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Por corte

Nelson Rodríguez (1938-2020) Premio Nacional de Cine 2007

Por Jorge Luis Sánchez

Nelson Rodríguez no iba a ser el editor de Memorias del subdesarrollo (1968), sino el hoy olvidado Mario González, con quien Tomás Gutiérrez Alea (Titón) había hecho sus cuatro primeros largometrajes: Historias de la Revolución (1960), Las doce sillas (1962), Cumbite (1964) y la sempiterna La muerte de un burócrata (1966). Pero Mario, un editor del cine cubano de antes de 1959, le confesó a Titón que él no era el indicado para editar ese tipo de película «moderna», por lo que le recomendó a uno de sus mejores alumnos, si no, el más prometedor, Nelson Rodríguez.

Mientras otras cinematografías, desde la apabullante norteamericana hasta no pocas europeas, resolvían los atolladeros narrativos de la estructura de sus filmes con «disolvencias» o el «fade a negro» (fade out o fundido a negro), al cine cubano que arranca con la creación del ICAIC lo singulariza el uso del «por corte», no solamente para contar el filme, sino para expresar la esencia de lo que se cuenta. Esta es una de nuestras grandes rupturas artísticas, que afortunadamente se mantiene hasta hoy.

Probablemente en esta voluntad de rebeldía estética pudo haber influido que, si bien se disponía de la tecnología: la truca (equipo donde se realizaban los efectos ópticos), disolvencias y demás, que era como se les llamaba en aquel cine analógico, en el proceso se necesitaba el intermediate, que era el material que servía para duplicar la imagen sin perder un ápice de calidad, pero cuyo costo era alto.

En el lenguaje cinematográfico el por corte equivale a un signo de puntuación, digamos que el punto y aparte. Otras veces puede ser el punto y seguido. Quizás, además, también la coma.

De esos signos de puntuación cinematográficos se valen los editores para crear el tiempo en que transcurren las historias en los filmes. Sin el uso eficiente de estos signos el espectador se perdería, quedando cancelada toda posibilidad comunicativa. En las primeras cuatro décadas del siglo XX se resolvía este asunto, además de con disolvencia y fade a negro, con un almanaque del que se desprendían las hojas hasta quedar el día tal. Un impúdico reloj marcando la hora. O un cartel, sobreimpuesto, o no, donde se leía «Diez años después» o «Diez años antes». De este último recurso el lenguaje cinematográfico no ha podido prescindir del todo. Solamente grandes autores se atrevían a resolver ese paso del tiempo por corte.

Tal vez coincidirán, pero el signo de puntuación que más reta al editor, y al director, es el por corte, pues necesita ser pensado antes, desde el guion, pasando por el guion técnico, y finalmente los planos tienen que ser filmados adecuadamente para que «corra» coherentemente la estructura narrativa sin tropiezos o equívocos temporales, de manera que lo que sucedió ayer esté suficientemente claro y no confunda al espectador con lo que pasará mañana.

En auxilio del por corte apareció el gran renovador, el francés Jean-Luc Godard, quien puso en pantalla la elipsis, esa síntesis cinematográfica que acorta el tiempo, optimiza el tempo, otorga ritmo y potencia artísticamente el sentido expresivo de la obra, pues la elipsis, para completarse, necesita darse por corte. Sería una involución dar una elipsis por disolvencia, además que de un pésimo gusto.

Entre los editores cubanos, el más seducido e inspirado por Godard fue Nelson Rodríguez.

Antes de Godard, plantearse una estructura compleja sin acudir a la disolvencia, o al fade a negro, era someterse a un desafío cuyo resultado, si era feliz, colocaba al cineasta más cerca del arte. Y ese reto es el torrente que recorre la mayoría de los filmes cubanos, y por eso en películas como Memorias del subdesarrollo; Lucía (1968), de Humberto Solás; La primera carga al machete (1969), de Manuel Octavio Gómez; De cierta manera (1974), de Sara Gómez; Maluala (1979), de Sergio Giral; Papeles Secundarios (1988), de Orlando Rojas; y Madagascar (1994), de Fernando Pérez, entre otras buenas, su uso tiene resultados más interesantes.

Digámoslo de una vez, uno de los recursos que ha aportado a la autenticidad de esos, y otros filmes cubanos, viene también del lado del montaje, cuando este se ha apoyado en el por corte para narrar, sea a través de estructuras complejas como las de Memorias del subdesarrollo o Coffea Arábiga (1968), de Nicolás Guillén Landrián, u otras más simples y convencionales, pero igualmente eficaces.

Particularísima cumbre alcanza en el documental esta estética, verdadera escuela en el cine cubano, justamente porque en este gran género la mayor cuota de libertad creadora se alcanza en la mesa de montaje. Para constatarlo, ahí están, entre otros notabilísimos documentales, el ya mencionado Coffea Arábiga; L. B. J. (1968), de Santiago Álvarez; Por primera vez (1967), de Octavio Cortázar; David (1967), de Enrique Pineda Barnet; Una isla para Miguel (1968), de Sara Gómez; Hombres de Mal Tiempo (1968), de Alejandro Saderman; Muerte y vida en el Morillo (1971), de Oscar Luis Valdés; El Encanto, La Época y Fin de Siglo (1999), de Juan Carlos Cremata; Suite Habana (2002), de Fernando Pérez; y Existen (2005), de Esteban Insausti.

Además de que la unión de dos trozos de película genera una tercera idea, o no, ¿qué es el montaje, si no la organización de un grupo de imágenes en movimiento, filmadas según el guión, pero volcado este dentro de una estructura determinada? ¿Qué encierra la estructura si no el cuento, la historia, la trama del filme?

El resultado coherente de esa estructura, inteligible y con el ritmo apropiado, es el bordado a mano que crea el editor, y donde es fundamental, entre otras condicionantes como la continuidad y el eje, el uso del tiempo. De ahí que para el manejo de la acción dramática tenga el editor varias opciones: separar esas acciones; punto y aparte, encadenarlas; coma, en paralelo; punto y seguido, etcétera. Es ahí donde, tanto para cerrar o para abrir las acciones dramáticas, los editores cubanos se valieron únicamente del por corte, y no de la disolvencia o el fade a negro, que son recursos socorridos y fáciles, que en cuanto aparecen en pantalla ya el espectador no tiene que pensar mucho, porque son códigos archiconocidos que le avisan que ha pasado tiempo. Lo corajudo es resolver ese paso del tiempo por corte, que hay que dominarlo correcta y artísticamente para que, como antes escribí, no desoriente al espectador.

Ese riesgo artístico que llega hasta hoy, porque gestó una contemporánea corriente estética entre nosotros, fue conseguido por un gremio, el de los editores del ICAIC, la mayoría lamentablemente olvidados.

Nelson Rodríguez: Memorias del subdesarrollo (1968), Lucía (1968), La primera carga al machete (1969).

Roberto Bravo: Hombres de Mal Tiempo (1968), Maluala (1979).

Justo Vega: La odisea del general José (1968), Páginas del diario de José Martí (1971).

Iván Arocha: Coffea Arábiga (1968), De cierta manera (1974).

Dulce María Villalón (Caita): Por primera vez (1967), Una isla para Miguel (1968).

Edelmira Lores (Mirita): Retrato de Teresa (1979), La Espera (1983).

Gloria Arguelles (Yoyita): El hombre de Maisinicú (1973), Reina y Rey (1994).

Norma Torrado e Idalberto Gálvez: Now (1965), Hanoi, martes 13 (1967), L. B. J. (1968).

Miriam Talavera: Taller de Línea y 18 (1971), Fresa y chocolate (1993).

Jorge Abello (Tuty): Clandestinos (1987), La bella del Alhambra (1989).

Julia Yip: Madagascar (1994), Suite Habana (2003).

Osvaldo Donatién: Hablas como si me conocieras (1989), Pon tu pensamiento en mí (1995).

Pedro Suárez: Conducta (2004).

Manuel Iglesias: El Benny (2006).

Angélica Salvador: Larga distancia (2009).

Observo que los editores más jóvenes se afincan en esa tradición y la fortalecen dentro de estructuras bien complejas, con la seguridad de que es uno de nuestros mejores vinos.

Fuente: Revista Cine Cubano

Tomado de: Cubarte

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«Lucía»: el acto de nombrar

Actriz Eslinda Núñez en el filme Lucía (Humberto Solás, 1968) Fotograma

Por Mayte Madruga Hernández

El acto de nombrar define muchas cosas para los seres humanos como individuos y especie. La relación entre lo que se nombra biológicamente como hembra y macho, y lo que se nomina luego culturalmente sobre esta base como mujer y hombre, es uno de los principales impedimentos en la deconstrucción real de la humanidad.

Tomemos los nombres que definen casi siempre única y exclusivamente a una persona en particular, lo que se denomina «nombre propio». Por supuesto, los nombres propios también, o al menos la mayoría de ellos, están enfocados en volver a diferenciar binariamente la existencia de lo femenino y lo masculino. Pero, aun así, el nombre por sí solo no obliga o induce al sujeto en cuestión a comportarse como tal. Es por esto que, aun cuando dos personas tengan el mismo nombre, sus construcciones culturales no tienen por qué ser las mismas.

Debido a esto pueden existir en el mundo una, dos, tres Lucías, a las cuales no les une nada más que el nombre. ¿Pero, por qué si estamos dispuestos a aceptar esas similitudes nominales, principalmente semióticas, pero no históricas o contextuales, no podemos aceptar que dichas nomenclaturas pueden coincidir, pero no ser las mismas siempre? En el mundo existen tantas Lucías como Cubas. No obstante, el cineasta Humberto Solás seleccionó tres para un filme que, más allá de no nominarse con un texto combativo (Soy Cuba, La primera carga al machete, La odisea del general José), de sentidos ya previstos, busca cimentarse desde su titulación en el principio constructivo de una personalidad-nación.

Las nominaciones de carácter propio, es decir, nombres de los seres humanos, nombres de países, por sí solas no representan nada, son tal cual significantes vacíos. Es desde esa significación que Humberto Solás selecciona una tríada de mujeres en diferentes momentos de sus vidas, de sus historias «íntimas» (1), y de la historia de un país que, para construirse como nación, precisa encontrar puntos comunes en varios momentos de dicha narración simbólica, y así reafirmar una continuidad de intereses ideológicos.

Pero aun con la intención de trazar una línea histórica que contribuya a la conformación de un corpus nacional y a la reafirmación de una supuesta cubanidad, la realización de este filme desde la mirada femenina otorga la perspectiva necesaria para que la cinta, de un rancio dispositivo ideológico, se convierta en la observación distanciada de un país.

Lucía, como sujeto femenino, no logra escapar del final trágico a que están sujetas las reglas del melodrama, pero logra contar la historia de la nación desde una perspectiva diferente. Dicho posicionamiento permite desplazarse por otra simbología, que va desde los lugares específicos y geográficos en los que ocurren las historias hasta los recorridos que hace cada personaje.

Mujeres entre el decir y el hacer. Más que un cuerpo paridor

«Trinidad subsiste como un viejo cadáver azucarero», sentencia Manuel Moreno Fraginals en su libro El ingenio. Lo cierto es que para 1895, año en que se desarrolla el primer cuento de Lucía, la villa trinitaria se había consolidado como una de las maquinarias azucareras que contribuyeron, quieran algunos o no, a una idea de nación. El país recoge el azúcar como un elemento que convirtió la isla en una locación dependiente de un solo cultivo, pero la realidad es que el desarrollo de la industria azucarera abrió muchos más caminos a una diversidad de relaciones culturales y comerciales que influyen aún en nuestros días.

Si bien Trinidad aparece en el filme de Solás como una villa apacible en el inicio, esto solo es la portada para intentar mostrar el hervidero del surgir de la nación cubana en el cual las mujeres jugaron un papel fundamental. Y que, aunque el relato oficial las recoja como apacibles amas de casa y creyentes fervorosas, esto es solo fachada, como las de las calles trinitarias.

Volvamos a El ingenio de Fraginals. Si bien Trinidad destaca como uno de los lugares que más criolleros (2) tuvo, a la par también poseía las trabajadoras esclavas con más promedio de corte de caña, de trescientas arrobas (3,5 toneladas) diarias. En el ingenio Río Abajo, en Trinidad, el promedio diario por cortador era de cuatrocientas arrobas (4,6 toneladas) al día (3). Estas cifras no solo demuestran la eficiencia productiva de la región en cuanto al sector azucarero se refiere, sino que en dicha eficiencia tuvo mucho que ver la mujer esclava. Asimismo, si se toma el principal rol que se le ha asignado a la mujer dentro de la historia universal como paridora y aseguradora del principal recurso para poder desarrollar cualquier sistema económico (tanto en la guerra como en la paz), es decir, los hombres. También vemos que la existencia de tales criolleros se debía al aumento de la natalidad que tuvo la región en cuanto a personas esclavizadas se refiere.

En consecuencia, sería lógico decir que no es para nada fortuito que Trinidad sea el lugar escogido por Solás para desarrollar su primer cuento, como que tampoco ese doble sentido entre el decir y el hacer de sus personajes femeninos deba leerse como una veleidad estereotipada en la construcción de los mismos, sino que las mujeres, especialmente las de Trinidad que aparecen en el filme, se «acostumbraron» a jugar cierto rol, mediante el cual pudieron hacer grandes aportes a las luchas de liberación cubana.

Así que cuando Lucía mira con «reproche» (4) a Esperancita y expresa: «La guerra la ganamos si hablamos menos y trabajamos más… Además, si alguien gana son los mambises…», está reafirmando dos cosas: el derecho justo del bando nacionalista a ganar la guerra y la apariencia que se ha de mantener hacia lo público: la guerra la ganan ellos (los hombres mambises), las mujeres solo «ayudan» en el espacio íntimo, privado, que constituye el hogar. A pesar de este doble discurso incorporado a los personajes femeninos, ya es una verdad de Perogrullo decir que Lucía constituye el primer filme donde la gesta libertaria cubana ocurrida en el siglo XIX presenta una versión más equitativa de los roles jugados por mujeres y hombres en la misma.

La épica mambisa desarrollada desde el género del melodrama pone en la construcción de la historia cubana sujetos femeninos que miran estos hechos. A la vez que se miran ellas mismas.

«Una mujer deber mirarse continuamente a sí misma. Ella está casi continuamente acompañada por la imagen de sí misma… Llega a considerarse dentro de sí misma como la inspectora y la inspeccionada, como dos elementos distintivos de su identidad como mujer…», cita Teresa de Laurentis a MacKinnon en su texto «Sujetos excéntricos: la teoría feminista y la conciencia histórica» (5). Dicha idea está implícita desde el mismo guion, donde las indicaciones de cámara subjetivas remarcan el interés de contar el filme desde la mirada femenina, o al menos desde la construcción de Solás de lo femenino.

En este mirar y mirarse aparecen en Lucía otros personajes como Fernandina, la monja devenida loca del pueblo. Es quizás en el desarrollo de este personaje donde más se marca la mirada patriarcal cinematográfica. Pero a la vez el rol dramatúrgico que Solás le confiere al mismo complejiza esta mirada, apartándola de una clásica male gaze.

Fernandina ha sido violada junto a otras monjas en el campo de batalla. Estas escenas que se insertan en lo que hoy las feministas reivindican como la espectacularización de la violación a las mujeres no poseen una carga simbólica y de crítica contra el patriarcado per se, pero sí revela una relación de sororidad entre Lucía y la mujer violada. Con esta escena, Solás enmarca la violación como un suceso puramente femenino, y que en los conflictos armados suele ser de las primeras acciones que realiza un bando contra otro. La violación a las mujeres en la cultura patriarcal bélica supone por extensión una vejación a la moral masculina. Pues a los hombres se les ha dado la misión de proteger a las mujeres en la sociedad. En el filme, esta violación representa no solo la idea desmoralizante, sino que una vez más se le da voz a la mirada femenina a través del sufrimiento que comparte Lucía al escuchar la historia de Fernandina. Una vez más, la violación de las monjas recuerda que ellas no están en el lugar al que pertenecen, que el campo de batalla no es lugar para mujeres, aun cuando solo estén para brindarle la paz a los muertos. Pero a pesar de este horror vivido por una de ellas, Fernandina permanece en la trama y no solo es revalorizada a escala dramatúrgica por Solás, sino que su canto a la locura simboliza la relación con y desde la otredad que mantienen las mujeres en su vida.

Dentro del camino romántico que le es asignado a Lucía subyace la correlación entre los conflictos propios concedidos a los seres femeninos y los espacios que habitan en la macrohistoria. Para la Lucía de 1895, irse al cafetal con Rafael representa la libertad, no solo porque estén alejados del lugar donde todo el mundo los conoce y los juzga, sino porque ella sabe que allí se está gestando un nuevo mundo, un nuevo lugar. Las ansias de Lucía representan la idea de que muchas de las mujeres cubanas que se han unido a las diferentes gestas libertarias de la nación no solo se han sumado por un sentido de justicia y libertad patriótica —en el sentido patriarcal del término—, sino porque han creído que en estas reivindicaciones independentistas podrán encontrar también reivindicaciones personales, de liberación femenina. Pero desgraciadamente las exigencias personales no han llegado mucho más allá del momento victorioso de cada intento libertario en la nación.

