Diálogos

En Perú el documental está en auge

Mónica Delgado. Comunicadora social y crítica de cine peruana

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

 Transcripción de la entrevista a Mónica Delgado, Comunicadora social peruana y crítica de cine, en el espacio Diálogos en reverso, de la Unión de Periodistas de Cuba, realizada el 16 de febrero de 2022 en torno al tema Palabras para una arquitectura del cine peruano contemporáneo.

 Octavio Fraga: Hola, buenas tardes. Bienvenidos a otra edición de “Diálogos en reverso”, un espacio de la Unión de Periodistas de Cuba. Hoy tenemos de invitada a una mujer, peruana, la crítica de cine Mónica Delgado. Bienvenida. Es un placer, también un gusto que estés acá con nosotros y que hayas aceptado nuestra invitación.

Mónica Delgado: Muchas gracias, Octavio, muchas gracias al equipo por la invitación y por brindar esta oportunidad para conversar sobre cine peruano.

Octavio Fraga: Mónica, es estilo en la apertura de Diálogos hacer una breve lectura de la hoja curricular del invitado, de su trayectoria profesional. Obviamente, para que quienes nos están viendo puedan tener un dibujo del entrevistado o entrevistada.

Mónica Delgado es comunicadora social y crítica de cine del Perú, directora de la revista Desistfilm, —muy prestigiosa dentro de las publicaciones especializadas de cine—. Nuestra invitada tiene un máster en Literatura con mención en Estudios Culturales. Es docente de la Escuela de Comunicación Social, de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, y en el año 2020 publicó un libro sobre María Wiesse en la revista Amauta: Los orígenes de la crítica de cine en Perú. Es además columnista de la página Wayka.pe.

El tema que vamos a abordar hoy, lo acordamos con esta mirada: “Palabras para una arquitectura del cine peruano contemporáneo”.

Mónica, empiezo por una pregunta de mapeo. En las dos últimas décadas ¿cuáles son los temas que distinguen al cine peruano?

Mónica Delgado: En los últimos veinte años ha habido un cambio generacional entre quienes hacen cine en el Perú. Por un lado, porque hubo un incentivo público que hizo posible que jóvenes de entre veinticinco, treinta y cinco años, realizaran películas de muy bajo presupuesto, y de presupuesto mediano. También hubo una efervescencia de un tipo de cine comercial, sobre todo de comedia popular.

Si hablamos de temáticas antes que de tendencias o de qué tipo de historias quieren contar esos cineastas, se avizoran las consecuencias de todo el conflicto interno que vivió el Perú durante la década del ochenta y noventa, y hasta inicios de los 2000. Fue todo ese proceso de terrorismo de estado, de conflictos —acá se le dice conflicto armado interno— porque no solamente fue una responsabilidad de Sendero Luminoso, el MRTA, sino también un rol del estado. Las películas han abordado todas esas perspectivas, hablan sobre terrorismo, sobre Sendero Luminoso y todo el horror que causó (más de setenta mil muertos y miles de desaparecidos), el daño que hizo al país que causó. Hay otros cineastas que tratan las dos caras de la moneda, tanto desde lo histórico como desde lo más íntimo, o historias familiares que están marcadas por ese contexto.

También hay otro tipo de cine hecho por jóvenes en el que interesa un poco la contemplación, enmarcado en esas tendencias del cine más contemporáneo, influidos por los festivales europeos. Es un cine que busca contar historias también desde lo andino, desde lo amazónico. No solamente historias de Lima, que fueron las que gobernaron gran parte del cine peruano durante la década del sesenta y setenta, incluso en los ochenta. Hay un cambio territorial, se ha desterritorializado tanto los que hacen cine, como los temas también.

Hace poco murió un cineasta peruano, Óscar Catacora, era aimara. Pues hemos esperado al siglo xxi para que surja un cineasta aimara en un país donde la tercera parte de la población es aimara. Esto es insólito y ha habido ese viraje ideológico, cultural, de representación, de temas que se han descentralizado. Creo que por eso la gente quiere hablar de las cosas que están sacudiendo al país, aunque no como quisiéramos. No hay —digamos— un cine combativo, de guerrilla, como pasa en otros países latinoamericanos donde se visibiliza un cine militante. Eso en Perú es muy, muy escaso, pero sí hay esa intención de los cineastas de mirar a la ciudad, a los personajes, desde otras perspectivas menos canónicas.

Octavio Fraga: Sobre la génesis textos cinematográficos predominantes del Perú, ¿parten de una obra literaria, de un texto teatral, o son predominantemente los guiones originales para el cine?

Mónica Delgado: En los últimos años son guiones, pero hay adaptaciones. Por ejemplo, se han adaptado novelas de Alonso Cueto que es un escritor de Lima —creo que ha sido el más adaptado de los últimos años— pero también hay historias que nacen de imaginarios muy personales. Hay mucho cine influido por el diario fílmico, por la experiencia de la primera persona, pero como somos un país tan diverso donde abundan las historias que parten de la realidad, en verdad son puntuales las adaptaciones.

Hace poco se estrenó Un mundo para Julius, que es una novela de Bryce Echenique, a estas alturas es como una aguja en un pajar, más bien ha disminuido la adaptación. Se visibilizan más bien las historias de experiencias particulares, donde se crean personajes o se alude a algunos de la política peruana. Las comedias eligen a personajes de la televisión que van a dar vida a sus propias historias edificantes, de progreso, pero más que todo parten de guiones, de historias originales.

Octavio Fraga: Hace unos años leí un libro que te recomiendo La casa abierta. El cine doméstico y sus reciclajes contemporáneos, de Efrén Cuevas Álvarez, que hizo un estudio profundo sobre filmes que se apropian de los llamados filmes caseros o videos familiares, personales, ¿Ese tipo de cine es recurrente en el escenario de los cineastas jóvenes en tu país?

Mónica Delgado: A inicio de los dos mil, con la democratización que permitió el digital y por otro lado con la revalorización de los archivos, ya sean archivos fílmicos en mini DVD, VHS, o Betacam, o también ese material encontrado en super ocho, en dieciséis milímetros —sobre todo a inicio de los dos miles—, cineastas como María Elena Vega, por ejemplo, hizo un largo sobre temática deportiva. Pero sus primeros trabajos, Conversation I, Conversation II —así se llamaban estas películas— comenzó en el 2004, 2005, a introducir todo este tema del archivo. Obviamente, no es un cineasta que registre, es un cineasta que edita, reinterpreta, se apropia de estos materiales. Ahora en Perú hay un festival de apropiación y es fuerte el interés de los jóvenes cineastas o gente que trabaja la edición o el sonido con material de apropiación, de archivo y eso me parece enriquecedor. Porque dinamiza las posibilidades de la creación, porque hacer cine en Perú es difícil por más que haya toda esta digitalidad o esta democratización de poder acceder a otros medios técnicos para hacer cine.

Hay un grupo de cineastas —sobre todo jóvenes de las últimas generaciones— nacidos en los dos mil, que están revalorizando esa oportunidad de creación a partir de lo que ya existe. Definitivamente es más barato y permite, justamente, esa versatilidad y el aprendizaje. Estamos en un país donde no hay escuelas de cine, de comunicación o de audiovisuales, y un poco ese interés por la apropiación, por revisar materiales de archivo, se ha vuelto una oportunidad para hacer cine.

La revolución y la tierra, que es un documental peruano sobre el gobierno de Velasco Alvarado, ese gobierno de finales de los sesenta que algunos asumen como dictadura y otros lo asumen como el gestor de la gran reforma agraria y la gran revolución de aquellos años en el plano social, cultural: es una película solamente de material de archivo. Toma de materiales que se hicieron en esos años o películas que podrían ayudar a graficar ese período. La historia del cine peruano es muy limitada, pero este es un ejemplo de cómo se usa el material de archivo para poder generar esos sentidos o interpretaciones históricas, de revisión de lo que pasó. No me refiero a un revisionismo, sino a usar las imágenes para darle vida a algo que no tiene material fílmico de un momento. Esa película evoca un tipo de uso de material de archivo de una manera muy interesante.

 Octavio Fraga: En la década del cuarenta y del cincuenta del siglo pasado los cineastas de tu país fotografiaron la cultura indígena, que es poderosísima ¿Los jóvenes cineastas peruanos han seguido fotografiando esas comunidades, esas culturas? ¿qué diferencias tú aprecias —desde el punto de vista narrativo, histórico, estético, o maneras de abordar— en el cine en torno a esa comunidad en comparación con los cineastas que le antecedieron?

Mónica Delgado: En la década del cincuenta del siglo pasado surge este Cine Club Cusco con Martín Chambi, Eulogio Nishiyama, Luis Figueroa, que experimentaron un tipo de documental influido por la puesta en escena, el montaje soviético. Tenían toda esa intención de trasladar esos códigos del montaje hacia una realidad que no había sido observada, fiestas o festividades en las alturas de las comunidades andinas, de Cuzco, sobre todo. No registraban una realidad en sí, pero sí era una fotografía de esos territorios. La dinamización de los fondos públicos ha permitido que haya cineastas amazónicos, aimaras, de Cuno, también de Cuzco o cineastas quechuas. Hay películas de limeños que se hacen en Cuzco o en las sierras, se hacen en quechua. Todo ello ha hecho posible reconocer otras realidades, así como revelarnos los modos de producción, las historias que narran o la expresividad de las películas. Por otro lado, esta delgada línea que también puede ir hacia un tipo de exotización del cineasta limeño que va a filmar un territorio que no es el suyo, pero que hay una finalidad colorista que de repente le interesa dibujar o graficar un ambiente bucólico o exótico. Por ejemplo, Made in USA, una película de Claudia Llosa, ella también hizo La teta asustada, que ganó en Berlín el Oso de Oro. Es una película hecha en una zona del Perú que se llama Áncash, la cineasta vive en España, pero vino aquí y construyó todo un universo andino inventado, ficticio. Esa narrativa en un universo autónomo generó un debate muy interesante, justamente sobre la representación. De cómo se representaba a las mujeres andinas. Porque era una película sobre el incesto, y un poco los antropólogos, los sociólogos, decían: “Ya basta de que las mujeres sean representadas de esas maneras, que los Andes no son el infierno, los campesinos no son los eternos pobrecitos”. Se puso en discusión eso, y fue como un debate muy intenso en redes, en periódicos, se abordó en entrevistas. Porque se necesita dar más voces a las personas para que también se autorrepresenten.

Y un poco, como mencioné a Óscar Catacora —que hizo Wiñaypacha— es una película que está ahorita en Netflix y en plataformas internacionales, que tuvo poca difusión afuera. Este un ejemplo de un tipo de cine peruano que cuenta una historia sencilla, de dos ancianos que están en la puna y de pronto se quedan sin un elemento que les impide sobrevivir allí en medio de la nada. Esta película rompía un poco esa típica visión de los Andes como un entorno decadente, fallido, subdesarrollado, primitivo. Ese es un problema que aún se puede ver en muchas partes, en muchos ejemplos del cine peruano.

Octavio Fraga: Uno de los temas de permanente debate, también de recurrente reflexión entre los críticos e investigadores de cine, es la relación realidad-argumentos ¿Cómo tú ves el panorama del cine contemporáneo peruano en términos estéticos, narrativos, fotográficos, cómo lo dibujarías basándote en estos dos términos?

Mónica Delgado: No se puede hablar de tendencias, no se puede hablar tampoco de autores, porque lamentablemente hay cineastas que pueden hacer películas muy buenas; pasan siete, ocho, diez años, y recién sacan la segunda, y es distinta a la primera. Entonces no se puede ver, digamos, esos elementos que sí podrías ver en el cine argentino o el chileno, no puedes reconocer a cineastas. Uno ve películas de Patricio Guzmán o películas de Lucrecia Martel, y los identificas, para mencionar dos grandes de la región. En el Perú es mucho más disperso, justamente por la falta de recursos, por la falta de oportunidades. Ha habido un interés muy fuerte en los últimos años por el documental donde se encuentra el cine peruano con más fibra, donde uno dice: “Acá hay algo interesante”. Por ejemplo, los últimos documentales de Héctor Gálvez. Es un cineasta que empezó haciendo cortos y ficciones, digamos de interés, pero su potencia como cineasta está en el documental. Eso se debe también a que hubo una serie de festivales locales que permitieron que se vea bastante el documental y que se valore. También escuelas o iniciativas particulares que surgieron, como DOCUPERÚ y otros colectivos que impulsaron otras miradas de la no ficción y del documental. Eso hizo que haya películas que se muevan en ese espacio liminal y no se sabe si es ficción o es documental, que tienen todas las formas de los dispositivos documentales. Son películas que van explorando, sin clichés, las formas más básicas del documental, abordan, interpelan —justamente— el lugar de enunciación de los cineastas.

En nuestro cine contemporáneo hubo, desde hace un poco más de diez años, un éxito trepidante. ¡Asu mare!, una película totalmente comercial, que era de un actor que hacía stand-up comedy, y era una comedia de enredos y tuvo tres millones de espectadores, fue una cifra inédita. Eso hizo de que en los últimos años hay tres, cinco, diez, doce comedias que se estrenan porque marcó una tendencia de consumo, porque el otro cine independiente no se ve, no hay manera. Esta película o este cineasta, Héctor Gálvez, ¿dónde se ven sus películas?, es muy difícil. Si uno ve Wiñaypacha, también parece un documental o hay esa intención de generar estas difuminaciones entre la ficción y el documental. Me parece que ahí es donde están los mayores ejemplos del cine peruano actual.

Octavio Fraga: La cultura peruana es de una fortaleza ancestral. Ubicándonos en el escenario del cine de ficción peruano, ¿los jóvenes cineastas toman de la cultura peruana o prefieren apropiarse de otras culturas, de otras maneras de ver el cine y entender el cine?

Mónica Delgado: Yo diría que aquí no hay mucho interés en el cine histórico, se han hecho series con motivo del bicentenario —porque Perú, justamente el año pasado cumplió doscientos años de su independencia— y por eso hubo como una moda de hacer series, incluso en Netflix hubo una: El último bastión, que fue hecha por el estado. Pero no existe una película sobre los incas, por ejemplo —eso es insólito— así como Hollywood tiene un montón de películas, de los romanos, de los mayas, y México también. En Perú no hay ese interés, nunca lo ha habido. Se hace animación con algunas historias, más bien cortos, pero no hay muchas aproximaciones a repensar la historia. Cuzco o Machu Pichu son lugares para la postal de los personajes que aparecen ahí como modelos. Creo que hay una película de Perú que va a estar en Netflix —es una producción de Netflix— que la van a estrenar el otro mes. Pues sale Machu Pichu de fondo y dos personajes tienen una historia de amor, pero solamente está usada desde esa lógica. Hay muy pocas maneras de repensar incluso las diferentes culturas que han existido, no solamente la inca, la de los paracas, de los nazca, de los moche. No existen representaciones de estas culturas, salvo, como mencioné, algunas animaciones para niños, de la princesa chipilla amazónica, pero no hay.

La contemporaneidad es lo que gana, todo el mundo quiere hacer la película de su tiempo. Hay muy pocas películas históricas o de personajes históricos. No se hizo tampoco la película de César Vallejo, el poeta más grande que ha tenido el Perú. Es un cine que a lo largo del tiempo ha demostrado esa fascinación por leer su propio tiempo, y leer también sus propias interioridades. Hay muchas películas sobre retratos, sobre personajes en dilemas personales, no es cine teatral, es un cine de cuatro paredes, de familias discutiendo, de hijos que se rebelan con sus padres. Esos temas más íntimos son los que han ganado en los últimos años, y más bien la pregunta es por qué se sigue viendo. Incluso estas películas que mencioné al inicio —sobre el conflicto armado interno— el año pasado se hicieron dos películas, una Norte, de Fabrizio Aguilar, y otra de los hermanos Vega, los primeros en el nuevo siglo que fueron al Festival de Cannes. Esos hermanos hicieron una película de un padre con unos hijos en una situación de crisis, y en Norte, de Fabrizio Aguilar, este efecto del terrorismo vivía en la interioridad de los personajes y no podían vivir bien consigo mismos porque tenían metido ese fantasma del terror. Eso pasa en muchas películas peruanas, con En la boca del lobo, de Francisco Lombardi —que es de finales de los ochenta. Es un filme sobre un grupo de soldados que van a la sierra para luchar contra Sendero Luminoso, es una película con la visión del estado, pero eso en la actualidad no tiene mucho interés.

Octavio Fraga: Le has dedicado cuartillas a hablar sobre cine hecho por mujeres de tu país. Si te pidiera hacer una especie de antología ¿qué nombres no podrían faltar? Y una segunda pregunta, ¿qué diferencias estéticas, o en términos de realización, percibes en las cineastas mujeres del Perú con respecto a los hombres?

Mónica Delgado: Una de las primeras que impulsó el cine hecho por mujeres en el siglo xx e inicios del siglo xxi fue Claudia Llosa. Es una cineasta que se formó afuera y vino a Perú a terminar las películas. Al margen de eso, es interesante ver mujeres que hacían cine en la década del ochenta y noventa, que fueron muy importantes y muy influyentes para las mujeres que hacen cine hoy en día, como María Barea, por ejemplo, que fue una cultora y cineasta del grupo Chasqui. Luego se separó del grupo e hizo películas muy interesantes bajo su propia batuta, y es una cineasta que ha sido revalorada y redescubierta por las cineastas jóvenes. La están asumiendo como un ejemplo de un tipo de cine feminista, porque ella aborda también temas de clase, de raza, de discriminación laboral, etcétera. Lo hace, y lo hizo, hace muchos años, y las mujeres cineastas actuales están redescubriendo su trabajo. Igual que el de Mary Jiménez, que es una cineasta peruana que vive —me parece que en Bélgica. Ella hace películas desde finales de los ochenta, noventa, y sigue haciendo cine en Perú. Nora de Izcue es una de las primeras documentalistas peruanas, que también empezó a hacer cine en los setenta. No lo hace en la actualidad, pero ella ha hecho películas —incluso— en los dos mil.

Por otro lado, sobre cómo filman las mujeres, yo pienso que es un tema para problematizar porque Perú se mueve en un entorno audiovisual muy machista, donde la división clásica del trabajo ha generado roles para las mujeres y para los hombres del audiovisual. Muchas películas —si bien están dirigidas por mujeres— todo el equipo de producción puede ser masculino. Entonces, muchas veces las películas pueden haber sido dirigidas por mujeres, pero generan historias donde las mujeres que están representadas lucen roles de subordinación, de desplazamiento. A veces pienso que las mujeres no filman en empatía con otras mujeres. Por ejemplo, Canción sin nombre, una película de Melina León, que estuvo en Quincena de Realizadores, y que hace poco estuvo nominada al Goya. Es visualmente impecable, muy atractiva, pero donde yo veo a la mujer débil, sometida. Entonces, creo que es como conflictivo para algún tipo de cine, no porque lo haga una mujer va a ser necesariamente un cine feminista. Pero sí creo que hay cine con muchas intenciones de movilizar, por ejemplo, Autoerótica, de una joven cineasta, Andrea Hoyos, que no tiene ni treinta años. La película ganó Fondos, y está hecha con un equipo de mujeres: la fotografía, la edción, la dirección de arte. Es una película que, justamente, intenta no reproducir esta objetualización de las mujeres en el cine y me parece interesante que se esté cuestionando esas vías. La tarea es cómo se diferencia el cine peruano de las mujeres, hecho por mujeres, con el cine peruano hecho por los hombres. Esa es la pregunta que habría que hacerse, que tendríamos que hacernos para ver en qué estado se encuentra.

Octavio Fraga: En Argentina, Chile, Brasil o México, hay un movimiento feminista importante en nuestra región, de soslayo has hablado del tema, sobre todo en estos cuatro países tiene mucha fuerza. Si te pidieran una definición, para un diccionario, de cine feminista, ¿cuáles serían tus palabras? Y otra pregunta: ¿hay un movimiento de cine feminista en el Perú?

Mónica Delgado: Las representaciones están totalmente relacionadas con las formas, los modos de producción de las películas. Imagínate hacer una película donde yo tenga un personaje empoderado, una mujer, una heroína que lucha contra todo y resulta ser un ícono del empoderamiento, pero si yo le pago cien soles al equipo yo también tengo feminismo. Entonces yo creo que tiene que ver con una integralidad y con una conciencia de que vivimos en una estructura machista y que eso se ha heredado de las mismas facultades de comunicación, de las mismas enseñanzas, de los aprendizajes en las escuelas, también de la educación superior que ha reproducido las formas de hacer y de consumir el cine. Creo que el cine de las feministas —o el cine hecho por feministas— tiene que ser un cine renovador, transformador. No pueden repetir las mismas fórmulas heredadas de Hollywood, de ese sistema donde las mujeres han sido la última rueda del coche. Para mí es el cine que me interesa identificar, un cine coherente y un cine ético. Yo puedo hacer una película de una flor y considerarla feminista, pero yo creo que tiene que ver con ese espíritu transformador, en todo sentido.

En el cine peruano hay cine feminista sobre todo hecho por colectivos, como Cholay Audiovisual, o que se han binarizado. No solamente es un cine activista, es también un cine que no está objetualizando a las mujeres. He visto películas peruanas que se denominan feministas donde ponen a hablar mujeres sobre sus traumas, pero a mí me parece como que toman a las mujeres como conejillos de indias. Creo que hay experiencias interesantes de cineastas jóvenes que están buscando justamente generar estos nuevos sentidos donde no solamente podamos reconocernos, es muy difícil ir al cine y reconocerse. Hay un cine de chicas jóvenes, como la película de Andrea Hoyos, es una historia de mujeres, sobre mujeres, y eso es lo que más falta le hace al cine peruano.

Octavio Fraga: He conversado con mujeres cineastas que afirman que los hombres no pueden hacer cine feminista, ¿tú compartirías esa mirada?

Mónica Delgado: No, no la comparto, porque yo creo que el feminismo es para todos. El feminismo va a transformar la sociedad y va a transformar el cine con hombres y mujeres, y disidencias con todos. He visto películas de hombres que he considerado totalmente feministas y estoy segura que esos hombres no pensaban hacer una película feminista. Probablemente porque no les interesa el discurso, no les interesa ese actuar, incluso el marketing que existe a partir del feminismo. Hace poco estuve en un festival y en la presentación dicen: “Pues acaso mi película es feminista”, y luego no ves nada de feminismo. Ahí está la nomenclatura, la etiqueta. El feminismo lo considero antipatriarcal, anticapitalista. Me interesa esa perspectiva del cine si eso se puede cambiar desde las representaciones. A mí me gusta mucho el cine experimental, es un cine autogestionado, pero es un cine que sobrevive, y me parece que muchas mujeres que hacen cine experimental son el ejemplo más vivo para mí del feminismo. Porque no tienen que rendirle cuentas a ninguna productora, no tienen que rendirle cuentas a ninguna distribuidora, no están sometidas a ese círculo vicioso de la distribución y exhibición. Tampoco es una sublimación, es una vía consecuente, que no busca seguir reproduciendo un sistema —no solamente dentro de las pantallas, sino fuera de ellas—. Me interesa mucho por eso, por lo que hacen las cineastas, lo que hicieron y lo que siguen haciendo las cineastas experimentales.

Octavio Fraga: ¿Cómo es la relación entre los críticos de cine y los cineastas, y qué influencias tiene el gremio de los críticos cinematográficos peruanos en el curso del cine nacional?

Mónica Delgado: Yo creo que se podría hacer una película con la historia de la crítica versus los cineastas, porque también —como mencioné al inicio— hay varias generaciones de críticos en Perú. Una revista famosa, Hablemos de cine, que circuló entre los años sesenta y ochenta, que estuvo formada por las luminarias de la crítica peruana Isaac León Frías, participó allí Francisco Lombardi en sus inicios, Ricardo Bedoya, Federico de Cárdenas, entonces ellos tenían una relación muy cercana con un grupo de cineastas, y digamos que reprodujeron un tipo de relación afín. Pero cuando pasan los años y surgen los nuevos jóvenes críticos, a mediados de los noventa, tenían la intención de matar al padre, la intención de: “Nosotros no queremos ser amigos de estos cineastas, no queremos ser amigos de nadie”, y se fueron contra un canon del cine peruano. Es como decir que odiaron todo el cine de Francisco Lombardi, reivindicaron la figura de Armando Robles Godoy, un cineasta que ya murió, pero que encarna un tipo de cine de autor en el Perú más cercano al espíritu del cine más independiente, no más del riesgo expresivo. En la década del noventa hay ese quiebre, hay un antes y un después de esa afinidad con la crítica, a tal punto que los cineastas de esas generaciones anteriores veían muy mal a la crítica. Nos llamaban parásitos, o “Haz tu película y me avisas, cuando hagas una película recién escribe con propiedad, qué sabes de cine si no has hecho una película”. A partir de Desistfilm, revista que formé con un grupo de amigos y colegas, tuvimos una relación muy cercana, de diálogo, de interesarnos por cómo se hacían las películas, de conocer los procesos de los cineastas. Nos interesamos en eso desde el inicio y entablamos diálogos con cineastas y jóvenes cineastas de Perú. Nos interesan mucho los cineastas que hacen cortos, los que se están iniciando, las óperas prima. A partir de ese interés es que entablamos diálogos con cineastas de Argentina, de Chile, de Brasil, de Colombia, también de Estados Unidos y Europa. Eso nos ayudó a ver la crítica y la cinefilia desde un ámbito de correspondencias, de diálogo, de intercambio con la actividad de los cineastas que en los noventa estaba perdido, era muy quebradizo.

Hay cineastas de la vieja guardia que no les interesa la crítica o estrechar o tranzar con la crítica. Yo, por ejemplo, no me hablo con críticos mayores porque tenemos discrepancias de cinéfilos, de gustos, pero sí me interesa incentivar que haya jóvenes haciendo crítica. Hay muy pocas mujeres en Perú haciendo crítica, por ahí me interesa que haya una visión probablemente más estimulante de la labor del crítico, no verlo solamente como alguien que quiere molestar a los cineastas o amargarles la vida.

Octavio Fraga: Hay una cierta zona de la crítica, también de investigadores de cine y ciertos festivales, pocos, que no reconocen a los géneros cinematográficos, los clásicos. ¿Cuál es tu visión sobre ese abordaje? ¿Compartes esa manera de ver o eres más apegada a la tradición?

Mónica Delgado: Sí, hay como una revalorización de un determinado tipo de cine-género y en el cine peruano es más tangible, porque como te comenté, hay una gran oportunidad en la comedia, se hace mucha comedia al estilo clásico con un guion muy parametrado. El cine de terror aquí es muy exitoso. El terror y la comedia. Es como la reproducción de toda una tradición en la historia del cine, pero nada de melodrama. Los festivales han ayudado, de alguna manera, a visibilizar ese cine anti géneros que es, probablemente, donde a veces no pasa nada, como pasó hace algunos años con las películas de Lisandro Alonso. Uno iba a ver Los muertos y era pues cinco secuencias y se acababa la película, no había nada más que un hombre, una canoa, y chao.

Ahora que he estado en Berlinale viendo algunas películas, hay muchas de género con algunos elementos renovadores, pero en suma es parte de la esencia del cine. Como siempre van a existir los géneros, de alguna manera, los festivales están abriéndose. Por ejemplo, el festival de Rotterdam, que tenía fama de ser muy experimental, muy independiente, muy dado a las nuevas tendencias de riesgo, ha inaugurado sus dos últimas ediciones con películas de género. El año pasado lo hizo con una comedia muy buena, una comedia de situaciones, totalmente de género, y este año también, una película totalmente de género, un musical. Entonces por ahí hay como excepciones, pero en suma yo creo más bien que el terreno de los festivales es más esta frontera, esa difuminación de las fronteras de la ficción y la no ficción. Hay un auge totalmente del documental, al menos en Perú, que es lo que más llama la atención, y lamentablemente no es el que se estrena en las carteleras, pero los cineastas que obtienen fondos están muy interesados en hacer el documental en todas sus formas.

Octavio Fraga: Hay dos palabras que has usado: “cineastas independientes”. Aquí en Cuba está muy de moda el llamado cineasta independiente, ¿cuál es tu definición al respecto?

Mónica Delgado: Podría decirse que toda la historia del cine peruano es la historia del cine independiente, porque de alguna manera estamos al margen. Se ha visto el cine peruano, por muchos años, como una periferia, como pasa con el cine ecuatoriano, el cine boliviano, que han estado al margen por mucho tiempo. Cine independiente aquí también es un término conflictivo, porque si bien han surgido algunas pequeñas productoras que son las que dinamizan un determinado sector del cine más comercial, hay una productora grande que se llama Tondero, por ejemplo, que ahora está haciendo producciones con España, con Netflix, que creció justamente por este éxito de ¡Asu mare!, cuyo sistema de trabajo reproduce justamente ese modelo de los estudios. Yo te doy un monto y elijo al cineasta equis que va a estar en la película, y probablemente venga al mundo de la publicidad.

Un cineasta que sabe su tema audiovisual no tiene ningún interés en generar una autoría, una marca, simplemente va a cumplir el encargo de hacer una película, y eso está pasando con gran parte del cine peruano que está en cartelera. Ahora se han estrenado varias comedias, y todas hechas con la misma modalidad, entonces lo que no está dentro de ese marco de trabajo es lo que podríamos denominar cine independiente, pero igual es un abanico muy variopinto, de muy distintos cineastas. Porque hay cineastas independientes que probablemente tengan un presupuesto, pues de medio millón de dólares, y hay otro cineasta independiente que hace su película sin cámara. Es decir, hacen una película de archivo, pero el término aquí está utilizado en función al plano monetario, no en un plano expresivo, un plano de cine de determinado autor. Más bien, justamente, para diferenciarse del cine comercial, que aquí es lo más caro.

Acá utilizamos como el cine comercial y el cine independiente, que es el cine que usualmente se financia con fondos públicos del Ministerio de Cultura, que son veinticuatro millones de soles al año, y se reparte en varias categorías, en formación, en restauración, y en generar tanto cortos, como documentales y ficciones.

Octavio Fraga: Hay un viejo debate aun no resuelto en todos nuestros países que es el tema de las cuotas de pantalla. Apunto a la presencia del cine peruano en las salas de cine y en televisión en correspondencia o en relación con la presencia, predominante, del cine estadounidense, ¿cómo se comporta eso en tu país?

Mónica Delgado: Pues muy mal. Hace poco que nosotros tenemos una nueva ley de cine que fue discutida por muchos años. La última ley de cine, que fue derogada por Fujimori, la derogaron también hace poco. Primero la impulso Velasco Alvarado con la intención, en el año ’67, de generar justamente una industria, se daban estímulos y también había cuotas de pantalla en los cines. Uno iba al cine y tenías que ver obligatoriamente un corto antes de cada función, y los largometrajes también tenían la oportunidad de estar dos, hasta tres meses en la cartelera, algo imposible hoy en día.

El cine peruano ha sido muy vapuleado, muy maltratado. En los multicines, una película peruana puede ser exhibida solo unas horas. Los jueves es el estreno, si ese día van diez personas al siguiente ya no está la película. No hay ni un tipo de transacción, de contrato o soporte legal que defienda a los cineastas o a las empresas productoras. El estado da un recurso para la exhibición, que muchas veces consiste en alquilar las salas para que las películas puedan verse. El Fondo va para que yo alquile una sala y así vayan dos personas ya está pagado.

