Tras los apuntes

Prólogo de una obra singular. Por: Ramón Sánchez Parodi*

De la confrontaciónDe la confrontación a los intentos de ’normalización’ escrita por los doctores en Ciencias Históricas Elier Ramírez Cañedo y en Ciencias Esteban Morales Domínguez y presentado ahora por la Editorial de Ciencias Sociales de La Habana, Cuba, en una nueva edición ampliada y perfeccionada, tiene características propias que la convierten en una obra singular sustancialmente diferente a otras, especialmente de factura estadounidense, que han abordado el tema de los enfrentamientos de los Estados Unidos con la Revolución Cubana.

Elier y Esteban constituyen un binomio cubano donde se articula la visión del primero, un dinámico y acucioso joven, nacido, criado y formado en los años cuando la Revolución Cubana se enrumbaba hacia el establecimiento de una sociedad socialista y él mismo protagonista en la pléyade de jóvenes cubanos que transitaron con heroísmo por los difíciles años de la época que Fidel calificó como el “Período Especial en Tiempos de Paz”, quien aporta las vivencias y las experiencias formativas acumuladas en lo que constituye el período más difícil que desde el ejercicio del poder ha enfrentado la Revolución Cubana. Elier ha estado activamente involucrado en esas batallas y bebido de manera directa en las fuentes primigenias las razones históricas más recientes de la lucha popular que constituye uno de los hitos más relevantes de la historia mundial desde el comienzo de la segunda mitad del pasado siglo.

Por su parte, Esteban, quien ya en el medio de la lucha popular contra la tiranía militar entronizada en Cuba desde comienzos del año 1952, se había formado y ejercido como maestro cuando la Revolución toma el poder el 1ro de Enero de 1959, ha ido entretejiendo su actuar ciudadano revolucionario con una sólida formación profesional y el conocimiento práctico del desarrollo del conflicto entre los Estados Unidos y Cuba en lo cual ha tenido muchas experiencias personales que constituyen un valioso aporte a este libro.

Con la singular acumulación y articulación, como diría Ortega y Gasset, de estas vivencias y experiencias conjugadas, la obra sobresale al ofrecer de manera única entre todo lo que sobre el tema se ha publicado dentro y fuera de Cuba —incluyendo en los Estados Unidos—, con inéditos documentos oficiales y testimonios personales de la parte cubana, una visión integral que permite la valoración de lo acontecido en el terreno de las relaciones entre ambos países desde el triunfo de la Revolución hasta este comienzo del segundo milenio, que todo indica está ya marcando un cambio de época para el mundo en que vivimos.

Este acervo añade otro elemento a la singularidad del libro: la objetividad al abordar la historia de este proceso reciente. Dejando a un lado el manido recurso de lo anecdótico —sin por ello excluir las experiencias personales de muchos de los protagonistas— los autores evitan la “cosificación” de la historia sobre la base del “toma y daca” o del “regateo mercantil” a que tantas veces se reduce la exposición de los hechos que conforman hitos relevantes de la humanidad como sin exageración se puede calificar el principal tema del libro. Esta es una obra que expone los elementos esenciales del proceso.

En tal sentido, y al partir del punto de vista y la experiencia cubanos, resaltan las diferencias entre las motivaciones de ambos Gobiernos, oponiendo al pragmatismo estadounidense la actitud cubana basada en los principios y fundamentos que deben caracterizar las relaciones internacionales.

Desde las primeras páginas, en el capítulo 1, se establece la causa fundamental de la confrontación: “La voluntad soberana de Cuba y las ansias hegemónicas de los Estados Unidos continúa siendo la esencia del conflicto bilateral”. Y abunda en una valoración del desarrollo de la pugna que en esta última etapa se prolonga por cincuenta y cinco años, resaltando las diferencias entre las posiciones de negociación de cada una de las partes: “Cuba no iba a ceder ante las presiones de los Estados Unidos en ningún aspecto que tuviera que ver con su derecho a la libre determinación”. Las palabras finales de este capítulo hacen una apretada síntesis de las razones de la confrontación: “—el objetivo de la política de los Estados Unidos hacia la Cuba revolucionaria siempre ha sido el mismo: ‘el cambio de régimen’, el derrocamiento de un sistema que en sus propias narices ha practicado y aún hoy practica una política interna y externa absolutamente soberana”.

En el siguiente capítulo se valora cuáles fueron las circunstancias de las tres variables fundamentales que condicionaron en la década de los ’70 los intentos de encontrar una “normalización” de las relaciones durante los mandatos presidenciales de Nixon, Ford y Carter: el entorno internacional, la dinámica interna de los Estados Unidos y la realidad interna de Cuba, mientras que en el capítulo 3 se narra la sucesión de pasos que condujeron a los primeros contactos confidenciales directos entre representantes de ambos Gobiernos y las consideraciones acerca de las causas que impidieron su continuidad ya desde 1975.

Un elemento debe resaltarse de esta etapa, la voluntad cubana, y particularmente del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, de no rechazar la posibilidad de una negociación bilateral entre ambos Gobiernos para dar solución al conflicto, con la única condición de que se respetara la igualdad de derechos entre ambas partes y la soberanía, la independencia, la autodeterminación y la integridad territorial de Cuba.

Por eso, cuando Cuba recibió la propuesta del Gobierno de los Estados Unidos de abordar las diferencias entre ambos países, reconociendo que las diferencias políticas y sociales entre los sistemas imperantes en cada uno de los países no constituían una razón para la hostilidad perpetua entre ambos, la voluntad cubana dio el paso de aceptar la propuesta aun cuando el Gobierno de los Estados Unidos mantenía contra Cuba la genocida política de bloqueo económico, comercial y financiero, calificada por el propio Fidel como “una daga” que los Estados Unidos tenían presionada contra el cuello de Cuba.

Es uno de los tantos ejemplos que a lo largo de estas décadas de confrontación ponen en evidencia la posición de principios de Cuba a favor de lograr la existencia de una relación oficial bilateral normal entre Cuba y los Estados Unidos, tal como la mantiene con todos las naciones (excepto Israel) integrantes de la comunidad internacional, incluyendo aquellos países que son los principales aliados políticos, económicos y militares de los Estados Unidos. A pesar de ello, predomina en las obras y en la cobertura informativa de origen estadounidense y de sus aliados, la falacia de que Cuba se opone a “normalizar” las relaciones con los Estados Unidos y que de la parte cubana —sobre todo Fidel— se prefiere que Washington mantenga el bloqueo y la hostilidad contra Cuba para justificar los supuestos fracasos y falta de “libertades” impuestas por la Revolución. Otra de las enormes patrañas propaladas por los medios de difusión bajo control del Gobierno de los Estados Unidos y que la propia realidad cubana desmiente fehacientemente cada año cuando la casi absoluta mayoría de las naciones de este planeta aprueban una y otra vez en el período anual de sesiones de la Asamblea de las Naciones Unidas la resolución sobre la necesidad de poner fin al bloqueo de los Estados Unidos contra Cuba. Este es un aspecto que se expone con mucho acierto en el libro.

Como no es el objetivo de este prólogo relatar o resumir el contenido de esta obra, abordaremos ahora otros aspectos de interés alrededor de ella, dejando a los lectores que descubran en su lectura todo el interesante caudal de consideraciones formuladas por los autores, fundamentados en hechos y documentos de por sí, muy reveladores.

Las ambiciones inglesas (y luego estadounidenses) por dominar a Cuba surgen desde que las potencias europeas implantaron el sistema de dominación colonial en el mundo y con ello las guerras de rapiña por el dominio de los territorios a los que arribaban sus ambiciosos exploradores. Guantánamo, An American History, del escritor e historiador en la Universidad de Harvard, John M. Hansen, publicado en 2011, nos ofrece un interesante antecedente sobre las acciones y posiciones de los “Padres Fundadores” de la nación norteamericana con relación al interés de dominar Cuba, desde antes de que las Trece Colonias arribaran a la condición de nación independiente.

El 18 de julio de 1741, el almirante británico Edward Vernon, al frente de una poderosa escuadra de 62 buques y un contingente de tres mil soldados, varios cientos de los cuales provenían de las trece colonias ingleses en la América del Norte, así como unos mil esclavos jamaicanos, se apoderó de la bahía de Guantánamo, sin encontrar ninguna resistencia, sino más bien curiosidad, de los escasos súbditos españoles e indios radicados en la zona.

El objetivo de Vernon, quien tres meses atrás había fracasado en sus intentos de apoderarse de Cartagena de Indias, era avanzar por tierra para conquistar Santiago de Cuba y con ello toda la porción oriental de la isla de Cuba. Fue una operación similar a la que acometió la corona inglesa veinte años después para tomar La Habana. Uno de los tantos episodios en las constantes guerras entre los territorios coloniales. A pesar del fácil éxito inicial, Vernon no pudo alcanzar sus propósitos por la negativa del general Wentworth de emplear sus tropas en el ataque a Santiago de Cuba y tuvo que reembarcarse de vuelta a Jamaica, sin gloria alguna, el 16 de noviembre de ese mismo año.

Un destacado tripulante del navío de Vernon, quien había tenido una actuación relevante en la campaña de Cartagena, era un joven veinteañero proveniente de Virginia, de nombre Lawrence, a quien su padre, Agustine (un agrimensor y propietario de haciendas y concesiones mineras), le había trasladado días antes de zarpar, una propiedad de 1 250 acres junto al rio Potomac, llamada Epsewasson.

Lawrence contrajo tuberculosis en su estancia en las Antillas y murió en Virginia el 26 de julio de 1752. La plantación (rebautizada Mount Vernon en honor al Almirante) pasó a ser administrada por su medio hermano, también agrimensor, nombrado George, quien finalmente la heredó en 1761 al morir la viuda de Lawrence, y que pasaría a la historia como el primer presidente de los Estados Unidos.

En esa época en Virginia predominaba la economía esclavista, principalmente dedicada al cultivo del tabaco para su exportación a Inglaterra. Sin embargo, los dueños de plantaciones tenían puestos sus ojos en expandirse hacia el territorio del Valle de Ohio (el término comprende el actual estado de West Virginia, la mayor parte del de Ohio, el occidente del de Pennsylvania y partes del de Maryland), donde existían abundantes y fértiles tierras y serviría como vía para exportar los productos navegando por los ríos Ohio y Mississippi hasta llegar al Golfo de México y de ahí por el Atlántico hasta los mercados europeos.

Para expandirse hacia esa zona, un grupo de propietarios crearon en 1748 la Ohio Valley Company. Entre los fundadores estaban Lawrence Washington y el gobernador de la colonia, Robert Dinwiddie. Cuatro años después se fundó una organización rival: Loyal Company of Virginia, que contaba entre sus propietarios a Peter Jefferson, padre de Thomas, en aquel momento un niño de nueve años de edad que con el tiempo llegaría a ser el principal redactor de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América que se dio a conocer el 4 de Julio de 1776 y el tercer presidente de ese país de 1801 a 1809.

El Valle del Ohio (parte de la Nueva Francia, territorio colonial galo de América del Norte que abarcaba desde el actual Canadá hasta el Golfo de México) era también el país que ocupaban numerosas tribus de pueblos originarios. Entre 1754 y 1756 se produjeron incursiones militares inglesas contra los franceses, la primera de las cuales dio lugar el 28 de mayo de 1754 a una emboscada dirigida por George Washington contra una partida de exploración franco-india que los historiadores estadounidenses consideran el inicio de la llamada Guerra Franco-India. Mientras estos acontecimientos enfrentaban a franceses e ingleses en la América del Norte, se arreciaban los conflictos entre las potencias europeas. Francia, Austria y Rusia se aliaron contra Prusia, la cual a su vez concertó una alianza con Inglaterra. El 16 de mayo de 1756 Inglaterra declaró formalmente la guerra a Francia marcando con ello lo que muchos historiadores califican como el inicio de lo que posteriormente se conoce como la Guerra de los Siete Años (1756-1763).

El fin de las hostilidades se logró mediante diferentes tratados entre las partes en conflicto que implicaron sobre todo un nuevo reparto de las posesiones coloniales. En lo que se refiere a las hostilidades en la región americana, hubo tres tratados fundamentales. El primero suscrito en secreto entre España y Francia en Fontainebleau en noviembre de 1762 y estipulaba la cesión por Francia a España del territorio de Louisiana que formaba parte de la Nueva Francia. El 10 de febrero de 1763 se firmó en París otro tratado mediante el cual Francia cedía a Inglaterra los territorios canadienses de la Nueva Francia así como aquellas regiones al este y norte del Mississippi reclamadas por Inglaterra, al tiempo que Inglaterra devolvía a España la región de La Habana y las Filipinas, así como la Florida.

