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De un clásico del cine cubano, al libro de las evocaciones

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

Es apasionante ver Nosotros, la música (ICAIC, 1965), de Rogelio París, un clásico del cine cubano. Retrata algunas claves de los procesos culturales materializados en la década fundacional de la Revolución cubana.

El texto evoluciona como un singular registro en el que “habitan” descollantes agrupaciones de la danza y la música que emergieron desde dispares estratos sociales y culturales de la nación. Es también, una respuesta observacional, sobre los inicios de la política cultural que se labró en la Isla, tras la gesta de la Campaña de Alfabetización impulsada por el Comandante Fidel Castro Ruz.

La portada de esta pieza rompe con escenas citadinas. Se fotografían rostros anónimos, gente de barrio y miradas que irrumpen en el cuadro cinematográfico para darle paso, “imperceptible”, a una icónica escena de baile popular.

Una pareja rebosa de alegría, la cadencia se apodera de la narrativa del film, en el cuadro aflora la empatía, la intimidad de una dramaturgia coral en los destinos y pretextos de un bailable. En ese punto del documental la sensualidad marca inequívocas distancias; al fondo se advierte la algarabía, la multitud cómplice, el desenfado social, el manifiesto goce. Rogelio París resuelve la puesta con un danzón, metáfora y subrayado de lo nacional.

Sin apelar a un narrador —recurso desterrado en el documental— delgados cortes nos transportan a los laberintos y convergencias del Teatro Mella. Cientos de personas toman el lobby y los pasillos del recinto, voces y encuadres de bailarines dan los toques finales a rostros, vestuarios, y gestualidades, representaciones litúrgicas del contexto escénico. Una humareda de cigarros emerge amontonada como un telar surrealista, se escucha el tradicional timbre que anuncia que en breve comenzará la función.

La vitalidad de estos despliegues fílmicos está resuelto con los poderes del blanco negro. Dos escenas significantes: la presencia esa noche del gran Ignacio Villa (Bola de Nieve) y el público que se arropa entregado tras las cortinas emplazadas en los límites de las lunetas al final del todo.

Derrame de músculos, cromatismos de gestos y sonoridades escénicas desabotonadas en el centro del proscenio. Toda una batería de encuadres dispuestos a documentar las evoluciones de una danza: rítmica, sublime, enérgica, preterida por la estrechez de marcos sociales y culturales, impuestos en los frágiles anclajes de la República Neocolonial.

Estas escenas de Nosotros, la música constituyen un testimonio insustituible de los andamiajes que se forjaron, por y para el Conjunto Folclórico Nacional, constituido en el año 1962.

Ser observador privilegiado —desde la luneta cinematográfica— de las dinámicas que impregnaron sus puestas, de las soluciones narrativas y los abordajes escénicos que distinguieron a esta agrupación, es asistir a poderosos acentos de la cultura cubana.

Rogelio París reescribe el valor semántico de danzantes venidos de los nichos populares que subrayan provocaciones resueltas en la sobriedad del escenario. Retrata el mundo interior de cuerpos desatados, poblados de contradicciones, de palabras y sonidos que irrumpen en un teatro anclado donde pernocta lo ecléctico de casas señoriales y edificios de alturas prominentes.

Advertimos en la dramaturgia de cada escena los retratos y signos de África, todo un desafío cultural y antropológico ante la desnudez del escenario y la sobriedad de las luces, todas, dispuestas a pintar los asombros de bailarines en una puesta “interminable”.

Esta pieza cinematográfica contribuye a visibilizar —seguramente no fue un objetivo del realizador— algunas de las claves artísticas que distinguieron al Conjunto Folclórico Nacional en esos años de fundaciones.

La evocación es parte sustantiva de la memoria, se erige protagónica en el tiempo. Asume el rol de desterrar la desmemoria de un pasado inquieto y virtuoso de nuestra cultura, que en la contemporaneidad nos asiste revisitar.

El cine cubano de la Revolución ha legado piezas memorables que cumplen cabalmente este encargo social y cultural, con acierto lo hace Nosotros, la música de Rogelio París.

La literatura es parte de esa fiesta, de esas necesarias alianzas socioculturales. Las palabras que la materializan son sumas de coherencias y compromisos que habitan en los pilares de la nación, dispuesta en la antología Conjunto Folclórico Nacional: Itinerario de 60 años (Ediciones Alarcos, 2022), coordinada por Marilyn Garbey y Bárbara Balbuena.

El libro abre con un ensayo de Marilyn Garbey. Conjunto Folclórico Nacional: una travesía de seis décadas. Su autora apuesta por reseñar los hitos, esencias y anecdotarios de una agrupación que emergió del protagonismo de bailarines venidos “…de los más disímiles oficios: estibadores, peluqueras, zapateros, albañiles, vendedores de periódicos, recolectores de botellas, planchadoras, etc., que habían aprendido los bailes y canciones en sus entornos familiares, en las fiestas de los solares habaneros, en los barrios donde vivían, transmitidos de generación en generación, oralmente”.[i]

Dos tópicos nos advierten este punto y seguido del texto, el origen popular de los fundadores y cultores del Conjunto Folclórico Nacional (CFN) y la pertinencia de la oralidad, imprescindible para preservar y socializar los distingos de nuestra cultura y los mestizajes de ancestrales tradiciones, donde la danza es fortaleza probadas.

Martínez Furé, uno de los homenajeados en este volumen, advierte de una idea esencial: “Se trataba de un empeño mayor [el Conjunto Folclórico Nacional], porque se propuso que el pueblo de Cuba se diera cuenta de la riqueza de su patrimonio, legado por nuestros ancestros, sin chovinismos ni xenofobias, sin autoexotismos”[ii].

Rescatar, socializar las más genuinas variaciones de nuestras danzas folclóricas, jerarquizar sus valores y aciertos, son subrayados de la autora que se articulan, también, en los perfiles que contornean el libro, resuelto en otra zona del volumen.

Una de las ideas que defiende con ímpetu Garbey —nos lo confirma la fuerza de sus palabras tejidas con aplomo—, es la relevancia de los aprendizajes que convergen y enriquecen los resultados de las puestas del CFN.

Son tan solo algunos de los cómplices del Conjunto citados en este volumen Moreno Fraginals, Argeliers León, María Teresa Linares, Julio Le Riverand, Agustín Pi, Eugenio Hernández Espinosa, Fernando Ortiz, Roberto Blanco, Marta Jean Claude, Wilfredo Lam, Sergio Vitier, Nacy Morejón, Leo Brouwer, Ramiro Guerra.

Los difíciles caminos que embisten el desarrollo del arte y la cultura en una obra colectiva, entraña convocar pluralidades, edificar líneas de trabajo y también, irradiar el sentido de lo nacional. No por desconocer o despreciar lo extranjero, “lo extraño”, que también enriquece, más bien para no torcer el horizonte, anular la fecunda raíz que nos erige como nación.

La teatróloga y dramaturga Marilyn Garbey, invita a Rogelio Martínez Furé a descifrar el enigma Conjunto Folclórico Nacional:

“¿Qué es nuestro Conjunto Nacional? Sencillamente la entidad dedicada a revalorizar y divulgar todo el acervo de manifestaciones folclóricas cubanas que, por la incuria o el prejuicio racial de los regímenes burgueses, apenas eran conocidas. El Conjunto se encarga, en el campo de la música, la canción y la danza, de seleccionar formas de verdadero valor artístico para organizarlas de acuerdo con las modernas exigencias teatrales, sin traicionar su esencia folklórica. No se limita a la simple presentación de espectáculos sino que realiza investigaciones en todos los rincones del país, revitalizando o desenterrando géneros antiguos, hurgando en el pasado y haciendo una síntesis para el presente”[iii].

Muchas otras claves habitan en Conjunto Folclórico Nacional: una travesía de seis décadas. Los derroteros y contradicciones desatados en los fecundos procesos que singularizan a la Compañía, los esfuerzo físicos, no solo en las puestas, también en los ensayos que se le exigen a un bailador folclórico, las oportunas convergencias con el mundo del teatro, las artes plásticas, la investigación histórica o las muchas variaciones de la música, más el protagonismo de los investigadores y estudiosos de lo “folclórico” cómplices de las rutas del CFN.

Se advierte en su escritura sobre lo esencial que resultan las líneas de investigación en el arte final de la agrupación. No solo por los empeños para materializar el acabado “perfecto” de una puesta. Se trata de rescribir las variables y claves que contribuyen a la concreción de este adjetivo, a poner en contexto los acentos culturares, estéticos e históricos que tributan nuestras identidades, donde la danza folclórica cubana resuelve sustantivas respuestas a esa aritmética. Agregaría un asunto, no menos importante, la necesidad de renovar respuestas institucionales que exigen las dinámicas de la creación artística.

La cultura cubana dispone de un capital intelectual que acompaña los desafíos creativos del arte y la literatura. La Cinemateca de Cuba, el Centro de Investigación y Desarrollo de la Música Cubana, el Instituto de Literatura y Lingüística, el Instituto Cultural Juan Marinello, el Centro de Documentación de las Artes Escénicas María Lastayo, son, tan solo, cinco de esos esenciales escenarios del pensamiento cultural. Todas las manifestaciones del arte y la cultura han de apropiarse de esas fuentes para el enriquecimiento de toda pieza.

La historia de la cultura cubana está dibujada por enconadas contradicciones, obstáculos, ralentizaciones o “puntos de giro”, que entorpecen su natural desarrollo social. El pensamiento racista y elitista, ajeno a las bases ideológicas de nuestra nación socialista, persisten en ciertas zonas de la contemporaneidad. Sobre este desafío, se subraya en el libro.

“…quedan algunas gentes que no son muy amantes de las manifestaciones folclóricas considerándolas un subproducto de la cultura nacional, no las valoran, por tener conceptos pequeño-burgueses y racistas acerca de lo que es arte, menospreciando las expresiones más raigales creadas por el pueblo”[iv].

Nos asiste repensar sobre los resortes que construimos para conectar con una sociedad cada vez más plural en una isla orgullosamente libre de analfabetismo. Los procesos de educación cultural en la contemporaneidad pasan, no solo, por los subrayados usos de las nuevas tecnologías de la comunicación como “únicos articuladores” de retos perennes donde se aspira a “llegar a toda la sociedad”.

La pensada construcción de símbolos, las múltiples conexiones que se articulan en los procesos creativos con la realidad y el pensamiento, con los bastos campos del conocimiento que influyen en el desarrollo y la fuerza de la danza folclórica, son también, pastos a explorar y profundizar para desterrar esos demonios racistas pequeño-burgueses que habitan afincados en la isla. Se erigen sobre endebles argumentos e historias de vida, muchas veces plagados de trazos incultos o delgadas narrativas.

En muchas partes del libro se recicla esa articulación vencedora de la relación del arte danzario con la comunidad. Ese otro abordaje exige nuevos conceptos y líneas de trabajo en un contexto nacional, también global, donde impera el protagonismo de las múltiples pantallas y la simplificación de la historia.

Esta pieza, antesala de un cuerpo mayor, aborda capítulos como, los orígenes sociales y culturales del CFN, la segunda generación que encumbró las rutas de la agrupación, los nexos imprescindibles con el gremio del teatro cubano. El maestro Ramiro Guerra, considerado por muchos el padre de la danza moderna en Cuba, actor-protagónico de esta gesta cultural, es esencial en el corpus del texto.

En el núcleo del Conjunto Folclórico Nacional: Itinerarios de 60 años, se muestran las historias de trece de los principales cultores y gestores; muchos son protagonistas de la década fundacional de esta compañía. Se dibujan como narraciones de un fértil anecdotario, perfiles de hombres y mujeres que entregaron tiempo, talento, sabidurías, herencias. Todos dispuestos a dignificar los ardores y virtuosismos de un arte popular que enorgullece.

Las coordinadoras de esta pieza literaria, Marilyn Garbey y Bárbara Balbuena, se apertrechan de la mirada de los continuadores del Conjunto; edifican los contornos que encumbran la historia del CFN. Toman nota de los imprescindibles: Martha Blanco, Rogelio Martínez Furé, Nieves Fresneda, Jesús Pérez (Obá Ilú), Lázaro Ross, Zenaida Armenteros, Silvina Fabars, Johannes García, Alfredo O´Farrill, Manolo Micler, Julia Fernández, Teresita González, Domingo Pau.

Transitar por las palabras que distinguen esta antología, se traduce en visionar revelaciones, aciertos, también conflictos, de una poderosa agrupación que materializó los cometidos de su origen: danzar los poderes del África profunda, bocetada con los frescos y resortes de la cubanía, despojada de exóticas ataduras escénicas y simbólicas.

¿Cuáles son las principales claves que advierten estas historias? ¿Qué caminos construyen los autores de estas piezas, colocadas como plurales voces de un libro edificante?

Distingue la ruta de sus 236 páginas la singular manera de trabajar del CFN, la necesidad de construir relatos más allá de los predios de sus cambiantes sedes. Tomar de las raíces culturales y religiosas para la construcción de las obras son esencias y principio de su trabajo.

La apropiación de saberes de otras zonas de la cultura y del pensamiento enriqueció praxis escénicas, repertorios, técnicas y horizontes sociales de las miradas artísticas del CFN.

Muchos de los integrantes reseñados en Itinerario de 60 años desarrollaron el magisterio, vocación que subraya el compromiso de los protagonistas de esta experiencia, que trasciende los límites de sus intervenciones escénicas.

La construcción de públicos, un asunto esencial en tiempos de perdida de espectadores cautivos, fue otro de los distingos del Conjunto, asumido por la necesidad de multiplicar el capital simbólico y cultural que habita en cada puesta. Los bailadores, músicos e intérpretes desarrollan toda una articulación escénica que responde a criterios etnográficos, religiosos, culturales, sociales, heredados de tradiciones, que la agrupación reescribe, moldea y también interpela.

Detrás de muchos de los empeños del CFN estuvo el dignificar a hombres y mujeres preteridos por ser “actores de la marginalidad”, habitantes en los límites del ostracismo social. ¿No es un elevado acto de humanismo dar cabida a los que persisten en los bordes de la sociedad?

El arte no es solo para formar personas con habilidades creadoras, dotadas de herramientas y atributos para su mejor desempeño, es también un excepcional escenario para edificar pilares inherentes a nuestra sociedad marxista y martiana. La cultura no ha de estar ajena a esta encomienda, sus poderes están más que probados.

“Edith García Buchaca estaba en contra de su creación porque sus integrantes eran negros marginales, —incluso algunos con historial delictivo—. Pero para Martha Blanco (una de las reseñadas en este volumen) esta era una razón más para captarlos e integrarlos al grupo, para lograr personas de bien”[v].

Es fascinante lo que podemos leer sobre cada uno de los personajes narrados en esta pieza de Ediciones Alarcos. Confieso que me genera felicidad, también inquietud, saber sobre las curvaturas simbólicas erigidas por estos profesionales de la danza.

En muchas de las narrativas incluidas en la antología se advierten vigorosos filmes documentales y de ficción narrados con los acentos que son parte del capital simbólico de la nación. Resultan huellas imperecederas, dibujos de alto valor cromático que avistan el orgullo de ser cubanos. Con cada sustantivo y adjetivo que fotografían a los cultores del CFN, los autores de Itinerarios de 60 años advierten historias horondas, donde el conflicto es la sustancia que fortalece el soñado discurso audiovisual.

El cine cubano ha tomado nota de los plurales horizontes de las artes escénicas. En esta antología se cita una pieza fundamental de nuestra cinematografía, esencial en la década de los 60, y también, en la historia del cine cubano.

“En el documental cubano Historia de un Ballet (José Massip, 1962), es posible apreciar por unos cortos minutos la ejecución que hace Nieves Fresneda de la danza de Yemayá con los tambores batá en el contexto de un solar habanero”. Tal y como se produce en una festividad religiosa de la Regla Ocha, al comenzar los toques de tambor y el canto inspirado por el akpwón o cantante dedicado a la divinidad del mar y como parte del Oru de afuera, entra nieves en el espacio propiciado por el resto de los creyentes para darle espacio a la ocha que está consagrada a la divinidad”[vi].

No tendría que argumentar sobre la responsabilidad del cine en la preservación de la memoria cultural de la nación. Vigorosas líneas se han escrito sobre este medular asunto. Las palabras de Bárbara Balbuena, que describe esta escena, son la mejor fotografía de una perpetua urgencia.

En otras hechuras del libro se aborda la relación del CFN con agrupaciones líricas o percusionistas implicados en los planos creativos que singularizan lo “folclórico” de nuestra cultura. No solo se trata de entender los mestizajes, las apropiaciones o los reciclados de una puesta, enriquecidos por otras herramientas e intelectos. Es también la expresión material de todo un esfuerzo físico e intelectual reunido y concretado en un espacio escénico, donde las jerarquías mutan, se trastocan, se subvierten, siempre dirigidas hacia un único destino: el lector escénico.

No es posible hacer cultura sin esa mirada más allá de nuestros horizontes funcionales. La idea de las alianzas está presente en casi todas las letras y espíritu de Conjunto Folclórico Nacional: Itinerario de 60 años. Las políticas culturales, que exigen una vuelta de rosca en nuestra labor de servidores públicos, pasan por entender esta clave mayor; no necesita un capítulo aparte, un anexo al final del todo. Se advierte con nítida escritura en los soles de las palabras que se erigen cómplices, en esta acertada propuesta de Ediciones Alarcos.

[i] Garbey, Marilyn. Conjunto Folclórico Nacional: Itinerario de 60 años. Ediciones Alarcos, 2022. pp. 8.

[ii] Martínez Furé, Rogelio. Siempre puente, nunca frontera. Entrevista concedida al periodista José Luis Estrada. Juventud Rebelde, La Habana, 23 de septiembre de 2012.

[iii] Martínez Furé, Rogelio. Conjunto Folklórico Nacional. Programa de mano. Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1963.

[iv] Garbey, Marilyn. Manolo Micler. El Conjunto Folclórico Nacional está comprometido con la cultura. La Jiribilla, no 845, 2018

[v] Martínez Benítez, Liván. Marta Blanco. Texto incluido en Conjunto Folclórico Nacional: Itinerario de 60 años. Ediciones Alarcos, 2022. pp. 42.

[vi] Balbuena, Bárbara. Nieves Fresneda. Texto incluido en Conjunto Folclórico Nacional: Itinerario de 60 años. Ediciones Alarcos, 2022. pp. 72.

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Miguel Machalski: “Originalidad es encontrar la manera de sugerir o plasmar ciertas nociones”

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

Transcripción de la entrevista a Miguel Machalski, guionista, consultor y tutor de guiones de Argentina, en el espacio Diálogos en reverso, de la Unión de Periodistas de Cuba, realizado el 8 de febrero de 2023 basado en su libro, El guion cinematográfico: un viaje azaroso (Ediciones EICTV, 2009).

Octavio Fraga: Hola, bienvenidos a otra sesión de Diálogos en Reverso, un espacio de la Unión de Periodistas de Cuba que tiene su espacio los miércoles a la una de la tarde. Hoy tenemos otro gran invitado, y digo gran, porque tiene una hoja curricular importante, sustantiva, intensa. Miguel Machalski, bienvenido a nuestras pláticas sobre cine.

Miguel Machalski: Muchas gracias por la invitación, Octavio, muy agradecido.

Octavio Fraga: En las dos ediciones anteriores hemos subrayado —nos parece importante recordarlo— que Diálogos en reverso lo vamos a dedicar este año, al abordaje libros de cine y sus autores, o volúmenes que, aunque su cuerpo temático no sea necesariamente de cine, por sus contenidos tributen al arte cinematográfico. Nos parece importante hacer este recorrido con los autores que nos pueden enriquecer, aportar, actualizar conceptos e ideas, también valoraciones.

El libro que hemos tomado como objeto para nuestro diálogo con Miguel Machalski se titula, El guion cinematográfico: un viaje azaroso. Es una edición del año 2009, pero sus páginas tienen absoluta vigencia.

Como ya es habitual en Diálogos hacemos una pequeña presentación antes de la plática, y digo pequeña —también difícil— porque, como anunciaba al principio, Miguel tiene una hoja de trabajo versátil.

Nuestro invitado se desarrolla en el ámbito internacional como guionista, consultor y tutor de guiones. Ha co-filmado, o filmado, más de veinte guiones cinematográficos de diversos géneros, comedia, drama, relato histórico. También ejerce como asesor de proyectos vinculados al cine en Europa, África, Medio Oriente y América Latina, labor que materializa con una absoluta intensidad y entrega. Ha trabajado en eventos culturales y festivales de cine e imparte, además, talleres nacionales e internacionales organizados por instituciones públicas y privadas. Colabora regularmente con grandes estudios de Europa, por citar uno, Proimágenes de Colombia, muy conocido en ese país y en América Latina. Es autor de tres libros publicados. Además de El guion cinematográfico: un viaje azaroso, están El punto G del guion cinematográfico, publicado en Madrid, y ScreenTelling, publicado en inglés, disponible en versión electrónica.

Bueno Miguel, tienes una potente hoja de trabajo que yo he acortado, y agradecemos una vez más que hayas aceptado nuestra invitación.

Miguel Machalski: Bueno, yo te agradezco también.

Octavio Fraga: Este espacio es muy informal, apostamos siempre por la mayor cercanía posible, gracias a esta posibilidad que nos da la herramienta de la videoconferencia. Empiezo con la primera pregunta y son muchas las que quiero hacerte.

En el prólogo a la edición de este libro el cineasta cubano Fernando Pérez, acota una diferencia entre principios y normas para la escritura del guion. ¿Podría desgranar esa idea?

Miguel Machalski: Primero, ese libro lo escribió otra persona que ya no soy yo. Estamos hablando de la primera edición, que fue del 2009, así que ya van más de catorce años. No sé si siempre estoy de acuerdo con esa persona que escribió ese libro, con lo que decía en aquel momento. O, mejor dicho, no creo que esté en desacuerdo, pero sí se ha ensanchado, se ha abierto a muchas otras experiencias que he tenido, experiencias profesionales y personales también. Considero que toda esta cuestión de la escritura del guion, de contar cuentos, de hacer cine, no es sólo un tema profesional o vocacional, sino que tiene mucho que ver con la vida, es muy vivencial también.

Uno de los puntos que más destaco en mi trabajo como consultor es que la escritura de un guion es un acto creativo, no es un acto técnico y que, incluso, hasta la palabra que a veces se usa, la cuestión del aprendizaje del guion (no estoy totalmente de acuerdo con el termino aprendizaje) es una experiencia, es un proceso. En ese proceso hay un guía, un facilitador y hay una persona que se entrega al facilitador para sacar de sí su potencial creativo, estrictamente hablando. Muchas veces hago referencias con la música, porque soy un poco músico al mismo tiempo. Hay una maestra, una mentora de música, Nadia Boulanger, que en Francia ha sido quien guió a gente como Astor Piazzolla, Abel Visconti, grandes músicos, y, lo que ella misma representó como creadora es mucho más importante que lo que ella logró fomentar, estimular, inspirar a otros músicos. Creo que el rol del consultor es ese; no pasa por normas. Hay un conjunto de normas que podemos decir que son reglas. Este es un enfoque más bien norteamericano o anglosajón de la escritura de guiones, que no descalifico, pero de ninguna manera es lo único —ni quizás lo más importante— entonces no le diría a un joven guionista que quiere embarcase en ese camino que ignore completamente estos manuales que tienen una serie de normas o recetas, o fórmulas, no sé qué palabra podemos usar, pero que no use eso como única brújula en su camino.

Desde mi punto de vista, los principios son más bien algunas maneras de ver las cosas que no son reglas, son pautas que permiten al autor o al creador decidir para dónde ir. Lo que me molesta un poco con la idea de las normas es que a veces pueden sonar un poco como que esta es la manera correcta de hacer lo que sea, ya sea escribir un guion o construir una mesa. Y el principio es, más bien, una especie de concepto general que permite a cada uno encontrar, quizás, su propia norma (podemos llamarla así), pero una norma única y personal que le permite a esa persona obtener los resultados que está buscando en el plano creativo.

Octavio Fraga: Tomando como base su experiencia como tutor y asesor de guiones, volveré sobre esa experiencia que usted tiene, ¿cómo ha evolucionado el guion cinematográfico en los últimos años? ¿Cómo lo ve hoy?

Miguel Machalski: El guion ha ido evolucionado en la medida en que el mercado ha ido evolucionando. La manera de ver cine ha ido evolucionando, los costos de producción —todos estos elementos que son periféricos, que son colaterales— han incidido también en la manera de escribir guiones, sin hablar de las series de televisión, que han introducido nuevas pautas narrativas. Hay quienes repudian el lenguaje televisivo como menor. Yo no lo considero así, sobre todo algunas series que he estado viendo que me parecen de una escritura excelente. Eso sí, el protocolo, la manera de encarar la escritura del guion y la manera de contar cuentos ha cambiado mucho, y hay que incidir mucho en guiones de largometraje, a tal punto que no son pocos los proyectos que yo asesoro actualmente, que están presentados como largometrajes, pero que en realidad puede convenir más que se conviertan en series. O sea, desde el punto de vista de la eficacia del relato, presentan nuevas posibilidades de producción, según el país, los fondos y demás. Esa no es mi área de pericia. Yo algo sé de eso por, simplemente, estar por ósmosis, por estar ahí, pero lo que a mí me interesa es cuál es la mejor manera de contar.

También hay una cosa que estoy viendo mucho en los últimos años: ¿hasta qué punto los autores son tributarios de los fondos de apoyo de sus respectivos países? Teniendo en cuenta que trabajo con muchos países en diferentes continentes, un guion que logre generar los fondos necesarios para hacer la película, la pregunta subyacente no es cómo hago para hacer la mejor película que quiero hacer sino cómo hago para convencer a los comités de lectura para obtener los fondos que necesito. Y digo que a veces esto es falso, porque es una especie de profecía autocumplida. No es que realmente los comités sean tan cerrados, aunque a veces lo son, sino que el autor empieza a decir: “Uy, si pongo esto no le va a gustar a este o al otro”. Me parece una presuposición no siempre acertada, pero eso va configurando un poco la escritura de guiones, es un tema bastante largo.

Hay otro tema que se ve mucho en la cuestión de los géneros. Hace algunos años la ausencia de un género definitivo no era un problema, muchas películas eran dramas o comedias dramáticas. Hay una cierta tendencia, hoy en día, de ir hacia el género porque es una etiqueta más visible, más nítida, que permite colocarse frente a un público que no está. Este es un fenómeno mundial, obviamente tiene mucho que ver con internet y con las plataformas que permiten ver películas fuera de las salas, también porque yo creo que el género atrae mucho. No digo que este es un elemento de marketing, no es mi especialidad tampoco. A veces incito a que una película tenga un género bien identificado o un género múltiple. Puede ser comedia y thriller al mismo tiempo, pero que sea identificable permite, más fácilmente, acceder a los fondos financieros —y a cualquiera que evalúe un guion— a identificar un poco más el tipo de película de la que se está hablando, y no impide, por otra parte, estar contando algo mucho más relevante.

Octavio Fraga: Volviendo sobre ese mismo análisis de los guiones que ha leído en los últimos años ¿Podría identificar alguna tendencia, corriente de conjunto, de maneras de hacer el guion que rompa con lo que se ha hecho anteriormente?

Miguel Machalski: No, yo diría que una cosa que voy notando es que cada vez más el standard o el nivel técnico-profesional de escritura está mejorando mucho en todas partes del mundo. Me pasa mucho menos, es decir, en estos guiones que son un poco como un ovni, que están escritos con un standard que uno no entiende, que tiene una letra muy pequeña, entonces la extensión está un poco distorsionada, uno no sabe, tiene sesenta páginas. Yo no sé si es una película de una hora o de dos horas, o que no respetan normas previas. Son esas reglas de escritura que permiten una lectura, que el lector esté manejando las mismas referencias. Entonces yo creo que cada vez más se está profesionalizando la escritura. Ahora, el tipo de narrativa no tanto. Lo que sí hay muchos cambios en los temas, hay más proliferación de temas sobre las diferencias de género o la cuestión transgénero, mucho guion, muchas historias que giran en torno a ese tema. Son tópicos de la sociedad muy actuales. En Europa se aborda mucho sobre los refugiados, ya están empezando a aparecer, sobre el tema de Ucrania, de Rusia y, por supuesto, los temas medioambientales. Eso a granel. Lo que va pasando en la sociedad se ve reflejado —consciente o inconscientemente— en las historias que se cuentan.

Octavio Fraga: En el libro usted apunta, con muchos subrayados, diría yo, lo crucial que resulta el personaje en el empaque del guion. Me gustaría que profundizara en esa idea, es un capítulo muy importante.

Miguel Machalski: Sí, cómo no, antes de hacer eso, quisiera añadir un poco, con respecto a lo que decía antes.

Octavio Fraga: Adelante.

Miguel Machalski: El tema medioambiental, el tema de las guerras, el tema de las crisis económicas, el tema de las crisis individuales con respecto a las tendencias o pertenencias de género, así sean muy importantes, suele suceder que se convierten en géneros, donde el tema de la historia es la dificultad que tiene un individuo en que acepten que es una mujer en un cuerpo de hombre. Ahora, no todos los individuos que tienen esta problemática son iguales. Si tú eres una mujer en un cuerpo de hombre y yo soy una mujer en un cuerpo de hombre, tenemos además de eso muchos otros factores que nos definen como seres humanos. En las películas de refugiados, muchas veces los personajes se definen como refugiados, y nadie es solamente un refugiado, cada refugiado es único, y esto en realidad es como casi una introducción a tu segunda pregunta, el personaje. Un ser humano no es representativo de un lugar en la sociedad, o de un pensamiento político, o de un lugar histórico, cada ser humano tiene factores singulares que hacen que ese personaje —dentro de su contexto— tenga ciertas conductas, ciertos comportamientos, y eso me parece muy importante, porque me encuentro mucho con personajes genéricos que son prisioneros de la historia y del tema, y no artífices de la historia y del tema. En una palabra, si tú quieres hablar de alguien que es xenófobo o racista, que no quiere, de ninguna manera, que vengan refugiados a su país, y tú quieres hacer una denuncia a través de ese abordaje, si la película o la historia se queda solamente en el plano de la denuncia se convierte, muy fácilmente, en un panfleto. El público que va a estar de acuerdo con eso que tú dices, ya está de acuerdo desde antes. Un fascista, un nazi, un racista, no va a ver esa película. Entonces estás dirigiéndote a los que ya están convencidos. Entonces yo cuando me veo con ese tipo de cosas, pienso, bueno, vamos a ver quién es este tipo que es racista, qué dice este tipo que tiene ese odio, ese miedo del otro. Entremos más en su mundo interno, veamos cuáles son sus demonios internos, veamos con qué se está peleando él para estar peleándose en el otro, en qué medida él se siente similar al otro y no le gusta esa similitud que ve en él. Entonces, su rechazo del otro es un rechazo de sí mismo, en una palabra, hay un poco más psicológico sin ser lo que llamo psicologista. No soy muy aficionado a las películas que hacen como terapia del personaje dentro de la película, pero sí me parece interesante que los guionistas se detengan a ver quién es esa persona que está en ese lugar, porque va a crear personajes mucho más reales, con muchos más matices, y va a plantear el problema desde otro lugar que el de las circunstancias. O sea, el hecho de que ese tipo sea racista y no que quiera que vengan ucranianos a su país, no es solamente producto de las circunstancias, es producto de un perfil y de factores de su vida que le generan ese rechazo. Y si no hubieran extranjeros que quieren venir a su país, tendría ese rechazo en otro lugar de su vida, porque lo que tiene que resolver no es que los ucranianos vengan o no vengan, tiene que resolver cosas en él. Entonces yo creo que hay una complejidad —que muchas veces falta— en el momento presente, en los guiones que leo y trabajo mucho. Le dedico mucho más tiempo a trabajar en quiénes son esas personas que están en ese lugar, en la trama, el argumento, la estructura, pero, a mi modo de ver, es dependiente de lo otro.

Harold Pinter, por citarlo, decía que él ponía a sus personajes en una situación, imaginaba las situaciones y después se sentaba a ver qué hacían en esa situación. Me parece muy bonito como idea, porque además no son títeres que uno mueve a su antojo, hay que ver quién es esta persona y por qué hace o no hace lo que uno le está imponiendo a través de la trama, del argumento.

Octavio Fraga: Uno escribe para un público, obviamente, ¿pero podemos hablar de un tipo de público, de muchos? ¿qué variables debe manejar el guionista sobre este capítulo, considerando que los lectores fílmicos resultan sujetos intocables?

Miguel Machalski: Bueno, lo que pasa es que a veces yo escucho en muchos de los paneles donde comparto con otros colegas, sin decir que tienen razón o no, “tú escribe el guion que quieras, no pienses en el público, no pienses en el dinero, no pienses a quién está dirigido, porque si no eso te va a frenar”. Estoy un poco de acuerdo, pero no del todo. Pienso que no sirve para mucho que tú te pases horas, días y semanas, cuando no años, desarrollando una historia que finalmente no tiene un destinatario. En el otro extremo, está la cuestión de escribir pensando tanto en el destinatario que ya no estás escribiendo la historia que quieres escribir, sino la que piensas que el otro quiere escuchar, ver o leer. Un guionista es un poco como los acróbatas, los malabaristas chinos tienen como no sé cuántos platos dando vueltas. Entonces, tiene que estar atento a que no se le caiga ninguno, estar atento a todos. Este es el cuento, la historia, el guion que me sale de las tripas, del corazón, es lo que quiero contar, pero estoy contándolo de una manera que la gente a quien yo quiero llegar me pueden escuchar, les va a interesar escucharme. Creo que era John Steinbeck, que decía: “Una historia no sirve para nada si no trata sobre el oyente”. Puedo contarte una historia que te sea muy ajena, que no tenga nada que ver con tus circunstancias personales, pero que tenga algún vínculo universal que puedas traspasar, trasponer a tu realidad. Hay que pensar en el espectador en este sentido, si yo le escribo un poema de amor a mi amada y ese poema es tan enigmático que no me va a entender, yo entiendo que venga una persona y me diga: “Mira, Miguel, si tú quieres realmente acomodarla, escribe una cosa un poquito más…”, Hay que buscar un equilibrio entre la calidad poética y una lectura para esa persona, que es mi amada, porque si no caes al puente. 

Dicho esto, hay también otro asunto a contemplar, y tiene mucho más que ver con aspectos no estrictamente guionísticos y creativos. En qué nicho del mercado uno se quiere colocar. Si tú estás pensando en hacer una película autoral, bastante pequeña en términos de producción para el circuito de festivales, vas a tener que aceptar que el público sea bastante restringido y que de repente estás escribiendo una historia, una película “difícil”, como puede ser hoy en día Tarkovski para un espectador que no tiene experiencia cinematográfica o un joven que ve películas de superhéroes, está bien. Pero muchas veces lo que va a impedir que se haga son cuestiones financieras, no hay público suficiente, sin entrar en cuestiones comerciales de lucro, sino simplemente de sostenibilidad, de viabilidad. Yo recuerdo una anécdota, no voy a dar nombres, en un momento dado empecé a trabajar con un argentino, por cierto, un muchacho joven que había hecho un par de películas de muy bajo costo, muy festivaleras, muy personales, bonitas, interesantes, con calidad, pero para un público, digamos, restringido. Este cineasta quería pasar a otro tipo de películas más grandes, de presupuestos considerablemente más elevados y —palabras suyas— donde su abuelita no se quedara dormida. Entonces yo digo, okey, lo entiendo perfectamente, eso significa que vas a intentar buscar ciertos mecanismos dramáticos y narrativos para enganchar un poco más, siempre que enganchar no signifique algo ofensivo o que rebaje, y en realidad, finalmente no hubo caso. Cada vez que él escribía una nueva versión del guion volvía con un texto donde muy probablemente la abuelita se iba a quedar dormida. Entonces le dije: ninguna cosa es buena o mala, eres tú quien estás diciendo que quieres hacer este tipo de película con este tipo de guion. Entonces, vuelves a hacer la tercera película, pero no vas a conseguir dos millones de dólares como estabas pretendiendo como presupuesto. Esto lo puedes hacer, pero con trescientos mil dólares. El guionista tiene que tener una noción sobre la realidad del mercado, mal que nos pese usar esa palabra. Incluso, las pequeñas películas autorales de arte y de ensayo, tienen también su mercado, y no es sostenible, uno no puede ser cineasta haciendo películas que no entren en cierto circuito que te permita ejercer este oficio como profesión y no como hobbie.

Octavio Fraga: Ahora lo voy a ubicar en el crítico de cine que tributa hacia las publicaciones generalistas, que son muy importantes porque llegan a un público mayor. Quizás usted no esté totalmente de acuerdo conmigo, pero los contenidos de estas publicaciones siguen siendo el director y los actores protagónicos de la película, el centro de atención de la crítica, y el guion y la labor del guionista resulta relegada, ¿por qué?

Miguel Machalski: Yo estoy de acuerdo con eso y pasa porque el guion es un elemento un poco invisible en la película. Fue visible al principio, porque lo primero que hay de la película es el guion, quiera uno o no, salvo muy pocas excepciones. Hay cineastas que filman sin guion. No sé, John Cassavetes. Hay algunos ejemplos, pero son excepciones que ponen una regla. Hoy en día es muy difícil que le den dinero a un cineasta para hacer películas sin un guion, pero, hablando del guion, ese primer elemento se va disolviendo en el proceso de elaboración de la película hasta terminar desapareciendo. En la película no es que desaparezca, pero es como digerido por ella, y ya lo que sale luego es otra cosa. Lo que pasa es que también —creo que lo dije en el libro, lo digo todo el tiempo—, el guion es un poco híbrido, porque uno está escribiendo palabras en papel que tienen que reflejar imágenes en la pantalla, es como escribir una pieza de música para un escultor, ¿exagero?, no es tanta la diferencia. Una parte es la disciplina literaria por más que no se considere literatura y, la otra, es una disciplina audiovisual. Entonces, ¿qué pasa? Que la figura del guionista va como un poco desapareciendo, por lo menos ante el público. Por supuesto, de puertas adentro, porque se sabe quiénes son los guionistas, quiénes son los buenos, pero para el público es muy difícil que el guionista se conozca. Y otra razón, no menor, es que son pocos los directores que abiertamente agradecen o estiman que el éxito de una película es también responsabilidad del guionista. Más bien lo ocultan, No muy agradable para decir, tampoco es muy agradable de experimentar. Una vez más soy un poco precavido con respecto a dar nombres, pero hay casos de binomios de director y guionista que producen películas sumamente interesantes en gran parte, por lo menos en un cincuenta por ciento si no más, gracias al guion. Y, una vez que esa película se realiza y sale, el realizador como que oculta o por lo menos no menciona al guionista. Esto no ocurría tanto en el pasado. Buñuel siempre habló muy claramente de que Jean-Claude Carrière era su guionista, no su co-guionista, era su guionista. Obviamente, si tú paras a alguien en la calle y le dices: “¿Conoces a Jean Claude Carrière? seguramente no sepa quién es. Este un fenómeno que tiene que ver, también, con que el público lo que ve es la película, no ve el guion, incluso la figura del consultor, del asesor de guion, ahora ya empieza a ser un poquito más conocida, pero hace unos años, yo decía que trabajaba de asesor de guiones y me decían: “What’s that? ¿Qué es asesor de guión?”, como si pudiera imaginar que el pintor tiene un asesor —ponle verde y no azul—; entonces, eso te dice hasta qué punto el guion es como un elemento que tiende a pasar al olvido.

