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Mella y la independencia

América Latina y las luchas sociales. Julio Antonio Mella. Editorial Ocean Sur

Por Cristina Lanuza Marrero

Julio Antonio Mella pese a su corta edad experimentó un gran desarrollo en el ámbito de las letras. Así, dejó muchos escritos a nuestra historia, la mayoría vieron la luz como artículos, en cambio otros, fueron concebidos a modos de ensayos más reposados y ampliamente argumentados.

Esta edición propuesta por la Editorial Ocean Sur, recoge una breve selección de textos que se consideran emblemáticos de su ideario antiimperialista y de su pensamiento marxista. Es Mella uno de los marxistas más reconocidos en nuestro continente precisamente por la forma en que aplicó esta teoría a la comprensión de nuestras realidades.

De esta manera, conocer el pensamiento de tan ilustre revolucionario se hace imprescindible no solo para cubanos, sino también para los latinoamericanos de hoy, pues sus ideas sobre la unidad entre los intelectuales y los pueblos, resultan de gran significación en los momentos actuales, tanto o más como lo fue en su tiempo; sus escritos nos acercan a su sensibilidad acerca de los problemas sociales.

En el primer texto que se incluye en el libro, Cuba: un pueblo que jamás ha sido libre, Mella hace referencia a la engañosa amistad con Estados Unidos y advierte su histórico interés en poseer a Cuba. Hace referencia a los disímiles mecanismos de dominación yanqui que, en primera instancia, estaban enmascarados, entre ellos la Enmienda Platt.

De manera más general, Mella refiere o compara esta situación cubana con toda la América que sufre exactamente lo mismo, la falta de libertad y sobre ello comenta: «No se sostiene un gobierno sin la voluntad de Estados Unidos, ya que el apoyo del oro yanqui es más sólido que el voto del pueblo respectivo. Hoy los pueblos no son nada, ya que la sociedad está hecha para ser gobernada por el dólar y no por el ciudadano».[1]

A partir de aquí, establece una fuerte crítica ante la cosificación del hombre y la perdida de la espiritualidad, critica al mundo que antepone el dinero y la riqueza ante los valores humanos y este va a ser el punto clave que conecta el pensamiento de este joven con José Martí, es esta una idea muy martiana, ya advertida anteriormente por el apóstol en sus crónicas periodísticas principalmente. Incita entonces a la revolución social y a la unión de los movimientos intelectuales de toda América.

Asimismo, en el texto Glosas al pensamiento de José Martí, comenta sobre la importancia de la obra del apóstol y la necesidad de ser analizada con conciencia y no ligada a la crítica burda. Mella comenta el espíritu revolucionario de Martí e invita a todos a tomarlo como ejemplo. Finalmente, explica la relación del héroe con el proletariado y su espíritu internacionalista.

Otros dos escritos: El concepto socialista de la Reforma Universitaria y Los estudiantes y la lucha social, tienen gran relación en tanto apelan precisamente al papel del estudiantado y los intelectuales en las luchas del país por la independencia. Pues, se entiende en el aparato político universal que la cultura y la enseñanza son motores fundamentales en un pueblo, por tanto, se necesitaba una universidad más vinculada a los oprimidos y no a los opresores. En el segundo texto realiza una síntesis del movimiento universitario en América Latina, por ello, esta Reforma Universitaria o Revolución Universitaria como también se le llamó, fue de carácter continental, «un signo de los tiempos nuevos»,[2] idea esta muy martiana también.

Así en, Nueva ruta a los estudiantes, se apela a todos para la lucha: «ni en nombre del arte, ni de la ciencia, ni del derecho, ni de la libertad individual se puede ser ajeno a esta lucha»[3] y representa complemento y continuidad de las ideas expuestas en los textos anteriores. Habla de un movimiento mundial que necesita las fuerzas de todos y su pronunciamiento en contra de un enemigo común: el imperialismo y ello se reitera en los textos siguientes.

El último de los escritos incluidos en la compilación hace referencia a la creación de «revolucionarios profesionales», es decir, una Revolución en el sentido más amplio de la palabra, y su defensa sería nuestra profesión, nuestro quehacer diario. En esos momentos de lucha que vivía América Latina era necesario que todos pusieran sus fuerzas y desempeñaran esa profesión «que todo hombre honrado debe desempeñar».[4]

Así, de manera general en estos escritos, Mella denuncia y critica la política aplicada por el imperialismo, en el caso específico de Cuba, pero no se reduce a esta, sino que lo extiende a toda la América Latina que estaba en la misma situación que nuestro país. Mella continuó la idea martiana de una América toda, unida por un fin común, la independencia.

[1] Mella, Julio Antonio: América Latina y las luchas sociales. Editorial Ocean Sur, La Habana, 2013, p. 14

[2] Ibídem, p. 29.

[3] Ibídem, p. 34.

[4] Ibídem, p. 107.

Tomado de: http://www.contextolatinoamericano.com

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Los jóvenes creadores en la Cuba de hoy

Este miércoles, 16 de octubre, en el espacio Dialogar, dialogar, debatiremos sobre el rol de los jóvenes creadores en la Cuba de hoy. ¿Vigencia de los hermanos Saíz? Junto a nosotros estarán como panelistas el presidente de la Uneac Luis Morlote, el investigador y Doctor en Ciencias Históricas Elier Ramírez Cañedo y la joven periodista camagüeyana Yanetsy León González. En el intercambio participarán todos los presidentes de las filiales provinciales de la AHS, otros creadores invitados, los miembros de la Dirección Nacional de nuestra organización, y todos los interesados.

El encuentro se realizará apenas unos días antes de las celebraciones por el aniversario 33 de la Asociación Hermanos Saíz, que se cumplirá el día 18, cuando también se entregará la condición Maestro de Juventudes a siete personalidades de la cultura, verdaderos ejemplos para las nuevas generaciones de creadores.

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Declaración de la Unión de Periodistas de Cuba: Ni la NED, ni Soros, ni la OEA

Unión de Periodistas de Cuba (UPEC)

Declaración de la Unión de Periodistas de Cuba: Ni la NED, ni Soros, ni la OEA

Periodistas de medios públicos cubanos recibieron la semana pasada mensajes y llamadas telefónicas del Instituto de Prensa y Sociedad (IPYS), una ONG vinculada a campañas políticas contra gobiernos y organizaciones progresistas en América Latina, particularmente obsesionada con las líneas de ataque a la Revolución bolivariana.  Sorprendentemente, un funcionario de IPYS informó a nuestros compañeros que habían sido seleccionados algunos de sus trabajos para un concurso de crónicas sobre asuntos cubanos en el que no habían participado y que auspicia este Instituto.

Poco después el IPYS anunciaba, con bombos y platillos, una lista “ecuménica” de finalistas que incluye textos publicados originalmente en medios públicos y privados, entre estos últimos algunos con una línea editorial abiertamente antisocialista y alineada a las políticas de Washington contra el gobierno cubano.

La IPYS es la organización más importante del grupo GALI (Grupo Andino de Libertades Informativas), que canaliza los fondos para la injerencia y la subversión de las agencias estadounidenses en el frente de las “violaciones a la libertad de expresión”. Basta una búsqueda somera en Internet y se encontrará a esta organización en primera línea contra la Ley de Medios que impulsó el gobierno de Rafael Correa en Ecuador; en las campañas de fake news contra Evo Morales (el caso TIPNIS, de un supuesto hijo del mandatario que nunca existió y que envenenó un referendo en Bolivia), y en la artillería mediática que sustenta al autoproclamado Juan Guaidó, en Venezuela, por citar algunos ejemplos.

¿Quién paga y quien manda en IPYS? Sus donantes son la OEA, la National Endowment for Democracy (NED) y la Open Society Foundations (OSF), de George Soros, financistas que orgullosamente se proclaman en la página web de este instituto.

¿Hará falta recordar qué son estas organizaciones “caritativas”? La OEA, ese organismo indefendible que actúa en nombre de la democracia sólo cuando así conviene a los intereses estadounidenses y de las oligarquías locales latinoamericanas, no hizo nada para parar las dictaduras latinoamericanas en la época dorada del Plan Cóndor y los atentados terroristas de la CIA contra civiles cubanos. En años recientes, el organismo panamericano no solo se ha prestado para satanizar a Venezuela, a Cuba y a Nicaragua a la orden de John Bolton, sino que fue incapaz de hacer algo para impedir un golpe de Estado en Honduras o para denunciar las conspiraciones parlamentarias que depusieron a los mandatarios Fernando Lugo, de Paraguay (2012) y Dilma Rousseff, de Brasil (2016).

¿Y la NED, “pantalla de la CIA” -apelativo que no se le debe al diario Granma, sino a The New York Times? Quien revise ahora mismo la página oficial encontrará el listado de los jugosos presupuestos federales destinados en el 2018 al cambio de régimen en Cuba -tendremos que esperar a enero para saber los que están entregando en el 2019. Invariablemente, los destinatarios de los fondos de la NED, como el IPYS, militan en la nueva o vieja contrarrevolución que suele tener más recursos y medios para expresarse que los cubanos, porque es un apéndice de la política norteamericana y dispone de toda la prensa de derecha para su vocería. A esto se suman las acciones que violan flagrantemente la libertad de expresión de los revolucionarios cubanos en las plataformas estadounidenses, como el reciente bloqueo de Twitter a más 200 cuentas de periodistas y medios públicos nacionales en esta red, muchas de las cuales no han sido restituidas a sus titulares.

George Soros, multimillonario detrás de la Open Society, es un conocido promotor del caos global desde Ucrania hasta los Balcanes, según los documentos filtrados por DC Leaks. Recientemente su mano peluda, junto con la NED, ha aparecido meciendo la cuna de las manifestaciones en Hong Kong. Wayne Madsen, ex investigador de la célebre Agencia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, en su libro Soros: el quantum del caos, ha documentado con pelos y señales la participación de la OSF en la desestabilización de los Balcanes, su doble juego en el Cáucaso, su colaboración en el golpe en Honduras, su infiltración en China, sus redes de apoyo a las “revoluciones de color” y las “revoluciones árabes”, y su injerencia en América Latina.

La Unión de Periodistas de Cuba tiene bases políticas y éticas muy claras; caben en su seno múltiples opiniones, pero no comulgamos ni con la NED, ni con la OEA, ni con la Open  Society de Soros, funcionales a las estrategias del gobierno de Estados Unidos para asfixiar a nuestro país.  Sus operaciones son inmorales e ilegales bajo los principios cívicos y las normas jurídicas cubanas. Refuerzan aún más el bloqueo económico, promueven la desestabilización, cortejan a los medios privados y llevan adelante una gigantesca campaña que le niega la sal y el agua al gobierno de Miguel Díaz-Canel, mientras omiten lo que no les conviene, tergiversan la realidad y calumnian groseramente a quienes defienden el socialismo y la Revolución cubana.

La IPYS ha manipulado a nuestros compañeros para auspiciar una nueva campaña contra el sistema público cubano.  Lleva impreso un sello político contrarrevolucionario, con vergonzosos ecos en las redes que llegan al extremo de sugerir que la UPEC acepte dinero de organizaciones que tienen las manos manchadas de sangre y usan la retórica de la libertad de expresión con fines ideológicos y como ariete político.

La Unión de Periodistas de Cuba denuncia enérgicamente esta manipulación y reafirma que lo más importante para nuestra organización es persistir con nuestro proyecto de transformar el sistema de medios públicos, para más socialismo y para más Revolución.  Y si de siglas se trata, que se tenga en cuenta que la UPEC seguirá defendiendo sus postulados fundacionales sin el dinero ni las falsedades de la OEA, la NED, la OSF, la IPYS y otras subsidiarias del gobierno de Estados Unidos.

Presidencia de la Unión de Periodistas de Cuba

Tomado de: https://www.cubaperiodistas.cu

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Cubanas trabajando (a veinticuatros cuadros por segundo)

Por Zaida Capote Cruz

En Retrato de Teresa (1979), de Pastor Vega, una madre alecciona a la hija, abrumada por los problemas conyugales: “Desde que el mundo es mundo el hombre es hombre y la mujer es mujer, mija, eso no puede cambiarlo ni Fidel”. Sin embargo, cuentan que muchas parejas de aquellos días salían del cine discutiendo, y que buena parte de las veces los hombres iban cabizbajos. El reconocimiento de la desigualdad en el filme avanzó argumentos y ejemplo para la discusión del asunto. Pero no era la primera vez ni sería la última que un tema de ese cariz tomaba las pantallas cubanas.1

En el tercer cuento de Lucía (1968) ya Humberto Solás había abordado con mucha fortuna la desigualdad en la pareja. En un baile comunal, un hombre invita a Lucía y el marido reacciona violentamente: “Para eso tú eres mi mujer… tú vas a ser pa mí namá; como yo quiero, coño”. Pero el entorno está en constante trasformación, y el llamado de la realidad no cesa.2 En una asamblea se anuncia que vienen los alfabetizadores.3 Una miliciana cuenta sobre el rumor de que algunos “compañeros” andan diciendo que en su casa no va a entrar ningún “pepillito” y de ahí proviene el conflicto central de la película. A Tomás le molesta cualquier demostración de familiaridad (inevitable, por demás, en la enseñanza individual) y maltrata tanto a Lucía como al alfabetizador. La apelación a la condición de revolucionario como contraria al machismo es permanente en la película. La vecina miliciana usa para convencer a Tomás un argumento irrefutable: “Tú siempre has sido muy revolucionario. Esta es una medida del gobierno revolucionario. Si ella no aprende a leer va a ser víctima del imperialismo yanqui”.4 El énfasis en que con el cambio social la condición de la mujer variará inevitablemente, y de que es responsabilidad colectiva el destino de cada individuo toma forma aquí (y en muchas otras películas del cine cubano) en la intervención de los vecinos, la familia o el sindicato en la relación de la pareja. Por eso uno de los personajes afirma: “Ya la mujer no es la esclava del marío” y, aunque, como en el cuento, el último en enterarse ha sido él, los demás no dejarán de recordárselo.5 Sin esa intervención externa, Lucía hubiera permanecido sojuzgada por el amor a su esposo, pero su vecina viene a pedirle que se vaya a trabajar a la granja, y uno de los argumentos clave de esa idea será el otorgamiento de casas nuevas, para el cual tendrán prioridad aquellas familias “donde trabajan el marido y la mujer”. Un catalizador importantísimo es, claro está, la llegada del alfabetizador (la personificación de la nueva política revolucionaria), quien le dice a Tomás: “Tú no tienes derecho a destruirle la vida a Lucía”, mientras a ella su amiga le aconseja: “No lo pienses más, Lucía, vete. […] Tú no puedes seguir aquí de criadita de Tomás”.6 Es sintomático que, cuando decide marcharse, Lucía, hasta ayer analfabeta, deja un mensaje ¡escrito! Y ese acceso a la escritura (y a la lectura) es garantía de su libertad. Aun con errores y sin puntuación, su mensaje es clarísimo: “me boy yo no soi una esclaba”. Ya su tránsito a la libertad ha ocurrido, por eso luego aparece trabajando en la salina, con un saco al hombro. Cuando Tomás llega a buscarla, las mujeres lo enfrentan con un argumento que vuelve a acudir a la Revolución como garantía del cambio: “Ella está cumpliendo con su deber”, le espetan, mientras la animan a escaparse. Lucía corre, alejándose de él, que la persigue entre tropezones. Habrá aún otro encuentro, presenciado por una atenta niña; pero cuando él intente la reconciliación en los antiguos términos, ella responderá: “Ya no te quiero, Tomás, ya no te quiero. Yo tengo que trabajar, Tomás”, y huirá de nuevo.

