Textos prestados

Martin Scorsese, el manipulador

Al Pacino, Martin Scorsese y Robert De Niro, una foto memorable. El Universo

Por Sabín

La técnica al servicio del narrador.

Cuando todo el mundo alaba la exquisita técnica de las peleas de Gladiator (que en el fondo no son más que una censura para encubrir las sangrientas escenas de batalla, usando para ello un efecto copiado de Salvar al soldado Ryan, pero… justamente con una utilización opuesta a aquel film), o cuando se estrenan presuntos «filmes independientes» con arriesgadas resoluciones formales que tienen de independientes y de arriesgado lo que el convencional cine de Tarantino (o sea, nada).

Cuando, en definitiva, los árboles no dejan ver el bosque y se alaba cualquier hallazgo visual o sonoro por pequeño que sea, sorprende la austeridad y el rigor con que Martin Scorsese viene utilizando su técnica de manipulación desde hace muchos años, probablemente desde sus cortos experimentales… aunque sin ninguna duda desde sus primeros grandes éxitos: Malas calles, Alicia ya no vive aquí y Taxi Driver.

Un gran ejemplo lo podemos encontrar en el tratamiento visual y sonoro dado a las escenas en la ambulancia de Al límite. Como su título en español sugiere (por una vez no vamos a criticar el cambio de traducción del original Bringing out the dead), el personaje interpretado por Nicolas Cage no reclama unos días de vacaciones por capricho, sino porque su capacidad de aguante se encuentra al límite.

Y este ánimo es el que refleja magníficamente Scorsese con el paso acelerado de imágenes, con los movimientos asfixiantes de cámara y con una banda sonora que jamás está en silencio: un volumen demasiado elevado, una música agresiva, una continua mezcla de canciones y ruidos… y apenas algunos fragmentos de música relajada, incidental, compuesta para la ocasión por Elmer Bernstein.

El resultado es un puzle de imágenes y sonidos que agobia al espectador hasta el punto de desear en más de un momento que pare ese infernal carrusel, que uno se baja. Justamente lo que vive el personaje de Nicholas Cage. O sea, Scorsese nos hace meternos literalmente en la piel de su protagonista. Y para ello utiliza todos los recursos técnicos disponibles.

A eso se le llama una lección de técnica.

Podríamos tomar más ejemplos. Rodar una película en blanco y negro puede ser una forma de homenajear al clásico cine negro donde el cuadrilátero es el protagonista (Cuerpo y alma, sin ir más lejos), pero también es una forma de sugerir la visión monocromática de su protagonista, su carácter obsesivo, una forma de mostrarnos la historia a través de sus ojos deformantes… Para todo ello Scorsese utiliza la cámara subjetiva, la cámara a mano y, sobre todo, el blanco y negro. Con todos estos elementos Scorsese nos hace vivir desde dentro ese Vía Crucis que es la vida Jake LaMotta en Toro salvaje.

Esto también es una lección de técnica.

Y si de lo que se trata es de mostrar el Vía Crucis así a secas, nada mejor que el árido paisaje en el que transcurre La última tentación de Cristo. Colores apagados, paisaje sin vida y movimientos de cámara laberínticos conducen al espectador al mismo estado de ánimo de su protagonista, un protagonista intuido en muchos de sus filmes (tras el nombre de cualquier personaje que sufre e intenta ayudar a los demás: Nicholas Cage en Al límite, sin ir más lejos), pero que aquí adquiere explícitamente la identidad de Cristo.

Son elementos seleccionados de antemano por su director (desde el diseño de vestuario a la elección de los lugares de rodaje), luego justificados con explicaciones de lo más peregrinas (a veces por motivos de presupuesto, imagínense), pero que en el fondo esconden una de las grandes habilidades de un gran director: la capacidad para tomar decisiones en todo lo referente a la puesta en escena, decisiones que suponen adoptar un punto de vista, un lenguaje…

En definitiva, la técnica de dirigir.

Se dice a veces que Scorsese se entusiasma por los movimientos exóticos de cámara y eso le pierde. Podría ser. Pero pensamos que no están en lo cierto quienes asimilan esos movimientos extasiantes a los de un Brian DePalma o un John Carpenter, directores que merecen todo nuestro respeto, pero que sin duda se dejan llevar por el placer de mover la cámara (lo de Sam Raimi es ya puro desvarío formal, aunque a veces nos encanta, oigan).

La explicación en tanto movimiento de steadicam puede encontrarse en lo enrevesado de sus personajes, en la violencia de sus imágenes, en unas relaciones de amistad tortuosas y difíciles, que en muchos casos acaban con estallidos de violencia.

Veamos un ejemplo de virtuosismo puesto al servicio de la narración, transcurre hacia la mitad de Uno de los nuestros: el personaje de Robert De Niro comienza a ascender en el mundo de la Mafia y para demostrarlo invita a una amiguita a ver una representación musical; hay cola para entrar en la sala y es muy difícil encontrar mesa; De Niro y la amiguita dan la vuelta a la manzana, entran por la puerta trasera, atraviesan la cocina, llegan junto al escenario y se sientan en una mesa en primera fila… Todo ello contado en único plano-secuencia con steadicam.

Técnicamente magistral. Pero narrativamente también irreprochable: la entrada por detrás hasta llegar a primera fila sugiere en ese único plano la actitud moral del personaje interpretado por De Niro, ninguna norma a la que sujetarse, ningún convencionalismo al que someterse, uno llega por la puerta falsa y toma lo que le apetece, un perfecto símbolo del mundo en el que se mueve. Y así, este virtuoso travelling se convierte en todo un decálogo narrativo.

Una impagable lección de técnica… y sin levantar la voz.

Podríamos seguir con los movimientos sobre el tapete de billar en El color del dinero, o, ya que hablamos de colores, con el uso del rojo-sangre en Taxi Driver, Casino o Uno de los nuestros. Podríamos hablar de los virados y los giros de cámara en la batalla final de El cabo del miedo. O de los magistrales títulos de crédito (varios de ellos, obra del maestro Saul Bass) en sus últimas películas. Y, en fin, los ejemplos se multiplican apenas miremos su cine con atención.

Pero no se trata de hacer un catálogo sobre las virtudes técnicas del bueno de Martin. La pretensión de este artículo es mucho más modesta.

Simplemente atestiguar que en Scorsese la técnica no es algo gratuito: colores, movimientos de cámara, efectos especiales, sonido, música (¿quién se atreverá a hacer un estudio serio sobre la alternancia de canciones de época y sólidos scores en su cine?), todo en suma va orientado a apoyar los fines de la narración.

Si sus personajes son oscuros y violentos, su técnica es agresiva con el espectador… Pero la técnica tiene que estar al servicio de la historia, y si ésta necesita de imágenes relajadas, elegantes, relamidas y dulces, ahí está el Scorsese para ofrecernos todo su arsenal de qualité en la apabullante La edad de la inocencia.

En eso consiste saber hacer cine: dominar los resortes técnicos para desarrollar la narración. Eso Scorsese lo hace como pocos directores hoy en día.

Y esa es la última lección de técnica. Por ahora.

Tomado de: https://www.encadenados.org

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¿Por qué leer a Rufinelli?

Jorge Rufinelli. Profesor de la Universidad de Stanford. Ha publicado 20 libros sobre crítica cultural y literaria y más de 500 artículos.

Por Fernando Blanco

Parafraseo el título del volumen 22 de Nuevo Texto Crítico (2009) que Jorge organizara un tiempo después de nuestra coincidencia en La Habana para la Semana de Autor, dedicada por la Casa de las Américas a Pedro Lemebel en 2006. En él Jorge, con su habitual generosidad intelectual, nos invitaba a reflexionar sobre la trascendencia de la obra de Pedro. Un gesto franco que se agradecía en medio de una academia doblegada a las manipulaciones de la jerigonza, del paper apurado por la conferencia y la exigencia mercantil de su publicación. Jorge fue, de esta manera, construyendo su obra a contrapelo de las modas críticas, de las agendas, apostando por la vinculación humanista, interesado en la palabra del otro. Esta habilidad humana, la de conversar, hablar, entretejió sus libros, las amistades que surgieron de ellos, el pensamiento compartido en el arte del diálogo. Pero no solo está hecho de palabras este archivo intelectual, sino también de imágenes. El fotograma al servicio del pensamiento y la investigación. Recoger ese fragmento visual desde el que su intuición crítica reconstruía una anécdota, investigaba los secretos o revelaba dimensiones del acto creativo ocultas para el ojo mecanizado frente al cual él oponía una cierta fabulación. Un discurrir del pensamiento cinemático liberado de las imposiciones formales de la burocracia intelectual.

Abierto siempre a la formación de públicos lectores, Nuevo Texto Crítico contribuyó bajo la peculiar guía de Jorge a fortalecer la producción artística e intelectual latinoamericana. Podríamos hablar casi de una pedagogía curatorial en cada uno de los números, pensados por Jorge como actos estéticos. La lectura y la escritura conjugados en la perfomance de la lectoría cuya curiosidad era satisfecha por números que evitaban la compartimentación disciplinar para, en cambio, exponer una rigurosa selección de lo que podríamos llamar un «campo de curiosidades», relacionado con cada tema o autor, siguiendo la idea de campo cultural de Bordieu. Esta práctica estaba también presente en su propia escritura. Con celo de relojero, Jorge identificaba lugares, acontecimientos, protagonistas, funciones, tiempos de modo de reponer el sistema de percepciones de quiénes eran protagonistas y creadores de sus obras. Patricio Guzmán, Valeria Sarmiento, Cristián Sánchez, Pedro Lemebel, por nombrar algunos de los creadores a los que Jorge trabajó en su obra, representan parte del archivo cultural de Chile que Ruffinelli recogió con lucidez en sus escritos. Leerlo es entender el placer intelectual de la simpleza.

Tomado de: http://www.casadelasamericas.org

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Después de Fidel

Foto Periódico Vanguardia

Por Víctor Fowler

No nos engañamos creyendo que en lo adelante todo será fácil; quizás en lo adelante todo sea más difícil.

(A su llegada a La Habana, en Ciudad Libertad, el 8 de enero de 1959)

Cuando un episodio es conocido es necesario regresar a él o, quizás, sospechar de la seguridad con la que lo recordamos o asimilamos alguna vez; analizar, desmenuzarlo, proyectar los elementos que lo integran contra algún telón de fondo para que —de nuevo— comience a darnos sus significados. ¿Cómo aproximarnos a lo que ya sabemos y qué nos tiene que ofrecer? Un hombre joven, el líder de un grupo rebelde, quien se encuentra en un remoto punto en la geografía montañosa del este de su país, envía una breve nota a su secretaria y colaboradora de confianza. El grado de cercanía entre ambos es tal que la nota revela un sentimiento privado, recóndito, íntimo que no solo empieza a formarse, sino que —en caso de ser comunicado al resto de la tropa, integrantes del movimiento o simpatizantes— tal vez habría espantado, confundido, decepcionado o movido a risa a varios de ellos.

Sierra Maestra, Junio 5-58 Celia: Al ver los cohetes que tiraron en casa de Mario, me he jurado que los americanos van a pagar bien caro lo que están haciendo. Cuando esta guerra se acabe, empezará para mí una guerra mucho más larga y grande: la guerra que voy a echar contra ellos. Me doy cuenta que este va a ser mi destino verdadero.

Convengamos en que la disimilitud aritmética entre los contendientes torna inusual el documento: una fuerza guerrillera con pocos centenares de miembros se opone a un ejército entrenado, organizado, distribuido, entrelazado a lo largo del país y fuertemente armado con más de diez mil hombres, tanques, aviones, barcos, logística de abastecimientos, movilidad, sistema de comunicaciones y vigilancia, etc. De hecho, las primeras líneas del volumen titulado Por todos los caminos de la Sierra. La victoria estratégica, (2010), memoria en la que Fidel Castro —el líder de quien hablamos— narra la formación del Ejército Rebelde y compara dicho proceso con uno de los relatos fantásticos más célebres: “Dudé sobre el nombre que le pondría a esta narración, no sabía si llamarla `La última ofensiva de Batista´ o `Cómo trescientos derrotaron a diez mil´, que parece un cuento de Las mil y una noches”. Aviones de este ejército han bombardeado la zona, han destruido el bohío de un campesino y colaborador de los guerrilleros que, entre las ruinas de lo que fuera su vivienda, encuentra fragmentos de uno de los cohetes disparados; muchos años más tarde, en el libro citado, el líder de quien hablamos, Fidel Castro, recuerda del siguiente modo los hechos:

(…) la aviación enemiga desató uno de los bombardeos y ametrallamientos más feroces padecido por Minas de Frío en toda la guerra. En particular, la casa de Mario Sariol, nuestro viejo y eficaz colaborador campesino residente en ese lugar, fue blanco de una lluvia de metralla, y hasta se dispararon contra ella varios cohetes de fabricación norteamericana.

La indignación que me produjo el brutal bombardeo, cuando conocí mayores detalles del hecho, y la confirmación del empleo por la aviación batistiana de cohetes recibidos de los Estados Unidos por la tiranía, a pesar del anunciado embargo del suministro de armamentos, fue lo que me motivó al día siguiente a escribirle a Celia, al final de un largo mensaje, el párrafo que luego ha sido tan citado (…).

Hay diferencias enormes entre la confesión íntima y el programa o el anuncio político. La primera apela a la unión de secreto y lealtad; la segunda es concebida como acontecimiento público, busca eco, denuncia o presenta batalla, además de que desearía sumar adeptos. El programa político figura entre los documentos más cuidadosamente calculados, donde cada palabra ha sido revisada mil veces e imaginada en sus efectos; la confesión es territorio de las emociones, de lo que aún está siendo procesado, formado. Por eso, la sensación de estar asistiendo a un punto de giro que emana de la construcción “me doy cuenta”, en lugar de (por ejemplo) “estoy convencido” o “confirmo que”. El momento parece haber tenido un efecto cristalizador en las elecciones del individuo Fidel Castro, ya que —gracias a la identificación de un enemigo mayor (los Estados Unidos, más allá de la tiranía batistiana)— define lo que va a ser el devenir de su participación personal en la política nacional sobre la base de la existencia de dos guerras (“esta guerra” y “una guerra mucho más larga y grande”). En este impresionante salto conceptual y político el encuentro con los fragmentos del cohete ha propiciado el vínculo último para que se produzca una revelación definidora; de repente, la Historia parece haber absorbido la totalidad de las luchas políticas anteriores en el país (personas, batallas, frases, sacrificios, discursos, luchas partidistas, elecciones, leyes) y colapsar, contraída, encima de las derivaciones posibles de esa casa destruida y los cohetes.

Todo cuanto interviene —al accionar dentro de la línea del tiempo y en las especificidades del contexto cubano— arrastra y significa mucho más que lo visible en una primera intención; economía, sociedad, quehacer político, cuerpos militares y consumo de cultura están todos entretejidos, de forma visceral, con las producciones y estructuras del país norteño en una compleja telaraña de tratados, préstamos, inversiones, financiamientos, ayudas, maquinaria y mercados de exportación e importación, entre tantas otras conexiones. El tránsito hacia el encuentro con el enemigo “real” ocurre cuando el sujeto “descubre” que —en un país subordinado a los intereses hegemónicos de los Estados Unidos (en plena Guerra Fría y situado en su órbita geopolítica más próxima)— no habría independencia auténtica, ni posibilidad de gobierno honesto, ni justicia para los humildes, ni valladares a la penetración extranjera, si antes no se planteaba lo político como oposición radical a todas las formas de voracidad imperial. Así, pese a la violencia y crueldad de las diversas fuerzas represivas del gobierno batistiano, estas no eran sino el fantasma que nublaba e impedía ver el núcleo de la oposición real; por ello, como quien todavía se debate ante lo que acaba casi de descubrir, Fidel se siente obligado a remarcar, a través del adjetivo, que combatir a los americanos va a ser su “destino verdadero”. Esto como si lo restante —encabezar la lucha contra Batista, alcanzar su derrocamiento, impulsar la llegada al poder de las fuerzas revolucionarias, ocupar alguna posición de responsabilidad en el nuevo gobierno y luchar por la estabilidad y desarrollo de la isla— no fuese suficiente. Mediante esta explosión de lenguaje, la energía que anima el pensamiento/acción de Fidel se muestra —a un mismo tiempo— como nacionalista, antimperialista y anti-colonial; exactamente el tipo de combinación que resulta insoportable para la lógica y dominación del capital.