Octavio Fraga: Algunos investigadores de la cinematografía estadounidense apuntan a que los productores de Hollywood son verdaderos conocedores del guion ¿mito o verdad?

Miguel Machalski: Son conocedores del tipo de guion que necesitan para entrar en un mercado muy específico, que es el mercado norteamericano. Esto no es ni verdad ni mentira. A muchos productores de Hollywood tú les das un guion de Krzysztof Kieślowski o le das un guion de Fernando Pérez o de Lucrecia Martel y no sé si pueden evaluarlo debidamente ¿Por qué? Porque no tienen las herramientas. Y los hay también realmente cinéfilos, que saben mucho de cine, que ven todo tipo de cine, saben evaluar los guiones desde ese lugar. No hay que olvidar que la industria norteamericana no es equiparable con ninguna otra del mundo, salvo la india. Bollywood es la única industria en el mundo que maneja las sumas de dinero y el volumen de producción similar a Hollywood, y funcionan con una lógica también. Si una película va a costar ochenta millones de dólares, tanto el guionista como el asesor, como el productor, tiene que tener en cuenta que no pueden equivocarse, nadie puede equivocarse. Hay parámetros que hacen que una película tenga un potencial, que genere ingresos, que permitan una inversión de ochenta millones. Entonces no creo que sea ni mito ni verdad, la cuestión de todo depende del contexto, del tipo de industria, del tipo de película, si la película está destinada a un público local, doméstico —que hay muy pocas ahora— porque casi todas quieren entrar en el mercado internacional. Entonces, un productor francés que evalúa un guion latinoamericano, muchas veces, desde nuestra perspectiva, no está viendo un montón de cosas, pero está viendo otras, que él sabe cuáles son los elementos que faltan o sobran para que esa película entre en un circuito, ya sea más comercial, ya sea más festivalero, dentro de Europa. Es una cuestión de qué parámetros uno está utilizando.

Octavio Fraga: Mucho se ha escrito en los últimos años sobre el cine experimental y también sobre el guion experimental. Sobre este segundo capítulo, ¿me podría dar su definición?

Miguel Machalski: Experimental es algo que uno hace, ya sea en un laboratorio científico como escribiendo un guion, y lo hace a ver qué resultados da para establecer posiblemente algún standard a partir de ahí. Si yo hago el experimento de escribir un guion donde voy a decidir que lo escribo al estilo de Rayuela, de Julio Cortázar, en lugar de hacer un orden cronológico —no sólo un desorden cronológico— sino escribir las escenas de tal modo que uno pueda empezar en el medio, al final, o al principio, o donde quiera, y después saltar a otro lugar, me resulta bastante poco viable. Pero yo diría: “Bueno, bien, vamos a ver qué pasa”, es experimental porque uno lo hace una vez. Si los resultados son concluyentes uno de repente afina ese enfoque y termina convirtiéndose en una forma de crear guiones. Ahora, si el experimento falla, pues no se repite el desorden cronológico en las historias en mosaico que aficiona mucho a Guillermo Arriaga, el gran guionista mexicano que escribió Babel, Amores perros, 21 gramos. Es un cineasta que juega con el orden de causa y consecuencia de una manera magistral. Lo lógico es poner una causa y darle una consecuencia. Él lo que hace es coger las consecuencias y las pone dentro de las causas, entre otras cosas, en lugares y situaciones diferentes. Ahora bien, él no escribe guiones experimentales, a estas alturas menos que menos, lo tiene todo perfectamente dominado. Si yo te escribo un guion, como te decía antes, al estilo Rayuela, donde puedo empezar en cualquier lado, y primero hay que ver cómo se financia eso, porque es complicadísimo que alguien apueste el dinero que hace falta para hacer una película hoy en día para un experimento. El problema es que el cine es costoso. Tú puedes escribir una novela experimental y que te la publiquen puede ser complicado, pero, en todo caso, los costos son muchísimo menores. Puedes pintar un cuadro experimental, puedes componer una música experimental, todo eso “no cuesta nada”, pero si haces un guion experimental, que, por supuesto tiene por objeto, como destino, convertirse en una película experimental, en el camino has gastado cientos de miles de dólares. Hoy en día, tú puedes ir con una cámara digital, tienes un programa de edición y, es cierto que puede costar muy poco, y ahí puedes hacer lo que quieras, puedes ser totalmente experimental. Pero luego hay que ver qué haces con ese trabajo finalizado, cómo se difunde, si vas más allá de una cosa que uno hace para uno mismo. A veces me han venido con guiones experimentales, yo tengo poco para decir, no tengo muchos elementos. Digo: “Bueno, a ver, haces la película y después hablamos”, porque desde el guion es difícil evaluarte, es muy personal y, además, en lo experimental el creador tiene en la cabeza una visión de lo que eso puede ser, que difícilmente pueda plasmar en la página. Yo quiero hacer películas experimentales dentro de lo que es la “industria cinematográfica”, y lo pongo entre comillas porque entiendo que es una palabra un poco ambigua si se quiere. Está todo el tema del acto creativo, enmarcado dentro de cierto lugar que llamamos mercado.

En mi casa puedo ser todo lo experimental que quiera, a partir del momento en que empiezo a salir afuera con ese guion experimental, no sé hasta qué punto puede ser recibido o entendido, y en el último instante, generar interés y comunicación, porque uno crea para comunicar.

Octavio Fraga: ¿De cuáles herramientas no se puede desprender un guionista para hacer una buena historia?

Miguel Machalski: Siempre teniendo en cuenta que puede haber excepciones, es bastante difícil prescindir de la noción de conflicto en un entorno. O sea, si yo te cuento que esta mañana me levanté a tal hora, y me duché, y comí un desayuno de frutas con una banana y un durazno, y que luego salí a dar un paseo con mi perro y después volví a casa y me puse a leer un guion, y lo dejo ahí, bueno, ¿y, para qué me estás contando esto? Si yo digo que salí y en el parque cuando fui a dar un paseo me encontré con la oreja de un ser humano, como en Blue Velvet, en Terciopelo azul, de David Lynch, apareció un conflicto que no tiene que ser una pelea, apareció algo que no va con la normalidad de una situación, porque realmente uno no se encuentra con orejas humanas con facilidad cuando está paseando el perro en el parque, no necesita ser tan grande la historia. Estaba caminando por el parque y de repente escucho que dicen “Miguel”, y veo a un amigo que hace cuarenta años que no veo, ya eso merece que se esté contando una historia, porque estoy contando algo que es excepcional dentro de la normalidad de la situación. Hay que entender que normalidad de la situación no es la normalidad aceptada o consensual; digamos, un asesino no nace, un asesino a sueldo lo que hace es matar gente por contrato, eso no es que sea una vida muy normal, pero si yo empiezo mi historia así, hasta ahí no hay conflicto. El conflicto va a aparecer el día en que ese asesino recibe un contrato y en lugar de ejecutarlo no lo hace, o sea, hay una ruptura perfecta de la normalidad en la vida de ese personaje. Entonces, yo entiendo el conflicto en un sentido muy abierto. No porque tiene que haber armas o muertes, o bolsas con millones de dólares. Conflicto en el sentido de que la armonía, que puede ser bastante disfuncional tiene una ruptura y puede haber excepciones. Son muy pocas, pero las excepciones no me sirven si no es para confirmar una regla, hay muy pocas películas donde realmente ves que no hay algún tipo de conflicto, porque el conflicto es el que genera inquietud, expectativas, que son todos elementos que generan interés.

Eso puede estar hecho de una manera mucho más sutil, mucho más obvia, puede aparecer antes o después en el relato. No estoy hablando de la forma sino del fondo, esa es una herramienta que muchas veces yo creo que falta en las historias. No sé si hablar de esto, pero me voy un poco a otro tema, y es que el cine latinoamericano se convierte en un género. Un muchacho que vive en una villa, que no logra conseguir trabajo, y le proponen hacer de camello y entra en el mundo del narcotráfico, por supuesto que es altamente dramático y conflictivo, pero el problema, más bien lo interesante, es cuando le dicen que tiene que vender drogas a un pariente suyo que él quiere mucho; ahí estamos entrando en otra dimensión, cómo va a resolver él ese problema, ese dilema.

Muchas películas latinoamericanas, no necesariamente por voluntad de los creadores, sino por una especie de presión consciente o inconsciente del llamado mercado internacional, generan historias que responden a las expectativas de ese mercado. Es muy difícil que una película de amor o una película de desavenencia conyugal lleguen al mercado internacional. Eso se está flexibilizando, las películas argentinas están empezando a salirse de ese esquema, pero durante un tiempo eran problemas políticos, los desaparecidos, los problemas económicos, los temas que mediáticamente se supone, constituyen la identidad de un país. Una película cubana, a ver cómo entra en el mercado internacional si no menciona de una u otra manera la Revolución, la situación política de Cuba, una historia donde no pones esto, sino es más simplemente como telón de fondo, pues difícilmente esa película va a ser producida y asumida en el llamado mercado internacional. Esta es una cosa subjetiva, es una gran lástima y es una estrechez de mira de parte del mercado internacional.

Octavio Fraga: ¿Una película se pueda considerar “creativa” porque ha roto con las estructuras que le preceden, con las estéticas y narrativas de guiones anteriores a estas otras producciones?

Miguel Machalski: Bueno, hay que hacer la distinción en lo que es la película y lo que es el guion.

Octavio Fraga: Perdona, Miguel, siempre me estoy refiriendo al guion, ¿para que el guion se considere creativo tiene que haber roto con los anteriores que le precedieron?

Miguel Machalski: No, porque realmente a veces me parece que hay un esfuerzo tan grande en ser original que uno cae en lo pretencioso, en lo enigmático, en lo poco entendible. Como estamos hablando justamente del guion con respecto a la película, es obvia la intención de ser originales y creativos, tan es así que resulta un poco artificial, pero luego, existe esa posibilidad. Ahora, un guion que trate de romper con esos esquemas, que la intención sea romper con ese esquema, lo veo más difícil, porque uno puede llegar a no entender qué tipo de película quiere hacer. Voy a hacer una analogía con la música, es un poco como que el guion es una melodía, el director va a ponerle la armonía, y es interesante cómo melodías bastante simples cuando uno ve la nota, la nota única que recorre la melodía, se convierte en otra cosa, porque los instrumentos que se usan le dan otra pátina, se escucha de otra manera. La voluntad preexistente de que voy a escribir algo creativo y original puede ser un poco peligrosa y no conduce a nada, porque además genera una especie de obligación que uno se impone a sí mismo como guionista, de que hay que ser original o creativo.

Octavio Fraga: En el libro usted dice: “El propio guion puede considerarse como un adversario a superar o un enigma a descifrar” ¿Se refiere al distanciamiento necesario del texto que “exige” una segunda lectura?

Miguel Machalski: Yo no sé si estoy totalmente de acuerdo con eso ahora. (RISAS)

Octavio Fraga: Lo dice usted. (RISAS)

Miguel Machalski: Sí, sí, ya sé. Pero cuántas cosas digo con las cuales no estoy de acuerdo, con los años que pasan ni hablar. No es que no esté de acuerdo. Alguien de la Nouvelle vague francesa, —no me acuerdo si fue Truffaut o Godard— decía que había que filmar contra el guion. Porque ellos tenían otra postura y estaban en una postura anti Hollywood, y entonces consideraban el guion como un mal necesario, en ese sentido la palabra adversario aparece ahí, y con eso no estoy muy de acuerdo. Hay ciertos cineastas que pueden tener la capacidad de filmar con o sin guion, o con una hoja de ruta, más que un guion, pero no todos pueden, y no son necesariamente más o menos talentosos. Cuentan que con Óscar Wilde, fueron con seis páginas al fondo de apoyo y le dieron el dinero para hacer su película muy interesante. Django Reinhardt, el guitarrista gitano, había perdido dos dedos de la mano izquierda y tocaba con tres dedos, ¿esto qué significa, que todos los guitarristas tenemos que tocar con tres dedos? Yo diría, mejor considerar el guion como un cómplice, como un aliado, y no como un adversario. Yo mismo tengo dudas, no sé qué quise decir con eso, lo voy a confesar, hay que ver qué tenía en la cabeza. Un enigma a descifrar también.

Sí me parece interesante un guion que no te está sirviendo en bandeja todas las respuestas, que va generando preguntas, pero si es demasiado enigmático te vas desentendiendo, vas perdiendo la conexión, te vas desinteresando. Es bueno que un guion sepa usar la narrativa de manera que vaya generando siempre interés, no necesariamente tiene que ser de esas cosas, un poco sensacionalistas de algunas películas; hay maneras más sutiles o más artísticas, o más originales, por cierto.

Hablando de la originalidad, muchas veces la originalidad es encontrar la manera de sugerir o plasmar ciertas nociones, ciertas ideas de una manera nueva, en lugar de usar un flash back o utilizar algunos clichés, que siempre han sido clichés visuales. El personaje está muy perturbado y pone la cabeza debajo del agua, y en el último momento sale así para afuera: ¿en cuántas películas hemos visto esto? A ver si el guionista se las ingenia para dar a entender esa misma angustia que tiene el personaje de una manera diferente. Entonces la creatividad, esto es con relación a la pregunta anterior, se va a centrar más en ciertos detalles y no tanto en contar una cosa original en su conjunto, y eso, con respecto al enigma, me parece más interesante, me parece que sí funciona, que puntualmente haya enigmas y que no en la totalidad del guion, como está, como dice la cita, sea enigmático.

Octavio Fraga: ¿En el cine latinoamericano es hoy una pieza importante el consultor de guiones?

Miguel Machalski: Está volviéndose, y digo esto porque hace casi treinta años que estoy en esto, un poco menos, y al comienzo era una figura que no se entendía mucho, de la que se desconfiaba mucho; en el cine europeo también, no sólo en el latinoamericano. Hay que ver, hasta qué punto se veía al consultor de guion como el que intervenía en la industria norteamericana para convertir el guion en algo más vendible y comercialmente válido, con lo cual era una figura que un poco molestaba para el cine de autor, y los europeos y latinoamericanos rechazaban eso hasta que esta figura se fue volviendo más habitual, y además, se fue entendiendo, un poco más, como eso que dije al principio, un facilitador, un acompañante, alguien que va a ayudar al guionista-director —que muchas veces es la misma persona— a hacer la película y contar la historia que él o ella quieren contar, y no hacer la película que va a entrar dentro de determinado cliché de mercado. He trabajado mucho, cada vez más con Perú, con Chile, con Brasil; he trabajado mucho también en Colombia. Es una figura que se va aceptando cada vez más y, además, se va confiando cada vez más en su cometido, porque surgen cada vez más consultores como Ana Sanz, de quien te hablé antes, Michel Marx, un francés que también es hispanohablante, o Gualberto Ferrari, son latinoamericanos con accesibilidad artística. No están mirando al guion como un producto sino como obra, en todo caso a una obra que va a ser la película, pero sí, últimamente no tengo tanto problema o ningún problema en explicar qué es lo que hago. Mis amigos, que no saben nada de eso, vienen y me dicen: “Lo que haces es traducir los guiones”, “No, no es traducir los guiones”, les digo. Es más, como un terapeuta. No me considero un doctor, como dicen, soy un terapeuta del guion y del guionista. Porque hay que ver hasta dónde uno llega, hasta las profundidades del alma del autor, a través de las historias que están contando, que nunca son anodinas ni banales.

Octavio Fraga: Me apropio de otra cita suya, donde dice: “El haber visto mucho cine no proporciona los instrumentos suficientes para analizar la escritura guionística”. Eso es cierto, sin embargo, en mi vivencia, al compartir con amigos que son parte del mundo del cine, veo que se avista como una idea generalizada ¿Por qué?

Miguel Machalski: Esto ya lo hemos visto muchas veces. El que analiza el guion de la película a partir de la película, o bien recalca problemas del guion o bien los edita; además, la película ha pasado por una segunda escritura que es el montaje, no hay que olvidarse de esto, y esto es lo más interesante para mí. La primera vez que leí un guion, lo analicé, hice un informe, y después vi la película, después me pasó miles de veces. Hasta qué punto uno tiene que poder, desde la lectura del guion, vislumbrar los posibles problemas que pueden aparecer en la película. Encuentro muchos guionistas que no han visto mucho cine, y que han visto el cine de los últimos veinte, treinta años, con suerte, y que incluso no saben quién es Tarantino, o los hermanos Coen. Lo que me parece muy importante es leer guiones. Uno ha leído cientos, cuando no miles de libros en su vida, y aunque no haya hecho un análisis consciente de cómo se ha construido el libro le van quedando toda una serie de pautas y parámetros que a la hora de sentarse a escribir, obviamente, sirven, están ahí almacenados. A mí me sorprende un poco, cuando entro en un taller de guion y pregunto, y hay treinta personas quiénes han leído cinco guiones en su vida. Bueno, hay unas cuantas manos que se levantan, diez guiones, hay mucho menos, y veinte guiones, no hay ninguna mano que se levante. Les digo: “lean guiones”, los manuales sirven mucho menos que una lectura meticulosa del guion, más la escritura de un guion, luego el ejercicio perfecto. Además, hay muchos guiones en internet. Ahora no hay la excusa de que no se consiguen los guiones porque sí se consiguen, uno lee el guion, reflexiona, toma notas, y después ve la película con el guion en la mano, y dice: “Esta escena que a mí me parecía un poco torpe o repetitiva, claro, la filmaron de esta manera”, O quedó bien porque hay silencios en la escena que en el guion no están sugeridos, en fin.

Ese trabajo de cotejar lo que se escribió con lo que quedó en la película me parece fundamental, pero sí, hace falta cierta especialización para poder leer el guion en la película, sabiendo que de repente lo que se escribió puede no estar ahí, o preguntarse si hay una cosa que falta ¿Habrá faltado en el guion también o no se filmó, o desapareció en la edición, o se cortó porque se filmó y no quedó bien? Eso no lo puedes saber hasta tanto no leas el guion, por supuesto.

Octavio Fraga: No abundan, por lo menos en Cuba, las películas con un solo actor, los llamados monólogos cinematográficos. Recuerdo, hace unos años, haber visto una de Almodóvar con Carmen Machi, La concejala antropófaga (España, 2009) que además hizo el guion en pleno rodaje de un largo y aprovechó un set de la película para rodar ese soliloquio, que es una maravilla, ¿Es complicado escribir un guion para un monólogo?

Miguel Machalski: Sí, complicadísimo. Este capítulo podría entrar dentro de lo que podría ser un guion experimental, en la medida en que se hace muy, muy poco. Luego está la cuestión de cómo se puede filmar eso. Hay dos películas interesantes, una creo que se llama Los inocentes, sueca o danesa, de un policía que está en su oficina y es el único personaje que se ve en pantalla, pero habla por teléfono con una mujer que le va diciendo: “Tiene que venir a ayudarme porque…”, En fin, hay todo un tema ahí, pero poco a poco uno va entendiendo que lo que la mujer le está contando no es la verdad. Todo esto lo vemos únicamente a través de este personaje, el policía, y la voz por teléfono de la mujer. Hay otra película reciente que se llama Buried, Enterrado, toda la película es un tipo en un ataúd, que está vivo y está queriendo salir del ataúd. Es una película sumamente angustiante. No es un monólogo, él está solo, pero tiene un teléfono, y el acto se va desarrollando a través de sus conversaciones por teléfono.

Una película, donde hubiera realmente un monólogo, puede ser una película bastante teatral, que no es mala cosa. Hay películas que son muy teatrales y me parecen fantásticas pero es un desafío guionístico importante, es más un desafío dramatúrgico. Es de un dramaturgo esto, es de un escritor de teatro, uno tiene que tener madera de escritor de teatro para escribir un monólogo, a mi modo de ver.

Octavio Fraga: ¿Qué importancia le atribuye, tengo colegas que no les gusta usar este recurso, a la emocionalidad para llegar al lector cinematográfico?

Miguel Machalski: Mucha, con el conflicto pasa lo mismo que con la emoción, se malinterpreta lo que significa emoción, emoción no es necesariamente que uno salga con las lágrimas rodándote por las mejillas, o que te dé un miedo así. La emoción es lo que nos define como seres humanos, y una película, a menos que la deliberada falta de emoción genere emoción, a ver si luego explico eso, pero en sí me parece muy importante que haya emoción. Si no hay emoción hay mucho chance de que la película sólo transmita algo a nivel cerebral, a nivel intelectual, y lo que pasa a nivel intelectual hace menos mella, queda menos en las personas que lo que pasa por el corazón, o las tripas, o como quieran decirlo, por las emociones. Además, la falta de emoción puede crear algo, un poco artificial. No existen los seres humanos sin emociones, existen los seres humanos que ocultan sus emociones, que niegan sus emociones, que reprimen sus emociones, y eso puede ser muy estresante. Una persona que —claramente el personaje— no reacciona ante cosas de las cuales todos reaccionaríamos normalmente, a mí me impresiona y me genera una emoción.

Hay una película polaca que habla de dos niños, eran pequeños, que matan a un niño más pequeño. Fue un caso real, esa película es muy difícil de ver, no tuvo mucha repercusión porque efectivamente, el público la rechaza, y está contada con una ausencia total de emoción, pero lo que está contando es muy potente. La emoción no necesariamente tiene que estar en la película, sino contada de tal manera que te genere una emoción. Hay películas donde no hay eso, en general pasan al olvido, y seguro que estas personas de las que hablas van a poder citar ejemplos, pero como siempre, los ejemplos son excepciones. Las excepciones no nos sirven aquí, esa película que pudo hacer eso funcionó por una alquimia particular, se juntaron una serie de factores que hicieron que funcionara bien con respecto al espectador, y que el espectador se metiera en la película. Quizás ese cineasta, en particular, supo hacerlo, pero ponerlo ahí como una especie de principio, volviendo a la primera pregunta tuya, me parece discutible.

Octavio Fraga: En el libro, usted le dedica un apartado al tema del pitching, personalmente no me gusta, he visto cómo se hace, he sido jurado de pitching en Cuba ¿Crees que sea el único camino o debe ser el camino para el futuro de un guion?

Miguel Machalski: No, lo que pasa es que el pitching forma parte de una lógica de mercado, hoy en día es muy difícil que un productor lea un guion, a menos que ya esté metido en el proceso de producción buscando proyectos. Lee un tratamiento de diez páginas de la película, hasta ahí no más, una sinopsis puede que ser de página y media. La ventaja del pitching es que el productor escucha en un tiempo relativamente corto varias presentaciones, proyectos, y ahí puede elegir ¿Que sea la mejor manera? No, no lo es, pero tiene que ver con la cantidad de proyectos que hay allá afuera, hay cientos y cientos. Tiene que ver con la cantidad de guiones que se escriben y, durante la pandemia no te cuento. Yo nunca trabajé tanto como en la pandemia. Se ve que todo el mundo estaba confinado en su casa y no tenía otra cosa que hacer que escribir guiones. Es casi como una condición sine qua non para uno poder salir afuera y presentar su guion.

Ahora bien, dicho esto, por un lado el pitching es como una especie de espectáculo, lo que es un poco lamentable. Yo he visto pitching de proyectos que además ya conozco y que son sumamente interesantes, y porque el guionista, el director, no tienen mucha facilidad de palabras o no son muy carismáticos. Lo que quieras, cae en saco roto o no se nota lo interesante que es. Entonces, hay también muchos, cada vez más, talleres y formaciones de cómo hacer un pitching y los buenos formadores que conozco, algunos, lo que hacen es potenciar las características de cada individuo. Si tú eres una persona tímida no te va a decir que hagas algo que va en contra de tu timidez, sino que uses tu timidez en la manera de presentar el proyecto, usan la singularidad de cada persona. Fuera de esto, el pitching es una herramienta creativa que puede ser muy interesante porque obliga al autor a poder sintetizar en pocos minutos, en pocas frases, la esencia de su historia. Una cosa con la que me encuentro muy frecuentemente, aparte de que los personajes son construcciones, son referenciales, son genéricos, es que no se sabe bien de qué quiere hablar realmente el autor, o bien hay tantos temas que se asfixian unos a otros, o bien el tema que se quiere tratar no se tiene claramente. Una postura ideológica de parte del autor es más interesante cuando esa postura la tiene que identificar el espectador volviéndose más activo en el proceso de participación de la película.

Desde mis talleres de guion les hago hacer pitching a los guionistas, pero no con el objeto de ellos presentar en un mercado su proyecto, sino a ver si son capaces de sintetizar el alma de su proyecto y, la mayoría de las veces, al principio, se van por las ramas. Incluyen detalles que no son pertinentes para uno entender de qué se está hablando, de qué quieren hablar. Eso es muy importante, porque los proyectos en los que uno no sabe bien de qué se puede hablar son muchos, y muchas veces es difícil, porque el autor está queriendo, quizás, hablar, de muchas cosas al mismo tiempo, está interviniendo su propia vivencia emocional, que vuelve engorrosas las cosas. Entonces, yo creo que mi papel como consultor lo asimilo un poco con el del terapeuta, es ayudar al guionista, al autor a identificar aquello que está impidiendo la claridad necesaria. Y el pitching ayuda mucho y es interesante en un proceso que creativo el pitching que se hace al principio. No estoy hablando del pitching en situaciones de mercado, estoy hablando, incluso, de estar a solas con el autor. Al final uno dice: “Ah, ya entiendo, en ese sentido sí valoro el pitching”.

Octavio Fraga: Bueno, Miguel, muchísimas gracias por su tiempo, muchísimas gracias por aceptar nuestra invitación. Y muchas gracias también por su libro.

Miguel Machalski: Un gusto.

Octavio Fraga: Ha sido muy edificante todo lo que nos ha aportado. Ya sabe, este Diálogos será multiplicado, socializado, y le va un abrazo desde Cuba.

Miguel Machalski: Bueno, devuelvo el abrazo, muchas gracias también. Cuídese mucho.

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Víctor Fowler: Viaje hacia el interior del conocimiento

Víctor Fowler. Poeta, ensayista, crítico e investigador cubano. (La Habana, 1960).

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

Es difícil enmarcar a un intelectual que apunta a ocuparse de las escrituras de un amplio diapasón de temas sustantivos. Es también, misión imposible afincarlo en los estrechos marcos de teorías inocuas, esas que descansan en baldas ancladas en los vórtices de la nada, dispuestas a legitimar la “filosofía” del menor esfuerzo y el trazo apurado. ¿Es pertinente poner en moldes los tesones de un hombre que apuesta por los pilares del pensamiento moral?

Enumerar los oficios que desarrolla mi entrevistado resuelve, en parte, la vistosidad del mapa intelectual que le distingue. Y, por otra parte, permite cartografiar la complejidad de sus empeños y las ganas de hacer de quién ha entregado mucho. Pero, claro está, no le basta.

Poeta, ensayista, crítico, columnista y escritor, entre otros deberes no reseñados en publicaciones y notas de un libro, a Víctor Fowler se le acaba de conceder, con total justeza, el Premio de Periodismo Cultural José Antonio Fernández de Castro (2023), que otorga el Ministerio de Cultura de Cuba. Entonces, se impone hacer recuento de su labor, de sus más descollantes resultados, a sabiendas de que con el tiempo habrá que sumar otros.

Este cubano forma parte de los que andan inquietos por la vida, de los que el tiempo no le alcanza. A fin de cuentas, todo queda en un suspiro que se diluye en los quebraderos del mar.

Se graduó en 1987 como Licenciado en Lengua y Literatura Española en el Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona, pero no le fue suficiente. Tampoco, trabajar en el Programa Nacional de Lectura de la Biblioteca Nacional José Martí o asumir la dirección de publicaciones de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, donde dirigió la revista digital Miradas.

Son también elegidos trazos de sus empeños, donde el lirismo y la metáfora cobran sentido para su vida, haber escrito más de una docena de poemarios acogidos por las editoriales Extramuros, Letras Cubana, Editora Abril, Ediciones Unión o Ediciones Matanzas.

Compulsar ideas, desanudar reflexiones y, lo más importante, avistar los horizontes imperceptibles que nos aguardan, resueltos con lúcida prosa para entendernos como nación, incluyen los cometidos y las escrituras de Víctor Fowler.

Todo este capital habita en papel impreso, en sus ensayos La Maldición. Una historia del placer como conquista (Editorial Letras Cubanas, 1998); Rupturas y homenajes (Ediciones Unión, 1998); La lectura, ese poliedro (Biblioteca Nacional José Martí, 2000); Historias del cuerpo (Editorial Letras Cubanas, 2001); Paseos corporales y de escritura (Editorial Letras Cubanas, 2013) y Caminos nuevos (Letras Cubanas, 2019), al que se le otorgó el Premio de la Crítica 2022. También, en plurales publicaciones periódicas.

Ante la urgencia de atrapar sus palabras en unas pocas cuartillas y, contribuir a su justa visibilidad como hombre de ideas, en medio de tanta frivolidad y palabras huecas que nos acechan, comparto las reflexiones de un colega, al que me une, entre otros asuntos, las letras sobre lo más sustantivo y auténtico del cine.

—Poeta, ensayista, periodista. ¿Solventas esas dispares escrituras, desde una idea planificada o te aflora lo espontáneo como acto de legítima creación?

—Creo que de forma mezclada. El ensayismo exige una perseverancia dura, como la de corredores de larga distancia que a diario se entrenan (hace poco vi un documental al respecto) en las condiciones más duras. En mi caso, se trata de los centenares y, a veces, miles de páginas que debo revisar y leer para escribir un texto. Comprar, comprobar, analizar, marcar, extraer, tachar, seleccionar, conectar… es un esfuerzo enorme y agotador; aunque, a decir verdad, también alegre, divertido, en cada nuevo descubrimiento que uno mismo va haciendo al mismo tiempo que avanza la escritura. La poesía, por su parte, unifica el arrebato con cierto diseño. Lo primero es una especie de disparo hacia la emoción y con ello me refiero al momento en el cual una imagen, una frase, una sonoridad o sensación provocan ese extraño cortocircuito inicial, seminal, para el poema); lo otro, la angustia del diseño, corresponde a las horas, días, semanas —en ocasiones se puede demorar años— en los que ese pequeño elemento original se instala en el cerebro y allí te acosa, persigue, reaparece en los momentos más inesperados, abruma y exige diseño, proyecto, plan y solución.

“Es increíble, cuando se observa de lejos, todo lo que hacemos (¡a la misma vez!) para la escritura del poema, pues tenemos que “resolver” problemas de sonoridad, sintaxis, significado de las palabras, organización estrófica, relaciones con el entorno inmediato, con la tradición nacional, el ámbito de la lengua y con la literatura universal.

“Dejé para el final el periodismo para destacar que aquí se agrega, a todo lo que antes señalé, la tremenda tensión dialéctica que impone la inspiración que ya sabemos, la obsesión que persigue, el sufrimiento para encontrar la estructura adecuada al contenido que se desea expresar, más la obligación de no sobrepasar la cantidad de líneas que nos fueron asignadas y el dictado (verdadera hacha sobre la cabeza) de la fecha de cierre. Para colmo, mientras mayor alcance se proponga periodista y periódico, más exigencia habrá en cuanto al uso de lenguajes altamente comunicativos a la vez que la intención de compartir y movilizar ideas socialmente significativas.

“En mi caso, lo mismo se alternan que se entrecruzan; al menos, eso quisiera”.

—¿De cuáles zonas del escenario cultural cubano te nutres más para el ejercicio periodístico? ¿Por qué?

—Esa pregunta es difícil porque me fascina todo o, en general, la dinámica de los procesos culturales en toda su extensión; dicho de otra forma, lo mismo las particularidades de “hechura” de una película, cuadro o libro que los flujos y fuerzas que modelan el consumo o la interpretación. Amo la capacidad creativa humana, en el campo cultural en este caso (y toda creación, uso, adaptación, consumo) es hecho de carácter cultural. Creo que mis preguntas de siempre son: ¿por qué? ¿cómo? ¿para qué? ¿en beneficio de quién? ¿con qué intención? ¿qué no podemos ver? ¿qué se oculta detrás de lo evidente? ¿cómo son establecidas las conexiones?

—¿Qué tiempo le reservas a la lectura? ¿Cómo construyes tus prioridades de este capítulo y hacia donde apuntas con esa praxis?

—Leo en cantidades demoledoras y apabullantes. Sobre temas tan diversos que apenas consigo definir cuáles. Tal vez debo destacar la teoría literaria y, en general, del arte y la cultura; el cine; la poesía y la narrativa. En los tres a cuatro idiomas en los que puedo, con mejor o regular aprovechamiento; a veces utilizando servicios de traducción, que los hay gratuitos para suerte de gente como yo, y hasta imaginando las palabras. De lugares abiertos y transparentes; o de vericuetos bien enrevesados de la red global. Me suelen sorprender altísimas horas de la madrugada bien sea leyendo o intentando descargar algún texto para revisarlo más tarde; de hecho, ha habido ocasiones en las que la evidencia de claridad me indica que amaneció y allí estoy, en mi pequeña atalaya. Así mismo, no son pocas las ocasiones en las que tanto intento hacer que el agotamiento se encarga de vencer y termino, como decimos los cubanos, completamente “derrengado” en el sillón o con la cabeza encima del teclado de la laptop.

—En tus trabajos ensayísticos y del periodismo se avistan los pilares de la poesía. ¿Compartes esta mirada o padezco de daltonismo literario?

—La poesía cruza y permea todo. Allí se funden la interrogación por la verdad y la búsqueda de la belleza. Es tan difícil, bajo estos presupuestos, comenzar un texto como concluirlo en un fin que —en esencia— nos invita a una apertura: el viaje hacia el interior del conocimiento. Por cierto que, nunca acabado.

—Como necesaria practica social y cultural, la lectura ha ocupado recicladas líneas de tu labor intelectual. Sobre esta permanente urgencia, ¿cuál es el horizonte que no podemos perder?

—Leer ha sido una de mis formas favoritas para entregar y recibir amor. Gracias a la lectura he recorrido lugares imposibles y mágicos, reales o imaginarios; interactuado con grandes personajes y sus historias, los he escuchado, visto, casi que estado “ahí”. Pero también he podido conocer, evaluar, enjuiciar, integrar a mi quehacer y conceptos sentimientos, posiciones, enseñanzas, valores. La lectura ha sido mi gran acompañante, de horas mejores o peores, de lo alto y lo bajo.

“Para colmo, me tocó trabajar —durante años— como especialista del Programa Nacional de la Lectura, carne de mi carne, y entonces me atrevo a decir que si hay algún horizonte que no podemos perder es aquel que aparece cuando la lectura es juego, descubrimiento, alegría, búsqueda, voluntad de diálogo, confirmación de la raíz y salto en dirección al mundo. Refinamiento del lenguaje y de las ideas. Reproducción y producción de belleza. Más y siempre más”.

—Se estila organizar el periodismo por zonas temáticas. ¿Compartes estas fragmentaciones? ¿Por qué?

—Las comparto y las departo: manera esta de responder(lo) en serio y en broma. Un periodista puede tener su punto fuerte en un área determinada (por ejemplo, el periodismo deportivo). Imaginemos que hace una tremenda presentación —llena de emociones, conocimiento técnico y proposiciones creativas— acerca de un gran partido (de pelota, fútbol, voleibol, competencia de atletismo o gimnástica, etc.)

“¿Prestaron atención a que dije “conocimiento técnico”? Cuando se trabaja a primer nivel, ¿de qué otra manera obtenerlo, sino mediante el empleo de centenares de horas en la recopilación de informaciones, el rastreo y depuración de archivos (de texto, audio o audiovisuales), el establecimiento de redes de contacto con colegas del más alto grado de reconocimiento? En este sentido, en tanto crezca el grado de profesionalización, entonces va a ser más visible una suerte de división en parcelas (temáticas) para la profesión periodística.

“En paralelo a ello, la condición transversal de numerosos temas hará que sea posible —a lo largo de campos diversos— generar escritura a propósito de problemas que, de una u otra forma, se manifiestan en todos; ello obliga, sin duda, a una muy sólida formación y al procesamiento de cantidades muy grandes de información que, además, tendrá que provenir de diferentes fuentes y campos. Transformar dicho proceso de investigación y filtraje en textos de valor periodístico es ya un tremendo desafío.

“Ahora, en un tercer lugar estará el trabajo de aquellos pocos que lo mismo pueden desarrollar su trabajo en terrenos de estricto análisis del espacio político internacional que a propósito de procesos culturales del país (por ejemplo, la necesidad de avanzar hacia mejores versiones de los carnavales habaneros) o consiguen centrar atención en la estructura de la más reciente de nuestras telenovelas. Respeto y celebro esa tremenda amplitud de intervenciones posibles, a la que considero en una especie de escalón privilegiado”.

—¿Cómo dibujarías los roles y cometidos sociales de un periodista que aborda la cultura artística y literaria?

—A mi entender, un periodista que aborda la cultura artística y literaria es: a) un intérprete de los procesos del arte y la cultura, en todas sus dimensiones, en el país donde vive; b) un traductor e introductor de los principales logros y flujos del arte y la cultura que lo rodea en los ámbitos regional, de la lengua, de la geografía política a la que pertenece dentro de las escalas planetarias y a nivel global; c) una figura de diálogo, suerte de conector para los públicos nacionales (comprobados o posibles).

“Esta conexión, en primer lugar, se verifica en el encuentro de las directivas, lineamientos, proposiciones, diseños, aplicaciones, logros o errores de las políticas culturales dentro del país. En paralelo, cosa que interpreto como una especie de variedad en esto de elegir primeros lugares, los roles y cometidos sociales del periodista igualmente se manifiestan cuando —en un abanico que abarca desde la defensa airada hasta la interpretación sesuda— le toca trasladar, comentar, explicar, experiencias de otros mundos e insertarlas en el propio o proceder en dirección contraria.

“El periodismo traslada al texto realidades y esperanzas, verdades, sueños, opiniones críticas y logros. Todo, todo”.

—¿Hay periodistas en tu familia?

