Textos prestados

“No dejen morir el Congreso”

Sesión Consejo Nacional de la UNEAC

Por Abel Prieto Jiménez

Con esa frase, “No dejen morir el Congreso”, el Presidente Díaz-Canel exhortó a los escritores y artistas cubanos a seguir buscando soluciones para cada uno de los problemas que fueron identificados durante el proceso preparatorio de aquel evento memorable y en el Congreso mismo.

Durante los seis meses transcurridos desde su celebración, ese ha sido el empeño principal de Morlote y del equipo que dirige hoy la organización. Junto a ellos, permanentemente, han estado el Ministerio de Cultura, sus Institutos y Consejos, sus empresas, las direcciones provinciales, todas aquellas entidades que tienen responsabilidades en la puesta en práctica de nuestra política cultural.

Además, han tenido lugar dos encuentros de trabajo convocados por el propio Presidente Díaz-Canel para evaluar la marcha de los acuerdos que se aprobaron.

Morlote describió en su Informe la dimensión de los retos que tenemos delante los cubanos y aseguró que “desde la creación artística y literaria es mucho lo que podemos ofrecer para fortalecer el cuerpo social de la nación”.

Los miembros del Consejo Nacional reflexionaron sobre la enseñanza artística, los vínculos cultura-educación y cultura-turismo, la falta de una crítica rigurosa y aguda que apoye la formación de públicos y el establecimiento de jerarquías, la urgencia de combatir las manifestaciones de colonialismo cultural que florecen en los sitios más inesperados, las conductas marginales y el empuje de los pícaros advenedizos, pujantes, habilidosos, que se las arreglan para acceder a ese Olimpo equívoco que llaman “fama”.

Como dijo el Ministro, no podemos confundir la más amplia democratización del acceso a la cultura, que es uno de los pilares de la Revolución, con abrir las puertas a la mediocridad. Los limitados recursos que tenemos, subrayó, debemos emplearlos en proyectos de calidad.

Al propio tiempo, destacó Alpidio, en el Consejo Nacional se discutieron temas medulares, realmente esenciales. Es evidente que han quedado atrás exorcismos, catarsis y pedestres reclamos gremiales. El papel de vanguardia de la organización se hizo visible de manera particular.

De ahí que el Ministro realzara la significación de contar con la UNEAC para batallar contra toda distorsión de la política cultural. Ahondó al propio tiempo en las complejidades de la actualidad, en el reforzamiento del cerco del Imperio contra Cuba y en la necesidad de construir día a día la unidad de creadores e instituciones (algo que les duele a nuestros enemigos y que siempre han pretendido quebrar) para contribuir, juntos, a la defensa espiritual de la patria. A su defensa ideológica y moral.

A todos los que tuvimos el privilegio de asistir a este encuentro nos acompaña hoy la certeza de que ni la UNEAC ni el Ministerio de Cultura han dejado morir el IX Congreso.

Tomado de: https://elvuelodelgato.home.blog

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El arte de convesar

Angel Boligán (Cuba)

Por Graziella Pogolotti

Terminada la faena cotidiana, antes de acogerse al descanso reparador, los hombres se reunían a conversar. Comentaban los sucesos del día, narraban historias de otros tiempos y otros lugares, algunas veraces, en otras mezclaban realidad y ficción. En ese intercambio se rescataba la memoria del ayer y se alimentaban las alas de la imaginación, fuente de creatividad y de capacidad innovadora al abordar por caminos imprevistos, mediante la formulación de nuevas interrogantes, asuntos pendientes de respuestas por haber recorrido en su abordaje fórmulas rutinarias. Pero, sobre todo, el empleo de la palabra evocadora satisfacía la demanda de espiritualidad, esa otra hambre que, según Onelio Jorge Cardoso, subyace latente en todo ser humano. En la voz del cuentero iba naciendo la literatura desde la época remota en la que todavía no se habían inventado el jeroglífico y el alfabeto que ahora conocemos.

Pasaron siglos. Apareció la radio. Después de escuchar a María Valero en «las páginas sonoras de la novela del aire», para disfrutar de alguna brisa los vecinos sacaban las sillas a la calle. En la atmósfera persistía el aroma denso dejado atrás por el vendedor de mariposas. De una acera a la otra se cruzaba el diálogo. Se comentaban los chismes del barrio y las noticias en torno a la actualidad política del momento. Algunos, asomados a los balcones, observaban la cuadra entera, intervenían en la conversación. A veces, por asociación de ideas, se imponía el recuerdo de acontecimientos del pasado. Mientras tanto, en las esquinas, los muchachos, siempre varones porque las hembras estábamos excluidas, andaban en lo suyo.

El nacimiento de la televisión modificó las costumbres. Cesó el intercambio entre generaciones en torno a la mesa, a la hora de las comidas, cuando había concluido el horario laboral. Los padres y los muchachos que iban creciendo pasaban revista a los incidentes de la jornada. No faltaba la referencia a acontecimientos de mayor envergadura. Si el diálogo languidecía, se evocaban anécdotas de otros tiempos. A retazos, se tejía una memoria común, rescate de la historia y reafirmación identitaria. De repente la pantalla se convirtió en imán hipnótico. Plato en mano, la familia, seducida por la imagen y el sonido, se sentaba alrededor del equipo de reciente invención. En la actualidad, sojuzgados todos por las tentaciones que ofrece el teléfono móvil, la comunicación verbal se atomiza y lo escrito adquiere la concisión de un mensaje telegráfico.

Despojados de respaldo económico y de reconocimiento social, los escritores y artistas se refugiaban en tertulias improvisadas. Podían producirse en la trastienda de una bodega donde se servía alguna comida caliente, en los cafés o en casas de amigos. Mi padre disfrutaba el arte de la conversación. Acogía a visitantes de las más diversas procedencias, pintores, escritores, profesores universitarios y a personas ajenas al ambiente intelectual, dotadas de la capacidad de contar con gracia anécdotas divertidas. Me estaba prohibido intervenir en el diálogo de los adultos, pero podía escuchar en silencio mientras aparentaba andar en lo mío. A veces, los temas de alto vuelo en el terreno de la ciencia o de la filosofía escapaban a mis posibilidades de comprensión. Lo más frecuente, sin embargo, era que los asuntos resultaran más accesibles. Se hablaba de la situación internacional, de la política interna, de la experiencia de vida de cada cual. Recuerdo todavía cuando Alejo Carpentier, instalado ya en Caracas, relataba su aventura en el Orinoco, origen de su novela Los pasos perdidos. Para mí, la resonancia de esas tertulias constituyó una vía informal de aprendizaje. Fue un despertar estimulante a una curiosidad insaciable, abierta a los más anchos horizontes.

En ese ambiente, sin que mediara imposición alguna, casi por ósmosis, se me fueron adentrando el interés por la historia y la presencia viva de José Martí. Estudiábamos en la escuela los Versos Sencillos, Los zapaticos de rosa y La niña de Guatemala. En ocasión de un cumpleaños, me regalaron un ejemplar de La edad de oro, el compendio de aquella revista efímera, concebida para los niños y niñas de Nuestra América. Disfruté la lectura de sus páginas.  Algo más tarde, recibiría un impacto definitivo al descubrir El presidio político en Cuba, denuncia de las penalidades sufridas por el adolescente en las canteras de San Lázaro, hoy Fragua Martiana, compartidas con otros condenados de la Tierra. Pero en la casa era frecuente la visita del artemiseño de origen asturiano Manuel Isidro Méndez, entregado de lleno al estudio de la obra del Maestro. No entendía mucho de su torrente de palabras. El investigador hurgaba en las raíces de un pensamiento filosófico cuya hondura se me escapaba. La fuerza de su pasión me imantaba.

Los caminos del entendimiento pasan por el corazón. En vísperas del aniversario del natalicio del Apóstol, ese patrimonio intangible que nos acompaña, vale la pena insistir en que su legado no puede dispersarse a través de la reiteración recurrente de las mismas frases extraídas del contexto. La voz de Martí tiene que vivir entre nosotros en su integralidad y en su aliento poético. Hoy más que nunca, para vencer obstáculos, para subir las cuestas que hermanan hombres, necesitamos la pasión que devoró los escasos años de su breve y fecunda existencia.

Tomado de: http://www.juventudrebelde.cu

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Operación Peter Pan: expresión de guerra convencional contra Cuba

Operación Peter Pan, un documental de la cineasta estadounidense Estela Bravo

Por Jorge Wejebe Cobo

Un hecho propio de un pasaje de ciencia ficción ocurrió un día de 1960 en la playa de Guanabo, al este de La Habana, cuando una mujer al borde del paroxismo alertaba a sus vecinos sobre la inesperada llegada de camiones al poblado con el fin de recoger a los niños y embarcarlos en un carguero soviético para llevarlos a Rusia.

Al no conseguir seguidores que compartieran su desasosiego siguió en su fuga improvisada para salvar a sus hijos del supuesto adoctrinamiento allende los mares y dicen que, desde ese día, no se supo más del destino de ella y sus descendientes.

Más allá de la narración inspirada en un testimonio del documentado libro Operación Peter Pan. Un caso de guerra psicológica contra Cuba, de los cubanos Ramón Torreira y José Buajasán, en 1960 ocurrieron otros miles de hechos similares como consecuencia de una de las primeras campañas de guerra no convencional llevadas a cabo por Estados Unidos contra la Revolución cubana.

Esa maniobra tenía el nombre del personaje de la famosa obra infantil de James Matthew Barrie.

La Operación Peter Pan perseguía como objetivo principal sembrar la desconfianza hacia el nuevo poder y quebrar el apoyo mayoritario a la Revolución, al estimular los prejuicios sembrados por la propaganda anticomunista en el pueblo y que a menos de dos años del triunfo de la del primero de enero de 1959, todavía estaban muy presentes en la sociedad.

Esa manipulación promovía el mensaje de que el gobierno, en manos del comunismo internacional y la URSS, eliminaría la Patria Potestad de los padres y en su lugar el Estado tomaría a sus hijos bajo custodia en escuelas, separados de la familia.

La CIA adecuó a la situación cubana una doctrina de campañas subversivas o de la llamada guerra no convencional que llevaba adelante desde el inicio de los años de 1950 contra la URSS, la República Popular China y los países socialistas europeos.

En 1953, un grupo de prisioneros estadounidenses liberados por la República Popular Democrática de Corea (RPDC), después del armisticio que culminó la guerra, al regresar a EE.UU. expresaron críticas a su gobierno, y algunos inclusive se mostraron solidarios con esa nación asiática.

Esta situación motivó gran revuelo en Washington y originó una gran campaña mediática que explicaba los cambios de los ex prisioneros por haber sido víctimas de torturas mentales, con la utilización de drogas aplicadas por médicos chinos y rusos que les cambiaron la forma de pensar.

El líder de esa maniobra fue Edward Hunter (1902-1978), un escritor, periodista y propagandista anticomunista, quien colaboró con la inteligencia estadounidense y escribió varios textos fundamentales para dar cierta verosimilitud a esas hipótesis que acuñó con el término de “lavado de cerebro”, supuestamente realizado como método para tratar a los disconformes y prisioneros occidentales en la URSS, la China comunista y los estados socialistas.

