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La pandemia demuestra la necesidad de cooperación pese a las diferencias políticas

El impacto de la COVID-19 puede medirse ya y podrá evaluarse en el futuro por la impresionante cantidad de personas infectadas, por las cifras inaceptables de muertes, por el daño indiscutible a la economía mundial, a la producción, el comercio, el empleo y los ingresos personales de millones de personas. Es una crisis que rebasa con creces el ámbito sanitario.

La pandemia llega y se propaga en un escenario previamente caracterizado por la abrumadora desigualdad económica y social entre y dentro de las naciones, con flujos migratorios y de refugiados sin precedentes; en el que la xenofobia y la discriminación racial vuelven a aflorar; y en el que los impresionantes avances de la ciencia y la tecnología, particularmente en materia de salud, se concentran cada vez más en el negocio farmacéutico y la comercialización de la medicina, en vez de dirigirse a asegurar el bienestar y la vida saludable de las mayorías.

Llega a un mundo lastrado por patrones de producción y consumo que se sabe son insostenibles e incompatibles con la condición agotable de los recursos naturales de los que depende la vida en el planeta, particularmente en los países más industrializados y entre las élites de los países en desarrollo.

Antes de que se identificara al primer enfermo, había 820 millones de personas hambrientas en el mundo, 2 mil 200 millones sin servicios de agua potable, 4 mil 200 millones sin servicios de saneamiento gestionados de forma segura y 3 mil millones sin instalaciones básicas para el lavado de las manos.

Ese escenario resulta más inadmisible cuando se conoce que a nivel global se emplean al año unos 618 mil 700 millones de dólares estadounidenses solo en publicidad, junto a un billón 8 mil millones de dólares estadounidenses en gasto militar y de armamentos, que resultan totalmente inútiles para combatir la amenaza de la COVID-19, con sus decenas de miles de muertes.

El virus no discrimina entre unos y otros. No lo hace entre ricos y pobres, pero sus efectos devastadores se multiplican allí donde están los más vulnerables, los de menos ingresos, en el mundo pobre y subdesarrollado, en los bolsones de pobreza de las grandes urbes industrializadas. Se siente con especial impacto ahí donde las políticas neoliberales y de reducción de los gastos sociales han limitado la capacidad del Estado en la gestión pública.

Cobra mayores víctimas donde se han recortado los presupuestos gubernamentales dedicados a la salud pública. Provoca mayor daño económico donde el Estado tiene pocas posibilidades o carece de opciones para salir al rescate de quienes pierden el empleo, cierran sus negocios y sufren la reducción dramática o el fin de sus fuentes de ingresos personales y familiares. En los países más desarrollados, produce más muertes entre los pobres, los inmigrantes y, específicamente en Estados Unidos, entre los afroamericanos y los latinos.

Como agravante, la comunidad internacional afronta esta amenaza global en momentos en que la mayor potencia militar, económica, tecnológica y comunicacional del planeta despliega una política exterior dirigida a atizar y promover los conflictos, las divisiones, el chovinismo y posiciones supremacistas y racistas.

En instantes en que enfrentar globalmente la pandemia requiere impulsar la cooperación y estimular el importante papel de las organizaciones internacionales, particularmente la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), el actual gobierno de los Estados Unidos ataca al multilateralismo y busca descalificar el reconocido liderazgo de la OMS. Continúa, además, en su mezquina intención de aprovechar el momento para imponer su dominación y agredir a países con cuyos gobiernos tiene discrepancias.

Son ejemplos ilustrativos las recientes y graves amenazas militares contra la República Bolivariana de Venezuela y la proclamación anteayer, por parte del presidente de los Estados Unidos, del Día y la Semana Panamericanos del 14 al 18 de abril, acompañada de declaraciones neocoloniales e inspiradas en la Doctrina Monroe contra Venezuela, Nicaragua y Cuba, en recordación de la Conferencia Panamericana, condenada hace 130 años por José Martí. Por esos mismos días, se produjeron, en 1961, los combates de Playa Girón.

Otro ejemplo es el ataque inmoral y persistente contra el esfuerzo cubano de brindar solidaridad a aquellos países que han solicitado cooperación para enfrentar la COVID-19. En vez de dedicarse a promover la cooperación y estimular una respuesta conjunta, altos funcionarios del Departamento de Estado de ese país dedican su tiempo a emitir declaraciones de amenaza contra aquellos gobiernos que, ante el drama de la pandemia, optan soberanamente por solicitar ayuda a Cuba.

Estados Unidos comete un crimen y lo saben sus funcionarios cuando, al atacar en medio de una pandemia la cooperación internacional que brinda Cuba, se propone privar a millones de personas del derecho humano universal a los servicios de salud.

La dimensión de la actual crisis nos obliga a cooperar y a practicar la solidaridad, incluso reconociendo diferencias políticas. El virus no respeta fronteras ni ideologías. Amenaza la vida de todos y es de todos la responsabilidad de enfrentarlo. Ningún país debería asumir que es suficientemente grande, rico o poderoso para defenderse por sí solo, en aislamiento y desconociendo los esfuerzos y las necesidades de los demás.

Es urgente compartir y ofrecer información de valor y confiable.

Hay que dar los pasos que permitan coordinar la producción y distribución de equipamiento médico, medios de protección y medicinas, con un sentido de justicia. Aquellos países con mayor disponibilidad de recursos deben compartir con los más afectados y con los que llegan a la pandemia menos preparados.

Con ese enfoque se trabaja desde Cuba. Con él se intenta aportar la humilde contribución de una nación pequeña, con escasas riquezas naturales y sometida a un largo y brutal bloqueo económico. Hemos podido acumular durante décadas experiencia en el desarrollo de la cooperación internacional en materia de salud, reconocida generosamente por la Organización Mundial de la Salud y nuestras contrapartes.

En las últimas semanas, hemos respondido a solicitudes de cooperación sin detenernos a evaluar coincidencias políticas o ventajas económicas. Hasta el momento, se han destinado 21 brigadas de profesionales de la salud para sumarse al esfuerzo nacional y local de 20 países, que se añaden o refuerzan a las brigadas de colaboración médica en 60 naciones, que se han incorporado al esfuerzo de combatir esta enfermedad en donde ya prestaban servicios.

También hemos compartido algunos de los medicamentos producidos por la isla que, según nuestra práctica, tienen eficacia probada en la prevención o el tratamiento de la enfermedad.  Adicionalmente, nuestro personal médico ha participado desde Cuba y vía teleconferencias en consultas y debates sobre tratamientos específicos para pacientes o grupos particulares de estos en varios países.

Ese esfuerzo se lleva a cabo sin descuidar la responsabilidad de proteger a la población cubana, lo cual se cumple con rigor pese a las inmensas limitaciones que impone el bloqueo económico, comercial y financiero de los Estados Unidos. Todo el que desee conocer, encontrará los datos que sustentan esta afirmación, pues son públicos. Todo el que tenga un ápice de decencia, comprenderá que el bloqueo plantea a Cuba una presión extraordinaria para garantizar los insumos materiales y los equipos que sostienen el sistema de salud pública y las condiciones específicas para enfrentar esta pandemia.

Un ejemplo reciente fue el de un cargamento de ayuda procedente de China que no pudo trasladarse a Cuba porque la empresa transportista alegó que el bloqueo económico de los Estados Unidos se lo impedía. Frente a él, altos funcionarios del Departamento de Estado han tenido la desvergüenza de declarar que los Estados Unidos sí exportan a Cuba tanto medicinas como equipos médicos.  No son capaces, sin embargo, de respaldar esas falsedades con un solo ejemplo de alguna transacción comercial entre los dos países.

Es sabido y está más que fundamentado que el bloqueo económico es el principal obstáculo para el desarrollo de Cuba, para la prosperidad del país y para el bienestar de los cubanos. Esa dura realidad, que se debe única y exclusivamente a la empecinada y agresiva conducta del gobierno de los Estados Unidos, no nos impide ofrecer nuestra ayuda solidaria. No la negamos a nadie, ni siquiera a ese país que tanto daño nos provoca, si fuera el caso.

Cuba tiene el convencimiento de que el momento reclama cooperación y solidaridad. Sostiene que un esfuerzo internacional y políticamente desprejuiciado para desarrollar y compartir la investigación científica y para intercambiar las experiencias de diversos países en la labor preventiva, la protección de los más vulnerables y las prácticas de conducta social, ayudará a acortar la duración de la pandemia y a reducir el ritmo de las pérdidas de vidas. Cree firmemente que el papel y el liderazgo de las Naciones Unidas y de la Organización Mundial de la Salud son imprescindibles.

La expansión viral se detendrá eventualmente, más rápido y con menos costo, si actuamos de conjunto.

Quedará entonces la crisis económica y social que viene provocando a su paso y cuyas dimensiones nadie es capaz de vaticinar con certeza.

No puede esperarse a ese momento para aunar voluntades en aras de superar los grandes problemas y amenazas que encontraremos y responder a los que arrastramos desde antes que la pandemia comenzara a cobrar las primeras vidas.

Si no se garantiza para los países en desarrollo el acceso a la tecnología que suele concentrarse en los países más industrializados, incluyendo especialmente en el ámbito de la salud, y si estos no se disponen a compartir sin restricciones y egoísmos los avances de la ciencia y sus productos, la inmensa mayoría de la población del planeta quedará tan o más expuesta que hoy, en un mundo cada vez más interconectado.

Si no se eliminan las medidas económicas coercitivas motivadas por razones políticas contra países en desarrollo y si a estos no se les exonera la agobiante e impagable deuda externa y se les libra del tutelaje despiadado de las organizaciones financieras internacionales, no se podrá confiar en la ilusión de que habrá una mejor capacidad de respuesta a las desigualdades económicas y sociales que, aun sin pandemia, matan cada año a millones, sin discriminar niños, mujeres o ancianos.

La amenaza a la paz y la seguridad internacional es real y las agresiones constantes contra determinados países la agravan.

Es muy difícil esperar que el fin eventual de la pandemia conducirá a un mundo más justo, más seguro y más decente si la comunidad internacional, representada por los gobiernos de cada país, no se apresura desde ahora a conciliar y adoptar decisiones que hasta el momento han demostrado ser tercamente evasivas.

Quedará también la incertidumbre sobre cuán preparada estará la Humanidad para la próxima pandemia.

Aún es tiempo de actuar y de movilizar la voluntad de los que hoy tienen la responsabilidad de hacerlo.  Si se deja para las futuras generaciones, podrá ser demasiado tarde.

La Habana, 16 de abril de 2020

Declaración del Ministerio de Relaciones de la República de Cuba

Tomado de: http://www.minrex.gob.cu

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El virus de la mentira

Migue (Cuba)

Por Rosa Miriam Elizalde

“Si viéramos esta pandemia como un conflicto, entonces podríamos hablar de dos frentes”, dijo a Al Jazeera Carl Miller, director de investigación del Centro para el Análisis de las Redes Sociales del grupo Demos, con sede en el Reino Unido. La primera línea es la presión sobre los servicios de salud, y la segunda, el desconcierto social y político que ha causado el virus y nuestra respuesta a la Covid-19. “La batalla contra las noticias falsas es clave en este frente”, añade Miller.

Hemos consumido mentiras durante muchos años, pero ahora, que algo se salió de control sobre todo psíquicamente, la mesa está servida para los lunáticos y odiadores de toda la vida. Por estos días, reporta Miami New Times, ciertos “líderes” mayamenses han aventado la teoría de que Cuba está detrás de la epidemia.

“Es bien sabido que el gobierno cubano después de la Bahía de Cochinos y la crisis de los misiles, comenzó a experimentar y a obtener un gran apoyo de la entonces Unión Soviética en la guerra biológica y todo tipo de armas”, afirmó el comisionado del Condado de Miami Dade, Javier Souto, un octogenario que lleva en el cargo desde hace décadas, y que se las ingenió para aprobar una resolución que prohíbe los vuelos a la Isla… justo después del anuncio del gobierno de La Habana de que había cerrado sus fronteras.

Pero no fue Miguel Díaz-Canel quien se encargó de dejar en ridículo esta teoría desquiciada. El USA Today analizó los destinos de viaje de cientos de floridanos que luego dieron positivo por Covid-19. Habían visitado otros 46 estados y todos los continentes, excepto la Antártida. Solo once estuvieron en Cuba, pero no se contagiaron allí, según el diario estadounidense.

La historia de Souto está contada al revés. No es Cuba el país con más muertos y más contagios de Covid-19 en el mundo que ha puesto en evidencia la ineficiencia y crueldad de su sistema de salud, ni el que en medio de esta crisis sin precedentes se expresa incapaz de ofrecer a su propio pueblo, por no hablar del planeta, ningún ideal civilizatorio salvo la depredación financiera y medioambiental. Hasta el halconazo de Henry Kissinger, cómplice de escandalosos genocidios y profeta del excepcionalismo “americano”, duda de “la capacidad de los estadounidenses para gobernarse a sí mismos”.

Este lunes, sin ir más lejos, la brigada de troles de Miami al estilo de la Operación Berlín contra Andrés Manuel López Obrador, divulgó una imagen supuestamente actual, en la que aparecen carretas tiradas por caballos con personal sanitario a bordo. Se trata de una fotografía tomada el 1 de mayo de 2018, en Placetas, una pequeña ciudad del centro de la Isla, durante la marcha por el Día Internacional de los Trabajadores.

Pero la derecha mayamense, burda y ultramontana, es solo una mediocre aprendiz del Departamento de Estado. En medio de la ola de simpatía mundial por la colaboración médica cubana a países pobres y ricos en tiempos de coronavirus, una funcionaria de la Embajada de EEUU en La Habana aseguró que el gobierno de Donald Trump vendió el pasado año medicinas y equipos médicos a Cuba, por valor de millones de dólares, insinuando que el bloqueo económico de su país ejerce a la Isla es obra de la imaginación caribe. El doctor Lázaro Silva, vicepresidente de Medicuba, el organismo estatal que importa insumos para la sanidad, respondió con tres palabras: “Que lo demuestren”.

Otro burócrata, subsecretario de Estado, llamó a médicos y enfermeras “esclavos del gobierno cubano”, el insulto favorito de Washington desde que convenció a los gobiernos de Brasil, Ecuador y Bolivia de expulsar a las brigadas sanitarias cubanas, cosa que ahora le reclaman amargamente a Bolsonaro, Lenin y la usurpadora Añez los pueblos castigados por el virus y la incompetencia gubernamental.  “Es una etiqueta de propaganda bien calculada concebida por el gobierno de los Estados Unidos para desacreditar lo que es un logro moral indiscutible de un país en desarrollo”, reaccionó en The Washington Post el director general para Estados Unidos del Ministerio cubano de Relaciones Exteriores.