Pero la nueva ley de cine, la actual, que se dio a finales de 2019, no contempla ni una sola palabra en defensa de las películas, no hay ni una sola línea que mencione cuota de pantalla. O que mencione un contrato o una figura contractual con las exhibidoras. No hay nada. En esos espacios el cine peruano está totalmente desprotegido, y lo va a seguir estando porque la ley anterior demoró como quince años en hacerse. Pero nunca hubo un consenso, tampoco hubo una lucha real de los gremios o de los políticos por ese tema de las cuotas. La ley —más bien— se ha convertido en una vía para la generación de concursos, de brindar estímulos. Contempla solamente la primera parte de todo el proyecto: hacer la película. Una vez que la tienes es como ir a la de dios y por eso, lamentablemente, el cine peruano no se ve. Se producen treinta, cuarenta películas al año y la gente no conoce su cine. Son películas que están financiadas por el estado, pero no hay manera de que puedan llegar a las escuelas o se exhiban en una plataforma virtual. Hay un desinterés de todos lados, no solamente es un desinterés del estado, porque el estado da recursos, pero te dice: “Toma tu cheque y chao”. No hay un modo, no hay ni siquiera una Cinemateca, un espacio de preservación donde un estudiante de primaria, secundaria, diga: “Quiero ver tal película”, o “Me quiero llevar esa a mi casa”, o “Quiero hacer un cine club”. Todo esto es una consecuencia de años de abandono del audiovisual, no hay una memoria tangible y eso está demostrando justamente, que no existe cuota. Tampoco hay una film comisión o una entidad que genere políticas públicas en torno al cine y eso es muy triste.

Octavio Fraga: Una última pregunta, Mónica. Aquí en Cuba uno de los grandes cineastas de nuestra América, ya lo citaste ahorita, es Lombardi. Buena parte de su obra ha sido vista en los Festivales de Cine de La Habana, en la televisión. ¿Es Lombardi referente de los jóvenes cineastas peruanos o pondrías otros nombres que forman parte de ese marco de influencias en la realización del cine peruano contemporáneo?

Mónica Delgado: Francisco Lombardi es considerado, digamos, parte del cine peruano, no sé si los jóvenes ahora piensen en su cine como un ejemplo a seguir. Lombardi tiene una forma de hacer cine muy distinto a los intereses de los jóvenes, hay cineastas que están influidos, sobre todo por el cine argentino. Acá a la gente le interesa mucho el cine argentino, el nuevo cine argentino, por ejemplo, que hubo a inicios de los dos mil, o el cine chileno, el cine colombiano también. Se avistan esas tendencias en buscar esos referentes en el cine de Lucrecia Martel, en el cine incluso de Luis Ospina, o esa revisitación al cine de Armando Robles Godoy o de otros cineastas peruanos que han estado ausentes. Hace poco entrevisté a Arturo Sinclair, un cineasta peruano que solamente hizo cortos pero que está siendo muy valorado por los jóvenes. Les interesan esas formas de hacer documental de aquellos años o cineastas como Gianfranco Annichini, un cineasta italiano que vive en Perú en los setenta, y un poco se están buscando ese tipo de referentes. También Nora de Izcue o Federico García. Pero no es Lombardi como un referente actual, más bien es visto como una figura importante del cine peruano que justamente hizo visibilizar al cine peruano, como tú lo mencionas, en festivales. Estuvo en Cannes, estuvo en otros festivales latinoamericanos; en San Sebastián; en La Habana. Es una figura reconocida en ese aspecto.

Los cineastas más bien están como rescatando estas viejas figuras del cine que han estado soterradas. Por ejemplo, Carlos Serrán, que es un cineasta que hizo cortometrajes muy políticos en los años sesenta con su grupo Liberación sin Rodeos, un cine que está influido por los nuevos cines latinoamericanos muy políticos de los años sesenta y setenta, todo eso se está redescubriendo. Lombardi está, más que todo, visto como de cine clásico o de narrativas más convencionales, que es lo que los jóvenes ahora están revisitando. No es que todos lo conozcan, es increíble, hay gente que hace cine y que probablemente no ha visto nunca nada de Lombardi. Esa también es la paradoja.

Octavio Fraga: Bueno, Mónica, yo te agradezco, te agradecemos todos, el que hayas estado con nosotros esta hora exacta de conversación, en un minuto serán las 2 de la tarde hora de Cuba, igual es la hora de Perú. Nuestro agradecimiento por tus palabras y por darnos un pedazo de tu tiempo para ponernos al día, actualizarnos. Gracias una vez más por estar en “Diálogos en reverso”, un espacio de la Unión de Periodistas de Cuba, y claro, nos seguimos viendo.

Mónica Delgado: Gracias a ustedes, gracias a ti Octavio, y nos vemos en cualquier otra oportunidad.

Octavio Fraga: Un abrazo desde Cuba para ti.

Mónica Delgado: Un abrazo también, cuídense.

Octavio Fraga: Chao, gracias.

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Ángel Alderete: un observador de contextos y cromatismos (II y final)

Ángel Alderete. Director de fotografía del filme Inocencia (Cuba, 2018) de Alejandro Gil

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

Conversar con Ángel Alderete sobre sus abordajes fotográficos bocetados para el filme cubano Inocencia (Alejandro Gil, 2018) es ser testigo, desde los poderes de la palabra, del empeño de un autor cromático que construye puestas en escena de virtuosas lecturas. Sus encuadres se nos revelan en sincronía con un tempo, una locación, un punto de giro, en verdad muchos puntos de giros dramáticos.

Todos estos recursos “desparramados en el filme” están dispuestos para tomarnos desde los pilares de la subjetividad y ponernos en ese otro espacio, en ese pasado desabotonado, que por generaciones ha sido sostenido por la fuerza de la narración oral y todo un acervo documental como herencia de la voluntad de preservar nuestra memoria histórica.

En la organicidad de las aseveraciones del entrevistado se avistan las vestiduras de un arte esencial, compartidas por el autor de una fotografía que acompaña los derroteros e intencionalidades trazados en un guion que lo soporta todo, que constituye el mapa de un filme que seduce, provoca preguntas y asienta certezas

Sobre los vértices y honduras del texto dramático escrito por Amilcar Salatti, Alderete construyó simbólicos encuadres, atizados tonos de luz y confabulaciones cromáticas, donde la fotografía —su fotografía— se enrola como arte que también narra. Todo ese despliegue simbólico converge en los núcleos del texto, para ponernos en ese tiempo pretérito, el de los ocho estudiantes de Medicina asesinados por los partidarios de la Colonia Española.

Dispares entregas y encumbrados acentos de su labor, en este filme, han sido resueltos con las herramientas y las metáforas de la contemporaneidad. Sobre esta vital idea, el director de fotografía de Inocencia desgrana confesiones.

En esta segunda parte de la entrevista me interesó indagar sobre los procesos creativos nada ajenos al pensamiento racional, para entender las lógicas de un creador cinematográfico que no se contenta con lo que le viene “al vuelo”.

Edificar una arquitectura fotográfica trazada con detalles de relojería, descorchadas para reconstruir hechos históricos que transcienden en la nación cubana a varias generaciones, implica articular una mirada de lo que sería ese pasado consumado con los acentos del presente donde las nuevas tecnologías, en un tiempo de nada, envejecen.

Los sustantivos dispuestos en este texto, las adjetivaciones que emigran en algunas partes del diálogo —estas dos en comedidas dosis— y las reflexiones que se arropan como encendidas palabras de sólidas vestiduras, nos dibujan la génesis y las rutas de un artista que hace películas, desde las insustituibles estelas del rigor.

Comparto las “segundas confesiones” de un fotógrafo esencial del cine cubano.

Octavio Fraga: Te apoyas en una gama de recursos que son distintivos de la contemporaneidad, ¿es una manera de conectarte con el público joven o son meras exigencias del filme, o las dos?

Ángel Alderete: Las películas de la modernidad no solamente tienen que estar basadas en criterios modernos, en la utilización de recursos cinematográficos contemporáneos. También, en la manera de contar y en cómo te conectas con el público, cómo llegas al corazón de la gente, cómo alcanzas cualquier nivel de sensibilidad o interés equis que el filme produzca en los jóvenes.

A veces me da risa, cuando veo películas de ocho, diez planos, y la cámara va para alante y para atrás. El muchacho que sale de la escuela no tiene otra forma de expresarse que no sea a través del videoclip. Ese es su camino —un camino desviado— porque cuando quiere entrar al mundo del cine viene con una formación epidérmica, no tiene la madurez del cineasta. Entonces ese lenguaje no lo puedes llevar al cine porque no te sirve, no vas a llegar al público, y aunque hagas una película musical, no vas a llegar a los jóvenes, aunque intentes alcanzarlos con cuadros novedosos, con imágenes de drones.

La música también puede llevar a que la película tenga otro estilo, tenga otra forma, porque está hecha por un joven de pensamiento, no solamente físico.

Por eso siempre estoy pendiente de cómo piensan, de cómo piensa mi hija, que tiene treinta y seis años, que tiene una revista de modas, porque la moda también es el vestuario. Y si vas a hacer una película contemporánea o una película futurista, también tienes que tener un referente en el diseño del vestuario, aunque eso no es lo principal. Depende de cómo se manejen esos recursos modernos.

Soy un fotógrafo que tuvo que pasar de lo analógico a lo digital, de la película que tocabas, picabas y pegabas, a esto que no ves nunca, que son números. Son imágenes que están ahí mientras no se dañe la computadora o el disco duro.

Foto Lester Pérez

Octavio Fraga: En no pocos planos interiores de Inocencia subviertes varios de los principios afincados en los manuales de fotografía ¿Son provocaciones para el lector fílmico, experimentación y búsquedas de otras aproximaciones estéticas?

Ángel Alderete: Las tres cosas. A pesar de la edad que tengo no me quedo estático. Pienso que es mejor equivocarme y pedir perdón por la equivocación, que pedir permiso. Trato de innovar en cada película, que tenga una visualidad distinta. No solamente por encuadres sino por la iluminación o por las tomas —o ambas inclusive—, pero sin separarme de la dramaturgia y del guion del filme.

También trato de innovar con los recursos que tengo. Si voy a usar Dolly, veo cómo ponerla para que se mueva diferente, de manera que el espectador no se dé cuenta de que el Dolly caminó, o que son dos juntos. En Inocencia, traté de desarrollar las tres cosas.

Octavio Fraga: Hay una escena en la que subviertes el encuadre en que posicionas al personaje, al protagónico. Yo pensé: “Se volvió loco Alderete con el manual”.

Ángel Alderete: Sí, sí, yo rompí con todas las leyes del equilibrio.

Octavio Fraga: Obviamente se puede romper lo tradicional, lo establecido por la escritura técnica. Me refiero a la ruptura del tercio.

Ángel Alderete: Sí, yo rompí el equilibrio moviendo los objetos del fondo, a veces el script me decía: “¿Oye, tú estás moviendo eso?” Y le respondía: “Eso no se ve, de eso no se da cuenta nadie. Lo voy a mover un poco a la derecha porque me conviene que esté desequilibrado el encuadre, que no esté clásico”.

Octavio Fraga: Eso “descoloca” el ojo del lector fílmico.

Ángel Alderete: Sí.

Octavio Fraga: Ahora, sin que te centres solo en Inocencia: ¿Cómo se ha de retratar a un personaje de leyenda, a un héroe de la historia nacional?

Ángel Alderete: Cuando fui a hacer Inocencia pedí las fotos de los estudiantes de Medicina, los grabados, lo que hubiera de ellos. Había otros personajes que iba a retratar en la película de los que no había fotos. Sin embargo, mi intención es que cada uno de los que aparece provoque en el espectador la sensación de que está mirando esas fotos, aunque no sea la persona real.

Por ejemplo, jamás vamos a tener una imagen del fiscal, que lo interpreta Patricio Wood. Para dimensionarlo en su actitud, le puse una luz muy dura, así el espectador se fija más en que está completamente calvo, que es un tipo duro, cosa que no había hecho con ningún otro personaje. Por otra parte, a Capdevila —que es el defensor— no le puse esa luz; tenía que ser suave, para que se pudiera desplazar por todo el set en su discurso de defensa de los muchachos.

Los franceses descubrieron para dónde mira por primera vez el espectador en una pantalla: mira para la luz más fuerte y para los ojos del actor en milésimas de segundos. Ellos compararon eso con los pintores y descubrieron que Rembrandt iluminaba lo que le interesaba a él que se viera. En el cine pasa lo mismo: ponte de espaldas y haz un Dolly para que veas que la gente está inquieta por verle la cara al personaje. Y si además, no les enseñas la cara se pone todavía peor, porque quieren ver quién es. En Inocencia, manejo eso con el fiscal; con el abogado, apoyé la dramaturgia, porque la fotografía debe ir a la par del discurso dramático.

Otro ejemplo. Yo tuve que retratar a Ignacio Agramonte, que era un hombre alto; dicen que medía 1.85, casi dos metros, pero el actor medía 1.69. Entonces tuve que darle otro valor estético a la escena en que él y Carlos Manuel de Céspedes tienen una discusión muy dura sobre la guerra. Cuando vean la película podrán apreciar si lo conseguí o no.

Octavio Fraga: Son dos grandes personajes.

Ángel Alderete: Son dos grandes personajes y dos actores, Rafaelito Lahera, que ya tiene años, y Daniel Romero, que es un actor joven, que acaba de empezar, no conoce mañas, y deja muchas veces el texto arriba, como cuando lees. En ese caso, eres tú mismo, no el personaje que estás haciendo; entonces, retratar en un momento indicado a veces es difícil. Los personajes históricos también son difíciles, porque la gente lo memoriza de cierta manera. Muchas veces el espectador dice: “¿Viste cómo se parecía al Che?”; no dice: “Ese es el Che”, por mucho que te acerques al personaje.

Octavio Fraga: La gente se construye su propio Che.

Ángel Alderete: Sí. Como decía mi amigo Korda. Tú pones a ocho fotógrafos aquí y pones a un personaje. Todos tiran las fotos con la misma luz, con la misma cámara, con el mismo lente, con el mismo diafragma. Cuando miras las fotos que hicieron, dices: hay cuatro que no son buenas, ocho que son buenas, tres que son muy buenas, y todos obturaron a la vez en el mismo tiempo. Pero hay quien obturó cuando el personaje hizo una mirada, y otros perdieron ese gesto, y esa fracción de segundos en la fotografía hace la diferencia.

Octavio Fraga: En los interiores de las escenas dramáticas de Inocencia, sobre todo la de Fermín Valdés Domínguez en la que aparece con su mujer, se avista claramente una fotografía de retrato, un encuadre que legitima una composición del retrato, por eso me hablabas de Menocal. ¿Empastas una cosa con la otra?

Ángel Alderete: Sí. Y al revés. Te voy a contar. Yo quiero hacer unas capsulas de seis minutos con distintos fotógrafos, las he llamado Cazadores de la imagen, y que abarquen desde el principio de la fotografía hasta hoy.

Para esta serie, quiero entrevistar, por ejemplo, a Ernesto Fernández que aprendió fotografía con una persona que era laboratorista, y cuando le dijo: “Yo quiero aprender fotografía”, el tipo le respondió: “Ve a ver cine, mucho cine”. Entonces, él se metía tandas de cuatro y cinco películas mexicanas, pagaba veinticinco quilos, treinta quilos y veía una película detrás de otra. Y me contó que a veces sus retratos se parecen a los de María Félix”, porque en su juventud tuvo esa información visual y se le quedó en la cabeza cómo iluminaba en esa época Figueroa, el gran fotógrafo mexicano.

Yo hago ensayos fotográficos entre película y película, como el de las quince mujeres fumadoras de tabaco que quiero hacer ahora, porque no dejo de ejercitar la mente.

Foto Lester Pérez

Octavio Fraga: Sería fantástico armar una exposición de foto fija con directores de fotografía del cine cubano, no de fotogramas cinematográficos, si no de piezas de gran valor artístico. Una suerte de antología para el gran público.

Ángel Alderete: Cuando Fernando Pérez haga otra película y yo esté sin hacer nada, quiero ir de still, porque vi una exposición fotográfica en la Unión Soviética, de un stillman, que me dejó pensando. Tuvo la suspicacia de retratar todo lo que sucede dentro del set pero con una visión diferente. No la de retratar exactamente la escena, sino cuando la mujer se está maquillando, cuando está vestida mitad de época y  un jean para abajo.

Octavio Fraga: Las bambalinas del cine.

Ángel Alderete: Sí, las bambalinas. El director rascándose la cabeza, tomándose un café…

Octavio Fraga: Que no dejan de ser crónicas visuales.

Ángel Alderete: Sí. Y eso también le falta a la revista Cine Cubano; a veces la veo y está permeada solo del famoso encuadre del operador, el director señalando, el actor actuando.

Esta plática, de hace poco más de dos años, revela las texturas del artista que se erige como un recurrente labrador de símbolos del cine cubano. Los oficios que configuran sus praxis estéticas, las estelas de rigor que lo definen como un autor de virtuosos encuadres, son tan solo dos de las respuestas, articuladas como herramientas para el moldeo —siempre inconcluso— de un sello, todo ello soportado por los pilares de la cultura cubana.

Ángel Alderete es, desde hace muchos años, parte sustantiva de la historia del cine cubano y su escritura en Inocencia, lo ubica —con justicia— en el altar de los imprescindibles de la cinematografía cubana.

Tráiler del filme Inocencia (Cuba, 2018) de Alejandro Gil

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Ángel Alderete: un observador de contextos y cromatismos I

Alejandro Gil (izquierda) junto a Ángel Alderete, director de fotografía de Inocencia. Foto Lester Pérez

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

El sol —que impone los cromatismos de una isla de humedades cambiantes— estuvo presente en cada palabra intercambiada, en los ciclos de preguntas y respuestas que son propios de los tempos de un dialogo pactado. Los inconfesables impactos de la luz, dibujaron, por casi dos horas, las sombras y vórtices de un espacio alargado, discreto, interior. Un par de butacones desaliñados y unas ganas de compartir memorias y reflexiones.

Es enero de 2018. Solo han pasado unas pocas semanas del estreno del filme Inocencia, de Alejandro Gil. Mi entrevistado, Ángel Alderete, llegó con puntualidad británica. Nos refugiamos en ese espacio del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos donde aún se avistan gaveteros de un mueble protagónico que se empeña en no perder sus maquillajes originales, sus “incólumes texturas”. Son los sellos de una identidad donde la luz, esa luz, irrumpe desde las riberas del mar, que no cesa de golpear un malecón icónico.

Pretender cartografiar la ruta profesional de Alderete, en los escasos marcos de estas líneas introductorias es todo un desafío. Sin embargo, se impone singularizar los prominentes puntos de giro que definen la obra de un fotógrafo llamado a ser parte esencial de las producciones más complejas del cine cubano de estas dos últimas décadas.

Siendo un joven, la Academia de Bellas Artes San Alejandro lo acogió como estudiante de pintura y, de igual modo, la fotografía submarina lo condujo a la Escuela Internacional de Buceo. Luego, entre1972 y 1982, un período de cambios generacionales para el cine nacional, materializó una intensa labor como fotógrafo en más 40 documentales. Varios países del continente africano fueron retratados por las cámaras de Alderete; sin dudas, una ruta de aprendizajes, de requeridos entrenamientos visuales y fotográficos que le aportó una lúdica relación entre ese tomar de los entornos y el arte final en la pantalla.

El ser parte de los equipos de realización de los noticieros de la televisión cubana y de la Agencia CBC, dos momentos de tránsito en su labor creativa, le aportaron fogueo, praxis, oficio, escuelas, conceptos.

La docencia, esa manera de dar de la que también se aprende, la ha desarrollado en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, Cuba.

Su filmografía como director de fotografía es prominente. Piezas de ficción y documentales llevan su firma, no solo en Cuba, también en otras partes del mundo. Suman más de cien piezas las tocadas por su mirada, que apunta al ejercicio del rigor, a la búsqueda de otros derroteros estéticos, al repensarlo todo para responder a la exigencia de un relato, de una puesta, de un espacio, siempre signado por los desafíos de mostrar simbologías, acentos culturales o diálogos, que también encumbran toda pieza audiovisual. Son logros de un intelectual, que es miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) y de la Asociación Española de Autores de Obras Fotográficas Cinematográficas.

Alderete es un cineasta marcado por la praxis del estudio, por reciclar textos preteriros que enriquezcan su labor profesional, esencial en toda labor creativa. Este cubano del séptimo arte es un observador de contextos, de la historia y los colores que nos invaden, que muchas veces resultan imperceptibles para el más común de los habitantes de la isla. Sobre Inocencia y su labor de como director de fotografía, hablamos, casi dos horas.

Octavio Fraga: Cuando Alejandro Gil te invita a participar en su filme Inocencia, ¿qué motivaciones tuviste para enrolarte en un proyecto de esa envergadura?

Ángel Alderete: Primero, me interesó el tema; luego, cuando leí el guion me di cuenta que de que estaba muy bien hecho, y de que eran prácticamente dos películas. Se narraba la historia de los estudiantes de Medicina y la de la búsqueda de Fermín de los restos de sus compañeros, y aunque ambas se entrelazaban, no tenían nada que ver. Entonces me di cuenta de que era una película en la que yo tenía que trabajar la iluminación en torno a esa diferencia temporal de dieciséis años entre un hecho y otro, a pesar de que en Cuba no cambiaron entonces las formas de iluminación. En ese período, prácticamente se restringía al uso de las velas y el gas en las calles.

Foto Lester Pérez

“Fue un reto cromático y de encuadre a la hora de representar las dos etapas, y eso me motivó. Una de ellas, juvenil, intrépida, desaforada, en términos de que eran estudiantes de Medicina, y la otra con Fermín escribiendo un libro y en la búsqueda de los cadáveres, que es un proceso más maduro.  Fue así cómo le dije a Alejandro: ‘Bueno, vamos a hacer la película’.

“Alejandro y yo nos conocemos desde que él empezó como asistente de dirección en Algo más que soñar, una miniserie en la yo estaba trabajando. Ya habíamos estado juntos en la Fílmica (de las Fuerzas Armadas Revolucionarias) y coincidimos en varios proyectos, pero ninguno del Icaic.

Las otras motivaciones que tuve para trabajar en Inocencia fueron estéticas. Alejandro y yo compartíamos que la película tenía que tener un encuadre que no fuera clásico, con dos tipos de luz que diferenciara la tragedia del trabajo de investigación de Fermín. Estuvimos de acuerdo en que había que tener dos tipos de color y en que, para la primera etapa, los colores vivos podían conspirar contra el discurso.

“Otro motivo por el cual accedí es que esta fue la primera película de época en la que participé. Antes, todos habían sido filmes contemporáneos. Así que tuve estudiar a los pintores cubanos de la época y a algunos de otros países”.

Octavio Fraga: ¿Consideras que has sido el ojo del director? ¿Respondiste a sus expectativas y exigencias para el mejor acabado de la obra?

Ángel Alderete: Pienso que sí, estoy muy contento con los resultados. En aquel momento acababa de terminar una película en blanco y negro, contemporánea, y me enfoqué en los criterios estéticos que tenía Alejandro y que venían definidos en el guion, además de los que le aporté.

“También los personajes de la obra cinematográfica tienen una manera de expresarse, un gusto. Y en relación a cómo iluminar a cada uno hubo un vínculo muy estrecho entre la dirección de arte y yo. No se ilumina igual a una persona del campo que a un citadino. No es lo mismo asistir una conversación entre Fermín y un cura en una iglesia, que tiene su luz y características propias, que iluminar la casa de Fermín en distintos momentos: de noche, de día, al atardecer. Eso lo tengo bien claro, y aunque puedo equivocarme, trato de escuchar al director, ser el ojo del director y saber si realmente la luz que tengo funciona en la inserción dramática que está ocurriendo. Me considero un colaborador del director, no un fotógrafo independiente que trata de imponer estilos en cada una de las películas”.

Foto Lester Pérez

Octavio Fraga: ¿Tras la primera lectura del guion, ¿qué líneas estéticas te planteaste desarrollar en la puesta fotográfica de Inocencia?

Ángel Alderete: Para la etapa de los estudiantes estudié mucho a Rembrandt. Este pintor iluminaba lo que a él le interesaba ponerle color. Para mí los fondos fueron importantes en un momento indicado, y en otros no. Por ejemplo, los laterales de las aulas no me interesaban, porque no tenían ningún valor estético, a diferencia de la pizarra, donde estaban dibujados los esqueletos para los estudios de Medicina. También, el espacio donde se mueve el profesor y los pupitres, y la puerta principal, porque por ahí entran los estudiantes y luego los voluntarios que los apresan.

“En la otra etapa, la casa de Fermín está llena de encanto. Está muy bien ambientada, muy bien diseñada y jugué con los niveles de contraste. Ahí me acercaba un poquitico más a los pintores holandeses de la época, que no oscurecían tanto los fondos, sino que le daban una presencia determinada porque les interesaba dar la atmósfera de donde se estaba desarrollando la acción de la pintura.

“Yo hice lo mismo, excepto en el despacho de Fermín. Tuve que volver a Rembrandt en la parte que él sueña que alguien lo va a matar y utilicé los claroscuros de nuevo para que cuando despertara tuviera la misma atmósfera de la pesadilla. No acudí al recurso clásico de sobrexponer para que el espectador se diera cuenta de que era un sueño. Pretendí que se sorprendiera pensando que el sueño era una realidad, y después se convierte en la realidad. Por eso me propuse hacerlo diferente”.

Octavio Fraga: ¿Una vez que hiciste la visita a las locaciones, ¿qué desafíos u obstáculos identificaste para la realización del trabajo de dirección de fotografía? ¿Cuáles fueron los retos que te “impusieron” esos espacios?

Ángel Alderete: Bueno, la película se filmó en muchos museos: no los puedes transformar. Una de las dificultades que tenía en la casa de Fermín es que los techos y las paredes están pintados de verde. Yo no hubiera querido ese color, y al asumirlo tuve que quitarles la brillantez. Sabía que iba a influir en la piel y en el vestuario; la luz y el color caminan. Hay lugares, como el del juicio, en que las paredes eran blancas. Esa también fue una dificultad: había que usar la locación como estaba.

Octavio Fraga: ¿Trastocaba la dramaturgia fotográfica?

Ángel Alderete: Sí, y me interesaba más tener ese tipo de locación, que era más auténtica, que pintar una pared. De todas maneras, a veces con el encuadre podía suprimir esa dificultad. Si el espacio era muy chiquito, los retos eran mayores.

“En algunos lugares, pudimos transformar completamente la locación, poner pladur encima de una pared para que no se dañara. Pero esos son los retos cuando haces una película de época y tienes que utilizar espacios como museos y muebles que a veces no te permiten mover ni tocar.

“También tuvimos colaboración de distintas instituciones donde se movieron las piezas para que nosotros pusiéramos otras que no eran museables. La locación más difícil que tuve en la película fue el aula.

También en la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, porque no se puede clavar ni hacer nada en las paredes, que, además, son semi circulares. Para lograr los efectos de las velas, usamos varillas de gas. Así conseguimos que la gente tuviera el tono que tiene”.

Octavio Fraga: Alderete, muchos de los encuadres que diseñaste para el filme son, desde mi punto de vista, pinturas que nos remontan a retratos, e incluso al paisaje urbano de la plástica cubana del siglo XIX y principios del XX. En ese proceso de apropiaciones, ¿cuáles fueron tus referentes estéticos?

Ángel Alderete: Estudié mucho a Menocal, que fue un pintor muy realista a la hora de ver el color, el matiz de la naturaleza en esa época. La pintura de interiores de Menocal me sugirió la manera de utilizar el color en unas ocasiones, y los encuadres en otras.

“Quién no vive muchos años en Cuba no se da cuenta de la manera que la luz golpea a las ciudades; es una luz muy fuerte, muy dura, y a veces hace mucha sombra, y las relaciones entre sombra y el sol suelen ser entonces muy violentas”.

Octavio Fraga: Es notable en Inocencia el cromatismo de planos, que apunta a subvertir el acomodamiento de la pupila del lector fílmico ¿Esa es una primera intencionalidad? Yo vi un despliegue de planos, una riqueza de planos… ¿Es una manera entroncar con el público?

Ángel Alderete: Sí. Por eso yo desbalanceo un poco el cuadro, utilizo a veces drones; otras, elementos de la modernidad dentro del movimiento de cámara. En una de las conversaciones que tuvimos Alejandro y yo, le dije: “Tenemos que hacer una película que se desarrolle en una época antigua, pero con un lenguaje moderno.

“Igual le propuse utilizar algunos elementos que tuvieran códigos de la publicidad, como pinceladas, sin convertir la película en una quincallera; ni colorines ni encuadres raros, aunque sí una visualidad moderna y que, a la vez, recordara las pinturas de esa época, porque estábamos contando un hecho histórico”.

Octavio Fraga: Cuando uno revisita la obra de ficción de Alejandro Gil se revela la importancia que le da a la puesta en escena para el acabado del filme ¿Cómo te adaptaste a sus improntas, a sus exigencias, desde esa perspectiva? Eran auténticas puestas en escena.

Ángel Alderete: Nos llevamos muy bien en eso. Entre los dos, hicimos un guion técnico muy riguroso. Él me narraba la puesta en escena y yo hacía los dibujos.

Octavio Fraga: ¿Por escenas?

Ángel Alderete: Sí. Por escenas, como si fuera el actor. Hicimos un binomio muy unido; él adaptándose a las exigencias mías de la luz, y yo a las suyas de la puesta. Lo más difícil de esta película fue la cantidad de personajes y que muchos de ellos actúan en la misma escena, lo cual dificulta lograr una atmósfera. Cuando hay dos personajes en un lugar es más fácil para el fotógrafo dominar la luz, saber cómo se mueve el actor. Es muy diferente cuando hay quince, veinte, treinta, cuarenta personas dentro de una cárcel y se están moviendo constantemente, porque lograr una atmósfera, una estética que cumpla los parámetros en toda la película es lo más difícil.

Octavio Fraga: Estábamos en la locación de la cárcel…

Ángel Alderete: Sí. Nos pusimos muy de acuerdo en el movimiento escénico para que yo pudiera trabajar la luz. En ocasiones Alejandro movía a los actores. Yo también me subordiné a su puesta en escena cuando lo requería. Si unas personas venían a buscar a otras porque las iban a fusilar, yo estaba obligado a esperar por un camino a que se pararan, hablaran y ver si se separaban o acercaban más a la reja. Todo eso lo manejamos muy bien, no hubo ninguna contradicción.

“Cuando había personajes dialogando, a veces lo combinábamos con movimientos de cámara que yo le sugería o a la manera que él veía la puesta. En la película hay una riqueza de movimientos de cámara, de posiciones de cámaras diferente a la que puede haber en una película convencional”.

Octavio Fraga: Esa escena (se lo dije a Alejandro también), cuando a los estudiantes les comunican que los van a fusilar, tiene mucha fuerza, por ese contrapunteo entre ellos y los voluntarios… Y la fotografía subraya ese momento dramático.

Foto Lester Pérez

Ángel Alderete: Sí, tiene mucha fuerza.

Octavio Fraga: Y la reja en el medio como elemento divisorio…

Ángel Alderete: Divisorio y de impotencia. Como Alejandro también viene de la televisión, en eso también nos pusimos de acuerdo antes. Yo le dije que los primeros planos en un tipo de película coral tienen dificultades, porque a veces el que está atrás, mediante su acción, colabora con el que está delante.

Octavio Fraga: Un escenario de encierro…

Ángel Alderete: Hay un encierro entre unos y otros. Si cerrábamos mucho el plano, no podía apreciarse igual la atmósfera del lado del oficial que leía los nombres de los condenados. Pero, además, detrás tenía unos guardias que apuntaban. Era un clímax que no podía dejarse de retratar; no podía perderse esa perspectiva.

