Archives for

Con Laidi, en nuestro tiempo

Por Zaida Capote Cruz

Una de las crónicas de este libro registra el interés, la simpatía o el rechazo que suelen provocarnos las fotos ajenas, fotos de gente desconocida que aparece en la solapa de un libro o en una página web y que, por esa magia extraña de la imagen, nos venden la ilusión de que solo por contemplarlas sabemos más de (o conocemos mejor a) quien porta ese rostro más allá del libro o la virtualidad. Y también comenta el afán de mucha gente, una vez vista la foto, por conocer a la persona de marras, sea un autor, un artista, o cualquier otro personaje notorio. Por supuesto que, tratándose de una crónica de Laidi, pronto aparece la burla, y la voz malévola que describe nuestros hábitos acusa cómo usamos fotos lejanas en el tiempo, negando el envejecimiento y el paso del implacable.

Debo decir que, aunque me dedico, vamos a decir, profesionalmente, a leer libros ajenos, no suelo sentir curiosidad por conocer a sus autores. Frente a aquellos cuyos libros admiro, seguramente me cohibiría. A quienes me hicieron detestar sus libros no me interesa conocerlos. Son contadas las veces que puede una admirar, disfrutar un libro y construir una relación grata con su autor.

Pero no era por esto que empecé a hablar de las fotos. Es que me hizo recordar una de nuestras fotos más recientes, hace algunos años, cuando Laidi ganó el premio El Dinosaurio de minicuento, y Helen Hernández Hormilla y yo fuimos a acompañarla y celebrarla durante la premiación en La Cabaña. Todavía estábamos las tres en la Isla. Todavía yo me teñía el pelo. Todavía ignorábamos cuánto iban a cambiar nuestras vidas (y nuestras apariencias). Pero ver esa foto me hace muy feliz. Casi tan feliz como estar aquí hoy, acompañando este nuevo libro de Laidi junto a ustedes.

La crónica es un género saludable. Algo hay de verse en el espejo, de revisarse cotidianamente, de compararse con los demás, en ese recorrer una y otra vez las esquinas de la vida, los paisajes, los hábitos, las marcas que nos ha ido dejando la brega cotidiana. Y todavía más saludable es reírnos de nosotros mismos, ahondar en nuestras incongruencias, aprender más de quiénes somos.

Este libro de Laidi me puso a pensar en cómo tantas veces hemos leído crónicas –o estampas, como le gusta a ella decir, siguiendo a sus maestros- que nos acercan momentos del pasado, vetusta chismografía de otro tiempo, o nos invitan a reflexionar sobre algún tema de actualidad escenificando una historia cualquiera. Pero pasa, bastante a menudo, que el cronista no se involucra, que se queda al margen de la historia, que sobrevuela la escena como aquel estudiante que gozaba del favor estrambótico del diablo cojuelo. Vista así, como sobrevolándola, como si estuviera una manejando un dron de esos que salvan a los malos directores de telenovelas, la vida es otra cosa. Una anécdota más, una vivencia ajena, algo de lo que podemos aprender sin conmovernos.

Laidi no puede escribir como un paseante cualquiera, mirando las vitrinas con interés pero sin pasión, hablando de sí misma y de nosotros como si fuéramos extraños. Ella no puede, y yo se lo agradezco. No puede, porque tiene sus virtudes (que son, como suele ocurrir, sus defectos). Es apasionada hasta la médula, leal hasta la ferocidad, y arriesga hasta la entraña en muchas de sus viñetas costumbristas, raspando la costra del pintoresquismo risueño para compartir la hondura de un sentimiento, de una pérdida, de un ataque de ira o de ese desgaste cotidiano en que también puede convertírsenos la vida.

Por eso, por esa pasión que traiciona, pudiera decirse, la buscada distancia e imparcialidad del cronista, puede de repente salirnos con que “no es sano esconderse tras un vocablo –“gente”-; sino dar la cara, el nombre, el pecho, y decir: ‘Fui yo’.” Leo ese tipo de aseveraciones y, aunque este libro no tiene foto de la autora, puedo decir que ahí la reconozco.