Hay un patrón epidemiológico en las noticias falsas y los prejuicios que circulan sobre Cuba desde hace más de medio siglo, como lo tienen las sanciones que Estados Unidos aplica de manera unilateral a los países que considera “enemigos”. El Papa Francisco, Naciones Unidas y decenas de personalidades y organizaciones han exigido el levantamiento de los castigos que golpean doblemente a los países en plena pandemia.

Trump, sordo a todo esto, ni siquiera se da cuenta que ha situado a EEUU en su nivel más bajo de influencia política y moral, con sus armas de siempre -la arrogancia del poder, el éxtasis del predominio, la ambición de hegemonía, el furor de la autoafirmación- bastante melladas. Si algo se expresa en los dos frentes de esta pandemia, es que no hay país que haya quedado fuera de la guerra mortal contra el nuevo coronavirus y, con semejante tensión a cuestas, no hay quien aguante la imprudencia de la mentira imperial. Y si esta se enfoca en Cuba, menos.

Tomado de: https://www.cubaperiodistas.cu

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François Truffaut en Cahiers du Cinéma

François Truffaut fue un director, crítico y actor francés. Uno de los iniciadores del movimiento llamado la Nouvelle vague,.

Por José Manuel León Meliá

Alrededor de la redacción de la revista de información cinematográfica Cahiers du Cinema se arremolinó una serie de nombres que primero ejercieron una innovadora labor periodística como críticos de cine y, más tarde, algunos de ellos se convirtieron en creadores visuales. Cineastas que alumbraron un movimiento de significativa trascendencia e influencia y crearon obras personales de un gran calado. Son conocidos y reconocidos por una amplia legión de cinéfilos que llegaron a idolatrarlos y a comulgar con sus postulados. De aquella pequeña y mal iluminada sala en la que se pergeñaban afilados artículos y reseñas de películas, transitaron figuras de la talla de Jacques Rivette, Claude Chabrol, Jean-Luc Godard y Eric Rohmer, entre otros. Escritores, primero, y luego, directores. Con sus textos dejaron no solo una huella perdurable, sino un estilo, una mirada y un compromiso hacia el séptimo arte que todavía se recuerda. Enfocados desde posturas, puntos de vista y observaciones formales y estéticas, revolucionaron y dieron prestigio al oficio de informador cinematográfico.

Nadie duda a estas alturas de la repercusión y sello narrativo que los directores nombrados han legado a la Historia del Cine. En cualquier manual o libro que aborde la cronología de los movimientos más impactantes que se han desarrollado desde el nacimiento del cinematógrafo, la Nouvelle Vague empuja un aura especial, además de erigirse como una de las más populares. Sus artífices, en abierta oposición a los estilemas de sus predecesores, ajustaron conceptos visuales que, sin pretenderlo de manera categórica, crearon una especie de escuela muy aplaudida por quienes más tarde llegaron a la profesión con el mismo ímpetu que mostraron quienes primero fueron redactores de Cahiers du Cinema.

Sin embargo, de aquella tropa entusiasta y con criterios novedosos que engancharon con facilidad a su masa de lectores, hay un nombre que de manera involuntaria se impuso a los demás, François Truffaut. El joven Truffaut, apasionado, enfebrecido por las historias plasmadas en celuloide, llegó, entró y venció. Su aparición fue como la de dejar suelto un elefante en una cacharrería. Pronto sus textos se convirtieron en objeto de debate y atrajo la admiración de sus incondicionales. Fraguó una imagen de contumaz polemista y no reculó a la hora de describir a los culpables de la inmovilidad del cine francés de la época. Sea como fuere, su personalidad fue arrolladora, atacó con su mejor arma, la palabra, unido a su carisma y cierta chulería, y conquistó a su público. Lo mismo ocurrió cuando abandonó la sala de prensa para dar el paso definitivo y valiente y colocarse detrás de una cámara. Nació un realizador que tampoco pasó inadvertido. A pesar de que sus compañeros también habían decidido ser cineastas y filmaron grandes y hermosos títulos, de alguna forma no pretendida, los eclipsó. No como autores, por supuesto, pero sí como buque insignia y portavoz de la Nouvelle Vague. Quiero decir con esto que cuando se habla o se cita esta corriente por los profanos en la materia, el nombre al que siempre aluden y que nunca olvidan es el de François Truffaut. Incluso más de uno recitaría varias producciones de su filmografía, mientras que la retahíla de títulos de los colegas del autor de Los cuatrocientos golpes (1959) tendrían que estrujarse la memoria para no quedarse en blanco.

¿Cómo llegó Truffaut a la prestigiosa revista Cahiers du Cinema? Los famosos y eruditos cuadernos de cine vieron la luz en abril de 1951, gracias al entusiasmo y vocación de tres hombres clave, Jacques Doniol-Valcroze, Joseph-Marie Lo Duca y André Bazin. ¿Qué hacía por aquel tiempo el joven Truffaut? Estaba casado con Liliane Litvin y se había alistado en el ejército, sin tener una inclinación militar exacta. Una excusa para tener techo y comida y amortiguar la depresión que le asolaba por no tener las ideas claras y carecer de un empleo remunerado para defenderse y salir adelante en la vida. Una de las personas que le ayudaron a combatir su frustración y contradicciones, fue André Bazin, por aquel entonces una persona culta y muy aficionada al cine y a los libros. El confinamiento castrense no le reportó la tranquilidad perseguida. En esto se asemeja a la trayectoria que mantuvo el escritor norteamericano Edgar Allan Poe, cuyos desafectos y penurias causadas por el desprecio de su padrastro le empujaron a matricularse en la Academia de West Point. Truffaut se cansó pronto de las estrictas condiciones marciales. La situación de soldado se le estaba haciendo insoportable y su resilente estado estaba llegando al límite. Desertó y gracias a Bazin y a su selecto círculo de amistades logró salir de la institución militar degradado y sin honores, una especie de oprobio, pero sin que su caso pasara a una jurisdicción militar más severa. El 20 de febrero de 1952, el muchacho salió a la calle, anduvo hasta la estación de ferrocarril, cogió un tren y se dirigió a París, con la intención de empezar una nueva etapa. ¿Cuál?

No más apearse del convoy, sus pies se movieron hacia Bry-sur-Marne, donde su ubicaba el apartamento abuhardillado de los Bazin, André y Janine. La intención del inquieto pero desnortado muchacho fue encontrar un trabajo, ganar dinero y labrarse un porvenir. Mientras esto no salía, Bazin no solo le da cobijo, sino que le ofrece toda su biblioteca para que se empape de novelas. Truffaut lee con devoción y devora libros sin descanso. De vez en cuando, André y François viajan al centro de París con la intención de ver varias películas. El cine es una de sus soluciones y salidas posibles. Aunque coquetea con diversas posibilidades, al fin se decanta por dedicarse al periodismo parisino y trata de buscar padrinos o amigos que le puedan echar una mano. No consigue entrar en L’Express, pese a tener una conocida en el consejo de redacción, Françoise Giroud. Pese al revés, no baja la guardia y se postula a escribir temas de cine a principios de 1953 en Cinémonde. Con algo de dinero en el bolsillo, se siente afortunado y una mueca de felicidad se dibuja en su rostro.

A pesar de los bandazos y del estatus algo errático, no se desvanece la idea de ingresar en Cahiers du Cinema. Para ganar adeptos y encauzar su candidatura con algo de bagaje, a finales de 1952, entrega a su mentor y protector, André Bazin, treinta folios de un extenso artículo bautizado como «El tiempo del desprecio, apuntes sobre cierta tendencia del cine francés». Un incisivo, pero algo desordenado informe / tesis sobre los grandes defectos y desperfectos del cine aburguesado que se rodaba en el país galo. Bazin quedó boquiabierto por la firme tenacidad y los análisis controvertidos de su alumno aventajado, y el maestro le aconsejó que madurara su escrito y puliera las aristas. Que contuviera un poco la virulencia de su alegato, que frenara su animosidad. Arremetía sin tapujos contra realizadores y guionistas por la tonta falsedad con la que presentaban sus propuestas dramáticas, de una tradición decadente, bajo la etiqueta de “cine de calidad”.

Bazin, consciente de que esa larga requisitoria muy hinchada de citas, ejemplos y ataques personales es muy incendiaria, es impublicable, le aconseja que se entretenga escribiendo reseñas de las películas que visiona, mientras le da una vuelta a su contundente manifiesto. De esta manera, y siguiendo las directrices de su consultor, inicia su colaboración con la revista. Su primer artículo que aparece publicado acomete la crítica del largometraje Sudden Fear (1952), una cinta dirigida por David Miller, que pasa inadvertida. Sin embargo, el joven crítico descubre una producción de bajo presupuesto y filmada con honestidad, con intérpretes de prestigio, como Joan Crawford, Jack Palace y Gloria Grahame. Este flechazo, pese a su modestia de planteamientos, le orienta a prestar atención al cine de serie B. Pronto su energía y entusiasmo los dedica, con garra e ilusión desbordante e, incluso, desafiante, a ponderar los trabajos firmados por Richard Fleischer, Tay Garnet, Allan Dawn, etcétera, haciendo observaciones muy detalladas de sus virtudes, sobre todo en el plano artístico y fiabilidad narrativa, en ocasiones, superior y de mejor trazo que obras entronizadas sin una clara justificación.

François Truffaut, ya asentado en Cahiers du Cinema, escribe con regularidad y jalona su trayectoria inventándose pseudónimos, además de su nombre, para abarcar un amplio espectro de tonos. Así, para el camuflaje de François de Monferrand, nace un conjunto de textos barnizados con chistosos vocablos, que los alterna con otro alias, Robert Lachenay, inventado para deslizar términos más atrevidos, sensuales y rompedores, como por ejemplo comentar, no sin ardor fetichista, la conveniencia de la ropa interior de Marilyn Monroe.

En cualquier caso, utilizando uno u otro sello de identidad, no puede desprenderse de su ánimo provocador y un estilo jactancioso y descarado. La culminación de todo este proceso de formación y fulgurante veteranía es la publicación, por fin, en enero de 1954, tras ser retocado, de su extenso análisis, bajo el definitivo título de «Una tendencia del cine francés». El escrito no había perdido nada de munición y sus hojas dejaban ver un visceral ataque al cine francés, en general, y a determinados nombres, en particular. Bazin y Doniol-Valcroze se armaron de valor, lo imprimieron, a la vez que salieron a los kioscos de prensa con una editorial justificando la arenga de Truffaut, al mismo tiempo que atemperaban, con mucha elegancia, su estallido con el posicionamiento de la revista de matizar su polémica, aunque consideraban que existía una convergencia con sus postulados.

Ni qué decir tiene que la difusión de la discutida reflexión soliviantó a muchos profesionales del gremio, incluidos los del cine, a los que escoció su beligerante ataque. A Cahiers du Cinema y a Truffaut les llovieron reproches y todo tipo de epítetos. Desde traidores a colonizados. También es verdad que no todo fueron advertencias, amenazas e insultos, sino que hubo plumas afiladas de otros medios que invitaron al inmunizado Truffaut a colaborar en sus medios de comunicación.

Una situación controvertida que, más que castigarle, le dio alas y hegemonía, convirtiéndose en gurú y permitiendo la entrada en Cahiers a otros críticos de cine que se incorporaron a la redacción, como Jean-Luc Godard, Jacques Rivette y Claude Chabrol. Convertidos en una especie de “Grupo salvaje” denominados los “jóvenes turcos”. Su fogoso temperamento y actitud para el mando significó su total asentamiento en la revista, controlando muchos aspectos de su edición y activando su poder de persuasión. Entendía quién era el periodista más apropiado para encarar determinada película. Su dominio en la redacción se hizo patente y, además, su versatilidad y sacrificio en el trabajo le granjearon una popularidad que no pasó inadvertida y conquistó, con una mordacidad muy traviesa, el ámbito cultural de París.

Se convirtió en un insustituible guía. Redactó críticas de tres y cuatro folios. Abandonó las teorías, campo de reflexión que dejó para sus doctos camaradas, y advirtió la importancia de la entrevista como eje capital para adentrarse en los vericuetos de la creación artística y visual de sus directores preferidos. Consagró siete años a la crítica cinematográfica. Tarea que le reportó un carisma y notoriedad inigualables. Pese al talento y autoridad reflexiva de sus colegas de equipo, su autodidacta y gamberro estilo es el que prevaleció y robó el corazón de los lectores. Su nombre y su figura es la que se recuerda con más cariño. Su tumba, en un cementerio de París, es una de las más visitadas y objeto de ofrendas y fetiches relacionados con la impronta que dejó. Sus artículos se han publicado en varios tomos. Como cineasta, sus trabajos han influido notoriamente en otros realizadores, y su estampa es objeto de culto y admiración por el universo cinematográfico.

Tomado de: http://www.elespectadorimaginario.com

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10 razones para amar al nuevo cine latinoamericano. Una mirada al renovado cine latinoamericano de los años 2000

Glauber Rocha, uno de los máximos exponentes del Nuevo Cine Latinoamericano

Por Pablo Goldbarg

Introducción

El nuevo cine latinoamericano surge en la década del ’60, con cineastas como Glauber Rocha, Fernando Birri, Tomás Gutiérrez Alea y Raúl Ruiz, entre otros. Se formó un movimiento con identidad propia, un cine de autor opuesto a producciones de décadas anteriores que dependían de grandes celebridades y farándula. En los ’70s una lluvia de dictaduras militares cayó sobre Latinoamérica, y aquel nuevo cine en ascenso tuvo que callarse o exiliarse.  Notable es el caso de Chile: bajo el mando de Pinochet (1973-1989) prácticamente no se produjo cine.

Al caerse las dictaduras, el cine resurgió con una feroz necesidad de contarlo todo sin tapujos. Así aparecieron películas sobre los militares que dieron una identidad al cine de los ’80 en la región, que siguió transformándose. Pero no fue hasta la década del 2000 que se rebautizó, floreciendo de maneras impensadas: ya no se habló de “nuevo” cine latinoamericano, sino del Nuevo Cine Argentino, Nuevo Cine Colombiano, etc. Surgieron gran cantidad de cineastas independientes que, a fuerza de co-producciones europeas, grandes guiones y pequeños presupuestos, supieron multiplicarse con una nueva identidad en común para destacarse mundialmente.

A continuación, diez razones para amar al resurgido nuevo cine latinoamericano. Su esencia e identidad mantienen la herencia de los ’60s —rebelde, con ideas propias— y los ’80s —militante, denunciante—. Con democracias consolidadas, pero enormes injusticias e ignorados, apareció la oportunidad (necesidad) de contar simples historias.

Profundas, divertidas, reflexivas. Una nueva generación de cineastas ha llegado para mostrarlo con una mirada diferente que se sigue renovando y revolucionando. Es la historia viva de Latinoamérica.

