Recomponer los abrazos rotos. Por: Octavio Fraga Guerra*

Autor: Czuko Williams (2013)

Autor: Czuko Williams (2013)

Trabajo en un Centro de Acogida para personas sin hogar, ubicado en la periferia de Madrid. Por razones que responden a la preservación de sus identidades me abstengo de aportar más detalles.

De eso “vivo” desde hace más de ocho años, ante la imposibilidad de encontrar un trabajo afín al mágico mundo del audiovisual. A ese sueño que sigo labrando con la escritura, con la palabra. A fin de cuentas, con un sustantivo de sólidas dimensiones, un verbo bien afincado y la sublime envoltura de un adjetivo esbelto, se construyen historias que también son de cine.

Más de una vez, me han preguntado cuales son mis “funciones” en ese lugar donde habitan personas que padecen de enfermedades crónicas, tanto físicas como mentales. Son seres humanos que superan cualquier historia, si se ha de contar con agudas palabras. Y mi respuesta es la de siempre. Mi labor es, “recomponer sus abrazos rotos”. Acompañarlos en los vericuetos que les impone la vida. E intentar hacerles ver, que la vida vale la pena vivirla.

Llevo más de un mes de baja por un tema de salud que no vale la pena comentar. Son las herencias propias de nuestro oficio que te deja huellas y con ellas vives. Llega a un punto en que son parte de ti. Lo asumes como si estuviera contigo desde que naciste. Como ese lunar discreto y esquivo que por alguna parte, -o muchas- te pintan la piel y ni te “acuerdas” de ellos.

Los otros días me toco ir a mi trabajo. Llegue sobre la una de la tarde, hora en la que habitualmente se les sirve la comida. Llevaba los partes médicos acumulados y de paso me apetecía saludar a los compañeros que son unos auténticos profesionales y humanistas. Hombres y mujeres que se dejan la piel y muchas otras cosas, en un lugar donde se producen conflictos que son propios de un entorno permeado, por el dolor y la perdida.

Y al final me lleve una grata sorpresa, -o más de una-, una bruma de emociones como cascadas sin tiempo para responder a todas.

La señora del pelo blanco que transita con una silla de ruedas, me tiraba besos y me decía –a toda bomba- ¡¡¡hermoso!!! “El gran Cipri”, un señor de ojos azules y tripa empinada me confesaba al oído que me extrañaba mucho. Un inmigrante de origen árabe, con el que siempre bromeo con darle cerdo en las comidas me sonreía diciéndome que desde no estoy por acá, no le dan cerdo en el segundo plato. Un joven africano, que padece de una parálisis lateral y que ama a Borb Marley, -sin que me diera tiempo a nada- se me arrimó esquivando el zigzag de la cola para que le diera un abrazo.

Algunos me aplaudieron y las “chicas” de los ojos azules y pardos, que cada mediodía les regalo un piropo me reclamaron con acento cariñoso, que a ellas apenas les había dicho nada. Todos fueron un mar de sonrisa, de preguntarme como estaba. Algunos otros me interrogaron en torno a cuando volvería a “casa”.

Esa tarde me lleve una bruma, un verso y todos los abrazos. Pero esta vez no fueron abrazos rotos, pues ellos supieron llenarlos.

*Editor del blog: https://cinereverso.org

Madrid, 9 de febrero de 2015.

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