«Las muchachas de La Habana no tienen temor de dios», ¿y las demás?

El título de este epígrafe responde al libro de la ensayista Luisa Campuzano, quien a su vez toma de referencia unas famosas coplas atribuidas a Beatriz de Jústiz y Zaya, marquesa de Jústiz de Santa Ana, ante las acciones de algunas mujeres durante la toma de La Habana por los ingleses. Considerada por Campuzano como la primera escritora cubana, las coplas de Beatriz de Jústiz son el ejemplo perfecto de que las mujeres en general, y en particular las cubanas, han sido duramente juzgadas en cuanto a sus elecciones políticas. Si bien a los hombres célebres se les reconoce con sus errores políticos, las mujeres no han tenido esa suerte, pues la mayoría han sido invisibilizadas. En ese patrón de lo invisible tenemos a muchas de las lideresas del movimiento feminista en Cuba, quienes han sido poco abordadas desde el audiovisual (6).

En ese sentido de omisión, la segunda historia de Lucía despierta varias inquietudes para los públicos futuros. En esta ocasión, el escenario escogido por Solás es la ciudad portuaria de Cienfuegos. El año, 1932. Este segundo cuento se centra en las luchas urbanas de las primeras décadas del siglo XX cubano.

Las elecciones de las regiones de cada historia del filme, a la vez que argumentan a favor de una descentralización de la historia cubana, también responden a la diferenciación de cada etapa independentista de la nación. Si bien, la lucha contra el presidente Gerardo Machado tuvo en La Habana momentos de verdadera significación, Solás ubica a la Lucía de este momento histórico en el centro de la isla. Cada locación geográfica dialoga con el paradigma de desarrollo al que Cuba aspiró en su momento. Pero en este caso específico, en La Habana existen muchas mujeres contrariamente opuestas al rol que asume esta Lucía cienfueguera. Esas mujeres, como María Collado (7), quienes escribirán ideas como: «El presidente de la república, general Machado y Morales, es el único de los jefes de nuestros sucesivos gobiernos que ha prestado atención a los derechos de la mujer en distintos aspectos, y olvidan también que, en ningún momento, las clases estudiantiles han hecho causa común con nosotros para reclamar las libertades de que carecemos» (8), quedan fuera de la mirada de este filme y sus ideas asumen en esta Lucía cienfueguera un rol más pasivo, para hacerle espacio a otras más representativas de las heroínas del amor romántico.

Tampoco se ha de obviar que en el momento histórico en que se produce Lucía, la generación de Solás acometía una estigmatización de las épocas republicanas. Por lo que pueden influir estas ideas en que, de las tres Lucías, sea la segunda la más apegada a los cánones tradicionales del ser mujer.

Sin embargo, no debemos olvidar que es esta una época de conquistas íntimas para las cubanas. Y el hecho que Lucía se vaya a vivir en «concubinato» con Aldo representa un acto de rebeldía en términos estrictamente femeninos. Es también esta Lucía quien hace el recorrido de clase social. El cuento comienza exponiendo su posición burguesa y culmina con una Lucía que se ha incorporado a la clase obrera. En esta historia, mujer y clase social se convierten en uno.

A la vez, esta dualidad de clase y género se ve complementada por la dualidad mujer-madre. Las escenas entre Lucía y su madre ilustran relaciones femeninas clásicas. En una de estas, la madre se mira al espejo antes de que Lucía entre a que la peinen. En el guion original se describe a la madre sentada, cosiendo. Por el contrario, en el filme, la madre aparece mirándose al espejo, otra vez presa de una dualidad, inspeccionada-inspectora. Pero la objetivización inspeccionada cambia cuando ocurre un corte, y vemos que esta mirada subjetiva recae en Lucía. Posiblemente la variación de esta escena responda a que en el primer cuento del filme ya existen varios momentos donde las mujeres aparecen cosiendo. Pero lo cierto es que este matiz establece una relación vista exclusivamente desde la mujer. Además, refuerza la idea de que es este un cuento que acudirá a los elementos supuestamente íntimos y mínimos del universo femenino.

La madre de Lucía se mira y es mirada, pero en todo momento vemos que el placer que ella siente está en mirarse a sí misma frente al espejo, no en quien la mira. Por su parte, Lucía mira a su madre como intentando relacionarse o aprender una feminidad que se le aleja. Tal vez porque solo ve en el personaje a su madre, o tal vez porque desea para sí otro modelo de feminidad.

Pero no es solo el personaje femenino quien en esta historia hace un recorrido desde los supuestos roles designados para cada género. Es también el personaje de Aldo quien se aleja de algunos estereotipos masculinos. Aunque dialoga con la leyenda del príncipe azul o del gallardo caballero de las novelas románticas, Aldo, para ser un hombre, y cubano, se construye en base a otras masculinidades. En ese sentido confiesa su virginidad a Lucía. No teme declamar poemas de José Martí, y por sobre todo aborrece la infidelidad de sus compañeros de lucha, aunque sea testigo mudo de la misma. Se podría decir que es este un giro que tomó fuerza en el filme, pues si bien cuando se lee el guion original no siempre se aprecian estos detalles, en la construcción cinematográfica Aldo se presenta como un personaje masculino distanciado del concepto de «macho» que tan extendido está aún en nuestra sociedad.

El recorrido de clase que realiza Lucía en este cuento la muestra en la huelga, en planos que constituyen una restitución equitativa de cómo se ve la historia republicana, la cual ha llegado plagada de imágenes de huelga masculinizada, donde las primeras filas están llenas brazos de hombres comprometidos. Lucía agrega a la imaginación simbólica de la nación a la mujer en un espacio público, en la lucha.

Y la educación las hará libres

La épica del triunfo revolucionario el primero de enero de 1959 aún no ha sido completamente analizada en lo referente a cómo influyó en el universo femenino de la nación. Ya no las mujeres de La Habana, sino las de toda Cuba, no tuvieron temor de Dios, y fueron invitadas a ser parte de un proceso social que, aunque tenía la máxima de construir al hombre nuevo, daba por sentado que ellas tendrían su espacio. Y así fue que las mujeres cubanas vivieron una verdadera revolución en sus casas, en sus ropas, en sus aspiraciones profesionales. El ritmo contagioso que traen los procesos revolucionarios llega en este tercer cuento de Lucía, en una adaptación de la «Guantanamera», realizada por Leo Brower. Es quizás esta última historia, a 52 años del estreno de la película, la que más se escapa a una crítica pausada. Aún están muy cerca los avances en la esfera pública de las mujeres en Cuba, lo que hace a veces muy difícil determinar lo que falta. Pero lo que convierte a la Lucía de 196… en un referente para dialogar es cómo supo este personaje femenino escapar de su círculo de violencia.

Si bien no tiene solo un propósito de denuncia, la tercera historia del filme expone a una mujer en una situación de violencia clásica. Lucía es encerrada, golpeada, y aunque gracias a la intervención divina de la Revolución y la campaña de alfabetización logra escapar de este ciclo violento, en realidad no es hasta que escribe la nota en la que deja a Tomás que la mujer vuelve a ser sujeto y dueña de sí misma. Hasta ese justo momento, Lucía es un objeto de sus circunstancias. Ella apoya la Revolución, pero como parte de una masa que respalda medidas igualitarias para una gran mayoría.

La educación como paradigma emancipatorio feminista es esbozada en este tercer y último cuento del filme. El proceso de alfabetización en Cuba no solo significó la libertad para aquellos que no sabían leer y escribir, sino para miles de maestras jóvenes que salieron al espacio público, entiéndase la zona rural cubana, a enseñar y enseñarse a sí mismas que podían ir más allá. El método de tomar la mano del que aprende fue una de las características más debatidas en su momento. En ese sentido, la investigadora Luisa Campuzano escribe, «esta potencialidad erótica del proceso de aprendizaje de la escritura, sustentada en la cercanía y el roce de los cuerpos y la presión y el calor de la mano del/a que enseña sobre la del/a que aprende, sirve de base a la trama del tercer cuento del filme Lucía» 89).

La posibilidad de que Lucía sea una mujer víctima de violencia, pero no totalmente victimizada desde la mirada fílmica, puede ser una de las lecturas que se les otorgue a esas escenas que buscan «erotizar» el proceso de alfabetización. Lucía desea ser objeto de gozo, pero también un sujeto público.

La violencia hacia la mujer aparece en este cuento de acuerdo a como se percibía en la época, como un «problema doméstico». Pero en tanto una mirada al filme desde el siglo XXI pueda sentirlo descontextualizado, pues es parte de las políticas universales que la violencia hacia las mujeres y las niñas sea un problema público, que esté en las agendas de los gobiernos, el valor íntimo del conflicto contrasta con otras de las grandes ideas de los movimientos feministas: la educación como principal método para eliminar la desigualdad de género.

«Me boy, yo no soi una esclaba». Desde el guion, esta frase escrita por Lucía, en sus términos, en su iniciático castellano escrito, es el momento más liberadoramente femenino del cuento. La campaña de alfabetización presentó igualdad de opciones para mujeres y hombres cubanos. Pero en la década de 1960 en Cuba, los únicos seres humanos con los que se asociaba semióticamente la palabra esclava eran las mujeres, quienes a pesar de vivir un proceso que aspiró a ser transformador en todos los ámbitos, siguieron sufriendo la doble jornada de trabajo: en la calle y en la casa. E incluso siguen suponiendo que la violencia es parte del carácter de los hombres y no un acto punible por la ley.

Lucía regresa, convencida de que Tomás tiene que cambiar, y en ese final forcejeante quedan muchas interpretaciones, pero una sobresale: las Lucías tenemos que seguir luchando por que nos nombren y nosotras nombremos, por que nos miremos, por ser sujetos y no objetos.

(1) Lo íntimo es definido en este texto siguiendo la máxima feminista de que lo personal es político. Es por esto que el entrecomillado responde a la advertencia de que las historias de estos tres personajes son de naturaleza interior, pero no están desprovistas del interés público.

(2) «Local donde se depositan los criollitos del ingenio durante las horas de trabajo de las madres. Los criolleros surgen en los grandes ingenios hacia 1840, cuando la barbarie esclavista llega a su clímax y el alto precio de los esclavos hace que se convierta en un gran negocio el desarrollo de los niños. Se le llamó también criadero de criollos. Uno de los más importantes criolleros cubanos fue el situado en el ingenio Trinidad, de Esteban Santa Cruz de Oviedo, gracias al cual se conseguía, según Justo Cantero, un aumento de treinta negros por año». El ingenio. Manuel Moreno Fraginals. Editorial Crítica. 2001.

(3) Ob. cit.

(4) Este vocablo lo extraigo directamente del guion original.

(5) Este artículo aparece publicado en De mujer a género, teoría, interpretación y práctica feministas en las ciencias sociales. Compilación de María C. Cangiamo y Lindsay DuBois. Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1993, pp. 73-113.

(6) No es hasta 2019 que la realizadora Marilyn Solaya dirige el documental En busca de un espacio, donde se reivindican varias figuras feministas de la historia cubana que aportaron mucho a las luchas independentistas, a pesar de que en ocasiones apoyaran a políticos reconocidos como corruptos dentro de la república. Así, por mucho tiempo, la imagen de la mujer en la república ha estado estrechamente vinculada con la Lucía construida por Solás.

(7) María Collado (Matanzas, 1885-La Habana, 1961). Poetisa, periodista y activa feminista. Fundadora del Club Femenino de Cuba (1918) y del Partido Demócrata Sufragista (1924), luchó por el derecho al voto de las mujeres.

(8) Fragmento recogido en el libro Damas de Social. Intelectuales cubanas en la Revista Social». Compilación de Nancy Alonso, Mirta Yañez. Ediciones Boloña, 2014, p. 82.

(9) Luisa Campuzano: Las muchachas de La Habana no tienen temor de Dios… Ediciones Unión, 2004, p. 126.

Fuente: Revista Cine Cubano

Tomado de: Cubarte

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Antonio Pérez (Ñiko): «El cartel de cine se convirtió en la razón de mi vida»

Antonio Pérez (Ñiko) Artista gráfico cubano

Por Roberto Smith de Castro @RobertoSmith12

Es un honor para la Revista Cine Cubano entrevistar a Antonio Pérez (Ñiko), uno de los diseñadores gráficos más relevantes de la época de oro del cartel de cine cubano. Actualmente, Ñiko reside en México, mantiene su trabajo creador, es profesor, acaba de celebrar su ochenta cumpleaños y hace apenas unos días recibió el título de Doctor Honoris Causa de la Universidad Veracruzana.

Ñiko, cuando miras hacia el pasado, ¿qué representan para tu formación como diseñador los veinte años de trabajo en el ICAIC, con más de trescientos carteles diseñados?

El ICAIC es un hito en la vida nuestra. Tanto por lo que significó como trabajo creativo como por los seres que fueron nuestros compañeros. Recuerdo que trabajaba en el DOR, en la Casa del Orientador Revolucionario, y me hicieron una invitación para hacer carteles como freelance. Eso fue en 1968. Era un regalo poder desarrollar semejante ejercicio, diferente en lo imaginativo y libre de cualquier restricción. El siguiente año, fue en verdad muy creativo y productivo en cuanto al número de carteles. En 1970, me propusieron trabajar a tiempo completo en el Departamento de Publicidad del ICAIC. Eso significó poder dedicarle toda mi atención a lo que diseñaba.

El cartel de cine se convirtió en la razón de mi vida gráfica. Por estar consciente de lo que debía hacer y dar. La imaginación se ponía a prueba una y otra vez. Nuestros carteles nos hicieron crecer y ser mejores en lo que realizábamos. Hicimos 320 carteles con la más absoluta libertad de expresión. Aplicábamos todas las técnicas gráficas que se nos antojaban. Recuerdo que detrás nuestro había un mural donde se colocaban los carteles que se iban imprimiendo. Era la etapa del pop-art. Todos estaban repletos de colores. Y mi preocupación era lograr hacer algo que fuera distinto. Diseñé el cartel Ganga Zumba. El blanco y negro logró que luciera distinto. Y con ello, que destacara sobre los otros, coloridos en exceso. Fue el primer cartel hecho en una sola tinta en mucho tiempo. Ello valió para cambiar un poco lo que hacía. Busqué la simplicidad, en tanto imagen y color. También tratando de hacer entonces lo que después me he mantenido haciendo por años. Darle la espalda a lo evidente y aplicar lo sugerente como razón de todo el trabajo creado a lo largo de tanto tiempo.

El ICAIC y el trabajo con los carteles fue la consagración de toda mi actividad de diseño desde 1968 hasta hoy. Diseñamos sin esperar algo a cambio. Lo realizamos llenos de gusto por lo que se veía impreso en las calles y por el interés que pusieron muchos en lo que se lograba. Exposiciones, publicaciones, premios que se daban sin pretenderlos. Transcurridos 53 años de haber comenzado mi actividad en el cine cubano y de haber realizado el primer cartel, Iluminación íntima (curioso que haya sido ese cartel y ese título), puedo decir que mi presencia en el espacio donde trabajamos sigue viva y acompañando cada diseño que se realiza. Hoy, el trabajo que hicimos durante tantos años produciendo carteles de cine tiene la condición de Memoria del Mundo por la UNESCO.

Mi corazón y mis recuerdos están felices y seguirán agradecidos de haber sido parte de ese grupo de creadores gráficos, que tanto hicieron para convertir los carteles cubanos de cine en acervo histórico, nuestro y del mundo.

Fuiste protagonista de la época de oro del cartel cubano de cine, cuando casi todas las películas que se estrenaban en el país se acompañaban de un cartel, que además tenían una presencia permanente en las salas de cine, en los espacios públicos y hasta en la decoración de muchas casas. La creación de un cartel es un proceso individual, pero formabas parte de un equipo de diseñadores del ICAIC, a los que eventualmente se sumaban artistas invitados. ¿Cómo recuerdas esa atmósfera de trabajo personal y colectivo?

Cada diseñador tenía un espacio que llamábamos «cubículo». Ahí se generaban los carteles, cuyo proceso creativo compartíamos entre todos. Creo que si algo recuerdo con admiración y respeto es que ninguno se sentía superior, y que lo que obteníamos significaba el logro de todos. Y, con ello, del lugar donde estábamos, el ICAIC.

Tal vez, éramos modestos en demasía. Nos reuníamos por la tarde a ver las películas que se nos asignaban para hacerles sus carteles. Por lo general, asistíamos todos, incluyendo la jefa del departamento de Publicidad, Juanita Marcos. Entre bromas y comentarios diversos transcurría la actividad. Después, cada uno seguía en su rutina de trabajo. Terminado el cartel que te correspondía, pasaba a su aprobación por el director de Relaciones Internacionales, Saul Yelín.