—Si bien en mi familia destacan los maestros de escuela y los zapateros, también los hubo con profesión periodística entre los más cercanos. Una prima de mi madre —lo cual, dentro del modelo familiar “de antes”, la convertía en más o menos mi tía-abuela, por tener mayor edad que mi madre— se casó con el periodista Tomás Borroto Mora, quien trabajó para el periódico Hoy y más llegó a ser, si no recuerdo mal, jefe de redacción en Radio Reloj; de él es la página, mil veces vista, en la que se anuncia que el líder azucarero Jesús Menéndez fue asesinado. Allí, en esa casa (que estaba en la esquina de la mía), aprendí a leer y escribir, además de la aritmética básica y tal cosa me permitió (no sé si ello se puede hoy), hacer exámenes de fin de curso y “saltar” desde el pre-escolar hasta el segundo grado. Además de ello, Alejandrino, uno de los hermanos de Tomás, fungió como Secretario de redacción de una revista hoy día olvidada que llevaba por título (como toda una declaración acerca de la esencia de la profesión que dignificaba), nada menos que “Medicina y Cultura”. Más en el borde exterior de las influencias se encontraba el cuñado de mi prima Luz María, hija de Tomás, nada menos que Rosendo Gutiérrez Román, director durante años del semanario Palante. Eso es parte del ambiente en el que crecí y, en consecuencia, de los quehaceres que vi y los temas que, a mí alrededor, escuchaba desde niño.

—Has estado enrolado en varios proyectos editoriales. ¿Cuáles son los que más satisfacciones te han proporcionado?

—De los proyectos editoriales en los que participé me complace destacar cuatro. Junto con el poeta Omar Pérez López (además, traductor, ensayista y periodista), encabecé (a fines de los 80, del pasado siglo) la nave de Naranja Dulce, entonces Suplemento Cultural del mensuario El Caimán Barbudo. Dirigí la Revista Miradas, de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, en su época digital. Más tarde, concebí y di nacimiento a la Revista de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano (esta, también en versión electrónica) y, finalmente, también me tocó ser parte de quienes condujeron los primeros momentos de la Revista EnVivo, del ICRT.

—¿Qué experiencias te dejó dirigir la revista Miradas, de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños?

—Para empezar, fue un desafío enorme; basta recordar que, pocos años antes, en época de menos dificultades para la impresión en papel, la revista había sido dirigida por Ambrosio Fornet. Señalo siempre como la gran figura de la Miradas digital a Julio García Espinosa, quien me apoyó en cada segundo de realización de esta que nos propusimos. Por lo demás, como siempre hago cuando me toca hablar de esta revista, tengo que poner en primer plano el extraordinario empeño y amor que, para ello, pusieron los miembros de mi entonces equipo: Dean Luis Reyes y Joel del Río, quien escribían, traducían y pensaban la publicación junto conmigo; nuestra más que mecanógrafa estelar, Teresa Díaz; así como el informático Mario Mayor. Sin eso, presidido por los interminables diálogos y aprendizajes con Julio, no hubiese habido revista.

“De esta forma, la primera experiencia sería la del amor al cine y la del trabajo en equipo. Junto a eso, la idea, necesidad, convicción y voluntad de que el cine (más bien, la producción y los problemas de la representación audiovisual) están profundamente imbricados con las identidades nacionales y grupales, los proyectos políticos, las luchas de los sujetos por el alcance de la igualdad real. Esto implica que lo están con los pasados y su comprensión, en las diversas culturas, así como con los caminos presentes y futuros de ciudadanos, estamentos, países y regiones. Investigamos y conectamos con cinematografías, autores y críticos de países que nos ayudaron a conformar un espectacular mapa de la producción contemporánea. Allí está la docena de números de la revista que alcanzamos a publicar.

“Además de ello, el concepto de “cine” que allí defendimos incluyó tanto la producción “de industria” como la experimental; lo hecho para ser visto en salas de exhibición y las producciones televisivas; el cine y la televisión; la animación, el documental y la ficción; el acercamiento a los oficios, al análisis institucional y de los consumos; pero también —a tono con lo experimental— nos propusimos explorar bordes de la imagen, como lo pertinente a la representación digital, los videojuegos, etc.”.

—Te propongo listar las urgencias del vasto campo de la política cultural de la Revolución Cubana. De todas ellas ¿Cuáles apuntan a ser tus prioridades?

—Identificación, promoción y desarrollo del talento de (y en) espacios vulnerables y desfavorecidos; muy en especial en las denominadas comunidades en transformación. Promoción del talento y las obras de creadores del arte, la literatura y cultura nuestra en el mundo. Conocimiento de obras, personalidades creadoras y corrientes artístico-literarias y culturales de países del circuito del alto desarrollo primer mundista. Conocimiento de obras, personalidades creadoras y corrientes artístico-literarias y culturales de países del circuito (en todas sus variantes posibles) del sub-desarrollo. Fortalecimiento de la identidad nacional, los ideales de independencia, el impulso hacia el desarrollo, los proyectos de justicia social de la revolución cubana y su esencia solidaria e internacionalista en la arena global. Introducción de la más profunda cientificidad en la dirección, control, análisis y toma de decisiones a propósito de los procesos culturales en el país. Voluntad de satisfacer las demandas de los públicos y enriquecer sus opciones de esparcimiento, aprendizaje y, en general, consumo cultural. Reconocer el sacrificio de las generaciones mayores y escuchar y abrir espacios de participación a las más jóvenes.

“Si tuviese que retirar alguna, la verdad que no sabría cual; de modo que pido excusas, pero es que siento que hay que hacerlo todo y con la misma fuerza: a la vez”.

—En la geografía cultural cubana habitan esenciales narrativas, relatos, gestas y personajes que nos engrandecen como nación, pero muchas de ellas son socializadas con “socorridas” etiquetas. ¿Qué variables impulsan esta indeseada aritmética? ¿Cómo torcer esta cuadratura simplificadora de la comunicación social?

—Los problemas de comunicación social que mencionas son tan evidentes y están tan ahí (es decir, son tan visibles y palpables) que la única forma de cambiarlos, mejorarlos o superarlos es hacerlo. La vaciedad retórica, las arquitecturas formulaicas, la vaciedad de los triunfalismos, la combinación de incultura y sobreideologización no pueden ser reparadas ni maquilladas (para que luzcan mejor), sino que sólo admiten su eliminación: su sustitución por los quehaceres y reglas de un orden creativo nuevo fundando en la búsqueda y representación de la verdad.

“Ahora, una verdad radical, que esquive y se oponga a toda manipulación e instrumentalización que aligere el contenido, y que profundice en las opciones emancipatorias del sujeto humano”.

—Los comportamientos racistas anclados en la sociedad cubana, son también parte de tus urgidas preocupaciones. ¿Cómo ha de evolucionar el relato periodístico contemporáneo para responder, con certeza y lucidez cultural, a estos comportamientos execrables?

—Según veo, esa evolución no puede sino verse traducida en conocimiento cada vez más profundo de las diversas formas de la presencia del racismo; conocimiento de la Historia y de la teoría, pero en compañía al conocimiento y expresión, en el texto, de lo que a diario sucede a nuestro alrededor con los temas de racismo y discriminación: en el país nuestro y en el mundo.

“O sea, la presencia de cualquier caso que podamos calificar como racista —justo por lo execrable— es buen ejemplo de algunos de los momentos que merecen ser esperados del mejor periodismo: a) reflejo, noticia, información acerca del acontecimiento; b) análisis profundo de lo sucedido, con uso de fuentes confiables y de alto valor; c) toma de posición ante el asunto; d) exploración y/o propuesta de caminos para la no-repetición del hecho o para su superación; e) revisión periódica del estado del hecho o ambiente donde tuvo lugar el hecho que convocó la intervención periodística”.

—En el Diccionario de conceptos de Alejo Carpentier, preparado por ti y Carmen Berenguer, el adjetivo aparece en el primer pliego. Te lo recuerdo: “Algo más que aconsejaría siempre a los jóvenes escritores: cuidado con el adjetivo, son las arrugas del idioma. Lo que más envejece es el adjetivo, hasta el punto, que ciertos tránsitos de la literatura se caracterizan por una utilería de adjetivos, un almacén de adjetivos…”. Esta tesis, de este cubanísimo, entronca con la práctica periodística. ¿Habitan en el periodismo cultural cubano actual una amalgama de adjetivos que parecen más adorno que esencias? Si estás de acuerdo con esta interrogación, ¿qué variables sustentan este dibujado escenario?

—El adjetivo es un instrumento hermoso para el idioma. De una parte, contribuye a mostrar la complejidad de un panorama o problema, ya que enseña grados y niveles, claridades o sombras, solidez o fragilidad. El adjetivo puede, desde esa óptica, otorgar a los textos una especial riqueza y atractivo. Del otro lado, cosa esta típica y real marca de identidad del triunfalismo, el adjetivo se acumula en pirámides gigantescas y abrumadoras para decir(nos) nada; es un conjunto vacío, uno de los vehículos favoritos de las peores retóricas. Todo depende del fondo y la intención.

—Con Minidiccionario del mundo de hoy, arropada en el diario Granma, apuntas hacia un amplio campo de tópicos. ¿Tienes reservada una batería de asuntos para este espacio? ¿Qué puntos de mira persigues con estas líneas resueltas con variados acentos?

—Con el Mini-diccionario, tal como avisa la coda (del mundo de hoy), intento aproximarme a conceptos que, en la medida que se vayan sumando, deben operar como herramientas para “desarmar” la realidad que nos rodea y avanzar en su comprensión. Tengo, sí, decenas de tópicos que me gustaría desarrollar y es terrible el compromiso. Primero, porque sólo dispongo de unas cuarenta líneas en Arial 14 para presentar, de manera comprensible y que invite al lector a seguir su propio camino de conocimiento, un tema. Segundo, porque —para poder hacer esto con profesionalidad y respeto— debo en ocasiones revisar no menos de una decena de textos; es decir, ha habido veces de casi dos centenares de páginas para hallar la cita exacta o el matiz que justifica la idea. O sea, no sólo debo leer, sino encontrar esos textos que, junto con el ser muy actuales, deben de responder a un reconocido primer nivel académico-profesional. Cuarto, porque el espectro temático a incluir es apabullante; suerte que no se trata de una tortura que estoy obligado a cumplir, sino que, en el camino, aprendo y disfruto. Quinto, porque en cada caso trato de colocar debajo una bibliografía (por desgracia, no hay espacio para reproducirla en la versión impresa del periódico, sino sólo en la digital) actualizada para quienes quisieran ir más lejos que la breve conceptualización que ofrezco. Sexto, porque también es presentada una lista de términos relacionados con el que es objeto de análisis en cuestión; de esa manera, es de esperar que —al servicio de esas lecturas del presente— se vaya formando un tejido conceptual entre los lectores.

—Con Una aventura en Harvard, 1900: Los maestros cubanos, que encabeza tu libro: Caminos nuevos (Editorial Letras Cubanas, 2019), retratas los antecedentes de sucesivas administraciones de los EE.UU. en hacer una labor de zapa ideológica contra los pilares que nos distinguen. Poniendo este cuadro en la contemporaneidad ¿Qué falta por hacer, en nuestro periodismo cultural, para socializar nuestro capital simbólico ante permanentes arremetidas que laceran los cimientos de la nación?

—Pregunta difícil y con aristas múltiples. Pero ya que responder toca, me atrevo a decir que nada es más importante que estudiar, analizar, descomponer la composición de esas “permanentes arremetidas” y entonces, desde allí, con esa pasión de ciencia, preparar y circular las respuestas e intervenciones adecuadas al efecto.

“Dado que, en cualquier situación, experimento descontento cuando se imponen tendencias que privilegian los comportamientos reactivos, creo que debo explicar que prefiero y celebro aquellas intervenciones que se proponen ir mucho más allá que el desafío; esto es, ser creativo, plantar bandera, proponer, apropiarse de lenguajes, modificarlos, inventarlos.

“Ahora, sólo se puede combinar invención con identidad cuando hay un conocimiento amplio de las mejores creaciones de la cultura universal en toda sus épocas, geografías, amplitud temática y, en general extensión, junto con un conocimiento e identificación tales con la raíces culturales del país, al punto de que el mantenimiento de su soberanía e independencia se han tornado parte de la identidad misma que se reivindica.

“Sólo el amor al conocimiento y a la más radical justicia pueden animarlo”.

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Jorge Fraga. Poética de una escritura (Palabras de presentación)*

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

Se impone empezar esta presentación por un inventario de agradecimientos para todos los que hicieron posible la materialización de Jorge Fraga. Poética de una escritura (Ediciones ICAIC, 2022). En primer lugar, mi gratitud para Mercy Ruiz, directora de esta casa editorial por más de 17 años, quien ostenta el Premio Nacional de Edición (2020), reconocimiento que otorga el Instituto Cubano Libro por su extraordinaria labor como editora, gestora y promotora de esta gran herramienta cultural.

Subrayo también mi agradecimiento a la joven Carla Muñoz, probada profesional de los avatares de la arquitectura de las palabras. Es, sin dudas, una valiosa incorporación para el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficas, nuestro Instituto, ante los muchos desafíos que le deparan. Sus ideas han enriquecido el empaque de esta pieza, fortaleciendo la intencionalidad y el sentido de letras impresas que habitan en sus cuartillas.

Mi reconocimiento también a Beatriz Rodríguez, quien ha sumado sus mejores oficios, marcados por el rigor y el acento crítico sobre las palabras que habitan en este volumen. Su callada manera de dialogar con el texto no es sinónimo de distanciamiento; se implica con certera mirada, hurgando en los flujos de los sentidos y la solución más sustantiva, pensando en el lector, en todos.

Una omisión imperdonable sería no citar a Hugo Vergara, quién ha desarrollado una juiciosa labor de edición, diseño de cubierta, el interior y realización del texto. Le distingue la economía de recursos estéticos, solución que subrayó mi padre en sus reflexiones sobre el arte y la cultura, siempre distante de los maltrechos adornos que enturbian al lector de lo esencial: el contenido del libro. La sobriedad, que no se ha interpretar como facilismo, es otra manera de construir lo bello.

El prólogo de Ambrosio Fornet, Fraga vigente: un testimonio personal, es, sin dudas, un texto sentido. Sus palabras responden al compromiso y la amistad de dos intelectuales entregados a los destinos del cine y la cultura cubana. Boceta, en síntesis, las esencias ideológicas de un hombre que se forjó con la lectura, la ética y la praxis revolucionaria. Pocho, que es uno de los grandes regalos de mi vida, articula su mirada en torno a los derroteros de una labor que hizo, en complicidad con mi padre, en favor del guion, un asunto que en la contemporaneidad urge potenciar ante la dispar evolución aritmética del cine cubano.

Entrevista con Ambrosio Fornet, del académico colombiano Guido Tamayo, redondea la intencionalidad de este libro, al dibujar algunas facetas de un cubano que amo la vida y se entregó a ella. Y lo hizo, sin pausa, desde los pilares del conocimiento, dispuesto a compartir libros, ideas, emociones, historias, a ser parte de los más encendidos debates, a los que nunca rehuyó. Eso sí, alejado de las excrecencias del pensamiento dogmático o los acentos reduccionistas que nos cercenan anticipaciones, horizontes, contextos, realidades, autocomplacencias. En verdad, nunca le interesó la transcendencia, el estar el algún lugar prominente. El trabajo lo absorbía todo y era su manera de vivir en felicidad, en la cuadratura de sus mejores abismos.

De Guido Tamayo se incluye también el texto, Jorge Fraga: la pasión de un guionista. Este otro “apartado” de Poética de una escritura se erige como parte de la cartografía humanista de mi padre, dispuesta en esta entrega, para fotografiar los saberes y acentos de un cubano comprometido con la nación.

Las palabras de Álvaro Castillo Granada, Un cubano amigo mío, del librero colombiano, fueron escritas poco tiempo después del fallecimiento de mi padre. En estas líneas subyace la relación de Fraga —como le decían en el ICAIC— con los libros y su pasión por la lectura. Cuando la leí no me sorprendió ninguna de sus palabras, me identifiqué con todos sus acentos, obviamente emocionado, descubrí un retrato sustantivo. La primera habitación de nuestra casa estaba colmada de libros y publicaciones periódicas. No solo de cine, también de semiótica, filosofía, economía, cultura, pedagogía, política, matemáticas y una lista interminable de temas. Se entregaba cada noche, después de las comidas en familia a descubrir filosofías, historias, interrogaciones. Su relación con los libros era de amor, de lealtad y gratitud. Ejercía el arte de compartir libros, de regalar a los amigos palabras que ensancharan sus horizontes. Los textos ensayísticos eran sus lecturas permanentes. De los únicos libros que nunca se desprendió fue de las obras completas de Marx, Engels y Lenin editadas en Cuba y de las obras completas de su maestro, José Martí, asumidas con altura por el Centro de Estudios Martianos. Estas navegaron a Colombia cómplices de sus ideas.

El primer cuerpo de Poética de una escritura cierra con El maestro verdadero del cineasta, periodista y académico colombiano Leopoldo Pinzón. Son las palabras de un amigo que aportan anécdotas, pasajes estrictamente personales. Suman una suerte de estado de gracia en torno a sus contribuciones, no solo para el cine cubano, también para el colombiano, al que le entregó todo su capital intelectual. Solo su enfermedad, en la última etapa de su vida, le impidió desarrollar a plenitud esa labor que tanto le gustaba: el arte del magisterio.

También lo desarrolló por años en el noveno piso del ICAIC, secundando una iniciativa de su jefe y amigo, Julio García Espinosa. Y además, en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana. Lola Calviño, mi jefa en la Cinemateca de Cuba, que fue su alumna, me cuenta —con reiterada emoción— las conferencias que impartía mi padre en nuestra casa de 19 y H a sus alumnos de Historia del Arte. En sus recurrentes recuerdos, Lola me pinta vestido con un pijama y, como un alumno más, sentando en un banquito, en una esquina de nuestra larga mesa, escuchando lo que hoy me parece un velo impenetrable.

A todos estos amigos, mi gratitud por cada una de las palabras que impregnan al libro de belleza y confabulación. Son letras que ahora fortalecen la memoria y la voluntad de un hombre apasionado, convertidas en legado y huella de un tiempo infinito.

Mi agradecimiento a Patricia Posada, a quién está dedicado este libro —con absoluta justicia—, por su discreta contribución para que Poética… se sumara al catálogo de Ediciones ICAIC. Le agradezco también a la señora Luz Amalia Camacho, decana de la Facultad de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad del Externado de Bogotá, quién accedió, sin dudarlo, a que los lectores cubanos puedan sumar este volumen, por ahora en formato digital, a los anaqueles de libros por leer.

¿Qué capítulos podrá encontrar el lector en Poética de una escritura? Su autor aborda, desde los acentos teóricos que distinguen al guion, cuatro temas, esenciales para labor de los cineastas contemporáneos: la idea, el argumento, la escaleta y el guion literario. Son estos los ejes fundamentales del desarrollo de toda escritura cinematográfica, que entraña múltiples desafíos en una era marcada por las tecnologías, no siempre edificantes, y las escrituras cinematográficas mediocres, banales, que no compulsan el pensamiento creativo.

Fraga, en el prefacio, deja claro los pretextos que le animaron a escribirlo. “Ofrecemos al “lector” las reglas o leyes de un “buen guion”, pero las presentamos con sus limitaciones, comentadas, de modo que el “lector” pueda utilizarlas o no como hipótesis de trabajo; es decir, como criterios relativos a lo que él tiene por propio de su personalidad o de sí mismo. Esto es lo que permite a este “libro” considerarse coherente, si lo es, con el cine de autor.”[i]

En esta línea, Ediciones ICAIC, está desarrollando una labor transcendental en favor del cine cubano. Muchos de los cineastas con los que intercambio ideas, subrayan que, su mayor obstáculo para realizar su obra es la falta de recursos materiales y financieros que tributen en la producción de sus filmes, en la edificación de sus ideas. Esa es una marca histórica del cine latinoamericano, también, del mal llamado “Tercer mundo”.

La colección Guion que coordina el narrador y ensayista, también guionista, Arturo Arango para Ediciones ICAIC, constituye una ejemplar contribución a esta escueta lista de retos, marcados por la necesidad, también intencionalidad, de formar a escritores cinematográficos que dispongan de material referencial de piezas antológicas, donde se apunte a la construcción de un capital simbólico —enorme tarea— en el cine nacional. Aventuras de Juan Quin Quin (2014), de Julio García Espinosa; Memorias del subdesarrollo (2017), de Edmundo Desnoes y Tomás Gutiérrez Alea; De cierta manera (2018), de Sara Gómez y Tomás Gutiérrez Alea y El hombre de Maisinicú (2019), de Manuel Pérez Paredes y Víctor Casaus, son esas huellas que debemos seguir fotografiando. Estos primeros volúmenes constituyen un ejercicio práctico de política cultural.

El verdadero desafío del cine cubano contemporáneo es lograr el mejor acabado del guion y la escritura renovada de argumentos ideoestéticos que respondan a los impactos de un lector cinematográfico marcado por la desidia estética, el consumo de piezas mediocres, simplistas, muchas veces predecibles y aburridas hasta el cansancio.

En la cinematografía nacional —este es un escueto listado de problemáticas— no abundan las buenas historias. Tampoco se avistan soluciones dramáticas renovadoras o las simbologías que han de permear toda pieza de “autor”: evolucionan sobre frágiles escaladas narrativas. Los diálogos son subvalorados como protagonistas del cuerpo cinematográfico y en el ejercicio de la escritura, se desconocen otros saberes que las ciencias sociales, edificadas en la nación, nos regalan. Son un capital erigido como aportes de una inmensa historia y quedan, como piezas empolvadas, en los estantes de una vitrina contemplativa. Obviamente se han materializado filmes de probados valores narrativos y estéticos, no siempre acompañados por el riguroso análisis y la exigida estrategia de comunicación.

¿Dónde se inscribe Poética de una escritura, de Jorge Fraga, ante los desafíos que se agolpan en la cinematografía nacional? En la contribución de un cuerpo teórico que sirva de herramienta de trabajo para los que apuestan por una escritura de un cine comprometido, renovador, sustantivo, donde el guionista, es el constructor de un mapa, que ha de leer —con aguda mirada y exigida creatividad— un colectivo de cineastas, dispuestos a encender la ilusión de enriquecerse la vida, y enriquecérnosla— con una historia memorable.

[i] Fraga, Jorge. Jorge Fraga. Poética de una escritura. Ediciones ICAIC, 2022. Pag 48.

*Palabras de presentación del libro: Jorge Fraga. Poética de una escritura (Ediciones ICAIC, 2022) como parte de la programación del 43 Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana. 7 de diciembre de 2022. Sala Taganana, Hotel Nacional de Cuba.

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Poética de una escritura en el Festival de Cine de La Habana

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

El próximo miércoles 7, a las 10:00 am, en la Sala Taganana del Hotel Nacional de Cuba, presento el libro Poética de una escritura, de mi padre, Jorge Fraga. Me gustaría que ese día reserven un tiempo de sus agendas para compartir la alegría de un empeño materializado por la voluntad del colectivo de Ediciones ICAIC y la complicidad de amigos e intelectuales comprometidos con el cine y la cultura. Esta cita forma parte del programa de actividades de la edición 43 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, que cada diciembre tiene su espacio en La Habana. Los colegas Luciano Castillo y Arturo Sotto presentarán otras entregas de este sello editorial, así como la gama de títulos editados en e-books y audiolibros.

Poética de una escritura

Jorge Fraga

Ediciones ICAIC, 2022.

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Fernando Buen Abad: El cine tiene que interpelarse (II parte y final)

Foto Flor de Paz

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

Para Ambrosio Fornet

Fernando Buen Abad, en esta segunda parte de la entrevista, asume responder dispares interrogaciones y problemáticas nada ajenas a los desafíos del cine cubano y universal. Asuntos que convergen en torno a la comunicación y a los símbolos como herramientas del trabajo intelectual, la praxis del debate y las urgencias temáticas que distinguen al cine contemporáneo. Desmenuza en claves concretas, los usos de métodos científicos en la edificación de contenidos o la integración de filósofos en los equipos de realización cinematográfica.

El capital simbólico y las políticas culturales en Nuestra América, la lectura y la construcción del gusto, son también capítulos abordados en este dialogo, fruto del análisis, las lecturas y las prácticas culturales. Todo un empeño para compartir la sabiduría de un hombre moral.

—Apelamos reiteradamente nosotros, los de izquierda, en nuestras escaladas comunicacionales a las consignas, a las frases hechas, ¿le parece un recurso eficaz para el abordaje de las ideas y para la comprensión de los complejos procesos culturales, políticos, sociales, económicos?

Susana, la película de Luis Buñuel, por ejemplo, que tiene varios nombres según los países, este realizador usa un cliché, un estereotipo del melodrama para desarmar toda la moral burguesa y reírse de ella de manera irónica. Creo que es como si usted va al dentista y le dicen: “¿qué cantidad de anestesia le ponemos para actuar sobre su dentadura?” Pues, depende de la ubicación de la muela si se necesita una aguja larga o más o menos líquido. Y, quizás, si es algo menor, ni requiera la anestesia. Entonces, saber qué elementos tienen la fuerza, depende del escenario, de las condiciones reales en que vamos a dar la batalla simbólica.

“En las conversaciones de familia, charlando sobre los problemas del país, la política, etcétera, uno lo habla en tono coloquial, familiar, cercano, cálido, se esmera en hacerse entender y en construir algún tipo de consenso. Difícilmente usted terminará una conversación coloquial de familia diciendo: “Patria o Muerte, Venceremos”, salvo que fuera necesario, pero ese es el criterio.

“¿Cuál es el propósito de la interlocución que se establece? Depende de si el destinatario necesita un grito de barricada, si es preciso exhibir las armas, mostrar los uniformes, la estrategia, la táctica, el avance, los éxitos. O si vamos al intimismo y reflexionamos. El mundo está tapizado de padecimientos de todo tipo y podríamos hacer algo solidario, pues nos apuramos todos en algún tipo de actividad u organización, etcétera.

“Entonces, yo no desprecio así a ultranza la presencia de los enunciados duros, incluso de las frases hechas, solamente no quisiera que fueran sólo frases hechas porque sí, o que por simplismo, facilismo, ignorancia, inmediatez, o yo no sé cuántos vicios narrativos rehúya a esforzarme por respetar la inteligencia de aquel con el que yo tengo una interlocución y quiera resolver todo diciéndole: `Si no conoces mi consigna estás fuera del mapa´, como tantas veces pasa”.

—Usted plantea la necesidad de construir un capital simbólico. Desde mi percepción, en Cuba, apelamos, de manera reiterada, a la consigna, y detrás de esa reiteración lo que aflora es, tal vez, el desconocimiento o la no evaluación de otros recursos comunicacionales que logran los mismos objetivos. Se avistan reacciones en la sociedad cubana hoy, a la consigna colmada por la saturación, y la saturación, usted lo sabe como experto en comunicación, genera rechazo.

—Sí.

—Rechazar la consigna por la saturación no se traduce en que usted no comparta los pilares que la sustentan, y es que la saturación la mancha.

—Sobre todo si la saturación, si la consigna se usa para eclipsar lo serio del malestar. Esta es una ecuación que hemos visto durísimo en la Argentina, mientras la gente está descontenta por la inflación que les está asfixiando el salario, porque hay problemas que vienen acumulados desde hace mucho tiempo, etcétera, la consigna política no puede venir a ser sustituto de ese malestar que exige un diálogo, que exige respuestas, que exige soluciones, y que sin ser el enemigo un buen día dices: “Bueno, es que no me escuchas cada vez que te digo hay hambre, hay carestía, hay especulación, hay maltrato, hay autoritarismo, y tú me sales con que Viva San Martín. Sigo diciendo, viva San Martín pero a ti ya no te creo.

Foto Flor de Paz

—El intelectual cubano, Ambrosio Fornet, en un artículo subraya:

“Una ideología, —o, en sentido general, una visión del mundo— no se “hereda”: se conquista. Dicho en otras palabras: una idea sólo se hace convicción cuando se conquista. Y para que ese proceso de apropiación orgánica se cumpla tiene que haber debates, aclaraciones, contradicciones, dudas…”[i]. ¿No es pertinente este escenario que nos dibuja Fornet para socializar nuestras ideas? ¿Cuáles son para usted los temas más urgentes que deberían abordar los cineastas en un espacio de esta naturaleza?

—Quisiera decir algo que valiera la pena, porque es tan complejo eso. Si lo llevo al plano de lo que creo, porque esto merece un consenso, debería ser producto de una especie de encuesta permanente de cómo hoy se hace con internet la nube de pensamiento, cuáles palabras andan dando vuelta como para saber por dónde andan los universos conceptuales, o las semiósferas.

—¿Cuáles son las urgencias ante un preterido debate entre cineastas?

—Diría que la dignidad, ese es un tema central en el contexto del pensamiento de la filosofía de nuestro tiempo, donde reina el individualismo por acuerdo, por convenio, por decisión incluso organizada de la Asociación Mundial de Filosofía, que este año se dedicó a volver al individuo, a contrapelo de esas tendencias dominantes en la hegemonía del pensar. Yo reflexiono la necesidad de lo otro, que es la urgencia de la dignificación y lo que todo eso significa visto en clave de lucha de clases.

“Hay profesores, enormes profesores, que hacen esfuerzos ingentes todos los días para brindarse y brindar a sus estudiantes el trabajo de construir, elevar el nivel de la conciencia, que implica elevar el nivel de la participación sobre la realidad. Ese trabajo pasa desapercibido, de manera tan injusta que casi el solo hecho de hacer visible una historia así dignifica la conducta y la actitud fundamentalmente humana. Es una forma del humanismo, pero lo mismo diría usted ahora, por ejemplo, de los enfermeros y enfermeras en Argentina, que no son considerados profesionales en su empleo, y por eso ganan mucho menos sueldo, y por eso son considerados como personal de asistencia, casi como servidumbre; no profesionales por más títulos que tengan. Esos compañeros han hecho un trabajo silencioso durante la pandemia, invisibilizado, terriblemente difícil, porque para sí y para sus familias ha sido un reto tremendo, y no hay dignificación de ese esfuerzo. Esa gente es consciente de que, incluso, desdobla afecto humano, amoroso, por tenderle la mano a otro que no se hace visible por ningún lado. Son cosas muy dolorosas.

“Necesitamos con urgencia esos grandes e importantes destellos de lo humano. Hay quienes hacen sentir bien a los demás cuando ofrecen un saludo cordial al interactuar en su trabajo. Yo diría, gestemos una corriente de producción de sentido fílmico en el que nos dedicáramos a rastrear con profundidad las grandes expresiones de la dignidad humana y lo que dignifica a lo humano, que hay tantísimo. Eso propiciaría, estoy seguro, un caldo de cultivo, de ánimo, de fraternidad, incluso hasta para cambiar la frecuencia del pensar”.

—Usted afirma que hoy es imprescindible la confección de métodos científicos para la producción de contenido ¿Es válida también esa aseveración para el campo del cine?

—Sí, urgentemente. Pero también ahí tenemos que reformular la concepción de la ciencia, porque para muchas personas esa palabra significa una cosa rara que practican unos señores en un laboratorio y han de saber por qué se llamará ciencia. Algunas personas piensan que ciencia es algo oculto, misterioso y, encima tiene prestigio y eso está mal. Nosotros tenemos la tarea de hacer también una gran revolución de la ciencia como herramienta de combate para la dignificación.

“Cuba hoy es un líder extraordinariamente potente en el campo de las ciencias, con la fabricación de las vacunas. En verdad han dado un ejemplo. Lo digo sin empacho, porque creo saber lo que estoy diciendo en ese terreno. Es una de las expresiones de humanismo contemporáneo más portentosas que se ha dado en los años recientes. Las vacunas tienen una base de laboratorios, de bioquímica, de células, de moléculas, pero implican también una vocación ética, humanística y moral, de envergadura trascendental. Mientras, muchos líderes y gobiernos en este mundo han ido corriendo desesperados a obedecer cualquier condición que le imponen los laboratorios médicos, incluso de manera humillante, sé lo que le digo porque en la Argentina fue humillante cómo se comportó Pfizer con el gobierno argentino. Por la urgencia y por el chantaje tuvieron que acceder a mil cosas para tener vacunas. Bueno, pues Cuba no hace nada de eso, todo lo contrario, ofrece un baluarte que compite y mejora un montón de cosas de las vacunas. Entonces, esa construcción de este relato es un desafío al respecto.

“La ciencia tiene que convertirse en ciencia para construir el relato, ciencia para auto revisarse en términos de sus epistemologías y de sus funcionalidades, y ciencia para hacerse cercana, amiga, fraterna de los pueblos que la auspician, ese es el otro asunto que nos ha faltado saldar. Verdad que todavía, hoy, me cuesta trabajo encontrarme con amigos o directores de cine que estén sentados pensando cómo instrumentar modelos científico-semióticos para el diseño de sus proyectos fílmicos”.

—“No debería haber filósofos desempleados”, dice usted en otra zona del libro, y agrega: “hay un trabajo inmenso donde, por ejemplo, la filosofía debe prestar sus servicios inmediatamente”. ¿Cómo se articularía esta ciencia en la producción del cine contemporáneo?

—Así lo creo. No debería haber producción ni de un solo guion cinematográfico que no tuviera el concurso interdisciplinario, transdisciplinario, multidisciplinario, de filósofos. Algunos guionistas, basados, en casi exclusivamente su capricho, hacen decir a sus personajes cosas que son tan huecas, tan tontas y tan contradictorias, que si hubiera una pequeña caja de resonancia histórica que dijera: ´Mira, esa clase de respuesta era lógica y pertinente en el Renacimiento porque para entonces la psicología de los personajes tenía este sello´. “Mientras, esa persona sigue hablando bajo la premisa de tales valores y el traslado al presente de esos diálogos se hace más o menos insostenible. Pero hay una proyección de tiempo, de contextos, incluso de vocabularios que fueron creciendo sobre la base de la filosofía, no de la filosofía oficial, sino del filosofar, del sentido común, que permite identificar esos trazos de modelos de pensamientos, de estructuras, de silogismos, etcétera, que un filósofo puede manejar y así ayudar a enriquecer ese tránsito de la construcción de la psicología de un personaje en un guion. Después hay, dependiendo de la ambición de la película, escenarios históricos con personajes dialogando, ausentes de toda asesoría de connotación semántica, diciendo aberraciones.

“Ayer, conversando con la filósofa Isabel Monal, decía: “Qué irresponsabilidad enorme hay en tanta gente que habla del concepto sociedad civil incluso de manera totalmente anacrónica”, y no se sabe cuáles son los troncos, digamos, del pensamiento, de una unidad conceptual tan compleja como esa, y es que no se dieron los quince minutos que les hacían falta para ir a buscar un texto donde eso está explicado, y podrían haber dicho: `No, compadre, hay que darle una vuelta al término porque esto hay que armarlo correctamente´.

“Pero hay otra forma, que tiene una connotación más historicista; otro campo de observación donde el filósofo puede ayudar al director de cine a mirar a través de la lente, en la composición del cuadro, por ejemplo. Hay un conjunto de reflexiones sobre lo que se ve tras el recorte en la toma y acerca de qué va a pasar en ese espacio durante ese tiempo.

“Esta es la coordenada, lugar y tiempo, si uno la analiza filosóficamente, como hacía Tarkovski. Hay un documental hermosísimo en el que se hace totalmente visible que Tarkovski siempre quería perfecta simetría en el banquito que estaba puesto con respecto a una mesa y la profundidad de la ventana que tenía que quedar en cierto ángulo, porque en la psicología del conjunto de los acontecimientos era indispensable un punto de contexto simétrico para el espacio fílmico. Esta discusión puede darla un tipo que esté pensando filosóficamente en el ambiente, en el espacio, en el texto y en el contexto, y el director puede necesitar y podría aprovecharse mucho de eso.

“Lo mismo podría decirle para el sonido, y acerca de un conjunto de planos que se entrenan desde la reflexión con la filosofía y que tarde o temprano hacen falta en una película. Según mi hipótesis, la reflexión humana profunda sobre los conflictos de la vida que el cine aborda, o debería abordar, en realidad se tratan de mejor manera cuando los años han pasado y se ha madurado. Algunos directores de cine confiesan, incluso, que se sienten mucho más cómodos y más contentos, conforme pasan los años porque están siendo más —entre comillas— sabios, es decir, más filósofos, con lo que están filmando.

“A mí me parece que esta es una veta para explorar, para tratar muy en serio, y sobre todo para oponerla al facilismo, al simplismo, y a toda esta petulancia que hay en cierta juventud que se lanza al cine pensando que mostrar, exhibir o que poner en una escena, es lo mismo que construir un clímax o una reflexión sobre el espacio.

“Me viene a la cabeza Buñuel y su preocupación por la posición del actor en el momento en que reacciona a algo que sucede en un diálogo. Él decía —alguna vez hablé con él—: `El misterio de la respuesta´, la siempre inquietante situación del sujeto que pensando algo en una situación de diálogo puede develar su propio ser, su propia vida, su propio destino, su esencia misma como persona ante la provocación de una pregunta. Y decía él: `Qué fascinante en un diálogo ver cuánto de lo que alguien emite en un enunciado está provocando en el otro. Ese instante es la expectativa del asombro´. Ahí hay una riqueza humana muy potente, que algunos jóvenes no están trabajando y no les importa”.

Foto Flor de Paz

—¿Qué significa revolucionar los significados, transformar los ya existentes o hacerlo desde otras bases?

—En primer lugar, no comprometerlos con sus contradicciones. Un significado es un bicho vivo, es un órgano vivo, es un organismo. Un significado no es una letra muerta ni una piedra que, ni siquiera esa metáfora me sirve, no es una entidad fija, quieta, inamovible; yo no sabría, siquiera, buscar un ejemplo de algo que no lo hubiera cambiado desde que nació como significado. Se mueve todo el tiempo. Una cosa es que se mueva porque envejece, porque se marchita, porque ya nadie lo usa, como algunas palabras que van desapareciendo porque entran en un cajón del olvido, y otra cosa es que uno, entendiendo lo que significa hoy, por ejemplo, Patria o Muerte como entidad simbólica tan potente, en el país en el que patria significa humanidad, esta es su acta de nacimiento simbólica. A esa expresión, si hoy se abre una contradicción, porque se fisura por golpes externos, o porque vienen generaciones que tienen que entender de manera renovada esta herencia, o porque hay acontecimientos nuevos que la enriquecen, como los aportes científicos, o los aportes educativos, o los aportes deportivos, o porque hay un escenario mundial en el que de pronto esta patria cobra otro fulgor, otras amenazas, otras virtudes, esta dinámica va abriendo espacios de contradicción. Hay que trabajar en esas contradicciones, meternos en las contradicciones y ver, en todo caso, en el fondo de la contradicción por qué se abrió, por qué se nos plantea. Porque, por ejemplo, si Cuba hoy como patria, que es humanidad, está produciendo todo lo que produce para la humanidad, para una patria grande que sea toda la humanidad, entonces está obligada a dialogar con una humanidad que es diversidad.

