Simplemente Céspedes: lo demás es secundario

Monumento a Carlos Manuel de Céspedes emplazado en la Plaza de Armas de La Habana (Detalle)

Por José Miguel Abreu Cardet

Pocos héroes de nuestras guerras de independencia estuvieron sometidos a tal número de ascensiones, destituciones y a la reducción de poder, cuando lo poseyó, como Carlos Manuel de Céspedes. Los preámbulos de la primera ascensión comienzan el 6 de octubre de 1868: reunidos en la finca de Jaime Santiestéban, dieciséis complotados lo proclaman General en Jefe del ejército con que pensaban iniciar la revolución contra España.1 “Hemos elegido un jefe a quien conferimos plenas facultades para dirigir la guerra”.2 El día 10 este criterio se hizo público en el ingenio La Demajagua en el “Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba”. Fue aquel documento como el acta de nacimiento de la independencia de Cuba, ese manuscrito que acompaña a cada persona mientras viva y del que queda copia en el libro de bautizos de una iglesia, en el Registro Civil o en ambos. Es como la constancia, en esta época de letra y papel, de que hemos existido:

En consecuencia hemos acordado unánimemente nombrar un Jefe único que dirija todas las operaciones con plenitud de facultades y bajo su responsabilidad, autorizado especialmente para designar un segundo y demás subalternos que necesiten en todos los ramos de la administración mientras dure el estado de guerra […] También hemos nombrado una comisión gubernativa de cinco miembros para auxiliar al General en Jefe en la parte política, civil y demás ramos de que se ocupa un país bien reglamentado.3

Era el gobierno ideal para llevar a cabo una guerra. El día 11 de octubre se produce la primera destitución, cuando una compañía española derrota a Céspedes y a su tropa, que intentaban tomar el poblado de Yara. De general se ha convertido en un fugitivo: bajo la lluvia, acompañado de una docena de hombres intenta encontrar un refugio seguro a la persecución que se desatará contra él. Una casualidad lo salva; toma por el mismo camino que marchaba Luis Marcano Álvarez al frente de un grupo de patriotas hacia La Demajagua. Marcano estaba en aquel lugar también por eventualidad; era dominicano y había luchado en su patria contra los independentistas que se enfrentaron al retorno del poder colonial español. Abandonó su tierra con el derrotado ejército hispano en 1865. Un decreto de las autoridades imperiales impedía que los vecinos de Santo Domingo se establecieran en Cuba. Muchos eran negros y mulatos con grados de generales y coroneles, lo que sería un ejemplo desastroso para los esclavos expoliados en la mayor de las Antillas. Pese a la prohibición, quizá por magia o buena suerte, unos quince dominicanos se establecieron en Manzanillo en 1865. Algunos como Marcano quedaron en esta comarca; otros, como Máximo Gómez y Modesto Díaz, se trasladaron a Bayamo. Todos serían decisivos para Carlos Manuel en los días subsiguientes.

Entre el fango y la lluvia, Luis Marcano fue designado jefe de un ejército que tan solo existía en la imaginación de Céspedes. A partir de aquel momento el dominicano organizó a los dispersos, a los asustados y los llevó al combate. Era la segunda ascensión en menos de tres días. Fue aquel también el segundo cálculo afortunado de Céspedes: comprender la importancia de los jefes de conocimiento militar. Él fue el primero que entendió que era necesario levantarse en armas lo más rápido posible.

El 20 de octubre habían capturado Bayamo y se proclamó Capitán General. Pero tuvo cuidado de ascender a altos cargos y grados militares a los líderes regionales que lo habían apoyado, gente entusiasta y sin disciplina alguna. En pocos días estos dirigieron aquel ejército de campesinos, peones y esclavos que conquistaron para el gobierno de Céspedes gran parte del oriente cubano.