Desde entonces, el término del “lavado de cerebro” pasó a reproducirse bajo los auspicios de la Casa Blanca de forma exponencial en materiales de prensa, filmes, investigaciones médicas por todo el mundo, receta que se aplicaría en el programa contra los niños cubanos.

Para el desarrollo de la Operación Peter Pan, las múltiples organizaciones contrarrevolucionarias dirigidas por la CIA en el archipiélago cubano durante el convulso 1960 divulgaron el embuste y llegaron al extremo de agregar que los menores, además de ser llevados a Rusia, corrían el peligro de ser convertidos en esa nación en carne en conserva, algo increíble de concebir pero que fue creído por muchos padres intoxicados por esa propaganda.

Para aportar mayor concreción a la mentira inclusive se reprodujo, en una imprenta controlada por la contrarrevolución, una falsa ley firmada por el Consejo de Ministros para derogar la Patria Potestad.

Como dato curioso vale recordar que al ser descubierto el lugar por las autoridades, junto con la ley se ocuparon fotos y textos pornográficos de bajo costo propios de las llamadas novelas de relajo de la época, negocio al que se dedicaban los dueños de la imprenta cuando no estaban ocupados en la impresión de propaganda contrarrevolucionaria.

Además, los medios de prensa de la Florida, y en especial la llamada Radio Swan, dirigida directamente por la Central de inteligencia yanqui, replicaron hasta el cansancio las matrices favorables para sembrar el terror y la desesperación en padres cubanos.

La otra parte de la operación fue la creación de condiciones por la embajada estadounidense en La Habana para los trámites de visas especiales y la salida de vuelos con los niños enviados a un destino incierto en los Estados Unidos, donde fueron ubicados en casas e instituciones de acogida organizadas por las autoridades con la complicidad de sectores reaccionarios del clero nacional y de Miami.

Como consecuencia, alrededor de 14 mil menores viajaron desde 1960 y hasta 1962, en que presuntamente culminó la Operación, según informaciones aportadas por participantes en ese programa.

Muchos de esos infantes pasaron largos años recluidos en centros de acogida, especie de orfanatos, sin reunirse con sus padres que, como aquella desesperada madre de la playa de Guanabo, fueron víctimas de una cruel manipulación de los sentimientos filiales con los que comenzó la política agresiva contra Cuba.

Fuente: http://www.acn.cu

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La Universidad del Aire en Graziella Pogolotti

Graziella Pogolotti, Escritora y ensayista. Presidenta de la Fundación Alejo Carpentier

Por Yoel Cordoví Núñez

El Instituto de Historia de Cuba agradece a la Dra. Graziella Pogolotti Jacobson por acompañarnos en esta mañana. Presencia y esencia de un apellido ineludiblemente unido a la historia de la cultura cubana. Cuando a finales del pasado año le hablé del homenaje a aquella mujer que desde niña sintió que Cuba era un puerto, me respondió: mejor dedicárselo a la Universidad del Aire. Y así lo hicimos. Como si el destino conspirara en materia intelectual, la emisora habanera CMBZ anunció la salida al aire de la Universidad radiada, dirigida por Jorge Mañach, director del Departamento de Actividades Culturales del Circuito CMQ, justo el año en que naciera la Dra. Pogolotti.

Nació en París, el 24 de enero de 1932, e hizo suya La Habana, un periplo existencial lo suficientemente intenso como para rebasar en espíritu una ciudad, sus calles o la entrañable morada de Peña Pobre. Más allá de los estrechos límites regionales se divisaba una Isla-Puerto, o un cruce de caminos; era, según la destacada intelectual, un promontorio, un selecto observatorio, mucho más estratégico cuanto más ascendía por la antigua Colina de Aróstegui rumbo a las aulas universitarias.

Hogar, familia, universidad, campo intelectual cubano y universal, fueron tejiendo la trama formativa de su existencia. Y, en circunstancias extremadamente hostiles, la joven intelectual hizo suya la máxima martiana: solo las virtudes producen en los pueblos un bienestar constante y serio.

Imposible desconocer la esencialidad ética de ese recorrido profesional; el quehacer educativo, anclado en un pensamiento crítico, enemigo acérrimo de todo dogmatismo y reduccionismo de prosapia escolástica, si se quiere entender el rigor con el que hoy dialoga con hombres, mujeres, jóvenes de todas las edades que esperan la habitual columna de los domingos en Juventud Rebelde, replicada en otros órganos periodísticos y sitios digitales. Estamos en presencia de una obra de cultura e inteligencia, pero también de compromiso que desborda cualquier lindero generacional para asirse a la ética de la revolución. Así lo expresó en medular ensayo: “Cuando creo percibir que bordeamos un abismo, quisiera desesperadamente que mi voz fuera escuchada. Porque desde mi pequeño huerto, todos mis sentidos –los que aún funcionan- el oído, el olfato, la epidermis, se convierten en antenas dirigidas a descifrar la realidad social que me rodea, siempre movediza y cambiante”.

Y desde ese pequeño huerto labró sus inquietudes, laboró con su principal arma: la palabra, al servicio de la revolución cubana desde el propio 1959.  La “patria reconquistada”, como calificara aquel proceso liderado por Fidel Castro, contribuyó a modelar su biografía.  En la popular Bohemia o en las más especializadas Nueva Revista Cubana, la Gaceta de Cuba o la efímera Revista de Artes Plásticas, plasmó su experiencia vital, la que le llegaba desde los citadinos predios universitarios, la Biblioteca Nacional y la Casa de las Américas o desde el más agreste paisaje rural, cuando contribuía con toda su fuerza a sentar las bases y dar los primeros pasos del Grupo Teatro Escambray y de otras importantes experiencias teatrales.

Es la historia de su formación y quehacer intelectual la que nos permite entender las ideas delineadas a través de la prosa ágil, elegante y precisa en la ya conocida popularmente “sección de la Pogolotti”. Pero también es la propia historia, un arsenal de temas y argumentos de los que emergen mucho de los análisis periodísticos de la Dra. Graziela. De ahí su revisitar constante a la vanguardia artística, literaria e historiográfica cubana, la obra de Carpentier, Virgilio, Cabrera Infante, Lam, Retamar, Moreno Fraginals y, desde luego, a la vanguardia política, aquella que permitió la eclosión de una revolución que, como ella expresara, no le entregó bienes materiales, pero si le ofreció la posibilidad de participar en la construcción de un país. Construir, edificar, a partir de un proceso raigalmente original, en tanto “se fundó en el conocimiento de sus raíces, en el entendimiento de su realidad, en la convicción del destino futuro que ya se había señalado por quieres eran, a la vez, fundadores de la nación y fundadores de la cultura”.

En la mañana de hoy, hemos querido recordar esa experiencia cultural y pedagógica que fue la Universidad del Aire. Al organizar el taller, contábamos con las placas matrices de la CMQ, donde se conservan las intervenciones de hornadas de intelectuales que dieron vida a semejante obra de extensión universitaria, también disponíamos de investigadores, como el Dr. Hernán Yglesias, estudioso del tema. Faltaban los testimonios. Ha pasado el tiempo, inevitable, y solo una voz de entonces podía acompañarnos; la del Premio Nacional de Literatura y Premio Nacional de la Enseñanza Artística 2005, Presidenta de la Fundación Alejo Carpentier y miembro de la Academia Cubana de la Lengua, la Dra. Graziella Pogolotti.

Sirva este espacio, pues, a pocas horas de celebrar su cumpleaños, para honrar su fructífero legado; sus lecciones de civismo y constancia, de humildad y patriotismo. Nos satisface, asimismo, que reciba hoy otro merecido galardón: el “Premio a la Dignidad”, otorgado por la Unión de Periodistas de Cuba.

Gracias doctora por aceptar la invitación, por sus aportes a la cultura, por su amor a Cuba, aquella Isla que un día le abrió sus puertos y a la que usted le abrió su alma, para quedar fundida desde entonces en la sabia de un pueblo, ya suyo, para siempre.

Palabras en el homenaje a la Dra. Graziella Pogolotti en el Instituto de Historia de Cuba, durante un panel dedicado a la Universidad del Aire, programa radial e institución de la cultura cubana en la que ella participara en 1955.

Tomado de: https://www.cubaperiodistas.cu

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La cultura es ante todo una vía para la emancipación del ser humano

Abel Prieto. Presidente de la Casa de las Américas

Por Abel Prieto Jiménez

Quiero reiterar la bienvenida a los miembros del Jurado que vinieron desde distintos países de la región. Les agradecemos muy especialmente que hayan aceptado la invitación de la Casa de las Américas en tiempos tan turbulentos y que nos hayan traído su apoyo y solidaridad. Reciban también nuestro abrazo y gratitud los jurados cubanos, todos ellos parte de la familia de la Casa.

Este concurso se fundó en 1960, unos meses después del nacimiento de la institución. Cuando uno revisa el libro que prepararon Jorge Fornet e Inés Casañas (Premio Casa de las Américas. Memoria. 1960-1999), con la relación completa en ese período de premiados y jurados, comprende enseguida que la historia del Premio “es también la historia de buena parte de la literatura latinoamericana y caribeña de las últimas cuatro décadas”. Muchas figuras centrales de nuestras letras participaron como jurados del concurso, Nicolás Guillén, Asturias, Carpentier, Cortázar, Arreola, Lezama y un largo etcétera de nombres ineludibles.

El Premio sirvió al propio tiempo, como se dice en el libro, para “estimular el esfuerzo de los nuevos escritores”. “De hecho, autores como Soler Puig, Roque Dalton, Ricardo Piglia, Bryce Echenique, Skármeta y Eduardo Galeano daban sus primeros pasos en la literatura cuando fueron galardonados y publicados por la Casa”.

Organizar anualmente el Premio, lograr divulgarlo y que llegaran a tiempo a Cuba los manuscritos y los miembros del Jurado, publicar luego los libros premiados y distribuirlos internacionalmente, no eran tareas fáciles para una pequeña Isla bloqueada y hostigada desde muy temprano por los EEUU; una Isla satanizada, además, con la cual todos los países de América Latina rompieron relaciones diplomáticas (con excepción de México); una Isla rodeada de agua, de amenazas y calumnias.

Quisiera compartir aquí los testimonios de dos escritores latinoamericanos muy cercanos a nosotros, muy nuestros, que aparecen en el libro de Jorge e Inés.

Dijo Julio Cortázar:

“La Casa empezó cuando todo era abrumadoramente precario y difícil (…). El Premio representaba entonces algo así como un desafío inesperado, (…) no solamente era difícil participar en él como candidato o como jurado, sino que todo el (…) proceso resultaba aún más difícil; la composición e impresión de los libros (…), el papel, las tintas y las máquinas casi siempre ausentes o deficientes, y la distribución al exterior que en muchos casos tenía más de ideal que de realización práctica.”