También la reconozco en su jocosa descripción, entre resignada y distante, de la doble jornada de trabajo que las mujeres asumimos casi sin notarlo, en la profunda y dolorosa reflexión sobre la emigración de los más jóvenes, en la claridad con que registra los inconvenientes para vivir una vejez con dignidad, en su defensa de la solidaridad femenina, en su necesidad de confiar en los otros, a pesar de los desengaños, en la claridad de su insobornable denuncia del silencio y la ignorancia que pretenden instalar la borradura de una tragedia descomunal, la de los feminicidios y otros abusos que deberían castigarse como lo que son, crímenes imperdonables, para lo cual no duda en pedir, una vez más, una ley contra la violencia de género.

Otra de las virtudes de este libro es el relato desenfadado de las vicisitudes que debemos sortear en nuestras vidas, esas de las que nos salva una sonrisa, la solidaridad, el apoyo de quienes enfrentan problemas similares o la simple compañía cordial.

No se los he dicho todavía, pero el libro tiene secciones, varias. De todos modos, por donde quiera que lo abran, tendrán la experiencia de leer, de escuchar una voz que es ella misma, siempre. Yo me río sola cuando tropiezo en las crónicas de Laidi con algún término médico, de esos que parecen ininteligibles. O cuando usa esa cercanía suya con la práctica médica para construir un símil muy gráfico, como el de un tacto rectal en pleno Coppelia. También me río cuando leo historias que pudieron ser mías, como las de los reportes en la beca y la persistencia de indicar que padecía “tibieza” severa (también me alegra saber que éramos muchos los contagiados de morosidad). Son las suyas las vivencias de una generación, y como testimonio de época, como registro de lengua, porque Laidi usa con gran desparpajo el habla popular y sabe compartir su disfrute, este libro ofrece un testimonio de la Cuba que fue y de la que está siendo ahora mismo, viva y proliferante.

Pero las historias suelen transcurrir en un escenario. Uno de los escenarios privilegiados del libro es la ciudad. La Habana de sus dolores, con sus aceras desniveladas, su gritería barriotera, su inhóspito aeropuerto, sus bancos ineficientes y sus tiendas torturadoras, sus colas sempiternas que solo logramos paliar a golpes de solidaridad. Para La Habana pide Laidi más amor, de manera que pueda brillar por sí misma y no por sus arroyos de aguas albañales. Y a quienes vivimos en ella, menos egoísmo y más altruismo, ser mejores, aunque sea un poquito.

Otros males y algunas gracias de nuestro estar en el mundo aparecen reseñados aquí con el gracejo de quien se burla de sí misma y de todos sin complejos; de quien se revisa de frente para ver qué puede corregirse, avivando la esperanza de ser mejores. La avalancha del inglés y otros usos que van atropellando el habla de otros tiempos, la enquistada burocracia contra la cual chocamos una y otra vez, el atropello cotidiano a los más viejos, la carencia de medicamentos, unos hanunzios (con h y con z) cuya ignorancia ortográfica y gramatical –y esto no lo dice Laidi, aprovecho para decirlo yo- se van filtrando y asentándose cada día con más frecuencia en la prensa escrita y televisiva sin que parezca preocuparle a nadie. Al mismo tiempo, ese dolor por el habla herida y la escritura magullada se consuela festejando la creatividad de los refranes y los consejos gratuitos que nos ofrece cualquier persona desconocida.

También nos convida a reflexionar sobre la extraña sociabilidad de las redes sociales, con sus episodios de acoso y ciberchancleteo, su utilidad para acortar distancias, su capacidad para ofrecer resguardo a quienes opinan sin dar la cara y la falta de moderación en la escalada de contrariedades que van sumándose para alimentar la llamada cultura de la cancelación, en que si no me gusta lo que dices, te hago callar o te ignoro.

Aquí hay espacio para mucho más y de seguro, cuando terminen de leer Tiempo de mujeres se quedarán ensayando cuáles temas se quedaron, qué sugerencias valdría la pena hacerle a Laidi para que siga, mientras escribe, conjurando la desilusión y la desesperanza, haciéndonos saber que compartimos un destino difícil, pero nuestro, y que estamos comprometidos en ensanchar nuestros espacios de humanidad, que no para otra cosa sirve, si es que debe juzgarse en términos de utilidad, la literatura. Y hacerlo con una sonrisa en los labios, siempre que podamos.

