Por el camino de hierro de Benguela

Tropas cubana en Angola. Foto Cubadebate

Por René Rodríguez Rivera

Al día siguiente se informó que el puente entre Katanga y Luau había quedado semidestruido, por lo que no podían pasar tropas por el mismo. Además, según informaciones, del lado enemigo las tropas de mercenarios habían comenzado a retirarse, quizás al tener conocimiento de la llegada de las nuestras.

A media mañana me mandó a buscar el Comandante Valles Lazo y me dijo que le planteara mis necesidades para la asistencia médica, porque iba a comenzar la ofensiva nuestra hacia el Este. Le dije que necesitaba un cirujano y un anestesista. Abrió los ojos y me dijo: “¿Ud. no es cirujano?” Le dije que tenía cierta experiencia pero que esa no era mi especialidad y que en Cabinda yo tenía donde evacuar heridos, cosa que aquí era muy difícil por las distancias. Comprendió y me dijo que los iba a pedir a Luanda.

A media tarde comenzamos a llenar vagones del ferrocarril con tropa y armamento. Me subí a un vagón con el Comandante Colas y el Político; me acomodé en una esquina sobre mi mochila, con el fusil sobre las piernas. El tren comenzó a moverse lentamente; serían aproximadamente las 5pm.

Un llano interminable se ofreció ante nuestras miradas, mientras el tren avanzaba. En horas altas de la noche llegamos a una pequeña estación de ferrocarril que a su costado tenía un letrero, en grandes letras negras, que decía: LUACANO.

Se abasteció a la máquina de leña y agua, y continuamos la marcha hasta que en la madrugada llegamos a otra estación ferroviaria, en un pueblito llamado CAIFUCHE. Aquí se dio la orden de desembarcar hombres y armas, incluyendo artillería y tanques.

Ocupé una esquina en el suelo del pequeño local de la estación; mi mochila de almohada y el fusil a mi lado, como siempre.

Dormiría una hora o algo más, hasta que amaneció. Hice un recorrido por los alrededores y llegué hasta donde los soldados estaban abriendo trincheras. Un poco más allá, en la tierra húmeda, se veían las huellas de carros blindados y el Político dijo: “Hasta aquí llegaron los surafricanos”.

A las 9 am ya habíamos organizado el Puesto Médico, en una pequeña habitación de la estación de ferrocarril. A esa hora habían hecho café y me senté a degustarlo al lado del Comandante Colas. Me dijo: “Médico, hasta nuevo aviso no continuaremos avanzando; el enemigo está unos kilómetros mas allá. Pensamos que no va a atacar y que seguirá retirándose, pero hay que ser precavidos”.

Ese día todo fue calma y descansé un poco de tanto ajetreo que con mis cuarenta años ya se sentían.

Temprano, al siguiente día, recorrí las trincheras y comprobé si había algún combatiente enfermo, pero todos estaban bien, al parecer.

Serían aproximadamente las 10 am cuando el telefonista de la estación del tren llegó corriendo hasta donde nos encontrábamos el Comandante, el Político y yo conversando, para comunicar que un avión había bombardeado Texeira de Souza (Luau). Nos miramos con asombro porque esto parecía darle un vuelco a la guerra, ya que hasta ahora nadie había utilizado la aviación. Se reportaban muertos y heridos entre la población. Inmediatamente el Comandante y otros compañeros fueron a informar a los combatientes que estaban en las trincheras y en áreas de descanso; se tomaron medidas para camuflajear la técnica de combate.

Transcurrió aproximadamente una media hora cuando apareció en el cielo un avión de combate. Su fuselaje brillaba al sol. Se produjo el clásico corre-corre para las trincheras y debajo de los árboles. El avión dio dos vueltas a cierta altura sobre nosotros, quizás por temor a que le dispararan con esos cohetes antiaéreos que llevan los combatientes. Estuve todo el tiempo con el Político, bajo un árbol próximo a las trincheras. Cuando el avión desapareció el Comandante reunió a los Oficiales y dio una serie de instrucciones por si volvía y atacaba. Tres hombres se situaron en un triángulo con sus respectivos cohetes, para dispararle si regresaba por cualquier dirección. Al llegar la noche nos sentimos más tranquilos y me acosté pensando en cómo sería el siguiente día, con esta nueva variante de la guerra.

Al amanecer recorrí las trincheras, comprobando cómo estaban los combatientes. Serían aproximadamente las 8 de la mañana cuando en una de las trincheras en que me senté a conversar con algunos compañeros se presentó el Comandante Valles Lazo, Jefe de las tropas en aquella zona. Yo estaba dentro de la trinchera y sin previo saludo me dijo: “Salga de ahí, que quiero hablar con Ud”. En el mismo borde de la trinchera me dijo: “Recoja sus cosas que se tiene que ir en el tren para Texeira”. Me quedé unos segundos sin saber que decir, pero él no me dio tiempo: “Llegaron un cirujano y un anestesista, y ud. debe ir para allá, a crear mejores condiciones para atender las posibles bajas. Aquí Ud. solo no puede hacer mucho”.

Media hora después monté en un vagón de ferrocarril tirado por una locomotora y salimos en dirección a Luau. En el vagón íbamos tres combatientes, dos enfermos cubanos y yo. La locomotora llevaba dos maquinistas y dos ayudantes, todos angolanos. Uno de los enfermos me dijo: “Debemos estar preparados por si aparece el avión y saltar de este tareco si ataca”. Esta variante jamás la tuve presente en mi mente, pero son cosas de la guerra.

El viaje fue tranquilo, pero con la zozobra de si aparecía el avión. Cuando llegamos a Texeira nos encontramos con un pueblo fantasma. Ni un alma en las calles. A la terminal del tren nos fue a esperar un Oficial cubano. Montamos en un todo-terreno y nos llevó al hospital. Descendí del vehículo y en la entrada del pequeño hospital nos esperaban el Dr. Juan I. Robert, cirujano, y el Licenciado en anestesia Olirio González Godínez, ambos compañeros conocidos del Hospital C.J. Finlay y el Naval (Luis Díaz Soto), respectivamente. Nos abrazamos.

Tomado de: Segunda Cita

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