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Pregúntenle a la historia

Olivier Ploux (Francia)

Por Frei Betto

Cuando participo en conferencias en Europa me preguntan cómo se explica que los electores brasileños prefirieran elegir presidente de la República a un hombre notoriamente defensor de la tortura, la homofobia, el paramilitarismo, el machismo y la dictadura. Cómo entender que la mayoría haya elegido a un candidato que considera más importante armar a la población que reducir la desigualdad social.

¿Por qué los electores no optaron por Haddad, Alckmin, Meirelles, Ciro Gomes o Álvaro Fernandes Dias?

Mi respuesta es siempre «pregúntenle a la historia». A ella recurro. ¿Cómo fue posible que después de 15 años de Estado Nuevo (1930-1945), un régimen dictatorial que se caracterizó por una dura represión, la censura de prensa y la promulgación en 1937 de una Constitución fascista, conocida como «la polaca», Vargas haya sido democráticamente electo presidente de la República en las elecciones de 1950?

¿Cómo explicar que la nación de Kant, Beethoven, Bach, Goethe y Einstein haya optado por un austríaco racista y genocida, Adolfo Hitler, para dirigirla? Y la Italia de Dante Alighieri, Maquiavelo, Da Vinci y Miguel Ángel, ¿por un fascista como Mussolini?

Los electores no siempre votan con la razón. Muchos votan con la emoción. Insatisfechos con el estado de cosas, optan por el extremo opuesto con la esperanza de que, con un pase de magia, todo mejore. Muchas veces el voto no se emite propiamente a favor de un candidato que cuenta con la preferencia del electorado, sino contra todo lo que critica y promete combatir, como sucedió en la elección de Jânio Quadros para la presidencia en 1960. Asumiendo como símbolo de su campaña la escoba, prometió barrer la corrupción y a los corruptos de Brasil… Idem con Collor en 1989, que ostentaba el título de «cazador de marajás».

Hay una buena dosis de irracionalidad en quienes votan contra esto o aquello, movidos por el odio y la sed de venganza. Mientras más demonizan a los adversarios, más mitifican al candidato preferido, como si la política prescindiera de instituciones democráticas y dependiera únicamente de la voluntad personal del electo. Esos electores no votan a favor de un proyecto de nación y de propuestas consistentes, sino contra aquellos que, en opinión del escogido, representan el mal.

En Brasil, la reducción del tiempo de la campaña política, las restricciones a los mítines y la propaganda electoral hacen que las candidaturas no favorezcan la educación electoral y política. De ahí que un clima de revancha tienda a suplantar la reflexión cívica, el debate democrático, la evaluación de los candidatos y sus propuestas.

Pregúntenle a la historia quién gana elecciones y ella seguramente les responderá que no son necesariamente los mejores, sino aquellos que son capaces de servir de imán a las insatisfacciones y frustraciones de la población. En países en crisis y cuya nación carece de conciencia histórica, los electores no buscan solución, sino salvación. Ya no son un pueblo, forman una masa.

«La masa es extraordinariamente influenciable, crédula, acrítica; para ella no existe lo improbable. Piensa en imágenes que se evocan unas a otras, como en el individuo en estado de asociación libre, cuya coincidencia con la realidad no se mide por una instancia razonable. Los sentimientos de la masa siempre son muy simples y exaltados. No conoce la duda ni la incertidumbre. Pasa rápidamente a extremos; la sospecha exteriorizada se transforma de inmediato en certeza indiscutible; un germen de antipatía se transforma en odio salvaje.

«Quien desee influir en ella no necesita buscar argumentos lógicos; debe pintar con imágenes fuertes, exagerar y, siempre, repetir el mismo discurso.

Como la masa no tiene dudas en cuanto a lo que es verdadero o falso, y tiene conciencia de su enorme fuerza, es, a la vez, intolerante y creyente en la autoridad. Respeta la fuerza y solo se deja influir moderadamente por la bondad, que considera una especie de debilidad. Lo que exige de sus héroes es fortaleza, incluso violencia. Quiere ser dominada y oprimida, quiere temer a sus señores. En el fondo, enteramente conservadora, siente una profunda aversión por todo progreso e innovación, y una ilimitada reverencia por la tradición». (Freud, Psicología de las masas y análisis del yo, 1921).

Tomado de: http://www.granma.cu

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Sergio Corrieri y la necesidad de sentirse retado

Sergio Corrieri. (La Habana, 1938-2008) Fotograma del filme Memorias del subdesarrollo. Director Tomás Gutiérrez Alea

Por Luisa Marisi

Diálogo con Helmo Hernández

El 2 de marzo de 1938 nació en la playa de Jaimanitas Sergio Lucio Corrieri Hernández, fruto del matrimonio entre Gilda Hernández y Fabio Corrieri. No puedo precisar si el segundo nombre rendía homenaje a algún lejano pariente de la estirpe italiana de su padre, o si se lo pusieron influidos por la cercanía del mar y ese mundo de pescadores que les rodeaba; el caso es que a mi padre no le gustaba mucho y solo lo utilizaba cuando resultaba estrictamente necesario, en algún documento oficial. Muchos años después, el azar concurrente, o tal vez el descuido de un funcionario público que no entendió los números manuscritos en su acta de nacimiento y confundió las fechas, hizo que desde entonces en su carné de identidad figurara 1939 como el año en que había venido al mundo. Ya en su madurez y pasados los cuarenta, este desliz era aprovechado pícaramente por mi padre para descontarse un año, de manera que en algunas biografías publicadas en internet se le adjudica como fecha de nacimiento 1939.

Rica y diversa fue la vida de este piscis, para el que el mar se convirtió de manera natural en una de sus más grandes pasiones junto con la actuación, la literatura, el dominó, y una marcada vocación de servicio público. Algunas de las claves desconocidas y anécdotas inéditas de su vida salen a la luz cuando conversamos con el profesor Helmo Hernández Trejo, quien habla de Sergio Corrieri desde la perspectiva de una entrañable relación familiar. Lo que el lector de La Gaceta de Cuba encontrará en “Conversar sobre el otro” en esta ocasión es la selección de fragmentos de una larga entrevista que realicé, a finales del año 2015, para mi documental Sergio Corrieri, más allá de Memorias, que tenía la intención de redimensionar la figura de Corrieri poniendo énfasis en su labor intelectual. Finalmente, el documental se estrenó en Cuba en octubre de 2018 y participó en la Sección Oficial del 40 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana en diciembre del mismo año.

He decidido respetar el lenguaje coloquial de mi entrevistado, sin más retoques que los que requiere la palabra escrita, con la intención de mantener el mismo tono informal y la frescura de nuestra conversación.

Se trata de un testimonio que trasciende el análisis sobre la personalidad y la obra de Sergio Corrieri, porque se enfoca también en las condiciones y el contexto histórico y social que fue definiendo o generando cada una de las decisiones que tomó Sergio en la vida. Todo ello, visto desde la perspectiva de una persona cercana, que domina muy bien las herramientas de las ciencias sociales y la antropología, y que podía, por tanto, ofrecer también una valoración compleja del hombre que fue –que es– Sergio Corrieri y de la huella imborrable que dejó en el corazón de la cultura cubana.

Helmo, yo sé que para ti hablar de Sergio resulta difícil y doloroso, no solo por el hecho de que ya él no está entre nosotros, sino porque implica hablar también de tus más cercanos afectos en el ámbito familiar, como son tu padre Helmo Hernández, Gilda y otros más. No obstante, te voy a pedir precisamente que hagas un ejercicio de memoria y me hables sobre qué tipo de relación tenías con Sergio.

Para mí hablar de Sergio es como hablar de un hermano mayor, de ese hermano mayor que tú tienes y con quien por períodos tu relación no es tan intensa. Sin embargo, en otros períodos, cuando te va haciendo más falta, se vuelve más intensa; pero en todo caso, se trata de una relación que nunca dejó de ser –aunque estuviéramos hablando de trabajo o de las cuestiones políticas más serias–, una relación familiar. Y digo esto porque considero que es muy importante tenerlo en cuenta a la hora de validar la legitimidad de lo que yo puedo opinar sobre Sergio.

No puedo hablar de Sergio, aun partiendo desde mi infancia, sin estar en el teatro, sin verme dentro de un teatro. Y no puedo hablar de Sergio sin hablar también de la casa de huéspedes de la madre de Roberto Blanco, donde vivían él y Gilda inicialmente y donde yo lo conocí. Donde también estaba Lilian Llerena y estaba toda la gente que caracterizó y protagonizó el teatro cubano. No puedo hablar de Sergio sin pensar en Teatro Estudio, cuando estaba en Neptuno, arriba de la dulcería Lucerna. Pero por supuesto, sobre todo, no puedo hablar de Sergio sin pensar en Gilda.

Y Sergio no solamente fue ese hermano, si no que viene en el paquete entero de su familia, y su familia era esta que acabo de mencionar en mi infancia, cuando mi contacto con él era más de lejos, como suele suceder con los hermanos que tienen una diferencia de edad como la que teníamos Sergio y yo.

Pero cuando esta relación se vuelve familiar, insisto, y entrañable en un sentido directo con Sergio, ya Sergio está con Norma, ya están Luisa y Normita viviendo juntos todos en una misma casa, y ya está naciendo Claudio.

Entonces, puede parecer que lo que estoy diciendo son anécdotas y boberías, pero tienen que marcar un ámbito en el cual se desarrolla una muy intensa relación intelectual y una muy intensa relación de trabajo. Yo estaba siendo educado a través de un oído y de un ojo muy atentos a todo lo que ellos decían arriba del escenario, pero también de lo que hablábamos después, fuera del escenario. Lo que se hablaba a mi alrededor. En esos días de la infancia, yo estaba aprendiendo todo lo que pueda saber de teatro.

Hay una manera de ver la vida, desde la perspectiva del teatro, muy particular, en la cual uno siempre tiene que entender los motivos de los demás, las razones de los demás. No digo que sea buena ni mala, pero ayuda mucho a entender a la gente alrededor de uno y a vivir.

Por lo tanto, junto con mi educación formal en la escuela primaria y secundaria, en el bachillerato, etcétera, corre paralela una formación intelectual que nace del teatro, y que da, por supuesto, una sólida cultura teatral. Uno no puede tener una cultura teatral si esa cultura no se mueve en otros terrenos del saber humano, no solo artístico. Uno se tiene que interesar en saberes de orden sicológico, de orden filosófico, en saberes que tienen mucho que ver con las ciencias sociales, con otras manifestaciones artísticas.

No sabría decirte si Salinger, que es un escritor muy querido por mi generación, llegó primero a mí, o si primero leí Franny and Zooey, que estaba en casa de Sergio y Norma… y así, los libros viajaban de un cuarto a otro y de una casa a la otra; y se iba formando un gusto literario, un sentido de la poesía, un sentido de la belleza, de una manera bastante informal; de una manera bastante imperceptible.

Mientras tanto, yo seguía mi educación formal, e iba llegando a la universidad y todo eso. Y aquí viene… voy a situarlo aquí por un problema cronológico, mi primer encuentro intelectual con el hermano mayor.

¿Cómo se establece esa relación intelectual con el “hermano mayor”, ya a nivel individual, privado, donde no entra el resto de la familia?

Cuando yo tenía más crisis e inquietudes sobre a qué iba a dedicar mi vida, qué cosa iba a ser profesionalmente –por supuesto, en el fondo de mi alma quería ser director teatral; estaba seguro de que no quería ser actor, pero quería ser director de teatro– me acuerdo que un día Sergio percibió que me estaba pasando eso. Yo era muy jovencito, estaba empezando en la universidad, y me acuerdo que me dijo: “Mira, te voy a decir una cosa, Helmito, si tú quieres dedicarte a lo que tú quieras, por ejemplo, al teatro, dedícate ya sin pensarlo. Tienes que tirarte como desde un trampolín y caer al agua, porque tú no te das cuenta, pero está creciendo mucho dentro de ti el espíritu crítico, la capacidad de ser crítico con respecto a esa actividad, y si llega un momento en que tus capacidades críticas crecen más que tus capacidades expresivas, profesionales, ya se creó un abismo que nunca vas a poder sobrepasar, porque siempre vas a sentir que estás haciendo el ridículo”.

Y esto, que vale para el teatro, vale para muchas más cosas en la vida. Todo tiene que ver con esa capacidad de lanzarse primero a la aventura y luego desarrollar la capacidad de pensar y de reflexionar.

Me gusta situar ahí un comienzo de un diálogo de otro orden, privado, con Sergio. Donde ya no está presente Gilda, donde ya no está mi padre presente, donde ya no está ni siquiera Norma, ni tú, ni Normita, ni nadie… una conversación privada entre Sergio y yo.

Esto era un mundo de intelectuales, matizado por una vida cotidiana muy precisa, muy estable. Lo curioso es que toda esa gente de la que estamos hablando era gente muy joven y ya tenían un espacio en la cultura cubana muy bien ganado. Estaban absolutamente situados en espacios que nadie más llenaría, si no ellos.

Y eran como un grupo de entretenimiento, que tenía lugar más en la parte de la casa donde vivía la familia de Sergio, que donde yo vivía. Pero me gusta hablar de esos dos apartamentos como si fueran una sola casa, porque durante mucho tiempo estuvieron demasiado interconectados.

Era una vida en que orgánicamente se imbricaba la vida cotidiana con la formación y el ejercicio del intelecto, permanentemente. Pero al mismo tiempo, quién sabe si esto sea más importante, se desarrollaba –y esto sí viene desde la infancia– el sentido de la responsabilidad con la sociedad. El sentido de entender la política desde perspectivas siempre muy profundas y la capacidad. Yo no recuerdo nunca haber hablado de política con Sergio sin que fuera desde la perspectiva más profunda posible.

Sergio ha declarado en algunas entrevistas que su entrada en Teatro Estudio fue crucial para su preparación como actor, pero que además lo preparó ideológicamente para lo que estaba por venir, que era el triunfo de la Revolución, así que te voy a pedir que me hables de Sergio como actor y director teatral, y de su participación en el núcleo fundador de Teatro Estudio y como profesor de la academia creada por el grupo en Neptuno 510.

Sergio, a esas alturas, no solo era un actor muy conocido, habiendo hecho teatro desde el principio en el Teatro Universitario. Sergio sale a la palestra en el teatro cubano con la puesta más importante de los años 50: Largo viaje de un día hacia la noche, estrenada en Cuba a finales de 1958, solamente seis meses después de su estreno en Broadway.

Esta fue una experiencia que cambió el teatro cubano. Lo cambió porque fue la primera vez que las ideas de Stanislavski, e incluso el pensamiento teatral de Brecht, se integraron al quehacer escénico cubano.

Fue la primera vez que se estuvo ensayando por tanto tiempo una obra de teatro, en la cual intervinieron Vicente [Revuelta] como director, Sergio haciendo el personaje que es O’Neal, el más joven; mi papá [Helmo Hernández] haciendo el hermano mayor de Sergio, Ernestina [Linares] haciendo la madre, que es un personaje muy importante, y Pedro Álvarez haciendo el padre. Ellos cuatro llevaban el peso de la obra.

De manera que cuando hablemos de cómo entró el método Stanislavski en Cuba, aquí había actrices como Adela Escartín que llegaron después de la guerra, que conocían el método; actores como Adolfo de Luis y directores que habían aprendido algo del método en los Estados Unidos… pero los que lo pusieron en práctica por primera vez en una puesta en escena que seguía esos principios –y por ello esa es la puesta en escena fundadora de Teatro Estudio–, fueron los miembros de este grupo en el cual estaba Sergio.

Ahí surgía Teatro Estudio, con el manifiesto tal como se conoce. Es un documento que todo el mundo puede consultar y leer; con una vocación esencialmente artística y, por lo tanto, también una vocación social, política, muy bien definida. No hay nada más estruendosamente político que la belleza. Ser capaces de producir poesía, ser capaces de producir arte, como lo hacía la gente que creó Teatro Estudio, dirigido a trasformar el mundo, a trasformar la realidad, era la manera más profunda de hacer revolución, de hacer política, para un artista.

Muy rápidamente Teatro Estudio se convirtió en una academia. Lo que ellos ya sabían empezaron a trasmitírselo a los demás, y Sergio fue uno de los primeros profesores de esta academia donde casi todas estas grandes figuras del teatro cubano dieron clases.

Ya Gilda había sido arrastrada hacia el teatro a través de Prometeo por otra gente, más que por Sergio, para ser honesto; pero luego Gilda entró también en Teatro Estudio, donde dirigió sus primeras obras de teatro y donde Sergio también dirigió.