A su regreso, se le hacía su original para la impresión por los llamados «realizadores». En este caso, Emeria Verde y Néstor Coll. Todo, absolutamente todo, se hacía a mano. No existía ningún equipo moderno que ayudara a la labor de estos compañeros cuidadosos y eficientes. Después, la impresión y el disfrute de ver nuestro cartel listo para ser admirado por otros.

Confieso que los que participábamos en esta actividad nos sentíamos especiales. Y sobre todo cuando llegaban visitas de otros lugares a ver lo que habíamos diseñado. En una ocasión llegó un italiano y le regalé unos carteles impresos, y fue tanta su alegría que me hizo una exposición personal con ellos en su país, aunque sin mi participación personal.

Cuando llegaba la noticia de que habíamos ganado algún premio internacional era extraordinario, porque cada uno lo disfrutaba por igual. Fue una época imposible de olvidar. Nos marcó a cada uno. Hasta nuestros días. Y aún más… para siempre. Porque cuando ya no estemos en activo, esa labor de la imaginación y la creatividad seguirá recordándose.

Desde sus comienzos, el cartel cubano de cine se apartó de la tradicional imagen publicitaria, con fotos de los actores o de las escenas llamativas, para ser una elaboración gráfica conceptual sobre la esencia narrativa de cada filme, que ustedes convirtieron en una imagen artística con valor propio. ¿Puedes hablar de ese proceso creativo?

Era una premisa de todos que repetir lo que se hacía no era nuestro propósito. Por ello, cada trabajo buscaba un resultado diferente. Así los estilos de cada uno se mantenían como parte indispensable de la actividad. Azcuy, con su foto al alto contraste. Muñoz, sus preciosas ilustraciones. Reboiro, sus coloridos delirantes. Julio Eloy, en busca del decir inmediato. Y yo, en la confrontación constante de lo perceptualmente fácil, como premisa indispensable de lo simple. Pero buscando lo que para cada uno era fundamental: las ideas. Mostrar lo sugerente y alejarnos de lo evidente. Trabajamos mucho, y eso permitía ejercitar la creatividad a su máximo nivel.

Aunque el primer cartel del ICAIC, que fue diseñado por Eduardo Muñoz Bach para la película Historias de la Revolución, fue impreso en offset, los siguientes se hicieron en silk-screen o serigrafía, técnica artesanal que era reflejo de la escasez de recursos materiales, pero que, a pesar de sus limitaciones, le dio a nuestro cartel un estilo propio, con su olor a pintura fresca y su textura de pieza original. ¿Cómo recuerdas esos años de trabajo con el silk-screen?

Cada cartel realizado e impreso nos ayudaba a seguir. Aunque las limitaciones eran constantes, el esfuerzo de todos, y aun más de los impresores, resultaba un reto y a la vez un aliciente para disfrutar lo que se hacía. Igualar el color que se aplicaba en los originales con precisión demostraba cuánta pasión y respeto por el trabajo tenían esas admiradas personas. La serigrafía se tornó la razón final de nuestro trabajo de diseño. Los carteles resultaban inevitablemente serigrafías. Su olor y textura no se podían comparar con nada. Incluso los que tenían oportunidad de adquirirlos esperaban ese resultado.

La serigrafía era lo mejor que podía tenerse para cada cartel. El esfuerzo de la impresión aparecía en cada uno. Hubo una etapa en que se lograron imprimir por cartel hasta 54 colores. Hoy, a la distancia del tiempo, no podemos dar crédito a semejante esfuerzo y amor para que esos carteles fueran bien impresos. Tuve un cartel de 42 colores, y Muñoz fue el que lo superó con el anterior resultado. Increíble para la situación que existía en ese momento.

Hablar de los carteles del ICAIC y sus diseños, también es verlos en su impresión serigráfica.

¿Conoces el trabajo de los jóvenes diseñadores cubanos y el trabajo promotor del proyecto CartelON?

Claro, y creo que es un esfuerzo magnífico y estimulante para quienes participan en esta actividad. Y es otra manera de mantener el esfuerzo que nosotros realizamos hace muchos años. Yumey Besú ha desarrollado una actividad vital para el diseño gráfico cubano de cine.

Lo aplaudo a él y a cada uno de los jóvenes creadores que mantienen el interés, la imaginación y el respeto por lo que hacen. En aras de que Cuba siga teniendo ese lugar que ha logrado gracias a lo creado gráficamente. Y que los demás lo vean como ejemplo para continuar trabajando e imaginando diseños únicos y diversos.

¿Conoces el proyecto, actualmente expuesto en la Galería Saúl Yelín, de la Casa del Festival, que consiste en que varios diseñadores intervienen carteles clásicos de tu generación con modificaciones creativas sobre la pandemia? En la exposición se muestra el cartel original y el modificado.

No he podido tener a mi alcance todos esos carteles. Pero sí he visto algunos, incluyendo el de Soy tímido, pero me defiendo. Que el diseñador Javier G. Borbolla reinterpretó. Es un proyecto cargado de humor y creatividad, donde las ideas de otros, de hace tiempo, ahora se llenan de juventud y de una imaginación desbordante. Es tomar con ironía una situación muy preocupante, pero que puede ayudar a hacer conciencia, gracias a lo que dice cada cartel. Es su manera de enfrentar la pandemia que asola a la humanidad.

Entre tantos carteles tuyos, cómo explicas que el de la película Soy tímido, pero me defiendo haya devenido tu identificación personal.

Primero, me considero una persona discreta, y tal vez tímida. Aunque he tenido que hacer uso de la palabra para dar pláticas, impartir conferencias, y para la docencia, me hubiera gustado participar más del silencio. Lo fundamental es que esta situación de enfrentamiento con uno mismo, de ser tímido, pero a la vez capaz de sobrepasar el conflicto que genera esa timidez, me ha ayudado a entender realmente cuáles son mis límites. Sí, soy discreto, pero eso no me limita. Al contrario, me estimula a querer llegar a otro nivel en la vida.

El cartel es parte de mi forma de mostrarme y seguir en este mundo que nos exige hacer mucho. Me siento complacido, porque ser tímido es una condicionante magnífica para demostrar que lo que tengo lo pude lograr, porque la tranquilidad y la imaginación me acompañan por siempre. Tener esta imagen como parte de mí es un acicate maravilloso, y que ya sea parte de mi identidad gráfica, es perfecto. Haber tenido la oportunidad de diseñar un cartel con tal tema es magnífico. Y utilizarlo como imagen de identidad personal, una oportunidad inigualable.

Fuente: Revista Cine Cubano

Tomado de: Cubarte

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Cartelera Cine y Video (Junio, 2021)

Verano memorable, hace sesenta años

Por Joel del Río

Libro compilado y editado por el escritor y guionista Senel Paz

Consciente de la necesidad de revisar el pasado para comprender el presente y el futuro, Senel Paz ha compilado indicios en la aspiración de dibujar un panorama general y confiable sobre un acontecimiento con seis décadas de existencia. Ediciones ICAIC acaba de concluir el e-book Aquel verano del 61. Primer encuentro de Fidel con los intelectuales cubanos, una propuesta de uno de nuestros mejores y más conocidos escritores y guionistas.

El guionista de Una novia para David, Adorables mentiras y Fresa y chocolate, además de autor de novelas como El rey en el jardín y En el cielo con diamantes, se ocupó de seleccionar los textos y determinar el contenido general de Aquel verano…, que se publica en ocasión del sesenta aniversario de “Palabras a los intelectuales”, y de los encuentros de Fidel Castro, durante los días 16, 23 y 30 de junio de 1961, en la Biblioteca Nacional José Martí, con artistas, escritores e intelectuales.

El volumen tiene como objetivo ofrecer al lector, de modo sencillo y práctico, una síntesis que lo ubique de manera rápida y precisa en el contexto histórico, cultural y político en que ocurrieron tales encuentros. Y además, aporta un resumen de valoraciones fundamentales de destacados autores en torno al discurso en lo que se refiere a su importancia y trascendencia, porque tales textos se complementan.

Debe recordarse que, si bien “Palabras a los intelectuales” siempre se ha presentado como el resultado de un diálogo, aunque lo dicho por los intelectuales apenas se conoce en citas o fragmentos. Y la novedad de este libro estriba no en tales complementos, sino en que publica, por primera vez en Cuba, la versión amplia de las intervenciones de los asistentes a estos encuentros, sobre todo, los viernes 16 y 23 de junio de 1961.

El volumen abre con un prólogo del escritor Francisco López Sacha y consta de cuatro secciones. En la primera, titulada “Una interpretación contextualizada”, aparecen textos valorativos elegidos por Senel Paz, entre los que se incluyen escritos de Roberto Fernández Retamar, Fernando Martínez Heredia, Graziela Pogolotti, Carlos Rafael Rodríguez, Ambrosio Fornet y Juan Nicolás Padrón.

La segunda sección, que es la más extensa, se titula “Las palabras de los otros”, y es la que incluye las intervenciones de todos los asistentes en las dos primeras reuniones. Después, está “Palabras a los intelectuales”, con la versión oficial íntegra (acompañada del audio restaurado), y hay que señalar el respeto por la cronología real de los acontecimientos, ya que la intervención de Fidel Castro tuvo lugar a continuación de los debates y motivada por estos, aspecto de suma importancia para comprender cabalmente su contenido y propósitos.

La cuarta y última sección, “Después de palabras”, está compuesta por un fragmento del discurso de Miguel Díaz-Canel en la clausura del IX Congreso de la UNEAC, el 30 de junio de 2019, cuando se valoró la actualidad del documento. Como anexo, aparece un listado de los participantes, y algunos mínimos datos sobre ellos, tantos de quienes participaron desde la mesa presidencial como de los asistentes en general.

Ediciones ICAIC espera llevar a cabo una presentación especial antes de que finalice junio. Se debe presentar, simultáneamente, con Guerra culta, editado también con motivo del aniversario, y que reúne once artículos de igual número de autores referidos a los procesos culturales cubanos en ese período

Texto portada de la edición de junio 2021, año 16. Número 187, de la Cartelera Cine y Video del ICAIC

Cartelera de Cine y Video integra en PDF

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Otra vuelta de tuerca sobre la cultura cubana en los primeros años de Revolución

Por Rafael Acosta de Arriba

A poco de conmemorarse las seis décadas exactas de las tres reuniones efectuadas en la sala teatro de la Biblioteca Nacional José Martí, entre la dirección del gobierno revolucionario y un grupo de artistas y escritores, en junio de 1961, aparece La historia en un sobre amarillo. El cine en Cuba (1948-1964), de Iván Giroud, director del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, que, para decirlo rápido y sintéticamente, es una valiosa contribución a los avatares de la cultura cubana, específicamente en torno al cine, en los primeros meses de la Revolución.

Una contribución importante, cabría añadir. Mucho se ha escrito sobre aquellas reuniones y sobre el célebre discurso de Fidel Castro conocido como “Palabras a los Intelectuales”, el que, como se sabe, fungió como norma esencial de las políticas culturales en lo adelante. Ahora, Iván nos ofrece un volumen en el que hablan, además de su narrativa, numerosos documentos del acontecer de aquellos años iniciales.

Un prólogo de la Dra Graziella Pogolotti, en el que, con gran poder de síntesis, se establecen las coordenadas principales del libro, abre el volumen. Dice la reconocida intelectual, testigo de aquellos eventos:

“Con perfil propio, el debate cultural se inscribe en el más ancho territorio de la política. En ambos terrenos se plantea la difícil tarea de diseñar un proyecto de sociedad socialista sin maniatarse al trasplante mecánico de otros modelos, sorteando los peligros que dimana del permanente asedio del imperialismo”.

Un párrafo clave, ciertamente, pues muchos quieren desconocer para la posteridad que, cuando esas reuniones se produjeron, hacia solo dos meses se había producido la invasión por Playa Girón, derrotada por el pueblo y sus cuerpos armados, por lo que todos, tanto políticos como intelectuales, entraron al salón de actos de la Biblioteca Nacional con las escenas e imágenes de los fieros combates en sus retinas. Política pura: una agresión militar para derrocar la Revolución. Eso no puede olvidarse nunca a la hora del análisis del campo cultural en 1961.

El libro fue presentado recientemente en la Oficina del Festival, en El Vedado, con una concurrencia acorde a las medidas sanitarias establecidas (en circunstancias normales estoy seguro que el lugar se hubiese desbordado de público). Fue presentado por la escritora Zuleica Romay y el cineasta Manuel Pérez Paredes, Manolito, quienes destacaron los valores del volumen, en particular su aporte testimonial debido a los diversos documentos que contiene como anexos. En particular, Romay expresó en su extensa presentación:

“Empalmado como un collage en que ensayo y testimonio enhebran un solo discurso, este libro posibilita, si nos situamos a la distancia adecuada, apreciar las colisiones y alianzas, las sinergias y divergencias, los amparos y rechazos que favorecieron o entorpecieron el despegue del proyecto revolucionario cubano en su primer sexenio. Subrayo, en primer lugar, los valores metodológicos de la investigación, la que se muestra abarcadora y voluminosa desde referencias y recomendaciones bibliográficas cuya recopilación y ordenamiento cronológico resulta clave para examinar la textura de los debates. Reducir más de mil páginas a apenas cuatrocientas ha requerido una curaduría cuidadosa que satisfaga tanto la mirada panorámica como el examen atento”.

El libro, aunque se remonta a 1948, en su búsqueda de los antecedentes del cine realizado en Cuba y sobre los cuales brinda esenciales pinceladas, quizá con la intención de ofrecer una versión alternativa a la versión impuesta por Alfredo Guevara y otros fundadores del ICAIC de que el cine con valores artísticos comenzó en Cuba a partir de 1959, tesis sumamente discutible (Iván cita, por ejemplo, que el historiador del cine George Sadoul opinaba diferente, ver página 76), tiene su núcleo duro en lo que sucedió entre 1959 y 1964, es decir, en los seis primeros años de Revolución.

En su nota de autor, Iván relata cómo se encontró con la grabación de una reunión en el ICAIC, de julio de 1961, realizada pocos días después de las reuniones de la Biblioteca Nacional, hallazgo que fue el detonante para decidirse a escribir el volumen. Diré, de paso, que en el libro también concurre la vivencialidad de Iván en el cine cubano, pues desde hace más de treinta años, él trabajó en el ICAIC primero y después en el Festival, donde es su director desde hace muchos años (1994 al 2010, primero, y desde 2013 hasta el presente). Es decir, esa vivencialidad aporta lo suyo a la hora de hablar de una cinematografía y una institución que el autor conoce desde muy adentro.

Las fuentes revisadas, los años dedicados por su autor a buscar datos y pergeñar las páginas del libro, de seleccionar los fragmentos de documentos a citar y los documentos completos a anexar al volumen (cinco documentos claves), propiciaron un texto que se lee cómodamente, como una narración sobre hechos que, en su momento, fueron de una gran compulsión y controversia. La última reunión, de la que se ofrecen partes de la grabación hecha, y que consume casi una cuarta parte del texto, evidencia que, a pesar de las reuniones con Fidel y la dirección del gobierno, de los esclarecimientos allí vertidos, los protagonistas de la cultura seguían llenos de prevenciones, dudas y resentimientos, aun cuando el ICAIC conservaba cierta unidad por el liderazgo de Alfredo Guevara, el invaluable apoyo de Fidel y la presencia de varios intelectuales y artistas que encabezaban la creación en la entidad.

Las batallas individuales de Alfredo, que no fueron pocas, a veces con razón, otras sin ella, con adversarios como Guillermo Cabrera Infante, Pablo Armando Fernández, Tomás Gutiérrez Alea Titón, Carlos Franqui y Julio García Espinosa, unos contrarios, otros leales amigos discrepantes, se aprecian en el libro. También, la firme resistencia que se le ofreció al dogmatismo en las estructuras de poder de las instituciones culturales, el ICAIC una de ellas, cuando esa intolerancia quiso imponer el realismo socialista como norma y a los patéticos manuales de marxismo-leninismo soviéticos como fuente para adentrarse en la teoría marxista. La historia en un sobre amarillo es una muy buena radiografía, repito, de aquellos convulsos años.

1961, año que está justo a la mitad del período 1959-1964, fue un año decisivo en los inicios de la Revolución Cubana: para empezar, en el mismo mes de enero, se anunció la ruptura de relaciones diplomáticas por parte del gobierno de los Estados Unidos, la Campaña de Alfabetización a lo largo del año, la nacionalización de la enseñanza privada, la invasión de Playa Girón y la declaración del carácter socialista de la Revolución, la creación de instituciones culturales, el congreso de escritores y artistas, la creación de la UNEAC y revistas culturales, las reuniones de Fidel con los intelectuales en la Biblioteca Nacional, en fin, un conjunto de hechos en lo político y cultural conectados como vasos comunicantes. De alguna manera, las páginas de La historia en un sobre amarillo dan cuenta de un fragmento de aquellos meses extraordinarios y lo hace con fortuna.