Y a su vez Mario Benedetti, cuyo centenario recordaremos en los próximos días, durante la Feria del Libro, nos dejó un testimonio muy revelador de la tenacidad de esta Casa, que fue, sin ninguna duda, su Casa, durante muchos y muy fecundos años:

“La Casa (…) hizo tremendos y exitosos esfuerzos por vencer el bloqueo cultural y siguió trayendo a latinoamericanos (…), aunque para ello tuviera que traerlos a través de complicadísimos itinerarios que pasaban por Checoslovaquia, Irlanda y Canadá. (…) La primera vez que vine a Cuba, en enero de 1966, (…) tuve que volar nada menos que cincuenta horas, (…) e incluso quedar anclado durante 18 días en Praga porque los viejos y beneméritos aviones Britannia (los únicos que entonces tenía Cuba) (…) era imprescindible que fueran urgentemente atendidos por los geriatras de la aeronáutica. Pero estoy seguro de que la Casa nos hubiera traído en avionetas, o en barcos de vela, o en lanchas con motor fuera de borda, con tal de que el Premio siguiera derrotando el bloqueo.”

Este Premio Casa 2020 hubo que hacerlo en condiciones de extrema tensión por la política de la administración Trump, que ha reforzado ese bloqueo y su agresividad hasta límites inconcebibles, realmente inéditos. Estuvimos hasta evaluando si podríamos finalmente trasladar a los Jurados hasta Cienfuegos o si nos movíamos hacia algún otro lugar más cercano. Por supuesto, contamos con todo el apoyo del Ministerio de Cultura, del Ministerio de Turismo, de las autoridades de Cienfuegos, y pudimos mantener el programa como se había concebido.

Lo que nunca estuvo en duda, puedo asegurárselo, es que íbamos a llevar adelante el Premio y que iba ser una nueva victoria de la cultura cubana y de la cultura latinoamericana y caribeña.

Ahora quisiera hablar de alguien que nos falta en este acto: Roberto Fernández Retamar, director de la revista Casa desde 1965 y presidente de esta institución durante más de treinta años. Es una ausencia dolorosa, una herida muy difícil de curar (incurable seguramente). Su liderazgo, la hondura de sus reflexiones y de su poesía, llenaron los espacios de la Casa, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, de la Universidad de la Habana, del Centro de Estudios Martianos y de toda nuestra cultura y dejaron una huella irrepetible. Nos legó una obra mayor, trascendente, que ha nutrido de modo decisivo el pensamiento de la descolonización a escala universal.

Nadie como Roberto supo desmontar de manera tan lúcida y aguda los estereotipos, las palabras y conceptos engañosos, la mirada colonizadora, eurocentrista y yanquicentrista, y el mito de la superioridad de Occidente sobre los pueblos del Oriente y del Sur.

La Casa se levanta sobre una plataforma conceptual que tiene que ver con todo ese desmontaje que hizo Roberto. Y tiene que ver obviamente con Bolívar, Martí y Fidel; con los aportes de muy numerosos creadores, de la cultura popular, del patrimonio vivo tan rico que tenemos, de toda esa impresionante acumulación multicultural (liberadora y anticolonial) del ámbito latinoamericano y caribeño.

Martiano de los más devotos y penetrantes que hemos tenido, intérprete genial de la cosmovisión del Apóstol, de su ideario antimperialista, latinoamericanista y tercermundista, Roberto siguió la misma ruta de Fidel y de otros intelectuales nuestros: llegaron al marxismo después de haber convivido intensamente con Martí.

Roberto trabajó muy cerca de Haydée Santamaría y, por tanto, muy cerca de Fidel. Se alimentó en un diálogo incesante de sus concepciones. Entendió a fondo su modo singularísimo de razonar, de debatir, de hilvanar ideas disímiles a través de aparentes digresiones y de regresar una y otra vez al núcleo central de su pensamiento antidogmático, inagotable, enemigo de las respuestas simplistas, esquemáticas, siempre dispuesto a explorar los entresijos de la historia, a extraer de esa búsqueda lecciones sorprendentes, y a viajar al futuro para prever trampas, peligros, distorsiones e imaginar todas las soluciones posibles e incluso las imposibles.

Recuerdo que Roberto decía que Fidel era martiano sin necesidad de citar a Martí, de una manera tan natural y orgánica como quien respira. Y hoy podríamos decir que en Roberto estaban instalados orgánicamente, juntos, Martí y Fidel. Conoció además al Che, que lo impresionó como político, como fundador de la Cuba nueva, y como profundo intelectual, y escribió páginas excepcionales sobre él. Y lo leyó todo y lo debatió todo —y por eso nos ha dejado tantas pistas indispensables.

Haydée encontró en Roberto un colaborador fraterno, leal, de enorme utilidad, en medio de las complejísimas batallas de los años 60 y 70, cuando EEUU reforzó su ofensiva en el ámbito cultural para aislar a Cuba e impedir a toda costa que se articulara un movimiento artístico e intelectual crítico, no controlado por el sistema.

Para recordar a Haydée, en una ocasión como esta, hay que darle la palabra una vez más a Roberto:

“…la Casa tiene el sello de Haydée Santamaría. Ella marcó para siempre con su impronta de fuego la Casa. (…) Era una persona única, extraordinaria, que marcaba con su sello cuanto hacía e hizo muchas cosas. (…) Haydée (…) llevó a la Casa de las Américas no la sabiduría académica, que no tuvo ni le interesaba para nada, sino la frescura de entrar en el mundo de la cultura sin prejuicios. (…) Tenía una inteligencia deslumbrante, que era, creo yo, particularmente deslumbrante porque no se atenía a norma alguna. (…) Ella conoció horas extraordinariamente graves de nuestra América. Logró, a través de la Casa, que Cuba mantuviera relaciones culturales a menudo muy intensas, con muchos de los mejores escritores, intelectuales y artistas de América Latina.”

Una de las claves para establecer este vínculo con todo el continente tiene que ver con la convicción de que la cultura es ante todo una vía para la emancipación del ser humano. Esta es una idea básica. Se traiciona a la cultura si se le emplea como instrumento de dominación, si se le ve como algo colateral, como ornamento, como mercancía.

Este Premio resulta ciertamente un espacio insólito en medio del clima que predomina en los circuitos hegemónicos de promoción artística y literaria, donde el mercado se ha erigido en juez supremo. La atención hoy se concentra en los productos o subproductos culturales que se venden bien con el respaldo del eficaz aparato publicitario de la industria. Como dijo amargamente hace ya varios años Dubravka Ugresic, el mercado literario ha tocado fondo; ha llegado al punto en que las memorias de Mónica Lewinsky merecen más publicidad que las obras completas de Marcel Proust.

En un contexto así, la Casa de las Américas, desde la Habana, sigue convocando tenazmente a su Premio literario, sin hacer concesiones, sin perder un ápice de su naturaleza libre y creadora, sin distanciarse ni un milímetro de aquello que lo ha caracterizado desde su fundación.

El Premio Casa ha sido anticolonial, martiano, calibánico, expresión de apego innegociable a la cultura; ajeno por esencia a las operaciones de marketing de los conglomerados editoriales en que se han convertido muchos concursos de los más publicitados. El Premio se concentra en el rigor y la calidad de las obras que concursan, en su calado, en los desafíos que se proponen, y no en el “gancho” ni en los efectos baratos ni en los potenciales éxitos de venta.

Tampoco ha sido jamás un concurso para promover literatura panfletaria. En una ocasión similar a esta, Roberto les solicitó a los jurados que recordaran una observación de Martí: “La poesía, que es arte, no vale disculparla con que es patriótica o filosófica, sino que ha de resistir como el bronce y vibrar como la porcelana.”

 

Actualmente el panfleto que está de moda, en realidad, y se difunde y premia con mucho entusiasmo y mucho dinero es el panfleto de derecha. Nadie se permite llamarlo “panfletario”; pero esa es verdaderamente su función: secuestrar la subjetividad del lector en un estilo divertido y ligero y conducirlo a aceptar el sistema y adaptarse a su posición de sumiso consumidor.

La crisis cultural que vive el mundo está acompañada de una crisis moral, política, institucional, jurídica. “Todo lo sólido se desvanece en el aire”, dijo Marx en 1848, y luego, en 1992, Marshall Berman tituló así un libro suyo muy valioso. Hoy habría que repetir la frase, todo lo sólido se desvanece en el aire, todo lo sagrado es profanado. La verdad y la mentira conviven promiscuamente. Para vencer a tu enemigo, para ganar, cualquier recurso es válido. No hay límites, no hay decoro, no hay pudor.

Por otra parte, todo tiende a trivializarse y a convertirse en show, la política, la guerra misma, las amenazas del Emperador a través de Twitter. Su arrogancia y la de su corte no conocen fronteras. Los conflictos no se negocian. Terminan (o empiezan) con ataques, sanciones y más sanciones, y se quiebran una y otra vez los principios sobre los que se creó la ONU, el multilateralismo, el consenso, la igualdad de los países independientemente de su tamaño o de su fuerza militar o económica. Las normas más elementales de la convivencia internacional son ignoradas por un grotesco Emperador a quien Roberto llamó certeramente “Calígula atómico”.

Este Premio se ha convocado en medio de circunstancias históricas muy dramáticas y convulsas en la región. Si Haydée “conoció horas extraordinariamente graves de nuestra América”, nosotros hemos estado viviendo horas similares. Presenciamos los incendios en la Amazonía, y otros incendios asociados a la ofensiva de la ultraderecha y de EEUU, a la resurrección de la Doctrina Monroe y del macartismo, a conspiraciones y trampas judiciales contra líderes progresistas, a crímenes atroces.

Hemos visto en las redes, y por Telesur, fosas comunes recién descubiertas con cientos de cadáveres; jóvenes que han perdido la vista por balines de los carabineros; niños migrantes en jaulas, separados de sus familias; manifestantes golpeados, torturados, quemados con chorros de agua mezclada con ácido, asesinados; expresiones impúdicas de asedio, persecución política y venganza. Han resurgido formas de terrorismo de estado que parecen provenir de los años de Pinochet, de Videla, del Plan Cóndor.

El 2019 se inició en Nuestra América con un “presidente” apócrifo que se autoproclamó en Venezuela, fue reconocido apresuradamente por 50 países encabezados por EEUU, y se inauguró una escalada de todo tipo de agresiones contra el gobierno legítimo de esa nación hermana. Y el año terminó en Colombia con una cifra record de líderes sociales sacrificados y en Chile con los carabineros arremetiendo contra miles de manifestantes que se habían reunido en la Plaza de la Dignidad en espera del año nuevo mientras rendían homenaje a las víctimas de la represión.

No por azar en el 2019 se multiplicaron en EEUU los delitos y los grupos de odio. Fue un año pródigo en tiroteos masivos. El 3 de agosto un joven supremacista blanco asesinó en El Paso, Texas, a 22 personas e hirió a otras 24. Había ido allí con un fusil y muchas municiones “a matar mexicanos”, según declaró. Los analistas más serios concuerdan en que el crecimiento vertiginoso de estos fenómenos se inició a partir de la campaña electoral del 2016 de Trump. Su retórica antiinmigrante, agresiva y racista, ha funcionado hacia dentro del país y hacia el exterior. Sus desplantes frecuentes con relación a América Latina y el Caribe están cargados todo el tiempo de desprecio y racismo.

