, sumisión y cobardía. La meta del modelo socio-económico-cultural es: se debe pensar en una sola dirección, la presentada por el sistema de dominación capitalista. Y si para garantizar el consentimiento es necesario aplicar las herramientas de la guerra psicológica para el control de las masas; como por ejemplo: azuzar el miedo, campañas del terror electorales, fomentar la sumisión y generar un pánico paralizante, los vigilantes del sistema entran en operación bajo el paraguas de lo políticamente correcto, amparados por todo un sistema de dádivas y premios que brindan un poco de confort y poder acomodaticio.

El monopolio cultural que devino de las políticas de una democracia neoliberal no es más que una reencarnación del monopolio cultural fascista, fortalecido a través de lógicas sociales que encontraron la manera de velar las debilidades ideológicas que impidieron el dominio completo de los monopolios culturales que operaban como parte de aquellos fascismos. Horkheimer y Adorno fueron cuidadosos en recordar que el juicio de la élite intelectual de su tiempo, que pintaba a la industria cultural como una barbarie estadounidense resultado del retraso cultural de la conciencia norteamericana, era una ilusión. “Era, más bien, la Europa prefascista la que se había quedado por detrás de la tendencia hacia el monopolio cultural. Pero precisamente gracias a este atraso conservaba el espíritu un resto de autonomía.” Si a principios del siglo pasado las vanguardias obstaculizaron la tendencia hacia la consolidación del monopolio, hacia finales de la Segunda Guerra Mundial Horkheimer y Adorno percibían como perdida dicha batalla. Sin embargo, el duopolio ideológico que configuró el orden mundial de la posguerra resultó ser también una fuerte resistencia ante el avance del monopolio cultural. No fue hasta la caída del Muro cuando se declaró victorioso un modo de ser sobre el otro, para erigirse como único y permitir con ello el proceso de consolidación del monopolio.

Entre los incontables factores que posibilitaron poner en marcha de nuevo el avance de un monopolio cultural encontramos: la democracia moderna en 1989, y el neoliberalismo como ideología de dicha democracia. Entre estos sucesos existe una relación simbiótica, es decir, la realidad de la democracia moderna, alejada por completo tanto de su conceptualización antigua como ilustrada, no refiere a una forma de gobierno, sino al suplemento que legitima a los Estados oligárquicos contemporáneos (todos los Estados contemporáneos que se dicen democráticos). La retórica que se construye para explicar el porqué de una victoria de Occidente sobre el bloque socialista (y no viceversa) se apoyó de modo rotundo en el despliegue práctico, muy específico, del concepto de “libertad absoluta”, donde el triunfo de las democracias sobre los totalitarismos no fue la consecuencia de un Estado que aseguraba la libertad del individuo como libertad para participar en la cosa pública, sino de un Estado que garantizaba la libertad como libertad individual, la cual en la práctica se tradujo en el derecho del individuo a quedar libre de toda intervención del Estado. Si el capitalismo es la lógica económica propia de una democracia moderna, el neoliberalismo encuentra, en el concepto de libertad individual que manejan dichas democracias, correlación y sustento de la lógica no-intervencionista que lo fundamenta. Una libertad definida por Karl Polanyi como “libertad para explotar a los iguales; para obtener ganancias desmesuradas sin prestar un servicio conmensurable a la comunidad; libertad de impedir que las innovaciones tecnológicas sean utilizadas con una finalidad pública, o la libertad para beneficiarse de calamidades públicas tramadas en secreto para obtener una ventaja privada”.

El proceso por el cual el neoliberalismo —de la mano del concepto de democracia y libertad— se convierte en la ideología monopólica de las décadas de 1980 y 1990 no es otra cosa que lo que David Harvey, apoyándose en Gramsci, llama una construcción de consentimiento, es decir, la elaboración de un “sentido común” entendido como un “sentido poseído en común” que surge de un consenso mayoritario; en este caso, un consenso sobre la validez de la libertad absoluta individual, construido por necesidad sobre un envilecimiento de la noción de “lo común”.

Harvey enfatiza que el sentido común, que dio legitimidad a la implementación de políticas neoliberales, de ninguna manera debe entenderse como un “buen juicio”, cuya construcción se logra “a partir de la implicación crítica con las cuestiones de actualidad”. Al contrario, en la constitución del sentido común pueden desempeñar una parte las creencias y los miedos, así como los prejuicios y valores culturales y tradicionales, mismos que “pueden ser movilizados para enmascarar otras realidades”.

El mantra mental y cultural, que ha sufrido algunas fisuras durante los últimos quince años, dicta lo siguiente:

-El ser humano busca su bienestar personal, es esencialmente racional e individualista y responde a estímulos materiales, especialmente económicos.

-El bienestar social es la suma de los bienestares individuales, siempre que no se perjudiquen los derechos de los demás. La competencia permite aumentar el bienestar personal y, por ende, el social; por lo tanto, es un elemento esencial para el progreso.

-Los mercados operan con eficiencia y rapidez, si no se les colocan trabas y logran una asignación óptima de los recursos actuales y futuros; hay que dejarlos actuar con libertad. Incluso los monopolios naturales no deben ser intervenidos, pues las ganancias excesivas atraen a otros empresarios a actuar. Si existen externalidades, se resuelven por negociaciones individuales, sin que intervenga la autoridad.

-Los mercados de factores productivos deben actuar con el mínimo de trabas estatales. La movilidad de los trabajadores entre las empresas hace innecesaria la existencia de sindicatos por su poder monopólico. Tampoco deben existir interferencias en los mercados financieros. Debe haber apertura al exterior tanto en el comercio de bienes y servicios como en los capitales. La libertad de precios es el mecanismo central para asignar los recursos.

-Los empresarios son actores claves de la sociedad, pues determinan las iniciativas y el emprendimiento, incentivados por las utilidades. Además, generan el ahorro que posibilita el crecimiento económico y el progreso. Por lo tanto, deben trabajar con plena libertad, garantizando los derechos de propiedad. Las prestaciones sociales como la educación, la salud, la vivienda y las pensiones pueden ser entregadas por privados actuando como empresas, aunque las financie el Estado.

-Las funciones del Estado en una sociedad con mercados eficientes y sin externalidades se reducen a aspectos específicos: las tareas tradicionales del liberalismo, como son la defensa nacional, las relaciones exteriores y la administración de justicia. Además, por su naturaleza, se considera que el Estado es ineficiente, pues a diferencia del empresario privado no maximiza utilidades.

Estos son los elementos centrales de la ideología neoliberal que lamentablemente a nivel mundial se convirtieron en dogmas a raíz de la acriticidad y, en definitiva, de no mediar el año 2019 para nuestro país (Chile), continuarían siendo un incuestionable credo hasta para los más desposeídos que toman como normal la subyugación que padecen por parte de los más poderosos.

