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Raoul Peck. El cine: testimonio para la memoria

Raoul Peck. Cineasta haitiano

Por Johan Moya Ramis

El cine como compromiso social, que pugna por exponer causas y hechos que trasciendan a la propia ficción desde la cual se construyen y caer como un golpe sobre la conciencia y sacudirla es la divisa de Raoul Peck, cineasta haitiano. Peck no es un director prolífico, pero su filmografía es contundente, se puede afirmar que más allá de todas las carencias e inconvenientes económicos que puede poseer el cine haitiano, este creador no ha sacrificado calidad por cantidad. Cada película de su filmografía es un canto filoso donde se desgarra la historia de hombres y mujeres marcados por la tragedia, esa tragedia que se extiende y ve la luz a través de pasos extraviados, del dolor devenido en odio, el odio en incomprensión y venganza, pero también en el amor, el perdón, la sabiduría, el apego, la memoria y su gravedad en los recuerdos. Su primer largometraje fue Haitian corner (1987), filme donde un hombre, después de siete años de haber soportado la tortura física y psicológica en una prisión haitiana, emigra a New York, dónde encuentra a sus verdugos en las calles de Brooklyn. El reconocimiento en Estados Unidos vino con la cinta L, homme sur les quais bajo el título The man by the shore el cual fuera exhibido por primera vez en las salas de cine de Estados Unidos en 1993, se trata de un film donde la dictadura de François Duvalier es vista a través de los ojos de una muchacha joven. Ese mismo año la película fue seleccionada para competir en el Festival de Cannes donde obtuvo premios y varios reconocimientos. En Corps plongés (1997) cuya trama también se desarrolla en Nueva Cork, explora las relaciones enredadas de una patóloga con dos hombres; uno, haitiano desterrado que trabaja en el cuerpo de Salud Pública, y el otro, un político americano casado. Sin embargo, no fue hasta el año 2000 con su película Lumumba un film sobre la vida y el asesinato de líder de la independencia del Congo Patricio Lumumba. Esto le valió el premio Paul Robeson para la película al mejor director afrodescendiente fuera del continente en el 17 Festival de Cine panafricano. Sobre este film paradigmático, su director ha sido entrevistado en varias ocasiones, y aquí que hemos decidido exponer sus declaraciones en varias de esas entrevistas donde se puede advertir la sensibilidad y el compromiso que este creador profesa hacia el cine, y a creación cinematográfica como testimonio e historia, y no mero entretenimiento.

Entrevista concedida a Olivier Barlet. Cannes, mayo 2000:

¿Cuál es la importancia hoy en día de realizar una película acerca de la tragedia de Lumumba?

Es en particular una historia de que no debe olvidarse, que aconteció en un momento de cambio en África. Era un tiempo de gran esperanza por nuestros países. Por otra parte, los testigos estaban vivos, los archivos existían, los periodistas que cubrieron los eventos todavía podía hablar, su hija Juliana Lumumba también. No existe ningún personaje que yo inventara, en cualquier parte, no hay ningún diálogo, por pequeño o insignificante, construido por mí. Los discursos son de Lumumba, Rey Baudouin, las entrevistas son reales, los alborotos son reales, la película es real de principio a fin. Ni tan siquiera me inventé la escena en que los cuerpos están cortados a por los dos superintendentes belgas. No inventé nada, ningún evento. Solo puedo decir que la narración desde su estructura cinematográfica lo es.

¿Era tan necesario mantenerse tan cerca de la realidad?

La película no sólo transcurre sobre las historias contundentes. Yo hago cine de combate, películas para la memoria. Pero eso no da lugar al retrato de un héroe perfecto. Nada es simple en la vida, y la película es compleja. Lumumba no es un monolito: él tiene sus vacilaciones y sus momentos valerosos. Yo quise retratarlo en su integridad, sin borrar el lado demagógico.

Sobre este compromiso de lucha desde el arte, Peck declaró lo siguiente para la New York African Film Festival.

¿Qué piensa usted sobre el que debe jugar el director de cine? ¿Cree que las películas pueden cambiar la política o pueden activar las discusiones políticas simplemente?

Es difícil hablar de eso en semejantes términos generales. Depende de lo que usted es, de que películas hace, como las concibe y el modo en que las dirige. Su compromiso político y también en qué momento histórico usted hace las películas. Yo tiendo a ser muy modesto cuando se habla de que una película puede cambiar las cosas, o una situación determinada, más bien pueden ayudar a entender esa situación, aunque a veces las películas pueden activar algo que ya ha estado cocinando. Pero en mi caso, yo tiendo a creer que el cine puede intentar salvar lo que todavía puede salvarse, en lo que se refiere a nuestras historias, nuestros recuerdos. Porque muchas cosas están desapareciendo muy rápidamente, las cosas están cambiando. Nosotros estamos viviendo tiempos muy rápidos tenemos una nueva generación que básicamente no sabe nada de hace 30 años sobre los eventos; si en una lucha doble o triple; creo que nosotros estamos intentando resolver muchos problemas diferentes al mismo tiempo.

Otras de las películas paradigmáticas de Raoul Peck es Sometimes in April, en la cual este director se entrega a recrear otro hecho ocurrido en África, esta vez no en el Congo Belga, sino en Ruanda. El film recrea los espeluznantes hechos acontecidos en Abril del 1994 cuando los Hutus, asesinaron a sangre fría a 800,000 de sus coterráneos Tutsis, dando lugar a uno de los genocidios más grandes ocurridos la historia del siglo XX, después de Hiroshima y Nagasaki. En declaraciones del autor a Tonisha Johnson sobre esta película, se pueden apreciar otros aspectos importantes de la profunda poética cinematográfica de Peck.

¿Se propuso usted con esta película recrear una imagen real de la violencia?

Yo pienso que yo fui al extremo de lo que yo puedo mostrar para la película. El film no es Kill Bill. Yo no sé si nosotros podemos ser más gráficos que eso. Pero para aquel que hace una película sobre un hecho real, debe tener claro que la realidad debe ser mostrada auténticamente. Cuando estábamos rodando en Ruanda mostrando a las personas muertas, en el caso de las muchachas jóvenes, yo le dije a mi diseñador, “por favor asegúrate que cuando veamos esos cuerpos, deseemos abrazarlos. No quiero provocar hastío, nosotros queremos abrazar a esas muchachas”. Por lo que hicimos un hermoso trabajo con la luz y otros detalles. Para mi la violencia es algo diferente, no una mera coreografía.

¿Por qué cuenta esta historia a un par de años después de ocurrida?

Yo realmente no pude planear esta película. Estaba renuente después de Lumumba a zambullirme en otra historia africana. Escuché las noticias cuando ocurrieron los hechos, y no pude evitar muy temprano un sentimiento por aquel país y su gente. Cuando llegó la propuesta por parte de la HBO, yo empecé discutiendo que la primera necesidad de ese proyecto era que como creador tenía que sentir que las personas que habían padecido y presenciado los hechos, estaban listas hablar. Viajé a Ruanda, conocí a varias a las personas, escuché sus historias, pasé tiempo con ellos. Entonces supe que esa historia tenía que seguir adelante, había material más que suficiente escribir un guión original basado en “un millón de verdaderas historias.”

¿Cómo preparó usted a los jóvenes para las escenas de violencia y cómo ellos reaccionaron después? 

Nosotros trabajamos con todos los actores todos los extras. Teníamos que explicar de qué se trataba la película. Algunas de las muchachas eran de la mejor escuela, por lo que eran muy educadas. Y otros eran de las escuelas muy pobres, pero no hubo conflicto cuando los mezclamos durante la filmación En los poblados fue diferente, allí estaba mi asistente siempre conversando constantemente con las personas. Explicándoles. Teníamos psicólogos yendo allí y hablando con ellos. Entrenamos a las muchachas jóvenes. Ellas no eran actrices. Así que, nosotros teníamos que entrenarlas.

¿Experimentó alguna resistencia en las áreas que usted filmó? 

Yo no fui allí como un director extranjero o americano. Las personas supieron mi película. Lumumba era una película muy conocida en Ruanda. Y estuve con amigos buenos de muchos años antes. Así que, ellos me introdujeron por todas partes. Ellos nunca tuvieron la impresión que uno provenía de esas grandes Compañías de Extranjeras que vienen a nosotros usando nuestra historia, usando nuestra situación y nunca regresando. A mí, yo era de la casa. Muy temprano, las personas estaban contándome historias de muerte. Antes de ir a Ruanda me reuní con mi equipo de filmación y les explique ir a Ruanda implicaba mucho más que hacer cine, era un compromiso, formar parte de aquellas vidas y sus historias, y les di a elegir que quien quisiera se quedara, pero los que iban a ir, sabían que no podía ser de otra manera. Vinieron todos.

¿Cuáles son las lecciones qué nosotros podemos aprender de esto? 

Yo pienso que hay mucho para aprender. Pero yo espero que esta película ayudará a la comprensión de lo que pasó en 1994 en Ruanda, e incluso ayudará a entender lo que está teniendo lugar hoy en Sudán. Yo pienso que ayudará a las personas a sentir que lo que está pasando en el otro fin del mundo, que también es parte de ellos. Es su historia, ya sea si usted vive en L.A., en Timbuktu, o en Japón. Es una historia sobre todos los seres humanos, así que yo espero que la película provoque esos pensamientos y ayudará las discusiones extensas. No es una película que usted simplemente puede consumir se olvidarla. Esta película está aquí para quedarse.

Tomado de: http://cinelatinoamericano.org

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La elocuencia silenciosa de los gestos en un rostro imaginario

Japón (2002) de Carlos Reygadas

Por Carlos Rgó

Las imágenes de los medios masivos de comunicación tienen una relación directa con la política, la “empresa histórica estatal” como la llamaba Bolívar Echeverría, 1 pero de ninguna manera esa relación agota la totalidad de lo político. Lo político también incumbe a lo imaginario, entendido como la capacidad del ser humano de hacerse a sí mismo y en esa actividad, darse una imagen o una figura de sujeto social. Esta actividad de «darse» una imagen es permanentemente una producción y reproducción de imágenes, así como una producción y consumo de significados. Cuando se altera la imagen prototípica que tiene cada uno de los miembros de una sociedad, esto supone tocar una fibra del nervio político y también cultural.

Las entelequias identitarias se configuran a través de representaciones icónicas ligadas a la revalorización de lo cotidiano. Las transformaciones que las sociedades hagan de esas representaciones icónicas impactan en la imaginación y alteran el telos de la vida cotidiana. El trabajo que se haga con las imágenes a partir de una actividad cultural y artística como la cinematográfica tiene una incidencia política que va más allá del mensaje que las representaciones icónicas posean 2. En el caso de las imágenes audiovisuales, lo que estas pueden significar no agota el valor de una película ni la producción y reproducción de sus sentidos e interpretaciones. Mostrar el cultivo crítico que el sujeto social hace de su identidad desde el cine, supone conectarlo a una idea de cultura, esta última entendida como “el momento autocrítico de la reproducción que un grupo humano hace de su singularidad concreta”, (Echeverría, 2010, p. 163) e involucra a las imágenes en tres instancias: cómo son recibidas por el espectador, cómo son producidas dentro de la historia y la teoría del lenguaje cinematográfico, y cómo son exhibidas.

Bolívar Echeverría entiende por modernidad “un proyecto civilizatorio de larga duración que instaura relaciones radicalmente nuevas entre el mundo humano y el de la naturaleza, sobre la base de una revolución neotécnica de fuerzas productivas” (p. 234). La potencialidad en la modernidad encuentra una vía realista de realización en el capitalismo. Este tipo de potencialidad capitalista “es una organización del conjunto de la vida humana que se guía por lo que se conoce como el progreso de las fuerzas productivas y de la nueva técnica sustentada en la nueva ciencia matematizadora del conocimiento” (p.231). La modernidad ilustrada, organizada y alumbrada por la razón, pretende vencer al mito, aunque “es ella misma un mito, un dispositivo discursivo para explicar y al mismo tiempo para engañar” (p.233). La matematización de lo real se puede expresar en una narración sostenida en un aparato audio-discursivo que nos enseña cómo desear. Una máquina ideogramática definitiva, como señala Slavoj Žižek de Hollywood, cuando una película muestra el modo en que habita una cartografía audiovisual de nuestros deseos 3.