La incorporación al trabajo es clave en esa trasformación de las relaciones de pareja, del lugar de la mujer cubana en la familia y la sociedad. Estábamos de acuerdo en que una mujer debía trabajar a cambio de un salario, realizar actividades fuera de la casa y compartir con su pareja la educación de los hijos y las labores domésticas, según rezaba el Código de Familia (1979). Es un tema que discute una y otra vez el cine cubano. Si en Lucía el trabajo “socialmente útil” (haciendo a un lado la reproducción doméstica de la fuerza de trabajo) era vía de emancipación tanto como escenario de liberación, ya la protagonista de Retrato de Teresa es una obrera textil muy activa en las labores sindicales. El conflicto con su marido, a causa de su dedicación al movimiento de aficionados de la textilera, expone la misma tensión entre sociedad y familia, ¿a cuál de esos ámbitos pertenece la mujer? ¿son inconciliables?7

Teresa es una madre y esposa dedicada, y a costa de su tiempo, cumple con todo (de ahí el mote que le da su marido: Teresita la hormiguita).8 Su compromiso con sus compañeros es tan grande como el que tiene con su familia y a ambos les ofrece lo mejor de sí. Pero, cuando comienzan las llegadas tarde y las satisfacciones extradomésticas, su marido premia la dedicación de ella con la infidelidad, que es, por cierto, recurrente en estos filmes. A diferencia de Lucía, donde el conflicto trascurría sin invitados a la relación marital y los celos del hombre no eran más que suposiciones, ahora la infidelidad de él es cierta, mientras la de ella no pasa de ser una posibilidad.9

Para Teresa el trabajo es el espacio de otra felicidad, la confirmación de su valor en el colectivo y de un reconocimiento que le niega el ámbito doméstico. En la fábrica puede exigir, porque todos reconocen su contribución. Finalmente, opta por alejarse de ese espacio de dominación en que se ha convertido su matrimonio y caminar sola hacia la libertad, en una escena que reproduce con variantes aquella persecución de Lucía pero en la cual el marido la pierde de vista y ella a su vez se pierde en la multitud, una imagen que metaforiza su incorporación plena a la sociedad y el fin de la opresión en el ámbito familiar.10

A pesar de que la incorporación de la mujer al trabajo no es fundamental en De cierta manera (1974), de Sara Gómez, me detendré en ella no solo porque llevó al límite el diálogo entre ficción y documental, sino porque su estética y muchos de sus planteamientos conceptuales han sido retomados por obras posteriores. Como corresponde, la historia comienza en una asamblea donde se discute el ausentismo de un trabajador. Un amigo suyo lo “echa palante”, poniendo en crisis el código moral dictado por la guapería, la hombría y el machismo.11 Reflexión ilustrada sobre el marginalismo, la película expone cómo la pobreza, la carencia de educación, el racismo y la violencia cotidiana han hecho mella en buena parte de la población cubana. Aquí otra vez la música tiene su lugar: Guillermo Díaz canta “Véndele”.12 “Venderle” a algo es, para los cubanos, abandonarlo, hacerlo a un lado, y este himno de recuperación moral aconseja “venderle” a la marginalidad, esforzarse por dejar atrás los viejos hábitos, una decisión que la película refuerza con la inclusión de numerosos datos estadísticos (uno de ellos registra un 52 o 53% de hogares marginales donde la jefa de familia es una mujer).

En la pareja, el enfrentamiento trascurre en varios registros. Mario ha dicho en la asamblea: “Esta Revolución la hicieron los hombres, los machos, pa que no inventes ni na”, equiparando así virilidad y patriotismo, y Yolanda se burla de su pose de “hombre a to” antes de pedirle que le diga “una verdad”. Entonces, él responde: “Tengo un miedo del carajo”. Ese “rebajamiento” será el anuncio de su trasformación.13

Otra trabajadora, esta vez del puerto, protagoniza Hasta cierto punto (1983), una película donde Tomás Gutiérrez Alea retoma el formato contrastivo entre ficción y documental, justificado con el recurso a filmaciones de entrevistas sobre el machismo que ofrezcan argumentos al guionista de una película del ICAIC.14 En una imagen inolvidable un obrero comenta: “La igualdad entre el hombre y la mujer es lo correcto… Pero, hasta cierto punto”. La protagonista, Lina, interviene en una asamblea sobre la precariedad de las instalaciones y denuncia la falta de apoyo y materiales. Luego, una obrera declarará sonriente: “¿El machismo? Nada, que él no quería que trabajara aquí, y él me dijo, bueno, escoge, el trabajo o yo, y yo le dije, bueno, el trabajo. Eh, ¿y por qué? Bueno, porque mañana él me deja y yo tengo mi trabajo y puedo vivir de mí, no tengo que depender de nadie”.15

Lina es combativa, tiene planes propios, trabaja y mantiene a su hijo y estudia un técnico en economía portuaria; pero es bella, y ha tenido amantes. Antes de Oscar, Rogelio, que la ayudó mucho a integrarse en La Habana (ella viene de Santiago de Cuba). Rogelio aparece, despechado porque ya no se ven, y la viola. Cuando llega Oscar, sin comprender lo que ha pasado, solo continúa el maltrato, recriminándola, y se va dando un portazo. Para cuando vuelva, ya Lina estará camino de una vida nueva, de vuelta a Santiago.16

Ejemplar resulta también Otra mujer (1986), de Daniel Díaz Torres. La infidelidad del marido podría inclinarnos a pensar que esa “otra” del título es la “otra” de siempre, pero la película propone un cambio tal en la protagonista, muy similar a los de Lucía, Teresa y tantas más, que la otra parece ser la nueva mujer en la que la protagonista, Eugenia, irá convirtiéndose. 17 Juan, el esposo, abandona su trabajo en la bodega y a su mujer para mudarse con su amante. Eugenia irá ganando confianza en sí misma y la de la gente, y enfrenta lo mal hecho (el negocio del proveedor estatal, por ejemplo) con la misma entereza con que, ante una tormenta, moviliza a todo el pueblo para salvar las provisiones de la bodega. Sin embargo, cuando en la emulación su bodega consigue los peores resultados (sobre todo por la gestión previa de Juan) ella se rebela: “mi vida, mi hijo, mi casa… y me pagan con esta jicotea de mierda”. Pero la película termina cuando abre las ventanas y se para en la puerta de la bodega, haciendo valer un diálogo previo de los esposos:

Ella: Desde que te fuiste las cosas han cambiado mucho.

Él: Demasiado.

Y sí, habían cambiado demasiado. O parecían haber cambiado. No me canso de repetirlo. Hay un peligro que apenas percibimos: las conquistas sociales de la Revolución son reversibles. En estos tiempos de entusiasmo desmedido por la nueva política económica, los derechos sociales ya han empezado a disminuir y la desigualdad ha crecido. La incorporación de la mujer al trabajo extradoméstico siempre ha sido, sin embargo, problemática. En primer lugar, y sobre todo, porque no ha conseguido liberarse de la reproducción que implica sostener y organizar el núcleo familiar. Y no siempre encuentra el modo de conseguir una cotidianidad donde todos aporten parejo al bienestar colectivo.

En 1989 la Federación de Mujeres Cubanas cumplió treinta años y el ICAIC produjo Mujer transparente. Todavía recuerdo la noche del estreno en el Chaplin, y a Humberto Solás aclarando que aquello no era, ni mucho menos, “un cake de cumpleaños”, sino un instrumento de celebración crítica. Cinco cortos exploran la condición de la mujer en la sociedad cubana, sacando a la luz los conflictos cotidianos de mujeres de todas las edades.18 La historia que me interesa a los efectos de este análisis es Isabel, de Héctor Veitía. Mujer madura, ella se percibe como “un fantasma” y se pregunta “¿cuándo me estanqué?”; pero consigue un ascenso por “diligente, organizada, eficiente”. Nunca consigue contarle al marido de su nombramiento. Él siempre llega “muerto de cansancio” y no escucha, metido como está en sus propias urgencias. Si en el trabajo se siente a gusto, aunque a menudo debe hacerse cargo de los errores o la desidia ajenos, en su casa la vida trascurre a su alrededor, pero nadie comprende o se ocupa de cómo se siente. Termina abandonando la casa, sola, diciéndose: “A ver qué se van a hacer sin mí”. Una vez más una mujer huye del ámbito doméstico, aunque a Isabel, mujer madura, no la siga nadie.

La huida regresa, con otro signo, en Papeles secundarios (1989) y Alicia en el pueblo de Maravillas (1990). Tanto Mirta, actriz insatisfecha que decide conseguir un protagónico a cualquier costo, como Alicia, la joven dramaturga que viaja a hacer su servicio social a Maravillas de Nogueras, huyen cada una a su modo. Papeles comienza con el escape apresurado, bajo la lluvia, de Mirta. Alicia huye del pueblo endemoniado a donde fue a dar con la complicidad de algunos de sus pobladores transitorios. 19 Ambas mujeres huyen de su trabajo; porque a ambas se les hace insoportable el ambiente en que deben trabajar e insostenible la imposibilidad de entenderse con las autoridades respectivas. Mirta quiere un buen papel; la directora de su grupo se opone y el resto de sus compañeros defiende sus propios intereses. Alicia quiere crear una obra original donde los problemas de la gente queden expuestos; el director del sanatorio, máxima autoridad en el pueblo, la condena por eso.20

La relación de las mujeres con el trabajo aparece aquí bajo otra luz: si antes el trabajo liberaba, ahora condena, condena a estas mujeres (que apenas enfrentan problemas domésticos o en sus relaciones amorosas) a sufrir los antojos e imposiciones de autoridades abusivas. Cada una debe sufrir, en su contexto, los poderes de la burocracia, la instalación de la sospecha en lugar de la confianza y las exigencias vacuas de quienes prefieren el sometimiento a la colaboración.

La depreciación del trabajo como ámbito del compromiso colectivo con el futuro de todos, su ocupación por gestos vacíos (algo que podría ilustrarse con el paso de las animadas asambleas de otros tiempos a espacios donde afloran el oportunismo, la cobardía y el cinismo), hallará continuidad en Madagascar (1994). Allí el trabajo ha perdido completamente su significado previo: Laura incluso recibe un homenaje como “la mejor profesora de Física de la universidad”; pero nunca aparecerá dando clases. La ilustración de su trabajo consiste en una escena repetida, al parecer filmada en el Archivo Nacional: una misma mesa para todos los miembros del claustro, cuyos gestos, silencios o palabras sin sentido se repiten un día tras otro. Parte del conflicto generacional que anima la difícil relación entre Laura y su hija tiene que ver con el trabajo y su sentido. Cuando Laurita decide no asistir más a la escuela, la madre no tiene argumentos que oponer a esa decisión. Finalmente, reconciliadas e incorporadas a la “normalidad” (el interminable desfile de bicicletas que enmarca el relato), la madre decide: “Mañana no voy a trabajar. Me voy a tomar un descanso”, como si el trabajo no fuera solución, sino problema.21

Otra película de Fernando Pérez ilustra brevemente el vínculo entre mujer y trabajo. En Suite Habana (2003), una anciana jubilada vende maní en el Prado. Ella, la única trabajadora del filme, será también quien responda con mayor tristeza a la pregunta final: “Ya no tengo sueños”. Idéntica desesperanza domina la vida de la protagonista de Melaza (2012), de Carlos Lechuga, cuya relación con el trabajo es más bien peculiar. Empleada de un central desmantelado por el Ministerio del Azúcar a principios de la década pasada, Mónica acude  cada día al central, pone a funcionar la línea de producción y permanece sin hacer nada hasta la tarde. A cierta hora llama para reportar el estado de las máquinas. En Melaza el mundo de  todos, mujeres y hombres, ha quedado acotado por el subempleo. Tras el cierre del pequeño central, el pueblo se ha convertido en un pueblo fantasma; no hay trabajo y tampoco  dinero.22 Una optimista locutora repite en la radio que los trabajadores cobran parcialmente su salario y pueden matricularse en cursos de superación, pero para nadie es suficiente. Buscando sobrevivir, los personajes deciden alquilar la casa familiar a la prostituta del pueblo. Pero la policía los descubre y les pone una multa. Tras muchas infructuosas peripecias, que incluyen emplearse ella como criada y vender él carne de puerta en puerta, imaginan las opciones, y la joven anuncia: “Voy a dejar el trabajo”, a lo cual su pareja responde: “¿La fábrica? Cuando reabra la fábrica tú vas a ser la mejor trabajadora”. Ella, que lo increpa desencantada –“Oye, despiértate, aquí aprendes a bailar o te mueres en la pista”– terminará prostituyéndose. Tras descubrirlo, sin que medien palabras, él la auxilia en un baño presumiblemente purificador. Ya esta mujer no encuentra cómo o dónde ganar honradamente el sustento; su destino es convertirse en objeto del placer ajeno: por eso la escena de su entrega al primer “cliente”23 no edulcora nada: simplemente se desnuda y, mirándolo de frente, solo pronuncia: “Dale”. Todo el filme trascurre bajo la constante apelación a participar en un acto público para “defender como vivimos”, al cual terminan incorporándose los protagonistas, risueños, repitiendo los gestos vacuos de celebración mientras una voz en off indica: “Muevan las banderas”.24

El trabajo femenino aparece como la única posibilidad de escapar a la minusvalía obligatoria que pretende imponer el machismo en La obra del siglo (2015), de Carlos M. Quintela. La película, que aprovecha sagazmente la mejor herencia del cine cubano previo, expone la vida de una familia atípica: tres hombres conviven en un apartamento de la Ciudad Nuclear, el centro urbano construido para los trabajadores de la inconclusa central electronuclear de Juraguá, en Cienfuegos. El paisaje desolado y estéril, observado siempre a distancia o con desapego, retrata perfectamente la falla del proyecto inicial y la condena de los habitantes del poblado a la soledad y al aislamiento (geográfico, pero también histórico, si se tiene en cuenta que la CEN iría a ser la principal inversión de la colaboración cubano-soviética). Ese carácter fallido parece infiltrarse en las relaciones humanas, y, como reproduciendo la época de la guerra fría (en palabras de uno de los personajes, el inspector de fumigación, “una competencia a ver quién la tenía más grande” entre soviéticos y norteamericanos), las agresiones se suceden en la cotidianidad de esos hombres desencantados, empobrecidos y ganados por la rutina. El machismo del abuelo crea una atmósfera irrespirable, la infelicidad de todos es el caldo perfecto para fertilizar los desencuentros.

Las mujeres de la familia son solo referencias. La mujer del nieto, La Flaca, lo ha abandonado y tampoco la abuela o la madre están ahí. Nadie quiere hablar de eso.

Cuando el hijo (que es, pudiera decirse, hijo de la Revolución, pues estudió en la Unión Soviética e iba a trabajar en la CEN) invita a almorzar a su novia, la tensión crece. Como marco, hay imágenes de archivo de trabajadoras de la CEN el 8 de marzo de 1986. Allí están, pasándose una rosa por el rostro, aspirándola, mirando sonrientes a cámara, o a pie de obra, serias o mirando el montaje, de espaldas a la cámara, que enfoca su trasero. Aparecen además los trabajadores, quejosos de los múltiples problemas con los plazos y la calidad de las entregas provenientes de la URSS. Entonces el padre le confiesa al hijo que “[cuando Fidel anunció la imposibilidad del montaje de la Central,] dijo, no debemos llorar […] te digo, yo fui el primero que empezó a llorar”.

Aparece también, venido del pasado, aquel fragmento de De cierta manera, la película de Sara Gómez, en que Mario, personaje interpretado por el mismo actor que encarna al abuelo en La obra del siglo, Mario Balmaseda, confiesa a Yolanda su verdad: “Tengo un miedo del carajo”. La remisión a De cierta manera acepta varios niveles de interpretación: el cuestionamiento del machismo del personaje (que en el filme de Sara Gómez era parte del “marginalismo” que se pretendía combatir), el diálogo entre la ficción y el documento (también en la película de Gómez los personajes daban testimonio y aparecían documentos para anclar la historia personal en la realidad), la capacidad de la Revolución cubana para integrar a todos en un proyecto común (que De cierta manera entiende posible y La obra del siglo comprueba fallido).

A los efectos de esta lectura, sin embargo, me interesa mucho la cita de la declaración: aquel joven que declaraba su miedo se ha convertido en un viejo amargado; aquel hombre que podía dialogar con una mujer de igual a igual, ahora no puede sostener una conversación medianamente respetuosa, obsesionado como está por la “utilidad” de un cuerpo femenino, por su explotación en la cocina o el sexo. Por eso cuando llega la novia del hijo su primera pregunta es: “¿Cuánto tú pesas?”.25 Para perderse en una reflexión sobre la importancia del peso o del color del pelo de una mujer. Pero esta mujer acepta la pelea y cuando el viejo insiste en molestarla le dice simplemente: “Yo tengo dos hijos, un trabajo en la fábrica, tuerzo tabaco y tengo una moto que atender […] ¿Por qué tú eres tan pesao?”26 En un entorno depauperado como el de la Ciudad Nuclear, la llegada de la mujer cataliza el enfrentamiento,  pero también demuestra que hay otros modos de vivir, y que el trabajo sigue proveyendo cierta dignidad.