Tomado de: América Latina en movimiento

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Carabina del sueño

Por Ambrosio Fornet

I

Hacemos una pausa, mi amigo aparta los expedientes sobre la mesa, esperando que nos sirvan la taza de café que acabamos de ordenar, y se dispone a contarme la anécdota del sueño que había tenido aquella noche y que él mismo describe como disparatado de principio a fin… Porque ni tuve hermanas, dice, ni viajé nunca al extranjero, ni he visto nunca de cerca uno de esos árboles en pleno otoño, tapizados de montones de hojas secas Pero era eso lo que tenía ante mí. En el amplio jardín de la mansión familiar se celebraba una fiesta, una boda, probablemente; mi hermana menor iba vestida de blanco, con un pañuelo en la cabeza, y les gritaba algo a los visitantes, divertidos ante las travesuras de las ardillas que no cesaban de subir y bajar de los árboles. Y de pronto la imagen se disolvía y aparecía mi amigo recriminándome, muy serio, con uno de sus paradójicos aforismos: “No exageres, chico; las cosas son como son”. “¿Ah, sí? ¿Y cómo son las cosas? Esos relámpagos, ¿dónde se gestan? ¿Son corazonadas o barrabasadas? ¿Premoniciones o alucinaciones?”.[i]

II

En la jerga popular cubana “comerse un cable” quiere decir varias cosas, todas ellas negativas. Significa carecer de todo, atravesar una difícil situación económica o hasta pasar hambre, pero nunca he visto que la palabra “cables” se relacione con algo que tenga carácter negativo. Será por sus vínculos con el desarrollo de la técnica. Me refiero a “tender el cable”, un suceso que todos los cubanos informados de la época entendían como “tender el cable submarino”, lo que ocurrió en 1869 y cambió radicalmente, entre ellos, la noción de tiempo y espacio. Antes de esa fecha los periódicos habaneros recibían las noticias de Europa con dos semanas de retraso y publicaban sus “entregas” o novedades editoriales con la demora correspondiente. La censura no les daba tregua, por lo menos a la hora de tratar sus propios asuntos, una tarea que los cubanos sólo podían cumplir en el extranjero. A los historiadores criollos les estaba vedado el acceso a los archivos y las fuentes oficiales de información. La más ambiciosa historia de Cuba del período colonial (la Historia de la Isla de Cuba, de Pedro José Guiteras, impresa en dos volúmenes entre 1865 y 1866), no pudo ser publicada en Cuba. Sólo los ideólogos del colonialismo ‘–Chiquitos como Mariano Torriente, medianos, como Jacobo de la Pezuela, grandes como Ramón de la Sagra– tenían derecho a escribir la historia de los colonizados… La mayoría de los libros de José Antonio Saco, por ejemplo –el más importante de los historiadores cubanos– no podía entrar legalmente al país, aunque Ideas sobre la incorporación de Cuba en los Estados Unidos (París, 1849), en el que Saco se oponía tajantemente a la anexión, no halló obstáculos para circular en Cuba.[ii]

III

Tan arraigada como la censura política estaba la otra, esa forma brutal de censura previa que era el analfabetismo. Todavía en 1800, el número de miembros habaneros de la ciudad letrada –es decir, aptos para leer periódicos o libros– no excedía de quinientas personas. Si tuviéramos que hablar de mercados más amplios, de un espacio público para la producción de las imprentas, en su primera etapa, tendríamos que referirnos casi exclusivamente, primero, al cúmulo de oraciones y novenarios cuya principal clientela eran las beatas de las zonas urbanas, y después, al conjunto de edictos, reglamentos, aranceles y bandos de gobierno destinados a textos piadosos y litúrgicos, a la curia y, en general, a las insaciables burocracias. Cuando Jacinto Salas y Quiroga visitó La Habana, en 1840, encontró que los libros eran “carísimos” y que no había bibliotecas ni gabinetes de lectura… Años después nos quedaría el consuelo de Los poetas de la guerra,[iii] por ejemplo, recogidos por Serafín Sánchez y prologados por Martí para su edición en Patria y luego en un folleto que Martí no llegaría a ver.

El mal venía de atrás. Desde los inicios de la República, y antes. Baste citar el nombre de Carlos Vargas Machuca, gobernador de Santiago de Cuba. Los santiagueros comentaban “Vargas Machuca  derrocha, pero no roba”, un comentario que ya no podría hacerse  aludiendo a todo el territorio nacional, que incluía personajes como Mr. González, Mr. Crowder y Mr. Caffery, por ejemplo, con sus respectivos procónsules. La moral pública, permeada hasta el tuétano por los intereses más descarnados, no hacía más que reproducir los peores rasgos de la moral privada (o viceversa). Jorge Mañach, el más distinguido intelectual cubano de la época, describió la situación así: “La tragedia de Cuba está inscrita en una serie de círculos viciosos. No hay buenos políticos porque no hay buenos ciudadanos. No hay buenos ciudadanos porque no hay buenos políticos. No hay moral porque no hay sana economía. No hay una economía adecuada porque no hay una moral cívica sana”.[1] Estamos en plena mitad del siglo veinte y del establecimiento de la República. ¿No parecía lógico que pasara lo que pasó, que a muchos jóvenes se les agotara la paciencia?

[1] Cf. Jorge Mañach: Actualidad y destino de Cuba. La Habana, Editorial Lex, 1950.

[i] Cf. Federico Álvarez: Vaciar una montaña. 134 glosas. México, Editorial Obranegra, 2009. El 4 de agosto de 1998, a instancias de Lisandro Otero, se publicó cada semana el primer Glosario en una columna del periódico Excélsior de México.

[ii] Recuérdese el famoso epitafio “Aquí yace José Antonio Saco, que no fue anexionista, porque fue más cubano que todos los anexionistas”.

Un testimonio poético excepcional. Sobre sus autores, dijo Martí: “Su literatura no estaba en lo que escribían, sino en lo que hacían. Rimaban mal a veces, pero sólo pedantes y bribones se lo echarán en cara, porque morían bien.”

[iii] Un testimonio poético excepcional. Sobre sus autores, dijo Martí: “Su literatura no estaba en lo que escribían, sino en lo que hacían. Rimaban mal a veces, pero sólo pedantes y bribones se lo echarán en cara, porque morían bien.”

Tomado de: Cubaperiodistas

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Tupac Amaru

Túpac Amaru

Por Felipe Pigna

Justo es reconocer que el discurso del poder ha sido y es muy sabio. Decenas de generaciones de argentinos han crecido sabiendo cómo murió Túpac Amaru sin recordar cuál fue el motivo de su último suplicio. Así, el último Inca no ha quedado en el imaginario colectivo como el símbolo de la libertad americana sino como el más gráfico ejemplo del descuartizamiento.

Todos los historiadores serios coinciden en señalar que se trató del movimiento social más importante de la historia colonial del continente. Y los más recalcitrantes hispanistas admiten que el Imperio corrió un serio riesgo de desaparecer. Pero como los planteos de Túpac suenan tan actuales y como sus reivindicaciones sueñan aún hoy el sueño de los justos, sigue siendo prudente que la gente recuerde sólo lo que les pasa a los rebeldes cuando se toman demasiado en serio su rebeldía, sin interiorizarse demasiado de las injusticias atroces que condujeron al levantamiento que enarbolara los más justos reclamos.

De un lado estaba la milenaria civilización incaica y sus herederos, que peleaban por lo suyo, por sus tierras, su cultura y su derecho a una vida digna. Del otro, la barbarie de los invasores, cuyo único dios era el oro, la plata y la codicia, que no reparaba en muertos. Los castigos infringidos a la familia de José Gabriel Condorcanqui (Túpac Amaru) dejan muy en claro de qué lado de la ecuación civilización o barbarie estaba cada uno.

Las reformas borbónicas, implementadas por Carlos III a fines del siglo XVIII, con su afán centralizador y recaudador, significaron un aumento del trabajo y la opresión de los indígenas.

En el Perú en 1780, un descendiente de los incas, José Gabriel Condorcanqui, tomó el nombre del último emperador de los Incas, Túpac Amaru, que había sido asesinado por el virrey Francisco de Toledo, y encabezó una rebelión de indígenas y  mestizos contra el poder español.

