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Releyendo desde el presente el concepto de Revolución

Foto Roberto Chile

Por Abel Prieto Jiménez

Fidel no nos deja un catecismo ni una recopilación de consignas; sino una síntesis magistral de su pensamiento sobre qué es la Revolución, qué debe ser siempre, qué principios no puede abandonar. La describe en todas sus dimensiones; en toda su grandeza redentora, histórica, moral. Y habla igualmente de cómo deben ser los hombres y mujeres que la lleven adelante.

«Hemos hecho una Revolución más grande que nosotros mismos», dijo una vez. Y con aquella definición extraordinaria del 1ro. de mayo de 2000, nos coloca a los cubanos ante el desafío de hacernos dignos día a día de esa obra mayor.

Ignacio Ramonet afirma que hoy no estamos simplemente ante «una crisis sanitaria»; sino ante un «hecho social total», que sacude relaciones sociales, instituciones y valores. Entretanto, Frei Betto se pregunta «¿Cómo será “el día después” de esta pandemia? ¿Qué cambiará en nuestros países y en nuestras vidas?».

Para Atilio Borón, el escenario pospandemia implica un reto para «todas las fuerzas anticapitalistas del planeta» y «una oportunidad que sería imperdonable desaprovechar». Y recuerda una reunión de intelectuales de la Red En defensa de la Humanidad, en 2012, donde Fidel los convocó a seguir luchando, aun en las condiciones más difíciles.

Ignacio, Betto y Atilio fueron amigos muy cercanos de Fidel. Estoy seguro de que, en medio de esta crisis, han pensado muy a menudo, como muchos otros, en él, y de qué modo hubiera evaluado lo que ocurre y lo que pudiera ocurrir en el futuro.

Lo primero que Fidel nos exigiría, para analizar este «hecho social total», sería apartar las teorizaciones abstractas y armarnos de ese «sentido del momento histórico» que caracterizó a su mirada a la hora de descifrar circunstancias complejas y de tomar decisiones.

En esta época de egoísmo desenfrenado, donde a la barbarie neoliberal se añade la pandemia, resuena con más vigor la apelación de Fidel a los revolucionarios: «desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo». ¿Qué mejor caracterización puede hacerse de los médicos y enfermeros cubanos que enfrentan ahora mismo el coronavirus en más de 20 países?

Súmense otros reclamos de Fidel: capacidad para enfrentar la lucha «con audacia, inteligencia y realismo» y «cambiar todo lo que debe ser cambiado»; valentía para «desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional» y «defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio», y una fe absoluta en «la fuerza de la verdad y las ideas», en la unidad, en la independencia, en «nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo».

Aparte de un grupo de pícaros e irresponsables, la mayoría de nuestro pueblo ha dado muestras sobradas de espíritu solidario, compromiso y disciplina en esta etapa de emergencia. Puede decirse que los preceptos enumerados por Fidel en su concepto de Revolución han venido arraigándose en las fibras más íntimas de gran parte de la sociedad cubana.

Fidel añadió: «no mentir jamás ni violar principios éticos», una expresión de poderosa raíz martiana que contrasta con el paisaje político internacional, donde proliferan las mafias, los golpes bajos, la corrupción, el chantaje, la compraventa de almas y el uso de la crisis con fines electorales; donde habita una Reina con mayúscula: la Mentira.

La campaña del gobierno de los EE. UU., que intenta desacreditar la cooperación médica cubana, se basa en la calumnia, la impotencia y el rencor. Quizá ese encono obsesivo nace también de la comparación inevitable entre la imagen vergonzosa de una superpotencia que no ha sabido lidiar con la epidemia, que cometió torpezas de consecuencias trágicas para su población, y la pequeña Isla bloqueada y agredida que está dando lecciones de generosidad al mundo entero. Martí escribió en sus apuntes sobre «el odio del mezquino al generoso» y «del que envidia una superioridad de espíritu y una largueza de corazón que no posee».

El concepto de Revolución realza la meta innegociable de lograr «igualdad y libertad plenas», el derecho de «ser tratado como ser humano», el deber de «tratar del mismo modo a los demás» y el proceso de «emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos».

La propaganda capitalista emplea hasta el cansancio las banderas de la libertad. Acusa al socialismo y a cualquier gobierno mínimamente progresista de autoritarismo y de reprimir «las libertades ciudadanas». De la igualdad, por razones obvias, no se atreve a hablar. Hay una verdad irrebatible que Fidel reiteró una y otra vez en su prédica revolucionaria: no hay mayor enemigo de la libertad y la democracia auténticas que el capitalismo. Atribuirle a ese sistema una intrínseca naturaleza «democrática» y «liberadora» es una de las estafas más desvergonzadas de la industria hegemónica de dominación informativa y cultural.

Para Fidel, como para Martí, «sin cultura no hay libertad posible». Una persona sumida en la ignorancia, incapaz de entender la lógica represiva y explotadora del sistema, es una víctima indefensa de la publicidad comercial que lo conduce a endeudarse para comprar lo que no necesita, a soñar con un estatus que le está vedado, a vivir de una frustración en otra y a culparse de su destino de «perdedor». Ante los ojos gélidos del sistema no es propiamente un ser humano. Es apenas una cifra, un fantasma, una sombra. En el mejor de los casos, lo ve como consumidor; nunca como ciudadano. Cada cierto tiempo puede suceder que lo vea como votante, y despliega entonces sus instrumentos cada vez más sofisticados de manipulación electoral.

La Revolución no acepta la filosofía neoliberal donde la población se divide en una minoría de privilegiados y una multitud de «desechables». Ahora, con la pandemia, muchos médicos de países desarrollados se han visto obligados a escoger entre pacientes «salvables» e «insalvables». Por eso tiene tanta vigencia la máxima fidelista de «ser tratado y tratar a los demás como seres humanos». La vida y la salud de todos, sin excepción, son sagradas.

La obra educacional, científica y cultural de la Revolución, inclusiva y participativa, ha estimulado la creatividad de los cubanos y los ha preparado para ser capaces de alcanzar la emancipación y vencer definitivamente todo vestigio de colonialismo y dependencia.

Tomado de: https://culturayresistenciablog.wordpress.com

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Cine histórico cubano: paradigmas, retóricas y desafíos

Fotograma del filme Inocencia, de Alejandro Gil

Por Joel del Río

En el capítulo IX de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, define Miguel de Cervantes las funciones de la Historia, “émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir”. Un delicado balance entre tales particularidades evidencia las mejores obras del cine histórico cubano, un género que, a juzgar por la producción de la última década, tanto en filmes independientes como en los producidos por el Icaic, atraviesa una etapa de lento y pertinaz resurgimiento a partir del éxito de público, y del notable talento implicado.

El reciclaje cubano del cine histórico opera dentro de un contexto habitado por similares reconfiguraciones del cine latinoamericano y mundial, basta recorrer el inventario de las películas más publicitadas y elogiadas de los últimos años para comprobar que se trata de una tendencia mundial suscrita por producciones tan prestigiosas como 12 años de esclavitud (2013, Steve McQueen) y Camille Claudel (2013, Bruno Dumont); La forma del agua (2017, Guillermo del Toro) y Zama (2017, Lucrecia Martel); Roma (2018, Alfonso Cuarón), Pájaros de verano (2018, Ciro Guerra) y La favorita (2018, Yorgos Lanthimos). La tendencia va en alza si verificamos que el año pasado compitieron por el Oscar The Irishman, 1917, Érase una vez en Hollywood, Jojo Rabbit, Ford vs Ferrari y Mujercitas.

