Mengele en Latinoamérica: la historia no oficial de Lucía Puenzo. Por: Marianela González

Lucía PuLa cineasta argentina Lucía Puenzo (XXY, El niño pez) conversa con La Ventana sobre Wakolda, su más reciente película: “Parte de la diversión de hacer cine y de escribir literatura es que cada historia sea completamente distinta de la anterior… Si no, ¿qué sentido tiene?” 

No ha venido a La Habana, pero la representa de forma inmejorable su más reciente película. El filme ha tenido ya un primer tour de force en sala, y los feligreses del cine latinoamericano en la Isla no hablan de otra cosa: Wakolda se incluye ya en el palmarés afectivo que aquí consiguieron XXY y El niño pez. En Cuba, Lucía se presenta a sí misma con cada producción, y entre nosotros no es “la hija de Luis Puenzo (La historia oficial)”, aun cuando de sangre le venga esa forma de contar que aquí sentimos tan afín al “nuevo cine latinoamericano”.

Pero Wakolda es otra cosa.

La puesta mezcla códigos del cine thriller, del drama histórico y del biopic, en un acercamiento a la estancia en Argentina, en los años 60, del jerarca nazi Joseph Mengele. Se presume que el “médico” vivió un largo período en Bariloche antes de emigrar a Paraguay y luego a Brasil, donde murió en febrero de 1979.

A partir de su trabajo como novelista en una obra homónima, Puenzo reconstruye para el cine un posible escenario de esa estancia con una dirección de arte muy cuidada, preciosista, que trae a la mente la visualidad del cine alemán contemporáneo, como si solo en ese espacio paradisíaco, naturalmente perfecto, pudiera haber encontrado cabida latinoamericana un hombre como Mengele: “el ángel de la muerte” alemán, encarnado aquí por Àlex Brendemühl.

Cuenta el actor que Puenzo le envió el email con la foto del nazi y la suya, juntas, para convencerle de que tenía que interpretarlo para ella; y no sabemos cómo se convenció el actor, pero quienes le vemos desde las butacas, no podemos menos que aplaudir la coherencia y la simplicidad de recursos con la que Brendemühl asumió a este Mengele en contacto humano, sensible al tacto y la mirada. Un ejercicio actoral y de dirección que se aleja de los juicios para contar una historia, una “no oficial”.

Y en esa alternancia entre la escritura y su filmación, entre las aguas del cine europeo y el cine latinoamericano, alcanza Wakolda un reconocimiento internacional como ninguna otra película de Lucía. Es una historia que otra vez presenta a una autora de estructuras narrativas complejas y bien resueltas, depuradas de todo exceso y plenas de oficio, belleza, serenidad. La cinta se estrenó este año en Cannes, iniciando un recorrido internacional que incluyó estaciones en San Sebastián y Biarritz, y ha sido nominada en dieciséis categorías de los premios Sur de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Argentina.

Sobre ese recorrido físico y personal que ha significado la película, y atenta a lo que puede ocurrir con el filme en su paso por estos días en el Festival de La Habana, Puenzo conversa con La Ventana.

¿Cómo te posicionas, como autora, entre el hecho literario y el cinematográfico? 

“Mis tres películas son adaptaciones: XXY, de un cuento de Sergio Bizzio, mi pareja; El niño pez, de mi primera novela, y Wakolda de mi última novela. En los tres casos, fueron experimentos, nunca adaptaciones literales. Las tres adaptaciones tienen virajes enormes en el punto de vista, en el tono y también en la trama. Poder jugar con las posibilidades que tiene una misma historia es lo que me divierte.

“En Wakolda, mientras escribía la novela, no tenía idea de que algún día iba a transformarse en una película. Meses después de editarla empecé a escribir el guion. Se me había quedado la cabeza llena de imágenes que no podía soltar. Conocía muy íntimamente el clima que quería para la película, y también intuía que el lenguaje cinematográfico iba a oscilar entre lo diminuto (los planos detalles de los cuerpos, de las sangre, de los microscopios, de la libreta de Mengele…) y los gigantescos planos generales (donde los humanos vuelven a ser diminutos) y que van construyendo ese paisaje infinito en sus dimensiones paradisíacas, pero también siniestras”.

La crítica ha visto un cambio de registro en relación con tus películas anteriores: una puesta casi preciosista, cuidadísima, “europea”; y una narración más “clásica”, digamos. Pero hay sintonías o preocupaciones comunes. Por ejemplo, vuelve a haber un cuerpo adolescente en el centro de la historia… 

“Creo que cada historia, cada película, cada cuento o novela, debe encontrar su forma. Su punto de vista, su tono, su estética. Todas las historias no pueden ser contadas de la misma forma. Cuando escribo literatura, por ejemplo, lo que más me cuesta al principio es encontrar la música de ese texto, el ritmo, quién cuenta y cómo. En mis películas, eso se traduce en encontrar a través de quién vamos a contar cada historia y qué lugar va a ocupar la cámara.

“En El niño pez por ejemplo, con el DF (Rolo Pulpeiro) queríamos contar la historia como un estallido, porque eso es lo que les pasa a las protagonistas: la historia de amor en la que se meten hace que todo a su alrededor vuele por el aire. Buscamos una cámara en mano que estuviera siempre encima de las protagonistas, casi de manera claustrofóbica.