Condorcanqui había nacido en el mes de marzo del año 1740 en la provincia peruana de Tinta, actual Perú. Heredó los cacicazgos de Pampamarca, Tungasuca y Surimaná y una importante cantidad de mulas, que lo convirtieron en un cacique de buena posición dedicado al transporte de mercaderías. Cuando acababa de cumplir 20 años, se casó con quien sería el amor de su vida, Micaela Bastidas Puyucawa.

La creación del Virreinato del Río de la Plata en 1776 perjudicó seriamente al Virreinato del Perú. El cierre de los obrajes, la paralización de las minas y la crisis del algodón y el azúcar provocaron el incremento de la desocupación y la pérdida para miles de indígenas de sus míseros ingresos. Ante esta situación Túpac presentó una petición formal para que los “indios” fueran liberados del trabajo obligatorio en las minas. Allí decía: “Entonces morían los indios y desertaban pero los pueblos eran numerosos y se hacía menos sensible; hoy, en la extrema decadencia en que se hallan, llega a ser imposible el cumplimiento de la mita porque no hay indios que las sirvan y deben volver los mismos que ya la hicieron…».

Denunciaba los esfuerzos inhumanos a que eran sometidos, los largos y peligrosos caminos que debían andar para llegar hasta allí. Pedía también el fin de los obrajes, verdaderos campos de concentración donde se obligaba a hombres y mujeres, ancianos y niños a trabajar sin descanso. Denunciaba particularmente el sistema de repartimientos, antecedente del bochornoso pago en especie. La Audiencia de Lima, compuesta mayoritariamente por encomenderos y mineros explotadores, ni siquiera se dignó a escuchar sus reclamos.

Túpac fue entendiendo que debía tomar medidas más radicales y comenzó a preparar la insurrección más extraordinaria de la que tenga memoria esta parte del continente.

Los pobres, los niños de ojos tristes, los viejos con la salud arruinada por el polvo y el mercurio de las minas, las mujeres cansadas de ver morir en agonías interminables a sus hombres y a sus hijos, todos comenzaron a formar el ejército libertador.

La primera tarea fue el acopio de armas de fuego, vedadas a los indígenas. Pequeños grupos asaltaban depósitos y casas de mineros. Así, el arsenal rebelde fue creciendo. Abuelos y nietos se dedicaban a las armas blancas, pelando cañas, preparando flechas vengadoras. Las mujeres tejían maravillosas mantas con los colores prohibidos por los españoles. Una de ellas será doptada como bandera por el ejército libertador. Tiene los colores del arco iris y aún flamea en los Andes peruanos.

La independencia propuesta por Túpac no era sólo un cambio político, implicaba modificar el esquema social vigente en la América española. Su movimiento produjo una profunda conmoción en el Perú, grandes transformaciones internas y amplias resonancias americanas. Decía un pasquín de la época: «muera el mal gobierno; mueran los ministros falsos, y viva siempre La Plata…. Y mueran como merecen los que a la justicia faltan y los que insaciables roban con la capa de aduana».

Los elevados impuestos y los nuevos repartimientos realizados a la llegada del virrey Agustín de Jáuregui decidieron a Condorcanqui  a comenzar la rebelión. La ocasión se presentó cuando el obispo criollo Moscoso excomulgó al corregidor de Tinta, Antonio de Arriaga, individuo particularmente odiado por los “indios”. El 4 de noviembre de 1780, Túpac Amaru, con su autoridad de cacique de tres pueblos, mandó detener a Arriaga, y lo obligó a firmar una carta donde pedía a las autoridades dinero y armas y llamaba a todos los pueblos de la provincia a juntarse en Tungasuca, donde estaba prisionero. Le fueron enviados 22.000 pesos, algunas barras de oro, 75 mosquetes, mulas, etcétera. Tras un juicio sumario, Arriaga fue ajusticiado en la plaza Tungasuca el 10 de noviembre, en la misma plaza donde había torturado y enviado al cadalso a tantos inocentes.

Túpac Amaru emitió un bando reivindicando para sí la soberanía sobre estos reinos que decía: “los Reyes de Castilla me han tenido usurpada la corona y dominio de mis gentes, cerca de tres siglos, pensionándome los vasallos con insoportables gabelas, tributos, piezas, lanzas, aduanas, alcabalas, estancos, catastros, diezmos, quintos, virreyes, audiencias, corregidores, y demás ministros: todos iguales en la tiranía, vendiendo la justicia en almoneda con los escribanos de esta fe, a quien más puja y a quien más da, entrando en esto los empleos eclesiásticos y seculares, sin temor de Dios; estropeando como a bestias a los naturales del reino; quitando las vidas a todos los que no supieren robar, todo digno del más severo reparo. Por eso, y por los clamores que con generalidad han llegado al Cielo, en el nombre de Dios Todopoderoso, ordenamos y mandamos, que ninguna de las personas dichas, pague ni obedezca en cosa alguna a los ministros europeos intrusos”.

Por donde pasaba el ejército libertador se acababa la esclavitud, la mita y la explotación de los seres humanos.

El 18 de noviembre de 1780 se produjo la batalla de Sangarará. En este primer combate, las fuerzas rebeldes derrotaron al ejército realista. A partir de entonces, la rebelión tomó un carácter más radical con un líder a la altura de las circunstancias que proponía: «Vivamos como hermanos y congregados en solo cuerpo. Cuidemos de la protección y conservación de los españoles; criollos, mestizos, zambos e indios por ser todos compatriotas, como nacidos en estas tierras y de un mismo origen». Unos 100.000 indios en una extensión de 1.500 kilómetros, de Salta al Cuzco, se dispusieron a seguir al rebelde.

En uno de sus manifiestos decía Túpac: “Un humilde joven con el palo y la honda y un pastor rústico libertaron al infeliz pueblo de Israel del poder de Goliat y faraón: fue la razón porque las lágrimas de estos pobres cautivos dieron tales voces de compasión, pidiendo justicia al cielo, que en cortos años salieron de su martirio y tormento para la tierra de promisión. Mas al fin lograron su deseo, aunque con tanto llanto y lágrimas. Mas nosotros, infelices indios, con más suspiros y lágrimas que ellos, en tantos siglos no hemos podido conseguir algún alivio (…) El faraón que nos persigue, maltrata y hostiliza no es uno solo, sino muchos, tan inicuos y de corazones tan depravados como son todos los corregidores, sus tenientes, cobradores y demás corchetes: hombres por cierto diabólicos y perversos que presumo nacieron del caos infernal y se sustentaron a los pechos de harpías más ingratas, por ser tan impíos, crueles y tiranos, que dar principio a sus actos infernales seria santificar… a los Nerones y Atilas de quienes la historia refiere sus iniquidades… En éstos hay disculpas porque, al fin, fueron infieles; pero los corregidores, siendo bautizados, desdicen del cristianismo con sus obras y más parecen ateos, calvinistas, luteranos, porque son enemigos de Dios y de los hombres; idólatras del oro y de la plata. No hallo más razón para tan inicuo proceder que ser los más de ellos pobres y de cunas muy bajas”.

Decía un copla española anónima de 1870:

“Si triunfaran los indios

nos hicieran trabajar

del modo que ellos trabajan

y cuanto ahora los rebajan

nos hicieran rebajar.