Se trata, pues, de una investigación acuciosa (el cuerpo de notas es de una utilidad enorme para el estudioso) y de una lectura que mucho se disfruta y agradece, sobre todo cuando uno se ha iniciado en el seguimiento de los hechos ahí referidos, como es el caso del que redacta estas líneas. En sus páginas se reviven aquellos momentos de tensión y encono en que los grupos enfrentados dentro del campo cultural maniobraron de la manera que les fue posible, en aras de imponerse en una pugna cuyo destino fue marcado y decidido en las reuniones de junio de 1961.

Hay un párrafo de Alfredo Guevara en la mencionada reunión de inicios de julio, en el ICAIC, que merece la pena citar. Dice Alfredo: “… en medio de una lucha, en medio de un momento en el cual dentro del 26 de Julio había un combate, en el frente intelectual otro combate, y en todas partes había un combate que era el producto de la incoherencia general del Movimiento 26 de Julio y de la presencia en él de fuerzas contradictorias que algunas de las cuales trataban de frenar a la Revolución” (página 237). Hoy, resulta difícil para el no entendido y el que no vivió aquellos años, comprender un panorama tan complejo y cambiante, pero realmente fue peor que como lo describen los libros. Agréguese a esto, en ese turbulento 1961, los sabotajes (la tienda El Encanto, cien bombas en un día del mes de enero, conspiraciones de atentados, etc), y otros actos contrarrevolucionarios, que hacían sentir a la población que se libraba una guerra no declarada, pero cierta.

Con un diseño muy efectivo, debido al talentoso RAUPA, una edición certera del experimentado Camilo Pérez Casal y la maquetación de LISELOY, este bello objeto libro es un producto conjunto de Ediciones del Nuevo Cine Latinoamericano y Ediciones ICAIC, dos sellos que nos tienen acostumbrados a excelentes títulos. Otros volúmenes han abordado aquellos hechos y otros, seguramente, lo harán en un futuro, en la medida que aparezcan nuevos documentos o que los investigadores viertan nuevas luces sobre los mismos. Esa luz sobre el pasado se necesita y agradece mucho. Iván logra que los años iniciales de la Revolución en el terreno de la cultura se reproduzcan nuevamente ante nuestros ojos y nos permite releerlos una vez más, ahora con la distancia del tiempo a nuestro favor.

Tomado de: Cubarte

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Raúl Rodríguez: “Solo la verdad nos trae un cine político inteligente…”

Raúl Rodríguez. Premio Nacional de Cine 2017

Por Estrella Díaz

Raúl Rodríguez, quien está considerado uno de los fotógrafos más importantes en la historia del nuevo cine cubano, recibió —con toda justeza en 2017— el Premio Nacional de Cine, distinción que, según aseguró a esta reportera “lo sorprendió” y significó que “aún se emociona al recordar ese día en el que amigas, amigos, colegas y curiosos llenaron la platea del cine Chaplin para compartir la inmensa alegría de ese reconocimiento”.

En su larga hoja de servicio a la cinematografía de la Isla aparece más de un centenar películas documentales, noticieras ICAIC Latinoamericanos y largometrajes de ficción y es conocido que trabajó, directamente, con Santiago Álvarez y otros reconocidos directores en películas como Rancheador, La bella del Alhambra, Maluala, El Brigadista y Páginas del diario de Mauricio, entre muchas otras. Es, además, profesor en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños y pertenece al Consejo Asesor del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau desde su fundación, hace casi veinticinco años. Con esta institución hizo la fotografía de los documentales Bajo la noche lunar, Conversando con Ruth, Rumor del tiempo y Hay un grupo que dice, dirigidos por Lourdes Prieto, y el documental sobre Teresita Fernández Pobre, nómada y libre, de Jorge Fuentes, entre otros.

¿Por qué cree que a usted se le denomina “maestro de la luz y del encuadre”?

Siempre he sido muy cuidadoso con la iluminación y con los encuadres, es verdad. Estudio detenidamente las películas clásicas de todos los tiempos y de todos los países. Creo que más que cineasta soy cinéfilo y conservo una videoteca pequeña, pero muy valiosa donde atesoro todo aquello que me pueda servir para estimular mi trabajo y sugerirme nuevas formas. Pero no soy el único en nuestro cine, ni en nuestra televisión.

Usted ha reconocido que ha estado “más inclinado al cine documental que al de ficción”, ¿por qué le atrae más lo testimonial?

Absolutamente. Para mí los documentales han sido en gran medida la razón de mi trabajo como director de fotografía. La espontaneidad, la experimentación y el descubrimiento que nos aportan los documentales son únicos. Tengo ejemplos de los más de un centenar que he fotografiado: Con Miguel Hernández en Orihuela de Víctor Casaus; Asalto a la tierra morena, de Santiago Álvarez; Hay un grupo que dice de Lourdes Prieto; Rita Longa, una mujer desobediente de Regino Oliver; Oggún de Gloria Rolando; Viaje de un largo día hacia la noche de Tomás Piard; Carnaval 70, de Manuel Herrera y Habana vieja (1980) con el inolvidable cineasta y amigo, Oscar Valdés.

En su larga carrera ha trabajado con importantes directores, ¿a cuál le debe más?

Estoy completamente seguro que a cada uno de ellos le debo mucho. Respeto mucho el trabajo de los realizadores. En su mayoría son creadores que se enfrentan a un arte tan difícil e importante como es el cine, pero no solo los consagrados también los jóvenes directores me han aportado mucho y a todos les agradezco lo que soy actualmente.

¿Qué fue para usted Santiago Álvarez?

El cineasta que cambió la estética de los Noticieros Cinematográficos para bien; el hombre que se rodeó de artistas talentosos que influyeron decididamente en su obra. El periodista cinematográfico, el documentalista que logró hacer del panfleto político, un arte. Eso fue para mí Santiago. Colaboré muchas veces en el Noticiero ICAIC Latinoamericano y ya en documentales o reportajes: El nuevo tango, en Argentina. Al asalto de la tierra morena en Portugal; como parte del equipo de fotografía en Chile durante el viaje de Fidel a ese país (De América soy hijo y a ella me debo, con Iván Nápoles, Dervis Pastor Espinosa y Adriano Moreno). Para mí, Ciclón, documental de largometraje; LBJ, documental de largo metraje y Hanoi, martes 13, documental de mediometraje, son obras maestras del género.

Nuestras relaciones personales durante mucho tiempo fueron difíciles, pero en los últimos años de su vida tuvo un acercamiento cariñoso a mi persona.

Su carrera se ha desarrollado, fundamentalmente, en la llamada “era analógica”, ¿cómo se ha dado en usted el tránsito hacia lo digital?

En 1990 me estrené en el cine digital con dos excelentes documentalistas cubanas: Lourdes Prieto en un documental sobre Manuel Mendive, el reconocido pintor, que se tituló Para el ojo que mira y con Gloria Rolando en un documental de mayor tecnología digital denominado Oggún sobre Lázaro Ross, notable cantante del Conjunto Folclórico Nacional. El documental de Mendive anterior casi fue una obra de cine independiente por todo el trabajo que significó y la ayuda desinteresada de amigos que nos prestaron cámara y nos cedieron edición. José M. Riera, El Viki, Roberto Otero, el Centro Pablo, y la dirección del Fondo Cubano de Bienes Culturales, que en aquel entonces dirigía Nisia Agüero, nos dieron una ayuda muy estimable.

Hace poco logré hacer mi primer largometraje digital con mi gran amigo y excelente director Tomás Piard: La ciudad, un proyecto muy hermoso y lleno de calor humano y sensibilidad. Para mí esta tecnología ha sido un gran descubrimiento y lamento que mi retiro haya coincidido con el nivel más alto de su desarrollo en nuestro país.

¿Cómo ha llevado y asumido este período de pandemia?

Estoy viviendo los momentos más difíciles de mi vida. Tengo que hacer grandes esfuerzos para evitar una profunda depresión. Estoy leyendo lo que nunca he podido leer. Ahora el tiempo me lo permite, viendo nuevamente el mejor cine de todos los tiempos, y el nuevo cine, y los seriales que se imponen, los documentales de todo tipo y de todas partes donde he podido ratificar la importancia de este cine sobre la ficción. Soy cuidadoso con la TV me abruma con demasiados noticieros, que se repiten constantemente. Sin embargo aplaudo el espacio Solo la verdad, que nos trae un cine político inteligente y de excelente factura.

Tomado de: Cubaperiodistas

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Polémicas del cine y la Revolución en Cuba (Parte V)

Manuel Pérez Paredes. Premio Nacional de Cine 2013

Por Ambrosio Fornet

Manolo, me gustaría pasar, en la medida de lo posible y dando un salto mayor que el que quisiera, a tu propia obra. Tienes Río Negro, que en una crítica que le hicieron se decía que estabas haciendo un tipo de cine que recordaba un poco a los oestes norteamericanos; no sé cómo fue que recibiste tú ese tipo de crítica. Pero los espectadores como yo decían que en términos de estructura, tus obras bien podían ser similares a las películas del oeste, pero que los temas y los héroes eran nuestros y, por consiguiente, los sentíamos como propios. Habíamos tenido esa experiencia con El hombre de Maisinicú. No nos hubiera pasado por la cabeza que Delgado era John Wayne, porque aquel era un héroe nuestro, cubano. Ahora, el mundo ese tú lo habías visitado de alguna manera. Sin embargo, en tu última película entras en otra fase, que es una fase más intimista. Estoy hablando de Páginas del diario de Mauricio, donde los problemas que se plantean pasan, como en buena parte del cine latinoamericano, de lo puramente colectivo a lo estrictamente individual…, o a lo colectivo con énfasis en lo individual. Aquí la hija del protagonista, que estudiaba en la URSS, decide quedarse, no volver a Cuba, y él comienza a atravesar por una especie de crisis existencial, planteándose una serie de problemas en su vida cotidiana. ¿Cómo llegas a ese tránsito entre el planteamiento de los grandes problemas colectivos a los individuales? ¿Te sientes personalmente identificado con problemas como ese?

En el caso de El hombre de Maisinicú empezaría por lo que pueden ser sus orígenes. Como parte de mi formación cinematográfica, yo trabajé en el Noticiero ICAIC de forma esporádica y en el año 1961, en los primeros meses (enero-marzo), estuve por unas semanas al frente de un equipo de filmación en las montañas del Escambray, mientras se daba lo que se conoció como “La limpia”, o sea la lucha del Ejército Rebelde y las Milicias contra los grupos de alzados contrarrevolucionarios en esa región, justo antes de Girón. Y esas filmaciones me pusieron en contacto con las personas que intentaban repetir la experiencia de la guerra de guerrillas, ahora contra la Revolución. Aquello me motivó mucho. Aunque soy un hombre de ciudad, la temática de la violencia rural me llamó mucho la atención y quedé impactado por lo que viví durante aquellas semanas. Mi primer corto de ficción, que fue una especie de tesis de graduación, se filmó en el Bosque de La Habana y en las lomas de Soroa, en Pinar del Río, para recrear el Escambray. Tiene poco menos de media hora y su protagonista es un alzado contrarrevolucionario. O sea, que en esta experiencia formativa me ejercité con esa temática, que repetí, más o menos, en un mediometraje posterior en el que trabajé el tema de la lucha en la Sierra Maestra contra Batista.

En abril de 1964, me llama la dirección del ICAIC para que filme un hecho que va a ocurrir, pero no me dicen lo que es, como corresponde con todas las cosas de tipo militar, que son secretas. Y me llaman a mí porque conocían que era una persona interesada en esta temática.

En esa época, el MININT no tenía personal para filmaciones, por lo que se lo piden al ICAIC y va un camarógrafo del Noticiero… conmigo. Esta iba a ser la tercera operación de captura de alzados contrarrevolucionarios de la forma que narra la película. Se quería dejar constancia fílmica del hecho, y por ello habían decidido arriesgarse e incorporar a dos civiles en una operación militar que era esencialmente del MININT y de la Marina de Guerra. Como era una misión secreta, nos vamos enterando sobre la marcha qué es exactamente lo que vamos a filmar y también me voy enterando que me han metido en algo bastante serio. Todo se prepara, sale el barco (un guardacostas de fabricación norteamericana que estaba en Cuba desde la época de Batista), se iza la bandera de los Estados Unidos, llegamos a aguas internacionales, vestido el personal como el de la marina de guerra norteamericana (tal como se ve en la película), y nosotros dos íbamos haciéndonos pasar por reporteros cubanos de Miami que teníamos la misión de filmar el acontecimiento.

En un momento dado, amaneciendo y a unas veinte millas de las costas cubanas, el barco se detiene y el capitán Payret, que era entonces jefe de Guardafronteras, me llama y dice que se abortaba la misión porque habían matado al compañero que estaba infiltrado en el grupo de los alzados contrarrevolucionarios. Me lee la cartilla de la super discreción que corresponde al hecho, y regresamos a la costa. Como nosotros éramos civiles, nos dejan ir y el resto de los compañeros se queda en un cayo cercano a la costa norte de Isabela de Sagua. Habían asesinado a Alberto Delgado (en ese momento no sabía quién era), y no se conocía entonces cómo lo habían descubierto y lo que había ocurrido. Yo llego a La Habana muy impactado (tenía 24 años) por algo que, en realidad, no vi pero que, por los cuentos que me hicieron de las otras dos operaciones exitosas, ya sabía que era algo bien tenso, muy dramático y también espectacular. Le hablo a Alfredo y él facilita que yo pueda conversar con algunos de los que habían sido capturados como resultado de las anteriores operaciones. Eso se queda dentro de mí y, cuando tengo la oportunidad de hacer un largometraje, tengo las pilas suficientemente cargadas para convertir esta experiencia en una historia. De manera que estructuré el argumento e hice el guion con la ayuda de Víctor Casaus.

El hombre de Maisinicú no es el resultado de la necesidad de filmar una película barata, ni nada por el estilo, sino que es el resultado de una vivencia muy fuerte, de una experiencia, para mí excepcional…  Así nació esta película para la cual no pensé, en lo más mínimo, en los oestes norteamericanos. En todo caso, estaría funcionando como influencia, Salvatore Giuliano, de Francesco Rossi, con su ficción que reconstruía, digamos que documentalmente, la investigación de la vida de un personaje controversial y su contexto histórico. También estaba, como motivación, el utilizar plano-secuencias (siempre que se pudiera) o planos muy largos para una observación más minuciosa y digamos que reposada de la realidad. En aquel momento era Miklós Jancso (Los Internacionalistas) el que me motivaba para hacer el cine con una puesta en escena con mínima presencia de la edición, siempre que fuese posible. También, y volviendo al estilo de Rossi en Salvatore Giuliano, estaba el uso del narrador para la reconstrucción organizada de los hechos históricos. Y lo que me parecía realmente atrayente, y ahí no estaban ni Rossi ni Jancso, era que el personaje protagónico no tuviera más que una identidad: la del infiltrado en funciones. A Alberto Delgado, interpretado por Sergio Corrieri, no se le ve actuar jamás como revolucionario, siempre es contrarrevolucionario. Y lo es hasta la muerte, ya que no confiesa, ni en ese momento, su verdadera identidad. Me atraía la visión de una persona a quien no se le conoce nunca su verdadera personalidad, no se le ve recibir instrucciones de sus superiores ni expresar conflictos psicológicos en su quehacer, todo el tiempo está simulando (algo que resolvió muy bien Silvio con la letra de la canción-tema), simulando ser un contrarrevolucionario.

Pero Páginas del diario de Mauricio es una experiencia de esos años duros, 1988-2000, que tiene que ver con mi generación y con lo que significa para la generación a la cual yo pertenezco, el reajuste de cuentas con las ilusiones del proyecto social y el ajuste de cuentas a nivel familiar. No es que esté directamente asociada a mi vida personal, pero sí lo está en la medida en que amigos míos y yo mismo hemos vivido esa crisis más íntima, más existencial, más relacionada con las interrogantes de por qué pasó lo que pasó y qué hacer, cómo tratar de mantenerse consecuente a esta altura de la vida. El hombre de Maisinicú es una película que nace de una experiencia muy fuerte, pero ajena a mi persona. Mientras que Páginas… sí es una película muy ligada a acontecimientos que conciernen a mi vida y a la de las personas de mi edad.

Ya para terminar, me doy cuenta de que se me queda un elemento importante dentro de tu trayectoria cinematográfica, que es tu participación en los Comités de Cineastas del Nuevo Cine Latinoamericano. Este Nuevo Cine Latinoamericano, según sus críticos y analistas actuales, ha seguido una trayectoria similar a la que siguieron algunas películas cubanas de las que acabamos de hablar: es decir, de lo colectivo a lo individual; la tendencia a contar historias más relacionadas con el mundo interior de las personas, que con los sucesos nacionales. ¿Se puede hablar de Nuevo Cine Latinoamericano a estas alturas? ¿O es que va a ser siempre un “nuevo” cine si se propone abordar realidades distintas?