Las experiencias militares de George Washington en esa contienda contribuyeron a su nombramiento en 1776 por el Segundo Congreso Continental como Comandante en Jefe del Ejército Continental.

Queda por resaltar otro elemento clave que muy raramente es manejado por los historiadores: el papel determinante que desempeñaron en el proceso de independencia de los Estados Unidos las contradicciones entre las potencias coloniales europeas, particularmente entre los protagonistas de la Guerra de los Siete Años. Aunque Inglaterra ganó territorialmente la guerra, desde el punto de vista financiero la Corona estaba endeudada. Una solución fue imponer tributos a las colonias para pagar por su protección y seguridad y por el costo de las acciones contra la potencia rival: Francia. Es bien conocido que esta situación provocó descontento entre los colonos y eventualmente desembocó en el movimiento de independencia de las Trece Colonias, cuyos representantes proclamaron el 4 de Julio de 1776 su decisión de separase de Inglaterra.

El curso de las acciones militares posteriores se hubiese tornado desfavorable para las armas independentistas de no haber contado desde un inicio con el apoyo de Francia, lo cual se hizo notar en la derrota de las tropas inglesas en la batalla de Saratoga, Nueva York entre el 19 de septiembre y el 7 de octubre de 1777 en la cual las fuerzas americanas recibieron piezas y municiones de artillería de Francia, dándole superioridad en armamento frente a las tropas inglesas.

Con posterioridad a esta batalla, Luis XVI firmó un tratado secreto de alianza con los nacientes Estados Unidos, representados en este acto por Benjamin Franklin, a lo que siguió la declaración de guerra  a Inglaterra, (a la cual se sumaron el reino de España y las Repúblicas de los Países Bajos). A partir de ese momento Francia intervino abiertamente con todo su poderío en las operaciones militares junto con el Ejército Continental y también desarrollando acciones de este tipo en coordinación con sus otros aliados europeos en otras regiones, incluyendo las Antillas, Centroamérica, la región del Golfo de México, el Mediterráneo, África e India. Adicionalmente Francia y sus aliados entregaron suministros militares y ayuda financiera al llamado Ejército Continental. Estos fueron elementos decisivos y principales para la derrota de Inglaterra en la contienda que tuvo su epílogo militar cuando en octubre de 1781 el teniente general Lord Charles Cornwallis se rindió al ser cercado por superiores fuerzas navales y terrestres francesas comandadas, respectivamente, por el conde de Rochembau y el conde de Grasse que contaron con el apoyo de fuerzas terrestres del Ejército Continental al frente de las cuales se encontraba George Washington, poniendo virtual fin a las acciones militares en las Trece Colonias.

El 3 de septiembre de 1783 se firmó entre representantes de Inglaterra y de los Estados Unidos lo que se conoce como el Tratado de París, reconociendo la independencia de los Estados Unidos, así como sendos Tratados de Versalles entre Inglaterra y Francia, España y los Países Bajos (este último no formalizado hasta el 20 de mayo de 1874).

Lo irónico de esta circunstancia es que, aunque Francia ganó la guerra, —y al igual que sucedió con Inglaterra al concluir la Guerra de los Siete Años— la monarquía francesa quedó fuertemente endeudada y la imposición de onerosos tributos a la población fue una de las causas del movimiento popular que culminó el 14 de Julio de 1789 con la Toma de la Bastilla. Es decir, en Francia las ideas republicanas derrocaron a la monarquía cuyo apoyo fue fundamental para el triunfo de las ideas republicanas en las Trece Colonias inglesas de Norteamérica.

El contexto en que se produce la independencia de los Estados Unidos situaba en un primer plano la lucha por la adquisición de nuevos territorios como parte de reforzar el poder y el status de cada entidad nacional. Los dirigentes de la nueva nación americana asumieron la conquista de nuevos territorios como el principal componente de su proyección futura, junto con la defensa del carácter esclavista de la sociedad, particularmente en Virginia, donde la mano de obra esclava constituyó el elemento fundamental para la producción de tabaco.

Los Estados Unidos de América surgieron respondiendo a los intereses, la filosofía y las costumbres y cultura de esa sociedad colonial, y muy particularmente la voluntad de expandir el país para cubrir todo el territorio hasta el Océano Pacífico, el Golfo de México y empujar hacia el norte las fronteras terrestres con los territorios ingleses de Canadá.

Los cinco primeros presidentes de los Estados Unidos entre 1789 a 1825 fueron todos destacados líderes del proceso de independencia y catalogan entre los llamados “Padres Fundadores” de la nación. Cuatro de ellos nacieron y vivieron en Virginia y eran propietarios de extensas plantaciones y numerosos esclavos (ejercieron la presidencia en los años que se señalan entre paréntesis): George Washington (1789-1797), Thomas Jefferson (1801-1809), James Madison (1809-1817) y James Monroe (1817-1825). Mantuvieron siempre una estrecha amistad, se visitaban e intercambiaban correspondencia, influyeron sustancialmente en la forma en la cual se fue articulando la nación durante el casi medio siglo (1776-1825) y su huella ha quedado impresa en todos los principales documentos constitutivos del país y de las instituciones que conforman la nación, particularmente la Declaración de Independencia y la Constitución.

George Washington, presidió las sesiones del Segundo Congreso Continental, fue el Comandante en Jefe del Ejército Continental y en las dos ocasiones fue elegido presidente por el voto unánime del Colegio Electoral. Thomas Jefferson, fue encargado de redactar el proyecto de la Declaración de Independencia, pero a pesar del conocido precepto proclamado en ella de que “todos los hombres son creados iguales y han sido dotados por el Creador con ciertos Derechos inalienables, que entre ellos están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad”, era un convencido defensor de la esclavitud como pilar de la economía sureña, a pesar de rechazarla desde el punto de vista ético. Se expresaba con un marcado pensamiento racista de que los negros y los “indios” constituían seres inferiores a los blancos. James Madison es considerado como el padre de la Constitución de los Estados Unidos y de las enmiendas constitucionales de la primera a la décima conocidas como la Carta de los Derechos. James Monroe fue quien enunció la doctrina que lleva su nombre y que en esencia veta cualquier acción de las potencias europeas para restaurar su presencia en el continente, con el evidente propósito de garantizar el predomino y la hegemonía de los Estados Unidos en América.

John Adams, presidente de 1797 a 1801, nacido en Massachusetts en el seno de una familia de religión puritana, fue el único de los cinco opuesto verticalmente a la esclavitud y nunca compró ni tuvo un esclavo.

Su hijo, John Quincy Adams, fue el sexto en ocupar la presidencia de la nación y el primero no catalogado entre los “padres fundadores”: Ocupó la presidencia de 1825 a 1829 y fue el autor intelectual de la seudo-tesis de la “fruta (manzana) madura”.

Las ansias expansionistas de los colonos de la América inglesa heredadas del pensamiento imperial de la Corona británica colocaron a Cuba en el punto de mira del apetito estadounidense. Este interés fue claramente reflejado por Jefferson, desde su retiro en la hacienda Monticello en carta que dirigió a su amigo el entonces presidente James Monroe el 24 de octubre de 1823 (menos de dos meses antes de que se proclamase la “doctrina Monroe”): “Yo confieso cándidamente que siempre he mirado hacia Cuba como la más interesante adición que pueda hacerse a nuestro sistema de Estados. El control que, con Florida, esta isla nos daría sobre el GOLFO DE MÉXICO, y los países e istmos que lo bordean, así como todas las aguas que fluyen hacia él, colmarían la medida de nuestro bienestar político”.

Cuando en 1825 concluyó la etapa donde los “padres fundadores” ejercieron el poder presidencial había prácticamente concluido la primera gesta de la independencia de la América española y en los Estados Unidos se había elaborado una tríade conceptual que fundamentaba la proyección expansionista y de dominación de sus líderes, integrada por la creencia en el Destino Manifiesto (un viejo concepto que estaba en la mente de los “padres fundadores” pero que alcanzó notoriedad años después con la conquista de las tierras situadas hacia el oeste) otorgado por voluntad divina a los Estados Unidos para extender el carácter excepcional de su sistema por el mundo, especialmente por las tierras de América, unido a la Doctrina Monroe, reservando el continente americano para la dominación de los Estados Unidos y, en el caso particular de Cuba, la seudo-teoría de la “fruta madura”.

Estos elementos conformaron la base para una política de Estado con relación a Cuba: la de “la espera vigilante” para impedir que cualquier otra nación o potencia que no fueran los Estados Unidos reemplazara la dominación de España o que Cuba accediera a la independencia. En los años en que España ejerció su dominio colonial sobre Cuba, la principal opción de los Estados Unidos fue comprar a España el territorio cubano, lo que propusieron reiteradamente, siendo la última oferta presentada unos días antes de que los Estados Unidos declararan la guerra a España e interviniesen en la contienda en Cuba para frustrar su independencia.

La “esplendida guerrita” como la calificara John M. Hay, el entonces embajador de los Estados Unidos en Londres en carta del 27 de julio de 1898 dirigida a Theodore Rossevelt, marcó el inicio de una nueva etapa de funestas relaciones entre los Estados Unidos y Cuba. El gobierno de Washington se valió de esas circunstancias para ocupar militarmente la Isla caribeña a partir del 1ro de enero de 1899; impuso la Enmienda Platt a la Constitución de Cuba de 1901, y forzó la firma de un Tratado Permanente de Reciprocidad el 22 de mayo de 1904 que contenía las propias estipulaciones de dicha enmienda; estableció una base naval en la bahía de Guantánamo que aún retiene bajo el amparo de un espurio tratado violatorio de las normas del Derecho Internacional. De hecho, por sesenta años, hasta el 1ro de Enero de 1959, los Estados Unidos ejercieron sobre Cuba el control de la vida política, económica y social sin miramiento alguno para los intereses de Cuba, de los cubanos y del derecho de estos a la independencia, la soberanía, la autodeterminación y la integridad de su territorio.

La realidad es que desde que los Estados Unidos surgieron como nación independiente con la firma el miércoles 3 de septiembre de 1783 en París del tratado entre Inglaterra y los Estados Unidos que, como ya se ha señalado, puso fin a las hostilidades entre ambos y reconocía la independencia del segundo, y mientras duró la dominación colonial de España sobre Cuba, los Estados Unidos se opusieron a la existencia de una Cuba independiente e intervinieron en la Guerra de Independencia de 1898 para frustrar la posibilidad de que los cubanos alcanzaran su independencia y en su lugar establecieron un mecanismo de dominación sobre los destinos cubanos que se mantuvo vigente hasta el 1ro de Enero de 1959. La historia demuestra fehacientemente que en esos casi 175 años, nunca hubo una relación entre ambos países basadas en la colaboración, la cooperación y el beneficio y el respeto mutuos, como tampoco esos aspectos son los que han caracterizado los casi 55 años transcurridos desde el triunfo de la Revolución Cubana, a pesar de que por dos siglos y tres décadas más, nunca ha habido de la parte cubana acción hostil alguna contra el pueblo de los Estados Unidos, ni política alguna que se asemeje a los conceptos del Destino Manifiesto, de la doctrina Monroe o de la falsa “teoría de la manzana madura”, ni pretensiones de expansión territorial o de influencia hegemónica geopolítica cubana sobre los Estados Unidos. La verdad histórica es que nunca el Gobierno de los Estados Unidos ha tenido una posición de respeto y reconocimiento hacia Cuba y los cubanos.

Es una política de Estado que refleja el consenso de las elites que controlan el poder en la nación norteña, que no presenta límites en el tiempo, que se asienta en un cuerpo de leyes, decretos, resoluciones y estipulaciones de obligatorio cumplimiento por todos los que son objetos de la jurisdicción de los Estados Unidos, que no depende de decisiones unipersonales ni de determinada institución federal. Esa política cuenta con objetivos definidos y con los mecanismos y herramientas necesarios para su instrumentación.

A pesar de estas circunstancias, los hechos demuestran también que no se puede poner un chaleco de fuerza contra natura a las relaciones entre los países y pueblos, cuyas relaciones se conducen dentro de los marcos universalmente reconocidos del derecho internacional que promueven las relaciones de igualdad, respeto mutuo y solidaridad.

Por decirlo en las palabras de Thomas Jefferson, en carta escrita el 12 de julio de 1816: “Yo no abogo por cambios frecuentes en las leyes y las constituciones. Pero las leyes y las instituciones deben ir mano a mano con el progreso de la mente humana. Según se torna más desarrollada, más ilustrada, en lo que se hacen nuevos descubrimientos y los modales y las opiniones cambian, con el cambio de circunstancias, las instituciones deben avanzar para mantenerse al ritmo de los tiempos. Tanto pudiéramos requerir a un hombre que vista el chaleco que le servía cuando muchacho como a la sociedad civilizada continuar para siempre bajo el régimen sus bárbaros antecesores”.