Además de sintonizar con las tendencias más actuales del mundo, el actual cine histórico cubano hereda tradiciones nacionales asentadas desde los momentos fundacionales, con Enrique Díaz Quesada, y El capitán mambí (1914), La manigua o La mujer cubana (1915) o El rescate del brigadier Sanguily (1916) todas desaparecidas hoy, pero que marcaron los perfiles inaugurales de nuestra cinematografía. En fechas posteriores hubo versiones cinematográficas de Cecilia Valdés, la novela nacional, e incluso se presentó la primera biografía fílmica de José Martí, que se llamó La rosa blanca, y padecía de inverosimilitud generalizada.

El cine histórico realizado por el Icaic entre los años sesenta y noventa abogaba por el convencimiento de que todo tiempo pasado fue peor, cuando se refería a los años republicanos (Soy Cuba, Aventuras de Juan Quin Quin, Tulipa, Los días del agua, El extraño caso de Rachel K., Amada, Un hombre de éxito, Gallego, Clandestinos, La bella del Alhambra, Hello Hemingway), o los realizadores defendían la tesis de la continuidad entre las diversas etapas del independentismo cubano, como se percibe en La primera carga al machete, La odisea del General José, Páginas del diario de José Martí, Mella, la saga de Elpidio Valdés. Tuvimos incluso directores especializados en la reflexión sobre la racialidad, la otredad y los orígenes de la nación como Tomás Gutiérrez Alea (Una pelea cubana contra los demonios, La última cena), Humberto Solas (Lucía, Cecilia, El siglo de las luces), Sergio Giral (El otro Francisco, Rancheador, Maluala) mientras que se asentaba paralelamente el ditirambo a la épica revolucionaria de los años sesenta: El hombre de Maisinicú, El brigadista, Guardafronteras y Polvo rojo, entre otras.

En la década final del siglo XX aparecieron producciones históricas menos apremiadas por los devenires de la agenda sociopolítica, y más distantes de la gravedad que algunos consideran inherente al tratamiento cinematográfico de la Historia: Zafiros, locura azul (1997) y Bailando chachachá (2005) de Manuel Herrera; Santa Camila de La Habana Vieja (2002, Belkis Vega); El Benny (2005, Jorge Luis Sánchez); Tres veces dos (2003), en particular el cuento de Lester Hamlet; Páginas del diario de Mauricio (2005, Manuel Pérez); La edad de la peseta (2006, Pavel Giroud); Camino al Edén (2007) y Lisanka (2009), de Daniel Díaz Torres, en las cuales predominan perspectivas postmodernas dirigidas a poner en solfa los relatos épicos y a combinar lo histórico con modalidades sociológicamente menos ampulosas, como lo son el melodrama, la comedia de costumbres y el musical.

Al llegar al siglo XXI se puede asegurar que algunos de los clásicos indiscutibles del cine cubano clasifican dentro del género histórico, una tendencia explicable dado el imperativo de los creadores por exteriorizar en imágenes las sagas colectivas e individuales, las gestas libertadoras y culturales, la biografía de grandes hombres y mujeres cuyo accionar enriqueció la vida de la nación. Los filmes cubanos de época aportaron ideas y antecedentes, respondieron preguntas, ilustraron los orígenes, sugirieron útiles pormenores en la conformación de la identidad colectiva, además de contener cierta interpretación política, y estética, sobre un periodo clave de la historia nacional.

Porque este tipo de películas adquieren valor en tanto parábolas que estimulan al espectador a cuestionar pasado y presente, como se dice en El Quijote, y valen como acicate a que el espectador profundice en la comprensión de ciertas constantes de la cultura nacional y universal, en tanto un personaje o grupo suele colocarse del lado correcto, del progreso y el humanismo, y otro personaje o grupo representa los contravalores, y así el filme actúa cual reivindicación de la memoria colectiva en tanto se despliegan las posibilidades del lenguaje cinematográfico para reafirmar mitologías y metaforizar moralejas, o defenestrar prestigios y cuestionar el discurso oficial.

Si aludiéramos únicamente a producciones de la última década, viene a la mente un conjunto impresionante de largometrajes de ficción de corte histórico, aunque motivados por los más diversos tonos y ambiciones estéticas. En la lista aparecen, al principio y al final del decenio mencionado (2010-2019), sendas producciones de Fernando Pérez que discursan sobre el pasado colonial y los orígenes de la nación: José Martí, el ojo del canario (2010) e Insumisas (2019), esta última en colaboración con Laura Cazador. En similar cuerda temática incursionaron Cuba Libre (2015) y Buscando a Casal (2019) ambas de Jorge Luis Sánchez, Inocencia (2018), de Alejandro Gil, y la profusión se refuerza con El Mayor (2020, Rigoberto López), uno de los mayores esfuerzos productivos del Icaic en los últimos años.

Este grupo de filmes se dedica a enardecer al espectador contemporáneo con injusticias y crímenes ocurridos en la segunda mitad del siglo XIX, y a retratar las sicologías de jóvenes inconformes, mientras se revelan las relaciones familiares y los problemas coloniales de la sociedad cubana en pasado y en presente. Con la bien aprendida lección de que la Historia en general continúa atrayendo a múltiples audiencias, deslumbradas por tanto sufrimiento y calamidad, esperanza y salvación, estos filmes presentan personajes negados a dejarse llevar por las mentiras oficiales y mucho menos a obedecer ciegamente disposiciones arbitrarias. Se trata del típico personaje símbolo y testigo de una época, un personaje que encarna el juicio de la posteridad respecto a la inmoralidad y corrupción del sistema colonial.

Al reverdecer del cine histórico se añadieron otros filmes más interesados en exaltar ciertos aspectos de la Cuba republicana como Contigo Pan y Cebolla (2012, Juan Carlos Cremata) y Bailando con Margot (2016, Arturo Santana); además de aquellos muy numerosos, interesados en revisar los años ochenta y noventa: Boleto al paraíso (2010, Gerardo Chijona); La obra del siglo (2015, Carlos M. Quintela); El acompañante (2016, Pavel Giroud); Santa y Andrés (2016, Carlos Lechuga); Sergio y Serguei (2017, Ernesto Daranas); Un traductor (2018, Rodrigo y Sebastián Barriuso); Nido de mantis (2018, Arturo Sotto), que también pasa revista a la Cuba de los años sesenta y setenta, y Agosto (2019, Armando Capó).

Si combináramos, a modo de collage y mural, las propuestas ideotemáticas de todos estos filmes, conformaríamos un completo panorama sicológico y político de lo que fuimos y de cómo pensamos los cubanos en la etapa de la debacle del socialismo real, mediante relatos que ilustran la intimidad de los protagonistas, con el propósito de sintetizar algunas de las vivencias de toda una generación, pues se trata de filmes enfocados sobre todo en los conflictos privados y personales, y colateralmente “le pasan la cuenta” a un periodo en el cual se transformaron dramáticamente algunas certezas ideológicas que afianzaban nuestros credos.