El cine latinoamericano también es muy importante en la historia de nuestra cinematografía porque la identidad latinoamericana fue orgánicamente sentida desde los primeros momentos de la fundación del ICAIC, y también fue utilizada por este para fortalecer nuestra unión con América Latina, lo cual no quiere decir que el ICAIC se mantuviera distante, ni mucho menos, de las mejores expresiones de las cinematografías de los países del entonces campo socialista. Pero Alfredo trabajó siempre con la convicción de que nuestra unión con América Latina era estratégica y vital, por lo que cuidó mucho esa relación del cine cubano y creo que eso nos marcó a todos, es decir, a la primera y segunda generaciones de cineastas del ICAIC.

Tú no estuviste en Viña del Mar.

No, yo me incorporo en el año 1974, cuando se crea el Comité de Cineastas en Caracas. Pero yo entro en el Comité en un momento en el que el propio Movimiento está repasando la década del sesenta. Es un momento en que se han acumulado las experiencias necesarias para revisar el proyecto de América Latina, tanto desde la idea de la liberación nacional, como desde su diversidad. Y este era un movimiento solidario, sobre todo con el Cono Sur, porque lo que venía caminando ya era impresionante en términos de represión de las dictaduras militares, el Plan Cóndor y todo lo que después hemos conocido más extensa e intensamente.

Ya hoy, después de los ochenta, ha aparecido una nueva generación que se reconoce en parte, o sencillamente no se reconoce, en los cineastas de las décadas 1960 y 1970. Y cada día que pasa uno sabe menos qué es el Nuevo Cine, ya que es muy diverso. El problema está en que “nuevo” fue el adjetivo que se utilizó continentalmente para acuñarlo frente a viejo, aunque con el vocablo viejo no hablamos del cine cubano antes de 1959, sino que estamos hablando de un cine latinoamericano importante, sobre todo en los países claves (Argentina, México, Brasil). Con “nuevo” pretendíamos marcar la ruptura, la separación. Pero esa separación marcó un proceso de constante renovación que no termina, que sigue hasta nuestros días y que lo que busca, en última instancia, es separarse del cine puramente comercial.

Llamémosle entonces Cine Latinoamericano Actual. Pero, hablando de tu prodigiosa memoria, de la que has dado pruebas fehacientes, yo te haría ya una última pregunta, que es la siguiente: mirando tu propia vida desde la perspectiva actual, ¿hay algo de lo que te arrepientes en tu trayectoria, algo que hoy harías de otra manera? ¿O piensas que no, que nunca actuaste equivocadamente?

No, no. Seguramente que me he equivocado muchas veces. Pero, si tuviera que decirte algo para cerrar —ya tengo setenta años—, me dedicaré mucho más a los proyectos personales que a los proyectos globales. Es decir, me preocuparé más por mis posibilidades como creador, en el orden personal, y que sean los más jóvenes los que se encarguen de muchas cosas que asumí durante todos estos años de vida en la Revolución.

Bueno, pues te deseo que tengas suerte y tiempo disponible.

Gracias.

(Del libro Por la izquierda. Dieciséis testimonios a Contrarriente. Tomo III. Selección y prólogo: Julio César Guanche y Ailynn Torres Santana. Ediciones ICAIC, 2013)

Tomado de: Cubacine

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Polémicas del cine y la Revolución en Cuba (Parte IV)

Manuel Pérez Paredes. Premio Nacional de Cine 2013

Por Ambrosio Fornet

De hecho, vivimos un momento muy intenso de eso que describes como unidad, cuando Alicia en el pueblo de Maravillas. Hubo un momento anterior, relacionado más bien con lo que decías del ajuste a los presupuestos, y fue el momento de Cecilia. Ahí Alfredo apuesta todas las cartas por un hecho artístico pocas veces visto en el cine cubano: la superproducción Cecilia, de Humberto Solás, película extraordinaria, de un despliegue visual y escenográfico tremendo, pero muy costosa, al punto que, de cierta forma, paraliza al ICAIC. Pero el fenómeno Alicia… no tiene nada que ver con esto del presupuesto… La reflexión con que se encara el fenómeno, no hacia el interior, sino hacia el exterior del ICAIC, es: no es posible, bajo estas condiciones económicas, tener varios centros de producción cinematográfica. Y la respuesta lógica era: si tiene que haber uno solo (lo más sensato desde un punto de vista económico), pues que sea el ICAIC. Pero el problema no iba exactamente por ahí, y ese es el momento en que creamos lo que yo llamo “el soviet del ICAIC”, en el que participamos tú, yo y otros compañeros, incluyendo a Titón, a Santiago, a Humberto, etcétera. Lo llamo “el soviet del ICAIC” porque por primera vez, en mi escasa vida de revolucionario, vi funcionar un soviet. ¿Qué quiere decir esto? Que frente a un objetivo determinado, que era salvar al ICAIC y a su producción cinematográfica, se unieron todas las fuerzas internas del ICAIC: creadores, directores, asesores, técnicos, trabajadores de todos los departamentos. Éramos dieciocho personas, si mal no recuerdo, que nos reuníamos diariamente a discutir, y todo lo que se discutía y se decidía, iba inmediatamente a informarse a las distintas secciones, lo mismo a la Distribuidora que a la Cinemateca. Todos estaban, diariamente, al tanto de por dónde iba el proceso.

Tú estabas muy directamente relacionado con la cuestión de Alicia… porque recientemente se habían establecido los Grupos de Creación, dirigidos por Titón, Solás y tú, y esa película había salido de tu grupo, a través de Daniel Díaz Torres. ¿Cómo fue el proceso de producción de la película y cómo lo encararon ustedes después? ¿Qué hubo por parte de ustedes? ¿Una autocrítica…?

Yo creo que la Comisión de los 18 no se puede explicar si no se habla de los Grupos de Creación como atmósfera, como clima previo dentro del ICAIC. No es el único factor, es un antecedente inmediato, pero es bien importante. La creación de los Grupos fortaleció durante tres años (de 1988 a 1991) el sentido de pertenencia porque se formaron por afinidad con quien dirigía cada uno, pero también era determinante la identificación entre aquellos que los integraban. De pronto, en el grupo del que yo era responsable podía no estar alguien que aunque se comunicaba muy bien en términos personales y creativos conmigo, no se sentía cómodo con algunos de sus integrantes y prefería estar, por lo tanto, en el de Titón o en el de Humberto. Y también sucedía a la inversa. Era una unidad compleja, no exenta de riesgos y tensiones, pero yo la recuerdo como enriquecedora.

El trabajo consistía en analizar y aprobar un proyecto en todas sus fases: desde la idea hasta el guion ya listo para entrar en prefilmación (la sinopsis argumental, o sea, el despegue industrial y artístico del proyecto, debía ser aprobada, o no, por la Presidencia del ICAIC). Luego seguía el mismo proceso de asesoría del Grupo en la etapa de edición, hasta llegar a la mezcla final. Esto es algo complejo en la creación cinematográfica y tenía sus variantes y matices de acuerdo con las características del autor y de la obra en proceso: cómo ayudar respetando la autonomía del autor; cómo ser oportuno; cómo decir o cómo escuchar, desde la persuasión del intercambio de criterios y del debate, que un guion no funciona así como está, que necesita más trabajo o un replanteo más radical; o cómo se puede mejorar la edición quitando o cambiando algo, incluso incidiendo en propuestas de modificar la estructura.

La Presidencia del ICAIC descentralizó en esos años la toma de decisiones en sus etapas intermedias, pasándolas a los Grupos. Desempeñábamos un papel de colaboración en el proceso creativo sin limitar la responsabilidad del director como máximo responsable de la obra. Así, hasta el momento en que se concluía la mezcla final de la película y pasaba a ser aprobada o no por la Presidencia del ICAIC.

Vale aclarar que formar parte de los Grupos no era obligatorio. Cada uno de ellos estaba integrado por unos diez realizadores, pero hubo varios compañeros que se mantuvieron independientes y eran atendidos directamente por Julio.

Daniel [Díaz Torres] pertenecía a tu grupo.

Sí. El proyecto de Alicia… se presenta al Grupo en el momento que se está desarrollando en Cuba el llamado Proceso de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas (1986-1989). Cuando yo leo la primera versión del guion (finales de 1988), escrito por Daniel y Eduardo del Llano, con la colaboración del grupo Nos y otros, me interesó mucho como propuesta, pero saltaba a la vista que era muy extenso todavía. Había que ajustarlo en cuanto al tiempo y mejorarlo en ese proceso. Consideré, junto con ellos y después con los otros integrantes del Grupo, que estaba bien encaminado y muy a tono con el clima que se estaba llevando adelante frente a las causas subjetivas de nuestros problemas internos. Una sátira de nuestra realidad desde una mirada revolucionaria. De esto último no había la menor duda, si bien tenía conciencia de que podía provocar discusiones dentro del país.

Estamos hablando de un momento en el que se estaba llevando adelante la Perestroika en la URSS, su repercusión en el entonces campo socialista europeo y, en general, en el mundo. Esto iba incidiendo progresivamente, de diversas maneras, sobre nosotros. Pero el clima dominante lo daba nuestra Rectificación.

Finalmente, se filma y se edita la imagen en el primer semestre de 1990. Estas etapas no modificaron lo que yo había leído a finales de 1988. Era lo mismo, en esencia, convertido en obra concluida al terminar 1990. Pero en ese momento el mundo ya era, definitivamente, otro: la crisis galopante la expresaba, como hecho simbólico, el derribo del Muro de Berlín. Se había ido desmoronando, en cuestión de meses, el campo socialista europeo, y a la URSS le quedaba un año corto de vida…

Y de pronto, cae sobre la película todo un aguacero. Parecía desproporcionada esa reacción respecto a la película misma. Le pasó un poco como a P.M., por eso es que me pregunto qué fue exactamente lo que pasó ahí.

Julio vio la película y la aprobó en los últimos días de 1990. Se cortó el negativo y las primeras copias estuvieron listas a finales de enero del año siguiente. Tanto Julio como nosotros (Daniel, el Grupo, yo como responsable de este), teníamos conciencia de que la coyuntura se había ido haciendo más difícil para abrirse a planteamientos críticos, más aún en el estilo en que los expresa el filme. Creíamos en su validez e íbamos a defenderlo sin ignorar la situación existente. Estábamos totalmente dispuestos a escuchar y que se nos escuchase ante la disyuntiva de exhibirlo o no en ese momento.

Pero las cosas fueron más allá…

Alicia… se proyectó en niveles internos de dirección del país y supimos que Julio había participado en reuniones relacionadas con ella y con el ICAIC como organismo. Por su responsabilidad estatal, no nos tuvo al tanto de esas interioridades. Nos íbamos enterando de que empezaban a circular reproducciones del filme en video doméstico. Por aquí y por allá llegaban rumores y comentarios de opiniones que se daban en proyecciones que se realizaban en viviendas o instituciones… Se empezó a crear una atmósfera soterrada, políticamente desfavorable a la película. Aquí y allá se la calificaba como hipercrítica o negativa, e incluso contrarrevolucionaria. Las circunstancias objetivas y este proceder, previo a cualquier discusión-decisión con los realizadores del filme, se mezclaban para incrementar y deformar la carga crítica real de la película y la convertían en algo explosivo, lo que favoreció, desde temprano, los brotes de desmesura contra ella. Se empezaba a desnaturalizar cualquier discusión o debate riguroso sobre el filme.

Estamos en enero de 1991.

Sí, los primeros meses de 1991. La dirección de la Revolución se estaba planteando cómo enfrentar lo que se avecinaba. Empezaba lo que terminamos llamando Período Especial y todo se anunciaba como bien incierto y difícil. Aquí estamos ante un problema, creo que algo similar pero, también, me parece, algo diferente a las polémicas de las que hemos hablado. Una película cubana que, entre enero y abril de 1991, se va considerando por sectores de la dirección de la Revolución como dañina, ni siquiera apta para un debate abierto entre revolucionarios.

Nuevamente el problema de lo que es o no es oportuno en determinadas circunstancias o, más radicalmente, de algo que se rechaza de plano por cuestiones de principios, algo con lo que no se dialoga… Lo cual nos conduce a un problema de procedimiento: ¿qué debe hacer la Dirección del país ante una película realizada por revolucionarios y que se considera, por un sector importante de esa Dirección, en un rango que va de irresponsable a negativa? (eso, para no hablar de calificativos más graves, que para nosotros resultaban inaceptables). Todo esto en los meses en que se especulaba, en una parte del mundo, sobre “la hora final de Fidel Castro” y muchos iban haciendo las maletas para regresar a La Habana desde la Florida.

En el mes de marzo, Daniel, después de una reunión que tuvimos él y yo con Armando Hart, entonces Ministro de Cultura, le entregó una carta, que firmamos los dos, en la que exponía las razones que lo llevaron a realizar el filme y su plena identificación con la película, ya como obra terminada, defendiéndola y al mismo tiempo abierto a una discusión constructiva. El día 30 de abril, Daniel volvió a escribirle a Hart. Esta vez la razón fue el incremento desmedido de la sorda campaña crítica contra la película a partir de las proyecciones informales de las que nos seguían llegando versiones y rumores. Ya en aquellos momentos, los calificativos agresivos y las interpretaciones delirantes que se manejaban contra el filme, iban haciendo imposible el que todo esto concluyera con un debate positivo.

Se dirigían a Hart como Ministro de Cultura…

Exactamente. Y dos semanas después de aquella reunión, el 13 de mayo de 1991, nos llega la noticia de que el ICAIC va a ser disuelto, por acuerdo tomado en el Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros, para fusionarlo con los Estudios de Cine y Televisión de las FAR y con el ICRT. El compañero Enrique Román, que presidía el ICRT, pasaría a dirigir la Comisión encargada de la fusión de las tres instituciones. Julio García-Espinosa cesaba en su cargo de presidente del ICAIC y pasaba a asesor del Ministro de Cultura.

Esta información la dieron Hart en el ICAIC y Carlos Aldana en el ICRT. Ya cuando Hart estuvo allí, algunos compañeros le plantearon preocupaciones y dudas en torno al hecho y al procedimiento. Yo me encontraba fuera de la ciudad esa mañana… El argumento que se manejaba para explicar la fusión era atendible: viene el Período Especial y es necesario reducir gastos, centralizar equipos, recursos de toda índole, personal calificado… Los razonamientos se podían discutir, pero eran comprensibles. Nosotros teníamos la impresión de que eso podía ser verdad, pero que no era toda la verdad, e incluso, tal vez, muy poca verdad. Pensábamos que por la forma desjerarquizada en que quedaba el ICAIC en aquel proyecto de fusión, había una pérdida de confianza en nosotros.

Entre los centros productores de cine, el ICAIC pasaba a ser uno más…

Empezamos a reunirnos aquella misma noche algunos integrantes de los tres Grupos y otros compañeros. Creo recordar que estabas tú, estaban Titón, Daniel, Fernando Pérez, Juan Carlos Tabío, Rebeca Chávez y Senel Paz, Pastor Vega… No puedo precisar más, por el tiempo. Humberto estaba filmando El siglo de las luces…

Santiago Álvarez estaba en México. Se incorporó después.

Éramos unos ocho en un primer momento y llegamos a la siguiente conclusión: no permitir que aquello sucediera sin manifestar nuestro desacuerdo y discutir la decisión tomada. Claro que nos enfrentábamos a un hecho consumado, era un acuerdo tomado por el Consejo de Ministros que había sido publicado en la prensa y en los demás medios, por lo tanto, las perspectivas de modificarlo eran remotas o ninguna.

Así fue naciendo aquella Comisión que en uno o dos días, no recuerdo con precisión, llegó a estar formada por dieciocho personas, Santiago entre ellas, efectivamente. Ahí acordamos detenerla, porque para ser productivos en las discusiones y llegar a pasos concretos, en poco tiempo, no debíamos ser más. En la Comisión estaban representadas todas las tendencias, todas las corrientes dentro del ICAIC, integrantes de los tres Grupos, realizadores de dibujo animado, asesores artísticos… Más allá de nuestras simpatías o antipatías, personales o artísticas, lo que predominaba era un sentido de pertenencia para sostener una concepción de los procedimientos y la ética, y una manera de defender una posición en la cultura artística en un momento tan difícil como el que vivía Cuba.

Y hasta la existencia misma de un organismo que había demostrado que era capaz de trabajar con rigor.

Así mismo. Por eso, en lo inmediato nos dirigimos por carta al Ministro de Cultura, pidiéndole una reunión como primer paso. A partir de ahí, comenzamos a diseñar nuestra consideración fundamental: se ha tomado una decisión que pensamos es muy discutible y en la cual el ICAIC queda injustamente devaluado.

Lo increíble, es cómo gente tan diferente logró ponerse de acuerdo. En medio de complejas discusiones redactábamos cartas y documentos firmes y unificadores y decidíamos pasos concretos por consenso. Ahora, eso no se hubiese alcanzado si no hubiera una historia llena de debates anteriores, digamos, de entrenamiento… No se puede comprender si no miras la historia de esta institución llena de virtudes y defectos, pero que si una virtud preservaba en aquel momento, era su capacidad de polemizar dentro de una unidad básica de principios.