La asimetría de los contendientes, el carácter triádico de los enfrentamientos (entre dos miembros visibles y otro oculto, oscurecido), la desmesura del gesto de la rebelión y la articulación planetaria de los sucesos, demandan un tipo de abordaje o penetración política que devela el material del cual son fabricadas las estructuras sociales y las formas que estas pudieran adoptar en el tiempo. Manejar la temporalidad no solo implica la superación de errores o limitaciones del pasado político del país, sino que atraviesa el presente para adelantar una suerte de pre-diseños del futuro; es así que, mientras la guerra presente es calculada para ser relativamente corta en su duración, la guerra hipotética (la que apenas se encuentra en el momento de la carta en estado embrionario en apariencia) se anuncia desde ya que va a ser más “larga” y “grande”. Aunque la brevedad e intención del texto no lo incluyan, hemos de suponer que extensión y volumen (larga y grande) son características que van a conllevar más participación, demandar más sacrificio, merecer más resonancia y conseguir resultados de más significación.

II

1.) Pero, ¿qué es la historia de la Revolución cubana, sino la historia de la asimetría (de los oponentes) y la desmesura (de la rebelión)?

2.) ¿Qué es un líder y cómo piensa? Entender la manera y los porqués nos ayudaría a entender el proyecto (lo fundamental). Ver lo que vio, trabajar con su composición de campo, sus distribuciones, líneas de tensión, cálculos, probabilidades. Así, cada discurso, entrevista, artículo, libro o intervención del tipo que sea, constituyen desafíos e invitaciones al pensamiento; cada párrafo, proposición o palabra.

3.) ¿Cómo habla este sujeto de voz/líder? ¿Qué preguntamos a las palabras y con cuáles herramientas… las transformaciones? De hecho, en el alegato de autodefensa de Fidel durante el juicio a los asaltantes del Cuartel Moncada (el día 16 de octubre de 1953), los sustantivos ‘yanqui’, ‘latifundio’ y ‘monopolio’ —que luego (después del triunfo de la Revolución en 1959) van a ser tan importantes para la identidad del proceso revolucionario y socialista cubano— solo aparecen una vez cada uno y la noción de ‘subdesarrollo’, otro término clave, aún no es parte del lenguaje de la rebelión.

4.) ¿Por qué, en su momento, fue escrito/dicho esto o aquello y de qué modo inscribió nuestro pasado, modela nuestro presente y construye, desde ahora mismo, los futuros probables? La voz-líder no solo busca impacto emocional y revolucionar nuestras interpretaciones de la realidad (el liderazgo implica siempre algo nuevo, un paso adelante), sino que exige una cercanía activa, la dialéctica de un acto de pensamiento continuamente renovado; el mundo de la rebelión solo cobra existencia gracias al renacimiento permanente de la rebelión en su combinación de emociones, razones y voluntad.

5.) Un texto de comienzos, apenas citado, el discurso pronunciado por el Dr. Fidel Castro Ruz, en México, el día 10 de octubre de 1955, contiene el siguiente fragmento:

América —dígase de una vez— no puede esperar nada, ni tiene nada que esperar de las oligarquías políticas en decadencia. ¿Cuál ha sido el papel de la última generación republicana de América? Dejarse arrebatar el poder por las camarillas dictatoriales. Las democracias en América están en plena bancarrota. Había —como decía Juarbe y como decía Martí— “sobra de palabras y falta de hechos”.

Las democracias americanas han perdido Perú, han perdido Venezuela, han perdido Colombia, han perdido Guatemala, y sobran los dedos de la mano para contar las democracias que quedan en nuestro continente.

Las palabras dibujan un panorama en el que hay una polaridad irreconciliable entre dos elementos —“oligarquías políticas en decadencia” y “camarillas dictatoriales”— dotados de carga negativa y el contrario positivo, las “democracias americanas”. Lo particular de los primeros dos términos es que, en realidad, según la construcción de la frase, conforman una unidad; por ello, la quiebra del orden democrático necesita fundir la corrupción de la política y la violencia de los poderes represivos.

Cuando estas palabras son pronunciadas, el líder es identificable por haber intentado recuperar el orden democrático de su país por la vía de las armas (en el asalto al Cuartel Moncada, en la oriental ciudad de Santiago de Cuba, el 26 de julio de 1953), lo mismo que por haber presentado al mundo el ideario para un país renovado en los aspectos político, social y moral (en el alegato de autodefensa durante el juicio al que fue sometido por lo primero, intervención que hoy conocemos por su frase final La historia me absolverá). Así, el hablante —quien lleva este capital simbólico lo mismo como carga que como presentación— introduce su presencia: “quien les habla aquí no viene como un romántico o un iluso sin historia a proclamar su fe en una idea. Quien les habla aquí ha visto caer en combate setenta compañeros luchando contra la dictadura de Batista”.

La autenticidad de las credenciales es tal, que quien habla se ha podido dar el lujo de invitar a una especie de gran movimiento latinoamericano de purificación de la política y las sociedades: “La presente generación americana está en la obligación de tomar la ofensiva; está en la obligación de enfrentar de nuevo el espíritu democrático”. El discurso, pronunciado en México, para una audiencia mexicana, contiene hacia el final un hermoso elogio del país, una lista de “próceres” inspiradores de esa anunciada transformación (Bolívar, Juárez, Sucre, Hidalgo, Morelos, Martí, Cárdenas, Maderos, Sandino) y un inesperado nuevo actor que aparece en el momento del discurso dedicado a los míticos niños héroes de Chapultepec: “…un imperialismo que ha puesto sobre toda la América sus garras”.

¿De qué manera conecta esta intervención con la breve carta con cuyo comentario ha dado inicio este texto? ¿Cómo se producen los tránsitos, préstamos, reelaboraciones, crecimientos?

III

Frases, un collage de frases que trazan un modelo de mundo, un sentido u orientación; la suma de palabras encadenadas durante décadas en un ejemplo formidable de pedagogía y política, marcadas ambas por el ansia de totalidad que lo mismo acciona en el universo de la infancia que en los territorios de la ciencia y la técnica; en la práctica del deporte tanto como en las políticas de movilización social, los escenarios internacionales, la interpretación del pasado, la política de cuadros, la construcción de viviendas, la preparación militar, el desarrollo agroindustrial, los ideales internacionalistas o la integración de la mujer a la vida social. Mientras existe el sujeto de voz-líder la acumulación es continuamente reacomodada y reajustada al cambio que vayan experimentando las circunstancias mediante incorporaciones, rectificaciones, exclusiones, olvidos, conexiones nuevas; en estas condiciones —frente a cualquier modificación en el entorno— siempre se puede esperar la aparición de la palabra que, a igual velocidad, reacciona, reinterpreta el mundo y revela una vez más el sentido. En paralelo a ello, cuando este sujeto es declarado ausente (p, e., por su fallecimiento) la cadena de nuevas producciones es interrumpida en el interior de una realidad continuamente cambiante y es aquí cuando la acumulación viva se transforma en legado, el legado apunta a su transformación en monumento y la ausencia de la voz universal dibuja un contorno en el cual confluyen vacío, lamentación, espera.

Al apelar a la imagen del collage y utilizar, para hablar del conjunto, adverbios de lugar (“desde” y “hasta”) intento describir una cantidad que, además de circunscrita o delimitada, posee direccionalidad; en este sentido, la tarea del crítico, el ensayista, el estudioso, el periodista, el profesor, es atravesar la masa de palabras desbrozando y detectando repeticiones o variaciones, cortes súbitos, significados que se entregan de manera directa, por adyacencia o por oposición, núcleos que dialogan con otros (distantes, quizás, en el tiempo o la circunstancia exacta). Luego de que hay una muerte, la hermosura de las ideas estalla, se manifiesta de modo inesperado, de igual forma que en los grandes sistemas tropológicos la calidad de una metáfora o imagen destruye y reconstruye la totalidad del lenguaje. La interrupción de voz que acompaña a la muerte corta la producción de palabras y enmarca una zona, por extensa que esta haya podido ser, dentro de la cual encontramos la totalidad del discurso. ¿Qué hacer con las palabras? Olvidar, monumentalizar, preguntar. ¿De qué modo asume la voz-líder su propia perennidad y cómo se relaciona esto con las palabras del discurso? ¿Por qué la intervención en la Tribuna Abierta de la juventud, los estudiantes y los trabajadores por el Día Internacional de los Trabajadores, en la Plaza de la Revolución, del 1ro. de mayo del 2000? Prácticamente comienza con esa intensa y brillante definición del término “Revolución”; esa misma que hoy, grabada en piedra, acompaña al líder en su tumba en el Cementerio de Santa Ifigenia? Si empezar un discurso regalando una definición casi de manual, definición que Fidel debió imaginar que sería repetida en los medios de comunicación nacionales y más allá, ¿por qué hacerlo sino porque se piensa y decide que así sea? Pero, si fue de tal manera, ¿qué trató de decirnos o activar en nosotros? ¿Por qué en este acto particular? ¿Cómo se construyen los discursos?

Foto Radio Ciudad Habana

IV

Si el horizonte mediato de la intervención es la desintegración de la antigua URSS, el definitivo final del sistema socialista y la dura travesía de Cuba por lo más amargo del Período Especial, podemos considerar cercano lo que Fidel define en sus palabras como “ridícula y pírrica victoria en la Comisión de Derechos Humanos, frente a la infame resolución de Ginebra, basada en la calumnia e impuesta por el gobierno de Estados Unidos mediante presiones humillantes y el apoyo de sus aliados de la Otan”. Esto, referido a esa ocasión en la que el gobierno de los Estados Unidos alcanzó una votación favorable a propósito del informe sobre violación de los derechos humanos en Cuba, el día 18 de abril del año 2000, implica la articulación de una descomunal arremetida mediática contra la opción socialista de la Isla y un marco de hostilidad (“el apoyo de sus aliados de la Otan”) y temores (las “presiones humillantes”) orientado a conseguir el total aislamiento político, económico y cultural de la Isla. En semejante paisaje, la movilización ciudadana, a lo largo de meses, para exigir el regreso al país del niño Elián González, resultó un vehículo de unificación nacional y galvanización de la conciencia en un conflicto en cuya raíz (interconectadas de manera que no podían separarse) se encontraban la identidad nacional y el modo de vida socialista. De esta manera, en contrapunto a lo anterior, la explicación y propuesta acerca de qué entender por Revolución emergía como un inmenso acto de rebeldía conceptual y de país.

Es así que la estrategia desarrollada por Fidel durante su intervención en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, en el homenaje que le fue ofrecido el 17 de noviembre de 2005 en ocasión del aniversario sesenta de su ingreso a la institución, es aún más impactante. El discurso es una maquinaria de producir significados y habla, a la misma vez, en niveles diferentes; se multiplica y entonces, como si fueran presentaciones paralelas, son varios los núcleos de contenido que se desplazan en simultaneidad. La memoria de infancia y juventud, la noción de justicia, la función de la universidad, la situación socioeconómica del país, las transformaciones impulsadas dentro la denominada Batalla de Ideas, la salud del hablante, el papel de la juventud, la complejidad de la construcción del socialismo en un país tercermundista, la posibilidad de destrucción desde adentro de la Revolución cubana, el sentido de la vida de un revolucionario, el discurso mismo. Varios de los temas mencionados habían sido abordados por Fidel, diez años antes, a lo largo de otro discurso que —con motivo del inicio del curso escolar 1995-1996 y sus cincuenta años de vida revolucionaria— había pronunciado en el mismo lugar, el Aula Magna de la Universidad de la Habana, el día 4 de septiembre de 1995. La intervención que, según precisó el hablante, transcurría “en un momento difícil de la Revolución en medio de un período especial” estaba organizada en una estructura dentro de la cual un revolucionario (el propio narrador, Fidel) retrataba su trayectoria formativa a partir de un episodio (ocurrido cuando tenía catorce años) en el que se mezclaron injusticia, violencia represiva y corrupción política; luego de un salto temporal, con el que los oyentes fuimos conducidos hasta la niñez del narrador, el recorrido exponía el desarrollo de un espíritu rebelde a la vez que iba acumulando juicios sobre los problemas sociopolíticos del país.

En el camino de arribar a su definición “revolucionario” y “líder” de un cambio social, el sujeto hablante conoce y deja detrás estadios de incertidumbre como los que expresan citas de la intervención como la referida (recordando el fracaso de la expedición anti-trujillista de Cayo Confites, en 1947) donde “varios de aquellos grupos que se calificaban de revolucionarios” entraron en pugna, al mismo tiempo que no estaban en condiciones de explicar “qué era una revolución” porque, simplemente, “no lo sabían”. O cuando, más tarde, esta vez valorando su estancia en el Partido Ortodoxo en el momento posterior a la muerte del dirigente de la agrupación, Eduardo Chibás, consideró que su situación era la de pertenecer a “un partido que tiene una gran fuerza popular, unas concepciones atractivas en la lucha contra los vicios y la corrupción política e ideas que en lo social no son ya totalmente revolucionarias”. O un tercero, enfocado en dar cuenta de las reacciones ante el golpe de Estado de Fulgencio Batista, el 10 de marzo de 1952, y en trazar la línea de continuidad que fundamenta el surgimiento del Movimiento 26 de Julio, se refiere a “(…) las divisiones entre partidos y organizaciones, y la incapacidad para la acción (…)”. Todo esto para terminar señalando, como lugar de concentración de divisiones y males, la existencia de “(…) una universidad fragmentada, donde el espíritu antimperialista se había olvidado (…)”

La estructura del relato, a través del cual viajamos desde la rebeldía hasta el hecho revolucionario, se hace acompañar de una estructura de razonamiento que no solo implica la existencia de diferencias de fondo entre ambos términos, sino que los ubica dentro de una escala jerárquica; por ello, mientras que la actitud rebelde es valorada del siguiente modo: “(…) no era una conciencia política, no era una conciencia revolucionaria; era el temperamento inquieto y rebelde de los jóvenes, las tradiciones heroicas de la universidad”, la angustia que subyace a lo largo del discurso es la idea de revolución como tal. Las preguntas del sujeto que reflexiona sobre Cayo Confites: “¿qué era una revolución? (…) ¿Quiénes podían ser o eran los abanderados de una revolución o expresaban las ideas revolucionarias? (…) ¿cuál podía ser la teoría revolucionaria?”. La pregunta por la revolución es proyectada contra el telón de fondo de un espacio temporal en el cual han tenido lugar la desaparición del antiguo campo socialista europeo (entre el verano de 1989 y los días finales de 1991)

V

Si la formación del revolucionario es lo que sostiene el hilo narrativo en este discurso del 4 de septiembre de 1995, el superobjetivo de la alocución apunta a intereses que en mucho trascienden la historia personal de aquel que habla; de hecho, desde la introducción —“(…) esta delicada tarea que ustedes me han dado de dirigirles la palabra en la noche de hoy (…)— a la despedida —“(…) esa horrible tarea de tener que hablar de mí mismo”—, lo personal se desplaza en el interior de una trama discursiva que encarna en actos colectivos gracias a la mediación del espacio-tiempo de la Revolución cubana.