“Poder tomar estas decisiones depende de la madurez del fotógrafo. En mi opinión, la vida del fotógrafo se divide en tres momentos. Cuando se propone encuadrar, pone la cámara donde le parece que está lo más importante y se embronca con el director por un primer plano. Luego, cuando aprende a encuadrar y a mover la cámara. La tercera etapa, la de la madurez, llega cuando sabe ver la luz en cada una de las escenas. Para llegar ahí hay que educar el ojo, hay que estudiar, hay que informarse. No puede pensarse que haces lo más grande del mundo cuando todo el mundo lo aplica hace años, porque fue inventado por artistas de la plástica y fotógrafos que también aprendieron de sus antecesores.

“Ya tenía esa visión cuando trabajé con el fotógrafo del filme ¿Quién le teme a Virginia Wolf?, que murió el año pasado, Haskell Wexler. Él fue uno de los que utilizó la luz de ventana a ventana en una época en no se tenía idea de ese recurso. Pasaba los setenta años cuando vino a Cuba a filmar la visita del primer Papa en una película de treinta y cinco milímetros. Él me dijo: “Mira, Alderete, en cine ya está hecho todo. Eso de las ventanas reventadas yo lo vi en una pintura de principio del Siglo xx. Desde la segunda década de esa centuria se empezó a no darle importancia a lo que hay en el exterior, sino a la luz que entra, y a ver la luz de otra manera.

“Y este hombre, que tuvo tres Óscar, que fue presidente de los directores de fotografía de Estados Unidos, que había trabajado con grandes directores, me dijo que si yo trataba de ver la luz en cada uno de los lugares es porque ya empezaba a ser maduro, y me recomendó que educara el ojo en la identificación de la luz que se requiere en cada espacio escénico. Eso lo llevo en mi memoria, y un día tengo que hacer algo así”.

Octavio Fraga: En tu trabajo con Alejandro Gil, ¿qué pautas fotográficas bocetaste para el acabado de la obra?

Ángel Alderete: Vimos juntos una película rusa contemporánea que ya yo conocía, El duelista (Aleksey Mizgirev, 2016). Tiene la atmósfera del San Petersburgo del mil ochocientos setenta y pico, de la época de los zares. Es sobre un hombre al que le pagan por hacer duelos, es un gran tirador.

“Cuando él la vio se dio cuenta de que debíamos andar por ese camino en la manera en que íbamos a encuadrar. Incluso, durante el rodaje, a cada rato él me decía: ‘Oye, Alderete, acuérdate de los encuadres que tenemos que hacer, acuérdate de la luz que tenemos que queremos’. Yo le decía: ‘Los grandes problemas que tenemos son en los exteriores, pero no te preocupes, que esta cámara con la que estamos filmando tiene esta posibilidad, debo trancar los verdes y azules, y poner la película al tono que previmos’. O sea, la relación director-fotógrafo funcionó muy bien. Incluso, el plano en el que aparece Fermín sentado en una silla, que le da la luz que entra por la ventana, no estaba previsto en el rodaje. Fue que el actor se sentó ahí para concentrarse”.

Octavio Fraga: Y aprovechaste ese azar…

Ángel Alderete: Sí, yo tenía iluminado ahí y se filmó. “Filma, filma, filma eso”, me dijo Alejandro. Así fue la comunicación que tuvimos, Él lo vivió en la serie televisiva Algo más que soñar. La muerte de Brito no estaba planteada de la manera que se hizo. Luis Alberto García, se sentó en una piedra a concentrarse para la escena, y yo le dije a Eduardo Moya: “Asómate, mira, ese es el final”. El hombre tira el fusil, se sienta, está descojonao porque ha muerto su amigo, lo han matado delante de él.

“Hay personas, como Alejandro, que te pueden escuchar. Otras no, por falta de conocimientos o porque no te conocen. Cuando hice María Antonia, de Sergio Giral, él tenía bien clara la estética de la película. Y le dije: ‘bueno, eso es lo que tú has visto como parámetro, pero la película no lleva eso’. Sergio me oyó y el filme tiene una atmósfera de los años cincuenta, pero ni es Blade Runner ni Corazón salvaje, una película de Robert de Niro, también muy buena. Puedes tener ese cine negro, pero Cuba no es el Bronx de Nueva York; puedes tocar rock en Cuba y no pasa nada, pero tienes que saber que el rock de Cuba no es el de los Estados Unidos. Igual sucede con el jazz.

Octavio Fraga: Eres un cineasta con una sustantiva obra cinematográfica como director de fotografía. ¿Qué no debe ignorar el fotógrafo que narra las historias de la isla?

Ángel Alderete: La luz de Cuba. Si tratas de parecerte a la luz de Inglaterra nunca lo vas a lograr; la luz de Inglaterra es la luz de Inglaterra, el sol de Cuba pasa por el centro. Son diferentes completamente. Cuando tienes una luz con ese empaque, sabes que vas a una locación y todo el mundo tiene el contraluz perfecto. Cuba no es así. No puede perderse la perspectiva de que hay que trabajar con la luz que te impone trazos. La puedes matizar dramáticamente. Y puedes, digamos, utilizar horarios que ayuden de una manera u otra. Sobre todo en exteriores.

“Tampoco puede olvidarse la luz que entra por las ventanas; la luz se matiza o no, se pone más alta o no, pero no puede pretenderse que la luz que entre por una ventana sea la luz de París, en invierno o en verano, que es una luz suave, bonita. No, en Cuba la luz es bonita también, pero tiene sus características. Hay que saber identificar los niveles de reflexión, aun cuando está nublado, que no haya niveles de contraste violentos. Más que obviarlo, hay que asumirlo, porque el trópico tiene distintos contrastes, y colores fuertes. Además, la gente es viva y camina y se comporta de una manera diferente. No puede pretenderse hacer una película como la que hacen los dinamarqueses, que están metidos dentro de la casa seis meses del año y tienen que palear la nieve para poder abrir la puerta. Aquí la bulla es de la puerta para afuera, lo mismo juegan dominó que hablan en la esquina, eso sucede en los países tropicales, y en los países tropicales que tienen contacto con el mar. En México, por ejemplo, en el D. F. no es igual que en Cancún, ni en Ecuador, Guayaquil que Quito.

Tráiler del filme Inocencia (Cuba, 2018) de Alejandro Gil

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El protagonismo de la comunidad en el documental etnográfico

Javier Expósito Martín, profesor de Antropología audiovisual y arqueólogo español

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

Transcripción de la entrevista a Javier Expósito Martín, profesor de Antropología audiovisual y arqueólogo español, en el espacio Diálogos en reverso de la Unión de Periodistas de Cuba, realizada el 9 de febrero de 2022 en torno al tema: Del registro etnográfico al video antropológico compartido. Nuevos enfoques desde la antropología visual.

Octavio Fraga: Hola, buenas tardes, bienvenidos a otra edición de “Diálogos en reverso” como cada miércoles, a la una de la tarde hora de Cuba. Hoy estaremos conversando con Javier Expósito Martín, profesor de antropología audiovisual y arqueólogo español. Bienvenido Javier a este espacio de la Unión de Periodistas de Cuba. Es un honor y un placer tenerte acá, buenas tardes.

Javier Expósito Martín: Hola, buenas tardes, muchas gracias por la invitación, el placer es mío, es un honor para mi también estar con ustedes y compartir este rato.

Octavio Fraga: Bueno, como es ya dinámica de este espacio hacemos una breve presentación del invitado. Javier Expósito está desarrollando su doctorado en Historia, Antropología y Arqueología en la prestigiosa Universidad Complutense de Madrid. Pratica sistemáticamente la docencia y la investigación en temas propios de su labor profesional. Como creador audiovisual ha materializado más de veinte documentales etnográficos —que no es poco— y a la par, simultanea trabajos como arqueólogo en Chile, nación donde ahora desarrolla buena parte de su labor. Sus ensayos están incluidos en importantes revistas científicas de España, Chile y Perú. Bienvenido Javier una vez más.

 Javier Expósito Martín: Gracias.

Octavio Fraga: Nos hemos puesto de acuerdo en el tema, él lo ha querido titular “Del registro etnográfico al video antropológico compartido. Nuevos enfoques de la antropología audiovisual”. Un asunto que no envejece y que nos parece importante abordar. La primera, es una especie de pregunta base. ¿Cuál es tu visión sobre el uso de recursos audiovisuales desde una perspectiva funcional en la investigación antropológica?

Javier Expósito Martín: La historia de la antropología visual —también conocida como cine etnográfico— tuvo como principal objetivo el registro etnográfico. Los primeros antropólogos llevaron cámaras a diferentes lugares y registraron sobre todo bailes rituales, danzas, documentaron este tipo de comportamiento físico. Una vez que volvían a sus universidades —a sus centros de trabajo— estudiaban el registro que habían hecho. Para ellos esa labor era fundamental.

Estamos hablando de antropólogos de finales del siglo xix, así que la antropología audiovisual —como a mí me gusta llamarla, porque el audio sin dudas es muy importante también— empezó a desarrollarse hace mucho tiempo. No es de los últimos años con el boom de las imágenes o de la televisión. Los primeros antropólogos empezaron a utilizar las primeras cámaras Lumière recién se inventaron. Los hermanos Lumière inventaron, desarrollaron este tipo de cámaras cinematográficas, y algunos antropólogos empezaron a utilizarlas con este fin, sobre todo para el registro etnográfico.

Octavio Fraga: Se impone un paréntesis. Este Diálogo… está basado en un ensayo que escribió Javier titulado: “Antropología visual. Del registro etnográfico al cine compartido”. En una parte del texto afirmas: “Los antropólogos que incorporaron la cámara en su trabajo de campo a finales del siglo xix, lo hicieron con un propósito claro, documentar las pautas culturales de los pueblos que estaban extinguiéndose tras la colonización europea”. Pero ese ejercicio de documentar culturas, otras, se ha materializado también desde encuadres europeístas o anglosajonas. Yo te pregunto: ¿cómo resolver esa distorsión cultural, esa praxis en el trabajo de campo que nace en otras regiones y no siempre acierta en la investigación antropológica?

Javier Expósito Martín: Por ahí va en realidad el artículo, por hacer un repaso diacrónico de la historia de la antropología audiovisual, y ver cómo estos primeros antropólogos utilizaban las herramientas audiovisuales para el registro. Pero se quedaban en eso muchas veces, no había una relación con las comunidades porque básicamente lo que querían era tener el registro para posteriormente analizarlo. Por tanto, el trabajo antropológico con las herramientas visuales no se realizaba con las comunidades. Esto cambió, afortunadamente, con el paso del tiempo, y ahora lo que estamos proponiendo muchos antropólogos y antropólogas es trabajar con las comunidades de manera más horizontal, desarrollando talleres si en estas comunidades no se sabe utilizar las herramientas audiovisuales, para que aprendan a manejar las cámaras de video, las cámaras de fotos. No sólo para el trabajo antropológico que se está haciendo, sino que cuando el antropólogo o la antropóloga se vayan, ellos queden con ese saber y lo puedan poner en práctica por ellos mismos en las comunidades. Eso es lo que hicimos, por ejemplo, con unas comunidades quechuas en Cuzco, en los alrededores de la ciudad de Cuzco.

Octavio Fraga: Y de alguna manera, por tu experiencia, al hacer esas grabaciones o esas fotos estas quedan como memoria, congelas esos momentos que pueden perderse.

Javier Expósito Martín: Como decía Patricio Guzmán: Un país sin cine documental es como una familia sin álbum de fotografías. Y los documentales sirven para hacer la memoria viva de una comunidad, de un país.

Octavio Fraga: Entonces, asumes al cine como un instrumento de comunicación audiovisual y como una forma de registro documental. ¿También desde otras miradas?

Javier Expósito Martín: Es increíble la cantidad de información que da; un simple fotograma o una simple fotografía es un elemento etnográfico de gran interés. Hay que tener en cuenta, siempre lo decimos, que la imagen, el frame, el cuadro, determina cuál es tu mirada. Porque estás eligiendo qué es lo que está dentro de ese encuadre y si encuadras algo es porque consideras que es más importante que lo que está fuera. Con lo cual, haces una interpretación cultural de tu trabajo de campo, seleccionas lo que crees que es más importante y crees que tienes que compartir y lo qué va a quedar reflejado en tu documental o en tu fotografía; entonces el registro es fundamental.

También hay que tener en cuenta que estas técnicas audiovisuales nos ayudan a conocer cómo viven, cómo sienten, cómo se relacionan los miembros de diferentes comunidades. Las tecnologías o las herramientas audiovisuales son perfectas, idóneas para registrar, para transmitir comportamientos, creencias y, sobre todo, para construir un conocimiento compartido. No es sólo que el antropólogo o la antropóloga aprendan de esa comunidad, sino que la comunidad también aprenda del antropólogo, del investigador que va allí y que el conocimiento sea compartido.

Estas herramientas audiovisuales, además, son perfectas para registrar el patrimonio tanto cultural como inmaterial. Para este último, son muy importantes. Por ejemplo, para una danza, un baile o un relato oral, ¿qué mejor que el audiovisual? Queda registrado y no dependemos de la memoria o del buen escribir del antropólogo o de la antropóloga que redacta lo que vio en su trabajo de campo. Con la herramienta audiovisual, con la cámara, lo tenemos ahí y vamos a poder compartirlo y difundirlo. Este es otro aspecto fundamental, el de difundir las culturas de otras comunidades. También, darles la posibilidad de mostrar cuáles son sus inquietudes, sus problemáticas, sus reivindicaciones. Todo eso lo podemos hacer con la herramienta audiovisual.

Octavio Fraga: Cuando te escuchaba me estaba acordando sobre un documental del que yo escribí hace unos meses: La sal de la tierra, de Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado. Es un filme biográfico sobre el fotógrafo brasileño Sebastião Salgado.

Javier Expósito Martín: Sí.

Octavio Fraga: Que es un fotógrafo maravilloso.

Javier Expósito Martín: Sí.

Octavio Fraga: Y tú ves esas fotos de ese gran artista, que ha viajado el mundo entero. Lo que ha documentado Sebastião Salgado en toda su vida es excepcional y tiene que ver con eso sobre lo que tú estás reflexionando. No sé si conoces el documental.

Javier Expósito Martín: Sí, sí, conozco el documental, las fotografías son espectaculares. Hay que tener en cuenta también que cuando estamos registrando algo inmaterial como puede ser un canto o un relato oral, cuando lo grabamos y lo convertimos en un CD, este material lo estamos protegiendo, lo estamos conservando, lo estamos preservando, y lo podemos archivar. Son perfectos para conservar el patrimonio, y de alguna manera, este patrimonio inmaterial se convierte en algo material, en algo material en tu CD, que lo puedes difundir, lo puedes mover.

Octavio Fraga: Seguramente coincidirás conmigo en que el cine documental ha sido el mejor aliado, el mayor aliado, de la labor de los antropólogos. ¿Cuáles son las variables que apuntan a legitimar esa mirada?

Javier Expósito Martín: Claro. Hay que tener en cuenta cuándo se empiezan a hacer realmente documentales antropológicos. En los años treinta, Margaret Mead y Gregory Bateson, por ejemplo, hicieron el famoso documental Trance and Dance in Bali; ahí podemos empezar a hablar de un documental. Hay una estructura y un análisis de la imagen, pero hay que tener en cuenta que incluso Margaret Mead cuando hizo este documental, en realidad lo que estaba utilizando era las imágenes que filmó veinte años antes cuando solamente quería registrar. Fue veinte años después, ya en los años cincuenta, cuando recopiló ese material y le dio un sentido en el montaje y añadió su voz en off. Entonces ahí estamos, ya en los años cincuenta, y sobre todo antropólogos de Estados Unidos, se dieron cuenta del potencial que tenían estos documentales. Por una parte, para la difusión de sus documentales en la televisión de Estados Unidos, y, por otra, para sus clases en la universidad. Ellos utilizaban sus propios documentales para mostrarlos a sus alumnos, y servían como práctica para hacer trabajo de campo, o enseñar a hacer trabajo de campo desde las aulas. El valor del documental —a partir de ese momento— no ha parado de crecer, y lo que vamos viendo es la tendencia de hacer un documental con una mirada muy propia, centroeuropea también, muy positivista. Apuntaban hacia unas tendencias más colaborativas, de tener más en consideración la problemática o las demandas de las comunidades con las que se hacen los documentales. Para esto último el documental es muy valioso, tanto desde el punto de vista del antropólogo como para su investigación científica, como también desde el punto de vista de las comunidades.

Octavio Fraga: Como tú bien señalas en tu ensayo “Antropología visual. Del registro etnográfico al cine compartido”, el documental Nanook el esquimal de Robert Flaherty  —todo un clásico de la cinematografía universal—, el realizador de esta pieza pasa de la observación a la puesta en escena.

Javier Expósito Martín: Sí.

Octavio Fraga: Desde tu perspectiva como investigador ¿legitimarías ese segundo estadio, el de la puesta en escena?

Javier Expósito Martín: No, no. El gran acierto de Flaherty con este maravilloso documental —que es una pieza fundamental en la antropología audiovisual y que durante muchos años estuvo olvidado y de alguna manera marginado desde la mirada de la antropología—, fue que él se dio cuenta de que tenía que hacer puesta en escena. Pero, ¿qué significó en realidad la puesta en escena? Que pasó de hacer o intentar hacer un documental sobre Nanook a hacer un documental con Nanook, con su familia, y construyó cinematográficamente su vida. Lo que vemos en el documental de Nanook no es cómo era la vida de los inuit en ese momento en el que estaba Flaherty filmando, sino que con Nanook y con su familia hizo una reconstrucción de cómo era la vida de los inuit antes de la llegada del hombre blanco. Por ejemplo, ellos no cazaban con arpones, ya tenían rifles y cazaban la morsa con rifles; sin embargo, hay una secuencia famosa en la que vemos cómo Nanook y sus compañeros cazan una morsa con arpón. Evidentemente es mucho más trabajoso, pero eso se puede conseguir porque estás haciendo un trabajo colaborativo con los protagonistas del documental y porque saben el valor que va a tener el registro de esas antiguas costumbres, muchas de ellas ya desaparecidas.

Otro ejemplo clásico de puesta en escena es la construcción del iglú. Vemos una secuencia en la que Nanook junto a su familia están construyendo un iglú —la vivienda típica de los inuit— y es muy interesante porque lo que vemos en ella no es una secuencia clásica de antropología, en la que el antropólogo pone la cámara encima del trípode a una distancia prudencial y filma en tiempo real la construcción del iglú. Lo que vemos es un montaje paralelo, porque no sólo vemos cómo se construye el iglú, vemos cómo juegan los niños, vemos a la compañera de Nanook. Son diferentes secuencias que están ocurriendo a la vez que se construye el iglú, entonces nos está dando mucha más información, eso es puesta en escena.

También es muy famosa esta parte final en la que vemos a Nanook y a su familia desde dentro del iglú y cómo se están despertando a la mañana siguiente. Sabemos que esa secuencia se pudo filmar porque el iglú no se construyó entero, sino que se dejó a la mitad, porque si se construía de manera completa Flaherty no tenía luz suficiente para filmar dentro.

Entonces lo que estamos viendo ahí es claramente una puesta en escena, pero a mi modo de ver ofrece muchísima información, y muy rica. De otra manera, no podríamos tenerla guardada y verla. Sabemos que esto se le criticó mucho a Flaherty, y de hecho fueron olvidados de alguna manera sus trabajos durante mucho tiempo, hasta que cineastas franceses como Jean Rouch, por ejemplo, gente de la Nouvelle Vague, recuperó el trabajo de Flaherty y de Dziga Vértov.

Octavio Fraga: En tu trabajo hablas del método de colaboración participativa, sin dudas es algo diferente a lo que las anteriores escuelas de antropología han cimentado. Sé que es tu manera de abordar tu labor científica. Desde el punto de vista del resultado del trabajo audiovisual, del corte final, ¿qué le distingue de las anteriores experiencias en términos de estudios de campo del trabajo antropológico?

Javier Expósito Martín: Este tipo de cine etnográfico compartido lleva mucho tiempo haciéndose. Tú mismo me comentabas antes acerca de una experiencia que han tenido en Cuba hace unos años, como veinte años. En Brasil ha habido experiencias como Video nas Aldeias, de Vincent Carelli, como Terence Turner con los kayapo. En Chiapas, también ha habido a partir de los años noventa trabajos compartidos en los que se ha enseñado a las comunidades cómo utilizar las herramientas audiovisuales, las cámaras; se les ha enseñado cómo editar, y se ha hecho un trabajo compartido con ellos. Lo que estamos entonces proponiendo es precisamente ahondar un poco en ese trabajo, porque creemos que todo el mundo va a salir beneficiado, porque creemos que el trabajo antropológico va a ser más profundo y que las comunidades también van a salir ganando algo con este trabajo compartido. Aprenden a utilizar las cámaras, a hacer documentales, porque ahora mismo, hay muchísimas comunidades indígenas que saben utilizar las herramientas audiovisuales, pero igualmente se puede hacer ese trabajo compartido. Lo interesante es tener una estructura más horizontal de la que hemos tenido, en la que siempre el antropólogo o la antropóloga estaba arriba y las comunidades abajo; entonces se trata de democratizar un poco todo este proceso de investigación. Además, el resultado va a ser, como decía antes, más rico antropológica y visualmente.

Es interesante, por ejemplo, el trabajo de Pablo Mora en Colombia. De su investigación salieron tres documentales. Uno con la visión más de las comunidades indígenas: dura seis horas, un trabajo compartido de cincuenta y dos minutos, que es el tiempo más o menos que se usa para televisión, y otro con una visión más antropológica, por parte suya. Entonces ese trabajo compartido ya se está haciendo y yo creo que es en el que hay que seguir ahondando, siempre lo digo, teniendo en cuenta la opinión de la comunidad. O sea, la comunidad tiene que ser la que dé el visto bueno de manera consensuada a querer hacer un trabajo compartido con el antropólogo o con la antropóloga. Si la comunidad no quiere que se haga un documental sobre ellos, o no quiere hacer un documental etnográfico compartido evidentemente no se hace.

Octavio Fraga: Javier, ¿cuáles son los temas predominantes, reiterados, importantes, que distinguen a estos grupos de creación que me has citado? ¿De alguna manera están conectados entre ellos, hay intercambio de experiencias, de retroalimentación, de asesoría?

Javier Expósito Martín: ¿Desde el punto de vista antropológico?

Octavio Fraga: Sí.

Javier Expósito Martín: Dentro de la antropología son trabajos de campo para analizar diferentes comportamientos en comunidades; esto se tiene más claro en América o en Latinoamérica, que para hacer trabajo de campo no necesitas irte a un lugar remoto ni a una comunidad olvidada, sino que el trabajo de campo y la antropología audiovisual se pueden hacer aquí a la vuelta de la esquina.

Desde Europa, en ciertos lugares, aun se piensa que para hacer el trabajo de campo hay que ir a un sitio lejano. Los temas no varían, son claramente la investigación cultural, las tradiciones culturales, la cosmovisión, los modos de organización de diferentes tipos de comunidades. Lo que cambia es la perspectiva de cómo hacer este tipo de investigación

Octavio Fraga: Tú me hablas de una democratización de las decisiones, de la participación creativa, pero ¿cómo se resuelve esa pluralidad y esa horizontalidad en el proceso de la creación de los trabajos antropológicos en que tú has participado, cómo se desarrolla?

Javier Expósito Martín: ¿Te refieres a la etapa de edición y montaje o a todo el proceso?

Octavio Fraga: A todo el proceso, porque ahí tú nos cuentas que hay una horizontalidad, una democratización de los procesos, supongo que en las diferentes etapas de realización, de investigación de campo incluida, pero ¿quién decide, si es que alguien decide?

Javier Expósito Martín: Claro, ese es el reto en realidad, el cómo llevar eso a la práctica. Creo que, por así decirlo, si tuviéramos que seguir unos pasos lo primero sería llegar a la comunidad, plantear, debatir, consensuar la realización de un audiovisual etnográfico con la comunidad o con los grupos humanos indígenas o no indígenas, o de la ciudad con los que quieras realizar la investigación, mediante este procedimiento de cine compartido.

Puede ser que ellos se reúnan y consulten a sus autoridades ancestrales de diferente manera, pero creo que lo primero es plantear esa posibilidad a la comunidad y que ellos decidan. A partir de ahí, si se llega a un acuerdo, elaborar con la comunidad un plan de investigación acerca de qué temas podemos investigar. Ellos seguramente van a tener unos temas que para ellos son muy importantes y les gustaría trabajar en ese sentido. El antropólogo a lo mejor tiene otros. Igual, llegar a un punto de acuerdo y poner sobre la mesa los diferentes temas para elegir un plan de investigación y un diseño de pre-producción del audiovisual. Evidentemente todo esto requiere un trabajo de campo intensivo, tienes que estar trabajando con la comunidad un tiempo, que te conozcan, que tú les conozcas, que haya un proceso de empatía también. Si la comunidad no sabe utilizar las herramientas audiovisuales, que el antropólogo o la antropóloga dé talleres de manera gratuita, para enseñarle cómo se utilizan las cámaras, cómo se edita y, claro, cuando estamos hablando de cómo se edita no sólo se trata de qué teclas tienes que tocar, sino de cómo mentalmente te imaginas el guion de tu documental. Ahí empieza a haber diferencias, se van viendo más diferencias entre la mirada del investigador, que seguramente va a tener una mirada de cine, vamos a decir tradicional, o más europea, o más estadounidense, y la mirada que tiene cada pueblo de cómo cuenta las historias.

Octavio Fraga: Has llegado a un punto que me interesa; es decir, ese es un punto muy importante porque ahí puede haber un choque de trenes, por decir una frase típica.

Javier Expósito Martín: Claro.

Octavio Fraga: ¿Cómo resolver eso?, porque de alguna manera te pregunté al principio sobre esa mirada anglosajona, europea, y ahora estamos en otra fase que tú nos explicas que me parece maravillosa, pero eso tiene una concreción práctica.

Javier Expósito Martín: Claro, yo creo que puede ser complicado, pero lo bonito en realidad, que como antropólogo llegues a entender cuál es la forma de mirar y cuál es la forma de contar historias de esa comunidad. Si lo consigues, es que realmente estás haciendo un buen trabajo de campo, porque lo que no puedes hacer es ir con tu mirada occidental con la que a lo mejor sólo ves cuadrados y ellos tienen círculos. Así no va a encajar.

Octavio Fraga: Claro.

Javier Expósito Martín: Entonces ahí está el trabajo de campo y ahí está también el reto de entender, de intentar entender cómo es la cosmovisión de esa comunidad. Ellos también, con el contacto que van a tener con el antropólogo, van a aprender cuál es la mirada, y entonces se puede llegar a un acuerdo. Pero lo que planteo es intentar entrar en ese juego, como decía Jean Rouch cuando metía la cámara en pleno ritual, como vemos en Los maestros locos. Se trata de entrar en el juego, plantearlo y ver qué pasa. Lo hacemos con la cámara porque es nuestra herramienta; como antropólogo audiovisual mi herramienta de trabajo es la cámara. Entonces vamos a plantear que entramos en un juego en el que vamos a utilizar la cámara para contar diferentes historias, y esto se puede resolver llegando a un acuerdo, o haciendo diferentes documentales, como decía antes de Pablo Mora. Pero yo creo que cuanto más entendamos cuál es la cosmovisión del otro, más fácil va ser el trabajo audiovisual compartido. Ese es el reto también.

Octavio Fraga: Sin dudas. Hay una pregunta que te tenía guardada, que me interesa subrayar referente al tema de los contextos. Cuando se hace un trabajo de campo, una investigación etnográfica audiovisual, a veces los realizadores de documentales, que no son necesariamente antropólogos, obvian el contexto ¿Qué importancia le das y cómo resuelves este capítulo en tu labor científica?

Javier Expósito Martín: El contexto siempre es fundamental, porque no puedes analizar un tema, o es totalmente erróneo intentar investigar un tema sin tener en cuenta el contexto, todo el contexto en realidad, sea cultural, político o de dominación; siempre hay que tener en cuenta el contexto. Si no tienes claro qué es lo que te vas a encontrar o qué te puedes encontrar, seguramente vas a fracasar o va a ser más complicado hacer tu trabajo, entonces lo importante no es sólo decir: “Vengo a investigar cómo es la tradición del ritual”, sino enmarcar dónde, cómo, cuándo se celebra ese ritual, si antes se realizaba de una manera y ahora de otra, por qué; si lo utilizan, si lo desarrollan hombres, mujeres, quién puede participar, todo el contexto: si antes se podía hacer libremente y ahora por un tema político no se permite y se tiene que hacer de forma clandestina, entonces todos estos elementos hay que tenerlos en cuenta. Sin dudas, son super importantes.

Octavio Fraga: Tú y yo, que somos profesionales del audiovisual, sabemos que el proceso de edición, como ya dijimos al principio del diálogo, implica editar, discriminar, obviar imágenes, ¿tienes algún principio, alguna regla intocable en el proceso del montaje?

Javier Expósito Martín: Sí, como dices, el momento de la edición es un momento fundamental, se puede comparar con el momento de la escritura. Tienes que plasmar tus investigaciones. Para mí también es un momento mágico. Jean Rouch hablaba del cine trance, de este cine en el que tanto el etnocineasta, el investigador que lleva la cámara en la mano, como los participantes de un ritual o de cualquier actividad pueden entrar en trance, y este trance es compartido. El que lleva la cámara, como los participantes de un ritual en la comunidad, puede llegar a entrar en ese trance mientras está mirando.

Cada vez lo tengo más claro, se podría hablar de una edición trance, cuando en el momento en el que estás editando entras en una especie de trance y las imágenes empiezan a fluir por tu cabeza y empiezas a plasmarlas en el time-line del programa de edición. Claro, para esto ya sabemos que hay que tener un mínimo guion estructurado —aunque sea por partes— de cómo vas a construir el documental. Pero dentro de esas partes, sí creo que se puede dar esta especie de trance en el que de alguna manera las imágenes fluyen y te van llegando, y vas construyendo el documental gracias a estas imágenes que te surgen.

También me estoy acordando ahora de algún documentalista que hacía una semejanza entre el documental final y una talla en madera terminada. El escultor tiene la figura final que ha tallado, pero al principio tenía un tronco, y en su imaginación la imagen de la figura final de esa talla. Lo que tiene que hacer es ir quitando trozos del madero para dejar la talla final. Este documentalista me decía que algunas veces veía el documental ya en su cabeza, entonces lo que tenía es que ir haciendo como el escultor, ir eliminando las imágenes que no le servían para dejarlo en ese documental que ya tenía en su cabeza. Y esto también le pasaba un poco a Jean Rouch, porque cuando él dice que mientras estaba filmando ya estaba construyendo el documental en su cabeza, así estaba adelantándose a la etapa de montaje o de edición. Aunque sabemos que esta etapa es totalmente creativa, y dicha magia y puede cambiar lo que en principio tenías planeado.

Octavio Fraga: Citas en tu texto sobre esta experiencia de colaboración participativa que el resultado final del trabajo va a la comunidad “fotografiada”, ¿qué pasa en ese momento? ¿hay pluralidad de opiniones, divergencias, puestas de acuerdo? ¿cómo es ese colofón? Es muy importante saberlo.