Llegamos a un punto, varios días después del 13 de mayo, en que frontalmente, un dirigente de la Revolución de aquel momento, me dijo que lo que de manera particular le preocupaba a él no era Alicia… sino la tendencia dominante que existía en el ICAIC…

Pero esa era una tendencia que venía de atrás.

Claro, y él fue sincero, frontal y bastante claro dentro del marco de una conversación. A los argumentos iniciales de la fusión se añadía, con más fuerza, la carga de la actitud contra Alicia… y hacia lo que se calificaba como “tendencia”.

Aquí estábamos tocando ya el pollo del arroz con pollo. La tendencia no era Alicia… solamente; la tendencia podía ser también Plaff, podía ser Papeles secundarios u otras películas anteriores. Lo que hizo Alicia… fue ponerle la tapa al pomo porque, además, se había terminado cuando estaba comenzando un período dificilísimo para el país, de incertidumbre y sobrevivencia.

Yo también, como hicieron otros, trataba de meterme en la piel de los que pensaban distinto a mí. La única manera de lograr un diálogo constructivo y defender nuestra posición era tratar de comprender la lógica de los que habían tomado aquella decisión. No estábamos en las nubes, no éramos ajenos por sensibilidad y onciencia a lo que se nos venía encima. Esto sucedió en mayo-junio, y en agosto fue el golpe de Estado a Gorbachov en la URSS, se acaba el PCUS, Yeltsin toma el poder, en fin, el desastre escalonado… De hecho, una de las reuniones de la Comisión de los 18, en el Comité Central (tú te acordarás), se suspendió porque fue el momento del intento de derrocar a Gorbachov, un fracaso que recuerdo como algo ridículo. Yeltsin y sus seguidores manipularon la situación y él se convirtió en el líder de lo que iba a desembocar en la desaparición de la URSS.

O sea, que se estaba discutiendo una película al mismo tiempo que se estaba acabando un mundo. Recuerdo que yo iba, todos los días, de mi casa en el municipio Playa, al ICAIC, y al entrar en el municipio Plaza había una valla, en el puente de la Calle 23, que decía: “2El futuro pertenece por entero al socialismo”. Yo me formé políticamente en una etapa en que 81 partidos comunistas de varios países, reunidos en Moscú, en 1960, proclamaron lo que esa valla sintetizaba: vivimos en la época de transición del capitalismo al socialismo. Pero dolorosamente no era cierto. Lo verdadero era que estábamos viviendo una situación que nos obligaba a un replanteo radical, sin abandonar las posiciones de principio. Sigo creyendo que el socialismo será el futuro, pero hay que replantearse y repensar muchas cosas para hacerlo realidad. Esa época de transición va a demorar más de lo que yo, y muchos como yo, nos imaginábamos.

Existe en la actualidad el proyecto de un socialismo del siglo XXI que no existía en nuestra época y al que tenemos que darle un voto de confianza… Manolo, esa Comisión de los 18 que se creó para responder a esta situación, fue un grupo, como ya decías, muy dinámico, muy activo, y vivimos una experiencia muy gratificante que fue la que reencauzó nuestra discusión y nuestra propia actitud. Estábamos de acuerdo con los motivos de la posible fusión de los organismos (un país en Período Especial no se podía dar el lujo de mantener tres instituciones productoras de cine), pero no estábamos de acuerdo con que no fuera el ICAIC quien dirigiera el nuevo organismo fusionado. Debía ser el ICAIC por su trayectoria y experiencia. Y el otro aspecto que tocamos, si mal no recuerdo, fue que, para dirigir este nuevo organismo creado por aquellos tres afluentes y dirigido por el ICAIC, debía venir una persona que gozara de nuestra confianza. En qué sentido esto último: en el sentido de que tenía que ser una persona de la cultura, que tuviera conocimiento de la trayectoria del ICAIC y del cine cubano y que fuera capaz de proyectarse hacia el futuro con la seguridad que nosotros esperábamos. Y un día en que estábamos reunidos los dieciocho —el soviet en pleno—, tocaron a la puerta. Y cuando abrimos, vimos que quien estaba tocando y pidiendo que se le permitiera entrar, era Alfredo Guevara. ¿Qué fue exactamente lo que sucedió?

Yo lo recuerdo de la siguiente manera. Mientras se desarrollaba nuestra protesta, desacuerdos y diálogos con Armando Hart, se toma la decisión de estrenar Alicia… en los cines del país. La información de la disolución se había dado el 13 de mayo y el estreno fue el 13 de junio. Pero nos enteramos informalmente que se exhibiría la película acompañada de una movilización, hacia los cines, de los militantes del Partido. Algo excepcional, que desnaturalizaba aún más la relación del público con el filme; un dato más para complicar los argumentos iniciales de disolución y fusión, y un hecho adicional para enrarecer aún más el diálogo. Todo se iba poniendo cada vez más difícil.

Por la manera en que se desarrollaban los acontecimientos, era evidente que existían, frente a nosotros, por lo menos, dos actitudes diferentes. Los que estaban por dialogar y los que consideraban que con nosotros no había nada que hablar.

La movilización de militantes para cuidar el estreno —de jueves a domingo en los cines de La Habana y el fin de semana en las capitales de provincia— puso al rojo vivo la situación. Nosotros habíamos planteado en más de una reunión que considerábamos que Alicia… debía estrenarse normalmente, ser criticada o celebrada como cualquier película, por críticos y por el público, no convertirla en un “caso”. Pero la desmesura se había entronizado en todo el asunto y estaba en plena espiral. La movilización de militantes coincidió con una reunión del Consejo Nacional de la UNEAC que se pronunció críticamente contra la movilización, considerando que no procedía de ninguna manera esa actitud hacia la película.

Yo fui con mi esposa por algunos de los cines de La Habana donde se exhibía, porque quería ver lo que estaba pasando. Llegamos al cine Ambassador y nos encontramos con una cola esencialmente de hombres, muy pocas mujeres, esperando para entrar a la siguiente función, porque la sala estaba llena. Había una situación especial en los cines; en cada uno se había instalado como un puesto de mando. Fui hacia la puerta de entrada, ya que tenía un pase histórico, y me encuentro con una portera, que no era la habitual, que me informa: “No, ese pase no vale hoy”. Le respondo que no pretendía sentarme a ver la película, que solo quería pasar a la sala y observar un rato la reacción del público. Ella me repite que el pase no valía ese día y agrega: “En relación con el público, yo le puedo decir lo que ellos piensan: la película no le gusta a nadie”. Mi esposa no se pudo controlar y le dice que eso no es verdad. La mujer se levanta y le responde: “¿Usted me está llamando mentirosa?”. Aquello amenazaba complicarse en demasía, en pocos segundos, en la puerta de un cine, y ese no era mi objetivo, y decidí irme de allí… con la presión un poco más alta, como es natural.

En medio de la tensión de ese peculiar estreno, es que los dieciocho decidimos escribirle directamente a Fidel, poner en su conocimiento de manera directa nuestro punto de vista y pedirle su intervención. Santiago Álvarez llevó la carta al Consejo de Estado. Al día siguiente nos contesta Fidel diciéndonos que inmediatamente después de concluidos los días de exhibición, se crearía una Comisión, al más alto nivel del Estado, que dialogaría con los dieciocho firmantes de la carta, sobre las incidencias ocurridas (esta fue la Comisión presidida por Carlos Rafael Rodríguez e integrada por Carlos Aldana y Alfredo Guevara).

También por aquellos días nos enteramos de que la dirección de la Revolución había mandado a buscar a Alfredo Guevara, que estaba de Embajador de Cuba en la UNESCO, en París. Él llegó a La Habana después que Alicia… ya había terminado el ciclo de proyecciones planificadas. Como bien recuerdas, un lunes por la tarde se presentó en el salón donde nos reuníamos los dieciocho. Antes ya había conversado con Fidel, e imagino que también con otros dirigentes, y estaba informado de lo medular que había sucedido y el punto en que se encontraba la situación. Nos dijo que había venido con la misión de tratar de ayudar a superar las dificultades que se estaban produciendo en el diálogo. Todos estábamos de acuerdo en que no había mejor interlocutor para que el debate fuera fructífero. Pero, históricamente, como parte de la vida interna del ICAIC, se habían dado muchos diferendos entre Titón y Alfredo, y las relaciones habían quedado lastimadas en el período en que este último pasó a ser Embajador en la UNESCO.

Alfredo planteó que aquel proceso no se podía llevar a feliz término si él y Titón, que estaba presente, no resolvían sus discrepancias. Y, de una manera ejemplar, tanto Alfredo como Titón dejaron a un lado los asuntos y enfoques que los distanciaban y sellaron una unidad, como compañeros, ante la situación que se enfrentaba. Fue un momento de grandeza por parte de ambos. Estaremos de acuerdo, tú y yo, que en aquella experiencia salió lo mejor de nosotros mismos. En sus pocos meses de vida, se mostró cómo las pequeñeces se fueron al diablo y primó entre nosotros la idea de la unidad para defender aquel proyecto, que era cinematográfico, que era cultural y que, a la larga (y esta es una conclusión a la que yo he llegado con los años), era un proyecto de vida, una manera de ver las cosas y de actuar sobre ellas. Después de todo un proceso fructífero, de discusiones y análisis, no hubo tal fusión y el ICAIC siguió existiendo. Claro, la vida ha dado también otros golpes, pero esa es ya otra historia.

A eso era a lo que le llamabas la unidad en la diversidad, que es en este caso una unidad no estática, sino dinámica. ¿Por qué? Porque es una unidad que se proyecta hacia el futuro, hacia tareas, hacia metas que uno mismo se impone y por las que vale la pena luchar.

Y estamos hablando de una forma de la unidad que es altamente riesgosa y que es, al mismo tiempo, imprescindible.

(Del libro Por la izquierda. Dieciséis testimonios a Contrarriente. Tomo III. Selección y prólogo: Julio César Guanche y Ailynn Torres Santana. Ediciones ICAIC, 2013)

Tomado de: Cubacine

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Polémicas del cine y la Revolución en Cuba (Parte III)

Manuel Pérez Paredes. Premio Nacional de Cine 2013

Por Ambrosio Fornet

Claro, que el clima se enrarece aún más, e incluso toma otra dirección, cuando interviene el Caso Padilla, con las protestas por parte de intelectuales europeos y latinoamericanos. Se mezcla todo porque, efectivamente, se asocia el Primer Congreso de Educación y Cultura con el Caso Padilla, que, en definitiva, no debió haberse asociado. Pero coincidió en el tiempo y, probablemente, en el enfoque general. Padilla aparecería como un disidente absolutamente inesperado y gratuito.

Ahora, hemos hablado sobre la posición de otros sectores y otros grupos con respecto al ICAIC y su política. Hay quejas del ICAIC, que se transmiten de la primera generación a la segunda, en relación con una política que tiene que ver con el cine anterior a la Revolución y el cine, escaso o no, que se ha hecho por parte de quienes se fueron del país. ¿Tú qué piensas? ¿Se sintió el ICAIC internamente involucrado en esa polémica? Ahora hay quien defiende el cine del pasado. Yo, recientemente, he vuelto a ver diez o doce películas anteriores a la Revolución y te digo que cuesta trabajo… Tú puedes salvar La Virgen de la Caridad, puedes salvar los rollos de Garrido y Piñeiro, las películas de Manolo Alonso, especialmente Casta de roble, pero del resto se salvan solo secuencias o fotogramas: Rita Montaner cantando o determinado actor haciendo un papelito. Pero en general, en mi modesta opinión, es poco lo que se salva… Y estoy hablando, por supuesto, de las películas posteriores a la aparición del sonido. Claro que hay un cine silente que tiene el valor de las piezas arqueológicas del cine cubano. Pero ¿cómo ves tú esa posición con respecto al cine anterior y al de los que se fueron? ¿Te parece una posición colectiva o que suscita discrepancias entre los especialistas?

Yo puedo aceptar —como he ido aceptando otras cosas, resultado de experiencias y reflexiones en este poco más de medio siglo— que las revoluciones son vanidosas. Todas. Y creo que la nuestra no escapa a eso en el sentido del “antes” y el “después”: la hora cero, el año uno…

Desde la Revolución francesa, que hasta cambió los nombres de los meses del año.

Y nosotros con las Navidades. Yo creo que eso tiene que ver con factores complejos, comprensibles históricamente. Se ha hecho una hazaña, que es la Revolución, y no se puede negar que, de alguna manera, la hazaña puede cegar en algunos aspectos, uno de los cuales puede ser la relación e interpretación de aspectos del pasado prerrevolucionario. Ahora, en relación con el cine que existía antes, ha habido entre nosotros sus diferencias de apreciación, de matices diría yo, a la hora de valorarlo. Pero el cine cubano anterior a 1959 nunca fue un punto de referencia de ninguno de los compañeros que empezamos a trabajar en el ICAIC. Buscamos fuentes de inspiración en el buen cine que se había hecho en el mundo antes de la Revolución (en Italia, en Estados Unidos, en la URSS, en Francia, en América Latina) y en la cultura cubana en general. Nunca nadie pensó en ir a ver el cine de Ramón Peón o el de Manuel Alonso considerándolos un posible punto de partida. Ni los primeros (Alfredo, Titón, Julio) ni los que fuimos llegando después, encontramos en ese cine un aliento creativo.

¿Qué puede haber faltado para que ahora haya ese intento de rescate? Bueno, se le ignoró en demasía, se debió reconocer que existió, que hubo ciertos esfuerzos que había que valorar como tales, aunque no se puedan premiar como resultados.

Pero a mí, francamente, sí me preocupó, hablando de vanidades, el predominio de esa corriente que consistía en encarar simplonamente el pasado de más de medio siglo de República, como si casi toda ella hubiese sido una gran farsa, solo salvada por acontecimientos puntuales, con su lista selecta de héroes, mártires y figuras muy destacadas. No fue buen antecedente para los que nacieron después, el hablarles del pasado despojándolo de su complejidad, presentándoles, en ocasiones, personajes y hechos de forma maniquea, sin contextualizarlos, y preguntarse peyorativamente: ¿qué república era aquella? Y tirarla al cesto. Por suerte, esto no fue absoluto y siempre hubo historiadores y figuras de nuestra cultura que enfrentaron esa corriente. Particularmente en los últimos años ha predominado un estudio y rescate muy fuerte de esos 57 años de República, y se han asumido en su riqueza de claridades y oscuridades. Pero en el caso del cine, yo siento que lo que hay que hacer es no ignorar y respetar los esfuerzos, aunque no hayan sido logrados como resultados artísticos. Sí, creo que en un primer momento hubo una tendencia a ignorar completamente todo aquello; no hubo reconocimiento de lo ya hecho.

Tábula rasa. Y en el caso de directores, principiantes en ese momento, que hicieron películas al inicio del ICAIC y luego se fueron… ¿se han vuelto a exhibir esas películas? Porque te decía que he visto, hace unos meses solamente, en ciclos de la Cinemateca, diez películas anteriores a la Revolución. Pero películas posteriores a la Revolución, de directores que se hayan ido, ¿las han puesto?

Mira, yo no puedo hablar con profundidad de este tema, a lo largo del medio siglo transcurrido, porque lo he seguido de manera muy general. En el fragor de las confrontaciones políticas e ideológicas en que hemos estado inmersos en todo este tiempo, no excluyo que se puedan recordar momentos no felices, de reacciones temperamentales o de coyuntura, a la hora y manera de recordar u olvidar. Pero considero que la política dominante en el ICAIC no ha sido negar las películas de los que se fueron en los años sesenta. Esas obras forman parte de la historia de nuestro cine y hay que reconocerlas en textos y catálogos oficiales, y exhibirlas en retrospectivas o cuando sea. Ahí hay de todo. En mi memoria destaco más la importancia de algunos documentales —los de Guillén Landrián, por ejemplo— que los trabajos de ficción de aquellos años. El tiempo ha ido situando cada uno de esos filmes en la dimensión cultural y artística que les corresponde.

Creo que los olvidos voluntarios tienden a estimular, como reacción, descubrimientos de valores que no son tales, lo que puede ayudar a entender mal esas obras, a sus autores y al contexto en que se produjeron. Ya posteriormente, de la década de los setenta hasta hoy, tenemos obras de realizadores como Sergio Giral, Rolando Díaz u Orlando Rojas —para mencionarte tres, aunque son algunos más—, que decidieron marcharse del país y que dejaron películas documentales y de ficción que han alcanzado significación superior a las de los sesenta, algunas de indiscutible valor artístico.