El 30 de octubre de 1868 trató de explicar por qué tomó esa decisión de autoproclamarse Capitán General: “solo la necesidad de regularizar nuestro ejército y de atender a todos los ramos de la administración pública que hemos instalado, nos hubieran obligado a aparecer ante los ojos de nuestros compatriotas con distintivos y empleos que no cuadran a nuestro carácter ni se ajustan a nuestras aspiraciones”.4

La justificación es bastante pueril, casi ridícula. Las intenciones reales eran formar un gobierno centralizado, fuerte y eficiente con el que enfrentar el imperio español. Por esto, sin consultar a terceros, designó a los hermanos Marcano: Francisco, Luis y Félix, y a Máximo Gómez y Modesto Díaz con altos grados y cargos militares. Gente gruñona, de malos tratos y peor educación, condición a los que los llevaron los caminos de las guerras en su país. Realmente a cualquier persona de cierta sensibilidad le era desagradable encontrarse con tales individuos. Pero sabían pelear, que era lo necesario. Fueron las bases de sus victorias, junto a la incorporación masiva de la población en la mayoría de las jurisdicciones del oriente cubano.

Muy pronto llegaría la primera pérdida de poder. Era considerado como el líder de los independentistas cubanos y Bayamo la capital de Cuba Libre. Existía una compacta geografía; La Habana, centro del integrismo, la ciudad del Cauto, la del independentismo. El 4 de noviembre se sublevaron los camagüeyanos, desconocieron el gobierno de Céspedes y constituyeron uno propio. El separatismo desde aquel momento tendría dos capitales, una en Bayamo y otra en los campos del Camagüey. Céspedes había sufrido la primera pérdida de espacio espiritual, más que real, pues Camagüey hasta el 4 de noviembre estaba bajo el control español, si descontamos un puñado de partidas que ya se habían sublevado.

En enero de 1869 la ciudad del Cauto fue tomada luego de que sus vecinos la quemaron para no rendirla. Comenzaban las derrotas militares y con ellas la disminución del poder del Capitán General del Ejército Libertador. El 23 de enero de 1869, Donato Mármol se declara dictador en la jurisdicción de Santiago de Cuba, desconociendo el gobierno de Céspedes. El movimiento es frustrado por acuerdos y conversaciones entre los caudillos. El 8 de febrero de ese año, en Tacajó, Donato renuncia a sus intenciones.5

Los holguineros crean un Comité Revolucionario, muy similar al de Camagüey, desconocen la autoridad de Céspedes y se muestran dispuestos, en un extraño enroque de gobierno colegiado, a unirse a los camagüeyanos. Llega a Céspedes un alivio momentáneo cuando recibe noticias de que los villareños se han alzado en febrero y reconocen su autoridad; pero la derrota militar de estos pone fin a este sueño. En Guáimaro, el 10 de abril lo hacen Presidente, al crearse la República de Cuba por acuerdo de todos los sublevados pero, como un jardinero que poda arbustos y flores, le quitan el mando unipersonal que había creado en Oriente: la Cámara lo podía destituir.

Fue su peor enemigo, el conde de Valmaseda, quien le restituye su poder real con una ofensiva gigantesca que obliga a la Cámara, por la persecución implacable, a recesar en sus funciones, y Céspedes vuelve a ser una especie de Capitán General-Presidente. No tiene al incómodo Congreso poniendo en duda sus decisiones, tramando su destitución.

Los cubanos han aprendido a combatir y a partir de 1872 comienza un momento de auge militar. En buena medida son su responsabilidad aquellas victorias, entre otras causas, al dejar libertad de acción a los militares que han comenzado a destacarse. La suma de éxitos trae la comida y la seguridad. Enrique Collazo afirmó: “los continuos ataques a los poblados enemigos trajeron la abundancia de ropas y efectos útiles; las grandes rancherías formadas facilitaban víveres y viandas en gran cantidad; la vida se hizo fácil y cómoda donde antes era áspera y dura”.6

Esta vida “fácil y cómoda” permitió que la Cámara retornara a sus funciones. Se inicia un proceso de pérdida real de poder del Presidente, pérdida que se irá agigantando en la medida en que la Cámara se gana a generales y oficiales para que la apoyen en el proceso de destitución. No le fue muy difícil este trabajo de zapa. Céspedes, devoto de la honra y del orgullo, había tenido varias contradicciones con algunos de sus generales como Máximo Gómez, Carlos Roloff, Calixto García….

Además, los generales aspiraban a crear una estructura que les permitiera realizar grandes concentraciones de tropas y llevar a cabo la invasión a Las Villas. El Presidente nunca concretó esas ideas. Las disputas entre la Cámara y el Presidente se incrementaban de día en día, y el origen era fundamentalmente la forma de organizar la República. Céspedes quería un mando centralizado donde lo militar fuera lo fundamental. Ese tipo de poder espantaba a muchos, pues se tenía la experiencia de América Latina donde los héroes, en muchos casos, se habían convertido en dictadores. El miedo a los tiranos salidos de las filas de los ilusionados con la libertad tenía vieja data entre los pensadores de la Isla.