No solo fue protagonista de obras inolvidables, trascendentales en la historia del teatro cubano contemporáneo. Estoy pensando, por hablar de una sola, en Fuenteovejuna, o en El perro del hortelano. Podría hablar de muchas más. Estoy hablando de clásicos.

Desde Teatro Estudio Sergio dirigió Contigo, pan y cebolla por primera vez. A los cubanos les encanta ver la dramaturgia cubana. Eso es un hecho notorio en el teatro cubano contemporáneo. En esa época no había una dramaturgia cubana rica. Estaban comenzando muchos de los dramaturgos que después se volvieron importantes. Contigo, pan y cebolla fue el primer estreno importante de Héctor Quintero. Sergio lo hizo con un equipo que configuraron Berta Martínez y [Manuel] Pereiro, un actor que venía de Prometeo que era muy amigo de ellos, y con otros actores más jóvenes.

Sería muy injusto no reconocer, para la historia, que ese equipo inventó Contigo pan y cebolla, y estoy seguro de que no muchas personas recuerdan que el primer director de esa obra fue Sergio Corrieri. Donde nació Lala Fundora, Lalita… todos los personajes que son de la mitología del teatro cubano. Donde Silvia Planas inventó a la vieja que se convirtió en un mito después en el teatro cubano: la Fefa. Todo eso salió del ojo del director, de la mano de director de Sergio.

Estamos hablando de un artista con mayúsculas en el plano teatral. De un actor en el cine ya con mayúsculas, que podía dialogar con el mejor creador de cine que había en Cuba, que era Titón [Tomás Gutiérrez Alea]. Que había comenzado a viajar ya, sobre todo con el cine. Había empezado a conocer el mundo, a conocer otras experiencias, y tenía además de todas estas cosas, una participación en la vida intelectual, en la vida de la dirección de la cultura cubana, trascendente.

De modo que, de brindo en brinco, ya Sergio es el Sergio de Memorias.

Quería llegar a este punto en la vida de Sergio como actor de cine que ya había realizado siete películas cuando se enfrenta al personaje de Sergio Carmona en Memorias del subdesarrollo, uno de los filmes antológicos del cine cubano, que ha sido incluido entre las cien películas más importantes del siglo xx por la crítica internacional. Me gustaría conocer tu opinión acerca del filme, de la labor actoral de Sergio y de lo que significó para su carrera y para el contexto cultural cubano de esos años.

Sin lugar a dudas, ahora que enseño cine cubano a cada rato –y que confronto toda la producción cinematográfica cubana con públicos de otros países–, Sergio sigue siendo el personaje más sólidamente estructurado del mundo ficcional que se ha producido en la Cuba posrevolucionaria. Este sigue siendo un personaje a través del cual se puede entender muy bien la naturaleza más profunda de esta Revolución. Fíjate que no estoy hablando del soporte social, estoy hablando de la naturaleza más profunda de la Revolución; desde dónde se dirigió la Revolución, hacia dónde se guió la Revolución.

Y creo que Sergio contribuyó en una medida notable a construir el personaje que [Edmundo] Desnoes había perfilado en la novela y que Titón también contribuyó mucho a perfilar. En esa época yo creo que Titón y Sergio trabajaron muy, muy cerca. No se puede hablar de Memorias… sin mencionar esa relación de trabajo.

Cartel del Filme Memorias del subdesarrollo. Director Tomás Gutiérrez Alea

Uno en Memorias… se da cuenta de la clase de actor que era Sergio, perfectamente. Y eso ha quedado, por suerte, como documento que todo el mundo puede ver hoy en día. Era un excelente actor de teatro también y eso no queda, porque no está filmado. El teatro es efímero, tiene esa cualidad fundamental.

¿Cómo tú valoras la posición de Sergio en el medio intelectual cubano?

Sergio siempre fue una personalidad como creador, insólitamente equilibrada para el medio intelectual cubano. Fue una personalidad que podía dialogar con los políticos, con los funcionarios, que podía dialogar con los artistas. Que podía ser portador de posturas que muy raramente se colocaban en los extremos; nada más cuando se trataba de posiciones de principios. Lo normal en Sergio era que tratara de encontrar un equilibrio entre posiciones de un tipo y posiciones de otro.

Sergio tenía particulares cualidades como negociador y eso debe caracterizar a alguien que tenga condiciones de líder en una circunstancia dada, mucho más en el mundo del arte. Su temprana incursión en la dirección teatral demuestra que tenía condiciones organizativas excepcionales. Porque eso es un director teatral. Un director, aparte de tener sentido del teatro y todo lo demás, tiene que ser capaz de organizar a los demás, de trasmitir un criterio que permita crear una colectividad. Por eso quise hablar de Contigo, pan y cebolla y de las obras que Sergio dirigió en ese período. Dada tu estrecha relación quise hablar de Contigo, pan y cebolla y de las obras que Sergio dirigió en ese período.

Dada tu estrecha relación con Sergio Corrieri tanto en el plano personal como intelectual, creo que tuviste el privilegio de conocer de primera mano cuáles fueron sus motivaciones para dar el salto, abandonando comodidades y una posición bien establecida en el teatro habanero, para lanzarse a fundar el Grupo de Teatro Escambray, en esas montañas del centro del país con una reciente historia de guerra civil.

Me acuerdo perfectamente de que en un momento dado Sergio me dijo, también en una de estas conversaciones privadas: “Resulta que el teatro se está quedando sin secretos para mí. Se está volviendo una actividad predecible. Sé perfectamente lo que va a pasar después. Sé cómo hacerlo. Cómo hacerlo para que quede bien”. Después creo que entendí lo que Sergio me quiso decir en ese momento.

Sergio –y creo que esto es muy importante para entender su historia y su vida– era básicamente una personalidad que necesitaba sentirse constantemente retada. Retada por algo que aparentemente no sabía hacer, o algo que no podría hacer.

Yo creo que esto tiene que ver con su amor por la pesca submarina, con su manera de conducir un carro, con su incursión en el teatro. Tiene que ver con su incursión en el cine y tiene que ver con todo el desarrollo posterior de su vida. Tengamos siempre como norte que se quería sentir retado, que quería encontrar una aventura que lo retara. ¿Por qué no lo retaba el teatro suficientemente ya, a finales de la década del 60?

Bueno, la Revolución había dado la posibilidad de hacer “el gran teatro del mundo”, que era como el sueño que ellos tuvieron originalmente en la década del 50, cuando hacer teatro en serio en Cuba parecía imposible. Se podía conquistar un público para el teatro, pero… ¿Qué pasó? Que muy rápidamente ese público se convirtió en una minoría estable en la ciudad de La Habana. Y claro, en esa época no lo sabíamos con tanta claridad, lo descubrimos con mucha claridad en el Escambray: el teatro es una experiencia única, efímera, por lo tanto, irrepetible; es diferente cada noche, en la cual, lo primero que varía y debe variar, es el público, que es la mitad del hecho teatral. ¡Cuando eso se pierde, se pierde la esencia del teatro!

Lo más grave es que mientras tanto estaba ocurriendo un fenómeno insólito, y es que las bases sociales del teatro, lo que había sido una preocupación de la fundación de Teatro Estudio, no se ampliaron lo suficiente en la década del 60. O sea, el público teatral cubano en primer lugar fue un público básicamente habanero y de otras grandes ciudades como pueden ser Santiago o Cienfuegos, pero siempre limitado. Y era un público con determinadas características sociales, socioculturales, que constituía sin lugar a dudas una minoría dentro de la población de La Habana.

Al mismo tiempo, Sergio estuvo adscrito a una formación marxista cada vez más sólida, a esa tendencia predominante en la Revolución cubana esencialmente como un fenómeno del Tercer Mundo.

Veamos Memorias del subdesarrollo y nos daremos cuenta de cómo era el debate intelectual y político en esa época. Me acuerdo de que uno tenía que entender que Cuba era, en primer lugar, un país subdesarrollado, empeñado en el Tercer Mundo en mostrar que era posible trasformar la sociedad a noventa millas de Estados Unidos, y esa condición tercermundista, subdesarrollada, que estaba tan presente en la más alta dirección de la Revolución, era una médula esencial en la formación intelectual de Sergio, y de ese grupito al que he hecho referencia.

Y de pronto, en ese momento, y desde antes, las posiciones defensoras del carácter anticolonial, descolonizador de la Revolución cubana, y de los procesos culturales que estábamos promoviendo, comenzaban a convertirse imperceptiblemente en procesos de resistencia a la tendencia sovietizante que se volvía dominante dentro de la sociedad.

Tratábamos de entender la realidad cubana, y ya yo había percibido perfectamente el desconocimiento profundo que aún los mejores estudiantes universitarios podíamos tener de la cultura

cubana, y de la realidad cubana misma. Es decir, nosotros nos estábamos formando como se formaba un estudiante muy bueno, en una muy buena escuela, como en la Sorbona de París, por ejemplo, pero no nos estábamos formando para funcionar y ser eficientes dentro de la sociedad cubana.

Pues lo mismo les ocurría a los artistas. Tenían una formación que habían ido generando ellos mismos, que tenía que ver con gustos, con criterios de calidad, con paradigmas que aceptaba esa minoría que era el público teatral cubano, pero que no tenía nada que ver con los paradigmas que hubieran resultado válidos para la mayor parte de la población cubana. Ya percibíamos que había zonas enteras de la sociedad cubana, fenómenos, procesos culturales, que no comprendíamos, con los cuales nos era imposible interactuar.

Recuerdo, como si estuviera ocurriendo delante de mí, el momento en que, en casa de Gilda, sentados, comiendo, en otra de esas conversaciones privadas, Sergio me dijo: “Yo lo único que haría ahora, en este momento, sería coger un grupo de gente e irme a trabajar a un lugar muy lejano, donde nunca hubieran visto teatro y donde yo pudiera comenzar desde cero”. Es decir, en otras palabras, me estaba diciendo: donde yo pudiera sentir el reto que la realidad nos está planteando, nos ha venido planteando todos estos años sin que nos hayamos dado cuenta. Ahora lo siento de una manera muy fuerte, muy poderosa.

Ese fue el inicio de muchas conversaciones, de muchos encuentros con especialistas de distinto tipo, y de muchas conversaciones en que Sergio, por su parte, y Gilda, con un papel muy protagónico –no solamente como la mamá de Sergio, sino como el soporte intelectual de ese proyecto–, tuvieron con un grupo de los mejores actores y actrices de este país.

Se comenzó el proyecto del Escambray dando un salto al vacío. O sea, cuando se pregunta: ¿Por qué se fueron al Escambray?, se fueron en primer lugar porque la parametración que ocurrió en los 70 no fue la causa de la crisis del teatro cubano –algún día seremos capaces de entenderlo y de analizarlo– sino la consecuencia de una situación que el quehacer teatral mismo estaba generando a partir de no haber podido desarrollar la base social que constituiría el público del teatro cubano. Ese ha sido históricamente el papel del teatro, la esencia del teatro.

Estar de parte de los que necesitan hacer visible lo que para las mayorías permanece invisible en la sociedad es el papel de la poesía, es el papel de la creación artística y muy en particular del teatro, porque el contacto con el espectador es mucho más directo, más esencial que en cualquiera de las otras manifestaciones artísticas.

¡Ese era el reto! Es el reto que tiene que sentir un teatrista todos los días de su vida. Cuando eso se pierde, se pierde la esencia del teatro, del proceso creativo en el teatro. Bueno, eso lo encontraron en el Escambray. Ese salto al vacío era la constante.

Háblame de tus experiencias como colaborador del Grupo Teatro Escambray desde sus inicios y de cómo valoras la experiencia del Grupo y su resonancia en el contexto del Escambray y en el medio cultural y político cubano.

Me acuerdo de que, en el primer seminario, después de un año en el Escambray, yo tomé parte de una manera muy activa, no solo en las discusiones del seminario teórico, si no junto con Sergio en el procesamiento de las discusiones del día anterior, en la teorización sobre el Grupo, sobre el teatro, etcétera. En la elaboración de ese maridaje que se volvía imprescindible entre lo antropológico y lo poético, entre las ciencias sociales y la creación artística. Súper riesgoso siempre, porque puede conducir a dogmatismos y a esquematismos impredecibles, o a una simbiosis que resulta verdaderamente espectacular y que está en la esencia misma del teatro.

Sergio era alguien que tenía constantemente –en cualquier circunstancia de su vida, incluso frente al peligro del cáncer y de la muerte– la capacidad de vencer el miedo al ridículo. Si yo pierdo eso de perspectiva, se me va la pista de Sergio. No lo entiendo tampoco.

Yo nunca he visto mejor teatro en toda mi vida, si entendemos el teatro de la manera que he intentado definirlo con anterioridad, que el día que vi el estreno de La Vitrina en El Bedero. En esa función de La Vitrina, donde los campesinos estuvieron hasta las dos de la mañana discutiendo, donde efectivamente, más a los espectadores que a los actores les iba la vida en lo que estaba ocurriendo allí, y obligaron a los actores a que les empezara a ir la vida en lo que estaban haciendo… ¡Esa noche yo vi nacer el teatro en Cuba, muchas veces!

Y después eso se repitió en varios momentos de mi estancia en el Escambray, donde no fui al Grupo a vivir permanentemente, pero mi cordón umbilical estaba ahí desde mi primer pensamiento sobre el Grupo hasta que Sergio y Gilda se fueron.

Sergio formó el Grupo usando sus condiciones de líder, de organizador. Sus capacidades para relacionarse con dirigentes políticos. Ese fue el caso de Nicolás Chaos en el Escambray, pero no solo de Nicolás Chaos, también, después, de Fidel y de toda la gente con la que Sergio tuvo que relacionarse, porque si no, la experiencia del Escambray en los 70 no hubiera sobrevivido. Porque la experiencia del Escambray acompañaba la experiencia de los planes especiales, que son típicos de ese período, como típicas de ese período son también las escuelas en el campo.

Estos tres ejemplos que estoy poniendo: el Grupo Escambray, las escuelas en el campo y los pueblos nuevos, que son los planes especiales, aunque aún nos parezca que fracasaron, para mí los tres, ¡óiganlo bien! –y quiero que esto quede reflejado contra la figura de Sergio, así como de fondo de un retrato de Sergio– vienen siendo como la Sala de las banderas del Museo de la Ciudad, donde uno ve todas las banderas destrozadas en el combate, ensangrentadas, cargadas de las esperanzas, de las ilusiones… ¡Todas están destrozadas, pero ninguna está derrotada!

Yo pienso que nada de ese espíritu de insurgencia, nada de ese espíritu de resistencia ante las fuerzas que estaban destruyendo la capacidad de trasformar el mundo –que eso es lo que estaba haciéndose desde los antiguos países socialistas– está derrotado. Está latente como esas banderas. Con ese mismo orgullo debemos mirar La Macagua, debemos mirar ese espacio especial de El Bedero, que algún día será un espacio sagrado para la poesía y el teatro cubano… o las escuelas en el campo, donde tú fuiste maestra.

Entonces, ya en el Escambray, hay que destacar de Sergio un detallito muy significativo. Me acuerdo cuando Fidel, a instancias de Chaos, fue a visitar el Escambray, y lo contento que estaba todo el mundo. Fidel le propuso a Sergio –y esto es muy importante para entender la personalidad de Sergio– lo que era lógico que pensara como político, como dirigente de un país, también experimentador, también soñador y aventurero. Dijo: “Sergio, ¿cómo podemos extender esta experiencia a todo el país?, ¿cómo la podemos hacer masiva?” Así piensan los políticos.

¿Qué hubiera hecho un oportunista al que le están ofreciendo eso? Se enganchaba en ese tren. Un soñador incluso, sin ser oportunista, pero una persona que no tuviera la seriedad intelectual o la seriedad como creador que Sergio tenía, podría haber cogido el toro por los cuernos y haberle dicho: “Arriba, mañana mismo me están dando una fila de camiones y vamos a hacer teatro en todas partes”. Incluso hubiera sido (¿quién sabe?) una manera de frenar los procesos que estaban ocurriendo en La Habana. Así podría haber sido visto por alguna gente, pero hubiera sido imposible usarlo de esa manera.

La respuesta de Sergio fue: “No se puede, Comandante. Esta experiencia hay que dejarla crecer aquí. Es una experiencia para esta región. Nosotros no sabemos nada de lo que pasa en otras regiones. Tendríamos que repetir este mismo proceso desde el principio; pero, además, tendríamos que contar con gente de la experiencia del grupo que vino aquí y ya no hay más. Eran estos y se acabó. Ya la cantera de la que hay que sacar la experiencia no pare más en Cuba”.