No debemos olvidar que los métodos de demolición cultural de los pueblos considerados inferiores para justificar las guerras de conquista fueron usados por griegos y romanos, por los rapaces caballeros de las Cruzadas, por los “descubridores” de América, por los que cazaron en África a hombres, mujeres y niños “salvajes” para esclavizarlos.

El genocidio de Hiroshima y Nagasaki fue precedido en EEUU por el internamiento de más de 120 mil inmigrantes japoneses en campos de concentración y una campaña crudamente racista. Al hacer una crónica sobre la batalla de Iwo Jima (febrero-marzo de 1945), la revista Time dijo que “el japonés medio es irracional e ignorante. Quizás sea humano, pero nada lo indica”. ¿Cuántas veces en la historia de Occidente se les ha negado la condición humana a las víctimas “inferiores” de los poderosos?

Hoy argumentos muy parecidos se repiten para legitimar la violencia del sistema contra quienes se le oponen en los medios de comunicación y en las redes sociales —empleadas cada vez más de manera fraudulenta, para manipular electores y elecciones y fomentar prejuicios y corrientes de opinión falsas.

Hemos visto escenas en Bolivia, tras el golpe de Estado, que recuerdan los días de la Conquista, cuando se juntaron la cruz y la espada para imponer la opresión y el saqueo. Han brotado manifestaciones fundamentalistas, contra los movimientos indígenas y contra la vida y la integridad física de su gente.

El resentimiento que ha salido a flote contra símbolos y tradiciones indígenas, contra las mujeres que usan pollera, contra una bandera como la wiphala, tiene raíces muy profundas y vínculos genéticos con el fascismo. Por eso es tan significativo que la Casa haya convocado este año al Premio de Estudios sobre Culturas Originarias de América. Por eso este Programa, el dedicado a las Culturas Originarias, que coordina Jaime Gómez Triana, adquiere en el contexto actual una jerarquía mayor.

Mientras más belicosa y primitiva es la barbarie, resulta más importante mantener el rigor de las investigaciones que debe promover la Casa sobre estos procesos culturales específicos, acompañadas, obviamente, por la más amplia difusión de sus resultados. La cultura auténtica es un antídoto de eficacia incuestionable frente al neofascismo.

Cuando hicimos la conferencia de prensa sobre el Premio, estuve comentando un texto de Roberto (“Notas sobre América”), publicado en la revista Casa. Allí habla, con la misma angustia de Eric Hobsbawm, del ascenso incontrolable de la barbarie durante todo el siglo XX y lo que va de XXI y nos convoca a no abandonar nunca, ni en las peores circunstancias, la fe en las utopías y en la esperanza.

Una barbarie, como dice Roberto, que se expresa en una capacidad destructiva abrumadora que nunca tuvo Hitler y sí tiene en cambio el Emperador de este nuevo Reich, el “Calígula atómico”. Para colmo, Trump se niega a aceptar el cambio climático y sus consecuencias ya prácticamente irreversibles para el planeta y para la especie.

En cuanto a Cuba, ya les hablé un poco al principio de la obsesión de EEUU contra nosotros. Por primera vez desde que se dictó la Ley Helms-Burton, un presidente yanqui ha firmado los capítulos que permiten presentar demandas ante tribunales estadounidenses a los supuestos dueños o a descendientes de dueños de propiedades nacionalizadas por la Revolución contra cualquier empresa o ciudadano del mundo que esté invirtiendo en una de esas propiedades. Es una aberración jurídica, extraterritorial, inadmisible. Máxime si recordamos que Cuba ofreció negociar indemnizaciones, y EEUU siempre se negó, pensando, claro, recuperarlas por la fuerza cuando llegara el momento.

Aspira a espantar a los inversionistas extranjeros. Aspira a asfixiarnos, como todas las nuevas medidas restrictivas que ha venido tomando EEUU contra Cuba, prácticamente cada semana, a los cruceros, a los vuelos, a las remesas, a los intercambios profesionales y académicos. Todo eso acompañado de un diluvio cada vez mayor y más desvergonzado de mentiras.

Con la persecución a navieras, barcos y compañías aseguradoras que debían traer a la Isla el combustible comprado, trataron a partir de abril de 2019 de estrangularnos con acciones de abierta piratería y una presión desmedida y cruel. Pero el país no se detuvo. No se detuvieron los programas básicos, vinculados a la construcción de viviendas, a la producción de alimentos, a la sustitución de importaciones, a impulsar la exportación de los rubros tradicionales y de otros nuevos. No se detuvo la batalla contra todo vestigio de burocracia, contra la insensibilidad, contra la rutina.

No se detuvo la intensa vida cultural del país. Se celebró con mucho éxito el Festival de Cine. Ahora acaba de terminar un prestigioso evento internacional de Jazz. En febrero tendremos nuestra Feria del Libro.

Como dijo el Presidente Díaz-Canel, usando una frase popular que sintetiza las situaciones peligrosas por las que hemos pasado, “Nos tiraron a matar, y estamos vivos”.

Sabemos que en este 2020 van a seguir cerrando el cerco y tirándonos a matar; pero vamos a sobrevivir. En nuestra gente hay una conciencia muy clara de que nos estamos jugando cosas medulares y demasiado trascendentes —y nadie va a venir a engañarla con espejismos.

Este mismo Premio Casa de las Américas es sin duda una victoria sobre el afán enfermizo de destruirnos. Representa otra apuesta de Cuba por la cultura, por la vida, el pensamiento, la poesía, la inteligencia, la solidaridad, ante el discurso del odio, del neofascismo, de la estupidez arrogante, de la mentira y la manipulación.

Es una victoria de Cuba a la que ustedes, los jurados, han contribuido decisivamente. Sin ustedes, sin la solidaridad y el respaldo de ustedes, este Premio hubiera fracasado.

La Casa de Haydée, Roberto, Mariano, de los fundadores, Marcia, Silvia, Chiqui, y de los que se fueron sumando sucesivamente a este equipo, Nancy, Miriam, Idelisa, Aurelio, Luisa, María Elena, Vivian, Jorge, Jaime, Yolanda, la otra Silvia, Camila y muchos más, está habituada a trabajar en medio de obstáculos y adversidades. Es un modelo sorprendente de resistencia. Hasta ciclones y marejadas la han embestido con saña, pretendiendo arrasarlo todo, la memoria conservada aquí, los libros, las cartas, las revistas, las piezas de arte. Le han hecho daño a la Casa; pero no han podido destruirla. Tenemos un admirable colectivo de trabajadores (como les decía el otro día a los periodistas) que se caracteriza por su sentido de pertenencia, por el orgullo de formar parte de esta institución, por llevar en sí una chispa vivificadora de la mística de Haydée.

A veces me parece que la Casa es como una réplica en pequeño de la Cuba que enfrenta ciclones, tornados, bloqueos y golpes bajos, y sigue empecinada en no renunciar a la utopía.

2003 se asemeja de algún modo a 2019 y a este 2020. En marzo de aquel año, Bush anunció la invasión a Irak. En Miami, los grupos extremistas de origen cubano salieron a la calle a gritar “Irak ahora; Cuba después”. Antes, en 2002, Bush dijo que su ejército tenía que transformarse en “una fuerza militar lista para atacar inmediatamente 60 o más oscuros rincones del mundo”. “Oscuros”, dijo, y a nadie se le escapó la intención racista de la palabra.

En enero del 2003, en un evento dedicado a Martí, Fidel afirmó que “la gran batalla se librará en el campo de las ideas y no en el de las armas” y exhortó a los participantes a trabajar sin descanso por “sembrar ideas” y “sembrar conciencia”.

La Casa de las Américas se ha apropiado de aquella exhortación. Es uno de los mandatos que nos dejó a los hombres y mujeres de la cultura. Ideas, conciencia, frente a los que creen que el dinero y las bombas y la fuerza bruta lo pueden todo.

Ya voy a terminar estas palabras, que han resultado demasiado extensas; pero, antes de concluir, quiero anunciar el estreno de un audiovisual que tiene un significado muy particular para nosotros. Nació de la relación que tuvo siempre Haydée con Martí. Desde la Casa, Haydée invitó a trovadores cubanos a musicalizar sus poemas. Así se hicieron varios discos muy hermosos. Entre ellos, Versos de José Martí cantados por Sara González. Dentro de unos minutos vamos a escuchar una de las piezas de ese disco.

El audiovisual tiene un texto introductorio brevísimo que explica la intención de la Casa. Los amigos que vienen del extranjero quizás no están al tanto; pero en los primeros días de enero de 2020 circularon en las redes sociales imágenes de bustos de Martí manchados ofensivamente. Aquí en Cuba la gente ha reaccionado con mucha indignación ante la afrenta, y se han hecho muchos actos de desagravio al Apóstol y de rechazo a la infamia.

(Estos hechos, por cierto, tuvieron un antecedente en noviembre de 2019, en Santa Cruz, Bolivia, donde unos fascistas partidarios del golpe de Estado cubrieron con tinta negra un retrato en cerámica de Martí hecho por el escultor boliviano Lorgio Vaca. Otra coincidencia: hace unos pocos días profanaron la tumba del trovador chileno Víctor Jara, torturado salvajemente antes de ser asesinado por Pinochet y resucitado ahora con sus canciones en las jornadas de protesta contra Piñera. Al fascismo lo exasperan los símbolos de la emancipación, sobre todo si mantienen su presencia.)

Volviendo a Cuba y a Martí, debo terminar diciendo que la Casa de las Américas se suma a las expresiones de reivindicación martiana de nuestro pueblo con el audiovisual que vamos a ver y a escuchar ahora.

Muchas gracias.

Palabras de Abel Prieto en la inauguración del Premio Literario Casa de las Américas 2020.

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¿Para quiénes escribió José Martí La Edad de Oro?

La edad de Oro, de José Martí

Por Luis Toledo Sande

A muchísimas personas la pregunta les parecerá retórica, y con razón. Es sabido que José Martí echó sobre sus hombros esa revista para contribuir a formar a las nuevas hornadas de hijos e hijas de nuestra América. Lo declaró más de una vez en la misma publicación, y fuera de ella. Al anunciar su aparición, escribió: “Cada día primero de mes se publicará en Nueva York un número de La Edad de Oro, con artículos completos y propios, y compuesto de manera que responda a las necesidades especiales de los países de lengua española en América, y contribuya todo en cada número directa y agradablemente a la instrucción ordenada y útil de nuestros niños y niñas, sin traducciones vanas de trabajos escritos para niños de carácter y de países diversos”.

En general, concebía sus textos como si fueran libros dentro de una obra mayor, la suya, y con esa visión intuía que la revista podría convertirse, y mostró desear que así fuera, en libro perdurable: “La empresa de La Edad de Oro desea poner en las manos del niño de América un libro que lo ocupe y regocije, le enseñe sin fatiga, le cuente en resumen pintoresco lo pasado y lo contemporáneo, le estimule a emplear por igual sus facultades mentales y físicas, a amar el sentimiento más que lo sentimental, a reemplazar la poesía enfermiza y retórica que está aún en boga, con aquella otra sana y útil que nace del conocimiento del mundo; a estudiar de preferencia las leyes, agentes e historia de la tierra donde ha de trabajar por la gloria de su nombre y las necesidades del sustento”.