Esta es la enseñanza que nos trasladan en esta edición de su excelente libro Elier Ramírez y Esteban Morales: No hay alternativa a la búsqueda de una relación entre las naciones que no sean mediante el apego a las normas del derecho internacional y marcadas por el espíritu de la colaboración y de la solidaridad entre las naciones, Benito Juárez lo dijo en su manifiesto del 15 de julio de 1867 a la nación mexicana luego de la derrota de Maximiliano I de Habsburgo: “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”. Y Fidel Castro en su intervención ante la Asamblea General de las Naciones Unidas el 26 de septiembre de 1960 (recordado por Che Guevara en el mismo escenario el 12 de diciembre de 1964) apuntó la fórmula para alcanzarlo en nuestro mundo hoy amenazado por la extinción: “¡Desaparezca la filosofía del despojo, y habrá desaparecido la filosofía de la guerra!”.

El Gobierno de los Estados Unidos mantiene con plena vigencia su política de Estado contra la Revolución Cubana. Sigue intentando desconocer la legitimidad de las instituciones cubanas y se empeña en promover la acción de fuerzas internas para subvertir las bases y las instituciones de la sociedad socialista cubana, pero al mismo tiempo cultiva fracaso tras fracaso en sus descabellados intentos y ve cómo cada día crece el rechazo de la comunidad internacional y Washington se va quedando solito. Dentro de los propios grupos de poder surgen cada vez más reclamos por un cambio de la política hacia Cuba. No es posible predecir cuánto tomará desenredar la tupida urdimbre elaborada por los Estados Unidos para procurar restaurar la dominación que tuvo sobre Cuba y fue barrida por la Revolución. De la confrontación a los intentos de ‘normalización’ es una obra que no puede ser pasada por alto por los interesados en adentrarse en el conocimiento de los complicados aspectos de un proceso al cual aún le falta mucho camino por recorrer.

Texto tomado del blog: http://lapupilainsomne.wordpress.com

Ramón Sánchez Parodi*Fue nombrado Jefe de la Sección de Intereses de Cuba en los Estados Unidos, entre septiembre de 1977 y abril de 1989. Luego ocupó el cargo de viceministro de Relaciones Exteriores de Cuba, hasta 1994. Y a partir de entonces se desempeñó como embajador cubano en Brasil, hasta el año 2000. Además de sus actividades como funcionario del gobierno cubano, Sánchez Parodi es periodista y escritor.

Leer más

Atilio Borón: América Latina en la geopolítica imperial. Por: Jesús Arboleya Cervera*

ALEs un honor y un placer para mí, que la Editorial de Ciencias Sociales me haya seleccionado para presentar un libro tan importante como “América Latina en la Geopolítica Imperial”, del autor argentino Atilio Borón.

De Atilio poco tengo que decir que los cubanos ya no sepan: su obra lo destaca entre los principales intelectuales latinoamericanos y su compromiso político lo identifica, por derecho propio, como un compañero más entre nosotros.

De los méritos del libro tampoco hay mucho agregar. En 2013 fue ganador del prestigioso Premio Libertador al Pensamiento Crítico, surgido por iniciativa del comandante Hugo Chávez, para estimular un debate teórico que sirviera de sustento intelectual a las luchas revolucionarias de Nuestra América.

Según el jurado que le otorgó el premio, esta obra “desarrolló las particularidades de los procesos revolucionarios en la región, unido a los rasgos de la ofensiva imperialista por diversos métodos”.

La primera cualidad que entonces vale la pena destacar, es que el libro aborda una problemática silenciada o distorsionada por los grandes consorcios informativos y la producción académica hegemónica, dentro y fuera de América Latina.

Se trata, por demás, de un fenómeno tan abarcador y rico en matices, que emprender su análisis requiere, no solo de un extraordinario conocimiento acumulado, de la capacidad para discernir lo esencial y lo cierto dentro del torrente de información que nos invade y de la experiencia práctica, resultado de la participación política concreta; sino también de una visión despojada de todo dogmatismo, capaz de una mirada nueva a procesos que, por un lado, tienen antecedentes que se adentran en lo más recóndito de nuestra historia y, por otro, se manifiestan de manera inusitada en la realidad actual de nuestros países.

Ante este compromiso, Atilio no tuvo otra opción que ser polémico y lo ha sido tanto, que el libro comienza por discutir el uso del concepto de “geopolítica”, el cual forma parte del título. No solo para salvarlo de los prejuicios históricos que acompañan al término, sino para introducir la comprensión del factor nacional como un elemento indispensable en el orden mundial vigente y, de esta manera, cuestionarse lo que considera el uso aséptico del término “globalización”, para definirlo como una “fase superior del imperialismo”. Otro concepto marxista que Borón reivindica, a partir de un análisis riguroso de su pertinencia.

Esta intención de esclarecer los conceptos y contrarrestar su manipulación, para que realmente sinteticen la realidad que se aborda –un principio básico de la investigación científica en las ciencias sociales–, es una constante en el libro y demuestra, tanto el rigor académico con que ha sido escrito, como la voluntad de evadir los caminos trillados de un discurso que, ya sea desde la derecha o la izquierda, ha sido superado por la historia.

El enfoque marxista, actualizado a partir de la praxis y los avances de las ciencias sociales, es recuperado por Atilio desde una perspectiva dialéctica, lo cual además de revestir una importancia intelectual para la teoría revolucionaria, aporta a la búsqueda de lo que él llama la “nueva identidad” que requiere el socialismo en nuestros días.

Una identidad que, por cierto, nos aconseja buscar no solo en los clásicos y otras producciones teóricas contemporáneas, sino también en las raíces culturales latinoamericanas, particularmente en las tradiciones de los pueblos originarios.

Atilio entonces nos familiariza –a los cubanos quiero decir– con la cosmovisión del sumak kawasy o del “buen vivir”, donde el individuo aparece orgánica y armónicamente articulado con la sociedad y el medio ambiente, a partir de patrones bien distintos a los impuestos por la modernidad, dígase el capitalismo.

No aborda este asunto desde una perspectiva nostálgica y primitivista, todo lo contrario, sino desde su vigencia en un proceso económico y social que, de cierta manera, está implicado en la concepción del socialismo del siglo XXI y que, en mi criterio, entronca, no por casualidad, con la teoría de la necesidad de formar un “hombre nuevo”, proclamada hace tantos años por el Che Guevara.

Es una lástima que, particularmente en Cuba, donde está puesto a debate el modelo económico y otros aspectos del socialismo, no estemos más al tanto de estas ideas, de por sí extraordinariamente bellas y prácticas, que tienen la utilidad de contrarrestar, con una lógica convincente y atractiva, el consumismo neoliberal que mantiene una vigencia renovada en ciertos sectores de nuestra sociedad.

Otra cualidad de este libro es que no es nada complaciente con muchas ideas y prácticas hoy día presentes en la izquierda y los sectores progresistas de América Latina. Atilio lo mismo critica las políticas de gobiernos progresistas que tienden a debilitar su articulación con las masas y avanzar más allá de los límites que les impone el sistema capitalista donde operan; que a aquellos movimientos populares que no tienen en cuenta la realidad concreta en que deben actuar y asumen posiciones basadas en lo que denomina un “pachamamismo fundamentalista”, el cual de manera insensata coloca el cuidado de la naturaleza en contradicción con las necesidades del progreso humano, olvidando su necesaria adecuación con la realidad existencial de los pueblos y sus luchas políticas.

En definitiva, Atilio rechaza cualquier fundamentalismo y se enfoca en lo que considera deben ser las prioridades de estos procesos; a saber, la unidad e integración indispensables para enfrentar los embates de la oligarquía y el imperialismo.

Debe ser así, porque estos movimientos no se desarrollan en condiciones ideales de “temperatura y presión normal”, como dirían los físicos, y mucho menos al vacío. “Toda revolución engendra su propia contrarrevolución”, dijo Carlos Marx, y yo agregaría que, en las actuales condiciones, muchas veces la contrarrevolución está prácticamente prefabricada antes de que surja la revolución misma.

De aquí que la otra cara del libro, quizá su aporte fundamental, es el análisis del modelo de dominación imperialista, su capacidad para enfrentar a los movimientos emancipadores y, también, sus limitaciones para hacerlo.

Resulta imposible resumir en pocas palabras toda la información y criterios que aporta Atilio respecto al orden mundial imperialista y sus contradicciones, me limito entonces a sumarme a su opinión de que “el conocimiento del imperialismo, de Estados Unidos como centro imperial del sistema, y de la sociedad, la economía y la cultura norteamericanas, son elementos indispensables de cualquier estrategia emancipatoria”.

Para terminar, quiero mencionar lo que el mismo Atilio considera sus dos tesis principales: “La constatación del debilitamiento del poderío global de Estados Unidos como centro organizador del imperio” y, como corolario de lo anterior, “la ratificación histórica de que en su fase de descomposición los imperios se tornan más agresivos y sanguinarios que durante los períodos de ascenso y consolidación”.

Eso crea un equilibrio inestable sumamente peligroso, especialmente para América Latina, respecto a la cual Atilio descarta el supuesto de que no constituye un interés primordial para Estados Unidos, para afirmar que, por el contrario, resulta esencial para el diseño geopolítico del imperialismo norteamericano.

Aquí termino, aunque un libro tan sugerente siempre nos deja con ganas de seguir discutiendo. Digo discutiendo, porque no hay que estar absolutamente de acuerdo con Atilio para estimar la relevancia de este texto. Por el contrario, estamos en presencia de un libro que preferencia y estimula un debate que resulta esencial para el proyecto revolucionario.

Siguiendo la prédica de Carlos Marx, Borón nos dice que su libro pretende ser “un arma de la crítica” y creo que lo ha logrado, pero vale la pena explicarlo mejor: este es un libro de un militante, no solo de un observador capacitado, y en la combinación de ambas cualidades se concreta la condición de ser marxista.

Hay que agradecer entonces a Atilio Borón por su contribución al pensamiento crítico revolucionario, muy importante también para Cuba, a la que él tanto ha defendido.

A ustedes me atrevo a exhortarlos a que disfruten de un texto que los estimulará a pensar y que también puede ser entretenido, ya que otra de sus virtudes es que demuestra que la buena literatura no está reñida con el rigor científico.

Muchas gracias.

Palabras de Presentación en el espacio Sábado del Libro, del Instituto Cubano del Libro, 13 de septiembre de 2014.

Texto tomado del blog: http://dialogardialogar.wordpress.com

Jesús Arboleya*(La Habana, 1947) Licenciado en Ciencias Históricas en 1975, doctor en la misma especialidad en 1995, profesor de la Universidad de La Habana, de 1993 a 1996, investigador del Centro de Estudios sobre Asuntos de Seguridad Nacional.

Ha sido colaborador con el Centro de Estudios de Alternativas Políticas y el Centro de Estudios sobre Estados Unidos de la Universidad de La Habana, con el Centro de Estudios de América y con el Centro de Estudios de Europa además de contribuir con el diario chileno La Nación. Fue durante años miembro del servicio diplomático cubano prestando servicios en la misión de su país en la ONU y en la Oficina de Intereses de Cuba en Washington.

Leer más

Imalabra: la seña de Casa 275. Por: Marianela González

Portada del número 275 de la Revista Casa de las Américas.

Portada del número 275 de la Revista Casa de las Américas.

Imagen y palabra se funden en esta pieza de Martorell. Al puertorriqueño se le ha ocurrido un nombre para este ejercicio: Imalabra, que suena a clave, a seña para abrir puertas. Como casi toda su obra, la xilografía sobre papel y la escultura que sirven de pórtico a esta nueva entrega de Casa sugieren no una imagen definitiva, sino un signo plurivalente de infinitas posibilidades interpretativas y lúdicas.

En madera, la mecedora grande—como esas que figuran, en blanco y negro, en los retratos de las sesiones de los Premios Casa en los 60 o aquella en la que vemos sentada a Haydee en el documental de Víctor Casaus, y que aún frotan sus balances sobre los pisos de esta Casa, íntima y pública— cobija a una más pequeña y común, como las que hay en las casas sin C mayúscula. ¿De qué somos? ¿De dónde/quiénes venimos? Son algunas de las preocupaciones de Martorell y con ellas abre este número de la revista—edición catálogo, diría yo, como la pieza de la cubierta; fragmentada, elocuente en sus pequeñas porciones.

Casa 275 no es, como decimos acá, “la revista de Haydee”, “la revista de Cortázar”; esas que no necesitan de sus números para ser halladas, al vuelo, en los anaqueles. Esta es, va a ser, otra edición: una que sin amparos como aquellos ejerce su Imalabra; un objeto, 176 páginas entre cartulina, capaz de dibujar con palabras lo que ha sido, el lugar del que ha venido y la sustancia que lo ha constituido en los últimos 53 años.