Javier Expósito Martín: En realidad volvemos nuevamente a Flaherty y a Nanook, a lo que hizo Flaherty con Nanook, quien inició esta antropología compartida (un documental con Nanook no sobre él) que recuperó Jean Rouch,  y que también puso en práctica Jean Rouch. Se trata de crear un fill back con la comunidad a través de las proyecciones. Entonces Flaherty mostraba las proyecciones a Nanook y allí se iban consensuando y se iban viendo los posibles cambios o las siguientes secuencias. Lo mismo hizo Jean Rouch. Es famosa aquella secuencia de la cacería de hipopótamos en el documental sobre el Gran Río, en Níger, en la que Jean Rouch estaba filmando una cacería de hipopótamos y va en su barquito, en su kayak junto con gente de la comunidad, les acompañaba mientras les filmaba esta cacería de hipopótamos. Él montó esa secuencia y, como hacía en otras ocasiones, se la mostró una noche a todos reunidos, a la comunidad. Normalmente a la comunidad le gustaban estas secuencias ya montadas por Jean Rouch, pero en este caso no fue así. Cuando volvía a ponerla y escuchaba murmullos, que preguntó qué pasaba, por qué no les gustaba. La gente de la comunidad se lo explicó. El problema estaba en la música. Cuando Jean Rouch hizo el montaje de la cacería de hipopótamos, le añadió una pista de audio, una música que él había filmado unos días antes con esa misma comunidad. Pero resultó que los participantes dijeron que cuando se va a cazar hipopótamos tiene que haber completo silencio porque si no los hipopótamos escuchan la canción, la música, y huyen.

Octavio Fraga: Qué bien.

Javier Expósito Martín: Y por eso no les estaba gustando. Jean Rouch les dijo: “No se preocupen”. Y en el documental se escucha un poquito de la música, pero en el momento que van a cazar al hipopótamo la elimina, para que el hipopótamo no pueda escuchar la música y huir. Posteriormente vuelve con música. Esa es la importancia del fill back, de esta antropología compartida a través del audiovisual, de crear un documental teniendo en cuenta la opinión de la comunidad y de crear esos lazos que tan importantes son, siempre que vamos a hacer un trabajo etnográfico.

Octavio Fraga: Estos trabajos que tú has hecho, Javier, vamos a pensar que los hayas podido llevar más allá del espacio de filmación, de la presentación en la comunidad, a otros escenarios, digamos, académicos, universitarios, o de televisiones públicas o privadas ¿Qué recepción ha tenido, qué mirada ha habido sobre esos trabajos desde el punto de vista crítico, de reflexiones científicas? ¿cuál ha sido el resultado de tu labor?

Javier Expósito Martín: Para mí son relevantes los que puedan aportar a las comunidades, como los trabajos que hicimos con el Museo Afroperuano en Zaña, en el norte del Perú. Zaña es un pueblo con raíces afro; los colonizadores españoles llevaron esclavos africanos allí para trabajar la caña de azúcar y ha quedado una herencia afro. Entonces con este museo comunal afroperuano estuvimos registrando cómo recuperaban instrumentos musicales que habían utilizado estos descendientes de esclavos africanos.

Fue muy interesante, hicimos pequeños videos de cada uno de los instrumentos cuando los estaban reconstruyendo, los editábamos y los subíamos a YouTube para compartirlos rápidamente. Entonces cuando volvíamos a la comunidad y hablábamos con los jóvenes —porque sobre todo eran jóvenes zañeros los que participaban de estos talleres de reconstrucción de instrumentos—, veíamos cómo su orgullo y recuperación de su identidad afro iba subiendo. Cada vez que íbamos sentíamos que ellos tenían más autoestima, que no se sentían inferiores al criollo o al limeño, y que cada vez más estaban con más ganas y más orgullosos de su herencia y de su música, y querían aprender a tocar los instrumentos, y querían bailar con la música de esos instrumentos, y querían compartir estos videos que subíamos a YouTube, y les hacía mucha ilusión cuando sus familiares de Lima o de otras partes del Perú les decían: “Os hemos visto, y qué contentos estamos de que os hemos visto en estos videos, y que vemos que estáis haciendo instrumentos”. Ellos seguían las visitas que tenían los videos en YouTube.

Ese fue un proceso que nos pilló un poco por sorpresa, fue muy bonito ver en la realidad —no que alguien te lo cuente— cómo la autoestima, la recuperación de la identidad opacada, oprimida, olvidada, sale a relucir, y ese es un aspecto muy bonito al hacer documentales etnográficos. Y yo valoro más que un documental lo pasen en una televisión o un espacio así.

Octavio Fraga: Lo que me estás contando me parece maravilloso, fíjate, y no me había percatado de ese efecto en la propia comunidad, pero insisto: ¿estos materiales que tú has realizado han tenido algún tipo de presencia en los llamados espacios de cultura occidental? ¿cuál ha sido su impacto? Porque tú y yo coincidimos que hay una mirada —en Cuba decimos colonizadora— de la cultura, otra. ¿Estos materiales han tenido alguna contribución a ese cambio de mirada?

Javier Expósito Martín: El impacto en grandes medios, o en televisiones, o mediales es nulo o prácticamente nulo, teniendo en cuenta que, por ejemplo, en España, este tipo de documentales no interesa. Allí lo que interesa es otro tipo de programas de televisión basura, básicamente. Entonces, intentar hacer un tipo de cine etnográfico o antropológico aspirando o teniendo ese afán de que los grandes medios o cines lo pongan es perder el tiempo. Yo voy por otro lado, no me interesa tampoco mucho eso, doy por perdida esa batalla. Lo que me interesa es el otro lado. Por ejemplo, cuando estaba en Madrid hicimos un documental sobre un centro social ocupado, sabíamos que un documental en el que un grupo de jóvenes están ocupando una casa que está vacía, y lo hacen para denunciar el sistema criminal capitalista, evidentemente no iba a tener una repercusión dentro de las estructuras mediáticas de España. Pero eso nos daba un poco igual; lo que sí nos interesaba es hacer proyecciones por diferentes centros sociales ocupados de Madrid u otras partes del estado y generar debates, e intentar que la gente entendiera porqué se estaba ocupando.

La gente que no ocupaba no entendía mucho por qué se ocupaba, y entre los que ya estaban dentro de ese mundo se generaban debates y otras posibilidades de cómo organizarse y cómo ir tejiendo redes para que el movimiento siguiera avanzando. En Madrid, desde el punto de vista más de América, de ir haciendo un trabajo con las comunidades, y apoyarlas a preservar su cultura y a que su identidad se vea reforzada también con la ayuda de las herramientas audiovisuales.

Octavio Fraga: Bueno, Javier, yo te agradezco tu presencia aquí en “Diálogos en reverso”, reitero, un espacio de la Unión de Periodistas de Cuba, todos los que estamos acá te agradecemos mucho lo que nos has aportado, y te impulsamos a continuar tu labor, que nos parece muy importante.

Javier Expósito Martín: Como les comenté anteriormente, para mí es un placer, es un honor estar con ustedes, y sobre todo estar con gente como es la cubana, a la que respeto y admiro desde hace mucho tiempo. Realmente espero poder ir algún día allí, para mí es un referente, siempre lo ha sido Cuba, agradecerles y darles ánimo también en su lucha, y a continuar.

Octavio Fraga: Bueno, ha sido Javier Expósito Martín, realizador audiovisual y antropólogo español. Gracias reiteradas para ti, y los esperamos el próximo miércoles a la una de la tarde, como siempre, en otra emisión de “Diálogos en reverso”. Gracias, Javier.

Javier Expósito Martín: Gracias a ustedes, cuídense, que estén muy bien, y saludos a todos, chao.

Octavio Fraga: Un abrazo grande.

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Katia Lara: El sentido de la vida es luchar

Katia Lara. Cineasta y productora hondureña. (Foto cortesía de la entrevistada)

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

Transcripción de la entrevista realizada a Katia Lara, productora y directora de cine hondureña, en el espacio Diálogos en Reverso, el 2 de febrero de 2022 con el tema: Cine documental y periodismo de investigación. Desafíos.

Octavio Fraga: Hola, buenas tardes. Bienvenidos a este espacio de los miércoles, siempre a la una de la tarde hora de Cuba, que nombramos “Diálogos en reverso”. Un pretexto para entrevistar a cineastas, críticos e investigadores de cine y periodistas en torno al tema del cine y sus convergencias con el periodismo. Es una apuesta de la Unión de Periodistas de Cuba, que ha querido apoyarnos en su materialización y a quién le estoy agradecido.

Hoy tenemos una invitada muy especial, la conozco desde la distancia, hace más de diez años. Estoy al tanto de buena parte de su obra y nos parecía importante tenerla en esta cita. Buenas tardes Katia, bienvenida a Diálogos en reverso, es un gusto tenerte acá.

Katia Lara: Muchas gracias, Octavio, gracias por la invitación, un saludo y un abrazo fuerte a los compatriotas latinoamericanos, de Cuba y a toda tu gente en las redes.

Octavio Fraga: Gracias. Con Katia habíamos pactado hablar de un tema que nos parecía importante, lo hemos titulado Cine documental y periodismo de investigación. Desafíos.

Como es habitual en Diálogos toca presentarla y prefiero leer su hoja de vida profesional que es bien extensa y sustantiva. Nuestra invitada estudió Artes Gráficas en Honduras, Comunicación Gráfica en México y Dirección en la Escuela de Cine de Eliseo Subiela, en Argentina. Es fundadora y Gerente General de Terco Producciones en Honduras, miembro de la Red de documentalistas latinoamericanos y del Caribe Siglo XXI. El libro Road-book del Cine Latinoamericano (2017), del curador, crítico y profesor de cine Pedro Zurita la considera entre los 29 directores más relevantes de nuestro continente. Desarrolla la docencia de cine y es Productora Ejecutiva y cofundadora del proyecto de comunicación El Perro Amarillo. Tuvo que exiliarse en Argentina para terminar su documental Quién dijo miedo, honduras de un golpe… (2009). Después vivió cuatro años en Guatemala, donde se desempeñó como docente de guion y producción. Su obra ha estado presente en múltiples escenarios de cine como Gotebögr, Berlinale Talent Campus, Typa, BoiviaLab, Guadalajara Talent Campus, Cinemaissí, Caravana de cine árabe–iberoamericano de mujeres. También ha estado en festivales como Biarritz, Toulouse, Mar del Plata, DocsDF, Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, FICiP, Amiens, FICG, entre muchos otros. Destacan sus filmes De larga distancia (2000), Corazón abierto (2005), Quién dijo miedo, honduras de un golpe… (2010), Margarita Murillo (2015), Berta Vive (2016) y Berta soy yo (que se encuentra en fase final de post producción).

Empiezo con una pregunta de rigor, diría que obligada, ¿por qué el cine como camino para tu vida profesional, y por qué el cine documental?

Katia Lara: Realmente no fue una decisión muy consciente hacer cine, diría que viene de la militancia. Soy de una familia que trabajó en los años ochenta haciendo enlace y colaboración con los movimientos guerrilleros de El Salvador, en aquella época. Cuando yo terminé mi bachillerato en Artes Gráficas intenté estudiar arquitectura porque era lo único que existía relacionado con mis inquietudes creativas. Había hecho mucho teatro en Bellas Artes en el bachillerato y le dije a mi papá que no quería eso, que quería estudiar otra cosa. Logré, haciendo un esfuerzo mi familia, que me mandaran a México. Como mi familia estaba militando con una de las organizaciones del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), el ERP, me dijo: “Bueno, si querés seguir colaborando podés vincularte en México con los compas”, como les decimos acá. Yo tenía diecisiete años y me preguntaron qué quería y me gustaba hacer. Terminé colaborando con un colectivo clandestino que tenían en México donde se hacían las películas de la guerra en los años ochenta. Empecé a trabajar como editora —como asistente de dirección al inicio—, después como montajista. Colaboré en un par de largos que estuvieron en los festivales de Cuba en aquellos años, Centroamérica, un volcán desafiante y Tiempo de victoria, dos películas emblemáticas de la guerra en El Salvador, y desde ese comienzo, nunca me despegué más del trabajo documental.

He ido por otros rumbos temporalmente, por necesidades económicas, por necesidad de actualizarme, de estudiar. He estado viviendo en otros lugares, hice una pausa bastante radical haciendo publicidad en El Salvador por un tiempo, pero nunca me desvinculé del cine. Ese fue mi momento más frívolo, por así decirlo. Son situaciones tristes, pero cuando se hicieron los acuerdos de paz en El Salvador hubo mucho conflicto en relación a cómo se repartía el capital humano y el capital acumulado de la lucha guerrillera. A mí eso no me gustó, me separé políticamente del partido y en esa época no hice documentales. Fue una pausa, que en todo caso me sirvió para hacer un intenso ejercicio de producción audiovisual, porque la publicidad tiraniza a los trabajadores, nos pone en una condición rigurosa de aprendizaje. Después utilicé todo ese conocimiento, y desde toda la vida no encuentro otra forma para expresarme que no sea con el documental, y recientemente estoy más vinculada al periodismo con el proyecto de El Perro Amarillo, que de alguna manera se combinan.

Octavio Fraga: ¿Consideras la realización de cine documental como algo vital, esencial para tu desarrollo como creadora o te has planteado alguna vez hacer ficción?

Katia Lara: Creo que lo vital, en todo caso, sería expresarme a través del audiovisual. Podría pasar a la ficción, de hecho no lo descarto. Me he planteado también cuestiones narrativas sobre cuál es realmente la frontera entre la ficción y el documental, me siento más cómoda en términos de construcción de relatos, de dramaturgias, de abordajes de personajes y de situaciones en esa frontera, lo cual no significa que no haría una ficción, pero creo que sí. Me siento bastante cómoda habiendo tenido una formación más como directora de ficción en la escuela, pero con una práctica de documental. Es lo que yo trato de hacer en ¿Quién dijo miedo? y trato de desarrollar un poco más en Berta soy yo. Allí es donde yo me siento cómoda. Tengo un par de proyectos —que no descarto hacer— que son plenamente de ficción.

Octavio Fraga: Estupendo. Compartirás conmigo que en las últimas décadas, en los últimos años, hay una mirada en torno al término feminismo que converge en el espacio social del cine. ¿Consideras que ser mujer implica para ti un mayor esfuerzo en términos creativos y de producción o tienes otra mirada sobre este asunto, que también ocupa permanentes algoritmos de debate?

Katia Lara: No quiero usar el término feminismo y la situación particular que vivimos las mujeres en América Latina, no la exploro plenamente. Hay tanta necesidad, tantas limitaciones para hacer nuestro trabajo que los problemas son para todos, independientemente del género. No voy a negar que por las modas que impone la cooperación internacional para el desarrollo, de la que francamente desconfío bastante —tengo una crítica muy fuerte hacia ellas— esas modas nos han hecho apreciar y aprovechar oportunidades que nos están dando a las mujeres propiamente. Al contrario de lo que podría asumirse —que las mujeres tenemos desventajas— yo he sentido, por lo menos en los últimos diez años, que eso ha sido una ventaja para mí. He logrado algunas oportunidades por ser mujer. Tengo una crítica muy fuerte hacia la cooperación porque son filtros que catalizan la lucha, de alguna manera nos han sustituido —en el caso particular de Honduras— nos han puesto a los luchadores en un terreno que no es el de la lucha de clases. Es como un intermedio reformista, acomodando algunas situaciones y no atacando directamente el poder. De ahí vienen las modas del indigenismo, del ambientalismo, del feminismo y yo no me siento cómoda en ese lugar. Prefiero entender que todos somos víctimas de la marginación en el caso de los creadores. Obviamente, no voy a decir que no hay diferencias. Existen grandes diferencias y la lucha por equilibrar las oportunidades para hombres y mujeres tenemos que librarlas los hombres y las mujeres. Debo reiterar que no ha sido mi caso, debo ser muy honesta, en los últimos diez años para mí ha sido muy favorable ser mujer.

Octavio Fraga: Cuando uno revisa tu obra hay un gran aliento en torno a temas políticos, a temas sociales. En estos tiempos, cuando se pretende vaciarnos de contenidos, algunos piensan que son temas “pasados de moda”, ¿te consideras una solitaria de estos asuntos o crees que hay otros realizadores en nuestros países por ejemplo que siguen abordando estos asuntos como tú?

Katia Lara: Probablemente nos han ganado un poco la batalla en el sentido de instalar en nuestras mentes y en nuestros corazones a quienes en esos años de revoluciones, de guerrillas, estuvimos trabajando y militando. Nos quedamos en un pensamiento atrasado, nos quedamos en la utopía, en la quimera, que cambiar el mundo no va a ser posible. Sin embargo, yo soy de esas personas aburridas, sigo creyendo que el sentido de la vida es luchar. Que es posible mejorar nuestra sociedad, que es posible ganar esas luchas y ganarle el pulso a las nuevas generaciones para que no nos vean de esa manera, eso es lo que inspira mi trabajo. Dicen que no debemos decir siempre y nunca, ¿verdad?, pero yo no me podría situar en el mundo —en el tiempo que me tocó vivir— abandonando esos ideales. Así que sigo luchando, y si nos ven así es parte del proceso, seguimos reivindicando esos valores y vamos avanzando, en el sentido de que hay victorias contundentes que comprueban que no somos quedados, que las formas de lucha han cambiado. De alguna manera, a veces, me siento solitaria. Aquí en Honduras es difícil porque ha ganado la batalla plenamente una camada de jóvenes que están haciendo ficción de una prominente frivolidad, de un abandono del rigor. Aun así, yo creo que vamos a lograr dar la lucha. Lo es el estar platicando con vos, el estar ahorita cerrando la película y saber que eso me va a permitir volverme a conectar con el afuera que tiene ojos privilegiados para ver nuestra producción, incluso, el hecho del cambio del gobierno. Aquí se va a dar un hecho histórico este año; por primera vez —espero que lo logremos—con este gobierno se exhibirá un documental en una sala de cine en nuestro país. Vamos a lograr ahorita, poner en las salas Berta soy yo, y para el aniversario del golpe de estado vamos a poner el documental Quién dijo miedo, honduras de un golpe… Son pasitos que van haciendo que uno se sienta menos solitaria en ese camino, y que no nos vean como un bicho raro.

Octavio Fraga: Buena parte de tus documentales están marcados por la narrativa del periodismo de investigación. ¿Qué experiencias has tenido, qué anécdotas nos puedes contar tras realizar ese tipo de filmes que entraña riesgos, peligros, desafíos?

Katia Lara: El exilio es una situación que uno realmente no entiende hasta que está en el otro lugar, es como una carrera en la que uno no entiende bien dónde está la amenaza. Existe la amenaza, porque hay una llamada telefónica que te dice que te salgás, que dejes de hacer lo que estás haciendo. Vos sabés que hay seguimiento de los vehículos, sabés que te dicen que estás en una lista, pero no puedes comprobar nada y se instala un miedo. En mi caso, llegaba a que yo manejaba y cuando pasaba una moto a la par me alteraba. Llegó un momento en el que yo dije: “Bueno, exista o no exista, sea verdad o no eso que estoy viviendo” …

Yo no estaba vinculada orgánicamente a nada, estaba trabajando en una productora comercial que tenía un perfil de trabajo social muy fuerte. Nosotros hacíamos gestión cultural para músicos y actores, gente de teatro, y estábamos tratando de organizar al gremio en un movimiento, lo cual no tenía nada que fuera a atentar, digamos, contra el poder. Pero esa falta de definición es lo más fuerte que he vivido. Por un lado, te sentís mal por irte de tu país, muy mal de estar lejos de la lucha, pero por otro lado pensás que si no te vas no vas a terminar ese trabajo. De hecho, la película sobre el golpe de estado se logró terminar porque yo me fui. Esa situación es fuerte, luego hay situaciones concretas del trabajo documental.

Cuando nosotros fuimos a cubrir la ofensiva del ‘89 en San Salvador estábamos a dos cuadras en el momento que explotó el carro del periodista con el que estábamos trabajando. Situaciones de balacera que vive cualquier periodista que decide estar en el lugar de la guerra, del conflicto, no son anécdotas diferentes a las que pueda contar cualquier periodista. Para mí estar en una balacera fue una situación fuerte, tirarme al piso sin saber qué va a pasar. Pero en ese momento sabía en qué estaba y cuando no tenés información estás más vulnerable. Yo andaba trabajando para la prensa en El Salvador, sabía en qué lugar estaba, de dónde venían las balas de la guerrilla y de dónde las balas del ejército. En el caso de la crisis por el golpe de estado no entendía de dónde venía la amenaza, porqué yo era una persona que estaba en peligro, y eso creo que es de lo más duro que he vivido, por esa ambigüedad.

Octavio Fraga: Hablemos de ¿Quién dijo miedo? honduras de un golpe… Recuerdo cuando entrevisté a tu compañero en España, en Madrid, en el programa La cámara lúcida, me explicó las circunstancias que detonaron la realización de ese documental. Sin embargo, me parece importante que compartas tu mirada y actualices —doce años después— las variables que catapultaron la realización de esta pieza.

Katia Lara: Estábamos en esos días, previos al golpe, trabajando como empresa para el canal de televisión o para la producción de contenidos del Poder Ciudadano, que era el proyecto político de José Manuel Zelaya a quien le dieron el golpe de estado. Lo que hacíamos eran piezas de comunicación de ficción pequeñas, era una telenovela en episodios. En cada uno se abordaba un tema que se necesitaba comunicar, por ejemplo, el aumento al salario mínimo, también algunas reformas. Cuando se produjo el golpe de estado empezamos, con esa misma infraestructura —y desde la productora— a hacer piezas, porque vimos que cerraron los medios de comunicación y es que nadie estaba contando lo que realmente estaba pasando. Así, espontáneamente, nos organizamos varias personas que habíamos estado vinculadas al periodismo o a la comunicación social y abrimos un canal, levantamos un periódico digital y empezamos a sacar información en esos espacios esperando a que se revirtiera el golpe de estado por la presión internacional. Había venido la Organización de Estados Americanos, que había castigado a nuestro país. Sin embargo, eso no pasó. Me pareció que lo mejor que podíamos hacer era hacer un documental, que ya no podíamos estar haciendo piezas cortas y subirlas. Había que contar —era mi responsabilidad en todo caso— y se armó el equipo de trabajo. Se tenía en esas ficciones como personaje a René, a este compañero que al final se convirtió en el personaje protagonista al que seguimos en ese documental. Yo empecé a seguirlo porque era la persona que se vinculó al FNRP (Frente Nacional de Resistencia Contra el Golpe) de forma inmediata. Entonces, cada vez que yo iba a cubrir René estaba ahí, y me dije: “Voy a seguir a René; lo conozco, he trabajado con él, puedo tener un principio de documental seguro”, que es el trabajo que él estaba haciendo antes, y vamos a ver hasta dónde llega. Para bien o para mal René tuvo que salir del país.  Pero, fue mágico el hecho de que él tuviera un hermano gemelo que me permitiera continuar el relato y plantear también la problemática del exilio, que fue una consecuencia de ese golpe.

Cerré la productora, la mayoría de la gente que estaba conmigo se fue. Al final quedamos solamente dos personas trabajando en el proyecto. Cuando me fui a Argentina dividió a la productora la decisión de hacer Quién dijo miedo…, la mayoría de la gente tuvo miedo y decidió irse, fue una fractura en todo sentido. Pues terminé en Argentina ese documental, y ya no volví a Honduras por un tiempo. No sé si respondí tu pregunta.

Octavio Fraga: Sobre las circunstancias que provocaron hacer el documental me hablaste sobre el punto de partida, pero sería importante otras acotaciones.

Katia Lara: Cuando veo el trabajo, pasado doce años, en realidad lo que a nosotros más nos urgía era plantear que aquí estaba surgiendo un movimiento de resistencia más allá de la figura de Mel Zelaya, y nos interesaba narrar esa resistencia que resultó un fenómeno nuevo en Honduras. Realmente el movimiento que se organizó en contra de ese período de represión, de brutalización, fue prácticamente descabezado, sin embargo, hubo una vinculación de muchos hondureños colaborando con el gobierno sandinista, con el proyecto revolucionario en El Salvador. Hemos tenido fama de ser un país donde no hay grandes conflictos sociales y como yo venía de observar el proceso salvadoreño, para mí ver al pueblo en las calles, ver ese proceso que se abrió a partir del golpe de estado, trascendía completamente la figura de Mel. Era la primera vez que el pueblo se levantaba, que estaba por días consecutivos luchando en las calles en resistencia para que se revirtiera el golpe de estado.

Hubo un momento en el que en Honduras tuvo dos presidentes. Manuel Zelaya tuvo que salir del país y llegó a Costa Rica. Pero hubo todo un proceso de diálogos, como se cuenta en la película, y él tuvo la posibilidad de entrar por vía aérea primero; después, por la frontera de Nicaragua. Y todo esto se frustró y estuvo convocando a muchísima gente en las calles, que no estaban organizadas como cuentan los personajes del documental. Cuando él regresa clandestinamente y aparece en la embajada de Brasil, pudo haberse dado un proceso pre-insurreccional, y algo pasó ahí.

Yo lo quería contar en el documental, al final fue una traición. Manuel Zelaya termina firmando unos acuerdos, dándole la potestad al Congreso Nacional para que revierta el golpe de estado, y eso nunca pasó. Para mí ese episodio de la vida hondureña era vital contarlo, así como resaltar el papel del pueblo organizado, y marcar esa posibilidad que fue abortada por una mala decisión de liderazgo, no solamente de Manuel Zelaya, sino del movimiento social que lo acompañó en ese proceso. Esa es la urgencia del documental, que se hizo muy rápido. Para un largo es muy poco tiempo, pero era la necesidad que nos planteamos.

Octavio Fraga: ¿Quién dijo miedo? honduras de un golpe… tiene un tempo y un ritmo intenso, ¿es el tempo del golpe de estado, es el ritmo del documental?

Katia Lara: Es el tempo del golpe de estado diría yo. Así pasábamos filmando con una cámara que el ejército o la policía destruía, reponiendo la cámara por otra, buscando material con celulares, durmiendo en la oficina o en la casa, en casa de mi mamá, sacando compañeros del país, pensando en salir. Así se vivió, así se marca el ritmo en el documental; así lo vivimos nosotros. No había descanso, y no lo hubo.

El 17 de diciembre de 2009 me fui a Argentina a plantear la postproducción del documental y seguía conectada todos los días viendo y diciéndole al equipo que se había quedado en Tegucigalpa: “filmen esto, filmen lo otro, mándenlo”, hasta que hubo la oportunidad de poder sellar el último acto, que fue la salida, la toma de posesión de Pepe Lobo, el presidente elegido en esas rarísimas elecciones de 2009, y la salida al exilio de Manuel Zelaya, que es el cierre del documental. Eran nuestros corazones a full desde que fue el golpe hasta que logramos llorar el día del estreno de vuelta en Tegucigalpa con Colprosumah, es un lugar emblemático de la lucha social, lleno de gente. Más que ver el documental gritaban consignas, se reían o lloraban, fue espectacular. Yo no he vivido otra experiencia tan intensa. Te diría que desde que empezó el rodaje hasta la misma experiencia de mostrar la película por primera vez, fue así, cardíaco.

Octavio Fraga: En este documental tiene protagonismo la fotografía, ¿desde la concepción inicial de hacerlo te planteaste darle esa prominencia como recurso de reconstrucción de los hechos?

Katia Lara: No fue diseñado así Octavio, todo fue partiendo de la necesidad. Sí hubo la propuesta para todos los que nos estaban echando una mano. Éramos seis —más o menos—, pero tres estuvieron durante casi todo el período trabajando. Sí había ciertos lineamientos cómo que si la prensa se amontonaba en un lugar para abordar a un personaje no le fueran encima: “vámonos lejos, observemos a la propia prensa”. Hubo mucha cuestión accidental que no logramos controlar, así que yo te diría que aparte de ese criterio lo que hace un buen trabajo en términos visuales y de fotografía es el montaje y otras decisiones posteriores.

Las entrevistas a los personajes, por ejemplo, el analista político, la historiadora, ahí sí nos detuvimos a plantear que fuera un lugar especial, un fondo especial, se eligió el color rojo, hubo elementos plásticos determinantes para la fotografía y para el arte de esas entrevistas, y el resto del material. Reitero, esa era la consigna: no vayamos al emplazamiento del periodista compitiendo, retirémonos para ver de lejos la situación, básicamente esa fue la decisión.

Documental ¿Quién dijo miedo? honduras de un golpe… 

Octavio Fraga: Tuviste la experiencia de un exilio por varios años, ¿qué te aportó ese período en tu vida como creadora? ¿qué te permitió ver, mirar, sobre tu propio país y sobre tu obra?

Katia Lara: Lo que me sorprendió, y creo que me aportó muchísimo, es haber tenido la mirada y la colaboración de tanta gente de varias nacionalidades en Buenos Aires. Había en el equipo un boliviano, un español, una alemana. Buenos Aires fue el lugar de trabajo, pero había mucha gente colaborando y me ayudaron a ver la realidad y la intensidad del golpe de estado. No te esperas, en el siglo xx, un golpe de estado, aunque vengas de una generación, o estés en contacto con una generación anterior que vivió el último golpe de estado. Hay cierta renuencia, tal vez, a determinar cuáles son las consecuencias de un golpe de estado, qué es un golpe de estado. Como decimos en Honduras, me terminó de caer el veinte.

Cuando estuve en Buenos Aires, se impuso el recordar la experiencia argentina, el hablar del Plan Cóndor, volver a recordar toda la experiencia de las víctimas por el diseño de Estados Unidos en contra del comunismo en nuestros países, en América Latina. Esa memoria, que la tiene tan marcada el pueblo argentino, vitalizó mi trabajo, le dio sentido a mi trabajo en ese momento.

Entonces empecé a darme cuenta qué es Latinoamérica, ahí estaba esa gente colaborando con el proyecto porque era un golpe de estado en un país latinoamericano y creo que esa riqueza no la hubiera tenido si yo me quedo en Honduras terminando el documental. Eso es lo que yo más agradezco de haber ido a Argentina, me hubiera pasado en cualquier país sudamericano que tuvo esas amargas experiencias, de ser víctimas de las dictaduras que impuso el Plan Cóndor en nuestro continente.

Lo elegí no por esas condiciones políticas o esa historia, sino porque yo estudié cine allí, y era el lugar, el país donde yo me sentía segura. Ir otra vez a mi escuela, con mis profesores, con mis compañeros, a encontrar solidaridad para el proyecto, pero encontré además lo que te cuento.

Octavio Fraga: Hablemos entonces del documental Berta soy yo, otra de tus películas —como decía al principio—, en fase de postproducción. Aprovecho para agradecerte que me hayas permitido verlo en ese estadio. Para los que nos están viendo, se trata de un trabajo de investigación que hace Katia sobre Berta Cáceres, importante líder indígena lenca, feminista y activista de Honduras que fue asesinada.

Octavio Fraga: Una historia que en nuestro país se conoce muy bien. ¿En qué circunstancia realizaste este filme y cómo llegas a ese proceso de acompañamiento periodístico?

Katia Lara: Yo estaba trabajando, desde Guatemala, un documental con los mismos personajes de ¿Quién dijo miedo? para contar el exilio, y, a través de ellos, mi propia experiencia de estar fuera de Honduras, y la subtrama de esa película en la que yo arraigaba el deseo de volver y la esperanza en el proceso en Honduras, era la comunidad lenca y Berta Cáceres como personaje. Entonces empecé a viajar en el 2013, venía a Honduras con mi equipo y filmaba. Fui a Río Blanco desde entonces. Cada vez que podía venía a seguir acumulando material sobre Berta para enriquecer la subtrama de esa película, sobre el exilio donde los gemelos son los protagonistas. Vine en 2015 porque falleció mi mamá, vine a despedirme de ella, y ya empecé a coquetear con la idea de volver a Honduras, de seguir mi trabajo acá, me parecía que ya era el momento.