Por ello, apoyado en la referencia a la desaparición del campo socialista (“¿Quién creía que podíamos resistir un mes, dos meses, tres meses, con el golpe terrible que sufrimos?”) el discurso propone una suerte de “donación simbólica” de la Revolución misma a los jóvenes que escuchan y a lo que, dentro de la sociedad cubana del momento, representaban: “Hoy los veo a ustedes, sus caras juveniles, la edad que yo tenía cuando ingresé aquí. ¡Cómo les queda lucha por delante! ¡Cómo les quedan batallas! Pero en qué condiciones excelentes están ustedes para ello: unidos, contando con el país, contando con el Partido, contando con el pueblo, contando con el gobierno”. En el traspaso simbólico se encuentra el verdadero foco subyacente del discurso, lo que hace pleno de sentido el devenir del revolucionario, el despliegue que no puede dejar de suceder para que el proceso realmente sea y se multiplique en el tiempo; por ello, el hablante se siente obligado a incluir un mensaje en el cual avisa de lo que sería, a este respecto, el índice de la negatividad absoluta:

Y esos vínculos entrañables desarrollados entre nosotros han hecho posible lo increíble de la participación y de la unión entre estudiantes y Revolución, y eso hay que cuidarlo mucho. Eso lo sabe el enemigo. Cuánto dieran ellos por poder separar a los estudiantes de la Revolución, cuánto dieran ellos por poder separar a los obreros de la Revolución, al pueblo de la Revolución, y planes tienen, variantes tienen.

Es aquí donde reconectamos con las palabras pronunciadas por Fidel el 17 de noviembre de 2005, en el homenaje que le fue ofrecido en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, en ocasión del aniversario sesenta de su ingreso a la institución. Puesto que el lugar es el mismo que el de aquella intervención ocurrida diez años antes y ambas ocasiones dedicadas a celebrar la misma persona, es más que lógico encadenar ambos momentos y discursos. El análisis de un discurso incluye detalles evidentes como la fecha y lugar donde es pronunciado, delante de cuál audiencia, la identificación del núcleo central de significado y los núcleos secundarios; pero también esas pistas que el hablante va dejando, semiocultas, en el torrente de palabras y que marcan momentos en los que el discurso se monitorea o autocontrola. Ejemplo claro de lo dicho es el siguiente fragmento en esta intervención del 17 de noviembre de 2005:

Sí debemos atrevernos, debemos tener valor de decir las verdades, y no todas, porque usted no está obligado a decirlas todas de una vez, las batallas políticas tienen su táctica, la información adecuada, siguen también su camino. Yo no les voy diciendo todo, yo les voy diciendo lo que es indispensable. No importa lo que los bandidos digan y los cables que vengan mañana o pasado, los que ríen último, ríen mejor.

Del mismo modo, en otros momentos la contraposición entre el contexto inmediato de la actividad (una audiencia de jóvenes en el Aula Magna de la Universidad), la situación personal del hablante (unos meses antes Fidel ha tenido un grave accidente y han tenido que reconstruirle una rótula) y la expresión revela el verdadero sentido profundo del discurso. Préstese atención a que, si bien el hablante asegura “me siento, por suerte, mejor que nunca, porque estoy más disciplinado y hago más ejercicios”, en un momento anterior también incluye el paso del tiempo como un determinante para la acción: “Mencioné unos cuantos nombres de compañeros aquí presentes, a unos les quedan más años, a otros les quedan menos, y ninguno sabe cuántos…” Por este camino, es natural que el realismo político y la conciencia de la caducidad propia lo hayan conducido a ironizar sobre la posibilidad de su muerte: “Ellos están esperando un fenómeno natural y absolutamente lógico, que es el fallecimiento de alguien. En este caso me han hecho el considerable honor de pensar en mí”. A la misma vez, la intervención incluye la respuesta a la pregunta implícita, no dicha, del qué sucederá después del fallecimiento del líder (voz): “Tenemos medidas tomadas y medidas previstas para que no haya sorpresa, y nuestro pueblo debe saber con exactitud qué hacer en cada caso. Fíjense bien, hay que saber qué hacer en cada caso”. Los tres párrafos que siguen son variaciones que no incluyen información nueva (“No vamos a describir, no le vamos a contar a `Bushecito´ qué medidas tenemos previstas”, etc.), pero el cuarto párrafo equivale a un aterrizaje súbito de las expectativas de la audiencia en lo que es el auténtico tema central o la pregunta inquietante que obliga a convocar todo lo aprendido, leído, sabido, imaginado y soñado para responderla:

Les hice una pregunta, compañeros estudiantes, que no he olvidado, ni mucho menos, y pretendo que ustedes no la olviden nunca, pero es la pregunta que dejo ahí ante las experiencias históricas que se han conocido, y les pido a todos, sin excepción, que reflexionen: ¿Puede ser o no irreversible un proceso revolucionario?, ¿cuáles serían las ideas o el grado de conciencia que harían imposible la reversión de un proceso revolucionario? Cuando los que fueron de los primeros, los veteranos, vayan desapareciendo y dando lugar a nuevas generaciones de líderes, ¿qué hacer y cómo hacerlo? Si nosotros, al fin y al cabo, hemos sido testigos de muchos errores, y ni cuenta nos dimos.

La pregunta (más bien una cadena de ellas) que no tiene que ser contestada en el acto, sino que, en voz de Fidel, “pretendo que ustedes no la olviden nunca”, equivale a un acto de entrega o traspaso que solo puede ser realizado a través de la conciencia; por eso, el hablante propone como acontecimiento imperativo la perdurabilidad de la pregunta y la obligación de su compañía, cuidado, consulta y resguardo (“pretendo que ustedes no la olviden nunca”). Esa, la pregunta íntima del sujeto de la Revolución y las acciones que nazcan al responder, podrán sostener y vivificar el proceso únicamente si son manifestación de un quehacer colectivo; de ahí que, en otro de esos instantes modeladores del conjunto, Fidel expresó: “En todo caso yo no hago nada, porque un hombre solo no hace nada. En todo caso aprovecho la experiencia o la autoridad que pueda tener entre los compatriotas para que libremos batallas. Hay millones de cubanos preparados para la guerra de todo el pueblo”. O cuando, en otro tiempo de monitoreo, el discurso funciona como reflexión ante hechos históricos distantes (errores de abuso de poder a lo largo de la experiencia socialista internacional) y como aviso para generaciones por venir: “Es tremendo el poder que tiene un dirigente cuando goza de la confianza de las masas, cuando confían en su capacidad. Son terribles las consecuencias de un error de los que más autoridad tienen, y eso ha pasado más de una vez en los procesos revolucionarios”.

VI

Los cambios políticos y sociales proponen, impulsan y nos enfrentan a un enmarañado tejido de realidades que toca explorar y denominar en una deriva que, según sea la radicalidad de la transformación, estremece el lenguaje; a veces con lentitud, de forma súbita en otras y en no pocas ocasiones a la manera de torrentes y con rapidez de vértigo, las palabras crecen a nuestro alrededor y la comunicación, tanto en estilo como en significado o sentidos, es modificada de raíz. En fecha tan temprana como el 6 de febrero de 1959, en el discurso pronunciado por Fidel en la Empresa Petrolera Shell, ya podemos ver entrelazados varios de los temas que, hasta el presente, recorren las preocupaciones, reflexiones y acciones de todos cuantos han participado de la obra de la Revolución cubana: la novedad radical del proceso que tiene lugar en el país; la necesidad, complejidad y dificultad de progresar hacia el desarrollo; y la garantía de un tipo de hostilidad externa para la cual se combinan los sectores desplazados por la Revolución y el poder de los monopolios.

Para lo primero alcanza revisar, entre las varias frases cargadas de entusiasmo que el discurso contiene, una tan simple como “un país que tiene hoy la más extraordinaria oportunidad que haya tenido nunca ningún pueblo de América” y otra, portadora de una idea tan increíblemente audaz como la que sigue: “Hemos dicho que esta Revolución se diferencia de todas las revoluciones del mundo, entre otras cosas, porque es la primera revolución, en el sentido cabal de la palabra, como transformación profunda de los sistemas en que hemos vivido; es la única revolución en el mundo que se está haciendo con un respaldo del 95% del pueblo”. La necesidad, complejidad y dificultad del progreso es, de forma clara, aquello a lo que se refiere, también espigando de entre otros momentos de idéntico contenido en la intervención, la frase siguiente: “Aquí todo el mundo habla de que hay que desarrollar la industria, que hay que industrializar el país, pero nadie dice cómo”. Este “no saber cómo”, pensado —si atendemos al resto del discurso— para iluminar el vínculo entre eliminación del latifundio con una consecuente posibilidad de eliminar el desempleo, cosas que —entre las dos— abrirían puertas a la oportunidad de adelantar un proceso de industrialización y, al final, a elevar los niveles de desarrollo y bienestar para las clases más desposeídas del país, se verá transformado —cuando la Revolución se radicalice como proceso socialista— en el enigma de cómo construir un país socialista, estable y orientado al desarrollo en un país subdesarrollado. Lo último, la garantía de hostilidad, es tan premonitorio (recuérdese que las autoridades de la Revolución solo llevan cinco semanas en el poder) que vale la pena citarlo, pese a la extensión:

Veremos si después los que hoy tan livianamente lanzan sus dardos envenenados contra nosotros escriben contra Masferrer, contra Ventura, contra Laurent, contra Chaviano, contra Tabernilla y contra Batista (Exclamaciones de: “¡Fuera!”), cuando vengan aquí encabezando expediciones de la United Fruit y comparsa y encuentren un pueblo débil, un pueblo escéptico a quien le hayan matado la fe, lo hayan dividido, lo hayan confundido y, en consecuencia, esos señores vuelvan a reinar aquí en nuestra patria. (Exclamaciones de: “¡Nunca!”).

Semanas más tarde, durante el discurso que Fidel pronunciara en el Fórum Tabacalero celebrado el día 8 de abril de 1959, son varias las ocasiones en las que el término “subdesarrollo” es empleado para hablar de Cuba. Al mes siguiente, en el discurso del líder ante el Consejo Económico de los 21, en el Palacio del Ministerio de Industria y Comercio de Buenos Aires, el día 2 de mayo, la noción de subdesarrollo se ha extendido para identificar un estado común a los países latinoamericanos: “Los problemas que implica el subdesarrollo de América Latina, son problemas de la mayor trascendencia y de la mayor importancia, más grandes tal vez de lo que se ha planteado aquí; más graves tal vez de lo que se ha dicho aquí (…)”.

En cuanto a “latifundio”, entre las numerosas ocasiones en las que el sustantivo exhibe una carga negativa total, el discurso pronunciado por Fidel en Guantánamo, el 3 de febrero de 1959, donde la palabra es usada trece veces, contiene la siguiente proposición y decisión política: “Aquí se habla de desarrollo industrial, pero para que haya desarrollo industrial tiene que ponérsele fin al latifundio”. Por su parte, “monopolio”, palabra que también ocupará un lugar principal en el nuevo lenguaje político cubano, también es usada en forma repetida y ya desde el 21 de enero de 1959, en el discurso que pronunció Fidel durante la concentración popular reunida en el Palacio Presidencial, aparece primero en la expresión “monopolio de los cables internacionales” y, escasos minutos más tarde, en un párrafo que devela el entramado entre monopolización mediática y explotación de monopolios extranjeros:

Campañas contra el pueblo de Cuba, sí, porque quiere ser libre; campañas contra el pueblo de Cuba, sí, porque no solo quiere ser libre políticamente, sino económicamente libre también; campañas contra el pueblo de Cuba, porque se ha convertido en un ejemplo peligroso en toda la América; campañas contra el pueblo de Cuba porque saben que vamos a pedir la anulación de las concesiones onerosas que se han hecho a los monopolios extranjeros.

De esta manera, cuando, el 26 de septiembre de 1960, apenas un año más tarde, el sujeto de voz-líder hace su intervención en la Asamblea General de las Naciones Unidas, en Nueva York, las colisiones que sacuden el lenguaje han sido tales que el hablante se siente obligado, desde el comienzo mismo de su intervención, a ir dejando “marcadores” que —mientras informan— construyen el marco interpretativo desde el cual los oyentes deben de analizar la realidad que constituye la presencia allí del sujeto mismo y lo que representa. Por eso, las primeras oraciones (“Aunque nos han dado fama de que hablamos extensamente, no deben preocuparse. Vamos a hacer lo posible por ser breves y exponer lo que entendemos nuestro deber exponer aquí”) son portadoras de una diferencia que no hace sino crecer a lo largo de la presentación.

A diferencia del “monopolio de los cables internacionales” antes mencionados, el emisor del discurso se identifica a sí mismo como un transmisor de verdad: “Eso sí, nosotros vamos a hablar claro”. Una verdad que, a su vez, ya tiene algo que comunicar cuando incluso ni siquiera ha sido dicha: “Cuesta recursos el envío de una delegación a las Naciones Unidas. Nosotros, los países subdesarrollados, no tenemos muchos recursos para gastarlos, si no es para hablar claro en esta reunión de representativos de casi todos los países del mundo”. En este punto, préstese atención, el uso de la definición “subdesarrollo” ya no queda circunscrita a Cuba o a la América Latina, sino que apunta hacia un tipo de conflicto planetario en los países que entrarían en estos límites y aquellos otros del desarrollo. En cuanto a los Estados Unidos, en estos momentos el uso de calificativos apunta claramente en dirección a un enfrentamiento mayor: “(…) con esa hipocresía característica de los que tienen que ver con las cosas de las relaciones entre Cuba y este país (…)”, “(…) por supuesto, su Excelencia, el señor delegado de Estados Unidos en esta asamblea no dejó de sumarse a la farsa (…)”, “(…) estos pactos de defensa hemisférica, mejor pudieran llamarse pactos de defensa de los monopolios norteamericanos”. Aquella fue la primera aparición de Fidel en una tribuna política mundial y concluyó, a través de fragmentos de la Primera Declaración de la Habana, en una postura de rebelión absoluta; en lugar de lo manifestado, al inicio del discurso al expresar que era posible que muchos estadounidenses ni siquiera supieran que Cuba era un país independiente (y no una colonia de los Estados Unidos), la intervención reprodujo varios fragmentos de lo que denominó la “parte esencial” de la Primera Declaración de la Habana e hizo constar la condena al latifundio: “las concesiones de los recursos naturales de nuestros países a los monopolios extranjeros como política entreguista y traidora al interés de los pueblos”, “el engaño sistemático a los pueblos por órganos de divulgación que responden al interés de las oligarquías y a la política del imperialismo opresor”; “condena el monopolio de las noticias por agencias monopolistas”, así como “condena a los monopolios y empresas imperialistas que saquean continuamente nuestras riquezas, explotan a nuestros obreros y campesinos, desangran y mantienen en retraso nuestras economías, y someten la política de la América Latina a sus designios e intereses.

Foto Revista Bohemia

VII

He titulado este texto “Después de Fidel” porque, avizorando su desaparición física, fue él mismo quien se adelantó a rechazar que —según comunicara Raúl Castro el 3 de diciembre de 2016 en el acto político en el homenaje a Fidel efectuado en la Plaza Mayor General Antonio Maceo Grajales, de Santiago de Cuba— “(…) una vez fallecido, su nombre y su figura nunca fueran utilizados para denominar instituciones, plazas, parques, avenidas, calles u otros sitios públicos, ni erigidos en su memoria monumentos, bustos, estatuas y otras formas similares de tributo”. La desaparición del líder, junto con su negativa a ser objeto de monumentalización, resuelve al fin cualquier roce o tensión que aún pudiese estar pendiente en lo que toca al traspaso de responsabilidad que antes comentamos. Como mismo Fidel, otras figuras dejarán de acompañar (esos compañeros de los cuales “a unos les quedan más años, a otros les quedan menos”), pero la cadena de preguntas acerca de la irreversibilidad de los procesos revolucionarios más auténticos se mantendrá en pie porque es la pregunta acerca de la justicia verdadera; es esto lo que puede ser derivado de la valoración de Lenin y la Revolución socialista que, en aquella misma intervención del 2005 en el Aula Magna de la Universidad de la Habana, expresara Fidel:

Y en un enorme país semifeudal, semisubdesarrollado, es donde se produce la primera revolución socialista, el primer intento verdadero de una sociedad igualitaria y justa; ninguna de las anteriores que eran esclavistas, feudales, medievales, o antifeudales, burguesas, capitalistas, aunque hablaran mucho de libertad, igualdad y fraternidad, ninguna se propuso jamás una sociedad justa.