Autores noveles y nombres que remiten al campo intelectual latinoamericano del último medio siglo. Preocupaciones de larga data y textos que hurgan en la actual cartografía social, cultural, política del continente. Casa vuelve la mirada sobre los propios procesos de la institución a la que representa, y sin pretenderlo, intuyo, la devuelve en un exquisito corpus autorreferencial: ¿qué ha sido la Casa de las Américas en los últimos 50 años? ¿Qué vienen a hacer aquí los artistas, escritores, intelectuales de casi todos nuestros países, algunos de los cuales escriben o son referidos aquí? ¿Qué dicen sus cartas? Los jurados del premio literario más antiguo y prestigioso de su tipo en la región, ¿cómo piensan?, ¿qué les preocupa?, ¿cómo devuelven esas preocupaciones en versos, narraciones, ensayos, y cómo dialogan con sus elecciones de entre las decenas o centenares de inéditos?

¿Y qué les dice todo eso, al final, a los que, como Eric Nepomuceno, García Márquez, Thiago de Mello o el propio Toño Martorell han encontrado aquí, en Cuba, en este lugar, “una segunda patria”; a los de una generación intermedia, que pudieron haber conocido a Allende justo antes que “se pudriera todo” a ambos lados de la cordillera, y que no lo recuerdan porque tenían tres años y medio; o a los que somos todavía más jóvenes, como yo o algunos de quienes reseñan los libros merecedores del Casa 2013, que de todo esto sabemos, apenas, por lo que estas páginas cuentan? Casa 275 no será “la de Haydee” o “la de Cortázar”; pero es, sin duda, otro inventario, un portafolio de la multiplicidad de tejidos, voces, complicidades, que esta revista es, todavía, capaz de articular.

Aunque percibo, como centro, el amplísimo tema de las historias, los procesos y las experiencias de descolonización en América Latina, sumergidos bajo grandes relatos como el que Aurelio Alonso aborda en la sección Flechas, sé que ustedes, como yo, van a “entrarle” a esta edición por su centro “físico”: las “Páginas Salvadas” de García Márquez… Porque ha muerto hace poco y el vacío que dejan los de su estirpe nos hace pensar que, la próxima vez, le vamos a leer de otra manera, vamos a encontrar lo que no supimos ver antes, o porque en la nota editorial se nos anuncia que, entre las cinco o seis cartas reproducidas aquí, veremos una en facsímil, y ni la mayoría de ustedes ni yo hemos visto jamás como ponía su nombre el Gabo al pie de un papel ni cómo redondeaba las letras cuando ponía “Revolución Cubana”, en altas las dos palabras —de no haber sido por ese punto de giro continental en 1959, subraya, no habría sido el escritor que era cuando envió esta carta a Retamar, en 1978, diez años después del “trancazo comercial” de Cien años de soledad. Y quizá porque sabemos que el homenaje de esta revista no es uno cualquiera: es el acuse de recibo; la página que esperábamos antes de creer que sí, que es cierto, que ha muerto García Márquez este 2014.

Entonces, o quizá más tarde, al rato, leerán el resto de la revista.

Anabelle Contreras y Luis Bernardo Pericás ocupan las primeras páginas de este número con experiencias de descolonización no solo de los cánones culturales de Occidente, sino además, de aquellos que se generan también, cual trazas, en los propios intentos de transformación social, en las revoluciones mismas.

La costarricense narra cómo un grupo de indígenas del pueblo Ixil desafió el llamado “punto cero” que para algunos significó la expansión europea sobre Occidente y los epistemes establecidos como modelos estructurales y de pensamiento; en vísperas del “fin del mundo”, cuenta Anabelle, las comunidades mayas hacían parir una Universidad indígena, desafiante de metodologías y cánones de la academia occidental, en el mismo espacio que fue testigo de 114 masacres en 40 años: nada más parecido a una apuesta de futuro al cierre del 13 Baktún. El propio texto de Anabelle Contreras, y ella misma, son parte de esa apuesta; lo sabemos desde enero de este año, cuando vino de jurado al Premio: “las poblaciones negras, los pueblos originarios —me dijo en esta sala—, son los espacios revolucionarios de hoy, esos donde se discuten las categorías clásicas porque, sencillamente, no les sirven”.

Contra otros desfasajes —esta vez, propios de la militancia comunista en el Brasil de los años 30—, sus cánones y sus categorías clásicas, tuvo que posicionarse también, en su época, el historiador brasileño Caio Prado Júnior. En un ensayo documentado y riguroso, como cabría esperar de la mente inquieta, observadora y crítica que conocimos en esta misma edición del Premio Casa, Luis Bernardo Pericás rescata su obra como un sofisticado y alentador aporte en el mapa de las relaciones intelectuales que en esos años se dieron en la izquierda latinoamericana, aunque la izquierda latinoamericana apenas le supo ver.

Ninguna de estas dos historias —a grandes rasgos, sus contextos— figura en la Historia del Siglo XX según Eric Hobsbawm, ese autor a quien Prado Júnior sí colocó en su biblioteca personal. Son, ya lo sabemos, las páginas detrás de los grandes sucesos, como el de la I Guerra Mundial, donde también, no obstante, los relatos historiográficos o políticos han dejado espacios en blanco. Siguiendo con la iconoclasia que signa la mayoría de los textos de esta revista, Aurelio ha querido recordar que hace cien años —cuando nacían Cortázar, Bioy Casares, José Revueltas, Julia de Burgos, Efraín Huerta, Nicanor Parra y Octavio Paz; cuando Borges celebraba en Mallorca la revolución rusa con un libro de poemas que nunca entregaría a imprenta alguna y aún llovía sobre Macondo—, estallaba y transcurría en Europa la expansión de Occidente sobre sí mismo; y ha querido que nos importe porque, junto con los procesos culturales y artísticos que tienen siempre cabida en la revista, interesa la bifurcación que entonces se produjo, en términos de producción simbólica, también, sobre este lado del mundo.

En esa densidad entre 1914 y hasta 1991, una multiplicidad de procesos dejaría también su huella. El siglo XX corto conocería, junto con los más sangrientos conflictos bélicos de la historia de la humanidad, el nuevo molde de la colonización, y con ella, el virulento desarrollo de procesos sociopolíticos de larga data y la aparición de nuevos, con sus correlatos culturales y artísticos: digamos, siguiendo este número, los corrimientos y la recolocación de los pueblos originarios en espacios antes impensados, como las “ciudades ajenas” de la colonia, tal y como aquí reseña Jaime Gómez Triana a partir de un texto de Lucía Guerra, premio Casa en la edición de 2013; la acentuación del capital simbólico y político detrás de las migraciones, como da cuenta Jesús Arboleya en el libro que comenta Ana Niria Albo; o las luchas revolucionarias en el Tercer mundo, como el proceso que relata el exguerrillero argentino Nicolás Doljanin, en un hermoso testimonio que aquí recomienda Félix Julio Alfonso…

Todo ello, en un siglo que terminaría, dice Aurelio, ramificando el curso de lo que habíamos sido hasta entonces, y que abriría el paso a una recolocación de las historias “pequeñas” y las “biografías poco épicas” —como advierte Maite Hernández-Lorenzo en Domingos sin Dios, de Luiz Ruffato—; a la revisión de nuestras rutas críticas, de nuestros relatos historiográficos, de la leche derramada sobre el cuerpo de estas naciones. Y que haría surgir modelos otros, “fenómenos” que no necesariamente encajan con la visión de intelectual que se tenía antes de la caída del Muro o con la que ha signado la historia de esta revista: así entendemos, por ejemplo, la escritura de Pola Oloixarac, que atraviesa el siglo desde sus propias coordenadas, sin que le sepan a bronce los mitos y las ideologías que han recompuesto el alma de la nación argentina en los últimos veinte o treinta años. Su (pretendida, atribuida) “falta de compromiso” afectivo con los años de la dictadura militar, con la Revolución cubana o Tlatelolco, ¿habrían de alejarla de estas páginas; o a “Borges, el reaccionario”, o al “nunca clásico” Roberto Arlt? Como celebra Ruffinelli, la postura de Pola es única, como único es Arlt a la literatura latinoamericana; y en una mujer (dice Borges, en un hombre), las ideas y posturas se superponen, entrelazan, contradicen y confunden, como frente a un espejo que se bifurca. La obra de Pola “nos mira y nos hace mirarnos”, dice el crítico en Casa 275: suficiente para que se nos invite a la lectura desde estas páginas.

Este número, correspondiente a abril-junio de 2014, podrá ser, digamos, la revista de los Premios 2013, la de los jurados de 2014, la de Gabo. No me convence ninguno; prefiero el conjunto, la lectura cruzada. Ustedes, quizá, encontraran otros vínculos, otras sintonías, otros objetos dentro del catálogo. O la leerán sentados en una mecedora que no es la grande ni la pequeña. O sentirán que no es Imalabra, sino Jaulabra —con sus palabras mágicas: amor, democracia, libertad, patria, paz— la obra de Martorell que mejor refleja el contenido de esta Casa, y empezarán a leerla por su contracubierta… Será otra revista. Hay una distinta, para cada lector. Esta ha sido la mía.

Texto tomado de la publicación: http://laventana.casa.cult.cu

Palabras de presentación del más reciente número de la revista Casa de las Américas. Nota del editor.

Leer más

Nosotros pensamos por ti. Por: Octavio Fraga Guerra*

la formaciónMi lista de libros por leer se multiplica. El tren hacia o desde Madrid me vale para troquelar palabras, apuntar aciertos y desgranar nuevas preguntas ante ese fascínate mapa de letras impresas que nos regala la vida. Y es que un libro es eso, un regalo.

No voy a enunciarlos en términos de cabecera o imprescindibles. El conocimiento es la suma incesante de letras por acotar, de ideas a subrayar, de apuntes tomados para seguir buscando en otros horizontes. Ante esas ganas de seguir tejiendo sustantivos conocimientos se impone leer sin descanso. Para dejarnos llevar por esa fascinante ruta –a veces sinuosa, otras mezquina- que es la plena cultura. O al menos la idea de que no estamos tan lejos de ella.

Mucho se ha escrito sobre los medios –o los mass media- y sus devoradores tentáculos subversores de la verdad, de la noticia y del tiempo vencido. De ese tiempo que nos quieren raptar y hacernos desdibujar para dejarnos en la infame idiotez, en la incultura ante hechos históricos que son imprescindibles entender. O en la equidistancia donde la tierra –la nuestra-, soporta con espanto los morteros de la muerte de proyectiles que anulan la vida en nombre de “cruzadas salvadoras”. E incluso, en un acto de auténtico cinismo, nos dejan en la frontera de sus inversos mapas para entregárnoslo como si de la verdad se tratara. A fin de cuentas “ellos piensan por nosotros” y no hace falta gastar sapiencias y horas de sueño.

El texto La formación de la mentalidad sumisa, un vertebrado titulo del escritor español Vicente Romano, nos dibuja con natural y simple escritura las fullerías de ese mundo sórdido, donde la ética y la responsabilidad social de sus gestores está -cada vez más- puesta en la plaza del patíbulo. En el juicio de la sociedad ante un siglo donde las preguntas de sus “desvaríos” se atropellan sin cesar.

Editado por El Viejo Topo y estructurado en tres partes medulares, su autor no esquiva temas escabrosos. Agudo en todas sus letras, incisivo en no pocas ocasiones. Todo para entablar debates y urgentes diálogos ante los cercos de esta inmunda realidad.

Los temas, desde la familia como base neurálgica ante los desestructurados tiempos en donde la sociedad global va de tropeles, hasta la reflexión en torno a la noticia y como la “tomamos” sin establecer una mirada crítica. Un contrastar de sus raíces y rutas para no obviar algo fundamental, la intencionalidad de sus núcleos.

La manipulación y sus límites. La publicidad y sus “atractivos” mistificadores. La televisión que “todos” criticamos y sin embargo, caemos antes sus brazos como la gran salvadora de nuestras almas. Ese arrojadizo término, que en los últimos tiempos pasa por duras críticas de notables intelectuales por lo vacuo de sus significados. O las guerras de conquistas, los ensordecedores medios y el mirar para el otro lado. Todos ellos y más, forman parte de un conjunto de análisis-temas que apremian tomar de sus letras, para leer a la sociedad con lucidez y sentido crítico. De eso se trata en este libro.