Nadie pudiera esperar

Casa, hacienda  ni esplendores,

Ninguno alcanzará honores

Y todos fueran plebeyos:

Fuéramos los indios de ellos

Y ellos fueran los señores.”

El 23 de diciembre de 1780 se dirigió especialmente a los criollos en una proclama donde les hizo saber que “viendo el yugo fuerte que nos oprime con tanto pecho [impuestos] y la tiranía de los que corren con este cargo, sin tener consideración de nuestras desdichas, y exasperado de ellas y de su impiedad, he determinado sacudir el yugo insoportable y contener el mal gobierno que experimentamos de los jefes que componen estos cuerpos, por cuyo motivo murió en público cadalso el corregidor de Tinta, a cuya defensa vinieron de la ciudad del Cuzco una porción de chapetones, arrastrando a mis amados criollos, quienes pagaron con sus vidas su audacia. Sólo siento lo de los paisanos criollos, a quienes ha sido mi ánimo no se les siga ningún perjuicio, sino que vivamos como hermanos y congregados en un cuerpo, destruyendo a los europeos”.

Los rebeldes parecían imparables. Manuel Godoy, estrecho colaborador del rey Carlos IV, cuenta en sus memorias: “Nadie ignora cuánto se halló cerca de ser perdido, por los años de 1780 y 1781, todo el Virreinato del Perú y una parte del de la Plata, cuando alzó el estandarte de la insurrección el famoso Condorcanqui, más conocido por el nombre de Túpac Amaru”.

La gravedad de la situación llevó a los virreyes de Lima y Buenos Aires a unir sus fuerzas. Vértiz y su colaborador, el inefable Marqués de Sobremonte le escribían en estos términos al virrey del Perú: “el buen orden y estado pacífico consistiría en extirpar el ambicioso origen de todos los males que padecen los pueblos, segando la cabeza del rebelde José…”. La Iglesia, los criollos y los europeos cerraron filas para enfrentar el peligro.

Túpac entendió tempranamente que su rebelión no podría triunfar sin el apoyo de criollos y mestizos, pero los propietarios nacidos en América no se diferenciaban demasiado de sus colegas europeos. Formaban parte de la estructura social vigente, que basaba su riqueza en la explotación del trabajo indígena en las minas, haciendas y obrajes.

Tras el triunfo de Sangarará, Túpac Amaru cometió el error de no marchar sobre Cuzco, como le aconsejaba su compañera y lugarteniente Micaela, y regresar a su cuartel general de Tungasuca, en un intento de facilitar una negociación de paz.

Los virreyes de Lima y Buenos Aires lograron reunir un ejército de 17.000 hombres al mando del visitador general, José Antonio Areche, quien llevó adelante una feroz campaña terrorista de saqueo de pueblos y asesinato indiscriminado de todos sus habitantes, logrando que muchos desertaran del ejército rebelde y facilitando la derrota definitiva de los insurrectos.

Con la llegada al Cuzco del visitador Areche y el inspector general José del Valle la situación se desequilibró en perjuicio de los rebeldes. Túpac intentó todavía dar un golpe de mano atacando primero, pero el ejército realista fue advertido por un prisionero escapado y el golpe fracasó. La noche del 5 al 6 de abril se libró la desigual batalla entre los dos ejércitos. Según un parte militar “fueron pasados a cuchillo más de mil y derrotado el resto enteramente”.

Al verse perdido Túpac Amaru intentó la fuga, pero fue hecho prisionero -gracias a la traición de su compadre Francisco Santa Cruz- y trasladado al Cuzco. El visitador Areche entró intempestivamente en su calabozo para exigirle, a cambio de promesas, los nombres de los cómplices de la rebelión. Túpac Amaru le contestó con desprecio: “Nosotros dos somos los únicos conspiradores; Vuestra merced por haber agobiado al país con exacciones insoportables y yo por haber querido libertar al pueblo de semejante tiranía. Aquí estoy para  que me castiguen solo, al fin de que otros queden con vida y yo solo en el castigo.”

Túpac fue sometido a las más horribles torturas durante varios días. Se le ataron las muñecas a los pies. En la atadura que cruzaba los ligamentos de manos y pies fue colgada una barra de hierro de 100 libras e izado su cuerpo a 2 metros del suelo causándole el dislocamiento de uno de sus brazos. Túpac no delató a nadie. Se guardó para él y la historia el nombre y la ubicación de sus compañeros. El siniestro visitador Areche debió reconocer el coraje y la resistencia de aquel hombre extraordinario en un informe al virrey donde dejaba constancia de que a pesar de los días continuados de tortura, “el inca Túpac Amaru es un espíritu y naturaleza muy robusta y de una serenidad imponderable”.

El 17 de mayo de 1781 Túpac Amaru fue condenado a muerte. La condena alcanzó a toda su familia ya que recomendaba que fuera exterminada toda su descendencia, hasta el cuarto grado de parentesco.

La condena redactada por el Visitador Areche, era todo un manifiesto ideológico y llegaba a prohibir todo vestigio de la cultura incaica: “…se prohíben y quitan las trompetas o clarines que usan los indios en sus funciones, y son unos caracoles marinos de un sonido extraño y lúgubre, y lamentable memoria que hacen de su antigüedad; y también el que usen y traigan vestidos negros en señal de luto, que arrastran en algunas provincias, como recuerdos de sus difuntos monarcas, y del día o tiempo de la conquista, que ellos tienen por fatal, y nosotros por feliz, pues se unieron al gremio de la Iglesia católica, y a la amabilísima y dulcísima dominación de nuestros reyes. Y para que estos indios se despeguen del odio que han concebido contra los españoles, y sigan los trajes que les señalan las leyes, se vistan de nuestras costumbres españolas, y hablen la lengua castellana”.

El 18 de mayo de 1781, los rebeldes quedaron expuestos a los “civilizadores”, que los descuartizaron. A continuación transcribimos textualmente el relato de la muerte de la familia Túpac Amaru contada por sus asesinos: “El viernes 18 de mayo de 1781, después de haber cercado la plaza con las milicias de esta ciudad del Cuzco… salieron de la Compañía nueve sujetos que fueron: José Verdejo, Andrés Castelo, un zambo, Antonio Oblitas (el que ahorcó al general Arriaga), Antonio Bastidas, Francisco Túpac Amaru; Tomasa Condemaita, cacica de Arcos; Hipólito Túpac Amaru, hijo del traidor; Micaela Bastidas, su mujer, y el insurgente, José Gabriel. Todos salieron a un tiempo, uno tras otro. Venían con grillos y esposas, metidos en unos zurrones, de estos en que se trae la yerba del Paraguay, y arrastrados a la cola de un caballo aparejado. Acompañados de los sacerdotes que los auxiliaban, y custodiados de la correspondiente guardia, llegaron al pie de la horca, y se les dieron por medio de dos verdugos, las siguientes muertes: A Verdejo, Castelo, al zambo y a Bastidas se les ahorcó llanamente. A Francisco Túpac Amaru, tío del insurgente, y a su hijo Hipólito, se les cortó la lengua antes de arrojarlos de la escalera de la horca. A la india Condemaita se le dio garrote en un tabladillo con un torno de fierro… habiendo el indio y su mujer visto con sus ojos ejecutar estos suplicios hasta en su hijo Hipólito, que fue el último que subió a la horca. Luego subió la india Micaela al tablado, donde asimismo en presencia del marido se le cortó la lengua y se le dio garrote, en que padeció infinito, porque, teniendo el pescuezo muy delgado, no podía el torno ahogarla, y fue menester que los verdugos, echándole lazos al cuello, tirando de una a otra parte, y dándole patadas en el estómago y pechos, la acabasen de matar. Cerró la función el rebelde José Gabriel, a quien se le sacó a media plaza: allí le cortó la lengua el verdugo, y despojado de los grillos y esposas, lo pusieron en el suelo. Le ataron las manos y pies a cuatro lazos, y asidos éstos a las cinchas de cuatro caballos, tiraban cuatro mestizos a cuatro distintas partes: espectáculo que jamás se ha visto en esta ciudad. No sé si porque los caballos no fuesen muy fuertes, o porque el indio en realidad fuese de hierro, no pudieron absolutamente dividirlo después que por un largo rato lo estuvieron tironeando, de modo que lo tenían en el aire en un estado que parecía una araña. Tanto que el Visitador, para que no padeciese más aquel infeliz, despachó de la Compañía una orden mandando le cortase el verdugo la cabeza, como se ejecutó. Después se condujo el cuerpo debajo de la horca, donde se le sacaron los brazos y pies. Esto mismo se ejecutó con las mujeres, y a los demás les sacaron las cabezas para dirigirlas a diversos pueblos. Los cuerpos del indio y su mujer se llevaron a Picchu, donde estaba formada una hoguera, en la que fueron arrojados y reducidos a cenizas que se arrojaron al aire y al riachuelo que allí corre. De este modo acabaron con José Gabriel Túpac Amaru y Micaela Bastidas, cuya soberbia y arrogancia llegó a tanto que se nominaron reyes del Perú, Quito, Tucumán y otras partes…”

