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La Historia como arma*

Cuba / España España / Cuba Historia común, de Manuel Moreno Fraginals Editorial Mondadori

Por Manuel Moreno Fraginals

Al comandante Ernesto Guevara [de la] Serna, dondequiera que esté, dándole las gracias por muchas razones.

Resulta sorprendente replantearse ahora, después de tantas vueltas sobre el tema, cuál ha de ser o —en forma imperativa— cuál debe ser la función de un historiador en la sociedad socialista. Sin embargo, creemos imprescindible este planteamiento porque el proceso revolucionario cubano, barriendo todas las antiguas jerarquías, nos ha hecho volver a las preguntas iniciales. Hoy, todo intelectual honesto está necesitado de un análisis y recuento de su actitud, y los historiadores no son una excepción. No podemos vivir en la sociedad nueva con las viejas concepciones históricas: ésta es una frase repetida hasta el infinito. Pero ¿qué hemos hecho por la creación de la nueva historia, del nuevo historiador?

Empecemos por reconocer con la más absoluta honestidad que los libros de historiadores profesionales se leen poco; y se leen menos a medida que la opinión de sus colegas eleva la categoría intelectual de estas obras. Es obvio que no nos referimos aquí a los textos que los estudiantes adquieren y leen obligatoriamente como medio de aprobar sus asignaturas. Nuestra mención es a los libros históricos —de historiadores profesionales cubanos y extranjeros— antes y después de la Revolución. La verdad de esta afirmación queda demostrada con un simple análisis estadístico de venta de libros. Este poco leer obras de historia va indisolublemente ligado a otro hecho de mayor trascendencia. Hay un clamor general por una historia nueva, por una forma distinta de ver el pasado, que no ha sido satisfecho en la etapa revolucionaria. Son muy pocos los nuevos libros históricos publicados a partir de 1959, aunque sí hemos tenido una importante labor de reediciones. Pero ni las antiguas obras han llenado siempre su cometido, ni las nuevas han sido siempre nuevas en el exacto sentido de esta palabra. El hombre que va naciendo en este período de construcción del socialismo intuye que los esquemas históricos tradicionales no funcionan. Los estudiantes se muestran perplejos ante obras que pretenden ser el antecedente inmediato del presente que vivimos y que sin embargo nada tienen que ver con este mundo fabuloso que se abre ante sus ojos. Y prefieren, como lecturas —no como disciplina— la historia apasionada, alucinante, que se revela detrás de La tortura, La gangrena, La favela, o la recia explicación de una clase social que ofrece El cimarrón o Memorias de una cubanita que nació con el siglo. El resumen definitivo de este problema está en la respuesta sincera del agudo José Luciano Franco, cuando le preguntaron por qué la historia era tan aburrida:

La historia real —respondió—, ese apasionante suceder diario, creador, jamás es aburrido: quienes somos definitivamente aburridos somos los historiadores.

¿Para qué la historia?

Al penetrar en el camino del socialismo, replanteemos la pregunta inicial: ¿para qué la historia? Durante siglos hemos venido acumulando respuestas: la historia como maestra de la vida, ejemplo de las generaciones venideras, lección de presente… De Maquiavelo a Savigny, a Toynbee —por citar solo algunas cumbres del nacimiento y desarrollo de la historiografía burguesa— las respuestas a la razón de la historia permanecen idénticas, aunque en cada ocasión se expresen con palabras diversas. Las palabras distintas para decir siempre lo mismo parecen sutilezas de escolásticos: pero en esta sutileza está el sentido del juego y el gran fraude de la historia escrita burguesa. La historia escrita cubana es también una típica concepción burguesa. Y si queremos contestar sinceramente la pregunta “¿para qué la historia?”, debemos interrogarnos también en este sentido: ¿para qué necesita la historia la clase dominante?

La historia escrita es uno de los elementos fundamentales de la superestructura creada por un determinado régimen de producción. En este sentido puede comparársele adecuadamente con la religión y el derecho. Tal vez por eso aburre a los hombres de hoy como un libro antiguo de derecho o de teología, y no interesa más que a los especializados. Repitiendo determinados conceptos históricos a los niños en las escuelas y al pueblo todo a través de los diversos medios de comunicación, la burguesía ha tratado de crear un mundo de mitos que en su raíz es idéntico a la creencia en San Juan Bosco o en el Santísimo Niño de Praga. Solo que la historia escrita es más peligrosa que las antiguas formas religiosas a las que pretende sustituir o complementar, ya que los mitos históricos no responden a la mentalidad primitiva si no se cotizan en el mercado de las ideas como productos modernos y científicos. Y para un proceso revolucionario este punto es sumamente delicado, ya que el mito religioso se destruye por sí solo ante una explicación del mundo, la ley como superestructura se deroga, pero la creencia histórica permanece, como categoría científica, asentada en su base documental.

¿Cómo se han construido los mitos históricos? No es un hecho casual que la historiografía burguesa estableciera como axiomas universales ciertas premisas “científicas”, como las siguientes:

Los hechos recientes no pueden ser analizados correctamente por el historiador: es necesario que el tiempo los decante, calme las pasiones y fije los valores.

No se puede juzgar el pasado con criterios del presente.

El historiador ha de ser un hombre desapasionado.

Estas son algunas reglas burguesas del juego historiográfico. Son verdades parciales: es decir, mentiras parciales. Y todas conducen a un mismo fin: lograr, de manera científica, que los historiadores se aparten de todo el contacto con la vida. Negar la posibilidad del análisis de los hechos recientes muestra el deseo subconsciente de frenar todo estudio que ponga en peligro la estabilidad del orden burgués. Es cierto que son muchas las dificultades que pueden señalarse al esfuerzo por escribir la historia contemporánea —en el verdadero sentido de esta palabra—, pero estas dificultades no son mayores que las que hay que vencer para historiar el pasado lejano.

Historiar lo lejano no crea más problemas a una burguesía gobernante que soportar quizás un leve vendaval sobre sus mitos históricos: exponerse a que alguien, en un libro del cual se editan mil ejemplares y es leído a lo sumo por mil interesados, plantee una tesis contra algo que estudian anualmente en las escuelas, institutos y universidades, un millón de personas. Y si esto sucede —ese fue el caso de Azúcar y abolición, de Cepero Bonilla—, se acusa al autor de extremista, apasionado y antipatriota. Y, también como en el caso de Azúcar y abolición —que es el ensayo histórico más brillante que se ha escrito en Cuba en este siglo—, se le tiende en torno una ominosa cortina de silencio.

Ahora bien, historiar los hechos recientes implica para la burguesía gobernante el peligro de que los historiadores investiguen y denuncien la realidad del presente. Y que dejen plasmado en una obra científica el relato exacto de una situación conocida no solo a través de los documentos, sino también por el posible testimonio vivo de los actores del hecho. Y el trabajo con fuentes vivientes —de alguna forma hemos de llamarles— implica la utilización de ciertas técnicas de investigación que enriquecen el instrumental historiográfico y abren un mundo extraordinario para ahondar y comprender el pasado. Pero estas modernas técnicas tampoco son enseñadas a los historiadores, y la burguesía las reserva para el análisis de sus mercados y la venta de sus productos.

Paralelo a la negativa de investigar los hechos recientes corre la gran mentira parcial de que es imposible analizar el pasado con criterios del presente. Es elemental que las características formales de los diversos pueblos y las condiciones de cada época difieren entre sí extraordinariamente. Pero hay una serie de constantes históricas que pueden aplicarse siempre, como son la realidad de la lucha de clases y las relaciones de producción. Y la única forma de comprender cabalmente las relaciones de producción del pasado es estudiando las relaciones de producción del presente. Sobre todo, no estudiándolas en un manual de economía política, sino incorporando al saber intelectual la vivencia misma de la producción. La única manera de captar la lucha de clases es participando en esta lucha, conscientemente, ya que quiérase o no siempre se participa de ella.