El trabajo aún aparece en estos filmes como espacio de realización personal donde las mujeres pueden existir por sí mismas, lejos del ámbito familiar que sigue constriñéndolas al servicio de los demás. La percepción del trabajo como escape de una situación de discriminación es también frecuente. No es de extrañar que, con la crisis extrema que vivimos durante la década del 90, el valor del trabajo, incapaz de garantizar la subsistencia, fuera depreciándose en lo monetario y lo simbólico. Aquella cita del Che utilizada por Sara Gómez en Mi aporte, donde el trabajo significaría “una emanación de sí mismo, un aporte a la vida común”, pareciera haber perdido sentido.27 La depreciación del trabajo influyó muchísimo en la depreciación del trabajo femenino, aunque no sea un problema exclusivo de las mujeres, como dice el viejo de La obra del siglo: “Ahora resulta que la gente lo que quiere es dinero. Dinero, tol mundo puesto pal dinero. Yo… Dinero”. Y tampoco en vano el nieto contesta: “Yo, con dinero, en este pueblo no me cogen ni la chapa”. El proyecto de dignidad colectiva, la incorporación de la  mujer al trabajo por el bien común, parecen cosa de otro mundo. Ahora, como dice el viejo, de lo que se trata es de ganar dinero.

Y para ganar dinero se las arregla la protagonista de La película de Ana (2014), de Daniel Díaz Torres, haciéndose pasar por jinetera, puesto que en el nuevo orden económico pareciera ser que el único empleo posible para las cubanas fuera el de la prostitución, y aunque la legalización de pequeñas empresas privadas y “trabajadoras por cuenta propia” ha traído cierta diversificación del trabajo femenino y el florecimiento de una recuperación moral, digamos, que ya no reduce a la mujer al trabajo sexual,28 la versión caricaturesca de la prostitución en esta película añade densidad, inesperadamente, al paisaje social.

Actriz frustrada y sumida en carencias de todo tipo, Ana escucha por azar a una jinetera sobre un documental para unos productores austriacos. Una vez contratada, le cuenta al marido que trabajará en una coproducción franco-alemana: “Mi personaje es chiquitico […] Es… una luchadora… por los derechos de la mujer”. La frase juega con la afinidad entre palabras (luchar es uno de los sinónimos de jinetear); pero esta película puede ser leída en más profundidad. Cuando encarna a la prostituta, Ana relata frente a la cámara una dolorosa tragedia vital completamente falsa: su padre murió en un sabotaje contrarrevolucionario, su madre se suicidó, un diplomático extranjero la violó, etc. Exaltada, increpa a los extranjeros que la filman: “¿Ustedes saben lo que fueron los años 90 en Cuba, el Período especial? Eso no tiene ni traducción.” En esa escena se juntan la falacia de la historia inventada con la sinceridad del drama real de la progresiva pauperización de la vida cotidiana en Cuba (y de los personajes, claro) tras la caída de la Unión Soviética. Sin embargo, Ana quiere mantenerse lo más pura posible, pero su fingimiento la alcanza de rebote y, motivados por su tan auténtico testimonio, los productores quieren más, quieren filmar el paisaje real de su vida, a su familia, revivir su historia vital, pues buscan “un cine auténtico, directo, sin mediaciones”.

Así, van involucrando a toda la gente del entorno familiar y del barrio, corrompiéndolos podría decirse, para entregar a los extranjeros un relato acorde con la farsa de Ana. Aunque podría leerse también como un risueño examen de conciencia, pues algo similar ocurrió en el cine cubano del Período especial, plagado de miseria, escaseces y prostitución, en una imagen congruente con las mejores fantasías coloniales del más trasnochado inversionista extranjero, la película asimila esa corrupción, ese fingimiento, a todo el entorno de Ana. No es solo ella quien vende su integridad por un refrigerador nuevo, asesorada por Flavia, la prostituta real que está de vuelta de todo, sino que entre ambas construyen un relato a la medida de la solicitud de sus contratantes, editando imágenes comunes de una fiesta popular cubana (una celebración de los CDR)29 como el preámbulo de una gran orgía.

También el dinero, pero su volatilidad, es uno de los temas de Venecia (2015), de Kiki Álvarez. En la noche del cobro, tres jóvenes –Mónica, Mayelín y Violeta– salen a divertirse. Trabajan en una peluquería estatal, bajo la tiranía de una administradora grosera.30 Tras la noche de juerga, descubren estupefactas que han gastado todo el salario. Entonces, una de las tres, la más madura, anuncia su proyecto de abrir una peluquería propia, de las tres. Se llamará Venecia.31

Mi recorrido propone varias posibilidades de análisis: el tránsito de lo colectivo a lo individual;  de la certeza a la incertidumbre; de la sinceridad al engaño, etc. Incluso podría contrastarse un pasado colorido con un presente opaco, en blanco y negro, como subraya La obra del siglo.  Aquellas protagonistas aguerridas que participaban en asambleas y se sentían parte de un proyecto colectivo, con derechos propios, han cedido paso a mujeres que buscan en la  promesa de la propiedad privada, en el uso de su cuerpo como moneda de cambio o en el engaño un modo de sobrevivir. Y las más de las veces deben hacerlo solas. Este testimonio inconcluso y parcial del cambio de mentalidad (y de realidades, claro está) durante los últimos sesenta años en Cuba está ahí, interpelándonos sobre las posibilidades de nuestro destino.

1 Otras películas cubanas representan a mujeres trabajadoras (e.g. Conducta, 2014, de Ernesto Daranas), pero me centraré aquí en aquellas donde el trabajo femenino sea el centro del conflicto.

2 Rufo Caballero comentaba que en este tercer cuento se enfrentan historia y natura[leza], sin embargo, en realidad la natura, como la llama, no tiene voz aquí, pues todas las relaciones aparecen transidas por su expansión social, más allá del espacio privado de las relaciones sexuales que, por otra parte, siempre son gratificantes para ambos amantes. No es la natura, sino la sociedad, la que enfrenta a Lucía a su destino manifiesto. Caballero subrayaba su argumento, desenfadado: “El cuerpo a cuerpo de Lucía la aísla del didactismo y del gueto feminista (aprendan, chicas militantes), para lanzarla a la inmensidad de la vida con un grado elevadísimo de problematización, de la problematización que es propia del arte menos social, más inspirado”. Citado por Juan Antonio García Borrero, Guía crítica…, La Habana, Ed. Arte y Literatura, 2001, p. 189-190.

3 Las asambleas, como instancia de discusión colectiva y testimonio de la participación popular en las decisiones que afectan el bienestar colectivo, son frecuentes en el cine cubano. Ustedes tienen la palabra (1973), de Manuel Octavio Gómez, y Cuestión de principio (1986), de José A. Torres López, son ejemplares de esa persistencia.

4 A propósito de Retrato de Teresa comentaba Pastor Vega: “La película fue concebida para polemizar con conceptos y comportamientos que nada tienen que ver ni con la Revolución ni con el socialismo […]. Aferrarse a moldes de pensamiento históricamente superados no es privativo de ningún sexo, edad o color. Es fundamentalmente un problema ideológico”. Juan Antonio García Borrero, Guía crítica…, ed. cit., p. 289.

5 Aparece también la intervención, entre pedagógica y divertida, de un punto guajiro que canta: “Ella aprendiendo, él avanza”.

6 Sería interesante revisar las estadísticas de divorcio en los años en que se estrenaron estos filmes. Inevitablemente, los espectadores se volvían a su propia vida y a sus actitudes.

7 En marzo de 1978 se estrenó Un hombre, una mujer, una ciudad…, de Manuel Octavio Gómez, cuyo asunto son las transformaciones sociales y económicas llevadas a cabo por la Revolución en el Puerto de Nuevitas, ampliamente documentadas en el filme. Cuando Miguel regresa temporalmente a su ciudad natal deberá emular con su antecesora en el cargo, fallecida en un accidente. Marisa fue una excelente organizadora, pero también un ser humano admirable. El debate sobre la incorporación de la mujer al trabajo sigue en pie, pero en la película hay mayor énfasis en los incuestionables logros de Marisa en el ámbito colectivo que en los conflictos domésticos. No se trata solo de una trabajadora, sino de la trabajadora ejemplar que aparecerá luego en tantos otros filmes.

8 Carlos Galiano escribió que el ansia de Teresa es la de “crear algo” distinto a sus labores habituales. A propósito de su eficiencia como ama de casa, el crítico alaba “esa larga secuencia que describe las labores matutinas de la protagonista, en lo que constituye el mejor momento cinematográfico del filme”. En Juan Antonio García Borrero, Guía crítica…, ed. cit., p. 289-290.

9 Tras las mutuas recriminaciones, la pareja se enzarza en una pelea donde, para decirlo de algún modo, hay “empate técnico”. Uno de los valores de Teresa en tanto modelo de la “mujer nueva”: no admite el irrespeto. Si Lucía lloraba, Teresa respondía, con golpes incluso, y con idéntica saña a la de los ataques del marido.

10 Otra escena significativa es la del reencuentro. Cuando Ramón llega, Teresa baila con uno de sus hijos, está tomando cerveza y a él lo cautiva de nuevo esa libertad (aunque acotada, otra vez, por el espacio familiar). Hacen el amor y luego él se va de nuevo. Para cuando regrese, ya ella habrá cambiado la cerradura. Al final, en lo que podría parecer una contradicción, la música que anima la huida de Teresa proviene de una tarima callejera donde Los Van Van tocan: “Sácale brillo al piso, Teresa”, una canción que remite a las labores domésticas tradicionales, pero también al disfrute del baile. A propósito del uso de la música popular en estas películas (recuérdese el punto guajiro y el baile de Lucía), también resulta un indicador útil de las tensiones entre el imaginario social, el deber ser y la realidad cotidiana de la mujer cubana cuya incorporación al trabajo se representa. Esa “escapada” de Teresa ha sido criticada porque constituye una salida de la narración, un aparente “darse por vencida”; sin embargo, Teresa avanza de frente a la cámara, sin escapar de ningún lado, no creo que la escena final justifique tal interpretación. En la próxima película de Pastor Vega, Habanera, fallida a ojos de la crítica y del público, la protagonista permanecía en escena, estática. La imagen de la siquiatra interpretada también por Daisy Granados, llorando en silencio, acostada junto a su marido, seguramente contribuyó, por su pasividad, al fracaso del filme.

11 La actitud de Mario, interpretado por Mario Balmaseda, se justifica porque considera que su amigo les ha faltado el respeto a sus compañeros, y a él mismo. Su reacción anuncia su disponibilidad a la trasformación.

12 Este personaje, una persona real que aparece en el filme con su nombre y apellidos, cuya historia se cuenta apelando a documentos de época y a una reconstrucción dramática (mató a un hombre que espiaba a su mujer y sufrió cárcel), comenta: “La mayoría de esa gente no dejan el ambiente por cobardía”. El “ambiente”, espacio de protección colectiva donde el marginal encuentra refugio y estrategias para enfrentar las injusticias del medio, pierde razón de ser con la Revolución, que se propuso rescatar del marginalismo a grandes masas sometidas por la pobreza y el analfabetismo. No en balde la protagonista del filme, Yolanda, es maestra.

13 Debe haberse escrito mucho sobre esto, pero me gustaría anotarlo aquí: ¿Por qué, si “la Revolución la hicieron los hombres”, es ella la agente del cambio? Acentuar la participación femenina en la forja de una nueva sociedad es un mérito compartido por todos estos filmes.

14 Según testimonio de su director, en un principio, la película pretendía explorar “el pragmatismo del obrero. En aquel momento se consideró que no era oportuno reflejar esa necesidad legítima del obrero de luchar por tener mejor salario […] y la película tuvo que reducirse a una visión un tanto idílica y casi exclusivamente al conflicto del machismo, de la relación hombre-mujer”. Juan Antonio García Borrero, Guía crítica…, ed. cit., p. 165. Es interesante comprobar cómo la discusión sobre el arraigo del machismo parecía menos problemática que otra sobre la disposición al sacrificio por el bienestar colectivo.

15 Esta declaración es casi una guía de acción y una enseñanza para las jóvenes de entonces.

16 No comento aquí las conversaciones entre la esposa de Oscar y su amiga, la mujer del director de la película, cuyas actitudes contrastan firmemente con la de Lina, porque su ámbito es más doméstico que laboral (aunque la esposa de Oscar actúa en una obra de teatro que él ha escrito, al parecer una versión de La permuta, de Juan Carlos Tabío, suele representársela en la cocina, o prestando algún servicio a los demás).

17 Tal lectura ilustra la ampliación del espacio femenino que gana el argumento del filme, al conceder protagonismo no a la “otra” de una relación paralela, sino a la trasformación gozosa de una madresposa convencional (para usar el término de Marcela Lagarde) en una mujer con metas más amplias, comprometida con el bien común y con su propio crecimiento humano (compromiso que ilustra, en broma, su disciplina, en la escena del cinemóvil, cuando insta a los aburridos campesinos a quedarse, porque la película “la mandó el ICAIC”).

18 Aunque no de toda condición. No había protagonistas pobres o negras. El monólogo en off se explota bastante en la película, como si las mujeres no tuvieran interlocutores; recuerdo que, como joven espectadora, tanto ensimismamiento me molestó un poco. Quizá sea la razón de que “Zoe”, el cuento donde una joven pintora enfrenta con voz propia a un militante de la UJC, estuviera entre los favoritos del público.

19 El pueblo, en tal sentido, no lo es estrictamente. Es más bien una colonia de castigo; todos sus habitantes están ahí por haber realizado algún acto específico (en su mayoría en el ámbito laboral).

20 Como se recordará, la censura de Alicia en el pueblo de Maravillas llegó tan lejos como a proponer la supeditación del ICAIC al ICRT y desató una serie de tensas discusiones entre los cineastas y el gobierno cubano. Véase Ambrosio Fornet, “El caso Alicia”, en Rutas críticas, La Habana, Ed. Letras Cubanas, 2011, p. 287-298.

21 El personaje de la madre le confiesa a su médico: “Todo ha vuelto a la normalidad, doctor. Pero yo estoy desafinada. Soy ese violín que no atrapa la melodía. Ese violín que se ha vuelto desobediente. Ya pasó, ya pasó, y sin embargo, se quedó aquí”. Al final, la hija le cuenta que, como ella, sueña recurrentemente con la rutina diaria, como si estuviera destinada a idéntica vida y similar carencia.

22 El impacto en la vida diaria del cierre de varios centrales azucareros se documenta en DeMoler (2004), de Alejandro Ramírez Anderson, y en el libro La callada molienda (2013), de Maylan Álvarez. El universo del central articula las novelas Las edades transparentes (2006), de Lourdes González Herrero y Los fantasmas de hierro (2015), de Emerio Medina.

23 El cliente parece ser un dirigente. Es el mismo que busca a la prostituta, el que da trabajo a los hombres que acuden cada día, etc. Valdría la pena contrastar este funcionario de nuevo tipo (con casa en construcción, presumiblemente con recursos estatales) con aquellos que aparecían en filmes anteriores.

24 Durante el Período especial las llamadas “tribunas abiertas” recorrieron gran cantidad de municipios. Lo que inicialmente fueron actos de movilización para apoyar las gestiones del gobierno cubano por el retorno de Elián González y demostrar nuestra capacidad de resistencia terminó convirtiéndose en una ceremonia inocua cuya mejor imagen es el repetido movimiento de las banderas de papel que luego tapizaban el suelo. Hasta donde sé, nunca se ha calculado el costo de aquellos actos que ocupaban grandes espacios en los medios, cuyo objetivo de movilización política terminó por caer en el vacío.

25 Antes le ha explicado al nieto una extraña teoría: “¿Y tu mujer, tiene las manos ásperas o blandas? Cuando ella te hace la paja, por ejemplo, ¿tú le sientes las manos ásperas o suaves? Las mujeres con manos blandas no saben cocinar. Digo, siempre se puede elegir, ¿no? Pero yo, la verdad te digo, prefiero la cocina”.