Dice Valcárcel que en ese momento el pequeño Fernando Túpac Amaru1 de 10 años de edad, que fue obligado a presenciar el sacrificio de sus padres y hermanos, “dio un grito tan lleno de miedo externo y angustia interior que por mucho tiempo quedaría en los oídos de aquellas gentes…”

Un documento español titulado “Distribución de los cuerpos, o sus partes, de los nueve reos principales de la rebelión, ajusticiados en la plaza del Cuzco, el 18 de mayo de 1781” nos exime de todo comentario:

José Gabriel Túpac-Amaru.

Micaela Bastidas, su mujer.

Hipólito Túpac-Amaru, su hijo.

Francisco Túpac-Amaru, tío del primero.

Antonio Bastidas, su cuñado.

La cacica de Acos.

Diego Verdejo, comandante.

Andrés Castelo, coronel.

Antonio Oblitas, verdugo.

 

Tinta

 

La cabeza de José Gabriel Túpac-Amaru.

Un brazo a Tungasuca.

Otro de Micaela Bastidas, ídem.

Otro de Antonio Bastidas, a Pampamarca.

La cabeza de Hipólito, a Tungasuca.

Un brazo de Castelo, a Surimana.

Otro a Pampamarca.

Otro de Verdejo, a Coparaque.

Otro a Yauri.

El resto de su cuerpo, a Tinta.

Un brazo a Tungasuca.

La cabeza de Francisco Túpac-Amaru, a Pilpinto.

 

Quispicanchi

 

Un brazo de Antonio Bastidas, a Urcos.

Una pierna de Hipólito Túpac-Amaru, a Quiquijano.

Otra de Antonio Bastidas, a Sangarará.

La cabeza de la cacica de Acos, a ídem.

La de Castelo, a Acamayo.

 

Cuzco

 

El cuerpo de José Gabriel Túpac-Amaru, a Picchu.

Ídem el de su mujer con su cabeza.

Un brazo de Antonio Oblitas, camino de San Sebastián.

 

Carabaya

 

Un brazo de José Gabriel Túpac-Amaru.

Una pierna de su mujer.

Un brazo de Francisco Túpac-Amaru.

 

Azangaro

 

Una pierna de Hipólito Túpac-Amaru.

 

Lampa

 

Una pierna de José Gabriel Túpac-Amaru, a Santa Rosa.

Un brazo de su hijo a Iyabirí.

 

Arequipa

 

Un brazo de Micaela Bastidas.

 

Chumbivilcas

 

Una pierna de José Gabriel Túpac-Amaru, en Livitaca.

Un brazo de su hijo, a Santo Tomás.

 

Paucartambo

 

El cuerpo de Castelo, en su capital.

La cabeza de Antonio Bastidas.

 

Chilques y Masques

 

Un brazo de Francisco Túpac-Amaru, a Paruro.

 

Condesuyos de Arequipa

 

La cabeza de Antonio Verdejo, a Chuquibamba.

 

Puno

 

Una pierna de Francisco Túpac-Amaru, en su capital.

Las partes de su cuerpo fueron colocadas en picas en las ciudades en las que había triunfado el intento revolucionario.

Pero a pesar de la barbarie, los asesinos de Túpac Amaru y de su familia ya no podrían descansar tranquilos. Años después de perpetrada su masacre, en todo el territorio americano era otro el catecismo que se leía, eran otras las enseñanzas que se aprendían; la dignidad comenzaba a campear y el habitante originario iba a acostumbrándose a caminar erguido.

Los revolucionarios de 1810 serán llamados “tupamaros” por los documentos españoles de la época y este calificativo será asumido con orgullo por los rebeldes, que lo harán propio, como lo señala la copla anónima de aquellos años:

Al amigo Don Fernando

Vaya que lo llama un buey

Porque los Tupamaros

No queremos tener rey.

Referencias:

1 Fernando Túpac Amaru, hijo de José Gabriel, fue pasado por debajo de la horca, y desterrado por toda su vida a uno de los presidios de África.

Tomado de: El historiador

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La psicología de masas de la pequeña burguesía

Foto: Iniciativa comunista

Por Wilhelm Reich

Ya hemos dicho que el éxito de Hitler no se explica ni por su “personalidad” ni por el papel objetivo-que su ideología ha jugado en el capitalismo en pleno desorden. La “mistificación” de las masas tampoco es una explicación. Por nuestra parte, hemos concedido la primacía a la cuestión de lo que sucedía en el seno de las masas para que éstas se unieran a un partido cuyos jefes perseguían una política objetiva y subjetivamente opuesta a los intereses de las masas trabajadoras.

Para responder a esta cuestión es preciso recordar que el movimiento nacionalsocialista se apoyaba al comienzo de su victoriosa carrera sobre amplias capas de las llamadas clases medias, es decir, sobre los millones de empleados y funcionarios, sobre los comerciantes medios y los campesinos pequeños y medios. Considerado desde la perspectiva de su base social, el nacionalsocialismo era en su comienzo un movimiento pequeñoburgués donde quiera que hizo su aparición, en Italia, en Hungría, en Argentina o en Noruega. Esta pequeña burguesía, que militaba antes en los diferentes partidos democráticos tuvo que sufrir una transformación interior que justificara el cambio de postura política. Las semejanzas fundamentales, así como las diferencias de las ideologías burguesa-liberal y fascista se explican por la situación social de la pequeña burguesía y por la estructura psicológica que aquélla entraña.