Yo encontré a Laidi en estas páginas y, aunque este libro no tenga foto de la autora, tiene una especie de declaración de fe, casi al final, en la cual nos propone que para enfrentar daños disímiles lo mejor que se puede hacer “es afianzarse uno mismo, anclarse en aquello en lo que definitivamente se cree”. Esa recomendación de autenticidad y transparencia nos la pinta de cuerpo entero.

(Presentación de Tiempo de mujeres en la Uneac, el 6 de enero de 2022)

Tomado de: Asamblea feminista

Leer más

Teatro y cine

Autor: Charles Tesson

Forma parte de la colección “Pequeños Cahiers de Cinemà” dirigidos a estudiantes de primeros cursos de cine. Volúmenes de la colección como Guión o  La luz en el cine han sobrepasado los 4.000 ejemplares de venta.

Cuando el cine vislumbró la posibilidad de contar historias y de escenificarlas, tomó el teatro como modelo y optó por el rodaje en estudio, el cual le ofrecía las condiciones materiales propias del teatro. El cine ha tomado mucho del teatro, ha hecho propios diversos ingredientes suyos, como la interpretación de los actores, el decorado, la escenografía, el diálogo y la dramaturgia, adaptándolos a sus propios medios de expresión. La construcción de las primeras salas de cine se hace eco de la arquitectura típica del teatro.

Mientras el calificativo de «teatral» a menudo posee una connotación negativa cuando designa el estilo de una película, es precisamente en su relación con el teatro donde el cine ha adquirido conciencia de su naturaleza singular como arte y de sus propios dilemas artísticos, entre la atracción por la realidad y la trampa de sus falsas apariencias.

Este libro se detiene no solo en las adaptaciones de obras de teatro a la pantalla, sino también, sobre todo, en las diversas formas que esta relación ha llegado a adquirir. El hilo conductor son los momentos en que el cine ha necesitado más del teatro para defi nir su «pequeña diferencia», como el paso al cine sonoro, la omnipotente televisión o también la irrupción de las nuevas tecnologías.

Muchos cineastas sienten la necesidad del teatro para redefinir las posibilidades del cine: Marcel Pagnol, Sacha Gitry, Jean Renoir, Alain Resnais, Charlie Chaplin, Carl T. Dreyer, Manoel de Oliveira o Jacques Rivette…

Charles Tesson es crítico y docente en la Universidad de París III, Sorbonne Nouvelle. Es autor de diversas obras dedicadas a Satyajit Ray, Luis Buñuel y La Serie B, en Cahiers du Cinéma.

Tomado de: Ediciones Paidos

Leer más

El cine de la devoción

Autora: Nathaniel Dorsky

Uno de los grandes retos del arte siempre fue transmitir lo inefable, lo que no puede describirse ni aprehenderse con el lenguaje, aquello que no se alcanza a través de las palabras. A veces éstas pueden funcionar como trampolín, como la pregunta de Benjamin Péret que recordaba Buñuel en sus memorias:

«“¿Verdad que la mortadela está fabricada por ciegos?” Para mí, esta afirmación, en forma de pregunta, es tan verdadera como una verdad del Evangelio. Por supuesto, algunos pueden encontrar absurda la relación entre los ciegos y la mortadela. Para mí, es el ejemplo mágico de una frase totalmente irracional que queda brusca y misteriosamente bañada por el destello de la verdad».

Toda su obra parece estar contenida en ese paisaje de relaciones, iluminado por una pregunta sin respuesta, que se abre para cada receptor. Su fuerza viene de la imposibilidad de ser descrito o explicado. Pero también puede suprimirse directamente toda relación con el lenguaje. El cine de Nathaniel Dorksy hablará así, con imágenes y tiempo, sin lenguaje ni sonido, sobre verdades inefables a las que jamás se hubiera pensado que existía un acceso, y que por lo tanto jamás podrían ser compartidas. Cerca del comienzo de El cine de la devoción, Dorsky narra una anécdota que nos resulta familiar y que adquiere una gran fuerza por su unión conceptual con lo religioso: a la salida de una proyección de Viaggio in Italia (Roberto Rosellini, 1954), todos los espectadores abandonaron la sala en absoluto silencio de modo que, en el ascensor que los llevaba a la calle, había desaparecido la típica incomodidad que se genera al compartir el espacio con extraños. La película actuó como una especie de comunión laica al mostrar que ciertas verdades íntimas e inexpresables eran vistas y comunicadas, puestas en común, por un cineasta.