Obviamente me movió mucho la muerte de mi mamá, y que en ese momento una agencia de cooperación me hizo un encargo: “Ya que tenés archivos de Berta hagamos un trabajo cortito sobre Berta”. Así que me reuní con ella, vine para Honduras unos días ya pensando en volver, y me reuní con Miriam Miranda, que es la coordinadora de la Organización Fraternal Negra. Y también con Berta, que iban a ser los personajes de esa pieza chiquita, de quince minutos.

Me reuní con ella el primero de marzo; hablamos de las tomas aéreas que queríamos hacer y me comentó que quería aprovecharlas para ver cómo estaba el plantel de la empresa que está desarrollando la hidroeléctrica. Platicamos en los términos más políticos lo que ella necesitaba que se dijera en ese documental, y al día siguiente estaba yo con mi compañero, con Milton, y me avisan que la habían matado. Lo primero que me vino a la cabeza es: “Tengo que contar esto; estoy haciendo una pieza sobre ella, tengo que seguir en ese curso”. Y fue lo que hicimos. El dolor se guarda y lo que se impone es contar lo que está pasando. Conseguí el equipo de trabajo. Igual me pasó con el documental del golpe de estado, que me agarró en un momento difícil. Empezamos a trabajar desde el día que estaba en la morgue; coordiné otro equipo para que encontraran a la gente que venía de San Pedro, de la costa norte, que es Miriam Miranda, muy amiga de Berta, y ahí empecé.

La agencia que nos había encargado el trabajo de Berta fue imposible que entendiera que había que hacer una película. Así que cumplí con hacer el corto, que se llama Berta vive, de cara al trabajo con esta nefasta agencia de cooperación que se llama Oxfam. Y acumulé material, siempre con la idea de que después íbamos a hacer un largo, de que iba a seguir el camino que había decidido Berta.

No era solamente decir que la comunidad lenca está perdiendo una fuente de agua o un río —que es sagrado—, sino cuáles son las empresas transnacionales y nacionales que están conformando un patrón de muerte en contubernio con el estado, con funcionarios públicos, para apropiarse de recursos naturales y hacer negocios que nunca les van a servir a las comunidades, sino a las transnacionales y a las empresas.

Eso era lo que Berta estaba señalando, y señalaba a la banca. Entonces dijimos, “vamos a ser consecuentes, y lo que este documental va a contar es lo que Berta hubiera contado si no la matan; no vamos a hablar de ambientalismo, no vamos a hablar de indigenismo, vamos a hablar de Berta, que fue guerrillera, que siempre luchó, que fue consecuente con su pueblo, y que alcanzó el poder con su discurso, con sus alianzas, con su trabajo internacional, por eso la mataron.

A Berta la conozco desde hace muchos años. Ella era muy amiga de mi hermana que es cantora. Nos cruzamos siempre en los espacios de lucha con Berta incluso fuera del país; con Miriam también. Me dolió mucho la muerte de Berta, y creo que hemos logrado hacer una película a la altura de su lucha. Espero que incida en el juicio y alcance a la familia Atala, a los banqueros que están detrás del asesinato de la compañera Berta.

Octavio Fraga: Berta es para el mundo, para Cuba también, una leyenda, un mito. Por todo lo que hizo, por su personalidad, su empeño ¿subrayas esta idea de leyenda en Berta Cáceres en este documental?

Katia Lara: Sí. Soy consecuente con esa figura de leyenda que está asumida. Se convierte en un símbolo. Lo asumo así en el documental, no soy la que lo genera. Probablemente le doy protagonismo a esa situación porque de esa manera nos sorprendió. Realmente no me hubiera esperado que, en japonés, en árabe, en turco, en francés, en italiano, en inglés, apareciera la noticia de su muerte y que viniera tanta gente de todo el mundo. Esa es otra película. Lamentablemente todo ese material no lo pudimos incluir porque se iba para otro lado el relato.

La connotación de esa figura cada quien la asume de acuerdo a su interés, las feministas la toman, las ambientalistas la toman, las indigenistas la toman. No era nuestro principal objetivo, pero no nos divorciamos o no nos desprendimos de eso, es imposible. Ella se convirtió en un símbolo, en una leyenda.

Octavio Fraga: Una de las testimoniantes del documental dice como una especie de sentencia, la leo para ser respetuoso con sus palabras: “En Honduras la verdad se mata y se arregla”, ¿qué interpretación podemos dar de esa declaración?

Katia Lara: Bueno, a partir del golpe de estado se inició el proyecto político que hoy estamos sacando con estas últimas elecciones en el que poco a poco fueron cooptando todos los poderes. Primero el poder legislativo, después los compraron todo. La conformación de la Corte Suprema de Justicia fue a puro pago, se compraron los jueces, se compraron la voluntad de los medios de comunicación, y todas las instituciones están para el poder. Aquí realmente la justicia no tiene más dueño que Carlos Flores Facussé, Camilo Atala, Guillermo Hueso; el sistema financiero, el sistema bancario. Ellos son los dueños de los medios de comunicación, que es una de sus armas para sostener el proyecto, para blindarse, y el poder ejecutivo es vital para ellos, para evitar extradiciones en el tema del narcotráfico o evitar juicios por corrupción.

Si esta médico forense —que dice esas palabras que me estás citando— habla de un noventa y ocho por ciento de casos sin procesar, aquí no hay justicia, no hay procesos. Es terrible, parece una historia de ficción, pero esa es la realidad y eso es lo que estamos cambiando o intentando cambiar en este momento. Aquí la verdad se arregla, se arregla a favor de los poderosos; está pasando ahorita con David Castillo [i]que lo condenaron, y ahora, una fuente nuestra, un abogado, nos contaba que después de que fue enjuiciado van hacerle una nueva solicitud para reducirle la pena. Su proceso lo está pagando el banco, tanto para Sergio Rodríguez [ii]como para David Castillo. Imagínate qué intereses se mueven ahí, y eso nosotros lo sabemos. Seguramente no van a cumplir la pena completa, algo va a pasar.

Este gobierno va a permitir que se consiga justicia en el caso de Berta Cáceres, es una de las consignas de campaña de Xiomara Castro de Zelaya, que es la presidenta que acaba de asumir. De hecho, cuando tomó posesión, la hija de Berta Cáceres, que es la actual coordinadora del COPINH (Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras) organización que representa a la comunidad lenca aquí, Berta Zúñiga Cáceres, le entregó el bastón indígena a Xiomara Castro que se ha comprometido a defender a las organizaciones indígenas, a los pueblos originarios indígenas y lencas, a luchar contra las transnacionales para recuperar los territorios y evitar el desplazamiento. Entonces, vamos a ver si este gobierno realmente es consecuente con lo que dijo y cumple, y dejamos de vivir en un país —como lo califica la médico forense en el documental— donde la verdad se arregla.

Octavio Fraga: Tu largo Berta soy yo tiene una riqueza de testimonios, de pluralidad de miradas, que te permite entender el proceso de Berta desde su vida hasta su asesinato y lo que pasado posteriormente en términos judiciales. Sin embargo, yo noto que tú también le das importancia a los espacios rurales y urbanos y a otros protagonistas sociales que están presentes en el documental. ¿Qué importancia le das al tema de los contextos en el documental de Berta soy yo?

Katia Lara: Es fundamental, ese era un reto grande. Como la película se desarrolla también en espacios cerrados, son personajes de oficina, personajes que trabajan con papeles, que van a reuniones, conferencias de prensa, y es importante lo que se va contando en esos espacios. Pero el contexto del juicio, del campo es importante. Si el ministro, por ejemplo, de la Secretaría de Medioambiente dice que los lencas no existen, y lo va a decir en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, yo debo ver esa situación en la película, yo debo ver a la comunidad lenca que es la escena en donde Mamá Berta, que es la madre de Berta, va a la radio comunitaria, y nadie puede decir que esas mujeres que caminan con Mamá Berta no son indígenas. Llevan su pañuelo en la cabeza, sus vestidos de colores. Si dicen que no existe el pueblo lenca pues ahí está.

La película se desarrolla con la presencia de una misión de la OEA (Organización de Estados Americanos) y el relato no podría funcionar si nosotros no contamos que en Honduras, cuando matan a Berta, hay una comisión contra la corrupción de esta organización, cuyo presidente, el señor Almagro, termina haciendo un pacto de impunidad con Juan Orlando Hernández (ex presidente de Honduras) para evitar que avance el trabajo de la comisión, porque está tocando los intereses de los empresarios corruptos, y hay que sacarlos. Entonces, todo ese contexto político es lo que le da cuerpo a una historia que no se basa, como te decía, ni en el feminismo (no estoy despreciando el feminismo por esta razón) ni el indigenismo. Para nosotros era importante contextualizar toda esa situación política y social para que quedara el relato mostrando a una luchadora que se mueve en esa complejidad política y social.

Octavio Fraga: Una última pregunta más o menos personal. Sé que tienes muchos temas pendientes por realizar, muchas ideas por abordar como cineasta, ¿nos puedes revelar cuáles son tus proyectos futuros en términos de cine?

Katia Lara: Sí, claro, Octavio. Queremos cerrar un documental sobre la caravana de emigrantes, me imagino que llegó hasta Cuba noticias de una caravana en 2018. Nosotros hicimos el seguimiento de una compañera del equipo de El Perro Amarillo, que es el equipo periodístico en el que yo trabajo. Ella se fue desde Guatemala, haciendo toda la ruta, y yo termino filmándola en Tijuana.

Quiero armar ese relato, está muy hermoso el material. Mira cómo es la vida nos encontramos, de casualidad, con el mismo director de fotografía que hizo Berta soy yo. Me llamó —nosotros íbamos para Ciudad de México— y ahí hubo un momento importante de espera de esa caravana, y me dice: “Yo estoy ahorita en Guadalajara”, y entonces eso nos permitió que él se uniera al equipo y hacer un material hermoso. Queremos terminar ese documental sobre la caravana contado a través de una jovencita, que tiene veintidós años, que decide hacer ese viaje en lugar de graduarse con su promoción de periodismo. Ella estaba haciendo la práctica con nosotros en ese momento, así que es una historia tierna desde un personaje que yo no he abordado, un personaje tan joven con una meta muy concreta. Es muy fácil de seguir el tema, muy enternecedor, esa es la palabra.

También queremos retomar un documental que quedó inconcluso cuando empezamos el proyecto de Berta, por el asesinato de Berta. Cuando mi mamá fallece, en 2015, ya teníamos el primer corte de Entre objetos, que es un documental sobre los gemelos que participaron en ¿Quién dijo miedo? Honduras de un golpe.

Esta película, Ente objetos y Berta soy yo, sería una trilogía de Honduras a partir del golpe. El primero, desde el golpe de estado hasta 2010. La segunda parte de esa trilogía, es sobre el exilio de cuatro años de dichos gemelos durante, porque ellos se reencuentran en 2014 en Buenos Aires, que es el cierre de esa aventura de uno por Europa y del otro por América Latina. Esas dos historias confluyen en 2014 y nos permite ver a Honduras desde Europa y desde América del Sur. Desde una España con sus conflictos, que vos también viviste cuando conociste a René, uno de ellos. La última sería Berta soy yo, que empieza con su proyecto de defensa del territorio lenca en 2013 y termina en 2020. Entonces tendríamos, a través de tres largos, una mirada sobre Honduras

No fue diseñado de esa manera, no fue concebido así, pero Berta también es un personaje de Entre objetos. Hay momentos donde los gemelos contactan con Berta, y hay un par de escenas, incluso una llamada telefónica a ella de uno de los gemelos. Entonces Berta sería como un leve hilo conductor que se potencia en el tercer episodio. Así que yo quisiera que lográramos terminar esa película del medio con esa mirada, y terminar el relato de la caravana.

Octavio Fraga: Bueno, muchas gracias, Katia, por estar en este espacio “Diálogos en reverso”. Yo te transmito desde acá, desde La Habana, toda la luz y toda la energía para esos sueños que tienes pendientes hacer y, por supuesto, estaré encantado de verlos, de escribir, de comentar, y contribuir a la socialización de tu obra. Gracias por estar en este espacio de la Unión de Periodistas de Cuba, y por supuesto, seguimos en contacto siempre de muchas maneras.

Katia Lara: A ustedes, ha sido un privilegio para mí compartir con ustedes, y gracias por los buenos deseos.

Octavio Fraga: Un abrazo grande desde La Habana, Cuba, para ti.

Katia Lara: Listo, gracias, saludos a todos y todas.

Octavio Fraga: Gracias, chao.

[i] David Castillo, ex gerente de la empresa Desarrollos Energéticos, y responsable del proyecto hidroeléctrico Agua Zarca. Fue declarado culpable como coautor de participar en el asesinato de la defensora de los derechos humanos hondureña Berta Cáceres en 2016.

[ii] Sergio Rodríguez trabajó estrechamente con otros imputados y empleados de DESA para desarrollar actividades monitoreo de las actividades de Berta Cáceres y demás líderes de COPINH, mediante el pago de personas de las comunidades para infiltrar las actividades organizadas del COPINH con el fin de realizar acciones en su contra. Fue autor de evaluaciones de impacto social y ambiental para el Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco Mundial. En su accionar como empleado de DESA brindaba la información y cooperación necesaria para la vigilancia de Berta Cáceres. Es además gerente General de la Empresa ECOLOGÍA Y SERVICIOS S.A. – ECOSERVISA.

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Las multinacionales tienen un camino más fácil en países con gobiernos neoliberales

José Manzaneda. Periodista y cineasta vasco

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

 Transcripción de la entrevista a José Manzaneda, periodista y cineasta vasco, en el espacio Diálogos en reverso de la Unión de Periodistas de Cuba, realizada el 26 de enero de 2022 en torno a su documental El segundo desembarco. Multinacionales españolas en América Latina.

Octavio Fraga: Hola, bienvenidos a otra edición de Diálogos en reverso, un espacio de la Unión de Periodistas de cuba. Como habíamos anunciado previamente tenemos a otro gran invitado esta semana, José Manzaneda, periodista y cineasta vasco. Bienvenido José, buenas tardes desde La Habana, Cuba.

José Manzaneda: Un honor estar con todos vosotros y vosotras, con la gente de Cuba, con la buena gente.

Octavio Fraga: El Diálogos de hoy es un mestizaje entre el título del documental, y a la vez el tema. Vamos a platicar sobre un documental que realizó Manzaneda en el año 2010, que mantiene total vigencia. Se titula El segundo desembarco: Multinacionales españolas en América Latina.

Se impone presentar —más al detalle— a Manzaneda. Además de periodista y realizador audiovisual, es coordinador de Cubainformación, una web que apuesta por la defensa de la Revolución cubana, bien conocida entre nosotros en la isla. Por supuesto, les estamos muy agradecidos por su permanente labor en defensa de nuestro proyecto social y político. Nuestro invitado es autor del libro Cuba, verdades y mentiras, del que ya circula una segunda edición. Es autor de decenas de guiones acerca del tratamiento informativo sobre Cuba. Y, además, colabora como analista internacional en los informativos de los canales televisivos internacionales Russia Today e Hispan TV. Como realizador y guionista cuenta además con un sustantivo currículo enfocado en el campo de la sensibilización y la educación para el desarrollo materializado en organizaciones como Paz con Dignidad, Reas, Unicef, Ekologistak Martxan o Alboan. En su abultada labor como creativo audiovisual se incluyen series educativas sobre cooperación, voluntariado, derechos humanos y medios de comunicación.

José Manzaneda: Muchas gracias, Octavio.

Octavio Fraga: ¿Qué te inspiró hacer esta pieza cinematográfica?

José Manzaneda: El segundo desembarco. Multinacionales españolas en América Latina, realmente fue un encargo de la Organización Paz con Dignidad. Es una ONG de izquierda española que tiene un lugar, un proyecto —de muchos años— que se llama OMAL, es el Observatorio de Multinacionales en América Latina. Se dedica, básicamente, a monitorear los impactos que tienen en la economía, en la soberanía, en el medio ambiente, en la salud de los pueblos de América Latina, la presencia de multinacionales no solamente españolas, también las canadienses, las estadounidenses, las inglesas, las de otras naciones.

En aquel momento, Paz con Dignidad habló conmigo, pues llevo muchos años haciendo documentales de temáticas sociales y políticas, y realmente yo también tenía muchas ganas de abordar el asunto de los impactos de las multinacionales tras un proceso de neoliberalismo intenso, puro —o casi puro— en América Latina en los años noventa, y transmitirlo de la manera más sencilla y pedagógica posible. Para que este documental fuera una especie de herramienta educativa y utilizarlo en proyecciones de pequeño formato, en las escuelas, en los festivales y en las salas cines.

El documental trata de reflejar qué produce en las sociedades latinoamericanas la presencia de multinacionales, sus efectos negativos. Una inversión extranjera sin respeto a la soberanía de los pueblos y de los países y sus consecuencias. Porque la inversión extranjera no tiene por qué ser mala, al contrario, yo diría que es muy necesaria para los países del sur global, como es el caso de Cuba, por ejemplo, que está tratando de acercar la inversión porque es una forma de sobrevivir su economía, de tener un poco de motor. Pero no es lo mismo hacerlo de una manera neoliberal, abriendo las puertas de tu casa para que hagan lo que quieran, que hacerlo con las normas soberanas de un país —como es el caso de Cuba—. Esto, por supuesto, tiene una gran complejidad y no lo voy a resolver en un análisis sencillo y corto, pero, de alguna manera lo que tratamos era de mostrar ese contraste, entre una vía abierta libre al mercado, y las posibilidades de ponerle ciertas cortapisas soberanas a ese capital.

Octavio Fraga: Para la realización del documental apelas, como recursos cinematográficos distintivos —en primer lugar— al testimonio. Muchos e importantes testimonios de mucha gente que le da riqueza al filme. En segundo lugar, te apropias de materiales de archivo y elementos simbólicos asociados a las multinacionales. No menos importante resulta la ficcionalización como herramienta para distinguir el tema de la desinformación. ¿Apelaste a estos recursos porque pensabas, o piensas, que había un desconocimiento del tema en España y en buena parte del mundo?

José Manzaneda: Hay un desconocimiento absoluto del tema y todos los materiales que se hagan en este sentido son buenos, en cualquiera de sus formatos. Es cierto que hay que utilizar los formatos de pegada más rápida, o formatos más sencillos explicando las cosas como un abc, porque existe muy poca cultura política en general y existe muy poca información sobre la penetración del capital —en este caso del capital español— en los años noventa en América Latina. Incluso existen grandes mitos, como existían en aquel momento en esos países de América Latina donde se implantó ese capital —desde Argentina hasta Colombia— como que todo es bueno. Esto tuvo graves consecuencias en materia de soberanía, en materia de medioambiente y de derechos laborales; incluso en materia de derecho a la vida. En el caso de Colombia es claro, donde hay una relación directa en algunos casos, y no pocos, entre las masacres y los asesinatos de líderes sindicales con la implantación de determinadas multinacionales o capital extranjero en ciertas zonas del país. Eso ocurría en aquel momento y sigue ocurriendo ahora ¿Por qué? Entre otras cosas porque Colombia sigue con un modelo neoliberal que capta mucho capital extranjero. Este capital extranjero, indudablemente, a nivel macro, tiene una incidencia positiva en la economía, crea crecimiento en algún aspecto, pero también crea enormes desigualdades e impactos en la vida social, económica, política, y en los derechos humanos de una parte importante de la población de este país.

Octavio Fraga: Hablemos del recurso de la ficción. Hay dos actores que utilizas en el filme documental que recrean el mundo interior de los grandes medios de comunicación y su mirada sobre el tema, no voy a decir distanciada, más bien crítica, revelándose como un destaque muy importante en el documental. ¿Existe una complicidad entre los medios de comunicación y las multinacionales en torno a ese discurso del éxito que supuestamente tienen?

José Manzaneda: El guion es mío. Paz con Dignidad y la OMAL me dieron libertad plena en la escritura del guion, y además coincidimos en los objetivos. Yo quería resaltar, sobre todo, el papel de los medios de comunicación. No solamente porque esos medios de comunicación son otra multinacional más que entra en juego en los países de América Latina con una incidencia notable, sino porque sirve también de factor de justificación y legitimación ideológica de esa penetración del capital tanto en España como en los países que la implantaron. Estamos hablando de grupos como Prisa, ligados a lo que han llamado socialdemocracia y a otros grupos más vinculados a la derecha clásica española. Pero en cualquier caso son grupos mediáticos que se implantan en países como Colombia o Argentina ligados a veces a otras estructuras empresariales. Puede ser la telefonía, que se privatiza en esos países, u otros sectores empresariales que actúan como arietes justificativos. Desarrollan una actividad empresarial sin freno del capital español, y también como justificación del origen. Cuando hablamos de origen, tenemos que remontarnos precisamente a de dónde viene ese proceso de implantación de estas multinacionales españolas en los años noventa. Viene de un proceso de privatización en España donde empresas como Telefónica, que eran estatales, son privatizadas y se convierten en empresas expandidas en los países de América Latina. Son ganadores de ese proceso de privatización en la telefonía de determinados países y se quedan con la concesión de esos sectores estratégicos. Reitero esto porque a partir del control de dichos sectores estratégicos se controlan las decisiones políticas, las propias relaciones internacionales y el papel que tienen los gobiernos en decisiones frente a terceros países. Esos gobiernos, que han permitido la entrada de un capital sin freno y sin leyes prácticamente y con una legislación fiscal absolutamente laxa, flexible, es lógico que luego se plieguen a los intereses políticos y a las decisiones que se toman en los países más poderosos. En aquel momento, plegados a las decisiones y a los intereses del gobierno español, pero también —y sobre todo— a las decisiones y a los intereses del gobierno de los Estados Unidos, que también tiene su propio proceso de implantación de sus multinacionales en América Latina.

Octavio Fraga: Tú eres un experto en desmontar desinformación. Bien sabes que estamos en la era de las fake news, de los bulos. Volviendo al tema de las multinacionales, ¿cómo se articulan las Multinacionales españolas y los medios de comunicación en este terreno?

José Manzaneda: Yo creo que hay un elemento común, y es que estos medios de comunicación que acabamos de mencionar no solamente son parte de ese entramado empresarial que comparte intereses con esas empresas que se implantan en los países de América Latina, sino que también dependen económicamente de la publicidad de esos sectores o de esas empresas. Medios de comunicación y grandes sectores económicos, desde la banca hasta la telefonía, consultoras y otra serie de empresas de sectores que comparten intereses y por supuesto una ideología capitalista, liberal. Esta sirve precisamente para legitimar toda su actuación, para legitimar además la lucha permanente contra cualquier intervención del estado en esos países, que pueda lesionar, entre comillas, sus intereses. Que les pongan más impuestos, que les pongan determinadas medidas medioambientales que en sus países de origen tienen que cumplir, pero no en los países en los que se implantan. Eso lo hemos visto en momentos muy concretos de una manera salvaje. Es el caso, por ejemplo, cuando el gobierno de Bolivia decidió nacionalizar sus recursos naturales, pues hubo una feroz campaña de desinformación por parte de toda la estructura de medios de comunicación españoles en defensa de los intereses de Repsol (aunque no lo decían así) que ganaba, por ejemplo, un cuarenta por ciento o lo que fuera. Resulta que de la noche a la mañana dejó de ganar tanto y empezó a ganar la mitad o una tercera parte. Esa fue una decisión trascendental y soberana de un gobierno. Años después consideraron que era el momento y dieron el zarpazo —el golpe de estado de 2019— que no fue más que un ajuste de cuentas o un intentar revertir las cosas para ir hacia el momento anterior, a 2006, que es cuando se produce aquella nacionalización. Pues los medios de comunicación han jugado un papel esencial en generar fake news, o simplemente silenciar las cosas y potenciar determinadas realidades que igual son anecdóticas y las convierten nuevamente en el motivo principal de una noticia, de un reportaje, o de toda una campaña de desinformación en el tiempo.

Y hoy en día sigue un poco la misma tónica. Todo lo que un gobierno de América Latina tome o apruebe leyes y medidas que afecten un poquito los intereses de una empresa española, pues automáticamente se generan noticias que demonizan a ese gobierno en relación con esa empresa. La opinión pública española se lleva a su mente que ese gobierno es muy malo y por lo tanto lo que hace en materia de legislación frente a los intereses de esas empresas españolas también es malo.

Octavio Fraga: En tu documental se avista una fortaleza, la riqueza de expertos que protagonizan. Todos convergen en un punto —a mi criterio es el tema—, la privatización como pilar inviolable que legitima el discurso de las multinacionales ¿Crees que es el único?

José Manzaneda: Es el punto digamos, de inicio, de todo un proceso neoliberal. El neoliberalismo lo legitima a comienzos de los años noventa, incluso un poquito antes en algunos países. Lo deciden gobiernos autoritarios. Por ejemplo, en la etapa previa a la explosión del neoliberalismo, el país vanguardia fue Chile con la dictadura sangrienta de Augusto Pinochet. Pues el primer elemento fue privatizarlo todo o casi todo, excepto el ejército y la policía. La represión y el poder del monopolio de la fuerza era del estado, todo lo demás debía ser privatizado salvo aquello que no podían hacerlo porque la contestación popular era demasiado fuerte. Esa privatización fue la manera en que los funcionarios de esos gobiernos —muchos de ellos también vivían del sector privado, hay que recordarlo— tenían fuertes intereses ligados a empresas de sus países, y para eso están además las puertas giratorias, que siempre funcionan. Hablo de los funcionarios que después acaban en los consejos de administración de las empresas privadas de sus países o de los países inversores. Digamos, deciden privatizar un montón de empresas, y curiosamente en esos momentos algunas empresas que habían sido privatizadas en España son las que se implantan y recogen las cenizas de la destrucción de esas empresas públicas ahora privatizadas y las convierten en una sucursal de sus empresas matrices, la privatización no solamente de las empresas sino de todo. La privatización de todos los elementos de la vida, como ha sido la privatización del agua, incluso de los ríos. Todo eso lo hemos visto y lo seguimos viendo en muchos países de América Latina donde se nos dice que al pasar al sector privado absolutamente todo va a funcionar mucho mejor.

Desgraciadamente, o afortunadamente, algunos pueblos de América Latina se han dado cuenta de que todo esto era una absoluta mentira y que el sector privado indudablemente tiene algunas ventajas en algunos aspectos y bajo determinadas normas, pero realmente en el contexto general se produce un enorme desastre tras un proceso integral de privatización. Todo eso tuvo después una vuelta, vamos a decir de péndulo, vino luego el ciclo progresista en América Latina que es una respuesta precisamente a toda esa década neoliberal.

Octavio Fraga: Te pongo en la piel de esta pregunta ¿Atacar a una multinacional, denunciarla, encararla de muchas maneras, es atacar un capital simbólico del estado español?

José Manzaneda: Sí lo es, porque detrás de estas empresas, o defendiendo la imagen de estas empresas, no solamente están sus departamentos de imagen, de relaciones públicas, de marketing, está también todo el complejo de medios de comunicación españoles que viven de la publicidad de esas empresas. Algunos de estos medios son del accionariado de esas empresas o al revés y en cualquier caso comparten una misma visión del mundo y una misma visión de lo que tiene que ser la marca España. América Latina es, digamos, la región de influencia, o ha sido una región de influencia del capital español durante varias décadas por motivos históricos evidentes.

Criticar a las multinacionales es peligroso siempre y cuando tengas un cierto altavoz para hacerlo, pero el problema es que no lo hay. Hacer un documental, hacer cuatro mil videos sobre los impactos de las empresas españolas en América Latina no te garantiza que te lo van a poner en una televisión, jamás vas a llegar al gran público. Entonces, ellos están cómodos con la crítica, el elefante está muy cómodo cuando el ratón le está tratando de morder el pie, porque realmente no hay una posibilidad de hacer una crítica pública y este documental jamás se va a poner en los grandes medios de comunicación, ni tampoco en la televisión pública española, donde supuestamente tiene que haber un poquito más de libertad o de pluralidad.

Cuando tú me preguntabas por el guion y la ficción que utilizamos en el documental, en él aparecen una periodista y su jefe de redacción. Ella, con una cierta ingenuidad, le dice que por qué no van a poner este documental que le ha llegado. Fíjate lo que pasa en América Latina con las multinacionales, es un desastre y realmente es un tema de derechos humanos, y creo que el público nuestro debe conocerlo. Él automáticamente le dice: “nosotros vivimos de la publicidad, vivimos de estos señores tan malos, entonces no lo vamos a poner de ninguna manera”. Y esto, que puede parecer un poco bufonesco, es la puñetera realidad. Así son las cosas, quizás con periodistas menos ingenuos, los periodistas contratados, pues son contratados porque piensan igual que sus jefes y si no piensan igual pues se callan, actúan con una gigantesca autocensura en cualquiera. En los grandes medios de comunicación españoles jamás verás un trabajo crítico, verdaderamente crítico, sobre las empresas y los impactos que ha tenido la inversión extranjera española, en este caso, en América Latina.

Octavio Fraga: De alguna manera ya me respondiste una de las preguntas que tenía, pero igual la abordo. ¿OMAL, que es la productora de tu documental, intentó ponerlo en alguna televisora nacional, regional o local de España? ¿Qué pasó con tu documental en este sentido?

José Manzaneda: Soy consciente de que se intentó. Por mi parte, también hice intentos de que se pusiera en algunas televisoras, a toda se les ofreció, no hubo respuesta. Tampoco te dicen que no, simplemente te dicen que no callando la respuesta. Este documental puede ser televisado en un pequeño local, una pequeña emisora local, como fue el caso de Tele K, en Vallecas, pero no dejan de ser canales alternativos. Son espacios importantes, igual que poner hoy un video que producimos en YouTube, pero sabemos que ese en el conjunto del maremágnum de la desinformación y del control que tienen de las producciones informativas, los grandes medios de comunicación. Aunque, tenemos que seguir haciéndolo y tenemos un papel que cumplir ahí. Sobre todo, buscando un público que ya es crítico, un público que a lo mejor no está del todo informado, pero tiene una alta desconfianza en torno a los medios de comunicación. A ese público hay que servirle materiales, información, documentales. En este caso, que les formen y que les informen sobre lo que ocurre para que precisamente sea una especie de correa de transmisión de esa información. Pero los grandes medios de comunicación jamás van a poner un trabajo de este corte.

Octavio Fraga: Al principio me hablaste —me parece importante tocarlo— sobre el vínculo de las multinacionales con el paramilitarismo, sobre todo en Colombia. Me interesa que profundices un poco sobre cómo es esa relación ¿Cómo se articula el vínculo de las multinacionales con el paramilitarismo, y por supuesto, los gobiernos?

José Manzaneda: El caso de Colombia es emblemático, por muchas razones. Uno no sabe si reír o llorar cuando escucha que en países como Cuba hay represión, que en Colombia fueron asesinados ciento cuarenta y cinco líderes sociales el pasado año. Setenta y dos mil personas desplazadas de sus hogares por violencia. Han habido sesenta muertes, aproximadamente, desde el inicio de las protestas sociales en abril, sesenta muertes por represión policial la inmensa mayoría.