En sus palabras se advierte claramente que la revista no está pensada para Nueva York, aunque podía desear que fuera útil también allí, donde se redactaría y se imprimiría por razones prácticas, comenzando por el hecho de que en esa urbe residían él y el editor propietario de la publicación. Sobre la circulación que desea para el mensuario expresa: “Los números se venderán sueltos en las agencias del periódico, y en las principales librerías de cada país, a 25 centavos”, y añade: “Se reciben pedidos por semestre en la administración, New York, William Street 77, acompañados de su importe, para facilitar la adquisición del número a los que residan en lugares donde no haya librerías, o en cuyas librerías no esté de venta La Edad de Oro”.

Las citas provienen de la circular preparada por el propio Martí para abrirle el camino a la revista en el público al cual quería hacerla llegar. El texto lo empleó Gonzalo de Quesada Aróstegui en el preámbulo de la primera reproducción de la revista, lo que se hizo con los cuatro números juntos, a manera de libro: el volumen que en 1905 logró editar en Turín, Italia, como parte de la serie pionera —gestada por el propio Quesada Aróstegui— de obras de Martí, un paso hacia las que devendrían ediciones de las Obras completas del Maestro.

En la nota introductoria a la primera entrega, correspondiente a julio de 1889, escribió Martí: “Para eso se publica La Edad de Oro: para que los niños americanos sepan cómo se vivía antes, y se vive hoy, en América, y en las demás tierras: y cómo se hacen tantas cosas de cristal y de hierro, y las máquinas de vapor, y los puentes colgantes, y la luz eléctrica; para que cuando el niño vea una piedra de color sepa por qué tiene colores la piedra, y qué quiere decir cada color; para que el niño conozca los libros famosos donde se cuentan las batallas y las religiones de los pueblos antiguos”. También declara: “Así queremos que los niños de América sean: hombres que digan lo que piensan, y lo digan bien. Hombres elocuentes y sinceros”.

En su carta del 3 de agosto de 1889 a Manuel Mercado se lee: “El abono se puede traer de otras partes; pero el cultivo se ha de hacer conforme al suelo. A nuestros niños los hemos de criar para hombres de su tiempo, y hombres de América.—Si no hubiera tenido a mis ojos esta dignidad, yo no habría entrado en esta empresa”. No será necesario puntualizar —pero puntualícese, por si lo fuera— que en esas citas, y en otras, cuando Martí habla de América se refiere en especial no solo a la de habla española, sino a la que él llamó “nuestra”, para diferenciarla de la otra, ajena y sede del mayor peligro que se cernía sobre nuestros pueblos, y que tenía él en mente cuando se encargó de la revista y se avecinaba la conferencia internacional que marcó el nacimiento del panamericanismo imperialista.

En sus cartas a Mercado —quien tantas veces lo auxilió en la realización y el camino de sus publicaciones: basta citar el libro Guatemala (impreso en México en 1878), y las crónicas para el diario mexicano El Partido Liberal— enfatiza el ruego de que la revista encuentre en México buenas vías para su distribución. Pero va más allá en sus planes, y antes ha expresado su deseo de “atraer la atención del público y de 1os gobiernos sobre una empresa en que he consentido entrar, porque, mientras me llega la hora de morir en otra mayor, como deseo ardientemente, en esta puedo al menos, a la vez que ayudar al sustento con decoro, poner de manera que sea durable y útil todo lo que a pura sangre me ha ido madurando en el alma”.

Su referencia a “los gobiernos” corrobora que su afán no se reducía a México. Aunque no se hallaran otras pruebas textuales de su amplia perspectiva latinoamericanista —que plasmó en el mensuario y en tantas otras páginas— su insistencia en el público para el cual la publicación estaba pensada autoriza a considerar que le gestionó vías necesarias para garantizar que se cumpliese lo anunciado en la circular, donde se refiere a “las principales librerías de cada país”, no de uno solo de ellos.

De eso hay evidencia concreta. También incluyó a su patria, núcleo de sus preocupaciones, en el afán de que el mensuario —que Enrique José Varona y otros saludaron de distintos modos en La Habana— se conociera no solo en la capital de Cuba, aunque la realidad colonial no favoreciera su deseo. El 27 de julio de 1889 le escribe al compatriota Amador Esteva, quien reside en Guantánamo, y le explica: “[Le he] ofrecido al editor de La Edad de Oro buscarle, por medio de Vd., un buen agente en Guantánamo”. Pero el ser humano de intensa actividad que en medio de su sentido de urgencia subía las escaleras saltando peldaños, ya había puesto en marcha el plan, y le daba vida: “Vd. debe haber recibido la circular, porque yo se la mandé y ahora recibirá el primer número. Dígame si he salido airoso, y si he dado con la manera de hablar con la gente menor”.

Lejos de atenerse a consultas y sugerencias, adelanta instrucciones: “Lo que le ruego, pues, es que recoja Vd. del correo ese paquete de 20 ejemplares del primer número que le va certificado, y lo ponga en manos, con la carta adjunta, de aquella persona que por oficio o por afición pudiese servir en su concepto con más eficacia a La Edad de Oro”. No será exagerado considerar que Martí buscaba una especie de red cubana para la distribución del mensuario, el cual —también le dice a Esteva— “no debe caer mal en Guantánamo, a juzgar por dos cartas recibidas de allí en respuesta a la circular”. A todas luces, la revista se hacía sentir lejos. Ni remotamente se limitaría a Nueva York.

Sí, con sobrada razón vale cuestionarse la pertinencia de la pregunta con que se titula el presente artículo, y no demora el autor la explicación de por qué se la ha hecho: alguien, como si revelara una gran verdad, ha diagnosticado que Martí escribió La Edad de Oro para los hijos de la burguesía —¿latinoamericana?— establecida en Nueva York.

Nada se debe descuidar, sobre todo tratándose de un legado como el de Martí, contra el cual las tergiversaciones pueden alcanzar grados que permitan compararlas con la profanación. No se habla de intenciones: hasta las mejores pueden pavimentar los vericuetos de la infamia, máxime cuando ciertos logros de la academia estadounidense han servido para propalar el criterio que la historia es mero relato, no más que un simulacro, y que —religiones aparte, si acaso— nada ni nadie hay ni ha habido sagrado. Por tanto, nada merece respeto ni está libre de que se le dediquen falsificaciones e insultos. Y si Martí puede pertenecernos a todos no es para que cualquiera diga lo que le venga en gana o se permita hacer sobre él afirmaciones infundadas.

Nada de lo aquí dicho —valga precisarlo en previsión de sabios abogados del diablo— niega que los padres y las madres del público infantil y adolescente al que se destinaba La Edad de Oro podía corresponderles, tanto como a maestros y maestras, una particular función intermediaria entre la revista y su público. Pero está probado que también en ese público ella sigue produciendo disfrute, veneración incluso. Y Martí lo consiguió sin ceder a la ñoñería con que otros autores han creído necesario dirigirse a la infancia. Con ello ratificó el respeto que sentía hacia quienes lo leían —o escuchaban—, además de que no por gusto los textos del mensuario suelen citarse junto a otros suyos en estudios de gran alcance acerca de su pensamiento y su obra literaria.

¿Será necesario añadir que Martí era consciente de que, en sus circunstancias, la generalidad del público al cual quería dirigirse, y se dirigía, estaba lejos de contar con recursos para adquirir libros y revistas, y de haber tenido el acceso que él deseaba que todos los seres humanos tuvieran a la cultura? Tan consciente era de esa realidad que en su prólogo al libro Cuentos de hoy y de mañana, de 1883, del también cubano Rafael de Castro Palomino, escribió: “De todos los problemas que pasan hoy por capitales, solo lo es uno: y de tan tremendo modo que todo tiempo y celo fueran pocos para conjurarlo: la ignorancia de las clases que tienen de su lado la justicia”.

Al año siguiente, en el artículo “Maestros ambulantes”, sostuvo que era necesario “abrir una campaña de ternura y de ciencia, y crear para ella un cuerpo, que no existe, de maestros misioneros”, porque, añadió: “La escuela ambulante es la única que puede remediar la ignorancia campesina”, y no solo esa, cabría añadir. No es fortuito que el artículo se considere anunciador de la Campaña de Alfabetización que Cuba libró dentro de su territorio y ha favorecido en otros pueblos. Tampoco es casual que una máxima central del texto, “Ser culto es el único modo de ser libre”, diera pábulo al lema cardinal de esa Campaña, que tanta luz le aportó a Cuba: “Ser cultos para ser libres”, lema que, dicho sea de paso, abrevia el original, pero no solamente no lo supera, lo empobrece.

El propio Martí fue consciente de lo nutridora que para el público resultaba La Edad de Oro. En la citada carta a Mercado reconoció: “Veo por acá que ha caído en los corazones desde la aparición de la circular. Los que esperaban, con la excusable malignidad del hombre, verme por esta tentativa infantil, por debajo de lo que lo que se creían obligados a ver en mí, han venido a decirme, con su sorpresa más que con sus palabras, que se puede publicar un periódico de niños sin caer de la majestad a que ha de procurar alzarse todo hombre”.

De ese asombro fue testigo y entusiasta vocero Manuel Gutiérrez Nájera. Aún la revista se publicaba cuando la comparó con la aurora, con “el trabajo del alba: despertar”. Hay que amarrarse las manos para no extenderse en los aciertos del relevante poeta mexicano, quien, entre otras cosas, sostuvo: “¡Así quisiéramos los hombres que nos enseñaran muchas cosas que no sabemos! ¡Así me ha enseñado La Edad de Oro mucho que ignoraba! ¡Porque en todo hombre hay un niño que pregunta y a todo hombre habla La Edad de Oro, como a niño y por eso le enseña!”, porque lo hace con el don de la poesía y de la sinceridad: “no parece que escribe para los muchachos, como si temiera que los muchachos no supiesen leer aún. Parece que se los sube a las rodillas y que allí les habla”.

Nada de Martí se debe tratar a la ligera, como de modo irresponsable se le puede a algún chistoso, lo que se dice sin olvidar que los chistes no siempre sean intrascendentes. No valen afirmaciones infundadas para valorar un legado que sigue y seguirá siendo cimiento de la patria y su ética, de la nación y su cultura, y una de las contribuciones que más hayan enriquecido el espíritu de la humanidad, no solo en la patria natal del hombre de La Edad de Oro.