“Creo que hoy esa contradicción de lo que fue, alguna vez, noción que se quedó como emblematizada en una frase, tiene que dinamizarse como una estrategia de comunicación con muchos, distintos interlocutores, porque esa humanidad es principalmente diversidad y no estamos llegando a la diversidad con este diálogo.

“Entonces, revolucionar el campo del sentido es operar en sus contradicciones para que seamos capaces, insisto, estar leyendo en tiempo real y ser capaces de tener el reto de que patria, que es humanidad, sea un campo semántico dialogable con la juventud, que tiene que saber identificar cuál es su historia, cuál es la historia de este sentir, de este sentido, y por qué le pertenece, por qué tiene que apropiárselo en sus propias claves para su propio desarrollo y para su patrimonio como herencia para los que les siguen en la dinámica, en la dialéctica de esto. No puede seguir siendo que signifique lo que significó para la generación que recibió este país un día, con una Revolución triunfante, y que tuvo la audacia de inventar un país de cero.

“Cuando Isabel Monal recibió un teatro, el Teatro Nacional, fue directora de una responsabilidad tan grande como esa. Ella tenía veintisiete o veinticinco años de edad, tan jovencita, y qué responsabilidad tan enorme y qué audacia, esa carga simbólica hoy no es la misma. Es eso, más todo lo que pasó, más lo que tenemos hoy, y yo tengo todas las ganas del mundo de que los jóvenes sean responsables de estos proyectos ahora. En medio de todas las dificultades, sean capaces de transportar la dialéctica de sus contradicciones en esto, potenciadas para una revolución simbólica.

“Abundaría más si pudiéramos entrar en las casuísticas. No es Emiliano Zapata lo que fue en 1910 en México para la juventud, de hecho hay una buena parte de los jóvenes, me consta eso, que no lo reconocen y no saben quién es realmente. Ahora se está haciendo un esfuerzo enorme en México por recuperar; lo que se llama “La cuarta transformación”. Es, entre otras cosas, un proyecto de recuperación simbólica que repone los cuatros grandes momentos históricos de México en un repertorio simbólico y eso ha ayudado a una gran cantidad de jóvenes a percatarse de que son receptores de una herencia enorme de grandes e importantes luchas sociales. Ahora cobran sentido nombres que antes solamente eran como del calendario de las festividades, de las efemérides. Resulta que son los ordenadores de un plan político donde ellos tienen un lugar, eso me parece fantástico en términos de revolución simbólica”.

—Nuestra América cuenta con un poderoso capital simbólico que habita, creo yo, en las faldas del olvido o en las carpetas de asuntos pendientes de las políticas culturales ¿Cómo debemos desempolvar todo ese arsenal y qué protagonismo le asiste al cine en una lógica convergencia con el resto de las expresiones del arte? De eso mismo que usted está hablando es nuestro capital simbólico, Martí, Fidel, como lo es también la historia de nuestro país.

—Sí, las figuras y los episodios que vivieron y que construyeron. Si me guío por lo que está pasando en las escuelas de cine que yo conozco como punto de referencia como la de la UNAM, o el Centro de Capacitación Cinematográfica del gobierno mexicano, o la de San Antonio de los Baños, en Cuba, o la Universidad de Cine en la Argentina, me percato que estamos ante la emergencia de nuevas especialidades fílmicas que están exigiéndonos eso, precisión de especialidad, especialmente esta sobre los campos simbólicos.

“No es lo mismo ver películas ahora en la tele, en la casa, en la tarde, en la noche, o cuando uno puede verlas en los teléfonos o en salas de proyección fílmica digamos convencional, porque el contexto también narra cosas y ayuda a que el relato tenga otras dimensiones. En todo caso, toda esta complejidad y problemática del cine hoy está siendo desafiada porque la exigencia de primer orden es mucha investigación histórica, mucha responsabilidad con la carga de sentido que tienen todas las voces que están incluyéndose hoy. No es tan fácil animarse a hacer una película hoy sobre, por ejemplo, la vida y la obra de Fidel Castro si usted no quiere meterse en camisas de once varas. No es tan fácil asumir eso porque hay un conjunto de determinaciones preliminares que son, cuánto sé, cómo lo sé, desde dónde lo sé, luego, qué quiero decir, cómo y a quiénes, y luego, de esos quiénes cuánto sé de ellos, porque parte de este problema, de entender al interlocutor es conocerlo, aproximarse, escuchar, sentir para ver dónde van a habitar estas propuestas simbólicas que yo voy a hacer, adónde quiero que vivan en ese destinatario, y si hay espacio en esa cabeza para eso o si es posible el hospedaje de esta propuesta simbólica y si va a estar hospedado con dignidad este concepto o va a tener un rincón por allá, como cuando uno tiene una visita indeseable. Cómo se va a dar el espacio donde se hospeda esta idea, en qué dinámica, de qué contexto, de qué cultura y de qué época. Todas estas son exigencias de especificidad para poder darle tratamiento, por lo menos, al cuadro de los personajes históricos que tendremos que asumir en el campo fílmico para hacer este traslado, lo que algunos llaman el trasbasamiento.

“Hay una responsabilidad histórica en todos nosotros, más o menos conscientes o no, de que somos responsables de un trasbasamiento, y tenemos que hacernos cargo de lo que recibimos un día como herencia, como coparticipación de un proyecto, en este caso revolucionario. Nos conduce a potenciar, a refrescar, a reanimar y a repotenciar el futuro mismo de esto, y así todos tendrán sus respectivos papeles en su respectivo momento. El cine tiene esa carga también hoy, y es una especialidad concreta que creo que debería cuidarse, invertirse y desarrollarse como si fuese una joya, con cincuenta o sesenta expertos en este problema trabajando la agenda dura de los más grandes e importantes referentes, y más que referentes, sobre hechos históricos que estamos obligados a trasbasar de manera correcta en términos simbólicos, narrativos. No apelando a la fe ciega, al dogmatismo duro, a un dirigismo de comité central sobre el conjunto de las ideas para que el otro, a la fuerza, piense y admire lo que yo quiero que admire, sino a que lo descubra. Y es posible que el relato sirva a eso.

“La forma de conversar, de proponer, de construir la habitación de este campo simbólico tiene que ser también muy dinámica para que el otro la reciba cordialmente y la invite a florecer en su cabeza y a producir en contacto con su experiencia de vida lo que uno cree que debería ser, lo que nos pasó a nosotros. Yo sigo teniendo en mi oficina, en mi estudio, una foto de Fidel, una foto del Che, una foto de Raúl, una foto de Marx. Los tengo ahí porque me modelan una ética de vida todos los días y a todas horas, pero porque alguien se ocupó del trasbasamiento también.

“He conocido a protagonistas directos y he visto el esfuerzo denodado, la pasión de la vida entregada de compañeros que han convivido con Fidel día y noche. Son testigos. Se desesperan hoy para que la gente no se le olvide que Fidel vio esto, y fundó esto. En esa desesperación habita la urgencia del trasbasamiento. El cine debe tener un instrumental de especialistas, expertos trabajando en eso, y hay que formarlos, y hay que discutirlo, es una decisión política de educación pública de un estado si se preocupa y ocupa de esto.

“Me acaban de distinguir con una medalla, el nombre de un prócer del periodismo cubano, un hombre que asaltó el Cuartel Moncada. Me toca a mí, sino ser ahora motor de trasbasamiento de la información de este personaje hacia todos aquellos que aún no tienen ni idea de quién fue y quién es hoy como campo simbólico que dignifica y representa una condecoración”.

—En el libro que cito usted le dedica un capítulo al tema del gusto y lo incorpora dentro de la arquitectura semiótica, o lo explica de esa manera ¿Entronca este asunto con la disminución sustancial y sustantiva de lectores proactivos hacia una literatura con valores culturales e históricos? ¿Cree que la literatura sigue siendo una herramienta eficaz ante el desbordamiento de las “nuevas tecnologías”, un imprescindible constructor del gusto en la sociedad?

—Sí, claro, ha sido históricamente una de las herramientas forjadoras de las que esculpen tantas funciones, particularmente esta que llamamos gusto. En torno al gusto, se desarrollan cuerpos filosóficos muy importantes, básicamente la estética, que estudia el problema del juicio del gusto y todavía sigue siendo, para muchos, espacio de investigación. Es todo un misterio por qué me gusta lo que me gusta, por qué nos gusta a los mexicanos comer tanto picante. Casi todo el mundo cuando ve que comemos esa cantidad de picante, entran en esta parte de ese concepto tan particular que es del azoro, esa palabra se ha perdido del uso. Cuando uno entra en ese estado de: “¿Cómo es posible que esta gente coma tanto picante?” Incluso los caramelos de los niños tienen picante, qué gusto tan raro es ese. Entonces hay una posición comparativa respecto del gusto que es chistoso, o qué raro, o qué exótico es que estos hagan eso, esa es una posición comparativa, ajena.

“Otra es la que indaga, hombro con hombro, con el otro y dice: “A ver, voy a probar, a comer de a poquito”. Aproximaciones sucesivas al sabor que voy descubriendo, y capaz de que llego al punto en que vuelvo otra vez a no entender, o quizás comparta con él una parte del gusto porque diga: “Mira, es estimulante y saboriza mejor las cosas, en fin, es un condimento, es una historia, es una región que produce trescientas variedades de picante”. Hay otras aproximaciones de la explicación del gusto que nos hacen compartirlo, entenderlo y enriquecer miradas de la diversidad; hay compañeros chinos que andan comiendo cada bicho raro de esa tradición culinaria que dice: “Si camina, para la cocina”, y se lo comen con tal disfrute, con tal gusto, que bueno, nosotros no lo vemos porque estamos desprovistos del conjunto de los factores históricos que determinan ese gusto y no el nuestro. Es una interpelación dura, es un apartado específico que también requiere mucha especialidad, especialización. El debate sobre el gusto tiene una carga ideológica; desde luego, tiene una carga cultural. Hay cosas que gustan por la experiencia física, otras cosas que gustan sólo por pura abstracción, por pura carga de referencias. Usted le pregunta a una persona, ¿a usted le gusta ir a misa?, y dice: Sí. E insiste: ¿Por qué? Y las respuestas puede ser variopintas: porque tengo un éxtasis ante la presencia de un dios o porque veo a mis vecinas y ahí nos saludamos, o porque me gusta confesarme con el padre y salir tranquila. Hay una variedad de respuestas conjuntas o separadas, pero constituyen el juicio `me gusta´ y, por tanto, me gusta y lo hago.

“Hay un paso entre la determinación conceptual de la categoría del placer, del buen sentir, o del displacer, y luego hacer algo, que es acudir a ese placer, repetirlo, multiplicarlo y compartirlo, y esa categoría social es sensacional. En las últimas noches, cenando, no ha faltado quien me diga: “Cómase usted un postrecito magnífico que se come en Cuba”, que es el flan cubano, que todo el mundo gusta de él, que todo el mundo lo comparte, y además, le gusta que ese disfrute guste a otros. Eso lo vuelve social y crea complicidades muy interesantes y fraternidades muy lindas, porque efectivamente, es muy sabroso, pero también porque la calidez con que se invita es fantástica y eso habla de formas del diálogo, formas de la comunicación que tienen claves, imperativos semánticos tal como la invitación a comer el postrecito. Porque me están deseando bienestar, placer, amistad, conversación, sobremesa, un montón de cosas que están contenidas en la semiótica del acto.

“La disputa dura por el sentido es cuando logran dominarnos por el gusto, como pasa en tantas cosas, y nos hacemos adictos a los gustos que nos han impuesto y quedamos muy frágiles, muy a la intemperie. Hay gustos fabricados justamente para dominarnos, el universo industrial de la pornografía lo sabe y ahí se han inventado cosas. Hemos hecho análisis semióticos —están publicados para que se vean sobre algunos discursos de la pornografía— y uno de los casos más llamativos es que aparecen datos de violencia sadomasoquista evidentes o disfrazadas sobre las mujeres y siempre los presentan como que a las mujeres les gusta el maltrato, la ofensa, la humillación. Es una cantidad de abusos de autoridad en la intimidad, que pasan a ser como una especie de componente del gusto manipulado por un modelo ideológico, hasta esos filamentos de las estructuras psicológicas se ha metido el modelo de dominación semiótica en este tema. Ya no hablo del tratamiento de ciertas estructuras, por ejemplo, personas que gustan de cierto tipo de concepto de lujo que no pueden tener, que no van a tener nunca en su vida, que en realidad no necesitarían, pero que abrazan, que hospedan en su estructura simbólica. Hay quienes disfrutan de ver relojes carísimos, de pensar que a través de eso se logra quién sabe qué universo de placeres; o los automóviles, que son una obscenidad lo que cuestan y la tecnología que tienen, en un mundo en donde tantas personas no tienen acceso ni a un hospital. Hay disfrutes, hay gustos, que también recorren umbrales, no es que esté mal que a la gente le guste el diseño, ni las formas, ni los colores, ni las soluciones tecnológicas, no es esa la discusión. La discusión es el gusto por el status que lo diferencia de los otros, un dilema muy serio en nuestro tiempo, yo diría que casi el sesenta o setenta por ciento de los componentes narrativos de dominación están basados en eso: en que te guste”.

[i] 3.           Fornet, Ambrosio: Para presentar el cuarto número de Temas, No 5, 1996, 132-133.

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Fernando Buen Abad: El cine tiene que interpelarse (I parte)

Foto Flor de Paz

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

Para Ambrosio Fornet

 Hora y media de palabras cruzadas fueron las esteras de una plática donde emergió todo un arsenal de ideas, apremiantes interrogaciones, necesarias acotaciones. Todo aconteció en una habitación del Hotel Nacional de Cuba, testigo de un dialogo que apuesta por lo sustantivo. El punto de partida, su libro Semiótica para la emancipación[i]. 

La mañana de ese sábado, La Habana mostraba encendidos cúmulos nimbos, dispuestos a subvertir un malecón donde convergen todas las coordenadas posibles. La ciudad afloró mestiza con poblados cromatismos, enriquecida por los acentos de simbologías y relatos que edifican una identidad, muchas. Todo un arsenal que la encumbra, emplazada en el paradigma de todos los surrealismos posibles de Nuestra América. 

A esta cita, iba abrumado por dudas, entrecomillados. Hasta el día anterior, mi entrevistado estuvo sometido a una intensa agenda que incluía conferencias, visitas a instituciones culturales, gremiales, políticas y científicas, encuentros con estudiantes de las artes, el deporte, el magisterio, el derecho y el periodismo. En su programa tuvo entrevistas a medios locales, la participación protagónica en un programa de televisión, más una visita al Complejo escultórico erigido al Comandante Ernesto Che Guevara y sus combatientes, emplazado en la ciudad de Santa Clara, fruto del empeño creativo del artista plástico cubano José Delarra. Todo un abultado y agotador programa, en tan solo nueve días.

 Era de esperar que la entrevista, prevista para el último día de su estancia en Cuba, estuviese marcada por el agotamiento, el cruce de ideas o la argumentación inconclusa, justificada por el cansancio y el rigor de cumplir, cabalmente, todo un itinerario pensado para un hombre, donde la palabra, es una de sus más lúcidas herramientas. Pero el arte final de nuestra conversación fluyó por los pilares de la sabia y vitalidad que lo caracteriza, la de ser un intelectual comprometido.

 Fernando Buen Abad Domínguez (Ciudad de México, 1956) es un versado en Filosofía de la Imagen y de la Comunicación. Los temas de la cultura, la estética y la semiótica son parte de sus cotidianos abordajes narrativos. Es director de cine, egresado de New York University. Ostenta la licenciatura en Ciencias de la Comunicación y Master en Filosofía Política y Doctor en Filosofía. Forma parte del Consejo Consultivo de TeleSUR y de la Asociación Mundial de Estudios Semióticos. El Movimiento Internacional de Documentalistas lo incluye como parte de sus más prominentes miembros. La Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad lo tiene entre sus más activos líderes de opinión. Ostenta, además, el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar que otorga el Estado venezolano.

 De su obra ensayística —más de una docena de títulos publicados— vale apuntar: Filosofía de la comunicación (2001), Filosofía de la imagen (2003), Imagen, filosofía y creación (2004), Semiótica para la emancipación (2009), Filosofía de la responsabilidad socialista en comunicación (2012) y Filosofía del humor y de la risa (2013).

 Actualmente lidera del Centro Universitario para la Información y la Comunicación Sean MacBride y del Instituto de Cultura y Comunicación de la Universidad Nacional de Lanús.

 Antes de empezar la entrevista, se alistó una chaqueta, y sin más preámbulos, la primera pregunta.

—En su libro, Semiótica para la emancipación, usted esboza una suerte de sentencia: “Tenemos la obligación de ser mejores, armados con las mejores ideas, expresadas de la mejor manera, en el momento oportuno y en todo lugar, gracias a las fortalezas que da la moral de la lucha revolucionaria, la solvencia profesional y operativa más avanzada, y una columna vertebral ético-política capaz de ajustarse a todas las necesidades de una lucha que es muy compleja y es permanente”. Yo le pregunto, ¿estamos realmente listos para ese escenario dibujado por usted?

—Realmente no. En realidad, esa secuencia de afirmaciones es, digamos, un modelo de razonamiento que contiene la mecánica de fotografiar una realidad que yo veo y al mismo tiempo interrogarme, interrogarnos, sobre cómo estamos interviniendo en esa realidad. Y lo que veo es que no, y que los que nos hemos formado en el campo de la filosofía, de la comunicación, de la semiótica, estamos a la altura de la historia que se está protagonizando ante nuestros ojos.

“Hay una aceleración de la avidez del capitalismo, de la degeneración de un sistema de explotación contra la humanidad. Eso ha involucrado la invención de una complejidad enorme de canalladas tecnológicas, ideológicas, en fin, de todo género.

“Ante este fenómeno, no estamos respondiendo como deberíamos, porque no hemos sabido estudiar el problema, porque no hemos logrado un marco teórico-metodológico que nos permita comprenderlo y/o porque nuestra inmovilidad es un síntoma de cómo nos ha golpeado. Entonces, el texto que citas, y ese primer párrafo, tienen como una mirada de balance ante lo que pasa, con quiénes estamos y dónde estamos. Me salgo y me cuido de no ningunear, de no dar carpetazos y negar, o ser indiferente, ante grandes contribuciones que hay. No estamos navegando a ciegas. Hay faros que iluminan, hay referentes cruciales que han hecho mucho trabajo importante, pero no logra ser, ni en cantidad ni en calidad, el que deberíamos tener.

—En el pensamiento progresista han sido estudiados los recursos de la política, también los de la comunicación ideológica, estética y cultural. Pero estos abordajes suelen quedar, más bien, en el enunciado y no en las necesarias respuestas que debemos edificar en todo su aritmética. ¿Cómo ese escenario dibujado por usted, por su guerrilla semiótica, es una escalada de respuestas? ¿De qué manera se integra el cine a esta tesis, obviamente marcada por las teorías semióticas?

—A pesar de que las circunstancias y de que todavía tenemos insuficiencia de instrumentos, de cuadros, de espacios y de estructuras para poder ofrecer una batalla compleja, no descuido el hecho de que haya incluso episodios basados en una intuición sensacional. Hemos visto el ataque que han dado contra Cuba, esto que se llamó San Isidro.  Hubo una respuesta, un encapsulado del proceso para hacerlo visible, para hacerlo comprensible, para discernir causas, manipulaciones, y tendencias, y todo lo que representó como producto de una ofensiva financiada desde Estados Unidos. Fue una intervención semiótica —así le llamo yo— mediante un discurso del canciller cubano que sirvió como plataforma muy interesante para esclarecer, para hacer transparente todo ese tinglado, esa parafernalia.

“Es probable que el propio canciller jamás definiera su discurso como semiótico, o como una intervención semiótica, pero estoy convencido de que al disputar la producción de sentido en el corazón mismo de una contradicción como la de querer destruir a un pueblo que está proponiendo un desarrollo humanístico, sociológico, político, educativo, se asienta la base de la reflexión que deberíamos estar haciendo.

“Y traslado este asunto al campo del cine. Creo que el cine tiene que interpelarse con urgencia sobre este tema. Recorro con la mayor proximidad que puedo las técnicas de escritura de guiones para cine y veo que no hay una disputa semiótica seria en el fondo de la producción de los guiones, porque en general, si se explora cualquier guion de cualquier película, incluyendo las comerciales, puede apreciarse a lo largo del desarrollo de la historia la presencia de una cadena de problemas sociales, humanos, tecnológicos, que llenan el escenario narrativo.

“Estos, son una interpelación al que escribe el guion y al que va a ver la película, respecto a cuánto conocemos realmente los problemas que se representan en esa estructura narrativa. Si la actitud del conocimiento de los temas planteados se resuelve de manera superflua, si de los problemas solo interesa saber más que hay dos peleando, si no importa la historia o la dialéctica del conflicto, o de los conflictos, estamos produciendo un tipo de espectador, un tipo de interlocutor de la película que se vuelve superfluo, banal, errático, con la mentalidad y la lógica del zapping, con la estética del zapping, de la mescolanza, y todo da lo mismo, porque esos trances solo aparecen como luces problemáticas que se prenden, pero que en su conjunto no iluminan un dilema humano ni su solución; mucho menos, digamos, su elucidación profunda.

“Esta cualidad de la superficialidad, de la banalidad, en términos de cómo se desarrolla el guion mismo, después, empieza a encontrar escalas expresivas en todos los demás recursos narrativos, porque en general no se ilumina con precisión. El manejo del discurso luminoso en las películas suele ser básicamente para alumbrar y no para iluminar. Hay toda una capacidad que se está perdiendo en términos de cómo un rayo de luz significa un acento en la estructura del relato visual, de cómo una profundidad de campo no es igual cuando tiene un proyecto de iluminación correcto, de cómo los cuerpos tienen texturas, volúmenes. Es decir, cuando tienen un relato de presencia en el conjunto de las visibilizaciones en función de la luz; esto es un arte de la foto-imagen y la luz, y es el oxígeno de la capacidad narrativa. En los guiones se ve cada vez más pobreza en la sintaxis de esta línea de contribución del relato. Se trata de un sistema de empobrecimiento, de falta de estrategia narrativa y de disputa simbólica o semiótica, para decirlo, muy, en síntesis.

“Pero lo mismo podría decir del manejo del sonido. Toda vez que ponen musiquita cuando la muchacha se acerca a la ventana a mirar el horizonte, y vemos de qué tipo de musiquita se apropia el realizador —piano, violín, flautas—, sabemos que están jugando con nuestras emociones. La música tiene todo un proyecto de relato emocional en la obra fílmica y eso es todo un objeto de estudio que disputa sentido, y que contribuye con el sentido que a veces dispersa, que a veces anima y a veces lo deprime. El sonido, trabaja todo el tiempo sobre el relato de esta forma en la construcción narrativa, apoyado en el tránsito de las masas sonoras, que pueden ser desde pajaritos hasta bombas. Toda esta predisposición acústica es un campo de disputa semiótica que la veo ausente del debate.

“Si hablamos del vestuario y del maquillaje, y de todos los demás elementos que comparten las esencias del proceso de la redacción de un guion, en el caso hipotético de que lo haya, ahora resulta que hay algunos directores o productores que, incluso, prescinden del guion y van a una especie de improvisación, más o menos ordenada y eso nos lleva directamente a la aventura —a veces afortunada— de la improvisación del relato, en un contexto en el que yo creo que es lo que menos falta nos hace.

“Volviendo al núcleo de la pregunta, hace falta formación semiótica para poder entender que la construcción de un relato tiene toda esta complejidad y toda esa riqueza, y que falta todavía la otra parte, que es, cuánto necesita un interlocutor o un destinatario del relato fílmico de todo esto, y cómo lo necesita. Si lo necesita para que lo convenzan de que lo bonito, lo bello, lo agradable, lo exitoso y lo deseable es aquello o para ser capaz de identificar en sus propias luchas sociales, históricas, políticas y concretas, el desarrollo de la propia noción de belleza, de felicidad, producto de las luchas diarias. Esta adecuación no está encontrando una semiótica capaz de permitirnos visibilizar las contradicciones, y eso realmente me preocupa mucho porque es como tener un caudal enorme de riquezas y simplemente, como decía el poeta, morir de sed junto a la fuente”.

Foto Flor de Paz

—Vuelvo a otra zona de su libro donde afirma: “No se puede hablar de semiótica si no se incluyen los pueblos originarios y a todos los que han sido excluidos del reino de la significación notoria”. Es maravilloso lo que defiende; sin embargo, no pocos de nuestros cineastas latinoamericanos, ignoran o taponean esta gran cultura ¿Qué hacer en materia de política cultural ante ese desacierto que atenta contra la fortaleza simbólica de nuestra América?

—La política cultural debería estar profundamente imbricada en los modelos de educación social de los ministerios de educación desde las escuelas pre-primarias hasta los posgrados y doctorados. Conozco importantes investigaciones en doctorados que hablan del debate sobre el problema de la cultura, pero no se acuerdan que Mesoamérica, y que hubo aquí cinco, seis civilizaciones, que produjeron cuarenta y cinco pirámides más o menos en la zona de nuestra Mesoamérica. No se acuerdan que aquí hay presencia de pueblos negros, que hay una confluencia de personas traídas en condiciones de esclavitud y comercializadas en condiciones absolutamente deleznables que han contribuido a la proliferación de las identidades de un territorio, de un continente y de una unidad llamada Latinoamérica. Algo anda muy mal si no cuenta para el análisis el reconocimiento de quiénes son los pueblos originarios, de quiénes son los pueblos que han aportado realmente la fuerza de trabajo para hacer lo que usted me diga y mande, si se elaboran discursos, teorías y enunciados académicos que no tengan proyección histórica de esta base.

“No quiero perderme porque este un tema que me da mucha tentación, pero creo que hay problemas serios de formación: yo le llamo desnutrición cultural. Es una categoría que he desarrollado para explicar que gente que no tenga noción de lo que es el Caribe. Por aquí pasaron todos los imperios del mundo ¿Qué hicieron? Desastres. Si no se tiene esa noción, y esa connotación, entonces no puede metabolizarse ni uno solo de los datos.

“¿Cómo se come en el Caribe? Esto tiene una nota muy clara en la esclavitud y en la disputa diaria por los alimentos, y en el chantaje, que es histórico. Ayer veía un texto que hablaba de la herencia culinaria del Caribe y no de todas estas partes dolorosas cómo me las han contado en Venezuela. Hay un platillo histórico y tradicional cuyos ingredientes son las sobras de lo que dejaban los dueños de las haciendas, con las se conformaba el platillo de los pobres. Sin ese dato histórico, parece que los esclavos eran exóticos y sofisticados, que les gustaban comidas de sabores raros; y no, comían lo que sobraba, directa y crudamente.

“Ese dato conduce a una reflexión, a preguntas duras: ¿cómo está conformada tu cultura general en el ánimo de convertirte después en productor de relatos? ¿estás consciente de que tú relato viene precedido o influenciado por alguna corriente narrativa, que a su vez es una corriente ideológica? Además, eres una especie de reproductor o correa de transmisión de un formato del que si no estás enterado en el mejor de los casos por ignorante, algo anda muy mal, y en el peor de los casos, eres cómplice de algunos sistemas narrativos que son muy deleznables, porque son clasistas o porque son oscurantistas.

“El problema de la desnutrición cultural tiene expresiones muy odiosas. Hay gente muy petulante disfrazada de muy creativa, de muy genial o de muy impactante o seductora, que nunca tuvo un minuto de autocrítica sobre dónde saca lo que produce, y a veces cuando les rascamos un poquito, lo que vemos, se llamen cineastas o artistas, y sean tan exitosos como quieran, en realidad, tienen vacíos muy preocupantes en su concepción de los seres humanos y del desarrollo de la expresión de los seres humanos y de la cultura”.

—¿Piensa que las instituciones de la cultura en América Latina deberían integrarse para concretar el objetivo de hacer visible nuestros orígenes, nuestras historias? ¿Urge una alianza de esta naturaleza?

—Sin dudas. Siempre y cuando logremos hacer una crítica profunda de esas instituciones. Porque, ¿a cuáles nos referimos? En el panorama de los ministerios de cultura, las secretarías de cultura en América Latina, tenemos los mismos vicios que en otras áreas. Hay ministros de Cultura que creen que cultura es organizar conciertos y traer a Pink Floyd a que toque no sé qué, o traer a los grupos de éxito de la música, los narco corridos y todo eso.

“Está de moda que los ministros se sienten orgullosos porque organizaron no sé cuántos festivales… de teatro, de danza, de cine y eso no está mal, pero no es suficiente.

“Seguimos con problemas para tener solidas políticas culturales, no hemos logrado tener leyes de cultura —como deberíamos— que pusiesen a salvo, en principio, la categoría de diversidades culturales, lo cual implicaría integrar a pueblos originarios y a todas las formas de expresión que constituyen la identidad de un pueblo. En Argentina se hizo un gran debate nacional, hubo muchas mesas por todos lados participando de manera consultiva, muy interesante, hacia la materialización de una ley de cultura. Pues resulta que al final la abortaron porque el propio modelo ideológico del aparato del estado en las condiciones en que está hoy en general en América Latina no tiene compromiso con esta concepción de la cultura, en el sentido de la producción de la totalidad de las expresiones colectivas. Entonces, ese es un déficit grande”.

Foto Flor de Paz

—No hay signo, ni ciencia de los signos, ajena a la lucha de clases. Esta es una teoría contrastada. Sin embargo, a ciertos intelectuales conspícuos, como los adjetivó Mario Benedetti en su libro de ensayos La realidad y la palabra[ii], les da picor el abordaje de las luchas de clases, las fotografías de las clases sociales desfavorecidas o la palabra imperialismo ¿Cobardía histórica, afán de protagonismo, intencionada ceguera? ¿Cuál otra mirada sumaría a este inventario?

—Podríamos seguir la lista. Hay muchos compañeros que han sacado de su agenda el tema de la lucha de clases, del marxismo incluso, de la crítica al capitalismo. Lo han sacado de sus agendas porque incomoda a sectores que los están financiando. En algunas universidades hay financiamiento para investigación en temas de cultura, pero son dineros, por ejemplo, de Konrad Adenauer o de fundaciones europeas que patrocinan becas. Se hacen proyectos de investigación al modo del pensar del que da la beca por quedar bien con sus ideas, que parezcan que estamos en sintonía, a cambio de unos pesos.

Si hablamos de necesidades y urgencias de la gente, no me atrevo a hacer juicios sobre el porqué recurre a una beca o a un financiamiento. El problema más grave es a cambio de qué, a qué se resigna y qué se omite, y si ya viene todo este prerrequisito de sacar del mapa coordenadas teóricas fundamentales, digamos, de pensamiento obligatorio desde el punto de vista metodológico. Hay que violentar al método para que el resultado me salga más o menos bien: ya veo una manipulación que es entre otras cosas antiética. Le falta la ética y en eso a mí me parece que no se puede transigir. Hay muchos compañeros que están, hoy por hoy, en esa ruta de producir postres que no le hagan daño a nadie, que quede bien como corolario de cierta vida, cierta investigación, ciertos enunciados, y que más o menos parezcan que democratizan un buen estado de ánimo entre todos para llevar la fiesta en paz. Eso es imposible en un mundo donde no hay manera de no tomar posiciones de raíz con los problemas.

En el campo de la semiótica, en el campo del cine, hay muchas emboscadas al respecto. Conocí en Chiapas algunas productoras cinematográficas que vinieron a hacer trabajos documentales financiados por fundaciones alemanas, que de pronto parecía que más que progresismo tan interesante en Alemania, les interesan los problemas sociales de Centroamérica, y de Chiapas, y del zapatismo. Después supimos claramente que eso se exhibe allá para tranquilizar el espíritu pequeñoburgués alemán y decir: “Mira, qué mal que están aquellos y qué bien estamos nosotros”. Esa ecuación se ha repetido muchas veces, y hay un proceso sistemático de saqueo de la imagen: vienen y entrevistan a los pueblos originarios y hacen excelentes fotografías con composiciones muy estudiadas para que se vea a las niñas indígenas levantando piedritas u hongos con composiciones muy estetizadas para venderlas a un público que lo entiende así: “Ay, qué simpática de la niñita indígena”, pero nunca qué compromiso se tiene con la realidad de ese ser humano. Entonces, ese comercio de saqueo de imágenes, que yo llamo de usurpación semántica, semiótica, es un gran negocio en muchos lugares. Y quien se presta a eso, empieza a cortar de la realidad raíces muy profundas y, de alguna manera, a falsificar los hechos en función de los cheques que está viendo venir. Algunos otros, incluso, no solamente por los cheques sino por la fama, por el ego, por distorsiones que ya no competen a la cuestión de qué compromiso se tiene con la verdad, y qué fidelidad o lealtad debo tener con quienes viven esa realidad en condiciones de desventaja. Esa interrogación creo que hace la diferencia grande, se llamen cineastas o con el glamour que quieran, gusten y manden, sean de escuelas de cine o no. Si el resultado no es solidario con aquellos que están mostrando el sufrir de sus vidas en las bases yo le pongo interrogaciones a todo eso. Y la semiótica, insisto, debe servir para eso.

—Frances Stonor, la autora de La CIA y la guerra fría cultural, un libro imprescindible para la intelectualidad cinematográfica, documentó el impacto de la agencia estadounidense en el ángulo global de la cultura entre el año ‘47 y ’67. ¿Esta praxis es un asunto del pasado?, ¿No fue también el signo de una arquitectura que desarrolló la agencia de inteligencia de ese país?

—Bueno, en un sentido sí es del pasado, en tanto está anclada a coordenadas muy concretas, a un período, a unas circunstancias que hoy han empeorado radicalmente. El Informe McBride en el año ‘80, los que hicieron esta comisión de estudios para los problemas de la comunicación, decían: es un escándalo. Los dueños de todos los medios del mundo en ese periodo eran como seiscientas personas; hoy son ocho o nueve. Entonces empeoró la cantidad, el perfil tecnológico, además del formato del modelo de propiedad de las herramientas de producción de sentido. Se pasó a tener unas formas de penetración social como nunca vimos, de 1945 para acá la televisión se nos metió en la recámara, se metió hasta en la cocina, son infiltrados todos estos medios en la vida diaria, ahora mismo hasta vamos al baño con el teléfono celular. Esta infiltración recorre todos los ámbitos de una nueva intimidad en la que ya se nos ha vuelto indispensable estar permanentemente conectados y chateando hasta en la ducha, conozco casos.

“Todo eso se modificó porque se modificó también el campo de las subjetividades; tenemos incluso otra dimensión de lo visible y de lo invisible en el discurso, que transita de manera más compleja en esta disputa semiótica. Hoy se dice: “Los nazis no perdieron la guerra, se la llevaron para Hollywood”. Ese juego o esa metáfora de esa expresión se convalida y se verifica cuando uno hace un rastreo mínimamente, una tomografía computada del discurso que se produce hoy en Hollywood, y en Netflix, y en lo que se está consumiendo en las casas, como series televisivas, etcétera. Si usted pudiera hacer una tomografía computada de los vectores de los modelos de pensamiento nazi-fascistas que todavía están ahí circulando, nos llevaríamos una sorpresa enorme al ver los grados de infestación que hay de esas moléculas, del nazi-fascismo en el relato mediático en general.

“En ese sentido, se nos ha puesto más complejo el análisis y más compleja la intervención. Ya no podemos, como en algún momento pedían los compañeros de las tesis interesantísimas de Matterlart en el escenario chileno, pensar un proyecto de prensa obrera, por ejemplo, como la gran solución al problema de la comunicación de los pueblos y la lucha de clases; la prensa escrita hoy ha adquirido otras dimensiones a nivel masivo. Con la lectura digitalizada en teléfonos o en tabletas, ya se presentan otros desafíos con los memes, con las redes sociales. Si bien la raíz es la misma, la complejidad es otra. Eso hay que tenerlo muy claro porque si no acudimos con hipótesis teórico-metodológicas que se nos han esclerotizado o que sirvieron para un momento, pero que cuesta mucho trabajo en el presente, y el ejemplo más duro que le puedo poner es que no tenemos cuerpo teórico-metodológico que trabaje en tiempo real. Esos modelos de análisis que vimos en los años setenta, ochenta, y desde el ’45, incluso, con los que empezamos a ver los efectos del proceso acelerado de concentración monopólica, que viene estudiándose desde entonces con mayor celeridad, hoy no logra respondernos al problema del mensaje en tiempo real y a cómo analizamos el control que ellos tienen sobre la velocidad y sobre la ubicuidad. Un mensaje que nos disparan en Ucrania esta mañana, en quince minutos le da la vuelta al planeta y se instala como agenda del día de hoy, y nosotros no tenemos los dispositivos rápidos para decodificar, ni para responder, y mucho menos prever. Eso se modificó sustancialmente, es el mismo problema agudizado que requiere hoy instrumental de mayor precisión”.

—Usted boceta en Semiótica para la emancipación esta idea: “La producción de sentido está estrechamente ligada con la cultura social y política, y con las realidades de distintas clases sociales cuyas luchas alimentan y estimulan el escenario simbólico”. Es cierto, sin embargo; no hemos sabido aprovechar esas estrecha relaciones símbolo-sociedad y nos hemos centrado en las herramientas de la política. ¿Cómo articular los poderes de la cultura en esta batalla que usted subraya, por la emancipación?

—Primero con un método que sea capaz de entender la complejidad, ¿No? Hay recorridos que nos hacen falta con urgencia. Por ejemplo, no estamos haciendo el trabajo de recomposición simbólica.

“Por ejemplo, en México, frente a la conciencia de las riquezas naturales. Tenemos una cantidad impresionante de ríos, lagos y lagunas, de cuerpos de agua interiores que a su vez tienen no solamente provisión de peces y de alimentos y de alternativas alimentarias, agrícolas o espacios, posibilidades ganaderas, mineras, etcétera, que la mayoría de las personas desconoce, ni idea tienen, y algunas incluso se enemistan. No es la producción de pescado lo que más se disfruta a nivel popular, no es parte, digamos, de la culinaria cotidiana habiendo alternativas muy importantes y algunas, incluso, tradicionales en zonas como Michoacán, en el lago de Pátzcuaro. Toda la estructura cultural de esa zona tuvo y tiene, en su vínculo con la pesca, con el agua, con la laguna, cancioneros, estética, diseño de textiles, lo que se conoce como rebozos, vestidos, maquillajes, peinados. El propio diseño de las lanchas, el diseño de las redes de pesca, la tradición oral y escrita, pues en general el conjunto de las expresiones que se dan en virtud de ese trabajo histórico se ha ido asfixiando en un solo sector que son los tradicionalistas o folklóricos, que todavía quieren conservar esos reductos de la cosa del pasado.