“En Wakolda, por el contrario, con mi hermano y DF Nico Puenzo, buscamos transmitir esa perfección aria que tantos jerarcas nazis siguieron buscando fanáticamente toda su vida. Queríamos construir ese paraíso helado que es tan bello y tan siniestro a la vez. Para eso, buscamos una elegancia completamente estilizada, estática, que oscilara ―como te decía antes― entre lo inmenso y lo diminuto, pero siempre manteniendo cierta frialdad.

“Esto no quiere decir que mis siguientes películas sigan siendo así. Tiene que ver con que parte de la diversión de hacer cine y de escribir literatura es que cada historia sea completamente distinta de la anterior… Si no, ¿qué sentido tiene?”.

WalkoldaLa historia de Wakolda se desarrolla en un capítulo bastante oscuro de la vida del nazi en América. ¿Con qué material trabajaste? Me pregunto si la información sobre esa estancia de Mengele en la Patagonia ha estado cuidadosamente “protegida” o son elementos que puede encontrar el investigador… Y ante los espacios en blanco en esa información, ¿aportas tu idea sobre cómo fueron realmente, o lo que las pistas te sugieren? 

“Tardé un año y medio en escribir la novela y en ese tiempo escribía la mitad del día y leía la otra mitad… Todo tipo de materiales sobre el nazismo: históricos, el aspecto más esotérico del nazismo, el rol de los médicos alemanes; pasé meses juntando datos y también permitiéndome inventar en esas zonas que van a permanecer por siempre en el terreno de la especulación o el mito.

“Lo que es cierto y está documentado es que Mengele vivió durante años en Buenos Aires, con tanta impunidad que figuraba con su nombre real en la guía telefónica y tenía una empresa farmacéutica. Es cierto que escapó cuando el Mossad llegó a buscar a Eichmann y que reapareció en Paraguay meses después. Hay infinidad de versiones sobre su paso por la Patagonia. Es real el personaje de Nora Edloc, que apareció asesinada a orillas del Arroyo López, que gente de la embajada israelí llegó de Buenos Aires a llevarse su cuerpo y sus papeles y que muchos dicen haberle visto bailando con Mengele en una fiesta municipal de Bariloche. Pero todos estos datos, al igual que lo de las muñecas arias, permanecerán por siempre en el terrero del mito”.

En ningún momento se advierte un cuestionamiento al hecho de que tu país realmente dio protección a esos nazis. ¿Cómo te sientes tú al respecto? 

“Es importante dejar claro que no fue sólo la Argentina sino gran parte de Latinoamérica la que le dio protección y asilo a centenares de jerarcas nazis. Y también que es, por supuesto, un dato irrefutable que ni el más acérrimo peronista puede defender. La operación que se puso en marcha para ayudar a tantos jerarcas a evaporarse no incluía solamente a los gobiernos, recordemos que entraron a nuestros países con pasaportes expedidos por la Cruz Roja y el Vaticano”.

La película ha tenido un recorrido internacional amplio, y ha representado a tu país en las más importantes plazas. ¿Cómo se recibió en Europa, sobre todo, esta mirada desde Latinoamérica a un asunto que ha sido tan “suyo”, tan del cine europeo y (como es costumbre) norteamericano? 

“Desde ya no fue una película fácil de financiar. Empezaba a contar la historia y al olfatear la fascinación de la niña protagonista por el ángel de la muerte, gran parte de los posibles coproductores salían corriendo. Por suerte, después de un año lo logramos. Y hoy todos los que se sumaron están felices de haber sido parte de esta película que tantas alegrías nos dio”.

¿Cómo recibieron a este Mengele seductor, sensible? 

“Siempre tuve claro que no quería caer en el estereotipo del malvado. Ninguno de estos perversos tenían un cartel que anunciara quiénes eran, pegado en la frente. Eso los hacía tanto más peligrosos, sobre todo en las décadas que se camuflaron entre los nuestros en diferentes países de Latinoamérica. Muchos de ellos pudieron esconderse en envases de hombres cultos, refinados, hasta sensibles (es conocido el amor de Mengele por la ópera, por la música clásica, por la literatura…). Es sabido también que cuando encontraron al jerarca nazi Priebcke en Bariloche, tantos civiles argentinos salieron a decir que siempre había sido “un viejito adorable”… Esta posibilidad de que el mal viviera escondido entre nuestra gente, como la peste de Camus, es lo que siempre me resultó más aterrador.

“Por suerte, tanto los lectores de la novela en los países en los que fue editada hasta ahora y los espectadores de la película lo han entendido así. Creo que está muy claro por qué el personaje de Mengele es tan carismático al principio, y desde dónde está contada la película”.
Algunas críticas se referían al “mercado seguro” que iba a encontrar la película en Estados Unidos, por ejemplo… ¿cómo te acercas a esta relación con el mercado a la hora de enfrentar la creación? 

“No tengo la menor idea sobre qué pasará en Estados Unidos. Por ahora, las primeras proyecciones han tenido una excelente recepción. Pero lo que pasa en cada país siempre es un misterio”.

En La Habana, lo que pasará con Wakolda no es un misterio. Como ocurrió con XXY y El niño pez, y más allá de sus posibilidades de llevarse a casa uno o varios premios, la edición 35 será “el año de Wakolda” (como quizá, creo, “el año de Heli”) en la memoria de los cubanos: esa donde se hunde o se salva, cada diciembre, uno de los más antiguos y prestigiosos festivales de cine en Latinoamérica.

Texto tomado de la publicación: http://laventana.casa.cult.cu

Deja un comentario

AlphaOmega Captcha Classica  –  Enter Security Code
     
 

* Copy This Password *

* Type Or Paste Password Here *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.