1) Espíritu independiente

A principios del resurgimiento del cine de autor latinoamericano, Adrián Caetano se lanzaba con Pizza, birra y faso (1998), Pablo Trapero, presentaba su ópera prima Mundo grúa (1999), y Lucrecia Martel deslumbraba al mundo con La ciénaga (2001). La vanguardia del nuevo cine argentino tuvo su contraparte en otros países del continente, con películas como 25 watts (Uruguay), Japón y Amores perros (México), Estación central y Ciudad de Dios (Brasil), y más adelante de otros países en menor escala, pero con el mismo entusiasmo.

Todos con una característica en común: el cine como medio para comunicar ideas, para contarlo con una estética y estilo muy personal. La gran variable que pesa en el concepto de cine “independiente” es la independencia del autor con los productores para filmar lo que se desea, sin trabas en cuanto a la historia que se quiere contar. Y esta nueva generación de cineastas justamente ha sobresalido por la identidad particular de sus películas.

Pablo Trapero ha trabajado recientemente en Carancho (2010), una co-producción de Argentina con Chile, Francia y Corea del Sur, con el apoyo de un fondo europeo (Ibermedia). Ante un potencial conflicto de intereses encontrados, sus ideas han sido respetadas, con más presupuesto y experiencia que en sus comienzos, pero con la misma esencia.

2) Denuncia política y social

Cuando fueron cayendo los regímenes autoritarios, el cine se convirtió en un instrumento liberador de denuncia para rescatar la memoria colectiva —como bien dijo el cineasta boliviano Jorge Sanjinés—. El reporte Nunca más sobre la dictadura argentina, liderado por el escritor Ernesto Sábato, inspiró a varias películas que retrataron aquella época —entre ellas La historia oficial (1985) y La noche de los lápices (1986).

Fue el comienzo de un cine que no se callaría, ya sea para denunciar abusos cometidos por el gobierno, corrupción o injusticias sociales. Julio Jorquera, director de Mi último round (2010), dijo en una entrevista en el Festival de Cine de Tribeca que justamente los pueblos latinoamericanos han sido reprimidos desde la conquista, y que el cine es una manera pacífica de expresar la necesidad de decir algo.

3) Simpleza y profundidad

Uno de los puntos más notables es la capacidad de comunicar mucho con pocos recursos. Las limitaciones presupuestarias han forzado a muchos realizadores a utilizar pocas locaciones y pocos actores, y por otro lado hay historias que, desde un comienzo, más allá del presupuesto, requieren que sean simples y pequeñas, lo que las hace más poderosas — menos es más.

Historias recientes como El vuelco del cangrejo (del colombiano Oscar Ruíz Navia) o Paraísos artificiales (de la mexicana Yulene Olaizola) narran hechos muy profundos de una manera minimalista. La primera con un viaje interno en medio de conflictos sociales y raciales. La segunda con otro viaje muy personal: el de la adicción a las drogas. Ambas fueron filmadas en una zona costera remota, con actores amateurs. Ambas no podían haber sido más bellas y autóctonas de otra manera.

4) Utilización de recursos

El modelo de producción de cine en la región prácticamente no puede hacerse de otra manera: buscar casa productora, postularse a fondos nacionales, buscar más socios, conseguir fondos internacionales, entrar al circuito de festivales, buscar distribución, y rezar para que las copias piratas no superen a los boletos vendidos, o que un blockbuster como la franquicia Spider-Man no se estrene justo en la misma semana, para no quedar pronto en el olvido.

Son muchas las cabezas que colaboran y adoran el proyecto, sin embargo, no es mucho el dinero que se suele juntar en las primeras etapas de pre-producción y rodaje. Pero esta situación parece haber obligado al cineasta latinoamericano a utilizar los recursos de las maneras más eficientes —el desarrollo tecnológico ha ayudado—, y pensar las producciones con una visión manera factible y acotada, sin que eso quite riesgo o vuelo a la historia en sí.

En películas como Los colores de la montaña (del colombiano Carlos César Arbeláez) y Gigante (coproducción argentino-uruguaya dirigida por Adrián Biniez) puede apreciarse la optimización del reducido presupuesto. ¿Qué hubiese hecho Arbeláez con más dinero? ¿Tomas aéreas, ataques de la guerrilla? ¿Y Biniez? ¿Filmar a los personajes en una gira de Metallica? Pues no. Porque las películas resultantes no podrían ser mejores si contasen substancialmente con más presupuesto.

5) Los talentos

Desde los actores veteranos como Ricardo Darín hasta los actores amateurs como Horacio Camandule, desde los grandes directores como Juan José Campanella hasta los nuevos directores como Julio Jorquera, los talentos latinoamericanos forman un gran abanico de posibilidades.

Notable es el caso de Luz silenciosa, película de Carlos Reygadas elegida en la convocatoria de Cinema Tropical para encontrar las diez mejores películas latinoamericanas de la década. Fue filmada con actores no profesionales de una comunidad menonita de México, y a pesar del desafío, Reygadas logró una joya con casi treinta premios en festivales del mundo.

6) El humor

Comedias, las hay de todo tipo en la región. De fórmula estereotipada, casi de culto, tenemos a las del estilo de la dominicana Perico ripiao (2003, Ángel Muñíz), de diálogos rápidos e historias de enredos, en el rango de la argentina Un novio para mi mujer (2008, Juan Taratuto), y también las hay sensibles como la cubana La edad de la peseta (2006, Pavel Giroud).

Y no sólo en comedias encontramos humor; buscando nuevamente en la selección de Cinema Tropical —parte de 10 libros de cine para regalar— encontraremos películas como la mexicana Y tu mamá también y la uruguaya Whisky. Ambas tienen, a su manera, esa mezcla compleja de drama y comedia, difícil de categorizar en un sólo género. Es que el latinoamericano ha aprendido a reírse de sus problemas, por más oscuros que sean.

7) Una alternativa para aprender español

¿Quién dijo que las películas latinoamericanas sólo son vistas por quienes saben español, o caso contrario por quienes gustan del art house y se aguantan los subtítulos? Nuestras películas son también una gran oportunidad para aprender español de una manera alternativa. Primero, para escuchar conversaciones fluidas en diferentes dialectos, dependiendo del país. Segundo, para aprender diferentes acentos y vocabulario, dependiendo del origen y estrato social o cultural del personaje. Y por último, para descubrir ritos y costumbres de cada región.

Los autores del libro Cinema for Spanish Conversation sugieren un listado de películas del cine latinoamericano de los ’90 en adelante, que proveen un contexto histórico y cultural, una variedad de temas, géneros y experiencias humanas, y la vida cotidiana en diferentes ambientes. Utilizando el libro como guía, los lectores-espectadores aprenderán sobre la revolución mexicana en Como agua para chocolate, la vida en la Cuba castrista según Guantanamera, y la vida de los chilenos bajo el régimen militar a través de Machuca. Por supuesto, el mismo caso aplica al portugués, o a dialectos indígenas.

8) Viajar a través de las películas

Justamente el libro mencionado en el punto anterior comenta la gran posibilidad que estas películas ofrecen para comprender la historia y la cultura de los diferentes países de Latinoamérica, y también para conocer pueblos y ciudades que no suelen aparecer en las guías turísticas populares. Se pueden conocer no sólo las ciudades que las películas representan, sino también las locaciones que se utilizaron para filmar.

Los colores de la montaña se rodó en los montes de Antioquia, Colombia, paisaje muy diferente al de su capital, Medellín. Historias extraordinarias en decenas de locaciones de la provincia de Buenos Aires, ninguna en la mira de los que visitan la gran metrópolis. La ecuatoriana Qué tan lejos (2006, Tania Hermida), ganadora del Zenith de Plata en Montreal, fue filmada en ocho provincias del Ecuador —Pichincha, Cotopaxi, Tungurahua, Chimborazo, Cañar, Azuay, Manabí y Guayas—.

9) Documentando ficción, o viceversa

Las brasileñas Ciudad de Dios (Fernando Meirelles, Kátia Lund) y Bus 174 (José Padilha, Felipe Lacerda) se estrenaron en el año 2002; ambas estremecieron a la audiencia con crudeza, estilo y ritmo de cierta música afro-brasileña para saltar de la butaca. La primera, ficción basada en hechos reales. La segunda, documental con técnicas cinemáticas propias de la ficción.

La intersección entre realidad y ficción no es un tema que sólo le atañe al nuevo cine latinoamericano. La mezcla de ambos géneros se ha incrementado en los últimos veinte años del cine mundial. Pero el cine de nuestra región, tal vez por las injusticias o por la dura historia, parece llevarlo en su sangre. Como ha dicho Carlos César Arbeláez, “la realidad nos invade las películas”.

10) La mirada diferente, siempre presente

Ser parte de los festivales internacionales ya no es sorpresa. Desde los independientes como SXSW o Tribeca, a los más prestigiosos como Berlín o Cannes, todos, a partir del florecimiento a mediados de los ’90s, han contado con una permanente presencia de nuestra región.

Ya sea con maduros largometrajes, óperas primas, cortometrajes, o exhibiciones en secciones paralelas, directores de la talla de Lucrecia Martel y Carlos Reygadas, o novicios como Adrián Biniez (Gigante), Paula Markivitch (El premio) o los hermanos Daniel y Diego Vega (Octubre), los latinoamericanos no sólo han plantado bandera, sino que se han llevado importantes premios.

Es el orgullo de pertenecer a Latinoamérica, la necesidad de contarlo todo, de denunciar, de pedir justicia, no olvidar, o simplemente de comunicarlo con una nueva visión, querer un cambio, compartirlo, y por qué no, tal vez influenciar, ayudar a una simple alma solitaria. El cine latinoamericano se sigue renovando y revolucionando. Es la historia viva de Latinoamérica.

Tomado de: http://cinelatinoamericano.org

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Noticias de los nadies

MORO (Cuba)

Por Eduardo Galeano

Hasta hace 20 o 30 años, la pobreza era fruto de la injusticia. Lo denunciaban las izquierdas, lo admitía el centro, rara vez lo negaban las derechas. Mucho han cambiado los tiempos en tan poco tiempo: ahora la pobreza es el justo castigo que la ineficiencia merece o, simplemente, es un modo de expresión del orden natural de las cosas. La pobreza puede merecer lástima, pero ya no provoca indignación: hay pobres por ley de juego o fatalidad del destino. El código moral de este fin de siglo no condena la injusticia, sino el fracaso.

Hace unos meses, Robert McNamara, que fue uno de los responsables de la guerra de Vietnam, escribió un largo arrepentimiento público. Su libro In retrospect (Times Books, 1995) reconoce que esa guerra fue un error. Pero esa guerra, que mató a tres millones de vietnamitas y a 58.000 norteamericanos, fue un error porque no se podía ganar, y no porque fuera injusta. El pecado está en la derrota, no en la injusticia.

Con la violencia ocurre lo mismo que ocurre con la pobreza. Al sur del planeta, donde habitan los perdedores, la violencia rara vez aparece como un resultado de la injusticia. La violencia casi siempre se exhibe como el fruto de la mala conducta de los eres de tercera clase que habitan el llamado Tercer Mundo, condenados a la violencia porque ella está en su naturaleza: la violencia corresponde, como la pobreza, al orden natural, al orden biológico o quizá zoológico de un submundo que así. es porque así ha sido y así seguirá siendo.

Mientras McNamara publicaba su libro sobre Vietnam, dos países latinoamericanos, Guatemala y Chile, atrajeron, por asombrosa excepción, la atención de la opinión pública norteamericana.

Un coronel del Ejército de Guatemala fue acusado del asesinato de un ciudadano de Estados Unidos y de la tortura y muerte del marido de una ciudadana de Estados Unidos. Desde hacía unos cuantos años, se reveló, ese coronel cobraba sueldo de la CIA. Pero los medios de comunicación, que difundieron bastante información sobre el escandaloso asunto, prestaron poca importancia al hecho de que la CIA viene financiando asesinos y poniendo y sacando Gobiernos en Guatemala desde 1954. En aquel año, la CIA organizó, con el visto bueno del presidente Eisenhower, el golpe de Estado que volteó al Gobierno democrático de Jacobo Arbenz. El baño de sangre que Guatemala viene sufriendo desde entonces ha sido siempre considerado natural, y raras veces ha llamado la atención de las fábricas de opinión pública. No menos de 100.000 vidas humanas han sido sacrificadas, pero ésas han sido vidas guatemaltecas y, en su mayoría, para colmo del desprecio, vidas indígenas.

Al mismo tiempo que revelaban lo del coronel en Guatemala, los medios informaron de que dos altos oficiales de la dictadura de Pinochet habían sido condenados a prisión en Chile. El asesinato de Oswaldo Letelier constituía una excepción a la norma de la impunidad, y este detalle no fue mencionado. Impunemente habían cometido muchos otros crímenes los militares que en 1973 asaltaron el poder en Chile, con la colaboración confesa del presidente Nixon. Letelier había sido asesinado, con su secretaria norteamericana, en la ciudad de Washington¡ ¿Qué hubiera ocurrido si hubiera caído en Santiago de Chile o en cualquier otra ciudad latinoamericana? ¿Qué ocurrió con el general chileno Carlos Prats, impunemente asesinado, con su esposa, también chilena, en Buenos Aires, en 1970?

Automóviles imbatibles, jabones prodigiosos, perfumes excitantes, analgésicos mágicos: a través de la pantalla chica, el mercado hipnotiza al público consumidor. A veces, entre aviso y aviso, la televisión cuela imágenes de hambre y guerra. Esos horrores, esas fatalidades, vienen del otro mundo, donde el infierno acontece, y no hacen más que destacar el carácter paradisiaco de las- ofertas de la sociedad de consumo. Con frecuencia, esas imágenes vienen de África. El hambre africana se exhibe como una catástrofe natural, y las guerras africanas no enfrentan a etnias, pueblos o regiones, sino a tribus, y no son más que cosas de negros. Las imágenes del hambre jamás aluden, ni siquiera de paso, al saqueo colonial. Jamás se menciona la responsabilidad de las potencias occidentales que ayer desangraron África a través de la trata de esclavos y el monocultivo obligatorio y hoy perpetúan la hemorragia pagando salarios enanos y precios de ruina. Lo mismo ocurre con las imágenes de las guerras: siempre el mismo silencio sobre la herencia colonial, siempre la misma impunidad para los inventores de las fronteras falsas que han desgarrado África en más de cincuenta pedazos, y para los traficantes de la muerte, que desde el Norte venden las armas para que el Sur haga las guerras. Durante la guerra de Ruanda, que brindó las más atroces imágenes en 1994 y buena parte de 1995, ni por casualidad se escuchó en la tele la menor referencia a la responsabilidad de Alemania, Bélgica y Francia. Pero las tres potencias coloniales habían contribuido sucesivamente a hacer añicos la tradición de tolerancia entre los tutsis y los hutus, dos pueblos que habían convivido pacíficamente, durante varios siglos, antes de ser entrenados para el exterminio mutuo.