Es un hecho de sobra conocido, aunque nunca comentado, que los creadores del materialismo histórico no eran historiadores profesionales. Llegaron a las leyes históricas no partiendo de los documentos, sino arrancando del análisis exhaustivo de su presente: es decir, ampliando sus vivencias hacia el pasado. El punto de partida, el único punto físico de partida, es el presente. Siempre nos proyectamos de hoy al ayer sin que esto suponga la aceptación de la historia como presente a la manera idealista de Benedetto Croce. Se trata, sencillamente, de comenzar por comprender la vida y lo que esta vida tiene de común en cualquier tiempo y en cualquier lugar.

Y para entender la vida, para interesarse ávidamente por el presente, es necesario ser un espíritu apasionado.

Quizá por eso dentro de la pseudociencia historiográfica burguesa la pasión es el máximo pecado capital. Se acusa de apasionado a un historiador como se pudiera acusar de adicto a las drogas a un hombre público. Se ha de ser frío, sereno, desapasionado, que nada excite ni conturbe: en resumen, un gran castrado intelectual.

Alejado de la realidad, trabajando exclusivamente sobre el pasado, recopilando documentos muertos, aislado de la producción de bienes materiales por los muros del archivo o la biblioteca, el historiador moderno es el gran triunfo intelectual de la burguesía que ha tenido en él su funcionario más fiel, barato y eficiente. El historiador promedio americano es en lo fundamental un empleado burocrático de segundo orden, o un profesor de historia. Ciudadanos pacíficos, que llegaron a las disciplinas históricas por una cierta curiosidad intelectual y cuya misión más trascendente es este acumular de datos, este escarbar de fuentes, para escribir sus obras. Y, en los peores y más numerosos de los casos, dedicados solo a acopiar de acopios, a acumular de selecciones previas.

Pacientes trabajadores de la humedad, el polvo y las polillas: dicho sea todo esto con el mayor respeto. Pero, fuera del archivo y de la biblioteca, transcurre la vida que originó esos documentos que él consulta. Y es curioso que cuando el historiador profesional se ve obligado a trabajar en cosas modernas, a mezclarse en el ritmo turbulento de sus días, lo hace de mala gana, esperando el momento del retorno a la calma del estudio. Naturalmente que nada de esto se refiere a quienes no son historiadores de profesión, sino que la ejercen subsidiariamente, por necesaria creación intelectual o por un sano placer de investigación que nace de su actividad principal. Quizá por eso gran parte de los escritos históricos más interesantes de Cuba no se deban a historiadores, sino a periodistas, médicos, químicos e ingenieros.

La elaboración del proyecto histórico

Pensemos en las herramientas que utiliza, las materias primas que elabora y el producto final que obtiene el historiador. Este pretende reconstruir una parte del pasado basándose en los documentos —escritos o no— y utilizando ciertas técnicas de la investigación histórica. En las fuentes documentales que consulta encuentra su primera extraordinaria dificultad. Puede afirmarse que la casi totalidad de los documentos con que trabaja el historiador se originaron en las clases dominantes. Ahora bien, en un lógico proceso defensivo estas clases dominantes han ido depurando sus documentos, borrando —como los delincuentes— las huellas de sus pasos y dejándonos, como fuentes históricas, un material previamente seleccionado y con el cual solo puede llegarse a ciertas conclusiones prefijadas. En este sentido, la mentalidad del historiador está condicionada por dos factores negativos: su formación desde la infancia dentro del cuerpo de doctrinas y mitos históricos burgueses, y una documentación que a través de un proceso de decantación y selección respalda plenamente a esta religión historiográfica. Y se enfrenta a ambos problemas con una metodología burguesa de la investigación histórica.

La historia escrita de Cuba —no hablamos de historia real— es un ejemplo concreto de cómo se han manejado los documentos y organizado el conjunto de mitos que constituye nuestra superestructura histórica. Tenemos solo algo más de dos siglos de historiografía cubana, de historia escrita, y casi todas las obras de esos dos siglos responden a los intereses de la oligarquía terrateniente cubana del XVIII —ganadera, tabacalera, azucarera— que deviene, en el XIX y XX, burguesía nacional al servicio de los intereses norteamericanos. Es imposible, y no tiene objeto, relacionar aquí la extensísima lista de mitos menores en la historia cubana. A los fines de este trabajo basta señalar solo algunos puntos que constituyen dogmas fundamentales, como, por ejemplo, el antiespañolismo, el escamoteo del problema negro y la presentación de la burguesía como grupo creador de la nacionalidad. Tres aspectos que, como en la trilogía cristiana, forman un solo mito verdadero.

El antiespañolismo tiene un lejano origen. Durante los siglos XVI, XVII y XVIII fue la base de la historiografía al servicio de los imperios holandés e inglés que lucharon contra España, y hoy es sumamente útil al imperialismo norteamericano. Se nutre en su etapa de desarrollo con los argumentos y la obra del padre Bartolomé de las Casas. Los apologistas del imperio inglés y el holandés hicieron de Las Casas el prototipo del caballero andante por los campos de América. Y así, los grandes justificadores de los dos imperios de más bárbaras depredaciones que conociera la historia moderna, los perfeccionadores de la trata de esclavos negros, culíes, indios y polinesios, los padres de la guerra del opio, traducen las obras del sacerdote español, las comentan, lanzan numerosísimas ediciones y se erigen en los grandes jueces contra la colonización hispana. Los norteamericanos mantienen la misma tradición, y es famosa la actuación de Lewis Hanke, historiador al servicio del State Department, ferviente estudioso de Las Casas, que ha dado conferencias sobre el tema por toda Hispanoamérica, pagado no sabemos por quién, pero lo imaginamos. Los argumentos de Bartolomé de las Casas llegaron en su forma más burda a las escuelas primarias cubanas donde, hasta la década del 1930-1940, se estuvo enseñando que los pocos españoles que vinieron a la conquista y colonización de la Isla mataron con el trabajo forzado en las minas de oro a 300 000 indígenas en unos pocos años.

La historia escrita de Cuba de 1763 a nuestros días es la historia de la lucha de los cubanos contra los españoles, la lucha de los liberales cubanos contra los reaccionarios españoles, la lucha de los cultos cubanos contra los ignorantes españoles, de los valientes cubanos contra los cobardes españoles. Todo esto se escribía con una gran documentación mientras los españoles narraban los sucesos exactamente de forma inversa, empleando también un gran acopio de fuentes. Participar en España de la tesis cubana significaba ser sustentador de la “Leyenda Negra”, ser antiespañol, ser antipatriota. Participar en la Cuba de la tesis española era, antes, ser traidor; hoy, ser falangista. ¿Relativismo histórico, como dicen los idealistas? No. Simplemente dos mitos: el antiespañol y el proespañol, creados ambos con documentos previamente seleccionados por las clases dominantes de los respectivos países.

Verdades parciales que expuestas parcialmente constituyen una sola gran mentira.

No expresan dos posiciones —y es muy importante tener esto en cuenta—, no son dos posiciones historiográficas —repetimos—, sino una sola posición creadora de mitos por parte de ambas clases dominantes.

Instituida la creencia de que las grandes pugnas se debieron simplemente a un conflicto cubano-español es posible hacer desaparecer de nuestras historias el profundo sentido de la lucha de clases, escamotear las contradicciones inherentes a la producción de mercancías para el mercado capitalista, empleando parcialmente un régimen de trabajo esclavo, borrar el enfrentamiento de productores y comerciantes en una colonia donde por condiciones económicas el segundo domina al primero. En una reciente polémica histórica que tuvo lugar en la Universidad de La Habana, y en labios de un alumno que se ufana de sustentar la interpretación materialista de la historia, oímos la afirmación de que la principal contradicción del siglo XIX cubano era la existente entre criollos y españoles. Su actitud demostraba hasta qué punto la superestructura histórica ha enajenado a los hombres de hoy y de qué manera este período de construcción del socialismo está impregnado de elementos capitalistas que oscurecen su comprensión. Así, la lámpara mágica de nuestros historiadores profesionales, Aladinos de la historia, borra del panorama de la Isla las trágicas figuras silenciosas del medio millón de esclavos —cinco años de promedio de vida en la plantación, 16 horas diarias de trabajo, sangrientas sublevaciones, inversión económica de centenares de millones de pesos— y pueden resumir el trágico año de 1834 en una polémica entre el cubano Saco y el español Tacón.