La pequeña burguesía fascista es idéntica a la pequeña burguesía liberal, con la sola diferencia de que pertenecen a épocas distintas. El nacionalsocialismo ha obtenido sus votos en las elecciones de 1930 y 1932 casi exclusivamente del Partido Alemán Nacional, del Partido de la Economía (Wirtschafts-partei) y de los subgrupos del Reich alemán. Sólo el Centro Católico conservaba sus posiciones incluso en las elecciones de Prusia de 1932. Únicamente en esa fecha consiguió el nacionalsocialismo ganar terreno entre los obreros industriales. Pero, tanto antes como después, quienes formaron el grueso de las tropas de la cruz gamada fueron las clases medias. Durante la más grave crisis que el sistema capitalista haya conocido desde sus orígenes (la de 1929 a 1932), las clases medias, agrupadas bajo la bandera del nacionalsocialismo, tomaron posesión de la escena política y se opusieron a la reestructuración revolucionaria de la sociedad. La reacción política tenía una concepción muy justa de esta función de la pequeña burguesía: “En último análisis, la existencia de un Estado depende de las clases medias”, se leía en un panfleto de los alemanes nacionales del 8 de abril de 1932.

El problema de la importancia social de las clases medias ocupó un lugar destacado en las discusiones de la izquierda después del 30 de enero de 1933. Hasta entonces, no se había concedido atención a las clases medias, porque los espíritus se hallaban cautivados por la evolución de la reacción política, por el régimen autoritario. En cuanto a los políticos, se desinteresaban de la psicología de masas y de sus problemas. Fue necesario esperar al 30 de enero para que la “rebelión de las clases medias” ocupase el lugar principal de la escena. Si seguimos de más cerca la discusión del problema, se observan dos tendencias principales: la primera consideraba que el fascismo “no era otra cosa” que la guardia política de la alta burguesía; la otra tendencia, sin olvidar este aspecto, ponía de relieve la “rebelión de las clases medias”, lo que valió a sus representantes el reproche de obscurecer el papel reaccionario del fascismo. Para dar mayor peso a esta última argumentación se invocaba el nombramiento de Thyssen como dictador de la economía, la disolución de las organizaciones económicas de las clases medias, la anulación de la “segunda revolución”; en una palabra, se acentuaba siempre el carácter más reaccionario del fascismo aparecido a partir de fines de junio de 1933.

Se podían observar algunos puntos obscuros en la discusión, que llegó a ser muy animada: el hecho de que el nacionalsocialismo revelase su carácter imperialista después de la toma del poder, que se apresurara a eliminar del movimiento todo elemento “socialista” y que preparase la guerra por todos los medios, no contradecía el otro hecho de que, visto desde la perspectiva de su base de masas, el fascismo era claramente un movimiento de las clases medias. Nunca hubiera podido ganar Hitler para su causa a las clases medias si no hubiera prometido iniciar la lucha contra el gran capital. Estas clases le ayudaron a vencer porque estaban en contra del gran capital. Presionados por ellas, los dirigentes nacionalsocialistas tuvieron que tomar medidas anticapitalistas que se vieron obligados a revocar a instancias del gran capital. Si no se hace la distinción entre los intereses subjetivos en la base de masas de un movimiento reaccionario y su función reaccionaria objetiva, que son antagónicos (aunque unidos al principio en el conjunto del movimiento nacionalsocialista), resulta imposible comprenderse, ya que al hablar del fascismo, el uno entiende su función objetiva mientras que el otro piensa en los intereses subjetivos de las masas fascistas. El antagonismo entre estos dos aspectos del fascismo explica todas sus contradicciones y aclara también su convergencia en una sola forma, el nacionalsocialismo, convergencia tan característica del movimiento hitleriano. En la medida en que el nacionalsocialismo estaba obligado a poner de relieve su carácter de “movimiento de las clases medias” (antes y poco después de la toma del poder), resultaba en efecto, anticapitalista y revolucionario; pero, como no hizo nada para desposeer de sus derechos a los grandes capitalistas, cuando dejó caer cada vez más claramente su máscara anticapitalista, para poner de relieve su función exclusivamente capitalista, a fin de reforzar y mantener su poder, se convirtió en el defensor fanático del imperialismo y en el pilar del orden económico del gran capital. Importa poco entonces saber si sus dirigentes eran socialistas honrados (según ellos) o no, mientras en sus filas hubiera demagogos y arribistas ávidos de poder. Todas estas consideraciones no permiten iniciar una política antifascista. La historia del fascismo italiano hubiera permitido comprender el fascismo alemán y su ambigüedad toda vez que el italiano reunía en su seno las dos funciones netamente antagónicas de las que acabamos de hablar.

Los que niegan o desestiman la función atribuida a la base de masas del fascismo, confían en su convicción de que las clases medias, que ni disponen de los grandes medios de producción ni trabajan en ellos, no pueden, a la larga, hacer la historia y se encuentran a caballo entre el capital y el mundo del trabajo. Olvidan que las clases medias son perfectamente capaces de hacer la historia y que la hacen efectivamente, sí no a largo plazo, al menor durante un periodo históricamente limitado, lo que confirma la historia del fascismo alemán y del italiano. No tenemos aquí solamente en cuenta la anulación de las organizaciones obreras, las innumerables víctimas, el asalto de la barbarie, sino sobre todo, los obstáculos puestos a la transformación de la crisis económica en la conmoción de la sociedad, en la revolución social. Una cosa es evidente: cuanto más numerosa e influyente en una nación es la clase media, tanto más hay que contar con ella como potencia social que actúa. De este modo pudimos asistir de 1933 a 1942 al fenómeno paradójico de un Fascismo nacionalista que pudo ganarle la partida al internacionalismo social revolucionario en tanto que movimiento internacional. Socialistas y comunistas hiciéronse ilusiones en lo relativo a la progresión del movimiento revolucionario con relación al de la reacción y cometieron un verdadero suicidio político, a pesar de todas sus buenas intenciones. Este problema merece que se le examine con el mayor cuidado, porque el proceso que ha afectado a las clases medias de todos los países es infinitamente más importante que la comprobación del hecho archí conocido y perfectamente trivial de que el fascismo representa la reacción económica y política bajo su forma más extrema. Esta última comprobación carece de todo interés político, como lo ha demostrado ampliamente la historia de los años 1928 a 1942.

Las clases medias se pusieron en movimiento y, bajo el disfraz del fascismo, efectuaron su entrada en la escena política como fuerza social. Lo que importa no son las intenciones reaccionarias de Hitler o de Goering, sino los intereses sociales de las clases medias. Gracias a su estructura caracterológica, las clases medias disponen de una fuerza social enorme, que sobrepasa con mucho su poder económico. Esta capa social es la que ha realizado la hazaña de sostener el sistema patriarcal durante varios milenios y de mantenerlo vivo a pesar de todas las contradicciones.

La existencia del movimiento fascista es, sin duda, la expresión social del imperialismo nacionalista. Pero el hecho de que el fascismo haya podido convertirse en un movimiento de masas y tomar el poder, gracias a lo que le ha sido posible realizar su función imperialista, no se explica más que por el movimiento de masas de las clases medias. Quien quiera comprender los aspectos contradictorios del fascismo tiene que tener en cuenta las oposiciones y los antagonismos en un momento determinado.

La situación social de la clase burguesa está determinada:

por su posición en el proceso capitalista de producción;

por su posición en el aparato del Estado autoritario;

por su situación familiar particular, que se deriva directamente de su posición en el proceso de producción y nos proporciona la clave para la comprensión de su ideología. Económicamente hablando, la situación del pequeño campesino, del funcionario y del comerciante medio son distintas pero, en el aspecto familiar, existe una identidad, al menos en líneas generales.