26 La anécdota ilustra diferencias generacionales de otros modos: el padre comparte con la mujer la limpieza del agua desbordada cuando el hijo rompe iracundo la pecera del abuelo; mientras los amantes se encierran en el cuarto, el hijo se masturba a solas en el baño y el viejo grita.

27 Numerosos documentales se ocuparon del trabajo femenino. En Sobre horas extras y trabajo voluntario, también de Gómez, hombres y mujeres se quejan de la desorganización y la falta de planeación de las actividades. El vínculo trabajo-familia, sumamente visible en estos filmes, aparece cuestionado por una obrera que se pregunta cómo asistir al trabajo voluntario y hacerle frente al trabajo doméstico, algo que los dirigentes no parecen tener en cuenta.

28 Una colección de entrevistas a pequeñas empresarias o trabajadoras independientes ofrece un paisaje del tema en la Cuba actual: Emprendedoras. La Habana, Servicio de Noticias de la Mujer de Latinoamérica y el Caribe (SEMlac), Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), 2014.

29 La recurrencia de las fiestas populares, como la de las asambleas, sería un buen tema para un estudio comparativo sobre el cine cubano en sus diferentes etapas.

30 Sería interesante explorar el tránsito de aquellos dirigentes solidarios, comprometidos de las primeras películas a los déspotas y aprovechados de Venecia o Melaza.

31 La referencia a Madagascar, de Fernando Pérez, se insinúa.

Tomado de la revista La Gaceta de Cuba No 4 julio/agosto de 2017: http://www.uneac.org.cu

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José Antonio Aponte: Memoria y legado

Zuleica Romay: “Aludir al legado de Aponte presupone, ante todo, ratificar la importancia de su batallador ejemplo”.

Por Zuleica Romay

La jaula que contenía la cabeza de Aponte fue encajada por dos soldados sobre una estaca, a siete pies del suelo. Las comadres y menestrales del barrio, que conocían al maestro Aponte y a su esposa, se aterraron al ver a Catalina gritando como una energúmena. A casi todas las mujeres se les saltaron las lágrimas, mientras los hombres, las mandíbulas apretadas y los pechos rotos, bajaban los rostros al suelo, avergonzados, o contemplaban los restos del excelente maestro ebanista.

Catalina gritaba y gritaba. Cayó al suelo, traicionada por la debilidad de sus rodillas. Algunas mujeres corrieron a socorrerla. Aun caída, no cesaban los gritos. No podía liberarse de la visión de la cabeza muerta de su esposo, la cabeza que estuvo siempre a su lado en la cama, los labios que besó, ahora cenicientos. Las manos se le contrajeron como garras y siguió gritando.

–¡Hagan callar a esa negra!– rugió el sargento que leyó el pergamino.1

Así se recrea en las páginas finales de la novela Una biblia perdida el sangriento epílogo de la conspiración liderada por José Antonio Aponte. El silencio que, en otra novela, El polvo y el oro,2 abate definitivamente al joven Modesto y lo convierte, tras sufrir el degradante espectáculo de cabezas cercenadas, en enloquecido primogénito de un tratante esclavista, también nos recuerda que Aponte fue considerado un combatiente enemigo, no importa que la conspiración a la que dedicó tanto tiempo, inteligencia y energías haya sido abortada.

Si los principales líderes de la sedición de 1812 hubiesen sido identificados como negros levantiscos, y nada más, les habrían azotado hasta la muerte para estimular el morbo racista del poder hegemónico y dar por sentada su animalesca inferioridad. Pero una vez ahorcados, se procedió a la decapitación de los cuatro más comprometidos, procedimiento que en tiempo de los Césares constituía la más palmaria prueba de la derrota enemiga. Las cabezas se enviaban como trofeo al emperador y luego eran exhibidas en plazas y otros lugares públicos, no solo para amedrentar a los inconformes, también para paralizar, por medio del terror, a los que ni siquiera habían pensado en rebelarse.

La representación social de signo negativo, sintetizada en el aserto: “¡más malo que Aponte!”, sobrevivió a treinta años de batallas anticoloniales, décadas de luchas obreras encabezadas por trabajadores azucareros, portuarios y tabacaleros, donde los descendientes de africanos eran presencia muy visible; y además a un lustro de incontenible insurrección popular antibatistiana, desfigurados los contornos del líder por la acumulación de estereotipos negativos que justificaron la inferiorización de las personas negras durante la república burguesa neocolonial.

La reivindicación de José Antonio Aponte, el primer descendiente de africanos que planeó una revuelta antiesclavista contra el poder colonial español, puede acreditarse a las corrientes historiográficas que, desde la segunda mitad de los años 40, sedimentaron un anticolonialismo cultural promotor de nuevas perspectivas de análisis sobre la participación de los africanos y su descendencia en los procesos emancipatorios de Cuba. Tales enfoques muchas veces fueron percibidos desde la suspicacia o el prejuicio intelectual, como sucedió, por solo citar dos ejemplos, con Raúl Cepero Bonilla y Serafín Portuondo Linares. José Luciano Franco –a quien se deben los primeros trabajos encaminados a reunir y analizar la documentación relativa a la conjura organizada por Aponte– ha sido reconocido como uno de los principales animadores de este tipo de esfuerzo intelectual. En su obra más conocida: La conspiración de Aponte, Franco se detiene, a veces con estilo demasiado novelesco para las prácticas investigativas de la época, en los factores asociados a la personalidad del mártir de 1812, en sus métodos organizativos y las estrategias de lucha que intentó llevar a cabo, asuntos en los cuales este artículo pretende incursionar.

Aludir al legado de Aponte presupone, ante todo, ratificar la importancia de su batallador ejemplo en uno de los períodos más sombríos de la dominación ejercida por las autoridades coloniales y sus aparatos de represión.

Bien sabemos que la acción ejemplar, como evidencia práctica de una historia sospechada, construida o deseada, siempre nutre el imaginario de los pueblos, fortalece identidades y sedimenta mitos. Sin embargo, el legado ideológico y ético resulta más perdurable porque traza itinerarios, fragua voluntades y establece metodologías para la acción.

Conviene por ello preguntarse qué tipo de liderazgo antirracista ejerció este hombre cuya ejecutoria fue criminalizada durante más de un siglo para intentar comprender los resortes internos de su actuación, sin rendirnos ante las limitaciones impuestas por las fuentes, que sabemos intencionalmente construidas por el poder opresor; parcialmente nubladas por las tácticas de encubrimiento y ocultación de los conjurados; fragmentadas o incompletas en virtud de omisiones y fallas humanas, e incluso desvaídas en sus significados debido al inexorable paso del tiempo.

La mayoría de las interpretaciones sobre la conspiración se centran en las actas de los interrogatorios a que fueron sometidos los sediciosos y en los reportes que sobre los hechos elaboraron los funcionarios actuantes. Particularmente el álbum de pinturas de José Antonio Aponte, requisado por las autoridades y desaparecido después, ha dado pábulo a análisis de contenidos sugestivamente argumentados, como los de Juan Antonio Hernández3 y Ada Ferrer4 e incluso a Una biblia perdida, el ya mencionado thriller histórico del cubano Ernesto Peña.

El libro de pinturas de Aponte –nos dice Matt Childs– “[…] constituye el documento más importante que apareciera en la investigación criminal del movimiento; atrajo la atención de las autoridades coloniales, fascinó e inspiró a sus seguidores, y ha sido objeto de búsqueda por los historiadores”.5 Pero, cabría preguntarse: ¿qué nos dice el libro de pinturas sobre el propio Aponte? ¿Cuáles eran sus ideas sobre el mundo en que vivió y qué diálogos, intercambios o lecturas alimentaron esa manera de pensar?

Las valiosas síntesis realizadas por quienes han lidiado con las más de seis mil páginas de los testimonios resultantes de los interrogatorios y analizado con detenimiento, pero también con mesurada creatividad, los dibujos y las composiciones pictóricas de Aponte, nos ayudan a imaginar, ¿quizás especular?, sobre algunas de sus más hondas meditaciones.

Los gestos, las posturas y las vestimentas de los personajes negros expuestos en el álbum no solo reivindican las culturas africanas, confrontando con inocultable voluntad igualitaria los referentes culturales dominantes en la época y exaltan, ya sea en la figura del abuelo –el capitán de granaderos Joaquín Aponte– o de los ancestros africanos, la sabiduría y la estirpe guerrera de la que José Antonio se sentía heredero. La superposición de épocas, historias, culturas, saberes y acciones de los personajes que Aponte seleccionó para enhebrar su discurso visual parecen ser resultado de la historicidad de su pensamiento, sugieren que el autor de la iconografía entendió la historia propia como parte de la historia del mundo.

Pero, ¿qué tipo de cultura atribuirle, qué prácticas librescas suponer en un hombre de humilde origen que se muestra capaz de combinar en un mismo corpus narrativo pasajes de grandes civilizaciones antiguas (Egipto, Roma, Etiopía); escenas de la Biblia; episodios de la mitología grecolatina; referencias cartográficas a tres continentes y alusiones a la gesta anticolonial y antiesclavista de Haití? Este collage, que solo adquiría sentido con la exposición “comentada” del contenido del álbum y, por tanto, podía sugerir versiones distintas según el receptor de los mensajes, ¿era indiferenciado y caótico resultado de la acumulación de informaciones extraídas de los libros, o expresaba una determinada manera de comprender el mundo?

Cometeríamos un error si asumimos con simpleza las explicaciones que Aponte ofreció durante los interrogatorios, sobre los criterios que guiaron el ensamble de sus imágenes. El inculpado ofreció como respuesta a su inclemente interrogador que se trataba, simplemente, de una “combinación de ideas”. Sin embargo, la narrativa emergente del diálogo que figuras situadas en un mismo plano parecen sostener, el orden en que un collage sucede a otro, le otorgan al libro de pinturas un sentido verdaderamente subversivo si nos atenemos a los paradigmas de la época, que proscribían el acceso de los negros a la nobleza, el sacerdocio y la carrera militar.

Coincido con Hernández en que las pinturas de Aponte representan “[…] un esfuerzo por hacer visibles los logros y hazañas de los africanos o descendientes de africanos dentro de la historia universal”;6 mas aprecio también en las valoraciones que sobre ellas han hecho diferentes expertos, la reivindicación de un linaje que no se agota en el tributo a la historia familiar ni se limita a exteriorizar el orgullo racial de su creador. El discurso iconográfico de Aponte construye un contrargumento cultural que, al exaltar la unidad de la especie humana, confronta las justificaciones poligenistas que pretendían legitimar la esclavitud y la opresión colonial, a la par que cuenta la historia que algunas veces fue y otras pudo ser, de no haberse producido el encontronazo de 1492.

Preguntado sobre el origen de aquellos grabados, el prisionero contestó que todo era “efecto de su lectura”,7 lo que nos lleva a examinar con atención los libros que el capitán Juan de Dios de Hita requisó en la casa de Aponte. Resulta ocioso mencionar los títulos de los volúmenes, pues estos son referenciados en todos los textos historiográficos sobre la conspiración. Pero me interesa resaltar que sobresalen entre ellos como materias fundamentales: textos de historia universal, arte militar, religiosos y de ciencias naturales, y el tercer tomo de Don Quijote de la Mancha, una novela que por entonces no había perdido su hálito contestatario.

Similares lecturas emprendían por entonces las elites ilustradas en el país, incluido el asesino de Aponte, residente temporal en virtud de su nombramiento como Capitán General de la Isla. La pesquisa del historiador Sigfrido Vázquez Cienfuegos en el Archivo Histórico Nacional de España, indicó que entre los doscientos dos ejemplares acreditados a Salvador Muro y Salazar, marqués de Someruelos, más de una cuarta parte corresponden a obras de ensayo y pensamiento sobre temas filosóficos, políticos y económicos; otra cuarta porción se refiere a temas religiosos, mientras los libros de Historia y los de contenido científico (matemáticas, medicina, ciencias naturales, agronomía y geografía universal), rondaban la treintena respectivamente.8

No podemos afirmar, por supuesto, que Aponte haya leído todos los libros que le fueron ocupados, pero la simetría entre sus lecturas y las de un representante de la elite, como el marqués de Someruelos, parece indicar que él buscaba fundamento a sus postulados ideológicos en los saberes de su época. Quizá vislumbraba que el conocimiento es obra y acumulación universal y que solo el uso perverso del saber permite legitimar el poder de unos seres humanos sobre otros. Ello explicaría por qué en su libro de pinturas no hay escenas de victimización, no hay protesta o censura por el forzoso sometimiento de su estirpe, sino que la obra se dedica enteramente a argumentar una filosofía de la igualdad.

Que entiende la esclavitud como rasgo o necesidad del sistema colonial, se intuye en el lenguaje de la proclama que Aponte dicta y manda a colocar –en abierto desafío a la autoridad– en uno de los muros laterales del palacio del Capitán General; texto que renuncia a reiterar la socorrida exhortación “¡muerte a los tiranos!”, y convoca a acabar con “este imperio de esta tiranía”. Nunca sabremos si el vocablo imperio se refiere, más que a un poderoso personaje, al sistema de dominación que los insulares padecían –los africanos y criollos negros en primer lugar–; pero la suposición no resulta descabellada en el contexto de nuestro análisis.

Aponte labró varios oficios que demandaban imaginación, sensibilidad estética y habilidades manuales. En los objetos y documentos que le fueron requisados “[…] se observa todo un imaginario en relación con los batallones de morenos leales, y también la intención de reconstruir un pasado prestigioso para los hombres de su raza” –nos dice María del Carmen Barcia–;

“Aponte era un artista, no solo por su trabajo en tallas de madera, una de las cuales dio nombre a la calle en que vivía, por la magnífica imagen de Jesús Peregrino que decoraba el dintel de su puerta, sino por sus pinturas que hoy calificaríamos como naïf”.9

Criollo de tercera generación, Aponte domina el castellano de Cuba, ejercita las costumbres del país y se desenvuelve con naturalidad en el ambiente social habanero de inicios del siglo xix. Tiene una tremenda ventaja psicológica y cultural respecto a los hombres que le secundaron, mayoritariamente africanos esclavizados, si nos atenemos al análisis estadístico realizado por Matt Childs.10 Por otra parte, las creaciones artesanales y artísticas de Aponte pudieron permitirle una sistemática interacción con la cultura dominante y sus actores y, con ello, cierta comprensión de la sicología de los grupos hegemónicos, sus afinidades, reparos y comportamientos. Su prolongado servicio en las milicias de pardos y morenos desarrolló en él la capacidad de liderazgo, en tanto practicaba y exigía valor, disciplina, ética, orgullo y espíritu de grupo.

No podemos asegurar si ejerció un liderazgo carismático o articuló un liderazgo colectivo –polémica que aún sostienen los historiadores–; pero más allá de la premura de los dominadores por señalar culpables y de la necesidad de los dominados de construir un mito, su historia de vida parece demostrar que José Antonio Aponte estaba preparado para ejercer el liderazgo intelectual, cultural, sicológico y militar de los insurrectos habaneros en 1812.

Para alcanzar la igualdad entre blancos, mulatos y negros la Revolución Haitiana provocó un sísmico sacudimiento; fue el acto inaugural de la llamada “era de las revoluciones”, formulación que en sus inicios acreditó la trasformación del mundo –europeo, por supuesto– al doble efecto de la Revolución Francesa y la revolución industrial británica; restó importancia a los procesos libertarios ocurridos en el Sur; desconoció la diferencia esencial entre el período más radical de la Revolución Francesa y la Revolución Haitiana, o consideró a la segunda apenas como caótico e incivilizado eco de la primera.

Los “sucesos de Haití”, reportados por periódicos, viajeros, prófugos, emigrados y por incorpóreos rumores, y la propuesta presentada por Guridi y Alcocer en las Cortes de Cádiz para abolir gradualmente la esclavitud, eran –por su magnetismo libertario– los principales recursos sicológicos y afectivos con que contaban los conjurados de 1812 para movilizar a los grupos subalternos. De ahí que Aponte incorporara a su práctica conspirativa la difusión de noticias estimuladoras de sentimientos antiesclavistas y realizara una propaganda enérgica entre los negros y los mulatos de las barriadas populares, incluidos algunos de los que prestaban servicios a la aristocracia y al poder militar colonial.