El cine, como una máquina estética e ideológica, posee la capacidad de configurar imágenes del sujeto social dentro de un ámbito político y cultural. El cultivo crítico de la identidad no es un momento de resguardo o conservación, sino de exponerse, implica salir y poner a prueba las imágenes que uno trae consigo para “aventurarse en la pérdida” de las mismas. Es un encuentro con los otros, en términos de “interioridad” y “reciprocidad” (Echeverría, 2010, p.164).

Tres películas que extienden los argumentos previos y ponen a prueba las imágenes de personajes particulares de una sociedad son Japón (2002) de Carlos Reygadas 4, Presunto culpable (2008) de Roberto Hernández y Geoffrey Smith, y Cuerpo de letra (2015) de Julián D’Angiolillo.

Gesto I

La historia de Japón tiene a un protagonista-pintor que sale de la Ciudad de México hacia una zona rural para suicidarse. Podemos conjeturar: para poner a prueba las imágenes que trae consigo como sujeto social desde un ámbito urbano. En el camino encuentra personajes y objetos que le dan una nueva forma a sus deseos hasta cambiarlos casi por completo. Asunción, una señora que le da alojamiento al protagonista, tiene una libertad afectiva para intercambiar impresiones con el pintor suicida y entregarle su cuerpo en más de un sentido.

El primer trabajo audiovisual de Reygadas tiene una fuerza transculturada gracias a la integración de un equipo europeo sin experiencia a nivel profesional, con el objetivo de hacer películas que recojan el conflicto de un protagonista entre dos cosmovisiones. Japón toma distancia de las imágenes de otras películas hechas en México, no está dentro de la tendencia visual que irradiaba las películas estrenadas el mismo año, por mencionar algunas: El tigre de Santa Julia (2002) de Alejandro Gamboa, Amarte duele (2002) de Fernando Sariñana o El crimen del Padre Amaro (2002) de Carlos Carrera. Pero se nutre del trabajo creativo de Andréi Tarkovski, Abbas Kiarostami, Bruno Dumont y Nuri Bilge Ceylan.

En Japón se hace hincapié en el desfase que supone el choque de dos visiones: la occidental y la oriental, en los deseos de un personaje que encuentra los límites de su mundo. El director propone que la idea del desfase emocional del protagonista no solo es un asunto de territorio, sino de ideas y cosmovisiones que dan pautas de comportamiento para los personajes en la película. En Japón las motivaciones están ligadas a una forma de vida urbana y a las intenciones de escapar de ésta. En el contacto con el espacio rural, las pulsiones primigenias –míticas, si se quiere– ocupan el papel principal y otorgan al pintor una pulsión de muerte que solo puede desvanecerse al iniciar el ritual suicida. El personaje principal, al exponerse, se fusiona con el ámbito rural e inicia el rito suicida como el signo de una transformación social, a través de la lucha del cuerpo frente a la potencia de la imaginación que busca expresarse a través de un acto amoroso, siempre mediado por las formas fílmicas de cineastas que trabajan fuera del continente americano.

El tiro del encuadre está en lugares inhóspitos, reservados para una mirada no humana, la duración de las secuencias no tiene cortes abruptos, la yuxtaposición de los planos sirven para encadenar emociones y no diálogos mecanicistas, incluso, el título de la película queda fuera del lugar común al remitir a «algo más» que a su referente inmediato:

“Se me criticaba por qué titulé a la película ‘Japón’, si no hay samuráis ni algo de la cultura japonesa. Quienes lo hacen o lo hacían no apelan a la libertad del personaje principal para tener un modo de vida distinto al occidental. Quieren ver todo digerido o están poco conscientes de sus modos de percibir la vida. Tal cual, quieren una sinopsis que les diga qué van a ver. Esto es una cuestión de ventas, maneras para no cabrear al espectador que paga por un boleto. Si le presentas al espectador una película que sale del convencionalismo del mercado, te tachan de extraño o de loco” (Reygadas, 2017).

Una película norteamericana de acción tiene alrededor de 1500 y 2000 cortes, Japón de Reygadas está hecha con 700. Hoy en día el director ha cambiado dicha práctica, más afín al montaje para crear la sensación de espacio, como en Post Tenebras Lux (2012), y no tanto a la libertad de la cámara que gira 360 grados para mostrar el paisaje sin corte, como sucede en Japón. Menciono esto porque la configuración de imágenes que tiene una persona en un ámbito social está conectado con puntos de vista y coordenadas de una operación ideológica básica: un relato familiar; en Japón, el relato de un suicida es la reelaboración de un conflicto de fuerzas sociales a una escala mayor a la individual.

La imagen social del suicida está en la película porque existe ese tipo de sujeto moderno, esa imagen hecha audiovisual no contiene una significación última del pintor-suicida, sino que potencializa su interpretación para moldearla en el imaginario social. Una película interpela el funcionamiento económico y político de las sociedades. Hay seres humanos que se adecuan a la actividad capitalista y la representación icónica de esa actividad habla con el imaginario de los individuos, a través de artefactos culturales (Echeverría, 2006). La primera película de Reygadas, a más de quince años de su estreno, in-forma sobre cómo contar una historia suicida a nivel literal pero también a nivel alegórico o figural, sin el efectismo de la técnica cinematográfica subordinada a las pretensiones de un mercado mexicano pero ceñido a una red de cineastas de otras regiones.

Gesto II

Benedict Anderson en el libro Comunidades imaginadas (1983) parte de la afirmación: la nacionalidad o la “calidad de nación” y el nacionalismo son artefactos culturales. La creación de esos artefactos, a fines del siglo XVIII, tiene que ver con la espontaneidad de un cruce complejo de fuerzas históricas discretas, que modulan y son capaces de ser trasplantados a diversos terrenos sociales; a su vez, mezclándose a una amplia diversidad de constelaciones políticas e ideológicas. El estilo en el que son imaginadas las comunidades, les da su legitimidad o, mejor dicho, su fuerza. Estas comunidades son imaginadas: limitadas, soberanas y ancladas a un compañerismo profundo y horizontal. Los sistemas culturales –para Anderson, la comunidad religiosa y la dinástica– son los marcos de referencia que le dan al nacionalismo las pautas para integrarse a la sociedad. Sin embargo, este esquema sería miope si pensamos ambos sistemas como exclusivos del surgir de las comunidades imaginadas. Anderson pregunta: ¿qué otra cosa podría pensar la nación debajo de las lenguas y los linajes sagrados?, las representaciones audiovisuales.

Anderson examina las representaciones visuales de una realidad imaginada a través de la noción de simultaneidad, entendida como un tiempo mesiánico, de simultaneidad de pasado y futuro en un presente instantáneo. Esta concepción del tiempo, en algunos casos, cede su lugar a un tiempo homogéneo, vacío, que no está marcado por la prefiguración y la realización sino por la coincidencia temporal, mediada por el reloj y el calendario (Anderson, 1983, p. 46). “Podrá entenderse mejor la importancia de esta transformación, para el surgimiento de la comunidad imaginada de la nación si consideramos la estructura básica de dos formas de la imaginación que florecieron en el siglo XVIII: la novela y el periódico” (p.43).

Al analizar la novela, Anderson centra sus observaciones en los tipos de narradores, qué orden cronológico tienen los relatos y el tono de los escritores para trabajar a sus personajes. Sobre el periódico, cuestiona la yuxtaposición de eventos y su conexión gracias al tiempo homogéneo y vacío del calendario, y a la afinidad que tiene con la forma del libro y el mercado editorial. Señala “el consumo casi precisamente simultáneo –‘imaginario’– del periódico como ficción” en una sociedad, y continúa párrafos más adelante, “… la ficción se cuela silenciosa y continuamente a la realidad, creando esa notable confianza de la comunidad en el anonimato que es la característica distintiva de las naciones modernas” (Anderson, 1983, p. 60-61).

La novela y el periódico rápidamente le llevan a pensar la imprenta como una mercancía clave para la generación de ideas del todo nuevas de simultaneidad, al ser una de las primeras formas de la empresa capitalista. En palabras suyas: “la novela y el periódico son dos modos de capitalismo impreso” (p.63). Me deslizaré en la idea de Anderson para sostener la premisa de este texto: El cine es un modo de capitalismo impreso que moldea las imágenes de simultaneidad entre los individuos de una región para llevarlas a un ámbito estético, con la ayuda de una yuxtaposición de relatos verosímiles y ficcionales, determinados por su forma de producirse, exhibirse en salas y recibirse entre públicos. A partir de imágenes representativas que piensan la vida afectiva o personal, se modela una parte del imaginario social. Anderson ejemplifica con una hipótesis: Si Malí, en África Occidental, desaparece, esperará al lector y su lectura para que Malí, eventualmente, desaparezca del imaginario, de lo contrario, su existencia permanecerá en la memoria de algunos públicos y en el relato-ficción que le da consistencia a sus presupuestos existentes (p. 63). Los eventos permanecen a la espera de la ficción que manipule sus imágenes y sonidos, entre otros elementos, para cohabitar en la sociedad en una forma artística, y así interpelarlos como en Japón o transformarlos como en Presunto culpable.

La película Presunto culpable (Roberto Hernández, Geoffrey Smith, 2008) fue paradigmática al mostrar la impunidad e injusticia del sistema judicial para culpar de crímenes a personas inocentes en México. El documental filma el caso de José Antonio Zúñiga, condenado a 20 años de prisión por asesinato, cómo se desarrolla su defensa, un veredicto negativo y, finalmente, su liberación. La filmación tiene el tono de documental, en el sentido de recoger el testimonio de policías, de supuestos testigos, careos, pláticas extraoficiales y el juicio penal. La película no termina en los límites del argumento ni en su tiempo de visionado. Diecinueve demandas a la productora legal Layda Negrete, amenazas a los realizadores, pero también veinte premios y un compromiso con la denuncia del poder corrupto son el antes y el después del documental. En la forma de filmar, los encuadres están limitados por los espacios dentro del ministerio público. Hay alguna secuencia para reconocer la interioridad de Toño está mediada por un “mortal atrás” que aprende en la cárcel en una actividad física recreativa. Tenemos zooms para acentuar el tono de los diálogos cuando se hace presente alguna injusticia y el primer plano como énfasis y señal de la película: desenmascarar a los responsables de una mentira perpetuada entre jueces y magisterios. Después de 500 días de prisión, su abogado le dice a Toño “eres un cirujano que opera sobre sí mismo”, sin desvirtuar el apotegma, podemos decir que Toño es un cirujano que opera imágenes sobre sí mismo, con la ayuda del equipo de filmación y su equipo defensor, hasta liberarlo del relato absurdo en contra de su inocencia. La película detona una transformación social a través de la recepción del caso y el ruido que provocó en diferentes medios de comunicación.

Los testimonios están filmados a través del plano-contraplano, decisión no deliberada, sino consecuente por los espacios de filmación y a causa de los interrogatorios que contraponen la verdad del acusado con las mentiras de los testigos pagados por policías judiciales. El documental fue censurado antes de su estreno por la Policía Judicial Federal en México y, posteriormente a su estreno, los realizadores fueron demandados por tres millones de pesos. El documental comparte el proceso judicial para revelar la verdad del caso de Toño, sin dejar de comunicarse con la realidad, la muestra en otro de sus gestos a partir de formas cinematográficas. Es una lucha entre las formas sesgadas de impartición de justicia institucional y las formas cinematográficas de reconstrucción de un discurso verosímil y artístico.

Otro gesto: Cuerpo de letra (Julián D’Angiolillo, 2015) es una película argentina centrada en el contexto de las elecciones legislativas en Buenos Aires. En los días previos a la campaña, hay brigadas que se encargan de hacer pintas en las avenidas periféricas de la ciudad, patrocinadas por los mismos candidatos políticos. Las brigadas, contratadas por candidatos diferentes, se disputan los espacios públicos. Los muros que no son ocupados por las grandes marcas son el objetivo principal para dibujar los nombres de los candidatos, los signos de los partidos o los eslóganes.