La rápida evolución de la economía capitalista en el siglo xix, la mecanización progresiva e ininterrumpida de la producción, la concentración de distintas ramas de la producción en sindicatos y trusts monopolistas, han dado como resultado la depauperación inexorable de los comerciantes y los artesanos pequeño burgueses. Incapaces de resistir la competencia de las grandes industrias, que producen más barato y más racionalmente, las pequeñas empresas están condenadas a perecer.

“Las clases medias no tienen otra cosa que esperar de este sistema que la desaparición despiadada. El problema es sencillo: o bien se confunden todos en la masa gris y sombría del proletariado, donde todos poseen lo mismo, es decir, nada; o bien se concede a los particulares la posibilidad de adquirir bienes propios por la fuerza y la tenacidad, por el arduo trabajo de toda una vida. Clase media o proletariado. ¡Ese es el problema!”

Esta advertencia la lanzaron los Alemanes Nacionales antes de las elecciones a presidente del Reich de 1932. Los nacionalsocialistas se guardaron mucho de abrir un abismo entre la clase media y los obreros industriales a través de declaraciones tan poco hábiles y su propaganda resultó más eficaz.

Uno de los argumentos de la propaganda del N.S.D.A.P. era la lucha contra los grandes almacenes. Pero la contradicción entre el papel que el nacionalsocialismo representaba en la gran industria y los intereses de las clases medias, sobre las cuales se apoyaba, apareció muy evidentemente en la entrevista de Hitler con Knickerbrocker:

“No vamos a hacer depender las relaciones germano-americanas de una tienda (se trataba del futuro de la sucursal de Woolworth en Berlín) …La existencia de tales empresas es un acicate para el bolchevismo… Destruyen muchas pequeñas existentes y por eso no las toleraremos; pero pueden ustedes estar seguros de que sus empresas de este género en Alemania no serán tratadas distintamente que las alemanas.”[1]

Las deudas privadas exteriores eran muy pesadas para las clases medias. Pero mientras que Hitler preconizaba el pago de las deudas privadas, dado que, en el plano de la política exterior, dependía de la realización de sus compromisos, sus partidarios reclamaban su supresión. La pequeña burguesía se rebeló, pues, “contra el sistema” y por tal entendía ella el “régimen marxista” de la socialdemocracia.

Cualquiera que haya sido el deseo de asociarse y organizarse, en el curso de la crisis, de estas capas de la pequeña burguesía, la competencia económica entre las pequeñas empresas ha representado un obstáculo para el establecimiento de un sentimiento de solidaridad comparable al que hay entre los obreros industriales. Es su posición social la que impide al pequeño burgués identificarse con su propia capa social o con los obreros industriales; con su propia capa social porque en ella predomina la competencia; con los obreros industriales porque a nada le teme más que a la proletarización. El movimiento fascista tuvo, al menos, el resultado de unificar a la pequeña burguesía. ¿Sobre qué bases se ha realizado esta unificación, desde el punto de vista de la psicología de masas?

La posición social de los funcionarios del Estado y de los pequeños y medios empleados es la que nos proporciona la respuesta: el empleado y el funcionario medios se encuentran en una situación económica menos favorable que el obrero industrial medio; la inferioridad económica de los primeros, queda parcialmente compensada en los funcionarios del Estado por algunas esperanzas mínimas de promoción y por la perspectiva de una cierta seguridad económica hasta el fin de su vida. La dependencia característica de esta capa social con respecto a las autoridades, aboca a una actitud de competencia frente a sus colegas, incompatible con la formación de un auténtico sentimiento de solidaridad. La conciencia social del funcionario no está determinada por el sentimiento de una comunidad de destino con sus colegas, sino por la actitud cara a la autoridad establecida y a la “nación”. Para el funcionario, esta actitud consiste en una identificación absoluta[2] con el poder estatal; para el empleado, con la empresa en la que trabaja. En realidad, tanto el uno como el otro se encuentran en la misma situación que el obrero industrial. ¿Por qué no se desarrolla en ellos, como en este último, un sentimiento de solidaridad? Respuesta: porque ocupan una posición intermedia entre la autoridad y los trabajadores manuales. Súbditos con respecto a la autoridad, se convierten en los representantes de esa misma autoridad en sus relaciones con sus subordinados y, con este motivo, gozan de una especial protección moral (no material). Los cabos de todos los ejércitos del mundo nos proporcionan el ejemplo más típico de este producto de la psicología de masas.

La fuerza de esta identificación con el empleador se revela de una manera particularmente llamativa en el caso de los criados de algunas casas nobles, de algunos ayudantes de cámara que, al adoptar la apariencia, la mentalidad y las maneras de la clase dominante, sufren una modificación completa y a menudo la exageran para esconder sus orígenes modestos.

Esta identificación con la administración, la empresa, el Estado y la nación, que puede resumirse en la fórmula: “Yo soy el Estado, la administración, la empresa, la nación” es una realidad psíquica que nos proporciona uno de los mejores ejemplos de una ideología convertida en poder material. Al principio, el empleado o el funcionario se contentan con un parecido idealizado con sus superiores, pero poco a poco, de resultas de su dependencia material, su personalidad se transforma a imagen de la clase dominante. Por tener los ojos perpetuamente clavados en lo alto, el pequeño burgués acaba por cavar una josa entre su situación económica y su ideología. Pasando la vida en condiciones materiales penosas, se esfuerza por adoptar frente al mundo una actitud representativa, exagerada a veces hasta la caricatura. Se alimenta poco y mal, pero le concede un gran valor al ir “correctamente vestido”. El sombrero alto y el traje son los símbolos visibles de esta estructura caracterológica. Nada hay tan revelador, desde la perspectiva de la psicología de masas, como el examen del modo de vestir de una población. Esa “mirada clavada en lo alto” es lo que distingue esencialmente a la estructura pequeño burguesa de la del obrero de la industria.[3]

¿Hasta qué profundidades llega esta identificación con la autoridad? De su existencia no ha habido nunca duda alguna. Pero la cuestión es averiguar de qué modo han cimentado y fijado los hechos emocionales la actitud pequeño burguesa, al margen de los factores económico primarios, hasta tal punto que la estructura pequeño burguesa no ha sido sacudida ni siquiera en tiempo de crisis, cuando el paro zapaba sus soportes económicos.

Más arriba hemos afirmado que la situación económica de las distintas capas medias varía sensiblemente, mientras que su situación familiar es esencialmente la misma. La situación familiar es la que nos da la clave del fundamento emocional de la estructura descrita anteriormente.

Notas:

[1] Tras la toma del poder durante los meses de marzo a abril comenzó el asalto contra los grandes almacenes, que pronto frenaron los dirigentes del N.S.D.A.P. (prohibición de toda intervención no autorizada en materia económica, disolución de las organizaciones de las clases medias, etc.)

[2] El psicoanálisis llama “identificación” al estado de espíritu de una persona que comienza a sentirse una con otra, a adoptar las actitudes –y atributos de ella, que antes no tenía–, y a ponerse imaginariamente en su lugar; este proceso se basa en una modificación real de la persona, que “se identifica” con otra “interiorizando” los atributos de su modelo.

[3] Esta observación se aplica a Europa. En los Estados Unidos, el “aburguesamiento” de los trabajadores de la industria suprime tales distinciones.