Tomado de: https://segundacita.blogspot.com

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Jon Illescas: “Tener a los jóvenes alineados, adormecidos e insensibilizados es un objetivo de primer orden para los poderosos”

Jon Illescas. Foto El salto

“El sistema quiere jóvenes individualistas, incapaces de pensar, controlados por el móvil, las apuestas y las drogas”. Tras La dictadura del videoclip, ha escrito Educación tóxica, sobre la influencia de las pantallas y el contenido audiovisual mainstream en niños y adolescentes. Hablamos con Jon Illescas de música, videoclips, músicos rebeldes, hegemonía cultural, videojuegos y youtubers. También de censura, infantilización de la sociedad, cosificación de la mujer, gamificación de las aulas. Y de su polémica con Rosalía.

Jon Illescas

Jon Illescas es doctor cum laude en Sociología y Comunicación y licenciado en Bellas Artes. Es artista plástico e inventor del sociorreproduccionismo y trabaja como profesor en un instituto. Educación tóxica (Viejo topo, 2019) es su último libro. En él aborda la influencia que tienen las pantallas en los más jóvenes. También estudia la influencia de los videoclips, pues están principalmente dirigidos a los adolescentes, los cuales están en proceso de formación de su personalidad. Su análisis es contundente: la clase dominante reproduce en los jóvenes unos valores y una ideología muy nocivos, que son funcionales para mantener su poder. Muchos empresarios de la música utilizan la estrategia del filantrocapitalismo.

Músicos como Anuel AA, Rihanna, Bad Bunny o Rosalía son promocionados a gran escala por la industria musical, mientras que la música crítica o social es ignorada o censurada. Educación tóxica aborda muchos aspectos, pero consigue hacerlos comprensibles. Su lectura resulta amena, incluso se escapan algunas risas leyéndolo. Va dirigido a profesores, chavales y padres. Y a cualquier persona con inquietud por la música, la comunicación o la educación. A lo largo de la entrevista iremos intercalando videoclips mainstream con videoclips críticos, para mostrar la diferencia. Y casi al final os dejamos una lista con algunos videoclips críticos más.

Algunos de los temas recurrentes en los videoclips hegemónicos son sexo compulsivo y desligado de lo afectivo, alcohol, drogas, individualismo y, a veces, un trato gratuitamente vejatorio hacia las personas o directamente violencia y, como si tuviera relación con ello: triunfo y dinero. ¿Qué efecto tiene esto en los adolescentes?

Los transforma en seres menos empáticos, más atomizados, frágiles e indefensos.

Una de las cosas que más me ha hecho pensar leyendo tus libros es la idea de flujo: esa cadencia o torrencial de imágenes y ritmos, que ya no pertenece a un vídeoclip concreto, sino que está formado por ellos y se queda en el subconsciente. ¿Por qué resulta tan efectivo para difundir valores e ideas?

Porque a base de repetir y repetir esos mismos mensajes de modo sorprendentemente homogéneo, ese flujo constante de sentido, que es social e ideológico, se normaliza transformándose en un elemento tan natural en nuestro pensamiento como el aire que respiramos.

Históricamente ha habido una cultura popular frente a una alta cultura, durante el crecimiento desaforado pareció que los medios técnicos podrían potenciar una cultura ilustrada, hoy lo que encontramos es que estos se han usado para extender en gran medida una cultura banal y embrutecedora (unos valores, una forma de entender y pensar las cosas). Una cultura creada por una clase social para otra. ¿Puede entenderse la guerra cultural (en su amplio sentido) una prolongación de la lucha de clases? ¿Qué papel cumple la industria cultural de Adorno hoy?

Es muy interesante tu pregunta. Ya que me citas a Adorno y por ende la Escuela de Frankfurt, en este sentido soy más positivo que Adorno y sigo viendo las potencialidades de las nuevas tecnologías como las vio Benjamin con el cine. Estas pueden alienar o liberar, depende como se usen. Es el clásico dilema del cuchillo: podemos pelar fruta con él o cometer un asesinato. La cuestión es que en esta guerra simbólica, que desde luego es parte de la lucha de clases, tenemos que admitir que vamos perdiendo por goleada. Lo cual no quiere decir que no podamos levantar el vuelo ni mucho menos. Afortunadamente la historia dura mucho más que un partido de fútbol.

¿Qué tenemos en contra? Que ellos tienen la centralización y la concentración del capital, que les posibilita contar con enormes recursos. Además, a diferencia de nuestra izquierda, estos temas de ‘guerra cultural’ se los toman muy en serio. Pero mucho, mucho. ¿Qué tenemos a favor? Que, como siempre, somos más y además ahora podemos conectarnos con otras personas de otras partes del mundo con mayor facilidad que nunca antes en la historia. Pero falta una organización internacional que vehicule esto y nuestros propios recursos concentrados y centralizados.

¿Se han perdido diversidad y horizontes o también se han ampliado?

Para las mayorías se ha perdido. Para una minoría cultural se han ampliado, por los nichos de consumo y la propia extensión internacional del mercado mundial, que hace que, por ejemplo, podamos escuchar más artistas africanos que los propios africanos hace 50 años. Por otra parte, si uno es crítico, en los servicios de streaming (sean de pago directo o pago por trueque —los “gratuito”-publicitarios) puede acceder a una cantidad de artistas inimaginables que le permiten elegir con mayor velocidad entre lo que realmente le gusta y lo que no.

¿Estamos pasando o hemos pasado de una cultura comunitaria o social a una individual? En tal caso, ¿se puede observar esto en el tipo de música actual?

Por supuesto y en especial en los videoclips dominantes. Si calculamos las veces que estos transmitían un mensaje de corte individualista competitivo frente a los que fomentaban la fraternidad, nos encontramos con una diferencia de 2,66 a 1. Y en el caso del Top 100 de los más promocionados por los oligopolios discográficos nos encontramos con una diferencia de 5,2 a 1.

Hay quienes afirman que el visionado de cualquier tipo de vídeo (audiovisuales) de forma cotidiana ya tiene influencia (a nivel antropológico) en nuestra configuración mental, en cómo imaginamos y concebimos el mundo a nivel profundo. ¿Compartes esta idea?

No solo la comparto, sino que es así, como indican más de un millar de estudios relativos al aprendizaje y la influencia de la cultura audiovisual en el espectador. No es una opinión sino una realidad. Es un hecho objetivo solo negado por aquellos poderosos a los que no interesa que se destape el pastel y les pidan responsabilidades o por aquellos insensatos que, ya adoctrinados, se resisten a confesarse como tales (entre ellos muchos y afamados críticos culturales de este país). Incluso a un nivel más inmediato, cualquier profesor con un poco de conciencia lo puede advertir en el día a día con sus alumnos.

Un amigo hablaba de “cultura esquizofrénica del videoclip” para referirse también a series y películas con muchos fotogramas y estímulos por minuto. Esto es constante y casi no deja momento para el yo o la intimidad no influida por esos videos. Ese flujo resulta completo cuando ya es parte de la vida misma, inseparable de ella, como decía Debord, al cual nombras en alguna ocasión. ¿Podían adivinar los situacionistas los videoclips actuales o todo ha cambiado demasiado en las últimas décadas?

Creo que Debord, de vivir ahora, hubiera tenido que publicar sin duda otro libro de comentarios que se sumara a aquel que publicó en los ochenta sobre su clásico de los años 60 La sociedad del espectáculo. No sé si lo hubiera podido adivinar, pero indudablemente sus comentarios de los ochenta apuntaban mucho de lo que ahora ha llegado a un grado sumo. Imagina además que hubiese visto la alienación/adicción de la población global con las pantallas portátiles (móviles, tablets, etc.). Cuando antes su “demonio” era la televisión… ¡Se hubiera quedado frito!

El sobretítulo de La dictadura del videoclip era “Industria musical y sueños prefabricados”, ¿la imagen y el relato de los videoclips, etc. sustituyen a los sueños, a la capacidad de imaginar y desear por nuestra cuenta?

Sin duda. Digamos que conduce nuestros deseos, nuestros impulsos. Vemos el tipo de casa que nos plantean como deseable (una mansión) y queremos tenerla sin entender el coste ecológico y vital que pueda tener. Y esto se propaga incluso entre gentes de izquierdas. ¿Viste lo que ocurrió con el vicepresidente y su compañera la ministra con la “choza” en Galapagar?

Aplicas la hegemonía de Gramsci a los videoclips, una idea necesaria que actualiza esta teoría de la lucha de clases llevándola a algo tan cotidiano como los videoclips (lo que además la hace más cercana y comprensible). ¿Puedes explicar esto brevemente? ¿Va la estratificación cultural unida a la estratificación material?

Sí, básicamente Gramsci definía la hegemonía como la capacidad de la clase dominante para dirigir/ liderar al conjunto de la sociedad presentando como deseable su cultura, su estilo de vida, entre los miembros de la clase dominada. Como anécdota te contaré que recuerdo una manifestación que estuve en Barcelona hace años con un importante miembro de la CGT y mientras estábamos allí, rodeados de gente que estaba luchando por un mundo mejor, me reconoció que “ojalá tuviera tanto dinero” como un capitalista que estábamos criticando. ¿Entonces a dónde vamos así? ¿Al quítate tú para ponerme yo? Todo ello indica la falta de una cultural y ética socialista, la falta de revolución cultural de masas que promueva esos valores. No tenemos programa, ni organización, ni suficiente inteligencia colectiva para llevarlo a cabo. Ojalá esto cambie, hay destellos de que puede cambiar, pero falta mucho trabajo y autocrítica. Y no lo conseguiremos vejando a los capitalistas ni a sus amigos reformistas, ni con el Libro Rojo de Mao en ristre, sino con pedagogía, construyendo nuestra propia industria cultural contrahegemónica, socialista.

¿Es el videoclip un formato válido pero desaprovechado? ¿Qué son los videoclips contrahegemónicos?

Son aquellos videoclips que reman en contra de la hegemonía capitalista. Pueden hacerlo de forma directa criticando su ideología o promoviendo otra (algo poco habitual) o difundiendo como positivos valores que, sin ser directamente ideológicos, estorban para la reproducción de ese dominio cultural capitalista. Por ejemplo: la fraternidad, la amistad, el amor, la cultura, el ecologismo, etc.

Grupos y artistas que nombras como Rage Against the Machine o John Lennon, y tantos otros que tenían el control sobre su música y sus proyectos, utilizaban la música como arma de cambio social, en pelea constante con la discográfica, a diferencia de lo que cuentas sobre los grupos mainstream actuales, que son “marionetas” de la industria. Si miramos para atrás da la impresión de que cada vez surgen menos grupos politizados, ¿es así o es que no nos llegan porque dependen (o dependemos los oyentes) de las discográficas/plataformas y no les promocionan? ¿Nos estamos perdiendo a los músicos críticos de hoy?

Sí, pero no olvides que Lennon o Rage Against The Machine dependían de las discográficas también y su difusión estaba totalmente controlada. Lennon denunció como Apple destruyó su álbum más izquierdista y grupos como RATM siempre fueron minoritarios dentro de la corriente dominante como lo fue Ska-p o lo es hoy gente como René, todos de Sony Music (excepto los vallecanos, que ya se salieron). Y Sony es la segunda discográfica más importante del orbe. La cuestión no es que no existan, es que las oligarquías mediáticas que controla estas grandes empresas son quienes deciden el tamaño del nicho de izquierdas. Y es un nicho muy pequeño, totalmente controlado. Ellos nunca dirigirán esos mismos artistas al público mayoritario de un modo constante, en el flujo dominante, como hoy sí promueven a artistas como Ariana Grande, Selena Gómez, Anuel AA o, en nuestro país, a la omnipresente Rosalía.

Cuando los artistas orientados para las masas, como fue Michael Jackson a mediados de los noventa, intentan enviar un mensaje crítico, social, los barren. Los hunden de diferentes maneras. Acaban con ellos. Luego los jóvenes que quieren ser artistas o vivir de la música lo único que hacen es repetir el modelo que triunfa. Nadie les tiene que decir, “no hagas canciones criticando a los bancos o la desigualdad en el mundo”, porque saben que no tendrá repercusión en el mercado, porque no hay nada así en el mercado. Saben que “no venden”. La mayor parte de las veces es autocensura por imitación del modelo, así que pocas veces tienen que ejercer una censura directa y todavía menos veces se conocen los casos díscolos por contratos de confidencialidad y otra serie de prácticas legales burguesas, que los atan de pies y manos incluso después de abandonar esas compañías.

Algo que queda claro por ciertos datos que expones en el libro es que no se trata (solo) de un tema de negocios, como aluden los defensores del libre mercado, pues a menudo se cancelan proyectos o no se invierte en músicos o vídeos rentables y sí en otros pese a que las estadísticas avisan de que no gustan. ¿Es un tema ideológico entonces?

Totalmente, es pura lucha de clases en la cultura. Conozco incluso a artistas que por grabar temas con músicos “de izquierda” (de verdad) los han quitado de las grandes emisoras de este país. Ipso facto, con un chasquido de dedos.

¿Crees que los adolescentes escuchan música con la misma atención que antes por la melodía y la letra o el videoclip se está comiendo la música?

Existe un proceso de agilipollamiento masivo de la población y los menores son sus mayores víctimas. Hay una deseducación y embrutecimiento de la población planificada desde las altas esferas, una infantilización de la misma, una pauperización de los estímulos que le llegan para impedir la capacidad de raciocinio, la crítica y la posibilidad de manejar el pensamiento abstracto. Todo ello impide el desarrollo cognitivo y facilita el control social. Es algo que gente como Allen Dulles, ex director de la CIA y mecenas de múltiples psicópatas con placa, sabían que tenían que aplicar a la población. Puro control social, ratas de laboratorio a base de impulsos condicionados. Entonces sí, evidentemente, el estímulo de millones de horas de imágenes hipersexualizadas en movimiento, dificulta cualquier tipo de pensamiento crítico y eso es altamente beneficioso para la élite. [Sobre hipersexualización de la infancia ver el documental Sexy Inc. Our children under influence, disponible en el directorio gratuito de películas alternativas rebeldemule.org]

Hubo una pequeña polémica en Twitter por tus declaraciones en una entrevista de radio sobre Rosalía, ¿qué pasó?