Julián D’Angiolillo, director de la película, filma imágenes y texturas urbanas. Cuerpo de letra es una película sensorial, sin planos fijos y con una cámara dinámica, esto es, provoca movimientos tan abruptos que pueden llevar a la imagen a ponerse de cabeza o a yuxtaponer imágenes en difuminados para exponer el argumento a través de la forma. La película actúa como una fuga del territorio central con unas imágenes desenfocadas de objetos erráticos, inútiles, desencuadrados, no narrativos y, siempre, periféricos como las autopistas de acceso a la Capital Federal donde se filma. El guión es el resultado de la experiencia de investigación con las personas que realmente tienen ese trabajo y pintan en las madrugadas –cuando esta actividad no es un delito–. El director argentino focaliza la ciudad como una lucha de signos, y a los brigadistas, como las terminales nerviosas del sistema político en curso. Julián D’Angiolillo filma una economía oculta de los signos donde se disputan imágenes, el poder político y el simbólico en Buenos Aires. La ciudad se hace visible a través de formas artísticas, como una lucha de sus personajes por apropiarse de un espacio aparentemente público.

Algunas palabras finales

“Como sabemos, cada palabra es una arena de cruce y lucha de los acentos sociales de diversas orientaciones. La palabra en los labios de un individuo aislado aparece como producto de interacción de las fuerzas sociales vivas” (Volóshinov, 2009, p.78). Parafraseo: cada imagen y sonido en movimiento es una arena de cruce y lucha de acentos sociales vivos. Los brigadistas en Cuerpo de letra son los nervios de un sistema político que, a través de sus cuerpos, pintan los signos e intereses de los candidatos. En Presunto culpable, las formas cinematográficas del documental son un tipo de conciencia práctica, una actividad social que ataca directamente la empresa histórica estatal, con ayuda del registro audiovisual de un proceso de injusticia. Las imágenes audiovisuales son los medios en el que se acumulan lentamente aquellos cambios que aún no logran pasar a una nueva cualidad ideogramática dentro de una sociedad. Didi-Huberman escribe que la imagen implica simultáneamente miradas, gestos y pensamientos. Cada imagen es el resultado de un esfuerzo voluntario en el que interviene la mano del hombre para manipularlas. Sin embargo, la mano que manipula las imágenes no siempre supone que el productor sepa el mensaje que se envía al espectador. El filósofo se pregunta: “¿Por qué, de qué manera y cómo es que la producción de imágenes participa de la destrucción de los seres humanos?” (Didi-Huberman, 2015, p.13-14). La capacidad performativa del cine, en este texto entendido como capitalismo impreso, registra las fases imperceptibles y fugaces de las transformaciones sociales. Las películas expuestas son un tipo de arma política y nunca se tiene la certeza si al interpretarlas se construye una aspiradora o una ametralladora, como dice Harun Farocki (Farocki, 2015, p.39-40) 5. No sabemos para quien trabajan nuestras interpretaciones. Hay que preguntarnos de qué manera las imágenes construyen su mirada frente a nosotros y, sobre todo, cómo impactan en el centro de uso crítico de las formas contextuales de producción de su valor. “¿Podría ser, entonces, que la imagen estuviera complotada con la violencia sencillamente porque es un objeto inseparablemente técnico, histórico y legal?” (Didi-Huberman, 2015, p.35).

Bibliografía

Anderson, B. (1983). Comunidades imaginarias. (Eduardo L. Suárez, trad.). México: FCE.

Didi-Huberman, G. (2015). “Cómo abrir los ojos”. Desconfiar de las imágenes. (Julia Giser, trad.). Buenos Aires: Caja Negra.

Echeverría, B. (2006). “1. Visiones de la palabra: Bolívar Echeverría”. En Ciclo: Interpretaciones Icónicas. PIDCE-TV UAM. Consultado en https://youtu.be/kCqB4GxUAsE (10/12/17)

__________________. (2017). “Cuestionario sobre lo político”. En El discurso crítico de Marx. México: FCE.

__________________. (2016). Modernidad y blanquitud. México: Biblioteca Era.

__________________. (2010). Definición de cultura. México: FCE-Ítaca.

Farocki, H. (2015). “Aprender lo elemental”. Desconfiar de las imágenes. (Julia Giser, Trad.). Caja Negra: Buenos Aires.

Reygadas, C. (2017). Charla en el marco de MICA (Mercado industrial de cine y audiovisual) celebrado en la Cineteca Nacional de México. 9 de diciembre. Cineteca Nacional: México.

Volóshinov, V.  (2019). El marxismo y la filosofía del lenguaje. (Tatiana Bubnova, Trad.). Buenos Aires: Godot.

Žižek, S. (2008). “Arte e ideología en Hollywood. Una defensa del platonismo”. (César Rendueles, Trad.). Arte, ideología y capitalismo. España: Pensamiento.

Tomado de: http://www.lafuga.cl

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El problema es el capitalismo

Mello (Brasil)

Por Ernesto Estévez Rams

Churchill decía que el capitalismo (él lo disfrazaba con la palabra democracia) era la peor forma de gobierno, excepto por todas las demás. Algo que le gustaba repetir a Einsenhower, quien, como militar, no era precisamente conocido por ideas profundas. La aguda frase pudiera ser ingeniosa si fuera cierta, pero no lo es.

Hoy, el peor sistema es el capitalismo, por encima de todos los demás, de la humanidad e, incluso, del planeta.

Esta pandemia, lamentablemente, solo hizo más visible a todos la realidad de ello. El capitalismo es incapaz de superarse a sí mismo en función de la humanidad, solo lo hace en función del capital.

Mientras las personas mueren en las calles, en EE.UU., los gobernadores se hacen trampas entre ellos para asegurar que los fabricantes de instrumental médico les vendan sus productos en detrimento de los demás. De acuerdo con el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, las compañías de equipos de ventilación llaman a las oficinas gubernamentales para decir que su pedido ha sido superado por el de otro estado, que acaba de mejorar la oferta de compra. Así, en base a la muerte de seres humanos, las compañías buscan magnificar sus ganancias en medio de la tragedia.

El precio de los equipos de ventilación ha ido de 25 000 dólares a 40 000 dólares, cuando más se necesitan. El estado, hospital o institución que no tiene suficientes recursos para comprarlos, sencillamente no los tendrán, sin importar el costo en vidas.

El lema simpático que dice es que donde unos ven problemas otros ven oportunidades, ya no es tan simpático. El gobernador Cuomo amenaza con firmar una orden que permita confiscar el equipo médico sin usar y almacenado en espacios privados con fines especulativos.

Es decir, personas y negocios que mantienen sin usar equipos de ventilación esperando que el avance de la pandemia los haga más caros para, entonces, venderlos a los hospitales.

El estado federal ha sido incapaz de imponer una política nacional para la distribución de los equipos e insumos médicos, y, si alguna vez lo hacen, por su lentitud, los muertos ya no podrán agradecerlo. Se trata del sálvese quien pueda típico del capitalismo y hoy visto en toda su criminal magnitud.

Prácticas de rapiña nada nuevas, pero que en la cotidianidad son escondidas detrás del mantra de que «eso es lo normal». Pero eso no es todo. Gobiernos europeos confiscan cargamentos de equipos médicos en tránsito hacia otras naciones europeas. Francia ha confiscado 130 000 nasobucos en tránsito hacia el Reino Unido. Alemania denuncia que el Gobierno estadounidense ha confiscado 200 000 máscaras que ya había comprado a un fabricante en China, cuyo dueño es una compañía de EE.UU. El cargamento fue interceptado en Bangkok en un acto que el ministro del Interior alemán, Andreas Geisel, calificó de «piratería moderna».

El primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, se quejó de que un envío de máscaras se había reducido, porque parte del mismo había sido recomprado por EE. UU. En Turquía, el negocio de los nasobucos se ha vuelto tan redituable que el Gobierno ha confiscado cerca de un millón vendidos clandestinamente en un negocio, que se calcula ya sobrepasa los varios millones en ganancias.

EE.UU., ni por un imperativo moral ayudaría al combate mundial contra la pandemia. La realidad muestra su incapacidad de hacerlo de manera efectiva hasta en su propia casa, donde hacer América grande otra vez ya sabemos qué significa, a costa del resto de la humanidad.

Llegado el caso, para las élites, América es el 1 % en el tope de la pirámide social. El capitalismo no puede dejar de ser salvaje, lo que pasa es que, ahora, el salvajismo sin maquillajes toca las vitrinas, donde se escondían sus miserias detrás de la prosperidad que mantienen a costa de los pueblos más pobres.

Frantz Fanon decía que el fascismo era el nombre que se le daba al colonialismo cuando se le llevaba a las metrópolis. Fuera de la centralidad primermundista, el horror se vive en Ecuador u otra geografía, que, en ese uso carroñero del lenguaje, suelen ser llamados periféricos o emergentes, y que hoy, frente a la evidencia de la pesadilla medieval, ni mencionan. Pero vale la pena recordar, ahora que todos en las metrópolis están asustados, que el Tercer Mundo no sale de pandemias. Solo en África, 30 millones de personas están en condiciones de hambre con peligro para la vida, y de seguro con consecuencias para su desarrollo físico y mental.

De los 5,9 millones de niños que mueren anualmente en el mundo, la mitad, al menos, son consecuencia directa del hambre. La explicación de esa realidad la aclara muy bien Oxfam, autor de los datos ya expuestos, «el hambre no es resultado de muchas personas y poca comida. Tiene que ver con el poder, y sus raíces descansan en la desigualdad imperante en el acceso a recursos y oportunidades».

Quien crea que todos los demás sistemas son peores, mire a la Isla bloqueada y vilipendiada, donde nadie muere de hambre, todos tienen garantizada la seguridad médica y el ser humano es el centro del sistema. El problema es el capitalismo.

Tomado de: http://www.granma.cu

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La nación y los símbolos

Foto Diario Granma

Por José Ernesto Nováez Guerrero

En fecha tan temprana como el año 1805, Thomas Jefferson, tercer presidente de los Estados Unidos y uno de los Padres Fundadores de esta nación, ya hacía referencia a la necesidad de ocupar militarmente Cuba, en caso de una guerra con España, como única forma de garantizar la seguridad de la Florida Occidental y la Louisiana.

Ya fuera de la presidencia y en carta a su sucesor y amigo James Madison, volvía a insistir sobre la idea de Cuba y agregaba un elemento: la posibilidad de defender la Isla sin una Marina de Guerra, algo de lo que la Unión carecía en ese momento y que resultaba vital frente a poderes como Inglaterra y Francia, interesados en hacerse con el botín colonial americano que se le escurría a España entre los dedos.

Cuba sería entonces, para Jefferson, el nec plus ultra de sus aspiraciones territoriales en esa dirección. El límite extremo fijado en el este por las capacidades de la joven nación a principios del siglo XIX.

La expansión al oeste y el consecuente desarrollo industrial determinaron que, para finales del siglo XIX, ya Estados Unidos estuviese en condiciones de arrebatarle a España por la vía militar el fruto que, mediante amenazas, sobornos y hábiles maniobras diplomáticas, habían contribuido a conservar en las manos más débiles. Exhausta, desangrada y sin recursos para sostener un frente en el Caribe y otro en el Pacífico, España acabó cediendo sus últimas posesiones coloniales: Cuba, Puerto Rico, Filipinas e Islas Guam.

Comenzaba entonces una nueva etapa en la expansión del imperialismo norteamericano, en la cual la ocupación militar violenta se va a alternar con la penetración del capital norteamericano y su entrelazamiento con las arterias vitales de cada nación.

Esta expansión de los Estados Unidos incluyó también un firme proceso de influencia ideológica cuyas armas y estrategias se fueron afinando a lo largo de todo el siglo XIX y encontraron su forma más acabada en las industrias culturales del siglo XX.

Este proceso estuvo encaminado a favorecer y determinar el surgimiento de tendencias anexionistas o pronorteamericanas en las regiones o pueblos que progresivamente fueron cayendo bajo su esfera de influencia.

En el caso de Cuba, el anexionismo tuvo un despuntar temprano. Ramiro Guerra en su importante obra La expansión territorial de los Estados Unidos (Ciencias Sociales, 2008), de donde se han tomado muchos de los datos que anteceden, apunta como elemento fundamental de este anexionismo temprano la circunstancia social y política creada en Cuba a raíz de la revolución en Haití y el consiguiente aumento de la importación de mano de obra esclava para aumentar la producción azucarera y ocupar así el lugar de la excolonia francesa en el mercado mundial.