Tomado de: El Viejo Topo

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La caja de bobos más grande que pueda existir: El METAverso de Facebook

Por Luis Bonilla-Molina

Mark Zuckerberg acaba de anunciar que desde el 1 de diciembre la empresa Facebook pasará a llamarse META. Esto tiene dos implicaciones, una de carácter empresarial para legitimar y construir viabilidad jurídica a una de las operaciones más importantes que vienen haciendo: la venta de información. Facebook usa la minería de datos para apropiarse la información desagregada de sus usuarios, la cual vende a terceros sin reportar porcentaje de ganancias para quienes de manera inconsciente proporcionan la información.

La segunda para crear el metaverso, un universo virtual que modelará actividades como consumo, participación política, sociabilidad, educación e incluso filtrará el acceso a la innovación científica tecnológica. Facebook ahora es Meta: Zuckerberg cambia el nombre a la compañía

Esto ocurre, en medio de la incredulidad de muchos docentes y gremios docentes respecto al sostenimiento de la ofensiva de las trasnacionales de la tecnología sobre el mundo educativo, tanto en la fase educativa presencial de la pandemia como durante la postpandemia. Hasta ahora, las actividades que pretende asumir el metaverso de Facebook eran parte de las tareas de reproducción cultural asignadas por el capital a los sistemas escolares (consumo, sociabilidad, ciudadanía, democratización del conocimiento).

Esto ocurre mientras entre el 40% y 50% de la población estudiantil – e incluso docentes- no tiene siquiera conexión a internet o aun dispositivo de conexión remota. Y el otro 50% -estudiantes y docentes- usó plataformas comunicacionales como zoom, googlemeet, streamyeards, Facebook o WhatsApp para maratones de doce horas de clase y más, evidenciando que no tienen ni la más mínima idea de la tormenta tecnológica que se avecina sobre la educación.

En el primero de los casos estaríamos observando el surgimiento de la peor y más abrupta de las exclusiones de los últimos siglos, aún ocultada con discursos de pronta normalización; quienes están quedando rezagados hoy corren el riesgo de quedarlo permanentemente y pasar a la periferia de la peor de las pobrezas y marginaciones.

En el segundo de los casos la educación durante la pandemia les convirtió en consumidores de tecnología, analfabetos en programación y algoritmos, destinados a seguir la pauta que impongan los acuerdos de gobiernos y sus ministerios de educación con las corporaciones tecnológicas.

Por eso hemos insistido en la urgencia de alfabetización en los algoritmos para poder producir respuestas de emancipación y liberación en el actual contexto y sobre todo sobre la necesidad de un debate pedagógico mundial sobre las implicaciones de la cuarta revolución industrial en educación.

¿Que será el metaverso de Facebook?

Hasta ahora Zuckerberg ha anunciado fragmentos de lo que será su metaverso y por ello afirmamos que será la más grande caja de bobos que pueda existir. Será un mercado virtual absurdo, donde van a cobrar dinero real por experiencias virtuales o tal vez sea gratuito para garantizar la alienación que sostenga el modo de producción y acumulación capitalista en la cuarta revolución industrial.

En el metaverso de Facebook, podrás tener avatares (réplicas tuyas) en la oficina y de tus amigos en casa. Mediante mecanismos de realidad virtual aumentada podrás compartir con amigos o personajes que tú crees, comprando alimentos, ropa, viajes, casas que solo estarán en este universo paralelo. Podrás viajar con amigos a lugares remotos con una sensación de realidad en tiempo real, propia de tecnología que hoy asociamos en su nivel primario al GPS.Mark Zuckerberg quiere crear un metaverso holográfico

En la caja de bobos más grande del mundo, quienes se sumen serán educados en comportamiento social, participación política, consumo y tendrán acceso a información filtrada y trabajada.

Claro que esto no será el 1 de diciembre de “golpe y porrazo”. La transición será lenta y sostenida pero seguramente, en el 2030, cuando los teóricos del Foro de Davos prevén el crash del sistema educativo global, el metaverso emergerá como alternativa más allá del entretenimiento.

*Doctor en Ciencias Pedagógicas, Postdoctorados en Sistemas de Evaluación de la Calidad Educativa y Pedagogías críticas y educaciones populares. Analista en ciencias sociales, pedagogo crítico. Profesor universitario Extraordinario e  invitado en varias universidades de América latina y el Caribe. Colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).

Tomado de: Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico

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La carga al machete, método de lucha mambí

Fotograma del filme cubano La primera carga al machete de Manuel Octavio Gómez

Por Jorge Wejebe Cobo @wejebecobo

Aquellos primeros mambises, liderados por Carlos Manuel de Céspedes, se levantaron en La Demajagua el 10 de octubre de 1868, sin reparar en la desproporción frente a las fuerzas de la metrópoli, que llegó a encuadrar 100 mil soldados contra los cuales se alzaron pertrechados esencialmente con el machete utilizado en labores agrícolas.

El ejército español del siglo XIX tenía entre sus tradiciones guerreras la que les venía de los combatientes que diezmaron a las fuerzas invasoras de Napoleón Bonaparte en España (1808-1814), que incluyó ataques sorpresivos contra las columnas en marcha, utilizando esencialmente armas blancas, como las populares navajas e instrumentos de trabajo de los campesinos que nutrieron las filas de los soldados que libraron la contienda por la independencia en esa época.

Pero 60 años después, las tropas hispanas en su papel colonialista en Cuba enfrentaron tácticas de combate parecidas a las aplicadas durante la invasión napoleónica en la península.

A pocos días del alzamiento, el 26 de octubre de 1868 Máximo Gómez, en aquel entonces un joven dominicano de poco más de 30 y veterano de las guerras civiles en su patria, tomó una osada decisión y llevó a unos 40 combatientes armados en su mayoría solo con machetes a esconderse entre la tupida vegetación a ambos lados de la Tienda del Pino de Baire, aproximadamente a un kilómetro al oeste del poblado de igual nombre, para emboscar a una columna enemiga.

Esa fuerza, de 700 efectivos, estaba dirigida por el coronel Demetrio Quirós Weyler y venía de Santiago de Cuba hacia Bayamo. Cuando su vanguardia entró en la emboscada entonces Gómez salió al camino e inició el asalto al machete contra los espantados jinetes que sufrieron gran cantidad de muertos y los que se salvaron huyeron hacia Baire.

Fue así que por primera vez se utilizó la carga al machete contra el ejército colonialista, que tuvo más de 200 bajas al enfrentarse a ese tipo de ataque contra el cual las normas de combate no contaban con una defensa muy efectiva.

Los mambises no tardaron en asimilar e enriquecer las cargas al machete, enseñadas por Gómez, que se convirtieron en una forma de lucha muy utilizada por los cubanos, quienes generalmente iban a las batallas sin armas de fuego o con escasas municiones, lo cual hacía muy difícil los enfrentamientos tradicionales.

Antonio Maceo y su hermano José, Calixto García y otros futuros jefes militares fueron alumnos aventajados de Gómez. Mientras en el Camagüey, el Mayor Ignacio Agramonte organizó la caballería que hizo legendarias las cargas al machete.

El conocido toque a degüello desde entonces se convirtió en el terror de los contingentes españoles, ante lo cual la formación defensiva de los cuadros erizados de bayonetas resultaban incapaces de frenar el avance de la caballería insurrecta.

La carga al machete fue la base de la táctica de combate de los mambises durante las guerras de independencia y significó un ejemplo de la voluntad de lucha y de la creatividad de los cubanos, los cuales enfrentaron con éxito al ejército hispano que fue enviado a miles de kilómetros de su país a defender una causa muy diferente a su época de gloria cuando hizo historia por liberar a su patria del yugo extranjero.

Tomado de: Agencia Cubana de Noticias

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