“Esa es una gran trampa de la ideología del liberalismo y del neoliberalismo, que pretendiendo sofocar esas identidades quieren suplantarles la otra identidad que es: “¿por qué no te conviertes? En lugar de ser un pescador que recuerda sus canciones, su familia o los consejos de los viejos para la pesca, ¿por qué no te haces empresario y pasas a ser micro empresa de producción pesquera?”. Estos ejes de quiebre simbólico han tenido verdaderas repercusiones muy duras en los pobladores que dejaron de vestirse con los trajes que son los cómodos, históricos y tradicionales de los pescadores de esa zona para empezar a vestirse como los pequeños modernos empresarios que van al banco a discutir el futuro económico. Todos esos ejes van significando quiebres y pérdidas muy grandes. No soy un nostálgico de ese folklorismo, lo que sí creo es que ahí hemos sido derrotados muchas veces en las diversidades culturales, y que hay que hacer una defensa de eso sólo para poner en el campo de la producción y ahora mismo de la culinaria.

“Asimismo ha pasado en la zona huasteca con la música, que tiene una trayectoria tan significativa, tan singular, en ponerle palabras, música y emocionalidad a la vida misma de la producción del campo, y cómo eso se degeneró, se manipuló, y se llevó al cine. Algunos vectores pasaron a ser hoy, casi exclusivamente, grupos que se contratan para animar la presencia de turistas en los hoteles”.

—Los signos, los símbolos, que se construyen también desde las fortalezas de una personalidad o de un descollante hecho histórico, los que trabajamos con las muchas expresiones del arte y la literatura desde los derroteros de la izquierda, ¿hemos sabido abordar con altura estética y pensamiento integrador esos capítulos que nos definen como cultura? ¿Qué nos falta por hacer en esta zona del conocimiento cultural? Me refiero a la historia. Permita un paréntesis, en Cuba se le da mucha importancia a la historia y en la cinematografía cubana de estos más de sesenta años de Revolución se atesoran una gran cantidad de obras dedicadas a la historia, pero escasean narrativas creíbles sobre esos personajes, y que afinquen una jerarquía dentro de los componentes simbólicos que ameritan subrayar en esta batalla cultural. Quiero también su opinión sobre eso.

—Sí, como todo, las preguntas son indispensables, la pregunta del cuerpo ideológico, ¿no? También en México, en una época, hubo una movida muy fuerte para recuperar la historia, por ejemplo, de la Revolución mexicana ¿Pero quién se interesó por eso, con qué relato, reivindicando qué? Y acabó con que nos contaron la historia de la Revolución las oligarquías que fueron derrotadas, es como si viéramos películas de la Segunda Guerra Mundial, películas de Hollywood. ¿Quiénes nos contaron eso? Un grupo de empresarios judíos que se hicieron dueños de la industria de producción cinematográfica norteamericana y le pusieron su sello. Han producido una victimización, no sin argumentos, no carentes de algunas razones, incluso ineludibles, para repetir qué discurso, para reivindicar qué heroicidades, para terminar contando la historia en función de qué clase de relato, en su versión más cruda, más dura. El relato de la gran odisea del avance del capitalismo hacia el lejano oeste es el de un genocidio contado en clave de aventura y de épica. Matar indios a balazos, de manera absolutamente demencial hoy no lo toleraríamos, porque tenemos un grado de sensibilidad mayor ante esa clase de discurso, con alguna salvedad. Hoy estamos viendo crímenes en otros lugares del mundo que son el equivalente de alguna forma, pero en todo caso es el espectáculo del genocidio puesto de esa manera,  contado por los que resultaron ser los ganadores de la pelea, de los perdedores pocas veces escuchamos el relato. Y esta pregunta, desde dónde estamos viendo que se relata la historia, en función de qué clase de lucha y la interpretación de qué lucha, pues nos obliga a hacer este repaso.

“Yo creo que el cine cubano tiene una proclividad grande a repensarse incluso, a través del cine, y cuántos casos hay de películas de gran debate, como Memorias del subdesarrollo, de filmes que han sido nichos importantísimos de discusión y de revisión. Porque es el repaso de sí mismo, de un país, en los ojos de un autor que entre polémicas de auto proclamaciones presenta un universo, pero, ¿para qué, ¿cómo? Esa es la lectura de la semiótica. ¿Cuál es el flujo de sentido que motiva y moviliza la realización?, se llame historia o como se llame. Después el otro problema: cuando se llama historia, cuando pasa a ser del discurso, de la referencialidad de la historia o del historicismo, ¿qué está pasando con las generaciones que lo reciben como si eso fuera el baluarte educativo por el que tienen que formarse y conformarse una imagen y un imaginario de su identidad, de su historia, de su protagonismo? Peor la cosa cuando no puede cotejarse, contrastarse.

“Acabo de ver una película, hace poco, como jurado en Argentina, la historia de Mariano Moreno, interesante. Solamente que para hacer una película así, sin fotografías, casi no hay fotografías de este personaje, una o dos, los testimonios casi todos desaparecieron, entonces la filigrana audiovisual que tuvieron que inventar para poder aludir a la presencia de este personaje y contar la historia, que es además muy significativa en un período de la independencia argentina, es un reto enorme ¿Cuáles son los móviles de ese relato? Me queda muy claro que hay una reivindicación del papel, incluso revolucionario, de ese personaje, que justifica el por qué tuvieron que buscar todas las alternativas para ilustrarlo, poniendo una imagen quieta durante largos minutos frente a la fachada donde suponen que nació, mil cosas como esas. Ahí encuentras que el sentido cobra otras dimensiones en función de que hay una convicción muy potente que está buscando resignificar un montón de elementos que no son directamente el sujeto y ese es un dilema grande para la historia. Otros casos tenemos en los que abundan las espadas, abundan los uniformes, las botas, los caballos, todo lo que se usó. No obstante, toda esa parafernalia no alcanza a describir la madre de todas las luchas, que es la lucha de clases”.

[i] 1.           Abad Domínguez, Fernando Buen: Semiótica para la emancipación, Universidad Nacional de Lanús (2017).

[ii] 2.          Benedetti, Mario: La realidad y la palabra, Ediciones Destino S.A., (1990).

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Todo el arte es político y parte de bases estéticas

José Rivera Guadarrama, periodista, poeta y escritor mexicano

José Rivera Guadarrama, periodista, poeta y escritor mexicano

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

Transcripción de la entrevista a José Rivera Guadarrama, periodista, poeta y escritor mexicano, en el espacio Diálogos en reverso de la Unión de Periodistas de Cuba, realizada el 2 de marzo de 2022 sobre el tema “Cartografías de lo estético en el cine latinoamericano”.

Octavio Fraga: Hola, buenas tardes. Una vez más bienvenidos al espacio “Diálogos en reverso”, de la Unión de Periodistas de Cuba. Como cada tarde de miércoles, a la una, desde La Habana, tenemos pláticas con cineastas, críticos de cine, investigadores del cine o periodistas, como el de hoy, quién es también poeta y escritor. Nuestro invitado es el mexicano José Rivera Guadarrama. Es un placer, también un gusto para nosotros tenerte en este encuentro de los miércoles.

José Rivera Guadarrama: Muchas gracias Octavio por la invitación, por el espacio también. Es una forma de aprovechar esta cercanía que nos permiten los medios digitales. Reitero, agradezco esta invitación, y adelante.

Octavio Fraga: Bueno, te decía José que es una práctica de nuestro Diálogos… leer, también comentar, la ficha curricular del invitado. José Rivera Guadarrama radica en Ciudad México, es colaborador de La Jornada Semanal, suplemento cultural del diario La Jornada, uno de los más prestigiosos periódicos de nuestro continente. Ha sido jurado internacional de eventos de televisión en América Latina, tiene estudios de filosofía, periodismo e historia del arte. Cuenta con más de diez años en el oficio de periodista e imparte talleres y cursos relacionados con la profesión. Trabajó en campañas de partidos políticos en temas de propaganda. Imparte también talleres de literatura, periodismo y cine, y aborda habitualmente asuntos relacionados con la estética, violencia, tecnologías digitales, así como los discursos de la literatura. Además, tiene publicado varios libros de poesía y narrativa.

Empezamos con la primera pregunta. Te propongo, como punto de partida para este diálogo, que nos dibujes una definición de lo estético en una película con respecto al resto de las artes.

José Rivera Guadarrama: El tema de lo estético en nuestro país es muy complejo. Muchas veces me he preguntado si hay un cine latinoamericano o una Latinoamérica dentro del cine. El cine siempre se está cuestionando, o nos está cuestionando, cuáles son las características de las sociedades actuales.

La aparición del cine en nuestro país es bien interesante. Como bellas artes aparece a finales del siglo xix, en 1895. Arriesgándome mucho, diría que el cine es la culminación de la modernidad o de la industrialización del siglo xix, que comienza en Inglaterra, Alemania, etcétera, con varios tipos de descubrimientos. Entonces, para mí, el cine es esa cúspide de la industrialización y de la modernización en las sociedades.

En 1896, un año después, ya estaba el cine en México. En ese tiempo justo había un movimiento social y político muy interesante en nuestro país. Gobernaba el dictador Porfirio Díaz, un político que duró treinta años en el poder, un poco antes de nuestra Revolución Mexicana (1910). El cine llega a México con este personaje, que es muy interesante en el desarrollo de nuestra historia política nacional y cultural. Porfirio Díaz conoce el desarrollo del cine y lo trae a México. Y entonces podríamos decir que ese político militar y dictador es uno de los primeros actores de cine de nuestro país. No trajo a los hermanos Lumière, vinieron algunos como embajadores de ellos, pero filmaron escenas de este personaje de los inicios del cine en México. Eso me da mucha pauta para analizar cuáles han sido las características, de nuestro cine mexicano y latinoamericano en general.

Entonces, el cine, como esa culminación de la industrialización recae en el tema del por qué se le llama o se le matiza como el séptimo arte; todas las artes no tienen ese matiz.

Decimos las artes escénicas, las artes de escritura, etcétera, pero el cine siempre es el séptimo arte, y una de las características que viene a colación con lo que he estado mencionando es que el cine no es un producto o no es una actividad individual.

Ese es uno de los problemas de por qué tardó tanto en ser aceptado como un arte, como un séptimo arte, porque las previas se adjudicaban a una sola persona, eran individuales. Una persona o un artista, que incidía en la sociedad o en las demás artes, pero en el cine no pasa lo mismo; intervienen muchos personajes para construir una obra artística.

Está el director, están los guionistas, los actores, todo ese conjunto de personajes que no había antes. Antes era el escritor, el poeta, el actor, el dramaturgo, el escultor. Entonces, una de las características importantes del cine es que es una construcción social. Se conjunta todo un movimiento, incluso ideológico y cultural, para expresarlo.

Ahora, yéndonos al origen del cine, ¿cuáles son las temáticas de la primera película conocida a nivel mundial realizada por los hermanos Lumière?

La literatura antigua, por ejemplo, se basa mucho en la mitología. En Homero, se exaltan personajes o dioses, también deidades. No hablan de seres humanos como nosotros, sino de personas que tienen el dominio sobre los personajes, que incluso se divierten con las tragedias que infunden a los seres humanos, finitos, mortales, defectuosos, como somos nosotros; así, mucha de la literatura y del arte exaltaba esas deidades.

Con el cine no pasa así. Eso es algo bien curioso Con las primeras propuestas de cine, los hermanos Lumière toman la cámara y filman la cotidianidad de personas iguales a nosotros. Entonces, el cine, después de los hermanos Lumière ha sido como una forma de extender todas esas propuestas temáticas. Es muy arriesgada esta hipótesis, pero así me lo parece.

Una de las escenas que recuerdo muchísimo de esa primera película de los hermanos Lumière es la salida de los obreros de la fábrica. No hay efectos especiales, no hay personajes líderes, están retratando una cotidianeidad como esa. Otra que marca mucho la temática del cine y de las analogías posteriores es, por ejemplo, la escena del juego. Dos personas aristocráticas o burguesas, como queramos llamarlos, están jugando mientras un mesero los atiende, y observa un poco cuál es su dinámica, pero se retira. Otra escena, es la de un niño que interrumpe a un jardinero pisándole la manguera; es el inicio del cine cómico. Creo que las propuestas del cine mundial y del cine latinoamericano siempre están rebatiendo o amplificando ese tipo de temáticas.

Ese cine primigenio mexicano que yo comentaba tiene tintes políticos, porque entonces si nuestra revolución surge en 1910, y es uno de los movimientos políticos y sociales más importantes del país, ¿por qué entonces no hay cine de la Revolución Mexicana? Hay cine que retoma algunas escenas de la revolución, pero no hay un cine o no hay directores revolucionarios, dicho con todo el significado de la palabra. No se entendía muy bien en nuestro país qué alcances podría tener el cine ni qué opciones sociales o de inserción social podría tener. Contrario al cine ruso. La Revolución Rusa se da por las mismas fechas, Lenin lo entiende muy bien y retoma esos elementos para hacer un cine, vamos a decirlo con todas las palabras, de propaganda socialista.

Después vienen regímenes totalitarios como el fascismo, que también retoma el cine para hacer todo un movimiento expresivo a partir de lo estético, a partir de esas propuestas artísticas. Leni Riefenstahl es un caso conocido a nivel mundial del cine alemán, o del cine de Hitler. En esas mismas épocas, en México, o en parte de Latinoamérica, no había, si acaso, todavía cine, y sigue habiendo un poco de cine clandestino, por llamarlo de alguna manera.

Entonces para mí la pregunta del cine latinoamericano, haciendo una especie de cartografía estética, si de verdad existe un cine latinoamericano, o más bien una Latinoamérica dentro del cine, quien más ha entendido este movimiento o estas propuestas estéticas ha sido Norteamérica, lo incluyo cuando hablo de América, el resto del continente ha ido avanzando.

El cine, como cualquier otro movimiento, es de irrupción, de cierta connotación agresiva, después viene la teorización, por una parte, y después la estandarización. Nuestro país, en estos momentos, está disfrutando de unas propuestas estéticas y de cineastas mexicanos que no se había visto antes. Estamos hablando de Guillermo del Toro, de González Iñárritu, etcétera. Estas personas ya no están pensando en temáticas de cine mexicano o escenas cotidianas de México, ni de Latinoamérica. Ellos están pensando en un cine más mundializado en cierto sentido. Hay como una marca muy evidente de que ellos no están recreando escenas muy específicas de cine latinoamericano A mí me gusta ese tipo de expresiones, de expandir las propuestas estéticas a partir de una formación, por supuesto, con raíces latinoamericanas. Creo que son los ejemplos más significativos hasta el momento de este cine latinoamericano. Entonces México, desde la apreciación cinematográfica, tiene mucho que experimentar todavía.

Para mí el llamado Siglo de Oro mexicano no es como tal un Siglo de Oro porque hubo empresas privadas —por supuesto culturales— que nos infundieron una cultura. Estoy hablando del caso más concreto de Televisa y de sus empresarios, de Emilio Azcárraga, de todos los Azcárraga, que difundieron a través de sus canales un comportamiento o un desarrollo cultural y político de nuestro país. Desde esa perspectiva, ese cine para mí no representa demasiado nuestras condiciones sociales, incluso cuando vino Luis Buñuel a filmar las películas aquí en México se lo prohibieron. Algunos dijeron: “Es que este no es nuestro México”, y Buñuel dijo: “¿Cómo no va a ser México? Este es el México real, el que está sucediendo, y no el que ustedes, líderes empresariales y políticos, quieren darnos a conocer”. Entonces, ese valor de rescatar esas microhistorias, si se puede llamar de esa manera, es también necesario y fundamental en el trayecto de nuestro cine. Nos falta mucho por explorar, pero vamos por muy buen camino.

Octavio Fraga: José, me parece muy interesante lo que has dicho, pero te reitero una parte de la pregunta que resulta importante señalar ¿Cuáles son para ti las diferencias o lo que distingue al cine como producto estético —no es una palabra que me guste—, del resto de las expresiones del arte y la cultura? ¿Qué es lo estético y qué lo diferencia del resto de las expresiones artísticas?

José Rivera Guadarrama: Lo humano. Como te decía, el cine como séptimo arte no exalta las características de los dioses, las deidades. Lo que hace más bien es reflejar las condiciones sociales, culturales, contemporáneas. Lo que está sucediendo es lo que el cine está reflejando. En ese sentido, no hay ese distanciamiento como lo plantea Jacques Rancière. ¿Cuál es la condición del espectador en ese sentido? Rancière dice que el teatro lo que hacía era separar al espectador de lo que estaba sucediendo; el cine hace todo lo contrario. Esa es una de sus características distintas en comparación con las otras artes; el cine es ese acercamiento entre espectador y actores. O entre propuesta estética que al instante, en cierto sentido, nos está enfrentando a una realidad. Ese romper, esa brecha de acercamiento, también nos da la facilidad como espectadores, insertos dentro de un círculo artístico, de generar nuestras propias propuestas.

Entonces lo que para mí es diferente en el cine, es que rompe esa brecha entre el espectador pasivo y un realizador o realizadores que quieren imponer de alguna manera cierta perspectiva estética. Por supuesto que lo hacía la literatura, lo hacía cualquier otro tipo de expresión artística. Pero, lo que nos transmite el cine es ese acercamiento y esa forma de corroborar nosotros mismos lo que está sucediendo. Y esa inquietud también es la que plantea el cine desde un principio.

Si Platón hubiera existido cuando surgió el cine, él lo hubiera descartado de inmediato, porque para Platón las artes eran como una reproducción de lo falso. Entonces imagínense ver una película frente a la pantalla reproduciendo cosas que para Platón no existían. Él diría: “Esto no es arte, no deberíamos considerarlo como arte”. Recordando su obra La República, en el libro VII, cuando hace la alegoría de la caverna, es eso, estar sentados viendo hacia el frente sombras que se reproducían y nosotros tomándolas como realidad. Y Platón ahí dice: “Es que esa no es la realidad, tienes que salir de la caverna, escalar mucho para poder ver la realidad de la realidad”.

Entonces el cine, cuando reproduce esa misma escena o características, se encuentra con esa objeción filosófica y estética que ha arrastrado durante mucho tiempo. El cine no es un reproductor de una realidad, pero demuestra todo lo contrario. Entonces la labor de muchos filósofos, cineastas y teóricos es reivindicar el valor artístico, político y cultural del cine como ese acercamiento contemporáneo y actualizado de lo que está sucediendo. En cierto sentido, casi todo lo que está reproduciendo el cine contemporáneo en México es lo actual. Es un acercamiento más que un distanciamiento como propuesta cinematográfica estética.

Octavio Fraga: Algunos estudiosos marcan la década del cincuenta del siglo pasado como el comienzo de un florecimiento de varias estéticas en el cine latinoamericano. Desde tu perspectiva ¿cuáles son las variables económicas, políticas, culturales e históricas que hicieron posible ese florecimiento estético en nuestros países?

José Rivera Guadarrama, periodista, poeta y escritor mexicano

José Rivera Guadarrama: Bueno, hay que partir también de un contexto mundial. Recordemos que el mundo a partir de mediados del siglo pasado estaba sobreponiéndose de la Segunda Guerra Mundial y de los conflictos de la Guerra Fría, etcétera. Entonces, las vanguardias estéticas, incluido el cine, tuvieron que cambiar de temática de una manera drástica. Estaban en efervescencia los movimientos raciales en Estados Unidos, los movimientos feministas, estaban teorizando también muchos pensadores sobre los derechos humanos. Estaba también el tema de la ilustración que nos ha dado intelectuales, en muchos sentidos. Decían que con la razón, como seres pensantes podríamos dirimir y solucionar todos los problemas que habíamos acarreado durante todo el trayecto de la historia; además, la ciencia nos decía que haciendo las cosas de determinada manera podríamos obtener resultados inmediatos.

A partir, o antes de 1950, los teóricos y los artistas se preguntaban cuáles son las razones para pensar que la racionalidad humana nos ha llevado a una pacificación mundial. Eso no es cierto ¿Cuál ha sido la característica de los desarrollos industriales, de los desarrollos científicos? Podríamos decir, son las armas de destrucción masiva ¿Dónde están los artistas? Los artistas se preguntaron cuál es el papel del arte en estos momentos de tanta violencia.

La historia de la humanidad, como diría Marx, es la lucha de clases, más bien la historia de la humanidad es la constante violencia entre seres humanos. Entonces el arte dice, ¿cuál es la función del arte en estos sentidos? Pues vamos a tener que hacer algo desde estas trincheras. El arte de vanguardia comienza a cuestionar y a criticar todas esas actitudes que decían de la ilustración y de los conceptos industrializantes. A partir de mediados del siglo pasado la cuestión del arte es retomar cuáles son las características contemporáneas, y los artistas tuvieron que cambiar su forma de ser, su forma de pensar, incluso los materiales que empleaban tuvieron que cambiarlos. Esto es lo que a muchos artistas o críticos del arte de vanguardia no les gusta. Por ejemplo, ¿por qué un artista tomaba una bota de un soldado, le intervenía algo y lo exponía como una obra de arte? ¿Por qué compartes materiales como los readymade, del tema de Marcel Duchamp que toma el urinario, y le pone las palabras mutt, una fecha, y lo exhibe como una obra de arte? Muchos críticos y contempladores de arte dicen: “¿Esto qué es?” Nos está mostrando la realidad, no hay materiales para poder construir arte, las fábricas de pintura estaban destruidas, todos los transportes habían sido retomados por el estado para transportar armas, para construir hospitales, campos de concentración. Entonces todos esos lugares donde se producía material para el arte estaban destruidos, el arte se estaba restructurando, lo que tuvo que hacer es tomar esos elementos que existían y transformarlos, hacer un mensaje crítico y analítico a la sociedad. Decían: “Estamos haciendo este arte porque no tenemos otra, es la destrucción en la que estamos, tenemos que reestructurarnos”. El arte no puede detenerse, la filosofía tampoco, las humanidades tampoco, esto es lo que nos ha dado el aspecto económico capitalista, y a partir de ahí tenemos que ser incisivos en ese tipo de dinámicas en las que estamos insertos y con las que no estamos de acuerdo. Entonces el arte, a partir de esos momentos, tiene que ser o tiene que volverse, digamos, más crítico. Ya no es un arte contemplativo, ya no es un arte estético, el que nos han enseñado en las instituciones, la pintura es Velázquez, la literatura es Homero, etcétera, etcétera.

Vienen críticos y teóricos de la sociedad y dicen: “Vamos a hacer una revisión estética de cuáles han sido las propuestas de las mayores obras de arte”, y agregan: “Todo es violencia” Y si todo es violencia, ¿entonces el arte qué puede hacer, volverse más violento, hacerlo más explícito, o retomar elementos, digamos, más naturales para explorar en ese sentido? Vienen las vanguardias que ya no les interesa reflejar el asunto de una naturaleza muerta, pasiva, sino más bien, lo más abstracto, en lo cual nosotros vamos tomando un papel activo en cuestionar esas obras de arte. Ya no nos presentan la realidad tal cual es, así, de manera bonita, sino que ahora explotan en nuestro cerebro las multitudes de formas para decir “¿Y esto qué es? “¿Esta violencia qué es?”

Entonces, a partir de esa fecha, el arte ha cuestionado mucho el sentido de la violencia y el sentido del papel de la humanidad como humanos en nuestro desarrollo y en nuestro devenir. Por desgracia, el arte no puede solucionarlo, pero su papel, más bien, es vislumbrar cuál sería una crítica más fuerte hacia nuestros desarrollos y hacia nuestras propuestas. Estamos otra vez en temas bélicos, Rusia, etcétera, entonces, ¿cuál es el papel del arte y cuál es el papel de los líderes políticos? ¿Por qué no podemos resolver nada de eso? ¿Por qué seguimos inhumanizándonos a pesar de tanta tecnología y tanto conocimiento? ¿Cuál es el valor del conocimiento? También es lo que se cuestiona el arte, ¿por qué nos enseñan tantas cosas? ¿Por qué sabemos tanto si no sabemos aplicar el conocimiento, si no sabemos utilizarlo bien, y lo hacemos de una manera destructiva y deshumanizante?

Octavio Fraga: En el año ‘71 Glauber Rocha, uno de los grandes cineastas de América Latina, también un teórico del cine, escribió un texto que seguramente conoces, Estética de la violencia, donde casi al final sentencia: “Nuestro cine es un cine que se pone en acción en un ambiente político de hambre, y que padece, por lo tanto, de las debilidades propias de su existencia particular”. Obviamente, esta fotografía está vigente hoy en nuestros países, yo diría incluso que en el mundo ¿Tú identificas hoy algunas corrientes estéticas en América Latina que sigan fotografiando esa realidad que Glauber Rocha escribió en el año ‘71?

José Rivera Guadarrama: Sí, por supuesto. El problema ahí es que se hace desde la clandestinidad, y eso es algo que no me gusta mucho. Se hace desde cierta precariedad en muchos sentidos.

Hay como dos corrientes de cine muy marcadas de cine latinoamericano, el cine que retrata esos movimientos sociales, guerrilleros, por ejemplo. Ahora que mencionamos ese tema, en México ha habido muchos movimientos guerrilleros; está la Liga Comunista 23 de Septiembre, está Genaro Vázquez, etcétera, etcétera, en Cuba también. Fue toda una influencia en Chile, Argentina, pero, ¿dónde está ese material? Ese material muchas veces no está pensado para las grandes salas de cine, está pensado sólo para ciertos sectores sociales, educativos sobre todo, pero no está llegando al gran público. Creo que allí hay un prejuicio en ese sentido, de decir que si voy a hacer cine revolucionario no estoy pensando en las grandes salas,  no estoy pensando en esas cadenas de cine que hay aquí en México, CineMex, Cinépolis, etcétera, sino más bien para proyectarlo en pequeños espacios. Eso, desde mi perspectiva, es lo que ha impedido un poco la exposición explícita de los ideales de estas personas, de estos personajes que han construido nuestra historia y nuestro devenir contemporáneo, entonces yo creo que ahí deberíamos explotar, en todo caso, estos materiales.

En México, uno de los movimientos más fuertes y que sí ha hecho cine es el movimiento estudiantil de 1968 y del ’71. Hay varias películas que se acercan a ese tipo de movimientos, pero fuera de eso no existe un material de consulta o un material para grandes públicos sobre nuestros líderes guerrilleros, campesinos, obreros. Claro, el financiamiento es muy fuerte, hacer una película no es nada barato, se necesita mucho personal, como ya lo decía: el cine es una construcción social.

Entonces, si es una construcción social podemos ir pensando en cómo podemos construir una ideología social de ese tipo de cine. Existe el cine comercial, y está perfecto, que toma ciertos elementos también de esta temática, pero ¿por qué entonces el otro se mantiene marginal? ¿qué es lo que hace falta o qué es lo que se necesita para proyectarlo sin prejuicios en esas salas de cine o en esos festivales? Ahí es donde también deberíamos pensar como organizadores de festivales, cineastas, público, por qué no dar ese espacio a esos materiales que son fundamentales.

El cine es un elemento de emancipación, y así ha funcionado en diversos países, lo han retomado como un fuerte elemento expresivo para generar ideología ¿pero, cuál sería el temor de mostrarlo a estas alturas del tiempo? Tendríamos que retomarlo, incluso, sólo para exponerlo nada más y verlo como un experimento estético y qué resultaría de ese tipo de materiales. Entonces sí hay ese cine contestatario, revolucionario, está, digamos, ese cine clandestino que no se plantea hacer para el gran público. Deberíamos cambiar un poco, quitarnos ese prejuicio de que lo masivo es carente de ideología o carente de contenido.

Octavio Fraga: El investigador chileno José M. Santacruz, escribió un artículo para la revista L’Atalante, que seguramente conoces, muy prestigiosa en todo el gremio de los críticos de cine. Dice: “La violencia estructural contra las sociedades también fue una violencia simbólica contra ese proyecto estético” (se refiere al nuevo cine latinoamericano) ¿Compartirías esa tesis de José María Santacruz? ¿Cuáles son las coordenadas que convergieron en esa embestida, contra ese cine en particular?

José Rivera Guadarrama: Habría que matizar muy bien a qué se refiere con esos términos, porque otra vez volvemos al origen del cine. Desde las propuestas estéticas de una cineasta francesa muy importante, que también ha sido olvidada, Alice Guy, de la cual escribí hace un tiempo, vemos una diversidad de temáticas que se están reproduciendo, como decía Whitehead de los filósofos, no estamos haciendo, corrigiendo, o la filosofía ya es pie de página de Platón y de Aristóteles.

Muchos de las propuestas estéticas contemporáneas tienen muchísimo que ver con las que Alice Guy planteaba a finales del siglo xix, de mil ochocientos noventa y tantos. Alice Guy, su obra, ya tenía contenido feminista, contenido anarquista. Tiene películas con ese título,  Anarquía en las barricadas, por ejemplo, o de ciencia ficción, El hada de los repollos, no sé cómo se le dice en Cuba al repollo, a esa especie de lechuga.

Octavio Fraga: Col, coles.

José Rivera Guadarrama: Coles, El hada de las coles, donde ella ya está imaginando cuál es la reproducción in vitro. Cuando ese tema ni siquiera se conocía ya Alice Guy estaba, incluso, arriesgando al feminismo. Tiene una película que se llama Las consecuencias del feminismo en el cual invierte los papeles de las personas. El hombre se queda con los niños y la mujer se va a trabajar. Entonces, esa cineasta ya había adelantado muchísimas cosas, ya estaba pensando incluso en la crucifixión. Tiene películas que recrean escenas de la Biblia, fue la primera mujer que hizo una película con actores, con guion.

Entonces, te decía, hay que matizar también o buscar muy bien cuál es la propuesta o el concepto que tenemos de cine de ciencia ficción. Reconocemos mucho a Georges Méliès como otro de los grandes cineastas de ciencia ficción. Esos son los gérmenes del cine, lo que tenemos que hacer es ir con el desarrollo tecnológico e imaginativo, también de las sociedades contemporáneas, pero la temática siempre va a estar ahí.

Para mí el cine va a ser una construcción social con un enfoque social al que se le pueden agregar elementos tecnológicos. Incluso, las películas más contemporáneas, Matrix si se quiere. Alice Guy está en Matrix. Mucho del cine norteamericano también está en esas películas. Retomando también otro elemento de estos, ¿por qué el cine norteamericano tiene propuestas estéticas de súper héroes y nuestro cine latinoamericano no tiene súper héroes en el cine? ¿cuáles son las características del súper héroe? El súper héroe está retomando los elementos de la literatura o del arte antiguo, son personas que tienen súper poderes y aquí hay algo bien interesante. Todos los súper héroes del cine norteamericano hollywoodense siempre hacen que la justicia gane. Superman es un ser humano, se pone un traje y adquiere súper poderes y lucha contra la injusticia; Spiderman también es una persona cotidiana de carne y hueso, se pone una máscara, obtiene súper poderes y es el rey de la justicia; Batman también. ¿Qué pasa con nuestros personajes del cine latinoamericano que son personas reales pero no adquieren súper poderes? El tema a mí me interesa muchísimo, es ese sesgo de que no llegan a completar su propósito. Cito una película muy emblemática de nuestro país que se llama El violín —no sé si ustedes la vieron— del 2006, de un autor que se llama Francisco Vargas. Ahí se recrean en una escena unos personajes que quieren hacer la guerrilla, entonces están recolectando armas, se van a la sierra, y este señor, el violinista, toca un violín con la intención de apoyar a estos movimientos guerrilleros, pero no llegan a concretar la emancipación guerrillera. Esa es una de las temáticas importantes y fundamentales de nuestro cine, e incluso de nuestros movimientos revolucionarios y de emancipación: no llegan a concluirse, cosa contraria a las propuestas cinematográficas norteamericanas donde la justicia se impone ante los malos y esa dialéctica siempre va a estar presente.

¿Por qué entonces nuestro cine, o nuestros personajes, nuestros líderes, nuestros seres de carne y hueso, no llegan a completar su proyecto emancipador? Es una de las interrogantes a la que siempre le he dado vueltas y viene a colación con esto. No tengo la respuesta, obvio, porque es un tema muy complicado y daría mucho para investigar. Entonces la diferencia del éxito entre el cine norteamericano y el nuestro, es que ellos sí ganan y nosotros nos quedamos siempre rezagados. Aquí la injusticia se impone a los justos, y allá la justicia se impone a los injustos ¿Qué necesitamos? Pues no lo sé.

Octavio Fraga: El cine latinoamericano evolucionó desde una anchura narrativa, y también, desde una desmesura estética, dos variables que hicieron posible el Nuevo Cine Latinoamericano que ha sido revisitado, re-estudiado, etcétera. ¿Para ti cuáles son las variables que hicieron posible ese emerger y ese desarrollo de un gran movimiento cinematográfico continental?

José Rivera Guadarrama: Por una parte hacer como un reconocimiento, una investigación histórica de cuál había sido el desarrollo del cine; otra de ellas, del nuevo cine latinoamericano, es cuáles son las condiciones reales que tenemos en nuestro continente. Conocemos a estas alturas muy bien, cuáles son las propuestas estéticas del cine europeo, de determinado país también. Cuál ha sido el cine, o cómo ha sido utilizado el cine en las diferentes etapas de la historia de la humanidad, no sólo de un continente o de un país, sino de la humanidad, cuáles son las ventajas de ese tipo de cine. Lo que no sabemos es cuáles son los resultados concretos y tangibles de este cine latinoamericano o de sus propuestas estéticas. Creo que en nuestro continente hace falta explorar muchísimo. Hasta hace poco aquí en nuestro país teníamos prejuicio de consumir cine nacional, cine mexicano ¿Por qué?, porque pensábamos que nuestro cine reflejaba otra época, estoy hablando del llamado cine de oro mexicano que estereotipaba a nuestro país, nuestras costumbres. Está el cine de charros, por ejemplo, o de prototipos, o estereotipos, que muchas veces ya no corresponden a nuestra realidad. Entonces uno decía, ¿cuál es el cine de Pedro Infante? Pues es un macho sometiendo o imponiéndose con su rudeza a la sociedad. Quiere demostrar su hombría, o su valentía, su dominio a través de un comportamiento social que en realidad no corresponde a eso. En realidad México es otra cosa y Latinoamérica es una multiculturalidad que no estaba explorada.

Entonces el Nuevo Cine Latinoamericano lo que está haciendo es una exploración de esa multiculturalidad que tenemos, que estaba resguardada. Otra vez cito a estas industrias y a estos empresarios monopolistas que ellos nos querían hacer ver un México, una sociedad que no era. Entonces una de las características de este nuevo cine es la exploración estética desde otras posturas, retomando esas microhistorias, esos lugares, esos personajes fundamentales e importantes que están ahí perdidos, y ya no sólo imitando ciertas corrientes o corrientes de vanguardia como se hacía antes.

Quisimos hacer en buena parte de Latinoamérica cine surrealista, y lo que hacíamos era —como a mí me gusta llamarlo— un cine kitsch. Es decir, lo adornábamos, decorábamos lo que ya estaba decorado y eso era como un lastre que teníamos. Sí sabemos que existen todas esas corrientes, el neorrealismo, el expresionismo, el surrealismo, etcétera, para que nosotros podamos explorar otras características. Lo que tendríamos que hacer ahora es romper todos esos esquemas, investigarlos, teorizarlos más, pero abriendo esas brechas, que sea algo no lineal sino más bien que se estrella contra algo, de ahí se derivan muchísimas cosas.

Una de las característica del cine contemporáneo es la exploración, un término deleziano, ¿no?, lo rizomático, ya no es algo lineal o ya no es como una raíz que va de arriba hacia abajo, sino que ahora es hacia diversas partes, y este cine en particular. Esta época en la que estamos nosotros es eso, una exploración del cine, porque ahora no hay prejuicio de consumir cine mexicano, pero nos hace falta una exploración en México y en Latinoamérica en general. Una exploración más profunda de nuestro cine para ver si podemos llegar a un cine latinoamericano o todavía quedarnos en una Latinoamérica dentro del cine.

Directores importantes de este continente están llegando a otras latitudes, festivales de cine como el de La Habana —que es importantísimo— donde llegan directores de diversos países y películas también, eso es lo que nos hace falta. Conocer el contexto en el cual nos estamos desenvolviendo a nivel mundial para, a partir de ahí, crear nuevas experiencias estéticas y nuevas experiencias temáticas dentro del cine. Es una exploración, creo yo, que va a tardar mucho tiempo, no va a ser inmediato que podamos desarrollarlo. Por lo pronto, a mí me tiene entusiasmado cuál es la dinámica del cine latinoamericano que en realidad compite muy bien con otros países y con otras propuestas estéticas, por supuesto.

Octavio Fraga: Ubiquémonos en las dos últimas décadas del siglo pasado y las dos de este siglo. Yo no percibo, quizás tú tengas otra mirada, importantes estéticas descolonizadoras en el cine de América Latina ¿Cuál es tu versión sobre este asunto?

José Rivera Guadarrama, periodista, poeta y escritor mexicano

José Rivera Guadarrama: Soy optimista en ese sentido. También hay que tomar en cuenta que estamos pasando un proceso tecnológico importante. Para muchos cineastas, teóricos y consumidores de cine como en nuestro caso, que somos amantes del cine, hay un tema bien interesante y preocupante; estamos pasando de un cine analógico a un cine digital. Pareciera una cosa sencilla, pero es muy profunda. Antes hacer cine era muy caro, carísimo, y los actores deberían ser precisos, es decir, sólo teníamos un carrete que nos había costado muchísimo, y entonces no podíamos repetir tantas escenas, había una profesionalización de los actores, de los cineastas, de los productores, de todo ese conjunto de personas que eran necesarias para hacer cine.

Te voy a decir una precisión abrumadora. Ahora, con la tecnologización o la digitalización del cine, se ha perdido el rigor, ahora cualquiera puede hacer cine. Tenemos los teléfonos celulares con cámaras que cada vez se van perfeccionado más y más. Entonces, si ahora yo me equivoco, me puedo equivocar las veces que quiera porque puedo editar las imágenes y las puedo acomodar como yo quiero, a la intención o a la intensidad con la que yo quiero. Ya no necesito actores profesionales para poder transmitir un mensaje concreto, ahora le puedo decir: “Repite esa acción, vamos a tomarla de esta manera”, o los actores podemos hacer, digamos, esos efectos. Una pantalla verde atrás, montamos escenarios, etcétera, entonces ahí es donde ahora están preocupados, muy preocupados, algunos teóricos y críticos. Porqué hay una abundancia de cine; nos estamos enfrentando a la abundancia de propuestas cinematográficas y estéticas por la digitalización y por el acceso —cada vez más fácil— a este tipo de tecnologías.