En una sociedad estamental, jerarquizada cada vez más en función del color de la piel, el impacto demográfico provocado por el auge de la trata esclavista se tradujo, sobre todo, en un acelerado cambio cultural. Los traídos como esclavos desde África, los llegados de Europa para “blanquear” y los arribantes (voluntarios o no) de otros territorios del Caribe, provocaban, a su vez, procesos de mestizaje y trasculturación con efectos apreciables no solo en la diversidad de tonos epiteliales, también en los acomodos gastronómicos, las mutaciones de la música y la danza, los giros del habla coloquial, la gestualidad, el vestuario, el ritmo de los cuerpos al desplazarse y una emergente sociabilidad, cuyas contradicciones se evidenciaban lo mismo en las expectativas contrapuestas que negros y blancos tenían sobre los cabildos de nación, que en la inquietante influencia de las nanas negras sobre los niños blancos. Los africanos –y no solo los europeos– estaban construyendo una nueva estirpe en un país irremisiblemente dividido entre dominadores y dominados, aunque no todos entre los últimos descendieran a la condición servil.

Haber comprendido la importancia de subvertir los criterios que diferenciaban a los libres de los esclavizados entre los descendientes de africanos es un innegable mérito de José Antonio Aponte, cuya prédica intentaba persuadir a descontentos de uno y otro bando de que el régimen colonial se erigía sobre todos como “amo”, y solo la unidad de los dominados y ofendidos podría revocar su poder. Su argumento antirracista tuvo anclajes en la filosofía de la igualdad proclamada por la Revolución Francesa y realizada, hasta sus últimas consecuencias, por la Revolución de Haití.

Por eso, sin acotar colores, Aponte convocaba a la insurgencia antiesclavista a africanos y criollos, los mismos cuyos nietos, medio siglo después y ya sintiéndose cubanos, se lanzarán machete en mano a luchar por la independencia nacional; harán de sus sociedades y clubes espacios de libertad ante el azaroso debut republicano y, más tarde, constituirán combativos sindicatos cuando la postergación de los más oscuros se comprenda como consecuencia directa de la opresión clasista que la colonia inauguró.

Los herederos de Aponte no disociaron jamás la lucha antirracista del empeño anticolonial. Muertos José Martí y Antonio Maceo e iniciada la relegación del mambisado de extracción popular por la práctica política de una derecha que pugnaba por apropiarse del potencial simbólico de la revolución, en contubernio con viejos y nuevos poderes, el intelectual separatista Rafael Serra clamaba desde las páginas de La doctrina de Martí:

Hay quienes creen que revolucionar es enmendar un sistema, o añadirle o quitarle algo, según convenga a las exigencias del egoísmo, cuando esto no es otra cosa que evolucionar. La revolución arranca el árbol de raíz, y echa nuevas semillas. La evolución deja el árbol en situación de retoñar porque lo corta por el tronco o por las ramas. Y el árbol del coloniaje en Cuba debe ser atacado por la raíz. Hay que revolucionar.11

Durante la república, el legado de Aponte estará presente en las aspiraciones de emancipación económica, social y cultural plasmadas en el programa político del Partido Independiente de Color y en las propuestas de implementación legal de los preceptos antirracistas de la Constitución de 1940 que, en tres ocasiones a lo largo de diez años, presentaron los senadores y los representantes comunistas ante el Congreso de la nación.

Unos meses antes de que el yate Granma zarpara del puerto de Tuxpan, la dirección del Movimiento 26 de Julio creó una comisión para elaborar sus tesis programáticas. El grupo de trabajo, integrado por cuatro jóvenes blancos –ninguno de los cuales poseía un patrimonio amasado con sangre esclavizada–, identificó la herencia colonial, la explotación económica y “el trasfondo cultural y sicológico que pretenden justificar la discriminación o la inferioridad del negro”,12 como elementos ancilares de la cuestión racial cubana. La conclusión plasmada en el programa político de la fuerza que lideró el movimiento insurreccional cubano, reconoció la enorme trascendencia del asunto en la consolidación de la unidad nacional:

La cuestión racial no puede tener una solución parcial, sino una solución colectiva, total. No puede ser producto de un esfuerzo aislado, sino de una revolución nacional. Su solución definitiva es la integración nacional. El camino para llegar a esta solución tiene tres vertientes básicas: la económica, la cultural y la penal.13

Sirvan estos pocos ejemplos para rastrear el itinerario de un ideal emancipatorio que, iniciado por José Antonio Aponte, solo concibe la desracialización de la sociedad como resultado de tres condiciones: la trasformación radical del ordenamiento social, la integración de todos los elementos aportadores al perfil de la nación y la materialización práctica de la igualdad que París proclamó y entonces solo fue posible en las norteñas llanuras haitianas.

La literatura de las últimas décadas nos devuelve a Aponte como un luchador antisistema, lo sitúa en el contexto de las contradicciones que gestaron nuestra aún inconclusa cubanidad e invita a relecturas de los hechos que revalorizan su legado. La brutal y sumarísima ejecución de Aponte y sus compañeros dejó claro que no se trataba de aplastar una rebelión de negros indóciles, sino de frenar, por medio de un escarmiento ejemplar, todo intento de subvertir las relaciones de poder que el sistema esclavista entronizó y cuyas dimensiones cultural y sicológica extienden sombras hasta el siglo xxi.

Todavía tenemos que argumentar la trascendencia del empeño libertador de José Antonio Aponte. Hay que revivirlo y hacerle caminar por las calles de esta Habana donde conspiró y creó, para evitar que el olvido se convierta en antinomia. El patriotismo y la persistencia de Emilio Roig de Leuchsenring lograron que el Ayuntamiento de La Habana –presidido por el alcalde Antonio Beruf Mendieta– acordara restituir su nombre a la calle Jesús Peregrino, tras haberle sido quitado exactamente un siglo después del crimen contra Aponte.14 El acuerdo, referido a un total de ciento dos calles habaneras, también suprimió la injusta evocación que una de ellas hacía al marqués de Someruelos, designándola como Aponte.15

Quince años después, Roig de Leuchsenring denunciaba desde las páginas de la revista Carteles cómo la irresponsabilidad cívica y la desidia administrativa impedían el cumplimiento efectivo del acuerdo de 1939:

Pero estas 102 calles aún continúan sin que ostenten las tablillas con los nombres que oficialmente llevan desde que les fueron impuestos por acuerdos del Ayuntamiento de esas fechas, que tuvieron la sanción definitiva del señor Alcalde Municipal, y se encuentran vigentes en la actualidad.16

Solo después de 1959 las tablillas con el infamante nombre del marqués fueron retiradas, probablemente algunas semanas antes del fallecimiento de Emilio Roig de Leuchsenring.17 Y aunque nuestra tradición oral atesora muchos ejemplos de lo persistente que suele ser la memoria histórica cuando de topónimos se trata, que alguna gente continúe llamándole Someruelos a esa poco conocida calle de La Habana señala la distancia que aún hemos de salvar para que el legado de José Antonio Aponte encarne en memoria y sentimiento.

Notas

1 La novela del joven narrador cubano Ernesto Peña es la primera que, en nuestros lares, toma como argumento principal la planeación, el descubrimiento y la represión de una conspiración antiesclavista y anticolonial. La obra obtuvo el Premio de Novela “Alejo Carpentier” en 2010.

2 Esta obra de Julio Travieso, cuya primera edición tuvo lugar en 1996, incluye un excelente pasaje sobre la deshumanizada exhibición de las cabezas de los decapitados realizada por las autoridades coloniales.

3 Juan Antonio Hernández: “Hacia una historia de lo imposible. La revolución haitiana y el ‘libro de pinturas’ de José Antonio Aponte”. Tesis doctoral, Universidad de Pittsburgh, 2005.

4 Ada Ferrer: Freedom’s Mirror: Cuba and Haiti in the Age Revolution, Ed. Cambridge University Press, New York, 2014.

5 Matt Childs: La rebelión de Aponte, Ed. Oriente, Santiago de Cuba, 2011, p. 15.

6 Juan Antonio Hernández: “El ‘libro de pinturas’ de José Antonio Aponte y los imaginarios de la Revolución Haitiana en el Caribe del siglo xix”, en José Luciano Franco: Las conspiraciones de 1810 y 1812, Fundación Biblioteca Ayacucho, Caracas, 2010, p. XL.

7 José Luciano Franco: La conspiración de Aponte, Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 2006, p. 66.

8 Sigfrido Vázquez Cienfuegos: Tan difíciles tiempos para Cuba, Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 2008, p. 289-290.

9 María del Carmen Barcia: “Paradojas de una revolución: repercusión en Cuba de la insurrección haitiana”, Catauro, Revista Cubana de Antropología, a. 5, n. 9, enero,junio de 2004, p. 96.

10 Basándose en los datos personales de los detenidos e interrogados, este autor asegura que de los 329 individuos con estatus jurídico conocido, el 78 por ciento eran esclavos y el 22 libertos, mientras que el 71 por ciento eran bozales. Ver: Matt Childs: ob. cit., p. 289.

11 Rafael Serra: “La doctrina de Martí”, n. 18, 31 de marzo de 1897, en Pedro Deschamps Chapeaux: El negro en el periodismo cubano en el siglo xix, Ed. R, La Habana, 1963, p. 41. (El énfasis es del autor).

12 Carlos Franqui: Diario de la revolución cubana. Ruedo Ibérico, París, 1976, p. 150-151. Integraron la Comisión Programática del Movimiento 26 de julio: Frank País García, Armando Hart Dávalos, Enrique Oltuski y el autor, quien luego abdicó de los ideales de la Revolución.

13 Ídem.

14 El Ayuntamiento de La Habana, mediante el acuerdo número 184 del 18 de enero de 1912, cambió el nombre de la calle Jesús Peregrino por el de Néstor Sardiñas, combatiente muerto en la guerra de independencia, decisión guiada por buenas intenciones, pero que el Historiador de la Ciudad consideraba injusta. Ver: Emilio Roig de Leuchsenring: “Las calles de La Habana: bases para su denominación. Restitución de nombres antiguos, tradicionales y populares”, Cuadernos de historia habanera, n. 5. Municipio de La Habana, 1936, p. 35.

15 Emilio Roig de Leuchsenring: “Revisión total de los nombres de las calles de La Habana 1938-1940. Informe”, Municipio de La Habana, 1940, p. 224.

16 Emilio Roig de Leuchsenring: “Callejero de La Habana”, Carteles, a. 35, n. 8, 21 de febrero de 1954, p. 66. 17 El 29 de mayo de 1964, mediante la Resolución 2273, el Comisionado de la Junta Coordinadora de Ejecución e Inspección (JUCEI) de La Habana, ratificó el cambio de nombre de la calle Someruelos por el de Aponte. Quisiera pensar que el cumplimiento de la decisión del Ayuntamiento de La Habana, veinticinco años después, constituyó, además de un acto de reparación histórica, un homenaje a la labor de Emilio Roig de Leuchsenring, quien falleció el 8 de agosto de ese año. Ver: “Libro: Gobierno Municipal Revolucionario de La Habana, v. 23. Resoluciones 2201-2300”, Fondo Actas Capitulares del Ayuntamiento de La Habana, La Habana, 1964.

Tomado de la revista La Gaceta de Cuba No 5, septiembre/octubre de 2017: http://www.uneac.org.cu

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Desde el jardín, cuarenta años después (+tráiler)

Desde el jardín, de Hal Ashby

Por Rolando Pérez Betancourt

Cuarenta años está cumpliendo Desde el jardín, la sátira social y política realizada por Hal Ashby en 1979, y que lo reafirmó como uno de los directores fundamentales de lo que fue el renacimiento del cine norteamericano de los años 70.

Proveniente del mundo hippie, Ashby trascendió por su visión artística contra el sistema y su audacia estilística, la que demostró al adaptar la novela de Jerzy Kosinsky, Being There (Estando allí), llevada al cine como Desde el jardín.  Kosinsky fue un polaco que después de escapar de las garras del nazismo llegó a Estados Unidos poco después de cumplir los 20 años y realizó toda su obra en inglés. A diferencia de Ashby, un verdadero «incómodo» para los valores tradicionales de su sociedad, el polaco-norteamericano no tardó en matrimoniarse con la hija de un millonario y ello le posibilitó aproximarse a las esferas dominantes de la nación, estudiarlas, diseccionarlas y luego convertir en sátira cuanto vio y captó.

Además de mantener una vigencia artística impresionante, esta película –por lo que cuenta– pudo haberse filmado en los días que corren, porque la esencia de lo que critica poco ha cambiado.

Desde el jardín es la historia de un jardinero que nunca se ha asomado al exterior y vive totalmente apartado en un barrio pobre de Washington. Es analfabeto y su única obsesión, además de la jardinería, es ver televisión desde que se levanta hasta que se acuesta. La muerte de su patrón lo obliga a abandonar la residencia que ha habitado de por vida y a ponerse en contacto con «la calle», un entorno que para él resultará como una selva desconocida.

Ciertos acontecimientos llevan al jardinero a la mansión de uno de los hombres más influyentes de Estados Unidos y, a partir de ahí, se sucederán unos diálogos disparatados, en los que el jardinero hablará siempre de lo que sabe, la jardinería, pero en esas conversaciones lo  importante no es lo que escuchan los otros, los poderosos, sino lo que quieren y necesitan escuchar, aupados por la avidez de trazar un rumbo político favorable a sus intereses; de ahí que cada vez que el jardinero abra la boca, todo lo que diga –o más bien  lo poco que diga– se interprete como razonamientos filosóficos y analíticos de gran envergadura.

El filme tiene numerosas lecturas, la mayor de ellas cómo es posible que un ser analfabeto, con evidentes problemas mentales y formado culturalmente a partir del bombardeo televisual que recibe, se convierta en la conciencia política, social y hasta económica de Estados Unidos. Y más aún: en posible candidato a la presidencia de la nación.

Hay en el filme diálogos de doble sentido, situaciones clásicas provenientes de la alta comedia, un descorrer de cortinas hacia los mundos contaminados de las finanzas y de la Casa, un acto sexual irrepetible de Shirley MacLaine –atrevimiento cinematográfico para la época, luego copiado por algunas películas– y, para rematar, una mirada mordaz hacia la ineficiencia de la cia y el fbi en rastrear quién es realmente aquel jardinero al que todos escuchan y aplauden.

Peter Sellers, el gran actor británico fallecido un año después de filmar Desde el jardín, es la tercera carta de triunfo de este filme. Él es Chance, el jardinero, y al mismo tiempo la parodia creada como el gran enigma de la política norteamericana. Él es la ternura, el discurrir ingenuo, la ambigüedad, la confusión, la vía directa para hacer creíble desde lo absurdo la estupidez humana en una sociedad donde parece imperar la simplicidad pragmática, pero abierta igualmente a la vanidad, la necedad, la trampa tras bambalinas y el enredo.

Cierto que el jardinero Chance no parece haber nacido con demasiadas luces, pero esa televisión idiota de la que hablara el maestro Fellini –y que hoy pudiéramos asociarla a los medios, y a las nuevas tecnologías puestas con toda intencionalidad en función de la banalidad, la idiotez y la deformación de la personalidad– lo ha convertido en una víctima dislocada entre la apariencia y la realidad.

En materia de creación artística, uno de los retos mayores es el vínculo arte-política, porque muchas veces la desmesura ideológica volcada en la obra, sin un rigor estético, puede conspirar en contra de su efectividad. No es el caso de Desde el jardín, obviamente exagerada, pero, aunque parezca una falsificación lo que estamos viendo, ello no es más que una sátira exprimida de la realidad, un entramado humorístico que, finamente elaborado, nos está diciendo que las altas esferas del poder norteamericano son en verdad las que gobiernan y mandan.

Es tanto lo que dice y sugiere Desde el jardín que el filme se ha convertido en tema de estudio en diversas universidades, una película que al paso de los años se yergue imperecedera, sin desdibujarse en el tiempo, y así debe ser mientras nuevos políticos disfrazados de Mesías sigan llegando a la Casa Blanca.