De hecho, los desprendimientos del Grupo Teatro Escambray, que dieron lugar a grupos similares en otras partes del país, todos demostraron que es imposible.

Si a los campesinos del Escambray, después de estrenada La Vitrina, llegan y les dicen: “Se va a acabar el Teatro Escambray”, no lo hubieran permitido. Hubiera sido imposible cerrar el Grupo Escambray, porque tenía una base social creada en su comunidad que era una muralla; lo cual se puso en evidencia muchos años después.

Si uno quiere hablar de la experiencia del Escambray, tiene que acudir al libro de Laurette Séjourné, que es lo mejor que se ha escrito sobre el Escambray. Créanme que yo no he dicho nada hoy que no se pueda sacar en claro leyendo ese libro.

¿Y qué me puedes decir de Sergio como escritor y poeta? Conocí poco a Sergio como escritor. Leí su obra poética. Él me había leído sus libros, y me dio, antes de morir, el original de su novela sobre la experiencia del Escambray, contada desde la perspectiva de Cabaiguán, nuestro chofer. No porque pensara que era un personaje simpático y epatante, aunque era un personaje que a él le parecía muy especial. Eso tiene que ver con todo lo que expliqué de la perspectiva del público, el destinatario de la obra de arte, el compañero de viaje. Cómo eso tiene que ser una búsqueda permanente para el actor y permanente para el creador.

Sergio escritor no deja de ser actor. Sergio cineasta, no deja de ser actor. Sergio presidente del ICAP,1 no deja de ser actor. Ese es el error que se cometió entre nosotros. Siempre actúa desde la perspectiva de cómo actuaría un actor en esas circunstancias.

Creo que cuando escribió la memoria del Escambray escogió a Cabaiguán porque eso es lo que un actor hubiera hecho. A él no le quedaba más remedio que representar un personaje, y buscarse un vocero que no fuera él mismo. Para un actor es muy difícil monologar a partir de sí mismo. Entonces a él le parecía estéticamente más válido mirar desde Cabaiguán, y hablar desde Cabaiguán. Helmo, si te pidiera una valoración final del hombre que fue –que es– Sergio Corrieri, ¿qué consideras importante destacar?

Sergio sabía oír muy bien, como buen actor entrenado. Otra cosa que tienen los buenos actores es que son de esos pocos seres humanos que saben oír. Porque saben oír al público y saben oír a la gente que está con ellos en escena. Eso es parte de su trabajo. Me cuesta mucho trabajo hablar de Sergio en pasado. Me gusta más decir: “Sergio sabe oír muy bien”.

Para suerte infinita mía, me lo volví a encontrar en los trabajos preparatorios del Séptimo Congreso de la UNEAC, donde Sergio, ya con cáncer, había sido designado presidente de la Comisión Organizadora, porque la UNEAC estaba en una situación terrible… Fue una conducción ejemplar.

Me acuerdo de que tuve miles de preocupaciones a lo largo de ese proceso, y en varias ocasiones conversamos. Tuvimos esas conversaciones privadas que teníamos desde que yo era muy jovencito. Sobre todo, de mis inquietudes con respecto al trabajo del Congreso, y al ver que su salud se resquebrajaba cada vez más y no podíamos ni llegar al final del proceso, nos volvimos a acercar de manera familiar… Traté de conseguir todas las opiniones médicas posibles para convencerlo… En fin… la vida después me ha hecho entender que lo mejor es lo que pasó, por lo que, según yo creo, hubiera sufrido después.

Sergio murió bastante antes de la celebración del Congreso. Casi no le dan el Premio Nacional de Teatro. Así funciona la memoria cubana, lamentablemente, lo cual es un problema ideológico severo. Nunca le dieron el Premio Nacional de Cine, pero todo el mundo sigue reconociendo que Memorias… es una película insuperable para el cine cubano.

Cartel del filme El hombre de Maisinicú. Director Manuel Pérez Paredes. En este filme Sergio Corriero tiene un rol protagónico

Entonces no me gustaría que la historia de la cultura cubana y la cultura cubana recordaran la personalidad de Sergio sin sentir que hay un corazón de la historia que todavía está en el Escambray. Hay un parteaguas, no para la vida de Sergio, para la historia de la cultura cubana, que representa la creación del Grupo Teatro Escambray y la experiencia del Escambray antes y después. Todo converge de alguna manera ahí.

Por muy importantes que sean las cosas puntuales que se hacen después y que se habían hecho antes, no importa. Hay un hecho de trascendencia en la decisión de irse al Escambray y en cuidar el Escambray, mientras se pudo, de todos los peligros que lo asecharon.

El Escambray es como un corazón de la biografía desconocida que se quiere revelar: las razones por las cuales Sergio ocupa un lugar en la historia del pensamiento de la cultura cubana, sin importar los reconocimientos. La obra es lo que cuenta, incluso la obra efímera: ¡eso cuenta!; porque dejó una huella en los demás que es imborrable.

1 Sergio Corrieri dirigió el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos desde 1990 hasta 2008.

Tomado de La Gaceta de Cuba No 3, mayo-junio, 2019: http://www.uneac.org.cu

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Un hombre se despide

Cartas de despedida. Ernesto Che Guevara Editorial Ocean Sur

Por Cristina Lanuza Marrero

Un hombre debe cumplir con el deber que él mismo se ha impuesto en total coherencia con sus principios de revolucionario cabal, su convicción altruista, su honesto sentir humanista, latinoamericano y antiimperialista.

Antes de marchar se despide de sus seres más queridos. A sus hijos les advierte, en primera instancia, que «si  alguna vez tienen que leer esta carta, será porque yo no esté entre ustedes». Sabe, que si ese fuera el caso, los más pequeños, Celia y Ernesto, apenas se acordarán de él. La carta va dirigida a sus cinco hijos —Hildita, fruto de su primer matrimonio con Hilda Gadea, y a los cuatro hijos de su amada Aleida March—. Siente la imperiosa necesidad de darles los consejos que un padre en vida hubiese dado: «Crezcan como buenos revolucionarios. Estudien mucho para poder dominar la técnica que permite dominar la naturaleza. Acuérdense que la Revolución es lo importante y que cada uno de nosotros, solo, no vale nada. Sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo».

Dos líneas abajo, se despide con «un beso grandote y un gran abrazo de Papá». Quien así escribe no es otro que Ernesto Guevara de la Serna, el Che. Después de cinco años y casi cuatro meses desempeñándose como dirigente socialista en el país que ayudó a liberar y en el que fue acogido como ciudadano de nacimiento, parte a otras tierras del mundo a luchar del lado de los humildes. Primero el Congo, y después Bolivia, serán los destinos de su lucha internacionalista.

Al despedirse de sus padres, les advierte: «Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante, vuelvo al camino con mi adarga al brazo». En otro texto, para su amada Aleida, promete: «juntos seguiremos hasta que la ruta se esfume».

De todas estas epístolas, quizás la que más se recuerda es aquella dirigida a su jefe y hermano en convicciones, el Comandante Fidel Castro. Aquel texto, leído por primera vez un 3 de octubre de 1965, se convirtió en patrimonio de la memoria colectiva de cubanas y cubanos.

Con el dolor que se siente en las despedidas, le dice a Fidel que ha llegado el momento de separarse. Acto seguido, enfatiza: «Sépase que lo hago con una mezcla de alegría y de dolor, aquí dejo lo más puro de mis esperanzas de constructor y lo más querido entre mis seres queridos… y dejo un pueblo que me admitió como un hijo; eso lacera una parte de mi espíritu. En los nuevos campos de batalla llevaré la fe que me inculcaste, el espíritu revolucionario de mi pueblo, la sensación de cumplir con el más sagrado de los deberes: luchar contra el imperialismo donde quiera que esté; esto reconforta y cura con creces cualquier desgarradura». Y como muestra de una lealtad sin límites, otra promesa: «Que si me llega la hora definitiva bajo otros cielos, mi último pensamiento será para este pueblo y especialmente para ti».

Todos estos textos aparecen reunidos en este pequeño pero intenso libro de la editorial Ocean Sur. Cartas de despedida, editado de conjunto con el Centro de Estudios Che Guevara, contiene las misivas, acompañadas de fotografías y facsimilares. Son los últimos mensajes de un hombre cuya corta pero intensa vida es ejemplo en Cuba y en América Latina.

Tomado de: http://www.contextolatinoamericano.com

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Hiroshima mon amor (+tráiler)

Hiroshima mon amour. Director Alain Resnais (Francia, 1959)

Por Gustavo Provitina

El tiempo es sólo nuestra manera de concebir el presente. *

August Strindberg

El 10 de junio de 1959 -hace sesenta años- Alain Resnais estrenaba Hiroshima mon amour. El maestro francés y su filmografía siguen despiertos en la memoria del cine que soñamos; quien haya visto una sola de sus obras maestras, ya lo ha visto todo.

Jean Luc Godard ubica a Alain Resnais entre los directores que van al rodaje con un planteo formal totalmente resuelto. Filmar para Resnais es materializar, con la mayor claridad posible, la confirmación de una memoria planificada, cabalmente cifrada en la escritura. François Truffaut opinaba lo mismo: Hay muchas maneras de construir un guión, muchas maneras de filmarlo. Es evidente que Resnais las examina todas, elige una y controla su trabajo hasta el más mínimo detalle mientras que los demás van a la caza de casualidades, estructuran la película de cualquier manera y filman confusamente historias confusas1… En otro pasaje del mismo artículo, Truffaut define al director de Hiroshima mon amour con su encendida y particular elocuencia: Alain Resnais es el más profesional de los cineastas franceses y también uno de los pocos que es además un verdadero artista2.

La memoria en tanto eje metafísico y a la vez huella material de la experiencia humana es inseparable del arte de Resnais. Dicen que antes de iniciar el rodaje de Hiroshima mon amour, el maestro francés tuvo la precaución de grabar el guión en la voz de Marguerite Duras y luego le hizo escuchar el registro sonoro a Emmanuelle Riva. Resnais dirigió la película con la cadencia de la voz de Marguerite Duras, es decir, con la rítmica vibración de una huella en una cinta. El mismo procedimiento empleó en Hace un año en Marienbad con la voz de otro escritor fundamental de esa generación: Allan Robbe-Grillet. El trazo del decir, la puesta en escena de la voz, es un estímulo para descifrar el más allá de la escritura, su dimensión hablada.

Marguerite Duras declaró que la frase repetida en el diálogo de la pareja al comienzo del filme, no, no has visto nada en Hiroshima, reproduce su propio fracaso. Es decir, fracasé en mi intento de encontrar una historia que estuviera a la altura de esa catástrofe3. El guión de Duras cuenta la persistencia de un fracaso y, como toda frustración, está compuesta de íntimas y repetidas detonaciones. La voz del hombre que le recuerda a la actriz no has visto nada de Hiroshima parece desconfiar de toda empatía brotada de un cogollo ajeno a la experiencia y a la vez atraviesa esa expresión la propia Duras diciendo: ‘Tú no verás nunca nada, tú no escribirás nunca, tú no podrás jamás decir nada de nada de este acontecimiento’. De modo que hice la película verdaderamente a partir de la impotencia que sentía de hablar de la cosa misma.4

Duras cuenta la catástrofe a partir de una imposibilidad enunciada por Theodor Adorno: Después de Auschwitz escribir poesía es un acto de barbarie. La desmesura de la frase, su desbordada pretensión se estrelló contra la granítica inspiración de Paul Celan y su poema Fuga de muerte (acaso la muestra más estremecedora de que es posible expresar las entrañas mismas de lo apocalíptico sin renunciar a las palabras).

Duras, demostró que es posible contar la tragedia de Hiroshima entre los escombros de una relación difusa. La protagonista ha quedado emocionalmente mutilada, su memoria se encuentra fragmentada por íntimos desgarramientos que gotean, a su turno, el recuerdo de un amor que interrumpió la muerte. Se diría que el amor para ella, no ya el deseo, está sometido a la rueda de las interrupciones y para confirmarlo su cuerpo abraza lo efímero. Lo que su voz declama frente al amante japonés lo dicta el deseo que parece potenciarse por la conciencia de lo efímero. El deseo también se alimenta de ese pasado rumiado en sutiles detonaciones. Él reclama esa memoria donde eres tan joven, tan joven que todavía no eres de nadie precisamente. Eso me gusta. El grado cero de la posesiónque él exige se parece a la llegada del conquistador a la isla desierta. Ser el primero es, en esa cristalización del amor atormentado por el trauma, ser el único. Eso es lo que en verdad quisiera por eso la abraza cuando ella confirma la exclusividad del secreto compartido. La memoria de ella es un bucle condenado a montar -si lo sabría Resnais- los fragmentos dispersos de una secuencia dolorosa. Dos analepsis abren y clausuran esa secuencia. En la primera la joven avanza con su bicicleta hacia el amor por los caminos despejados. El montaje construye con fluidez la superación de los obstáculos materiales, los terraplenes y empalizadas, para llegar a los brazos del soldado alemán. La música sustituye a la voz en ese sumario que la memoria hilvana solo para ella. El amante japonés solo puede imaginar el relato que la joven mujer le presenta servido a través de las palabras: primero nos veíamos en granjas, más adelante en ruinas y después en habitaciones. La precariedad de los espacios suma, también, su cuota de presión al deseo sin ahorrar riesgos: el soldado morirá alcanzado por una bala puntual que lo buscó precisamente a la intemperie en pleno proceso de liberación mientras esperaba el encuentro con su enamorada. Resnais no se priva de la premonición dolorosa: la pareja se besa apasionadamente cerca de un muro donde el abrazo se duplica en una sombra inquietante. Esa oscura virtualidad de las siluetas recortadas contra la piedra cuarteada presagia el destino fantasmal que les aguarda. La segunda analepsis revelará que Nevers es también los sótanos húmedos y solitarios, la deshonra, el ademán siniestro de la locura. La vida que sigue, la muerte que sigue…La mujer le habla a su amante japonés como si fuera el muerto en un trance casi hipnótico que hace del hombre la silueta repetida de un ciclo recurrente de encuentros y desencuentros carente de basas. Toda tentativa amorosa está sometida a la rueda de las frustraciones. Ella también murió con su amante alcanzada por una bala furtiva. El cuerpo se enfrió de a poco entre los brazos de la joven mujer desconsolada. ¡Cuánto tardó en morir! exclama rebasando la medida temporal de la escena real. La agonía del soldado se prolongó en la memoria. ¿Cuándo? No lo sé con certeza. Estaba acostada sobre él…sí…el momento de su muerte se me pasó realmente porque…incluso en ese momento, e incluso después, sí incluso después puedo decir que no conseguía notar la menor diferencia entre ese cuerpo y el mío…solo notaba semejanzas estridentes… Ese cuerpo que no se resigna a morir actualiza su agonía en la memoria de ella a pesar de los sopapos del hombre deseoso de rescatarla. La semejanza entre ambos cuerpos es la rigidez de lo cumplido, la confirmación de lo arrancado.

Revivir la mutilación de la ausencia, entregarle a la memoria secuencias de vida dispersa, fragmentada, es el estigma recurrente que vive esta mujer consciente de la muerte en vida. ¿Acaso no es esa la cicatriz profunda de Hiroshima?

Maes la palabra que designa en la cultura japonesa la idea de la pausa, el intervalo

(puede traducirse, también como una respiración). El ma, desde la mirada de Barthes, es el tiempo espaciado. Resnais, como el experimentado montajista que fue, conocía en detalle el arte de la respiración, la rítmica oxigenación de un relato. Las pausas, los silencios, la distancia entre los cuerpos durante la caminata nocturna son formas orgánicas del ma. La relación de esta pareja es un ma, un amoroso paréntesis destinado a consumirse con la partida de ella y a consumarse en la concreción definitiva de la ausencia. Quedará el secreto compartido (único punto de enlace en toda relación fugaz y clandestina). Es un intervalo entre dos vidas y es por eso que necesita una confidencia exclusiva y dolorosa para quedar fijado en la memoria. Entre el espacio y el tiempo de lo cotidiano, él y ella han interpuesto un ma (las dieciséis horas que restan para el vuelo que devolverá a la actriz a su vida francesa y a él a la confortable rutina conyugal). El ma es, además, la carencia de un centro (tan conveniente en toda relación sentimental legalizada). La inestable e imprecisa memoria, su ondulación e inconstancia deviene, paradojalmente, en el punto de equilibrio del vacío. El relato de esta francesa triste remite a la interrupción fortuita del cariño en el momento en que su vida despertaba al amor como proyecto existencial. El vacío que sobrevino a la pérdida es un hiato en el que la vida se reveló carente de todo centro, ajena a cualquier propósito como no sea la supervivencia emocional. Ella vacía su memoria en la curiosa avidez de su amante oriental y, al momento de hacerlo, recuerda la socavación incesante del tiempo: ¡Qué joven he sido alguna vez! exclama como si le costara creerlo y en esa exhalación se arrepiente de estar viva.