Yo no creo que eso sea una desventaja, más bien creo que es una ventaja que deberíamos aprovechar mucho, y quitarnos ese otro prejuicio de que el tiempo pasado había sido mejor. Yo soy optimista en que a partir de este desarrollo tecnológico podamos tener mejores propuestas estéticas, cinematográficas y narrativas. Ese material que teníamos, esa forma de hacer cine anterior pues ya está ahí, ya se quedó, ahora es como un material de consulta, que insisto, no es nuevo. Esta digitalización, estos trucos, esta tecnología pues ya la tenía Georges Méliès en su época, entonces yo diría que no hay que temer de la tecnología y tampoco a las propuestas cinematográficas actuales, lo veo con un optimismo muy emocionado, emocionante, de estas propuestas estéticas.

Entonces el cine, por supuesto, va a la digitalización, y cada vez más gente, más usuarios amateurs, o lo que sea, van a estar haciendo este tipo de producciones. Estamos en una época tecnológica, en una época digital, en una época de la inmediatez, en donde incluso propuestas cinematográficas están adoptando las redes sociales o esos mensajes que aparecen en las redes sociales en películas, es inevitable. Hay mucha apuesta, sin dejar de lado los movimientos sociales contraculturales, que también siempre van a ser necesarios.

Entonces mi visión es optimista hacia las nuevas propuestas estéticas, yo nunca he dicho que el cine anterior sea mejor o que el arte antiguo sea mejor que el contemporáneo, no. A mí me gusta lo contemporáneo porque lo siento, porque lo estoy viviendo, porque lo puedo analizar, y vislumbrar cuál podría ser un poco el desenlace en ese sentido.

Octavio Fraga: El cine estadounidense, a mi criterio, ha capitalizado ese recurso tan eficaz que es la emocionalidad. México aportó el melodrama a nuestra cultura cinematográfica, sin embargo yo no veo ese recurso protagonizando hoy el cine latinoamericano. Quizás tiene que ver también con lo que tú has dicho ahora de la inmediatez, del abordaje de la tecnología o el desconocer estos recursos que existen en la tradición cultural pretérita ¿Ves a la emocionalidad como un recurso pertinente? Yo creo que es necesaria en el cine latinoamericano.

José Rivera Guadarrama: Es bien curioso cómo Norteamérica se posiciona dentro del cine, o acapara, más bien, el cine. Una consecuencia, una característica de eso fue que Europa durante medio siglo estuvo en guerra, estuvo en conflicto, entonces, Estados Unidos, no participaba en esos conflictos. Claro, participaba con armamentos y con muchas otras cosas, hicieron que su economía creciera. Entonces, cuando Europa estaba en esos conflictos a mediados del siglo pasado Estados Unidos aprovechó todo ese tipo de crecimiento económico para posicionar su cine.

En Europa, mucho tiempo estuvieron censurados diversos materiales o diversas propuestas cinematográficas, había todo un aparato del estado para controlar las producciones. Tenían que ser evaluadas y aprobadas por ciertos comités, como en el caso de Alemania, el caso de Rusia, incluso de Italia y España. Entonces, mucho tiempo, el cine, por ese alcance, por esa inmediatez y por esa influencia que tenía en las sociedades, se controló, para no transmitir, digamos, ideología.

 

Estados Unidos dijo: “No, nosotros, a ver, aquí la industria privada que haga su cine”, es más, que Hollywood sea todo un terreno o toda un área para desarrollar propuestas estéticas”. Ellos se basaron más en lo comercial, y dijeron: “Aquí hay una industria muy lucrativa”, y no pensaron qué es lo que está queriendo la sociedad, sino, más bien, qué es lo que quiere consumir la sociedad, dónde podemos darle ese faltante emocional en el cual está la sociedad contemporánea, y ahí viene lo que mencionabas, la exaltación de los sentimientos. El mundo estaba lleno de temor, estaba enfrentado a una Guerra Fría, en cualquier momento iba a haber un conflicto bélico, hablando de bombas, que iban a destruir el país, etcétera.

Para no estar en temor, pues hay que exaltar los sentimientos, hay que exaltar, si se quiere, la banalidad de nuestra vida y la fragilidad de nuestra vida, ahí el mercado norteamericano y las propuestas del cine norteamericano vieron esas posibilidades, y las explotaron, y las siguen explotando de una manera brutal en estos sentidos. Lo que pasa que en nuestro continente, o en esta parte del continente, hay un aspecto fundamental que tú mencionabas,  la descolonialidad o la colonialidad. Todavía somos sujetos colonizados, nos estamos descolonizando, pero siempre estamos recurriendo —sobre todo— a pensadores y a propuestas estéticas europeas.

Estamos viendo hacia Norteamérica, todo lo que suene a Norteamérica nos suena a malo, nos suena a banal, nos suena a imperialismo, etcétera, pero Europa también ha hecho daño. A mí me gustaría que un europeo me dijera —un francés europeo— que propone la liberación. ¿Qué país fuera de Francia tiene una prosperidad económica, cultural, filosófica? Ninguno. Todas sus colonias están en pobreza extrema, aquí en Latinoamérica tenemos casos emblemáticos: Haití ¿Qué colonias de Inglaterra tienen auge económico?, salvo Estados Unidos. Fuera de eso, no hay, entonces, siempre estamos viendo hacia Europa.

A mí me molesta cuando dicen que la madre patria es España. Que tuvo una aportación, y es valiosa, no podemos quitarnos esa historia, pero sí podemos analizar o criticar cuáles fueron las partes buenas y las malas, siempre aprovechando esos recursos, y mirar, digamos, hacia nuestra condición contemporánea. Si se quiere criticar, perfecto, pero a partir de eso decir: “Vamos a buscar otras formas de expresión, otras formas de expresionismo latinoamericano”.

Y entonces, en esa descolonialidad han surgido propuestas estéticas. Yo decía Guillermo del Toro, que no es que sea un descolonizado de manera total porque tiene elementos también de nuestra cultura como los otros directores. Iñárritu y Cuarón, que son como los cineastas más representativos de nuestro país, no están descolonizados. Están pensando en otro tipo de cine y en otras temáticas, y eso es lo que nos hace falta.

O sea, decir que nuestro cine, nuestros cineastas, nuestros actores, nuestro mercado incluso, tiene mucho, mucho potencial. Y sí, a partir de ahí, una crítica descolonial del cine, imagínate, estaría súper padre. No hay tampoco propuestas estéticas que afronten ese tipo de temáticas, por el prejuicio de que pueden censurarnos, queremos llegar a otros países, vamos empujando muy bien, vamos teorizando en ese sentido, y estoy seguro que —en poco tiempo—nuestro cine va a estar tomando mucho auge en todos los derroteros.

Octavio Fraga: ¿Si te dijeran que una película sin intervención estética no es arte, te parecería absoluto ese enfoque?

José Rivera Guadarrama: ¿Una película sin intervención estética?

Octavio Fraga: ¿Es arte?

José Rivera Guadarrama: Para mí arte es todo lo hecho por un ser humano con una intención humana. Hay teóricos estéticos que dicen que los animales no humanos también hacen arte. Pero bueno, ellos no están pensando en nosotros, y nosotros tampoco estamos pensando en hacer arte o en hacer algo, lo que sea, para compartirlo con un tigre. Todo lo que hace el ser humano tiene una intención, y en esa intención o esa intencionalidad es lo que yo denomino arte. Toda propuesta estética, toda propuesta literaria, toda propuesta periodística, todo lo que sea humano tiene una intencionalidad artística.

Rancière decía: “Todo arte es político”, pero está tomando la palabra política desde el término griego, de polis, y la polis es lugar donde conviven los seres humanos, donde dirimen sus problemáticas. En ese sentido, todo el arte también, para mí, es político, porque está poniéndonos en cuestión a los seres humanos racionales en cierto aspecto.

Entonces, para mí toda propuesta estética, cinematográfica, tiene un sentido estético, en la intención de incidencia dentro de la sociedad o dentro de la polis, que ahí ya dentro de su propuesta, no sé, romántico, crítico, comercial, comedia, etcétera. Pero en sí, desde ese momento, para mí, ya es arte cualquier propuesta estética incluso desde el cine. Entonces sí, todo puede ser una expresión artística desde cualquier ámbito, lo que la diferencia es la intencionalidad con lo que se está haciendo, incluso el arte o el cine de propaganda tiene mucho de artístico. Hay tomas importantísimas de Leni Riefenstahl que han prevalecido hasta ahora, incluso, este director ruso de El acorazado Potemkin, Serguei Eisenstein. ¿No?

Hay tomas que quedaron para siempre, que han sido homenajes a ese tipo de propuestas estéticas porque se deben quedar ahí. Walter Benjamin, este teórico y filósofo, importante, alemán de la época del nazismo, él decía algo bien interesante: la política, o más bien la estética política hay que cambiarla por una politización de la estética. La política vista como el ejercicio del poder y la imposición del poder sí ha querido imponernos una estética, entonces ahí el valor del arte sería también cuestionar esa estética, poner dentro de la polis, o politizarla y decir: “A ver, ¿cuál es la condición política de estos momentos del cine?, ¿cuáles son las inferencias políticas, económicas del cine, de las propuestas cinematográficas de estos momentos?”. Para, a partir de ahí, crear otras alternativas y decir: “No, también existe este tipo de propuestas”. Entonces habría también que machacar mucho esos términos, pues para mí, todo el arte es político, y parte también de bases estéticas.

Octavio Fraga: La globalización catapultó la socialización del pensamiento y la postmodernidad tomó espacios en el continente, en todas zonas de nuestras sociedades, ¿Crees que la postmodernidad o estas corrientes postmodernas que ha habido en el arte, y que todavía están pululando en la sociedad global, contribuyó a un descafeinado del cine latinoamericano más auténtico?

José Rivera Guadarrama: El tema de la postmodernidad también habría que analizarlo desde distintas perspectivas, quiero pensar que estamos hablando de la postmodernidad desde esta postura de Lyotard. Él decía que la postmodernidad ya carecía de todos los grandes mitos, que ya no había grandes relatos. Después viene Fukuyama y dice lo mismo. O sea, la postmodernidad nos enseñó que esos grandes relatos no han funcionado ¿Cuál es el resultado del capitalismo?, pues esta brutalidad en la que estamos. ¿Cuál era el gran relato de todas las religiones? Pues que las sociedades vivan felices, que alcancemos la plena humanidad. Pues no existe, hasta este momento no existe. Entonces desde esa postura de Lyotard se acabaron los grandes relatos, es lo que estaba diciendo de alguna manera Kierkegaard en la época de Hegel.

Hegel pensaba en la totalidad del ser, y que al final el arte era una parte de esa totalidad, y Kierkegaard decía ¿qué pasa con los seres humanos? Sí somos una sociedad hecha, pero construida de individuos, en esa individualidad es donde debemos también estar cuestionándonos. Kierkegaard fue uno de los grandes críticos de la dialéctica hegeliana, y ese papel o esa función también viene a analizarla Lyotard con su tema de la postmodernidad.

La modernidad comienza, o es parte fundamental de la industrialización, y como decía al principio, para mí el cine es la culminación de esa modernidad o de esa industrialización; entonces el cine inserto en esta postmodernidad lo que tendría que hacer es explorar también esas otras propuestas o esas otras temáticas que aún no están exploradas.

Para mí, la postmodernidad no es algo malo, algo descafeinado, sino más bien es como ponerle nombre a lo que viene después de la modernidad. Termina la modernidad, digámoslo, viene la postmodernidad, como terminan todas las corrientes artísticas y vienen las vanguardias y después las postvanguardias. Pero eso para mí no quiere decir que seamos una sociedad descafeinada o una sociedad que no tenga alguna ruta o algunos objetivos claros. Sí los tenemos, pero hay momentos como este de Rusia, que está invadiendo todo ese tipo de cosas, que coartan esas aspiraciones sociales, entonces desde una propuesta estética lo que tendríamos que hacer es retomar y remontar, además, esos conceptos.

El cine, para mí es una herramienta fundamental que nos puede dar todo ese tipo de expresiones porque no sólo es imagen y no sólo es audio, sino también es una corporalidad. Entonces, el ser humano, desde su corporalidad puede impedir y puede incidir en la sociedad, lo que el cine hace es hacer explícitas cuales son nuestras capacidades corporales, de comunicación o de transmisión de un mensaje si se quiere politizado ¿Qué mejor? ¿no?, pero necesita el cine.

Lo postmoderno no me daña, no me siento mal con esa palabra, al contrario, me gusta analizarla y decir, “Pues sí, es una postmodernidad”, pero no quiere decir que todo esté acabado o que todo esté explorado, hay que hacerlo incluso más explícito todavía para que a partir de eso entonces ahora sí podamos decir, la postmodernidad superó incluso a la modernidad, y eso es lo que me gustaría, que el cine postmoderno supere al cine moderno o pre-moderno.

Octavio Fraga: Coincidirás conmigo en que el modelo industrial europeo y estadounidense es el que está abarcado en todos los países de nuestro continente. Ubicándome en la ficción, ¿no pensarías tu que una suerte de cine artesanal podría ser una vía para hacer un cine auténtico, diferente, en América Latina? Digo artesanal ubicándome en cómo se hace en nuestros países el cine documental, por la precariedad, por las condiciones difíciles de producción que te impulse a replantearte modelos de estéticos.

José Rivera Guadarrama: Sí, me gusta muchísimo el concepto de artesanal. Yo me considero un artesano, y un artesano, sin saberlo, es un deconstructor. El artesano está a la base de todo, pero también proyectando deconstrucciones. Entonces sí, nuestro cine o nuestras propuestas de cine latinoamericano mantienen en la base cierta propuesta artesanal, pero no ya ubicada como una precariedad o como una falta de imaginación. Nuestros cineastas ya tienen todo un conocimiento también estético, están revalorizando esa cultura que permanece ahí. La están revalorizando y la están explorando apenas. En ese sentido, lo artesano no quiere decir antiguo, no quiere decir inadecuado, sino más bien propositivo con bases, digamos, sólidas, y a partir de ahí van hacia un cierto progreso. Es como delimitar también cuáles son nuestras posibilidades y cuáles son las herramientas que tenemos a la mano, y a partir de ahí construir otros aspectos.

Y sí, el cine de otros países y de otros continentes es brutal, pero ahí en esa brutalidad estamos también nosotros. El cine de la India también es muy amplio, tiene toda otra temática, pero no se compara a nuestro cine. Y otra cosa que te iba a comentar, que viene a colación con estas invitaciones que estás haciendo y con todo el equipo ustedes que están logrando ese diálogo constante entre diversos países, entre diversas culturas, entre diversas formas de hacer cine, formas de expresarse, que nos da este acercamiento, que decía también Rancière, romper esa brecha, esto es importante.

Y también quería felicitarlos por esta iniciativa. Esto es lo que hace falta también, dialogar, ponernos en debate, cuáles son los temas, cuáles son las directrices que podemos vislumbrar en el cine. Entonces la tecnología también nos está dando esta forma de conocer otras culturas, allí es donde yo a la globalización le agradezco o veo la parte positiva, porque estamos conociendo otras culturas de manera inmediata. Ya no tenemos intermediarios, ya no hay un maestro o una institución que me diga: “La cultura europea en este momento, o el cine europeo, está en estos momentos o de esta manera”. Yo puedo constatarlo de inmediato. Entonces esta globalidad, esta interacción entre todos nosotros es vital, y es fundamental aprovecharla, para saber cuáles son las condiciones de otros países y dónde estamos también nosotros con nuestras propuestas estéticas; aunque muchas veces replicamos ciertas partes o ciertas corrientes, no importa. Pero también estamos aportando muchas propuestas desde nuestras trincheras y desde nuestro desarrollo, también del cine.

Entonces al cine revolucionario, clandestino habría que darle una identidad y expandirlo, exportarlo, mundializarlo o globalizarlo. Cambiaría el término de globalidad o de globalización por lo que Manuel Castells menciona, la glocalidad. Ya es un mundo local, somos una globalidad local, tenemos bien diferenciados nuestro lenguaje, nuestro comportamiento, etcétera. Es muy difícil que desconozcamos las características actuales de otra parte del mundo, la interconexión tiene esas ventajas y debemos aprovecharlas también para integrarnos, integrar todas las propuestas en esta glocalidad mundial.

Octavio Fraga: Esta es la última pregunta, además, te agradezco tu paciencia, pero me parece una pregunta importante. En nuestro país le damos mucha importancia a los valores culturales, a la identidad, a lo que nos hace cubanos, y sé que en México por supuesto también. Te pregunto, insisto en el tema de la estética ¿Crees que es importante o es útil el que haya una intencionalidad estética por parte del cineasta del país que sea para lograr un resultado narrativo, cultural, etcétera, en función del lector fílmico?

José Rivera Guadarrama: Sí, por supuesto, ahí el problema es que no podemos medir de inmediato cuáles son los resultados; es decir, cuando un director de cine o una productora de cine lanza una película con determinada temática pues no podemos medir el nivel de incidencia en ese sentido, y yo creo que las artes no tienen esa labor. Entonces la propuesta estética de nuestro continente, de nuestro país, pues es eso, exaltar cuáles son las condiciones de nuestra educación, de nuestra cultura, de nuestra política, de nuestro nivel socioeconómico incluso, y sobre todo —a mí me gusta eso— pensar siempre en una unidad de nuestro continente exaltando todas las riquezas naturales que tenemos, y hacerle frente, por supuesto, a otros continentes. Yo siempre voy a exaltar a mi continente, a mi continente americano, porque sin dudas unidos con todas las artes, podemos superar a otras propuestas estéticas contemporáneas, no sólo estéticas sino también políticas, educativas, ideológicas, etcétera.

Una propuesta de unificación estética sería relevante y estaría muy bueno lograr ese objetivo ¿Cómo podríamos integrar a todos los países? impulsando, digamos, de alguna manera, algún proyecto estético desde las distintas disciplinas, cine, literatura, etcétera, y ver cuál sería el resultado, no sería inmediato, por supuesto, ni siquiera sabemos predecir cuál sería el resultado, pero como continente yo creo que ese esfuerzo debe ser fundamental, e ir pensando cómo integrar. Insisto, esto que ustedes están haciendo es un gran esfuerzo también por integrar toda esa parte propositiva.

Octavio Fraga: Gracias, José. Bueno, nuestra gratitud por tu tiempo, has estado conversando una hora y dieciocho minutos con nosotros, en nombre del equipo de “Diálogos en reverso”, de la Unión de Periodistas de Cuba, te agradecemos tu tiempo, tu paciencia y tus ganas de aportarnos tus ideas, de compartirlas. Muchas gracias reiteradas desde La Habana.

José Rivera Guadarrama: Un abrazo a todos desde México también, y a todo el continente, seguimos.

Octavio Fraga: Un abrazo para ti, cuídate mucho.

José Rivera Guadarrama: Gracias, hasta luego.

Octavio Fraga: Hasta luego.

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En Perú el documental está en auge

Mónica Delgado. Comunicadora social y crítica de cine peruana

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

 Transcripción de la entrevista a Mónica Delgado, Comunicadora social peruana y crítica de cine, en el espacio Diálogos en reverso, de la Unión de Periodistas de Cuba, realizada el 16 de febrero de 2022 en torno al tema Palabras para una arquitectura del cine peruano contemporáneo.

 Octavio Fraga: Hola, buenas tardes. Bienvenidos a otra edición de “Diálogos en reverso”, un espacio de la Unión de Periodistas de Cuba. Hoy tenemos de invitada a una mujer, peruana, la crítica de cine Mónica Delgado. Bienvenida. Es un placer, también un gusto que estés acá con nosotros y que hayas aceptado nuestra invitación.

Mónica Delgado: Muchas gracias, Octavio, muchas gracias al equipo por la invitación y por brindar esta oportunidad para conversar sobre cine peruano.

Octavio Fraga: Mónica, es estilo en la apertura de Diálogos hacer una breve lectura de la hoja curricular del invitado, de su trayectoria profesional. Obviamente, para que quienes nos están viendo puedan tener un dibujo del entrevistado o entrevistada.

Mónica Delgado es comunicadora social y crítica de cine del Perú, directora de la revista Desistfilm, —muy prestigiosa dentro de las publicaciones especializadas de cine—. Nuestra invitada tiene un máster en Literatura con mención en Estudios Culturales. Es docente de la Escuela de Comunicación Social, de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, y en el año 2020 publicó un libro sobre María Wiesse en la revista Amauta: Los orígenes de la crítica de cine en Perú. Es además columnista de la página Wayka.pe.

El tema que vamos a abordar hoy, lo acordamos con esta mirada: “Palabras para una arquitectura del cine peruano contemporáneo”.

Mónica, empiezo por una pregunta de mapeo. En las dos últimas décadas ¿cuáles son los temas que distinguen al cine peruano?

Mónica Delgado: En los últimos veinte años ha habido un cambio generacional entre quienes hacen cine en el Perú. Por un lado, porque hubo un incentivo público que hizo posible que jóvenes de entre veinticinco, treinta y cinco años, realizaran películas de muy bajo presupuesto, y de presupuesto mediano. También hubo una efervescencia de un tipo de cine comercial, sobre todo de comedia popular.

Si hablamos de temáticas antes que de tendencias o de qué tipo de historias quieren contar esos cineastas, se avizoran las consecuencias de todo el conflicto interno que vivió el Perú durante la década del ochenta y noventa, y hasta inicios de los 2000. Fue todo ese proceso de terrorismo de estado, de conflictos —acá se le dice conflicto armado interno— porque no solamente fue una responsabilidad de Sendero Luminoso, el MRTA, sino también un rol del estado. Las películas han abordado todas esas perspectivas, hablan sobre terrorismo, sobre Sendero Luminoso y todo el horror que causó (más de setenta mil muertos y miles de desaparecidos), el daño que hizo al país que causó. Hay otros cineastas que tratan las dos caras de la moneda, tanto desde lo histórico como desde lo más íntimo, o historias familiares que están marcadas por ese contexto.

También hay otro tipo de cine hecho por jóvenes en el que interesa un poco la contemplación, enmarcado en esas tendencias del cine más contemporáneo, influidos por los festivales europeos. Es un cine que busca contar historias también desde lo andino, desde lo amazónico. No solamente historias de Lima, que fueron las que gobernaron gran parte del cine peruano durante la década del sesenta y setenta, incluso en los ochenta. Hay un cambio territorial, se ha desterritorializado tanto los que hacen cine, como los temas también.

Hace poco murió un cineasta peruano, Óscar Catacora, era aimara. Pues hemos esperado al siglo xxi para que surja un cineasta aimara en un país donde la tercera parte de la población es aimara. Esto es insólito y ha habido ese viraje ideológico, cultural, de representación, de temas que se han descentralizado. Creo que por eso la gente quiere hablar de las cosas que están sacudiendo al país, aunque no como quisiéramos. No hay —digamos— un cine combativo, de guerrilla, como pasa en otros países latinoamericanos donde se visibiliza un cine militante. Eso en Perú es muy, muy escaso, pero sí hay esa intención de los cineastas de mirar a la ciudad, a los personajes, desde otras perspectivas menos canónicas.

Octavio Fraga: Sobre la génesis textos cinematográficos predominantes del Perú, ¿parten de una obra literaria, de un texto teatral, o son predominantemente los guiones originales para el cine?

Mónica Delgado: En los últimos años son guiones, pero hay adaptaciones. Por ejemplo, se han adaptado novelas de Alonso Cueto que es un escritor de Lima —creo que ha sido el más adaptado de los últimos años— pero también hay historias que nacen de imaginarios muy personales. Hay mucho cine influido por el diario fílmico, por la experiencia de la primera persona, pero como somos un país tan diverso donde abundan las historias que parten de la realidad, en verdad son puntuales las adaptaciones.

Hace poco se estrenó Un mundo para Julius, que es una novela de Bryce Echenique, a estas alturas es como una aguja en un pajar, más bien ha disminuido la adaptación. Se visibilizan más bien las historias de experiencias particulares, donde se crean personajes o se alude a algunos de la política peruana. Las comedias eligen a personajes de la televisión que van a dar vida a sus propias historias edificantes, de progreso, pero más que todo parten de guiones, de historias originales.

Octavio Fraga: Hace unos años leí un libro que te recomiendo La casa abierta. El cine doméstico y sus reciclajes contemporáneos, de Efrén Cuevas Álvarez, que hizo un estudio profundo sobre filmes que se apropian de los llamados filmes caseros o videos familiares, personales, ¿Ese tipo de cine es recurrente en el escenario de los cineastas jóvenes en tu país?

Mónica Delgado: A inicio de los dos mil, con la democratización que permitió el digital y por otro lado con la revalorización de los archivos, ya sean archivos fílmicos en mini DVD, VHS, o Betacam, o también ese material encontrado en super ocho, en dieciséis milímetros —sobre todo a inicio de los dos miles—, cineastas como María Elena Vega, por ejemplo, hizo un largo sobre temática deportiva. Pero sus primeros trabajos, Conversation I, Conversation II —así se llamaban estas películas— comenzó en el 2004, 2005, a introducir todo este tema del archivo. Obviamente, no es un cineasta que registre, es un cineasta que edita, reinterpreta, se apropia de estos materiales. Ahora en Perú hay un festival de apropiación y es fuerte el interés de los jóvenes cineastas o gente que trabaja la edición o el sonido con material de apropiación, de archivo y eso me parece enriquecedor. Porque dinamiza las posibilidades de la creación, porque hacer cine en Perú es difícil por más que haya toda esta digitalidad o esta democratización de poder acceder a otros medios técnicos para hacer cine.

Hay un grupo de cineastas —sobre todo jóvenes de las últimas generaciones— nacidos en los dos mil, que están revalorizando esa oportunidad de creación a partir de lo que ya existe. Definitivamente es más barato y permite, justamente, esa versatilidad y el aprendizaje. Estamos en un país donde no hay escuelas de cine, de comunicación o de audiovisuales, y un poco ese interés por la apropiación, por revisar materiales de archivo, se ha vuelto una oportunidad para hacer cine.

La revolución y la tierra, que es un documental peruano sobre el gobierno de Velasco Alvarado, ese gobierno de finales de los sesenta que algunos asumen como dictadura y otros lo asumen como el gestor de la gran reforma agraria y la gran revolución de aquellos años en el plano social, cultural: es una película solamente de material de archivo. Toma de materiales que se hicieron en esos años o películas que podrían ayudar a graficar ese período. La historia del cine peruano es muy limitada, pero este es un ejemplo de cómo se usa el material de archivo para poder generar esos sentidos o interpretaciones históricas, de revisión de lo que pasó. No me refiero a un revisionismo, sino a usar las imágenes para darle vida a algo que no tiene material fílmico de un momento. Esa película evoca un tipo de uso de material de archivo de una manera muy interesante.

 Octavio Fraga: En la década del cuarenta y del cincuenta del siglo pasado los cineastas de tu país fotografiaron la cultura indígena, que es poderosísima ¿Los jóvenes cineastas peruanos han seguido fotografiando esas comunidades, esas culturas? ¿qué diferencias tú aprecias —desde el punto de vista narrativo, histórico, estético, o maneras de abordar— en el cine en torno a esa comunidad en comparación con los cineastas que le antecedieron?

Mónica Delgado: En la década del cincuenta del siglo pasado surge este Cine Club Cusco con Martín Chambi, Eulogio Nishiyama, Luis Figueroa, que experimentaron un tipo de documental influido por la puesta en escena, el montaje soviético. Tenían toda esa intención de trasladar esos códigos del montaje hacia una realidad que no había sido observada, fiestas o festividades en las alturas de las comunidades andinas, de Cuzco, sobre todo. No registraban una realidad en sí, pero sí era una fotografía de esos territorios. La dinamización de los fondos públicos ha permitido que haya cineastas amazónicos, aimaras, de Cuno, también de Cuzco o cineastas quechuas. Hay películas de limeños que se hacen en Cuzco o en las sierras, se hacen en quechua. Todo ello ha hecho posible reconocer otras realidades, así como revelarnos los modos de producción, las historias que narran o la expresividad de las películas. Por otro lado, esta delgada línea que también puede ir hacia un tipo de exotización del cineasta limeño que va a filmar un territorio que no es el suyo, pero que hay una finalidad colorista que de repente le interesa dibujar o graficar un ambiente bucólico o exótico. Por ejemplo, Made in USA, una película de Claudia Llosa, ella también hizo La teta asustada, que ganó en Berlín el Oso de Oro. Es una película hecha en una zona del Perú que se llama Áncash, la cineasta vive en España, pero vino aquí y construyó todo un universo andino inventado, ficticio. Esa narrativa en un universo autónomo generó un debate muy interesante, justamente sobre la representación. De cómo se representaba a las mujeres andinas. Porque era una película sobre el incesto, y un poco los antropólogos, los sociólogos, decían: “Ya basta de que las mujeres sean representadas de esas maneras, que los Andes no son el infierno, los campesinos no son los eternos pobrecitos”. Se puso en discusión eso, y fue como un debate muy intenso en redes, en periódicos, se abordó en entrevistas. Porque se necesita dar más voces a las personas para que también se autorrepresenten.

Y un poco, como mencioné a Óscar Catacora —que hizo Wiñaypacha— es una película que está ahorita en Netflix y en plataformas internacionales, que tuvo poca difusión afuera. Este un ejemplo de un tipo de cine peruano que cuenta una historia sencilla, de dos ancianos que están en la puna y de pronto se quedan sin un elemento que les impide sobrevivir allí en medio de la nada. Esta película rompía un poco esa típica visión de los Andes como un entorno decadente, fallido, subdesarrollado, primitivo. Ese es un problema que aún se puede ver en muchas partes, en muchos ejemplos del cine peruano.

Octavio Fraga: Uno de los temas de permanente debate, también de recurrente reflexión entre los críticos e investigadores de cine, es la relación realidad-argumentos ¿Cómo tú ves el panorama del cine contemporáneo peruano en términos estéticos, narrativos, fotográficos, cómo lo dibujarías basándote en estos dos términos?

Mónica Delgado: No se puede hablar de tendencias, no se puede hablar tampoco de autores, porque lamentablemente hay cineastas que pueden hacer películas muy buenas; pasan siete, ocho, diez años, y recién sacan la segunda, y es distinta a la primera. Entonces no se puede ver, digamos, esos elementos que sí podrías ver en el cine argentino o el chileno, no puedes reconocer a cineastas. Uno ve películas de Patricio Guzmán o películas de Lucrecia Martel, y los identificas, para mencionar dos grandes de la región. En el Perú es mucho más disperso, justamente por la falta de recursos, por la falta de oportunidades. Ha habido un interés muy fuerte en los últimos años por el documental donde se encuentra el cine peruano con más fibra, donde uno dice: “Acá hay algo interesante”. Por ejemplo, los últimos documentales de Héctor Gálvez. Es un cineasta que empezó haciendo cortos y ficciones, digamos de interés, pero su potencia como cineasta está en el documental. Eso se debe también a que hubo una serie de festivales locales que permitieron que se vea bastante el documental y que se valore. También escuelas o iniciativas particulares que surgieron, como DOCUPERÚ y otros colectivos que impulsaron otras miradas de la no ficción y del documental. Eso hizo que haya películas que se muevan en ese espacio liminal y no se sabe si es ficción o es documental, que tienen todas las formas de los dispositivos documentales. Son películas que van explorando, sin clichés, las formas más básicas del documental, abordan, interpelan —justamente— el lugar de enunciación de los cineastas.

En nuestro cine contemporáneo hubo, desde hace un poco más de diez años, un éxito trepidante. ¡Asu mare!, una película totalmente comercial, que era de un actor que hacía stand-up comedy, y era una comedia de enredos y tuvo tres millones de espectadores, fue una cifra inédita. Eso hizo de que en los últimos años hay tres, cinco, diez, doce comedias que se estrenan porque marcó una tendencia de consumo, porque el otro cine independiente no se ve, no hay manera. Esta película o este cineasta, Héctor Gálvez, ¿dónde se ven sus películas?, es muy difícil. Si uno ve Wiñaypacha, también parece un documental o hay esa intención de generar estas difuminaciones entre la ficción y el documental. Me parece que ahí es donde están los mayores ejemplos del cine peruano actual.

Octavio Fraga: La cultura peruana es de una fortaleza ancestral. Ubicándonos en el escenario del cine de ficción peruano, ¿los jóvenes cineastas toman de la cultura peruana o prefieren apropiarse de otras culturas, de otras maneras de ver el cine y entender el cine?

Mónica Delgado: Yo diría que aquí no hay mucho interés en el cine histórico, se han hecho series con motivo del bicentenario —porque Perú, justamente el año pasado cumplió doscientos años de su independencia— y por eso hubo como una moda de hacer series, incluso en Netflix hubo una: El último bastión, que fue hecha por el estado. Pero no existe una película sobre los incas, por ejemplo —eso es insólito— así como Hollywood tiene un montón de películas, de los romanos, de los mayas, y México también. En Perú no hay ese interés, nunca lo ha habido. Se hace animación con algunas historias, más bien cortos, pero no hay muchas aproximaciones a repensar la historia. Cuzco o Machu Pichu son lugares para la postal de los personajes que aparecen ahí como modelos. Creo que hay una película de Perú que va a estar en Netflix —es una producción de Netflix— que la van a estrenar el otro mes. Pues sale Machu Pichu de fondo y dos personajes tienen una historia de amor, pero solamente está usada desde esa lógica. Hay muy pocas maneras de repensar incluso las diferentes culturas que han existido, no solamente la inca, la de los paracas, de los nazca, de los moche. No existen representaciones de estas culturas, salvo, como mencioné, algunas animaciones para niños, de la princesa chipilla amazónica, pero no hay.

La contemporaneidad es lo que gana, todo el mundo quiere hacer la película de su tiempo. Hay muy pocas películas históricas o de personajes históricos. No se hizo tampoco la película de César Vallejo, el poeta más grande que ha tenido el Perú. Es un cine que a lo largo del tiempo ha demostrado esa fascinación por leer su propio tiempo, y leer también sus propias interioridades. Hay muchas películas sobre retratos, sobre personajes en dilemas personales, no es cine teatral, es un cine de cuatro paredes, de familias discutiendo, de hijos que se rebelan con sus padres. Esos temas más íntimos son los que han ganado en los últimos años, y más bien la pregunta es por qué se sigue viendo. Incluso estas películas que mencioné al inicio —sobre el conflicto armado interno— el año pasado se hicieron dos películas, una Norte, de Fabrizio Aguilar, y otra de los hermanos Vega, los primeros en el nuevo siglo que fueron al Festival de Cannes. Esos hermanos hicieron una película de un padre con unos hijos en una situación de crisis, y en Norte, de Fabrizio Aguilar, este efecto del terrorismo vivía en la interioridad de los personajes y no podían vivir bien consigo mismos porque tenían metido ese fantasma del terror. Eso pasa en muchas películas peruanas, con En la boca del lobo, de Francisco Lombardi —que es de finales de los ochenta. Es un filme sobre un grupo de soldados que van a la sierra para luchar contra Sendero Luminoso, es una película con la visión del estado, pero eso en la actualidad no tiene mucho interés.

Octavio Fraga: Le has dedicado cuartillas a hablar sobre cine hecho por mujeres de tu país. Si te pidiera hacer una especie de antología ¿qué nombres no podrían faltar? Y una segunda pregunta, ¿qué diferencias estéticas, o en términos de realización, percibes en las cineastas mujeres del Perú con respecto a los hombres?

Mónica Delgado: Una de las primeras que impulsó el cine hecho por mujeres en el siglo xx e inicios del siglo xxi fue Claudia Llosa. Es una cineasta que se formó afuera y vino a Perú a terminar las películas. Al margen de eso, es interesante ver mujeres que hacían cine en la década del ochenta y noventa, que fueron muy importantes y muy influyentes para las mujeres que hacen cine hoy en día, como María Barea, por ejemplo, que fue una cultora y cineasta del grupo Chasqui. Luego se separó del grupo e hizo películas muy interesantes bajo su propia batuta, y es una cineasta que ha sido revalorada y redescubierta por las cineastas jóvenes. La están asumiendo como un ejemplo de un tipo de cine feminista, porque ella aborda también temas de clase, de raza, de discriminación laboral, etcétera. Lo hace, y lo hizo, hace muchos años, y las mujeres cineastas actuales están redescubriendo su trabajo. Igual que el de Mary Jiménez, que es una cineasta peruana que vive —me parece que en Bélgica. Ella hace películas desde finales de los ochenta, noventa, y sigue haciendo cine en Perú. Nora de Izcue es una de las primeras documentalistas peruanas, que también empezó a hacer cine en los setenta. No lo hace en la actualidad, pero ella ha hecho películas —incluso— en los dos mil.

Por otro lado, sobre cómo filman las mujeres, yo pienso que es un tema para problematizar porque Perú se mueve en un entorno audiovisual muy machista, donde la división clásica del trabajo ha generado roles para las mujeres y para los hombres del audiovisual. Muchas películas —si bien están dirigidas por mujeres— todo el equipo de producción puede ser masculino. Entonces, muchas veces las películas pueden haber sido dirigidas por mujeres, pero generan historias donde las mujeres que están representadas lucen roles de subordinación, de desplazamiento. A veces pienso que las mujeres no filman en empatía con otras mujeres. Por ejemplo, Canción sin nombre, una película de Melina León, que estuvo en Quincena de Realizadores, y que hace poco estuvo nominada al Goya. Es visualmente impecable, muy atractiva, pero donde yo veo a la mujer débil, sometida. Entonces, creo que es como conflictivo para algún tipo de cine, no porque lo haga una mujer va a ser necesariamente un cine feminista. Pero sí creo que hay cine con muchas intenciones de movilizar, por ejemplo, Autoerótica, de una joven cineasta, Andrea Hoyos, que no tiene ni treinta años. La película ganó Fondos, y está hecha con un equipo de mujeres: la fotografía, la edción, la dirección de arte. Es una película que, justamente, intenta no reproducir esta objetualización de las mujeres en el cine y me parece interesante que se esté cuestionando esas vías. La tarea es cómo se diferencia el cine peruano de las mujeres, hecho por mujeres, con el cine peruano hecho por los hombres. Esa es la pregunta que habría que hacerse, que tendríamos que hacernos para ver en qué estado se encuentra.

Octavio Fraga: En Argentina, Chile, Brasil o México, hay un movimiento feminista importante en nuestra región, de soslayo has hablado del tema, sobre todo en estos cuatro países tiene mucha fuerza. Si te pidieran una definición, para un diccionario, de cine feminista, ¿cuáles serían tus palabras? Y otra pregunta: ¿hay un movimiento de cine feminista en el Perú?