Diego Tanco, abogado habanero que participó en la conspiración independentista Soles y Rayos de Bolívar, desarrollada en Cuba en la década de los años 20 del siglo xix, desengañado ante la situación de las repúblicas latinoamericanas, escribió:

“Es preciso convencernos de que a esta isla no le conviene mudar de gobierno, aventurando un presente feliz y seguro por teorías seductoras que, a sus espaldas, encubren los abismos más espantosos”.7

Años después el poeta cubano José María Heredia, que militó en el independentismo, en carta al capitán general Miguel Tacón, en momentos de desespero y desilusión le expresaba: “pero las calamidades y miserias que estoy presenciando hace ocho años, han modificado mucho mis opiniones, y verían como un crimen cualquier tentativa para trasplantar á la feliz y opulenta Cuba los males que afligen al continente americano”.8

Un documento firmado el 6 de abril por Salvador Cisneros y Antonio Zambrana afirmaba:

El Camagüey ha deseado desde el principio unirse al Departamento Oriental y reconocer por jefe de su gobierno al C. Carlos M. de Céspedes; pero semejante unión no podría tener lugar mientras este ciudadano no adoptase un régimen democrático, de acuerdo con la época en que vivimos y con la bandera que defendemos.9

La Cámara comenzó a ver y a sentir al hombre de La Demajagua como un futuro déspota y muy pronto sumó adeptos a tal criterio. Inteligentemente atrajo a los militares con promesas de cambios necesarios en el ejército que el Presidente no había realizado. Céspedes en su diario personal anotaba un asunto que parece que fue decisivo para agregar simpatizadores a la destitución. El 8 de noviembre de 1873: “Han halagado á Gómez y á C. García con dividir la isla en dos Departamentos solos y ellos a su cabeza; á Calvar con el mando de Cuba y Bayamo a Maceo con otra cosa que ignoro. A V. García le atraen con la secretaria de la Guerra”.10

Este parece que fue un factor decisivo para sumar a Calixto García al complot. Manuel Calvar, Antonio Maceo y otros altos oficiales acaban de hecho apoyando a la Cámara. Viendo el asunto objetivamente, las contradicciones comenzaron a afectar el desarrollo de la contienda. De los argumentos de cómo organizar la República se había pasado a un enfrentamiento personal. Si nos fijamos en el llamado Diario perdido de Céspedes11 nos encontramos con anotaciones sobre defectos y acciones poco edificantes de los miembros de la Cámara y otros enemigos del presidente que nunca sabremos si fueron ciertas, pero nos dicen del grado que habían alcanzado las discrepancias que desembocaron en odios entre patriotas. Generalmente cuando se llega a ese estado en las relaciones es imposible un acuerdo.

Pocos acontecimientos de la historia de Cuba han llamado tanto la atención de los estudiosos como la destitución de Céspedes, realizada el 27 de octubre de 1873 en el campamento de Calixto García en el Bijagual. En ocasiones, parece que estamos en presencia de un antes y un después en la Guerra de los Diez Años. Se considera que la destitución fue el principio del fin de la contienda, sin embargo, esta duró cuatro años y medio más. Se valora como el declive de la beligerancia, pero a pesar de esas opiniones, con el nuevo gobierno se abrió un período de éxitos insurrectos, la mayoría de los combates de mayor relevancia librados por el Ejército Libertador se desarrollaron luego de su destitución, como La Sacra, 12 Palo Seco,13 Las Guásimas y otros. Incluso se realizó la ansiada invasión a Las Villas.

La destitución de Céspedes, aunque fue uno de los acontecimientos más relevantes en la guerra, no podemos valorarla como la única ni la de más envergadura de los movimientos políticos. Desde antes del inicio de la guerra las contradicciones, los motines y las sediciones habían sido una constante; recordemos las discusiones para determinar la fecha del estallido. El mismo alzamiento de La Demajagua en cierta forma era la primera sedición, pues Céspedes, sin oír las razones de los demás comprometidos ni avisarles, se alzó. Los otros complotados se enteran, en ocasiones, por las mismas autoridades, como fue el caso de Vicente García, informado del alzamiento por el propio gobernador de Tunas, o de Manuel Hernández Perdomo, uno de los principales conspiradores holguineros, que fue despertado por la policía con órdenes de detenerlo en la noche del 12 de octubre. Incluso la destitución del Presidente fue, en cierta forma, la más “legal” de las sediciones, si es que se le puede dar ese nombre. Contó con el apoyo pleno de la Cámara y se aprobó durante una reunión de esta.