El conflicto entre cubanos liberales y hacendados negreros en torno a la esclavitud llevó a que estos últimos desarrollaran la teoría del “equilibrio de las dos razas”. En esencia, esta teoría planteaba que mientras hubiera mayoría de negros en la Isla, los criollos tendrían buen cuidado de insurreccionarse por temor a una rebelión de esclavos. Ramiro apunta:

“De este nuevo dilema, principalmente, surgió el movimiento anexionista. Si existían peligros para la independencia, al menos la libertad, la seguridad interior y la paz podían alcanzarse con la anexión a los Estados Unidos. Esta solución poseía una doble ventaja: satisfacía a los hacendados ―que empezaban a temer la abolición de la esclavitud, bajo la presión de Inglaterra― y a los esclavistas de los estados del sur de la Unión norteamericana. Sin embargo, planteó otra contradicción de trascendencia. La anexión, a la larga, acarrearía la destrucción de la incipiente nacionalidad cubana”.

Las décadas del 40 y el 50 del siglo XIX en Cuba fueron de gran vitalidad para el movimiento anexionista, el cual, a causa de su inicial vinculación con el esclavismo, comenzó a languidecer luego de la derrota de los estados sureños en la Guerra de Secesión norteamericana.

El independentismo ocupó su lugar y escribió con sangre y heroísmo algunas de las páginas más hermosas de la historia cubana. En esta gran gesta del siglo XIX cuajaron definitivamente las esencias identitarias que durante cuatro siglos se habían cocinado a fuego lento en la Isla de Cuba. En 1868 se fracturó definitivamente lo cubano y lo peninsular. La paz del Zanjón fue una precaria sutura destinada a no durar.

En ese convulso proceso que llega hasta la ocupación norteamericana en 1898, se definieron los grandes símbolos de la nación, símbolos independentistas: la bandera, el escudo, el himno, los próceres con José Martí a la cabeza. Podrá alegarse que la bandera fue enarbolada por primera vez por el anexionista Narciso López, pero desde que los mambises la hicieron suya, desde que ondeó por primera vez en un campamento de la Cuba libre, fue símbolo de una nación soberana, dispuesta a pagar con sangre el precio de esa soberanía.

El proyecto anexionista se vigorizó en la República neocolonial, adaptándose desde luego a la nueva forma de dominación. El servilismo político, económico y cultural encontró su digna contraparte en los herederos del espíritu independentista decimonónico. El proyecto de independencia nacional adquirió, en las manos de Mella, de Villena, de Guiteras, de Pablo de la Torriente, un marcado carácter antimperialista que no había tenido, con la excepción premonitoria de Martí y algunos pocos, en el siglo anterior.

Ya desde esa etapa se fue configurando la lucha en torno a los símbolos fundamentales de la nación, lucha que, con variantes, llega hasta hoy. La postura que se asuma ante estos habla, en esencia, del proyecto de nación que se suscribe. Así, al Martí revolucionario y vivo de Mella y Villena se opuso el Martí formal asumido por las administraciones de turno, o el Martí mancillado por los marines yanquis y sus testaferros locales.

Los recientes ataques contra bustos martianos, contra la bandera, las mofas permanentes que desde las redes sociales se articulan contra símbolos y figuras que son vitales para la nación, forman parte de la misma agenda anexionista que, con variaciones de un siglo a otro, sigue estando al servicio de los mismos intereses. Socavar las bases ideológicas, sustituir un universo de representaciones por otro, ir desplazando el horizonte cultural hacia formas en apariencia inocuas pero tras las cuales se esconde y reproduce la lógica de dominación del capital, son premisas claves para desmontar cualquier proyecto nacional.

Es fundamental esclarecer las esencias detrás de cada una de estas provocaciones y ataques, desde los más burdos hasta los más elaborados, pero es vital también aprender a manejarlos. Cada error de apreciación, en épocas de internet y redes sociales, se paga con la magnificación de un individuo cuya relevancia como artista no pasa del escándalo. Convertimos en referentes y centro de debate a quienes no pueden ni deben serlo, por carecer de méritos suficientes.

En el plano de la batalla ideológica y cultural, que es hoy uno de los más importantes, se impone defender con inteligencia nuestras verdades, ripostar adecuadamente los ataques y ser capaces de colocar nosotros la agenda propia a debatir.

Tomado de: http://lajiribilla.cu

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O muere el capitalismo salvaje o muere la civilización humana

O muere el capitalismo salvaje o muere la civilización humana

Empezaré aclarando que no soy comunista; los reaccionarios, ultraconservadores le tienen mucho terror a estos títulos; y casi siempre ante la falta de argumentos sólidos, terminan repitiendo y adjudicándonos calificativos que solo han escuchado, pero que en la mayoría de los casos, desconocen su significado. Soy un Demócrata con ideas Republicanas.

Todo el mundo habla del libro “La riqueza de las naciones” de Adam Smith, el escoses que logro articular con sus ideas, los pilares de la Economía Moderna que le dio paso al Capitalismo Moderno; sin embargo, muy pocos hablan sobre el otro libro del mismo autor, “Teoría de los sentimientos morales”; que hace una crítica muy puntual a la conducta de la avaricia humana. Conociendo ya la historia desde la Secundaria, vemos que el prólogo de la misma, tuvo su origen cuando el feudalismo fue sustituido por este nuevo modelo económico.

La configuración Social, de la “Teoría de los sentimientos morales”; y “la armonía del mercado” de las riquezas de las naciones; es en sí una dicotomía que se concatena con la sociedad; esto sin olvidar la famosa “mano invisible” que mueve ese mercado.

El 20 de enero del año 2009, Barack Obama es juramentado Presidente número 44 de Estados Unidos; recuerdo muy bien su discurso.

Obama recibía un país en bancarrota, epicentro de una gran recesión mundial; he aquí un pequeño fragmento de su gran discurso: “Pero esta crisis nos ha recordado que, sin un ojo atento, el mercado puede salirse de control; y que un país no puede prosperar durante mucho tiempo cuando solo favorece a los que ya son prósperos”. Más que un discurso, fue una gran reflexión; el mercado había quedado a las sanchas de los hombres que no tienen sentimientos morales, ni empatía por la Humanidad; el mundo entero fue estremecido por el flagelo de la avaricia humana; y la economía mundial cayó de rodillas ante una dura recesión. La obsesión del oro negro, llevo a George W. Bush invadir y a atacar medio oriente, la zona donde se encuentran las mayores reservas de petróleo; el mundo jamás olvida la causa barata por la que justificaron la invasión a Irak; aseguraban que Sadam Hussein tenía armas de destrucción masiva; la ONU, de forma deliberada avalo la invasión. Sin embargo, en el 2010, Julian Assange, fundador de Wiki Leaks, revelo la verdad de lo sucedido; y dejo al desnudo la colosal mentira tarifada que los medios de comunicación le habían contado y hecho creer al mundo; en los archivos que se filtraron, registraba la muerte de más de 100 mil personas, de los cuales el 70% eran civiles. Jamás olvidare las palabras de Assange: “La primera víctima de la guerra es la verdad”. Ese 22 de octubre de 2010, se caía ante el mundo la muralla de la mentira tarifada.

En los últimos doscientos años, nos hemos consumido la energía fósil concentrada de nuestro planeta desde sus orígenes. La danza del capitalismo salvaje va dejando por su paso, la destrucción acelerada de los recursos naturales del planeta; la explotación inhumana del hombre; y la manipulación de la mente humana para que este de forma sistemática se convirtiera en un rehén de las sociedades de consumo, que sin darse cuenta se convierta en el arma de su propia autodestrucción.

La nueva pandemia ha quitado el velo ilusionista, y el maquillaje hipócrita de la Civilización; la Italia de Rómulo y Remo, de los Cesares, de Marco Polo, de Leonardo Da Vinci, de Galileo Galilei, de Luciano Pavarotti, de Benito Mussolini, de Silvio Berlusconi, de Andrea Bocceli, de Roberto Baggio, de Paolo Maldini, de Gennaro Gattuso; la Italia que pago el fichaje más caro de su historia por el portugués Cristiano Ronaldo, 122 millones de euros; si esa misma Italia que tuvo que desconectar la respiración artificial de sus ancianos, para luego verlos morir; y que no pudo responder de la misma forma como cuando organizaron el mundial de Italia 90; porque su sistema de salud expiro en los brazos del capital privado, haciendo de salud una mercancía; lo mismo está sucediendo con España, un país que presume de una monarquía; que se ha convertido en un adorno costoso para un país que no tiene camas para atender a sus pacientes.

La pandemia ya llego a la gran nación del Norte; pero en los 100 primeros días de Gobierno, el Presidente número 45 de Estados Unidos, Donald J. Trump, destruyo el sistema de salud que había dejado su antecesor. Las consecuencias ya se están sintiendo; los arrebatos de un líder que anda por el vecindario de la aldea global, ufanándose de su “hegemonía o supremacía”; así como se llama el libro de Noam Chomsky, están llevando a la gran nación del Norte, como lo expreso hace unos días el Premio Nobel de Economía, Paul Krugman: “A que su Democracia y Economía estén amenazadas por un segundo periodo presidencial de Trump en la Casa Blanca”. La crisis del coronavirus ha puesto en aprietos a Trump, ya que el haber minimizado esta pandemia le está pasando una factura en la encomia, porque la bolsa de valores se ha desplomado en estas dos últimas semanas; y existe un alto riesgo que la factura se extienda al mes de noviembre, en las elecciones.

La pandemia quito el antifaz del modelo económico de las naciones más poderosas del Planeta (Estados Unidos y China); y en el caso de Italia y España; ambos países miembros de la OTAN, que maneja un presupuesto de casi 2mil millones de dólares, se vieron como los más pobres del barrio, que fingían ser ricos, pero no tenían ni donde caer muertos. La realidad ha quitado el efecto de la anestesia del capitalismo salvaje; y ha tirado sus cartas sobre la mesa. Ha llegado la hora de replantear y de humanizar este modelo económico; y hacernos el siguiente planteamiento: ¡O muere el Capitalismo Salvaje, o muere la Civilización Humana! Como decía Albert Einstein: “Locura es hacer lo mismo una y otra vez, esperando obtener resultados diferentes”. No podemos seguir viviendo en un planeta donde más del 80% de la riqueza, está concentrada en un 1% de la población. Me resisto a defender con mi silencio un indefendible y despiadado statu quo que concentra la riqueza de nuestros recursos naturales, y medios de producción en pocas manos, capaces de derramar sangre inocente por mantener intacto ese statu quo. Yo no puedo defender este statu quo que privatiza el agua, la salud, la educación, el viento, el sol; Derechos Humanos Universales que se han convertido en mercancías, que se encuentran solo al alcance de una minoría rapaz, voraz e insaciable; mientras las grandes mayorías invisibles; solo son visibles en los procesos electorales, disfrazados de Democracia. Una gran realidad de todo lo que pasa a nivel mundial que nos quieren tener controlados a losas vulnerables del planeta tierra porque la avaricia y la ambición y ansias de poder los tiene enfermos.

Editorial del diario norteamericano Washington Post que se refiere a este difícil momento que vive el mundo de los humanos. ¡O muere el Capitalismo Salvaje, o muere la Civilización Humana! Como decía Albert Einstein: “Locura es hacer lo mismo una y otra vez, esperando obtener resultados diferentes”.

Tomado de: http://www.resumenlatinoamericano.org

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Peces en los canales

Venecia, Italia

Por Graziella Pogolotti

Alegres, los peces aletean nuevamente en la recuperada transparencia de los canales de Venecia. Situada en la costa italiana del Adriático, la ciudad alcanzó un considerable desarrollo como puerto abierto al intercambio comercial entre el occidente europeo y las fronteras del oriente. Edificada sobre canales, de ese diálogo de culturas surgió una arquitectura monumental con sello propio, célebre sobre todo por su paradigmática Plaza de San Marcos. De ese auge emergió una escuela renacentista con rasgos propios, encabezada por las figuras de los pintores Tiziano y Tintoretto.