Tomado de: https://www.cubaperiodistas.cu

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La verdad sobre los Estados Unidos

Periódico Patria

Por José Martí

Es preciso que se sepa en nuestra América la verdad de los Estados Unidos. Ni se debe exagerar sus faltas de propósito, por el prurito de negarles toda virtud, ni se ha de esconder sus faltas, o pregonarlas como virtudes. No hay razas: no hay más que modificaciones diversas del hombre, en los detalles de hábito y forma que no les cambian lo idéntico y esencial, según las condiciones de clima e historia en que viva. Es de hombres de prólogo y superficie–que no hayan hundido los brazos en las entrañas humanas, que no vean desde la altura imparcial hervir en igual horno las naciones, que en el huevo y tejido de todas ellas no hallen el mismo permanente duelo del desinterés constructor y el odio inicuo, –el entretenimiento de hallar variedad sustancial entre el egoísta sajón y el egoísta latino, el sajón generoso o el latino generoso, el latino burómano o el burómano sajón: de virtudes y defectos son capaces por igual latinos y sajones. Lo que varía es la consecuencia peculiar de la distinta agrupación histórica: en un pueblo de ingleses y holandeses y alemanes afines, cualesquiera que sean los disturbios, mortales tal vez, que le acarree el divorcio original del señorío, y la llaneza que a un tiempo lo fundaron, y la hostilidad inevitable, y en la especie humana indígena, de la codicia y vanidad que crean las aristocracias contra el derecho y la abnegación que se les revelan, no puede producirse la confusión de hábitos políticos, y la revuelta hornalla, de los pueblos en que la necesidad del conquistador dejó viva la población natural, espantada y diversa, a quien aún cierra el paso con parricida ceguedad la casta privilegiada que engendró en ella el europeo. Una nación de mocetones del Norte, hechos de siglos atrás al mar y a la nieve, y a la hombría favorecida por la perenne defensa de las libertades locales, no puede ser como una isla del trópico, fácil y sonriente, donde trabajan por su ajuste, bajo un gobierno que es como piratería política, la excrecencia famélica de un pueblo europeo, soldadesco y retrasado, los descendientes de esta tribu áspera e inculta, divididos por el odio de la docilidad acomodaticia a la virtud rebelde, y los africanos pujantes y sencillos, o envilecidos y rencorosos, que de una espantable esclavitud y una sublime guerra han entrado a la conciudadanía con los que los compraron y los vendieron, y, gracias a los muertos de la guerra sublime, saludan hoy como a igual al que hacían ayer bailar a latigazos. En lo que se ha de ver si sajones y latinos son distintos, y en lo que únicamente se les puede comparar, es en aquello en que se les hayan rodeado condiciones comunes: y es un hecho que en los Estados del Sur de la Unión Americana, donde hubo esclavos negros, el carácter dominante es tan soberbio, tan perezoso, tan inclemente, tan desvalido, como pudiera ser, en consecuencia de la esclavitud, el de los hijos de Cuba. Es de supina ignorancia, y de ligereza infantil y punible, hablar de los Estados Unidos, y de las conquistas reales o aparentes de una comarca suya o grupo de ellas, como de una nación total e igual, de libertad unánime y de conquistas definitivas: semejantes Estados Unidos son una ilusión, o una superchería. De las covachas de Dakota, y la nación que por allá va alzándose, bárbara y viril, hay todo un mundo a las ciudades del Este, arrellanadas, privilegiadas, encastadas, sensuales, injustas. Hay un mundo, con sus casas de cantería y libertad señorial, del Norte de Schenectady a la estación zancuda y lúgubre del Sur de Petersburg, del pueblo limpio e interesado del Norte, a la tienda de holgazanes, sentados en el coro de barriles, de los pueblos coléricos, paupérrimos, descascarados, agrios, grises, del Sur. Lo que ha de observar el hombre honrado es precisamente que no sólo no han podido fundirse, en tres siglos de vida común, o uno de ocupación política, los elementos de origen y tendencia diversos con que se crearon los Estados Unidos, sino que la comunidad forzosa exacerba y acentúa sus diferencias primarias, y convierte la federación innatural en un estado, áspero, de violenta conquista. Es de gente menor, y de la envidia incapaz y roedora, el picar puntos a la grandeza patente, y negarla en redondo, por uno u otro lunar, o empinársele de agorero, como quien quita una mota al sol. Pero no augura, sino certifica, el que observa cómo en los Estados Unidos, en vez de apretarse las causas de unión, se aflojan; en vez de resolverse los problemas de la humanidad, se reproducen; en vez de amalgamarse en la política nacional las localidades, la dividen y la enconan; en vez de robustecerse la democracia, y salvarse del odio y miseria de las monarquías, se corrompe y aminora la democracia, y renacen, amenazantes, el odio y la miseria. Y no cumple con su deber quien lo calla, sino quien lo dice. Ni con el deber de hombre cumple, de conocer la verdad y esparcirla; ni con el deber de buen americano, que sólo ve seguras la gloria y la paz del continente en el desarrollo franco y libre de sus distintas entidades naturales; ni con su deber de hijo de nuestra América, para que por ignorancia, o deslumbramiento, o impaciencia, no caigan los pueblos de casta española, al consejo de la toga remilgada y el interés asustadizo, en la servidumbre inmoral y enervante de una civilización dañada y ajena. Es preciso que se sepa en nuestra América la verdad de los Estados Unidos.

Lo malo se ha de aborrecer, aunque sea nuestro; y aun cuando no lo sea. Lo bueno no se ha de desamar, sólo porque no sea nuestro. Pero es aspiración irracional y nula, cobarde aspiración de gente segundona e ineficaz, la de llegar a la firmeza de un pueblo extraño por vías distintas de las que llevaron a la seguridad y al orden al pueblo envidiado: –por el esfuerzo propio, y por la adaptación de la libertad humana a las formas requeridas por la constitución peculiar del país. En unos es el excesivo amor al Norte la expresión, explicable e imprudente, de un deseo de progreso tan vivaz y fogoso que no ve que las ideas, como los árboles, han de venir de larga raíz, y ser de suelo afín, para que prendan y prosperen, y que al recién nacido no se le da la sazón de la madurez porque se le cuelguen al rostro blando los bigotes y patillas de la edad mayor: monstruos se crean así, y no pueblos: hay que vivir de sí, y sudar la calentura. En otros, la yanquimanía es inocente fruto de uno u otro saltito de placer, como quien juzga de las entrañas de una casa, y de las almas que en ella ruegan o fallecen, por la sonrisa y lujo del salón de recibir, o por la champaña y el clavel de la mesa del convite:–padézcase; carézcase; trabájese; ámese, y, en vano; estúdiese, con el valor y libertad de sí; vélese, con los pobres; llórese, con los miserables; ódiese, la brutalidad de la riqueza; vívase, en el palacio y en la ciudadela, en el salón de la escuela y en los zaguanes, en el palco del teatro, de jaspes y oro, y en los bastidores, fríos y desnudos: y así se podrá opinar, con asomos de razón, sobre la república autoritaria y codiciosa, y la sensualidad creciente, de los Estados Unidos. En otros, póstumos enclenques del dandismo literario del Segundo Imperio, o escépticos postizos bajo cuya máscara de indiferencia suele latir un corazón de oro, la moda es el desdén, y más, de lo nativo; y no les parece que haya elegancia mayor que la de beberle al extranjero los pantalones y las ideas, e ir por el mundo erguidos, como el faldero acariciado el pompón de la cola. En otros es como sutil aristocracia, con la que, amando en público lo rubio como propio y natural, intentan encubrir el origen que tienen por mestizo y humilde, sin ver que fue siempre entre hombres señal de bastardía el andar tildando de ella a los demás, y no hay denuncia más segura del pecado de una mujer que el alardear de desprecio a las pecadoras. Sea la causa cualquiera, –impaciencia de la libertad o miedo de ella, pereza moral o aristocracia risible, idealismo político o ingenuidad recién llegada, –es cierto que conviene, y aun urge, poner delante de nuestra América la verdad toda americana, de lo sajón como de lo latino, a fin de que la fe excesiva de la virtud ajena no nos debilite, en nuestra época de fundación, con la desconfianza inmotivada y funesta de lo propio. En una sola guerra, en la de Secesión, que fue más para disputarse entre Norte y Sur el predominio en la república que para abolir la esclavitud, perdieron los Estados Unidos, hijos de la práctica republicana de tres siglos en un país de elementos menos hostiles que otro alguno, más hombres que los que en tiempo igual, y con igual número de habitantes, han perdido juntas todas las repúblicas españolas de América, en la obra naturalmente lenta, y de México a Chile vencedora, de poner a flor del mundo nuevo, sin más empuje que el apostolado retórico de una gloriosa minoría y el instinto popular, los pueblos remotos, de núcleos distantes y de razas adversas, donde dejó el mando de España toda la rabia e hipocresía de la teocracia, y la desidia y el recelo de una prolongada servidumbre. Y es de justicia, y de legítima ciencia social, reconocer que, en relación con las facilidades del uno y los obstáculos del otro, el carácter norteamericano ha descendido desde la independencia, y es hoy menos humano y viril, mientras que el hispanoamericano, a todas luces, es superior hoy, a pesar de sus confusiones y fatigas, a lo que era cuando empezó a surgir de la masa revuelta de clérigos logreros, imperitos ideólogos, e ignorantes o silvestres indios. Y para ayudar al conocimiento de la realidad política de América, y acompañar o corregir, con la fuerza serena del hecho, el encomio inconsulto, –y, en lo excesivo, pernicioso–de la vida política y el carácter norteamericanos, Patria inaugura, en el número de hoy, una sección permanente de «Apuntes sobre los Estados Unidos», donde, estrictamente traducidos de los primeros diarios del país, y sin comentario ni mudanza de la redacción, se publiquen aquellos sucesos por donde se revelen, no el crimen o la falta accidental–y en todos los pueblos posibles–en que sólo el espíritu mezquino halla cebo y contento, sino aquellas calidades de constitución que, por su constancia y autoridad, demuestran las dos verdades útiles a nuestra América:–el carácter crudo, desigual y decadente de los Estados Unidos–y la existencia, en ellos continua, de todas las violencias, discordias, inmoralidades y desórdenes de que se culpa a los pueblos hispanoamericanos.

José Martí “La verdad sobre los Estados Unidos.” En Patria, Nueva York, 23 de marzo de 1894.Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana 1975. Tomo 28. Páginas 290-294.

Tomado de: https://culturayresistenciablog.wordpress.com

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Molinos de viento

La ética alentó la práctica educativa de José de la Luz y Caballero.

Por Graziella Pogolotti

Hace alrededor de cuatro décadas el Grupo de Teatro Escambray estrenó Molinos de viento, texto de la autoría de Rafael González. Presentada en el Festival de La Habana, la obra alcanzó enorme éxito de público, sobre todo entre los espectadores más jóvenes. Abordaba el tema del fraude escolar y de las actitudes fraudulentas ante la vida, asuntos estrechamente interrelacionados. La trama tomaba como punto de partida el enjuiciamiento de algunos estudiantes por extraer de la gaveta de un profesor el cuestionario de examen. El anuncio de una visita de inspección interrumpía el proceso en marcha. Todo se concentraba entonces en el esfuerzo por ofrecer a los visitantes la mejor imagen del plantel y enmascarar para ello la menor señal de deficiencia. El problema planteado por la anécdota inicial se proyectaba hacia la sociedad en su conjunto. La referencia al Quijote subrayaba la dimensión ética del conflicto.

El recuerdo de aquellas funciones, junto a los debates que las acompañaron, aflora a mi memoria con motivo de la reciente publicación en Juventud Rebelde del artículo de un colega que aborda el tema de las consecuencias del fraude. Refiere la historia de la definitiva pérdida de credibilidad de una periodista norteamericana al descubrirse la falacia de un reportaje escrito por ella y alude con razón a algunas manchas de nuestro vivir cotidiano generadas por la complicidad de alumnos, maestros y familiares que, mediante el empleo del soborno y las relaciones personales, favorecen dolosamente la promoción de niños y jóvenes.