Hay un elemento importante, que no ha sido suficientemente estudiado, y se relaciona con la necesidad de aumentar la producción (era imposible que el ICAIC se quedara en tres o cuatro películas anuales, se quería llegar a diez), y es el momento en que Julio enuncia la idea de la “dramaturgia de lo cotidiano”, que permita hacer películas más baratas, con menos tiempo de rodaje, y mantener una producción estable, lo cual beneficiaría también el desarrollo de los jóvenes directores. Pero esa fase ha sido también un poco criticada, porque se parte de los grandes paradigmas (como Memorias… o Lucía) y, de pronto, las películas de los setenta —que es el momento en que se desarrolla esa línea propuesta por Julio— no llegan a ese nivel, al menos en su conjunto. ¿Piensas que fue adecuado aplicar esta política general, es decir, promover la producción y pensar que eso redundaría en beneficio de todos, tanto en el aspecto laboral y de un lenguaje nuevo, como desde el punto de vista de la comunicación con el público? Hace un momento hablabas de cómo Memorias… no había logrado establecer un contacto con el público en el momento de su aparición, mientras que este otro tipo de películas sí podía encontrar un público más receptivo. En un momento determinado (año 1973) tú entras con una película de gran éxito como lo es El hombre de Maisinicú. ¿Me puedes ligar estos dos fenómenos: la orientación hacia la dramaturgia de lo cotidiano con tu propio interés en hacer películas como la que acabo de mencionar?

Déjame hacer un poco de recuento para conectar, a mi manera, y muy sintéticamente, dos momentos de la vida del ICAIC. Cuando comenzó la década del setenta, específicamente a principios de 1972, el personal artístico tuvo una serie de reuniones en la biblioteca del noveno piso, que fueron presididas por Julio García-Espinosa. En ellas se estuvo revisando la situación de la producción de finales de los sesenta hasta 1971. Era un momento en que el país comenzaba a dar giros importantes en su organización y economía (Cuba entraba en el CAME). Se revisaron, en términos de procesos industriales, películas como Lucía, Páginas del diario de José Martí, Una pelea cubana contra los demonios, Los días del agua (puede que olvide alguna), cuatro películas costosas y con resultados creativos diferentes. ¿Qué es lo que sucedía? Estábamos habituados a realizar películas con un presupuesto estatal “paternal”: lo importante era que la película cumpliera su aspiración de cuajar artísticamente. Si luego se veía y se vendía mucho, genial; pero si era buena, no importaba que no tuviese éxito de público, porque lo determinante era el hecho artístico.

Habían existido, hasta entonces, controles y exigencias en los planes de producción y en la asignación de recursos, pero eran insuficientes; en ocasiones, tal vez, algo formales o poco rigurosos. En aquellas reuniones se introdujo esta preocupación: que había que trabajar para producir un cine más en consonancia con las posibilidades económicas que tenía Cuba, ganar conciencia del carácter industrial del cine y de la realidad económica sin abandonar, por supuesto, la permanente voluntad y rigor de alcanzar el máximo nivel artístico del que cada uno fuese capaz… Teníamos que pensar si se podrían hacer dos o tres películas con los recursos de una. Las que antes te mencioné habían sido realmente costosas para un país como el nuestro.

Poco después tenemos a realizadores como Oscar Valdés, debutando como director de largos de ficción con El extraño caso de Rachel K; Sergio Giral también realiza su primer largo, El otro Francisco; y yo, El hombre de Maisinicú. Me detengo en estas tres. Cada uno entró a partir de proyectos muy personales, no fueron encargos de la industria. En esos años, Titón filmó La última cena, película de reconstrucción histórica pero ajustada en el nivel de recursos y de costos; no fue como Una pelea cubana contra los demonios, que había sido una gran producción para nuestro cine.

Ahora paso a los años ochenta, concretamente a la etapa posterior a 1982, cuando Julio asume la presidencia del ICAIC y se produce un incremento en la cantidad de filmes que se realizan anualmente. Los directores que filmaron sus primeros largos de ficción en aquellos años (1982 a 1990) lo hicieron en otra Cuba, lo cual incide en el ICAIC; es otra atmósfera. No era la década de los sesenta. Claro está que cada realizador procesó y expresó este cambio a su manera. En mi criterio, fue una política correcta la seguida entonces por la dirección del ICAIC: respondía a otro momento y a otro período de formación, ya que se había demorado el inicio de esos compañeros como directores de largometrajes de ficción.

Todo esto forma capítulos o etapas de la vida del ICAIC, distintas concepciones y estilos personales, no antagónicas en lo esencial, que coexistieron y polemizaron en lo interno, y a la larga enriquecieron su desarrollo, sin negar desaciertos ni excesos en su aplicación. Porque, al mismo tiempo que este organismo protagonizó las polémicas nacionales que hemos recordado, fue en su interior un hervidero de discusiones dentro del personal creador. Tres figuras fundamentales fueron los generadores de los debates: Alfredo, fundador principal y cabeza dirigente del diseño estratégico, y Julio y Titón a continuación. No solo ellos; se pueden mencionar también a Humberto Solás, Santiago Álvarez, Jorge Fraga… Detrás seguimos los demás. Pero los tres primeros fueron los principales ponentes de las reflexiones y controversias. Lo que quiero decir es que entre nosotros predominó un clima de intercambio de criterios, muy valioso formativamente, y lo subrayo porque me parece clave para entender al ICAIC como ejemplo de diversidad enriquecedora de la unidad, lo cual se consiguió también porque no era una amplitud sin riberas; había un diseño de política cultural en la que se sustentaba esta diversidad, firme en sus bases y al mismo tiempo abierta a la realidad. De todas maneras, no fue fácil (nunca es fácil la vida de la diversidad y la preservación de la unidad), porque las coyunturas y las personalidades aportaron tensiones a la puesta en práctica de ese diseño y siempre hubo riesgos y momentos de fragmentación… Pero nunca el ICAIC se caracterizó por una unidad monolítica.

O por un simulacro de unidad.

Es mejor lo que acabas de decir, porque la unidad monolítica se puede justificar circunstancialmente, frente a peligros o confrontaciones extremas… Entonces la diversidad interna se sacrifica en aras de proteger lo esencial en un momento o etapa específica. Esto se comprende y se asume, pero al simulacro de unidad se llega por un proceso degenerativo de la defensa y cohesión de un proyecto, y eso sí que es fatal. Al defenderse de los peligros de la división, el pensamiento burocrático lo que hace es promover la imposición de la unidad y su representación teatral. Hay que reconocer ese simulacro en su peligrosidad. No siempre tenemos plena conciencia de lo que representa, lo que refleja como mal de fondo. Es catastrófico pensar que la unidad se pueda simular-imponer, convertir en escenografía, en autoengaño, que a la larga es suicidio o claudicación…

Claro, y es que hablamos de ciertas características que debe tener la unidad: una unidad dinámica, que nazca de la diversidad para que sea capaz de renovarse permanentemente.

Eso me parece clave. Esa es la unidad por la que vale la pena luchar. La otra “unidad” conduce a la cristalización y muerte, particularmente lamentable por el rasgo de simulación que la acompaña. “La falsa ortodoxia”, para recordar una idea de Alfredo. Ese camino, a veces más corto, a veces más largo, es el que puede convertir una verdad en mentira representada; de hecho, eso es la derrota.

Creo que el ICAIC logró sobrevivir a todos los debates en que estuvo implicado porque, aunque reaccionó en ocasiones con estilo de fortaleza sitiada, no se cristalizó, no se convirtió en estatua de sal, sino que se mantuvo como un lugar donde se seguía discutiendo fuertemente, aunque en los momentos críticos lo predominante era la unidad frente a las personas o las corrientes que representaban criterios contrarios a su concepción de política cultural, que era mucho más que específicamente cinematográfica. El ICAIC, a través del cine, presentó un proyecto de sociedad, lo que se ha expresado en sus películas y en las que compraba en el extranjero para exhibir.

(Del libro Por la izquierda. Dieciséis testimonios a Contrarriente. Tomo III. Selección y prólogo: Julio César Guanche y Ailynn Torres Santana. Ediciones ICAIC, 2013)

Tomado de: Cubacine

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Polémicas del cine y la Revolución en Cuba (Parte II)

Manuel Pérez Paredes. Premio Nacional de Cine 2013

Por Ambrosio Fornet

Y nacionalmente estaban ocurriendo cosas importantes también, como el ciclón Flora.

Sí, ese es un dato adicional que se puede incorporar al análisis de aquel contexto y que no ha sido valorado. Pero regreso por un instante a 1961 para hacerte una asociación con este momento del huracán Flora. Cuando los realizadores y promotores de P.M. le presentaron a Alfredo la película, para exhibirla en una sala de cine, luego de haberla transmitido por la televisión, habían transcurrido treinta días de la invasión de Playa Girón. Yo puedo pensar, desde la lógica que los movió a actuar, que fueron inoportunos, que aquella no era la circunstancia adecuada para su plan, pues aquel era un momento nacional que podemos calificar de marchas y de himnos. Después de Girón podía ocurrir la invasión directa norteamericana, y la Base Naval de Guantánamo era una zona de altísimo voltaje para la provocación en aquellas semanas.

Pero lo que sucedió con el Flora sí que no estaba previsto. La dulce vida se estrena el 23 de septiembre de 1963, cuando nadie podía imaginar el cruce del huracán por nuestro territorio.

El filme de Fellini era una de las diecinueve películas que ese año se estrenaron procedentes de países capitalistas, hecho que respondía a una política de amplitud y diversidad del ICAIC en su programación. Esa diversidad y amplitud no era la que sostenía Blas como dirigente político, ni otras corrientes de pensamiento que consideraban que el país tenía que estar acerado en su condición de fortaleza sitiada y no debía darle espacio a un debate con ideas y ejemplos como los que transmitían Buñuel en El ángel exterminador, Lautaro Morúa con Alias Gardelito, Pasolini con Accatone o Fellini con La dulce vida. Hoy puede parecer ridículo todo esto que estamos hablando, pero en aquellas circunstancias no lo era.

Ahora, el 3 o 4 de octubre, entra el Flora al país, hace aquel lazo dentro del territorio entre Oriente y Camagüey, y mueren mil y tantas personas en pocos días. Añádele las decenas de miles de viviendas que desaparecieron y la destrucción generalizada en todos los órdenes, en fin: un desastre natural como nunca hemos tenido. El gobierno trasladó su sede para Bayamo (Fidel estuvo allí y en buena parte de las zonas afectadas). Las imágenes registradas eran terribles, espantosas, son las imágenes que hicieron posible que Santiago Álvarez realizara Ciclón, su primer gran documental.

Hubo tres días de luto nacional. Terminado el luto, la vida volvió a la normalidad, y junto con esta, regresó La dulce vida a los cines. Y aquellos que estaban en contra de la política de amplitud y diversidad descolonizadora del ICAIC, porque la consideraban contraproducente con sus ideas acerca de las necesidades e intereses de la Revolución, se percataron de la presencia de ese factor adicional, que les cayó del cielo, y les favorecía para el debate. La exhibición de la película resultaba accidentalmente oportuna para sus puntos de vista. Estamos hablando del mes de octubre y la polémica comienza el 12 de diciembre.

No tengo duda en darle al Flora su cuota de contribución al momento en que se inició la polémica sobre la política de exhibición del ICAIC. Blas, en uno de sus artículos de respuesta a Alfredo, recordó los efectos del huracán y puso en boca de Fidel comentarios sobre el heroísmo de los hombres que se enfrentaron al huracán sin la presencia de escritores que narraran artísticamente el suceso. Era algo que venía gestándose, preparándose, y el momento y el lugar lo decidiría la coyuntura política. La carta a la sección “Aclaraciones”, de Severino Puentes, fue la chispa. Él era un actor de la televisión de la época, que terminó marchándose del país, pero que en aquel momento estaba muy preocupado porque consideraba dañinas aquellas películas, no educativas, en particular para los jóvenes a los cuales, según su opinión, podían desviar.

Hay otro aspecto que uno se pregunta: ¿por qué esa polémica no tuvo lugar en el interior de la dirección de la Revolución y estalló públicamente, en la prensa, y durante un par de semanas? Incluso tú y yo recordamos, y los que la hayan leído recordarán también, que fue creciendo en aspereza, y progresivamente se decían cosas durísimas.

Es evidente que ese debate no se reducía, o terminó no reduciéndose, a qué películas debe ver nuestro público y en especial nuestros jóvenes. Lo que terminó revelándose como esencial fue: ¿Qué sociedad socialista queremos crear? ¿Cómo se contribuye a formar, espiritualmente, a personas que aspiramos más completas, cultas y revolucionarias para edificar una sociedad más justa? ¿Creemos sinceramente que no debe haber espacio en las pantallas de los cines para La dulce vida, Accatone o películas de ese tipo, porque dañan, deforman, desvían a la juventud de los objetivos que el socialismo, y en particular el cubano, en sus condiciones peculiares, exige, necesita? ¿O, por el contrario, es preciso evitar que el futuro hombre socialista se convierta en alguien que se forma con los parámetros de una infancia permanente, vacunado contra las dudas y la complejidad de la vida, apoyado en la seguridad que dan las verdades cerradas de los manuales que, como escuché recientemente decir a un amigo, es una seguridad superficial y, por tanto, falsamente formadora de un hombre más pleno?

Hoy, Ambrosio, hablando de este tema en 2010, no hay que extenderse mucho más, sabemos a quién la vida le dio la razón.

Tú en algún momento me hablaste, y quiero a propósito recordártelo, de una experiencia que tuviste en un viaje al mundo socialista europeo. En ese viaje se te acercó alguien, creo que un soviético, y te preguntó: “¿Ustedes piensan seguir haciendo películas como Memorias del subdesarrollo?”

Sí, como no. Y aquí retrocedo hasta 1968 porque, en el fondo, estos debates no han terminado, no terminan, pasan a un segundo plano, se repliegan, pero se mantienen como cuentas pendientes y se retoman en el momento en que cada una de las partes considera más oportuno traerlo nuevamente al ruedo, a veces por algo que sucede inesperadamente y lo reactiva. Las raíces de estas divergencias están en la realidad del mundo en que vivimos y en la actitud que se tiene ante ella. Tenemos para rato mientras no se modifiquen sustancialmente, entre nosotros, muchas cosas, desde el punto de vista objetivo y subjetivo.

En 1968 (cinco años después de los sucesos a los cuales me refería hace unos instantes), un año que también se las trae por la complejidad y alcance de sus acontecimientos nacionales e internacionales, Memorias… se presentó en competencia en el Festival de Karlovy Vary, Checoslovaquia; creo que fue en julio. Este fue, si no me equivoco, el primer evento internacional al que asistió el filme.

Ahora, y haciendo un paréntesis que considero necesario, Memorias… no fue, desde el momento de su estreno, el suceso cinematográfico en que se convirtió después, con el paso del tiempo y las circunstancias. Cuando ocurrió el “Mayo del 68” en Europa, según recuerdo, Pineda Barnet, Titón y Julio, estuvieron ese verano en el Festival de Pesaro (Italia); ellos vivieron y nos contaron, la atmósfera europea, post mortem, del Che, las protestas por la guerra de Vietnam, la repercusión de la guerrilla en nuestro continente, la lucha de los negros norteamericanos por sus derechos, y las protestas específicas de la juventud europea. Todo mezclado. O sea, la atmósfera de un mundo que parecía iba a cambiar en más o menos corto tiempo. En ese contexto, una película como Memorias… no fue adecuadamente valorada. Incluso, en algunos lugares, encontró críticas adversas, fuertes. Ese personaje pequeñoburgués, que está juzgándolo todo pero no participa en nada, no era atractivo para un sector del público involucrado emocionalmente en aquel clima político.

Pero fue en Checoslovaquia, en aquel festival, donde la película se evaluó, por primera vez, con una luz más larga. Pienso que el público checo, más los asistentes al evento en aquel momento, julio de 1968, estaban en mejores condiciones de juzgar el alcance de una película que venía de una realidad como la nuestra. Allí fue bien reconocida por la crítica y por el público que la vio.

Hay que tener presente que es el conflicto de un hombre que duda y marca distancia, porque ellos estaban en un proceso similar al del personaje de Memorias…

Y estaban viviendo una conmoción interna que se conoció como “La Primavera de Praga”, que los hacía más sensibles a lo que estaba expresando Titón en esa película. De ahí que el filme haya sido tan importante en el evento. Creo, incluso, que fue la más premiada, compartiendo con otra película que no recuerdo. Eso ocurrió en julio, pero en agosto entra el pacto de Varsovia en Checoslovaquia.

En el mes de octubre tuve que viajar a la URSS como parte de una delegación del CNC, delegación compuesta mayormente por músicos, pero en la que iba una muestra de cine cubano, específicamente Las aventuras de Juan Quin Quín, de la cual yo había sido director asistente. Julio no podía ir. Yo era el único representante del ICAIC en esa delegación que recorrería distintas repúblicas de la URSS. Y estando en Moscú, un día se me acerca un señor mayor para hablar conmigo. No recuerdo cómo entró en el tema, pero en un momento dado, me dispara a boca de jarro: “¿Y en el ICAIC van a seguir haciendo películas como Memorias del subdesarrollo? ¿Van a seguir exhibiendo películas como El caso Morgan?”. Esta última es una película inglesa, dirigida por Karel Reisz, escrita por David Mercer y protagonizada por Vanessa Redgrave. La peculiaridad está en que Mercer es trotskista, y seguramente con una lupa bien deformada desde un punto de vista ideológico, él estaba en una lista negra. Y este señor que se me acercó, que evidentemente debe haber visto Memorias… en el festival, no solo me estaba preguntando por la película, sino también por la política de exhibición en Cuba, que era monitoreada. El caso Morgan es un filme que fue bien recibido por la crítica, pero no exactamente muy bien recibido por el público.