De ese sello de originalidad y magnificencia dimanó, desde hace más de dos siglos, un flujo creciente de turistas. Los artistas de variados orígenes que allí se asentaron por temporadas más o menos prolongadas contribuyeron a difundir su fama. Luego, las ambiciones empresariales fomentaron los viajes organizados por manadas que se volcaban con preferencia sobre sus célebres carnavales, evocados entre tantos otros, por Alejo Carpentier en su Concierto barroco. La avalancha desbordó los límites de sostenibilidad de la urbe, agravada por el envejecimiento y la pertinaz erosión de sus cimientos sometidos a la humedad permanente. Los inevitables desechos producidos por las oleadas de visitantes temporeros enturbiaron los canales. Su supervivencia parecía amenazada. Para restañar sus grietas, se apeló a la colaboración de muchos. De repente, la pandemia del coronavirus se abatió sobre el planeta. Por razones sanitarias, Venecia, aislada, se ensimismó. Las aguas recuperaron la transparencia perdida. En pleno espanto causado por la pandemia, asomaba una luz de vida y esperanza.

Ambos fenómenos constituyen señales de alerta. Confiábamos, hasta ahora mismo, en que antibióticos y vacunas habían conjurado para siempre el peligro de las pestes que invadieron otrora a parte del mundo. De súbito, surge un mal de origen desconocido ante el cual empiezan a experimentarse las posibles formas de cura. En un universo estrechamente interconectado, la pandemia se expande con suma velocidad por todos los territorios del universo. Corresponde a la labor conjunta de científicos de todos los países buscar afiebradamente fórmulas de solución. Mientras tanto, con la esperanza de detener la enfermedad, hay que ir pensando en un después. Estamos bordeando los límites de la sostenibilidad del planeta. La humanidad toda habrá de reclamar un cambio radical de estilos de vida, frenar el consumismo desbocado y rescatar el espacio de la espiritualidad. Se trata de despertar del letargo impuesto por el olvido de sí, por la modalidad de alienación que convierte la realidad en espectáculo efímero, que inhibe el pensar mediante el empleo sofisticado de la aplicación de reflejos condicionados, por el descarte del conocimiento en favor del entretenimiento banal.

 

El aislamiento en los hogares, establecido como medida de protección por las autoridades sanitarias, hace patente nuestras carencias en el campo de la espiritualidad. Las horas transcurren con lentitud exasperante. Incontenible, el pensamiento se revuelve en la angustia ante la amenaza que planea sobre nosotros y sobre nuestros seres queridos, ese peligro intangible. Las aprehensiones subsisten, a pesar de que la conducción del país ha dado muestras ejemplares de serenidad, previsión y transparencia informativa.

En estos días de coronavirus, un amigo, el poeta Norberto Codina, observaba con sagacidad que no debía hablarse de aislamiento social, sino de aislamiento físico. En efecto, la dimensión espiritual que habita en nosotros es un reservorio vital, fuente de vida similar a lo que tradicionalmente se denominaba alma. Se construye desde las primeras edades en el intercambio entre los humanos. A la hora de dormir, antes de la existencia de la televisión, mis padres intercalaban cuentos y canciones. Comenzaba a enhebrarse una memoria, despertaban la imaginación, se multiplicaban las interrogantes y la sed de conocimientos. Junto a otros niños, en las vacaciones playeras o campestres, despertaba el amor por la naturaleza. El estudio abría otros horizontes. En sus variadas manifestaciones, el arte refinaba la sensibilidad y suscitaba la meditación. En lo más recóndito de nosotros persiste el almacén de imágenes, sonidos, recuerdos. Todos ellos nos acompañan en momentos de soledad. En algunos países, la pandemia ha renovado el interés por la lectura. Allí, en los libros, encontraremos a amigos e interlocutores. Nuestros niños y jóvenes están ahora en sus hogares. Es ocasión propicia para complementar la realidad virtual con el diálogo personal y humano en el rescate del necesario arte de la conversación.

Para que los peces sigan aleteando en aguas límpidas, la dramática experiencia del coronavirus ha de convertirse en aprendizaje. Las repercusiones de las doctrinas neoliberales están tocando fondo. La libérrima acción de los mercados en detrimento de la capacidad de los Gobiernos, con la consiguiente crisis de los sistemas de salud, hunde a la humanidad en el precipicio del desamparo. La brecha social que se agiganta afectará sobre todo a los humildes, a los indocumentados, a los emigrantes. Pero, aunque se refugian en urnas de cristal y dispongan de servicios médicos privilegiados, tampoco los poderosos tienen la supervivencia asegurada.

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Juan Padrón, el genio de la cubanía

Juan Padrón. Cineasta Cubano (1947-2020)

Por Octavio Fraga Guerra

Su nombre está ligado a varias generaciones de cubanos. Elpidio Valdés, Vampiros en La Habana y la zaga de los Filminutos, constituyen tres de sus antológicas piezas edificadas con autentica cubanía. Tras permanecer hospitalizado durante casi un mes, falleció este 24 de marzo, el genio Juan Padrón.

“Podemos disentir en muchísimas cuestiones, polemizar con los viejos y con los más jóvenes, atacarnos, emigrar o quedarnos; defendernos, enfrascarnos en apasionadas discusiones, dejarnos abatir o, por el contrario, estimularnos a continuar batallando, pero si en algo estuvimos, estamos y estaremos de acuerdo todos los nacidos en esta Isla es precisamente en la identificación del más grande de nuestros historietistas”, dijo antes, sobre este gran hombre de la cultura y la nación, la escritora Laidi Fernández de Juan.

Historietista, ilustrador, caricaturista y cineasta, Nació en enero de 1947 en el Central Carolina, en Jovellanos, provincia de Matanzas. Graduado de la Licenciatura en Historia del Arte en la Universidad de La Habana (1978).

Comenzó, en 1963, su bregar artístico como humorista en el Semanario Mella. Sus historietas y chistes son incluidos en los suplementos El Sable, La Chicharra y Dedeté del diario Juventud Rebelde, publicación donde crea las series Vampiros, Zoológico, Comejenes, entre otros. En 1970 aparece por primera vez el legendario Elpidio Valdés, en las páginas del semanario Pionero que mutó, más tarde, en dibujos animados.

Su desarrollo como cineasta, estuvo marcado por la versatilidad: guionista, diseñador escenográfico, de story board y de personajes, así como la animación, la realización, incluida las voces de muchos de sus antológicos “muñequitos”.

Fue director cinematográfico de varios animados: la serie de Elpidio Valdés, Filminutos, Quinoscopios, Mafalda y Más se perdió en Cuba; de largometrajes como Una aventura de Elpidio Valdés, Elpidio Valdés contra dólar y cañón, ¡Vampiros en La Habana! Y Más vampiros en La Habana.

“Entre las sabidurías que nos entrega Juan Padrón está una asimilada manera de educar sobre asuntos patrióticos sin acogerse a una altisonancia de arenga, que por repetida termina banalizando los mensajes más significativos”, escribió el escritor y ensayista Reinaldo González. Y añadió: “Con los ardides y un gracejo propio del género, habla de nuestra guerra por la independencia con un lenguaje que le es afín. Informa sobre las condiciones en que ocurrió aquella lucha, el terreno en que se movieron los combatientes aprovechando los accidentes de una naturaleza también insurgente, la organización y un compromiso sembrado en la familia como ligamento de resistencia. Padrón sabe que en circunstancias que precisan el encomio de nuestras raíces –qué importa cómo las llamemos para no decir crisis–, el mensaje no debe enredarse en la redundancia discursiva, paloma demasiado adornada que sobrevuela sin posarse en el imaginario de cada uno”.

Varios premios y reconocimientos legitiman su descomunal carrera artística. Distinción por el Centenario de “La Edad de Oro”, Premio Nacional de Cine (2008), “Distinción por la Cultura Nacional”, Medalla “Alejo Carpentier”, los premios “Rubén Martínez Villena” y “El Diablo Cojuelo”, “Réplica del Machete de Máximo Gómez”, “Orden Félix Varela”.

Elpidio Valdés contra dólar y cañón: en 1983, obtuvo Segundo Premio Coral. V Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. La Habana, ¡Vampiros en La Habana!: en 1985 obtuvo Tercer Premio Coral. VII Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. La Habana. 1986.- Diploma de Honor. La fiesta de los hongos: en 1991, obtuvo Segundo Premio Coral. XIII Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. La Habana. Más vampiros en La Habana: en 2003 obtuvo Primer Premio Coral. XXV Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. La Habana. Tres de sus filmes forman parte de la colección del Museo de Arte Moderno de Nueva York.

Publicado en: https://www.cubaperiodistas.cu

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Semiótica del cine documental (Rubén Dittus, 2019)

Semiótica del cine documental, de Rubén Dittus

Por Jaime Céspedes

En su último libro, editado en 2019 en papel por Kindle Direct Publishing (Amazon), Rubén Dittus propone un extenso recorrido por los principales ángulos desde los que ha sido estudiado el cine documental, que se superponen para dar cuenta de la compleja naturaleza del género. El autor aborda su objeto de estudio desde el amplio marco que caracteriza su trabajo como editor de la Revista chilena de semiótica.

El libro, de marcado carácter teórico, destaca por su capacidad de integración de las principales perspectivas críticas que entran en la noción de ‘semiótica’ en sentido general y por la riqueza de la bibliografía utilizada, que contiene más de 200 entradas entre libros y artículos, desde mediados de los años 50 del siglo XX hasta la época actual, lo que da una idea de la capacidad del autor para explicar la evolución de las teorías que se han establecido en las universidades de Europa y América y la manera en que el cine documental centra el debate de las grandes cuestiones de representación de la realidad. A este respecto, destaca el capítulo 4 de los seis que componen el libro, “Fotografía y analogismo: basas semióticas del documental”, aunque la cuestión se extiende y se enriquece en el capítulo 5 (“La indexicalidad del documental: el cine in natura”).

Fiel a su perspectiva, Dittus no circunscribe el tema a un terreno estrictamente cinematográfico, sino que enfoca el cine documental como un género cuya conciencia de clase se ha asentado a menudo en acercamientos comparativos a la crítica de los géneros literarios y a la de otros géneros audiovisuales, que se influyen mutuamente y alcanzan en el cine documental un grado de retórica ‘superior’ por varias razones: por ser capaz de incluir más recursos de los demás ámbitos, por ofrecer una libertad creativa que pone en entredicho la idea misma de establecer ‘una’ teoría sobre el cine documental actual (“arte bastardo” lo llamaba J. L. Comolli, como recuerda Dittus en la página 19) y por tener una capacidad mayor de influir sociopolíticamente en la realidad, aunque el cine de ficción siga siendo más comercial y llegue, por tanto, a mayor número de gente.

De este modo, el autor expone novedosos comentarios sobre una materia en parte bien conocida que ahora es vista desde la experiencia y el conocimiento de las teorías y tendencias más actuales del cine documental, desde las perspectivas ya clásicas de la lingüística de Christian Metz y de la crítica literaria de Roland Barthes o de Mijaíl Bajtín, hasta los últimos enfoques intermediales, pasando, entre otras, por la crítica sociológica de Kracauer y por la de Edgar Morin, por la crítica postmarxista de Adorno, por la sicoanalítica de Lacan, por la estética de Jacques Aumont, por la política de Comolli, por la filosófica de Gilles Deleuze, por la pragmática de Teun van Dijk, por la semio-pragmática de Roger Odin y por estudios que han formulado sus teorías intentando partir de los hechos documentales en sí, como los de Bill Nichols.

A nuestro juicio, una de las virtudes de este volumen es que el autor no expone estas teorías en una ‘mera’ sucesión cronológica o lineal, sino que las pone en perspectiva, las compara y completa unas con otras para dar cuenta de los distintos colores de ese marco de estudio más amplio, la semiótica, que popularizara Umberto Eco, aunque el libro se abra con consideraciones de raigambre narratológica propias del estructuralismo francés y termine resaltando los desafíos políticos que plantea el cine documental. Aunque otros autores prefieran llamar a este tipo de perspectiva ‘total’ deconstruccionista (insistiendo en consideraciones más filosóficas) o hermenéutica (insistiendo en las consideraciones de la crítica elaborada por Adorno y la Escuela de Fráncfort), el autor muestra la riqueza y la pertinencia de la semiótica para los estudios sobre cine documental que analizan los artificios técnicos y retóricos de las películas como formas de búsqueda por parte de los directores de nuevas maneras de influir para que el cine documental sea visto, básicamente y según los casos, como arte, como documento, como arma política o como todo ello a la vez, tema del sexto y último capítulo del libro, “El documental político o la contemporaneidad relatada”.