Esta obra de fácil lectura, sirve de base para adentrarnos en los anaqueles de otros textos que particularizan aristas y perfiles de un escenario cambiante. Y es que los medios se reconstruyen –esos infames medios- no para tomarle el pulso a las sociedades y hacer memoria de la historia. Lanzan sus vértigos de letras apisonadas para fragmentar sociedades, o subvertir a otras. Y sin tener una dosis de honorabilidad, omiten historias y hechos que son imprescindibles conocer. Contra ellos apunta Vicente Romano, y lo hace con aguda intelectualidad y fresca cursiva para llegar al vasto universo de lectores cautivos.

En fecha reciente falleció este importante intelectual y estudioso de los medios. Sobre el autor de La formación de la mentalidad sumisa, expreso el periodista y escritor Pascual Serrano: “…para muchos, ese gran maestro de la comunicación que nos enseñó a ver con nuestros propios ojos. A dudar de la versión dominante, a pensar con crítica e independencia. Como debe hacerlo un sólido y coherente comunista como lo que él fue” (1).

Nota

  1. http://www.eldiario.es/zonacritica/Vicente-Romano-profesor-comunicacion-socialismo_6_271632867.html

 

*Editor del blog: www.cinereverso.org

Leer más

Una lectura imprescindible: 50 años de Operaciones Encubiertas en EE.UU. Por: Elier Ramírez*

50 años de operaciones encubiertas en los Estados Unidos. Autores: Larry Seigle, Farrell Dobbs y Steve Clark. Editorial Pathfinder, Canadá.

50 años de operaciones encubiertas en los Estados Unidos. Autores: Larry Seigle, Farrell Dobbs y Steve Clark. Editorial Pathfinder, Canadá.

El libro que hoy presentamos de la editorial Pathfinder, bajo el título: 50 años de operaciones encubiertas en EE.UU, fue publicado por primera vez en inglés en la revista marxista New International, y al año siguiente en español en una especie de breve folleto. Esta nueva edición mantiene como principal trabajo el escrito por Larry Seigle, con el mismo título del volumen, pero incorpora un prefacio de Steve Clark, uno de los principales líderes actuales del Partido Socialista de los Trabajadores en los EE.UU.  y el artículo “La guerra imperialista y la clase trabajadora”, que no es más que las palabras introductorias que Farell Dobbs escribió en 1949 a la tercera edición de otra importante obra: El socialismo en el banquillo de los acusados, de James P. Cannon. De esta manera, el libro termina incitando a la lectura imprescindible de otro.

Cannon y Dobbs, fueron dos dirigentes del Partido Socialista de los Trabajadores que, junto a otros 16 compañeros de lucha, resultaron acusados, condenados y llevados a prisión en 1941, bajo cargos federales de “conspiración”, en lo que se conoció como “caso fabricado de Minneapolis”. Fue la primera vez que se aplicó la Ley Smith, conocida popularmente como “Ley Mordaza”, promulgada por el presidente Franklin D. Roosevelt en 1940, con el objetivo de silenciar a la vanguardia sindical y el movimiento obrero que se oponía a la entrada de los EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial. El socialismo en el banquillo de los acusados es el testimonio completo que James P. Cannon —en ese momento como secretario nacional del Partido Socialista de los Trabajadores— dio desde el estrado de un tribunal federal en Minneapolis en el transcurso de tres días de noviembre de 1941. Testimonio que se convirtió en una denuncia política y en programa comunista para la vanguardia combativa de la clase trabajadora.

Como bien señala Clark en su introducción a 50 años de operaciones encubiertas en EE.UU, los hechos que se describen y analizan en este libro constituyen un hito histórico: “Una organización comunista estaba entablando una demanda contra el gobierno capitalista, en vez de verse obligada a defenderse y a defender a sus miembros contra un caso fabricado por policías y fiscales. Los trabajadores comunistas —junto con otros sindicalistas, agricultores y partidarios de los derechos civiles— eran los demandantes, y las agencias y funcionarios del gobierno eran los acusados. Y no al revés”.[1]

Asimismo, en el artículo de Larry Seigle se reconstruye todo el proceso que condujo a que en 1973, el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) y la Alianza de la Juventud Socialista (AJS), dos organizaciones comunistas en los EE.UU. llevaran a corte al Buró Federal de Investigaciones (FBI), al Servicio de Inmigración y Naturalización (SIN) y a otras agencias policiacas, por los años de espionaje, hostigamiento, y las campañas guiadas a desorganizar e interrumpir sus actividades. Después de muchos años de lucha legal y, sobre todo, de lucha política, el 25 de agosto de 1986, el juez federal Thomas Griesa emitió su fallo contra el FBI y a favor del PST. El fallo incluyó la decisión de prohibir el acceso a las agencias gubernamentales a usar cualquier información en los 10 millones de páginas que el FBI acumuló ilegalmente para hostigar a los miembros del PST y de la AJS.

Si bien constituyó algo muy inusual en la historia de los EE.UU., el hecho de que estas organizaciones comunistas hubiesen logrado sentar en el banquillo de los acusados al gobierno, más aun lo fue que resultaran vencedoras después de muchos años de intenso bregar. Los que piensen que la razón de esta victoria estuvo en la lucha legal, se equivocan, pues el triunfo fue el resultado de una aguda lucha política entre las clases en conflicto.

Una mayor comprensión de este desenlace, lo brinda el trabajo de Seigle, al remontarse a los orígenes de la guerra del FBI y otras agencias gubernamentales contra los derechos democráticos de los ciudadanos estadounidenses, en los años del gobierno de Franklin D. Roosevelt. Nos explica cómo ese tipo de prácticas comenzaron en vísperas de la Segunda Guerra Mundial y no como sostienen algunos autores durante el auge del macarthismo en los años 50 o cuando la lucha por los derechos civiles alcanzó su mayor madurez en los 60.

Se describe cómo la administración Roosvelt aprovechó el marco de la segunda guerra mundial y la lucha contra el fascismo para darle rienda suelta al FBI —encarnado en la figura de Edgar Hoover— y arremeter contra los derechos democráticos y constitucionales de sus propios ciudadanos. Los grupos sindicalistas, los afronorteamericanos, los activistas que luchaban contra la guerra y por la emancipación de la mujer y las organizaciones comunistas como el PST y la AJS,  fueron los primeros y principales objetivos.

Bajo el precepto de “seguridad nacional”, todo era permisible, el mismo recurso lingüístico que empleaban en política exterior para agredir, invadir y subvertir procesos revolucionarios en otros países. Al discurso de la necesaria unidad nacional para enfrentar el avance del fascismo, se sumó el Partido Comunista de los Estados Unidos. El mismo que luego, cuando la URSS firmó con Alemania el conocido pacto de no agresión, rompería su alianza con la administración Roosevelt. La única explicación para entender esta posición es que su brújula estaba orientada hacia y por la URSS, mal del que padecieron también otros de los partidos comunistas en América Latina después de la muerte de Lenin y el ascenso de Stalin al poder en la Unión Soviética.

Las organizaciones e individuos que entendían que EE.UU. tenía que luchar contra el fascismo exterior, pero también contra el interior que segregaba, discriminaba y vejaba a los negros, chicanos y japoneses, eran acusados de divisionistas, encarcelados y reprimidos, pues según el gobierno todos los esfuerzos debían concentrarse en ese momento en ganar la guerra y en mantener la unidad nacional. Los independentistas puertorriqueños, como también nos muestra el libro que presentamos, sufrieron una intensa persecución del  FBI en esos años.

El artículo de Seigle se detiene en el período macarthista, en los años 50, cuando los miembros y simpatizantes del partido comunista se convirtieron en las principales víctimas de la cacería de brujas del gobierno estadounidense.

Queda enjuiciado el programa secreto de contrainteligencia y contrainsurgencia del FBI conocido como Cointelpro, abreviatura de Counterrintelligence Program, aprobado en 1956 por el presidente Eisenhower en una reunión del Consejo de Seguridad Nacional. Este programa estuvo dirigido a socavar y destruir cualquier tipo de disenso a lo interno de la sociedad estadounidense, utilizando métodos sucios y anticonstitucionales, como falsas pruebas, trampas y la infiltración de agentes y provocadores. No solo se trató de espiar y obtener información sobre los grupos pro derechos civiles y antibelicistas y sus principales líderes, sino de desacreditarlos, desmoralizarlos, ponerlos a enfrentarse entre sí, e incluso, en algunos casos, eliminarlos físicamente. Los principales objetivos de este programa fueron nuevamente los miembros del Partido Comunista, del  Partido Socialista de los Trabajadores, del Partido Panteras Negras, otros grupos y partidos defensores de los derechos civiles, antibelicistas y religiosos, así como líderes de la talla de Angela Davis, Marthin Luther King, Malcom X, Mumia Abu Jamal, entre otros. Este programa estuvo aplicándose durante toda la década del 60 e inicios de los 70.

Hoy se conoce sobre este programa secreto gracias a los que podemos llamar los antecesores de Edward Snowden en los años 70: un grupo de ocho jóvenes pacifistas que penetraron las oficinas del FBI en Media, Pensilvania, el 8 de marzo de 1971, sustrajeron de manera clandestina cientos de documentos y comenzaron a enviarlos a varios periódicos estadounidenses identificándose como “Comisión Ciudadana para Investigar al FBI”. Entre la lista de documentos revelados había una carta con la que los agentes del FBI habían querido chantajear al reverendo Martin Luther King Jr, al que amenazaban con denunciar sus aventuras extramatrimoniales si no se suicidaba. [2]

Aunque por medios oficiales se afirma que el programa Cointelpro fue descontinuado después de todos los escándalos salidos a raíz de Watergate y las audiencias del Church Committe en 1975,[3] según el investigador cubano Eliades Acosta: “existen numerosas evidencias y documentadas denuncias que indican su permanencia y expansión bajo otra cobertura, otras denominaciones, y quizás, con técnicas y procedimientos mucho más sofisticados”.[4]

Luego, los atentados del 11 de septiembre del 2001, brindaron un pretexto ideal a la administración Busch para un nuevo impulso y expansión de este tipo de técnicas y procedimientos, a través del Acta Patriótica, la legalización de la tortura, los golpes preventivos y asesinatos selectivos.

Muchas personas hoy en el mundo se muestran totalmente sorprendidas con la revelaciones hechas por el ex contratista de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA)Edward Snowden sobre el sistema de vigilancia y espionaje  mundial practicado por el gobierno de los EE.UU. no solo contra lo que consideran sus enemigos, sino también contra algunos de sus aliados y sus propios ciudadanos, violando tanto las leyes internacionales, como la constitución del país. Sin embargo, el Comandante en Jefe, Fidel Castro, había estado denunciando durante 20 años este proceder[5] y libros tan necesarios como el que hoy presentamos, demuestran que la vigilancia ilegal y sistemática para obtener información —aunque no tan sofisticada como la de hoy— en función de propósitos oscuros, no constituye un fenómeno nuevo, sino que ha sido una práctica constante de los gobiernos norteamericanos.

50 años de operaciones encubiertas en EE.UU., aporta también  —especialmente a los lectores cubanos— una importante experiencia a tener en cuenta en la lucha de nuestro pueblo por la liberación de los antiterroristas cubanos que aún cumplen injustas condenas en los EE.UU. La disputa del PSP y de la AJS contra el gobierno estadounidense y sus fuerzas policíacas solo fue posible ganarla a través de una intensa movilización política. Los Cinco son presos políticos, por lo tanto, si bien la batalla legal es indispensable, lo que sacará definitivamente a nuestros héroes de prisión será la campaña política que sepamos llevar adelante, y conquistar, en ese caso, el sentimiento, la solidaridad y el acompañamiento del pueblo norteamericano. El próximo 27 de febrero, saldrá Fernando González de prisión, pero aún permanecerán en las mazmorras: Antonio Guerrero, Ramón Labañino y Gerardo Hernández. Este último corre incluso peligro de morir en cautiverio si no logramos vencer en esta causa.

El caso de Los Cinco, al igual que el de Minneapolis en 1941, fue un caso fabricado por el gobierno norteamericano, con participación sobresaliente del FBI. Fueron acusados de espionaje y además, en el caso de Gerardo Hernández, de conspiración para cometer asesinato. Sin embargo, en mayo del 2001 la propia Fiscalía solicitó que se retirara la acusación formulada contra Gerardo, reconociendo que no podía sustentarla y en el 2009 la Corte de Apelaciones decidió revocar las sentencias impuestas por el cargo de “conspiración para cometer espionaje”, porque 14 jueces habían determinado por unanimidad que, en este caso, no había nada que afectase la seguridad nacional de los EE.UU., ni prueba alguna de espionaje.[6] Pero el gobierno estadounidense evitó nuevamente que se hiciera justicia y que estos acontecimientos se convirtieran en noticia.