Muy pocas veces el cine cubano, hecho por noveles o consagrados, a lo largo de los últimos veinte o treinta años, ha logrado recorrer con tanta naturalidad y honradez la decepción, el desconcierto y el naufragio, el ansia de trascendencia ante la futilidad, como se muestra en las películas mencionadas que abordan nuestra historia reciente, atraviesan varios estratos de lo público y lo privado, y exponen simbólicamente los últimos cuarenta años de la Historia de Cuba, a partir de los sueños y frustraciones de los protagonistas, cuyas predestinaciones se relacionan con la victimización del melodrama, como se observa en Santa y Andrés, El acompañante, Un traductor, y en varias otras de las mencionadas. Porque el cine histórico cubano descubrió, en su constante alianza con el melodrama, el modo de reescribir con imágenes, sombras y luces temblorosas, el pasado de una nación con asombrosa vocación para superar sus propios errores y desafueros.

Tomado de: http://www.lajiribilla.cu

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Mensaje de la Casa de las Américas en un nuevo aniversario de su fundación

Casa de las Américas. La Habana, Cuba

Menos de cuatro meses después del 1º de enero de 1959, un día como hoy, 28 de abril, se creó la Casa de las Américas.

En medio de campañas mediáticas difamatorias, amenazas del presidente Eisenhower, secuestros de aviones y atentados terroristas, la Revolución se defendía y daba los primeros pasos en su proyecto emancipador. Convertía en ciudad escolar la fortaleza de Columbia, entregaba la propiedad de sus tierras a más de trescientos campesinos, fundaba el ICAIC y la Imprenta Nacional.

Pronto los Estados Unidos usarían su poder en la región para aislar a Cuba y su “mal ejemplo” de soberanía y justicia social. Lograron excluirla de ciertos foros y romper vínculos diplomáticos, acuerdos, papeles; pero no les fue posible quebrar otros lazos asociados al instinto y a las raíces de los pueblos, a su memoria, a sus sueños. La Casa, guiada por una personalidad tan luminosa como Haydee Santamaría, junto a un equipo comprometido y leal, contribuyó de manera decisiva a que Cuba no fuera espiritualmente desgajada de Nuestra América.

Inspirada en Bolívar, Martí y Fidel, nutrida de modo cotidiano por el pensamiento anticolonial de Roberto Fernández Retamar y la visión de vanguardia de Mariano Rodríguez, la institución encontró aliados en los mejores creadores de la región. Martínez Estrada, Galich, Benedetti y muchos otros intelectuales y artistas relevantes habitaron la Casa, la hicieron suya, y enriquecieron sus conceptos y estrategias.

La Casa, con los años, fue ampliando su mirada. Al examen y la promoción de las letras, la música, el teatro, las artes visuales y la cultura caribeña, se añadieron estudios sobre la mujer, los pueblos originarios, los latinos en los Estados Unidos y la presencia de África en América.

Celebramos este aniversario en una situación de emergencia para la región y para todo el planeta. Una doble pandemia se ensaña en los más pobres: el coronavirus y el neoliberalismo.

Negros y latinos sobresalen en las estadísticas de contagiados y fallecidos en los Estados Unidos. Los indígenas del Norte y del Sur de las Américas, tradicionalmente despojados de sus derechos, son en extremo vulnerables. Trabajadores informales, indigentes sin techo, habitantes de viviendas precarias en los suburbios de las ciudades, inmigrantes sin documentos ni destino y un largo etcétera parecen predestinados a una muerte segura, aunque no figuren luego en las cifras oficiales.

Muchos artistas, víctimas del desmontaje de las políticas culturales y de las propias circunstancias, se ven hoy en total desamparo.

Las personalidades más sensibles y juiciosas del mundo han venido reclamando un enfrentamiento a la crisis basado en la colaboración, en el esfuerzo coordinado, en la solidaridad.

La Casa, en el aniversario de su nacimiento, quiere insistir en esa palabra: solidaridad. Martí dijo: “Patria es humanidad” —y Fidel convirtió esta definición en patrimonio de todos los cubanos y en guía y sentido de la proyección internacional de la Isla.

Los médicos cubanos batallan hoy contra la pandemia en más de veinte países. Arriesgan sus vidas, como han hecho en tantas ocasiones, para salvar otras, y dejan un ejemplo moral intolerable para políticos e ideólogos neoliberales. De ahí que utilicen sin tregua su poderosa maquinaria de producir y circular mentiras para atacar la generosidad de la Revolución Cubana y de sus hijos.

La Casa de las Américas respalda la carta abierta “Simplemente, ¡ya basta!” de la Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales en Defensa de la Humanidad, que, entre otros temas cruciales, denuncia el cinismo de quienes fomentan la campaña contra la vocación solidaria e internacionalista de Cuba y no dicen una palabra acerca del bloqueo que impide, incluso, adquirir cualquier tipo de insumos para frenar la pandemia.

Y es que el coronavirus también ha agudizado la barbarie: la cultura del odio, violenta, fascistoide, xenófoba, racista. Frente a esas tendencias oscuras, la Casa, al igual que los representantes dignos de los pueblos latinoamericanos y caribeños, apuesta por la cultura de la paz, de la hermandad entre los seres humanos. Una cultura, además, que conviva respetuosamente con la Madre Tierra.

Un valioso aporte a estos debates lo constituye el número 298 de la revista Casa, que incluye el dossier “Encrucijadas de la América Latina” y desde hoy estará a disposición de los lectores en www.casadelasamericas.org. Estamos empleando la Web y las redes sociales para difundir publicaciones, obras de arte y textos investigativos, como parte de la razón de ser de la institución desde el 28 de abril de 1959.

Como en aquellos tiempos difíciles de su fundación, la Casa trabaja día a día para mantener sus vínculos con los que defienden, en medio de la crisis actual, la auténtica cultura de la emancipación en América Latina, en el Caribe y dentro de los propios Estados Unidos.

Tomado de: https://elvuelodelgato.home.blog

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El Covid-19 dispara la pandemia de estúpidos

Bart van Leeuwen (Países Bajos)

Por Marcos Roitman Rosenmann

El virus no es inteligente, no tiene conciencia ni es reflexivo. Los seres humanos poseen, en teoría, dichas cualidades. Sin embargo, en esta crisis, donde es obligado ser prudentes y no buscar chivos expiatorios, emerge una especie que se multiplica, los estúpidos. El combate es contra prelados, deportistas, cantantes, académicos, periodistas, premios Nobel, científicos, políticos de tres al cuarto o expertos. Luchar contra la estupidez constituye una necesidad vital. Hay quienes se escudan en títulos, publicaciones o sus instituciones para decir estupideces. Como ejemplo, el manifiesto de la Fundación Internacional para la Libertad, encabezado por Vargas Llosa, y seguido de ex presidentes, escritores, periodistas, políticos, empresarios y economistas, entre otros José María Aznar, Álvaro Uribe, Macri, Zedillo, Sanguinetti, Cristiani, Castañeda, Krause, Savater, Jorge Edwards, Albert Rivera, Esperanza Aguirre, María Corina, Álvarez de Toledo, ex ministros, politólogos y gente de bien, hasta más de un centenar. Ellos, llaman la atención a un confinamiento que impi­de trabajar, producir, generar riqueza, persigue políticamente, ataca la empresa privada, la democracia liberal y la economía de mercado. El enemigo, como siempre, la Internacional Comunista y el populismo. En esta dirección de estúpidos, sobresale el canciller de Brasil, Ernesto Araujo, quien, en sincronía con el manifiesto declara que el coronavirus, camuflado bajo la ideología de género, el cientifismo y el alarmismo climático, es una invención del marxismo y una conspiración para implantar el comunismo, usando la OMS a fin de consolidar un orden sin naciones y libertades y sin espíritu.