Tomado de: http://www.granma.cu

Tráiler del filme Desde el jardín, de Hal Ashby

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Estados Unidos interviene en América invocando la defensa de las instituciones libres

Ernesto Che Guevara en las Naciones Unidas

Por Ernesto Che Guevara

El imperialismo quiere convertir esta reunión en un vano torneo oratorio en vez de resolver los graves problemas del mundo; debemos impedírselo. Esta Asamblea no debiera recordarse en el futuro solo por el número XIX que la identifica. A lograr ese fin van encaminados nuestros esfuerzos.

Nos sentimos con el derecho y la obligación de hacerlo debido a que nuestro país es uno de los puntos constantes de fricción, uno de los lugares donde los principios que sustentan los derechos de los países pequeños a su soberanía están sometidos a prueba día a día y minuto a minuto y, al mismo tiempo, una de las trincheras de la libertad del mundo situada a pocos pasos del imperialismo norteamericano para mostrar con su acción, con su ejemplo diario, que los pueblos sí pueden liberarse y sí pueden mantenerse libres en las actuales condiciones de la humanidad. (…) Pero se requieren condiciones adicionales para la supervivencia: mantener la cohesión interna, tener fe en los propios destinos y decisión irrenunciable de luchar hasta la muerte en defensa del país y de la revolución. En Cuba se dan esas condiciones (…).

La coexistencia entre todos los estados

De todos los problemas candentes que deben tratarse en esta Asamblea, uno de los que para nosotros tiene particular significación y cuya definición creemos debe hacerse en forma que no deje dudas a nadie, es el de la coexistencia pacífica entre estados de diferentes regímenes económico-sociales. Mucho se ha avanzado en el mundo en este campo; pero el imperialismo -norteamericano sobre todo- ha pretendido hacer creer que la coexistencia pacífica es de uso exclusivo de las grandes potencias de la tierra (…).

También hay que esclarecer que no solamente en relaciones en las cuales están imputados estados soberanos, los conceptos sobre la coexistencia pacífica deben ser bien definidos. Como marxistas, hemos mantenido que la coexistencia pacífica entre naciones no engloba la coexistencia entre explotadores y explotados, entre opresores y oprimidos. Es, además, un principio proclamado en el seno de esta Organización, el derecho a la plena independencia contra todas las formas de opresión colonial (…).

Nuestros ojos libres se abren hoy a nuevos horizontes y son capaces de ver lo que ayer nuestra condición de esclavos coloniales nos impedía observar; que la «civilización occidental» esconde bajo su vistosa fachada un cuadro de hienas y chacales.

Queremos construir una vida mejor para nuestro pueblo

(…) Expresamos una vez más que las lacras coloniales que detienen el desarrollo de los pueblos no se expresan solamente en relaciones de índole política: El llamado deterioro de los términos de intercambio no es otra cosa que el resultado del intercambio desigual entre países productores de materia prima y países industriales que dominan los mercados e imponen la aparente justicia de un intercambio igual de valores (…).

Nosotros queremos construir el socialismo; nos hemos declarado partidarios de los que luchan por la paz; nos hemos declarado dentro del grupo de países no alineados, a pesar de ser marxistas-leninistas, porque los no alineados, como nosotros, luchan contra el imperialismo. Queremos paz, queremos construir una vida mejor para nuestro pueblo y, por eso, eludimos al máximo caer en las provocaciones maquinadas por los yanquis, pero conocemos la mentalidad de sus gobernantes; quieren hacernos pagar muy caro el precio de esa paz. Nosotros contestamos que ese precio no puede llegar más allá de las fronteras de la dignidad (…).

Aún cuando nosotros rechazamos que se nos pretenda atribuir injerencias en los asuntos internos de otros países, no podemos negar nuestra simpatía hacia los pueblos que luchan por su liberación y debemos cumplir con la obligación de nuestro gobierno y nuestro pueblo de expresar contundentemente al mundo que apoyamos moralmente y nos solidarizamos con los pueblos que luchan en cualquier parte del mundo para hacer realidad los derechos de soberanía plena proclamados en la Carta de las Naciones Unidas.

Los Estados Unidos sí intervienen; lo han hecho históricamente en América. Cuba conoce desde fines del siglo pasado esta verdad, pero la conocen también Colombia, Venezuela, Nicaragua y la América Central en general, México, Haití, Santo Domingo (…).

Los Estados Unidos intervienen en América invocando la defensa de las instituciones libres. Llegará el día en que esta Asamblea adquiera aún más madurez y le demande al gobierno norteamericano garantías para la vida de la población negra y latinoamericana que vive en este país, norteamericanos de origen o adopción, la mayoría de ellos. ¿Cómo puede constituirse en gendarme de la libertad quien asesina a sus propios hijos y los discrimina diariamente por el color de la piel, quien deja en libertad a los asesinos de los negros, los protege además, y castiga a la población negra por exigir el respeto a sus legítimos derechos de hombres libres?

Comprendemos que hoy la Asamblea no está en condiciones de demandar explicaciones sobre estos hechos, pero debe quedar claramente sentado que el gobierno de los Estados Unidos no es gendarme de la libertad, sino perpetuador de la explotación y la opresión contra los pueblos del mundo y contra buena parte de su propio pueblo.

Al lenguaje anfibológico con que algunos delegados han dibujado el caso de Cuba y la oea nosotros contestamos con palabras contundentes y proclamamos que los pueblos de América cobrarán a los Gobiernos entreguistas su traición.

Cuba, señores delegados, libre y soberana, sin cadenas que la aten a nadie, sin inversiones extranjeras en su territorio, sin procónsules que orienten su política, puede hablar con la frente alta en esta Asamblea y demostrar la justeza de la frase con que la bautizaran: «Territorio Libre de América» (…).

Ningún pueblo de América Latina es débil

No hay enemigo pequeño ni fuerza desdeñable, porque ya no hay pueblos aislados. Como establece la Segunda Declaración de La Habana: «Ningún pueblo de América Latina es débil, porque forma parte de una familia de doscientos millones de hermanos que padecen las mismas miserias, albergan los mismos sentimientos, tienen el mismo enemigo, sueñan todos un mismo mejor destino y cuentan con la solidaridad de todos los hombres y mujeres honrados del mundo.

«Esta epopeya que tenemos delante la van a escribir las masas hambrientas de indios, de campesinos sin tierra; de obreros explotados; la van a escribir las masas progresistas, los intelectuales honestos y brillantes que tanto abundan en nuestras sufridas tierras de América Latina. Lucha de masas y de ideas, epopeya que llevarán adelante nuestros pueblos maltratados y despreciados por el imperialismo, nuestros pueblos desconocidos hasta hoy, que ya empiezan a quitarle el sueño. Nos consideraba rebaño impotente y sumiso y ya se empieza a asustar de ese rebaño, rebaño gigante de doscientos millones de latinoamericanos en los que advierten ya sus sepultureros el capital monopolista yanqui.

«La hora de su reivindicación, la hora que ella misma se ha elegido, la vienen señalando con precisión también de un extremo a otro del Continente. Ahora esta masa anónima, esta América de color, sombría, taciturna, que canta en todo el Continente con una misma tristeza y desengaño, ahora esta masa es la que empieza a entrar definitivamente en su propia historia, la empieza a escribir con su sangre, la empieza a sufrir y a morir, porque ahora por los campos y las montañas de América, por las faldas de sus sierras, por sus llanuras y sus selvas, entre la soledad o el tráfico de las ciudades, en las costas de los grandes océanos y ríos, se empieza a estremecer este mundo lleno de corazones con los puños calientes de deseos de morir por lo suyo, de conquistar sus derechos casi quinientos años burlados por unos y por otros. Ahora, sí, la historia tendrá que contar con los pobres de América, con los explotados y vilipendiados, que han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia. Porque esta gran humanidad ha dicho ¡basta! y ha echado a andar. Y su marcha, de gigantes, ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia, por la que ya han muerto más de una vez inútilmente. Ahora, en todo caso, los que mueran, morirán como los de Cuba, los de Playa Girón, morirán por su única, verdadera e irrenunciable independencia» (…).

Discurso pronunciado por el comandante Ernesto Che Guevara, ministro de Industrias de la República de Cuba en la xix Asamblea General de las Naciones Unidas, el 11 de diciembre de 1964.

Tomado de: http://www.granma.cu

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Carlos Manuel de Céspedes: la virtud revolucionaria

Céspedes es considerado por los cubanos el Padre de la Patria, fue el primer Presidente de la República de Cuba en Armas. Murió en combate frente a a las tropas españolas

Por Eusebio Leal Spengler

Al alba del 10 de octubre de 1868, a la vista del golfo de Guacanayabo y perdidas en la mirada las altas montañas del Oriente en el ingenio Demajagua, el abogado Carlos Manuel de Céspedes y López del Castillo reunió a aquella vanguardia selecta y aguerrida que juramentada previamente en la reunión celebrada en la finca San Miguel del Rompe, más allá del Río Jobabo, habían acordado secundar al primero que se viera precisado a levantarse en armas.

Aquella secreta convocatoria celebrada bajo el juramento y el sigilo masónico con el nombre críptico de Convención de Tirzán, sería la última vez en que se dilatase el acto crucial.

En medio de un puñado de hombres y esclavos que ipso facto quedarían redimidos, el iniciador daba lectura al manifiesto que selló la determinación independentista:

Cuando un pueblo llega al extremo de degradación y miseria en que nosotros nos vemos, nadie puede reprobarle que eche mano a las armas para salir de un estado tan lleno de oprobio. El ejemplo de las más grandes naciones autoriza ese último recurso. La isla de Cuba no puede estar privada de los derechos que gozan otros pueblos, y no puede consentir que se diga que no sabe más que sufrir. A los demás pueblos civilizados toca interponer su influencia para sacar de las garras de un bárbaro opresor a un pueblo inocente, ilustrado, sensible y generoso.

Su bandera, que por primeva vez enarboló ese día, cosida por la joven lugareña Candelaria Acosta, le acompañaría hasta la Asamblea Constituyente de Guáimaro. Allí, por acuerdo de todos pasaría a ser un tesoro de la nación y sería colocada por siempre dondequiera que se reuniera y bajo cualquier circunstancia, una asamblea cubana. Para no agraviar esa precedencia acordarían asociarla a la del triángulo equilátero y la estrella solitaria que con idénticos colores: rojo, azul y blanco, habían diseñado los precursores y se convirtió luego en la bandera de Cuba.

Céspedes sería no sólo el valiente protagonista principal del diez de octubre. En los años venideros, incontables sacrificios y dilemáticos hechos se presentarían ante él como una sucesión vertiginosa que pasa necesariamente por momentos estelares:

La refriega en el poblado de Yara que otorgaría nombre a la Revolución iniciada en el patio del ingenio.

Su determinación de seguir adelante cuando en medio de la confusión momentánea se arremolinan junto a él sólo doce hombres.

La toma de la ciudad de Bayamo, primera capital de la Revolución, su defensa fallida, su actitud ante la Asamblea Constituyente y su acatamiento del criterio mayoritario según el cual el presidente de la República en Armas debía someterse a una asamblea legislativa.

José Martí, Apóstol de Cuba, realizó el análisis certero de aquella utopía democrática al reconocer que Céspedes no creía en una autoridad dividida pues «la unidad del mando era la salvación de la revolución; que la diversidad de jefes, en vez de acelerar, entorpecía los movimientos. Él tenía un fin rápido, único: la independencia de la patria. La Cámara tenía otro: lo que será el país después de la independencia. Los dos tenían razón; pero en el momento de la lucha, la Cámara la tenía segundamente. Empeñado en su objeto, rechazaba cuanto se lo detenía»¹.

Los avatares de su gobierno itinerante, la crudeza de la guerra desencadenada en toda su magnitud.

El sacrificio de su amado hijo Oscar, capturado por el enemigo y ante el ofrecimiento de su vida a cambio de sus ideas responderá: «Oscar no es mi único hijo; soy el padre de todos los cubanos que han muerto por la Revolución». Y así nace el Padre de la Patria.

Abierta la caja de Pandora, aconteció su deposición por un acto jurídico desentendido del carácter trascendental de su vida, obra y liderazgo. Hoy resultaría cuestionable bajo el principio de que la única fuente de derecho es la Revolución misma.

Su peregrinaje ejemplar por los montes hasta arribar a un sitio entonces ignoto llamado San Lorenzo, donde el 27 de febrero de 1874 cayó serenamente sin renunciar a uno solo de sus principios.

La forja de la unidad de la nación ha sido una epopeya que jamás podrá ser soslayada o disminuida en su sentido vital. ¡Qué precio tan alto se pagó por la desunión o por tratar de anticipar los acontecimientos políticos! Así lo sintió Martí cuando realizó desde la emoción contenida su elogio de Céspedes y Agramonte:

De Céspedes el ímpetu, y de Agramonte la virtud. El uno es como el volcán, que viene, tremendo e imperfecto, de las entrañas de la tierra; y el otro es como el espacio azul que lo corona. De Céspedes el arrebato, de Agramonte la purificación. El uno desafía con autoridad como de rey; y con fuerza como de la luz, el otro vence… Aún quedará en el arranque del uno y en la dignidad del otro, asunto para la epopeya².

El presidente Céspedes fue depuesto de su magistratura en un campamento que llevaba el paradójico nombre de Bijagual de Jiguaní. Otra cosa no fue aquel sitio, un bibijagüero donde los héroes de patria chica quiebran el orden moral tratando de defender el constitucional.

La Revolución victoriosa del primero de enero de 1959, en su profundo accionar determinó que aquel sitio doloroso fuera cubierto por una presa inmensa, un lago purificador que lleva el nombre de Carlos Manuel de Céspedes. ¡Esa fue la determinación de Fidel!

¡Qué poder grande tienen los símbolos y qué papel redentor tiene la poesía para ayudarnos, sin perder un instante de objetividad, a comprender los hechos históricos! Ante la Historia sólo se puede entrar con la cabeza descubierta.

¡Pobres de los racionalistas, de los que quieren ser más jacobinos que los de la revolución francesa! Desde la insurgencia, la clandestinidad y el exilio se puede únicamente soñar. Sólo desde el poder político se pueden transformar la sociedad y la Historia. Una vez que se tiene, se adquiere una inmensa responsabilidad.

El espíritu de los revolucionarios no puede naufragar en las aguas muertas de la burocracia, el freno nefasto al movimiento enérgico y liberador que permite a todo proceso observar una dialéctica original: escuchar y tomar ejemplo de otras experiencias, pero asumir la singularidad de la propia.

Era necesario el 10 de octubre de 1868, como lo fue el 24 de febrero de 1895 y el primero de enero de 1959. La visión de la Revolución como una sola, como un devenir secular, nos da firmeza desde el sentido culto de que ella, la Revolución, no es un revolico ni una algarabía, ni un estentóreo movimiento, sino algo más profundo y serio.

Así lo vio Céspedes en la madurez de su pensamiento y en su alocución memorable al ser proclamado presidente de la República en Armas el 11 de abril de 1869, cuando «en el acto de empeñar su lucha contra el opresor», como un compromiso ante su «propia conciencia» juró: «Cubanos: con vuestro heroísmo cuento para consumar la independencia. Con vuestra virtud para consolidar la República. Contad vosotros con mi abnegación».

Notas:

1- En Martí, José. “Carlos Manuel de Céspedes”. En La revolución de 1868. Centenario 1868.  Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1968, pp. 197-198.

2- Martí, José. Obras Completas. Tomo 4. Editorial Ciencias Sociales. La Habana 1975, p. 359.

Fuente: Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana

Tomado de: http://www.cadenahabana.icrt.cu

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Manifiesto a favor de la desmesura para conjurar el miedo a consignas de moda

Apocalipticos e integrados, de Umberto Eco

Por Graziella Pogolotti

I

Comienza a hablarse de posverdad, como si toda la construcción del pensamiento humano no se hubiera consagrado a esa búsqueda. Al margen de sus trabajos teóricos y de su obra de narrador, Umberto Eco se entregó sistemáticamente a la práctica de un periodismo inteligente. Aunque profesara cierto escepticismo bastante extendido entre quienes vivieron la última posguerra, con el ánimo de restaurar la conciencia crítica de los intelectuales mediante el vínculo entre pensamiento y política hasta padecer la caída en el abismo, resultante de las derrotas de Mayo de 1968, agravada por la tendencia reformista que despilfarró el capital acumulado por los partidos comunistas de Europa occidental, el escritor italiano emprendió la renovación de las herramientas que validaron el espacio de una verdad atemperada a las exigencias de la contemporaneidad. Perdidas muchas ilusiones, el intelectual preservaba para sí el derecho a asumir, a través de las disímiles tribunas a su alcance, el compromiso ético. Mediante el periodismo, tradujo al lenguaje del mortal común algunos resultados de sus investigaciones en el campo de la semiótica. Mostrar el camino para descifrar los signos de la realidad se convirtió entonces en forma de acción.