Básicamente que retraté a Rosalía como lo que es: un negocio con patas. En el programa Carne Cruda, Javier Gallego me preguntó sobre mi opinión por el tuit de la cantante en que decía “Fuck VOX” y contesté que era un mensaje para reforzar su target, su público objetivo. Un tuit inocuo sin riesgo político para hacerla parecer “comprometida”, puro marketing, pues su público no es (ni mucho menos) los votantes de VOX. Hay gente que cree que la archipublicitada sosrovirense es un ejemplo de artista “de izquierdas” por hablar de un feminismo light totalmente aceptado y promovido por la élite, cuando en realidad es justo lo contrario: uno de los ejemplos de cantantes más procapitalistas que existen en el panorama actual. En especial desde verano de 2018, cuando tuvo su encuentro con Rob Stringer, presidente de Sony, en la sede de la multinacional en Madrid. Es decir, desde que decidieron metérnosla a muerte por nuestros ojos y oídos.

En realidad, paradójicamente, como afirma el ejecutivo de la industria musical Adrián Vogel, lo suyo ha sido un relativo fracaso comercial. Al fin y al cabo, Rosalía solo es una estrella en España y su único videoclip verdaderamente exitoso a nivel internacional lo es por la compañía del reguetonero colombiano J Balvin. El segundo videoclip más visto, a mucha distancia, por la aparición de otro reguetonero: el puertorriqueño Ozuna.

Que la música guarda relación con la sexualidad es algo sabido. Es preocupante la idea del sexo que muestran los videoclips hegemónicos, en las que se une imágenes sexuales con ideas de posesión, control, y a veces casi violación e incluso tortura. Una sexualidad compulsiva o cosificadora no permite personas libres (ni entre los que la practican ni entre los que la sufren). ¿Hemos pasado del amor romántico (excesiva idealización) a la objetualización?

Totalmente. Las personas y en especial las mujeres, se (re)presentan como puros objetos de fruición sexual masculina, como strippers elevadas al cubo (solo hay que ver varios videoclips de Rihanna, Cardi B o en nuestro país, Bad Gyal). De ahí se comprende cómo hay muchos chicos que piensan que las mujeres, en el fondo son “putas”. Incluso en la jerga de muchas jóvenes está de moda referirse unas a otras con la palabra “puta” o “zorra” como sinónimo de “colega”, “tía”, etc. La industria cultural dominante está plagada de productos misóginos donde la mujer es una cosa mientras, bipolarmente, otros productos (de las mismas empresas) defienden una versión capitalista de la mujer donde, aunque sigue siendo una “puta” al menos es una “jefa”. Será la “gran puta” que explotará en la jungla del mercado a otras mujeres y hombres, todas putas y putos, es decir: mercenarios que venderán sus servicios sexuales (o los que sean) al mejor postor. La lección para los jóvenes es clara y fuertemente nihilista y reaccionaria.

Muchos de los videoclips más promocionados (y más vistos hoy) serían impensables hace solo 10 años, ni decimos ya en los 90. Los chavales se forman sus ideas sobre el sexo también con ellos y las reproducen. A menudo salen en televisión en horario protegido y gracias a los móviles está normalizado en cualquier momento del día, ¿está sirviendo cierto tipo de videoclip como un nuevo formato corto de pornografía que se ha colado sibilinamente?

Sí para los niños, pues la mayoría todavía no ha visto porno o, al menos, no lo consume habitualmente (pese a que ya un 10% de los visitantes de estas páginas son menores de 10 años). Pero para los adolescentes ya no es necesario porque estos videoclips, pese a su alto contenido sexual, se quedan cortos frente a la pornografía que tienen a dos clics. Comparado con lo que pueden ver en las páginas porno más visitadas en España, los videoclips dominantes son como Los Pitufos.

Aunque el cebo sexual siga siendo poderosamente productivo para engancharlos, lo más seguro es que una vez frente a la pantalla, si se “ponen” viendo un videoclip de la porno-cantante de turno, da igual que sea Dua Lipa o Rosalía, si quieren “descargar” tensión, acaben masturbándose viendo a las actrices porno. Más en un mundo donde cada vez más aumenta brutalmente la oferta de agresivo porno (también en 3D), que normaliza tanto el porno clásico que hace que muchos adolescentes no se exciten lo suficiente para eyacular a no ser que vean vídeos repletos de escenas de humillaciones públicas, violaciones en grupo, zoofilia, etc. Eso es lo grave: la normalización de los estímulos sexuales cosificadores en el ciudadano capitalista, a través del acoso de la propaganda comercial, los videoclips y los videojuegos, lo colocan como espectador en la piel de un voyeur o un proxeneta, que continuamente “se ve obligado” a subir la apuesta, subir el nivel de “morbo” y “degradación” para estimularse, una vez que ya está profundamente contaminado por una sexualidad cosificadora que, poco a poco, lo objetualizará a él o ella mismos, arrancándoles de cuajo algo tan sano y humano como la sexualidad.

En Educación tóxica pones de relieve la gran importancia que tiene controlar el imaginario e ideas de los adolescentes, porque aunque no tengan recursos económicos ni políticos, son los adultos del mañana y los tendrán (lo relacionas también con el auge de la extrema derecha). Además, sus ideas se asientan o cambian a esta edad. Destacas que los adolescentes tienen más vitalidad, idealismo, protección por parte de sus padres, tiempo libre y están libres de cargas por trabajo. Cualquiera diría que tienen todas las cartas para rebelarse. ¿Es en este punto el audiovisual una forma de control social? ¿Esto tiene que ver con las condiciones subjetivas de las que hablaba Marx?

Totalmente. No se va a producir ninguna revolución sin la juventud. Ninguna. Tenerlos alienados, adormecidos, insensibilizados y con baja capacidad de juicio es un objetivo de primer orden para la oligarquía. Si la conciencia y los sueños de la juventud les pertenecen, no habrá nada que temer. Así, o 1) los jóvenes no harán ninguna revolución social o 2) si otros la intentan hacer, los utilizarán para reprimirla.

Se sabe que en los niños (aunque lo mismo ocurre en los adultos) la adicción a las pantallas reduce la memoria, la tolerancia a la frustración y la empatía. ¿Cómo configuran o afectan las pantallas a la personalidad, la inteligencia o las emociones?

Pues en el momento en que el usuario pierde el control, horriblemente. Si eso se va repitiendo se transforma en un adicto, que es lo que todas las redes sociales quieren para poder vender más datos de su navegación a las empresas o gobiernos interesados: vida y penurias para ganar más dinero. Desde a qué hora te acuestas, si estás enfermo o si le pones los cuernos a tu mujer. La información es poder y en cualquier momento puede ser utilizada y monetarizada. Respecto a las emociones, ya se sabe que los adictos no son muy felices que digamos, además de poco empáticos, lo que es una victoria objetiva en la lucha de clases de los de arriba frente a los de abajo. Si nosotros estamos separados, mirándonos el ombligo o nuestras pantallas, ellos ganan. Lo que debemos hacer es mirarnos más a la cara y preguntarnos cómo estamos, no nosotros, sino a nuestros vecinos, amigos, familiares o compañeros de trabajo.

Hay otros formatos dirigidos a niños y adolescentes en expansión actualmente: especialmente algunos videojuegos y los youtubers (últimamente incluso niños youtubers), imponen a menudo formas de ser impostadas y comerciales a una edad en la que son muy influenciables. ¿Tienen más influencia sobre ellos los youtubers o los músicos? ¿cómo operan en su subjetividad y su socialización?

Para la mayoría de los chicos, hasta una determinada edad, los youtubers. Para la mayoría de las chicas y para los chicos gays, los músicos. De todos modos, son complementarios porque, en el caso de los más seguidos, su mensaje suele ser francamente procapitalista e individualista. Date cuenta que si aceptan hacer emplazamiento publicitario y todas esas estrategias de promoción de productos, entonces el gran capital los promocionará más y serán más seguidos. Y la libertad de crítica al mundo empresarial se reduce. Al final es una cuestión de adaptación al hábitat. Si vives en el mar, más te vale tener branquias y aletas. Si vives en el capitalismo y quieres tener visibilidad, más te vale llevarte bien con los grandes propietarios de su reproducción ampliada: la élite empresarial.

Con la ludificación de ciertos aspectos de la vida ¿asistimos a una infantilización? (entiéndase bien: incapacidad para gestionar las propias emociones, falta de empatía, individualismo que supone a su vez despolitización…)?

Sin lugar a dudas. De este modo el entrenamiento para desarrollar la capacidad de razonar críticamente tiende a cero y con este declive intelectual, la despolitización (consciente) es inevitable. Sin embargo, tener a los adultos como niños, puede ser muy útil cuando se quieran politizar abruptamente desde el poder. Cuando exista una coyuntura donde los intereses de la clase dominante lo requieran, como por ejemplo: una guerra o una pandemia que sirva para escudar una reestructuración reaccionaria del sistema. Entonces, todos se politizarán a través de la exposición, en los medios de comunicación dominantes, a los intereses “nacionales” que, en realidad, serán los intereses de la oligarquía.

¿El entretenimiento audiovisual “personalizado” va en la dirección de un alejamiento de la vida real?

Por supuesto. Piensa que cada vez más pasamos más horas frente a las pantallas, por trabajo, porque es lo más fácil, etc. Y los menores más si no tienen control paterno. Un chico de 14 años consume entre 9 y 10 horas de pantallas al día, con lo que pasa más tiempo frente a las pantallas que frente al mundo real. Es un alejamiento de la realidad objetiva. Y en esa realidad no hay pobreza ni miseria, en su mayoría solo escapismo, deshumanización y propaganda capitalista.

Una de las alternativas que has descrito es la necesidad de una industria cultural pública. ¿Quién crees que tendría que actuar en este sentido o quien podría hacerlo?

La izquierda que crea en un futuro más humano y civilizado solo puede ser socialista. Creo que los agentes de esta necesaria construcción deben ser las organizaciones de izquierda que luchen por el socialismo desde sus espacios de militancia, en sus organizaciones, etc.; desde el poder en los momentos en que lleguen al mismo, sea en un municipio, comunidad autónoma, país, etc. Cuanto más grande sea el lugar del Estado donde lleguen y más recursos tengan, más podrán hacer. De todos modos y esto es clave, debe ser una industria cultural pública transnacional, o no habrá ninguna oportunidad de vencer a la dominante burguesa. Se necesita de muchos recursos para hacer productos de calidad que, teniendo otros valores, resulten atractivos para las mayorías, compitan y venzan a los que ahora nos intoxican.

TVE ha decidido no emitir una entrevista que te hicieron sobre el libro en la que denuncias por ejemplo que “nos enfrentamos a poderes económicos muy poderosos como la industria del videojuego”. Una industria que, sin embargo, tiene su espacio publicitario en forma de noticia en todos los telediarios cada vez que organiza salones del juego o torneos en España. ¿Hablamos de censura?

No tengo grabado el momento de la reunión del telediario de La 1 donde decidieron no sacar la entrevista que me realizaron a principios de enero. Pero sí sé que la rechazaron dos veces por declaraciones privadas de una ejecutiva. Estamos en abril y no ha salido ni creo que salga jamás. También tengo la opinión de varios trabajadores de RTVE que conocieron lo que sucedió y no ven ninguna explicación racional a este veto. ¿Conoces lo de blanco y en botella? Yo creo, tengo la hipótesis de que en unos telediarios que estaban constantemente publicitando Operación Triunfo (antes del confinamiento por el coronavirus), mi voz era un ruido indeseable. No en balde, OT es un programa producido en asociación con la multinacional holandesa Endemol y con Sony como discográfica. Aunque mi intervención de 90 segundos (que era lo que tenían planificado) hubiera sido impotente frente a miles de horas de publicidad de OT y el resto de cultura tóxica que emiten, que no permitieran si quiera que hubiera un pequeño porcentaje del público se pudiera interesar muestra el cuidado que llevan en sus políticas de agilipollamiento masivo del personal.

El dibujante Miguel Brieva ilustró tu anterior libro, La dictadura del videoclip, y ahora vuelve a hacer la portada, contraportada y la cubierta interior de este libro. Miguel también es crítico en sus cómics con las pantallas, la manipulación, los productos culturales y la sociedad del espectáculo, ¿qué han aportado sus dibujos a lo que cuentas en tus libros?

Pues es un complemento perfecto. A partir de La Dictadura del Videoclip, Miguel y yo nos hicimos amigos precisamente porque conectábamos en nuestra visión crítica de la industria musical y todo lo que citas de pantallas, productos culturales, etc. Para mí fue un placer tenerlo conmigo en Educación Tóxica. Además, él es músico y padre, por lo cual dialogar con él siempre fue muy inspirador de cara a la escritura del libro.

Todavía hoy se piensa en la educación como aquello perteneciente solo al ámbito de la escuela y la familia, sin embargo, esta visión es reduccionista porque educación es todo lo que tiene que ver con la formación del niño en cualquier momento del día, y aquí la cultura mainstream y las pantallas tienen un gran papel. ¿Está habiendo un declive del papel de los padres y la escuela (incluso de la cultura popular, del barrio, de los amigos…) respecto a la industria cultural? ¿Por qué el debate público gira en torno a cosas como el pin parental y no a esto?

Muy buena pregunta. Pues te diría que gira sobre eso porque no hay conciencia desde la izquierda política de este problema y ese es uno de los objetivos de Educación Tóxica: ponerlo sobre el tapete y comenzar a trabajar en las soluciones. Por otra parte, es mucho más fácil meterse con los profesores que con una industria de miles de millones de euros. La cuestión es que ahora, con la mayoritaria incorporación de la mujer al mercado laboral y, aunque es estupendo para la liberación femenina, resulta en un empeoramiento de la educación de la prole. Es decir, ahora los padres dedican menos tiempo a la crianza de los menores que nunca. Y además de menos horas, de peor calidad, porque los padres y las madres están fuera trabajando casi todo el día y cuando llegan a casa están muertos y lo último que les apetece es enfrentarse a la difícil y desgastante labor de educar a los pequeños. En cambio, cuando los padres no están, las pantallas sí están.

El problema es que aunque ahora hay casi el doble de población trabajando con la masiva incorporación de la mujer, la jornada laboral de la clase trabajadora se mantiene igual que en 1919, cuando se aprobaron en España las 8 horas de trabajo diario. Y eso pese a los asombrosos incrementos de productividad que la tecnología ha permitido. ¿Quién se ha quedado con ese progreso tecnológico y quién pagará esa ausencia? Hemos de luchar por la reducción drástica de la jornada laboral a la par que garantizamos los servicios públicos de calidad a corto-medio plazo y nos preparamos para conquistar el socialismo a nivel mundial en el medio-largo.

Tú eres profesor de instituto y, además, has hecho investigación para analizar la influencia del videoclip en adolescentes, ¿en qué notas la influencia da la cultura mainstream en ellos (en su personalidad, en su forma de relacionarse entre ellos)?