La pregunta por la irreversibilidad del proceso está unida a la pregunta por la justicia y esta, a su vez, nos devuelve al momento iniciático reflejado en aquella carta a Celia Sánchez, del día 5 de junio de 1958. Entre ambos puntos hay miles de horas y de páginas sobre lo que un proceso revolucionario es, sobre los problemas, escollos, errores, complejidades de la construcción de realidades nuevas en un pequeño país tercermundista, subdesarrollado y convertido en blanco de la hostilidad permanente de más de una decena de administraciones estadounidenses, sus organismos de inteligencia, económicas y sus maquinarias político-mediáticas. Después de la muerte de Fidel, de la lamentación, de la celebración de memoria, toda esa enormidad discursiva constituye un archivo abierto y necesitado de estudio, investigación y confrontación creativa. Con esta última, gracias a la agudeza, capacidad de abarcar extremos distantes, la claridad del posicionamiento contextual y el nivel de conciencia político-social y humanística (no menos que el del objeto de estudio), la obra revela el hervidero de su interioridad viva y actuante, sus interacciones con nuestro presente y sus potencialidades como referente futuro.

Un legado muere o es vivificado gracias a las preguntas que provoca o recibe; las frases, como en un archivo descomunal, permanecen allí. Regreso hasta aquel discurso de Fidel ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 26 de septiembre de 1960, y leo —saltando por encima de sesenta años— lo que parece un déjà vu de nuestro presente:

Los oradores que nos han precedido en el uso de la palabra han expresado aquí su preocupación por problemas que interesan a todo el mundo. A nosotros nos interesan esos problemas; pero, además, en el caso de Cuba existe una circunstancia especial, y es que Cuba debe ser para el mundo en este momento una preocupación, porque con razón han expuesto aquí distintos delegados, entre los distintos problemas que hay actualmente en el mundo, el problema de Cuba. Además de los problemas que hoy preocupan a todo el mundo, Cuba tiene problemas que le preocupan a ella, que le preocupan a nuestro pueblo.

La exposición de Fidel aquel día fue un largo despliegue donde, a propósito del tema “el problema de Cuba”, describió los males y consecuencias derivadas de la relación neocolonial con los Estados Unidos, proyectó esta —más que a un país concreto— hacia las prácticas del capital financiero internacional y desvió la dirección de la mirada hasta una visión desde adentro de los problemas “que le preocupan a nuestro pueblo”. Es decir, a la percepción del pueblo sobre los problemas y soluciones que necesita el país propio; por este camino, ya con el ímpetu desafiante de la rebelión, el hablante termina diciendo: “Algunos querían conocer cuál era la línea del Gobierno Revolucionario de Cuba. Pues bien, ¡esta es nuestra línea!”

VIII

La pregunta que ha sido dejada ahí, “ante las experiencias históricas que se han conocido”, y que —más allá de cualquier contesta inmediata que pueda dársele, en realidad es concebida como una suerte de inquietud acompañante, una práctica de autoanálisis permanente dirigida hacia la más profunda raíz ética de la transformación y su significación cognitiva: “¿Puede ser o no irreversible un proceso revolucionario?”. Por ello, el ejercicio de razonamiento tiene su primer paso en un cuestionamiento radical (frente a cualquier apología, adulación o maquillaje de la realidad) que reclama atravesar las apariencias y rebuscar, analizar, enjuiciar, calcular, pronosticar a partir del dato sobre las esencias de un proceso de cambio político, económico, social y cultural. Para los procesos de cambio social con sentido emancipatorio, sobre todo para la Revolución socialista, es la pregunta crucial porque una respuesta negativa implica la existencia de errores que necesitan ser corregidos (desde adentro) o que el gesto de la rebelión ha sido inútil y todo intento de cambio terminaría llevando, en parábola regresiva, a la misma situación anterior; en términos políticos, ello quiere decir la eterna pertenencia al capitalismo, pese a cualquier descripción negativa que se haga de él.

Si la pregunta inicial es un paso, el hecho de que sea sucedida por otra que impide ofrecer una respuesta negativa a la primera, entonces implica que hay un movimiento orientado a una meta final o progreso; un movimiento donde lo segundo constituye una superación o mejoría de condiciones. Es así que la segunda pregunta, “¿cuáles serían las ideas o el grado de conciencia que harían imposible la reversión de un proceso revolucionario?”, solo puede ser contestada cuando se estima que la “reversión” es imposible y se definen “las ideas o el grado de conciencia” como aquello que garantiza la no reversibilidad. De esta manera, la transformación cultural cambia nuestra manera de ver/comprender la vida personal y la Historia; las perspectivas aisladas son cimentadas y reelaboradas como mecanismos de cognición, y de allí pasan a ser no solo hechos de razón, sino que —agregando entonces la emoción, la acción y la voluntad— habitan como manifestaciones de conciencia política. Por ello, la tercera de las preguntas es un retorno desde la abstracción a la acción, el más simple: “¿qué hacer y cómo hacerlo?”.

Si la triada de preguntas tiene todas las trazas de ser el método que todo revolucionario debe de inscribir en lo más íntimo de sí y practicar sin descanso, la seguridad y estabilidad —que deberían brindar el conocimiento de sus entresijos del método junto con la práctica del ejercicio— son por entero desafiados y sacudidos por la introducción de la duda y el reconocimiento del error: “Una conclusión que he sacado al cabo de muchos años: entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más importante error era creer que alguien sabía de socialismo, o que alguien sabía de cómo se construye el socialismo”. En este posicionamiento, la tranquilidad nacida del estudio y la convicción de que el ejercicio está siendo desarrollado al pie de la regla, chocan ambos con la penetración de esa duda sin la cual ninguna transformación verdadera es posible; dudar es parte de la dialéctica porque el cambio posee carácter procesual y necesita ser continuamente revisado, la sensación de estabilidad es la misma invitación a la sospecha y el cuestionamiento. Arribar a este punto requiere un amplio archivo de experiencia, un enorme conocimiento del país tanto como del escenario internacional y de la teoría, convicciones firmes (sin las cuales la autorevisión puede convertirse en desvío, parálisis o desintegración) y un elevado grado de conciencia. Desde aquí, cruzado el trío de preguntas, aflora la inquietud subyacente bajo las palabras: “Hoy tenemos ideas, a mi juicio, bastante claras, de cómo se debe construir el socialismo, pero necesitamos muchas ideas bien claras y muchas preguntas dirigidas a ustedes, que son los responsables, acerca de cómo se puede preservar o se preservará en el futuro el socialismo”.

IX

Igual que si fuese una masa de energía, la respuesta se encuentra en la insistencia de la figura líder en ser cremado y en que, luego del fallecimiento “(…) su nombre y su figura nunca fueran utilizados para denominar instituciones, plazas, parques, avenidas, calles u otros sitios públicos, ni erigidos en su memoria monumentos, bustos, estatuas y otras formas similares de tributo”. Así, las convicciones e ideas no pueden ser encapsuladas en objeto material alguno, delimitadas, circunscritas, atrapadas, sino que permanecen circulando; la persona es infinitamente menos importante que la idea y la idea queda obligada a encarnar en la totalidad de la Revolución misma y no en uno de sus objetos o lugares simbólicos. Al mismo tiempo, como antes hemos comentado, un legado de interpretación y posicionamiento ante la realidad, no puede ser fijado, preservado, multiplicado o desarrollado si ello no sucede como parte de un desgarrador esfuerzo de comprensión. Estudio, pregunta y acción enlazan, interceptan, colisionan, se niegan o fortalecen, influencian, alimentan y modifican mutuamente en una armazón dialéctica que no cesa de producir y alternar esos mismos elementos dentro de una matriz de cotidianeidad (de ahí que nos hayamos acostumbrado a vivir lo extraordinario como algo casi natural) y de conciencia (que atiende a las estructuras básicas del proyecto, aquellas que se han mantenido más allá de cualquiera de esos “errores” a los que se refiriera Fidel).

Así, cada generación deberá enfrentar preguntas y desafíos; proponerse un conocimiento cada vez más hondo del país, su historia, su gente, las potencialidades, los sueños; tener siempre más agudeza en lo tocante al entorno, próximo o planetario; mayor conocimiento de la teoría sobre la construcción de sociedades justas en países del subdesarrollo (la esencia de la Revolución cubana cuando todavía no se hablaba de marxismo) y, sobre todo, a través de la innovación, hacer aportes a la teoría. Claro que para ello, como se desbroza una vegetación salvaje, hay que atravesar por el interior del legado; mientras más se avanza, más se ramifica y enseña brotes.

Citas:

“Fidel: una carta y su promesa”. En: Castro Ruz, Fidel. Discurso pronunciado en el acto por el aniversario 60 de su ingreso a la universidad, efectuado en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, el 17 de noviembre de 2005. En: http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/2005/esp/f171105e.html

Castro Ruz, Fidel. Discurso pronunciado en el Forum Tabacalero, el 8 de abril de 1959. En: http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1959/esp/f080459e.html

Castro Ruz, Fidel. Discurso pronunciado ante el Consejo Económico de los 21, en el Palacio del Ministerio de Industria y Comercio de Buenos Aires, el 2 de mayo de 1959. En: http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1959/esp/f020559e.html

Castro Ruz, Fidel. Discurso pronunciado en Guantánamo, el 3 de febrero de 1959. En: http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1959/esp/f030259e.html

Castro Ruz, Fidel. Discurso pronunciado en la Magna Concentración Popular, en el Palacio Presidencial, el 21 de enero de 1959.  En: http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1959/esp/f210159e.html

Discurso pronunciado en la sede de las Naciones Unidas, Estados Unidos, el 26 de septiembre de 1960. En: http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1960/esp/f260960e.html

Castro Ruz, Fidel. Discurso pronunciado en la Tribuna Abierta de la Juventud, los Estudiantes y los Trabajadores por el Día Internacional de los Trabajadores, en la Plaza de la Revolución, el 1ro de mayo del 2000. En: http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/2000/esp/f010500e.html

Castro Ruz, Fidel. Discurso con motivo del inicio del curso escolar 1995/96 y sus 50 años de vida revolucionaria, iniciada en la Facultad de Derecho, efectuado en el Aula Magna de la Universidad de la Habana, el 4 de septiembre de 1995. En: http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1995/esp/f040995e.html

Discurso pronunciado por el Comandante en jefe Fidel Castro Ruz en la Empresa Petrolera Shell, el 6 de febrero de 1959. En: http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1959/esp/f060259e.html

Castro Ruz, Fidel. Por todos los caminos de la Sierra. La victoria estratégica.

Tomado de: http://www.lajiribilla.cu

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Hollywood, el Pentágono y las ambiciones imperiales (+Vídeo)

La noche más oscura (Zero Dark Thirty) Directora Kathryn Bigelow. Estados Unidos, 2012

Por Matthew Hoh*

Hay una enfermedad que viene con la certeza de aquellos que ven el mundo en blanco y negro, tan bueno y tan malo en términos de nosotros contra ellos, que matar es a menudo un acto moralmente defendible. Más aún, ese asesinato a menudo va más allá de la simple defensa propia, a un nivel de necesidad retributiva, un acto preventivo que hace que el acto de matar sea prácticamente un acto de altruismo. “Si no hubiera matado al malo, el malo habría matado a otras personas”, dice el razonamiento. El mito de la violencia redentora está claramente adoptado y expresado en nuestras explicaciones de la historia estadounidense: tuvimos que matar a los británicos para ser libres. En la religión cristiana, mayoritaria de Estados Unidos, Jesús tuvo que morir de la manera más dolorosa posible, en la cruz, para que la humanidad se salvara. Y en la amplia cultura popular de los Estados Unidos Luke tuvo que destruir la Estrella de la Muerte para salvar la galaxia…

Tal violencia redentora no existe en el mundo real y en las experiencias de vida individuales de los involucrados, cualquiera sea el bando de la matanza. Incluso ahora los lectores dirán “¿qué pasa con Hitler?” Parece una tontería tener que recordarles a los estadounidenses que Hitler no surgió de un vacío histórico, que la historia y Adolf Hitler no comenzaron en 1933, sino que Hitler, los nazis y la Segunda Guerra Mundial fueron una consecuencia y continuación de la violencia y la matanza de la Primera Guerra Mundial y esa es la lección de ambas guerras**. Sin embargo, Hitler y la Segunda Guerra Mundial, en los años y décadas posteriores a su final, y la muerte de más de 50 millones de personas, se convirtieron en el casus belli de armamentos masivos, decenas de miles de armas nucleares que acabarán con el mundo, guerras indirectas y bombardeos, invasiones y ocupaciones que mataron, hirieron, envenenaron, marcaron psicológicamente y dejaron sin hogar a decenas y decenas de millones de personas en todo el mundo. Con cada amenaza sucesiva, percibida o real, el Gobierno de los Estados Unidos imaginaba, inventaba y enfrentaba las imágenes de Hitler, los nazis y una descripción moralmente simplista, pero bien aceptada, de un enemigo que personificaba el mal y permitía definir a los estadounidenses como buenos. El personaje fue presentado al público estadounidense como una justificación de la guerra, el neocolonialismo, los obscenos presupuestos de armas, la desigualdad económica y muchas otras trampas del imperio.

Esta explicación simple y binaria de por qué Estados Unidos financia y libra la guerra a niveles que van más allá de todos los demás en el planeta apela a nuestros instintos tribales más básicos y satisface nuestra necesidad emocional de tener un propósito: alguien a quien temer, la necesidad de ser protegidos de alguien y alguien a quien buscar y llevar a cabo nuestra venganza. Esta comprensión masiva forzada del mundo que ostentan los EE.UU. contra el otro no solo funciona bien para la financiación, el reclutamiento y sus guerras del Pentágono, sino que es un pilar de Hollywood y de la industria del entretenimiento estadounidense. Esta narración barata y fácil, que, por supuesto se puede encontrar en cuentos que se remontan a pinturas rupestres del hombre primitivo contra la bestia, permite al público identificarse con el protagonista violento, pero bienintencionado, y le permite ver al héroe como a uno mismo como los actores que vencen el mal, restauran el orden y la justicia y prometen un futuro seguro. Cuando el público abandona la ficción sabe que así es como actuarían si se enfrentaran a la misma amenaza existencial y moral que los personajes de la película.

Esta manera de desarrollar ficción del Pentágono y Hollywood, nuevamente centrada en el mito de la violencia redentora, comienza tan pronto como los niños ven dibujos animados, que a menudo recurren a la violencia excesiva para lograr el orden y la justicia, o se toman para su primer espectáculo aéreo militar o para el desfile del 4 de julio. Esta explotación por parte del Pentágono y Hollywood de niños, adolescentes y el público adulto nos lleva a una sociedad militarizada donde gastamos más de un billón de dólares al año en la guerra mientras actualmente matamos personas en más de una docena de países diferentes. Sin embargo, para el estadounidense individual, particularmente para muchos que se alistan, esto es a menudo un simple ejercicio de lo correcto contra lo incorrecto, la responsabilidad con el mundo frente al apaciguamiento negligente y el bien contra el mal, es decir los fundamentos del excepcionalismo estadounidense.