Mónica Delgado: Las representaciones están totalmente relacionadas con las formas, los modos de producción de las películas. Imagínate hacer una película donde yo tenga un personaje empoderado, una mujer, una heroína que lucha contra todo y resulta ser un ícono del empoderamiento, pero si yo le pago cien soles al equipo yo también tengo feminismo. Entonces yo creo que tiene que ver con una integralidad y con una conciencia de que vivimos en una estructura machista y que eso se ha heredado de las mismas facultades de comunicación, de las mismas enseñanzas, de los aprendizajes en las escuelas, también de la educación superior que ha reproducido las formas de hacer y de consumir el cine. Creo que el cine de las feministas —o el cine hecho por feministas— tiene que ser un cine renovador, transformador. No pueden repetir las mismas fórmulas heredadas de Hollywood, de ese sistema donde las mujeres han sido la última rueda del coche. Para mí es el cine que me interesa identificar, un cine coherente y un cine ético. Yo puedo hacer una película de una flor y considerarla feminista, pero yo creo que tiene que ver con ese espíritu transformador, en todo sentido.

En el cine peruano hay cine feminista sobre todo hecho por colectivos, como Cholay Audiovisual, o que se han binarizado. No solamente es un cine activista, es también un cine que no está objetualizando a las mujeres. He visto películas peruanas que se denominan feministas donde ponen a hablar mujeres sobre sus traumas, pero a mí me parece como que toman a las mujeres como conejillos de indias. Creo que hay experiencias interesantes de cineastas jóvenes que están buscando justamente generar estos nuevos sentidos donde no solamente podamos reconocernos, es muy difícil ir al cine y reconocerse. Hay un cine de chicas jóvenes, como la película de Andrea Hoyos, es una historia de mujeres, sobre mujeres, y eso es lo que más falta le hace al cine peruano.

Octavio Fraga: He conversado con mujeres cineastas que afirman que los hombres no pueden hacer cine feminista, ¿tú compartirías esa mirada?

Mónica Delgado: No, no la comparto, porque yo creo que el feminismo es para todos. El feminismo va a transformar la sociedad y va a transformar el cine con hombres y mujeres, y disidencias con todos. He visto películas de hombres que he considerado totalmente feministas y estoy segura que esos hombres no pensaban hacer una película feminista. Probablemente porque no les interesa el discurso, no les interesa ese actuar, incluso el marketing que existe a partir del feminismo. Hace poco estuve en un festival y en la presentación dicen: “Pues acaso mi película es feminista”, y luego no ves nada de feminismo. Ahí está la nomenclatura, la etiqueta. El feminismo lo considero antipatriarcal, anticapitalista. Me interesa esa perspectiva del cine si eso se puede cambiar desde las representaciones. A mí me gusta mucho el cine experimental, es un cine autogestionado, pero es un cine que sobrevive, y me parece que muchas mujeres que hacen cine experimental son el ejemplo más vivo para mí del feminismo. Porque no tienen que rendirle cuentas a ninguna productora, no tienen que rendirle cuentas a ninguna distribuidora, no están sometidas a ese círculo vicioso de la distribución y exhibición. Tampoco es una sublimación, es una vía consecuente, que no busca seguir reproduciendo un sistema —no solamente dentro de las pantallas, sino fuera de ellas—. Me interesa mucho por eso, por lo que hacen las cineastas, lo que hicieron y lo que siguen haciendo las cineastas experimentales.

Octavio Fraga: ¿Cómo es la relación entre los críticos de cine y los cineastas, y qué influencias tiene el gremio de los críticos cinematográficos peruanos en el curso del cine nacional?

Mónica Delgado: Yo creo que se podría hacer una película con la historia de la crítica versus los cineastas, porque también —como mencioné al inicio— hay varias generaciones de críticos en Perú. Una revista famosa, Hablemos de cine, que circuló entre los años sesenta y ochenta, que estuvo formada por las luminarias de la crítica peruana Isaac León Frías, participó allí Francisco Lombardi en sus inicios, Ricardo Bedoya, Federico de Cárdenas, entonces ellos tenían una relación muy cercana con un grupo de cineastas, y digamos que reprodujeron un tipo de relación afín. Pero cuando pasan los años y surgen los nuevos jóvenes críticos, a mediados de los noventa, tenían la intención de matar al padre, la intención de: “Nosotros no queremos ser amigos de estos cineastas, no queremos ser amigos de nadie”, y se fueron contra un canon del cine peruano. Es como decir que odiaron todo el cine de Francisco Lombardi, reivindicaron la figura de Armando Robles Godoy, un cineasta que ya murió, pero que encarna un tipo de cine de autor en el Perú más cercano al espíritu del cine más independiente, no más del riesgo expresivo. En la década del noventa hay ese quiebre, hay un antes y un después de esa afinidad con la crítica, a tal punto que los cineastas de esas generaciones anteriores veían muy mal a la crítica. Nos llamaban parásitos, o “Haz tu película y me avisas, cuando hagas una película recién escribe con propiedad, qué sabes de cine si no has hecho una película”. A partir de Desistfilm, revista que formé con un grupo de amigos y colegas, tuvimos una relación muy cercana, de diálogo, de interesarnos por cómo se hacían las películas, de conocer los procesos de los cineastas. Nos interesamos en eso desde el inicio y entablamos diálogos con cineastas y jóvenes cineastas de Perú. Nos interesan mucho los cineastas que hacen cortos, los que se están iniciando, las óperas prima. A partir de ese interés es que entablamos diálogos con cineastas de Argentina, de Chile, de Brasil, de Colombia, también de Estados Unidos y Europa. Eso nos ayudó a ver la crítica y la cinefilia desde un ámbito de correspondencias, de diálogo, de intercambio con la actividad de los cineastas que en los noventa estaba perdido, era muy quebradizo.

Hay cineastas de la vieja guardia que no les interesa la crítica o estrechar o tranzar con la crítica. Yo, por ejemplo, no me hablo con críticos mayores porque tenemos discrepancias de cinéfilos, de gustos, pero sí me interesa incentivar que haya jóvenes haciendo crítica. Hay muy pocas mujeres en Perú haciendo crítica, por ahí me interesa que haya una visión probablemente más estimulante de la labor del crítico, no verlo solamente como alguien que quiere molestar a los cineastas o amargarles la vida.

Octavio Fraga: Hay una cierta zona de la crítica, también de investigadores de cine y ciertos festivales, pocos, que no reconocen a los géneros cinematográficos, los clásicos. ¿Cuál es tu visión sobre ese abordaje? ¿Compartes esa manera de ver o eres más apegada a la tradición?

Mónica Delgado: Sí, hay como una revalorización de un determinado tipo de cine-género y en el cine peruano es más tangible, porque como te comenté, hay una gran oportunidad en la comedia, se hace mucha comedia al estilo clásico con un guion muy parametrado. El cine de terror aquí es muy exitoso. El terror y la comedia. Es como la reproducción de toda una tradición en la historia del cine, pero nada de melodrama. Los festivales han ayudado, de alguna manera, a visibilizar ese cine anti géneros que es, probablemente, donde a veces no pasa nada, como pasó hace algunos años con las películas de Lisandro Alonso. Uno iba a ver Los muertos y era pues cinco secuencias y se acababa la película, no había nada más que un hombre, una canoa, y chao.

Ahora que he estado en Berlinale viendo algunas películas, hay muchas de género con algunos elementos renovadores, pero en suma es parte de la esencia del cine. Como siempre van a existir los géneros, de alguna manera, los festivales están abriéndose. Por ejemplo, el festival de Rotterdam, que tenía fama de ser muy experimental, muy independiente, muy dado a las nuevas tendencias de riesgo, ha inaugurado sus dos últimas ediciones con películas de género. El año pasado lo hizo con una comedia muy buena, una comedia de situaciones, totalmente de género, y este año también, una película totalmente de género, un musical. Entonces por ahí hay como excepciones, pero en suma yo creo más bien que el terreno de los festivales es más esta frontera, esa difuminación de las fronteras de la ficción y la no ficción. Hay un auge totalmente del documental, al menos en Perú, que es lo que más llama la atención, y lamentablemente no es el que se estrena en las carteleras, pero los cineastas que obtienen fondos están muy interesados en hacer el documental en todas sus formas.

Octavio Fraga: Hay dos palabras que has usado: “cineastas independientes”. Aquí en Cuba está muy de moda el llamado cineasta independiente, ¿cuál es tu definición al respecto?

Mónica Delgado: Podría decirse que toda la historia del cine peruano es la historia del cine independiente, porque de alguna manera estamos al margen. Se ha visto el cine peruano, por muchos años, como una periferia, como pasa con el cine ecuatoriano, el cine boliviano, que han estado al margen por mucho tiempo. Cine independiente aquí también es un término conflictivo, porque si bien han surgido algunas pequeñas productoras que son las que dinamizan un determinado sector del cine más comercial, hay una productora grande que se llama Tondero, por ejemplo, que ahora está haciendo producciones con España, con Netflix, que creció justamente por este éxito de ¡Asu mare!, cuyo sistema de trabajo reproduce justamente ese modelo de los estudios. Yo te doy un monto y elijo al cineasta equis que va a estar en la película, y probablemente venga al mundo de la publicidad.

Un cineasta que sabe su tema audiovisual no tiene ningún interés en generar una autoría, una marca, simplemente va a cumplir el encargo de hacer una película, y eso está pasando con gran parte del cine peruano que está en cartelera. Ahora se han estrenado varias comedias, y todas hechas con la misma modalidad, entonces lo que no está dentro de ese marco de trabajo es lo que podríamos denominar cine independiente, pero igual es un abanico muy variopinto, de muy distintos cineastas. Porque hay cineastas independientes que probablemente tengan un presupuesto, pues de medio millón de dólares, y hay otro cineasta independiente que hace su película sin cámara. Es decir, hacen una película de archivo, pero el término aquí está utilizado en función al plano monetario, no en un plano expresivo, un plano de cine de determinado autor. Más bien, justamente, para diferenciarse del cine comercial, que aquí es lo más caro.

Acá utilizamos como el cine comercial y el cine independiente, que es el cine que usualmente se financia con fondos públicos del Ministerio de Cultura, que son veinticuatro millones de soles al año, y se reparte en varias categorías, en formación, en restauración, y en generar tanto cortos, como documentales y ficciones.

Octavio Fraga: Hay un viejo debate aun no resuelto en todos nuestros países que es el tema de las cuotas de pantalla. Apunto a la presencia del cine peruano en las salas de cine y en televisión en correspondencia o en relación con la presencia, predominante, del cine estadounidense, ¿cómo se comporta eso en tu país?

Mónica Delgado: Pues muy mal. Hace poco que nosotros tenemos una nueva ley de cine que fue discutida por muchos años. La última ley de cine, que fue derogada por Fujimori, la derogaron también hace poco. Primero la impulso Velasco Alvarado con la intención, en el año ’67, de generar justamente una industria, se daban estímulos y también había cuotas de pantalla en los cines. Uno iba al cine y tenías que ver obligatoriamente un corto antes de cada función, y los largometrajes también tenían la oportunidad de estar dos, hasta tres meses en la cartelera, algo imposible hoy en día.

El cine peruano ha sido muy vapuleado, muy maltratado. En los multicines, una película peruana puede ser exhibida solo unas horas. Los jueves es el estreno, si ese día van diez personas al siguiente ya no está la película. No hay ni un tipo de transacción, de contrato o soporte legal que defienda a los cineastas o a las empresas productoras. El estado da un recurso para la exhibición, que muchas veces consiste en alquilar las salas para que las películas puedan verse. El Fondo va para que yo alquile una sala y así vayan dos personas ya está pagado.

Pero la nueva ley de cine, la actual, que se dio a finales de 2019, no contempla ni una sola palabra en defensa de las películas, no hay ni una sola línea que mencione cuota de pantalla. O que mencione un contrato o una figura contractual con las exhibidoras. No hay nada. En esos espacios el cine peruano está totalmente desprotegido, y lo va a seguir estando porque la ley anterior demoró como quince años en hacerse. Pero nunca hubo un consenso, tampoco hubo una lucha real de los gremios o de los políticos por ese tema de las cuotas. La ley —más bien— se ha convertido en una vía para la generación de concursos, de brindar estímulos. Contempla solamente la primera parte de todo el proyecto: hacer la película. Una vez que la tienes es como ir a la de dios y por eso, lamentablemente, el cine peruano no se ve. Se producen treinta, cuarenta películas al año y la gente no conoce su cine. Son películas que están financiadas por el estado, pero no hay manera de que puedan llegar a las escuelas o se exhiban en una plataforma virtual. Hay un desinterés de todos lados, no solamente es un desinterés del estado, porque el estado da recursos, pero te dice: “Toma tu cheque y chao”. No hay un modo, no hay ni siquiera una Cinemateca, un espacio de preservación donde un estudiante de primaria, secundaria, diga: “Quiero ver tal película”, o “Me quiero llevar esa a mi casa”, o “Quiero hacer un cine club”. Todo esto es una consecuencia de años de abandono del audiovisual, no hay una memoria tangible y eso está demostrando justamente, que no existe cuota. Tampoco hay una film comisión o una entidad que genere políticas públicas en torno al cine y eso es muy triste.

Octavio Fraga: Una última pregunta, Mónica. Aquí en Cuba uno de los grandes cineastas de nuestra América, ya lo citaste ahorita, es Lombardi. Buena parte de su obra ha sido vista en los Festivales de Cine de La Habana, en la televisión. ¿Es Lombardi referente de los jóvenes cineastas peruanos o pondrías otros nombres que forman parte de ese marco de influencias en la realización del cine peruano contemporáneo?

Mónica Delgado: Francisco Lombardi es considerado, digamos, parte del cine peruano, no sé si los jóvenes ahora piensen en su cine como un ejemplo a seguir. Lombardi tiene una forma de hacer cine muy distinto a los intereses de los jóvenes, hay cineastas que están influidos, sobre todo por el cine argentino. Acá a la gente le interesa mucho el cine argentino, el nuevo cine argentino, por ejemplo, que hubo a inicios de los dos mil, o el cine chileno, el cine colombiano también. Se avistan esas tendencias en buscar esos referentes en el cine de Lucrecia Martel, en el cine incluso de Luis Ospina, o esa revisitación al cine de Armando Robles Godoy o de otros cineastas peruanos que han estado ausentes. Hace poco entrevisté a Arturo Sinclair, un cineasta peruano que solamente hizo cortos pero que está siendo muy valorado por los jóvenes. Les interesan esas formas de hacer documental de aquellos años o cineastas como Gianfranco Annichini, un cineasta italiano que vive en Perú en los setenta, y un poco se están buscando ese tipo de referentes. También Nora de Izcue o Federico García. Pero no es Lombardi como un referente actual, más bien es visto como una figura importante del cine peruano que justamente hizo visibilizar al cine peruano, como tú lo mencionas, en festivales. Estuvo en Cannes, estuvo en otros festivales latinoamericanos; en San Sebastián; en La Habana. Es una figura reconocida en ese aspecto.

Los cineastas más bien están como rescatando estas viejas figuras del cine que han estado soterradas. Por ejemplo, Carlos Serrán, que es un cineasta que hizo cortometrajes muy políticos en los años sesenta con su grupo Liberación sin Rodeos, un cine que está influido por los nuevos cines latinoamericanos muy políticos de los años sesenta y setenta, todo eso se está redescubriendo. Lombardi está, más que todo, visto como de cine clásico o de narrativas más convencionales, que es lo que los jóvenes ahora están revisitando. No es que todos lo conozcan, es increíble, hay gente que hace cine y que probablemente no ha visto nunca nada de Lombardi. Esa también es la paradoja.

Octavio Fraga: Bueno, Mónica, yo te agradezco, te agradecemos todos, el que hayas estado con nosotros esta hora exacta de conversación, en un minuto serán las 2 de la tarde hora de Cuba, igual es la hora de Perú. Nuestro agradecimiento por tus palabras y por darnos un pedazo de tu tiempo para ponernos al día, actualizarnos. Gracias una vez más por estar en “Diálogos en reverso”, un espacio de la Unión de Periodistas de Cuba, y claro, nos seguimos viendo.

Mónica Delgado: Gracias a ustedes, gracias a ti Octavio, y nos vemos en cualquier otra oportunidad.

Octavio Fraga: Un abrazo desde Cuba para ti.

Mónica Delgado: Un abrazo también, cuídense.

Octavio Fraga: Chao, gracias.

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Hace falta un gran congreso sobre cine en América Latina

Fernando Buen Abad Domínguez. Escritor y filósofo mexicano-argentino. Foto: Eduardo Flores/Andes

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

 Transcripción de la entrevista a Fernando Buen Abad Domínguez, filósofo y escritor mexicano, en el espacio Diálogos en reverso de la Unión de Periodistas de Cuba, realizada el 12 de enero de 2022 obre el tema Los símbolos en el cine, otra vuelta de rosca.

 Octavio Fraga: Hola, buenas tardes, bienvenidos a “Diálogos en reverso”. Hoy retomamos el espacio, después de un largo tiempo de ausencia por el impacto del Covid-19. Nos disculpamos porque hemos tenido problemas técnicos que nos impidieron salir a la hora anunciada. Reiteramos nuestras disculpas, y gracias por estar con nosotros.

Bienvenido Fernando Buen Abad y muchas gracias por aceptar esta plática, por estar con nosotros y por su paciencia para poder materializar este encuentro.

Fernando Buen Abad: Al contrario, un honor siempre, una alegría poder conversar con hermanos cubanos en lucha, que encarnan la Revolución, que son nuestra guía en todo el continente. La Revolución del pueblo cubano, la Revolución de Fidel, de Raúl, así que el agradecido soy yo. Mil gracias por la invitación, y a la disposición.

Octavio Fraga: Le confieso, Fernando, que para mí es un honor poderlo entrevistar. Sabe que lo sigo, lo leo, lo comparto en mi blog, y en nuestros medios usted tiene una importante presencia por sus valoraciones y sus aportaciones en torno a los temas que para nosotros son relevantes, como el tema de la comunicación, los símbolos, que es de lo que hemos acordado hablar hoy, los símbolos en el cine, y nuestra gratitud por tener esa posibilidad de escuchar sus reflexiones, sin dudas, importantes.

Es usted muy conocido en nuestro continente, pero es una práctica hacerlo en este espacio de Diálogos. Como tiene usted una abultada historia profesional prefiero leerla, pues resulta importante para los que nos están viendo.

Fernando Buen Abad es mexicano, residente en Argentina, especialista en filosofía de la imagen, filosofía de la comunicación, y crítica cultural, así como los campos de la estética y la semiótica. Es también egresado de cine la Universidad de Nueva York, licenciado en comunicación, master en filosofía y política. Es miembro de la Asociación Mundial de Estudios Semióticos, del Movimiento Internacional de Documentalistas y de la Red en Defensa de la Humanidad, que es bien conocida en nuestro país. Ostenta, entre muchos otros reconocimientos, el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, que le otorgó el estado venezolano. Es el director del Instituto de Cultura y Comunicación de la Universidad Nacional de Lanús, y por supuesto, tiene una sustantiva obra literaria en torno a los temas que he enunciado y que son necesarios conocer.

Creo que debemos empezar por una pregunta base. ¿Qué es para usted un símbolo? ¿Cuáles son sus singularidades en el cine?

Fernando Buen Abad: El concepto de símbolo tiene, como tantos conceptos, un recorrido histórico, que va haciendo de este concepto una acumulación de acepciones diversas en campos distintos.

Hay una concepción antropológica de los símbolos, que los define como testimonio que representa una conducta, una actividad o un sentir en una época. En algunas enciclopedias se recogen los conceptos de símbolo, desde la gráfica rupestre hasta las gráficas de alto o bajorrelieve en las arquitecturas egipcias, mesoamericanas, por ejemplo, de las cuales tenemos, hay que decirlo siempre, por lo menos cuarenta y cinco pirámides en Mesoamérica, lo cual significa el desarrollo civilizatorio más importante en todos sentidos, y lamentablemente muy desconocido.

Hay otra forma de abordaje que se ha dado al concepto de símbolo en el campo de la psicología y en el campo del psicoanálisis, en los que hay vertientes y debates muy profundos sobre la real significación del término. Por una parte, se le presenta como una especie de resonancia, de memoria, como si hubiera una genética de la subjetividad y hubiese contactos muy profundos del universo subjetivo con los elementos de la naturaleza. Y entonces, algunos autores plantean que nuestro vínculo con el fuego  —al producirnos una especie de hipnosis o seducción que suele producirnos el contacto con el fuego, con el mar o con los elementos de la naturaleza— constituye un campo simbólico profundo.

Y hay otros, por supuesto, que lo determinan más por los aspectos biográficos de cada quien. Si alguien, por alguna razón, en alguna época de su vida tuvo, tiene una marca, un sello, una referencia, algunos le llaman fijación, que determina maneras de interpretar, maneras de concebir o maneras de ignorar la realidad, el mundo o las relaciones humanas. Pues eso dicen, es una carga simbólica que le impide o le faculta a esta persona para tales o cuales resultados.

Y podría tratar de hacer un esfuerzo casi enciclopédico, aunque no tengo esa capacidad, pero podría intentar recorrer diversos campos.

En el siglo xx empezamos a ver el concepto de símbolo abrazado por la semiótica o por la semiología, ciencia que se encarga del estudio de los signos o de la producción de significados, y ahí se incorpora también como una noción. Digo más o menos, porque también hay un debate dentro de la semiótica sobre la terminología; sabe usted que la semiótica, queriendo ser una ciencia para esclarecer el problema de las representaciones, se convirtió en una especie de bosque absolutamente invisitable, de conceptos inentendibles.

Octavio Fraga: Exacto.

Fernando Buen Abad: Que más bien espantan a las personas antes de ayudarlas a conocer realmente el propósito y el objeto de investigación de esa ciencia.

En resumen, quiero decirle que la interpretación con la que yo trabajo a propósito de los símbolos está más anclada a la noción de Marx, que plantea que la ideología de la clase dominante, siendo la ideología dominante de una época, encuentra la manera de producir muchas formas, muchos lenguajes, muchas tácticas y estrategias para inocularse en las conductas individuales y colectivas. Y como no puede trasladar la realidad, así en seco, lo que hace es construir representantes o símbolos de los intereses, o de la lógica, o de la ideología dominante de una época. Entonces ahí se produce todo un espectro muy amplio de formas de representación, algunas muy directas, muy simples, que atañen más bien al campo de lo que se llama hoy la señalética, y otras más complejas, más de orden psicológico, socioantropológico, estético y político, y todo esto integrado, donde aparecen estas formas llamadas símbolos, que son en todo caso ordenadores de la conducta social.

Si me apura usted un poco, diría que los símbolos son, entre otras cosas, elementos del discurso con que nos relacionamos colectivamente.

Octavio Fraga: Sin dudas.

Fernando Buen Abad: Y en ese sentido, es que yo trabajo sobre este campo de definición.

 Octavio Fraga: En los estudios contemporáneos en torno al signo, se ha subrayado al cine como un constructor de sentidos, no quiere decir que otras expresiones del arte no las tengan, con intencionalidades específicas, donde los símbolos —vuelvo al tema— tienen un protagonismo. ¿Hacia dónde apunta esa cinematografía banal, edulcorada, donde además la violencia gratuita forma parte de una narrativa más bien arrolladora?

Fernando Buen Abad: La industria cinematográfica, hablo de ella en lo general, a nivel mundial —que está cumpliendo ciento veintiséis años— apenas es un arte, un séptimo arte en pañales todavía. Es un arte naciente todavía, que no ha visto cursar apenas sus primeros balbuceos. Pero lo que sí aprendió muy rápido esta industria, el sector dominante de esta industria, es que se trata de un arma de guerra ideológica.Y así exactamente fue posible dominar la información, las conciencias, las subjetividades —a través de los confesionarios históricamente—, a través de la prensa, de la radio, del teatro, de las formas de expresión en el arte. Lo vimos y lo hemos visto históricamente, pues el cine entra a ser una herramienta muy poderosa de penetración simbólica. Esta industria entendió rápidamente que al seducir a las masas, tal como el cine lo logró, recuerdo muy bien un texto: Su moral y la nuestra, de Trotsky, decía: “Mal haríamos en no comprender ya desde ahora la importancia y la trascendencia que el cine está teniendo y que va a tener frente a las masas”, porque tiene elementos de aproximación, entre comillas, sobre la realidad, que parecerían ser por sí mismos muy convincentes, y creo que este es un dato importantísimo de los ejes narrativos del cine, que ha logrado, por cierto, tener hegemonía sobre otras artes.

Octavio Fraga: Sin dudas.

Fernando Buen Abad: Y hace parecer más fácil la llegada de un mensaje a través del cine. Yo creo que eso lo han entendido muy bien. Alcanzo a proponer, si me permite una distinción, qué es el cine antes de la incorporación del sonido y el cine con la incorporación del sonido. Porque en un momento, cuando el cine era silente, dicen algunos historiadores, en ese momento había pocas posibilidades de manejo de algunos campos emocionales o algunos campos sensibles. Con la incorporación del sonido y el desarrollo de la música, las orquestaciones y los efectos especiales, acústicos, el cine entró a reinar en una doble conjunción de lo que se ve y de lo que se escucha, y siendo lenguajes que a veces trabajan en paralelo, tienen cometidos estratégicos distintos.

Entonces es la dominación de una subjetividad expuesta durante hora y media, promedio de una película, sobre la base de una planificación minuciosa de los efectos, los estímulos, las respuestas, los picos y los bajos. El cálculo de los tiempos, el cálculo de las profundidades, los manejos cromáticos, los manejos de las texturas, los manejos de las intensidades luminosas que golpean permanentemente sobre la retina y sobre la estructura nerviosa, más todos los efectos y las influencias sonoras producen una herramienta muy potente, muy poderosa, que la industria fílmica entendió como un caudal discursivo extraordinario, y lo convirtió en su palestra rápidamente. Son como los predicadores de un discurso dominante a partir de un púlpito desde el cual se adoctrina a las masas bajo los más diversos intereses del capitalismo. Esto no quiere decir que solamente tengamos cine así; también tenemos contraofensivas de las cuales podemos hablar después. Que han sabido con esta riqueza narrativa construir respuestas emancipadoras y antagónicas al modelo hegemónico. Hay que decir que la industria cinematográfica, por lo pronto la norteamericana y por supuesto la europea, y ahora mismo la india —que es una máquina extraordinaria— lo digo en términos de cantidad, han entendido que esas vertientes son utilizables para un ejercicio de dominación de conciencias que —por cierto, lo vengo trabajando hace tiempo— se ha convertido en una especie de formas absolutamente manidas, repetitivas, cansinas, yo digo muertas algunas de ellas. Sin embargo, siguen repitiéndose una y otra vez en la producción fílmica, industrial, cosa de la que no se salvan algunos, que no queriendo ser de ese modelo también repiten. Pero bueno, es una discusión posterior.

Por lo pronto, debo decir como resumen que sí, que la industria fílmica pesada puso rápidamente al servicio de la hegemonía, de la clase dominante este conducto de adoctrinamiento social que ha sido muy poderoso.

Octavio Fraga: Algunos teóricos de la semiótica apuntan a que no existen los símbolos sino lecturas simbolizantes, ¿cuál es su mirada sobre esta idea?

Fernando Buen Abad: Si eso significa que no hay unilateralidad en la producción de símbolos pues es correcto, pues no sería posible que signo alguno o símbolo alguno adquiriese estamento social si no hubiera una coparticipación. La pregunta es quién propone ese símbolo, la pregunta es quién lo construye. Si usted, por ejemplo, en una película cualquiera, del romance más inocuo, más remanido y cursi de cualquier película —no voy a ponerle pasaporte— de cualquier parte del mundo, si usted a esa película por fuerza le pone una bandera norteamericana, por fuerza de la repetición, por fuerza de los que pagan, por fuerza de las costumbres, o por fuerza de coparticipar de un proyecto ideológico, usted lo que está construyendo es una unidad simbólica que está imponiendo, y cuya lectura va a tener que ser forzosamente una lectura con un interlocutor que podrá percatarse, podrá no percatarse, podrá estar acostumbrado a que eso aparezca en tantas películas de tantas maneras, pero por cierto que según que se percata podrá interpelar, y ahí podrá incluso modificar la efectividad del símbolo en algunos casos, incluso destruirlo, pero ni son la mayoría de los casos ni es, creo yo, la única instancia.

Hay tantas formas de representación, por ejemplo, el modelo norteamericano de representación, de construcción del símbolo de la justicia. Esta cosa que conduce casi siempre a que hay un juicio donde hay una posibilidad de que alguien explique y alguien se defienda, y alguien finalmente sea condenado, porque hay una forma de justicia que tarde o temprano llegará, es una especie de moraleja de que el mal no paga, de que hay que portarse bien porque siempre hay hombres ahí velando por la justicia. Esta unidad ya construida como en los propios escenarios de los tribunales con toda esa estructura escenográfica del juez, los testigos, los jurados, los defensores y los fiscales, esta unidad compleja, que hipotéticamente es el gran símbolo de un sistema, como el sistema norteamericano, es una producción, es una construcción que se ha hecho.

Que tiene tiempo, que tiene historia, que tiene formas, que tiene desarrollo y que tiene utilidades diversas. Mal haríamos en no percatarnos nosotros de que en esa construcción hay un red de intencionalidades que per se no nacieron, que no se parieron solas, que no es que caen de los frutos naturalmente. Hay alguien que se sentó un día frente a un papel o una computadora, y con lápiz o pluma o teclado empezó a poner: “En tal minuto de tal cosa va a pasar esto y hay que entrar en la sala de juicios, y la sala de juicios debe ser así”, y la diseñan, la dibujan, la construyen, la financian, traen carpinteros, traen escenógrafos, traen vestuaristas, en fin, y se hace toda una ingeniería, toda una arquitectura de ese símbolo que va jugar un papel central en un relato.

Creo que parte de nuestra dificultad, o una de nuestras dificultades hoy, es que esta producción simbólica, que siempre tiene contexto, discusión e interpelación, se conoce más en su producto que justamente en sus consecuencias.

Octavio Fraga: Sin dudas.

Fernando Buen Abad: Y que este es un trabajo que hay que hacer, ese es un trabajo de laboratorio en el cual hay que sentarse y a deconstruir todo esto, sin que yo sea de la corriente de la deconstrucción de Derrida. Pero sí digo que el trabajo de la semiótica es esto, es luchar contra estos modelos de juicios y prejuicios instalados por un modelo narrativo. Bien decía Einstein, “Más difícil es desarmar un prejuicio que un átomo”. Y ese trabajo es duro porque pasa, entre tantas cosas, como entretenido, como invisibilizado ante el campo de batalla simbólica que representa, que son formas expresivas de un poder hegemónico que se inventa la justicia a su antojo, que nos la impone a su antojo, y que quiere convencernos de que todos nos rindamos a la fe más absoluta de que ese concepto de justicia funciona, y es bocadillo obligado en casi toda producción fílmica de los modelos hegemónicos.

Octavio Fraga: Fernando, coincidimos en que estamos bombardeados por un cine banal, frívolo, donde además estos héroes de la Marvel están multiplicados en las grandes salas del mundo, y además, la violencia es la narrativa. ¿Qué estrategias construir en términos de política cultural para hacer del cine un texto enriquecedor?

Fernando Buen Abad: Primero creo que hay muchas formas y hay muchos caminos que no hemos podido recorrer. El cine necesita soberanía tecnológica. Es un trago amargo en tanto dependamos de ellos para, por ejemplo, tener una cámara, conseguir la película, o los videos, o las cintas, o los soportes que hoy se usan. Hoy se filma mucho cine con los teléfonos celulares, porque han desarrollado una calidad de óptica y de procesamiento de altísima definición, pero todos son soportes cuya tecnología para nosotros es de dependencia. Entonces, por ese lado, es muy difícil desarrollar una industria, si me permiten el uso provisional, que no sea una industria estrictamente mercantilista del uso del cine.

No hemos podido generar corrientes de producción fílmica que se sostengan en el tiempo, en la medida en que también nos hacen falta escuelas de formación cinematográfica donde el propio alfabeto audiovisual se despegue de los modelos hegemónicos. Un recorrido más o menos rápido sobre las escuelas de cine que tenemos en la región nos enseña que casi todos empiezan por ver la historia de ellos, y no solamente la historia de ellos en el sentido de que es lo que ellos han hecho, sino en el sentido de que eso es lo que hay que repetir si uno quiere tener éxito, y ese paradigma hay que romperlo. Porque no solamente se trata de ver la historia, o sea, hay que verla, desde luego, pero no convertir la historia de ellos en la modelización de nuestros modelos de producción fílmica.

Luego, creo también que necesitamos mucho trabajo de formación de guionistas. América Latina padece en general, salvando todas las excepciones y con todo respeto a mis amigos guionistas, que los tengo muchos, que se escriben guiones todavía muy dependientes del audiovisualismo de mercado, y los sujetos de los conflictos humanos, los sujetos de los conflictos sociales, son mucho más complejos. La propia lucha de clases, que es la madre de todas las luchas, ofrece un campo de diversidades objetivas y subjetivas muy rico dentro del cual hay que trabajar profunda psicología, profunda dramaturgia cinematográfica renovada, que no sea pensada sólo para llenar salas cinematográficas, o que sí, para llenarlas, pero no solamente para enriquecer a un señor que dice que con estas fórmulas se hace cine.

Hay fraseologías que se repiten una y otra vez, audiovisuales, y que tienen origen en guiones muy estereotipados, en guiones que creen que hay un recetario también para producir éxito cada veinte minutos en la pantalla, y entonces hay que agarrarse a trompadas de alguna forma, o hacer que los actores vociferen, o que insulten, o que se desnuden, o que tengan escenas de alcoba tantas por película. Esos recetarios suelen estar en las propias aulas donde se enseña cómo hacer guiones; ese es un gran problema para nosotros, porque el guion, uno lo sabe muy bien, es como la arquitectura. Hay pocas cosas más parecidas a la arquitectura, ahí se enseña la obra toda. Entonces, este es un campo de discusión muy interesante que no satisface el tiempo que se requiere y la complejidad de las historias.

Se necesita la vida misma; es decir, que los sujetos de representación en el relato no sean solamente aquella representación de la clase media que va a mirarse a sí misma al cine. Que se empiece el cine de los pueblos originarios de este continente, como decía Sean MacBride en el Informe MacBride, que voces múltiples, cine múltiple, que no han sido nunca habilitados para una producción audiovisual tan importante de nuestro tiempo como es la producción cinematográfica. Nos hace falta una gran corriente del cine de los pueblos originarios contando las historias no solamente en tono documental o en clave documental, como se conoce alguna parte de ese cine, sino el relato de la vida misma, que puede contarnos historias maravillosas y que nos hacen tanta falta, porque esto trasciende el problema de si tenemos o no el placer estético de ver una película muy bonita hecha por los compañeros mapuches en el sur en Argentina. Porque en ese relato hay una expresión que nos refleja también, que nos hace saber, quiénes somos respecto a esa realidad y a esas concepciones de la vida misma.

Tenemos lo que yo llamo desnutrición cultural gravísima en el campo del cine, y entonces también es cierto que vemos muy poco cine o vemos nada más parcialmente el que nos dejan ver en las salas de exhibición que controlan ellos. Y entonces, qué sabemos del cine iraní, o del cine chino, o de Cuba, o de Paraguay, o qué sabemos de tantos países que hacen cine.

De Perú, por ejemplo, o de África. Entonces vemos un cine tan reducido a esto, un cine tan poco informador, que nuestra desnutrición cultural, en términos de lo que el cine es, lo que se ha producido, tampoco nos permite tener alicientes como para volver a convertir esto en una lucha. Repito, que permita crear corrientes de realización y de producción diversificada y más amplia.

No sé si me estoy extendiendo demasiado en esto, pero me interesa puntualmente decir que en una situación de control monopólico y hegemónico de ideología centralizada de la producción cinematográfica, obviamente, no hay espacios para apoyar otras formas de producción y, por lo tanto, me parece que una de las grandes tareas en las políticas culturales de nuestro tiempo debería ser abrir, precisamente, una convocatoria a esta tarea. Que el cine termine por ser cuanto antes lo que debería ser, una libreta de escritura diaria de la vida misma de los pueblos, mostrando sus diferencias, sus diversidades y sus conflictos internos.Y luego, por supuesto, entender al sujeto histórico-social, que es el que transforma finalmente. No hay historia posible sin conflicto; nuestro conflicto de núcleo en todo caso, que es la lucha contra la opresión en el mundo entero, necesita ser explicada en todos sus ámbitos, en todos. La opresión que se presenta cuando un trabajador abre la heladera y se encuentra con que ahí no hay más que lo muy indispensable, si es que lo hay, ahí hay un conflicto, ahí hay un drama, y de esto casi no se escribe.

Entiendo que hay que darle tiempo y espacio al cine, que es además primo hermano de la educación popular, que por cierto, sin que la sustituya tiene que acompañarla. El cine necesita mostrar el drama de los grandes hombres en las grandes luchas, y con una lectura que no sea la de la conveniencia de alguien que va a vender libros o va a vender películas, sino la conveniencia de un proyecto educativo. Y cuánta falta nos hacen películas de José Martí en todo el mundo. Nadie le ha querido entrar, ni en la industria pesada ni en muchos lados, a figuras como la de Marx en el cine, que es un gran ausente. No estoy negando que hay casos, pero no alcanzan a resolver el problema. Tenemos una América completa, un continente de grandes e importantes luchas emancipadoras y no están los protagonistas de esas luchas en el relato.

Ahora mismo necesitamos un cine más cercano a la cotidianeidad, ese es otro desafío enorme, porque a veces tarda tanto en hacerse una película… Pero urge, ya urge, el relato sobre qué está pasando en Cuba, por ejemplo, con estos episodios en San Isidro, donde hay un drama absolutamente importante para un continente. Es, además de una agresión imperial contra un gobierno y contra la historia de una Revolución, un espacio de interpelación muy importante para la juventud. Por ejemplo, el cine tendría que estar haciendo un papel crucial contando estas historias desde las microhistorias, hasta el sentir colectivo que dice: “Un momento, si aquí se ha construido una vanguardia nueva, ¿vas a venir a presentar la vanguardia que es una Revolución como si fuera un atraso? Esa emboscada simbólica, esa emboscada mediática y semiótica, no podemos caer en eso, y el cine, a mi entender, tiene un cometido histórico central que debería, repito, con mayor velocidad, mayor proximidad y mayor cercanía, entrar al corazón de las contradicciones históricas, donde está el relato, donde está el conflicto, y de ahí contar la historia de los pueblos, de los que están en lucha, nos hace mucha falta eso.