Otra de las virtudes de este libro es la inclusión de ideas de algunos directores que, conocedores de las teorías académicas, se expresaron también desde la experiencia de su propia práctica, evidenciando la necesidad de tenerlas en cuenta en toda teoría que se pretenda elaborar sobre el cine documental. De igual modo, la búsqueda de una teoría ‘autónoma’, que no tenga que acudir a la vinculación del cine documental con otros lenguajes o géneros para explicarse a sí misma, queda tácitamente puesta en entredicho en las páginas de este libro que, aunque no presente una metodología de trabajo, contiene una síntesis teórica de indudable valor académico que ayudará a entender muchas perspectivas de análisis en las que lo mejor de la tradición crítica sigue muy presente.

Tomado de: http://revista.cinedocumental.com.ar

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¿Quién eres tú Sara Gómez?

Sara Gómez, Cineasta cubana

Por Gerardo Fulleda León

Pudo ser una negrita pianista “clase media”, para ello fue preparada. Estudió en el conservatorio de música de su ciudad con excelentes notas y tenía su espacio laboral en esa especialidad ya ganado, por herencia en la tradición familiar de músicos. Un golpe, de esos imprevisibles y cambiantes, la hizo levantarse la mañana del 1° de enero de 1959 a una realidad otra. A partir de entonces se dio un vuelco en su vida. La niña bien, de buenas a primera, estaba en todos los estrenos teatrales, en las exposiciones más atrevidas, en los conversatorios y tertulias de “explosivos intelectuales”. Ella, y los de su grupo, devoraban lecturas poco comunes para otras generaciones de jóvenes, que iban desde El manifiesto comunista hasta La noche oscura. Pero sobre todo asistían a cines debates y veían mucho cine, toda clase de cine.

Esto hubiera sido tolerable, acorde a los nuevos aires, si además no hubiera ejercido el periodismo, antes de los 20 años, en la revista juvenil Mella y en el suplemento del diario comunista Hoy domingo. Donde, por supuesto, de lo que más escribía era de cine. ¡Era demasiado! Pero para colmo asistía de alumna al seminario de Etnología y Folklore que impartía el connotado etnólogo y músico Argeliers León, en el Teatro Nacional de Cuba. Allí tenía de compinches de aula a Rogelio Martínez Furé, Inés María Martiatu, Miguel Barnet y otros. Había que admitir que iba por mal camino.

Un día de 1961, como ya era de esperar, se integra a trabajar en el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) como asistente de dirección de Tomás Gutiérrez Alea, en su filme Cumbite, con Jorge Fraga en El robo y con Agnes Vardá en un documental sobre Cuba. Al mismo tiempo realiza notas para la serie didáctica de documentales, Enciclopedia popular, supervisada por el maestro Santiago Álvarez. Al poco tiempo, como si cosiera y cantase, realizó su Historia de la piratería, que a ella siempre le pareció tan solo un ejercicio de oficio por la cercanía a los temas y maneras de su diario quehacer laboral. Realmente es un delicioso sondeo a un material que en otras manos sería pasto del habitual tratamiento didáctico y que por ella escapa de tal connotación, gracias a determinado humor y picardía que lo preside.

En 1964 lleva a cabo su primer documental, Iré a Santiago. Allí en sólo 16 minutos, amparada por el poema de García Lorca, ejecuta un recorrido noble y entusiasta por Santiago de Cuba y sus habitantes. En imágenes frescas capta la espontaneidad, la alegría y la sensualidad del cubano. Lo edita ella misma con comentarios de su propia cosecha. Todo realizado al estilo free cinema, tan en boga entonces.

Aún hoy resulta uno de los más impresionantes documentales filmados en Cuba, por aquellos años, por su calidad, rigor y riqueza creativa.

Sara Gómez era ante todo una mujer de carta cabal, con una lengua cortante y pronta a restallar como una navaja al aire ante lo que no le pareciera bien; amiga de las bromas, las ocurrencias y de la buena música, negada a las etiquetas y a las consignas que intentaban tapiar interrogantes. Transgresora por naturaleza, ávida por conciencia y de una ternura que derrochó a raudales, en su corta estadía en la vida, entre sus amores, amigos y galanes, sus hijos, su obra y la cultura de su país.

Debemos dejar aclarado ahora algo más: ella no era una feminista a ultranza, y algo más, compartía su condición de mujer con otros tres “pecados capitales”: negra, de pro-cedencia humilde, y creyente de la religión popular sincrética, por supuesto que a su manera. Y aun algo más, le gustaba el “ambiente” o sea los llamados círculos populares de la ciudad donde se sentía en su salsa, allí donde se daban las manos marginales con obreros, el negro “vozalón” con el blanquito “guaricandilla”, el santero con el católico. Y cualquiera otra clase de liga humana, mal vista por las “personas decentes”. Pero lo más inquietante es que ante todo eso, ella no adoptó una postura exultante; sino que lo valoró críticamente mirando al envés, descolocando los fundamentos que les son propios y poniéndolos en tela de juicio para intentar separar la paja del grano. Con tales antecedentes… ¿Qué imágenes de la realidad podíamos esperar en sus filmes?

La propuesta cinematográfica, desde su perspectiva que es interesada siempre que quiere ser reflexiva, es un ejemplo de la transformación artística que el arte ofrece de la vida real. Pues ésta siempre es una visión subjetiva, otra; aun la óptica del creador que pretenda ser más objetiva se ve precisada a seleccionar, estilizar y sintetizar los componentes del fragmento del devenir que quiere visualizar. Este proceso obliga a concentrarse en la clarificación de las tensiones y oposiciones fundamentales en detrimento de otras que signan el movimiento del fenómeno que se intenta exponer cuando se persigue una imago transformada en arte, reverberación de la transformación que permanentemente ocurre en la realidad.

Por otro lado es incuestionable para cualquier sujeto del siglo XX, que el cine, de todas las artes, es la gran industria. Trasmisora de ideologías, modos de vida y patrones morales a seguir. El filme más “ingenuo y cándido” deviene quizás en el más peligroso, porque en él están diluidos y balanceados los componentes arriba enunciados, de la forma más digerible y por tanto asimilable. En las culturas del Sur se abre una problemática: sin pretender renunciar a los propósitos anteriores… ¿Cómo preservar e instaurar en un mercado exigente la visión propia de un mundo rechazado como productor competitivo pero a la vez portador de lo otro, tan necesario, aunque sea mínimamente, para calmar las apetencias exóticas de consumo de las grandes sociedades industrializadas?

Nuestros realizadores tienen un poco en donde escoger. Puede hacerse un cine todo para vender, con palmeras tropicales, playas luminosas, logros y seres humanos espléndidos con problemas nada antagónicos, que la buena voluntad de la mayoría ayudan a resolver. O por el contrario hacer cintas con zonas de la realidad poco benévolas, difíciles de vender y con personajes que actúan de una forma que nos molesta, que desgraciadamente no viven en Marte, y con problemas muy agudos que ni ellos ni nosotros podemos liquidar por el momento. Inquietante paradoja.

Muchos creadores consideran que la universalidad en el arte se logra limando la obra de las asperezas que no pueden ser entendidas y molestar, por crudos e inexplicables, en otros contextos o en nuestras propias determinadas circunstancias. Afán de esencialismo y supuesta trascendencia. Es un precio que a veces los del Sur tenemos que pagar para ser aceptados primero y luego acceder al mercado. Otros por el contrario, creen que yendo más a la raíz de las circunstancias, pese a sus durezas, problematizando más su material con las contradicciones que se evidencian en el manifestarse de las esencias y las apariencias, esperan hacer más comprensible su identidad, Sarita en los dos dilemas planteados optó siempre por la segunda alternativa.

La otra Sarita

En menos de 10 años (1964-1973) ella realizó su obra fílmica —15 documentales y un largometraje— que la sitúan, no sólo por su extensión sino por su profundidad y rigor ex-presivo, como la más importante cineasta cubana de este siglo y una de las grandes figuras de la cinematografía iberoamericana. No vamos a deternenos en todo su catálogo, con excelencias insoslayables, sino en cuatro de esos documentales y en su largometraje, por considerarlos máximos exponentes de su poética y de las preocupaciones como ser social y artista que la atenazaban. Crónica de mi familia (1966), Y tenemos sabor (1967), En la otra isla y Una isla para Miguel (1968), junto a De cierta manera (1973), serán los ejemplos a los que nos acercaremos.

Vayamos por parte. En Crónica de mi familia nos encontramos ante algo inusual en una nación eminentemente mestiza como la nuestra, aun hoy en día, para el cine, la TV y el video que se hace en Cuba: la visión de una familia negra. Morosamente, como si estuvié-ramos paladeando visualmente los cuadros de una exposición, la cámara nos va desvelando a los miembros varones de la familia de la creadora. Todos músicos y de diversas generaciones. Los comentarios son escuetos, de una sugerencia contenida. Luego pasa a las féminas, con igual parsimonia, ellas como espectadoras de un concierto donde ellos interpretan, como parte de la banda de la ciudad, un aire musical reconocible. La cámara termina deteniéndose en un personaje casi mítico, una tía abuela pulcra y de punta en blanco, vieja que atesorabas tradiciones familiares como su virginidad, intacta.

Ella es el resumen de todas las “buenas maneras y costumbres” que se veía obligado a asumir el hombre negro, si quería ser aceptado en la sociedad republicana, cuando no contaba con mucho más. La escuchamos hablar sinceramente, cauta y en una actitud algo socarrona, de actividades triviales de su pasado pero de las que se desprende un vaho de sumisión. La cineasta se pregunta, por voz de la narradora, “¿Habrá que cumplir la necesidad de ser un negro distinto?”

De las comadritas y tapetes bordados, del amoroso ambiente humilde pero casi resplandeciente de la casa de la anciana pasamos a otra locación: un sitio aún más humilde donde otra mujer, aun joven, se mueve entre paredes descuidadas, imágenes y atributos de religiones de ascendencia africana. No oímos nunca de qué habla, pero la vemos desenvolverse con su gestualidad desparpajada y su cigarro en la boca. La narradora no delata que esta prima ejerció la prostitución antes de la Revolución, pero nos confiesa, que no sabe por qué, pero de todas las personas de su familia ésta es la que más le gusta. Y sobre este personaje haciendo las tareas de la casa se hace el final. Un poema cinematográfico que saca del baúl sus cartas de autenticidad, allí donde las familias negras hemos querido esconder nuestras falsas aspiraciones, nuestras mediocres existencias y las pequeñas miserias humanas, como un mal nefando e impublicable. Sobria y amarga manera de erigir nuestra dignidad, de ser lo que somos.

Y tenemos sabor es uno de los mejores y más instructivos documentales sobre la mú-sica cubana que hayamos visto. Con maestría nos introduce en el mundo de los instrumentos musicales oriundos de Cuba. La quijá, las claves, el quinto, el güiro, las maracas, el guayo, los timbales y los bongóes son mostrados y analizados aclarándonos su función y el porqué de su origen, muchos de ellos de procedencia provinciana, rural y de raigambre africana. La directora que siempre aparece en pantalla toma la función que le corresponde al espectador repleto de interrogantes y expectativas; así quiere instruirnos y establecer un vaso comunicante con la diversidad de nuestros ritmos para que aprendamos a conocerlos y diferenciarlos, lo que nos haría más aptos para disfrutarlos cuando se ejecuta la música bailable: el son y otros ritmos complementarios. Aquí de nuevo el factor humano juega un rol primordial, rostros, actitudes de gente de pueblo, a veces en scorzo, que disfrutan del baile o permanecen como espectadores y coros, en sus singulares ambientes: solares, portales y habitaciones hacinadas. Estas particularidades apoyan esa mirada interior que sólo la sagacidad de un verdadero artista puede aportarnos con su punto de vista. Uno termina de ver la última secuencia regocijado y seguro de tener algo más que una visión turística, de la porción del país mostrado.

Una isla para Miguel y En la otra isla nos enfrenta a dos de las obras más polémicas que ha hecho el cine cubano en su historia. Ambos recogen peculiaridades de un momento en los anales de nuestro devenir posterior al triunfo de la Revolución.