*Strindberg A. Solo Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1980-.

1 Truffaut, F, Las películas de mi vida, Bilbao, Mensajero, 1975 p.333

2 Idem.

3 Duras, Marguierite El último de los oficios Entrevistas 1962-1991 Buenos Aires, Paidós, 2017, pág. 115-.

4 Duras M. idem pág.176

Tomado de: https://lacuevadechauvet.com

Tráiler del filme Hiroshima mon amor 

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Entre el confesionario y el “big data”

Pete Kreiner (Australia)

Por Fernando Buen Abad Domínguez

Entregar información en el confesionario cumple un rol estratégico en el ejercicio del control social. Es una historia que tuvo etapas primeras como “confesión pública de pecados” inspirada, incluso, en antecedentes egipcios. Se lo hace pasar por sistema de redención de pecadores que cometen faltas por des-manejo de las pasiones (quitando el pecado original). Se tipifican, entre otros “pecados”: la idolatría, el robo, el homicidio o el adulterio (véanse los 10 mandamientos) cuya única vía de corrección es la penitencia que, según el tamaño del mal, tomará tiempo y esfuerzo antes de alcanzar algún grado de perdón. El sistema examina los vicios o “pecados” contra los que uno debe estar prevenido. Y eso incluye al que “peca por la paga y al que paga por pecar”. (Sor Juana Inés de la Cruz) ¿Qué hace un confesor con la información que recolecta? ¿La silencia?

A San Juan Casiano (entre 360 y 365 Dobruja, Rumanía) se le ocurrió la “confesión privada” que, además de la declaración de pecados, incluyó la ejecución privada de la penitencia. El confesor pasó a ser una especie de compañero espiritual con quien, producto de miedos o arrepentimientos, los fieles “comparten” problemas o “pecados”. Pero siempre fue una “privacidad” relativa. Quien suponga que todo lugar o momento es “bueno” para arrepentirse y solicitar “perdón”, se encontrará con el formato burocratizado de la contrición que otorga al confesor y al confesionario lugar, horario y formato sacramentalizados para dar a la reconciliación un carácter oficial. Dicho literalmente. Nada de eso cancela la confesión, en otros lugares y momentos, por causa de “necesidad o urgencia”. Mayores detalles sobre la historia de la confesión y del confesionario exceden a éste espacio e intención.

En la praxis de la confesión ocurre un traslado de información y de emociones que, sépase o no, se usan para dictar criterios del “poder” sobre el territorio objetivo y subjetivo. Los recopiladores de la información saben todo lo que nadie sabe y todos ellos saben que, poseyendo semejante volumen de datos, tienen más poder. El secuestro de información “de primera mano” ha variado a lo largo de los siglos hasta consolidarse en sistemas tecnológicos también para el “control” político y mercantil. La actual catarata de denuncias a Facebook por la manipulación de información privada, provista por sus fieles, exhibe el alcance de un latrocinio económico, político y cultural de causas, de formas, de circunstancias y de ganancias. El usuario que deposita información en las “redes sociales” no busca perdón de “pecados” pero tampoco sabe que, lo que ocurre en el confesionario digital, será convertido en negocio de magnates. Ahora hemos aprendido sin estar a salvo.

Entre el “rito de la confesión” y el “me gusta” de Facebook, surge una penitencia disfrazada. Estando frente el ordenador, el penitente es un “confesante digital” en contacto directo con su confesor espía. Como en las figuras medievales. No hace falta que diga “Yo confieso…ante este altar…” basta y sobra con escribir saludos, comentarios, abrir páginas, guardar imágenes… aceptar contactos y desplegar lo que le gusta o le disgusta, frente al “teclado” y, así, una forma de la confesión ocurre ante un “altar cibernético”. La historia de tal entrega de información, de la confianza en los confesionarios, registra todas las traiciones en el camino hacia el  “tribunal de la misericordia divina”… que es obra de la lógica de la represión para el “control” social, tarde o temprano. Sonría lo estamos filmando.

Así que el “Big data” poco tiene de nuevo, al margen de la tecnología, por cuanto implica “recolección” de información para normar sistemas de control mercantilizadas sin el consentimiento de quien provee tal información. Trátese de lo que se trate, así sean preferencias musicales o gustos por tal o cual zapato, libro o destino turístico. Quien hace uso de las “redes sociales”, deposita imágenes, frases, rutinas de uso, tendencias o proclividades de todo género y no escapa el grado de amistad o enemistad que profesa por otros usuarios, sus disentimientos o sus debates. No importa si la “data” es política, moral o financiera. Su redención provine de otras “liturgias” tecnológicas. Lo sabe Cambridge Analytica.

En su estado actual, el uso de la información provista por “internautas” a la “web”, se norma bajo “contratos legales” generalmente desconocidos por los usuarios que, mayormente, no se detienen a revisar en profundidad, ni claridad, qué dicen las “letras chicas”… ni las letras grandes. Una especie de desidia y confianza “ciega”, hace que los usuarios acepten casi cualquier cosa escrita en los “contratos” digitales con las empresas que le proveen servicios basados en entregar información de todo tipo. Eso es un campo de impunidad legalizado internacionalmente donde las posibilidades de defensa son escasas, engorrosas e incomprensibles. Como el “misterio de la redención” en el confesionario y el perdón divino aterrizado en la consciencia del “pecador” por medición de confesores y penitencias.

Esa red empresarial que usa, y mercantiliza, a su antojo la información de los usuarios es, además de una emboscada comercial alevosa e injusta, un peligro social histórico del cuál no sabemos cómo podrán salir (en las condiciones actuales) los pueblos hacia su regulación y para sancionar lo que hubiere que someter a escrutinio racional y justo. Porque, como en el confesionario, jamás sabemos qué destino se le da a toda la información que se entrega, ingenua o inocentemente, a poderes que no se entienden, que no se conocen a fondo y que nadie sanciona cuando los usan empresarios probadamente desleales, corruptos y enemigos de los pueblos. Para eso no hay perdón ni debe haber olvido. Aunque confiesen sus “culpas”. Señor Mark Zuckerberg, por ejemplo.

Tomado de: https://www.telesurtv.net

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La pesadumbre del círculo

Rosa Luxemburgo: “Toda la masa del pueblo debe participar. De otra manera, el socialismo será decretado desde unos cuantos escritorios oficiales por una docena de intelectuales”

Por Soledad Cruz Guerra

Una mística inconforme con la injusticia del mundo, filósofa atribulada y paradójica, judía francesa apegada al cristianismo, llamada Simone Weil, fue una de las primeras criaturas sensibles a la explotación que profetizó decepcionada, después del entusiasmo inicial, que el socialismo en Rusia fracasaría porque no cambiaba los históricos mecanismos del poder en la sociedad. Justo es acotar que era la primera vez en la Historia que se intentaba construir otro tipo de sociedad, luego de la crucifixión de Jesús por andar hablando mal de los mercaderes, por asegurar que los ricos no irían al reino de los cielos y proponer compartir los panes y los peces.

Se refería sin dudas la Weil a mantener una estructura vertical, como ocurre con todos los sistemas de poder, comenzando por Dios, a quien los seres humanos interpretaron a su imagen y semejanza para justificar la autocracia que suele seducir con mucha facilidad. (A Dios, como al socialismo, lo responsabilizamos con muchos de nuestros avatares, porque ambos nos prometieron el paraíso y los terrícolas simplificamos ese concepto, lo asumimos como un don otorgado y no como una responsabilidad personal.)

La especie a la cual pertenecemos, desde que alcanzó la posición bípeda se inclinó hacia una forma de organizarse donde el más fuerte era el jefe, el guía, el líder y los restantes sus seguidores, más tarde sus súbditos, luego sus partidarios, aun en intentos como la famosa república de la antigüedad griega o las actuales repúblicas lideradas por el dinero. Es decir que la verticalidad en el poder nos viene desde tiempos muy remotos. Se reproduce en la mayoría de las religiones, en la estructura familiar y llega al lenguaje popular en términos acuñados, como los de arriba y los de abajo, olvidando los lados, los laterales, las posibilidades de la horizontalidad que puede abarcar mejor los matices diversos de los seres humanos en todos los órdenes de la existencia. Así ha sido la historia de la humanidad, pero así no puede ser el socialismo perdurable.

Salvo excepciones, aun la pretendida idílica comunidad primitiva desde el momento en que surgieron, el jefe y el brujo, quienes dirigían la vida material y la espiritual respectivamente, se sentaron las bases de la verticalidad del poder. Creo que la atribulada Simone Weil se había percatado de que ese era un problema esencial para la lucha a favor de los oprimidos, a la que ella dedicó lo mejor de si al punto de definir:” Hace tiempo he decidido que, puesto que una posición por encima del bien y el mal es imposible, elegiré siempre, incluso en el caso de la derrota segura, participar en la derrota de los oprimidos y no en la victoria de los opresores.”, principio que comparto absolutamente.

La polémica Rosa

Rosa Luxemburgo, pensadora comunista, opacada por sus revolucionarias contradicciones, líder del movimiento obrero, judío alemana de origen polaco, también estuvo preocupada por los mecanismos del poder en la lucha obrera, en el Partido y el joven estado bolchevique. “La vida pública de los países con libertad limitada está tan gobernada por la pobreza, es tan miserable, tan rígida, tan estéril, precisamente porque, al excluirse la democracia, se cierran las fuentes vivas de toda riqueza y progreso espiritual. (…). Toda la masa del pueblo debe participar. De otra manera, el socialismo será decretado desde unos cuantos escritorios oficiales por una docena de intelectuales” (RR, p.210-211).

Rosa se está refiriendo a la imprescindible horizontalidad del poder de la cual carece la democracia burguesa, y que deberá ser el signo distintivo de la democracia socialista, a participación real de las masas, a multiplicidad de liderazgos que permitan la asunción masiva de los ideales del socialismo, arduo y novísimo ejercicio para que los maltratados de la fortuna, los oprimidos de siempre interioricen otro modo de organizarse en la sociedad, crear  posibilidades de bienestar, mejorar su vida y la de su familia, porque de eso se trata en esencia la aspiración socialista de fomentar una mirada diferente de los seres humanos hacia la existencia que junta el principio cristiano de compartir los panes y los peces, el hombre nuevo que San Agustín reclamó antes que el Che Guevara lo intentara en si mismo, el mejoramiento humano de José Martí y la necesidad de socializar las formas de producir y de distribuir lo conseguido.

“El control público es absolutamente necesario- aseveraba Rosa Luxemburgo-. De otra manera el intercambio de experiencias no sale del círculo cerrado de los burócratas del nuevo régimen. La corrupción se torna inevitable (palabras de Lenin…). La vida socialista exige una completa transformación espiritual de las masas degradadas por siglos de dominio de la clase burguesa. Los instintos sociales en lugar de los egoístas, la iniciativa de las masas en lugar de la inercia, el idealismo que supera todo sufrimiento, etc. Nadie lo sabe mejor, lo describe de manera más penetrante, lo repite más firmemente que Lenin. Pero está completamente equivocado en los medios que utiliza. Los decretos, la fuerza dictatorial del supervisor de fábrica, los castigos draconianos, el dominio por el terror, todas estas cosas son sólo paliativos. El único camino al renacimiento pasa por la escuela de la misma vida pública, por la democracia y opinión pública más ilimitadas y amplias. Es el terror lo que desmoraliza” (RR, p.211).

Rosa está hablando de otra pedagogía del poder que trascienda los límites estrechos de la verticalidad conocida, que condicione una nueva espiritualidad, pretensión que se ha visto altamente presionada por la lucha enconada contra un enemigo ideológico empeñado en impedir tales propósitos, el enemigo capitalista, claro está, pero también lo que de el hay inconscientemente dentro de las propias filas que intentan derrotarlo.

“Lenin dice que el Estado burgués es un instrumento de opresión de la clase trabajadora, -analiza Rosa-, el Estado socialista, en cambio, de opresión a la burguesía. En cierta medida, dice, es solamente el Estado capitalista puesto cabeza abajo. Esta concepción simplista deja de lado el punto esencial: el gobierno de la clase burguesa no necesita del entrenamiento y la educación política de toda la masa del pueblo, por lo menos no más allá de determinados límites estrechos. Pero para la dictadura proletaria ése es el elemento vital, el aire sin el cual no puede existir” (RR, p.209).

Pero la educación política no puede ser un catecismo que se repite, según se interpreta de las palabras de Rosa, sino un aprendizaje que debe fraguarse, no en la falsa libertad burguesa que deja a millones embrutecidos por la sobre vivencia sin posibles de participación real, sino en la libertad de todos, la que nunca existió en la historia humana.

“La libertad sólo para los que apoyan al gobierno, sólo para los miembros de un partido (por numeroso que éste sea) no es libertad en absoluto- expresaba Rosa en su texto sobre la Revolución Rusa. La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente. No a causa de ningún concepto fanático de la “justicia”, sino porque todo lo que es instructivo, totalizador y purificante en la libertad política depende de esta característica esencial, y su efectividad desaparece tan pronto como la ‘libertad’ se convierte en un privilegio especial” (RR, p. 209-210).

Estoy segura que Rosa pensaba en la libertad responsable, la basada en el derecho acordado por la propia sociedad como parte del entrenamiento y la educación política de toda la masa del pueblo que proclamaba y que a su manera el benemérito Benito Juárez sintetizaba en su genial frase: el respeto al derecho ajeno es la paz.

“Cuando se elimina todo esto, ¿qué queda realmente? – se preguntaba la pensadora-. En lugar de los organismos representativos surgidos de elecciones populares generales, Lenin y Trostki implantaron los soviet como única representación verdadera de las masas trabajadoras. Pero con la represión de la vida política en el conjunto del país, la vida de los soviets también se deteriorará cada vez más. Sin elecciones generales, sin una irrestricta libertad de prensa y reunión, sin una libre lucha de opiniones, la vida muere en toda institución pública, se torna una mera apariencia de vida, en la que sólo queda la burocracia como elemento activo. Gradualmente se adormece la vida pública, dirigen y gobiernan unas pocas docenas de dirigentes partidarios de energía inagotable y de experiencia ilimitada. Entre ellos, en realidad, dirigen sólo una docena de cabezas pensantes, y de vez en cuando se invita a una élite de la clase obrera a reuniones donde deben aplaudir los discursos de los dirigentes, y aprobar por unanimidad las mociones propuestas. En el fondo, entonces, una camarilla. Una dictadura, por cierto: no la dictadura del proletariado sino la de un grupo de políticos, es decir, una dictadura en el sentido burgués, en el sentido del gobierno de los jacobinos (¡la postergación del Congreso de los Soviets de periodos de tres meses a seis!). Sí, podemos ir aun más lejos; esas condiciones pueden causar inevitablemente una brutalización de la vida pública…” (RR, p.211-212).

Nuevas bases para el mundo

Lamentablemente los hechos, que al decir de Lenin,- quien siempre admiró la agudeza de la revolucionaria-, -son testarudos, le dieron la razón a la polémica Rosa respecto a la Revolución Rusa, aún, si como se ha dicho, se arrepintió alguna vez de la contundencia con que expresó su angustia por el futuro socialista de Rusia. Sin saberlo, por supuesto, coincidía en sus preocupaciones respecto a la aplicación del poder a partir de las ideas socialistas con José Martí que muy tempranamente avizoró que las veleidades humanas podían contaminar a ese ideal. Cuando Fermín Valdés Domínguez, su amigo íntimo desde la infancia, le escribió desde Cuba acerca de las labores que realizaba a favor del socialismo. El Apóstol le respondió a su hermano del alma de esta forma:

“(…) Una cosa te tengo que celebrar mucho, y es el cariño con que tratas; y tu respeto de hombre, a los cubanos que por ahí buscan sinceramente, con este nombre o aquél, un poco más de orden cordial, y de equilibrio indispensable, en la administración de las cosas de este mundo: Por lo noble se ha de juzgar una aspiración: y no por esta o aquella verruga que le ponga la pasión humana. Dos peligros tiene la idea socialista, como tantas otras —el de las lecturas extranjerizas, confusas e incompletas— y el de la soberbia y rabia disimulada de los ambiciosos, que para ir levantándose en el mundo empiezan por fingirse, para tener hombros en que alzarse, frenéticos defensores de los desamparados. Unos van, de pedigüeños de la reina, (…) Otros pasan de energúmenos a chambelanes, como aquellos de que cuenta Chateaubriand en sus “Memorias”. Pero en nuestro pueblo no es tanto el riesgo, como en sociedades más iracundas, y de menos claridad natural: explicar será nuestro trabajo, y liso y hondo, como tú lo sabrás hacer: el caso es no comprometer la excelsa justicia por los modos equivocados o excesivos de pedirla. Y siempre con la justicia, tú y yo, porque los errores de su forma no autorizan a las almas de buena cuna a desertar de su defensa (…)”. [Véase Martí, José, Obras Completas, t. 3, p. 168].