Si tales creencias moralmente superiores del estadounidense promedio hipermilitarizado se basaran en la experiencia fáctica o histórica, fueran expuestas al pensamiento crítico, la lógica o el examen o fueran cotejadas por la exposición real o el contacto con personas de otras culturas y tierras, la realidad provocaría que los cimientos de la existencia maniquea de Estados Unidos se pudrieran, se arrugasen y colapsasen. Esta disonancia moral puede ser sin duda la causa fundamental de por qué 20 veteranos al día se suicidan y por qué los veteranos de Irak y Afganistán más jóvenes de Estados Unidos se suicidan a una tasa 6 veces mayor que la de otros jóvenes de su edad.

La culpa, producida por las acciones o inacciones del soldado en combate, puede empeorar por el alto sentido de acción y posición moral a los que tantos estadounidenses se enfrentan. Cuando la realidad de las guerras, en particular las mentiras de las guerras, la perfidia de sus líderes y la ambigüedad moral de sus propios propósitos y acciones individuales se vuelven parte de su yo consciente, tal culpa puede causar un colapso del yo al que no puede sobrevivir. La importancia de la culpa, exacerbada por la destrucción de un sistema moral de autoestima previamente sostenido, como el principal impulsor de los suicidios de veteranos de combate, ha sido bien conocida desde hace décadas y el VA informó en 1990 de que el mejor predicador del suicidio de veteranos estaba relacionado con el combate. Más recientemente el Centro Nacional de Estudios de Veteranos de la Universidad de Utah en 2015 evaluó que 22 de 23 estudios que examinaron la relación estrechamente innegable vinculada a culpa, el combate, el suicidio y el acto de matar.

Pero incluso cuando esta certeza moral en la guerra devasta al individuo cuando se deshace, encaja perfectamente en dos de las industrias y exportaciones más importantes de Estados Unidos: la guerra y Hollywood.

Desde muy temprano, y en la fundación de la industria del cine, el ejército de los EE.UU. estuvo muy involucrado en el negocio de Hollywood y en asegurar que los estadounidenses tuvieran una comprensión de la historia y de la sociedad estadounidense, y del mundo, como correspondía al ejército y el Gobierno de su país. En particular en esos primeros días, los soldados de West Point participaron en la producción de la infame glorificación racista de DW Griffith de 1915 del ascenso del Ku Klux Klan después de la Guerra Civil, El nacimiento de una nación, una película cuyo relato histórico del choque moral entre el bien y el mal, en términos literales en blanco y negro, todavía resuena hoy.

Muy pronto Hollywood demostró su lealtad y utilidad a la guerra contemporánea. Durante la Primera Guerra Mundial un Hollywood joven pero serio prometió su apoyo a la propaganda y los esfuerzos de reclutamiento de la guerra como lo anunció Motion Picture News: «Todo individuo que trabaja en esta industria» ha prometido proporcionar «filminas, cineastas y avances de películas, carteles… para difundir esa propaganda tan necesaria para la movilización inmediata [sic] de los grandes recursos del país”.

Después de la guerra la cooperación entre Hollywood y el ejército se profundizó, culminando en 1927 en una relación transaccional entre el Pentágono y Hollywood que pronto se convertiría en el criterio en común. Se proporcionaron cientos de pilotos, aviones y más de 3.000 soldados de infantería de EE.UU. para hacer la película de la Primera Guerra Mundial Alas. Fue un gran éxito y se convirtió en la primera ganadora del Premio a la Mejor Película en la ceremonia inaugural de los Premios de la Academia en 1927. La cooperación entre Hollywood y el Gobierno de los Estados Unidos continuó en la Segunda Guerra Mundial y el presidente Franklin Roosevelt llamó a la industria del cine una “parte necesaria y beneficiosa del esfuerzo de guerra». Parte de esta cooperación entre Hollywood y el Gobierno de los Estados Unidos en «la guerra buena» se está entendiendo ahora, tal como Greg Mitchell explicó a Amy Goodman de Democracy Now sobre el reciente 75 aniversario del bombardeo de Hiroshima.

Más de 90 años después, y como lo documentaron Matthew Alford y Thomas Secker en su libro National Security Cinema, el Departamento de Defensa y la Agencia Central de Inteligencia han asumido activamente un papel editorial, de producción y creativo en miles de películas y programas de televisión. Alford y Secker mencionan que solo el Pentágono ha jugado un papel en 813 películas y 1.133 programas de televisión (a partir de 2016). Muchas veces el papel desempeñado por los militares fue mucho más allá de simplemente proporcionar los tanques o helicópteros necesarios para aumentar el realismo de la película, como lo han hecho el Pentágono y la CIA, a través de contratos establecidos con los estudios cinematográficos. También tuvieron última palabra sobre el guión, incluida la reescritura de líneas de diálogo, la eliminación de escenas que no están en línea con la narrativa militar o de la CIA, así como la inclusión de escenas útiles para la imagen, la política y las campañas de reclutamiento de los generales y espías de Estados Unidos.

Esta relación de «explotación mutua«, como la describe el principal enlace del Departamento de Defensa con Hollywood Phil Strub, permite que los líderes militares y de inteligencia estadounidenses no electos no solo censuren las películas actuales, sino también las futuras, lo que provoca que los estudios, financistas, productores, directores y escritores, es decir, un gran porcentaje de Hollywood, se esfuercen por mantener contentos a los militares y a la CIA para asegurarse de que los estudios obtengan el apoyo que necesitan del Tío Sam cuando sea el momento de filmar la próxima película de guerra, la elección del superhéroe, la acción y las aventuras. El Pentágono no solo proporciona el equipo, sino que también con la intervención de soldados, marineros, aviadores e infantes de marina de la vida real en la película o programa de televisión, Hollywood ahorra millones de dólares en mano de obra sindicalizada. Estos ahorros son enormes y no deben descartarse, especialmente cuando se comprende el alto costo de las imágenes generadas por computadora (CGI). Veamos por ejemplo el drama con la intervención de Tom Hanks Capitán Phillips: al utilizar todo lo que el Pentágono tenía para ofrecer en términos de barcos, aviones y marineros, en lugar de CGI y mano de obra sindical, los productores de la película pueden haber ahorrado hasta 50 millones de dólares al usar el apoyo militar estadounidense. Tampoco hay que descartar la importancia para el estudio de utilizar equipo militar real cuando se trata de la autenticidad y el realismo de las escenas y la acción de la película, el público puede notar la diferencia.

Los resultados de una relación transaccional tan moralmente censurada entre Hollywood y el ejército permiten que el Pentágono se beneficie tanto como las cuentas bancarias de los estudios. La necesidad de controlar la narrativa no solo sobre la guerra, sino también sobre la sociedad estadounidense y la cultura militar, es muy importante para los generales y almirantes. Entonces, a cambio del equipo y los miembros del servicio que proporciona a Hollywood, el Pentágono no solo influye en las historias de películas y televisión, sino que las controla. Las referencias a temas como el suicidio militar y la violación se mantienen fuera de las películas, aunque son epidémicos y endémicos dentro de las fuerzas armadas. Las películas basadas en novelas clásicas, importantes y proféticas como 1984 o The Quiet American tienen sus finales, en sus adaptaciones cinematográficas, cambiados espeluznantemente para cumplir con los esfuerzos temáticos y propagandísticos del Gobierno de EE.UU. Estos esfuerzos de propaganda están dirigidos al público estadounidense más que a cualesquiera otras personas. Y junto con los medios administrados por el Gobierno ahora son legales, ¡Gracias Obama!

Si los estudios cinematográficos quieren hacer una película o un programa de televisión que critique al ejército de los EE.UU. o a la CIA, el Pentágono y Langley son los que determinan si una película o programa es crítico, entonces dichas empresas deben recordar que el acceso para películas futuras, generalmente las más importantes de éxitos de taquilla, para la generosidad del Gobierno de los Estados Unidos, puede verse comprometido. David Sirota demostró claramente esto en 2011 cuando repitió estas dos citas en un artículo de opinión del Washington Post:

Strub describió el proceso de aprobación a Variety en 1994: “El criterio principal que usamos es… ¿Cómo podría la producción propuesta beneficiar a los militares?… ¿Podría ayudar a la contratación [y] está en sintonía con la política actual?» Robert Anderson, la persona de la Marina designada para el contacto con Hollywood, lo expresó aún más claramente a PBS en 2006: «Si quieres la cooperación total de la Marina, tenemos una cantidad considerable de poder, porque son nuestros barcos, es nuestra cooperación, y hasta que el guión no está en una forma que podemos aprobar la producción no avanza».

Vale la pena señalar que los productores de Hollywood no solo tienen acceso al equipo y al personal que les ahorra dinero, sino que también pueden tener acceso a los que están en la cima del ejército y la CIA con los secretos y las historias detrás de escena que proponen la censura de las historias de heroísmo patriótico y moralmente simples que el público ama.

Por lo tanto, tiene sentido que una productora galardonada como Kathryn Bigelow haga la siguiente declaración, absurdamente obsequiosa, antes de producir Zero Dark Thirty, su película sobre el asesinato de Osama bin Laden:

“Nuestro próximo proyecto cinematográfico… integra los esfuerzos colectivos de tres administraciones, incluidas las de los presidentes Clinton, Bush y Obama, así como las estrategias de cooperación y la implementación por parte del Departamento de Defensa y la Agencia Central de Inteligencia. De hecho, la peligrosa labor de encontrar al hombre más buscado del mundo fue realizada por individuos de las comunidades militares y de inteligencia que arriesgaron sus vidas por un bien mayor sin tener en cuenta su filiación política. Este fue un triunfo estadounidense, tanto heroico como no partidista, y no hay base para sugerir que nuestra película representará esta enorme victoria de otra manera».

No se necesita mucho para entender entonces cómo Bigelow y su socio de producción Mark Boal recibieron informes clasificados de alto secreto de la CIA y cómo Zero Dark Thirty luego repitió, de manera bastante falsa, el uso de la tortura como una herramienta que condujo con éxito a localizar a Bin Laden después de una década de fracasos. Una narrativa tan falsa sobre la tortura, aunque encubierta bajo el manto casi sagrado de la necesidad moral en la interminable Guerra Global Maniquea contra el Terrorismo, es una mentira necesaria y justa para los líderes de la CIA, ya que no solo buscan excusar crímenes pasados, sino también a exonerar a los actuales. Aparentemente una pluralidad, si no una mayoría, de estadounidenses entienden su historia y el contexto de los eventos mundiales a través de los medios de entretenimiento, ayudados ahora por las redes sociales. Este es un éxito de relaciones públicas que la mayoría de los gobiernos, religiones e instituciones nunca podrían imaginar y mucho menos realizar. Seguramente otras naciones y entidades han utilizado el teatro con fines propagandísticos, tomemos por ejemplo el espectáculo del Triunfo de Roma. Sin embargo, me resulta difícil identificar otras industrias de medios de comunicación y naciones que se hayan beneficiado de manera tan equitativa entre sí al mismo tiempo que distorsionaron los valores y el conocimiento de sus respectivas poblaciones.

Las películas que están vendiendo la guerra como un producto que patrocinan con gusto y voluntad, como las franquicias de Transformers, Avengers y X-Men, son historias de cómics del bien contra el mal, películas que explican la necesidad urgente de utilizar la violencia brutal contra «el enemigo». La realidad de la violencia, las consecuencias de los ciclos interminables de venganza o el impacto psicológico y psiquiátrico del asesinato rara vez se muestran o se discuten, porque eso sería contrario al propósito. Como Sirota señaló en 2011, y una estadística que el Pentágono probablemente conocía bien antes, los hombres jóvenes a los que se les mostraron anuncios de reclutamiento para el ejército relacionados con películas de superhéroes tenían un 25% más de probabilidades de alistarse. También se comprende bien cómo el Pentágono utiliza los videojuegos para reclutar. Aplausos a la representante Alexadria Ocasio-Cortez y otros que recientemente intentaron supervisar el uso de publicidad en videojuegos por parte de los militares. Como una característica especial producida por el ejército que se vinculó con la película Independence Day de 2016, el uso de publicidad por parte del Pentágono en videojuegos interactivos permite a los reclutadores militares capturar los detalles y la información de niños de tan solo 12 años.

Para combatir a veteranos como yo y otros, es fácil notar que las películas que a los militares no les gustan y con las que no cooperarán son aquellas que parecen decir la verdad de la guerra. Películas como Catch-22, MASH, Platoon, Apocalypse Now, The Thin Red Line, Three Kings y The Deer Hunter son algunas de las películas a las que se les negó el apoyo del Pentágono porque no exhiben positivamente “el espíritu militar”. Sin embargo, estas películas son quizás las mejores películas de guerra que ha producido Hollywood. Lo que hacen, y esto es un anatema para Strub y los generales del Pentágono, es exhibir el horror, el absurdo y la indiferencia moral de la guerra y la matanza y, a veces para el espanto, incluso muestran la humanidad del enemigo.

Estas son las cosas que muchos veteranos de combate saben muy bien en sus vidas después de la guerra y después de la matanza. La escena de la boda de The Deer Hunter, donde un joven Robert De Niro, Christopher Walken y John Savage intentan festejar a un boina verde que está bebiendo solo, en silencio y agonizando la guerra de Vietnam, es para mí quizás el mejor resumen cinematográfico de la guerra. Preguntado persistentemente por los jóvenes entusiastas que no pueden esperar para ir a la guerra y matar como se hace en la guerra, el boina verde solo responderá con las palabras «A la mierda». A medida que la consternación, la incomprensión y la ira de los jóvenes crecen hasta convertirse en esta blasfemia contra la bondad y el propósito de la guerra estadounidense, el boina verde se medica, se adormece y se castiga con alcohol. Una escena así no es el tipo de escena que proporciona la seguridad moral y la realidad de la guerra de EE.UU. Y lo que en realidad nuestros generales quieren es que el pueblo estadounidense compre y consuma, pero es el sentimiento y la acción lo que los veteranos de combate dirán que es veraz.

Sin embargo, la certeza moral no está relacionada con la verdad, quizás sean antagónicas entre sí. Pero la certeza moral está relacionada con la guerra y la matanza, y la guerra y la matanza están relacionadas con las ganancias de los medios y el entretenimiento. Hollywood y el Pentágono no solo son simbióticos, son los productos compuestos de un imperio estadounidense que sobrevive mediante la aplicación continua de la guerra, tanto contra poblaciones extranjeras como contra su propia gente (la utilidad de las películas y los programas de televisión policiales y criminales es fundamental para promover y mantener el apoyo del público estadounidense a un Estado policial, de vigilancia y encarcelamiento masivo, omnipresente y ultraviolento).

Sin Hollywood para informar y educar a los jóvenes y a sus familias sobre los peligros y horrores del mundo, las fuerzas armadas tendrían dificultades para llenar sus filas, mientras que sin el apoyo de unas fuerzas armadas mayores que las del resto de las fuerzas armadas del mundo juntas, Hollywood no solo tendría dificultades para producir sus películas y programas de manera rentable, sino que incluso podría tener dificultades para vender boletos, suscripciones para audiencia y comerciales. Los dos Leviatanes no solo se apoyan el uno al otro, sino que refuerzan la existencia del otro, ya que el poder, la justicia y la necesidad de la violencia redentora son la base de las narrativas básicas del propósito del ejército estadounidense y la narración de historias de Hollywood. Que esto tenga un precio profano y sangriento que totalice incontables millones de almas no tiene importancia para los hombres y mujeres a quienes apoyan las narrativas bélicas para sostener y nutrir un imperio y una industria que ascienden a billones de dólares anuales. Matar no es solo un buen negocio, es un buen teatro.