Durante los años 65-67 un territorio casi despoblado por la avalancha de emigrante hacia la capital y las deserciones a otras latitudes continentales como el de la Isla de la Juventud —antes Isla de Pinos— con amplios terrenos para la agricultura y la ganadería necesitaba de mano de obra consciente que llevara a cabo los planes de producción en proyecto y se afianzara en aquel suelo. A su vez existía, en el resto del país y en especial en La Habana, un por ciento estimable de jóvenes con dificultades de conducta social por diversas causas que iban desde las ocasionadas por peculiaridades del carácter, estados de pobreza familiar, problemas políticos propios o de sus padres, conflictos con la religiosidad, maneras de manejar su sexualidad o de ser entendidas éstas por el medio. Cuando no algunos raterillos negados a estudiar o trabajar, proclives muchos de ellos, atenazados por la intolerancia de algunos sectores a convertirse en lumpens sociales, si no se les atendía a tiempo y se encontraban formas, con comprensión y amplitud, de enrolarlos productivamente en la sociedad con sus características específicas. El Gobierno Revolucionario creó entonces en esta isla cercana a la isla grande, granjas de reeducación atendidas especialmente por jóvenes instruidos en diversas ramas, que con el trabajo y el estudio y un tratamiento humano intentarían disciplinar, instruir y sacar lo mejor de sí de los otros jóvenes.

Era una tarea ardua. En Una isla para Miguel vemos a un chico de estos, Miguel, un mozalbete apenas que está siendo adiestrado, cómo se relaciona con los demás compañeros, cómo trabaja, coopera, se divierte y realiza las travesuras y los juegos de cualquier muchacho de su edad. A la vez toma estudios elementales con determinada seriedad. Se nos presenta a su madre, mujer pobrísima, con sus otros hijos, abandonada por el padre y tratando de cargar con su cruz de la mejor manera posible, con la ayuda económica de Bienestar Social y su trabajo. Es una lucha titánica pues la crianza no está sustentada tan sólo en el factor económico. Miguel asume en pantalla la necesidad de cambiar, de transformarse pues se siente por primera vez de otra forma, diferente, en lo que hace y en las relaciones que encuentra en la isla, según sus propias palabras.

Sarita no trata de aleccionar, capta, escucha, muestra y va armándonos un enfoque más humano, de quienes para algunos pueden ser considerados como marginales, sin paternalismos pero sin edulcoraciones. No hay monsergas, ni teques ideológicos en su cinta. Para ella enfrentarse a esta parte de la realidad es un reto que hay que asumir: la necesidad de transformar al individuo pero también sus condiciones de vida. La realizadora no nos escamotea conflictos ni evade vivencias contradictorias. Ella misma quiere aprender y transformarse en otro ser más lúcido y humano ante lo que va descubriendo tras la cámara, aunque no responda a los patrones que la animaron a la pesquisa fílmica. Comprende y nos lleva a nosotros a comprender que la circunstancia mostrada es amarga pero propensa a la transformación siempre y cuando no eludamos la mirada y no desviemos el gesto necesario.

En la otra isla se abre el muestrario: una muchacha de 17 años que quiere ser peluquera, un joven sancionado por actividades contrarrevolucionarias que trabaja de día y de noche dirige un grupo de teatro; un tenor negro que labora en la agricultura; un exseminarista que quiere abrazar a la Revolución; una muchacha que salió de un reformatorio de menores y otra tan callada que asusta, y Jimmy, otro joven expulsado de su beca de estudios en Checoslovaquia por negarse a cortar su melena, entre otros.

Con este abanico y partiendo de un cine-encuesta, Sarita aporta un manojo de contra-dicciones de índole diversa sobre la condición humana de estos jóvenes —y que varios trataron de reducir a la etiqueta de desviaciones ideológicas—, signadas en su mayoría por la más absoluta sinceridad del momento. Más que alegatos son confesiones donde no faltan el optimismo, el candor, cierto acomodamiento, la insatisfacción y el desacuerdo. Ella vuelve aquí a aparecer en escena y los pulsa: se comunica con ellos para lograr sacar a flote los sucesivos rostros en los que pueden haberse enmascarado los jóvenes para subsistir.

Manuela, una de las muchachas cuyo padre ha estado preso por ser agente de la CIA, mientras la madre se ha ido a los Estados Unidos y la ha abandonado, describe su experiencia. Y Cacha, la reeducadora, habla del proceso de rehabilitación de Manuela y responde con franqueza y amplitud sobre la necesidad de tratar a los muchachos como adultos en formación en los problemas del sexo. Sin prejuicios que condicionarían el tránsito a una doble moral. Sara recurre en este documental a la estratagema del cine dentro del cine, muestra a ambas, con imágenes, lo que piensan la una de la otra, el resultado es conmovedor. Lázaro intenta concebir un discurso orgánico y coherente en donde sin hacer total la dejación — ¿podría?— de su formación cristiana, logre conciliar sus necesidades vitales y de joven que vive en una nueva sociedad con los valores religiosos inculcados en sus hábitos y sangre. Lacerante encrucijada que transita el joven con claridad y vehemencia conceptual.

El tenor negro, tras largas y sinuosas evasivas logra abrirse y mostrar su llaga: la causa que lo hizo abandonar una compañía de ópera y a dejar La Habana fue el prejuicio racial de varios compañeros y conocidos. Ya casi al final, sin ironías, con la candidez de quien quiere que le dejen una luz antes de irse a dormir para no perderse en el sueño, pregunta “¿Sara, tú crees que algún día cantaré La Traviatta?” Desgarrados testimonios que ahora nos hacen interrogarnos. ¿Qué habrá sido de estos jóvenes? ¿Dónde estarán y qué será de sus vidas?

A muchos sorprendió que se le encomendara a Sara Gómez la realización de su primer largometraje. Resultaba excepcional que a pocos años de creado el ICAIC, una mujer joven haya iniciado su carrera profesional, en ese medio, reservado hasta ese momento a los hombres. Esta valentía y riesgo al cabo dio sus frutos no sólo en la obra de Sara, sino también en el acicate que para otras realizadoras posteriores,2 ha significado su ejemplo.

De la mano tutelar de Titón, el visto bueno de Alfredo Guevara y con la colaboración del dramaturgo Tomás González, que ya había participado con ella en otros materiales, Sara acomete su mayor empresa. A su favor tenía el bagaje técnico y la carga expresiva de sus anteriores creaciones. En contra, su minada salud agravada por una reciente maternidad que debilitó al máximo sus reservas. Se lo jugó todo al canelo.

Para entonces ya tenía mucho más claro lo que quería hacer en su empresa, una especie de film encuesta en que la realidad se sirviera de la ficción y viceversa. Apasionada y lúcida revolucionaria no quería realizar una pancarta de las bondades de la realidad, pero menos un coqueteo con la reacción. Nada que pareciera una película de propaganda social y turística pero tampoco la novelita rosa disfrazada de problemas clasistas.

Fanón, Marx. Chris Marker, el neorrealismo italiano, Pudovkin, Godard, el indio Fernández, Marty y Despedida de soltero, la Vardá, Glauber Rocha y Pereira Dos Santos, Titón, Santiago Álvarez, y otra vez Fanón y Marx y siempre la gente del barrio y del ambiente deben haberla rondado, como ángeles tutelares, antes de ponerse detrás de la cámara para dar la orden de… ¡acción!

Entre sus primeras decisiones estuvo filmar los sucesos sin retoques, que la película fuera de 16 mm —aunque después se ampliara el negativo a 35 mm— para no dejarse seducir por la belleza de los planos y la búsqueda de ello. Que la calidad de la imagen fuera granosa, espesa y verídica como la realidad.

Ya el tema en sí era insólito en el ámbito del cine cubano: un mulato de un barrio mar-ginal, mudado con sus padres a un barrio residencial recién creado por el Gobierno Revolucionario, tiene amores con una profesora blanca de procedencia pequeño burguesa y que trabaja en una escuela en el nuevo enclave. Ambos entran en contradicciones por sus diferentes formaciones y actitudes ante la vida. Así de sencillo.

El guión corrió a la cuenta de Tomás González, uno de los más personales drama-turgos de su generación quien posteriormente hiciera el guión de La última cena, ese otro clásico de Tomás Gutiérrez Alea. En De cierta manera, Sara y Tomás perfilan sus anteriores colaboraciones de una manera rica y singular. No es una historia lineal la que fraguan, se valen de interpolaciones, de otras historias particulares y de vivencias o materiales informativos de la realidad. Su afán no es reducir sino problematizar las circunstancias en que estos amantes se mueven para clarificar el por qué actúan y son así. Por eso los carteles, las bifurcaciones que enrarecen lo que sería el relato tradicional de la pareja dándole al filme una textura poco convencional.

Realizada con actores profesionales y personas que vivían en el propio barrio o en semejantes a ese, quienes se representan a sí mismos y sus problemas ante las cámaras. La obra resulta de tal modo una especie de docudrama, algo más que un válido entretenimiento sino también una forma de reconocimiento a una zona de la cultura popular de nuestro país. Abierta al debate, toma a la realidad en movimiento consciente de que ésta se transforma paso a paso, día a día, aun imperceptiblemente, pero con tendencia al natural cambio y al mejoramiento de la condición humana.

Dentro de la dialéctica en que enfrenta a sus personajes, la creadora trata de que muestren todas sus facetas, aunque esto sea contraproducente para el medio y a veces para ellos mismos. Por eso su cine aun molesta, lacera y levanta pústulas que han de despertar conciencias adormecidas. Indudablemente este filme, como sus documentales, no nos da una percepción complaciente de los individuos y su medio. Pues su realizadora necesitaba hacernos reflexionar, quizás primero a ella misma, antes que dictar consignas o estratificaciones sociales.

El cine de Sara puede resultar imperfecto para algunos y no de arte sino de vida; pero una vida que tiene la emotividad y pujanza y verdad del mejor arte. Ella arremete en toda su obra y en su largometraje contra el machismo, ese mal que todavía nos aqueja y que nace de la incapacidad para asumimos a nosotros mismos como somos y a los problemas que nos plantea la existencia diaria. Mira en lo malo que se enquista en el hombre y sus circunstancias y en las tradiciones que le impiden alcanzar la plenitud humana. No los condena a priori sino que analiza que sus valores y códigos retardatarios sean religiosos, sociales o morales para que afloren las fuerzas sostenedoras de lo mejor, para la vida, el desarrollo y la memoria del individuo.

De cierta manera resulta un desgarrado testimonio, no un alegato socio-político, sobre las relaciones humanas en transformación acorde a la lucha que establece una nueva ética en una sociedad imperfecta pero con empeño de perfeccionabilidad. Muchas lecturas al margen nos propuso su creadora que pueden encontrar los que se acerquen a esta cinta; yo me quedo con la fuerza simbólica de las imágenes recurrentes del film, como la grúa que con golpetazos de badajo demuele las destartaladas edificaciones de la vieja ciudad. Porque su obra es citadina habla de lo que duele y conoce al dedillo, la vieja, querida y soñada ciudad de La Habana, que se depaupera en parte a grandes trazos ante nuestros ojos, pese a los esfuerzos por apuntalarla; mientras una marejada renovadora sostiene a sus pobladores. Nadie como ella ha ido más allá en esta temática en nuestra cinematografía.

Sara no alcanzó a ver terminada su obra mayor, la muerte le jugó una mala pasada. Tras finalizar la filmación de la película las tensiones, las alegrías y los sobresaltos acallaron definitivamente su corazón afectado por el asma crónica. Titón entonces, con amor y sabiduría, y la ayuda del editor Iván Arocha, terminó de ensamblar una película que fue concebida para dos horas y con material fílmico para doblar los 79 minutos de duración, a los que quedó reducido. De cierta manera fue recibido con agrado y celebraciones por el gran público en su estreno nacional, con algunas reservas de la crítica. Este largometraje junto a Y tenemos sabor son las dos fuentes hoy en día en que se sustenta la mitología creciente sobre la obra de Sara Gómez, desconocido el resto para los estudiosos de diferentes confines e inclusive para nuestro público y crítica.