En 1884, José Martí, escribió, en ocasión de la muerte de Carlos Marx, una crónica que ratifica la identidad con el ideal de justicia de Marx y su interés de asentar el mundo sobre nuevas bases:

“Karl Marx ha muerto. Como se puso del lado de los débiles, merece honor. Pero no hace bien el que señala el daño, y arde en ansias generosas de ponerle remedio, sino el que enseña remedio blando al daño. (…)” [Martí, José, O. C. t. 9, p. 388].

Más adelante señala:

“Karl Marx estudió los modos de asentar al mundo sobre nuevas bases, y despertó a los dormidos, y les enseñó el modo de echar a tierra los puntales rotos. Pero anduvo de prisa, y un tanto en la sombra, sin ver que no nacen viables, ni de seno de pueblo en la historia, ni de seno de mujer en el hogar, los hijos que no han tenido gestación natural y laboriosa. Aquí están buenos amigos de Karl Marx, que no fue sólo movedor titánico de las cóleras de los trabajadores europeos, sino veedor profundo en la razón de las miserias humanas, y en los destinos de los hombres, y hombre comido del ansia de hacer bien. El veía en todo lo que en sí propio llevaba: rebeldía, camino a lo alto, lucha”. [Ibidem].

En realidad Carlos Marx estaba relacionado con ese criterio de gestación natural al que se refiere Martí, pues estaba convencido que el propio desarrollo capitalista llevaría a la aparición del socialismo, pero la Historia demostró que no iba a ser tan fácil a pesar de que la idea del bienestar posible en la comuna, el bien común, el comunismo es casi tan vieja como el ser humano, manifiesta en los filósofos griegos Platón y Zenón de Citio, en los padres de la iglesia cristiana San Ambrosio, San Jerónimo y San Juan Crisóstomo, en el pensador musulmán Mamad Ibn Massarra porque en toda búsqueda de mejoramiento humano aparecen el egoísmo, la concentración de bienes en unos pocos en causa de infelicidad para todos.

“Son los rusos el látigo de la reforma: mas no, no son aún estos hombres impacientes y generosos, manchados de ira,- sentenció Martí- los que han de poner cimiento al mundo nuevo: ellos son la espuela, y vienen a punto, como la voz de la conciencia, que pudiera dormirse: pero el acero del acicate no sirve bien para martillo fundador”. [Ibidem].

Y los testarudos hechos también le dieron la razón a causa, entre otras cosas, como el mismo señalaba a su amigo Fermín Valdés Domínguez, de las verrugas que ponen las pasiones humanas, porque ni el más obtuso puede negar que el ideal del comunismo, como el de Jesús, para seguir con un ejemplo comprensible para muchos, es el que puede decidir ante la disyuntiva de la especie expresada en la frase de Rosa Luxemburgo: Socialismo o barbarie, porque a eso ha llevado el capitalismo, a la deshumanización, a la injusticia, al desastre, a la barbarie altamente tecnificada, de lo cual estamos enterados por la noticias cotidianas.

No hay estructura socialista, ha sentenciado Fray Betto, que produzca por efecto mecánico, personas de índole generosa, abiertas al compartir, si no se adopta una pedagogía capaz de promover permanentemente emulación moral, capaz de hacer del socialismo el nombre político del amor. No es extraño que una serie de pensadores de origen cristiano hayan generado la teología de la liberación, la educación como práctica de la libertad, la pedagogía del oprimido, lo que se ha sistematizado bajo el término educación popular y tienen en su esencia algo que debe ser consustancial al socialismo: el empoderamiento de todos para sentar las bases nuevas que el  mundo necesita, sin soslayar, como afirma Paulo Freire que: “El liderazgo revolucionario no puede tomar a los oprimidos del anterior régimen como simples ejecutores de sus determinaciones, como meros activistas a quienes se niegue la reflexión sobre su propia acción, la verdadera revolución -enfatiza-, tiene que establecer el diálogo valeroso con las masas, no puede temer a su expresividad, a su participación efectiva en el poder, no puede dejar de rendirles cuenta, de hablar de sus aciertos de sus errores, de sus equívocos, de sus dificultades.”

Esos son conceptos expresados en el año 1970, con puntos coincidentes con Simone Weil, Rosa Luxemburgo, José Martí y muchos otros y otras empeñados en la lucha contra la opresión.

Que el intento de establecer el socialismo en Europa fracasara en el Siglo XX obliga a los que seguimos apostando por su validez a no repetir los errores que impidieron su consagración como la más importante propuesta emancipadora de nuestra civilización. Los errores de su forma, como dijo Martí de la justicia, no autorizan a las almas de buena cuna a desertar de su defensa.

Tomado de: https://www.cubaperiodistas.cu

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La tragedia griega de Winston Churchill

Winston Churchill. (Reino Unido, 1874-1965)

Por Jorge Wejebe Cobo

A Hitler le encantó la idea de izar un gigantesco estandarte nazi en el Partenón de Atenas, Grecia, cuando sus tropas ocuparon esa ciudad el 27 de abril de 1941, pero es de suponer que sus ayudantes le ocultaron que el soldado griego, obligado a arriar su bandera, la abrazó y se inmoló al lanzarse desde lo alto del promontorio ante la estupefacción de los invasores.

Eran malos augurios para los ocupantes. Pocos días después un joven de 19 años, Manolis Glezos, y su compañero Apóstolos Santas, arriaron la enseña fascista como señal del inicio de la resistencia, gesto que repercutió también en toda la Europa ocupada y en el apogeo del poder alemán.

Ambos luchadores pudieron escapar momentáneamente de los alemanes, pero Manolis Glezos enfrentaría casi toda su vida un verdadero calvario en cárceles fascistas y de regímenes anticomunistas, esperando ser ejecutado, incluso, después de la guerra por mantenerse firme a sus ideas democráticas y progresistas. Hoy, a sus 92 años, es un indiscutible líder de la izquierda en su país y fue el eurodiputado más viejo de ese parlamento.

Para entonces, las montañas y desfiladeros griegos se convirtieron en escenarios de una guerra a muerte contra los ocupantes alemanes que sustituyeron a las ineptas tropas italianas de Benito Mussolini, que en 1940 también invadieron el país, para ser casi expulsadas por el movimiento guerrillero y el ejército griego.

En Londres el primer ministro inglés, Winston Churchill, esperaba lo peor y pasaba revista a diario a los pocos recursos defensivos de la solitaria Inglaterra, para hacer frente a la probable invasión alemana y ante la difícil perspectiva de vida o muerte del Imperio Británico en 1941, para lo cual cualquier oposición armada a Hitler en el continente era apoyada por un cuerpo de oficiales de inteligencia denominado Special Operations Executive (SOE).

Los comandos del soe se lanzaban en paracaídas desde los grandes bombardeos Halifax, en misiones nocturnas, junto con las armas y pertrechos en las zonas guerrilleras griegas para combatir a las tropas nazis, como también lo hacían en Francia, Yugoslavia y Países Bajos ocupados por los nazis.

Durante esa época, cuando se sembraban coles en los parques de Londres para prever una hambruna bajo el bloqueo alemán a las Islas Británicas, poco importaba al gobierno inglés que los movimientos de resistencia contra la ocupación fascista en Grecia estuvieran dominados por los comunistas, quienes habían promovido la fundación del Ejército Popular de Liberación (ELAS, por siglas en griego) con todas las fuerzas democráticas y antifascistas, para que eliminaran  a fuerzas y medios alemanes destinados a la invasión a Inglaterra.

El elas llegó a organizar a dos millones de simpatizantes y alrededor de 50 000 combatientes activos que desarrollaron con tanto éxito la guerra, que al final de la contienda liberaría buena parte del territorio griego antes de la entrada de las tropas aliadas al país y se convirtió en la fuerza política más importante de la nación, por el prestigio que ganaron en la lucha contra la ocupación.

En esa época, Churchill diría de sus entonces aliados: «No diremos que los griegos combaten como héroes, sino que los héroes combaten como los griegos». Pero en 1943 se sentía tranquilo. Ya Inglaterra dejó atrás su peor momento. La URSS ganó la Batalla de Stalingrado, donde los alemanes perdieron más de un millón de hombres y el curso de la guerra apuntaba inexorablemente a la victoria aliada.

Entonces consideró oportuno cambiar su estrategia de sobrevivencia desesperada de inicios de contienda y volver a su original pensamiento, profundamente anticomunista, y cesó de apoyar a elas bajo el razonamiento de que Grecia caería fatalmente bajo la autoridad de Stalin si la izquierda griega llegaba al poder después de la guerra, aunque el líder soviético realmente no se involucró con mucho entusiasmo en Grecia, que era una zona de influencia anglonorteamericana.

Los servicios especiales ingleses apuntalaron y organizaron otras facciones de fascistas y colaboradores del gobierno títere instituido por Alemania tras su invasión a Grecia, pero que asegurarían en el futuro a Inglaterra un régimen de derecha favorable a los intereses ingleses y combatieran a los comunistas y sus aliados.

Para ese fin, Churchill concibió la creación de la llamada Fuerza de Intervención Helénica o lok –según su acrónimo en griego–, con lo que se creaba la insólita situación en que los guerrilleros de elas eran combatidos por igual por las tropas alemanas y los nuevos aliados de la inteligencia inglesa, mucho antes de culminar la II Guerra Mundial.

El centro de la estrategia inglesa estaba en llevar nuevamente al poder al Rey Jorge II de Grecia, que huyó de la invasión alemana y se refugió finalmente en Inglaterra, quien tenía un pasado represivo y de extrema derecha desde la década de los años 30, cuando gobernó, anuló los derechos democráticos, el parlamento y los partidos políticos.

Con la retirada de los ejércitos alemanes de Grecia en 1944 y la entrada de las tropas anglonorteamericanas, tras arreglos, actos terroristas, detenciones masivas y maniobras políticas, se impuso la fórmula inglesa-norteamericana y el Rey asumió el poder, pero los comunistas y las fuerzas democráticas del antiguo elas combatieron al régimen y se generalizó una guerra civil que se extendió hasta 1948.

Durante la contienda, el ejército griego armado y apoyado directamente por los norteamericanos e ingleses, derrotaron a la izquierda, para garantizar que en Grecia gobernara una democracia tutelada por los intereses de EE.UU. e Inglaterra en los Balcanes.

En los años posteriores la CIA y la inteligencia inglesa mantuvieron y desarrollaron una espesa red de organizaciones secretas de extrema derecha en Grecia, al estilo de la Fuerza de Intervención Helénica o lok, y en toda Europa Occidental, que colaboró en consolidar la subordinación de los gobiernos europeos occidentales a la política exterior de EE.UU., y evitó desde entonces la asunción del poder de cualquier régimen en alianza con los comunistas.

Con ese fin se desarrollaron operaciones encubiertas que siguieron la matriz de las medidas aplicadas en Grecia y que se replicarían poco después en Italia en 1948, para impedir el triunfo de los comunistas en las elecciones generales y que servirían como matriz en lo adelante para las operaciones encubiertas y de desestabilización aplicadas por EE. UU. en todo el siglo XX.

Aunque al parecer el peligro no acabó en el pasado siglo. Recientemente, ante la crisis económica griega, corrieron rumores de que el ejército realizaría otro golpe de Estado, el primero lo hicieron en 1967 y llevaron el conocido gobierno de los coroneles, que suprimió por un tiempo el Estado de Derecho democrático.

Las nuevas versiones de asonada militar en esta ocasión se referían a que se realizaría apoyada por la otan y EE.UU. si la crisis se fuera de control para evitar un estado de ingobernabilidad con repercusiones en la región, aunque este último recurso no fue necesario, los militares siguen en sus cuarteles.

Tomado de: http://www.granma.cu

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El neorrealismo y la lucha por la descolonización de los imaginarios.

La máquina de la mirada. Los movimientos cinematográficos de ruptura y el cine político latinoamericano. Susana Vellleggia

Por Susana Velleggia

Desde las primeras imágenes rodadas por los Lumière y Méliès hasta nuestros días, la historia del cine mundial es susceptible de periodizaciones diversas según los criterios –y las variables en consonancia con ellos– que se apliquen. La periodización tradicional, toma como eje a la variable tecnológica y establece dos grandes períodos: el del cine mudo y el que, luego de tanteos experimentales, se inicia la noche del 6 de octubre de 1927, cuando un Al Jolson con el rostro teñido de negro y luego de una canción, se dirige desde la pantalla al estupefacto público de la sala Warner para decir: «Esperen un momento, pues todavía no han oído nada. Escuchen ahora…» Para ello fue necesario que la Warner Bros, al borde de la quiebra y como último recurso, decidiera incorporar la novedad técnica del sonido a la producción comercial con la mediocre película El cantante de jazz (The Jazz Singer), de Alan Crosland. El éxito comercial salvó a la Warner y dio inicio al cine sonoro.(1)

Pero si aplicamos otros criterios y variables, es posible dividir esa historia en otros dos grandes períodos, cada uno con sus etapas respectivas: uno pre y otro post apogeo mundial de Hollywood. El primero de ellos llega hasta la Primera Guerra Mundial (1917), mientras que diversos autores coinciden en ubicar el comienzo del segundo período hacia 1918 y aún no se vislumbra su fin. Dentro de este último, hay varios movimientos de ruptura con el modelo de cine hegemónico, pero merece destacarse uno de ellos que, por varias razones, marca un «antes» y un «después» del cine mundial. Se trata del neorrealismo italiano, el cual cumple esta función de bisagra en la historia del cine, aunque sus antecedentes pueden rastrearse en los inicios mismos del séptimo arte.

La era pre-Hollywood se caracteriza por el desarrollo de las cinematografías nacionales, la competencia entre ellas y la diversidad de aportes estéticos que van conformando el lenguaje artístico del cine, el patrón de géneros y las corrientes estilísticas que caracterizarán a diferentes cinematografías y directores. Los ascendentes emporios Pathé y Gaumont en Francia y el trust Edison de Estados Unidos, compiten con las pujantes cinematografías de los países nórdicos, italiana, británica, alemana, etc., en la búsqueda permanente de novedades. Sin ser este un panorama exento de conflictos, la competencia asegura cierto equilibrio de los intercambios entre los distintos cines nacionales. Pathé, de cuya mano circulaban dentro de Estados Unidos y Francia los filmes europeos, llegó a gozar de un liderazgo artístico y comercial que perdería rápidamente en favor del trust de Edison. Este último «pirateaba» descaradamente las películas de Méliès para su distribución en Estados Unidos, mientras exigía a sus competidores de un lado y otro del Atlántico, el pago de canon por el uso de la película inventada por él.

Este primer período comprende desde los inventos de Edison y las experiencias iniciales al calor de la feria y los espectáculos del vaudeville, el registro de escenas de la vida cotidiana y los trucos del mago de Montreuil, hasta los jalones que van sentando los cimientos del sistema de géneros con los primeros intentos de narrativa ficcional.

La «guerra de las patentes», desatada por Edison contra sus competidores –a los que pretendía cobrar un royalty por el uso de la película por él inventada y producida monopólicamente hasta entonces por la Eastman– y diversas condiciones intra y extra cinematográficas, llevaron a la hegemonía de Hollywood, y con ello, a que un modelo de cine se impusiera como sinónimo de «universal» sobre otros posibles.

La naturaleza industrial del cine determina la posibilidad de reproductibilidad infinita de la obra matriz. Los costos fijos de producción que requiere cada obra, no guardan proporción alguna con los del copiado, por lo que el ideal comercial es la circulación simultánea de tantas copias de cada película como sea posible. Ningún mercado interno, por más elevado que sea su número de salas y de espectadores, es suficiente si se trata de optimizar la inversión obteniendo la máxima ganancia e inclusive, en algunos casos, de amortizar los costos de una producción.