Carlo Cipolla, uno de los historiadores más destacados del siglo XX, escribió Las leyes fundamentales de la estupidez humana. Cipolla abría el ensayo: La humanidad se encuentra […] en estado deplorable. La especie humana posee el privilegio de cargar con un peso añadido a los problemas cotidianos, representado por un grupo de personas más poderoso que la mafia, que el complejo militar industrial o la Internacional Comunista. Se trata de un grupo no organizado, que no se rige por ninguna ley, no tiene jefe, ni presidente, ni estatuto, pero que consigue actuar en perfecta sintonía, como si estuviese guiado por una mano invisible, de tal modo que las actividades de cada uno de sus miembros contribuyen poderosamente a reforzar y ampliar la eficacia de la actividad de todos los demás miembros. Se refería a los estúpidos. Luego estableció cinco leyes para explicar su comportamiento. Primera ley: siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo; segunda ley: la probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona; tercera ley o ley de oro: un estúpido es alguien que causa daño a otro u otros sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo perjuicio; cuarta ley: los no estúpidos subestiman siempre el potencial nocivo de los estúpidos. Los no estúpidos, en especial, olvidan constantemente que, en cualquier momento y lugar, y en cualquier circunstancia, tratar y/o asociarse con estúpidos se manifiesta infaliblemente como costosísimo error, y quinta ley: la persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe. Corolario: el estúpido es más peligroso que el malvado.

Cipolla no ha sido el único en escribir sobre la estupidez. Jean Paul Richter dijo en su Elogio de la estupidez (1782): “Están demasiado imbuidos por una sensación de superioridad que hace que la expresen mediante el odio y el desprecio… Tendrían que no quererse tanto para no odiar al hombre ilustrado”. Igualmente, el potencial de los estúpidos para perjudicar a los demás, dirá Cipolla, está en función del grado de poder y la autoridad que atesoren. El manifiesto es buen ejemplo de la variedad de especímenes que lo integran. Pero Cipolla va más lejos; subraya que las acciones de los estúpidos no se ajustan a la racionalidad: “nos pillan por sorpresa…, incluso cuando se tiene conocimiento del ataque no es posible organizar una defensa racional, porque el ataque carece de cualquier tipo de estructura racional… ante comportamientos erráticos es extremadamente difícil cualquier contraataque”. Su conclusión es demoledora: “Con la sonrisa en los labios […], el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida y el trabajo, hacerte perder tiempo…, el buen humor, el apetito… y todo… sin remordimientos y sin razón. Estúpidamente”.

En este orden, podemos situar a Trump, Bolsonaro, Boris Johnson o Sebastián Piñera. Pero no menos un sinnúmero de expertos a posteriori que dicen conocer las causas y plantean soluciones a la pandemia, todos en el poder político. Asimismo, estúpidos que hablan de un cambio, para mejor, en los comportamientos sociales colectivos. Seremos más responsables, solidarios y comprometidos con el ambiente. Los corruptos mutarán en honrados, los narcotraficantes se entregarán a la justicia, los empresarios darán beneficios entre sus trabajadores, los bancos darán préstamos a cero por ciento de interés, se financiará la sanidad pública, se perseguirá el fraude, se acabará con los paraísos fiscales, y por fin la cultura gozará de buena salud. La pobreza desaparecerá, las trasnacionales dejarán de sobrexplotar la naturaleza y las empresas contaminantes se volverán ecológicas. No se puede ser más estúpido. Recuerden: no se junten con ellos porque se contagia.

Tomado de: https://www.jornada.com.mx

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Detrás de la fachada

Adán (Cuba)

Por Graziella Pogolotti

Ahora suburbio de Turín —la capital del Piamonte, allí donde están nuestros médicos— Giaveno exhibe las calles asfaltadas y los edificios de apartamentos. De ahí salió mi abuelo a finales del siglo XIX a buscar fortuna, a «hacer la América», como solía decirse. De aquella numerosa familia sobrevive en el lugar la última descendiente, dedicada a la administración de sus propiedades. Había alquilado una de ellas, ubicada en la plaza principal, a un argentino de origen italiano. Era el regreso de los hijos de los antiguos emigrantes a una Europa que parecía mostrar un mirífico buen vivir. Convertido en administrador de un café, se quejaba de las dificultades económicas. «No se puede hacer nada», añadía, «porque vivimos en una burbuja que estallará en cualquier momento con el pinchazo de un alfiler».

La pandemia del coronavirus me hizo recordar aquella conversación. Estamos ante un mal invisible de origen desconocido. Los espacios noticiosos se encuentran desbordados por el tema. Cada mañana esperamos con ansiedad el informe sobre las últimas cifras. Se advierten los síntomas de una crisis económica de dimensiones imprevisibles. Tras bambalinas, las fuerzas en pugna por el dominio del mundo mueven las piezas para asegurar el jaque mate en el después. Mientras los científicos buscan afiebradamente la solución del enigma, se impone superar la angustia cotidiana en aras de convocar a la reflexión necesaria, porque el debate se libra también en el terreno del pensamiento.

La contribución de Charles Darwin al desarrollo del conocimiento tiene un valor inestimable. Caracterizó la evolución de las especies, proceso milenario a lo largo del cual sobrevivieron los más aptos y aquellos que demostraron mayor capacidad de adaptación. Las investigaciones posteriores confirmaron la tesis evolucionista con los restos fósiles que atestiguaban los eslabones que condujeron a la aparición del bípedo pensante, adiestrado con el dominio de las leyes generales de tan prolongada historia para no sucumbir ante el destino prefijado y convertirse en protagonista de su devenir. Procuró encontrar la felicidad en la acumulación de bienes materiales hasta agredir la naturaleza de manera irreversible. Como en la fábula tradicional, en ausencia del brujo, el aprendiz hizo de las suyas y desencadenó una violenta explosión, controlada tan solo por el regreso del maestro, vale decir, de la verdadera sabiduría.

La extrapolación de las ideas de Darwin al campo de las ciencias sociales engendró una ideología perversa. En la lucha por la supervivencia del más apto, en el empeño por extraer la mejor tajada, exacerbó el individualismo, el enfrentamiento de todos contra todos. Sirvió de sustento al fascismo en su defensa de la supremacía racial, la quiebra de principios éticos fundamentales y la aplicación de un genocidio sistemático.

Nadie está exento de padecer la enfermedad. Ocurrió con el Primer Ministro y el príncipe heredero en la Gran Bretaña, también con el príncipe de Mónaco. Pero, en las brechas agigantadas que separan a los países ricos de los pobres, a los privilegiados en el Primer Mundo de los guetos de miseria, de los campamentos donde se amontonan refugiados de todas las edades, de los indocumentados que ocultan su identidad, desprovistos todos de acceso a la salud, a los medicamentos y a las pruebas diagnósticas, la pandemia se traduce en la práctica en un darwinismo social, en genocidio étnico. Los perdedores, material desechable, no aparecerán en las estadísticas.