En Cuba más que en ningún otro lugar del mundo, se muestra, se habla y defiende fehacientemente la memoria popular que conforma la identidad, esto salta a la vista aun del más cándido de los visitantes. Por ello nos resulta más inefable el montón de imágenes que Sarita logró atrapar en su quehacer artístico, en donde laten gran parte de nuestras esencias y carencias vistos con ironía y humor a ratos, contrastantes a menudo pero siempre de forma honesta y reflexiva y que aguardan su mayor esplendor, su momento: ese en que podamos paladear toda su obra a plenitud, superadas las contingencias, temores y recelos. Porque como decía su hermano creativo y de alma, Tomás González, Sara “no sabía cantar a la Revolución sino hacerla desde dentro, sacando a la luz tanto lo bueno anónimo como lo mal hecho anónimo”.3 Necesitamos también esa porción del espejo que nos devuelva la totalidad de nuestra imagen emotiva y dolida pero complementaria de la memoria e identidad popular cubana.

1 Filmografía: Historia de la piratería (1962-63), Crónica de mi familia (1963. d. 8 min.), Iré a Santiago (1964, d. 16 min.), Excursión a Vuelta Abajo (1965. d. 10 min.), Y tenemos sabor (1967, d. 30 min.,), En la otra isla (1968. d. 41 min.), Una isla para Miguel (1968. d. 22 min.), Isla del Tesoro (1969, d. 10 min.), Poder local, poder popular (1970. d. 10 min.), Atención prenatal (1972, d. 10 min.), Un documental a propósito del tránsito (1971, d. 17 min.), Año uno (1972, d. 10 min.), Sobre horas extras y trabajo voluntario (1973, d. 29 mins.) y De cierta manera (1973, d. 79 min.).

2 Ahí están en nuestros días la labor realizada por Lizette Vila. Gloria Rolando y Miriam Talayera, entre otras.

3 Tomás González. “Memoria de una cierta Sara”. En: Cine Cubano no. 127. La Habana, 1989. p. 12-19. Número dedicado al cine de Sara Gómez.

Fuente: La Gaceta de Cuba no. 4. La Habana, julio-agosto 1999. p. 42-47

Tomado de: http://cinelatinoamericano.org

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“12 hombres sin piedad”

12 hombres sin piedad, de Sidney Lumet

Por J. Casri

La cultura del remake ha proporcionado en innumerables ocasiones una repetición narrativa, fílmica y temática, demostrando ser un posible exponente del agotamiento de ideas en el panorama cultural contemporáneo. La práctica de la industria cinematográfica de saturar carteleras con remakes, spin-offs y secuelas sigue vigente, y numerosas voces apuntan que son muestra de la desaparición de la imaginación, la originalidad y prueba de una decadencia cultural en la que seguimos inmersos. Sin embargo, el remake puede dar asombrosos resultados.

Dejando de lado aspectos de explotación comercial, no es sorprendente que la cultura del remake se haya asentado en décadas pasadas, ya que sus características encontraron una sinergia con aquellas del postmodernismo, época cultural declarada difunta (puede que prematuramente) pero, de la cual, ciertos elementos siguen plenamente activos. Préstamos textuales, apropiaciones, citaciones, imitaciones, recuperaciones y el reciclaje de motivos y temas son formas discursivas arraigadas desde el postmodernismo. Como dijo Jean-Luc Godard, “yo no invento, robo.”

El robo, préstamo y reciclaje narrativo no suponen un nuevo procedimiento ideado por creadores de la generación de Godard, sino que es tan antigua como la tradición de contar historias. Desde Homero y los dramaturgos de la Grecia antigua en su adaptación de mitos, en la Roma clásica y su idea de imitación, pasando por Shakespeare con su apropiación de estos mitos y de obras previas como en el caso de Hamlet, llegando al siglo XX con por ejemplo el “Ulises” de James Joyce, las conexiones, relaciones intertextuales, apropiaciones y adaptaciones de otras obras para crear obras maestras siempre ha existido. Sin embargo, el postmodernismo asentó una forma de crear ensalzando la apropiación como acto de originalidad y una nueva manera de leer textos. Se consolida una sugestiva recepción basada en esta interdependencia entre obras, perfectamente representada en “12 hombres sin piedad” (1957) del estadounidense Sidney Lumet y su remake/adaptación “12” (2007), del ruso Nikita Mikhalkov: una lectura (y visionado) de ambas obras de forma simultánea en base a esta interdependencia, no en base a la originalidad de la obra sino en función de la utilización y reciclaje de motivos y temáticas.

Sidney Lumet, responsable de obras icónicas como “Sérpico” o “Tarde de perros”, no era ajeno a la cultura del remake, sino partícipe. Por ejemplo, en su filmografía se hallan títulos como “El mago”, una readaptación de “El mago de Oz”, “Gloria”, un remake del filme homónimo de John Cassavetes, adaptaciones de obras de teatro como “La trampa de la muerta” y, en su biografía, proyectos como “Scarface”, adaptación del clásico de los años 30 que luego paso a manos de Brian de Palma. Y, por supuesto, se encuentra “12 hombres sin piedad”. En las re-adaptaciones realizadas por Lumet se aprecia la pugna entre fidelidad e infidelidad textual, un debate a veces controvertido que tanto desacraliza textos como abre discusiones sobre intencionalidad autorial y multiplicidad de lecturas. Originariamente, el caso de “12 hombres in piedad” es un ejemplo de pura fidelidad al material original.

En su encarnación primera, ”12 hombres sin piedad” fue una obra emitida en directo como episodio de televisión de una hora de duración para el programa Studio One, en 1954. Fue un éxito, ganando tres premios Emmy a la mejor dirección de Franklin Schaffner, al mejor guion de Reginald Rose y al mejor actor principal, Robert Cummings. Hasta el 2003, la grabación de este programa se consideraba perdida y hoy se puede encontrar aquí. Siguiendo su popularidad, Herny Fonda se propuso adaptar la obra a la gran pantalla y escogió a Sidney Lumet como director, hombre que solo tenía experiencia en televisión y quien inauguraría su carrera cinematográfica con este genial drama judicial.

Las modificaciones que se aprecian en el filme de Lumet con respecto al original son de depuración. Poco en el preciso mecanismo de la obra se modifica, e incluso varios de los actores repiten en sus roles. Se mantiene la concepción de drama encerrado tanto en trama como en espacio y tiempo, una arquitectura aristotélica de obra teatral de corte clásico donde se respetan las unidades de tiempo y espacio (un único lugar y un desarrollo completo de menos de 24 horas de duración), así como la focalización en una sola unidad de acción, es decir una sola trama principal sin secundarias. Lumet se centra en pulir las motivaciones de los personajes, los mecanismos de acción-reacción, en acentuar la sensación de claustrofobia y añade un trabajo de dirección que, por limitaciones técnicas de la retransmisión en directo, el original no presentaba. Si uno se fija, Lumet coloca la cámara en diferente posición en función del acto de la obra, estando por encima del nivel de los ojos y en gran angular en el primero para presentar una separación entre personajes, a nivel de los ojos en el segundo acto y, en el tercero, por debajo y encuadrando primeros planos para acentuar la sensación de encerramiento. En resumen, se liman las asperezas de una buena obra para generar una obra maestra que, en esencia, es un remake directo.

“12 hombres sin piedad”, más de sesenta años después, se mantiene como una extraordinaria película donde, empleando las convenciones de un drama judicial, se construye un fascinante análisis sobre el papel y las responsabilidades tanto individuales como colectivas, las limitaciones del sistema judicial y la presencia semioculta de los prejuicios sociales, raciales, socioeconómicos y personales ante hechos supuestamente objetivos e incontestables. Las deliberaciones de este jurado, ante el caso presentado donde un joven portorriqueño sin recursos ha presuntamente asesinado a su padre, se inician con una presunción de culpabilidad, y no de inocencia. Solo un hombre tiene reparos en condenar de forma expeditiva al joven y, en un movimiento de caída de fichas de dominó, el grupo llega progresivamente a un consenso al desengranar la carga de prejuicio, suposición y desconfianza que lastra cada hecho inicialmente condenatorio. El recelo al inmigrante y la fiabilidad de procesos teóricamente objetivos como son los judiciales, los cuales sufren de racismo y clasicismo endémicos, son cuestiones centrales en este filme y de plena vigencia hoy en día, a pesar de que trasfondos de los años 50 como el Macartismo (con su sistema de enjuiciamiento durante la caza de brujas basado en la acusación y presunción de culpabilidad), así como el movimiento de lucha por las libertades civiles, no los tenga uno en mente cuando ve la película hoy en día.

Remakes no solo pueden basarse en la semejanza, también en la diferencia dentro de la repetición. A lo largo de décadas, “12 hombres sin piedad” ha sido adaptada al teatro en multitud de países y épocas, así como cinematográficamente en Francia, Japón y Rusia, por ejemplo. El ejemplo ruso, con “12”, es una fantástica muestra de infidelidad textual y de cómo homenaje, pastiche y multiplicidad de historias pueden resultar en un filme imprescindible y con identidad propia.

Escribiendo sobre remakes, el teórico Michael Brashinsky afirma que “el artista postmoderno no tiene otra manera de analizar la realidad salvo la utilización de un intérprete de otra cultura […]. El remake se mantiene como el medio metacultural que tiene que cruzar fronteras, temporales o espaciales, para realizar conexiones”. Es lógico que el contexto sociocultural condicione la relectura y adaptación de una obra, y como afirma un personaje de “12”, “ésta es una historia muy rusa.” El proceso de recontextualización en manos de Nikita Mikhalkov abre la puerta a la idea de historia e historias en todas sus facetas, es decir, la historia personal de cada personaje y la historia colectiva de Rusia. A la vez mantiene los principios sobre los que se sustenta el filme de Lumet, unos pilares originariamente estadounidenses tanto formales como éticos: el papel del individuo dentro de la colectividad, la interferencia de prejuicios personales y el estado moral de una nación que juzga despreocupadamente a un inmigrante bajo una forma de corrupción. “12” utiliza el armazón argumental de “12 hombres sin piedad” para encerrar en una habitación a un reflejo de la sociedad rusa y explorar así sus contradicciones e historia, empleando las consecuencias del largo conflicto ruso-checheno representado en un joven checheno que apenas habla ruso, acusado de asesinar al militar ruso que lo adoptó tras la muerte de sus padres. El simbolismo de este escenario de adopción marcada por la violencia ya es suficiente para abrir un abanico de lecturas entre líneas, y escenas de la infancia bélica del acusado, a diferencia de la versión de Lumet, dejan de presentarle como un actor pasivo en este drama y se convierte en un miembro activo. “12” se lee a través del filme de Lumet pero simultáneamente a través de otros textos, como periodísticos e históricos. Es interesante notar que ambas películas no carecen de sus propios sesgos, como puede ser el papel de la mujer.

En su adaptación, “12” rompe las reglas de su fuente y deja entrar la macrohistoria rusa en su metraje, así como da espacio para que cada personaje pueda contar una variedad de historias personales que funcionan a modo de parábolas. Como si fuera un texto de Salman Rushdie, “12” es una explosión de relatos, una reivindicación de la multiplicidad de historias que se pueden encontrar contenidas en una sola habitación y de cómo se interrelacionan entre ellas para crear un tejido propio, historias que, en última instancia, condenarán o absolverán al joven checheno.

Sin embargo, “12” no es un filme puramente postmoderno. Tal y como escribe Linda Hutcheon en “Las políticas del postmodernismo”, “la reapropiación de representaciones existentes [..] y el ponerlas en nuevos e irónicos contextos es una forma típica de […] crítica postmodernista”. “12” carece de la ironía postmodernista tan criticada y sobreutilizada vacuamente durante años, y se acerca a la ‘nueva sinceridad’ que busca contrarrestar la tendencia de la ironía como método sin dejar de asumir la herencia de muchas prácticas y discursos del postmodernismo.

“12 hombres sin piedad” de Lumet, un remake, y “12” una readaptación, problematizan la idea de la originalidad y ofrecen un contraargumento ante la esterilidad muchas veces expuesta por la cultura de la repetición. Son dos magníficas películas que han bebido directamente una fuente fílmica, pero cuyo resultado es cautivante. Reescritura, recontextualización, reinterpretación demuestran que la cultura de hoy es un polisistema interrelacionado, donde estos dos filmes dejan de ser elementos aislados y entran a formar parte de la cosmología de historias, enriqueciéndose mutuamente gracias a su repetición.

Tomado de: https://www.elviejotopo.com

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