Hacia la creación de la verdadera historia

Creemos que ha llegado el momento en que nos replanteemos honestamente —en obligado aporte al socialismo que crece vigoroso—, cómo captar la verdadera historia, cómo crear al historiador nuevo que nos entregue la historia nueva, liberada de concepciones clasistas burguesas. La tarea es sumamente difícil, ya que no se trata de destruir unas cuantas premisas.

Las bases de la historia burguesa se van destruyendo ellas solas porque contradicen la verdad revolucionaria de nuestros días y aparecen a los ojos de los hombres nuevos como un atajo de mentiras sin sentido.

Pero este proceso de autodestrucción es lento, y aún permanecen en lo esencial en nuestros libros de historia y quizá se mantendrán durante muchos años más, ya que constituyen superestructuras que llegaron a formar categoría espiritual, sobre todo en la generación de transición. Quizá si el peligro mayor esté en el seudomaterialismo histórico que emerge y florece en los períodos de transición como una forma de oportunismo intelectual y que confunde fácilmente a la juventud.

En efecto, la nueva generación, normal ímpetu juvenil, destructor de las antiguas categorías, es consciente de que la historia escrita que le entregamos es falsa. Si no se llega a la raíz, la oposición a los mitos burgueses se transforma inicialmente en una actividad iconoclasta: destruir a Céspedes, a Saco, a Luz y Caballero, a Arango y Parreño… Bajar de su templo a los dioses burgueses y poner en su lugar a los nuevos dioses. Esta actitud no responde, como falsamente ha querido verse, a un sentido de irresponsabilidad juvenil, sino a un profundo deseo insatisfecho de justicia histórica. Y es normal que por falta de preparación —¿quién iba a prepararlos?— estos jóvenes sean terriblemente injustos en su justicia. Un caso concreto es el de Carlos Manuel de Céspedes, presentado por algunos seudohistoriadores —y por lo tanto seudorrevolucionarios— como un rico hacendado esclavista, dueño de un moderno ingenio azucarero. Cuando la realidad documental prueba que era un profesional acomodado que con grandes trabajos hacía moler un pequeñísimo trapiche, sumamente anticuado, llamado La Demajagua, donde trabajaban, exclusivamente, obreros asalariados.

Es necesario enfrentarse al problema de esta sed de nueva historia escrita, de esta necesidad que tiene la Revolución. Y la solución definitiva no está en pequeñas polémicas, en discutir y rediscutir a Saco, a Martí, a Céspedes, independientemente de que las discusiones de este tipo pueden ser muy útiles en muchos casos.

La solución definitiva está en la raíz del problema: no podemos escribir la historia nueva con materiales viejos y dándoles a los jóvenes de hoy una formación historiográfica típicamente burguesa y decadente.

Volvemos así a nuestra tesis inicial: no es posible una nueva historia de Cuba utilizando las fuentes decantadas, depuradas y seleccionadas por la que fuera burguesía cubana al servicio del imperialismo. Hablar de interpretación materialista de la historia, de una historia llamada, y basarse para ello en el acopio documental de los historiadores burgueses que nos precedieron, es sencillamente un fraude. Escribir la historia de Cuba tomando como documentación las obras históricas de nuestras oligarquías equivale a escribir la historia heroica de la Sierra a través de las noticias que ofreciera el Diario de la Marina.

Esto no significa ignorar las fuentes documentales de los historiadores burgueses. No pueden desecharse las fuentes utilizadas hasta hoy: no puede desecharse ninguna fuente. Lo que afirmamos es que estas fuentes han sido ya organizadas, depuradas y seleccionadas para construir los mitos históricos de la burguesía y con ellas no hay forma honesta de llegar a otras conclusiones que las típicamente burguesas. Hemos de tomarlas, simplemente, como una parte de la documentación, pero nuestros estudios deben necesariamente abarcar el panorama íntegro: el riquísimo mundo de cosas intocadas y nunca comentadas. Hay que ir hacia aquellas riquísimas fuentes que la burguesía eliminó del caudal histórico por ser precisamente las más significativas. Y con el apoyo de estas nuevas e imprescindibles investigaciones descubrir las leyes dialécticas de nuestra historia. Y obsérvese bien claramente que decimos descubrir y no aplicar; porque el otro gran fraude histórico consiste en tomar determinados esquemas materialistas, de la manera más simplista, y hacer con ellos un molde rígido donde depositar los datos. Sin una reinvestigación del pasado no puede hablarse, con absoluta probidad intelectual, de nueva historia cubana ni de interpretación materialista. Y quienes piensen que el camino es sumamente difícil, recuerden las palabras de Marx: “En la ciencia no hay calzadas reales, y quien aspire a remontar sus luminosas cumbres tiene que estar dispuesto a escalar la montaña por senderos escabrosos”.

Pero no es solo una reinvestigación: se trata de una reinvestigación con métodos nuevos. Porque si al total de las fuentes nos enfrentamos con la metodología historiográfica burguesa, de nuevo opera en nosotros el mecanismo burgués de selección, retornamos al antiguo camino y llegamos a las mismas viejas conclusiones. Las nuevas fuentes necesitan una nueva actitud acuciosa, que para actuar creadoramente ha de nacer de una formación científica distinta de la que imparten las actuales escuelas de historia en América. Los clásicos planes de estudios jamás podrán producir el nuevo historiador: y en este sentido, nuestras universidades no son una excepción.

En las carreras de estudios históricos no está incluida una sola investigación social o económica moderna, con prácticas concretas, trabajos de campo, y que enseñen consecuentemente la metodología de estas investigaciones. El alumno no se entera de los grandes problemas de la producción; no aprende cómo se traza un flujo tecnológico, y por lo tanto jamás se entera en su raíz qué honda transformación provocó en Europa el complejo de los nuevos telares o en Cuba la aplicación de la evaporación al vacío en los ingenios. No tiene la menor idea de un análisis de mercados de consumo, de venta, de distribución; no sabe cómo se investigan los módulos de vida de una comunidad rural. En una ocasión, y en una universidad cubana, pudimos comprobar que los alumnos de Historia de Cuba, que recibían además un seminario de Historia Republicana, ignoraban los más elementales mecanismos de la venta del azúcar, las ventas de futuros, los mercados residuales, etc. Y con estos alumnos, que hoy son profesores, se está impartiendo a los niños la enseñanza del pasado cubano y se espera escribir la nueva historia verdadera, exacta, científica, sin mitos.

Quizá la razón de todo esto esté en que, a nosotros los historiadores, se nos pueden aplicar las palabras del comandante Ernesto Che Guevara al hablar de los intelectuales: la culpabilidad reside en que no somos auténticamente revolucionarios. Sin embargo, reconociendo los errores propios y el lastre capitalista que llevamos, hagamos nuestro esfuerzo por apresurar la creación del historiador nuevo. Un historiador que tenga el concepto de que toda labor amplia de investigación es siempre un trabajo colectivo donde se resumen los aportes de experiencias psicológicas, económicas, tecnológicas, etc. Sabemos que ese historiador nuevo, además de sus profundas lecturas de documentos y libros antiguos, sabrá del trabajo productivo, no como disciplina impuesta sino por la belleza creadora de la producción. Sabemos que el nuevo historiador, aunque se especialice en una sola dirección, en una región y en un solo período, mantendrá siempre vivo el interés universal. Y que eso que los eruditos de hoy llaman dispersión será visto como lo que realmente es: espíritu universal y creador.

Podríamos terminar fijando unas últimas características de formación intelectual y moral. Quien no maneje e interprete las cifras, quien sea inepto para las matemáticas, jamás será historiador. Quien sea incapaz de comprender la belleza extraordinaria y el fabuloso mundo intelectual que hay detrás de un híbrido del maíz, una maquinaria o un nuevo alimento para el ganado, jamás será historiador.