El Pentágono y la CIA, al subsidiar a los de Hollywood que los acompañan y castigar a los que no lo hacen, crean y sostienen la realidad de un mundo peligroso y hostil en el que la violencia es necesaria para ser una fuerza para el bien, para proteger y defender el mundo civilizado. Hollywood, ansioso de los cientos de millones de dólares, si no miles de millones de dólares, en subsidios anuales, apoyo material y laboral del Gobierno de los Estados Unidos, y ansioso por mantener viva la narración del bien contra el mal, es un socio feliz del Pentágono, la CIA y el Gobierno de Estados Unidos.

Ni siquiera una pandemia que haya matado a más estadounidenses que todas las guerras de los últimos 75 años combinadas engendra la autoridad moral que posee el imperio estadounidense y su mito de la violencia redentora. Hay una increíble argumentación y división, incluso algo de apatía, en el Congreso sobre cómo proteger al pueblo estadounidense de una amenaza real como el coronavirus y casi no hay apoyo a ninguna medida real para proteger a los estadounidenses de las amenazas existenciales muy reales del cambio climático o la guerra nuclear, por no hablar de las continuas consecuencias de la desigualdad económica. Sin embargo, existe un consenso masivo en el Congreso, incluida una mayoría de demócratas, que anualmente, con certeza, votan por un mayor gasto de guerra de Estados Unidos y la continuación de las guerras interminables de Estados Unidos contra los negros y morenos en el mundo musulmán.

Ningún dictador o monarca, régimen o república ha tenido jamás los medios para condicionar, o lavar el cerebro, a su público a la complicidad y asegurar el cumplimiento de su sistema político en apoyo de sus ambiciones imperiales desnudas, contra enemigos imaginarios, de la manera en que el imperio estadounidense se beneficia con Hollywood. Por supuesto este es solo un elemento dentro de una estructura capitalista e imperialista en la que varios cuasi monopolios cooperan para beneficiarse mutuamente a expensas de las personas y el planeta, pero esta es la relación que llega a nuestros hogares, enseña a nuestros hijos y ministros, de manera muy efectiva, la creencia y la causa del excepcionalismo estadounidense en sus muchas formas sangrientas.

*Matthew Hoh es miembro de las juntas asesoras de Expose Facts, Veterans For Peace y World Beyond War. En 2009 renunció a su puesto en el Departamento de Estado en Afganistán en protesta por la escalada de la guerra afgana por parte de la Administración Obama. Anteriormente había estado en Irak con un equipo del Departamento de Estado y con los marines estadounidenses. Es miembro senior del Center for International Policy.

**Por razones de espacio me he limitado a mencionar la Primera Guerra Mundial, aunque los orígenes y las razones de las dos guerras mundiales son anteriores al siglo XX.

Tomado de: https://elciervoherido.wordpress.com

Tráiler del filme La noche más oscura (Zero Dark Thirty) Directora Kathryn Bigelow

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Disney, ¿golpe bajo, o la llegada de otros tiempos?

Fotograma del filme Mulan, de Niki Caro

Por Rolando Pérez Betancourt

El dueño de un cine en Francia hace añicos un cartel anunciando la última superproducción de Disney y clama que ha sido traicionado, otros hablan de golpe bajo y no faltan los que alegan que, al decidir estrenar el blockbuster Mulan en su plataforma online, la millonaria casa productora toma una decisión sin retorno que pudiera cambiar –quizá para siempre– la tradicional costumbre de ir al cine.

Detrás de los hechos se alza la pandemia que asola al mundo y pone en evidencia una verdad que aterroriza a la ya hundida industria cinematográfica: cada vez son menos los que deciden entrar a una sala oscura, allí donde estas permanezcan abiertas.

Mulan es la nueva versión de un dibujo animado de Disney de 1998 y se inspira en una leyenda china que habla de una muchacha que va a la guerra en sustitución de su padre. Participan importantes actores y, a juzgar por los avances, prima un alto nivel de producción en esta historia de fastuosos combates, brujas y efectos especiales a raudales.

En tiempos en que las nuevas tecnologías permiten llevarse el cine a casa, o convertirlo en algo más personal, los llamados blockbuster son los que sustentan el peso de la taquilla. Filmes de superhéroes e historias fantásticas promovidos para ser disfrutados por toda la familia en pantalla grande.

Varios de esos blockbuster tuvieron que aplazar la fecha de estreno con la llegada de la COVID-19, una operación de los estudios que respondía, también, a los reclamos de los dueños de cine, esperanzados en recuperarse de los malos tiempos. La jugada estaba clara: Postergamos y luego se rescatan las inversiones tras hacer de la espera un factor publicitario sin parangón.

Todo calculado, menos que la pandemia se adueñaría del almanaque.

Disney había estado haciendo resistencia a su entrada en el negocio del streaming: el cine era el cine y no había por qué cambiarlo. Pero Netflix, HBO y Amazon abrieron caminos comerciales difíciles de rechazar, entre otras razones, porque el público empezó a responder ante producciones que, en sus componentes técnicos y artísticos, no tenían nada que envidiarle al cine tradicional e, incluso, lo superaban y hasta ganaban importantes premios. No tardaron en quedar atrás los días en que renombrados actores rechazaban participar en proyectos desligados del «gran cine», y si hoy se revisa la lista se comprobará que quedan pocos de ellos por integrarla.

Cierto que, durante la pandemia, y con el ánimo de recuperar capitales, se adelantaron en las plataformas producciones concebidas para las salas, pero nada que tuviera que ver con estrenar costosos blockbusteres, eso, ¡ni pensarlo!

De ahí que comenzara a arder Troya una vez que Disney anunció que, al no poder esperar más por la apertura de las salas, y necesitada de recobrar inversiones, estrenará Mulan en streaming a partir del próximo 3 de septiembre. Los precios, como era de esperar, han levantado protestas: 21,99 euros en países europeos, además de 6,99 por el abono mensual, o 69,99 en caso de que se pague anualmente la suscripción a la plataforma. En Estados Unidos el costo será de 29,99 dólares para aquellos que quieran ver en caliente la nueva versión de Mulan dirigida por Niké Caro. Los que no paguen, tendrán que aguardar a que Disney –sin fecha referida– la cuelgue para todos sus suscriptores.

Pero la máxima pregunta que hoy se formulan los amantes de la pantalla grande es si la estrategia iniciada por Disney con Mulan –ese ¡todo vale!– romperá los pactos tradicionales de estrenos online, lo que significaría un arrinconamiento más contra un cine tradicional ya enfermo, y no solo por las consecuencias de la pandemia.

Tomado de: http://www.granma.cu

Tráiler del filme Nulan, de Niki Caro

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Explosiones

Foto BBC

Por Elisa McCausland y Diego Salgado

“Cuanto más profundizamos en la sustancia de la realidad, más endebles se vuelven nuestras estructuras de pensamiento”. En 1985, Don DeLillo publica Ruido de fondo, una novela sobre las estrategias con las que el presente elude las cuestiones verdaderamente significativas para la condición humana; en particular, nuestra lucha por la supervivencia y lo inevitable de nuestra extinción. Para tratar de ocultarnos a nosotros mismos ese núcleo inestable de la existencia, relataba DeLillo, apelamos a un éxtasis de la conexión y el consumo, un estruendo bajo el cual se agita, pese a todo, “la química cerebral del terror, que se pone de manifiesto en nuestras mentes como un ruido de fondo perpetuo, imposible de camuflar o eliminar”.

Han pasado 35 años desde que vio la luz la novela de DeLillo, pero sus reflexiones nos han parecido más oportunas que nunca en el verano de 2020: nuestra alienación respecto de los hechos básicos de la vida y nuestra inmersión en una cacofonía ideológica y comunicativa, que creemos nos aislará del ruido de fondo, han alcanzado niveles de paroxismo. Como se ha podido observar en los últimos meses, la pandemia que nos atraviesa tan solo ha exacerbado el proceso.

Lo que hemos convenido en llamar globalmente nueva normalidad no es sino el apogeo de una falsa normalidad previa que, a juicio de Naomi Klein, “ya era crisis”. Bajo el impacto traumático del coronavirus, los ámbitos de la cultura y de la producción y la recepción de las imágenes —en las que el mundo cifra hoy por hoy sus sentidos y sensibilidades— se han visto sometidos en especial a una tensión tan insoportable como en muchas ocasiones reprimida. Algo en lo que ha jugado papel determinante una gestión colectiva de la pandemia en términos abstractos de gráficas y datos que, de modo más o menos consciente, han servido para (auto)censurar lo que pasaba, hasta el punto de generar un vacío documental y testimonial, un hueco considerable en la memoria de la época.

Nuestra intención con este y próximos artículos pasa por reconocer y calibrar dicha tensión entre lo que no queremos ni ver ni escuchar, y la sombra que esa zona muerta deposita sobre aquello en lo que hemos elegido focalizar nuestra atención y depositar nuestra tranquilidad de espíritu; por traducir el ruido de fondo que genera en nosotros la sombra, en una modulación de frecuencia capaz de hacerse valer frente al ruido distractivo imperante.

Y nada más pertinente para comenzar que con el análisis de las imágenes de una gran explosión: la producida en Beirut el pasado 4 de agosto a causa del incendio de toneladas de nitrato de amonio en un almacén situado en el puerto de la capital libanesa. Un suceso de extrema gravedad, que ha puesto contra las cuerdas al gobierno libanés, pero del que apenas tenemos noticias un mes después de que ocurriese.

Lo que importó fue el evento, el “terrible espectáculo” de la explosión y “la dramática devastación de Beirut” a consecuencia de la misma. Expresiones reiteradas una y otra vez por medios y usuarios de redes sociales para hacerse eco de las capturas de la deflagración con un ánimo que oscilaba con claridad entre la fascinación y el espanto; la “distancia justa”, parafraseando a Jean-Luc Godard, entre el disfrute estético de la imagen y la conciencia de lo que implica.

Se da la circunstancia curiosa de que este verano se conmemoraban los 75 años del lanzamiento sobre Hiroshima y Nagasaki de sendos artefactos nucleares. La rememoración de aquellas catástrofes ha hecho gala de un cierto distanciamiento respecto de los testimonios gráficos documentales. El pánico nuclear, que supuso para varias generaciones un factor esencial de sus perspectivas de futuro, ha pasado a ser pasto de la cultura popular, de mainstream inconfesable en YouTube, y de libros de lujosa edición como 100 Suns (2003), en cuyo prólogo Michael Light, el encargado de recopilar cien fotografías sobre las detonaciones entre 1945 y 1962 por Estados Unidos de artefactos atómicos, daba cuenta de la ambivalencia que ha pasado a suscitar con el tiempo lo sublime nuclear: “La evidencia que aportan las fotografías que siguen es aterradora por sus resultados y, al mismo tiempo, produce una impresión desconcertante como espectáculo (…) los efectos terribles de las explosiones, latentes en las fotografías, coexisten con la grandeza visual de lo que ya es imaginario atómico”.

Tal imaginario ha ganado la partida hasta tal punto que, como señalaba la historiadora Elena Masarah, los comentarios estos días pasados sobre los desastres de Hiroshima y Nagasaki se han ilustrado en muchos casos con imágenes correspondientes a ficciones —series, cómics, películas, videojuegos— en las que a lo largo de los años se han recreado hongos atómicos con intenciones lúdicas.

La explosión en Beirut, que tuvo una réplica menor días después al estallar una gasolinera en la localidad rusa de Volgogrado, nos devolvió de cabeza a la inmediatez en el registro de una gran catástrofe; puede hablarse incluso de una energía colectiva liberada a la hora de ver y compartir los infinitos ángulos desde los que se registró el suceso tanto o más potente que la provocada por el estallido en aquella ciudad de tres mil toneladas de sustancias inflamables.

La broma recurrente en torno a la sucesión en 2020 de debacles varias alcanzaba un culmen apocalíptico con lo ocurrido en Beirut. Y resulta inevitable asociar lo apocalíptico con una sensación de alivio: nos vemos obligados a confrontar un hecho que lo cambia todo por mucho que nos empeñásemos en evitarlo, que no nos permite seguir eludiendo el ruido de fondo, que nos obliga a despertar. Todo lo contrario, a lo que ha supuesto a lo largo del año la experiencia de la pandemia, cuya representación colectiva orquestada por políticos, medios y redes sociales ha estado marcada, como decíamos, por la invisibilidad y la negación; por el empeño en mantener el statu quo social de forma que la desintegración ya en marcha del mundo se prolongue a cámara hiperlenta, de manera casi imperceptible, camuflada entre aplausos, baterías de medidas aleatorias y memes.

Las imágenes del hongo postatómico de Beirut fueron sepultadas pronto por nuestra adicción a un nuevo trending topic cada pocas horas, y nadie ha vuelto a preocuparse por sus repercusiones reales. Pero, incluso así, supusieron por lo menos un shock momentáneo, una quiebra en los consensos presentes sobre lo que es o no representable, cimentados en una nueva moral de las imágenes. Un nuevo talante restrictivo en el que confluyen sensibilidades de última ola, la supuesta necesidad de tranquilizar a la población ante los efectos imprevisibles de una pandemia global, y la deriva de Internet en ágora privatizada.

Vale la pena en este sentido concluir remitiéndonos de nuevo a Naomi Klein: en un artículo reciente publicado por The Intercept, la ensayista canadiense ha pronosticado el advenimiento de una distopía high-tech ligada a nuestra condición creciente de individuos aislados en sus hogares y monitorizados por sus pares, sus superiores y las autoridades, que ha legitimado plenamente el coronavirus.

Para Klein, estados y corporaciones tecnológicas están diseñando un futuro similar al de Matrix (1999), en el que nuestros cuerpos y nuestras mentes serán tan solo el hardware y el software precisados por nuestros avatares para adaptarse a los estándares económicos y morales que van dando forma a la ciudadanía virtual. Bajo el espejismo de lo diverso en la customización de sus perfiles, nuestra proyección en dicha irrealidad estará mediada, según Klein, por un screen new deal, un pacto colectivo sobre lo que podemos ser en pantalla, en cuyo altar serán sacrificadas cada vez en mayor medida las imágenes incómodas, críticas, disidentes.

Renunciar en ese contexto distópico a ver y ser vistos en toda nuestra complejidad, a expresar(nos), traerá consigo la persistencia incómoda del ruido de fondo y, en las circunstancias más insospechadas, la explosión de fenómenos sublimes y aterradores.

Tomado de: https://www.elsaltodiario.com

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Política y estética del meme

Donald Trump en estética meme

Por Jorge Carrión

“Mallarmé afirmó que en el mundo todo existe para culminar en un libro. Hoy todo existe para culminar en una fotografía”, escribió Susan Sontag en 1977. A juzgar por los contenidos que más circulan por nuestras bandas anchas, se podría afirmar que en 2020 todo existe para culminar en un meme.

Los memes son mensajes visuales sencillos, de consumo instantáneo, por lo general irónicos, concebidos para navegar por las redes sociales a velocidad superheroica. Se trata de archivos de imagen o de vídeo que a menudo incluyen texto. Su naturaleza se ubica entre lo popular y lo populista. Son, al mismo tiempo, la encarnación digital e hiperbreve del chiste o del panfleto. Se han vuelto importantes por su potencia viral, por su poder político. Pero no hay que olvidar que, al mismo tiempo, son efectivas construcciones estéticas.

Las fotografías, los cadáveres exquisitos, los cómics o los grafitis tardaron mucho tiempo en ser considerados arte. En estos momentos, formas de expresión tan distintas como las canciones de trap, los hilos de Twitter o los memes están entrando en ese difícil territorio. Pero el meme plantea una dificultad teórica que no encontramos en otras manifestaciones culturales. ¿Puede ser arte una forma que, por su propia anatomía, no puede aspirar a la excelencia, que solamente pretende ser comunicación y contagio? Supongo que sí, si lo es un urinario desde hace ya un siglo.