Colombia es un país violento porque hay una estructura social violenta o violentada por factores sociales, por enormes desigualdades y, precisamente, por una estructura neoliberal que le ha dado un poder desmedido al capital interno, al capital nacional, a la oligarquía colombiana y también al capital transnacional, en algunos casos muy ligados unos con otros. En algunos lugares del país, donde caen líderes sociales, donde son asesinados, ¿son asesinados por quién?, pues por terratenientes, por paramilitares a los que les pagan los terratenientes o les pagan directa o indirectamente determinadas empresas, algunas de las cuales son empresas multinacionales muy ligadas al capital transnacional. Hay lugares donde ha habido una resistencia activa, durante muchos años, para que determinadas tierras no sean tomadas por el capital internacional, y de alguna manera sean expropiadas. En las comunidades campesinas ha habido una alta resistencia, y precisamente en esos lugares es donde ha habido una presencia paramilitar que ha desplazado al campesinado, que ha asesinado a mucha gente para que venga la multinacional e invierta en determinados cultivos o en otras industrias o en sectores extractivos, fundamentalmente en este país.

Hay una ligazón importante, una ligazón absoluta con el poder político. En la época en que gobernó Álvaro Uribe Vélez, que es como si fuera el actual presidente de Colombia o es el jefe político del actual presidente de Colombia quien no ha cambiado absolutamente nada, este señor pues no solamente dio vía libre a los paramilitares, sino que fue uno de sus padrinos. La justificación era precisamente esa, que el capital llegue al país de cualquier manera, que haya mucha más inversión de cualquier manera, porque al final quien se beneficia de todo eso, fundamentalmente, no es solo el capital foráneo sino también las oligarquías locales, muy ligadas precisamente a la política.

Octavio Fraga: Nuestros países, por ejemplo, Bolivia, Honduras, Venezuela, han sido escenarios de golpes de estado o acciones de desestabilización —bien conocido el tema de las guarimbas—. ¿Se puede afirmar que, de alguna manera, se perciben nexos de las multinacionales en esas acciones?

José Manzaneda: Absolutamente. Las multinacionales, sean españolas, sean norteamericanas —las de Estados Unidos todavía mucho más— han tenido un papel de alianza clara con movimientos políticos vinculados al golpismo, a la derecha en estos países. Puede ser el caso de Bolivia, de Venezuela, vinculados también al poder mediático del sector privado como justificador de estas acciones irregulares o de desestabilización política y justificadores de los propios intereses de estas empresas. ¿Cómo? Demonizando, por ejemplo, cualquier iniciativa legal o fiscal que grave con más impuestos a la inversión o que apruebe determinada legislación medioambiental mucho más estricta con las inversiones extranjeras.

Es absolutamente evidente. Además, estas empresas tendrían muchos más beneficios, sus intereses se verían mucho más reforzados —lo hemos visto— con gobiernos de derecha que con gobiernos más a la izquierda. Las multinacionales tienen un camino mucho más fácil, ganan mucho más dinero en países con gobiernos neoliberales.

Son los que les cobran menos impuestos, son los que ponen menos problemas legales y menos leyes que regulen su actividad. No solamente en la cuestión de la ecología, sino en los derechos laborales y los derechos humanos en general. Existe un plan global neoliberal que es la privatización y la entrada del capital sin freno. Este es el sueño del capitalismo, y dentro de este sueño, está que un día eso pase en Cuba.

Tenemos que llegar a un pacto para que esto realmente sirva a los intereses del país, tribute de manera adecuada al presupuesto y sirva para mejorar las escuelas y los hospitales, y no sea para que se lo queden una gran parte el inversor extranjero y otra parte un empresario nacional. Ese es el gran sueño que tienen y es lo que hay detrás de todas las acciones de desestabilización contra Cuba en estos momentos.

Lo mismo ha habido en otros momentos, en otros países. Ahora mismo hay un péndulo de, digamos, política en América Latina que está girando más hacia la izquierda. Se están viendo reacciones, un tanto viscerales, en algunos países. Es el caso del Perú y es el caso de Honduras. Hay entonces resistencia absoluta a ese tipo de cambio, porque indudablemente va a suponer que esas multinacionales y ese capital privado van a tener un poquito más enmarcado su quehacer y su actividad económica.

Octavio Fraga: Una de las banderas que engallan las multinacionales es que son respetuosas con el medioambiente. Hace unos días fue noticia el derrame de petróleo provocado por Repsol en las zonas costeras del Perú que ha impactado en 24 playas de esa nación. ¿Qué interpretación podemos hacer de estos hechos?

José Manzaneda: Al margen de la causa de este gran vertido, está la responsabilidad de la empresa. El gobierno de Perú es soberano, tiene que serlo, y tiene que pedirle las cuentas correspondientes a una empresa que ha provocado o que ha dejado que esto ocurra, sean cuales sean las circunstancias y las causas. No vamos a ser demagógicos, un vertido puede ocurrir también en un país donde la empresa sea controlada de manera soberana, pero indudablemente todas estas empresas han tenido, durante muchísimos años, el camino libre para no responder, es el caso emblemático de la Chevron en Ecuador.

Hubo una gran campaña en su momento cuando teníamos ese gobierno tan progresista y que consiguió tantas cosas en Ecuador, el de Rafael Correa. Una campaña precisamente para denunciar los vertidos de esta empresa petrolera estadounidense en Ecuador, precisamente para que no solamente esto cesara, sino que rindiera cuentas y pagara su deuda ecológica. En el caso de Perú yo entiendo que el gobierno tiene que actuar y así lo apoyaremos quienes estamos en los movimientos sociales en el mundo. Repsol tiene, en este caso, que responder por un hecho tan grave como este que tú acabas de mencionar.

Octavio Fraga: Las multinacionales, de alguna manera, tienen un nivel de impunidad, en buena medida porque el periodismo no está a la altura de las circunstancias. Tú eres un ejemplo de lo que debe ser el periodismo. ¿Cuáles son para ti, las claves que debe tener un periodista hoy, o un cineasta, para estar a tono con los tiempos y las realidades tan complejas que vivimos?

José Manzaneda: El periodismo que se hace, o que se puede hacer, con una cierta audiencia hoy en día en Europa —vamos a decir en el mundo occidental capitalista— tiene muy pocas posibilidades de reunir algunos de los elementos que yo creo que debe tener este periodismo. Porque ha de ser un periodismo crítico, que va al fondo de los problemas y los dramas sociales, que no se contenta con reflejarlos. Es cierto que los medios de comunicación, a veces mencionan los dramas sociales que ocurren en los distintos países del mundo, el problema es que muchas veces o culpabilizan a quienes luchan precisamente contra las causas que provocan esos dramas o esos males sociales, o sencillamente no las analizan, ponen el problema sobre el tapete pero nada más.

Un periodismo verdaderamente profesional y serio tiene que ir a la raíz y a las causas de los grandes problemas sociales. No sé si afortunada, o desgraciadamente, para los poderosos, no le queda otro remedio que hablar del conflicto de clases, de las enormes desigualdades sociales y económicas de este mundo, de las grandes injusticias. Eso es ir realmente al fondo y a la raíz de los problemas, y también hay que reflejar cuáles son los movimientos sociales, los gobiernos o las iniciativas que luchan o que van a la raíz de esos problemas sociales, las causas que generan esos problemas sociales. Eso es lo que no hacen los medios de comunicación y el periodismo contemporáneo, que se dedica solamente a la superficie de los problemas en una especie de ejercicio telegráfico. En muchos casos hacen una reproducción de las notas de prensa generadas por empresas privadas o públicas, pero con intereses políticos muy concretos y con una ideología neoliberal muy clara, y silencian absolutamente causas y actores sociales que luchan o que van a la raíz de esas problemáticas sociales. En muchos de los casos, lo único que hacen cuando mencionan a estos movimientos sociales que luchan, a estos gobiernos que tratan de legislar poniendo su mirada en las causas que provocan los problemas sociales, es demonizarlos, culpabilizarlos. Al final no se hace un análisis de las grandes catástrofes de este sistema capitalista. Y no solamente eso, sino que además se culpabiliza a quienes son alternativas de ese sistema capitalista.

Octavio Fraga: Cierro con una última pregunta personal. Sé que tu labor como coordinador y periodista de Cubainformación te toma mucho tiempo ¿Harás un documental en un futuro? Me gustaría.

José Manzaneda: Estoy, desde hace muchos años, dedicado en cuerpo y alma a la información alternativa en torno a Cuba, al análisis de la manipulación brutal y absoluta que sufre la realidad cubana, y al ataque constante desde los medios de comunicación. Y ahora también desde ese gran campo de batalla que son las redes sociales en contra de la Revolución cubana; eso no quiere decir que en el futuro no pueda combinar ambas cosas. No si dentro de unos años pudiera volver al campo de la creación cinematográfica, del guion y de la realización de documentales. Una de mis ideas también es hacer algún documental sobre Cuba. Yo veo los trabajos que se hacen sobre Cuba en el formato documental y hay filmes realmente brillantes y hermosos. Muchas veces digo, bueno, pero es que a mí me encantaría hacer un trabajo sobre este asunto, pero es que ya hay cosas tan buenas que prefiero dedicarme a otras temáticas.

Es tal la guerra comunicacional contra Cuba, y es tan importante Cuba como símbolo de resistencia y de futuro para la humanidad, que es importante que existan personas, profesionales en mi caso, que de alguna manera tengamos puesta nuestra mayor atención en el análisis y la defensa de la realidad de Cuba y de las verdades de Cuba, que tiene mucho que ver con el trabajo de desmentir las mentiras. Yo creo que son dos cosas en una. Por un lado, tienes que hablar de las verdades de un país, pero cuando es un país tan atacado no te queda otro remedio que empezar por desmenuzar, por sacar el machete y acabar con tantas mentiras que se dicen sobre ese país. Entonces en ese sentido yo creo que mi labor al menos en el corto plazo va a seguir centrándose en la información y en la producción audiovisual en torno al tema de Cuba.

Octavio Fraga: Manzaneda, agradecido en nombre de la Unión de Periodistas de Cuba por este espacio de diálogo, y nuestra gratitud por lo que haces por nuestro país, por nuestra Revolución. Un fuerte abrazo desde La Habana.

José Manzaneda: Muchísimas gracias a quienes nos han visto, y muchísimas gracias a ti Octavio. Tenemos una amistad desde hace muchos años, y por supuesto, un gran abrazo a toda la Upec, la Unión de Periodistas de Cuba, que es un gremio, un colectivo de personas entrañables muy demonizado por quienes tratan de darle lecciones de libertad de prensa todos los días, que luego no aplican en sus países y en sus redacciones. Mucho ánimo en todo ese proceso de cambios que está llevando a cabo la Upec y los periodistas de Cuba en su propio periodismo, pero de manera soberana, independiente, y tomando sus propias decisiones sin las lecciones de los supuestamente sabios del periodismo, algunos de los cuales, lo único que hacen, es repetir las gacetillas de agencias, y sobre todo obedecer a los amos imperiales y a quienes los mandan en el mundo.

Octavio Fraga: Hemos entrevistado a José Manzaneda, periodista y cineasta vasco en el espacio Diálogos en reverso, muy buenas tardes y gracias una vez más.

José Manzaneda: Muchas gracias.

Documental: El segundo desembarco. Multinacionales españolas en América Latina.

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Hace falta un gran congreso sobre cine en América Latina

Fernando Buen Abad Domínguez. Escritor y filósofo mexicano-argentino. Foto: Eduardo Flores/Andes

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

 Transcripción de la entrevista a Fernando Buen Abad Domínguez, filósofo y escritor mexicano, en el espacio Diálogos en reverso de la Unión de Periodistas de Cuba, realizada el 12 de enero de 2022 obre el tema Los símbolos en el cine, otra vuelta de rosca.

 Octavio Fraga: Hola, buenas tardes, bienvenidos a “Diálogos en reverso”. Hoy retomamos el espacio, después de un largo tiempo de ausencia por el impacto del Covid-19. Nos disculpamos porque hemos tenido problemas técnicos que nos impidieron salir a la hora anunciada. Reiteramos nuestras disculpas, y gracias por estar con nosotros.

Bienvenido Fernando Buen Abad y muchas gracias por aceptar esta plática, por estar con nosotros y por su paciencia para poder materializar este encuentro.

Fernando Buen Abad: Al contrario, un honor siempre, una alegría poder conversar con hermanos cubanos en lucha, que encarnan la Revolución, que son nuestra guía en todo el continente. La Revolución del pueblo cubano, la Revolución de Fidel, de Raúl, así que el agradecido soy yo. Mil gracias por la invitación, y a la disposición.

Octavio Fraga: Le confieso, Fernando, que para mí es un honor poderlo entrevistar. Sabe que lo sigo, lo leo, lo comparto en mi blog, y en nuestros medios usted tiene una importante presencia por sus valoraciones y sus aportaciones en torno a los temas que para nosotros son relevantes, como el tema de la comunicación, los símbolos, que es de lo que hemos acordado hablar hoy, los símbolos en el cine, y nuestra gratitud por tener esa posibilidad de escuchar sus reflexiones, sin dudas, importantes.

Es usted muy conocido en nuestro continente, pero es una práctica hacerlo en este espacio de Diálogos. Como tiene usted una abultada historia profesional prefiero leerla, pues resulta importante para los que nos están viendo.

Fernando Buen Abad es mexicano, residente en Argentina, especialista en filosofía de la imagen, filosofía de la comunicación, y crítica cultural, así como los campos de la estética y la semiótica. Es también egresado de cine la Universidad de Nueva York, licenciado en comunicación, master en filosofía y política. Es miembro de la Asociación Mundial de Estudios Semióticos, del Movimiento Internacional de Documentalistas y de la Red en Defensa de la Humanidad, que es bien conocida en nuestro país. Ostenta, entre muchos otros reconocimientos, el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, que le otorgó el estado venezolano. Es el director del Instituto de Cultura y Comunicación de la Universidad Nacional de Lanús, y por supuesto, tiene una sustantiva obra literaria en torno a los temas que he enunciado y que son necesarios conocer.

Creo que debemos empezar por una pregunta base. ¿Qué es para usted un símbolo? ¿Cuáles son sus singularidades en el cine?

Fernando Buen Abad: El concepto de símbolo tiene, como tantos conceptos, un recorrido histórico, que va haciendo de este concepto una acumulación de acepciones diversas en campos distintos.

Hay una concepción antropológica de los símbolos, que los define como testimonio que representa una conducta, una actividad o un sentir en una época. En algunas enciclopedias se recogen los conceptos de símbolo, desde la gráfica rupestre hasta las gráficas de alto o bajorrelieve en las arquitecturas egipcias, mesoamericanas, por ejemplo, de las cuales tenemos, hay que decirlo siempre, por lo menos cuarenta y cinco pirámides en Mesoamérica, lo cual significa el desarrollo civilizatorio más importante en todos sentidos, y lamentablemente muy desconocido.

Hay otra forma de abordaje que se ha dado al concepto de símbolo en el campo de la psicología y en el campo del psicoanálisis, en los que hay vertientes y debates muy profundos sobre la real significación del término. Por una parte, se le presenta como una especie de resonancia, de memoria, como si hubiera una genética de la subjetividad y hubiese contactos muy profundos del universo subjetivo con los elementos de la naturaleza. Y entonces, algunos autores plantean que nuestro vínculo con el fuego  —al producirnos una especie de hipnosis o seducción que suele producirnos el contacto con el fuego, con el mar o con los elementos de la naturaleza— constituye un campo simbólico profundo.

Y hay otros, por supuesto, que lo determinan más por los aspectos biográficos de cada quien. Si alguien, por alguna razón, en alguna época de su vida tuvo, tiene una marca, un sello, una referencia, algunos le llaman fijación, que determina maneras de interpretar, maneras de concebir o maneras de ignorar la realidad, el mundo o las relaciones humanas. Pues eso dicen, es una carga simbólica que le impide o le faculta a esta persona para tales o cuales resultados.

Y podría tratar de hacer un esfuerzo casi enciclopédico, aunque no tengo esa capacidad, pero podría intentar recorrer diversos campos.

En el siglo xx empezamos a ver el concepto de símbolo abrazado por la semiótica o por la semiología, ciencia que se encarga del estudio de los signos o de la producción de significados, y ahí se incorpora también como una noción. Digo más o menos, porque también hay un debate dentro de la semiótica sobre la terminología; sabe usted que la semiótica, queriendo ser una ciencia para esclarecer el problema de las representaciones, se convirtió en una especie de bosque absolutamente invisitable, de conceptos inentendibles.

Octavio Fraga: Exacto.

Fernando Buen Abad: Que más bien espantan a las personas antes de ayudarlas a conocer realmente el propósito y el objeto de investigación de esa ciencia.

En resumen, quiero decirle que la interpretación con la que yo trabajo a propósito de los símbolos está más anclada a la noción de Marx, que plantea que la ideología de la clase dominante, siendo la ideología dominante de una época, encuentra la manera de producir muchas formas, muchos lenguajes, muchas tácticas y estrategias para inocularse en las conductas individuales y colectivas. Y como no puede trasladar la realidad, así en seco, lo que hace es construir representantes o símbolos de los intereses, o de la lógica, o de la ideología dominante de una época. Entonces ahí se produce todo un espectro muy amplio de formas de representación, algunas muy directas, muy simples, que atañen más bien al campo de lo que se llama hoy la señalética, y otras más complejas, más de orden psicológico, socioantropológico, estético y político, y todo esto integrado, donde aparecen estas formas llamadas símbolos, que son en todo caso ordenadores de la conducta social.

Si me apura usted un poco, diría que los símbolos son, entre otras cosas, elementos del discurso con que nos relacionamos colectivamente.

Octavio Fraga: Sin dudas.

Fernando Buen Abad: Y en ese sentido, es que yo trabajo sobre este campo de definición.

 Octavio Fraga: En los estudios contemporáneos en torno al signo, se ha subrayado al cine como un constructor de sentidos, no quiere decir que otras expresiones del arte no las tengan, con intencionalidades específicas, donde los símbolos —vuelvo al tema— tienen un protagonismo. ¿Hacia dónde apunta esa cinematografía banal, edulcorada, donde además la violencia gratuita forma parte de una narrativa más bien arrolladora?

Fernando Buen Abad: La industria cinematográfica, hablo de ella en lo general, a nivel mundial —que está cumpliendo ciento veintiséis años— apenas es un arte, un séptimo arte en pañales todavía. Es un arte naciente todavía, que no ha visto cursar apenas sus primeros balbuceos. Pero lo que sí aprendió muy rápido esta industria, el sector dominante de esta industria, es que se trata de un arma de guerra ideológica.Y así exactamente fue posible dominar la información, las conciencias, las subjetividades —a través de los confesionarios históricamente—, a través de la prensa, de la radio, del teatro, de las formas de expresión en el arte. Lo vimos y lo hemos visto históricamente, pues el cine entra a ser una herramienta muy poderosa de penetración simbólica. Esta industria entendió rápidamente que al seducir a las masas, tal como el cine lo logró, recuerdo muy bien un texto: Su moral y la nuestra, de Trotsky, decía: “Mal haríamos en no comprender ya desde ahora la importancia y la trascendencia que el cine está teniendo y que va a tener frente a las masas”, porque tiene elementos de aproximación, entre comillas, sobre la realidad, que parecerían ser por sí mismos muy convincentes, y creo que este es un dato importantísimo de los ejes narrativos del cine, que ha logrado, por cierto, tener hegemonía sobre otras artes.

Octavio Fraga: Sin dudas.

Fernando Buen Abad: Y hace parecer más fácil la llegada de un mensaje a través del cine. Yo creo que eso lo han entendido muy bien. Alcanzo a proponer, si me permite una distinción, qué es el cine antes de la incorporación del sonido y el cine con la incorporación del sonido. Porque en un momento, cuando el cine era silente, dicen algunos historiadores, en ese momento había pocas posibilidades de manejo de algunos campos emocionales o algunos campos sensibles. Con la incorporación del sonido y el desarrollo de la música, las orquestaciones y los efectos especiales, acústicos, el cine entró a reinar en una doble conjunción de lo que se ve y de lo que se escucha, y siendo lenguajes que a veces trabajan en paralelo, tienen cometidos estratégicos distintos.

Entonces es la dominación de una subjetividad expuesta durante hora y media, promedio de una película, sobre la base de una planificación minuciosa de los efectos, los estímulos, las respuestas, los picos y los bajos. El cálculo de los tiempos, el cálculo de las profundidades, los manejos cromáticos, los manejos de las texturas, los manejos de las intensidades luminosas que golpean permanentemente sobre la retina y sobre la estructura nerviosa, más todos los efectos y las influencias sonoras producen una herramienta muy potente, muy poderosa, que la industria fílmica entendió como un caudal discursivo extraordinario, y lo convirtió en su palestra rápidamente. Son como los predicadores de un discurso dominante a partir de un púlpito desde el cual se adoctrina a las masas bajo los más diversos intereses del capitalismo. Esto no quiere decir que solamente tengamos cine así; también tenemos contraofensivas de las cuales podemos hablar después. Que han sabido con esta riqueza narrativa construir respuestas emancipadoras y antagónicas al modelo hegemónico. Hay que decir que la industria cinematográfica, por lo pronto la norteamericana y por supuesto la europea, y ahora mismo la india —que es una máquina extraordinaria— lo digo en términos de cantidad, han entendido que esas vertientes son utilizables para un ejercicio de dominación de conciencias que —por cierto, lo vengo trabajando hace tiempo— se ha convertido en una especie de formas absolutamente manidas, repetitivas, cansinas, yo digo muertas algunas de ellas. Sin embargo, siguen repitiéndose una y otra vez en la producción fílmica, industrial, cosa de la que no se salvan algunos, que no queriendo ser de ese modelo también repiten. Pero bueno, es una discusión posterior.

Por lo pronto, debo decir como resumen que sí, que la industria fílmica pesada puso rápidamente al servicio de la hegemonía, de la clase dominante este conducto de adoctrinamiento social que ha sido muy poderoso.

Octavio Fraga: Algunos teóricos de la semiótica apuntan a que no existen los símbolos sino lecturas simbolizantes, ¿cuál es su mirada sobre esta idea?

Fernando Buen Abad: Si eso significa que no hay unilateralidad en la producción de símbolos pues es correcto, pues no sería posible que signo alguno o símbolo alguno adquiriese estamento social si no hubiera una coparticipación. La pregunta es quién propone ese símbolo, la pregunta es quién lo construye. Si usted, por ejemplo, en una película cualquiera, del romance más inocuo, más remanido y cursi de cualquier película —no voy a ponerle pasaporte— de cualquier parte del mundo, si usted a esa película por fuerza le pone una bandera norteamericana, por fuerza de la repetición, por fuerza de los que pagan, por fuerza de las costumbres, o por fuerza de coparticipar de un proyecto ideológico, usted lo que está construyendo es una unidad simbólica que está imponiendo, y cuya lectura va a tener que ser forzosamente una lectura con un interlocutor que podrá percatarse, podrá no percatarse, podrá estar acostumbrado a que eso aparezca en tantas películas de tantas maneras, pero por cierto que según que se percata podrá interpelar, y ahí podrá incluso modificar la efectividad del símbolo en algunos casos, incluso destruirlo, pero ni son la mayoría de los casos ni es, creo yo, la única instancia.

Hay tantas formas de representación, por ejemplo, el modelo norteamericano de representación, de construcción del símbolo de la justicia. Esta cosa que conduce casi siempre a que hay un juicio donde hay una posibilidad de que alguien explique y alguien se defienda, y alguien finalmente sea condenado, porque hay una forma de justicia que tarde o temprano llegará, es una especie de moraleja de que el mal no paga, de que hay que portarse bien porque siempre hay hombres ahí velando por la justicia. Esta unidad ya construida como en los propios escenarios de los tribunales con toda esa estructura escenográfica del juez, los testigos, los jurados, los defensores y los fiscales, esta unidad compleja, que hipotéticamente es el gran símbolo de un sistema, como el sistema norteamericano, es una producción, es una construcción que se ha hecho.

Que tiene tiempo, que tiene historia, que tiene formas, que tiene desarrollo y que tiene utilidades diversas. Mal haríamos en no percatarnos nosotros de que en esa construcción hay un red de intencionalidades que per se no nacieron, que no se parieron solas, que no es que caen de los frutos naturalmente. Hay alguien que se sentó un día frente a un papel o una computadora, y con lápiz o pluma o teclado empezó a poner: “En tal minuto de tal cosa va a pasar esto y hay que entrar en la sala de juicios, y la sala de juicios debe ser así”, y la diseñan, la dibujan, la construyen, la financian, traen carpinteros, traen escenógrafos, traen vestuaristas, en fin, y se hace toda una ingeniería, toda una arquitectura de ese símbolo que va jugar un papel central en un relato.

Creo que parte de nuestra dificultad, o una de nuestras dificultades hoy, es que esta producción simbólica, que siempre tiene contexto, discusión e interpelación, se conoce más en su producto que justamente en sus consecuencias.

Octavio Fraga: Sin dudas.

Fernando Buen Abad: Y que este es un trabajo que hay que hacer, ese es un trabajo de laboratorio en el cual hay que sentarse y a deconstruir todo esto, sin que yo sea de la corriente de la deconstrucción de Derrida. Pero sí digo que el trabajo de la semiótica es esto, es luchar contra estos modelos de juicios y prejuicios instalados por un modelo narrativo. Bien decía Einstein, “Más difícil es desarmar un prejuicio que un átomo”. Y ese trabajo es duro porque pasa, entre tantas cosas, como entretenido, como invisibilizado ante el campo de batalla simbólica que representa, que son formas expresivas de un poder hegemónico que se inventa la justicia a su antojo, que nos la impone a su antojo, y que quiere convencernos de que todos nos rindamos a la fe más absoluta de que ese concepto de justicia funciona, y es bocadillo obligado en casi toda producción fílmica de los modelos hegemónicos.

Octavio Fraga: Fernando, coincidimos en que estamos bombardeados por un cine banal, frívolo, donde además estos héroes de la Marvel están multiplicados en las grandes salas del mundo, y además, la violencia es la narrativa. ¿Qué estrategias construir en términos de política cultural para hacer del cine un texto enriquecedor?

Fernando Buen Abad: Primero creo que hay muchas formas y hay muchos caminos que no hemos podido recorrer. El cine necesita soberanía tecnológica. Es un trago amargo en tanto dependamos de ellos para, por ejemplo, tener una cámara, conseguir la película, o los videos, o las cintas, o los soportes que hoy se usan. Hoy se filma mucho cine con los teléfonos celulares, porque han desarrollado una calidad de óptica y de procesamiento de altísima definición, pero todos son soportes cuya tecnología para nosotros es de dependencia. Entonces, por ese lado, es muy difícil desarrollar una industria, si me permiten el uso provisional, que no sea una industria estrictamente mercantilista del uso del cine.

No hemos podido generar corrientes de producción fílmica que se sostengan en el tiempo, en la medida en que también nos hacen falta escuelas de formación cinematográfica donde el propio alfabeto audiovisual se despegue de los modelos hegemónicos. Un recorrido más o menos rápido sobre las escuelas de cine que tenemos en la región nos enseña que casi todos empiezan por ver la historia de ellos, y no solamente la historia de ellos en el sentido de que es lo que ellos han hecho, sino en el sentido de que eso es lo que hay que repetir si uno quiere tener éxito, y ese paradigma hay que romperlo. Porque no solamente se trata de ver la historia, o sea, hay que verla, desde luego, pero no convertir la historia de ellos en la modelización de nuestros modelos de producción fílmica.

Luego, creo también que necesitamos mucho trabajo de formación de guionistas. América Latina padece en general, salvando todas las excepciones y con todo respeto a mis amigos guionistas, que los tengo muchos, que se escriben guiones todavía muy dependientes del audiovisualismo de mercado, y los sujetos de los conflictos humanos, los sujetos de los conflictos sociales, son mucho más complejos. La propia lucha de clases, que es la madre de todas las luchas, ofrece un campo de diversidades objetivas y subjetivas muy rico dentro del cual hay que trabajar profunda psicología, profunda dramaturgia cinematográfica renovada, que no sea pensada sólo para llenar salas cinematográficas, o que sí, para llenarlas, pero no solamente para enriquecer a un señor que dice que con estas fórmulas se hace cine.

Hay fraseologías que se repiten una y otra vez, audiovisuales, y que tienen origen en guiones muy estereotipados, en guiones que creen que hay un recetario también para producir éxito cada veinte minutos en la pantalla, y entonces hay que agarrarse a trompadas de alguna forma, o hacer que los actores vociferen, o que insulten, o que se desnuden, o que tengan escenas de alcoba tantas por película. Esos recetarios suelen estar en las propias aulas donde se enseña cómo hacer guiones; ese es un gran problema para nosotros, porque el guion, uno lo sabe muy bien, es como la arquitectura. Hay pocas cosas más parecidas a la arquitectura, ahí se enseña la obra toda. Entonces, este es un campo de discusión muy interesante que no satisface el tiempo que se requiere y la complejidad de las historias.

Se necesita la vida misma; es decir, que los sujetos de representación en el relato no sean solamente aquella representación de la clase media que va a mirarse a sí misma al cine. Que se empiece el cine de los pueblos originarios de este continente, como decía Sean MacBride en el Informe MacBride, que voces múltiples, cine múltiple, que no han sido nunca habilitados para una producción audiovisual tan importante de nuestro tiempo como es la producción cinematográfica. Nos hace falta una gran corriente del cine de los pueblos originarios contando las historias no solamente en tono documental o en clave documental, como se conoce alguna parte de ese cine, sino el relato de la vida misma, que puede contarnos historias maravillosas y que nos hacen tanta falta, porque esto trasciende el problema de si tenemos o no el placer estético de ver una película muy bonita hecha por los compañeros mapuches en el sur en Argentina. Porque en ese relato hay una expresión que nos refleja también, que nos hace saber, quiénes somos respecto a esa realidad y a esas concepciones de la vida misma.

Tenemos lo que yo llamo desnutrición cultural gravísima en el campo del cine, y entonces también es cierto que vemos muy poco cine o vemos nada más parcialmente el que nos dejan ver en las salas de exhibición que controlan ellos. Y entonces, qué sabemos del cine iraní, o del cine chino, o de Cuba, o de Paraguay, o qué sabemos de tantos países que hacen cine.

De Perú, por ejemplo, o de África. Entonces vemos un cine tan reducido a esto, un cine tan poco informador, que nuestra desnutrición cultural, en términos de lo que el cine es, lo que se ha producido, tampoco nos permite tener alicientes como para volver a convertir esto en una lucha. Repito, que permita crear corrientes de realización y de producción diversificada y más amplia.

No sé si me estoy extendiendo demasiado en esto, pero me interesa puntualmente decir que en una situación de control monopólico y hegemónico de ideología centralizada de la producción cinematográfica, obviamente, no hay espacios para apoyar otras formas de producción y, por lo tanto, me parece que una de las grandes tareas en las políticas culturales de nuestro tiempo debería ser abrir, precisamente, una convocatoria a esta tarea. Que el cine termine por ser cuanto antes lo que debería ser, una libreta de escritura diaria de la vida misma de los pueblos, mostrando sus diferencias, sus diversidades y sus conflictos internos.Y luego, por supuesto, entender al sujeto histórico-social, que es el que transforma finalmente. No hay historia posible sin conflicto; nuestro conflicto de núcleo en todo caso, que es la lucha contra la opresión en el mundo entero, necesita ser explicada en todos sus ámbitos, en todos. La opresión que se presenta cuando un trabajador abre la heladera y se encuentra con que ahí no hay más que lo muy indispensable, si es que lo hay, ahí hay un conflicto, ahí hay un drama, y de esto casi no se escribe.