Quien no sienta la alegría infinita de estar aquí en este mundo revuelto y cambiante, peligroso y bello, doloroso y sangriento como un parto, pero como él creador de nueva vida, está incapacitado para escribir historia.

Y quien, sobre todas las pequeñas rencillas personales, no sienta su deber moral de entregarlo todo por la Revolución, y esté consciente de las taras que arrastra y que no debe transmitir, quien en esta hora no sienta el deber de crear; quien no sienta el deber de estar aquí aunque sea simplemente quemándose como leña en este fuego; quienes no estén más allá de tu libro y el mío, de te-escribo-la-nota-de-tu-libro para que luego tú-me-escribas-la-nota-de-mi-libro, jamás podrán ser historiadores.

La Habana, octubre de 1966

Nota:

*Tomado de La Historia como arma y otros estudios sobre esclavos, ingenios y plantaciones, Editorial Crítica, Barcelona, 1984 (Prólogo de Josep Fontana).

Tomado de: http://www.lajiribilla.cu

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Cine: Honeyland, abejas y una mujer extraordinaria (+Video)

Honeyland, un documental de Tamara Kotevska y Ljubomir Stefanov

Por Saltamontes

La semana pasada llegó a las pantallas españolas el documental Honeyland, la deliciosa historia de Hatidze Muratova, quien en las montañas de Macedonia cría colonias de abejas y extrae miel utilizando un método profundamente respetuoso con los ritmos de la naturaleza.

Aprovechando el estreno de Honeyland no hemos querido dejar pasar la oportunidad de recomendar su visionado. Aunque sabemos que no será fácil encontrarla en cartelera, algunas oportunidades sí que hay. Esa suerte ya la tuvieron quienes pudieron verla el año pasado en la Seminci de Valladolid (donde fue premiada con la Espiga Verde) o en DocsBarcelona (Premio al mejor documental 2019). Reconocimientos no le faltan. Estuvo nominada a los Óscar en las categorías de mejor documental y mejor película internacional, siendo la primera no ficción que compite en esta categoría en la historia de los premios de Hollywood.

Honeyland es una película que tiene historia tanto delante como detrás de las cámaras y merece la pena por lo que nos cuenta, pero también por la belleza con la que está realizada. La dirigieron Tamara Kotevska y Ljubomir Stefanov quienes, tras conocer a Hatidze Muratova, la protagonista, decidieron rodar un documental sobre su vida en un pueblo remoto de las montañas de Macedonia, donde vivía con Nazife, su anciana madre. De la misma manera que ellas hacen su día a día sin electricidad ni agua caliente, tuvieron que rodar la película. Terminaban cuando se agotaban las baterías de sus cámaras y equipos. El rodaje duró tres años, con un total de cuatrocientas horas de grabaciones.

Poco a poco, las cuatro personas que integraban el equipo de rodaje fueron formando parte de la cotidianeidad de estas dos mujeres, únicas habitantes del pueblo. Mientras rodaban llegó al pueblo una familia nómada de origen turco, con siete hijas e hijos, un rebaño de ganado y un camión. De esta forma se incorporaron nuevos personajes a la historia y, también, una fuente inesperada de conflicto. Sin entrar en detalles, para no destriparla, el documental no es un simple estar y grabar lo que ocurre, sino que se percibe tal confianza que nos colamos en sus hogares e intimidad. La película refleja respeto por parte del equipo de cineastas, así como la generosidad de quienes son filmados.

Una aparente desventaja inicial, también pudo jugar a su favor: nadie en el equipo hablaba turco otomano, que es el idioma en el que se relacionaban la familia nómada con Muratova. Tardaron meses en conseguir una traducción, pero para entonces la película estaba prácticamente construida.

La historia de Hatidze Muratova

Muratova es una mujer que cría colonias de abejas en cestas hechas a mano que deja escondidas en rocas. Su forma de entender la “producción” es profundamente respetuosa con los ritmos de la naturaleza y tiene una regla: la mitad de la miel siempre se la quedan las abejas. Esta manera de hacer choca con otras formas de aprovechar los recursos naturales y, en la película, ambas acaban por encontrarse con la llegada de la familia nómada. Hasta el punto de que se pone en grave riesgo el medio de subsistencia de la apicultora y su madre.

Puede decirse que la historia es una metáfora, en un microcosmos muy particular, de lo que ocurre a gran escala. Es decir, de cómo un exceso de acaparamiento de recursos puede provocar un desequilibrio en la naturaleza, llegando incluso a amenazar la biodiversidad y la forma de vida de personas que, como la protagonista, habitan el planeta de una forma mucho más respetuosa que el paradigma actual.

Hatidze Muratova lleva una forma de vida en extinción. Tampoco hay que idealizarla, su vida es bastante dura. Ella no. Aunque suene cursi, es dulce como la miel. A pesar de la soledad y las dificultades, es una mujer generosa y divertida, que disfruta cantando y bailando, como su madre disfrutaba de los plátanos que le llevaba al volver de vender la miel en la ciudad más cercana. Normal que Kotevska y Stefanov quisieran rodar una película sobre ella.

Y normal que hayan después compartido el éxito de la película con Hatidze, a quien compraron una casa en un pueblo cercano (y habitado); así como con la familia Sam, ayudando con la escolarización de sus hijos e hijas. La visibilidad alcanzada ha servido para iniciar un proyecto destinado a mejorar sus vidas y las de su comunidad. Gracias al cine, o en concreto, a este tipo de cine, no solo conocemos otras realidades, sino que participamos en el cambio de sus protagonistas. Películas como esta, sirven para transmitir un mensaje que también es motor de cambio. Para el director de fotografía, Samir Ljuma, el mensaje de Honeyland, en este caso, es “un mensaje clarísimo de que tenemos que dejar algo de lo que hay para las generaciones futuras”.

Tomado de: https://www.elsaltodiario.com

Tráiler de Honeyland, un documental de Tamara Kotevska y Ljubomir Stefanov

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La última escolta (+Video)

Cartel del documental, La última escolta. Dirección: Fernando Galeas

Sinopsis

La madrugada del 11 de septiembre de 1973 el presidente Salvador Allende es despertado por integrantes de su escolta presidencial en su residencia de Tomás Moro, recibe el llamado donde le informan del golpe de estado en curso, sin dudarlo y rápidamente acompañado de sus fieles GAP aborda el Fiat 125 y se dirige a La Moneda. Pese al bombardeo, balazos y tanques la escolta combatió junto al presidente. Un pequeño grupo liderado por el joven Isidro García resistió a las fuerzas militares golpistas desde el Ministerio de Obras Públicas con una ametralladora Punto 30 y algunos fusiles. El destino, la astucia y valentía decretaron que él fuera uno de los pocos que sobreviviera al duro combate y a la posterior persecución. Este documental revive aspectos casi desconocidos de la vida en el GAP y del presidente Allende. Los relatos van revelando una conexión entre el pasado y el presente. Hoy Isidro García acompañado de su familia marcha junto a millones en la Plaza de la Dignidad, con la esperanza que por fin se abran las grandes Alamedas.