La fundación de Hollywood, sus posibilidades paisajísticas y la audacia de los nuevos pioneros, se conjugarán para impulsar el desarrollo de un género genuinamente americano que se popularizaría mundialmente: el western. Su tradición era entonces breve, apenas iniciada por Edwin S. Porter, Broncho Bill, Francis Boggs (que había dirigido a Tom Mix) y el arriba mencionado Carter. La Bison, una compañía que se proponía especializar en el género, contrató a Thomas Harper Ince, actor autodidacta que se ufanaba de no haber leído nunca un libro. Ince contrató a su vez al circo Ranch 101 –que contaba con una troupe de indios y cow-boys verdaderos, domadores de potros, diestros tiradores, etc.– para hacer su primera película, Across the Plains (1911), sobre la fiebre del oro de 1848 en California.(2)

Al hacer de la conquista del Far West por los pioneros y del genocidio indígena, una epopeya que daba cuenta de la «superioridad» de la cultura y el hombre blancos, además de un género cinematográfico, Hollywood inventaba una historia americana mítica, a la medida de las gestas colonizadoras europeas. Asimismo, los espectadores del continente, hartos de la propaganda de la preguerra y de los elaborados filmes franceses, daneses y alemanes, descubrieron en la visualidad sin complicaciones que ofrecía el western un emocionante pasatiempo.

Sin embargo, fue el exhibidor independiente Adolph Zukor (extapicero de origen húngaro) quien impuso a Hollywood el formato industrial. Asociado con varios empresarios creó la Paramount Corporation, que agrupaba a empresas independientes con unas 5 000 salas en todo el país. Utilizó un eslogan copiado del Film d’Art francés:«Actores famosos en obras famosas», eligió a los mejores directores y a la actriz Mary Pickford, e implantó la contratación en bloque a los exhibidores –toda la producción del estudio y a ciegas, basándose en el prestigio de las estrellas–; así puso en marcha un ambicioso plan que constaba de tres categorías de producciones: A, B y C, según quienes fueran sus intérpretes y el presupuesto. Comenzó a rodar películas con el proyecto del lanzamiento semanal de un gran filme (clase A), de una hora o más de duración. Posteriormente, y ya perfeccionada, esta fue la forma que asumió la producción y comercialización de películas a escala mundial.

Estas innovaciones en el plano industrial, requerían una sistematización del lenguaje que diera al cine su autonomía como campo de expresión artística. Fue el autodidacta David Wark Griffith, quien cumplió esta misión. Contratado por la Biograph, en 1908, se abocó a sistematizar los códigos del lenguaje, dispersos o apenas esbozados en las obras pioneras de las distintas cinematografías, y a inventar otros. Desde aquel año hasta 1912, filmó cuatrocientas películas para el trust de Edison, con las cuales fue experimentando y depurando los hallazgos que luego aplicaría a sus dos obras maestras. Entre ellos, el primer plano con intención dramática y su edición con planos más amplios; las panorámicas y movimientos de cámara que descubren datos complementarios a los inicialmente aportados por la toma; el flash-back; las acciones paralelas al estilo de la narrativa de Dickens; el salvamento de último minuto y el suspense creado por un montaje paralelo de ritmo creciente.

Con El nacimiento de una nación (1915), la primera película de larga duración (dos horas y cuarenta y cinco minutos), Griffith le da al arte cinematográfico la depuración de lenguaje que requería, y al cine estadounidense el éxito comercial y la fama que atraerán hacia Hollywood a los inversores de Wall Street. El filme motivó una fuerte polémica por su ideología racista, pero sirvió al presidente Wilson –quien lo había visto en la Casa Blanca antes de su estreno– para ganar los votos del Sur. La obra había costado algo más de cien mil dólares y logró cien millones de espectadores cuando se proyectó durante cuarenta y cuatro semanas seguidas en las principales ciudades de Estados Unidos.(3)

Con Intolerancia (1916) –basada en la historia de un huelguista que, en 1912, a punto de ser ajusticiado bajo la acusación de matar a su patrón, es salvado por un indulto de último momento–, Griffith se propuso realizar «un drama solar de todas las edades de la humanidad». Con esta crítica, algo ingenua, a la intolerancia racial y social, procuraba el joven director compensar la visión racista de su filme anterior.

Hollywood vería con asombro la construcción de un palacio de Babilonia de 70 metros de alto por 1 600 de profundidad, para experimentar después una de sus mayores frustraciones. El pretencioso subtítulo (La lucha del amor a través de los tiempos), y la mezcla de tres tiempos históricos y cuatro relatos («La caída de Babilonia», «Vida y pasión de Cristo», «La matanza de San Bartolomé» y «La madre y la ley»), solo enlazados por los carteles de unos versos de Withman repetidos como leit-motiv y la imagen de Lilian Gish meciendo una cuna («La cuna se mece sin fin, uniendo el presente y el futuro»), harán de Intolerancia un colosal alegato pacifista y social y el primer filme acronológico. La obra, que influenció tanto al cine como a la literatura, demandó la contratación de 16 000 extras, fue registrada en miles de metros de película (76 horas de material en bruto), y concluyó en un montaje de ocho horas de duración, luego reducido a tres horas. El rodaje había requerido de un enorme staff de ayudantes, algunos de los cuales llegarían a ser famosos directores, un elenco de estrellas de primer nivel y el mayor presupuesto desembolsado hasta entonces para producir una película: dos millones de dólares.(4) Todo un récord para la época.

Intolerancia fue una obra de vanguardia cuya maestría técnica impresionó a los cineastas de todo el mundo –particularmente a las vanguardias soviéticas– y, quizá por eso mismo, un catastrófico negocio.

La misma posibilidad de realizar este despliegue productivo, poniéndolo al servicio de la creatividad de un hombre dispuesto a innovar para alcanzar la gloria y dotar a Hollywood de su primer «monumento» cinematográfico, puede interpretarse como el gesto de consolidación de la que ya era la industria más organizada y poderosa del mundo.

Sobre la ruina del creativo Griffith, Hollywood edificó de inmediato la prosperidad del rutinario Cecil B. de Mille, dando cuenta de la versatilidad sobre la que se construyó su potencia.

Después del filme de Griffith, todas las condiciones estaban dadas para que el cine de Hollywood ocupara el espacio que se abriría en Europa al estallar la Primera Guerra Mundial y quedar paralizadas sus industrias cinematográficas.

Comenzará así el segundo de los períodos arriba mencionados, el cual se caracteriza por:

  • La captación de talentos de las distintas cinematografías nacionales, así como la incorporación de hallazgos temáticos y artísticos que, reelaborados, por las usinas de Hollywood, son lanzados al mundo como «primicias».
  • La progresiva concentración empresarial de los sectores de la producción, la distribución y la exhibición, así como la agresiva política de exportaciones llevada adelante por la industria cinematográfica estadounidense, con el apoyo del Departamento de Estado, para la conquista de los mercados externos.
  • El férreo proteccionismo del mercado interno de los Estados Unidos, que se torna impermeable a los filmes producidos por otras industrias.
  • Las crisis cíclicas de las industrias cinematográficas mundiales, vinculadas –aunque no exclusivamente– a las crisis económicas y los cambios tecnológicos.
  • La erosión de la diversidad que caracterizó la evolución del cine hasta la Primera Guerra Mundial. La multiplicidad de miradas se irá reduciendo progresivamente a la mirada propuesta por el modelo hegemónico hollywoodense, hecho que incidirá en la formación de la capacidad de apreciación cinematográfica de los públicos y en las características de la producción realizada en distintas latitudes. Y que, asimismo, generará la reacción de los movimientos de ruptura.(5)
  • La lucha entre Hollywood y las cinematografías nacionales europeas y la adopción, por parte de los respectivos gobiernos, de medidas proteccionistas, a fin de contrabalancear el poder del cartel de la MPEAA (Motion Pictures Export Association of America), organización adoptada por los grandes estudios para competir con otras industrias por el control de los mercados mundiales.
  • La institucionalización del star system y del sistema de géneros, como forma natural de la producción-comercialización de cine, que evolucionan paralela y simultáneamente, interrelacionados con la sistematización del formato industrial y el modo de producción adoptado para ello.

La facilidad para incorporar, adaptar y combinar componentes culturales de procedencia diversa, es parte indisoluble de la capacidad de la industria hollywoodense de este período a fin de «fabricar» una cultura típicamente americana «universalizable», como modelo para públicos pertenecientes a distintos sectores sociales, países y culturas. En algunos casos, la fórmula fracasará estrepitosamente y, en otros, triunfará, apelando inclusive a mutilaciones y modificaciones de las películas que se exportarían, cuya factura tendría en cuenta las características de los mercados de destino. Algo que a los europeos les escandalizaría y que jamás practicaron con sus cines.

Consigna Georges Sadoul que los diez años que siguieron a la Primera Guerra Mundial marcan el período de apogeo del cine norteamericano en el mundo. Las películas de esa procedencia llegaron a representar entre 60% y 90% de la programación de las pantallas europeas, mientras que los filmes de origen extranjero fueron erradicados de las 20 000 salas de Estados Unidos. Hollywood dedicaba cada año doscientos millones de dólares a una producción que superaba los ochocientos filmes anuales. Los 1 500 millones de dólares que llevaban invertidos los estudios, los equiparaban a las mayores empresas industriales de los Estados Unidos: automóviles, petróleo, acero, alimentos. La vinculación de los más grandes de ellos: Paramount, Loew, Fox, Metro, Universal –que dominaban la producción, la distribución y el comercio mundiales de películas–, con las potencias financieras de Wall Street (Banca Kuhn Loeb, Morgan, Rockefeller, Dupont de Nemours, General Motors), será creciente. Pero, después del último fracaso de Griffith, que los inversionistas adjudican a sus extravagancias, para los banqueros no serán confiables los directores, sino los productores y las estrellas.

Recién con la influencia del neorrealismo y la crisis de espectadores que despunta en 1947, y se prolonga durante los años cincuenta, el star system es relativizado y el nombre de los directores comenzará a adquirir progresiva relevancia. Ello sucede cuando el público va madurando su capacidad de apreciación audiovisual e irrumpe la televisión. Aparecen nuevas generaciones de directores y guionistas que darán lugar al cine de autor en Francia y a los movimientos de los nuevos cines que se esparcen por el mundo, asumiendo diferentes características según los países.

Ante el nuevo medio, el cine se consagrará definitivamente como arte, pasa a ser objeto de análisis y de estudio en las universidades, en tanto la función de entretenimiento familiar la acaparará la pantalla chica.

Impulsadas por el sector financiero, que exigía seguridad para sus inversiones en el cine, en 1925 las empresas de Hollywood crean la Motion Pictures Producers of America (MPEA) como una asociación de los mayores productores y distribuidores. Su organización recae en el puritano y rígido político republicano William Hayes que, en lo sucesivo, será llamado «el zar del cine». De la oficina de Hayes surge el código del pudor –o Código de la Producción–, redactado por un sacerdote jesuita, el R.P. Daniel Lord, quien responderá a dos demandas simultáneas. Por un lado, las peticiones de las asociaciones y ligas de la moral, que protestaban por la escandalosa vida de las estrellas de Hollywood y la no menos pecaminosa de los personajes que encarnaban en las películas. Por otra parte, Hayes tenía una teoría sobre el cine, más certera y pragmática que inspirada en la moral, y estaba decidido a ponerla en práctica: «La mercancía sigue al filme; dondequiera que penetra el filme norteamericano vendemos más productos norteamericanos.»(6)

El Código de la Producción sistematiza, por primera vez, la censura moral e ideológica a ejercer sobre el cine, para tornarlo un apto vehículo de negocios, de un estilo de vida y de valores, ideas y costumbres que debían alcanzar escala universal y establecer un círculo virtuoso que se realimentara a sí mismo.

El staff de los estudios se refuerza, entonces, con consejeros, expertos en estudios de opinión y marketing, y publicistas. La misión de los primeros es analizar los guiones y «sugerir» los cambios necesarios para que cada filme no vulnere sentimientos religiosos, morales ni político-ideológicos, de los financistas, los públicos internos, los gobiernos de las naciones que serán su futuro mercado ni, obviamente, genere interferencias con la política de relaciones exteriores del gobierno estadounidense. Ante la menor duda, el «consejero del estudio» –que cuenta con un equipo de asesores– debe comunicarse con su «contraparte» de la oficina de Hayes, quien, de ser necesario, lo hace a su vez con «su hombre» del Departamento de Estado, el cual le proporciona las orientaciones del caso.

Los expertos organizan focus group –supuestamente representativos del espectador promedio– ante los que proyectan los filmes previamente a su estreno, de modo de introducir los recortes y modificaciones del caso para su lanzamiento. Este es programado por los publicistas, que no escatiman ingenio ni recursos para lograr impacto. De la mano de Hayes, Hollywood no solo se organiza empresarialmente, sino que adquiere una notable función propagandística.

El perfil de muchas estrellas es redefinido y se descubren otras nuevas, a fin de conformar un sistema congruente de arquetipos femeninos y masculinos que surtirá a los estudios para cada filme. Los géneros se estabilizan y la producción es serializada para aprovechar los recursos invertidos en decorados, vestuarios, guiones, equipos, contrataciones de intérpretes, guionistas, directores, técnicos, etc. De este modo, la escenografía de una calle de suburbio, con ligeros retoques, servirá a la producción de varios filmes policiales; la de una mansión sureña dará lugar a otros tantos de carácter histórico; las actrices que representan a la heroína ingenua y a su contraparte vamp estarán presentes en numerosas películas del mismo estudio, reafirmando el estereotipo que la estrategia de marketing les asigna. Se consolida el cine industrial mediante un sistema de producción basado en el método fordista, científicamente planificado, que el intuitivo Zukor ya había esbozado. Pero todo ello de poco hubiera servido si Hollywood no se aseguraba, paralelamente, una posición dominante en los mercados mundiales.

Con la Segunda Guerra Mundial, el poder de Hollywood se acrecienta a niveles inéditos, motivando una serie de reacciones en los planos productivo, comercial, político y artístico, por parte de casi todos los países europeos.

En 1946, las grandes empresas crean la MPEAA, perfeccionando el modelo de su antecesora, la cual será la única entidad privada del país autorizada a tratar directamente con gobiernos extranjeros. Por su enorme poder, se la denominará «Mini-Departamento de Estado». Su primer presidente, Eric Johnston, ilustra de manera elocuente la política del cartel:

Nuestros filmes ocupan alrededor de un 60% del tiempo de proyección en los países extranjeros. Si uno de esos países quiere imponernos restricciones, voy a ver al ministro de Finanzas y le hago ver, sin amenazarle, simplemente que nuestras películas mantienen abiertas más de la mitad de las salas. Esto proporciona empleos y en consecuencia una ayuda apreciable para la economía del país concernido, cualquiera que sea. Recuerdo también a ese ministro de Finanzas el peso de los impuestos sobre el volumen de negocios que esas salas representan. Si el ministro se niega a escuchar estos argumentos, puedo aún usar otros medios apropiados.

Y agregaba: «Pero si dos o tres compañías americanas no hacen el juego, si aceptan las restricciones (…), mis argumentos frente al ministro pierden su peso. Es indispensable que formemos un frente unido. La MPEAA perdería cien millones de dólares al año si se dividiera.»(7)

«Se ha hecho necesario –constata entonces Eric Johnston– producir películas que sean aceptables a los gustos de los ingleses, italianos y japoneses, así como a los nuestros (…) Actualmente el mercado interno por sí solo no puede soportar un gran volumen de producción en Hollywood.»(8) Esta constatación impulsó una política exportadora aún más agresiva hacia Europa.

Finalizada la guerra, Hollywood encontró que el stock acumulado de películas (backlog) que no habían sido vistas en el exterior era enorme, y el europeo se presentaba como el mercado más lucrativo. De la mano del Plan Marshall, Europa fue literalmente inundada de filmes estadounidenses. Con preocupación holística –por los cuerpos y las mentes de los europeos– se argumentaba que, si Europa Occidental aceptaba la ayuda económica de los Estados Unidos para evitar que la crisis de posguerra la hiciera caer en las garras del comunismo, con el mismo fin debía aceptar los filmes norteamericanos. Mantener las mentes juveniles a salvo de las ideas comunistas, exigía música de jazz o de rock, cine de Hollywood y un cambio de hábitos y valores.