En absolutamente todo: en sus sueños, en la música y los videojuegos que les gustan, en sus referentes, en su forma de relacionarse, en el culto al dinero y la riqueza, en su creciente pobreza expresiva, su ausencia de pensamiento crítico, etc. Incluso en las luchas políticas homologadas por los medios capitalistas como cierto feminismo o ecologismo absolutamente inocuos para el sistema. Pero no es su culpa, evidentemente, la culpa es nuestra porque es el “mundo de los mayores” que le ofrecemos, ese mundo basura que no tiene nada mejor que ofrecerles.

Recomiendas trabajar con la música y con los videoclips en clase, para que los chavales analicen el mensaje verbal, musical y visual, empiecen a verbalizar lo que ven para hacerlo consciente y debatan entre ellos. ¿Qué resultados te ha dado esto?

Maravillosos. Por esa razón en el libro propongo varios juegos con materiales que me han servido en mis clases. Hasta el punto que son los propios alumnos los que me piden jugar a ellos.

Por hacer un poco de abogado del diablo: hasta cierto punto puede dar la impresión de que los chavales se dejan influenciar totalmente por estos formatos, que no tienen capacidad de agencia y nunca responden de forma crítica, ¿pero también eligen escuchar música crítica, ¿no?

Sí, pero como cada vez están más individualizados, los que escogen música crítica son menos porcentualmente. Además, como ya no hay o casi no hay tribus urbanas (como antes había heavies, rockeros, punks, etc.) les cuesta más saber de dónde proveerse de esa música diferente. Están aislados. Por ejemplo, aunque más o menos a la mitad de los chavales, Bad Bunny, Anuel AA o Becky G les parecen artistas basura, acertadamente, la mayoría de ellos no sabe dónde proveerse de otros autores porque van a lo fácil, a las tendencias de YouTube o Spotify. Así que entonces acaban, como mucho, en la música “alternativa” prefabricada de las mismas empresas que promueven como mayoritarios a los ejemplos tóxicos anteriormente mencionados.

¿Qué opinión te merecen algunas de las llamadas “nuevas pedagogías” y la metodología de las aulas digitales/conectadas (introducir el uso constante de internet y pantallas en clase como “pedagogía”) y la gamificación en las clases?

Las pantallas pueden estar bien en algunas asignaturas, utilizadas con cabeza. Pero vehicular el proceso de enseñanza mediante las pantallas es un error brutal y ya existen diversos estudios que lo acreditan. Lo lamentable es que no tienen el hueco que merecerían en unos medios conectados a los mismos intereses que los vendedores de pantallas y sus contenidos. Respecto a la gamificación, es decir, a hacer juegos educativos en clase para facilitar el conocimiento y captar el interés de los alumnos, me parece estupendo. Yo lo utilizo mucho. Pero, y aquí viene el gran pero: creo que es algo que tiene mucha publicidad y está sobrevalorado. Hace mucho tiempo que los profesores utilizan los juegos, puntualmente, para retener contenidos o que los alumnos los manejen de una forma más divertida. Sin embargo, hacer de esto la panacea de la educación actual me parece naif y creo que al final es la excusa para que algunos vivan de dar conferencias sobre ello. Hay asignaturas y contenidos con los que es difícil hacer juegos y tampoco tenemos las ratios de alumnos adecuadas ni los recursos para hacerlos todas las veces que fuera deseable.

Por tanto, tanto lo uno como lo otro, pantallas y juegos, con cabeza y mesura bien, pero si nos rendimos a ellos y los abrazamos como la panacea del siglo XXI, lo único que conseguiremos será bajar más todavía el nivel de la educación pública y seguir infantilizando a los alumnos creando legiones de personas incapaces de pensar, esforzarse y tener autocontrol. Todas cuestiones muy necesarias para vivir como un adulto sano, capaz de afrontar frustraciones y ser capaces de construir postergando el placer automático para obtener un placer mayor a largo plazo. No solo en este sistema sino en cualquiera que vivamos. En este sentido creo que a la par que utilizar las pantallas y los juegos con inteligencia, se debería potenciar el esfuerzo, el hábito de sacrificio y la memorización, tan denostadas por una izquierda posmoderna que sirve como tonta útil de este sistema que nos explota y si no lo evitamos, nos acabará matando a muchos de nosotros.

Educación tóxica incluye un cuadernillo para preuniversitarios del futuro sobre el Dinerismo. Cuéntanos brevemente qué es esto.

Es un libro que me trajo Marty McFly del futuro, en su máquina del tiempo y he tenido la gentileza de compartir con los lectores (risas). Hablando en serio, mientras escribía el libro, hablando con Miguel Brieva, le dije que me gustaría incluir en el libro un pliego de fotos a color donde una civilización más avanzada, del futuro, analizara nuestras miserias con ojos de extraños. Entonces Miguel citó esos libritos para estudiantes sobre el Románico o el Romanticismo y pensé en bautizar la cultura de nuestra época bajo el nombre de “Dinerismo”. Pues al fin y al cabo eso es lo que busca esta cultura dominante promovida por el capital: el dinero cueste lo que cueste, caiga quien caiga. Así que coloqué esa cultura superior en el año 2320, en una sociedad-mundo socialista y desde allí lancé una mirada analítica a su pasado, nuestro presente.

Un tema que me ha rondado la cabeza leyendo Educación tóxica, puede que sea impresión mía, es que todo esto va en contra de las capacidades humanas más básicas: la comprensión de lo que se observa, la reflexión, la duda… por cosas como tener un móvil constantemente en el bolsillo (y esto no va solo por los adolescentes) y cómo esto impide cada vez a más personas hacer el esfuerzo en escribir, apreciar una obra de arte (o una película lenta, una canción compleja) o leer un libro (e imaginar lo que no está en él) —no hablemos ya de escribir, aprender a tocar un instrumento o a pintar— frente a este mundo que ya te da masticado lo que tienes que pensar (imágenes) impidiendo que pienses por tí mismo. ¿Se están mermando las posibilidades creativas o esto es un análisis pesimista? A escala social, ¿puede suponer un retroceso cultural o de conciencia?

Sin duda, comparto al 100% lo que apuntas. No creo que sea pesimista, creo que es lo que es. Siempre digo que un vídeo de izquierdas por genial que sea, de 10 minutos, no equivale a leerse El Capital. Ni siquiera a leerse el Manifiesto Comunista. Puede ser complementario, pero jamás podrá substituirlo. Yo no puedo realizar un vídeo o un documental que reemplace lo que expongo en Educación Tóxica o en La dictadura del videoclip. Y es posible que hagamos un documental por capítulos, ya veremos, todavía estamos en conversaciones. Pero por muy bueno que sea no podrá substituir el lenguaje hablado. El audiovisual tiene sus pros pero también sus contras y eso entronca con lo que apuntabas en tu pregunta.

Cuando esto ocurre con un chaval, ¿no se está taponando su desarrollo intelectual, sensible, crítico o emocional?

Sin lugar a dudas. Por eso creo que es revolucionario fomentar la lectura y la capacidad de apagar el móvil entre los menores. Fíjate, respecto a la lectura, se calcula que un niño de 9 años que es un asiduo lector conoce el mismo número de palabras en su lengua vernácula que un adolescente de 19 años que no lea. Imagina un adolescente de 19 años que lea, que cultive el arte y el pensamiento crítico. Es lo último que quiere el sistema, especialmente para los jóvenes de clase trabajadora. Lo que quiere son jóvenes individualistas, incapaces de pensar y presos de sus sistemas de recompensa, controlados por sus diferentes “drogas” (desde el móvil, las apuestas o los porros).

Hace tiempo escribiste en tu cuenta de Twiter: “La burguesía apadrina dos tipos de obras de artes: las que deshumanizan a la población y las que redirigen sus anhelos existenciales al amor narcisista dentro de la familia”. ¿Podrías explicar esto un poco?

Vaya. ¡La había olvidado totalmente! Está bien saber que algo queda, incluso cuando crees que no va a tener mayor resonancia. Pero si te das cuenta, respecto a lo que hablábamos antes, no es como cuando lees un libro, que tú me puedes decir, página 122 de Educación Tóxica y yo lo consulto. ¿Qué hago para recuperar esa frase? ¿Le pido a Twitter mi historial tras pasar por múltiples fases de espera? Debemos darnos cuenta que no son nuestros muros ni nuestras libretas de notas, son los suyos. Por eso debemos construir nuestras propias industrias culturales, redes sociales, etc.

Volviendo a tu pregunta, me refería a que el gran empresariado fomenta productos que cortan nuestros nexos sociales fuera de la familia, el amor político, la fraternidad y la solidaridad y encierran nuestro amor a nuestra familia o nuestra pareja (¡como mucho y gracias, porque a veces ni eso!). En definitiva, fomentan productos funcionales que desvían nuestros impulsos y nuestros sentimientos hacia lugares perversos o inocuos, para poder continuar con su sistema de dominación y mantenernos divididos y, por ende, impotentes.

Jon, muchas gracias por tu tiempo, y por este libro. Espero que este tenga, por lo menos, tanto éxito como el anterior y cumpla con su cometido de concienciar a padres, profes y chavales.

Muchísimas gracias a vosotros por vuestro interés y aprecio. Ojalá que esta entrevista sirva para conectarnos con cientos de miles de profesores, padres y madres críticos que, como nosotros, sueñan con construir una sociedad más humana para sus alumnos, para sus hijos, para nuestros mañanas. ¡Un abrazo muy grande para todos los compañeros y lectores que hacéis posible El Salto!

Si tenemos derecho a la educación pública, no podemos conformarnos con que solo las aulas sean de titularidad pública, pues la industria cultural y en especial la de la música, son poderosas instituciones (des) educadoras. Si por una parte, desde el sistema educativo co-educamos en la igualdad, el conocimiento crítico y el bienestar físico y por el lado de la industria cultural y musical, los mismos alumnos reciben agresivos contenidos clasistas, misóginos, violentos y pro-drogas, entonces como sociedad les estaremos generando una grave disonancia cognitiva sobre cuáles son los comportamientos correctos, entre tanto mensaje contradictorio. Si Bad Bunny, el cantante de moda dirigido a adolescentes, amordaza y mete en el maletero del coche a su exnovia en un video (para supuestamente violarla y/o matarla), ¿cómo vamos a pedirles que traten a las mujeres con respeto? Si Anuel aparece en un vídeo riéndose por haber matado a un hombre que era su rival, ¿cómo les vamos a enseñar a los chavales que deben comportarse fraternalmente?

Tomado de: https://culturayresistenciablog.wordpress.com

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Colapso

Por Ernesto Estévez Rams

Jared Diamond es un antropólogo nacido en Boston, que ha intentado explicar el surgimiento y caída de distintas civilizaciones esparcidas en la historia y en la geografía. Interesado en explicar por qué Europa había prevalecido sobre otras regiones geográficas, conquistándolas y no viceversa, Jared concluyó que las razones iniciales descansaban en accidentes puramente geoecológicos. Según el antropólogo, en los inicios, el continente euroasiático, con su mayor variedad de plantas y animales adecuados para la domesticación, fue un factor esencial. A esto le añade la extensión transversal del continente, que permite la migración de los seres humanos, las plantas y los animales domesticados sin grandes cambios de latitud y, por tanto, sin grandes variaciones climáticas, permitiendo que las tecnologías agropecuarias desarrolladas en una región pudieran trasladarse a otras sin necesidad de grandes adaptaciones.

Esta ventaja inicial condujo a la posibilidad de lograr grandes concentraciones humanas que, a su vez, impulsaron el desarrollo de otras tecnologías como la escritura, las matemáticas, y de entramados sociales más complejos con organizaciones políticas más elaboradas.

Las ideas las desarrolla en su libro Armas, gérmenes y acero, publicado en nuestro país. Ocho años después, Jared publicó un libro llamado Colapso. Siguiendo con las ideas del anterior, en este el autor estudia una variedad de civilizaciones de diversas ubicaciones geográficas en el Pacífico, Asia, Mesoamérica, Norteamérica, el Caribe, Japón, y hasta el estado de Montana actual.

El libro, como el anterior, argumenta contra causas raciales o étnicas para explicar el fracaso de determinadas civilizaciones, y apunta hacia la toma de decisiones desastrosas, sobre todo en su impacto ecológico local, que provocó el declive de algunas de esas sociedades. Aquello que le falta de rigor a los libros de Jared, le sobra en carisma.

¿Un colapso geoecológico?

La tesis de Jared sobre el pecado original contiende con una visión, en el fondo supremacista, ya sea por racista, que pretende adjudicarle al hombre europeo determinada ventaja intrínseca sobre los demás. Tal idea, justificación ideológica predilecta del colonialista imperial, se parece, aparentemente, a lo que en Física llamamos rompimiento espontáneo de la simetría. Es decir, un sistema totalmente simétrico, frente a una interacción externa, responde favoreciendo una dirección que en principio parecía no distinguirse de cualquier otra. Pongamos un ejemplo, un globo perfectamente esférico lo inflamos hasta que revienta. El lugar por donde reventó, antes del rompimiento, no se distinguía en absoluto de cualquier otra porción del globo.  De acuerdo con esta hipótesis llevada a la sociedad, en la tierra esférica, en principio, todas las comunidades estaban en igualdad de condiciones, pero un rompimiento espontáneo de la simetría favoreció al hombre blanco, y de ese privilegio inicial e irreversible, nace su destino manifiesto de ser el faro civilizatorio de la humanidad.

Todos descendemos de Lucy, pero los europeos, favorecidos por el rompimiento de la simetría, ya desde entonces se distinguieron de los otros. Por siglos, ese supuesto rompimiento espontáneo era (y para algunos aún es) visto como la manifestación de una voluntad divina de favorecer una tribu escogida sobre las demás. Ya no es tan espontánea.

Diamond presenta, con una variedad de ejemplos y argumentos, cómo en el inicio existieron ventajas geográficas que determinaron el derrotero de las comunidades y su subsecuente desarrollo desigual respecto a otras, desde la ventaja o la amenaza que brindaba determinado entorno botánico y animal, hasta la existencia de ciertos recursos minerales aprovechables como el hierro. Tampoco hubo una tribu divinamente escogida. La tesis de Jared es atractiva (aún si solo en apariencia) para intentar explicar por qué dos sociedades geográficamente cercanas, en términos relativos, como la azteca en el México moderno, y la taína en el Caribe, tenían desarrollos civilizatorios tan desiguales.

Uno de los principales problemas con la hipótesis de Jared es cuán lejos se quiere estirar para explicar el desarrollo social humano. Jared identifica varios factores que contribuyen al colapso civilizatorio entre los que destaca el cambio climático, los problemas del medioambiente, factores exógenos como las sociedades con las cuales una civilización interactúa, y el factor endógeno de cómo responde una civilización precisamente a los retos anteriores.