Ficha técnica

Dirección: Fernando Galeas

Guión y post producción: Fernando Galeas

Productor ejecutivo: Isidro García

Historiador: Roberto Avila Toledo

Banda sonora original: Cristián Orozco y Esteban Parra

Banda Sonora: Quilapayún, Escuela de Música Enrique Soro, Franco Toro y Cristián Orozco

Director musical: Franco Toro

Documental Formato: HD / 16:9

Año: 2020

Duración: 80 minutos

País: Chile

Documental completo

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Felices los que miran (+Video)

Fotograma del documental Por primera vez, de Octavio Cortázar (Cuba, ICAIC, 1967)

Por Pablo Caldera @p_abloc

La festividad de San Isidro de 1896 estuvo marcada por un milagro: la llegada de la lluvia que, tras unos meses de sequía intensa, despejó las preocupaciones de los madrileños y refrescó la verbena. En la víspera de la celebración patronal, cuando aún no había llovido, el operador de los hermanos Lumière, Alexandre Promio, congregó en una habitación del número 34 de la Carrera de San Jerónimo a los primeros espectadores de cine de España. Pocos periódicos mostraron al día siguiente gran interés por la noticia, y describían el espectáculo de forma concisa y breve: “Se trata de la proyección sobre un telón blanco de la fotografía animada, viéndose reproducidos todos los movimientos de personas y objetos que atraviesan la escena”. La proyección, organizada en rondas de quince minutos y con una duración total de dos horas, se repitió en el mismo lugar durante muchos días consecutivos y, lo que al principio parecía anecdótico, empezaba a despertar, pasadas algunas semanas, cierto estupor: “Continúa llamando poderosamente la atención del público, que llena todos los días el salón donde se da este nobilísimo espectáculo, el aparato cinematográfico, cuya exhibición causa al público verdadero asombro”. Pronto llegaron los primeros juicios, que resaltaban la calidad del cinematógrafo de los Lumière frente al rústico cinetoscopio de Edison, “porque el cinetoscopio es para un observador solamente, y las figuras aparecen de tamaño bastante pequeño, el cinematógrafo consiente ser adaptado a un aparato de proyección, y así verse las imágenes sobre una pantalla, con notable aumento, respecto del tamaño que tienen en la fotografía; de consiguiente, acercarse más a la realidad y permiten juzgar mejor del mecanismo de las escenas representadas (…) realizando uno de los mayores prodigios que se han visto en el presente: el invento no puede ser más sencillo, y sus efectos suspenden el ánimo y causan verdadera admiración”; y al mes, atraída por el creciente clima de fascinación colectiva, acudió al lugar la regente María Cristina. La prensa notificó que la mandataria salió de allí “complacidísima de un espectáculo que cada día tiene más admiradores”.

Uno de los mitos más consolidados del cine, tan repetido como repudiado y tan atractivo como para haber sobrevivido a todas las críticas, contradicciones e impugnaciones, es la idea que vincula al cine con la felicidad. En diciembre se cumplirán 125 años de la primera proyección de cine, pues no se puede decir que este arte “nace” hasta que no lo han hecho sus espectadores. En este siglo y cuarto, la categoría “espectador” ha mutado tanto que resulta difícil hacerse una idea compacta de lo que ahora significa, cuál es su comportamiento, sus reglas y sus motivaciones. Por muchos manuales “del espectador inteligente” y guías que se publiquen, es imposible dar cuenta con fructíferos resultados de la psicología del espectador, reducido ahora a una pasividad modélica, más cercana al teatro finisecular que al inofensivo desconcierto de los visitantes de aquella sala en San Jerónimo. La visibilidad siempre ha sido cuestión de privilegios y, por aquel entonces, el hecho de mirar una pantalla estaba restringido a un reducidísimo número de personas. Lograr la accesibilidad total al cinematógrafo parecía una tarea imposible. Habría que esperar treinta años para que surgieran los primeros intentos reales de lograrlo: se suele obviar que, en el contexto de las Misiones pedagógicas de la Segunda República no solo se hablaba de alfabetización, sino también de “educación visual” –o, en palabras de José Val del Omar, el encargado de la sección, “pedagogía kinestésica”–. Se trataba de seguir creando espectadores acudiendo a lugares a los que el cine todavía no había llegado. Algo similar muestra el cortometraje Por primera vez, realizado por Octavio Salazar en 1969, que documenta la llegada de un equipo de proyección a un pueblo cubano cuyos habitantes jamás habían visto imágenes proyectadas en una pantalla. La película que programaron para la ocasión fue Tiempos modernos.

A principios del siglo XX, el sociólogo francés Gabriel Tarde ya distinguía entre dos modalidades de espectador: aquellos que solo están vinculados por el hecho de compartir espacio, como en la multitud o foule; y un tipo de reunión en la que los congregados no se caracterizaban por su proximidad espacial sino por una conexión “mental” o “espiritual”, el público. Ese es el origen de la tan elitista distinción entre público y espectador, que da a entender que público solo hay en las óperas, en los auditorios y en los teatros, mientras que el espectador lo es pasivamente tanto en el sofá de su casa como en la sala de cine; una idea que asume ya que ver, mirar u observar es lo contrario de conocer, que hay un cisma entre el acto de ver y la reflexión; en definitiva, que, si existe el pensamiento visual, este siempre es posterior al acto de ver, en ningún caso un proceso simultáneo. Así, la pasividad que connota la noción del espectador, y que no tiene nada que ver con la falta o no de atención, no estaría únicamente referida a la inmovilidad, sino también a la ausencia de acción intelectual. La fascinación por la imagen y su reverso iconoclasta no es en absoluto un fenómeno específicamente moderno, y aunque el cine no esté exento de censuras agresivas –todo el escándalo que rodeó el estreno de La última tentación de Cristo de Martin Scorsese, y que culminó en un ataque con cócteles molotov al cine Saint-Michel de Paris–, todas estas se sitúan en el plano moral, el de la infame controversia. Ahora bien, ¿cómo conjugar la protesta, la queja, la controversia, rasgos que inexpugnablemente configuran la identidad del cinéfilo, con la asentada pasividad?

En estos 125 años de desarrollo del espectador, la felicidad se ha establecido como categoría estética en sustitución de la vieja idea de catarsis, vinculada al teatro. La consolidación del cine como nuevo arte exigía un despliegue de vocabulario novedoso y amplio, tan impreciso como sugerente y ambicioso. El éxtasis fue tal que desencadenó una suerte de delirio revisionista: el cine había llegado para cambiar la historia, para reescribir el pasado, pero lo había hecho demasiado tarde. Abel Gance declaraba en 1927 que, de seguir vivos, Shakespeare, Rembrandt y Beethoven no se dedicarían a la música ni a la literatura ni a la pintura sino al cine, cuya sofisticación moderna permitía formas de expresión elevadas, superiores a las del resto de artes. En 1948, Alexander Astruc fue un paso más allá e incluyó a René Descartes en la lista augurando un futuro para el cine como arquetipo ya no solo expresivo sino intelectual: “Descartes se encerraría en su habitación con una cámara de 16 mm y película y escribiría el Discurso del Método sobre la película, pues este sería actualmente de tal índole que sólo el cine podría expresarlo de manera conveniente”.

El ejercicio contrafáctico, con su dosis de envidia histórica, aumenta y reitera la megalomanía cinéfila. Surgen preguntas imposibles –¿cómo soñaba la gente antes de que existiera el cine?– y explicaciones místicas y alocadas sobre la búsqueda del movimiento en la pintura, sobre los límites de la fotografía o sobre la siempre abultada infancia. Al igual que la inocente Wendy de El mago de Oz, el espectador de cine buscaría en la pantalla un camino de baldosas amarillas que lo condujese a un territorio armónico y dichoso donde guarecerse de los males del mundo. Las revistas y los cineclubs asentaron sobre esta idea el perfil cinéfilo, tan arrogante y ensimismado como lo describe Vicente Monroy en Contra la cinefilia. En ese paraíso imposible suceden las películas de Truffaut y las de Woody Allen, pero también filmografías tan poco cercanas al disfrute y la satisfacción como la de Philippe Garrel. Queda, pues, la felicidad y su irresistible léxico –sueño, ilusión, vida, viaje, estrellas, camino, disfrute–; el cine alzado como una promesa dichosa. El tantas veces llamado “gran arte de masas”, sin embargo, ofrece una idea de felicidad individual y atomizada. La influencia del espectador de cine va más allá del armazón industrial que produce películas en masa, de los estudios de mercado y las narrativas del deseo; el espectador, a diferencia del público, es una ficción, una imagen alimentada de imágenes. Antes de celebrar la conquista del territorio dichoso, cabe preguntarse si es posible configurar una imagen única y precisa de la felicidad. En todo caso, en el pasaje que conduce a la arcadia cinéfila solo cabe uno.