Octavio Fraga: Permítame hacer una propuesta, de esa lista que usted ha hecho, de temas, de personajes. Ayer casualmente sugería en las redes sociales, que habría que hacer, por ejemplo, una historia —desconocida incluso para nosotros— de la relación de amor entre Julio Antonio Mella y Tina Modotti, que usted conoce perfectamente. Un relato ficcionado de figuras de nuestro continente.

Fernando Buen Abad: Sin dudas.  Y la lista podría ser enorme. La pregunta es dónde está el ejército audiovisual, el ejército simbólico que tomará a hombros esto y tendrá las posibilidades tecnológicas para desarrollarlo, y después las posibilidades para difundirlo. Porque esta es la segunda parte del problema. Necesitamos más espacios de difusión para todo este material que estamos ahora mismo reclamando, y creo que esto ya también atañe a la planificación de políticas culturales que en América Latina deberían estar floreciendo. Para decirles que nos urge, pues una gran red continental para que el nuevo cine venga a ocupar el lugar que tiene que ocupar, en una batalla que no es sencilla, que es una batalla compleja, y donde además necesitamos desarrollar experiencia, porque uno sabe muy bien que los buenos, grandes, importantes directores o creadores cinematográficos también cargan a hombros una vida entera. También la han vivido y la han luchado, y tienen que socializar su experiencia de años, entonces entre la experiencia que se tiene en los años tempranos y en la juventud, y la experiencia que se acumula por los años de lucha, me parece que el cine tiene todavía que cursar asignaturas pendientes en términos de su maduración. No digo de broma que el cine es un arte muy joven todavía, lo digo consciente de que ciento veintiséis años apenas nos han dejado ver balbuceos de uno de los hijos del cine, que ha sido pues el hijo más privilegiado —si quiere ponerlo en esos términos— pero nos falta ver la emergencia de todas estas voces que nos contarán la historia. Incluso, lo espero y lo anhelo, con fruición, formas narrativas distintas, que ya no sea esto de que agarro la novela y me la llevo al cine, sino empezar a escribir con la propia cámara historias. Con una sintaxis nueva que está amaneciendo poco a poco y que ya es una urgencia. Hoy, ante la real diversidad de episodios y acontecimientos las historias son, salen de las contradicciones.

Le digo con toda brevedad. Ayer la ciudad de Buenos Aires vivió 41 grados de temperatura, la mitad de la ciudad se quedó sin luz, las empresas privadas dicen que no pueden abastecer porque quieren subir tarifas, como si no hubieran subido en un seiscientos por ciento, y no estoy inventando ahora una cifra. El drama es que una señora, que estaba en un octavo piso, tenía que bajar a ver dónde poner a enfriar sus medicamentos vitales porque si no esa persona se ve fuertemente dañada por esta situación. Pues no había ascensor, no había quien ayudara, fue un drama, de una historia que el capitalismo está construyendo en este episodio de estos minutos. Eso no lo cuenta el llamado periodismo, o eso que se llama periodismo en la televisión. Y si lo cuenta, lo cuenta para ver cómo ayuda a que las empresas privadas cobren más por las tarifas eléctricas, cosa que es una violación de un derecho humano fundamental. En todo caso, lo que sí tenemos es una historia que contar en un drama personal que es colectivo, que es histórico, y que desnuda íntegramente al neoliberalismo. Ahí el cine hace mucha falta, ya sea con historias breves, recuperando el cine minuto que para mi gusto es un embeleso enorme. Pero también el relato de aliento profundo, y que nos hace falta entrar no a historias solamente divertidas, no a historias solamente emocionantes, sino a historias profundamente pensantes, ese otro cine también nos hace mucha falta.

Octavio Fraga: Fernando, el cine moderno, el cine contemporáneo tiene una característica, un distingo, lo que le llaman el metalenguaje, donde jerarquiza se jerarquiza, sobre todo, el llamado cine como artificio. ¿Tendríamos que volver a los clásicos?, ¿qué rol juega, le agrego, la crítica cinematográfica en este escenario que estamos viviendo?, que usted ha descrito.

Fernando Buen Abad: Yo empiezo por poner comillas a eso que se llama clásico, porque Edgard Allan Poe cuestionaba la cultura norteamericana entre otras cosas diciendo: “Es que estos nunca desarrollaron aristocracia, estos brincaban de un estadio feudal a un estadio de super potencia, y se saltaron todo un proceso en el cual hay que desarrollar el principio del gusto”. No es cualquier cosa. El problema estético se desarrolla desde las raíces profundas de los modelos expresivos de los pueblos, entonces para llegar a un nivel de clasicismo, si por clásico vamos a entender el cine de Hollywood de una época, yo diría que hay que andar con pies de plomo en esa definición.

Octavio Fraga: Permítame un paréntesis, no hablo del cine hollywoodense, me refiero a los clásicos de la historia del cine, de esos ciento veintiséis años que usted señaló, que constituyen grandes obras, que efectivamente habita en el cine latinoamericano, en el cine europeo, en el asiático, e incluso en el norteamericano que no es el cine de Hollywood. Yo me refiero a ese cine clásico, prominente, que aporta, enriquece.

Fernando Buen Abad: Entiendo que hay figuras, logros cinematográficos que modelizan de manera muy acabada todas esas preocupaciones que decimos, yo no podría de ninguna manera negárselo a Kurosawa, no podría de ninguna manera negárselo a Buñuel y a otros autores por los cuales yo tengo cierta preferencia, pero tengo la preocupación de que se me vuelva clásico Buñuel. Es decir, creo que es un gran camino, una orientación muy brillante en términos del cine y lo que implica el propio Kurosawa pero no quisiera que se me hiciera clásico, si por clásico vamos a entender el que norma parámetros o el que norma los formatos, o los caminos, o el que marca los caminos que hay que seguir. Yo sí lo quiero como obligatorio, lo quiero como un referente, lo quiero como líder de una forma y de un conjunto de formas narrativas, pero quisiera darle más tiempo, a que tuviéramos unos veinte Kurosawa o más. Entonces sí aceptamos una noción de este tamaño, porque es de tal dimensión la complejidad de la interlocución cinematográfica, es tal la problemática que tiene el público del cine frente al discurso que está contemplando. Creo que no he terminado de ver todavía —y ojalá se resuelva pronto— la diversidad, la complejidad, la amplitud que representa la producción fílmica. Insisto, hemos visto tan poquito, incluyendo algunos magníficos. Yo he tenido profesores de cine —yo mismo estudié la carrera de dirección cinematográfica— que me hablaban de Tarkovski. Me dijeron: “Mire Tarkovsky” ¿Quién no tendrá admiración grande por buena parte de lo que Tarkovsky hizo? Ahora, quisiera ver veinte Tarkovsky, y ahí está el problema, que yo sé que los hay, y yo sé que no han podido llegar porque hay un montón de territorios minados que impiden semejante cosa.

Entonces, al concepto de clásico, quisiera darle tiempo para que se expandiera un poco más y entonces sí tuviera el fulgor conceptual, e incluso metodológico que debía tener en la realización, pero soy cuidadoso. No tengo prejuicios, no tengo negación alguna con el uso del concepto, yo mismo lo he usado alguna vez, pero repito, siempre con la cautela de decir: “Ojalá que una golondrina no haga primavera”, ojalá que una gran conquista en un relato, algunos de los que tiene Woody Allen, por ejemplo, a mí me parecen brillantísimos, pero difícilmente podría ver a Woody Allen como un clásico en el cine norteamericano, o en el cine francés, o en el que fuera, por muchas razones, pero la principal es porque creo que todavía no tiene, no hay un conjunto que nos de consistencia para ese término.

Octavio Fraga: Las multinacionales de cine han logrado, eso es un hecho, construir un lector de cine acrítico, pasivo, consumidor de ese relato cinematográfico que nos agolpa, se lo pregunté ahorita, pero quiero volver a retomar el tema. ¿Qué labor debe jugar la crítica ante el horizonte que tenemos hoy?

Fernando Buen Abad: Primero, tiene que existir, porque es verdad que hay algunos críticos de cine muy brillantes, eruditos, realmente formados en el conocimiento de algunos filamentos interesantes de la industria, pero no creo que eso alcance para hacer crítica. Es como la confusión que hay entre el chismerío de las cúpulas políticas y la política realmente. Algunos creen que el tráfico de influencias entre algunos políticos es la política, y dicen: “este hombre sabe mucho de política”, porque se conoce todos los intersticios y todos los chismes que se pueden crear entre aquel y el otro. Y cómo están peleados, y cómo se reúnen, se contentan, se prestan, se comparten, se riñen, se disputan. En realidad, creo que pasa esto con los críticos de cine, los que hay se conocen el triperío del mundo industrial y conocen quién puso tanta plata y cuánto ganó el otro, y si juntaron aquí y allá un pequeño, una vaquita dicen en México. Que estén juntando entre todos para hacer sus ahorritos e invertir; finalmente, es una industria que está totalmente protegida, todo está subsidiado, todo está protegido, todo está resguardado con que no les cobran impuestos, con los que tienen premios de todo género. Conocen, digamos, de la industria fílmica pesada, norteamericana, europea, por ejemplo, ese triperío raro de interrelaciones. Si ya dijimos que el cine es otra cosa, si ya planteamos que el cine es una forma de construcción de relato audiovisual cuya base es la experiencia misma de la humanidad en sus conflictos más profundos en términos de dónde abreva el cine, entonces ahí está un problema enorme, porque críticos de cine capaces de ir a esta reflexión, conozco muy pocos, hay grandes historiadores que a veces hacen crítica, pero son buenos historiadores y no buenos críticos.

Yo creo que hay grandes críticos que conocen secuencia por secuencia el desarrollo de un tratamiento visual de una película, y saben decirnos la temperatura del revelado de la película tal que usaron para tal toma, y saben decirnos los filtros, y sabrán decirnos muchas otras cosas, pero el problema del relato, que a mi entender parte de un conocimiento de lo humano y de lo social mucho más profundo, mucho más complejo, en general escasea. Entonces, todavía no es fácil encontrar un crítico de cine que haya entendido el conflicto de todos los conflictos, y ahí voy a ser repetitivo si me permites, porque estamos atravesando hace ya muchos siglos una forma de la lucha de clases que se ha vuelto cada día más cruel, más cruenta, más despiadada, más deshumanizada. Hoy estamos en los niveles en que ya hay episodios de irreversibilidad del ataque del capitalismo contra la naturaleza misma.

Octavio Fraga: Sin dudas.

Fernando Buen Abad: Hay puntos de irreversibilidad en nuestras propias conductas sociales porque estamos llenándonos de basura, o estamos acostumbrándonos a la miseria, porque tenemos una especie de acostumbramiento a lo macabro sistemático y permanente. Hay conflictos humanos históricos —es la humanidad que está atravesando un momento— ahora añadimos la pandemia y la crisis económica planetaria, y necesito críticos que estén muy sensibles a todos estos datos para poder contrastar inmediatamente con el relato de una película, y saber si esa película, de alguna manera, se dejó permear, no digo que panfletariamente, no digo que simplistamente, pero que sienta la vibración de una gran crisis planetaria producida por el capitalismo, y que eso irradia a todas las conductas humanas estén donde estén, sean como sean, y este crítico está por construirse. No tenemos escuelas de críticos suficientes, no se está estimulando la producción de crítica cinematográfica como debería, no hemos podido construir un modelo teórico-metodológico suficientemente amplio para dar una formación inter, multi y transdisciplinaria al crítico de cine; es decir, tenemos un faltante grave en la crítica del cine como en la crítica de muchas otras cosas, incluyendo a la filosofía, a la epistemología, a la semiótica.

Pero para hablar ahora de la especificidad del cine, a mí me parece que estamos urgidos de poder tener lecturas sensatas, que no me digan solamente cuántos boletos vendió la película tal, en tal lugar, y que nos arroje un producto fuerte.

Mire, hoy tenemos, por ejemplo, plataformas como las conocidas hoy más mercantilizadas, como Netflix, que exhiben una cantidad de material audiovisual infernal convertido en películas o convertidos en series. No hemos logrado encontrar en ese universo una corriente de pensamiento crítico frente al aparato Netflix, cuando es una de las máquinas de producción de pensamiento antipolítico más peligrosas que hemos visto en los años recientes. Si quiere usted exponer algunas razones de lo que yo veo, no veo todavía en la crítica a la obra fílmica en Netflix o a la obra de las series. Mientras estamos teniendo este cimbronazo brutal que representa todo lo ya dicho a nivel planetario, estos muchachos están fabricando películas como No mires para arriba, en las que de lo que se trata es de no mires al capitalismo, y ahí hay otras razones para debatir mucho, y por cierto que este es un ingrediente central de lo que estamos hablando.

Necesitamos crear, por supuesto, una corriente fuerte de críticos cinematográficos, pero para debatir, para ampliar el debate, para enriquecer el debate, para producir amplitud de la conciencia, ascenso de la conciencia. No para tener verdades absolutas, sino para interpelar el relato de ese cine, y no lo tenemos, y también creo que es parte de las políticas culturales que hoy tienen que emerger en América Latina al calor de las circunstancias que se viven.

Octavio Fraga: En el cine hegemónico, vuelvo a utilizar el término, uno de sus recurrentes recursos es el abordaje de la historia pretérita donde, por supuesto, los símbolos forman parte de sus recursos para construir esos relatos biográficos donde se apunta a descafeinar la historia, eso es evidente en Netflix. He visto series de esta plataforma que trasmutan la historia de lo sucedido en determinado tema ¿Hacia dónde apuntamos, hacia los símbolos, hacia la historia?

Fernando Buen Abad: Yo sintetizo esta pregunta, ¿hacia dónde apuntamos? Yo apunto hacia la construcción de una corriente de semiótica emancipadora. Válgame usted la exageración provisional, pero con lo que milito, lo más permanentemente que puedo, es con la necesidad de construir una corriente fuerte de semiótica emancipadora, una semiótica para la emancipación, no una semiótica que sirva sólo para la contemplación, parafraseando a Marx. Como hemos tenido algunas corrientes de investigación semiótica, que con algunos vocabularios, más o menos confusos, pretenden la deconstrucción, para usar un término más o menos común porque no nos alcanza con eso, no ha alcanzado, y en general ha sido una trampa que nos toma demasiado tiempo y nos conduce a la nada misma. Necesitamos una semiótica que sepa igualar los dos grandes avances del discurso hegemónico, el discurso hegemónico avanzado en el control de la velocidad y en el control de la ubicuidad. El discurso hegemónico hoy está dándole la vuelta al planeta entero, se está metiendo hasta en la cocina de las casas de todo el mundo, esa velocidad de penetración simbólica necesita la respuesta de una disciplina científica que en tiempo real vaya leyendo todo el repertorio que usted dice, lo simbólico, lo histórico. Porque si no, nos vamos a encontrar mañana con que, por ejemplo, algunos representantes de la ultraderecha que andan de moda en el sur del continente como en Europa empiezan a decir que ellos son los personajes que defienden la libertad, y ya se han usurpado el concepto de libertad. Y ya se lo quieren, como hace Vargas Llosa y como hizo Octavio Paz, porque es una de sus fruiciones y de sus taras permanentes hacerse pasar por la libertad, los que piensan en la libertad y la defienden, incluso dicen defender la democracia. Entonces deberíamos, creo yo, contar con una semiótica que rápidamente interpele esto, que rápidamente lo desmonte, y el tiempo real no solamente sea capaz de evidenciar la historia de farsantes que tienen estos muchachos de Octavio Paz para acá, y todos sus secuaces. No se nos olvide que el propio Vargas Llosa ha babeado por el mundo queriendo quedarse con la herencia de Octavio Paz en el sentido de su hegemonía como defensor del libre mercado. Pues necesitamos que ese discurso tenga militancia, lo que yo llamo guerrilla semiótica, un poco en el sentido de Umberto Eco y otro poco en el sentido de que dispositivos debemos armarnos para, rápidamente, desarmar ese discurso y contraponerle.

Déjeme dar un ejemplo que para mí es fantástico, que tiene dimensiones suficientes para esta pregunta suya. Octavio Paz organizó en México un encuentro que se llamaba “La experiencia de la libertad” un año antes de que le dieran el Premio Nobel, y ahí estaba Vargas Llosa, y durante horas, y horas, y horas, durante la semana que duró eso, aplaudieron la economía de mercado, porque decían que el neoliberalismo era adonde queríamos llegar, y aquí estamos ya. Entonces invitaron a don Adolfo Sánchez Vázquez, uno de los más destacados pensadores marxistas de México. Y él, ante ese abrumador discurso, estaba invitado con unos pocos minutos para poder contestar a todos esos que estaban ahí defendiendo la economía de mercado, y le dijo a Octavio Paz: “Mire, don Octavio, el capitalismo es el capitalismo aunque contrate poetas para hermosearse”. Entonces, es la fuerza de una respuesta semiótica que permite desarmarle el discurso al otro en tiempo real, y no dejarlo así como: “Ya dijo Octavio Paz la gran verdad”, con todos sus secuaces, y nos condenó a todos estos demás a creer que esa era la octava maravilla del mundo, sino que ahí hubo una persona que con esa inteligencia dio esa respuesta. Yo siempre tomo este ejemplo como referencia porque eso deberíamos estar haciendo en cada película que vemos, esto deberíamos estar haciendo en cada discurso que pronuncia Biden, donde abre la boca y es como, la panacea de las contradicciones más abrumadoras para el planeta. En esto deberíamos estar entrenándonos todos los días con un grupo de jóvenes en todo el continente, con lo que yo llamo asambleas de la comunicación, desmontando la metralla cotidiana, porque si no, no tendremos reservorio de defensa en los próximos años frente a la ofensiva semiótica, y creo que si sigue siendo válida la descripción que hizo Marx de que la ideología dominante es la ideología que domina durante una época, nosotros tenemos que saber que esa ideología, que es la ideología de la destrucción de la humanidad, necesita encontrar frentes por todas partes articulando ejercicios. Yo he hecho lo posible, en el muy poco alcance de mis fuerzas, para tratar de hablar con los presidentes de la región, con los que he podido hablar, para hablar con Dios y María Santísima, decía mi abuela. Para poder decir: “Hagamos algo, necesitamos una cumbre de presidentes para discutir el problema de la cultura y la comunicación en la región, necesitamos poner en el debate, en la agenda de nuestras formaciones políticas de todo el continente esta discusión”.

Voy a decir una frase de titular de prensa, como hacen algunas que planifican sus entrevistas para decir frases así, de titulares: hoy no debería haber un frente político que no tuviera una escuela de formación en comunicación y una corriente de pensadores críticos sobre el cine, porque todos están de acuerdo, todos ven, todos consumen, todos se sientan frente a la pantalla para consumir Netflix, Amazon. Todo el mundo tiene su canal del cable que le provee HBO, que le provee aquella, esta y la otra, y todo el mundo consume hoy más que nunca la producción fílmica hegemónica. Ahora, no tenemos frentes organizados desde las bases de los distintos grupos para pensar esto de manera crítica. Yo quisiera ver en asambleas de comunicación de los sin tierra de Brasil, como los movimientos de piqueteros argentinos, como los movimientos obreros ahora en México, que estuvieran creando sus talleres de análisis crítico frente al discurso hegemónico a través del cine, y esto debe ser una política popular desde las bases, que no tenemos ahora, y debería, según yo, estar en la agenda de toda organización.

Octavio Fraga: De alguna manera usted lo subrayó, al principio, pero quiero apuntarlo. Seguramente compartimos que nuestros pueblos, me refiero a América Latina y el Caribe, somos poseedores de un importante capital simbólico construido por siglos; sin embargo, no tienen una relevante presencia en el cine que se hace hoy, digamos, en los últimos veinte años de nuestros países, ¿qué piensa sobre esto?

Fernando Buen Abad: Sí, estoy tan de acuerdo que lo lamento, lamento con usted que tengamos esta desmemoria. Pero incluso, esta desmemoria ha sido fabricada, y yo creo que hay que estudiarla semióticamente, porque la memoria es un campo de disputa simbólica. En la memoria se dan batallas importantes de lucha simbólica, y cuando se extirpan procesos históricos de la memoria de los pueblos, por ignorancia o por muchas otras razones, hay muchas estrategias para esa sustracción y lo que se produce justamente es incapacidad de articulación ¿Quién puede hablar de lo que no conoce? Es una pregunta más o menos elemental. Pero hay que decirle al continente, a este continente, que Mesoamérica tiene cuarenta y cinco pirámides, así como la gente le dice a uno, la palabra pirámide en la cabeza de mucha gente representa inmediatamente Egipto.

Hay que decir, al menos, que existen cuarenta y cinco en la zona de Mesoamérica, y que por el mar Caribe han pasado todos los imperios imaginados e inimaginables, y que han creado todos los estragos más inimaginables. Ahí tenemos una enciclopedia de lo macabro, en el Caribe, en donde el sello de los imperios ha sido absolutamente inhumano, ese relato no está en el repertorio de lo fílmico que hoy está pensando la juventud por hacer. No es un problema de pretérito, por cierto, porque contrario a la lógica de que la historia es una cosa del pasado, en realidad la historia es una cosa del futuro y del presente, y esta realidad hace que entonces no se entienda todavía y se vea a Guatemala, como esos pobrecitos que se van para Estados Unidos, o esos pobrecitos muertos de hambre atacados por un gobierno, que no más están pensando en ir a vivirse de los dólares. No, es una civilización que ha sido absolutamente desfondada, agredida y destruida por las colonias, por el coloniaje, por todos los coloniajes, y entonces la historia del coloniaje tampoco está en el reportorio de los temas que deberíamos estar contando en el presente y en el futuro inmediato, Vladimir Acosta, magnífico amigo venezolano, acaba de publicar un libro hermosísimo, Salir de la colonia se llama, y ha escrito otro sobre el monstruo que es Estados Unidos, para reconocer los intestinos profundos de la ideología del coloniaje. Ahora, eso debería ser materia prima de todo, de los proyectos de impulso cinematográfico en América Latina.

Si tuviésemos, voy a decir un atrevimiento, entre comillas, una UNESCO de los pueblos, si pudiéramos tener un espacio desde el cual diseñáramos políticas culturales para América Latina, políticas de los pueblos, esta agenda de aproximación al conocimiento del coloniaje en todas sus escalas objetivas y subjetivas, tendríamos ya un repertorio fílmico para una nueva generación cinematográfica en los próximos veinte años.

Se necesita que nos sentemos a revisar, ayudarnos de los expertos en historia, en antropología, en sociología, en estética, por supuesto, en nuevas narrativas audiovisuales —también la narrativa audiovisual se ha desarrollado— y tiene hoy tiempos, velocidades y apetitos distintos. Todo esto necesitamos sistematizarlo, y no estamos llegando a tiempo a esa tarea, por eso vuelvo a decir, sintetizando, una gran corriente de acción semiótica emancipadora que debería incluir esto, porque esto podríamos decirlo para la prensa hoy mismo. ¿dónde está el periodismo que está hoy realmente ahí sintiendo el latido cotidiano de la realidad que estamos viviendo en el mundo?, ¿dónde está el periodista que está cuestionando su vocabulario, que está pensando si su relato está a la altura de la historia?, porque que creo que los vocabularios con que nos enseñan a relatar las cosas se han quedado tan empobrecidos que la monstruosidad que se nos presenta se queda asfixiada con nuestro escaso y pobre vocabulario permanentemente. Lo digo en términos generales, y con todo respeto, para los compañeros que sí se esfuerzan en esto, pero en términos generales hay dramas del presente. Hay pueblos que se quedaron hoy sin vacunar por la intolerancia imperial, y el periodismo a veces, no digo el vendido, el contratado. Incluso, algunas de las mejores buenas intenciones relatan con tal pobreza este hecho que no alcanza a tomar dimensiones en la conciencia del que lee. Creo que esa relación tiene que ser reanudada en el cine, en todas las formas expresivas que tengan como latido profundo la tarea de la emancipación que nos urge. Y nos urge terminar con esta monstruosidad que es el capitalismo, y un grano de arena que se pueda poner, pues será bienvenido siempre. Ahora, la pregunta es cómo lo sistematizamos y cómo le damos dimensión política verdadera, ahí se requiere el apoyo de los estados serios. Y de los políticos serios, pero no dejemos de plantear esta agenda nunca, porque en última instancia alguno habrá que escuche. Llegará un momento en que consigamos una mínima base organizativa y arranquemos, así sea parvulariamente, pero alguna movida.

Yo estoy dedicado con el Instituto de Cultura y Comunicación, a hacer las convocatorias más amplias que puedo. Estamos tratando de formar este año algunas asambleas populares de comunicación para sentarnos a mirar los programas y las películas juntos e intervenir, no irnos de una exhibición sin haber intervenido con cuatro ideas, como la de Sánchez Vázquez. Que no salga cualquier película, y no prohibir que se vea nada,  sino entrar a hacer el análisis con cualquiera de las cosas que hay en el mercado para con eso, justamente, mantener un método que permita la intervención. Es una iniciativa en escala muy pequeña, pero no por eso, digo, dejemos de plantear la urgencia.

Y otra de las herramientas indispensables está la de la crítica, si tuviésemos veinte críticos serios en este continente sentados mirando todo el repertorio de este cine tipo Netflix o cualquiera de estos, ya esto sería una vanguardia mundial en las próximas veinticuatro horas.

Octavio Fraga: Fernando, en los últimos días yo he visto en redes sociales que usted hace mucho énfasis en el término “anticuerpos culturales”, en torno a la llamada “prensa libre”. ¿Qué son esos anticuerpos culturales? ¿Cómo deben ser? Y yo debo hacer una crítica interna entre nosotros, ¿considera que la cultura, en los movimientos progresistas y revolucionarios del mundo, están jerarquizados como manera para lograr nuestros objetivos?

Fernando Buen Abad: No, no lo creo, porque justamente no tenemos los laboratorios que fabrican los anticuerpos. O sea, así como hay laboratorios que fabrican vacunas contra la Covid, así deberíamos interpretar la ideología dominante de la época, como una pandemia, y deberíamos estar produciendo esos anticuerpos para impedir que nos contamine, que nos intoxique. Y sé que se podría, porque hay materia prima para la fabricación de esos anticuerpos siempre y cuando tengamos los laboratorios para hacer todas las pruebas necesarias. Entonces, ¿qué anticuerpos serían aquellos? Por lo menos voy a señalarle dos o tres que me parecen indispensables.

Uno es que es crucial, todo aquel que se quiere involucrar con una situación cualquiera que conozca la historia de esa situación, y hemos de decir que muchos de nuestros periodistas intervienen en algunos escenarios para hacer crónicas, relatos, incluso siendo corresponsales de guerra. Mire, que yo he estado en varios congresos de corresponsables de guerra y no tienen ni idea, estuve en uno en Qatar, con corresponsales de guerra de la televisora Al Jazeera y de algunas televisoras que estaban cubriendo el ataque contra Irak, no tenían idea de la historia, ni de los pueblos, ni de las etnias de la región. No sabían, esto que acabo de decir es un escándalo —solamente por enunciarlo— no tenían idea ni de la historia de los pueblos ni de la historia de sus formas expresivas.

En ese escenario en el que estuve, de esa reunión de corresponsales de guerra, conocí a varios cuentacuentos, beduinos de esos viejos, que entre las muchas historias que contaban, contaban las historias de las guerras que habían visto, y vivido, y padecido en esa zona durante centurias, estaban ahí en esos relatos. A mí me los tradujo alguien con mediana capacidad de traducción, que entendía que no se puede hacer traducción lineal de los cuentos y de la lengua árabe al castellano, pero me hizo ver que ninguno de los presentes, de los corresponsales, se habían ocupado jamás de conocer un poquito de la cultura de la zona, de los relatos, de las historias, de los vocabularios mismos, entonces es un problema de conocimiento y de información, en esa doble instancia de historia y cultura que generalmente están ausentes, generalmente, digo. Entonces, con esos anticuerpos, uno aprende a conocer a un pueblo uno aprende a quererlo.

Es una reacción humana fundamental, y solidaria, y fraterna, no puedo pensar en agredir a alguien a quien conozco, en destruirlo, en desaparecerlo. A menos, claro está, que alguien me pague, o por otros intereses, pero este es un compromiso que debía ser metodológico para la construcción de la vacuna y de los anticuerpos.

La otra es, insisto, el conocimiento profundo, amplio, filosófico y humanístico de la lucha de clases, no los formatos del concepto lucha de clases en el sentido de los viejos manuales soviéticos, que a veces llegaron a construir con esto concepciones mecanicistas que no solamente empobrecieron la explicación de la conflictividad histórica de clases, sino que además nos convirtieron en enemigos de la solidaridad con los oprimidos. Que pareció que la lucha de clases es una especie de abstracción pugilística donde se pelea quién sabe quién contra quién, y no reconozco que hay personas, historias humanas, historias de vidas que están siendo atravesadas por el capitalismo a la hora en que la heladera está vacía, el refrigerador está vacío, o que se te corta la luz, o que no te alcanza para subirte al transporte público para ir a trabajar, o todas las razones que la vida cotidiana expresa y deja tatuada en la cotidianeidad. Allí ese concepto de lucha de clases, que necesita una profundización filosófica y una actualización filosófica para un humanismo revolucionario de nuevo género, es otro elemento indispensable para la vacuna, para los anticuerpos.

Y la otra es saber, por más que no lo conozcamos, los pueblos han sabido desarrollar grandes batallas de resistencia victoriosas, y que no hemos hecho todavía la enciclopedia de las grandes victorias comunicacionales de los pueblos. Déjeme decirle, después de sesenta y tres años de Revolución en Cuba ustedes tienen un repertorio de grandes victorias comunicaciones porque están en pie, porque han sabido ingeniárselas, porque si no hubo para esto resolvieron con pintura, como se pudo, y ha habido un proceso de resistencia, de comunicación, de educación, y son la vanguardia mundial en salud pública hoy por hoy. Esto es decir muchísimo en un mundo que está sometido hoy a la inmundicia de un comercio de las farmacéuticas y del negocio de la vacuna.

Pero hay que contar la misma historia, por ejemplo, de los pueblos centroamericanos, que han tenido grandes batallas, cualquiera que ha tenido una lucha en un barrio sabe que hay que poner carteles, letreros, canciones, hacer bailes, hacer fiestas, hacer rifas, hacer reuniones, hacer lo que sea necesario para que prevalezca el concepto de defensa del barrio y de defensa de la gente. Esas son victorias comunicacionales aunque no aparezcan en los diarios o aunque no lo quieran ver como victorias muchos.

Entonces, ¿qué será el día que logremos tener la fortaleza metodológica y política para construir la gran historia de las victorias comunicacionales de nuestra América Latina? Pues tendríamos que poner las grandes conquistas del muralismo mexicano y, por supuesto, también de los corridos mexicanos, al lado de la Nueva Trova y de la canción cubana y del cine cubano, que nos ha enseñado a hablar de temas. Me acuerdo haber visto por primera vez uno de los grandes conflictos de lucha intramatrimonial por la razón de la realización sindical en una película cubana. Nos deslumbraba que se pudiera discutir esos temas en una película, ¿Y qué diríamos de Nicaragua, y qué diríamos del Perú, donde hay victorias de resistencia extraordinarias? Desde el mismísimo día de la caída de la gran Tenochtitlán, en que fue secuestrada la plana de líderes, de los pueblos originarios mexicanos —desde ese día— nacieron formas de resistencia comunicacional que no hemos sabido sistematizar y documentar hasta el presente.

A esta hora, hoy en las calles de Buenos Aires, hay gente que con un tamborcito, y con un palito, y con lo que pueda, está golpeando los postes denunciando que se quedaron sin luz hace seis semanas, hace seis o más semanas, y no hay una voz que salga a atenderlas, y esa lucha con el palito juntó como a veinte, como a treinta, y se ha ido multiplicando, y resulta que ahora cortan calles. Esas estrategias de lucha comunicacional, de intervención en vías de comunicación como las calles, no están documentadas como batallas, y lo son.

Entonces si conociéramos esas estrategias populares de defensa tendríamos también, nosotros, un elemento de anticuerpo y sabríamos que hay que estar a la altura de esas luchas, que todo periodista que quiera hacer un relato, una construcción informativa, debería estar a la altura de las luchas que están en marcha en todos los pueblos y en todas las puertas de las fábricas del continente. Ahí creo que tendríamos tres elementos claves para un muy potente anticuerpo ideológico en esta batalla semiótica.

Octavio Fraga: Cierro con esta pregunta. Usted conoce que en nuestro país, desde hace muchos años, se desarrolla el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, que tiene un impacto social tremendo en nuestro país, en La Habana sobre todo. Los cubanos aprovechamos para ver las últimas películas de la región, y por supuesto, también se ponen películas de otras geografías, de otras corrientes estéticas, pero lo latinoamericano es lo que verticaliza este Festival. ¿No cree que sería importante retomar, en los países que fuera posible, multiplicar esta experiencia, como ejercicio de hacer políticas culturales, como praxis para conocer nuestras culturas?

Fernando Buen Abad: Sí, yo digo que es una obligación, debería ser una obligación de política cultural. Algo nos está faltando; nos está faltando un poquito de autocrítica en el sentido no de la autocrítica que es golpe de pecho y nos equivocamos, sino en el sentido de la autocrítica que corrige los errores, y que los corrige fraternalmente, y que los corrige sin esta cosa de la culpígena. Entonces creo que nos hace falta una fuerte autocrítica, porque hemos dejado los proyectos de políticas culturales al margen hace muchos años, el neoliberalismo nos hizo mucho daño en ese sentido. Estamos pagando las consecuencias de, al menos, treinta años de estragos durísimos del neoliberalismo en toda la región, que puso el campo de la cultura como un problema puramente decorativo y como un problema puramente de entretenimiento, y yo pienso que hay que devolverle las redefiniciones obligatorias en el campo de la política.

He estado en muchos festivales de cine y he sido, incluso, juez en muchos de ellos, es una oportunidad magnífica para sentarse unas cuantas horas y con eso recetarse el paisaje de las mayores diversidades que uno haya podido imaginar y que las condiciones no le han permitido, entonces es casi una obligación de política educativa también, eso hay que hermanarlo siempre, porque si no, se desconectan tareas que deberían estar íntimamente relacionadas. Yo pienso que Festivales de Cine como el de La Habana, o los Festivales del Libro también, deberían ser estrategias hermanables en todo el continente, y que deberían ser un circuito permanente, no debería parar demasiado tiempo antes de que estuviéramos dándoles la vuelta a todos estos materiales y a todos estos contactos con las distintas realidades.

Pero en la autocrítica, creo que necesitamos abrir los foros para proponerlo y pensarlo en conjunto. Hace falta un gran congreso sobre cine hoy en América Latina, hace falta un gran congreso que nos permita sentarnos a escuchar cuáles son las líneas políticas que urgen, así fuera un congreso como estamos haciendo esto. Escuchar a los treinta o cuarenta referentes de la región en unos cuatro o cinco días y hacer de esto un documento, firmar un documento conjunto que pudiera aportar la herramienta de la batalla cultural, que es un instrumento de la educación popular que no se puede desconectar, y que es indispensable en un universo en el cual la tendencia es a que seamos cada vez más ignorantes y más inconexos, porque finalmente es el triunfo de ellos. No les importa que seamos, cada vez más, los que les protestamos, mientras estemos desconectados ellos están felices porque la lucha del capitalismo contra nosotros permanentemente es, en primer lugar, impedir que nos organicemos.

Entonces en la medida en que seamos un archipiélago inmenso pero inconexo, en esa medida pues no pasará nada, pero si el esfuerzo lo encaminamos a una organización mínima yo creo que algún paso se puede dar, y alguna vez quizás encontraremos políticos que se sensibilicen y encuentren que no pueden seguir operando políticas culturales sin haber creado una corriente cultural y comunicacional potente para la región. Porque si no, todo ese vacío que se deja, vendrá después a comérselos a ellos picaditos como desayuno del imperio muy fácilmente, porque así ha ocurrido. Porque todo vacío que se deja viene la ideología dominante a llenarlo con su basura, entonces yo creo que no solamente como una necesidad, yo lo veo como una obligación y como una responsabilidad en este tiempo, el levantar la voz con los liderazgos. Solamente digo, desperdiciando el trabajo que ya está hecho, porque son grandes, importantísimos referentes culturales, como este Festival de Cine de La Habana o las Ferias de los Libros en México, son bastiones muy importantes que se han conquistado, ahora hay que intervenir. Porque el otro dilema es que la producción tanto cinematográfica como bibliográfica también necesita dar un vuelco de reconversión de producción nacional, y este es el otro tema, o ese el tema de temas que deberíamos estar discutiendo en un congreso. Muy bien, hagamos muestras, pero de qué producción. Y más de uno se queda mudo. Hoy los monopolios de la producción de libros son, casi todos, propiedad de empresas españolas en América Latina.

Están contentísimos con las Ferias de los Libros, y por eso quieren a Vargas Llosa al abrir todas las Ferias, inaugurarlas. Pero nosotros no necesitamos decirles que no, que hay otra producción bibliográfica distinta que exige espacios y que necesita espacios en América Latina, y en materia de cine, y en las formas sucedáneas que uno quiera. Hoy tenemos grandes, importantes productores de podcasts que están haciendo trabajos muy interesantes y que no están encontrando plataforma en las políticas culturales de la región; así que a mi entender es nuestro desafío generacional, y hacemos lo que podemos cada cual con los espacios que estamos ganando, ojalá pudiéramos multiplicarlos en algún espacio de coordinación.

Octavio Fraga: Muchísimas gracias por su tiempo que querido Fernando, ha sido enriquecedor lo que nos ha aportado, y bueno, esta entrevista la vamos a transcribir, la vamos a compartir, la haremos llegar a usted también para que la socialice, para que la gente reflexione, porque ese es el sentido de este diálogo, para que la gente debata, y que este Diálogo en reverso, que hemos tenido hoy, sirva para estos fines.

Fernando Buen Abad: Agradecido de todo corazón nuevamente y no lo digo sólo como protocolo de despedida, lo digo de corazón, y toda vez que sea posible hagamos juntos lo que sea posible. Es nuestro tiempo para hacer cosas, así que no lo desperdiciemos, y en la medida en que yo pueda colaborar en la distribución del material que ustedes generen, con todo gusto, y sigamos produciendo cosas, que me parece que urge. Hay, por lo menos, una juventud en el continente que está necesitando mucho trabajo de orientación, no digo de guías como gurú, pero sí de proponer dónde están los caminos de los debates para poder enriquecer el campo de visión, así que en lo que yo pueda, cuenten conmigo siempre.

Octavio Fraga: Una vez más muchas gracias, y le mando un abrazo en nombre del equipo de Cubaperiodistas.

Fernando Buen Abad: Abrazo para todos y todas.

Octavio Fraga: Cuídese mucho usted.

Fernando Buen Abad: Hasta siempre, gracias, igualmente.

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