Aunque faltó un voto: solo lo hicieron siete, pues el octavo era el de Salvador Cisneros Betancourt, quien por pura hipocresía se negó, con el pretexto de que la presidencia caería en sus manos. Había hecho un esfuerzo considerable para destituir a Céspedes. De seguro sabía que todos votarían contra el presidente y el de él poco influiría.

Depuesto Carlos Manuel, el trillo de las bajas pasiones se convirtió en avenida. En cinco años de poder de Céspedes se habían acumulado muchos resquemores y resentimientos entre líderes militares y políticos, como siempre ocurre en toda estructura de gobierno, y seguramente que la venganza ruin ocupó un espacio al ser destituido. El Presidente depuesto fue humillado.

El asunto que se presentaba al nuevo gobierno era qué hacer con el expresidente. El gobierno debió de sentirse como si el Pico Turquino se hubiera desprendido de la Sierra Maestra, no había espacio para aquella mole gigantesca en la Cuba insurrecta. Mantenerlo en la Isla era en extremo peligroso, el exmandatario tenía no pocos seguidores. La deposición no había apagado la lucha política, su presencia en los campos insurrectos podía exacerbar los ánimos de no pocos para intentar restituirlo.

Se esboza hasta un complot que es abortado. Calixto García, partidario del presidente Cisneros, nos dice al respecto: “Trátese de una conspiración, de que se me ha dado parte esta mañana con objeto de deponer el actual Presidente de la república y volver a Céspedes, siendo yo destituido también para nombrar General en Jefe al General V. García”.14

A diferencia de Céspedes, que se atenía a estrictas normas civiles y no estaba dispuesto a que se derramara sangre cubana por luchas fratricidas, los partidarios del nuevo gobierno actúan enérgicamente para mantener el poder y el orden. Calixto García le dice a Félix Figueredo en marzo de 1874: “Mucho ojo y caña si es necesario para salvar á Cuba de discordias civiles”.15 Debido a esta “caña” sucede la muerte del comandante Castellano, uno de los líderes del motín de los partidarios de Céspedes.

Céspedes solicitó su traslado al exterior. El gobierno se negó a autorizar la partida. Los motivos debieron de ser variados, incluida la pasión miserable por humillarlo. Aunque también estaba la gran importancia que tenía la emigración revolucionaria en el imaginario insurrecto. Desde allí llegaban las expediciones. Céspedes en el exterior podría llevar a cabo una campaña contra sus enemigos. Basta leer el Diario perdido en los meses siguientes a su deposición para entender que estamos ante un hombre de un gran resentimiento, humillado y desplazado del poder. El resentimiento es una enfermedad incurable.

Podía convertirse en el exterior en un acusador de la Cámara y el nuevo gobierno y, lo peor, incrementar las divisiones internas de la ya debilitada emigración. En general había un criterio en contra de que miembros de la insurrección se trasladaran al exterior; el propio Céspedes lo expresaba en su correspondencia anterior al 27 de octubre de 1873. Debía ser contraproducente que el iniciador de la guerra se fuera al extranjero. Es de pensar el efecto que hubiera tenido en los soldados de filas que la figura cimera de la guerra se trasladara al exterior. Para esta masa sostén del ejército todas estas disquisiciones no tenían sentido.

Esos campesinos, peones, exesclavos, pequeños terratenientes eran los únicos que tenían la razón: lo principal era continuar la guerra, que más daba que fuera Céspedes o Salvador Cisneros el presidente (a quien, por demás, casi nunca veían en esta guerra de partidas y regiones). Es posible que para esta multitud sufrida aquellas discrepancias por el poder fuera asunto de una élite de terratenientes blancos a la que no entendían del todo.