Lo más perverso de toda esta historia es el hecho de que el gobierno norteamericano trató de vender una imagen de los Cinco como la de unos criminales que querían destruir esa nación, y al mismo tiempo, protegió a los verdaderos terroristas que actuaban en su territorio, de cuyos movimientos y planes tenían toda la información, buena parte de ella ofrecida por el propio gobierno cubano, poniendo en riesgo así no solo la vida de los cubanos, sino la de los propios ciudadanos estadounidenses.

El único “delito” de los Cinco consistió en haber penetrado las organizaciones que desde los EE.UU. practicaban el terrorismo contra Cuba. Terrorismo que ha costado al pueblo cubano 3478 fallecidos y 2099 incapacitados.

Algo que se divulga insuficientemente es que ese terrorismo contra la mayor de las Antillas también ha provocado dolor y daños materiales más allá de nuestras fronteras. No pocas son las vidas que se han perdido de ciudadanos de otros países, como los seis marinos franceses que murieron cuando el brutal sabotaje al vapor La Coubre en marzo de 1960, los 11 guyaneses y cinco norcoreanos fallecidos cuando la voladura en pleno vuelo del avión de Cubana en Barbados, en octubre de 1976, o Fabio Di Celmo, el joven turista italiano víctima de un acto terrorista contra Cuba, al explotar una bomba que ordenó poner Luis Posada Carriles en el Hotel Copacabana, en La Habana. La lista es mucho más amplia y las secuelas de dolor y sufrimiento de los seres queridos, incalculables. También por investigaciones realizadas se conoce que el territorio estadounidense fue el más afectado por el terrorismo de origen cubano en los años 70, como parte de lo que se denominó la “guerra por los caminos del mundo”.

Por estas razones sostengo que los cinco cubanos no solo son héroes de Cuba, son héroes del mundo, pues no solo hicieron grandes sacrificios por proteger la vida de los ciudadanos cubanos, sino de personas de cualquier nacionalidad, incluyendo a los estadounidenses. Mientras más personas conozcan esta verdad irrebatible, los barrotes de esas prisiones serán definitivamente destrozados. Como ha dicho Gerardo Hernández: solo “un jurado de “millones” les hará justicia.

Los Cinco, fueron acusados de “conspiración”, cuando la verdadera conspiración vino del gobierno estadounidense para someterlos a los más crueles e inhumanos castigos. La corte de Apelaciones de Atlanta en agosto de 2005, había decidido anular el juicio amañado que tuvo lugar en Miami, considerando el realizado como una crasa violación a los principios constitucionales de los EE.UU., pero las presiones del gobierno lograron a la larga una retractación. Ahora además sabemos, aunque los consorcios mediáticos que dominan la información se han encargado de silenciarlo, que parte de esta conspiración gubernamental consistió en el pago a la prensa local miamense y a otros periodistas reclutados, utilizando ilegalmente fondos del presupuesto federal, para desatar contra los cubanos toda una campaña sensacionalista, que influyera en la decisión del jurado.

Quisiera terminar mis palabras agradeciendo a la editorial Pathfinder, por toda la labor que han hecho de divulgación de la causa de los Cinco, rompiendo poco a poco los muros de silencio que se han levantado en torno al caso y abriéndole paso a la verdad en todo el mundo, pero en especial en el seno de la sociedad estadounidense.

[1] Larry Seigle, Farrell Dobbs y Steve Clark, 50 años de operaciones encubiertas en los Estados Unidos, Editorial Pathfinder, Canadá, 2014, p.8

[2] Mark Mazzetti, “Emergen de las sombras los Snowden de los años 70 que denunciaron al FBI”, 8 de enero de 2014, Cubadebate. (Internet)

[3] El Comité Church es el término común en referencia a Comité Selecto del Senado de los Estados Unidos para el Estudio de las Operaciones Gubernamentales Respecto a las Actividades de Inteligencia, un comité de Senado de EE.UU. presidido por el  senador Frank Church en 1975.

[4] Eliades Acosta Matos, Imperialismo del siglo XXI: Las Guerras Culturales, CasaEditora Abril, Ciudad de La Habana, 2009, p.261.

[5] Iroel Sánchez, “Fidel Castro denunció espionaje de EE.UU. mucho antes que Snowden”, 4 de noviembre de 2013, blog La pupila Insomne. (Internet)

[6] Ricardo Alarcón de Quesada, “La disciplina mediática y el caso de los Cinco”, La Jiribilla, no 630, 1ro al 7 de junio de 2013.

Texto tomado del blog: http://dialogardialogar.wordpress.com

Elier Ramírez Cañedo

Elier Ramírez Cañedo

*Historiador e investigador cubano.

Leer más

Leer “El capital”. Por: Carlo Frabetti*

Nuestro Marx. Autor: Néstor Kohan. Editorial: La Oveja Roja

Nuestro Marx. Autor: Néstor Kohan. Editorial: La Oveja Roja

Hace unos días participé en la presentación en Madrid de «Nuestro Marx», de Néstor Kohan (un libro esclarecedor cuya lectura no dudo en recomendar), recientemente publicado por la editorial La Oveja Roja con un excelente prólogo de Belén Gopegui, y durante el coloquio alguien dijo que un texto sobre marxismo solo es válido si nos lleva a leer «El capital». Y aunque manifesté mi desacuerdo con esta afirmación, no hubo tiempo para profundizar en el asunto, de modo que intentaré hacerlo ahora.

Creo que a ningún biólogo se le ocurriría decir que un texto sobre evolucionismo solo es válido si nos lleva a leer «El origen de las especies» y, desde luego, ningún físico diría que la validez de un trabajo de física teórica depende de que nos remita al «Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo» de Galileo o a los «Principia Mathematica» de Newton. Y, sin embargo, siendo muchísimo lo que las ciencias sociales le deben a «El capital», es aún más lo que las ciencias naturales les deben a cualquiera de los otros tres libros citados. ¿Por qué la relación con los clásicos (aunque en este caso habría que hablar más bien de libros fundacionales) no es la misma en uno y otro campo? ¿Por qué en el marco de las ciencias sociales cabe una afirmación tan esquemática como la antes citada? Si tuviera que dar una respuesta igualmente esquemática, diría: por puro fetichismo (y aprovecho para señalar que uno de los principales méritos del libro de Kohan es el de situar la cuestión del fetichismo en el centro de su argumentación). Pero intentaré dar una respuesta más matizada.

Si bien la lectura de los libros de Galileo, Newton o Darwin es fundamental para un epistemólogo o un filósofo de la ciencia, no es ni mucho menos imprescindible para un científico actual (y hasta me atrevería a añadir que es inadecuada para el profano que desea acercarse a la física o a la biología). Y, análogamente, considero que «El capital» es de obligada lectura para quienes intentamos reflexionar sobre los fundamentos del comunismo, pero no para los militantes de izquierdas en general.

Alguien podría objetar que establezco un paralelismo abusivo entre ciencias sociales y naturales. La relación entre teoría y praxis no es la misma en ambos campos, y el método experimental, base de la ciencia propiamente dicha, solo es aplicable de forma muy limitada en el ámbito de la economía o la sociología; de hecho, las llamadas «ciencias sociales» son, en el mejor de los casos, protociencias. Y el mejor de los casos es precisamente el marxismo, puesto que la sociología burguesa es pura ideología camuflada. Pero en la medida en que el marxismo es científico (es decir, en la medida en que dialoga permanentemente con la cambiante realidad), no necesita remitirse a sus textos fundacionales, que, precisamente en esa medida, ya han sido incorporados al discurso y a la praxis de la izquierda genuina (es decir, del genuino anticapitalismo). Es más, buscar la respuesta en «El capital» cuando se plantea una contradicción o una duda (a no ser que la duda sea sobre «El capital» mismo) es tan ocioso como consultar los «Principia» para evaluar la teoría de supercuerdas. Como dijo el gran escritor de ciencia ficción James Blish, Einstein se tragó vivo a Newton; y, análogamente, nosotros tenemos que tragarnos vivo a Marx, no consultarlo como a un oráculo.

He de admitir, sin embargo, que hay poderosas razones circunstanciales para propugnar la lectura de «El capital», como las hubo en su día para incitar a leer los libros de Galileo y de Darwin (el de Newton fue aceptado sin reservas desde el principio), y esas razones tienen que ver con el empeño de los poderes establecidos y sus intelectuales a sueldo en desprestigiar al marxismo.

Es interesante, ahora que ya podemos hacerlo, contemplar con cierta perspectiva histórica la distinta suerte corrida por los tres pilares de la nueva visión del mundo surgida en la segunda mitad del siglo XIX: el evolucionismo, el marxismo y el psicoanálisis. Tras una oposición feroz por parte de la Iglesia y de los sectores más reaccionarios de la burguesía, el evolucionismo acabó imponiéndose de forma incuestionable, y hoy solo algunos fundamentalistas obtusos (que al parecer en Estados Unidos constituyen un tercio de la población) se atreven a impugnarlo. Por el contrario, el psicoanálisis gozó de un gran prestigio intelectual durante varias décadas, para acabar siendo desestimado por quienes estudian el funcionamiento de la mente humana de forma más acorde con los principios y los métodos de la ciencia.

En cuanto al marxismo, desde el primer momento conoció a la vez el prestigio intelectual, la aceptación multitudinaria y la impugnación más feroz. Pero en los años sesenta (sobre todo a partir de Mayo del 68) se puso en marcha una nueva y bien orquestada ofensiva antimarxista que, si no fuera por temor a ofender a la filosofía, podríamos llamar «filosófica». Posmodernos, relativistas culturales y «nuevos filósofos» arremetieron contra la supuesta pretensión marxista de explicar la compleja realidad socioeconómica en función de unas cuantas variables elementales, y algunos prestigiosos intelectuales sospechosamente tolerantes con el psicoanálisis (sobre todo en su vertiente lacaniana) tacharon al marxismo de seudociencia, cuando no de seudorreligión. Y, si no otra cosa, hay que reconocer que los «pensadores débiles», por usar la terminología de Gianni Vattimo, lograron imponer una moda cultural de la que aún no nos hemos librado.

En estos momentos críticos en los que las herramientas teóricas son tan necesarias como la lucha organizada, es imprescindible contrarrestar la campaña de desprestigio del marxismo -que sigue siendo nuestra mejor herramienta- orquestada desde el poder. Y, para ello, hemos de tener muy en cuenta que cada vez que los propios marxistas incurrimos en el fetichismo de los clásicos, el culto a la personalidad o la sentenciosidad doctrinaria, les damos argumentos a nuestros detractores.

Texto tomado del blog: https://jcguanche.wordpress.com

Carlo Fabretti

Carlo Fabretti

*(Bolonia, 1945) Residente en España y escribe habitualmente en castellano. Escritor y matemático, miembro de la Academia de Ciencias de Nueva York, ha publicado más de cuarenta libros, muchos de ellos para niños y jóvenes, como La magia más poderosa (Alfaguara, 1994), El ángel terrible (Alfaguara, 2000), Malditas matemáticas (Alfaguara, 2000), El vampiro vegetariano (SM, 2001), La casa infinita (Salvat, 2002), El libro de Guillermo (Edelvives, 2002), La biblioteca de Guillermo (Edelvives, 2004)… En 1998 ganó el Premio Jaén de Literatura Infantil y Juvenil con El gran juego (Alfagura, 1998).

Ha creado, escrito y/o dirigido numerosos programas de televisión, como La Bola de Cristal, El Duende del Globo, Ni a Tontas ni a Locas y Tendencias, y ha estrenado varias obras de teatro. Ha creado y dirige las colecciones de divulgación científica para niños y jóvenes “El Juego de la Ciencia” y “La Aventura de la Ciencia” (Ediciones Oniro).

Entre sus libros para adultos destacan La reflexión y el mito (El Bardo, 1990), El tablero mágico (Gedisa, 1995), Los jardines cifrados (Lengua de Trapo, 1998), El libro del genio matemático (Martínez Roca, 1999), La ciudad rosa y roja (Lengua de Trapo, 1999), El Libro Lnfierno (Alfaguara, 2002), Contra el Imperio (Minor, 2002/2004, versión en libro de su web www.nodo50.org/contraelimperio), La amistad desnuda (Lengua de Trapo, 2004). Tanto sus obras para adultos como las infantiles han sido traducidas a numerosos idiomas. Es presidente de la Asociación Contra la Tortura y miembro fundador de la Alianza de Intelectuales Antiimperialistas.

Leer más

(VIDEO) Emocionario, di lo que sientes. Por: María José Esteso Poves

Emocionario. Textos: Cristina Núñez Pereira y Rafael R. Valcárcel. Editorial: Palabras aladas

Emocionario. Textos: Cristina Núñez Pereira y Rafael R. Valcárcel. Editorial: Palabras aladas

Con 42 ilustraciones en 93 páginas, Emocionario describe e ilustra nuestros sentimientos. Ternura,  amor, odio, ira, irritación tensión, inseguridad, vergüenza, culpa o alegría, entre otros. En total Emocionario aborda 42 sentimientos explicados para niños y niñas (con mucha ternura) y con hermosas ilustraciones a doble página.