Sin remontarse al origen de los hechos, vale la pena recordar algunos datos recientes. Fidel impulsó el pensamiento y el desarrollo de la ciencia como partes integrantes de la soberanía nacional. En la década de los 80 convocó reiteradamente a economistas y a dirigentes sociales a afrontar la amenaza representada ya entonces por la deuda impagable. Era un dogal que condenaba a la servidumbre a nuestros pueblos, reducidos a privarse de los beneficios sociales más elementales para entregar a los bancos el fruto de su trabajo y la esperanza de un porvenir mejor.

En la década de los 90 situó en primer plano el llamado urgente a salvar la especie. Ante la anemia y la subordinación de los Estados, la especulación financiera prosiguió. La crisis estalló en 2008. Miles de deudores fueron desahuciados. Carentes de techo, muchos se refugiaron en cualquier parte. Muchos apelaron al suicidio como única alternativa posible. Pero el dinero de los contribuyentes se invirtió en salvar a los bancos de la quiebra.

Mientras los humanos permanecen confinados, los tigres duermen plácidamente en las carreteras de Sudáfrica. Es una advertencia. Estamos llegando a un punto de no regreso. Es hora de escuchar los reclamos de la naturaleza, de desgajar al mundo del dominio neoliberal del capitalismo especulativo, de producir para saciar el hambre de todos, de eliminar la chapucería de los aprendices y acoger la sabiduría del brujo, de compartir los resultados de la investigación científica, de condonar la deuda impagable contraída, de poner en práctica la auténtica solidaridad.

Tomado de: http://www.juventudrebelde.cu

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Ambrosio Fornet en dos partes (+Vídeo)

Ambrosio Fornet, intelectual cubano

Escritor, ensayista, investigador, guionista de cine y editor cubano. Granma, 1932. Es académico de número desde 1997 y Profesor Titular Adjunto del Instituto Superior de Arte. Ha realizado numerosos trabajos de relectura y recuperación de los autores cubanos de la diáspora. El libro en Cuba; siglos XVIII y XIX, es su más ambicioso proyecto, dedicado al movimiento editorial cubano en la época colonial. Durante veinte años fue editor, sucesivamente, del Ministerio de Educación, la Editorial Nacional y el Instituto Cubano del Libro. Preside el Consejo Editorial de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y asesora dos colecciones del Instituto Cubano del Libro. Fue reconocido con el Premio Nacional de Edición en 2002. Posee también las distinciones Por la Cultura Nacional, Alejo Carpentier, Raúl Gómez García, Ciudad de Bayamo y José María Heredia.

Entrevista al intelectual cubano Ambrosio Fornet tomada de la serie Videoteca Contracorriente

Primera parte

Segunda parte

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Más brutal que la fantasía (+Tráiler)

Cartel del filme Bacurau de Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles

Por Alexandra Vázquez Peña

En el departamento de Pernambuco, en la región nordeste de Brasil, se encuentra el pueblito de Bacurau, un lugar donde al calor húmedo agobiante se le suma la escasez de agua potable. A pesar de la disputa violenta y los enfrentamientos a mano armada que han resultado en el bloqueo de las rutas, sus habitantes resisten y sobreviven en comunidad, con valijas de remedios y camiones de agua que cada tanto logran cruzar la barrera policial por caminos de tierra alternativos. Dirigida por Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles, la trama de Bacurau se sitúa en un poblado imaginario, en un tiempo futuro indefinido, “de aquí a algunos años”, como indica el texto sobreimpreso, donde el abandono absoluto de las autoridades hacia estos lugares desolados ha obligado a la población a idear estrategias de supervivencia comunitaria.

Pero Bacurau es mucho más que un drama social. La muerte de la matriarca del pueblo y la absurda visita del candidato a gobernador de Sierra Verde tan solo son irrupciones aisladas que ilustran las penas y frustraciones cotidianas con las que deben lidiar los compueblanos. Es, cuando Bacurau desaparece del mapa y se cortan las comunicaciones, que algo parece andar verdaderamente mal. A las situaciones ilógicas que le suceden, como la sorpresiva aparición de un platillo volador o una estampida de caballos en medio de la noche, se revela sin escrúpulos una maquinaria de exterminación masiva ofertada en forma de entretenimiento a extranjeros sedientos de sangre. Inicia, así, una segunda parte de la película, con un tono distinto, que se centra en el enfrentamiento entre el bando de los lugareños y los invasores forasteros.

Así como la trama de Bacurau está plagada de giros imprevisibles, la manera de relatar se erige sobre una conjunción de elementos diversos del cine de género, usados y abusados por la industria dominante, que remiten a referencias ya conocidas. La utilización de lentes anamórficas que captan una imagen panorámica de alta calidad, sumado al uso constante de paneos y zooms aluden a un western moderno; si bien el desierto es reemplazado por el sertão brasileño, aquí también tienen lugar aquellas escenas típicas del género, como el arribo de los motoqueiros al bar pueblerino bajo los ojos curiosos de los locales o los duelos a quemarropa con sus planos americanos. De la misma manera, la cantidad de sangre y el modo en que los sesos estallan en la pantalla tan explícitamente, responde a la estética violenta y sangrienta del cine gore.

Bacurau tiene tintes también de un horror distópico: cuando sus habitantes son insignificantes para las autoridades y cuando se vuelven un estorbo, qué mejor idea que convertir el genocidio en un lucro, una especie de safari humano exótico con armas antiguas y ninguna regla más que matar la mayor cantidad de personas posibles, sean niños o ancianos indefensos. Cuando el actual presidente de Brasil predica una guerra contra los pueblos indígenas, a quienes pretende expulsar de sus territorios y privarlos de autonomía, la fábula es más palpable que mágica. De pronto, Bacurau no se siente tan ajeno a nuestro presente.

A pesar de esto, como buena película de acción, Bacurau entretiene, cuando dicho adjetivo de doble filo podría obnubilar la vista hacia aquello que se denuncia; en un abrir y cerrar de ojos nos encontramos frente a un thriller frenético que apela más a las formas que al contenido y que se resuelve, sin trascendencia, en una secuencia de tiroteo, machetes y alucinógenos. Los lugareños pintorescos que conducían el relato se diluyen frente a los soldados norteamericanos, tan insufribles como estereotipados, que uno espera con ansias la venganza prometida, y que esta sea lo más dolorosa posible. Para sus directores, la violencia solo puede ser detenida con más violencia, y la aberración suscitada hacia los enemigos tiene su recompensa en la brutalidad con la que son liquidados. Se ha hecho justicia, al menos por ahora y hasta la siguiente guerra.

En el cine de Mendonça Filho, ahora en colaboración con Dornelles, es posible percibir un interés y preocupación por el desarraigo, sea a la fuerza o como consecuencia de la gentrificación como ocurre en Doña Clara (Aquarius, 2016), o la mutación del espacio en el que habitan sus personajes como disparador de análisis de las dinámicas sociales, como en Sonidos de barrio (O som ao redor, 2012) o Refice Frío (2009). Sin embargo, a pesar de transitar sobre temáticas similares, donde existe un invasor que se apropia de un espacio, aquí este invasor dispone de la vida como un objeto adquirible, un burdo negocio, como si se tratara de visitar un parque temático; el riesgo y el miedo a que esto suceda es mucho mayor, más aún cuando el gobierno está implicado. A diferencia de sus anteriores obras, que reflexionan sobre la metamorfosis de la sociedad, pareciera que en Bacurau la incertidumbre del porvenir explotó en un film agresivo y antiimperialista, que describe la fuerza de la revuelta popular como único medio de resistencia, casi como un llamado a las armas y despertar colectivo, pero no solo para luchar sino como modelo de supervivencia.