En esta forma de contar, a través de lo que se ve en un ascensor, una especie de conexión espiritual, e incluso en el mismo estilo con el que está escrito el libro, vemos también hasta qué punto Dorsky forma parte de una tradición de pensamiento netamente estadounidense, iniciada a mediados del siglo XIX por R.W. Emerson al apadrinar un movimiento trascendentalista que buscaba centrarse en lo familiar y lo sencillo. Al igual que la prosa de El cine de la devoción no esconde en ningún momento su origen oral (la revisión de una conferencia en la Universidad de Princeton) y maneja conceptos elevados desde ese tono, su autor plantea que la búsqueda de lo espiritual ha de realizarse siempre desde lo común y lo más cercano. Estos elementos no pueden ser simplemente materiales para construir algo, sino que el armazón teórico debe construirse para aclarar o proteger esa materia.

Así, en su cine, todo lo filmado adquiere la condición de sagrado. Una camisa, un cristal o un puñado de arena, objetos que quizá hayan perdido su valor, deslucidos ya por las presiones impuestas por las costumbres sociales sobre aquello que debería parecernos importante. En otro de los momentos más memorables del libro se nos invita a mirarnos las manos y pensar en la complejidad y la variedad de las acciones que pueden llevar a cabo, en las particularidades de esta herramienta tan completa, también en su belleza estética. La relación con esas manos que estaban sujetando el libro en una acción inconsciente se reconfigura para el lector de la misma forma en que intenta hacerlo Dorsky con el cine, devolviendo a todo aquello que registra la cámara su valor real, obviando aquel de cambio que lo acompaña y adultera (en términos económicos dentro de la sociedad capitalista, pero también en lo cinematográfico cuando se trata de esos objetos colocados frente a la cámara sin ser realmente observados, sólo para servir de fondo de una narrativa verosímil). Lo sagrado es siempre intocable, inconmensurable por sí mismo. La necesidad de subrayarlo o mancharlo con ideas sería una profanación. Convertirlo en símbolo de algo más sería despreciarlo; aprovecharlo para construir un discurso ajeno, imponerle un sentido externo a sí mismo sería utilizarlo, reducirlo a una pobre posición de herramienta para un fin mayor.

En la introducción a su excelente entrevista con Nathaniel Dorsky, Scott MacDonald recuerda una interesante polémica:

«Hace algunos años, Stephen Holden declaró que para American Beauty (1999) Sam Mendes se había apropiado de “una imagen (y toda una estética de la belleza) de Variations (1998) de Nathaniel Dorsky, en la que la cámara admiraba una bolsa de plástico movida por el viento” (New York Times, 9 de octubre, 1999). Dorsky recuerda que recibió una llamada de alguien que trabajaba en la producción de American Beauty preguntando cómo podría ver la película, aunque no está convencido de que se hubieran “apropiado” de su plano; hay imágenes similares y anteriores en todas partes, tanto en la poesía como en el cine».

Más interesante que la enésima discusión sobre las deudas del cine comercial con la vanguardia estadounidense podría resultar fijarnos en cómo se presenta ese plano en su nueva vida. La escena llamó rápidamente la atención y se convirtió en la imagen más comentada de la película: el plano de la bolsa de plástico (cuyos movimientos, por supuesto, son mucho más marcados y espectaculares que en la película de Dorsky: sube, baja, hace volteretas) es presentado por un personaje con la frase: «¿Quieres ver lo más hermoso que he grabado?» y acompañado por una evocadora melodía en piano de Thomas Newman. El personaje continúa explicando el momento tan especial en el que se recogió la imagen, y comunicando a la chica lo que significa para él: «Es entonces cuando me di cuenta de que hay toda una vida detrás de las cosas…».

En la superficie el plano es el mismo, pero sólo ahí, no hay más relación; quizás por eso Dorsky niega rápidamente su filiación. A lo largo de su texto, Dorsky invoca una y otra vez imágenes que sí comparten, en todos los niveles señalados, sus mismos principios en el contexto de un cine narrativo. El sombrero de un oficinista filmado por Yasujiro Ozu, o el pañuelo de una esposa filmado por John Ford no son sublimados, ni son el símbolo de algo que los transfigura; en todo caso serán esos objetos, en sí mismos, los que tengan tanto poder como para cambiar algo, para conseguir despertar una emoción.