Finalmente lo situaron en San Lorenzo, en plena Sierra Maestra. En el tipo de guerra que se realizaba en Cuba, su protección era muy difícil. Muchos líderes militares o civiles que por enfermedad u otros motivos se establecieron en alguna ranchería mambisa acabaron cayendo en poder del enemigo, como Pedro Figueredo. El nuevo presidente, Salvador Cisneros Betancourt, solicitó el 28 de noviembre de 1873 a la Cámara “proveerlo de una custodia que haga difícil cayera en poder del enemigo”.16

La historiadora Elda Cento afirma, con el sentido común que la caracteriza, que: “No obstante las atinadas reflexiones, nadie –incluido Cisneros– tuvo la energía y la honradez necesaria para tomar una decisión que hubiera salvado la vida de quien era símbolo de la independencia”.17

La muerte el 27 de febrero de 1874, en lucha contra una unidad hispana que atacó San Lorenzo, “solucionó” un problema al gobierno y creó una duda gigantesca e infame. ¿Qué responsabilidad tuvieron el gobierno y el ejército en su muerte? Se ha afirmado que fue una denuncia fraguada en el gobierno o algún líder lo que llevó a los españoles a su escondite. No existen pruebas de tal ignominia, pero la duda se mantiene de generación en generación pues en la condición humana todo es posible. La muerte no detuvo el proceso de deposiciones y ascensiones.

Con la creación de la República, en 1902, comenzó la conformación del panteón de los héroes. Fue creado siguiendo el criterio de los hombres del 95 que se convirtieron en presidentes, senadores, congresistas, historiadores y maestros. Eso influyó para que las figuras de mayor relieve en esa reconstrucción histórica fueran los que habían llegado a la última guerra y desempeñado en ella un papel relevante. Habían sido los compañeros, los jefes o inspiradores de la élite política que dirigió la desdichada República. Se formó la tríada de los grandes héroes: Maceo, Martí y Máximo Gómez. Los que habían fallecido en el 68 pasaron a un papel menos relevante. Alcanzaron cierto grado de héroes regionales o provinciales. A Ignacio Agramonte lo convirtieron en camagüeyano antes que cubano. Céspedes fue esencialmente oriental, sobre todo bayamés y manzanillero.

La instauración de la revolución socialista, poco después de 1959, traería para Céspedes una situación delicada. Terratenientes y grandes propietarios se opusieron abiertamente al nuevo sistema. Las amenazas y las agresiones llovían sobre la Isla con la misma fuerza que aquel vendaval que en octubre de 1868 se desplomó sobre la derrotada tropa de Carlos Manuel. Hubo una reacción enérgica contra el enemigo de clase. Con un criterio simplista, alguien recordó que Céspedes había sido propietario y esclavista. En los mitos de la Revolución fue pasando a un segundo plano. Se olvidó por entero que si bien Martí fue el autor intelectual del asalto al Moncada, el impulso de aquella acción tiene mucho del arranque de Carlos Manuel. Viéndolo en su momento, La Demajagua y el Moncada están unidos por el tenue hilo de lo ilógico, parecía tan descabellado alzarse con machetes y escopetas en octubre del 68 retando a un imperio como asaltar la segunda fortaleza de la Isla con escopetas en julio  de 1953. Pero de la autoría cespedista del Moncada nadie se ha acordado.

Fidel Castro, al doblar de los días de Revolución, se encontró en un recodo del pasado al relegado y lo retornó al poder espiritual en su discurso por el centenario de la guerra de 1868. Catarsis y justicia. Un cúmulo de acontecimientos heroicos, de figuras relevantes y sufridas del largo proceso revolucionario llegó buscando un espacio en el imaginario cubano. Luego de los días esplendorosos de la conmemoración del centenario del 68, donde fue figura central el presidente viejo, como le decían los campesinos luego de la destitución, ha ocupado sitio no secundario sino más bien modesto en el panteón nacional. Un grupo reducido de historiadores y escritores se han declarado sus admiradores incondicionales, formando una singular cofradía. Es como un título nobiliario, del espíritu más que de la sangre.

Uno de esos cespedistas, Norberto Codina, en un email presuroso, pero preciso, nos brindó una nota útil para comprender la singular relación de ambos líderes, el del 68 y el 59: “hay un episodio de justicia histórica que recuerdo de memoria, y fue la iniciativa del líder revolucionario de que las aguas de la represa ‘Carlos Manuel de Céspedes’ cubrieran el sitio de la ignominia en que se convirtió el campamento del Bijagual”. Gesto simbólico el de Fidel, el 5 de julio de 1968, de aplastar bajo las aguas vivificadoras el lugar donde “Céspedes vivió días duros y azarosos”.18 Quizá los cubanos hemos construido una sociedad esencialmente cespedista. Es cierto, con tantos errores y defectos como los que pudo tener el presidente viejo, pero orgullosa, aferrada a la honra y sobre todo independiente como él aspiró.