Antes de continuar, tengo que confesar que no me gustan los memes. No los comparto, casi ni los recibo. Pero eso no importa, porque se han vuelto fundamentales en la comunicación contemporánea. Y la crítica cultural aspira a trascender los gustos propios y analizar los objetos de interés general.

Los memes constituyen un auténtico telón de fondo de nuestra época. Dice la investigadora y activista An Xiao Mina en Memes to Movements que son el “street art” de internet. Si el rap o el grafiti dieron expresión artística al malestar social de los años ochenta, muchos de los memes que se producen y consumen expresan el virtual del siglo XXI. Aunque haya sido convertido en un arma propagandística sobre todo por la derecha y la extrema derecha, su difusión ha alimentado la indignación y las protestas tanto de los aficionados al deporte como de los fans de series de televisión, tanto de los movimientos progresistas como de los conservadores. A todos nos une, para bien y sobre todo para mal, el poder imantador de los memes.

Ese poder radica en la formalización de una idea. En un diseño. En la selección de ciertas imágenes y su combinación con ciertas palabras. Es importante diseccionar su estética para entender su capacidad de penetración en nuestras mentes, que transforman en agentes de contagio. ¿Por qué esa artesanía tan precaria consigue secuestrar nuestra atención durante tres segundos y que pulsemos el botón de “compartir”? Porque apela a la dimensión más exportable de nosotros mismos.

En su contenido, los memes digitales apuntan a una diana con varios círculos concéntricos: el sexo, la comida, el humor, la pertenencia a una comunidad o la autorrealización. Su objetivo es la difusión masiva. No en vano son la evolución digital de lo que Richard Dawkins definió como meme en su libro clásico de 1976, El gen egoísta: las ideas virales, los conceptos que triunfan en las sociedades humanas y pasan a formar parte de la genética cultural.

Desde que en 1999 Susan Blackmore publicó The Meme Machine hasta que en 2013 llegó a nuestras librerías Memecracia. Los virales que nos gobiernan, de Delia Rodríguez, la literatura académica y de divulgación siguió y actualizó la teoría de Dawkins, llevándola a la lógica y la locura de internet. En la bibliografía más reciente sigue predominando una lectura sociológica, tecnológica y política; pero la aproximación estética se va abriendo camino.

En proyectos monográficos virtuales, como el brasileño Museu de Memes; en exposiciones de espectro más amplio, como la que ha comisariado Mery Cuesta este año para el Centro de Arte Dos de Mayo sobre Humor absurdo; o en festivales como el pionero Memefest, o el del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona con el mismo nombre, constatamos el interés global por pensar y representar esos artefactos mínimos y cotidianos en los ámbitos de la producción y el archivo del arte.

La forma de los memes es desconcertante y —por extraño que parezca— hipnótica. Primaria, amorfa, amateur. Un meme no puede ser, por su propia naturaleza, bello ni perfecto. Su estética incluye todo aquello que proscriben en principio las bellas artes: la fealdad, el reciclaje icónico, la falta de ortografía, el píxel. Aunque algunos pocos pervivan, la inmensa mayoría desaparece poco después de su entrada en el scalextric que conecta todas las pantallas. Tienen que ser tan aerodinámicos como un mosquito y tan vulgares como un mensaje de texto o el selfi de un amigo: para contagiar lo apuestan todo a una artesanía que se camufla entre los mensajes de la vida cotidiana.

Su confección recurre a lo más elemental de la lógica del collage: el corta y pega. Aunque existan creadores profesionales de memes y agencias de desinformación que los fabrican en cadena, cualquiera puede acceder a generadores (Memegenerator, Imgflip) o incluso dejar que los produzca un algoritmo (como el de This Meme Does Not Exist). El meme es la expresión mínima del remix. El epítome del hazlo tú mismo. La autoría de un meme, necesariamente compartido y variado en su trayecto vital, es colectiva. Tras leer uno impactante, a menudo nuestro inconsciente llega a la misma conclusión: qué bueno, lo podría haber hecho yo mismo, voy a reenviarlo.

Si bien millones de personas se pueden llegar a reír, simultáneamente, por el mismo meme, también grandes masas de población pueden decidir cambiar sus percepciones sobre la inmigración, un partido político o la violencia de género tras recibir esas viñetas de opinión, esas píldoras efímeras, esos chistes textovisuales.

La propia Sontag, en su célebre ensayo “Contra la interpretación”, escribe: “La mejor crítica, y no es frecuente, procede a disolver las consideraciones sobre el contenido en consideraciones sobre la forma”. La función de la crítica —añade— consiste en mostrar el cómo y el qué de la obra, no en interpretarla. Eso deberíamos hacer con los memes.

Los lectores tenemos que permanecer atentos ante ese nuevo ecosistema de la influencia y la atención. La crítica política de internet, donde todo pasa por una ingeniería y un diseño centrados en la experiencia del usuario, debe ser también estética. Los memes nos entran por los ojos. No lo olvidemos.

No podemos permitir que sean un monopolio de la ultraderecha, un vehículo para la transmisión de racismo, homofobia, machismo o teorías de la conspiración. Los medios de comunicación más responsables y serios y los proyectos políticos progresistas deberían poner en circulación sus propios memes. Y todos nosotros tendríamos que reflexionar críticamente durante unos segundos sobre el contenido que hemos recibido en nuestro teléfono antes de compartirlo. O, mejor aún, de preferir no hacerlo.

Tomado de: https://www.nytimes.com/es

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Sean McFate: “La victoria moderna no se obtiene en un campo de batalla sino en la conciencia de una sociedad”

Las nuevas reglas de la guerra: la victoria en épocas de desorden, de, Sean McFate

Por Jorge Elbaum

Los modelos geopolíticos de injerencia y su impacto en América Latina. El libro de Sean McFate exhibe con total procacidad las iniciativas de manipulación, vigilancia, simulación y engaño sistémico utilizadas por Washington para intentar conservar su poder devaluado

El deterioro de la política doméstica de los Estados Unidos tiene correlato en la degradación de su política exterior. La tradición injerencista de Washington busca impedir su paulatina declinación como referencia de la política mundial y apela a innovadoras conceptualizaciones y prácticas para evitar un mayor deterioro.

En un intento por sortear las repetidas derrotas estratégicas sufridas desde la Guerra de Corea hasta la actualidad, el ex paracaidista y contratista militar (eufemismo de mercenario), actualmente devenido en académico, Sean McFate, publicó un libro en 2019 que se constituyó en el texto de cabecera de las usinas de información del Departamento de Seguridad Nacional y del Departamento de Estado. El almirante James Stavridis, que fuera responsable del Comando Sur hasta 2009 y luego Jefe Supremo de la OTAN hasta 2013, catalogó a McFate como el nuevo Sun Tzu, en referencia al general chino del siglo V, autor de El arte de la guerra.

El libro de McFate se titula Las nuevas reglas de la guerra: la victoria en épocas de desorden, y se ha constituido en el texto de consulta obligada para los funcionarios que ejecutan las políticas de intervención en los países que Estados Unidos considera bajo su ámbito de influencia. Desde el prólogo, se anuncia que es una respuesta a los peligros detectados por los oficiales que han participado de las últimas aventuras trágicas del modelo imperial: el ascenso de China, el resurgimiento de Rusia, la creciente escasez de los recursos naturales y las conflictividades intraestatales. Las sugerencias planteadas por McFate exhiben con total procacidad las iniciativas de manipulación, vigilancia, simulación y engaño sistémico utilizadas por Washington para intentar conservar su poder devaluado. El desembozado injerencismo planteado en Las Nuevas Reglas reivindica la militarización de la política a partir de la utilización de los medios de comunicación, la gestión del desorden y la generación de conflictos internos.

La hipótesis central del autor es que Estados Unidos ha sido derrotado en todas las confrontaciones militares desde la Segunda Guerra Mundial (Corea, Vietnam, Cuba, Afganistán, Irak y Siria) porque no ha comprendido el cambio de los desafíos bélicos. Según McFate, el centro de las nuevas guerras está en la política y no en el territorio de la acumulación de armas. Las batallas del presente y del futuro se llevan a cabo en un nuevo escenario: la construcción de imaginarios y de sentido común; la búsqueda por imponer formas de realidad; y –sobre todo– el manejo de la información, los datos y la segmentación de que deriva esos agregados. “La victoria moderna no se obtiene en un campo de batalla sino en la conciencia de una sociedad”.

El enfoque supone que la victoria en el campo de batalla es obsoleta. El autor afirma críticamente que Estados Unidos invierte billones de dólares en aviones de combate y robots asesinos y que, sin embargo, no logra imponerse: “Necesitamos el dominio de (…) la subversión estratégica para evitar que los problemas se conviertan en crisis y las crisis en conflictos”. Para eso se requieren más académicos, más Hollywood, más ONGs, más servicios de inteligencia y menos portaviones. El conflicto actual se desenvuelve en las sombras, en los ejércitos privados (las empresas contratistas de mercenarios), el anonimato, las operaciones de confusión y propaganda. Las fuerzas militares convencionales –profetiza McFate– deben ser reemplazadas por grupos enmascarados ajenos a las regulaciones convencionales de la guerra. Entre sus propuestas, llega a considerar la creación de cuerpos similares a la Legión Extranjera, con agentes reclutados de diferentes países, capaces de defender los intereses estratégicos de las corporaciones dentro de territorios (catalogados) sin Estado.

Sus actores prioritarios estarán en guerra permanente porque las escenas bélicas no comenzarán ni terminarán. Serán una continuidad acorde con el desorden global, los ejércitos privados, la entropía, el terrorismo, las operaciones de inteligencia y la búsqueda permanente por ganar la legitimidad; es decir, la aquiescencia de una población. Lo que McFate propone –y las delegaciones diplomáticas de Washington están ejercitando– es la exaltación de una guerra total en la que se asume la imposibilidad de respetar las regulaciones de los conflictos armados (la Convención de Ginebra, por ejemplo), porque ese tipo de enfrentamiento ya no existe y porque supone un handicap para los antagonistas. La tortura, el asesinato de civiles, la utilización de minas personales, el secuestro extrajudicial, el acatamiento de la soberanía de los aliados, el exterminio de prisioneros de guerra, etc., son cláusulas que ya no pueden ser respetadas porque su acatamiento supone una ventaja sobre los formatos actuales del conflicto.

Entre las sombras

La nueva biblia bélica pretende ser una caracterización, pero termina imponiéndose como un decálogo de ejecución. Los corolarios de su doctrina se observan con claridad en los capítulos tercero y cuarto del Documento de Seguridad Estratégica de diciembre 2017, difundido por Donald Trump, donde se ensayan reconversiones de las fuerzas militares en grupos de operaciones dedicados a tareas especiales, cuyo centro son los contenidos culturales, los memes, la ridiculización de dirigentes políticos enemigos, las operaciones judiciales, el control de los aparatos comunicacionales y el engaño planificado. La política ya no se piensa como una forma diferente de la guerra, sino que es una de sus facetas. “Si los gobiernos pueden hacer que la comunicación estratégica sea rentable –subraya McFate–, el sector privado puede ser creativo para satirizar a Putin montando osos. En esa misma lógica cuestiona que China haya comprado algunos estudios de Hollywood, hecho que hace imposible “presentar al gigante asiático como un villano en las películas”, enfoque que ayudaría más que las armas para enfrentarlos.

Para poder insertarse en el nuevo mundo de la guerra, habrá que derivar parte de inmensos recursos bélicos a la administración de mentiras comunicacionales (fake-news) ajenas a cualquier regulación soberana. Esto supone el retorno a un mundo pre-westfaliano (casi hobbesiano, de guerra de todos contra todos) donde conviven ejércitos privados, guerras sin Estados y organizaciones terroristas de triple bandera, dirigidos por fondos de cobertura financieros. Lejos de rechazar la anarquía y la anomia, McFate –autor también del libro El mercenario moderno– las conceptualiza como un territorio fértil para los nuevos formatos bélicos. Se trata de una conflictividad atemporal, de pugnas duraderas sin bandos totalmente triunfantes. Una administración permanente de la crisis global para sostener el status quo del liderazgo global de Washington. Un reciente ejemplo de este paradigma fue transparentizado por el sincericidio del empresario Elon Musk, quien afirmó por redes sociales: “Derrocaremos a quien haga falta” para poder acceder al recurso natural que se requiere para la producción de sus autos eléctricos (el litio).

Algunos de los apotegmas apuntados en Las Nuevas Reglas indican que

“las mejores armas no disparan balas”, sino que son campañas efectivas de propaganda, lobby y relaciones públicas, basadas en la compra de voluntades y en el poder blando que supone la utilización de cócteles diplomáticos, la concesión de ventajas aspiraciones y la invitación a Congresos de Seguridad y lucha antiterrorista: una Green Card –sugiere McFate– puede comprar a muchos políticos, jueces o periodistas. Las batallas sangrientas, afirma, serán cada vez menos eficaces. La nueva guerra debe transformarse en un espectáculo de héroes y villanos, luego de que se demonice al contrincante y se lo caracterice ante el gran público como el enemigo del pueblo, en clara analogía de Henrik Ibsen.

En la misma lógica que el recordado libro de Jean Baudrillard (La guerra del Golfo no ha existido), pero con un tono más cínico, McFate señala que siempre será necesario el camuflaje de las acciones políticamente consideradas incorrectas, con el objetivo de obtener ventajas. No se puede salir derrotado de Vietnam –sugieren Las Nuevas Reglas– porque se autorice la divulgación del uso generalizado del napalm. Su pensamiento, inserto en una lógica imperial (que pretende la supresión de soberanías de terceros países), priva a McFate de identificar las verdaderas causas estructurales de la conflictividad mundial: la desigualdad, el hambre, el control corporativo de los recursos naturales, la degradación ambiental, la violencia patriarcal sistémica, el neocolonialismo y/o la beligerancia funcional a la comercialización de armas.

En el anexo, el autor brinda 36 recomendaciones para los nuevos comandantes político-militares, responsables de garantizar a futuro la continuidad de la hegemonía de Washington. Las estratagemas devienen de exégesis arbitrarias y forzadas de las indicaciones realizadas por Sun Tzu hace 15 siglos.

  1. Se deben esconder las verdaderas intenciones. En el caso de Argentina, el discurso de los valores, la república y la corrupción son claros ejemplos de cómo se enmascara la cruda intención de impedir la integración regional, la soberanía estatal, el empoderamiento de los sectores populares y la democratización de la renta, la propiedad y la riqueza.
  2. Hay que detectar aliados antes de considerar los ataques. Las delegaciones diplomáticas de Washington funcionan habitualmente como un centro de reclutamiento de elites locales dispuestas a impedir el fortalecimiento de las representaciones nacionales y populares. “Dispone alianzas con los enemigos de tus enemigos”.
  3. Es necesario falsificar, tergiversar, confundir y complejizar el discurso y el debate social. Se buscará, sobre todo, que sea imposible comprender con claridad los beneficiarios y víctimas de cada una de las medidas políticas. El autor lo dice más claramente: “Es necesario inventar realidades creíbles”. Para ejemplificar esta máxima, afirma: “Cuando Rusia quiere desestabilizar Europa, no amenaza con una acción militar, como hizo la URSS. En cambio, bombardea Siria. Esta táctica llevó a decenas de miles de refugiados a Europa y exacerbó la crisis migratoria, instigando el Brexit”.
  4. Hay que irritar al enemigo. Se trata de entablar negociaciones sobre problemas aparentes para impedir que se aborden aspectos estructurales. “Marea a tu enemigo, sorpréndelo, discute cosas intrascendentes (…) Vuelve loco a tu enemigo, ponlo nervioso, ritualízalo”. El autor propone el diseño de subversiones a medida, revolución de colores y operaciones psicológicas de prensa como centro estratégico de la doctrina militar.
  5. Saca a tu enemigo de su lugar de fortaleza. La actual pandemia pone en evidencia que el denominado control de la calle, expresado en términos de exhibición de la capacidad de movilizar a la sociedad civil, supone una incomodidad para la tradicional capacidad de movilización social de las organizaciones populares. La insistencia de Juntos por el Cambio en que “el oficialismo ha perdido la calle” aparece como una evidente homología al apotegma de McFate.
  6. El enfrentamiento en la sombra será el dominante. Esto incluye la ciberguerra, la inoculación del odio hacia referentes políticos, el despliegue de servicios de inteligencia en todas las áreas, y la difusión orgánica de la desinformación y la fragmentación social planificada. En la guerra planteada se llega a la victoria parcial cuando se conquista la aceptación de los ciudadanos. Gana el que impone una noción de verdad. “Quien decide qué es real, es el ganador”. En este marco, las operaciones encubiertas son las únicas eficaces. La manipulación de la opinión pública es el misil estratégico. Hay una batalla por la narrativa, por los relatos y esa disputa se gana también con la confusión, la creación de verdades alternativas y de invisibilizaciones.
  7. Los militares, por su formación, son vulnerables a los medios de comunicación. Ergo, hay que formar soldados mediáticos, actores, hábiles declarantes, instigadores de odios, etc.