Es tal la claridad y firmeza de sus ideas que, tan sólo con la lista de películas mencionadas en su libro, el lector podría imaginarse todo aquello que se defiende y el tipo de cine que realiza; aunque puede que fuera con la misma certeza, resbaladiza e imposible de explicar, que aplaudía Buñuel. Al reunir y asociar comparativamente estas películas, Dorsky muestra las coordenadas de un cine de la devoción en el que se inscriben sus propias obras. En el paso final del montaje, los objetos sagrados de su cine se unen preservando ese misterio de una relación que no puede expresarse (y quizá para poder explicitar el mensaje, Mendes no pudo montar la bolsa de plástico junto a nada más) pero que hace sentir su efecto con la fuerza del salto de verso en un poema, o una pincelada y un cierto tipo de color en una pintura abstracta. Ozu filma a una madre y un hijo que se abrazan, y corta a una chimenea que expulsa humo negro. Lo hemos comprendido.

Miguel García en Cinema Comparat/ive Cinema

Tomado de: Lumière

Leer más

Los cines por venir

Autor: Jerónimo Atehortúa Arteaga

Un libro de diálogos sobre la creación cinematográfica contemporánea

Qué será del cine en medio de un mundo que pareciera al borde del colapso; un mundo precario, en el que, sin embargo, se vislumbra algo nuevo, algo por venir. Esta es la pregunta implícita que recorre todo este libro.

El futuro es siempre una ficción. El porvenir es pura posibilidad contenida en el ahora, por eso siempre es plural. Que los futuros posibles sean luminosos depende de que podamos imaginarlos en lo que el presente nos ofrece. He aquí directores y directoras que permiten pensar en esos futuros.

Este no es un libro que recopila entrevistas. Es un libro de reflexión sobre el cine contemporáneo hecho bajo la forma del diálogo. Una forma que es tan antigua como el pensamiento. Estos diálogos no llevan la agenda del mercado, de los estrenos de cine. Están llenos de preguntas e indagaciones que interpelan a muchas otras artes y disciplinas. A través de encuentros con dieciséis directores (Béla Tarr, Víctor Erice, Mariano Llinás, Rita Azevedo Gomes, Víctor Gaviria, Lucrecia Martel, Alice Rohrwacher, Apichatpong Weerasethakul, Carlos Reygadas, Kelly Reichardt, Albert Serra, Pedro Costa, Lav Diaz, Radu Jude, Albertina Carri y Luis Ospina) se recorren asuntos fundamentales del cine contemporáneo: la (supuesta) muerte del cine; la ontología cinematográfica; la relación del cine y la palabra; el sonido como giro epistemológico; el trabajo con archivos; el montaje como dispositivo de la memoria; la historia; la tensión con la realidad; el dinero, y la utopía.

Los cines por venir se dirige a quienes intuyen que el cine vivo es hoy una experiencia de los límites. Límites que son geográficos, estéticos, políticos y simbólicos, que implican una puja por la expansión de lo sensible.

Jerónimo Atehortúa Arteaga (Medellín, Colombia, 1984) es director, productor y crítico de cine. Máster en Dirección Cinematográfica en film.factory, escuela dirigida por Béla Tarr. Productor de los largometrajes Pirotecnia de Federico Atehortúa, del que también es coguionista, y Como el cielo después de llover de Mercedes Gaviria. Director de los cortometrajes Deán Funes 841, La emboscadura, Rekonstrukcija, Las ruinas y de la película Mudos testigos, proyecto póstumo de Luis Ospina.

Tomado de: Muga Editorial

Leer más

Nuevos acercamientos a los estudios latinoamericanos: Cultura y poder (+Libro)

Editor: Juan Poblete

Este nuevo volumen que CLACSO coedita con UNAM propone una cartografía de los últimos veinticinco años del campo de los estudios latinoamericanos organizada por giros. Sus dieciséis capítulos, que recorren desde el giro de la memoria, el decolonial, el transatlántico, hasta el afectivo, incluyen tanto una revisión de la bibliografía clave para entender el cambio paradigmático respectivo y sus efectos en el campo más amplio de los estudios latinoamericanos, así como una evaluación sobre los logros, posibilidades y limitaciones de la mutación estudiada. A través de un panorama amplio, aunque no exento de controversias ni polémicas, de la radical transformación de los temas, problemas, alcances y presupuestos epistemológicos y metodológicos del campo en ese periodo, sugiere algunos caminos para el futuro inmediato.