En Colapso, Jared extiende su argumento para intentar entender el declive de una variedad de civilizaciones basados en, esencialmente, la toma de decisiones erradas que han conllevado a una pérdida de adaptabilidad de ese conjunto humano respecto a su entorno. Así, habla de cómo el colapso maya tuvo que ver con decisiones que conllevaron a la deforestación y a otras calamidades ecológicas, que los hicieron declinar mucho antes de que llegaran los europeos; la población original de las Islas Papuas, también deforestaron en tal proporción que le siguieron hambrunas y una reducción catastrófica de la población, también mucho antes de que llegaran los europeos; causas similares son adscritas a otras comunidades del norte de América, con sistemas de regadíos que aceleraron la erosión de los suelos e hicieron insustentable la agricultura, y así, sucesivamente.

Termina aterrizando en Montana, donde aplica el mismo análisis, incluyendo la variable de las transnacionales, limitado a su efecto ecológico, para advertir que la modernidad no está exenta de cometer los mismos errores que condujeron en el pasado al colapso de otras civilizaciones, ahora a escala global.

Las tesis de Diamond han sido agudamente criticadas por otros antropólogos, algunas de las cuales, incluso, han terminado siendo un libro apropiadamente titulado Cuestionando Colapso. Toda tesis que parta de considerar que los factores «naturales», incluyendo los ecológicos, son la causa esencial de los colapsos sociales, convenientemente barren, bajo la alfombra posmodernista, toneladas de evidencia en los factores sociales y en particular económicos, los modos de producir y apropiarse de lo producido, en el desarrollo de la civilización humana. Confunde, en el mejor de los casos, síntomas con causas.

Quien crea, como se lee tan a menudo, que la crisis pandémica traerá de por sí una transformación social global hacia adelante, ignora otras evidencias históricas. De catástrofes, en términos de pérdidas en vidas humanas, esta, aun siendo la más rápidamente global, está lejos aún de ser la más significativa.

A las hambrunas europeas y las pestes, les siguieron el descubrimiento de América y la emergencia del capitalismo occidental como orden mundial, pero tal expansión no estaba cantada de antemano. Las hambrunas chinas no condujeron a la expansión del sistema asiático por el mundo, sino más bien lo que se vio fue un declive del imperio chino. Es popular, entre algunos, culpar de las enfermedades a la despoblación autóctona americana, pero poner esto como causa esencial es ignorar el etnocidio más grande de la historia, resultado de un proceso brutal de colonización. Y están, por supuesto, los fascismos, que suelen ser consecuencias de crisis de gobernabilidad en las clases que ya detentan el poder, pero no pueden mantenerlo como hasta ese momento.

Solo el ser humano transforma la sociedad

La pandemia puede haber puesto en evidencia la inviabilidad del neoliberalismo, pero sería de una ingenuidad tremenda pensar que lo ha derrotado. Ningún germen ha derrotado jamás un orden social. Pueden ser catalizadores, pero la reacción que conduce a la transformación es social, y en última instancia económica. Como sabemos hoy, nada está cantado de antemano. El desarrollo social ni es lineal, ni es en espiral, es un movimiento turbulento, cuyos torbellinos, por locales que sean, pueden terminar dominando la dinámica completa del fenómeno. Pero, más allá de estas ideas, lo que permanece invariante, desde que Lenin lo enunció explícitamente hasta hoy, es que un sistema social no se cae, se le tumba; desde la batalla de Adrianópolis, la de Naseby, la toma de la Bastilla, el asalto al Palacio de Invierno, hasta la batalla de Santa Clara. Quizá el asalto sea de otro tipo, pero asalto ha de ser. De no haberlo, el reacomodo de la hegemonía capitalista, en el peor escenario, conducirá a una mezcla de formas conocidas e inéditas de fascismos a escala global.

Lo nuevo en todo esto es que, por primera vez, en esta batalla nos jugamos el destino humano. En lo que Jared tiene razón, es en que la catástrofe ecológica le ha puesto una bomba de reloj al decursar humano. Ya no tenemos todo el tiempo del mundo para incubar una sociedad nueva. Cada fracaso revolucionario adelanta unos segundos ese mecanismo explosivo. En cada batalla local nos jugamos el destino de la humanidad. Nos la jugamos en Bolivia, nos la jugamos en Brasil, nos la jugamos en Venezuela, nos la jugamos en Cuba.

Después de la pandemia, la batalla por el mundo se acelerará de manera impredecible. Por estos días, el encono del enemigo de la humanidad sobre nuestro país solo muestra que ellos ya lo asumieron, y saben que por esta Isla pasa uno de los ejes del planeta. Que nadie se engañe con la mezquindad aldeana, que trata de vendernos que nuestra gesta es la del aldeano que anda mortificado por novias arrebatadas. El imperio global podrá cubrir el sol con sus desvergüenzas, nosotros debemos estar preparados para pelear en la sombra. Él podrá globalizar el terror, nosotros hemos de estar dispuestos a universalizar la esperanza, esa que hoy, vestida de blanco, muestra, hasta en la misma Europa, que el rompimiento de la simetría no es espontáneo, ni descansa en accidentes geográficos. Depende de la determinación que tengamos las fuerzas de bien de este planeta, para conquistar toda la justicia, social y ecológica.

Tomado de: http://www.granma.cu

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Semiótica de la Pandemia

Allan McDonald (Estados Unidos)

Por Fernando Buen Abad Domínguez

Una lista larga de palabras, gestos, tecnicismos y decisiones proferidas por “autoridades”, de extracción muy diversa, abrió en campo semántico “nuevo” en el que reina la ignorancia -o la confusión- de las mayorías y no poca petulancia de algunas minorías especialmente repletas de burócratas en su peor acepción. Con sus honrosas excepciones. Sabiendo, muy relativamente, todo lo inédito del episodio que nos impone el “coronavirus”, (y en general las amenazas a la salud púbica) habríamos de exigirnos dosis generosas de humildad opuestas radicalmente al tonito doctoral de algunos “expertos” oportunistas con micrófonos o con títulos. Eso no implica suspender “lo categórico” de las recomendaciones más útiles para la defensa de la vida. Aunque existan muchos que confundan humildad con debilidad. Nos envuelve un miedo y una ignorancia enorme que estamos resolviendo planetariamente con ayuda de algunos talentos científicos no serviles al sistema. Y algunos “vivos” se aprovechan de eso.

Semiótica de la Pandemia

Tal como fue declarada la pandemia del “coronavirus” (11-03-20) generó un paquete se “sentido” complejo, de dudas y certezas, para un escenario global en el que la salud de los pueblos ha sido mayormente abandonada a las aventuras mercantiles del capitalismo. Se trata de una red de “sentido” en la que transitan interrogaciones, y recomendaciones, tamizadas por el miedo (genuino o inducido) y la desconfianza generalizada. En plena crisis de credibilidad mundial nos piden confianza en su capacidad para manejar una crisis. Ahí donde el neoliberalismo pervirtió más rabiosamente el derecho humano a la salud, ahí se han multiplicado las muertes de manera desbordada. Aguardan con obscenidad la multiplicación de los muertos para dar rienda suelta a su circo macabro, interrumpido por avisos publicitarios. Algunos subieron el “rating”. Exacerban el individualismo, deslizan su xenofobia y aplauden soterradamente la lógica del sálvense quien pueda (o más tenga) pero con tono filantrópico burgués… o sea falso. Los “noticieros”, fabricados por los monopolios de medios, han exhibido toda su estulticia y su epistemología fascista de la información. Aunque la maquillen con sonrisas amables, medicuchos conservadores y caras de compungidos.

Demagogia de números. Nuevamente el sistema, mudo casi siempre de realidad, vuelve a relatarla casi exclusivamente con estadísticas. Cifras, porcentajes, comparaciones… y frases “ingeniosas” para hacer creer que se sienten “muy seguros” con las decisiones que asumen sin consultar a los pueblos. Opera una especie de “aristocracia académica” que, con el pretexto de que los pueblos “no saben”, dictan normas y decretos a granel para conducir la crisis por los senderos que, para ellos, son más seguros. En la lógica del combate al “coronavirus” reinan los silogismos del “estado presente” pero con pueblos desmovilizados a punta de pánico o de verdades a medias. “Todos a su casa” a fungir como espectadores de las cifras y de las acciones asumidas por quienes dicen saber qué hacer ante una amenaza de la que saben poco o nada. Nadie se imaginó una movilización de pueblos que, desde sus casas, desarrolle una experiencia de crítica política frente a los vacíos de sentido o contra el relleno semántico impuesto por el capitalismo para salir ganando a pesar de la pandemia. O por eso mismo.

Experimentamos la barbarie de una ocupación ideológica cuyo relato ha desfigurado –profundamente- el tejido social y ha forzado el sometimiento de comunidades enteras. Tal ocupación tiene por objeto establecer las hegemonías políticas y militares de la opresión y acceder a los territorios de la impunidad absoluta frente al saqueo y la explotación. La “guerra mediática” es también una estrategia para la apropiación y explotación de la memoria histórica, de la diversidad cultural y de la identidad de género. Consumimos el palabrerío hegemónico como si se tratase de la verdad.

Pero el “sentido” más importante que se produce, en el escenario de la pandemia, es esa solidaridad humana de la que se habla poco. Esa solidaridad que prospera en el caldo de cultivo que son las contradicciones de un sistema económico, político e ideológico destructor de fuerzas productivas (identidades y patrimonios culturales) a mansalva y ahora se disfraza de “salvador de la humanidad” vestido con “cubrebocas” y batas de salubridad. Nada de lo que hablan los técnicos, los científicos, los políticos, empresarios y farándula informativa del sistema, tiene importancia alguna si no mencionan la base económica y fraterna que aportan los pueblos a pesar del dolor, las incertidumbres, las contradicciones y los errores que (incluso lógicamente) se han cometido y cometerán en medio de una situación de “crisis” cuya dinámica no se reduce a la aparición del virus. Hemos vivido la crisis del capitalismo por demasiadas décadas.

El relato del poder sigue esperando que un “genio individual”, en un laboratorio privado, con dinero y poder suficiente, descubra la “vacuna milagrosa”, la salvación de coyuntura que traerá unos años más de respiro a un capitalismo en corrupción acelerada. Esperanzas del individualismo para un relato que, con su moraleja, nos adiestra para la resignación una vez más. Salvo excepciones, como la cubana, se construye un imaginario burgués que, de antemano, deja en manos de empresas trasnacionales de la salud el negocio inmenso de hacer, distribuir y vender las vacunas y sus adláteres. Ni una sola concepción comunitaria de las soluciones, los tratamientos, la responsabilidad colectiva. “Hay que confiar en los expertos”. Como si no supiésemos que todo el negocio oligarca de la salud, tan desastroso, costoso y mercenario como es, lo han construido y dirigido sus “expertos”. No se puede tapar la lucha de clases con un virus.

Una cosa es segura dentro de toda la parafernalia semiótico-mediática que envuelve y maquilla a la pandemia de estos días: los pueblos están entendiendo una dimensión de la barbarie capitalista que va quedando al desnudo según pasan las horas. El sistema tiembla por todas partes y para esconder sus temores habla en tono “científico” y derrama dinero que antes juraba no tener. Construye un sentido mesiánico de sí mismo. Descubre recursos donde dijo que no existían y reinventa soluciones que juró eran imposibles. Quieren demorar, con dinero, el despertar de los pueblos.

Tomado de: https://www.telesurtv.net

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Salir del cine. Historia virtual de las relaciones entre el arte y el cine

El cine, como el tiempo, se ha salido de sus goznes. Se desplaza y se despliega más allá del dispositivo clásico de proyección: es un flujo en la red; es cine de exposición; es cine expandido. El cine, tal como lo conocimos, ha salido del cine. De la mano de Érik Bullot, la lectura lineal de su historia se fractura y se astilla; con el polvo de plata resultante, se dibuja, a contracorriente, un jardín de senderos que se bifurcan, se entrelazan y alumbran chispas imprevistas. Para Érik Bullot, el cine es aún una promesa: la promesa de devenir arte.

Bullot abandona la teleología y ausculta ese devenir artístico en sus utopías y presagios, sus amnesias y sus síntomas, sus curvas y sus retrocesos. En estas páginas, se sigue el rastro y el fulgor de un filme perdido de Georges Méliès y Hans Richter; Jean Epstein lee a Maya Deren; la vanguardia se gesta, se clausura y retorna a ambos lados del Atlántico; el cine de autor es un proyecto inconcluso y se prolonga en el arte contemporáneo, mientras Godard incendia una fila de vehículos en una película-clivaje (Week-end); Joseph Cornell hace cine en cajas, porque qué otra cosa es el cine sino una caja (de ruinas en miniaturas y melancólicos desechos); el cine prefigura la vanguardia y la vanguardia ya está allí, en el cine (el slapstick de Laurel & Hardy en la experiencia de Fluxus, como un ritornello); el cine de autor deviene instalación (y es Jackie Raynal o Jean Eustache pisando, con entusiasmo o desesperación, un límite); y el cine de exposición comienza a marcar el paso, en los “filmes de artista”, las pantallas múltiples y las instalaciones en las que se disocian los parámetros elementales del cine.

El cine no se acaba. Migra y muta. Y Érik Bullot, teórico y cineasta, hace de este libro una llave, que abre la puerta a la aventura de esa transformación.

Érik Bullot

(Soissons, 1963). Cineasta, docente y teórico del arte, estudió en la Escuela Nacional de Fotografía de Arles y en el IDHEC de París. Sus películas han sido proyectadas en numerosos festivales y museos, tales como el Jeu de Paume (París), el Centre Pompidou (París), la Biennale de l’image en mouvement (Ginebra), el CCCB (Barcelona), el Museo de arte moderno (Buenos Aires), la Cineteca nacional (Santiago, Chile) y el New Museum (Nueva York), entre otros. Ha publicado varios libros sobre cine. En 2003 se editó un DVD sobre su obra fílmica, presentada por Jacques Aumont (París: Ediciones Léo Scheer). Fue profesor invitado en la Universidad de Nueva York en Buffalo (2009-2011), en el CIA (Centro de Investigaciones Artísticas) en Buenos Aires (2013) y en la Facultad de los medios y de la comunicación en Belgrado (Serbia, 2018). Dicta clases de cine en la École nationale supérieure d’art de Bourges (Francia).

Con Salir del cine, Shangrila continúa su proyecto de publicación en español de obras de Érik Bullot, iniciada con El cine es una invención post-mortem (2015).

Tomado de: https://shangrilaediciones.com

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A la sombra de la sonrisa de Charlot

Charles Chaplin, el genio del cine

Por Irene Bullock

«Existe una diferencia marcadísima entre todos los hombres y Charlot. Todos los hombres se ríen de los peces de colores y Charlot se llora de los peces de colores».