Entonces, Manolo, el hecho de que ese señor se haya acercado a preguntarte sobre las películas, nos da la medida de la forma de actuar de los funcionarios del cine soviético.

Y que el ICAIC era un organismo visto con una cierta cuota de desconfianza, de sospecha, ya que, supuestamente, no era del todo consecuente con las maneras en que se debía encarar la lucha ideológica en esos años. Pero yo tengo otros ejemplos además de este.

En ese mismo viaje en que converso con este funcionario del aparato del PCUS, asistí a la proyección de Las aventuras de Juan Quin Quín. Como asistente de dirección de la película, me la conozco perfectamente, y mientras la estoy viendo, me doy cuenta de que, en un momento dado, hay un salto de rollo, o sea, que han cambiado equivocadamente las bobinas. Le pido a la traductora que me lleve a la cabina y una vez allí, me aclara el proyeccionista que todo está correcto y que no ha habido ningún error. ¿Y qué descubro? Que al comprar la película, los soviéticos decidieron reeditarla. Entonces, una película en la que Julio juega con el tiempo de diversas maneras, lo mismo hacia atrás que hacia adelante, ellos consideraron que era más correcto hacerla cronológica para proyectársela al público soviético: se adjudicaron el derecho de hacer esa reedición por encima de Julio. Yo, lógicamente, me quedé estupefacto, sin nada que decir hasta llegar a La Habana y contárselo a Julio y a Alfredo, para que se procediera de la manera que entendieran.

El hábito de la censura: “Esta película tiene que ser como yo quiero que sea y no como tú la hiciste”.

Claro, y esta experiencia se convirtió en el colofón de la conversación con el funcionario.

Manolo, estamos hablando de 1968, más o menos. Pero demos un pequeño salto y caigamos nuevamente en la Isla, porque tres años después se desarrolló el Congreso de Educación y Cultura, que en un primer momento había sido Congreso de Educación y sobre la marcha se le agregó lo de la cultura, y tú desempeñaste un papel ahí, tú estuviste involucrado en él.

Te cuento la manera en que fui involucrado. El Congreso, como bien dices, fue en un primer momento de educación, pero pidieron la participación del ICAIC con ponencias en las cuales se abordara el papel del cine como medio que complementa y enriquece la labor del Ministerio de Educación, por lo que alguien del ICAIC debía estar en la comisión que, dentro del Congreso, abordaría el papel de los medios masivos de comunicación. Alfredo me encargó esa tarea y redacté la primera versión de la ponencia oficial. Escribí toda la parte que tenía que ver con la política de exhibición y Julio lo referente a la producción nacional. Finalmente, Alfredo le hizo una revisión de ajuste para presentarla en el Congreso.

Ahora, ese evento es un hecho de nuestra historia cultural del período revolucionario sobre el que se ha escrito y se seguirá escribiendo, principalmente por sus consecuencias negativas para la Revolución, en el campo de la cultura artística. En aquel momento, estuvo asociado al llamado Caso Padilla y lo que lo rodeó, autocrítica en la UNEAC incluida, pues los dos acontecimientos se hicieron coincidir en el tiempo. Posteriormente, en algunos organismos culturales, se produjo la interpretación y aplicación funesta de sus acuerdos, contenidos en la declaración final. Al respecto, se ha escrito bastante en los últimos tiempos al hacer el balance crítico de lo que tú bautizaste como “el Quinquenio Gris”.

Yo empecé a trabajar en la organización del Congreso el 20 de marzo, en la comisión que abordaría el papel de la influencia del medio social en la educación, en particular, los llamados medios masivos de comunicación. Ese día, o por aquellos días, me enteré que Padilla había sido detenido. En algún momento del mes de abril, nos informaron que iba a ser también un congreso de cultura, extensión que alcanzaría el ámbito de las manifestaciones artísticas. La comisión en la que yo estaba, creció en importancia y volumen de trabajo, y se dividió en dos, que finalmente fueron la 6A y la 6B. Yo quedé en esta última, en la cual el papel del cine sería objeto de análisis.

Pero la composición de los que iban a participar, y participaron en el Congreso, no se modificó porque se le añadiera la palabra “cultural”. Siguió siendo, predominantemente, un evento del mundo educacional. Un alto por ciento de delegados e invitados eran profesores, pedagogos, cuadros especializados, y dirigentes del Ministerio de Educación y de las organizaciones políticas y de masas que atendían ese frente. No tengo datos en este momento, pero era menos que mínima la presencia de delegados del sector artístico. Hubo algunos invitados del mundo de las artes o la literatura, principalmente cuando eran creadores que también tenían algunas responsabilidades en organismos culturales.

Este Congreso es otro acontecimiento que hay que estudiar con profundidad en su relación con las circunstancias que estaba viviendo la Revolución, tanto a nivel nacional como internacional. Había terminado el año setenta con un revés emblemático: el de la Zafra de los Diez Millones que se había quedado en ocho millones y medio. Pero no era el millón y medio de toneladas que había faltado por producir, el que nos hacía perdedores. Dada la manera en que se había convertido en un objetivo de la nación, de todos los revolucionarios, ese incumplimiento era de fuerte repercusión psicológica y simbólica. Ahí está el discurso de Fidel, ese 26 de julio de 1970, encarando el problema.

Pero lo que se nos había puesto en crisis, evidente y total, era un modelo autónomo de construcción económica socialista, que no había dado pie con bola, que había fracasado. No puedo ir más lejos por carecer de conocimientos serios de economía de lo que fue todo el quinquenio 1965-1970, pero creo que he expresado sintéticamente cómo sucedió todo. Al entrar en 1971, se impone la necesidad de ir por caminos que podemos llamar trillados, sobre los que se tenían numerosas dudas o reservas por algunos dirigentes revolucionarios; sin embargo, para otros, eran los que garantizaban un margen de seguridad y de estabilidad para recuperarnos y seguir adelante. Íbamos a entrar de lleno en el camino del CAME socialista, como se fue produciendo a lo largo del primer lustro de la década del setenta. En medio de esta situación, no podría ser de otro modo, nos encontramos, una vez más, con la política norteamericana de aprovechar cualquier fracaso, torpeza, o lo que sea, de nuestra parte, para ganar el terreno en su objetivo irrenunciable. La Guerra Fría se manifestaba, en aquellos momentos, con particular intensidad en el campo de la ideología y su expresión en las ciencias sociales y en la cultura artística. Nuestra situación interna les creaba condiciones para su accionar.

Antes, habíamos recordado 1968. Ese año, en octubre, los premios UNEAC de poesía (Fuera del juego, de Heberto Padilla) y teatro (Los siete contra Tebas, de Antón Arrufat), abrieron un debate que desbordó las obras mencionadas y sembró distancia y desconfianza. Un poco antes, nuestra posición apoyando, con objeciones y preguntas críticas, pero apoyando, la entrada del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia, es otro acontecimiento cuya resonancia no se puede ignorar, como antecedente, si queremos ser serios en las raíces del Congreso de 1971. Repercutió de variadas formas en nuestras relaciones con el exterior y también en el plano interno. La dirección de la Revolución se vio en la necesidad de tensarse frente al desacuerdo, la incomprensión o la ruptura de aliados o compañeros que ya no lo serían tanto; también hubo farsantes que se desenmascararon en aquellos momentos. En todo aquello se combinaba honestidad y confusión, pero también deshonestidad, y claudicación.

Descubrir a Humberto Carrillo Colón, agregado de prensa y cultura de la embajada de México en Cuba, trabajando directamente para la CIA, en 1969, en nuestros medios intelectuales, fue otro de los tantos aportes de la época al endurecimiento defensivo de la Revolución.

Al decidir defenderse de campañas externas y de expresiones internas que consideraba inconsecuentes con la etapa difícil que atravesaba, la Revolución ejercía su derecho incuestionable; pero los que tuvieron la responsabilidad de hacerlo efectivo dentro del Congreso, en el específico debate de la cultura artística, lo hicieron de una manera lamentable y, a la larga, perjudicial para el proceso revolucionario.

No hay duda de que la situación que hemos vivido en Cuba, hasta el momento, ha exigido un permanente sentido de responsabilidad entre los que se consideran revolucionarios en el sector de la cultura artística. Poco o ningún espacio parece existir para lo que sea, se aproxime o se interprete como frivolidad o ligereza, cuando de política se trata. Incluso algo tan serio como el humor o la sátira pasan a ser expresiones delicadísimas, tanto como necesarias, a la hora de abordar la realidad.

Pero hay que extremar la atención y la lucha contra la ignorancia con poder, vestida de intransigencia militante, que hemos tenido, con relevo y todo, a lo largo de estos años. Si estamos de acuerdo con que el diversionismo existe y es un arma sutil de los enemigos de la Revolución, cada vez más afinada y refinada, por el desarrollo de la tecnología y la experiencia que han acumulado, tenemos que reconocer también que es peligrosísimo que revolucionarios incompetentes, y a veces simuladores de revolucionarios, asuman responsabilidades o alcancen posiciones desde las cuales sean los encargados de enfrentar dicho diversionismo. No basta una proclamada, real o amplificada fidelidad y amor a la Revolución, para elaborar o interpretar políticas en el frente de la ideología y en el campo de la cultura. El daño que pueden hacer, y a veces han hecho, es enorme. Errores en la selección de cuadros en este frente se pagan caros y por largo tiempo.

Me he alejado bastante de tu pregunta específica del Congreso porque me ha motivado una reflexión que me disgregó hasta el presente. Regreso de nuevo a 1971, a la Comisión 6B, que es de la que puedo hablar, y, en particular, a lo que en ella tuvo que ver con el ICAIC.

Aquí se discutió nuevamente la política de exhibición de cine extranjero, por el ICAIC, en los cines del país, porque las críticas a la producción nacional no se produjeron. Lo que se pedía era más películas patrióticas, más películas educativas. O sea, que se pedía más, pero no se censuraba lo que se había hecho. Sin embargo, existía un conjunto de ponencias, enviadas por profesores de secundaria básica y preuniversitario de diferentes provincias, en las que se preocupaban del daño que estaban haciendo las películas que se exhibían en Cuba y que venían del área capitalista occidental. O sea, que se estaba disparando contra el cine que el ICAIC compraba, fundamentalmente en Europa, aunque ya se estaban consiguiendo algunas películas norteamericanas, burlando el bloqueo, y también cine latinoamericano.

Pero, de manera general, había entre los pedagogos una preocupación sobre un tipo de cine que, en su opinión, estaba echando a perder el trabajo que ellos llevaban adelante en los centros de enseñanza. Debo decirte que yo leí ponencias que consideré honestas; era la ignorancia honesta, pero también estaban otras en las que se advertía el ataque político que se estaba aprovechando de la coyuntura.

Aquí me desvío otro momento para decirte que antes de la discusión sobre el ICAIC, en otras sesiones, se arremetió con vehemencia, de forma francamente repudiable, contra algunos compañeros o áreas del trabajo cultural. Recuerdo un pase de cuentas realizado por cuadros culturales de la UJC de aquel momento, que la emprendieron duramente contra el equipo de trabajo que había llevado adelante El Caimán Barbudo, en su primera etapa (1966- 1967). Estos ataques eran escuchados por delegados e invitados del mundo de la educación, que no se encontraban en condiciones de formarse un criterio sobre lo que se les decía. Era darle un voto de confianza a aquellos que, desde la tribuna, representaban a la Revolución, sin la presencia allí, para defenderse, polemizar o lo que fuese, de los criticados, que en algunos casos llegaron a ser acusados casi de contrarrevolucionarios.

Que se extendían a otras zonas, porque no era solo con el cine. También recuerdo las serias críticas que se le hizo a la labor editorial en las ediciones de teatro del Instituto Cubano del Libro (ICL). Eso se extendía…

Sí, sí. Ahí iba desde la música que se pasaba por las emisoras de radio y televisión, hasta el cine. Hay que tener presente que el ICAIC tenía bajo su protección al Grupo de Experimentación Sonora, en el que estaban Silvio Rodríguez, Noel Nicola, Pablo Milanés y otros, con Leo al frente desde 1968. Eso es algo que debe recordarse bien. Esta fue una estrategia impulsada por el ICAIC para proteger una corriente importante del desarrollo de la música cubana. Incluso, antes del Congreso, hubo un congresillo (reuniones previas de los organizadores del Congreso), donde se discutieron fuertemente estos temas, y entre los dirigentes de la Revolución hallamos nuevamente criterios encontrados en torno a cómo enfrentar la lucha ideológica en el campo de las manifestaciones de la cultura artística. Yo no participé en el congresillo, pero supe que Alfredo tuvo una intervención muy exhaustiva abordando con profundidad la diversidad de las raíces históricas de la cultura nacional. Sus palabras eran escuchadas por un grupo de compañeros con responsabilidades intermedias como cuadros del Partido, el gobierno y las organizaciones de masas. Pero parece que la complejidad de su exposición desbordaba el conocimiento de una parte de los oyentes, y, en un momento, el compañero Belarmino Castilla, que formaba parte de la mesa de dirección, lo interrumpió para discrepar de su intervención.

Las palabras de Belarmino provocaron una reacción de aplausos por una parte de los asistentes, identificados con su punto de vista. Fidel participaba en el congresillo, en ese momento, y dicen que reaccionó deteniendo los aplausos con un: “Belarmino no ha comprendido a Alfredo”.

Eso te da la medida del conflicto interno del debate que se estaba produciendo en 1971, momento en que se iba a realizar un cambio importante en el país, tanto en el campo económico como en el ideológico. Por eso, la noche en que se discutió la ponencia del ICAIC (Raúl Roa era el que presidía la reunión), la temperatura estaba altísima. Aquella discusión arrancó muy mal porque, inmediatamente que se terminó de leer la ponencia, se levantó un compañero del Comité Nacional de la UJC, que la impugnó haciendo preguntas; ese tipo de preguntas que traen consigo una crítica velada, porque lo que estábamos defendiendo era la diversificación: descolonizar en el mundo de hoy, a través del cine, es hacer que las personas vean el mejor cine posible con los recursos que tiene el Estado cubano. Eso es lo que permite que los espectadores vean cine japonés (el cine de samuráis se atacaba en las ponencias, aun cuando fuese de Kurosawa), y cine de todas las nacionalidades.

Pero a partir de la intervención de este compañero, comenzó un debate con un Alfredo muy acalorado. Yo, desde mi lugar de secretario, veía con preocupación el desarrollo de los acontecimientos. Entonces, se levantó una maestra de Holguín y planteó sus inquietudes respecto a algunas películas que ella consideraba dañinas; Alfredo le respondió como si le hubiese contestado al dirigente de la juventud, o sea, que le estaba tirando un cañonazo a quien debía tirarle un tiro. Continuaba en ascenso el calor de la discusión; ya estaba Alfredo diciendo que el ICAIC no se hacía autocríticas, porque asumía la responsabilidad con su política de diversidad descolonizadora en las salas de cine, y si la dirección de la Revolución consideraba que era incorrecto lo que había hecho, pues cesaba como dirigente, pero no aceptaba tutelaje de comisiones de organizaciones u organismos. O sea, que estaba todo colocado en términos muy radicales. Discutía como cuando sientes que te están tendiendo una trampa y no como un académico en busca de la verdad, en abstracto: todo era como a muerte y en este caso no a muerte física, sino a muerte en términos políticos.

Cuando la temperatura del debate estaba a punto de alcanzar su clímax, y, sobre todo, con un público que no sabía muy bien hasta dónde se iba a llegar, entró Fidel con un grupo de dirigentes de aquel momento. Pasó al frente, se reacomodó la mesa (yo pasé a la segunda fila), y Fidel, sentado donde antes estaba Roa, comenzó a dirigir la reunión. La aparición de Fidel fue muy oportuna. Y ahí comenzó un debate con las pasiones más atemperadas; se argumentó con más serenidad de ambos lados, y después hubo una intervención de Fidel que está filmada, aunque no se publicó en la prensa de la época, pero existe en los archivos del ICAIC, en la que apoya la política global de la institución, refiriéndose al hecho de que no vivimos en una urna de cristal, que el mundo es muy complejo y hay que aprender a vivir y a luchar en él. Además, expresa su plena confianza en Alfredo Guevara. De esa manera, el ICAIC salió ileso de tan compleja polémica y de un Congreso no menos complejo, también por sus consecuencias, que tú conoces.

(Del libro Por la izquierda. Dieciséis testimonios a Contrarriente. Tomo III. Selección y prólogo: Julio César Guanche y Ailynn Torres Santana. Ediciones ICAIC, 2013)

Tomado de: Cubacine

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