En el territorio relativamente novedoso de la semiótica, los trabajos de Umberto Eco se cimentaban en una sólida formación humanista. Pasó por reputadas universidades en Turín y Milán para sentar cátedra más tarde en Boloña, prestigiosa por su antigüedad y por mantenerse luego como sólido bastión del pensamiento de Antonio Gramsci, víctima reciente de la sistemática depreciación de los valores simbólicos representativos de una tradición cultural, al dar nombre y espacio al desmantelamiento de ese legado en nombre del neoliberalismo más ortodoxo. Europeo de antiguo cuño, Eco desmontó rasgos de la cultura norteamericana con la mirada de quien ha crecido entre los testimonios auténticos de una cultura milenaria, donde el foro romano es una verdadera ruina, corroída por el desgaste del tiempo y “La última cena” permanece allí donde Leonardo Da Vinci la pintó. Ese modo de contemplar la opulencia norteamericana le permite descifrar el sentido de los parques temáticos, devenidos hoy espectáculo engañoso para manadas de turistas, llegados de todas partes. Como afirmara más tarde en relación con el uso indiscriminado de Internet, el empleo perverso de esta fuente de información se convierte en vía de democratización de la estupidez, tal como sucedió con el turismo de cruceros y paquetes. El descubrimiento de la realidad desaparece bajo el manto de un maquillaje simplista, reductor y homogeneizante.

Los ejemplos citados pueden ser banales. Pero la clave para descifrar algunas esencias de la contemporaneidad reside precisamente en mostrar la verdad sumergida bajo los fuegos artificiales de propuestas seductoras que invaden el pensamiento y permean valores tras el universo envolvente, hecho de imágenes, sonidos y sofisticados dispositivos procedentes de la manipulación  de los recursos elaborados en función del espectáculo. De esa manera, se anula la recepción crítica, se borran las fronteras entre lo ilusorio y lo real, asumido todo ello de manera tan natural como la hornilla en que hacemos el café cada mañana. Olvidamos entonces que la búsqueda incesante de la verdad, entendida como sed inextinguible, dio lugar al surgimiento de la filosofía. De ella se desprendió la ciencia que ahora nos fascina a través de sus aplicaciones tecnológicas. Tanto es el bombardeo que nos conduce a negar la razón de ser original, aquella que llevó al bípedo inconforme a interrogarse acerca del origen del mundo, el sentido de la historia y la indagación socrática acerca de qué somos, de las motivaciones subyacentes de nuestra conducta.

El ejercicio del pensar crítico amenaza al poder hegemónico que aspira a preservar el dominio del planeta. Antes, la cicuta y la hoguera acallaron a los insumisos. Ahora, menos sangrienta y más peligrosa, imágenes y sonidos tratan de adormecer el espíritu.

II

Muerte de Virgilio, de Hermann Broch, es una de las novelas imprescindibles de la literatura universal del siglo xx, junto a las obras de Proust, Joyce, Virginia Woolf y William Faulkner. En todas ellas, la historia contada hurga en la exploración de asuntos trascendentales respecto a la condición humana. El autor, procedente de una familia acomodada en el mundo de los negocios, se atuvo durante buena parte de su vida al mantenimiento de ese legado. Tal como sucediera antes con el pintor Gauguin, atenaceado por interrogantes esenciales, echó por la borda los beneficios de una existencia acomodada para entregarse de lleno a la escritura. Preso bajo el nazismo, desentendido de los peligros que lo amenazaban, emprendió su obra magna.

Así lo narra Alejo Carpentier en un artículo publicado en 1955 en su columna “Letra y Solfa”. Siempre sospeché que el autor de El siglo de las luces, a partir de afinidades secretas, había reflexionado con intensidad acerca del sentido profundo del texto de Broch, aunque lo conocía a través de una traducción al francés de extensa repercusión. Su descubrimiento fue mucho más temprano. Poco aficionado a leer en inglés, su biblioteca conserva la versión en ese idioma, fechada en 1946, cuando el fin de la guerra reveló la existencia de un universo literario hasta entonces desconocido.

Ciertas obsesiones son espuelas que aguijonean los costados del artista a lo largo de toda su vida. Entre los que acosaron a Carpentier, se reconoce la encarnación fáustica del batallar del escritor con su obra. Apresado entre el refugio austero del laboratorio del alquimista y la realización del ser en la noche de Walpurgis, sostiene duelo permanente con el Tentador, ángel caído, no siempre identificable con el olor a azufre. De ahí su perspectiva ante Muerte de Virgilio.

Situada en contexto histórico, la novela de Herman Broch propone otras lecturas. En su paso de la reflexión filosófica al terreno concreto del relato, las seducciones del Tentador responden a las exigencias del poder político. Representante de Augusto en pleno auge del imperio romano, Mecenas exige al poeta agonizante la preservación de su Eneida, equivalente latino de la épica homérica. El poeta se resiste, próximo a la muerte; sus inquietudes lo conducen a privilegiar el problema de la trascendencia.

III

Transitado este vericueto de aparente digresión, están sentadas las premisas para el replanteo conceptual de lo que, en términos contemporáneos, llamamos políticas culturales. Dilucidar el alcance del concepto resulta fundamental para un imprescindible debate, superador de las manipulaciones favorecidas por el tiroteo de los gacetilleros sometidos a la vulgarización de la propaganda política.

La progresiva laicización de la sociedad convierte la cultura en sustituta del factor cohesionador de la comunidad ejercido por la religión, término etimológicamente derivado del latín religare, vale decir, unir.

Cuando en 1955 Carpentier rendía homenaje póstumo a Hermann Broch, iba madurando El siglo de las luces. El acoso y El camino de Santiago indicaban señales de cambio en las preocupaciones que lo animaban. Por haber vivido a plena conciencia años decisivos de guerras, holocaustos y revoluciones, los conflictos de la persona en el plano del acontecer histórico, sus responsabilidades ética y social y el alcance real de su participación posible adquirían peso creciente. Como el músico de Los pasos perdidos, el acosado es el perseguido sin nombre. Traidor a una causa, lo ha sido en primer término a los deberes de su oficio y a su condición humana. El peregrino de Santiago será uno de los tantos Juanes deslumbrados por la visión de una América mirífica. En el destino de cada uno, asoma el sustrato de un error fatal. Se dejaron arrastrar por la brújula enloquecida que los llevó a perder el rumbo al echar por la borda el sentido de la vida y el entendimiento de las coordenadas de la época. Tomaron por falsa la moneda auténtica. Cayeron en la trampa tendida por el ángel caído. O quizás no entendieron su mensaje, expreso en el llamado a aceptar sin reservas los riesgos que impone la vida. Por esta vía, aunque no lo parezca, girando en círculos concéntricos, intento acercarme al debate sobre políticas culturales.

IV

Genial estratega militar, Napoleón Bonaparte fue derrotado en Waterloo. Según la interpretación poética de Tolstoi, la batalla de Borodino, inicio de la curva descendente del emperador hasta entonces victorioso, no tuvo un desenlace claro. Siempre dormitante, Kutuzov dejaba correr los acontecimientos y el francés andaba desorientado, sin tener un dominio de las razones del caos reinante en tan extenso territorio. El desastre ruso fue atribuido al pavoroso invierno, a la insuficiente cobertura logística y a la resistencia popular que privó de alimentos a los invasores. Hasta entonces, el corso había vencido fuerzas numerosas, coaliciones superiores en número de combatientes y en la formación académica de los mandos. En Viena y en Austerlitz triunfó por haber escogido, en favor suyo, el sitio y la hora de la batalla.

Bonaparte contaba también con lo que ahora llamamos subversión ideológica. Disponía del legado conceptual planteado por la Ilustración y por la Revolución francesa. En una Europa dominada por las ideas más reaccionarias, donde naciones emergentes sufrían el yugo del imperio austro-húngaro, aliado coyunturalmente de los zares, italianos y polacos fueron aliados naturales de los franceses, que contaron con el apoyo abierto de escritores, artistas y de batallones de combatientes voluntarios. Algo similar ocurría en una Alemania todavía fragmentada. Beethoven, deslumbrado por el ideario proclamado, rechazó luego la actuación de un emperador en plan de conquista. Para los europeos del siglo xix, las guerras sacudieron vidas, conciencias, edificaron iconos y anunciaron nuevos modos de repartir el mundo. El léxico de inspiración militar permeó la sociedad y se incorporó a los códigos de las ciencias sociales, a través de la influencia de teóricos que, al modo de Klausewitz, impulsaron ideas de fuerte impacto. Desde entonces, hablamos de tácticas y estrategia, de cuadros y vanguardia.

En el siglo xxi, las confrontaciones bélicas han modificado sustantivamente su carácter. Responden a la lucha por la hegemonía planetaria. No se libran combates sucesivos en un campo bien delimitado. Apelan al empleo coordinado de recursos de variada naturaleza. Articulan con eficiencia los factores objetivos y subjetivos. Su potencial destructivo amenaza la supervivencia de la vida en la tierra y multiplica las formas de enajenación del ser humano, amenazado con convertirse en mercancía desechable.

Estamos muy lejos ya de las trincheras de Verdún, del bombardeo ejemplarizante de Guernica. Inolvidable, Hiroshima constituyó una advertencia. Mostró el poder letal gigantesco que marcaría, además, a las criaturas por nacer con herencia cancerígena. El imperio del mal sigue avanzando. Ahora, drones teledirigidos se ensañan con la inocencia desamparada. El poder de las finanzas, renuentes a someterse a las regulaciones diseñadas por un Estado anémico, subvierte las conquistas obreras logradas en lucha secular. Cada vez más desprotegidos, los marginados de la Tierra contemplan el derrumbe de las fuentes de empleo, nutren una emigración que choca con la violencia de la xenofobia. Ante el panorama de vidas tronchadas, de privación de los más elementales derechos humanos, la opinión pública padece los efectos  anestesiantes de la reiteración de imágenes similares de una misma tragedia. Ya no conmueve la visión del huérfano de pocos meses, sobreviviente solitario en una playa del Mediterráneo. Todo se sumerge bajo los códigos hipnóticos del lenguaje del espectáculo, de las revistas del corazón que intoxican las redes sociales con su culto desmesurado a la egolatría y al narcicismo. La realidad se trasmuta en museos de cera, en parques temáticos y en la desnaturalización de los procesos históricos, de las razones de la polis y de la importancia primordial del debate ideológico. La controversia sobre política cultural sobrepasa en mucho el tema de la censura, el dentro y el contra de las Palabras a los intelectuales de Fidel Castro. Se centra en el vínculo entre individuo y sociedad, tanto como en la participación ciudadana consciente en la formulación de premisas para el replanteo de una concepción del mundo, capaz de hacerse cargo del pensamiento socialista, incluyendo en esa recuperación el análisis crítico de las experiencias acumuladas desde el triunfo de la Revolución de Octubre. Corresponde a una izquierda lúcida abrir la convocatoria a la refundación de un pensamiento crítico.

V

Los trabajos de Juan Pérez de la Riva y Manuel Moreno Fraginals ofrecieron renovadoras visiones para el abordaje de la historia social y cultural al plantear, de manera creativa, la interdependencia de factores, desde las coordenadas geográficas, económicas, y las costumbres que conforman rasgos de la nación y han constituido asimismo lastres para el logro del pleno desarrollo humano. Consideradas obras de consulta imprescindibles, las líneas de investigaciones iniciadas por ellos no han tenido muchos seguidores. Un apego excesivo al dato adscripto a un campo demasiado estrecho ha ejercido influencia considerable en el ámbito académico y ha cortado las alas al vuelo imaginativo que debe presidir las interrogantes planteadas, nutrido del indispensable complemento que constituye por una formación humanista.

Desde siempre, Carlos Venegas se ha entregado con fervor y disciplina al estudio. Pertenece a la rara especie de los ascetas del saber, poco interesados en cotilleos y rivalidades esterilizantes. Dispone de una sólida base cultural, pero no se deja tentar por las fáciles y superficiales generalizaciones. Posee la paciencia infinita de quienes hurgan en los archivos, analizan la intrincada prosa de los legisladores y notarios, el testimonio de la prensa y de los registros clásicos de nuestra historiografía. El obispo Morell de Santa Cruz, Ignacio de Urrutia y José Martín Félix de Arrate, el criollo hiperbólico que calificó a la Isla de llave del Nuevo Mundo y Antemural de Indias Occidentales, ofrecieron entonces una clave decisiva para entender que, carentes de los ricos metales descubiertos en México y el Perú, distábamos mucho de constituir un misérrimo territorio periférico. Así ocurrió en el primer momento, cuando Hernán Cortés arrastró en su aventura de conquista a los sedientos de oro. Pronto, las circunstancias cambiaron con repercusiones que marcan la larga duración de un proceso de medio milenio, de indispensable conocimiento para entender el punto donde nos encontramos en la actualidad.

A tal efecto, se impone destacar dos factores decisivos. Uno de ellos se remite a los dictados de la geopolítica. Las riquezas del Nuevo Mundo despertaron la voracidad de las naciones europeas que rivalizaban con España. Cuba se vio involucrada en las guerras que se desencadenaron por esa razón, algunas de ellas formales y otras informales, respaldadas por la legitimación de bucaneros, contrabandistas y piratas. En el largo trayecto a través del Atlántico, las embarcaciones cargadas de rutilantes riquezas eran muy vulnerables. La metrópolis organizó, como medida de protección, el sistema de flotas. La posición de La Habana, junto a la corriente del Golfo, la hacía sitio ideal para la reunión de los buques y el tiempo de espera para emprender la travesía, libre de amenazas militares y de los todavía indescifrables huracanes. Las excelentes condiciones naturales de una bahía en forma de bolsa, con acceso a través de un estrechísimo canal, requería, en circunstancias tan riesgosas, el complemento de un sistema de fortificaciones.

En Ciudad del Nuevo Mundo, Carlos Venegas desmonta el conjunto de factores que condicionan una vida cotidiana con rasgos singulares. La economía de base extractiva fue suplantada en la práctica por una economía de servicio, pendiente de las largas estadías de visitantes, mayoritariamente hombres solos, marineros, militares de distinta graduación y altos funcionarios. La construcción de las fortalezas fue sufragada en parte por los “situados” de México, remesas que siguieron llegando a la Isla durante mucho tiempo.

Esa población ociosa, condenada a un tiempo de espera indeterminado, precisa alojamiento, servidumbre para procurar alimentos, zurcido y lavado de ropa, así como cierto grado de permisividad para saciar en pulquerías las demandas acumuladas por la larga abstinencia de sexo y alcohol y diversión. Fueron quizás esas circunstancias las que restringieron el poder del Santo Oficio. Los casos más graves se remitían a Cartagena.

Portador de ideas conceptistas, Baltasar Gracián recomendaba la brevedad como virtud suplementaria. Como continuidad de su proyecto de investigación de vida cotidiana, espacio de convergencia de historia, sociedad y cultura, Carlos Venegas acaba de publicar un brillante análisis de los años que siguieron a la toma de La Habana por los ingleses. La originalidad del enfoque convoca, otra vez, a revisar en profundidad lo que por mucho tiempo hemos dado por sabido. Para una capa de criollos enriquecidos implicó, en efecto, el batallar contra los monopolios que chupaban la sangre del país y, por  consiguiente, en favor de la libertad de comercio. Lo sabido está ahí y no vale la pena machacar sobre lo mismo. Venegas centra su enfoque en el papel de la ilustración favorecida por la entrada de la monarquía borbónica en España. El desmontaje de ese punto de vista conduce a redefinir la noción de políticas culturales respecto al movimiento de las ideas, al modo de restaurar alianzas en una realidad cambiante y al papel de la ideología y la política en el rescate de un modo efectivo de gobernar.