Es indudable la alegoría latente en Bacurau, que sirve como máscara para referirse a la situación política actual de Brasil y al polémico presidente de extrema derecha. Ciertos diálogos resultan innecesarios para aclarar lo evidente, como una mesa redonda de disputa sobre el color de piel y la superioridad de la raza aria, que giran en torno al mensaje ya expuesto; si el contexto social de la película se sustenta en problemáticas actuales, imaginar un escenario posible supeditado a los antojos de un gobierno imperialista es más brutal y atroz que el consuelo de la fantasía. La realidad puede siempre superar a la ficción.

Tomado de: http://www.elespectadorimaginario.com

Tráiler del filme Barcurau, de Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles

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Tania Hermida: La cinematografía ecuatoriana vive hoy un momento particularmente interesante

Tania Hermida, cineasta ecuatoriana

Por Diana Colomé Bustamante

La realizadora ecuatoriana Tania Hermida no demoró en percatarse que la realización profesional la encontraría en las bellas artes, aunque sus estudios iniciales no guardaban relación alguna con el cine. Tras probar suerte en algunas facetas del arte como la literatura, el teatro y la música, descubre en el cine el modo de expresión con el cual se sentía realmente identificada.

Su primer largometraje, el filme Que tan lejos (2006) obtuvo el Segundo Premio Coral en el Festival de La Habana, y el Zenith de Plata en el Festival des Films du Monde de Montreal ambos en apartados dedicados a las óperas primas.

Es un placer compartir con usted en el marco de este 34 Festival del Nuevo Cine Latinoamericano y poder conocer sus inicios, aspiraciones y nuevos proyectos. Sabemos que eres graduada de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, ¿qué representó y representa actualmente esa institución para usted?

Yo soy egresada de la segunda promoción de la escuela, es decir, casi de esa primera camada de estudiantes que venimos a formar parte de ese proyecto y que nos convertimos, poco a poco, en militantes de este proyecto para la vida. Un proyecto colectivo que tiene que ver con el audiovisual, pero también con un proyecto colectivo de vida, que rebasa lo estrictamente audiovisual en términos de creación y producción y que alcanza todo lo que supone volver a nuestros países y construir las condiciones para que exista otra forma de hacer cine; construir las instituciones, el marco jurídico y, al mismo tiempo, crear nuestras obras, que se van colocando ya en las pantallas nacionales y afuera, como este cine, donde la producción latinoamericana, con miradas propias, es nueva siempre, renovándose siempre. La Escuela y la Fundación para mí son como un alma máter en todo sentido. Yo llegué aquí con 19 años, entonces, obviamente, estos son los fundamentos de mi aproximación al cine, al audiovisual, porque el cambio y la crítica sobre el mundo, sobre el cine hoy son forjados aquí, en esta Escuela, en este país, aparte de las raíces echadas por esta Fundación y a partir de todo lo que se trajo a este país. Es decir, la Escuela —tú debes conocer más que yo, quizás toda la historia—, pero es una escuela que, desde que uno llegaba, hasta ahora, se está todo el tiempo desafiando a construir mirada propia, a tener mirada crítica sobre el mundo y a construir historias propias. Entonces, eso implica ciertamente como un proceso constante de renovación, un proceso constante de aprendizaje y…, pues, ya, aquí estoy.

Se ha desempeñado como profesora en la Universidad de San Francisco, de Quito. Desde su visión: ¿cómo valora el cine que realizan los nuevos creadores en la actualidad?

Bueno, yo di clases durante muchos años, siempre a tiempo parcial, porque siempre quise mantener la autonomía, poder producir mis películas. Entonces, no me he dedicado a la academia al cien por ciento, pero sí, durante muchos años, trabajé en la Universidad de San Francisco de Quito, que era la única que, en ese momento, ofrecía una carrera de cine en el Ecuador. Ahora, el Ecuador llega a un momento muy particular, y a partir del próximo año se abrirá, por primera vez, una universidad pública con carreras de cine y yo he participado también de ese proceso asesorando en el diseño de la carrera y demás.

En el caso del Ecuador, yo creo que estamos viviendo un momento particularmente interesante, porque Ecuador tiene casi una cinematografía emergente. Es  decir, hasta hace casi seis años se producía una película cada tres o cuatro años; y ahora estamos produciendo cinco o seis largometrajes por año, y otros tantos cortos documentales. Y todo eso ha sido parte de una política pública sostenida por un proceso que nosotros llamamos allá la Revolución Ciudadana, que está transformando el rostro del país desde dentro y hacia afuera. Hemos creado el Consejo Nacional de Cine, un fondo de apoyo a la producción nacional, en todas sus etapas, y además, se creó un Ministerio de Cultura por primera vez, ministerio que en Ecuador no existía hasta el gobierno de Rafael Correa. Entonces, eso, por supuesto, amplió —con todas las dificultades que supone crear un nuevo ente en el  ejecutivo de cualquier país—, pero supuso colocar, por primera vez, a la cultura en el paquete de la política pública, y eso ha transformado al Ecuador en un país en donde la producción creció en un 300 %. Hoy por hoy hay un fondo permanente de apoyo a la producción y a la cosa del cine en el desarrollo de proyectos; hay un sistema nacional de festivales que financia una serie de iniciativas de exhibición y, por un lado eso, todo lo que es una política pública. Y por otro lado, algo que ya venía sucediendo en el mundo entero desde hace tiempo, que pienso es la aparición del digital y la disminución de costos, que se supone ha generado mejoras para realizadores, cineastas y videastas que están haciendo su trabajo en diferentes medios.

Lo que yo veo, ahora, es una gran diversidad en el Ecuador, una diversidad muy grande y eso me parece un signo de salud, una cosa muy positiva, hay una gran diversidad de formatos, de tendencias, de miradas, etc. Evidentemente, dentro de esa diversidad, yo creo que hay una cosa fundamental que me ha dado la Escuela y que es un poco lo que yo trato de colocar siempre sobre el tapete, que no es el tema de los nuevos medios tiene que, siempre —al igual que con los medios tradicionales—, tener como contraparte una mirada crítica; es decir, esa facilidad con la que se produce hoy día no necesariamente garantiza que lo que estemos produciendo sea mejor; al contrario, yo sí he sentido que existe una desproporción entre la cantidad de cosas que se producen y las cosas que realmente tienen un sentido, porque de alguna manera nos interpelamos como sociedad, como individuos, como cultura. Entonces, para mí, es súper importante —pensando ya hacia el futuro—, que esa diversidad, que ese boom de producción a todo nivel de algún modo vaya ganando en calidad crítica, en mirada propia, que no sea simplemente un tema de cantidad y de diversidad, sino un tema de calidad, y que realmente esos medios sirvan para mirar de otra manera, que no sean solo medios para reproducir formas de mirar el mundo.

Crónicas, María llena eres de gracia, Que tan lejos, En el nombre de la hija, son algunos de los proyectos en que sea visto involucrada; ¿con cuál de estos trabajos se siente más identificada?