Entiendo que hay que darle tiempo y espacio al cine, que es además primo hermano de la educación popular, que por cierto, sin que la sustituya tiene que acompañarla. El cine necesita mostrar el drama de los grandes hombres en las grandes luchas, y con una lectura que no sea la de la conveniencia de alguien que va a vender libros o va a vender películas, sino la conveniencia de un proyecto educativo. Y cuánta falta nos hacen películas de José Martí en todo el mundo. Nadie le ha querido entrar, ni en la industria pesada ni en muchos lados, a figuras como la de Marx en el cine, que es un gran ausente. No estoy negando que hay casos, pero no alcanzan a resolver el problema. Tenemos una América completa, un continente de grandes e importantes luchas emancipadoras y no están los protagonistas de esas luchas en el relato.

Ahora mismo necesitamos un cine más cercano a la cotidianeidad, ese es otro desafío enorme, porque a veces tarda tanto en hacerse una película… Pero urge, ya urge, el relato sobre qué está pasando en Cuba, por ejemplo, con estos episodios en San Isidro, donde hay un drama absolutamente importante para un continente. Es, además de una agresión imperial contra un gobierno y contra la historia de una Revolución, un espacio de interpelación muy importante para la juventud. Por ejemplo, el cine tendría que estar haciendo un papel crucial contando estas historias desde las microhistorias, hasta el sentir colectivo que dice: “Un momento, si aquí se ha construido una vanguardia nueva, ¿vas a venir a presentar la vanguardia que es una Revolución como si fuera un atraso? Esa emboscada simbólica, esa emboscada mediática y semiótica, no podemos caer en eso, y el cine, a mi entender, tiene un cometido histórico central que debería, repito, con mayor velocidad, mayor proximidad y mayor cercanía, entrar al corazón de las contradicciones históricas, donde está el relato, donde está el conflicto, y de ahí contar la historia de los pueblos, de los que están en lucha, nos hace mucha falta eso.

Octavio Fraga: Permítame hacer una propuesta, de esa lista que usted ha hecho, de temas, de personajes. Ayer casualmente sugería en las redes sociales, que habría que hacer, por ejemplo, una historia —desconocida incluso para nosotros— de la relación de amor entre Julio Antonio Mella y Tina Modotti, que usted conoce perfectamente. Un relato ficcionado de figuras de nuestro continente.

Fernando Buen Abad: Sin dudas.  Y la lista podría ser enorme. La pregunta es dónde está el ejército audiovisual, el ejército simbólico que tomará a hombros esto y tendrá las posibilidades tecnológicas para desarrollarlo, y después las posibilidades para difundirlo. Porque esta es la segunda parte del problema. Necesitamos más espacios de difusión para todo este material que estamos ahora mismo reclamando, y creo que esto ya también atañe a la planificación de políticas culturales que en América Latina deberían estar floreciendo. Para decirles que nos urge, pues una gran red continental para que el nuevo cine venga a ocupar el lugar que tiene que ocupar, en una batalla que no es sencilla, que es una batalla compleja, y donde además necesitamos desarrollar experiencia, porque uno sabe muy bien que los buenos, grandes, importantes directores o creadores cinematográficos también cargan a hombros una vida entera. También la han vivido y la han luchado, y tienen que socializar su experiencia de años, entonces entre la experiencia que se tiene en los años tempranos y en la juventud, y la experiencia que se acumula por los años de lucha, me parece que el cine tiene todavía que cursar asignaturas pendientes en términos de su maduración. No digo de broma que el cine es un arte muy joven todavía, lo digo consciente de que ciento veintiséis años apenas nos han dejado ver balbuceos de uno de los hijos del cine, que ha sido pues el hijo más privilegiado —si quiere ponerlo en esos términos— pero nos falta ver la emergencia de todas estas voces que nos contarán la historia. Incluso, lo espero y lo anhelo, con fruición, formas narrativas distintas, que ya no sea esto de que agarro la novela y me la llevo al cine, sino empezar a escribir con la propia cámara historias. Con una sintaxis nueva que está amaneciendo poco a poco y que ya es una urgencia. Hoy, ante la real diversidad de episodios y acontecimientos las historias son, salen de las contradicciones.

Le digo con toda brevedad. Ayer la ciudad de Buenos Aires vivió 41 grados de temperatura, la mitad de la ciudad se quedó sin luz, las empresas privadas dicen que no pueden abastecer porque quieren subir tarifas, como si no hubieran subido en un seiscientos por ciento, y no estoy inventando ahora una cifra. El drama es que una señora, que estaba en un octavo piso, tenía que bajar a ver dónde poner a enfriar sus medicamentos vitales porque si no esa persona se ve fuertemente dañada por esta situación. Pues no había ascensor, no había quien ayudara, fue un drama, de una historia que el capitalismo está construyendo en este episodio de estos minutos. Eso no lo cuenta el llamado periodismo, o eso que se llama periodismo en la televisión. Y si lo cuenta, lo cuenta para ver cómo ayuda a que las empresas privadas cobren más por las tarifas eléctricas, cosa que es una violación de un derecho humano fundamental. En todo caso, lo que sí tenemos es una historia que contar en un drama personal que es colectivo, que es histórico, y que desnuda íntegramente al neoliberalismo. Ahí el cine hace mucha falta, ya sea con historias breves, recuperando el cine minuto que para mi gusto es un embeleso enorme. Pero también el relato de aliento profundo, y que nos hace falta entrar no a historias solamente divertidas, no a historias solamente emocionantes, sino a historias profundamente pensantes, ese otro cine también nos hace mucha falta.

Octavio Fraga: Fernando, el cine moderno, el cine contemporáneo tiene una característica, un distingo, lo que le llaman el metalenguaje, donde jerarquiza se jerarquiza, sobre todo, el llamado cine como artificio. ¿Tendríamos que volver a los clásicos?, ¿qué rol juega, le agrego, la crítica cinematográfica en este escenario que estamos viviendo?, que usted ha descrito.

Fernando Buen Abad: Yo empiezo por poner comillas a eso que se llama clásico, porque Edgard Allan Poe cuestionaba la cultura norteamericana entre otras cosas diciendo: “Es que estos nunca desarrollaron aristocracia, estos brincaban de un estadio feudal a un estadio de super potencia, y se saltaron todo un proceso en el cual hay que desarrollar el principio del gusto”. No es cualquier cosa. El problema estético se desarrolla desde las raíces profundas de los modelos expresivos de los pueblos, entonces para llegar a un nivel de clasicismo, si por clásico vamos a entender el cine de Hollywood de una época, yo diría que hay que andar con pies de plomo en esa definición.

Octavio Fraga: Permítame un paréntesis, no hablo del cine hollywoodense, me refiero a los clásicos de la historia del cine, de esos ciento veintiséis años que usted señaló, que constituyen grandes obras, que efectivamente habita en el cine latinoamericano, en el cine europeo, en el asiático, e incluso en el norteamericano que no es el cine de Hollywood. Yo me refiero a ese cine clásico, prominente, que aporta, enriquece.

Fernando Buen Abad: Entiendo que hay figuras, logros cinematográficos que modelizan de manera muy acabada todas esas preocupaciones que decimos, yo no podría de ninguna manera negárselo a Kurosawa, no podría de ninguna manera negárselo a Buñuel y a otros autores por los cuales yo tengo cierta preferencia, pero tengo la preocupación de que se me vuelva clásico Buñuel. Es decir, creo que es un gran camino, una orientación muy brillante en términos del cine y lo que implica el propio Kurosawa pero no quisiera que se me hiciera clásico, si por clásico vamos a entender el que norma parámetros o el que norma los formatos, o los caminos, o el que marca los caminos que hay que seguir. Yo sí lo quiero como obligatorio, lo quiero como un referente, lo quiero como líder de una forma y de un conjunto de formas narrativas, pero quisiera darle más tiempo, a que tuviéramos unos veinte Kurosawa o más. Entonces sí aceptamos una noción de este tamaño, porque es de tal dimensión la complejidad de la interlocución cinematográfica, es tal la problemática que tiene el público del cine frente al discurso que está contemplando. Creo que no he terminado de ver todavía —y ojalá se resuelva pronto— la diversidad, la complejidad, la amplitud que representa la producción fílmica. Insisto, hemos visto tan poquito, incluyendo algunos magníficos. Yo he tenido profesores de cine —yo mismo estudié la carrera de dirección cinematográfica— que me hablaban de Tarkovski. Me dijeron: “Mire Tarkovsky” ¿Quién no tendrá admiración grande por buena parte de lo que Tarkovsky hizo? Ahora, quisiera ver veinte Tarkovsky, y ahí está el problema, que yo sé que los hay, y yo sé que no han podido llegar porque hay un montón de territorios minados que impiden semejante cosa.

Entonces, al concepto de clásico, quisiera darle tiempo para que se expandiera un poco más y entonces sí tuviera el fulgor conceptual, e incluso metodológico que debía tener en la realización, pero soy cuidadoso. No tengo prejuicios, no tengo negación alguna con el uso del concepto, yo mismo lo he usado alguna vez, pero repito, siempre con la cautela de decir: “Ojalá que una golondrina no haga primavera”, ojalá que una gran conquista en un relato, algunos de los que tiene Woody Allen, por ejemplo, a mí me parecen brillantísimos, pero difícilmente podría ver a Woody Allen como un clásico en el cine norteamericano, o en el cine francés, o en el que fuera, por muchas razones, pero la principal es porque creo que todavía no tiene, no hay un conjunto que nos de consistencia para ese término.

Octavio Fraga: Las multinacionales de cine han logrado, eso es un hecho, construir un lector de cine acrítico, pasivo, consumidor de ese relato cinematográfico que nos agolpa, se lo pregunté ahorita, pero quiero volver a retomar el tema. ¿Qué labor debe jugar la crítica ante el horizonte que tenemos hoy?

Fernando Buen Abad: Primero, tiene que existir, porque es verdad que hay algunos críticos de cine muy brillantes, eruditos, realmente formados en el conocimiento de algunos filamentos interesantes de la industria, pero no creo que eso alcance para hacer crítica. Es como la confusión que hay entre el chismerío de las cúpulas políticas y la política realmente. Algunos creen que el tráfico de influencias entre algunos políticos es la política, y dicen: “este hombre sabe mucho de política”, porque se conoce todos los intersticios y todos los chismes que se pueden crear entre aquel y el otro. Y cómo están peleados, y cómo se reúnen, se contentan, se prestan, se comparten, se riñen, se disputan. En realidad, creo que pasa esto con los críticos de cine, los que hay se conocen el triperío del mundo industrial y conocen quién puso tanta plata y cuánto ganó el otro, y si juntaron aquí y allá un pequeño, una vaquita dicen en México. Que estén juntando entre todos para hacer sus ahorritos e invertir; finalmente, es una industria que está totalmente protegida, todo está subsidiado, todo está protegido, todo está resguardado con que no les cobran impuestos, con los que tienen premios de todo género. Conocen, digamos, de la industria fílmica pesada, norteamericana, europea, por ejemplo, ese triperío raro de interrelaciones. Si ya dijimos que el cine es otra cosa, si ya planteamos que el cine es una forma de construcción de relato audiovisual cuya base es la experiencia misma de la humanidad en sus conflictos más profundos en términos de dónde abreva el cine, entonces ahí está un problema enorme, porque críticos de cine capaces de ir a esta reflexión, conozco muy pocos, hay grandes historiadores que a veces hacen crítica, pero son buenos historiadores y no buenos críticos.

Yo creo que hay grandes críticos que conocen secuencia por secuencia el desarrollo de un tratamiento visual de una película, y saben decirnos la temperatura del revelado de la película tal que usaron para tal toma, y saben decirnos los filtros, y sabrán decirnos muchas otras cosas, pero el problema del relato, que a mi entender parte de un conocimiento de lo humano y de lo social mucho más profundo, mucho más complejo, en general escasea. Entonces, todavía no es fácil encontrar un crítico de cine que haya entendido el conflicto de todos los conflictos, y ahí voy a ser repetitivo si me permites, porque estamos atravesando hace ya muchos siglos una forma de la lucha de clases que se ha vuelto cada día más cruel, más cruenta, más despiadada, más deshumanizada. Hoy estamos en los niveles en que ya hay episodios de irreversibilidad del ataque del capitalismo contra la naturaleza misma.

Octavio Fraga: Sin dudas.

Fernando Buen Abad: Hay puntos de irreversibilidad en nuestras propias conductas sociales porque estamos llenándonos de basura, o estamos acostumbrándonos a la miseria, porque tenemos una especie de acostumbramiento a lo macabro sistemático y permanente. Hay conflictos humanos históricos —es la humanidad que está atravesando un momento— ahora añadimos la pandemia y la crisis económica planetaria, y necesito críticos que estén muy sensibles a todos estos datos para poder contrastar inmediatamente con el relato de una película, y saber si esa película, de alguna manera, se dejó permear, no digo que panfletariamente, no digo que simplistamente, pero que sienta la vibración de una gran crisis planetaria producida por el capitalismo, y que eso irradia a todas las conductas humanas estén donde estén, sean como sean, y este crítico está por construirse. No tenemos escuelas de críticos suficientes, no se está estimulando la producción de crítica cinematográfica como debería, no hemos podido construir un modelo teórico-metodológico suficientemente amplio para dar una formación inter, multi y transdisciplinaria al crítico de cine; es decir, tenemos un faltante grave en la crítica del cine como en la crítica de muchas otras cosas, incluyendo a la filosofía, a la epistemología, a la semiótica.

Pero para hablar ahora de la especificidad del cine, a mí me parece que estamos urgidos de poder tener lecturas sensatas, que no me digan solamente cuántos boletos vendió la película tal, en tal lugar, y que nos arroje un producto fuerte.

Mire, hoy tenemos, por ejemplo, plataformas como las conocidas hoy más mercantilizadas, como Netflix, que exhiben una cantidad de material audiovisual infernal convertido en películas o convertidos en series. No hemos logrado encontrar en ese universo una corriente de pensamiento crítico frente al aparato Netflix, cuando es una de las máquinas de producción de pensamiento antipolítico más peligrosas que hemos visto en los años recientes. Si quiere usted exponer algunas razones de lo que yo veo, no veo todavía en la crítica a la obra fílmica en Netflix o a la obra de las series. Mientras estamos teniendo este cimbronazo brutal que representa todo lo ya dicho a nivel planetario, estos muchachos están fabricando películas como No mires para arriba, en las que de lo que se trata es de no mires al capitalismo, y ahí hay otras razones para debatir mucho, y por cierto que este es un ingrediente central de lo que estamos hablando.

Necesitamos crear, por supuesto, una corriente fuerte de críticos cinematográficos, pero para debatir, para ampliar el debate, para enriquecer el debate, para producir amplitud de la conciencia, ascenso de la conciencia. No para tener verdades absolutas, sino para interpelar el relato de ese cine, y no lo tenemos, y también creo que es parte de las políticas culturales que hoy tienen que emerger en América Latina al calor de las circunstancias que se viven.

Octavio Fraga: En el cine hegemónico, vuelvo a utilizar el término, uno de sus recurrentes recursos es el abordaje de la historia pretérita donde, por supuesto, los símbolos forman parte de sus recursos para construir esos relatos biográficos donde se apunta a descafeinar la historia, eso es evidente en Netflix. He visto series de esta plataforma que trasmutan la historia de lo sucedido en determinado tema ¿Hacia dónde apuntamos, hacia los símbolos, hacia la historia?

Fernando Buen Abad: Yo sintetizo esta pregunta, ¿hacia dónde apuntamos? Yo apunto hacia la construcción de una corriente de semiótica emancipadora. Válgame usted la exageración provisional, pero con lo que milito, lo más permanentemente que puedo, es con la necesidad de construir una corriente fuerte de semiótica emancipadora, una semiótica para la emancipación, no una semiótica que sirva sólo para la contemplación, parafraseando a Marx. Como hemos tenido algunas corrientes de investigación semiótica, que con algunos vocabularios, más o menos confusos, pretenden la deconstrucción, para usar un término más o menos común porque no nos alcanza con eso, no ha alcanzado, y en general ha sido una trampa que nos toma demasiado tiempo y nos conduce a la nada misma. Necesitamos una semiótica que sepa igualar los dos grandes avances del discurso hegemónico, el discurso hegemónico avanzado en el control de la velocidad y en el control de la ubicuidad. El discurso hegemónico hoy está dándole la vuelta al planeta entero, se está metiendo hasta en la cocina de las casas de todo el mundo, esa velocidad de penetración simbólica necesita la respuesta de una disciplina científica que en tiempo real vaya leyendo todo el repertorio que usted dice, lo simbólico, lo histórico. Porque si no, nos vamos a encontrar mañana con que, por ejemplo, algunos representantes de la ultraderecha que andan de moda en el sur del continente como en Europa empiezan a decir que ellos son los personajes que defienden la libertad, y ya se han usurpado el concepto de libertad. Y ya se lo quieren, como hace Vargas Llosa y como hizo Octavio Paz, porque es una de sus fruiciones y de sus taras permanentes hacerse pasar por la libertad, los que piensan en la libertad y la defienden, incluso dicen defender la democracia. Entonces deberíamos, creo yo, contar con una semiótica que rápidamente interpele esto, que rápidamente lo desmonte, y el tiempo real no solamente sea capaz de evidenciar la historia de farsantes que tienen estos muchachos de Octavio Paz para acá, y todos sus secuaces. No se nos olvide que el propio Vargas Llosa ha babeado por el mundo queriendo quedarse con la herencia de Octavio Paz en el sentido de su hegemonía como defensor del libre mercado. Pues necesitamos que ese discurso tenga militancia, lo que yo llamo guerrilla semiótica, un poco en el sentido de Umberto Eco y otro poco en el sentido de que dispositivos debemos armarnos para, rápidamente, desarmar ese discurso y contraponerle.

Déjeme dar un ejemplo que para mí es fantástico, que tiene dimensiones suficientes para esta pregunta suya. Octavio Paz organizó en México un encuentro que se llamaba “La experiencia de la libertad” un año antes de que le dieran el Premio Nobel, y ahí estaba Vargas Llosa, y durante horas, y horas, y horas, durante la semana que duró eso, aplaudieron la economía de mercado, porque decían que el neoliberalismo era adonde queríamos llegar, y aquí estamos ya. Entonces invitaron a don Adolfo Sánchez Vázquez, uno de los más destacados pensadores marxistas de México. Y él, ante ese abrumador discurso, estaba invitado con unos pocos minutos para poder contestar a todos esos que estaban ahí defendiendo la economía de mercado, y le dijo a Octavio Paz: “Mire, don Octavio, el capitalismo es el capitalismo aunque contrate poetas para hermosearse”. Entonces, es la fuerza de una respuesta semiótica que permite desarmarle el discurso al otro en tiempo real, y no dejarlo así como: “Ya dijo Octavio Paz la gran verdad”, con todos sus secuaces, y nos condenó a todos estos demás a creer que esa era la octava maravilla del mundo, sino que ahí hubo una persona que con esa inteligencia dio esa respuesta. Yo siempre tomo este ejemplo como referencia porque eso deberíamos estar haciendo en cada película que vemos, esto deberíamos estar haciendo en cada discurso que pronuncia Biden, donde abre la boca y es como, la panacea de las contradicciones más abrumadoras para el planeta. En esto deberíamos estar entrenándonos todos los días con un grupo de jóvenes en todo el continente, con lo que yo llamo asambleas de la comunicación, desmontando la metralla cotidiana, porque si no, no tendremos reservorio de defensa en los próximos años frente a la ofensiva semiótica, y creo que si sigue siendo válida la descripción que hizo Marx de que la ideología dominante es la ideología que domina durante una época, nosotros tenemos que saber que esa ideología, que es la ideología de la destrucción de la humanidad, necesita encontrar frentes por todas partes articulando ejercicios. Yo he hecho lo posible, en el muy poco alcance de mis fuerzas, para tratar de hablar con los presidentes de la región, con los que he podido hablar, para hablar con Dios y María Santísima, decía mi abuela. Para poder decir: “Hagamos algo, necesitamos una cumbre de presidentes para discutir el problema de la cultura y la comunicación en la región, necesitamos poner en el debate, en la agenda de nuestras formaciones políticas de todo el continente esta discusión”.

Voy a decir una frase de titular de prensa, como hacen algunas que planifican sus entrevistas para decir frases así, de titulares: hoy no debería haber un frente político que no tuviera una escuela de formación en comunicación y una corriente de pensadores críticos sobre el cine, porque todos están de acuerdo, todos ven, todos consumen, todos se sientan frente a la pantalla para consumir Netflix, Amazon. Todo el mundo tiene su canal del cable que le provee HBO, que le provee aquella, esta y la otra, y todo el mundo consume hoy más que nunca la producción fílmica hegemónica. Ahora, no tenemos frentes organizados desde las bases de los distintos grupos para pensar esto de manera crítica. Yo quisiera ver en asambleas de comunicación de los sin tierra de Brasil, como los movimientos de piqueteros argentinos, como los movimientos obreros ahora en México, que estuvieran creando sus talleres de análisis crítico frente al discurso hegemónico a través del cine, y esto debe ser una política popular desde las bases, que no tenemos ahora, y debería, según yo, estar en la agenda de toda organización.

Octavio Fraga: De alguna manera usted lo subrayó, al principio, pero quiero apuntarlo. Seguramente compartimos que nuestros pueblos, me refiero a América Latina y el Caribe, somos poseedores de un importante capital simbólico construido por siglos; sin embargo, no tienen una relevante presencia en el cine que se hace hoy, digamos, en los últimos veinte años de nuestros países, ¿qué piensa sobre esto?

Fernando Buen Abad: Sí, estoy tan de acuerdo que lo lamento, lamento con usted que tengamos esta desmemoria. Pero incluso, esta desmemoria ha sido fabricada, y yo creo que hay que estudiarla semióticamente, porque la memoria es un campo de disputa simbólica. En la memoria se dan batallas importantes de lucha simbólica, y cuando se extirpan procesos históricos de la memoria de los pueblos, por ignorancia o por muchas otras razones, hay muchas estrategias para esa sustracción y lo que se produce justamente es incapacidad de articulación ¿Quién puede hablar de lo que no conoce? Es una pregunta más o menos elemental. Pero hay que decirle al continente, a este continente, que Mesoamérica tiene cuarenta y cinco pirámides, así como la gente le dice a uno, la palabra pirámide en la cabeza de mucha gente representa inmediatamente Egipto.

Hay que decir, al menos, que existen cuarenta y cinco en la zona de Mesoamérica, y que por el mar Caribe han pasado todos los imperios imaginados e inimaginables, y que han creado todos los estragos más inimaginables. Ahí tenemos una enciclopedia de lo macabro, en el Caribe, en donde el sello de los imperios ha sido absolutamente inhumano, ese relato no está en el repertorio de lo fílmico que hoy está pensando la juventud por hacer. No es un problema de pretérito, por cierto, porque contrario a la lógica de que la historia es una cosa del pasado, en realidad la historia es una cosa del futuro y del presente, y esta realidad hace que entonces no se entienda todavía y se vea a Guatemala, como esos pobrecitos que se van para Estados Unidos, o esos pobrecitos muertos de hambre atacados por un gobierno, que no más están pensando en ir a vivirse de los dólares. No, es una civilización que ha sido absolutamente desfondada, agredida y destruida por las colonias, por el coloniaje, por todos los coloniajes, y entonces la historia del coloniaje tampoco está en el reportorio de los temas que deberíamos estar contando en el presente y en el futuro inmediato, Vladimir Acosta, magnífico amigo venezolano, acaba de publicar un libro hermosísimo, Salir de la colonia se llama, y ha escrito otro sobre el monstruo que es Estados Unidos, para reconocer los intestinos profundos de la ideología del coloniaje. Ahora, eso debería ser materia prima de todo, de los proyectos de impulso cinematográfico en América Latina.

Si tuviésemos, voy a decir un atrevimiento, entre comillas, una UNESCO de los pueblos, si pudiéramos tener un espacio desde el cual diseñáramos políticas culturales para América Latina, políticas de los pueblos, esta agenda de aproximación al conocimiento del coloniaje en todas sus escalas objetivas y subjetivas, tendríamos ya un repertorio fílmico para una nueva generación cinematográfica en los próximos veinte años.

Se necesita que nos sentemos a revisar, ayudarnos de los expertos en historia, en antropología, en sociología, en estética, por supuesto, en nuevas narrativas audiovisuales —también la narrativa audiovisual se ha desarrollado— y tiene hoy tiempos, velocidades y apetitos distintos. Todo esto necesitamos sistematizarlo, y no estamos llegando a tiempo a esa tarea, por eso vuelvo a decir, sintetizando, una gran corriente de acción semiótica emancipadora que debería incluir esto, porque esto podríamos decirlo para la prensa hoy mismo. ¿dónde está el periodismo que está hoy realmente ahí sintiendo el latido cotidiano de la realidad que estamos viviendo en el mundo?, ¿dónde está el periodista que está cuestionando su vocabulario, que está pensando si su relato está a la altura de la historia?, porque que creo que los vocabularios con que nos enseñan a relatar las cosas se han quedado tan empobrecidos que la monstruosidad que se nos presenta se queda asfixiada con nuestro escaso y pobre vocabulario permanentemente. Lo digo en términos generales, y con todo respeto, para los compañeros que sí se esfuerzan en esto, pero en términos generales hay dramas del presente. Hay pueblos que se quedaron hoy sin vacunar por la intolerancia imperial, y el periodismo a veces, no digo el vendido, el contratado. Incluso, algunas de las mejores buenas intenciones relatan con tal pobreza este hecho que no alcanza a tomar dimensiones en la conciencia del que lee. Creo que esa relación tiene que ser reanudada en el cine, en todas las formas expresivas que tengan como latido profundo la tarea de la emancipación que nos urge. Y nos urge terminar con esta monstruosidad que es el capitalismo, y un grano de arena que se pueda poner, pues será bienvenido siempre. Ahora, la pregunta es cómo lo sistematizamos y cómo le damos dimensión política verdadera, ahí se requiere el apoyo de los estados serios. Y de los políticos serios, pero no dejemos de plantear esta agenda nunca, porque en última instancia alguno habrá que escuche. Llegará un momento en que consigamos una mínima base organizativa y arranquemos, así sea parvulariamente, pero alguna movida.

Yo estoy dedicado con el Instituto de Cultura y Comunicación, a hacer las convocatorias más amplias que puedo. Estamos tratando de formar este año algunas asambleas populares de comunicación para sentarnos a mirar los programas y las películas juntos e intervenir, no irnos de una exhibición sin haber intervenido con cuatro ideas, como la de Sánchez Vázquez. Que no salga cualquier película, y no prohibir que se vea nada,  sino entrar a hacer el análisis con cualquiera de las cosas que hay en el mercado para con eso, justamente, mantener un método que permita la intervención. Es una iniciativa en escala muy pequeña, pero no por eso, digo, dejemos de plantear la urgencia.

Y otra de las herramientas indispensables está la de la crítica, si tuviésemos veinte críticos serios en este continente sentados mirando todo el repertorio de este cine tipo Netflix o cualquiera de estos, ya esto sería una vanguardia mundial en las próximas veinticuatro horas.

Octavio Fraga: Fernando, en los últimos días yo he visto en redes sociales que usted hace mucho énfasis en el término “anticuerpos culturales”, en torno a la llamada “prensa libre”. ¿Qué son esos anticuerpos culturales? ¿Cómo deben ser? Y yo debo hacer una crítica interna entre nosotros, ¿considera que la cultura, en los movimientos progresistas y revolucionarios del mundo, están jerarquizados como manera para lograr nuestros objetivos?

Fernando Buen Abad: No, no lo creo, porque justamente no tenemos los laboratorios que fabrican los anticuerpos. O sea, así como hay laboratorios que fabrican vacunas contra la Covid, así deberíamos interpretar la ideología dominante de la época, como una pandemia, y deberíamos estar produciendo esos anticuerpos para impedir que nos contamine, que nos intoxique. Y sé que se podría, porque hay materia prima para la fabricación de esos anticuerpos siempre y cuando tengamos los laboratorios para hacer todas las pruebas necesarias. Entonces, ¿qué anticuerpos serían aquellos? Por lo menos voy a señalarle dos o tres que me parecen indispensables.

Uno es que es crucial, todo aquel que se quiere involucrar con una situación cualquiera que conozca la historia de esa situación, y hemos de decir que muchos de nuestros periodistas intervienen en algunos escenarios para hacer crónicas, relatos, incluso siendo corresponsales de guerra. Mire, que yo he estado en varios congresos de corresponsables de guerra y no tienen ni idea, estuve en uno en Qatar, con corresponsales de guerra de la televisora Al Jazeera y de algunas televisoras que estaban cubriendo el ataque contra Irak, no tenían idea de la historia, ni de los pueblos, ni de las etnias de la región. No sabían, esto que acabo de decir es un escándalo —solamente por enunciarlo— no tenían idea ni de la historia de los pueblos ni de la historia de sus formas expresivas.

En ese escenario en el que estuve, de esa reunión de corresponsales de guerra, conocí a varios cuentacuentos, beduinos de esos viejos, que entre las muchas historias que contaban, contaban las historias de las guerras que habían visto, y vivido, y padecido en esa zona durante centurias, estaban ahí en esos relatos. A mí me los tradujo alguien con mediana capacidad de traducción, que entendía que no se puede hacer traducción lineal de los cuentos y de la lengua árabe al castellano, pero me hizo ver que ninguno de los presentes, de los corresponsales, se habían ocupado jamás de conocer un poquito de la cultura de la zona, de los relatos, de las historias, de los vocabularios mismos, entonces es un problema de conocimiento y de información, en esa doble instancia de historia y cultura que generalmente están ausentes, generalmente, digo. Entonces, con esos anticuerpos, uno aprende a conocer a un pueblo uno aprende a quererlo.

Es una reacción humana fundamental, y solidaria, y fraterna, no puedo pensar en agredir a alguien a quien conozco, en destruirlo, en desaparecerlo. A menos, claro está, que alguien me pague, o por otros intereses, pero este es un compromiso que debía ser metodológico para la construcción de la vacuna y de los anticuerpos.

La otra es, insisto, el conocimiento profundo, amplio, filosófico y humanístico de la lucha de clases, no los formatos del concepto lucha de clases en el sentido de los viejos manuales soviéticos, que a veces llegaron a construir con esto concepciones mecanicistas que no solamente empobrecieron la explicación de la conflictividad histórica de clases, sino que además nos convirtieron en enemigos de la solidaridad con los oprimidos. Que pareció que la lucha de clases es una especie de abstracción pugilística donde se pelea quién sabe quién contra quién, y no reconozco que hay personas, historias humanas, historias de vidas que están siendo atravesadas por el capitalismo a la hora en que la heladera está vacía, el refrigerador está vacío, o que se te corta la luz, o que no te alcanza para subirte al transporte público para ir a trabajar, o todas las razones que la vida cotidiana expresa y deja tatuada en la cotidianeidad. Allí ese concepto de lucha de clases, que necesita una profundización filosófica y una actualización filosófica para un humanismo revolucionario de nuevo género, es otro elemento indispensable para la vacuna, para los anticuerpos.

Y la otra es saber, por más que no lo conozcamos, los pueblos han sabido desarrollar grandes batallas de resistencia victoriosas, y que no hemos hecho todavía la enciclopedia de las grandes victorias comunicacionales de los pueblos. Déjeme decirle, después de sesenta y tres años de Revolución en Cuba ustedes tienen un repertorio de grandes victorias comunicaciones porque están en pie, porque han sabido ingeniárselas, porque si no hubo para esto resolvieron con pintura, como se pudo, y ha habido un proceso de resistencia, de comunicación, de educación, y son la vanguardia mundial en salud pública hoy por hoy. Esto es decir muchísimo en un mundo que está sometido hoy a la inmundicia de un comercio de las farmacéuticas y del negocio de la vacuna.