La muerte de la madre de Charlot, de Federico García Lorca

Cuando en 1972 le entregaron a Charles Chaplin un Óscar honorífico por su trayectoria en la 44º ceremonia de los premios, se mostró visiblemente emocionado ante los aplausos recibidos. Al final del acto, el presidente de la academia, el guionista Daniel Taradash, se acercó a él en plena ovación con el bastón y el sombrero de Charlot, y Chaplin cogió ambos objetos, agradecido, pero como indeciso y torpe con ellos. De pronto, realizó una pantomima fugaz con el sombrero… que se le cayó al suelo. Lo recogió, todo lo rápido que le permitía su cuerpo ya anciano, y sonrió, tímido. En realidad, estaba recuperando a Charlot para todos. Era como si su creador no supiese qué hacer con los objetos característicos de su personaje universal. Una bella fusión entre Chaplin y Charlot. O un poético desfase. Conviene recordar las palabras de André Bazin en uno de sus artículos, «Introducción a un simbolismo de Charlot» (Charlie Chaplin. Barcelona, Paidós, 2002. Traducción de Xavier Aleixandre): «Es como si los objetos solo aceptaran ayudar a Charlot al margen del sentido que la sociedad les ha asignado. El más bello ejemplo de estos desfases es la famosa danza de los panecillos [de La quimera del oro], donde la complicidad del objeto estalla en una coreografía gratuita».

Chaplin (EE.UU., 1992), de Richard Attenborough, termina, precisamente, con un fragmento de esta ceremonia. Antes de salir al escenario, Chaplin está nervioso entre bambalinas, en su silla de ruedas (que luego abandonará una vez se sitúa frente al micrófono), mientras se escuchan de fondo las palabras de Taradash, que empieza su discurso con unas palabras del cineasta galardonado: «El humor ayuda a vivir y preservar nuestra salud mental». Y estas palabras no solo tienen un significado universal, sino que también hacen entender muchas cosas de la vida y obra de este genio de la comedia.

Tuvo mucho sentido que fuese Taradash quien le ofreciese este Óscar honorífico, pues ambos protagonizaron un momento simbólico, teniendo en cuenta que Charles Chaplin regresaba a EE.UU. por primera vez de un exilio forzoso que empezó en 1952. Para entender todo esto conviene saber que el presidente de la academia tan solo dirigió una película en 1956, En el ojo del huracán. Su argumento ofrece una clave fundamental. Una bibliotecaria lleva toda su vida profesional dirigiendo con eficacia y dedicación la biblioteca de una pequeña localidad norteamericana, pero tiene que abandonar su puesto y además es condenada por la mayoría de los vecinos por un pasado de afiliación a organizaciones progresistas cercanas ideológicamente al comunismo. Y todo por negarse a retirar de las estanterías (a petición de los políticos que gobiernan el ayuntamiento) un libro titulado El sueño comunista. Esta película se convirtió en un testimonio directo de la caza de brujas, y el guionista no eligió el momento más fácil para sacar adelante un proyecto cinematográfico de este tipo, aunque ya en 1956 el artífice de esa locura, el senador Joseph Mcarthy, había caído y su credibilidad estaba en entredicho. Sin embargo, la paranoia del momento ya se había instaurado y la caza seguía afectando a todos los estamentos de la sociedad. Todo lo que oliera a comunismo o progreso era antiestadounidense. El chisme, la sospecha y el miedo eran los principales instrumentos para perjudicar a muchos profesionales que sufrieron acoso y la inclusión en listas negras. Uno de los afectados fue precisamente Charles Chaplin, que además llevaba años siendo investigado por J. Edgar Hoover por sus ideas políticas.

Aprovechando el clima, las sospechas políticas y, echando leña al fuego, los escándalos de su vida privada, a Chaplin se le impidió la entrada en el país. Había ido a Londres con su familia a promocionar Candilejas (1952) y el viaje de regreso lo realizó en barco. Antes de llegar al puerto recibió un cablegrama en el que se le exigía pasar ante el Comité Investigador de Inmigración para preguntarle sobre sus posibles actividades antiamericanas.

Por eso ese Óscar honorífico refleja la importancia de que Taradash y Chaplin compartieran un mismo escenario en 1972 como broche final a un periodo oscuro. Tiene sentido que este momento aparezca en la película de Richard Attenborough, pues este construyó el biopic de Charles Chaplin con una columna vertebral: mostrar que sus orígenes, su compromiso social y su mirada política están presentes en su filmografía, pero también que tras el payaso se escondía un hombre perfeccionista, complejo y trágico. Pese a que no es una película redonda ni perfecta, pues no encuentra la solución idónea para ensamblar todos los acontecimientos y, además, abarca demasiado (desde su infancia hasta su vejez, tocando varias ideas y mostrando diversas reflexiones sobre su vida y obra) y no puede profundizar en ciertos aspectos, cuenta, sin embargo, con momentos mágicos y con corazón, además de que en ella encontramos una interpretación portentosa de Robert Downey Jr. como Charles Chaplin. No obstante, a pesar de los problemas que presenta, este título reúne los ingredientes necesarios que permiten al espectador querer conocer la vida y obra del protagonista. Además, se caracteriza por una cuidada puesta en escena y ambientación.

El hombre detrás del payaso

Chaplin empieza con la silueta de Charlot en una puerta. Y luego con Charlot sentado frente un espejo en su camerino. Una secuencia que pasa del blanco y negro al color, según este se va desmaquillando y desprendiéndose de sus atributos, como su característico bigote. Charlot da paso a Chaplin. Y de fondo se escuchan las voces del editor George Hayden (Anthony Hopkins), un personaje ficticio, que ayuda a un anciano Chaplin en su casa de Suiza a poner orden en sus memorias.

Lo primero que se recrea es su infancia en Lambeth, Londres. No solo se dibuja la influencia que tendría en la vida del artista su madre Hannah (que es interpretada por su nieta, Geraldine Chaplin), sino también la presencia y el origen de todos aquellos aspectos que iban a formar parte de su personaje universal, Charlot, así como los momentos que más tarde inspiraron sus futuras películas. En su difícil infancia encontró el espíritu de su cine, esa mezcla de humor (a veces con gotas de crueldad) y humanismo.

Desde el principio, se va describiendo la formación del cómico en el arte del music hall y el vodevil, donde trabajaban sus padres, y su habilidad y perfeccionamiento de la pantomima, es decir, el dominio del cuerpo para expresar su universo particular. Tanto su hermanastro Sydney Chaplin (Paul Rhys) como él encuentran una salida en este mundo, y empiezan a despuntar junto al empresario teatral Fred Karno. Luego Charles da el salto a EE.UU., y allí queda deslumbrado por un nuevo arte: el cine. Su primer contrato viene de la mano de Mack Sennett, uno de los pioneros del slapstick. Poco a poco, una vez ha creado su personaje (que se haría tremendamente popular), Chaplin va haciéndose con el control económico y artístico de su carrera y obra.

Richard Attenborough da pinceladas de los inicios cinematográficos: la primera proyección donde Chaplin queda fascinado por el cine, su participación en los rodajes en compañía de  actores del cine silente como Mabel Normand, la lucha de egos entre ellos (las dos estrellas del estudio), el nacimiento de Charlot en un vestuario, la temprana ocasión de independizarse de Sennett, la unión con su hermanastro Sydney para distintos aspectos de su carrera, el encuentro con Edna Purviance (una de sus primeras musas), la relación con  los «reyes» de Hollywood, su buen amigo Douglas Fairbanks y Mary Pickford (terminaría creando con ellos y con el director D. W. Griffith la United Artist para independizarse los cuatro de los estudios)… De este modo queda reflejada en la película la conversión de Chaplin en una de las grandes personalidades de principios del siglo XX.

El humanismo de Charlot

La película da un sentido humanista al proyecto cinematográfico de Chaplin. Su mirada «dibuja» el mundo en el que vive y lo proyecta en su obra, en sus cortometrajes y largos. Y esto le trae problemas que desembocan en el exilio final. Distintas personas le van avisando de cómo su «visión» especial puede acarrearle problemas. Así, el primero que se muestra contrariado es Sydney, cuando asiste a la proyección de Charlot emigrante (1917). Este le dice que sea prudente, que no hay que criticar al sistema. A lo que Chaplin le responde: «Amo este país, por eso puedo criticarlo». Pero su hermano le recuerda que están en guerra. Y el artista continúa siendo fiel a la realidad con un corto de éxito sobre la gran guerra, Armas al hombro (1918).

En una cena con Douglas y Mary, al finalizar la guerra, Chaplin conoce a Hoover, uno de sus máximos enemigos. Mientras este suelta una soflama fascista contra los inmigrantes y habla sobre el cine como instrumento de propaganda y comunicación, el artista trata de no prestar atención alguna y realiza el baile de los panecillos en la mesa. Como Hoover no calla, termina interviniendo y dice: «El cine es para el pueblo que trabaja para vivir y no gana gran cosa. Entonces se alegra de ver a los oficiales y a la clase alta pateados en el trasero. Siempre ha sido así y siempre lo será. Y si eso puede cambiar las cosas, mejor».

Attenborough presta también atención al rodaje de El chico (1921), una de las películas más populares del biografiado, y donde además queda plasmado su estilo más reconocible: sensibilidad y humanismo junto a la carcajada continua. Primero, por una anécdota de su vida privada: mientras se divorciaba de Mildred Harris, su primera mujer, su abogado intentó confiscar las bobinas de la película, y Chaplin, junto con su hermano y otros miembros del equipo de la película, huyeron con ellas para impedirlo. Segundo, porque a su vuelta a Londres en un viaje promocional, donde no había regresado desde que abandonó Reino Unido para probar suerte en el cine en EE.UU., es consciente de dos cosas: se entera de que su primer amor (Hetty Kelly, una joven del mundo del vodevil) ha fallecido por la gripe española, y se da cuenta de que Londres ya no es su hogar justo cuando se encuentra en un callejón y al fondo hay una marquesina de un cine que proyecta El chico.

Cuando el sonoro está a punto de llegar, su amigo Fairbanks (Kevin Kline) le advierte de que el FBI está detrás de él y que tenga cuidado: «Nunca has entendido este país. Parece un buen país en la superficie, pero en el fondo se remueve cuando empezamos a tener miedo». Y el rodaje de Luces de la ciudad (1931) aparece para ilustrar su batalla romántica contra el cine sonoro. Chaplin estaba convencido de que Charlot no debía hablar. El vagabundo no tenía una voz, era su cuerpo el que se expresaba. Sin embargo, en la película empleó un recurso sonoro para provocar el malentendido que da sentido a toda la historia (la violetera ciega oye cómo se cierra una puerta de un coche y eso la hace creer que Charlot es un millonario).

Tras el crac del 29 y la situación crítica que está sufriendo EE.UU., un Chaplin millonario, acomplejado y atormentado dice a Paulette Goddard, su nueva pareja, que ha estado ciego y «eso es fatal para un narrador». Se recrimina no haber dicho nada sobre la crisis económica y social que está viviendo EE. UU. y se implica obsesivamente en el rodaje de su siguiente historia, Tiempos modernos (1936), para expresar los estragos del crac.

Y poco después llega otro instante crítico, en el que decide, como actor, hablar en pantalla. Todo empieza cuando en una fiesta Chaplin retira el saludo a un alemán que está realizando un discurso en el que ensalza la figura y la política de Hitler. Se va del lugar ante el reproche de muchos presentes, y Douglas sonriente (le queda ya poco tiempo de vida) va tras él y le dice: «Te pareces a Adolf». Y toma al pie de la letra las palabras de despedida de su amigo para meterse de lleno en El gran dictador (1940). Aunque su hermano vuelve a rogarle que se dedique a ser cómico sin más, Chaplin expresa la necesidad de no estar al margen. Y crea así el mítico monólogo de la película: «Vosotros el pueblo tenéis el poder para crear esa vida libre y espléndida… para hacer de esa vida una radiante aventura. Entonces, en nombre de la democracia, utilicemos ese poder… ¡unámonos todos!». Finalmente, rodó Candilejas (1952), una indagación personal en sus raíces y en el mundo que conoció en la infancia. Fue la última película que pudo realizar en EE.UU.

Las sombras de Charlot

Richard Attenborough también cuenta las sombras de Chaplin, sobre todo sus relaciones con mujeres más jóvenes que él. Attenborough busca dar un sentido a su errática vida sentimental, hasta que Chaplin encontró cierta estabilidad en compañía de Oona O’Neill (hija del dramaturgo Eugene O’Neill), con la que se llevaba treinta y seis años. La película, por una parte, señala la influencia que ejercieron sobre él la salud mental de su madre y su personalidad. Hannah era fuente de dolor para Chaplin. En ella se inspira para alguna de las heroínas de sus películas, mujeres a las que había que proteger, tratando de que no se rompieran en pedazos (sobre todo los personajes de Edna Purviance). Y, por otra, Attenborough describe una vida sentimental que siempre fue una fuente de escándalos aireados por la prensa. Un ejemplo ya mencionado: el adolescente Chaplin vive su primer amor con una chica de 15 años, bailarina del vodevil, llamada Hetty Kelly. Esa historia nunca llegó a consumarse porque el artista se fue a EE. UU. Ella se casó con otro y falleció muy joven por la gripe española. La película sostiene la tesis de que Chaplin buscaba siempre llevar adelante esa historia interrumpida. De ahí su obsesión por las adolescentes: Mildred Harris o Lita Gray. Después tiene una historia más tranquila y madura con Paulette Goddard, una actriz mayor de edad, que sería también la heroína de dos de sus más aclamadas películas: Tiempos modernos y El gran dictador. Y, finalmente, Chaplin conoce a la segunda mujer de su vida y con la que encontrará estabilidad sentimental, Oona O’Neill.

El director toma una decisión de casting para cerrar el círculo sentimental de Charles Chaplin. Tanto Hetty Kelly como Oona tienen el rostro de la misma actriz: Moira Kelly. La búsqueda de la mujer amada ha terminado. Sin embargo, será otra mujer joven la que precipitará su caída junto a sus ideas políticas: la actriz Joan Barry, que lo llevó a juicio para que reconociera la paternidad de su hija Carol Ann. Aunque las pruebas biológicas no fueron concluyentes, en el juicio le hicieron responsabilizarse de la niña por su conducta considerada inmoral a lo largo de su vida.

Chaplin de Richard Attenborough deja el retrato de un hombre complejo que es indispensable en el estudio de la historia del cine. Su magia y su capacidad de hacer reír son misterios que han generado ríos de tinta. Su afán de perfección en el gesto quedó grabado para siempre en la pantalla. Y, como le confiesa en un momento de la película a su editor, quizá él no cambió el mundo, pero sí le hizo reír.

Tomado de: https://insertoscine.com

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