Las ideas de la Ilustración se arrogaron una misión civilizatoria. Abocada a una expansión económica sin precedentes derivada de la Revolución haitiana, la Isla merecía construir una imagen congruente en el campo de las ideas, de las costumbres, de los estilos de vida, mientras se imponía fortalecer la alianza de un poderoso sector criollo, deseoso de una participación política acorde con su disponibilidad de recursos financieros. El tabaco era mercancía de exportación con valor agregado. La metrópoli intentó involucrar a los criollos en el aumento de los sembradíos en la zona occidental de Cuba. Había, por tanto, que favorecer la multiplicación de villas y caseríos tomando en consideración las apetencias de una capa social cosmopolita, cultivada, inclinada al disfrute de la opulencia y con ambiciones cortesanas; la metrópoli ofreció distribuir títulos nobiliarios a quienes se dispusieran a contribuir a las nuevas inversiones. La fundación de Jaruco no tuvo éxito inmediato, pero nuestra María de las Mercedes Santa Cruz y Montalvo, hija del conde de casa de Jaruco, pudo insertarse, después de sus primeros doce años, en el Madrid afrancesado que matizaba el salón de su madre, por donde desfilan los nombres ilustres de la época, incluido el pintor Goya. Los condes de casa Bayona hicieron de Santa María del Rosario coto propicio para las aguas medicinales. El logro económico más efectivo se tradujo en la fundación de Güines, auténtica capital de Mayabeque, notable todavía por su trazado urbano.

En términos urbanos, la voluntad civilizatoria dejó su mejor impronta en el valor simbólico de las construcciones que sentaron las bases del diseño de la  Habana Vieja. En complemento del sistema de fortificaciones, acompaña los espacios definidos para el poder civil y eclesiástico. Rompiendo con la tradición que reunía en una misma plaza iglesia y gobierno, nuestra bien conocida Plaza de Armas fue prestigiada por la edificación del Palacio de los Capitanes Generales, mientras la Catedral delicadamente barroca encontraba su ámbito en un espacio de proporciones casi perfectas. A la sombra de la institución catedralicia, el Seminario de San Ambrosio desempeñaría un papel fecundante en una vertiente inesperada del Iluminismo. Al desmontaje de la herencia del pensar dogmático se añadiría, algo más tarde, la fundación de la cátedra de Constitución por el presbítero Félix Varela.

El sello de la civilización ilustrada renovó el concepto de la existencia urbana. A las construcciones de la época se añadieron espacios para pasear a pie o en carruaje. El historiador Arrate había apuntado el contraste entre los peninsulares, conservadores y ahorrativos en el vestuario, y sus hijos acriollados, seguidores de las noticias de las modas que llegaban de Europa en el trasiego de los navíos. Venegas subraya este aspecto de la rápida trasformación de los estilos de vida. Sujetos a los imperativos del calor, los algodones aligeraron el vestuario. Las mujeres acortan el largo de las mangas. Prefieren ostentar las joyas. En gesto no exento de picardía, en franca ruptura con la pacatería dominante, juegan pasando los brazaletes de uno a otro brazo. Este desenfado, que permea todas las capas de la sociedad, proseguirá durante el siglo xix, al punto de llamar poderosamente la atención a los numerosos pasajeros que dejan testimonio de su paso por la Isla.

Los cambios producidos por la Ilustración borbónica constituyen antecedentes útiles para comprender el alcance de una política cultural, aunque el concepto, entonces, no hubiera conocido el bautizo. Conforma un conjunto de medidas que establecen el encadenamiento coherente entre el desempeño del Estado, desasido en el germen del liberalismo de la subordinación a la Iglesia, dirigido a afirmar un modelo civilizatorio que apuntalara el consenso entre los  representantes de la metrópoli y una capa de criollos cada vez más poderosa en lo económico, cosmopolita y viajera por Europa y los nacientes Estados Unidos, privada tan solo del poder político cuando en este lado del Atlántico comenzaban a soplar aires de inconformidad. Siguiendo la tradición implantada en Francia desde el siglo xvii, se crea el cargo de Intendente de Hacienda, oportunidad que sabrán aprovechar los criollos ilustrados, impulsores de los intereses de la sacarocracia. Entendidas de esta manera, las políticas culturales aseguran la conjunción de fuerzas para garantizar la gobernabilidad en coyunturas complejas. Los criollos aceptaron el reto. Aprendieron del liberalismo económico británico. Encontraron en la Sociedad Económica Amigos del País, con el apoyo de otro ilustrado, el obispo Espada y Landa, el lugar idóneo para extender el propósito civilizador, aunque inevitablemente eurocéntrico, al terreno de la educación. Por lo regular, las alianzas son provisorias, las señales de fracturas, con la restauración absolutista en España, se manifestarían en las tensiones evidentes con Miguel Tacón y las trágicas secuelas de la Conspiración de la Escalera.

VI

El panorama de la contemporaneidad se define por la contradicción entre capitalismo y socialismo, entre el arrasador pensamiento tecnocrático y la refundación de un humanismo atemperado a las exigencias de nuestro tiempo. En el enfrentamiento entre la robotización y la emancipación humana, entre la manipulación mediática de un imaginario al servicio de los grandes intereses corporativos y la instrumentalización de los desesperados mediante el terrorismo, la redefinición del concepto y el papel de las políticas culturales requiere la reformulación de un pensamiento de izquierda, de las alianzas y el esbozo de programas que devuelvan la esperanza a los pueblos. Es un llamado urgente a los intelectuales a la reconquista del espacio que les corresponde, siempre crítico, pero también propositivo.

Tomado de la revista La Gaceta de Cuba No 2 marzo/abril, de 2017: http://www.uneac.org.cu

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El Che en la Casa de las Américas*

Materiales de la Casa de las Américas de/sobre Ernesto Che Guevara. Fondo Editorial Casa de las Américas

Por Fernando Martínez Heredia

En este número de la colección se reúnen la trascendencia de uno de los mayores seres humanos con la intimidad de los afectos más profundos. Ernesto Che Guevara poseía suficientes cualidades intelectuales como para hacerse de un lugar distinguido en la república de las letras, pero su vida de revolucionario lo llevó por otro camino. En una secuencia más bien inversa, a la joven Haydee Santamaría, combatiente del Moncada, la clandestinidad y la Sierra Maestra, fue la Revolución la que la convirtió en fundadora y presidenta de la Casa de las Américas.

La guerra en la Sierra fue el marco en que se conocieron Haydee y el Che, y en el que anudaron una profunda relación fraternal. En las menciones que Ernesto hace de ella en textos que se han conservado, se evidencia siempre el cariño. Cuando le escribe a Hart una carta con ideas trascendentes para la cultura cubana, al despedirse solamente individualiza a Haydee, a la que llama, con gracia y exactitud, “tu belicosa mitad”. La Revolución había ayudado al Che y a ella a convertirse en seres humanos ejemplares, al mismo tiempo que a combinar militancia con trabajo y condición de intelectuales de un modo y con resultados que son muy diferentes y superiores a lo que suele suceder en los tiempos que llamamos normales.

Me valgo entonces de Haydee hablándole al Che, conmocionada ante la noticia de su muerte, para iniciar este breve comentario introductorio: “hiciste una creación única, te hiciste a ti mismo, demostraste cómo es posible ese hombre nuevo, todos veríamos así que ese hombre nuevo es una realidad, porque existe, eres tú”. Y rescato algo de la compleja riqueza de significado que contiene esta categórica valoración.

El autor del que leeremos textos propios y acerca de él no se ha limitado a ser un analista o un ensayista, un creador dentro de los cuerpos de ideas, el portador de un proyecto social o un profeta, o todo eso junto. Ha logrado convertir su vida, y su muerte, en un hecho significativo, en germen de una nueva realidad a la que la humanidad debe y puede tender. Plantea, por tanto, mucho más que argumentos, nociones y caminos posibles; pide, en consecuencia, mucho más que lectura, estudio y debates. El Che resulta, cuando menos, perturbador, y bien entendido es un ejemplo singular y una brújula, una prefiguración apta para guiar pensamientos y acciones en favor de las liberaciones de los seres humanos y las sociedades, un instrumento al mismo tiempo subversivo y creador.

No será identificado entonces este libro únicamente por su número de ISBN, su título, la fecha y demás datos de su presentación al público. Puede tener mucho, inclusive, de organismo vivo, con las consecuencias diversas que esa naturaleza conlleva. Pero es obvio que eso solo sucederá si sus lectores son, también, mucho más que lectores.

Llevado por las circunstancias y por sus actitudes, en un individuo puede predominar una determinada dedicación; así se forma el hombre de acción o el hombre de pensamiento. Ernesto fue un gran practicante de la lectura y las ideas, pero desde temprano salió en busca de la acción. Enrolado en una lucha armada, pronto descolló en ella y fue uno de los protagonistas de la guerra revolucionaria cubana. El Che fue el nombre de bautizo de un hombre de acción. En los seis primeros años del poder revolucionario tuvo una actividad intensísima, política, administrativa e intelectual, y en los últimos dos años y medio de su vida volvió a ser, sobre todo, un hombre de acción. Así se podría describir su trascurso vital.

Pero, en realidad, Ernesto Che Guevara fue un hombre de ideas, y estas guiaron siempre su actuación. En todo momento pensó el mundo en que estaba viviendo, sus rasgos y problemas esenciales, y las cuestiones inmediatas y los aspectos trascendentes de la causa en que se involucraba. Aprendió que la praxis es creadora de realidades que los sistemas de pensamiento no admiten o no creen posibles. El Che pensador intentó que nuevas realidades creadas probaran el acierto de sus ideas revolucionarias –y las impulsaran y trasformaran–, y que le dieran suelo social a la parte que en sus definiciones conceptuales le pedía prestada al futuro. No convertía su concepción en una camisa de fuerza dogmática, y les reclamaba a sus compañeros de actuación que pensaran, que ejercieran la libertad de pensar.1

Amante precoz de la literatura y del pensamiento clásico político y filosófico, joven médico que no quiso ser un profesional de clase media, sino un activista de medicina social para los pobres, y un investigador, Ernesto Guevara solamente vivió doce años como militante político, pero en la cresta de una ola revolucionaria. Alcanzó a tener una conciencia plena de su papel histórico, y fue tan grande en todo lo que emprendió en esos años que ha quedado sembrado como uno de los hitos mayores para las esperanzas y las peleas, los proyectos y los sueños, la moral y la política del pueblo de Cuba y de los pueblos de América y del mundo. Por eso ha sido tan difícil su posteridad, pero también por eso es tan prometedor su magisterio.

Por su obra, Ernesto Guevara es uno de los principales pensadores del movimiento que en los últimos cien años ha tratado de guiar y fundamentar procesos de liberación verdadera de los seres humanos y las sociedades, a partir de la comprensión del potencial inmenso que porta la cultura acumulada por la humanidad, el gran desastre inminente para esta y para el planeta que implica la existencia del capitalismo, y la decisión de combatir de manera consciente y organizada por esa liberación y volverse capaz de atraer y conducir a millones. Su concepción teórica social, sus análisis de hechos y procesos, sus propuestas de trasformaciones humanas y sociales, su filosofía de la praxis, constituyen un cuerpo intelectual extraordinario y un instrumento indispensable para la acción.

Los escritos del Che que aquí se reúnen no pretenden ser una antología de su obra. Esa tarea fue realizada por la institución en 1970 y culminó en una publicación en cuarenta mil ejemplares que tuvo un valor inestimable para mantener al Che al alcance de los lectores en las décadas siguientes.2 Este libro recoge textos suyos de muy distintos asuntos, motivaciones, circunstancias y géneros, que la revista Casa de las Américas ha ido publicando a lo largo de décadas.

Están la rica expresión de sentimientos e ideas y la libertad relativa de la correspondencia personal, y la interlocución con las obras y sus autores implicada en los apuntes de lecturas. Está la crónica del joven viajero latinoamericano que sube en “un tren asmático” hasta las ruinas de una ciudad creada por una gran civilización –historia viva que la colonización redujo a objeto–, la admira, la describe y la guarda en el morral de su ideal.3 Están discursos del orador tranquilo, conceptuoso y llano al mismo tiempo, que orienta, emociona y entusiasma a los jóvenes que portan las armas de la Revolución.

Están tres frutos de análisis políticos del pensador de la praxis. El aprendiz de revolucionario que comprende en Guatemala “que la victoria será conquistada a sangre y fuego”, y que dentro de las reglas de juego del enemigo siempre triunfará el enemigo. 4 El jefe guerrillero que, un mes antes de la victoria, expone para la prensa rebelde la dialéctica del combate, que ha sido maestra de la vanguardia al mismo tiempo que ella enseñaba al pueblo a pelear y a tener fe en sí mismo, y apunta los primeros pasos de la revolución social, que es el alma y la razón de ser de la revolución política y militar.5 El dirigente de la Revolución que, en aquellos días tan intensos que precedieron a Girón, publica en Verde Olivo un amplio examen de los rasgos y los condicionamientos de la revolución latinoamericana, a la luz de la experiencia cubana.6

Y El socialismo y el hombre en Cuba, uno de los documentos fundamentales del pensamiento político producido en América. La riqueza maravillosa y el alcance excepcional de este manifiesto de la liberación humana fueron creados por un hombre que tuvo al ser humano como centro de su actividad, y lanzados por la Revolución Cubana a América y el mundo, no para una coyuntura, sino para una época histórica que no acaba de desplegarse todavía.

La obra del Che dentro de la Cuba en revolución, y el proyecto intelectual que quiso poner en marcha en la última etapa de su existencia, constituyen uno de esos momentos de avance radical que han sido motores de la cultura de liberación cubana. La escasa presencia del pensamiento del Che en las ideas que se manejan en la Cuba actual –ausencia y síntoma– es una de las insuficiencias que debemos superar. Ernesto Che Guevara subordinó aquel proyecto, tan ambicioso como necesario, a su última misión como comandante internacionalista cubano. A la hora postrera, la palabra escrita se contrajo al diario de campaña, telegrafía de los hechos guerreros, las marchas, la abnegación, las circunstancias, salpicada de valoraciones a varios niveles y de aforismos. Este texto final, el testimonio de una gesta, se convirtió en lectura fervorosa de muchos miles de personas conmovidas que sumaban emociones y acendraban ideales, y en una bandera de rebeldía.

Es una hermosa iniciativa incorporar al Che a esta colección de materiales de la revista. Es natural que así sea en una institución en que es mención cotidiana, porque su salón principal se llama “Che Guevara”. Y le pido a Haydee Santamaría palabras muy altas para terminar las mías: “Lo que no saben los pequeños es que él no le pedía nada a la vida, lo que deseaba era darle, todo lo dio y todo nos dejó […] cuánto podían haber alumbrado esos pequeños, fijos, penetrantes ojos, pero de todas maneras sabemos que alumbrarán y diremos: ahora es el viento, ahora es el Che peleando para siempre en el aire del mundo”.

1 He tomado estos dos últimos párrafos de mi prólogo a un libro muy valioso de Julio Llanes, El Che entre la literatura y la vida, que tiene varias ediciones.

2 Ernesto Che Guevara: Obras, 1957-1967, La Habana, Casa de las Américas, 1970.

3 “…el luchador que persigue lo que hoy se llama quimera, el de un brazo extendido al futuro cuya voz de piedra grita con alcance continental: ciudadanos de Indoamérica, reconquista del pasado”. “Machu Picchu, enigma de piedra en América”, 1953. (Los textos citados en estas últimas notas están incluidos en el volumen del que este texto es prólogo. N. del E.)

4 “…aquí los periódicos titulados ‘independientes’ desencadenan una burda tempestad de patrañas sobre el gobierno y sus defensores, creando el clima buscado. Y la democracia lo permite”. “El dilema de Guatemala”, 1954.

5 Ernesto Che Guevara: “Lo que aprendimos y lo que enseñamos”.

6 Ernesto Che Guevara: “Cuba: ¿excepción histórica o vanguardia en la lucha anticolonialista?”.

*Prólogo al libro del Fondo Editorial Casa de las Américas, Materiales de la Casa de las Américas de/sobre Ernesto Che Guevara. Fue el último texto terminado por Fernando.

Tomado de la revista La Gaceta de Cuba No 6, noviembre/diciembre de 2017: http://www.uneac.org.cu

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