Tomado de: https://ctxt.es 

Documental Por primera vez, de Octavio Cortázar (Cuba, ICAIC, 1967)

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Un inmenso archipiélago inconexo

Foto Telesurtv

Por Fernando Buen Abad Domínguez @FBuenAbad

Sin unidad de las fuerzas comunicacionales no hay clamor emancipador.

Somos un archipiélago inmenso de iniciativas comunicacionales inconexas. Tanto daño ha hecho el individualismo, el sectarismo y el aislacionismo… en todas sus metástasis, que incluso cuando se trabaja en equipo, algunos piensan que los otros son parte de un decorado que solo está para servir al que se cree “jefe” y “obra de sí mismo”. Estamos bajo peligro si permanecemos como un archipiélago inmenso de semiósferas inconexas, archipiélago inmenso cargado con “buenas ideas”, pero incomunicado. Un conjunto de islas solo unidas paradójicamente por lo que las separa. Para nuestra especie es imposible vivir aislados, aunque nos pensemos autosuficientes, auto-creados. Nuestra hipotética “personalidad singular”, no es más que el producto de las relaciones sociales y vivir como archipiélago es algo más que un aislamiento… en una patología.

Algunos piensan que es todo lo contrario, que vivimos una “proliferación” de comunicación hiper saturada con mensajes vacíos. Que hay sobredosis de medios tele-producidos y redes sociales “participativas” y “democratizadas”. Que no sufrimos insuficiencia de comunicación sino saturación de interactividad mediática. Pero tal descripción en nada coincide con el mapa real de la propiedad de las herramientas para la comunicación, de los motores semánticos mercantilizados y mucho menos en el modelo de acumulación monopólica dominante en el que la inmensa mayoría de los seres humanos vive silenciada y reducida a reproducir, objetiva y subjetivamente, los dispositivos de su enajenación rentable para colmo.

Pero la asimetría no ha cancelado la necesidad de expresarse. Comunicar es una necesidad social, una cualidad y un derecho humano de primer orden y, por eso, proliferan las iniciativas bajo la dinámica de las tensiones históricas de clase y las urgencias de todo tipo con que nos agobia el capitalismo. Desembozadamente, o clandestinas, las comunicaciones se dejan sentir de manera desigual y combinada. Aunque no siempre, por el aislamiento, nos enteremos.

Unirnos no implica uniformarnos. Implica, sí en primer lugar, informarnos con todo rigor, de tiempo y forma, qué pensamos y cómo nos proponemos intervenir en la transformación del mundo hacia otro de condiciones objetivas. El qué y el cómo por consenso meticuloso y dinámico. El qué y el cómo resolviendo los problemas más añejos y de abajo hacia arriba. Desde los más postergados y los más urgentes hasta los específicos de algunos sectores estratégicos. Sin derroches, sin emboscadas, sin oportunismos ni reformismos. Para empezar. Solo así podremos construir puentes pertinentes a las necesidades y convertir el “archipiélago” en una “red”. No faltan herramientas para conectar, falta democratizarlas para la unidad política y falta voluntad política para la unidas desde las bases. Los “poderes” le temen mucho a eso.

La Unidad debe ser expresión concreta de vínculos organizativos nuevos, creadores de soluciones prácticas, hacia condiciones de existencia en sintonía con las luchas y sus programas emancipadores. En primer lugar, el internacionalismo que nos expresa como una fuerza social planetaria, creada por el capitalismo, que busca emanciparse con una lucha mundial, económica y cultural, contra el sistema que depreda al planeta y a las personas. “Estar de acuerdo” debe definir el cómo.

Se trata de tender puentes en el archipiélago para romper el aislamiento y los antagonismos inducidos entre los pueblos. Luchar juntos contra las divisiones de clase en el comercio y el mercado mundial y en la producción industrial secuestrada por la dictadura de la usura. El internacionalismo de los oprimidos convertido en red de puentes contra los monopolios de la comunicación y la información. Nosotros debemos recordar siempre que las “alianzas” internacionales entre la clase dominante son sólo acuerdos temporales de negocios que financiamos nosotros en perjuicio nuestro siempre. Cada puente sobre el archipiélago debe ser fraternidad organizada para la lucha. No tiroteo de vanidades.

Tales puentes sobre el archipiélago no son una meta exclusivamente nuestra, ha sido anhelados durante mucho tiempo. Lo que se actualiza en estos puentes es lucha que descubre la urgencia de una sociedad sin clases ni divisiones como posibilidad deseable, posible y realizable (Adolfo Sánchez Vázquez). Y eso se debe al desarrollo de la consciencia porque, tal como está el mundo, aislados oprimidos dentro de la sociedad, sólo tenemos como salidas necrófilas. Todas las clases que en el pasado lograron hacerse dominantes trataron de consolidar la situación adquirida sometiendo a toda la sociedad a las condiciones de su modo de apropiación. Nosotros hoy no podremos conquistar las fuerzas productivas sino aboliendo el modo hegemónico de apropiación, y con él, todo modo de apropiación ilegítimo. Nosotros sólo salvaremos lo salvable y deberemos modificar todo lo que ha garantizado la ingeniería del despojo. Nuestra unidad de redes y puentes debe ser una transición hacia un “Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación” o sea, nuevos medios y modos para informarnos y comunicarnos en un contexto de nuevas relaciones de producción.

Pero la forma específica de tal unidad de nuestras fuerzas debe ser motor de los trabajadores desarrollado durante sus propias luchas. Se trata de lograr que la humanidad deje de ser una mercancía más, atomizada, para reproducir mansamente su propia subordinación. La materia prima de los “puentes” es, precisamente, esa consciencia de clase dispuesta a emanciparse construyendo convergencias de forma y fondo. Priorizar los principios sin desatender a las personas. Es una praxis que se va transformando minuciosamente en instrumento de precisión para desactivar el sometimiento de todos nosotros bajo la economía dominante. La unidad se hará esencial sólo si se garantiza su evolución permanente basada en la supremacía de la humanidad sobre el capital.

Prioridad de acción es construir la unidad. Puentes y redes que, a su vez, se desarrollen continuamente hasta cambiar la correlación de las fuerzas y los paradigmas. Las piedras angulares de nuestros puentes o interconexiones, en todos los sentidos, no pueden ser arbitrarias, sino expresiones concretas del ser social que planifica emanciparse. El de la comunicación es un asunto tan importante y duradero que no puede dejarse (solo) en manos de los Gobiernos efímeros. En última instancia, si los gobiernos deben definir sus políticas de comunicación, deberán hacerlo en colaboración orgánica con la calidad democrática que los medios emancipados y emancipadores sepan exigir e imponer como fuerza social real. Pero eso, ni con mucho, resuelve la necesidad de la tarea comunicacional más sólida que es la comunicación nueva transformada y transformadora que no depende de la agenda semántica de los gobiernos ni las burocracias pero que debe asumir sus responsabilidades y derechos para su desarrollo económico, tecnológico y estratégico. Ese es el reto.

Tomado de: https://www.telesurtv.net

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Espectros

Foto MVS Noticias

Por Elisa McCausland @reinohueco y Diego Salgado @diegos_lgado

La (pen)última sensación en lo que a apps de entretenimiento respecta se llama TikTok. Quinientos millones de usuarios en todo el mundo la emplean para transmutar imágenes grabadas con sus móviles en microrrelatos plagados de efectos ingeniosos. TikTok ha devenido el centro neurálgico de su creatividad y su diversión. Los vídeos más populares, capaces de procurar quince segundos de fama viral al común de los mortales, suelen apelar a la exaltación del propio yo, lo cotidiano y la cultura mainstream —sobre todo la musical— a través de lip syncs y coreografías, humor blanco, curiosidades, y gracietas de animales. Pero también hay espacio en ese “código ideológico de signos” global para lo extraño; o lo que es lo mismo, vídeos susceptibles de generar disrupciones en el flujo social de las imágenes.