Hostilidad. Ilustración de Luciana Feito. El libro pretende educar en la comunicación y los sentimientos a los más pequeños. Enseñar, descubriendo nuestras emociones para así aprender a expresarlas desde los primeros años. Además, el libro puede acompañarse con fichas para trabajar con los niños en el colegio.

Editado por Palabras Aladas, Emocionario cuenta con un elenco de más de 22 ilustradores e ilustradoras entre ellas Cynthia Orensztajn, Keki un puntito, Nella Gatica, Gabriela Thiery, Jazmín Varela, Tofi, Luciana Feito,  etc…

La editorial afirma que “creemos que es esencial editar con esmero y primor para alcanzar nuestro objetivo principal: contribuir a que los niños se conviertan en adultos emocionalmente sanos, llenos de sueños y de voluntad para perseguirlos, capaces de pensar por sí mismos y deseosos de sociabilizar en armonía”.

Amor. Ilustración Maricel Rodríguez Clark. Por ello señalan que sus obras pretenden ser itinerarios: recorridos integrales para el ser humano. El prólogo de Emocionario lo firma Rosa Collado Carrascosa, psicóloga y psicoterapeuta, y apunta que este libro es un apoyo pedagógico elemental. “Permite desarrollar la inteligencia emocional del niño, clave para su autoaceptación y su desarrollo psicoevolutivo sano”.

Con textos de Cristina Núñez Pereira y Rafael R. Valcárcel, Emocionario permite hablar y enseñar a los niños y niñas los sentimientos y crecer como personas más comunicativas y asertivas. También disfrutar de las ilustraciones.

Texto tomado de la publicación: http://www.diagonalperiodico.net

Leer más

Acceso no autorizado: Una novela culpable. Por: Iroel Sánchez*

Belen Gopegui. Foto: disimulen.com

Belen Gopegui. Foto: disimulen.com

No es este el primer libro que leo donde un conflicto nacido en internet derrama sangre en el mundo real.  Günter Grass termina su novela A paso de cangrejo con un duelo que nace de la traumática historia de su país en el siglo XX. En ella, dos personajes, herederos de los odios acumulados por judíos y nazis, se enfrentan en un foro digital y terminan en una cita mortal.

En Acceso no autorizado, de Belén Gopegui -donde la tecnología es mucho más que un escenario- el conflicto no es menos sangriento pero sí más clasista.  El ciberespacio, ese lugar en el que nos dicen que todo se diluye y terminamos siendo iguales, es desde donde miramos en esta obra la vida política española de los últimos treinta años.

Un abogado devenido hacker, un hacker transformado en semiesclavo de una empresa transnacional y una Vicepresidenta del gobierno español que al principio del libro aún cree en la socialdemocracia y en la posibilidad de gobernar, están en el centro de esta historia de corrupciones, amores imposibles, traiciones y heroísmos nada virtuales. Los ingredientes de algo que pudiéramos llamar thriller político-tecnológico son aquí la vía para recorrer los dilemas de una época, entre salas de prensa, despachos gubernamentales, lujosas residencias, y también locales oscuros y calles poco transitadas desde donde se penetran computadoras personales y servidores de grandes empresas con el suspense y la verosimilitud de la mejor novela de espías, que tiene, además, el rigor técnico e histórico de quien acostumbra a investigar a fondo antes de escribir.

Algunos han visto esta novela de Belén como “un misil” contra el Partido Socialista Obrero Español porque aquí está la traición a sus bases, la corrupción mafiosa de sus ejecutivos y el abandono del marxismo protagonizado  por Felipe González, en un Congreso que pocos recuerdan y que en este libro se narra con detalle.

Sin embargo, Acceso no autorizado es mucho más que eso. Es una reflexión amarga, conmovedora y lúcida sobre la debilidad de la lucha y la imposibilidad de alcanzar la justicia al margen de la militancia organizada. Si te cortan el audio, como le hacen a la Vicepresidenta que intenta convertir su destitución en denuncia, puedes ir más lejos con el streaming y los tweets pero sólo la acción colectiva hará que -como dijo Howard Zinn- los seres humanos organizados venzan a la tecnología organizada, es lo que parecen decirnos tantos fracasos y alguna escaramuza exitosa.

Preguntada si esta novela puede llamarse antisistema, la autora respondió “si llamamos prosistema a muchas de las que se publican”. Ella, que a fuerza de imaginación, oficio literario y rigor investigativo, ha obligado al sistema a publicar y difundir sus incómodas obras insiste en que “ningún relato es inocente” y este libro es absolutamente culpable. Culpable de adelantarse a que se conociera el caso de Eward Snoden, porque uno de sus protagonistas se le parece bastante: no trabaja para la NSA sino organiza “una red de teléfonos sombra” para gángsters coludidos con los organismos de seguridad del gobierno hispano, e intenta salirse de un negocio que lo hala como un imán.

Morir por saber demasiado no ocurre sólo a manos de la CIA y colarse en la computadora de la Vicepresidenta del gobierno español para salvar un amigo y terminar intentando intervenir políticamente para que no se privaticen las cajas de ahorro y los servicios públicos puede costar la vida.

La autora de este libro ha dicho que “el problema no es internet sino la desigualdad social y económica”, aunque los mercaderes de la cultura y la tecnología se empeñen en que olvidemos la causa última de todos los conflictos, más antigua que la misma literatura. Pocas descripciones hay más exactas del sistema gobernante en buena parte del mundo que la que hace “El Irlandés”, quien encarna el poder real en Acceso no autorizado:

“La democracia no era más que el recambio de los vendedores, según quién estuviera en el gobierno serían unos y no otros quienes podrían ofertar sus ruinas para obtener a cambio millones de euros del común. También recambio de compradores que adquirían a precio de saldo inmuebles e infraestructuras puestas en pie por la comunidad. Todos lo saben y se rasgan las vestiduras de cuatro a seis y después vuelven a lo suyo. Yo he mediado con todos, les he visto malversar lo que debía pertenecer al país entero y a las generaciones por venir”.

Este libro es también culpable de adelantarse al estallido del 15M y seguir vivo tres años después, porque -como la buena literatura- no busca complacer los estereotipos que ha construido el mercado editorial, sino que nos habla de la condición humana y su relación con un sistema llamado capitalismo y lo hace con la poesía, dominio del idioma y la altura estética de quien es considerada por muchos la mejor escritora española de su generación. Quizás por ello, el diario El País- ese órgano oficial del capitalismo en idioma español- se posicionó rápidamente con respecto al libro: “esta novela no va”, escribieron allí. ¿Cómo va a ir? Si esta obra ataca, con efectividad demoledora, todo lo que El País representa.

No obstante, todavía hay espacios donde se puede decir lo que le duele a El País:

Acceso no autorizado. Autora: Belén Gopegui. Editorial: Arte y literatura

Acceso no autorizado. Autora: Belén Gopegui. Editorial: Arte y literatura

Blanca Berasetegui (El cultural, suplemento literario del diario El mundo): “Belén Gopegui empezó a escribir Acceso no autorizado hace cuatro años. La interrumpió, escribió luego Deseo de ser punk y hace solo unos meses la retomó convencida de que “convenía dotar a la novela de una textura real”. Y eso lo ha conseguido. Todos los lectores sabemos qué vicepresidenta, qué ministro y qué militante del PSOE hay detrás de unos nombres ficticios. Acceso no autorizado es un durísimo relato de lo que pudo ser y no ha sido, o mejor: “lo que no pudo ser y fue en la novela”. En todo caso, la cruel, inteligente y poética historia de una desilusión. “.

Alex Gil (Qué leer):” Corren tiempos agitados e inciertos. Los políticos han dejado de representar a sus electores para jugar al juego que les marca el capital y que ha acabado con el mundo en ruinas. Las nuevas tecnologías se han instalado para quedarse y vivimos continuamente conectados. Empieza a moverse algo, empieza a haber un rumor y, si hay algún escritor que por estos lares sea capaz de captar ese pulso de nuestra sociedad, ésa es Belén Gopegui “

David Becerra (Rebelión) “Belén Gopegui ha cumplido, con Acceso no autorizado, también con la literatura. Ha estado a la altura de lo que el género narrativo exige. Porque, como ella misma dijo en una ocasión, es un requisito imprescindible seguir manteniendo la forma literaria para que la función política de la novela no pierda su eficacia: “… siempre pagando peajes, disimulando, poniendo un poco de complejidad formal o un poco de ironía o un poco de sentimentalismo para que el caballo [de Troya] tenga pinta de caballo o para que el capitalista piense que será más alto el beneficio obtenido que la cantidad de sabotaje que la novela o la película puedan contener”.

Marx, hablando de Charles Dickens, Charlotte Brontë y Elizabethh Gaskell dijo que eran “una espléndida cofradía de escritores de ficción ingleses, cuyas páginas elocuentes y vivas trajeron al mundo más alegatos sociales y políticos que todos los políticos, publicistas y moralistas profesionales juntos”. La literatura de Belén Gopegui busca también ese rol movilizador y aunque sabe esconderlo muy bien en sus libros, como el “caballo de troya ante la ciudad enemiga” o el virus que busca penetrar y destruir desde dentro un sistema informático, tiene el valor de no ocultarlo en sus declaraciones públicas, como jamás ha renegado de su solidaridad con la Revolución cubana.

Gracias, Belén, por ser tan culpable, por escribir tan bien y por hacernos disfrutar tanto sin olvidar en qué mundo vivimos.

Y sobre todo, gracias, por muy marxistamente, ayudar a transformarlo.

*Palabras de presentación de la novela Acceso no autorizado, de Belén Gopegui, en la Feria Internacional del Libro de La Habana, 19 de febrero de 2014.

Fuente: Cubahora

Texto tomado del blog: http://lapupilainsomne.wordpress.com

Iroel Sánchez

Iroel Sánchez

*(Santa Clara, Cuba, 1964).  Editor y periodista. Autor del libro: “Sospechas y disidencias” Editorial Abril (2012).

Leer más

Un conversador fabuloso. Por: Aracely Bedevia

Onelio Jorge Cardoso (Calabazar de Sagua, Las Villas, 1914/ La Habana, 1986)

Onelio Jorge Cardoso (Calabazar de Sagua, Las Villas, 1914/ La Habana, 1986)

Remover el interés por la obra de Onelio Jorge Cardoso, en el año de su centenario

La obra de Onelio Jorge Cardoso, el Cuentero Mayor, ha desaparecido de las librerías y algunos consideran que las nuevas generaciones apenas conocen de la existencia de este autor, cuyos cuentos pertenecen a lo mejor de la literatura nacional.

Inexplicable resulta lo anterior, si se tiene en cuenta que la obra de este escritor «ha salido airosa de la aplicación analítica de las más actualizadas teorías y metodologías», expresó la estudiosa Denia García Ronda en un panel por el Centenario de Cardoso, que tuvo lugar este martes en La Cabaña, como parte de las actividades de la Feria Internacional del Libro.

Al intervenir en la sala Nicolás Guillén, García Ronda consideró que «estamos dejando ir a un escritor cubano catalogado como uno de los cuentistas más importantes de América Latina».

Con especial maestría Onelio combina lo insólito y lo fabuloso. En su obra está «la presentación elíptica de la anécdota, la densidad poética de su lenguaje, la presentación de sucesos mágicos o fantásticos, la originalidad de sus soluciones tempo-espaciales y otros procedimientos, para separarlo de una simple copia costumbrista de determinados sectores de la sociedad cubana», acentuó García, reconocida como la principal estudiosa del Cuentero Mayor.

Onelio solía partir de fuentes populares para escribir una literatura de gran calibre y universal. Sus libros están entre los más importantes publicados después del triunfo revolucionario. No pocos cubanos y cubanas crecieron leyendo al creador de relatos como El cuentero El caballo de coral.

Sin embargo, por prejuicio ante una obra que muchas veces no se ha leído y otras por «la tendencia de nuestra crítica —en ocasiones manifestada generacionalmente—, de absolutizar las preferencias y negar al supuesto contrario», apuntó García, el legado de Onelio ha caído en el olvido, «que, para un escritor, es otra forma de morir».

Remover el interés por este autor, en el año de su centenario, afirmó la experta, es una manera de pagar la deuda que tiene el mundo intelectual cubano con quien supo encontrar la vía artística idónea para conformar una cuentística de altísima calidad, con valores universales.