Evidentemente me identifico con mis propias películas, que son las dos últimas que mencionaste: Que tan lejos y En el nombre de la hija,  las cuales yo escribí, dirigí —que esos son mis oficios— y produje, que no es mi oficio, pero que en el cine independiente es casi tarea obligada para los realizadores que estamos avanzando en América Latina, porque, si no producimos nosotros nuestras películas, nadie se va a hacer cargo de ello. Entonces, las otras dos son películas en las que yo participé: la una ecuatoriana en coproducción con México, la otra gringa, como asistente de dirección, que es un poco el oficio al que yo me dediqué durante un tiempo, no solamente porque, evidentemente, necesitaba tener un trabajo, sino, además, porque sentía que, desde esa mirada, dentro del mundo de una producción, uno puede aprender muchísimo para ganar experiencia para sus propios proyectos luego. Pero las dos últimas son mis películas, los dos largometrajes de ficción que yo tengo; y, claro, significan y significaron en ese momento y significan para mí ahora como el haberme atrevido finalmente a agarrar el buque y atravesar el mar, después de mucho aprendizaje y con todo el riesgo, porque, de todas maneras, por mucho aprendizaje que uno tenga, el güedro de lanzarse al mar es enorme, como el mar.

Entonces, siempre yo admiro eso, porque, finalmente, ese es mi propio barco y lo vamos a cruzar. Hemos tenido una experiencia súper positiva con las dos películas. Las dos han estado aquí, en el Festival de La Habana, la primera ganó Opera Prima, en el 2006; la segunda, ganó el Premio Sandino, el año pasado, y las dos películas se han exhibido en Ecuador y han tenido una aceptación de público muy importante, lo cual para mí ha sido fundamental. Si algo a mí me importa mucho es que empiece a ver estos rostros diferentes, identitarios, en mi propio país, que es mi mundo, mi cultura, y un poco el universo inmediato que yo quisiera sentir, que logro tocar, que logro conformar. Y luego han tenido también una trayectoria muy interesante en los festivales y han sido reconocidas en el extranjero, lo cual no deja de ser importante, no solo por uno como productora o directora, sino que para el Ecuador significa un poco también ese reconocimiento que es necesario para que se vaya colocando sobre el tapete el tema de que la producción propia tiene un valor, valora nuestras partes, tiene un sentido, le da existencia a un país, no solo hacia adentro, sino hacia afuera.

Creo que lo que me ha pasado a mí ha ido pasando con el cine ecuatoriano en general. Entonces, estamos, como te decía al principio, en un momento muy interesante en Ecuador. Se empieza a ver una vivencia de los ecuatorianos y las ecuatorianas de ir al cine a ver producción nacional, que es una cosa que antes no sucedía, y empieza a haber una presencia del Ecuador en los diferentes festivales con una producción diversa.

¿En qué proyectos está inmersa Tania Hermida en estos momentos?

Ahora mismo, yo estoy cerrando, digamos, el capítulo de mi segundo largometraje, porque, si bien la película estuvo lista hace un año y se estrenó en Ecuador hace un año, ha hecho todo este año su recorrido en los festivales; en la producción independiente, nosotros, en las dos películas hemos hecho el seguimiento hasta el lanzamiento del DVD, en mi propio país. Entonces, acabamos de lanzar la versión DVD en el Ecuador y esto es también una parte importante desde mi punto de vista del proceso de distribución de una película, porque hay todo un público que quizás no tiene la sala de cine como una de sus salas.

Preferencias…

Preferencias o posibilidades en términos económicos. Hay un importante mercado de DVD al que nosotros estamos accediendo, los productores ecuatorianos, en alianza con las tiendas que tradicionalmente llamamos, porque en el Ecuador, por un lado, hay una política de defensa del derecho de autor, pero, por otro lado, una política también de no criminalizar a la persona que busca trabajo, en una situación de marginalidad, como puede ser el dado de algunos vendedores de DVD. Entonces, eso ha hecho que coincida una cosa muy loca que me gusta contarla, porque es inédita, porque en nuestro país es donde, en las tiendas de DVD, el cine ecuatoriano se vende en versión original. Más caro que el DVD que te puede costar un dólar, pero la gente lo pide, lo compra y paga por el cuatro dólares, cinco dólares, tres dólares, cincuenta, depende de cuál sea la película. Y, entonces, de algún modo, ese espacio lo hemos ido ganando. Entonces, estamos en ese proceso de vender la versión original de nuestras películas; y, a partir de ahí, sí ya el próximo año me voy a sentar a escribir otra vez.

Además de esa aspiración que nos ha comentado, ¿qué otras tiene para este año?

Yo creo que te acabo de responder, para un creador pasar la página de su segunda película es un momento importante. En el cine independiente es muy complejo, uno le dedica, más o menos, cinco años de vida a cada proyecto: entre que lo escribe, lo financia, lo dirige, lo postproduce, y luego lo distribuye… Entonces, tiene uno que estar muy apasionado por el tema, tiene que estar muy apasionado por la historia; y tiene que tener mucha fe en que lo que está haciendo tiene sentido, porque es un esfuerzo grande. Yo ahora estoy en ese proceso como de transición, de dejar atrás ese segundo largo de ficción, tengo muchas ganas de dirigir un documental, esa es una de las cosas que en la Escuela yo valoré mucho: formarnos como directoras tanto para ficción como para documentales, sin una línea divisoria entre un género y otro. Entonces, quiero lanzarme a un proyecto documental, y vamos a ver cómo van las cosas.

Muchas gracias

Tania Hermida (Cuenca, Ecuador, 1968). Guionista y directora. Estudió en la Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños. En el 2003 comenzó a escribir lo que se convirtió en Qué tan lejos, película vista por más de 200 000 espectadores en Ecuador, y fue recibida cálidamente en el extranjero haciéndose merecedora de dos premios internacionales. Ha realizado además tres cortometrajes: Ajubel, Cuba 1989; El Puente Roto, Cuenca 1991; y Aló, Quito, 1999.

Tomado de: http://cinelatinoamericano.org

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Master Class de David Lynch (+Vídeo)

David Lynch

David Lynch, es un director de cine, actor, productor de música electrónica y guionista estadounidense. Su actividad artística se extiende asimismo al terreno de la pintura, la música, la publicidad, la fotografía, e incluso el diseño de mobiliario.

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Lo que Lenin y su legado no son

V.I. Lenin,

Por Fernando Rojas

Lenin fue un dirigente comunista. Fundó el primer partido que se dio ese nombre en el siglo XX, por cierto, después de la victoria de la insurrección de noviembre de 1917 que ese partido condujo hacia la victoria, con su guía y la de L. D. Trotsky. Fue el jefe del primer gobierno soviético ―desde el 8 de noviembre de 1917―, y de los que lo sucedieron, hasta su muerte el 21 de enero de 1924, formalmente, porque había previsto el funcionamiento del gobierno sin su presencia, antes de quedar definitivamente incapacitado el 6 de marzo de 1923. Fue un teórico marxista ―se definió como discípulo de Marx y Engels― que abordó la doctrina sin apego a dogmas políticos centrales de esa corriente en la época anterior a la Primera Guerra Mundial: la obligatoriedad de un desarrollo capitalista avanzado como premisa de la revolución socialista y su corolario, la obligatoriedad de un tránsito al comunismo de manera simultánea en los países más desarrollados. Al mismo tiempo, desarrolló esta visión antidogmática sin desconocer las mencionadas premisas. Promovió el internacionalismo más consecuente en medio de la ola chovinista que se desató en vísperas de la guerra, que contagió a la mayoría del movimiento socialista, con la excepción de los bolcheviques y pequeños grupos afines en otros países. Hacia el final de su vida recuperó aquellas premisas de manera harto creativa, y tanto, que su reencuentro último con los postulados políticos “clásicos” del marxismo es todavía una indagación pendiente.