La maquinaria bélica de Washington sigue impulsada por una maquinaria monopólico-corporativa que necesita aniquilar la libertad y la soberanía de las naciones que no son funcionales a la continuidad de su modelo dominante y su intrínseca celebración de la muerte. Los gigantes hacen ruido cuando caen. Esa es la causa por la que hay que estudiar sus movimientos, sus libros guerreristas y sus doctrinas. Sobre todo, para reducir el daño. Pero también para evitar que derrumben sobre inocentes.

En abril de 2019 Donald Trump se comunicó telefónicamente con Jimmy Carter –de 94 años de edad– para intercambiar opiniones sobre el conflicto con China y la pérdida de ventajas económicas, tecnológicas y comerciales respecto a Beijing. Carter divulgó la comunicación y le brindó su opinión al actual mandatario: “En 1979 iniciamos la regularización de las relaciones diplomáticas con ese país. ¿Sabes cuántas veces China ha estado en guerra con alguien desde ese momento? Ninguna. Y nosotros vivimos en guerra … somos la nación más guerrera de la historia del mundo, debido a la tendencia de Estados Unidos de obligar a otras naciones a adoptar nuestros principios (…) ¿Cuántas millas de ferrocarril de alta velocidad tenemos en este país? China tiene unas 18.000 millas de trenes de alta velocidad, y Estados Unidos ha desperdiciado, creo, 3 billones de dólares en gastos militares. (…) China no ha malgastado ni un centavo en la guerra, y es por eso que están por delante de nosotros”.

Este intercambio entre Carter y Trump deja en claro porqué el jefe del Departamento de Estado Mike Pompeo distribuye el libro de McFate a sus interlocutores, mientras que Xi Jinping obsequia el programa de integración y cooperación mundial denominada Nueva Ruta de la Seda con el que se pretende integrar el este de Asia, Europa, África y América Latina en iniciativa conjuntas de infraestructuras de caminos, puertos y trenes de alta velocidad.

De un lado la obsesiva reflexión sobre la guerra. Del otro los puentes de la cooperación internacional. América Latina deberá interpretar la encrucijada.

Tomado de: https://culturayresistenciablog.wordpress.com

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Signos vitales: Filosofía de la semiótica para una revolución del “sentido” deseable, posible, realizable y perceptible

Por Fernando Buen Abad Domínguez

Mientras tengamos las cabezas humanas convertidas en millones de campos de batalla, necesitamos un cuerpo científico, de nuevo género, para intervenir críticamente en la producción de los signos y solucionar, de raíz, muchos problemas semióticos impuestos a nuestros pueblos. Eso implica una tarea dialéctica que mientras desactiva la maquinaria sígnica hegemónica, contribuya a gestar un “nuevo orden mundial” en la producción de sentido. Necesitamos un instrumental científico capaz de impulsarse con la vanguardia del pensamiento descolonizado y descolonizador; que tenga el “don” de la ubicuidad y de la velocidad; que interpele todo y se interpele, a sí mismo, en la praxis que moviliza la nueva producción social del conocimiento. Ciencia contra la dictadura del mercado y contra los vicios más odiosos en los campos de la investigación. Ciencia del movimiento general de los procesos de significación y sus metabolismos. Ciencia semiótica emancipadora al servicio de las luchas sociales. Estamos bajo peligro si permanecemos como un archipiélago inmenso de semiósferas inconexas. Basta de ilusionismo.

“Semiótica” aquí, significa: ciencia para la praxis que interviene en los procesos de producción, distribución y consumo de “sentido”, en sus causas y en sus fines, en las redes de signos y los procesos dialécticos de significación, decodificación y transmisión. Que evidencie los fondos y trasfondos de toda significación, de sus raíces económicas y de los mecanismos sígnicos que las expresan. Que analice y denuncie las técnicas de la “manipulación simbólica” y produzca, críticamente, hipótesis, tesis y movilizaciones con modelos para un “nuevo orden mundial” de la semántica, la sintaxis y la dialógica emancipadora contra el contexto de hegemonía económica e ideología opresora.

Es una trampa separar la economía de la ideología, la infraestructura y la superestructura. Entre la infraestructura y la superestructura existe una relación dialéctica, desigual y combinada, caracterizada por tensiones y luchas complejas que no admiten simplismos ni linealidades bobas ante el amasijo de intereses, objetivos y subjetivos. Esas tensiones y contradicciones -de la lucha de clases- producen también “signos” que son productos sociales determinados históricamente para “representar” intereses, hechos, fenómenos o acciones concretas. Muy pocos objetos, naturales o culturales, (y sus mezclas) han quedado, en su desarrollo histórico, exentos de significados (directos o indirectos).

Quizá el ejemplo más acabado de nuestro tiempo, donde se ejemplifica mejor la convergencia sígnica de todas las tensiones de clase en disputa, sea la mercancía. En toda mercancía habita un corpus de “sentido” ideológico que ha sido convertido en mercancía, incluso el Trabajo ha sido convertido en mercancía y en signo. Y también las materias primas que se han convertido en mercancía, han sido tocadas por la producción hegemónica de sentido que, a su vez, también se ha convertido en mercancía. “La devaluación del mundo de los hombres”, pensaba Marx “está en proporción directa con el creciente valor del mundo de las cosas”.

Que la Semiótica no se reduzca a mercancía ella misma porque la necesitamos “emancipada” y capaz de revelar la trama ideológica que es nervadura de las mercancías bajo el capitalismo. No una semiótica para la ocultación. Si la ideología de la clase dominante se basa en adoctrinar al mundo bajo el dogma de “acumular” mucho, a bajo costo y con poca ética, acumular con base en el trabajo de otros y hacer que crean que es por su bien; nuestra Semiótica debiera ser ciencia de la producción de sentido emancipador, de sus medios y de sus modos. Semiótica que desmonte los comunes denominadores ideológicos (falsa consciencia) de las máquinas hegemónicas de producción de sentido: religión, familia, estado, derecho, educación, moral, filosofía, ciencia, arte, etcétera… impuestos por el capitalismo, porque no son más que modos especiales de la producción y reproducción del sistema sujetos a la ley general de producir plusvalía para unos pocos, cada vez más pocos y más poderosos. “Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio” Einstein.

Sabemos bien que “las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho, en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante”. Sabemos que no existe una ciencia inmune a las ideologías que la rodean. Que no hay ciencia “inmaculada”. Por eso aquí preferimos que identifique y declare sus marcos filosóficos, esta vez humanistas de nuevo género y emancipadores, en oposición al viejo método de traficar ideologías “bajo la mesa”. Necesitamos una Semiótica emancipadora que asuma su responsabilidad de dirección y de fuerza social para intervenir en el modo de producción y en las relaciones de producción del conocimiento científico, también, porque en el presente el modo de producción dominante del conocimiento científico ha sido reducido a símbolo del conocimiento-mercancía.

Es un error creer que para superar al capitalismo es suficiente con desactivar sus resortes económicos y es falso que sólo combatiendo las ideas de la clase dominante se debilita la estructura de la contradicción capital-trabajo. Necesitamos un instrumental científico que no sólo sirva para analizar, sino que, también, sirva para transformar. Ciencia incubada por la praxis dialéctica del pensamiento y la acción críticos. Ciencia emancipadora y emancipada de la dictadura del mercado. Ciencia interdisciplinaria, multidisciplinaria, trans-disciplinaria capaz de nutrirse con los problemas objetivos y producir soluciones para el corto, mediano y largo plazo. Desmontar los anti-valores del consumismo, del individualismo, de la moral burguesa basada en la hipocresía que hace pasar por filantrópica su pulsión alevosa por la plusvalía y la alienación.

Ciencia, además, que desactive la historia, el desarrollo y las consecuencias de la guerra psicológica desatada para intoxicar la mente de los pueblos con dispositivos ideológicos esclavizantes. Miedos, anti-política, odios, banalidades, vulgaridades, mentiras, complejos, adicciones…Ciencia parida por la Filosofía de la Praxis (Sánchez Vázquez). Explicación objetiva del universo, sus formas y procesos, sus enlaces internos y sus conexiones, sus acciones recíprocas y la intervención humana posible en las condiciones y medios necesarios. (Eli de Gortari). Necesitamos una Semiótica emancipada y para la emancipación, que entienda que la base económica no determina mecánicamente a la superestructura pero que son indisociables y eso importa mucho porque la vida simbólica de la sociedad, sometida a los procesos acelerados de monopolización de “medios” y de discursos, ha convertido las cabezas humanas en millones de campos de batalla. La Guerra Simbólica.

Tomado de: http://espaciomugica.com

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El Arauco indómito

Foto: TeleSUR

Por Graziella Pogolotti

En las guerras de conquista los vencedores dejan huella de lo sucedido en sus relatos testimoniales. A pesar de los milenios transcurridos, seguimos aprendiendo que «toda la Galia está dividida en tres partes», según la límpida prosa de Julio César, integrada con justicia a la tradición clásica de la literatura occidental.

De manera similar, la historia de la literatura hispanoamericana comienza con los relatos de los conquistadores, desde los diarios de Cristóbal Colón, las cartas de relación de Hernán Cortés, la versión del soldado Bernal Díaz del Castillo y los alegatos de Fray Bartolomé de las Casas, el defensor de los indios, de larga estancia en nuestras tierras, muerto cuando se desempeñaba como obispo de Chiapas.

Terminado el fragor de las batallas primeras, Alonso de Ercilla sobrepasó lo puramente testimonial para redactar con La Araucana un texto con intención literaria. Caupolicán, héroe de la narración épica, enfrenta a los invasores con las armas. Une y encabeza a los suyos. A pesar de la brutal violencia aplicada contra los pueblos originarios de nuestra América, a pesar de que el cuerpo del inca Tupac Amaru fuera despedazado ejemplarizantemente atado a caballos en plena carrera, la resistencia adoptó diversas formas. Víctimas de los conquistadores españoles y de sus herederos, los gamonales criollos, dueños de tierras y de recursos financieros, los indígenas, nunca sometidos, preservaron su cultura.

En un punto que conduce al sur de Chile, me contaba una amiga, una enorme valla situada en la carretera proclama que el viajero ha llegado a tierra mapuche. Allí conservan sus costumbres, su organización comunitaria, su estructura jerárquica social ajena a cualquier expresión de verticalidad, siempre reunidos en círculo que a todos equipara, elijen y respetan a sus guías espirituales. Camino de la Antártida, esos territorios guardan reservas minerales y acuíferas, objeto del deseo por parte de empresas subsidiarias de las transnacionales. Al defender lo suyo, al oponerse al apetito de los negocios extractivos, al asumir la protección de los glaciares, los mapuches se hacen cargo de la protección del planeta. Sufrieron los desmanes de la dictadura de Pinochet, pionero del experimento neoliberal en América Latina, pero la democracia que sucedió al régimen del horror careció de la audacia necesaria para reconocer los derechos mapuches. Ahora mismo, en plena pandemia, de la mano de antiguos personeros del régimen nefasto, la violencia se cierne sobre ellos, a quienes debiéramos agradecer el tozudo batallar en defensa del planeta, vale decir, de todos nosotros.

Con la expansión de la pandemia, sobre los pueblos originarios de nuestra América se abate un nuevo genocidio. Las políticas neoliberales cercenaron los sistemas de salud. Cementerios y hospitales han colapsado en los centros urbanos. En las selvas y en el espinazo andino, la precarización es total. Para afrontar esta y otras probables amenazas de índole similar, la epidemiología, interdisciplinaria por naturaleza, habrá de contar con el apoyo de las ciencias sociales. En su ataque, el virus no discrimina en razón de clase o raza. Pero el acceso a la información pertinente, a los medicamentos, al cuidado médico, a la atención hospitalaria, favorece a quienes disponen de más recursos. Nunca conoceremos la cifra exacta de los muertos en los márgenes de las urbes gigantescas, en lo profundo de Bolivia, de Ecuador, de Perú, en el extenso territorio de la Amazonia.

En la conducta del ser humano intervienen e interactúan factores biológicos, sociales, sicológicos y culturales. Todos ellos han de tenerse en cuenta ante el ataque directo del virus con resultados diversos según el alcance de las políticas públicas.  En países donde las brechas de desigualdad se agigantan, las víctimas de la enfermedad se multiplican exponencialmente entre los más desfavorecidos. El enfoque sociológico permite deslindar, tras la noción estadística abstracta de la población, los reductos de pobreza y de miseria extrema, las condiciones del hábitat y las posibilidades reales para cumplir con las medidas elementales de higiene.  En el ámbito de lo sicológico, precisa atender las consecuencias, a veces irreversibles, sobre todo entre los adultos mayores, del confinamiento y de los prolongados estados de ansiedad. La preservación de la salud humana requiere el cuidado de lo físico y lo síquico. La dimensión cultural se asocia a estilos de vida y a sistemas de valores, muchos de ellos deformados por el desenfreno consumista provocado por las fórmulas sofisticadas utilizadas por el marketing contemporáneo.

La pandemia del coronavirus no constituirá caso cerrado, aunque se obtenga en breve plazo una vacuna eficaz. La envergadura planetaria del fenómeno y su alta letalidad apuntan a la emergencia de forjar nuevos estilos de vida.

La pospandemia debe plantearse la exigencia de instituir otra realidad. Para hacerlo, conviene volver la mirada al legado de nuestras culturas originarias. Múltiples y diversas, alcanzaron distintos grados de desarrollo. De una laguna emergía Tenochtitlán, la más extensa ciudad de la época. Sus conocimientos astronómicos superaron lo conocido por los conquistadores europeos. Las sonrisas de las esculturas toltecas en el Museo Antropológico de México son tan cautivadoras como la que asoma en La Gioconda de Leonardo. No se interesaron por hacerse de armas de fuego. Entregaron a Europa, apuntalados en la cultura del maíz, los metales preciosos, la papa, el tomate y el delicioso sabor del cacao. Los hombres de a caballo, con espada y mosquete, obsesionados por la leyenda de El Dorado, no supieron beneficiarse de la sabiduría de los pueblos radicados en nuestra América, que siguen rindiendo culto a la Pachamama, a nuestra Madre Tierra.

En la compleja encrucijada de estos días, los indómitos araucanos merecen nuestro apoyo y solidaridad. Se están inmolando en favor de un planeta que también es el nuestro.

Tomado de: http://www.juventudrebelde.cu

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