Por Rolando Pérez Betancourt
El tema de mujeres que se rebelan contra tradiciones y roles sociales impuestos ha venido motivando el interés de no pocos directores y cinematografías en los últimos tiempos, entre ellos el chileno Sebastián Lelio, aplaudido por Gloria —que tuvo un remake en el cine estadounidense dirigido por el propio cineasta— y Una mujer fantástica, con la que obtuvo el Oscar y el Goya a la mejor película extranjera.
En Gloria, apoyada en una espectacular Paulina García, salía a relucir la marginación a la que la sociedad somete a mujeres que ya no son jóvenes y pretenden seguir siendo alegres y participativas, en este caso una dama próxima a cumplir los 60. Una mujer fantástica traía la historia de la transexual Marina, interpretada por Daniela Vega, en solitaria batalla contra la exesposa y la familia de su pareja, recién fallecido, para reclamar su derecho a participar en los funerales.
Desobediencia (2018), que se exhibirá próximamente por nuestra televisión, es un intenso drama de transgresión acerca de Esti y Ronit, dos mujeres enfrentando las estrictas reglas de la comunidad judía ortodoxa en la que nacieron y se criaron, en un barrio del este de Londres, donde ninguno de sus habitantes parece comprender el calibre del «amor prohibido» que una vez las unió.
El filme se basa en una novela de la británica Naomi Alderman y cuenta con dos actuaciones estelares, con Rachel Weisz, como Ronit, y Rachel McAdams en la piel de Esti. La primera hace años que se decidió a abandonar las ataduras de una sociedad religiosa que la obligaba a acatar las decisiones tomadas por otros. Esti, por el contrario, prefirió quedarse y, empujada por los mismos prejuicios que hicieron huir a la amiga, se matrimonia con un conocido de la infancia.
Transcurridos los años, las dos mujeres vuelven a encontrarse en el mismo barrio y se hace evidente que, lo que una vez sucedió entre ellas, es una verdad compartida en secreto por una comunidad donde dogmas y formalidades religiosas se siguen cumpliendo al pie de la letra.
Aunque el protagonismo pareciera marcar el personaje de Rachel Weisz (fotógrafa en Nueva York, rabiosa soltera con faldas cortas y cabellos al viento), el mayor interés se desplaza hacia la Esti de la McAdams, maravillosa como la mujer que quiere y no puede, y se frena y disimula, pero sin remilgos se pone a tararear Lovesong, famoso tema del grupo The Cure, referido al desgarro y la tristeza de saber la imposibilidad de coexistencia entre lo que se quiere y lo que se debe. Es evidente que a Esti la invade una mezcla de rebeldía y culpa, a causa de su conducta infractora, pero ahí radica la complejidad de un personaje múltiple, que en un principio iba a interpretar Rachel Weisz, pero que, siendo ella misma la productora del filme, le cedió a su compañera de reparto; jugada maestra porque, en el equilibrado desempeño de ambas, se sostiene buena parte de esta historia.
Desobediencia deja correr, a lo largo de su metraje, la idea, tomada de un personaje rabino, de que los seres humanos no son ni ángeles ni demonios y se ubican en una zona conflictiva en la que el deber y el deseo luchan permanentemente por la supremacía. Apoyándose a ratos en el melodrama, el filme no es perfecto y quizá el conflicto hubiese podido tener una estructura más complicada, pero el director chileno vuelve a demostrar su maestría para crear personajes femeninos decididos a ir por lo suyo, mujeres que, como él mismo ha asegurado, preferirían pedir perdón, antes que permiso.
Tomado de: Granma
Tráiler del filme Desobediencia (Reino Unido, 2017) de Sebastián Lelio
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