Como el marxismo ―con todas las prevenciones que puede despertar el término, según el mismo Marx― no es solamente una ciencia política, especialmente para Lenin, este incursionó también en las cuestiones filosóficas de la doctrina. Fue uno de los pocos que comprendió cabalmente la naturaleza esencial de la llamada “crisis de la física” a principios del siglo XX, cuando las investigaciones más avanzadas dieron cuenta de la divisibilidad del átomo. Su visión, como la de otros pensadores de la época, acerca de la evidencia científica de la inagotabilidad de la materia, es fundamental para la comprensión de las concepciones filosóficas materialistas, de las complejas relaciones entre la materia y la conciencia ―mencionó que la primacía de la primera respecto de la segunda “solo puede establecerse en términos absolutos en los marcos de la cuestión fundamental de la filosofía” ―, e impactó investigaciones posteriores de la física y la química.

Es importante subrayar lo que Lenin y su legado no son. Rendir homenaje a su ¿Qué hacer? siempre será pertinente por cómo ese folleto ilustra la necesidad de formación de una vanguardia en una relación creadora y para nada paternalista con la masa militante. Pero mirar a Lenin desde el presente significa también trascender, como él mismo lo hizo, ese hito inicial de preparación del combate revolucionario, por supuesto, sin menospreciarlo y sin olvidar que la educación, una vez la Revolución esté en el poder, es esencial, más que para la vanguardia, para la masa.

La idea de la organización revolucionaria con rostro y sustancia de secta, que se forma en la clandestinidad más absoluta, se debe al líder, más que a nada o nadie, que conspira todo el tiempo para tomar y preservar por vías violentas el poder, esa idea, que los apologetas del capitalismo venden hace más de un siglo, fundamentándola precisamente en el ¿Qué hacer?, tiene su correlato ―y hasta su sustento― en la falacia que el marxismo dogmático promovió acerca de la inevitabilidad divina del tránsito al socialismo, como si este no fuera una obra de hombres y mujeres concretos, de una voluntad popular consciente. El dogma hace de la Revolución de Octubre, de la Unión Soviética y del mismo Partido Comunista, meros instrumentos de una voluntad que parece originada por la predestinación, desde el primer trazo de Marx.

¿Qué hacer?, una de sus más relevantes obras.

Lenin estaba convencido de la necesidad del tránsito revolucionario al socialismo, incluso contra la opinión de la mayoría de sus compañeros de partido de antes de la guerra y de la mayoría de los partidos de la II Internacional, que votaron con sus Gobiernos por lanzarse a la conflagración de 1914. Pero la Revolución de Octubre no es el derrotero de una fuerza política clarividente que, gracias a sus habilidades conspirativas, conduce a un pueblo al socialismo. Es un movimiento popular, gestado durante décadas y bullente por varios meses ―de febrero a octubre de 1917―, contra la guerra y sus consecuencias fatales para la economía y la sociedad, contra los rezagos feudales y la autocracia, que desatan una crisis nacional ―multinacional puede decirse tratándose de Rusia― sin precedentes. Los bolcheviques resultan ser la fuerza que, junto a otras que se les suman y los acompañan en el gobierno hasta avanzado 1918, logra conducir, desde organizaciones de poder popular que abarcan a la inmensa mayoría de la población ―los soviets en primer término― a la masa militante a la solución de la crisis. Y durante buen tiempo, primero porque se trataba de resolver la crisis y después por el estallido de una guerra civil de varios años (1918-1922), eso no es todavía un rumbo socialista, con independencia de que el programa del Partido así lo sostuviera en perspectiva.

El comunismo de guerra es un imperativo. La visión programática del bolchevismo le da nombre y sentido, pero no es una alternativa, como Lenin dejó claro antes de la guerra civil, en la primavera de 1918 (Las tareas inmediatas del poder soviético). El Partido, que junto a los soviets y otras organizaciones se debate en términos muy concretos sobre cómo salir de la crisis que resulta de dos guerras que han devastado al país ―aislado y bloqueado― durante ocho años, acuerda con una rara unanimidad transitar hacia la economía de mercado, preservando la propiedad y conducción estatal, mediante un plan, de los sectores decisivos de la economía. Y ese tránsito, Lenin lo sintetiza y propone poco después como la línea magistral de convivencia (la palabra rusa para calificarla es intraducible y podría expresarse como convivencia en la que ambas partes son muy activas) con el pequeño productor. La cooperativización voluntaria de la pequeña actividad privada se concibe, a largo plazo y junto a una labor educativa de gran escala y profundidad en circunstancias de la más amplia participación popular en las decisiones y la vida política, como el camino al socialismo. El legado de Lenin no es, entonces, el de la estatización o socialización obligatoria o a marcha forzada.

Lenin no es el fundador de la Unión Soviética. Justo el mismo día en que se proclamaba el nuevo Estado y su Constitución, el jefe bolchevique recomendaba deshacer ese acto. Desde sus primeros trabajos, Lenin denunció la brutalidad zarista con los pueblos sometidos por la Rusia imperial y el chovinismo ruso. De igual manera reaccionó contra el colonialismo y el chovinismo de otras grandes potencias. Es el primer político socialista ―además del primero en ser jefe de un gobierno revolucionario― que fijó su atención en los destinos de los pueblos oprimidos del mundo. Y, atento también al desarrollo capitalista de la primera postguerra y a la recepción del impacto de la Revolución de Octubre, comprendió muy temprano que los países capitalistas de Europa Occidental culminarían “su desarrollo hacia el socialismo… de manera distinta a como esperábamos antes. No siguiendo un proceso de ʻmaduraciónʼ igual del socialismo en su seno, sino explotando unos Estados a otros, explotando al primer Estado vencido en la guerra imperialista y a todo el Oriente” [1]. El compromiso de Lenin con los pueblos sometidos, con su liberación y su incorporación a la lucha por el socialismo quedó plasmado en otra sentencia, que debe ser leída con interés y cuidado desde el presente, tanto por su agudeza, como por la ausencia en este pasaje de una mirada hacia América Latina y otras consecuencias de la distancia temporal: “El desenlace de la lucha depende, en última instancia, del hecho de que Rusia, la India, China, etc., constituyen la mayoría gigantesca de la población. Y precisamente esta mayoría de la población es la que se incorpora en los últimos años con inusitada rapidez a la lucha por su liberación, de modo que, en este sentido, no puede haber ni sombra de duda respecto al desenlace final de la lucha a escala mundial. En este sentido, la victoria definitiva del socialismo está plena y absolutamente asegurada”. [2]

Estudiar cuál no es el legado de Lenin y qué no hacer también puede ser importante.

Notas:

[1] V.I. Lenin. “Mejor poco, pero bueno”. Obras escogidas, Moscú, Editora Política, 1976. p. 738 (en ruso).

[2] Idem, p. 739

Tomado de: http://www.lajiribilla.cu

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