Pero hay que contar la misma historia, por ejemplo, de los pueblos centroamericanos, que han tenido grandes batallas, cualquiera que ha tenido una lucha en un barrio sabe que hay que poner carteles, letreros, canciones, hacer bailes, hacer fiestas, hacer rifas, hacer reuniones, hacer lo que sea necesario para que prevalezca el concepto de defensa del barrio y de defensa de la gente. Esas son victorias comunicacionales aunque no aparezcan en los diarios o aunque no lo quieran ver como victorias muchos.

Entonces, ¿qué será el día que logremos tener la fortaleza metodológica y política para construir la gran historia de las victorias comunicacionales de nuestra América Latina? Pues tendríamos que poner las grandes conquistas del muralismo mexicano y, por supuesto, también de los corridos mexicanos, al lado de la Nueva Trova y de la canción cubana y del cine cubano, que nos ha enseñado a hablar de temas. Me acuerdo haber visto por primera vez uno de los grandes conflictos de lucha intramatrimonial por la razón de la realización sindical en una película cubana. Nos deslumbraba que se pudiera discutir esos temas en una película, ¿Y qué diríamos de Nicaragua, y qué diríamos del Perú, donde hay victorias de resistencia extraordinarias? Desde el mismísimo día de la caída de la gran Tenochtitlán, en que fue secuestrada la plana de líderes, de los pueblos originarios mexicanos —desde ese día— nacieron formas de resistencia comunicacional que no hemos sabido sistematizar y documentar hasta el presente.

A esta hora, hoy en las calles de Buenos Aires, hay gente que con un tamborcito, y con un palito, y con lo que pueda, está golpeando los postes denunciando que se quedaron sin luz hace seis semanas, hace seis o más semanas, y no hay una voz que salga a atenderlas, y esa lucha con el palito juntó como a veinte, como a treinta, y se ha ido multiplicando, y resulta que ahora cortan calles. Esas estrategias de lucha comunicacional, de intervención en vías de comunicación como las calles, no están documentadas como batallas, y lo son.

Entonces si conociéramos esas estrategias populares de defensa tendríamos también, nosotros, un elemento de anticuerpo y sabríamos que hay que estar a la altura de esas luchas, que todo periodista que quiera hacer un relato, una construcción informativa, debería estar a la altura de las luchas que están en marcha en todos los pueblos y en todas las puertas de las fábricas del continente. Ahí creo que tendríamos tres elementos claves para un muy potente anticuerpo ideológico en esta batalla semiótica.

Octavio Fraga: Cierro con esta pregunta. Usted conoce que en nuestro país, desde hace muchos años, se desarrolla el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, que tiene un impacto social tremendo en nuestro país, en La Habana sobre todo. Los cubanos aprovechamos para ver las últimas películas de la región, y por supuesto, también se ponen películas de otras geografías, de otras corrientes estéticas, pero lo latinoamericano es lo que verticaliza este Festival. ¿No cree que sería importante retomar, en los países que fuera posible, multiplicar esta experiencia, como ejercicio de hacer políticas culturales, como praxis para conocer nuestras culturas?

Fernando Buen Abad: Sí, yo digo que es una obligación, debería ser una obligación de política cultural. Algo nos está faltando; nos está faltando un poquito de autocrítica en el sentido no de la autocrítica que es golpe de pecho y nos equivocamos, sino en el sentido de la autocrítica que corrige los errores, y que los corrige fraternalmente, y que los corrige sin esta cosa de la culpígena. Entonces creo que nos hace falta una fuerte autocrítica, porque hemos dejado los proyectos de políticas culturales al margen hace muchos años, el neoliberalismo nos hizo mucho daño en ese sentido. Estamos pagando las consecuencias de, al menos, treinta años de estragos durísimos del neoliberalismo en toda la región, que puso el campo de la cultura como un problema puramente decorativo y como un problema puramente de entretenimiento, y yo pienso que hay que devolverle las redefiniciones obligatorias en el campo de la política.

He estado en muchos festivales de cine y he sido, incluso, juez en muchos de ellos, es una oportunidad magnífica para sentarse unas cuantas horas y con eso recetarse el paisaje de las mayores diversidades que uno haya podido imaginar y que las condiciones no le han permitido, entonces es casi una obligación de política educativa también, eso hay que hermanarlo siempre, porque si no, se desconectan tareas que deberían estar íntimamente relacionadas. Yo pienso que Festivales de Cine como el de La Habana, o los Festivales del Libro también, deberían ser estrategias hermanables en todo el continente, y que deberían ser un circuito permanente, no debería parar demasiado tiempo antes de que estuviéramos dándoles la vuelta a todos estos materiales y a todos estos contactos con las distintas realidades.

Pero en la autocrítica, creo que necesitamos abrir los foros para proponerlo y pensarlo en conjunto. Hace falta un gran congreso sobre cine hoy en América Latina, hace falta un gran congreso que nos permita sentarnos a escuchar cuáles son las líneas políticas que urgen, así fuera un congreso como estamos haciendo esto. Escuchar a los treinta o cuarenta referentes de la región en unos cuatro o cinco días y hacer de esto un documento, firmar un documento conjunto que pudiera aportar la herramienta de la batalla cultural, que es un instrumento de la educación popular que no se puede desconectar, y que es indispensable en un universo en el cual la tendencia es a que seamos cada vez más ignorantes y más inconexos, porque finalmente es el triunfo de ellos. No les importa que seamos, cada vez más, los que les protestamos, mientras estemos desconectados ellos están felices porque la lucha del capitalismo contra nosotros permanentemente es, en primer lugar, impedir que nos organicemos.

Entonces en la medida en que seamos un archipiélago inmenso pero inconexo, en esa medida pues no pasará nada, pero si el esfuerzo lo encaminamos a una organización mínima yo creo que algún paso se puede dar, y alguna vez quizás encontraremos políticos que se sensibilicen y encuentren que no pueden seguir operando políticas culturales sin haber creado una corriente cultural y comunicacional potente para la región. Porque si no, todo ese vacío que se deja, vendrá después a comérselos a ellos picaditos como desayuno del imperio muy fácilmente, porque así ha ocurrido. Porque todo vacío que se deja viene la ideología dominante a llenarlo con su basura, entonces yo creo que no solamente como una necesidad, yo lo veo como una obligación y como una responsabilidad en este tiempo, el levantar la voz con los liderazgos. Solamente digo, desperdiciando el trabajo que ya está hecho, porque son grandes, importantísimos referentes culturales, como este Festival de Cine de La Habana o las Ferias de los Libros en México, son bastiones muy importantes que se han conquistado, ahora hay que intervenir. Porque el otro dilema es que la producción tanto cinematográfica como bibliográfica también necesita dar un vuelco de reconversión de producción nacional, y este es el otro tema, o ese el tema de temas que deberíamos estar discutiendo en un congreso. Muy bien, hagamos muestras, pero de qué producción. Y más de uno se queda mudo. Hoy los monopolios de la producción de libros son, casi todos, propiedad de empresas españolas en América Latina.

Están contentísimos con las Ferias de los Libros, y por eso quieren a Vargas Llosa al abrir todas las Ferias, inaugurarlas. Pero nosotros no necesitamos decirles que no, que hay otra producción bibliográfica distinta que exige espacios y que necesita espacios en América Latina, y en materia de cine, y en las formas sucedáneas que uno quiera. Hoy tenemos grandes, importantes productores de podcasts que están haciendo trabajos muy interesantes y que no están encontrando plataforma en las políticas culturales de la región; así que a mi entender es nuestro desafío generacional, y hacemos lo que podemos cada cual con los espacios que estamos ganando, ojalá pudiéramos multiplicarlos en algún espacio de coordinación.

Octavio Fraga: Muchísimas gracias por su tiempo que querido Fernando, ha sido enriquecedor lo que nos ha aportado, y bueno, esta entrevista la vamos a transcribir, la vamos a compartir, la haremos llegar a usted también para que la socialice, para que la gente reflexione, porque ese es el sentido de este diálogo, para que la gente debata, y que este Diálogo en reverso, que hemos tenido hoy, sirva para estos fines.

Fernando Buen Abad: Agradecido de todo corazón nuevamente y no lo digo sólo como protocolo de despedida, lo digo de corazón, y toda vez que sea posible hagamos juntos lo que sea posible. Es nuestro tiempo para hacer cosas, así que no lo desperdiciemos, y en la medida en que yo pueda colaborar en la distribución del material que ustedes generen, con todo gusto, y sigamos produciendo cosas, que me parece que urge. Hay, por lo menos, una juventud en el continente que está necesitando mucho trabajo de orientación, no digo de guías como gurú, pero sí de proponer dónde están los caminos de los debates para poder enriquecer el campo de visión, así que en lo que yo pueda, cuenten conmigo siempre.

Octavio Fraga: Una vez más muchas gracias, y le mando un abrazo en nombre del equipo de Cubaperiodistas.

Fernando Buen Abad: Abrazo para todos y todas.

Octavio Fraga: Cuídese mucho usted.

Fernando Buen Abad: Hasta siempre, gracias, igualmente.

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“Aún no sabemos cuántos casos de bebés robados a mujeres indígenas hay en Perú, ni siquiera si continúan hoy”

Melina León, cineasta peruana Foto Golden Globes

Por Jose A. Cano @caniferus

La génesis de Canción sin nombre empieza con una llamada de la activista francesa de origen peruano Celine Giraud a Ismael León, padre de Melina León, directora de la película. Giraud era la fundadora de La Voix des Adoptes, una ONG francesa dedicada a reconstruir la vida de niños robados y adoptados de forma ilegal en Francia. Ella misma pudo encontrar a su madre biológica en Perú gracias a los recortes de prensa de los reportajes que León, el padre, escribió en los primeros años 80. Este contacto animó a León, la hija, a convertir la historia de aquellas mujeres y aquellos bebés en su primer largometraje. Y, en entrevista con El Salto, a confesarnos que tras décadas de investigación “no solo sigue pasando, es que no sabemos cuántos casos de bebés robados a mujeres indígenas hay en el Perú”.

La película cuenta la historia de Georgina, una mujer de etnia andina que junto a su marido se muda ya embarazada a Lima a finales de los 80, expulsados de su lugar de origen por los enfrentamientos entre el Ejército y Sendero Luminoso. En la capital peruana se dedica a vender papas en el mercado de la ciudad hasta que da a luz y su bebé, una niña, desaparece. Georgina no recibe ninguna explicación ni ayuda de las autoridades, apenas el apoyo de otras mujeres en parecida situación, hasta que aparece Pedro Campos, un periodista limeño de origen mestizo y homosexual en secreto, que decide sacar a la luz el robo sistematizado de los hijos e hijas de las mujeres indígenas.

En su recorrido por más de 100 festivales de todo el mundo, Canción sin nombre ha cosechado más de 40 galardones, como el premio a Mejor largometraje en el Festival de Estocolmo (Suecia), CineVision a Mejor Película Internacional de un Nuevo Director en el Filmfest München (Alemania), Mejor Dirección en el Festival de Thessaloniki (Grecia), el Premio FIPRESCI a Mejor Película del Festival du Nouveau Cinéma de Montreal (Canadá), y el Colón de Oro a Mejor Largometraje en el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva (España), entre muchos otros. Entre otras cosas, le valió para ser estrenada en Netflix en enero de 2021 y en España también está disponible en la plataforma Filmin.

La directora explica que durante la parte de documentación la Policía le aseguró que es imposible saber el número total de casos de robos de niños “porque en los 80 en Perú era mucho más fácil falsificar documentos y era muy peligroso investigar a estas mafias. Los diarios de la época calculaban unos pocos cientos de víctimas por lo que pudieron demostrar, pero es imposible saberlo”. Incluso “constatamos que estos robos siguen existiendo y que algunas mafias de robo de niños aún funcionan porque hay policías y jueces que lo permiten… mejor dicho, esos policías y jueces forman parte de las mafias”.

La cineasta, que estrenó en la quincena de realizadores de Cannes y con su cinta ha sido candidata por Perú a la nominación al Oscar a Mejor Película Internacional y al Goya a la Mejor Película Iberoamericana —“me di cuenta de que los premios no son como los festivales, en los festivales el jurado sí se ve la película”—, se lamenta de que aunque Canción sin nombre ha sido bien recibida en su país, “los robos de bebés y la violencia contras las mujeres o los pueblos indígenas no son un tema de debate o actualidad. Si acaso se habla de las esterilizaciones forzosas de Fujimori, pero como forma de denostar ese periodo, no como crítica al racismo”.

León se hizo cercana de una madre afectada “que nunca recuperó a sus hijos. Fueron robados mayores, y los pudo localizar y los llegó a conocer a través de la fundación de Celine, pero nunca recuperó la relación. Es uno de muchos. Sabemos que hay muchísimos casos más que nunca se resolvieron”. Si necesitaba más pruebas de la actualidad del tema, en 2018 se destapó una red de tráfico con sede en Arequipa, la segunda ciudad del país. También investigó el fenómeno a nivel mundial, escandalizándose con casos como el desvelado por la BBC en 2019 de las “granjas humanas” en Nigeria.

Una actriz no profesional para un personaje indefenso

A la protagonista Georgina le da vida Pamela Mendoza, antropóloga y actriz del teatro comunitario a la que León eligió porque “me parecía absurdo recurrir a actores que, por su procedencia, han podido acceder al teatro profesional cuando queríamos reflejar el enorme abismo que hay en Latinoamérica para las personas de ascendencia indígena. Era más lógico recurrir a personas que hayan sufrido en carne propia la marginalización y la racialización y buscar entre ellas el talento”. Mendoza es hija de migrantes andinos y en las entrevistas ha explicado varias veces que de alguna manera interpreta la historia de su madre y sus tías, excepto por la parte del robo.

Georgina y su marido, Leo, al que pone rostro el actor Lucio Rojas, van y vienen al centro de Lima caminando desde una casita en uno de los acantilados que rodean la ciudad, un desierto que cuelga sobre el mar, en planos que subrayan su indefensión. “Lima es una ciudad capital de un país que no está hecho para servir a la mayoría de gente descendiente de indígenas, de quechuahablantes o de andinos. Los mestizos que hablamos el castellano como primer idioma adquirimos un estatus mayor, pero el que se nota más andino, como el caso de Pamela, lo tiene peor”, explica la directora. Ella misma lo sabe por la historia de su padre, cuya familia paterna blanca nunca lo reconoció.

En el caso del personaje de Pedro Campos, el periodista que interpreta Tommy Párraga, León decidió añadir su homosexualidad a la condición de mestizo para añadir “las otras formas de violencia que vivimos. Esa pequeña historia de amor que él vive en segundo plano no estaba en los primeros borradores del guión, pero creí que a una audiencia internacional, que no supiese tanto del racismo en Perú, le ayudaría a entender por qué se solidariza con ella”. A su padre, Ismael León, “la condición de mestizo lo hizo rebelde y muy solidario con la gente marginalizada. En el periodista de la película, que viva un romance es una forma de indicar que en la vida también pasan cosas con luz”.

Cuando le preguntamos por el balance sobre la situación de las comunidades indígenas en los 40 años pasados desde los primeros reportajes de su padre, la cineasta es pesimista. “La violencia que sigue habiendo se ve en cómo ha afectado la pandemia a los descendientes de indígenas, por ejemplo. Por darte un dato, había 100 camas de UCI en Perú a principios de 2020, la gran mayoría en Lima. Imagínate lo que pasó en zonas como Iquitos, en la selva de Perú, o en Arequipa, que solo tenía tres camas de UCI. Por eso han muerto más de 200.000 personas. Cualquier avance que haya habido no sé en qué lo podemos traducir”.

Aunque sí observa una revalorización de las culturas indígenas en cuestiones como “la debacle del cambio climático. El mundo ha vuelto sus ojos a los indígenas al darse cuenta de que el modelo en el que estamos es destructivo y su forma de vida es un contrapeso”. Melina León es la primera mujer peruana invitada a Cannes, lo que considera “una muestra del interés que hay por el tema a nivel internacional: por el trabajo de las mujeres, por la vida de los indígenas, por los Derechos Humanos en el Perú…”.

Tomado de: El Salto

Tráiler del filme canción sin nombre (Perú, 2019) de Melina León

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“La aceptación siempre es un misterio”

Carlos Barba Salva. Cineasta cubano

Por Dayron Rodríguez Rosales

Ganar premios, en casa, constituye una alegría que Carlos Barba Salva pudo vivir junto a su equipo de realización de Las polacas, cortometraje que se alzó en la más reciente edición del 42 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano (FINCL) con el “Premio Coral Especial del Jurado de Cortometraje de Ficción” y, también, con el del “Cibervoto”, reconocimiento que otorga el público a su película favorita.

El realizador conversó con Cubacine sobre esta inolvidable experiencia y acerca de la historia de amor y dolor que caracteriza al cortometraje.

¿Qué significó para usted recibir tales galardones?

Un sueño hecho realidad, sin miedo a caer en el lugar común o en lo manido. El Festival de Cine de La Habana tiene mi edad y pensé mucho en los cineastas cubanos, los que están, pero sobre todo en los que no, los que se fueron sin ese reconocimiento. Además, se lo dediqué a mis padres, con ellos fui a mi primer Festival y por vez primera al cine.

Cuando pienso en un certamen como este, que como espectador visité desde muy joven, me acuerdo de cuando estudiaba en la Universidad de Oriente ―en la carrera de Letras nos daban días para disfrutarlo y uno viajaba por sus medios―. Entonces, siempre me vienen a la mente esas jornadas, visualizándome desde el patio de butacas, aplaudiendo algún film.

Después, me tocó acompañar películas en las cuales fungí como asistente de dirección (con particular emoción recuerdo Barrio Cuba, de Humberto Solás, en el Yara, que fue un verdadero acontecimiento). Luego vinieron mis propios documentales. Y, más tarde, ocurrió la exhibición de mi primer cortometraje en competencia, 25 horas, en la sala del Acapulco y en el propio Yara.

Pasa el tiempo y llega Las polacas, y la alegría se duplica, cuando de pronto eres tú quien te encuentras delante, con todos ahí esperando a que articules unas palabras que tuvieron que aflorar con mis pocos pasos hacia el estrado.

Estoy muy agradecido con el Festival por considerar mi película, al jurado por premiarla y, por supuesto, a la gente que en el primer pase en el cine Riviera el pasado 6 de diciembre, fue tan generosa. Algunos salían con los ojos anegados en llanto, abrazándonos, otorgando un Coral anticipado.

Ahora, ya después de premiado, similar recepción tuvo el corto en el Yara, la catedral del circuito cinematográfico cubano, un cine que alberga la sinceridad en sus espectadores que dialogan con los filmes y los hacen suyos.

También obtuvimos el premio “Cibervoto” al corto más votado, que concede el Portal del Cine y Audiovisual Latinoamericano y Caribeño, de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, por una votación efectuada en línea a través de la plataforma: cinelatinoamericano.org.

¿Considera que el apoyo de Mareafilmes y del ICAIC fue decisivo para obtener tales resultados?

Mareafilmes es mi casa, nacida en Santiago de Cuba con Mujer que espera. Y con el ICAIC hice mis primeras asistencias de dirección en largometrajes de Solás, Perugorría, Arturo Sotto o Rebeca Chávez.

Solo realicé un documental enteramente producido por el Instituto, Gibara, ciudad abierta, y fue una gran experiencia para mí, porque me dieron la posibilidad de escoger el staff, que era digamos, el resumen de mis compañeros en proyectos anteriores.

Con Las polacas tuve el apoyo del presidente del ICAIC, Ramón Samada, quien acogió la idea que venía de un audiovisual independiente, y de Francisco Álvarez “Panchito” y demás especialistas de su oficina. Con ellos había trabajado antes y, ahora, para el tema de permisos de filmación en calles y otras cuestiones de logística, en tanto Las polacas es una película de carretera (road movie) y necesitábamos circular por varios lugares y con andamiaje. Filmar fue como regresar con amigos a vivir el cine, aunque fuera una semana apenas.

¿Tuvo dudas, en algún momento, respecto a la acogida que tendría su corto por parte del público? ¿Imaginaba que sería así de afectiva y calurosa?

La aceptación siempre es un misterio. Cuando se escribe una historia el proceso es una lucha constante para que le guste a uno, primero; la batalla es contigo mismo y con eso que está debatiéndose y tomando forma en la cuartilla en blanco.

El rodaje es el siguiente paso, que se rebela, que tiene vida propia, que pasa por las actrices en el trabajo de mesa y que nos anuncia que hemos iniciado nuestro viaje.

Haber nacido y vivido en Cuba hace que contar historias sea algo natural. Existe magia en los filmes que completa el espectador, de eso estoy cada vez más seguro, y Las polacas me lo demuestra una vez más.

En festivales internacionales donde ha asistido el corto solo, donde Coralia Veloz obtuvo un premio especial del jurado por su magistral interpretación en el Seattle Latino Film Festival, por ejemplo, o cuando recientemente asistí al Havana Film Festival de New York, ―mi primer evento de este tipo tras la pandemia― me impresionó la recepción en el Village East Cinema de Manhattan. De hecho, al final la proyección ellos hacen “Preguntas y respuestas”, y se tuvo que extender la sesión por las inquietudes que se formulaban. Pero ya después de ese interesante encuentro, afuera de la sala, entre las personas que me felicitaban, un joven se me acercó para pedirme un consejo sobre su madre, y una decisión que debía tomar, pues el final de Las polacas le hizo reflexionar acerca de su realidad inmediata. Llegué al hotel con su imagen, cuestionando lo que a veces se dice, eso de que el cine no puede cambiar mentalidades.

En fin, que estoy muy agradecido por todos los que estaban allí con sus palabras elogiosas, pero lo que ese muchacho dijo me hizo pensar en el valor de esa línea del guion, en la defensa de las actrices ante la historia, en ese hilo infinito entre ficción y realidad que, en ocasiones, no se puede explicar.

Apostar por Coralia Veloz y Tahimí Alvariño fue un grandísimo acierto. Coménteme sobre el trabajo con estas dos populares y queridas actrices cubanas, madre e hija dentro y fuera de la pantalla.

Con Coralia trabajé en Barrio Cuba y Tahimí es una amiga de hace años. Vivíamos en paralelo nuestras carreras y, de vez en cuando, nos jurábamos la posibilidad de hacer algo juntos, pero nada impuesto, ni como meta a cumplimentar. Hasta que un buen día sucedió. Llegó la historia que estábamos esperando y supimos sacar provecho de la misma.

Fue un goce porque ellas, con su sola presencia, aportaron mucho al estilo del cortometraje, a lo que aspirábamos a conseguir: madre e hija diciéndose verdades a boca jarro.

En el rodaje, como todo el equipo, fueron súper dedicadas y se esforzaron mucho. Recuerdo que de pronto, una vez, se nubló y la luz cubana hay que entenderla y quererla, y yo las sentía tan preocupadas como nosotros.

No son actrices (Coralia y Tahimí) que se aíslan en maquillaje o que ponen distancia de sus compañeros. Nunca están ajenas al espíritu del filme, saben qué puede o no obstaculizar una filmación, y que un nubarrón puede impedir la continuidad. Eso se aprecia tanto.

¿Por qué contar su historia desde un auto Fiat Polski 126p, es decir, en un vehículo en movimiento y con muy poco espacio?

Una historia como esta, de amor y dolor, un drama latente inagotable, que debía ser ejecutado por dos personajes, tenía que llevarlo a otro nivel. Había algo de claustrofobia que necesitaba para que madre e hija estuvieran más cerca, físicamente, pues ya en muchos sentidos e ideas estaban separadas, y nada mejor que un antiguo polaquito, que es otro rol importantísimo en Las polacas, junto a la fotografía del esposo y padre, que en una escena saca del maletín “Bertha”.

Si se quiere está más cerca de lo teatral lo que yo propongo con Las polacas, aunque desde una visión cinematográfica, y estamos muy contentos de que haya funcionado. Yo no quería distracciones formales, sino a ellas en el centro de los acontecimientos. Hay que estar atento a todo lo que se dicen, hacer el viaje también, acompañarlas cada minuto.

La música de Yuri Hernández; la fotografía de Carlos Rafael Solís; el montaje de Jorge “Tutti” Abello; el sonido de Javier Figueroa; el diseño de banda sonora de Valeria Mancheva y Benito Amaro, sin dudas, me ayudaron a construir ese universo. También está Juan Manuel Gómez en la producción junto conmigo; Ernesto Rancaño y N&B en el diseño gráfico con un cartel tremendamente hermoso y que, a su vez, formó parte de la selección oficial del 42 FINCL; Víctor Dennis González operando cámara; Oscar Pérez como jefe de iluminación y Abel Álvarez en la dirección de producción.

¿Cuáles proyectos le ocupan hoy?

Hace tres años que trabajo en la trama de un largometraje de ficción inspirado en una idea de la gran actriz alemana Hanna Schygulla; invitación de la querida y ya fallecida cubana Alicia Bustamante y de la propia Hanna para colaborar juntos.

Tengo en plan, además, dos cortos casi en igualdad de condiciones para rodar, y un proyecto que me tiene muy ilusionado con el cineasta Gerardo Chijona, a quien me unen afectos entrañables. Porque el cine es eso también: cercanía, afinidad y confianza.

Tomado de: Cubacine

Tráiler del filme Las polacas (Cuba-EE.UU., 2021) de Carlos Barba Salva

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Los efectos psíquicos que provoca el abuso sexual en la infancia

Bettina Calvi. Psicóloga argentina

Por Oscar Ranzani

La doctora en Psicología Bettina Calvi indagó a lo largo de su extensa trayectoria como psicoanalista la grave problemática del abuso sexual contra niños y niñas. De hecho, su tesis de doctorado fue “Efectos psíquicos del abuso sexual en la infancia”. Como consecuencia de haber escuchado a niños, niñas y adolescentes, Calvi se ha formulado numerosas preguntas. Muchas de ellas intenta reflexionarlas en Los sonidos del silencio en el abuso. Lecturas clínicas con niñas y niños (Lugar Editorial), donde se permite repensar el traumatismo y el impacto que produce. ¿De qué manera se ve afectada la subjetividad ante el trauma de un abuso sexual en la infancia? “Es bien complicado explicar la magnitud del impacto en el psiquismo de una niña o un niño frente al abuso. La mejor forma de graficarlo es pensar en un tsunami o en un terremoto, cómo queda un espacio después de una catástrofe como esa. Así queda el psiquismo infantil luego del abuso”, grafica Calvi en una entrevista de Página/12.

Ese impacto traumático varía si la víctima es un niño de 2, 3 años o de 7 u 8?

El abuso es arrasador, fuertemente traumático a cualquier edad. No importa si ese niñe tiene 2, 3, 4, 6, 10 o 15. Siempre esta afectación de la que estamos hablando es singular; es decir, depende del momento en que encuentra esta catástrofe a ese chiquito, a esa chiquita o a esa adolescente. Es decir, en qué trabajo psíquico estaba esa persona en ese momento y, además, de la respuesta del entorno. De lo que no cabe duda es que siempre significa un impacto traumático grave.

¿Cómo impacta en la víctima ese espurio pacto de silencio al que lo obliga el agresor?

Esa es uno de los sesgos más particulares y más complejos de esta problemática que en sí misma es terrible y que, lamentablemente, tiene una incidencia altísima, mucho más de la que creemos. El tema es que por más que el abuso no salga a la luz en el momento en que se produce, ese profundo cataclismo en el psiquismo se hace escuchar de alguna manera.

¿Cómo se hace escuchar?

De múltiples formas de acuerdo a la singularidad subjetiva y a la historia de cada niño, cada niña y de los recursos de cada uno, pero aparecen marcas en el cuerpo, aparecen diferentes síntomas en cada una de las áreas de la subjetividad. Esos síntomas son totalmente diversos. Por supuesto que hay indicadores establecidos que permiten reconocer algunos de esos síntomas, como los que aparecen más frecuentemente en estos casos, pero no hay manuales estandarizados.

¿Por qué la mayoría de los abusos son intrafamiliares?

Porque le resulta mucho más fácil al abusador acercarse al niñe en una relación de confianza y en una relación —y esto es lo terrible— afectiva. Por eso destruye la lógica infantil porque aquel que debería protegerlo es quien lo está agrediendo. Además, ¿cómo desconfiar? Le cuesta al niñe caer en cuenta de que eso que le están haciendo está muy mal porque se lo está haciendo alguien con quien está unido afectivamente.

¿Por qué suele suceder que una madre cuyo hijo o hija ha sido abusado sexualmente por su pareja trate de desmentir el hecho?

Es muy interesante esto que pregunta. Muchas veces se sostiene que hay muchas falsas denuncias en relación al abuso sobre niños. Y, en realidad, muchas veces a las madres les resulta muy difícil creer que sus parejas, alguien a quien ellas quieren, pueda ser capaz de dañar de esta manera a su hije. Muchas veces es un mecanismo inconsciente; o sea, desmienten el hecho. Prefieren pensar que eso no puede ser. La cuesta porque realmente es enloquecedor. Entonces, les cuesta mucho caer en la cuenta de que eso es real, que su niño, o su niña está profundamente afectado por un acto de este adulto, que es su pareja, que no ha dudado en utilizar a ese niñe como objeto para obtener placer sexual.

¿El abuso sexual en niños es siempre también un abuso de poder?

Siempre. Es un abuso de poder porque involucra a la asimetría. Siempre se trata de un adulto o de alguien que está en una posición de poder y de saber respecto a la sexualidad. Entonces, siempre hay asimetría.

¿Por qué es un error ubicar psicopatológicamente al agresor? ¿Es tal vez una manera de quitarle responsabilidad?

Sí. Ya no es tan frecuente pero todavía se escucha que los agresores son personas totalmente fuera de la realidad, o son psicópatas que andan seleccionando sus víctimas como en una película yanqui de suspenso. O que son adictos profundos. Y, en realidad, si nos fijamos un poquito simplemente en lo que aparece como noticias al respecto en el campo social encontramos que no hay un perfil del abusador. Hagamos memoria: por ejemplo, el cura Grassi, Darthés, más todos los que vemos a diario, personas dentro de nuestro propio campo psi que han sido muy reconocidas en el estudio de la violencia y demás, sin embargo, luego se han conocido sus historias como pedófilos. No hay un perfil. Son varones en un posicionamiento absolutamente patriarcal, perversos en el sentido de un concepto amplio de perversión, que conocen la ley, pero aun así la transgreden para lograr ese goce que están buscando en el cuerpo de les niñes. Usan a les niñes sin importar los efectos que provocan en ellos.

¿En qué difiere si el perpetrador es un adolescente y no un adulto?

Es bien problemático el tema. Yo creo que en lo que difiere es que cuando se trata de un adulto es un delito que debe ser castigado y debe tener una condena porque eso es parte del resarcimiento para las víctimas. Pero cuando se trata de un adolescente, si bien el abuso existe, el abordaje tiene que ser distinto porque estamos hablando de alguien que aún es un menor de edad también. Entonces, también le cabe la ley de protección integral de niños, niñas y adolescentes. Entonces, hay que hacer un doble abordaje para la víctima, sanción también para el agresor, pero ese adolescente también debe ser atendido en relación a lo que es: un adolescente que, por alguna razón, está en esa posición. Habrá que investigar y habrá que evaluar. Pero hay muchas más posibilidades de que haya un tratamiento y una modificación en la posición subjetiva de ese chico con tratamiento. Muchas veces se trata de pibes que han sufrido en sí mismos abusos anteriormente.

Tomado de: Página/12

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