El problema tiene repercusiones aún más graves. Como una pústula envenenada genera gangrena que corroe los cimientos éticos de la sociedad. No es función de la escuela distribuir diplomas. Le corresponde instruir y formar ciudadanos responsables, solidarios, buenos patriotas, sensibles y honrados. Para lograr tan alto propósito, la ejemplaridad del maestro se manifiesta en su transparencia y en su incorruptibilidad. Tuve el privilegio de contar con el afecto de mis profesores. Ninguno me hizo concesiones. Se comportaron en el aula con absoluta equidad.

Las actitudes fraudulentas ante la vida crean un abismo que quebranta la cohesión social orientada hacia el mejoramiento humano y socavan la lucha por un bienestar material acompañado por el disfrute pleno del universo de la espiritualidad. En ese precipicio cohabitan el desacato de la ley —garantía de orden—, la quiebra de la convivencia y del respeto mutuo. Las pequeñas y grandes manifestaciones de corrupción, el ocultamiento de la verdad y el menoscabo de principios éticos que conformaron, en su continuidad, lo mejor del pensamiento cubano, obstaculizan el logro de nuestro proyecto social.

La ética alentó la práctica educativa de José de la Luz y Caballero. Tuvo su más alta expresión en la acción y en las ideas preconizadas por José Martí, quien cimentó sobre esa base la organización de la Guerra Necesaria, considerada como fragua de la independencia y de la república deseada.

A otra escala, la del mundo ancho y ajeno dominado por el capitalismo en su fase neoliberal, todo vale. Se extiende y se generaliza la crisis de los principios éticos que han sustentado, a través de la historia, las sucesivas formaciones sociales y sus culturas correspondientes. En una etapa anterior de su desarrollo, el capitalismo reconoció el papel regulador del Estado. Cuando se produjo la quiebra económica que estremeció los 30 del pasado siglo, se aplicó el concepto elaborado por el británico John Maynard Keynes. La inversión estatal en la modernización de la infraestructura creó empleo y reanimó la producción de bienes con lo cual se beneficiaban las empresas privadas. Por otra parte, se intentaba legislar para contener la consolidación de oligopolios. En la actualidad, el poder real reside en las corporaciones transnacionalizadas. Los medios de comunicación se subordinan a sus intereses. Cada vez más costosas, las campañas políticas requieren financiamientos que determinan compromisos con esas fuentes de dudoso origen. Mediante la tergiversación y el ocultamiento de la verdad, se construye la opinión pública internacional y se manipula la conciencia ciudadana al punto de incentivar el voto en contra de los reclamos más legítimos del pueblo. Se silencian las violaciones masivas de los derechos humanos, los desaparecidos, los asesinatos de activistas sociales, la violencia represiva. El discurso de la extrema derecha se propaga con el empleo de una demagogia populista. Se han quebrantado en la práctica concreta los principios sustentados alguna vez por la democracia representativa. Las instituciones encargadas de velar por el bien público se subordinan a los intereses del mercado.

En este panorama convulso está en juego el destino de la humanidad. A contracorriente de un capitalismo neoliberal depredador, se impone un proyecto de rostro humano inclusivo. La batalla se libra en los campos de la economía y del pensamiento. Quienes participan en la defensa de un presente y de un porvenir mejor tienen que asumir valores éticos irrenunciables en su conducta cotidiana, en su relación con el otro, en su ejercicio profesional, para cerrar el paso a las nefastas actitudes fraudulentas ante la vida. En la hora actual, adarga en ristre, nos corresponde afrontar esos molinos de viento.

Tomado de: http://www.juventudrebelde.cu

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El socialismo para el “tutor político” de Martí

José Martí Obra del artista plástico cubano Delarra

Por J. A. Téllez Villalón

Se intensifica cada enero, pero nunca se enfría. Es un debate latente, con este núcleo al rojo: el supuesto asesinato del Héroe Nacional, perpetrado por la Revolución y su partido de vanguardia, o la (de)construcción, desde la orilla opuesta, de un Martí anticomunista. Y aunque fue uno, haciéndose consecuencia en su propia realidad concreta, ya como símbolo es capital en disputa. Tal que, en la condensación en su figura de unos o distintos significados e ideas fuerzas, se informa en gran medida el conflicto que tensa el archipiélago ideopolítico cubano.

Lo alertó el luminoso Roberto Fernández Retamar: el enemigo, “consciente del alimento espiritual que nos es la labor de Martí, no se cansa de tergiversarla, esta vez con la peor intención, a partir del odio y no del amor, con vistas a privarnos de ese arsenal”. A los neoplattistas les sirve un Martí no tan antimperialista como “lo pintamos” los que vemos en la alternativa socialista la garantía de la independencia de Cuba. Un Martí superliberal prefieren los que no desean ver en su Proyecto de República la superación de las falacias descritas por él en las “repúblicas de papel” de su tiempo, ni en nuestro Socialismo, el tránsito hacia el “Reino de la Justicia”.

No necesitamos convertir a José Martí en un marxista o en un comunista. Nos basta su entendimiento de la política como la búsqueda del bien común, y su humanismo de profundas raíces fraternales. Compartidas por el republicanismo democrático del mediterráneo y por el socialismo de gorro frigio. Evidenciadas en su evocación a la “identidad universal del hombre”, en la igualdad eterna del alma de los hombres. Armoniosa con la metáfora fraternal de Aspasia, el ideal de República democrática en la que “son todos hermanos de una misma madre”. Esa fraternidad que le hizo echar su suerte con “los pobres de la tierra” y que evidenció desde muy joven. Que late en su desgarrador texto “El presidio político en Cuba”, escrito en el verano madrileño de 1871, impreso en los talleres de Ramón Ramírez y distribuido entre la comunidad cubana.

Gertrudis Gómez de Avellaneda, al final de sus Memorias, relató: “Llegó a Madrid un exalumno de Mendive —José Martí—. No ha venido a verme como esperaba: me ha traído Calixto Bernal el artículo que acaba de publicar, ‘El presidio político en Cuba’, experiencia que sufrió a los dieciséis años”. La poetisa se refiere a su coterráneo José Calixto Bernal y Soto (Puerto Príncipe, 1804 – Madrid, 1886), un reconocido abogado, escritor, periodista y también poeta, a quien Jorge Mañach calificó en su biografía del Apóstol como el “tutor político” de Martí.

El “Viejo Bernal”, como lo llamaban, había publicado ese mismo año “Vindicación. Cuestión de Cuba por un español cubano”. Un “conmovedor ensayo a favor de los derechos legítimos de libertad de los cubanos”, al decir del investigador Fernando Crespo. De lo que se presume que cuando Carlos Sauvalle presentó al viejo principeño y al joven habanero, existía en los dos una fértil predisposición para el diálogo y para la relación estrecha que, como describen, se entabló.

Según el tataranieto de Bernal, “con pocas personas mantuvo Martí relaciones intelectuales tan intensas como con Calixto Bernal, sus conversaciones en Madrid fueron interminables”. “[Era] hermoso verlos como dos camaradas, en centros políticos en donde se hacían respetar, a pesar de que los llamaban los filibusteros”, contaba el entrañable Fermín Valdés Domínguez. El propio Martí, en su nota a Ángelo López de Betancourt, se refiere a su casa en Madrid como “refugio amable de los que jamás dejaban de trabajar por la independencia del país”. Y reconoce su admiración por el camagüeyano, “el autor valiente de la Vindicación y de aquellos dos versos en que hablando de la patria afligida dejó así, en el álbum de una mujer hermosa…”.

Vale decir que, aunque el joven desterrado debió encontrar múltiples resonancias entre sus propios puntos de vista y el diagnóstico político sobre los errores de la política española en Cuba que hace el autor de la Vindicación; disiente de las soluciones propuestas por este, quien, por temor a las revoluciones y a las soluciones violentas, se había movido entre el autonomismo y el anexionismo. Sin embargo, en lo formal, en la manera de polemizar y derribar uno a uno argumentos calumniosos o tergiversadores, se reconoce cierta similitud con “Vindicación de Cuba”, escrita años después.

En el seno de una familia que gran propietaria de esclavos, creció José Calixto. Cursó estudios en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio. En 1822, se graduó de derecho en la Universidad de La Habana. Siguiendo una tradición familiar, ejerció como abogado en Puerto Príncipe y en La Habana. Se instaló en Madrid en 1863 y un año después fundó la Sociedad Abolicionista Española. Salió electo en la Junta de Información en 1866 (por su provincia natal, por el Grupo reformista) y fue diputado a las Cortes en 1879 y en 1881 (por Santa Clara, y por el Partido Liberal). En Europa escribió y publicó toda su obra literaria y política. Falleció en Madrid el 20 de diciembre de 1886.

En sus textos se anotan preocupaciones sociales y reivindicaciones de las clases más desfavorecidas. Por igual, son destacables sus consideraciones sobre los regímenes políticos imperantes en Europa, sobre la autoridad y la democracia en particular. En 1859, publicó “La democracia y el individualismo”, donde compara la doctrina democrática (natural) con la escuela individualista alemana, apostando por la superioridad de la primera.

Su obra más conocida y que más notoriedad le produjo, fue la titulada “Teoría de la Autoridad (aplicada a las naciones modernas)”, publicada en 1856 y 1857. No he hallado evidencias, pero pudo llegar a las manos del joven Martí, y muy probablemente salir a colación en sus ardorosos debates madrileños; en muchos de los cuales participaba Valdés Domínguez, a la postre defensor de las ideas socialistas. Especialmente, su definitorio Capítulo primero (T1), construido en torno a la (in)compatibilidad de conceptos como libertad, república, monarquía, democracia y socialismo, que luego describirá en sus diversas manifestaciones históricas.

Al leerlo se descubren no pocas coincidencias con las conceptualizaciones políticas del Apóstol. “La democracia —define Bernal— es la supremacía del pueblo, el gobierno del pueblo: la preponderancia del pueblo sobre el gobierno”. El mal y el bien no radican en cómo se llame el sistema de gobierno. El mejor sistema es el que consiga “el entronizamiento de la autoridad verdadera”, en el que “se reconozcan los derechos populares y se afiancen las libertades públicas.

En tales disquisiciones llega al punto que más nos interesa, a la pregunta “¿qué es socialismo?” y “¿qué significa esta palabra terrible con la que se ha logrado helar el entusiasmo de las naciones y detener por unos momentos el curso de la humanidad?”. A lo que responde: “El socialismo es la inquisición de los medios de curar radicalmente los males sociales, de hacer desaparecer los abusos que se han introducido en nuestros hábitos, y que tienen corrompida y postrada la sociedad”. Antes había planteado: “el socialismo, como la democracia, y como algunas otras (ideas de progreso), es una palabra-fantasma con que se espanta a los hombres, como con los cuentos de aparecidos a los niños”.