Apartémonos, busquemos un rincón cualquiera, que no nos vean, allá va la comitiva con rumbo a Yara, el silencio envuelve el ingenio La Demajagua que queda atrás en la bruma de la lluvia. Carlos Manuel da órdenes para que se adelante un grupo que, atenazado por el fango, se retrasa. Se pierden de nuestra vista, una arboleda los oculta, las voces se van alejando, disminuyendo la algarabía opacada por la distancia. Desde hoy todo será diferente, tantas interpretaciones, tantos criterios vertidos como si no quisieran dejarle un momento de reposo a quien más que general en jefe, capitán general, presidente o padre de la patria fue simplemente Céspedes. Lo demás es secundario.

Notas

1 Se ha respetado la ortografía original de los documentos reproducidos textualmente.

2 Fernando Portuondo del Prado y Hortensia Pichardo Viñals: Carlos Manuel de Céspedes Escritos, La Habana, Ed. de Ciencias Sociales, 1982, t. I, p. 104.

3 Ibídem, p. 108.

4 Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo: ob. cit., t I, p. 118.

5 Museo Casa Natal de Calixto García. Centro de documentación: Documentos Históricos 1868-1878, t. I, p. 168.

6 Enrique Collazo: Desde Yara hasta el Zanjón (Apuntaciones Históricas), La Habana, Instituto del Libro, 1967, p. 30.

7 Diego Tanco: Reflexiones breves e imparciales de un habanero sobre la isla de Cuba, La Habana, Imprenta Fraternal de los Díaz Castro, 1825, p. 5, 6 y 16.

8 Antonio Pírala Criado: Anales de la Guerra de Cuba, Imprenta y Casa Editorial de Felipe Rodríguez Rojas, 1895, t. I, p. 144.

9 Elda Cento Gómez y Ricardo Muñoz Gutiérrez: Salvador Cisneros Betancourt: Entre la controversia y la fe, La Habana, Ed. de Ciencias Sociales, 2009, p. 26.

10 Eusebio Leal Spengler: Carlos Manuel de Céspedes. El diario perdido, La Habana, Publicimex S.A., 1992, p. 166 y 167.

11 Se han realizado dos ediciones del llamado Diario perdido: además de la citada en la nota anterior, está la de Ed. Boloña, La Habana, 2018.

12 Combate victorioso dirigido por Máximo Gómez el 9 de noviembre de 1873 en Camagüey.

13 Combate dirigido por Máximo Gómez el 2 de diciembre de 1873. Las fuerzas hispanas estaban dirigidas por el teniente coronel Vilches, que murió en la acción. La columna española fue exterminada. Los que no murieron en la acción cayeron prisioneros.

14 Archivo Nacional de Cuba. Donativos y Remisiones, leg. 472, n. 48.

15 Biblioteca Nacional de Cuba. Colección Morales, t. 75, n. 79 (hoja suelta). Publicada con cambios y como posdata a la carta remitida a Félix Figueredo del 27 de mayo de 1872 en la Revista Cubana, t. VII, p. 538, 1887.

16 Elda Cento Gómez y Ricardo Muñoz Gutiérrez: ob. cit., p. 187.

17 Ibídem, p. 38.

18 Discurso de Fidel Castro Ruz del 5 de julio de 1968: <http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1968/esp/f050768e.html>.

Tomado de la revista La Gaceta de Cuba No 5, septiembre/octubre de 2018: http://www.uneac.org.cu

José Miguel Abreu Cardet

(Holguín, 1951). Destacado historiador e investigador cubano, de la provincia Holguín. Especialista en investigaciones históricas de la Oficina de Monumentos y Sitios Históricos del Centro Provincial de Patrimonio Cultural, de Holguín. Tiene entre sus títulos más recientes Los resueltos a morir: relatos de la guerra grande (Cuba 1868-1878) (Ed. Oriente, 2016) y Gómez, Maceo, Martí: sus discordancias (Frente de afirmación Hispanista, A.C., México 2018).

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