Entre las cuentas de TikTok que apuestan por lo singular se hallan las gestionadas por sectas y suicidas, las debidas a performers de la intranquilidad vestidos de payaso u ocultos en sótanos con los cadáveres momificados de sus madres, y las que traducen a un nuevo formato las leyendas urbanas y los misterios sin resolver de siempre. Entre ellos nos gustaría destacar los vinculados a lo paranormal, el registro en imágenes de lo que no tiene explicación física.

De este apartado, nos interesan sobre todo los fantasmas, las manifestaciones figurativas más depuradas de lo que resulta imposible que se plasme en una imagen fotorrealista y, sin embargo, ha sido grabado por una cámara sobre el terreno o se ha tratado de que así parezca mediante trucos técnicos. Lo espectral puede cifrarse tan solo en un sonido, una sombra, un glitch o error sutil de grabación o reproducción; pero está ahí, no podemos sustraernos al enigma que implica su aparición.

La pervivencia del fantasma a lo largo de la historia de la creación y el registro de las imágenes es comprensible. Incluso cuando es a costa de risas nerviosas o consideraciones irónicas, que delatan en cualquier caso cierta incomodidad de fondo hacia el tema. El fantasma representa, al fin y al cabo, el pavor a aquello que está fuera del alcance de nuestra comprensión y nuestra mirada: las configuraciones del tiempo y el espacio que han tenido, tienen y tendrán lugar sin que nuestro ser forme parte de ellas.

Un fantasma nos recuerda que nosotros también acabaremos por ser para el mundo del mañana meros vestigios del pasado, huellas borrosas y de origen incierto. En ese sentido, tan pronto como en un libro inglés de salmos fechado entre 1308 y 1340 damos con una fábula ilustrada muy significativa: tres nobles se topan durante una recepción con otros tantos aparecidos de rasgos grotescos: sus propios cadáveres, que les advierten de que, pese a todo su poder presente, lo único que pueden esperar del futuro es su estado de descomposición.

En tanto vestigio o presagio de los momentos y los lugares a los que nunca tendremos acceso, el fantasma funciona además como síntoma de las limitaciones prospectivas del tiempo en que ha sido invocado. También del nuestro, por mucho que nos creamos en plena posesión de las mecánicas, los contenidos y los sentidos de la imagen en virtud de cómo se ha democratizado su producción y recepción. En palabras de Susan Owens, “los fantasmas constituyen reflejos indeseados de la época en que se representan. Dan cuenta de su estado anímico profundo y participan sigilosamente de sus tendencias culturales”. Así, los fantasmas de TikTok acechan a los usuarios en edificios de oficinas desiertos, espejos y escaparates de locales comerciales, y confortables salones de estar donde ven la televisión rodeados de mascotas.

El impacto del espectro para el espectador de hoy está ligado, por tanto, a su familiaridad con las localizaciones donde se aparece, así como a la credibilidad de las reacciones de quien graba y, por supuesto, de las texturas mismas de lo registrado. Nuestros ojos están tan saturados de imágenes que detectamos de forma instintiva si la agitación misteriosa de unos píxeles durante la grabación de un escenario vulgar es realista o no; si algo extraño ha logrado subvertir lo cotidiano, las imágenes cotidianas, o si se nos ha intentado engañar.

Durante siglos, sin embargo, la verosimilitud no fue un factor determinante a la hora de representar a los espectros en la pintura o la literatura. No se les exigía una adecuación estricta a los estilos y las técnicas que los ponían de manifiesto. En parte, porque no se aspiraba a hacer de ellos almas en pena, “arcanos emocionales” o disfunciones perturbadoras del aparato representativo, sino sublimaciones retóricas del sentimiento religioso y las angustias metafísicas y morales del individuo, como ejemplifica en la frontera entre los siglos XVI y XVII el fantasma del padre de Hamlet. En parte, también, porque el pensamiento mágico imperante en Occidente hasta que entró en escena la Ilustración no tenía entre sus prioridades distinguir entre planos simbólicos de realidad, disociar el espectro de lo tangible de la esfera intangible de los espectros.

Las cosas han cambiado bastante en los últimos dos siglos, al imponerse el dogma de la Razón y facilitar la tecnología la captura cada vez más fidedigna de la realidad o, para ser más exactos, de la realidad a la que podemos asomarnos gracias a nuestros propios órganos de visión, los ojos.

Vale la pena detenerse en el periodo que va desde el nacimiento de la fotografía a principios del siglo XIX hasta que se identifican del todo sus propiedades con el reflejo exacto de cuanto nos rodea, y no con la recreación imaginativa propia de las artes tradicionales. En aquel entonces aún es factible aceptar lo sobrenatural como parte orgánica de las imágenes, incluso cuando las disonancias visuales entre lo posible y lo imposible hoy nos parecen evidentes. Todavía quedan resquicios durante los prolegómenos del medio para la legitimación del pensamiento mágico, que en años posteriores mudará en la fiebre pseudocientífica del espiritismo y los médiums fotográficos.

La implantación progresiva de la fotografía, el cine, la radio, la televisión, las cámaras analógicas de vídeo y el paradigma digital se han caracterizado por una tensión todavía no resuelta entre lo que sabemos positivamente que es admisible en una imagen o un sonido, los trampantojos debidos a los efectos especiales o los defectos de grabación, y el malestar cultural, social y metafísico que nos impulsa a abismarnos con miedo y deseo en lo que no puede ser. Las dinámicas entre unos y otros aspectos es fascinante.

Por ejemplo, los espectros de los siglos XVIII y XIX adquirieron la condición generalizada de translúcidos a causa de la popularización de la acuarela y los trucos de linterna mágica y fantasmagoría que se empleaban en los espectáculos en vivo. Uno de los espectros más famosos de la historia del cine, la Sadako de The Ring (El círculo) (1998) y sus innumerables remakes, secuelas e imitaciones, debe gran parte de su efecto aterrador a nuestra ansiedad finisecular ante el ocaso de la cultura analógica. Y, poco después, con el advenimiento de la fotografía digital, surgen los orbs, aberraciones ópticas inesperadas que algunos pasaron a considerar de inmediato “fantasmas que aún no se hubiesen vestido para ser entendidos como tales por el ojo humano”.

Hasta los videojuegos, que apelan a nuestra capacidad imaginativa en base a algo tan cerebral como la ingeniería informática, han dado pábulo a partir de sus errores de diseño a toda una subcultura de lo espectral. Cada nueva tendencia del audiovisual deriva en una nueva fenomenología de la imagen, y en cada nueva fenomenología de la imagen se abre paso la desconfianza hacia la capacidad de la técnica que la ha conformado para captar toda la verdad acerca del mundo.

Esta paranoia llega al extremo de suscitar en ocasiones la idea de que, lejos de limitarse a respaldar lo que nuestros sentidos nos muestran, las tecnologías del audiovisual tratan de liberarse de nuestra programación y abrir la puerta a otras dimensiones de lo existente. Es algo a lo que juega de modo muy sugerente una de las mejores cuentas de TikTok con temática paranormal que pueden seguirse en la actualidad, @where_is_everybody

Tomado de: https://www.elsaltodiario.com

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La enseñanza perpetua de la Cinemateca

Foto Cubacine

Por Luciano Castillo

Nuestra Cinemateca arribó a su aniversario 60 el 6 de febrero de 2020 con no pocos resultados y muchos planes, unos perspectivos y otros en distintas fases de ejecución. Sobresale la atención primordial a la restauración de su patrimonio fílmico y un viraje radical en su dirección de comunicación, con especial énfasis en el sitio web y las redes sociales. Lo más relevante, incuestionablemente, es el reconocimiento para nuestra labor que significa la asignación por el gobierno y el Ministerio de Cultura de la siempre soñada nueva sede para la institución.

