Miravalles, hacia el cine y en cualquier parte

Reinaldo Miravalles (derecha) el clásico filme El hombre de Maisinicú de Manuel Pérez

Por Sender Escobar

El adolescente nacido en el Callejón del Chorro de la Habana Vieja soñaba con ser pintor, pero había que trabajar y su realidad lo golpeaba tan fuerte que vender en la calle era la única opción. Solo pudo permanecer dos años en la escuela de pintura de Gervasio y Belascoaín en el curso nocturno.

El poco dinero reunido fue suficiente para comprar un local en San Rafael junto a un amigo e intentar prosperar vendiendo café con leche. Amaba el arte, pero no sería a través de un pincel por donde iniciaría su camino.

― ¿A qué dedicas? ―preguntó a un joven a quien a veces le regalaba café con leche―.

― ¡Yo soy artista! ―respondió entusiasmado el muchacho―.

― Coño, chico, qué bonito eso ―dijo quien ya había renunciado una vez por necesidad al arte―.

El muchacho trabajaba en Radio Cadena Azul e invitó al vendedor de café para que hiciera, junto con su grupo, tres programas que salieron al aire. Solo intervino unas pocas veces, sin paga alguna, pero ya era rotunda la decisión: quería ser actor.

Esta vez la renuncia fue a su trabajo como vendedor, permaneció en la radio sin cobrar, aprendiendo de los actores, escuchando cada día de siete de la mañana a ocho de la noche los programas de la emisora. Debía continuar a pesar de todo, ante la incertidumbre de no tener nada.

Reynaldo Miravalles comienza a ser conocido, su determinación y talento le han abierto las puertas a los programas radiales La voz de los ómnibus aliados y La tremenda corte. Debuta en el teatro, sin renunciar a la radio, y crece en la técnica de persuadir a través de gestos y miradas. Sin nada que perder, llega a la televisión en 1952; las cámaras enfocan al espigado joven que gana un premio al actor más destacado del nuevo y floreciente medio en Cuba.

Pero su versatilidad experimenta la amplitud genérica de sus capacidades dramáticas y humorísticas en la más completa de las artes. El cine significó la expresión definitiva donde encontraría multitud de personalidades, en las líneas de guiones que parecían preconfigurados para que Miravalles interpretara a los personajes contenidos en ellos.

Con el filme venezolano de 1957 Pepe Lape Reynaldo inicia una relación única con el cine en la que los personajes secundarios de sus dos primeras películas después de 1959, Historias de la Revolución, como lechero en el segundo cuento, y El joven rebelde, en la cual interpretó a un cruel miembro del ejército batistiano, certificaron la aptitud histriónica del actor.

A partir de entonces, bajo la dirección de Tomás Gutiérrez Alea, Sergio Giral, Manuel Pérez, Rolando Díaz, Luis Felipe Bernaza y otros realizadores, Miravalles construiría para el público cubano los matices que definirían los antagonismos o empatías de personajes infaltables dentro de la historia del cine nacional.

― Alberto Delgado, cará’ ―pronuncia con una mano sobre el hombro del infiltrado ya descubierto.

Es Cheito León, el líder de la banda de alzados en el Escambray a quien Miravalles da vida. Cada palabra esconde temeridad y violencia, pronto ordenará la muerte del hombre de Maisinicú.

Personaje icónico del cine cubano por la relevancia de quien saca a relucir mediante una película la potencia de su talento en función no solo de trasmitir emociones, sino de construir a través de la ficción el ligero puente que conecta la realidad histórica de un país con una década llena de conflictos como fueron los años sesenta.

El contexto y contenido de los largometrajes de los que sería protagonista, desde la construcción de la épica revolucionaria en películas de trama histórica de los años sesenta y setenta, hasta las comedias ambientadas en la cotidianidad citadina o rural en la década de los ochenta, no constituyeron impedimento para que Miravalles se adueñara de una forma tan exacta de los personajes a través de gestos y palabras que era difícil no observarlo tal y como se proyectaba en los filmes: un perseverante y ocurrente exchofer de clase alta, el líder de una guerrilla de alzados en el Escambray o un tierno y cascarrabias guajiro, jefe de una granja vacuna.

Alejado por años de la creación fílmica cubana, regresó en el 2013 con la película dirigida por Gerardo Chijona Esther en alguna parte, obra y personaje que lo satisficieron y remarcaron el escaso protagonismo de actores de la tercera edad en el mundo del cine.

A pesar de no trabajar en producciones cubanas durante casi dos décadas y residir fuera del país, su relación con Cuba y público no decreció. Sobre ello declararía en una entrevista: “Me aplauden con afecto. Cada vez que vengo aquí soy feliz. Esta es mi patria. Donde quiera que viva esta es mi patria…”. Este 31 de octubre recordamos el quinto aniversario de su partida.

Aficionado a la artesanía, el joven de la Habana Vieja que no logró ser pintor buscó la vida hacia todas partes y encontró el cine como destino, para descifrar con actuaciones el universo, desde las imágenes sonoras de un país y su historia.

Tomado de: Cubacine

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