El Álamo: mito y realidad

Cartel del filme El Álamo, dirigido y protagonizado por John Wayne

Por Abel Prieto Jiménez

En 1821 se asentaron en Texas (entonces territorio de México) 300 familias estadounidenses con sus esclavos. Florecieron además empresarios dedicados a la compraventa de tierras. Poco tiempo después, EE. UU., interesado por extender su dominio hacia la zona, hizo al gobierno mexicano dos ofertas de compra que fueron rechazadas.

Ya en 1830 había 7 000 familias estadounidenses instaladas allí. Llegaron también más especuladores, que ofrecían latifundios inexistentes a los crédulos y se hacían ricos mediante la estafa.

México había abolido la esclavitud y sus leyes exigían a los colonos que se hicieran católicos y respetaran las restricciones aduanales y de emigración. Estas y otras normas eran continuamente violadas, y se fue generando una tensión creciente entre las autoridades mexicanas y aquella gente revoltosa.

En EE. UU. surgieron los primeros comités de apoyo a la independencia de Texas, y la prensa agitó los ánimos. Supuestamente movidos por una noble causa, se alistaron voluntarios en busca de aventuras y de tierras. Mientras tanto, se multiplicaron las escaramuzas con algunas victorias de los separatistas.

El 6 de marzo de 1836 tropas del ejército mexicano al mando del general Santa Anna atacaron la fortaleza de El Álamo, que había sido ocupada por los sublevados. Murieron en esta acción alrededor de 250 defensores del fortín, en su mayoría estadounidenses, y unos 400 soldados mexicanos.

De este suceso nació «el mito fundacional» de EE. UU., asegura Paco Ignacio Taibo II en su libro El Álamo. Una historia no apta para Hollywood (Arte y Literatura, 2011). El mito fue alimentado por libros de texto, novelas, cómics, obras de teatro, películas, series de televisión, disfraces y baratijas del llamado merchandising, recorridos turísticos, venta de falsas reliquias, etc.

El heroísmo de los defensores de El Álamo, su amor por la imagen sublime de la «Libertad», su muerte a manos de bárbaros de una raza inferior, fueron ingredientes de una fábula que combinó patrioterismo y proyección mesiánica. Los estadounidenses que murieron en El Álamo se convirtieron en símbolo de los ideales que EE. UU. emplea aún para justificar sus guerras de conquista en el planeta y aplastar a los herejes internos.

En 2004 un nuevo filme de Disney sobre el tema (¡otro más!) pretendió explotar el fervor nacionalista post 11 de septiembre. No olvidemos que en 2002 Bush dijo en West Point que debían prepararse para intervenir en «60 o más oscuros rincones del mundo», y que en 2003 se iniciaría la invasión a Irak.

Para que la industria del entretenimiento pudiera nutrirse una y otra vez del mito de El Álamo, se distorsionó groseramente lo ocurrido, las motivaciones de los protagonistas y su fisonomía moral.

El núcleo separatista texano estaba formado por dueños y traficantes de esclavos, maleantes de la peor calaña y pendencieros de gatillo alegre. Gente sin escrúpulos que buscaba dinero fácil y no toleraba restricciones.

En el mito hay varios personajes pintorescos acogidos por la imaginación de varias generaciones de niños y adolescentes de EE. UU. y de todas partes.

Entre ellos, Davy Crockett, con su gorro de castor y su récord de osos cazados. (Tenía tres años de edad cuando mató al primero, según su propio testimonio.)

John Wayne encarnó en The Alamo (1960) a un Crockett duro y afable, ajeno al miedo, que enfrenta con pasmosa valentía a los atacantes. Acorralado, en sus minutos finales, se dedica a derribar a jinetes enemigos, armado de una antorcha, y enciende por último un polvorín para arder junto a sus perseguidores.

Ni el personaje ni su final heroico se corresponden con la realidad. Antes de ser fusilado, Davy Crockett mintió para tratar de salvar su vida. Dijo que estaba de paso por el fortín, algo similar al «yo vine de cocinero» de los invasores de Girón.

The Alamo, de John Wayne se estrenó un año y diez meses después del triunfo de la Revolución Cubana. Es probable que alguien tan reaccionario como el actor y productor estuviera pensando también en Cuba cuando dijo que aspiraba con su obra «a vender el ideal estadounidense a los países amenazados por la dominación comunista». En el filme, por supuesto, no aparece la casta de texanos partidarios feroces de la esclavitud ni el resto de la cuadrilla de ladrones que organizaron aquella «sublevación en nombre de la libertad».

Para la industria hegemónica el apego a la historia y a la verdad no tiene ningún valor. Los sucesos de El Álamo y sus incontables versiones de toda índole lo demuestran una vez más.

Tomado de: http://www.granma.cu

Abel Prieto Jiménez

Político, escritor, editor y profesor. Ministro de Cultura de la República de Cuba durante dos periodos. Asesor del Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros. Es además diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular y reelegido en la IX Legislatura por el municipio Pinar del Río, provincia Pinar del Río. Estudió Letras Hispánicas en la Universidad de La Habana y posteriormente ejerció como profesor de literatura. Fue director de la Editorial Letras Cubana y presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Autor de las novelas El vuelo del gato y Viajes de Miguel Luna. Es actualmente Presidente de la Casa de las Américas.

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