Tomado de: CLACSO

Nuevos acercamientos a los estudios latinoamericanos: Cultura y poder PDF

Leer más

La prostitución en el corazón del capitalismo

Autora: Rosa Cobo Bedía

Este libro explica los cambios que ha experimentado la prostitución en las últimas décadas. El viejo mundo de la prostitución era un conjunto de negocios casi artesanales sin apenas impacto económico. El nuevo canon es una industria global, interconectada, con un modo de funcionamiento similar al de las grandes corporaciones capitalistas, un volumen de beneficios anual mucho mayor que el de varias multinacionales juntas y con un pie en la economía ilícita y otro en la lícita. La novedad de la prostitución en el siglo XXI es la fusión entre los intereses patriarcales y los intereses capitalistas. El resultado es un proceso creciente de mercantilización de los cuerpos y de la sexualidad de millones de mujeres en todo el mundo, que son expulsadas de los países periféricos y traídas a los países centrales para que varones de todas las clases sociales accedan sexualmente a sus cuerpos en una operación de colonialismo sexual. Este gigantesco aumento de la prostitución ha sido posible por la complicidad de algunos estados y de algunas instituciones del capitalismo internacional. En este ensayo, Rosa Cobo muestra cómo la prostitución constituye un fenómeno social clave para entender la nueva configuración del capitalismo global y de los patriarcados contemporáneos.

Contenidos

Índice

Agradecimientos

Capítulo 1. La prostitución en el corazón de la barbarie

Capítulo 2. El cuerpo de las mujeres y la sobrecarga de sexualidad

Capítulo 3. Globalización de la pornografía

Capítulo 4. Economía política de la prostitución

Capítulo 5. La trata y las nuevas formas de esclavitud

Capítulo 6. La elección de las mujeres prostituidas

Capítulo 7. La demanda en la prostitución: los puteros

Rosa Cobo Bedía. Doctora en Ciencias Políticas y Sociología, profesora titular de Sociología en la Universidad de A Coruña y directora de Atlánticas. Revista Internacional de Estudios Feministas de la misma universidad. Directora académica del máster online Igualdad y Equidad en el Desarrollo (en cooperación con la Universitat de Vic). Cabe destacar algunos de sus libros: Fundamentos del patriarcado moderno. Jean Jacques Rousseau (Cátedra, 1995), Interculturalidad, feminismo y educación (Los Libros de la Catarata, 2006), Educar en la ciudadanía. Perspectivas feministas (Los Libros de la Catarata, 2008) y Hacia una nueva política sexual (Los Libros de la Catarata, 2011). Sus últimos libros publicados son La imaginación feminista. Debates y transformaciones disciplinares (Los Libros de la Catarata, 2019), junto a Beatriz Ranea, Breve diccionario de feminismo (Los Libros de la Catarata, 2020) y Pornografía. El placer del poder (Ediciones B, 2020).

Tomado de: Catarata

Leer más

Poética del cinematógrafo

Autor: Eugène Green

Eugène Green escribió este libro como un libro de horas. Para contar cómo se cuenta el cine si uno quiere que le devuelva la mirada. Fuera del cine, te miro pero no te veo. Miro tu superficie, palpo tu contorno, rozo la forma de una exterioridad. Fuera del cine miro lo visible, como un ciego que ausculta el mundo material, recorre un tiempo cronológico, se desplaza en espacios mensurables. Fuera del cine gobierna la razón, se encienden todavía las viejas luces del Siglo de las Luces, el intelecto gobierna y administra los días y las noches, los códigos fulminan los misterios y el oído se aturde en la ciudad, o se despeña en un silencio sin vacío. Eugène Green adora caer en el vacío del sagrado presente continuo. Ese vacío que muestra el revés de todas las cosas de este mundo: árboles y rostros, peñascos y cascadas, piedras y pies. Pura disolución del cálculo, desvanecimiento de la geometría. Lugar donde caer hasta ver por fin y disolverse en ese espacio donde todo es Uno, singular y semejante, donde criaturas y cosas tiemblan atravesadas por el hilo de la misma energía espiritual.