El cine norteamericano deja entonces los alambicados melodramas del «teléfono blanco» y se aboca a construir un imaginario colectivo «moderno», bajo el signo de la universalización del american way of life. La propagandización de la casa con jardín en un cordial vecindario; el automóvil; la refrigeradora; el tocadiscos –y la música correspondiente–; la cocina equipada a «la americana»; la moda femenina; la comida; el hábito de beber whisky o «coke»; la práctica deportiva y el cuidado del cuerpo; los nuevos roles familiares, etc., serán parte constitutiva del nivel conceptual y estético de las películas, adquiriendo el carácter de símbolos de la democracia liberal de mercado. La construcción del «sueño americano» será bienvenida por las masas de una Europa que, ante la devastación de la guerra, estaban ansiosas por salir de los conflictos políticos del pasado reciente, del racionamiento, el malestar y el atraso. Este cine les ofrecía más que películas en mayor o menor medida entretenidas, la oportunidad de acceder a una identidad nueva; el placer de las cosas simples de la vida bien podía ahuyentar el fantasma de los conflictos mediante el reinado del consumo. El Estado del bienestar y las multimillonarias cifras volcadas a las economías europeas por el Plan Marshall se encargarán de poner este sueño casi al alcance de la mano en los imaginarios europeos.

En su documentado estudio, Guback verifica que, entre 1946 y 1949, más de 2 600 filmes estadounidenses fueron enviados a Italia, que por entonces contaba con una capacidad de pantalla de entre 300 a 400 filmes anuales. Incluso un pequeño mercado como los Países Bajos, recibió más de 1 300 películas en el mismo período. Alemania Occidental fue también ampliamente abastecida. Dinamarca, que asimismo fue objeto del boicot de la MPEAA, recibió, entre 1947 y 1954, 1 681 películas; Gran Bretaña 2 487, entre 1949 y 1950, de ellas 800 ingresaron en un año (1949-1950).(9)

Alarmados ante la avalancha de filmes estadounidenses que excedía la capacidad de pantalla de cada mercado –fenómeno que los directivos de la MPEAA calificaban de «asunto comercial natural»–, los gobiernos europeos, acicateados por los sindicatos, asociaciones profesionales y personalidades del cine y el espectáculo, en situación de paro, decidieron aplicar medidas de protección de sus cinematografías. Un funcionario británico, en uno de sus discursos, justifica el proteccionismo con la siguiente pregunta: «¿Nos sentiríamos contentos si dependiéramos en este país de la literatura y la prensa extranjera?»(10)

La Segunda Guerra Mundial había desbaratado los sistemas de protección del mercado interno que los europeos implementaron entre 1920 y 1930, ante la invasión de películas americanas del período bélico anterior. Al finalizar la guerra, los miembros de las industrias de cine de las naciones europeas esperaban recuperarse y proteger sus inversiones en infraestructura y recursos humanos, pero era imposible hacerlo con la práctica del dumping ejercida por la MPEAA que, al saturar los mercados con enormes cantidades de películas a bajísimos precios –muchas de ellas ya viejas y con los costos amortizados en su mercado interno–, no dejaba espacio a la producción nacional. Por otra parte, los países que habían padecido la guerra en sus territorios se hallaban endeudados y tenían que afrontar la tarea de reconstrucción, por lo que el drenaje de divisas por importación de películas y envío de ganancias a los Estados Unidos, adquiría una dimensión que preocupaba a los gobiernos, e inclusive a los organismos internacionales (como la UNESCO) creados en la posguerra.

Pese a las presiones, con frecuencia extorsivas de la MPEAA, los gobiernos europeos formularon distintas medidas proteccionistas de las industrias cinematográficas de sus países que, combinadas entre sí, produjeron resultados positivos. Esta lucha de las naciones europeas por la defensa de sus mercados cinematográficos –y luego audiovisuales en general– no es entendida solamente como una cuestión económica, sino también como una batalla por la defensa de sus identidades y por la diversidad cultural. De ahí que haya sido Francia quien diera origen a la denominada doctrina de la «excepción cultural», ante las embestidas de los Estados Unidos por liberalizar el mercado de bienes audiovisuales en la ronda de Doha de la OMC.

Aun con las medidas proteccionistas de sus mercados, implementadas por los estados europeos, la recaudación total de los filmes norteamericanos en Gran Bretaña, Italia, Francia y Alemania Occidental, en los veinte años que van de 1951 a 1970, fue de un promedio de 35 millones de dólares anuales, rindiendo a sus distribuidores 1 960 millones de dólares. Si se agregan a los anteriores, mercados más pequeños como los de Suecia, Noruega, Finlandia, Dinamarca, Países Bajos, Bélgica, Suiza, Austria, Irlanda, España y Portugal, esa cifra se incrementa, por lo menos, en 450 millones. En veinte años la venta global de filmes norteamericanos a Europa llegó a superar los 2 410 millones de dólares. Según datos de la revista Variety del 15 de mayo de 1974, durante los once años transcurridos entre 1963 y 1973, los miembros de la MPEAA ganaron en el mundo 7 565 millones de dólares, de los cuales algo más de la mitad (3 875 300 000) provinieron de fuera de los Estados Unidos.(11)

Los imaginarios de la posguerra y el neorrealismo italiano (12)

La intensidad de los movimientos de ruptura con respecto al modelo de cine hegemónico –los cuales se sucederán en prácticamente todos los países del mundo–, será directamente proporcional a la debilidad o la ausencia de políticas públicas que posibiliten la emergencia –o, en su caso, el fortalecimiento– de cinematografías nacionales, a la subordinación económica, artística y estética de los sectores involucrados en los procesos de producción, distribución y exhibición de cine en cada país, y a la colonización de los imaginarios del público por la «mirada única». Sobre este trípode se asienta el poder del cine. Arte, industria, medio de comunicación, institución cultural y proceso sociohistórico: el fenómeno cinematográfico no puede entenderse si no se toman en cuenta las múltiples variables que intervienen en su modelación, tanto pertenecientes al propio campo como externas, ya que ellas conforman un sistema de interrelaciones que supone mucho más que la suma de las partes que lo constituyen, consideradas de manera aislada. Por tal motivo, el nivel artístico, o los «contenidos», de una obra fílmica no pueden explicarse sin considerar sus modos de producción, circulación y apropiación por el público, los cuales están, a su vez, condicionados por multiplicidad de factores.

Por ello, una rebelión eficaz contra la imposición del modelo de la «mirada única» no podía provenir solamente de las medidas de carácter proteccionista de los Estados, en los aspectos industriales, sino que reclamaba una nueva concepción del cine como arte y hecho cultural y comunicacional.

A esta tarea se abocaron los movimientos cinematográficos de ruptura, que dan lugar a los «nuevos cines». El primero de ellos fue en la segunda posguerra mundial, el neorrealismo italiano. En América Latina, la misión es asumida por los movimientos del cine político que adquirirán rasgos particulares en cada uno de los países en los que se produce y exhibe, ya sea públicamente o en la clandestinidad, según las circunstancias imperantes en la época.

En este escenario de gran diversidad, las tres grandes corrientes que confluirán en esta voluntad de cambio en los planos artístico, estético, ético e industrial son:

  1. a) el neorrealismo italiano de la posguerra;
  2. b) el «cine de autor» francés, también denominado la «nouvelle vague»;
  3. c) el cine político que se expande en los sesenta de la mano de las grandes movilizaciones populares que recorren el mundo en la época.

Estos movimientos, en apariencia dispares, abrevan en las fuentes de dos corrientes fundadoras del cine de principios de siglo: los filmes de ficción soviéticos del período clásico y el Cine-ojo de Dziga Vertov que, contemporáneo del primero, tanto influenciará a las vanguardias francesas de la década del veinte y el treinta, como al cine documental inglés, al cinéma-verité de Rouch, al de la caméra-stylo de Astruc y a los «nuevos cines» que florecen en el mundo en los años sesenta.

La red de interrelaciones que entretejen estos movimientos gira en torno a un eje: el abordaje cinematográfico de la realidad histórica de sociedades en crisis desde una perspectiva crítica y adoptando como punto de partida el principio de autenticidad, antes que el de verosimilitud. Más allá de sus diferencias estilísticas y conceptuales, el rasgo común a todos ellos es la ruptura con la institucionalidad cinematográfica forjada por la industria, principalmente la de Hollywood, y la problematización de todas las categorías artísticas y estéticas en las que ella se asienta.

Las constantes que los caracterizan pueden agruparse en los siguientes aspectos:

  1. a) La problematización del realismo y del sistema de géneros

El punto de arranque de estos movimientos –y notoriamente del neorrealismo–, es la problematización de la categoría de realismo cinematográfico, tal como fuera concebida desde la industria. Esto da lugar a uno de los debates más intensos y ricos producidos en el campo artístico sobre el realismo en general que, lamentablemente, es poco conocido.

Se trata de la asunción del fenómeno cinematográfico en términos integrales, cuyo rechazo a la tradición cinematográfica del cine industrial, producido en cada espacio y momento, y del cine-espectáculo hollywoodense, reconoce distintos derroteros. Ya sea que se pretenda refundar la industria sobre nuevas bases, o bien dar al cine una dimensión que trascienda el fin de espectáculo, aunque ello lo condene a una difusión restringida, las nuevas concepciones del fenómeno cinematográfico y los argumentos que las fundamentan, se explicitan en manifiestos, ensayos, investigaciones y análisis críticos de las películas producidas en diferentes épocas y lugares. La lucha por la legitimidad de las innovaciones, impulsa a esta reflexión teórica sobre el cine a incursionar en diferentes campos y disciplinas; desde la sociología y la antropología hasta la semiótica y la filosofía política.

Esta negación de «lo viejo» y la consiguiente apertura a «lo nuevo», mantiene como constante de los planteos teóricos y las opciones artísticas, la idea de cambio integral: en las obras y sus diversos niveles constitutivos, así como en el proceso que va de la producción a su apropiación por los espectadores.

  1. b) Cambios a nivel del discurso fílmico; la historia como tema y problema

La ruptura con respecto a las reglas de los géneros consagrados del cine-espectáculo, en los niveles temático, retórico y enunciativo, es el rasgo inmediatamente visible en los tres movimientos arriba mencionados.

En el nivel temático, los filmes neorrealistas de los inicios encuentran su objeto preferencial en el drama de personajes pertenecientes a los sectores populares confrontados a la crisis de la Italia de la posguerra. La dura realidad histórica y la toma de conciencia crítica acerca de ella, por dichos sectores, es la historia que narran las películas. En una segunda etapa, el movimiento encara una apertura que bifurca sus senderos hacia otros actores sociales, temas y géneros; sin embargo, mantienen como una constante la relación sujeto-historia y a esta como nudo argumental, en mayor o menor grado explícito.

El cine de autor francés hace de la conciencia individual en crisis el objeto de su indagación. Microcosmos que, de manera más connotada que denotada, remite a una crisis de orden macrosocial. La historia individual actúa en este caso como referente de un marco histórico que es cuestionado.

Por su parte, el cine político o militante se lanza a explorar el universo del malestar social y la crisis en las múltiples manifestaciones que ella asume, desde el punto de vista de quienes serían los actores llamados a superarla: los sectores populares. Su impronta crítica suele derivar en un optimismo romántico con respecto al sujeto colectivo aludido: el pueblo.

En los niveles retórico y enunciativo, el cine de ficción de dichos movimientos opera una deconstrucción de la dramaturgia tradicional. Mientras el neorrealismo se basa en la dramaticidad cruda de los hechos históricos, el cine de autor apela a los quiebres en la temporalidad del relato, que rompen su linealidad narrativa y confieren a los sujetos de la enunciación la función de interpelar al espectador y problematizar su rol.

Asimismo, en los tres movimientos, la construcción del material fílmico opera una ruptura estética que desplaza a la «puesta en escena» heredada de la tradición teatral, y cuestiona la adaptación literaria clásica, así como los criterios de «belleza» del cine-espectáculo. Esto implica la adopción consciente de un nuevo criterio de calidad artística, que refuta el universo esteticista de la obra bien faite, remitiendo a la cualidad del cine para establecer una relación productiva obra-espectador. En esta cualidad ubican el aporte específico del arte cinematográfico.

Cada uno de estos movimientos adopta, a su manera, el principio de distanciamiento –de la estética brechtiana– para incitar al espectador a trasladar la capacidad de descubrimiento movilizada por la obra, a la toma de conciencia sobre su situación en el mundo. El cine político avanza aún más allá, al pretender que, además, el espectador se convierta en actor protagónico de la realidad histórica, y tome partido por su transformación.

Ya no se trata de agradar los sentidos para sumergir al espectador en el ilusionismo de las imágenes, con el fin de hacerle olvidar los problemas del mundo en el cual vive, sino de provocar en él interrogantes que hagan tambalear sus certidumbres e ideas previas acerca de ese mundo. Para lograr este efecto, también debe ser puesta en crisis su lógica perceptiva y, por tanto, la lógica narrativa de construcción de la obra.

Las imágenes deben demoler los condicionamientos rutinarios del público que anestesian su percepción de lo real y del arte cinematográfico. Las líneas de este ataque se sintetizan en el lenguaje fílmico. Así como en Paisá (1946), Rossellini coloca al espectador dentro de una realidad presentada «en crudo», mediante la crónica y el reportaje, confrontándolo a la verdad inapelable de espacios destruidos y personajes de la vida real relatando sus amargas experiencias de la guerra; El año pasado en Mariembad (1960), de Resnais, y gran parte de la obra de Godard, recurren a los cortes bruscos, las transposiciones, paréntesis y saltos temporales, las alusiones oscuras y polisémicas. Ambos cumplen así la premisa de que el cine debe, si no sacudir al espectador, al menos incomodarlo.

El cine político reforzará esa idea: no basta con ver, en la medida que, en términos cinematográficos, todo o casi todo ya ha sido visto. Se trata ahora de comprender, de descubrir, de sacudir la indiferencia e impulsar a la acción. Chris Marker apunta a este propósito con la suma de entrevistas de Le joli mai (1962), donde obliga a explicar a los entrevistados –y a reflexionar al espectador–por qué a los parisinos les interesa más la temperatura que la represión de la OAS en Argelia; el confort personal que las luchas obreras. «Todo espectador es un actor o un cobarde», interpela, a su vez, a los espectadores La hora de los hornos, del Grupo Cine Liberación de Argentina, refiriéndose, más que a los espectadores de la pantalla, a los de la realidad histórica.

  1. c) Cambios en el rol del director y en la relación cine-sociedad

El cambio en la relación obra-espectador apunta a forjar una interrelación cine-sociedad distinta, que se propone dar mayores grados de apertura al campo cinematográfico, cuyas opciones temáticas y de género exhiben un profundo agotamiento en las distintas épocas y países en que estos movimientos surgen. En el principio, por todos ellos compartido, de incorporar el cine a la vida, transformando la capacidad perceptiva del espectador por distintos medios, es visible la huella de dos tendencias teóricas opuestas: las vanguardias estéticas –y también las formalistas rusas– y el realismo de André Bazin.

La nueva interrelación obra-espectador ha de sustentar la fruición estética en la dimensión cognoscitiva de la realidad revelada por la obra, antes que, en la inmersión sensorial en el espectáculo, que se agota en su consumo y la catarsis emocional. Pero, mientras que a Bazin solo le interesaba qué revelaba de la realidad el ojo de la cámara y qué conocimiento del mundo aportaba el filme al espectador, omitiendo aquello que el realizador –su subjetividad– podría aportar a ambos, para los movimientos de ruptura el papel de este será clave.

Pese a los esfuerzos del neorrealismo para borrar las huellas de la subjetividad del emisor del discurso, o la presencia del director –que es la de la unidad realizador-guionista– como sujeto de la enunciación, la misma es constante. En el caso del cine de autor francés, esta presencia es explícita, consciente y teóricamente legitimada. Por su parte, el cine político «naturaliza» la presencia del director –o del colectivo que realiza el filme– como enunciador del discurso, en tanto procura ser, precisamente, un cine-ensayo.

Pero si el filme y el cine son ubicados como emergentes de un proceso histórico del que extraen su legitimidad social y a cuyo reconocimiento remiten, forzoso es que el papel tradicional del realizador sea asimismo problematizado. Este ya no será concebido como el «artista» que persigue la innovación estética per se, o que busca inspiración en los vericuetos del patrimonio discursivo literario, teatral o cinematográfico; tampoco como el «fabricante» de películas contratado por la industria a destajo. El cineasta, sin resignar su papel de artista, deviene en un comunicador social informado sobre su contexto histórico, que asume los roles de investigador, pensador, antropólogo, sociólogo y, llegado el caso, de agitador político.