Para “el caudillo moral de los emigrados cubanos”, no había una idea, “una empresa más eminentemente benéfica, más eminentemente filosófica, más eminentemente cristiana”. Pensamiento que en su opinión “ha sido siempre el de todos los hombres verdaderamente grandes. “Todos los filósofos y pensadores de todos los tiempos, han sido también socialistas, desde Confucio hasta nuestros días. “¿No es la humanización de la humanidad? ¿No es esta doctrina de Jesucristo, y de todos los apóstoles y sucesores?”. Interrogantes que remiten a reflexiones similares, más cercanas en el tiempo, como las del teólogo brasileño Frei Betto y el líder bolivariano Hugo Chávez.

Así, cuestión por cuestión, va desmontando Bernal a “los impugnadores del socialismo”, que a la larga terminan siendo los impugnadores del humanismo cristiano que late en la arteria más caudalosa del pensamiento martiano. Porque como apunta el prolífico autor, “esa escuela filosófica” es el “Evangelio aplicado a la legislación”; “los socialistas quieren la igualdad de todos ante la ley, el socialismo es la aplicación del cristianismo a la legislación”. Al “descubrir el origen del mal, y tratando de cortarlo en su raíz, suele proponer desde luego medidas radicales que chocan con intereses envejecidos y lastiman oídos desacostumbrados”.

Y cuando toca “la máxima que sirve de lábaro a la cruzada antisocialista, que es el comunismo y el derecho al trabajo”, acude a razonamientos similares a los que el maduro Martí para disentir de las críticas que hace el aristócrata Herbert Spencer a las “ideas socialistas”. No cree Bernal que el socialismo, en principios sea “desorganizador y destructor de la propiedad y de la sociedad”, o que los socialistas prediquen “el robo, el saqueo, y provocar una guerra social y de exterminio”. “La naturaleza no ha creado nada bajo el dominio de ningún hombre”. La propiedad es injusta “si se apoderan unos de todos los terrenos, frutos y animales, y dejan a los otros perecer de miseria”. “Así, la consecuencia que ha de deducirse de las máximas de los comunistas, no es que nadie tenga propiedad, porque esto es contra la naturaleza, sino por el contrario, que todos tengan lo que imprescindiblemente necesitan, porque esto es lo conforme a la naturaleza”.

Y va más allá. Para quien puede ser considerado el primer politólogo cubano, el socialismo era, además de justo, viable; pues que todos pueden tener lo que necesitan es “de muy fácil demostración, estando como está inculta y baldía más de la mitad de la superficie del orbe, a donde pueden descargar su exceso de población todas las naciones que lo tengan”. “Porque “ancha es la tierra en Cuba inculta, y clara es la justicia de abrirla a quien la emplee, (…) y con buen sistema de tierras, fácil en la iniciación de un país sobrante”, diría Martí para “justificar” su ideal de república. Una “patria palpitante” y de “equidad previsora”, con “política autóctona y veraz”, que garantice “casa para mucho hombre bueno” y “equilibrio para los problemas sociales”. Consecuentemente, al reseñar “La futura esclavitud”, alude a Henry George, quien por aquel entonces predicaba en los Estados Unidos “la justicia de que la tierra pase a ser propiedad de la nación”.

El tratadista razona, poniendo ejemplos concretos, que todo es cuestión de voluntad política de la clase en el poder, de “adoptar y sistematizar para la buena organización de las sociedades” el derecho al trabajo. De sistematizar lo que se hace en ciertas regiones y circunstancias, “al azar, a la aventura, sin plan, método, ni resultado cierto. La “escuela socialista lo que quiere es que esto que hoy se hace por tolerancia, o quizá contra la voluntad de los gobiernos, sea un deber de los gobiernos, que se metodice, arregle y ordene para que pueda producir satisfactorios resultados”.

Como Martí, el autor de “Teoría de la Autoridad” señala como males sociales la corrupción y la falta de virtud. Cree que los “hombres verdaderamente grandes” son los que han pretendido “mejorar la humanidad, purgarla de sus hábitos impuros, viciosos o extraviados. Eso —apunta— es lo que pretende “el socialismo verdadero”. Y concluye: “todo el que no sea socialista quiere conservar los vicios y la corrupción de la humanidad”. No falta sino “la realización de sus máximas y principios”, su “aplicación inmediata y precisa”.

Así interpretaba las ideas del socialismo el “tutor político” del joven Martí. Y lo que entonces describía, se mantiene: “A punto se está de entregar esa palabra (Socialismo) a la execración universal, y de considerar al socialista poco menos que como un bandido. ¡Así obran siempre las malas pasiones! Y todo ¿por qué? Por la misma razón que hemos señalado antes. Porque no nos hemos detenido en definir las palabras, porque no hemos querido conocer y comprender las ideas”.

Son las mismas “malas pasiones” que intentan manchar el legado del autor intelectual de la Revolución, descolocar sus ideas y ejemplar conducta por la “humanización de la humanidad”.

Tomado de: http://www.lajiribilla.cu

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Texto inédito de Tina Modotti sobre el asesinato de Julio Antonio Mella

Julio Antonio Mella y Tina Modotti

Por Tina Modotti

Mella ha sido uno de los dirigentes más destacados del movimiento revolucionario de América Latina. Cubano de nacimiento empezó su actividad en el movimiento revolucionario organizando a los estudiantes en asociaciones de izquierda. Gracias a él se creó en Cuba una Universidad Popular para los obreros. Poco después comprendió que su mejor servicio para la causa revolucionaria sería dedicar todo su saber, todas sus capacidades, a las luchas políticas y económicas del proletariado. Fue uno de los fundadores del Partido Comunista de Cuba y uno de los dirigentes más prestigiosos del movimiento antiimperialista latinoamericano.

En diciembre de 1925, cuando ya estaba en el poder Machado, el actual dictador sangriento y agente de Wall Street, Mella fue encarcelado y empezó una huelga de hambre que duró 21 días. Del punto de vista de la agitación y como forma de protesta, esta huelga de hambre fue una de las más eficaces jamás realizadas en algún país. En la medida que pasaban los días y empeoró la condición física de Mella, poniendo en peligro su vida, reinó una tremenda tensión no sólo en la población de Cuba, sino que en todo el continente americano y también en otros países. La presión de las masas fue tan grande que el presidente Machado se vio obligado a ceder y a liberar a Mella.

Pero muy pronto, cuando Mella se había recuperado, empezó la persecución contra él. Machado buscaba venganza por su derrota. Hubo varios atentados contra la vida de Mella y él se vio obligado a abandonar Cuba. Se fue a México donde empezó inmediatamente a participar en el movimiento revolucionario de aquel país. Dedicó todo su tiempo a la causa de los obreros revolucionarios, organizó a los emigrados políticos cubanos que vivían en México, fundó un periódico para los obreros cubanos que llegó por vías ilegales a Cuba, llevó a cabo la lucha contra el imperialismo estadounidense en América Latina, dirigió el trabajo de otros grupos de emigrados políticos cubanos que vivían en otros países, fue activo en el Sindicato Rojo de México y fue un colaborador activo de la sección mexicana del S. R. I

El 10 de enero de 1929, cuando salió de la sede del Socorro Rojo en la ciudad de México, a las nueve de la noche y a dos cuadras de su casa, recibió unos balazos y murió dos horas más tarde. Antes de morir nombró al presidente Machado como responsable de este asesinato y pronunció el nombre de la persona de la cual sospechaba que fuera el ejecutor del crimen.

La sección mexicana del Socorro Rojo empezó en seguida con las investigaciones y pudo encontrar pruebas concretas: de hecho, el presidente Machado había enviado a dos pistoleros profesionales de La Habana a la ciudad de México para que cometieran el crimen, y uno de los responsables principales de la policía mexicana que había viajado dos semanas antes a La Habana sería un cómplice importante de este asesinato. Incluso había existido un acuerdo entre el Embajador de Cuba y el gobierno de México.

El Socorro Rojo mexicano, el Partido Comunista mexicano, los sindicatos, las organizaciones estudiantiles de izquierda, las organizaciones de los obreros e incluso abogados y políticos famosos exigieron que se hiciera justicia. Durante varias semanas el Gobierno de México recibió protestas de todo el mundo y declaró hipócritamente, por boca de la policía, que México no descansaría hasta que se aclare el asunto. Las exigencias más importantes fueron las siguientes: Arresto y castigo de varios cubanos residentes en México inculpados por Mella antes de su muerte, dimisión de Valente Quintana de su puesto y ruptura de las relaciones diplomáticas con el gobierno de Machado.

Sin embargo ¿qué pasó? El único cubano arrestado por la policía, el organizador técnico del crimen, fue puesto en libertad, después de algunas semanas, por falta de pruebas. Valente Quintana no fue despedido, sino que fue nombrado Jefe de la Policía Central de México (sin duda para premiarlo por su participación en el crimen), y todas las manifestaciones de protesta de las masas mexicanas fueron saboteadas y atacadas por la policía.

En lo que se refiere a la prensa burguesa y al gobierno mexicano, poco a poco el caso desapareció del primer plano y sólo el Socorro Rojo y las demás organizaciones revolucionarias insistieron en sus denuncias incansables, dirigidas contra Machado y los cómplices del gobierno mexicano. Cada año, el 10 de enero es, en todo el continente americano, el “Día de Mella”, y también este año ya se han hecho preparativos para el tercer aniversario de su asesinato, y hace poco aparecieron algunas declaraciones públicas sensacionales en torno al asesinato.

Una mujer, la esposa de un cubano que pertenecía a los círculos criminales, quería vengarse de su marido que había amenazado de asesinarla. El 3 de noviembre ella llamó la policía y contó con lujo de detalles cómo había sido asesinado Mella. Acusó a su esposo de haber sido el asesino. Todo lo que ella contó confirmó las acusaciones presentadas en el momento del crimen por el Socorro Rojo. Sus acusaciones fueron investigadas una tras otra y fueron confirmadas: un año más tarde, su marido había recibido de La Habana una suma de dinero que había sacado de una cierta banca en México (el precio que se le pagó por el crimen). Se demostró también que después del crimen el asesino había encontrado refugio en la casa de otro cubano, aquel José Magriñát inculpado por Mella poco antes de morir. Ahora el asesino se encuentra en la cárcel y aparecieron varios testigos que confirman las acusaciones pronunciadas por la esposa del asesino.

La sección mexicana del S. R. I pidió a las autoridades mexicanas que incluyera tres de sus representantes en las investigaciones, pero el gobierno fascista de México rechazó de manera tajante esa petición.

Esta es otra prueba de la complicidad del gobierno mexicano en el asesinato planificado por el dictador cubano, Machado. En vez de castigar a José Magriñát, el organizador técnico del crimen, el gobierno mexicano lo dejó libre y lo protegió, haciéndolo acompañar al puerto más vecino donde tomó una nave que iba a Cuba. Sin duda, el ejecutor material del crimen recibirá la misma protección. Dentro de algunas semanas, la prensa burguesa corrompida hablará nuevamente del caso, pero se dará cualquier tipo de ayuda al asesino para que pueda escapar a la venganza del proletariado mexicano. Este proletariado nunca olvidará que Mella ha muerto por la causa revolucionaria internacional.

Este año, el tercer aniversario de su muerte tendrá un nuevo significado; ofrecerá a todas las secciones del S. R. I la posibilidad de demostrar una vez más y con nuevas pruebas la hipocresía de la “justicia” burguesa.

Tomado de: http://www.lajiribilla.cu

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