El asno Balthazar filmado por Bresson es la criatura perfecta de esta poética de la exhumación y de la epifanía: no intenta colaborar, no se esfuerza en actuar, carece de estrategias. Se entrega porque es, su mera existencia es un acto de entrega. Balthazar con su corona de flores silvestres, como espinas; Balthazar con sus ojos inocentes, como remansos y termómetros de la fragilidad. Green recorre el espinel del cine, desde que la película es idea hasta que se proyecta en la pantalla, y despliega sus máximas, que son las mínimas pistas de quien ve-a-través, como quien abre una caja de herramientas. Pañuelos y palomas, varitas y naipes de un juego de magia.

Este libro hubiera podido llamarse “Cómo se hace una película”, es decir, cómo se filman, según un puñado de teorías, la tradición del género y los instrumentos disponibles, ciertos fragmentos del mundo, ciertos movimientos de los cuerpos. Pero se llama “Poética del cinematógrafo”. Lo que equivale a decir: cómo extraer, de cada uno de esos fragmentos de materia, esa presencia real que es la expresión del alma, la manifestación de la gracia en una modestísima cinta de celuloide.

Eugène Green. (Nueva York, 1947) Licenciado en letras y en historia del arte. Director teatral amante del barroco (fundador del Théâtre de la Sapience), entrenador de actores, cineasta de culto inclasificable y escritor en el cruce y en los márgenes. Nacido en Estados Unidos, peregrinó por Europa y finalmente se instaló en Francia, donde fundó su compañía teatral, filmó su primer largometraje (Toutes les nuits), aclamado por la crítica, e inició su trayectoria como ensayista, novelista y poeta.

Con Poética del cinematógrafo, Shangrila continúa la difusión en español de la obra de este autor fuera de cuadro, iniciada ya con Presencias. Ensayo sobre la naturaleza del cine (Shangrila, 2018).

Tomado de: Shangrila

Leer más

Fassbinder por Fassbinder. Las entrevistas completas

Edición: Robert Fischer

De momento planeo hacer con treinta años mi película número treinta. Ya he conseguido mucho de lo que un director puede esperar, he tenido más éxito que la mayoría y gano más dinero que la mayoría, pero ninguna de esas cosas vistas por sí mismas me ha hecho más feliz. No sé cómo podría ser feliz cuando veo cómo vive la gente. Encontrarme con gente en la calle o en las estaciones de tren, ver sus caras y observar sus vidas, todo eso me llena de desesperación. Lo que más quiero entonces es gritar bien fuerte.

* * *

Existe una sinceridad muy sincera y una sinceridad casi sincera y una sinceridad semi sincera y una sinceridad casi insincera, y solo entonces empieza la mentira. No siempre cuento toda la verdad. Pero mentir es algo que en realidad no hago nunca.

Rainer Werner Fassbinder

Tomado de: El cuenco de plata

Leer más

Fuera (y dentro) del juego. Una relectura del `caso Padilla´ cincuenta años después (+ Libro)

El 27 de abril de 1971 tuvo lugar en la sede de la Uneac la «autocrítica» del poeta Heberto Padilla, quien fuera excarcelado esa misma madrugada tras treinta y siete días de prisión. Sus palabras de entonces fueron difundidas a través de Prensa Latina y se publicaron como suplemento en el número doble 65-66 de la revista Casa de las Américas.

A cincuenta años de aquella noche la Casa de las Américas y la Uneac publican una amplia compilación que pretende ofrecer a los interesados valoraciones y puntos de vista poco conocidos que contradicen total o parcialmente algunos de los estereotipos que han circulado y circulan sobre el «caso Padilla».

Preparada y prologada por Abel Prieto y Jaime Gómez Triana, la compilación incluye la «autocrítica» tal como la publicó el suplemento de la revista Casa de las Américas, las tres cartas enviadas a Fidel –la del PEN Club mexicano y las dos que firmaron prominentes intelectuales latinoamericanos y europeos–, las cartas cruzadas entre Vargas Llosa y Haydee Santamaría y otros muchos textos publicados tanto en la revista Casa como en publicaciones de entonces.

Tomado de: Cubadebate

Fuera (y dentro) del juego. Una relectura del `caso Padilla´ cincuenta años después en PDF

Leer más
Page 1 of 1012345»...Last »