Este descentramiento del cine con respecto a su propio campo adquiere un signo provocador que, necesariamente, ha de alterar las diversas dimensiones que vertebran la obra. Si en la dimensión artística ello se expresa en una deconstrucción de la dramaturgia tradicional y de los códigos consagrados por el cine-espectáculo, con la intención explícita de fundar una nueva estética y una nueva poética, en la informativa se «carga» al mensaje con todo lo que se sustrajo a la obra.

La desmesura no consiste ya en la pretensión naïf, de hacer del cine una copia fiel de la realidad, sino en la de convertirlo en una experiencia total; en un arma cuyos disparos hagan que, una vez descargada, el espectador y la sociedad ya no puedan volver a ser igual que antes.

La dramaticidad de la realidad, social o individual, revelada por el ojo inquisitivo de la cámara, debe golpear al espectador, sacarlo del apoltronamiento adormecedor de «la belleza» para arrojarlo a la vorágine de la vida, oscura, triste, sórdida, violenta, aunque no exenta de ternura y poesía, que transcurre más allá de la pantalla. Así como la obra pone al espectador ante la cruda realidad y lo hace responsable de sus opciones en relación con el mundo, también aspira a que la sociedad asuma una posición inconformista y mucho más exigente hacia el cine y el arte en general.

  1. d) Cambios en los modos de producción

Los tres movimientos mencionados subvierten los modos de producción instituidos por la industria. Las películas se realizan fuera de los estudios, con bajos presupuestos, al margen del sistema de las estrellas, recurriendo a los mismos protagonistas de la vida real o bien a actores relativamente desconocidos, y la división del trabajo de los equipos artísticos y técnicos trastoca los roles cristalizados que imperan en aquella.

Como tantas veces sucediera en la historia del cine, algunos de estos realizadores, una vez probado el éxito de público de sus obras, son convocados por la industria –incluso la hollywoodense–, pero el cine de autor y el cine político pugnarán por mantenerse apegados a la tradición de los «nuevos cines», aun trabajando desde el seno de ella. Contradicción esta que atraviesa la producción posterior de muchos cineastas que dieran comienzo a aquellos movimientos, y que el neorrealismo intenta resolver al tomar posesión de la industria cinematográfica italiana de la posguerra. El crecimiento artístico que alcanza el movimiento se articula a una constelación de factores cinematográficos y extracinematográficos, y hace factible que esto suceda, al menos por un período. Entre dichos factores cabe mencionar la emergencia de un empresariado industrial nacional que se interesa por el cine, las inversiones de Hollywood en el cine de la península –impulsadas por las políticas proteccionistas del Estado italiano de la posguerra, que limitan la importación de películas–, la característica de escuela asumida por el neorrealismo, que impulsa la formación de guionistas, directores y técnicos, con la consecuente renovación generacional. Esta dinámica le permitirá dar un nuevo giro cuando las primeras señales deagotamiento se presenten. Otros dos aspectos merecen destacarse: la reflexión teórica sistemática que acompaña a la práctica cinematográfica y el profundo enraizamiento de su poética y su estética en la identidad cultural de las distintas regiones de Italia.

Estas experiencias permiten comprobar que el nivel conceptual y estético de los discursos es indisociable de sus modos de producción. Cuando la continuidad de la labor de los directores se traslada del contexto contra-institucional y contra-cultural del movimiento originario, al de la industria, las obras resultantes irán perdiendo la vitalidad de las que fueran fundadoras de cada corriente.

De este proceso de cambios surgen nuevos criterios de verosimilitud, aplicables al campo cinematográfico en general, así como nuevos verosímiles que amplían y enriquecen las posibilidades del lenguaje fílmico, e incentivan una mayor autonomía artística del cine.

Estos movimientos se desenvuelven en contextos de intensa crisis social, en la cual se manifiesta la emergencia de imaginarios en búsqueda de un nuevo régimen de verdad. Con el neorrealismo, el cine de autor de la nouvelle vague y los nuevos cines de los años sesenta, los invisibles lazos imagen-imaginario prueban, una vez más, su consistencia.

Notas

(1) Román Gubern, Historia del cine, t. I, Baber, Barcelona, España, 1992

(2) Ídem.

(3) Ídem.

(4) Ídem.

(5) Véase Susana Velleggia, La máquina de la mirada. Los movimientos cinematográficos de ruptura y el cine político latinoamericano, Editorial Altamira, 2da. ed., Buenos Aires, 2008.

(6) Ídem.

(7) Thomas Guback, La industria internacional del cine, t. I, Editorial Fundamentos, Madrid, España, 1980.

(8) Ídem.

(9) Ídem.

(10) Ídem.

(11) Ídem.

(12) Este punto forma parte del capítulo II del libro La máquina de la mirada. Los movimientos cinematográficos de ruptura y el cine político latinoamericano, ed. cit.

Tomado de: http://www.cubacine.cult.cu

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¿Quién impone decencia al reguetonero?

Basta ya de reggaeton en los cumpleaños infantiles!!!

Por Luis Rey Yero

En los últimos tiempos han surgido comentarios, en espacios públicos y en los distintos medios de comunicación, sobre el posicionamiento irreverente en el país de grupos reguetoneros que traspasan los límites del buen decir y la decencia ciudadana. Sin embargo, los cultores de este género satanizado mantienen su estatus de agrupaciones élites muy solicitadas por un segmento de la población joven. Dondequiera que actúen arrastran a un ferviente público que les rinde pleitesía cual si fueran dioses del Olimpo. Aquellos seguidores de los nuevos Mesías de la música popular cuando asisten a sus conciertos se identifican y actúan del modo marginal con que se les excita. No hay límites ante la pegajosa música que acompaña a las groseras letras.

Tal situación merece un análisis multicausal del por qué en Cuba se está produciendo esta insólita popularidad, fiel reflejo del libertinaje imperante en las buenas costumbres, de establecidas zonas de la sociedad. Es preocupante que, donde impera la violación de determinados principios éticos que definen una nación, se introduce el caballo de Troya del reblandecimiento de la conciencia ciudadana. Las fronteras del buen decir se desploman, porque quienes se convierten en paradigmas de hombres de éxito imponen modas y modos de conducirse provocadoramente dentro de la sociedad. Cuando asistí como delegado al VI Congreso de la Uneac, en 1998, expuse ante el plenario cómo en Cuba se estaban introduciendo en nuestro tejido social expresiones de subcultura marginal que iban generalizándose dentro de la población. El alerta, con los años, se convirtió en una triste realidad: un sector de la población joven de hoy actúa bajo la ética de la transgresión pública, y apela con mayor frecuencia a la violencia física.

Esta es una de las principales causas del por qué han proliferado con éxito los jóvenes y no tan jóvenes reguetoneros, resultado de una convivencia agresiva. Los que escriben las letras de las canciones incendiarias y de un erotismo barato, se alimentan de las expresiones conductuales de sus seguidores. Ellos han logrado transcribir los estados del alma de los transgresores, porque en la generalidad de los casos constituyen su propio lenguaje marginal. Mientras más atrevidas sean las letras, más pegada tendrá para quienes las cantan y bailan. De existir otro modo de pensar ciudadano, los reguetoneros no tendrían las audiencias que logran en espacios públicos. Lo que ocurre ahora mismo, forma parte de todo un sistema de conducta sicosocial que se ha ido modelando en el imaginario colectivo al margen de lo establecido.

No existen disposiciones legales que impidan a estos grupos sus actuaciones, pero sí obligarlos a ser más respetuosos en público. Ellos están amparados por sus centros de trabajo, probablemente pagan la cotización de su sindicato y ofrecen posibles jugosas ganancias netas para la institución que los representa. Entonces habría que preguntarse ¿quién los evaluó como agrupaciones profesionales, donde se debe tener en cuenta no solo la calidad interpretativa sino también el repertorio? Ellos no actúan al margen de la ley, han sido aprobados por consejos técnicos del Instituto Nacional de la Música que los avala y declara aptos para presentarse en cualquier espacio público dentro y fuera del país. Estimo que la causa esencial de que hayan proliferado grupos como los de El Chacal, se debe precisamente al reconocimiento profesional dado por quienes los evalúan.

Mientras los operadores de audios particulares y estatales, transportistas públicos, organizadores de fiestas, DJ ambulantes, centros docentes…, incluyan en su repertorio para espacios públicos canciones de reguetoneros que ni la radio ni la televisión difunden por las atrevidas letras, la popularidad del género se mantendrá incólume y quienes abrazan el modo de actuar de sus líderes irá in crescendo. Prohibir es tan aventurado como dejar que actúen sin ningún llamado de atención. Décadas atrás se tomaban medidas, quizás demasiado punitivas, pero efectivas, con agrupaciones musicales que “desbordaban las expectativas” de la decencia social. Algunas de ellas aún se presentan con regularidad sin perder su popularidad y con un modo de actuar más atemperado a nuestra identidad. Para los difusores y reguetoneros de hoy ya existe el Decreto Ley 349, que en su artículo 4.1 inciso a) considera “una contravención muy grave” la de quien “difunda la música o realice presentaciones artísticas en las que se genere violencia con lenguaje sexista, vulgar, discriminatorio y obsceno”.

Hay otra causa de índole económica. Principalmente los centros de turismo que apelan a estos representantes de la mala música, saben que tendrán asegurado su plan técnico económico del año. El caso más notorio es aquel —apenas transcurridas 72 horas de la clausura del IX Congreso de la Uneac donde hizo las conclusiones el presidente Miguel Díaz-Canel con un llamado a la decencia y la neutralización de la chabacanería—, cuando actuó en el motel Los Laureles, de Sancti Spíritus, el reguetonero El Chacal. Ese día, a pesar de que la reservación de las mesas costaba hasta 180 CUC (4 500 CUP), con alojamiento incluido, el lugar fue invadido por numerosas personas y las capacidades de alojamiento se agotaron. Su actuación devino un acontecimiento “cultural” sin precedentes en territorio espirituano, con custodia de policías y seguridad extrema para la agrupación.

Estoy convencido de que este no es el único caso. A lo largo de la geografía cubana los reguetoneros campean por su respeto, saben que quienes los apoyan tienen poder de decisión y solvencia económica. Aún recuerdo las palabras públicas de agradecimiento de Ambrosio Fornet, cuando le dedicaron una Feria Internacional del Libro, al afirmar que había que cuidarse de la mentalidad economicista en la esfera de la cultura por las deformaciones que podría traer aparejadas. A lo que yo sumo que existen vías para neutralizar la mala hierba, que asfixia los principios éticos y los más elementales fundamentos estéticos que modelan la nación cubana. Por tanto me pregunto, amparado en el Decreto Ley 349: ¿quién impone decencia al reguetonero, exigiéndole letras menos nocivas y moderación en las insinuantes acciones corporales?

Tomado de: http://www.lajiribilla.cu

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La tacita de café

Universidad de La Habana. Edificio del Rectorado

Por Graziella Pogolotti

Durante muchos años, cuando los chirriantes tranvías ascendían trabajosamente por la cuesta de la calle San Lázaro, soñé con el día en que me llegara la oportunidad de subir por la Escalinata como una estudiante más. Allí, pensaba, se me abrirían oportunidades para adquirir nuevos conocimientos, para completar mi aprendizaje de la vida, aunque en aquellos tiempos difíciles la terminación de una carrera ofrecía pocas oportunidades laborales. Tenía clara percepción de que esos años en la Colina serían un paréntesis, un regalo de la vida, antes de enfrentar las duras realidades de un mercado laboral anémico. Tenía que transitar por ellos con la mayor intensidad posible.

Confieso haber aprendido tanto en el aula como fuera de ella. Frente a la escuela se encontraban la galería de los mártires —presencia viva de una tradición—, y las oficinas de la FEU, lugar de trasiego de alumnos de todas las facultades, además de espacio de encuentro con estudiantes procedentes de distintos países de América Latina.

En contacto con ellos, tomaba el pulso de la realidad contemporánea de nuestra área, complemento necesario de la mirada hacia el pasado que proyectábamos en los cursos de Historia de América. A veces, los puertorriqueños pasaban largas temporadas entre nosotros antes de proseguir su lucha, con destino incierto, en otras partes.

La caída de la dictadura guatemalteca, el paso de Arévalo por la presidencia y la subida de Jacobo Árbenz nos trajo el encuentro con jóvenes de aquel país. Sentíamos envidia por aquellos muchachos que avizoraban la posibilidad concreta de construir una nación. Por eso, cuando ya graduados se produjo la violenta intervención del imperialismo que atacaba con la aviación a una población inerme, compartimos el dolor de ese pueblo y se nos grabó, imborrable, el recuerdo del canciller Toriello enfrentando solitario, en la OEA, a John Foster Dulles. No sabíamos entonces que en tierra guatemalteca un joven médico argentino llamado Ernesto Guevara complementaba su formación de revolucionario.

Nosotros también soñábamos con hacer un país con justicia social y con una política exterior verdaderamente independiente. Nos había llenado de vergüenza que el nombre de Cuba se uniera a las voces que apoyaron al imperio en su violenta intervención en los asuntos internos de Guatemala. Queríamos diseñar una Universidad mejor, menos adocenada, menos desamparada en el estudio de las ciencias básicas, más volcada hacia la investigación, abierta a carreras entonces inexistentes como las de Economía, Biología y Sicología.

Encontramos interlocutores en algunos buenos maestros. A veces, el primer turno correspondía a las clases de latín. No sentía inclinación especial por la asignatura, pero Vicentina Antuña había modernizado los métodos de enseñanza y desde muy pronto empezábamos las prácticas de    traducción. Era un desafío, y me acicateaba la melodía de una lengua, madre de todas las que llamábamos romances.

Vicentina era un modelo de profesor universitario. Fiel a principios éticos incorruptibles, que no dejaban resquicio para la inequidad ni para actitudes fraudulentas ante la vida, mostraba interés por todos sus estudiantes y llegaba a conocerlos a fondo. No ejercía forma alguna de autoritarismo. Había una autoridad que dimanaba de su persona, de la ejemplaridad de su conducta, del reconocimiento a su compromiso con los grandes problemas de la vida pública, de su batallar en favor de los derechos de la mujer y de su papel como animadora cultural, de su participación en la institución femenina Lyceum, abierta al exilio español, a lo mejor del pensamiento cubano y refugio acogedor para los artistas de la vanguardia. No se había confinado al estudio de su especialidad. Lectora insaciable, estaba al tanto de las tendencias de la contemporaneidad.

Terminada la clase de latín, ella pasaba a la minúscula cafetería situada junto a las oficinas de la FEU. Era la hora de la tacita de café. Un grupo de estudiantes se juntaba a su alrededor. Era el momento de hablar de cualquier cosa, de los problemas que nos acuciaban en el ámbito de la cultura, la vida nacional y los asuntos internacionales de mayor relevancia.

Con la fiebre propia de la primera juventud adoptábamos un radicalismo extremo. En ese espacio de confianza mutua, el diálogo conducía a establecer matices, a desentrañar los fenómenos de la realidad, a enfrascarnos conjuntamente en la búsqueda de las causas de los problemas y al modo de afrontarlos. Impacientes por obtener resultados, formulábamos proyectos. Sabíamos que podíamos contar con su apoyo y, en ocasiones, con su complicidad.

Al triunfar la Revolución, Vicentina asumió numerosas responsabilidades. Le tocó dirigir el Consejo Nacional de Cultura y, al mismo tiempo, hacerse cargo de la recién fundada Escuela de Letras, cuando la Reforma Universitaria nos planteaba la necesidad de modificar planes de estudio, introducir nuevas disciplinas y convertir el departamento docente e investigativo en célula básica de la estructura universitaria. Antiguos alumnos, sus colaboradores más cercanos, dedicábamos las horas de la noche, únicas disponibles para ella, a la realización de esas tareas. Generaciones de jóvenes la llamaron magistra, así, maestra en latín. Lo siguió siendo hasta el final, aunque cada uno de nosotros hubiera tomado su camino.

En vísperas del inicio del curso, vale la pena recordar que el maestro debe estar movido por una vocación de servicio que sobrepasa en mucho la mera transmisión de conocimientos. Es un formador de conciencia fundada en inquebrantables principios éticos, un interlocutor activo de los jóvenes que emergen a la vida, en quienes precisa incentivar la necesidad de entender el mundo, de alentar la defensa de la soberanía nacional, la voluntad de seguir construyendo un país orientado a la justicia social y a la solidaridad entre los seres humanos, dotado de las herramientas necesarias para el ejercicio de la crítica ante lo mal hecho, un sembrador de riqueza espiritual, sed de conocimiento y fibras de sensibilidad.

Tomado de: http://www.juventudrebelde.cu

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