De ahí que la editorial Letras Cubanas asumiera el reto de publicar una edición conmemorativa de los Cuentos, de Onelio Jorge Cardoso, la cual fue obsequiada a los asistentes a la presentación de este título.

La actual edición, según explicó Rogelio Riverón, director de esa casa editora, parte de la preparada por Onelio y que fuera publicada por Letras Cubanas en 1981.

Cuentos OJC

«Tenemos un deber con la cultura, con una herencia que es patrimonio de la nación», destacó Riverón, quien aseveró que no hay falsedad ni esquematismo en calificar a Onelio como el mejor exponente del cuento rural, aunque no fue este el único tema de sus piezas narrativas. (…) A este escritor se le debe el hecho «de haber superado el costumbrismo chato y la reproducción estéril de los rasgos del campesino cubano, a favor de un modelo verosímil, intensamente estético, creativo y espontáneo».

Los temas que desarrolló en su obra y su proyección ético-estética, enfatizó Denia García Ronda, «no eran simples estrategias para su narrativa, sino principios que formaban parte de su personalidad civil y artística. Su vida y su actividad intelectual se correspondieron siempre con los postulados que defendía en su cuentística, lo que constituye un ejemplo de honestidad intelectual y de generosidad personal».

A la sencillez de este genial hombre y a sus vínculos con los jóvenes se refirió el escritor Eduardo Heras León, director del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, quien lo calificó como un enorme conversador y un narrador oral fabuloso, que de joven tuvo muchos oficios, desde bibliotecario hasta periodista, y dejó para la posteridad una obra que bien merece ser recordada y estudiada.

Texto tomado de la publicación: http://www.juventudrebelde.cu

Leer más

El diario inédito de Carpentier. Por: Graziella Pogolotti*

DiarioHabían pasado ocho años desde la muerte de Carpentier cuando Lilia se decidió a abrir el sobre sellado aparecido entre los papeles del escritor. Después de leerlo, volvió a cerrar el sobre. No quería hacer públicas las ásperas descalificaciones de algunos contemporáneos todavía vivos por aquel entonces. Tiempo ha pasado. Algunos ocupan el lugar que les corresponde en el recuento de la historia. La memoria de otros se ha difuminado. Ha llegado la hora de dar a conocer un documento de capital importancia para el conocimiento del hombre y del escritor. El interés del documento sobrepasa en mucho las referencias anecdóticas dejadas caer al paso del transcurso de los días.

Muy crítico del narcisismo de ciertos escritores, Carpentier nunca se inclinó a desarrollar una literatura confesional. De ahí la singularidad de estas breves páginas que transitan entre 1951 y 1957, etapa de intensa fecundidad creativa.

En este diario, una prosa reflexiva conjura el fuego ardiente de la angustia. Acosado por sus demonios en una etapa particularmente creativa de su existencia, Carpentier, siempre tan desdeñoso respecto al regodeo confidencial, ha tenido que apelar a la página en blanco como un interlocutor necesario. Cercana ya la cincuentena, percibe que lo esencial de su obra está por hacer. Avanzada su escritura, Los pasos perdidos permanece en el horno. Indeciso, reestructura el orden de los capítulos, atormentado por una inquietud que no cesará del todo, aún cuando, cerrando los ojos, haya decidido enviar el manuscrito a la imprenta. Se le escapa un comentario, válido para muchos escritores de nuestros días. Evocando a Wagner, auténtico desdoblamiento de si, acota su obsesión de orfebre el llamado imperativo a limar minúsculos detalles que escaparán sin dudas –así lo reconoce- al examen del lector más perspicaz. Principio ético fundamental, la artesanía del oficio arranca de raíz las tentaciones parásitas de la vanidad.

En 1951, Alejo Carpentier se ha instalado en Caracas. Rodeado de amigos, el radio y la publicidad le proporcionan un satisfactorio bienestar económico. Ejerce, desde El Nacional, un periodismo cotidiano. Es un importante animador del ambiente artístico. Disfruta un amplio reconocimiento público. Advierte entonces, con angustia y lucidez, que no puede sucumbir a las tentaciones del diablo, esa rata portadora de la peste que marcará el destino de Juan de Amberes en El camino de Santiago. Ha llegado el momento de la madurez. La literatura, piensa, no se escribe sobre otra literatura. Se nutre de una experiencia existencial. En lo personal, su vida ha transitado abierta a extensos horizontes. Entre Europa y América, ha conocido la variedad del paisaje humano y natural, el estruendo de la guerra y de los conflictos sociales, las conmociones que moldearon los procesos artísticos del siglo XX, la diversidad de las culturas. Siente la necesidad de liberarse de la servidumbre cotidiana de una oficina desgastante de buena parte de sus energías. El tiempo se le escapa. Observa el comportamiento de su propio cuerpo, la amenaza de enfermedades, los asomos de depresión, el disfrute de la plenitud de materia y espíritu en los mares del trópico, anuncio del deslumbramiento de Esteban –El siglo de las luces- en las minúsculas islas del Caribe.

Entre tantas vueltas y revueltas, al cabo de tan prolongado aprendizaje, Alejo se ha construido a si mismo. Tiene que tomar la medida de quién es y dónde está para soltar las amarras, saltar al vacío y emprender una nueva aventura. El Diario, de bitácora, adquiere función de espejo en un momento de transición y de definitiva plenitud creativa. Por eso, los tiempos confluyen y se entremezclan. Las casas donde ha vivido ya no existen. Solo permanece la memoria. En el presente aparecen las lecturas, las audiciones musicales, rápidas anotaciones de encuentros con amigos y la historia íntima de su trabajo literario. De cuando en cuando, por asociación, el pasado renace. Asoman las mujeres que lo han acompañado. Al igual que en sus crónicas periodísticas, Cuba es una obsesión recurrente. Sus amigos de ayer lo han defraudado. Fueron sus compañeros de andadas en la bohemia habanera, en el minorismo y en la redacción de la Revista de Avance. Casi con rabia los contempla como promesas frustradas, empantanadas en veleidades aldeanas. Los compositores que compartieron el descubrimiento de la riqueza rítmica de la música de origen africano, Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla, han muerto prematuramente. Inquietudes similares lo aproximan ahora a quienes llegaron después: Lezama, Eliseo Diego, Cintio Vitier y Fina García Marruz, y, sobre todo, Julián Orbón, su corresponsal permanente, e Hilario González, amigo siempre, en los años venezolanos y en los del regreso a la isla.

Por la selección y el modo de aproximarse a ellas, las lecturas literarias de Alejo resultan de capital interés. Como evidencian las crónicas de Letra y Solfa, el azar y las circunstancias lo llevaron a comentar numerosos libros. Entre todos ellos, muy pocos merecieron pasar a las páginas del diario. Ahí están, sin embargo, las que respondían a las búsquedas más profundas del escritor. Una zona corresponde a obras de carácter confesional. Regresa a Juan Jacobo Rousseau y a San Agustín. Se detiene en Gide y Jünger. Su inquietud fundamental se dirige a las reflexiones que vinculan al Hombre en su vínculo con el destino, trasfondo latente en las novelas que escribirá a partir de Los pasos perdidos. Se centra, entonces, en los debates que animaron la historia del cristianismo. Revisa la patrística, alude a San Pablo. Se estremece de admiración ante los textos jansenistas de Port Royal, aunque descarta por completo el modo de enfocar el tema de la gracia. A propósito de la biografía de San Anselmo, manifiesta su entusiasmo por la literatura medieval. Destaca en ella la eficacia narrativa, así como la sutileza y precisión en el empleo de los adjetivos. Capítulo aparte merece su examen sistemático de la picaresca española, a la que tanto habría de referirse en años sucesivos. Mientras los críticos, cada vez más aherrojados por un falso teoricismo esterilizante, aplican cartabones a la densa realidad de los textos de ayer y de hoy, el escritor interroga los libros a partir de sus propias inquietudes existenciales y artísticas.

Fiel al íntimo discurrir de Carpentier, el tono del diario se modifica sustancialmente en el transcurso de seis años. La angustia dominante en las páginas iniciales cede poco a poco. Hay momentos de verdadera epifanía cuando el narrador advierte la creciente libertad conquistada, escribe de un tirón El camino de Santiago y concibe de un golpe la idea de El acoso, aunque tenga que someterse luego al paciente laboreo de su oficio de orfebre. El interlocutor necesario se convierte en receptáculo de apuntes, material útil para trabajos futuros. Al final, como en la Novena de Beethoven, tan reveladora en Los pasos perdidos, resplandece la alegría. Ágil y gozoso, el estilo adquiere ritmo narrativo. El azar le depara el descubrimiento de Víctor Hughes en la Guadalupe. Con rapidez vertiginosa, el nuevo proyecto comienza a armarse. Estamos en vísperas de El siglo de las luces.

Materia viviente, las grandes obras literarias se renuevan a través de lecturas sucesivas, porque se trata de una relación dialógica intersubjetiva, sujetas a situaciones epocales, a contextos culturales y a las interrogantes primordiales de cada ser humano. El autoritarismo del texto y de la intencionalidad explícita del autor se desplaza hacia la libertad productiva del lector. Pero el núcleo duro de la propuesta del escritor subsiste y puede someterse a múltiples acercamientos desde distintas perspectivas, todas complementarias, aunque ninguno llegue a agotar del todo la nuez esencial. Lo empobrecedor son las etiquetas. En el caso de Carpentier, circunscribir su valoración al barroquismo y a lo real maravilloso, ha limitado otros asedios posibles. Este diario nos invita a conocer mejor al hombre, sus inquietudes más profundas y a encontrar en su obra artistas sorprendentes.

Publicado por Letras Cubanas en la serie Documentos de la Biblioteca de Alejo Carpentier, el Diario se complementa con un prólogo de Armando Raggi, notas que aclaran al lector nombres de personas quizás olvidadas hoy o conocidas en su tiempo en un ámbito local, algunos anexos y documentación gráfica. El texto ilumina aspectos importantes de la vida y la obra del escritor e invita a una reflexión sobre el sentido de la creación literaria que lo trasciende. Resulta muy pertinente en el panorama actual, permeado por los rejuegos del mercado y por tanto artificio mediático y académico, manipuladores todos del diálogo entre el autor y su destinatario.

Texto tomado de la publicación: http://www.cubarte.cult.cu

Graciela Pogolotti*Crítica de arte, prestigiosa ensayista y destacada intelectual cubana, promotora de las Artes Plásticas Cubanas. Presidenta del Consejo Asesor del Ministro de Cultura, Vicepresidenta de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Miembro de la Academia Cubana de la Lengua.

Hija de uno de los íconos de la vanguardia artística de la primera mitad del siglo XX, Marcelo Pogolotti y de madre rusa. Nació en París en 1931 pero desde niña vivió en Cuba. Ser cubana, para ella, es una misión y un estado de gracia.

Es una de las más dispuestas y necesarias consejeras y asesoras de cuanto proyecto útil pueda favorecer la trama cultural de la nación. Esa vocación participativa se expresa también en las pequeñas cosas de la vida. Gusta de la conversación amena, de la música popular y no le gusta perder el hilo de una telenovela, nunca cierra las puertas a quien la procura.

A los siete años ya estaba en la capital cubana, donde estudia hasta graduarse como Doctora en Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana. Cursó estudios de postgrado en La Sorbona, durante un año, estudió Literatura Francesa Contemporánea. Al regresar a Cuba, matriculó en la Escuela Profesional de Periodismo Manuel Márquez Sterling, donde alcanzó otro título.

Ha escrito numerosos ensayos, pero tan fundamental como su obra escrita ha sido su enorme labor en la docencia y la promoción de la cultura. Desde la cátedra de la Universidad de la Habana, a las investigaciones socioculturales vinculadas a los primeros pasos del Grupo Teatro Escambray, desde la formación de teatristas en el Instituto Superior de Arte, hasta la vicepresidencia de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, desde la Biblioteca Nacional, hasta la presidencia de la Fundación Alejo Carpentier.

Al Triunfo de la revolución se encontraba en Italia desde fines de 1958, se hallaba en una beca, residiendo en Roma por lo que aprovecho también para atender su salud. Al saber la noticia del derrocamiento de la dictadura se presento junto a otras personas que vivían en Roma en la sede de la Embajada a ocuparla. De regreso a la isla tuvo pasó por París hasta que finalmente llagó a Madrid, donde el Gobierno Revolucionario situó aviones para facilitar el regreso de los cubanos en Europa. Durante el vuelo conoció a Fayad Jamis, que ya era poeta y pintor distinguido pese a su juventud. Al llegar a La Habana observo una euforia generalizada, los rebeldes estaban en la terminal aérea.

Nota biográfica tomada de: www.ecured.cu

Leer más
Page 30 of 36« First...1020«2829303132»...Last »