¡Y qué mejor espacio para acogerla que la residencia de Alfredo Guevara, representante de la estirpe de los fundadores! A su gestión debemos no solo el nuevo cine cubano promovido por el ICAIC, sino todo lo que generó: el Noticiero ICAIC Latinoamericano, la propia Cinemateca de Cuba, los cine móviles, el cine de animación con un criterio artístico, la llamada “escuela documental cubana”, el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, el movimiento de una cartelística cinematográfica con genuinos rasgos distintivos y el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.

La casa de la Cinemateca, situada en la calle 11 no. 806, entre 2 y 4, en El Vedado, deviene espacio idóneo para reunir sus fondos bibliográficos, hemerográficos y su creciente colección de copias en formato DVD y Blu-ray, dispersos hasta ahora en distintas áreas del edificio del ICAIC. Su remodelación permitirá, además, disponer de la pequeña sala El Mégano, destinada a proyecciones y conferencias, y un vasto patio para la realización de actividades multidisciplinarias, con el protagonismo del séptimo arte y sus creadores.

Varias brigadas constructivas trabajan intensamente junto a especialistas de la institución para que el acondicionamiento esté listo con el fin de inaugurarla el 22 de septiembre, fecha conmemorativa del trigésimo aniversario de la desaparición física de Héctor García Mesa, fundador y director de la Cinemateca de Cuba, que vivió por y para ella. El incansable Héctor, tan respetado por sus miembros, fue nombrado hace 35 años para ocupar una de las tres vicepresidencias de la Federación Internacional de Archivos Fílmicos (FIAF). Su impronta se advierte a partir de aquellos tiempos fundacionales desde la propia concepción de la programación en su sede original, el Cine de Arte ICAIC (hoy Charles Chaplin), con importantes actores a cargo de la traducción simultánea al español de los intertítulos en las películas silentes, y su extensión a todas las capitales de provincia y otras ciudades, algo que la diferencia del resto de las instituciones de su tiempo y que la convirtió en un museo en movimiento. Muchos cinéfilos nacidos en el interior del país nos formamos gracias a esta iniciativa.

En este sexagésimo año, la Cinemateca contribuyó decisivamente a incentivar la restauración de otra obra mayor en la historia de nuestro cine en el archivo de la Academia de Hollywood: La última cena (1976), de Tomás Gutiérrez Alea, seleccionado para la sección de clásicos por el Festival de Venecia. Ese honor correspondió en 2019 a La muerte de un burócrata, dirigido también por Titón, y exhibido en agosto junto a su documental El arte del tabaco en el Festival Il Cinema Ritrovato, de Bologna.

Coincido con François Truffaut cuando afirmó en 1968: “Todo lo que sé lo aprendí del cine, a través de sus películas. Del cine se aprende su historia, su pasado y presente en la Cinemateca. Solo en ella se aprende. Es una enseñanza perpetua. Yo formo parte de la gente que necesita volver a ver siempre viejos filmes, los del cine mudo y el sonoro. Por lo tanto, me paso la vida en la Cinemateca”.

Tomado de: http://cubacine.cult.cu

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Masacrar al periodismo (+Video)

Cartel del filme documental La Guerra contra el Periodismo: El Caso Julian Assange, de Juan Passarelli

Por Octavio Fraga Guerra @CineReverso

Anticipo que el documental que desmontaré en esta ocasión no es una pieza fílmica de denuncia, aunque algunos cuantos le podrían esa etiqueta. Son muchas las urgencias que, en su centenaria historia, han sido narradas mediante dicho género audiovisual. Se edifican como textos que aportan ideas, impulsan reflexiones, singularizan temas o forjan sustantivos resortes ideoestéticos. Son estos algunos de sus consensuados distingos.

Con la no ficción también se asientan los legados culturales de la singularidad y la diversidad, entretejidas en narraciones que subrayan valores identitarios. Al leer sus páginas fílmicas se nos develan las muchas culturas que convergen.

Son parte de sus brazas distintivas informar, interrogar la realidad o reconstruir el tiempo pretérito. Mucha de la filmografía universal que apunta hacia la no ficción, apunta también hacia la retórica editorial, hacia el periodismo de investigación.

Los atributos que caracterizan al cine documental son esenciales para el enriquecimiento de la familia, las sinergias de la escuela, Y claro está, aporta trazos formativos a una comunidad, a los estamentos socioculturales de una nación.

Este género audiovisual es como un libro de renovadas escrituras y urge jerarquizarlo en un prominente lugar, en complicidad con los signos de una “nueva” sociedad que apuesta, legítimamente, por otras formas de lecturas.

Compartiré más adelante apuntes sobre un filme pensado para la inmediatez, para el ahora mismo. Más bien para este minuto que usted acaba de destronar. Mientras se apropia de mis palabras, se pulverizan agitados minutos. Entonces ocurre lo obvio, el tiempo corre sin que podamos hacer nada para detenerlo.

A fin de cuentas, toca transitar junto a él para jerarquizar las esencias de la vida, el destino de ser parte de algo mayor: la humanidad.

Se impone significar sobre el contexto global que adsorbe este filme, que podría desmigajar sus pilares narrativos y el sentido de su, aun, corta existencia.

Este año, para algunos tan “diferente”, no son pocos los eventos que trastocan al planeta. Todos ellos nos permiten avizorar las rutas del futuro y trazar pronósticos enchufados en complejas integrales y derivadas. También nos empujan hacia los caminos donde se aplanan otros desafíos y se esconden las esencias que son parte de otros horizontes.

Somos testigos, también parte, de los embates de la COVID-19. De una brutal pandemia que cada día se lleva varios miles de vidas y también, de muchos otros miles que engrosan las estadísticas de los contagiados. Mientras esta enfermedad se enrola en una aritmética cíclica, se inoculan en las comunidades secuelas no solo físicas o sicológicas, también conflictos familiares y sociales. Se anticipan importantes estudios que apuntan a cimentar en humanos, secuelas y daños multifactoriales.

La cotidiana convivencia y la “vieja normalidad” han recibido un duro golpe global. Se han exacerbado confrontaciones, desencuentros, fragmentaciones sociales y agudas sospechas. Incluso, no han faltado las histerias colectivas protagonizadas por los negacionistas de esta virulenta enfermedad.

Mientras persisten sus brazas en los aposentos de nuestras vidas, la economía de todas las regiones transita en números rojos. Algunos tanques pensantes de esta materia, pronostican una pronta crisis asimétrica en todo el planeta, dibujada en proporciones inusitadas.

Pero los efectos del coronavirus no es solo el principal titular de este 2020. Lo ocupan también la brutalidad de la policía de los Estados Unidos contra los movimientos antirracistas, que se manifiestan contra de este flagelo, reinante en esa nación.

En el sur, en Nuestra América, emergen las cotidianas masacres que pintan de sangre a Colombia, impregnada de dolor por la violencia que aniquila a líderes sociales, abogados, periodistas, campesinos, medioambientalistas, defensores de los derechos humanos y exintegrantes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), firmantes de los Acuerdos de Paz de La Habana, que hoy pernocta en algún cajón de la Casa de Nariño.

Aunque no resulta prioridad para los mass media, incluyo, como riguroso destaque periodístico, el permanente genocidio de la soldadesca israelí que se empeña en anular al pueblo palestino. Los vídeos domésticos que afloran en las redes sociales, dan fe de las brutales prácticas que laceran la dignidad de hombres, mujeres y niños de esa nación. Mientras la furia sionista persiste, veo impregnada de sangre dos palabras recurrentes en los discursos equidistantes de los políticos de occidente: derechos humanos.

El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, no deja de ser noticia en las muchas páginas de los medios que pululan en el ciberespacio. Ya estamos “acostumbrados” a sus declaraciones obscenas, denigrantes, discriminatorias, de burdas y obsesivas mentiras, que nos dejan ver a un “estadista” de envolturas bufonescas, definitivamente esquizoide.

El inquilino de la Casa Blanca asume como política exterior el sancionar a cuanta nación y gobierno le parezca un peligro para la “seguridad nacional” de los estadounidenses y sus intereses geopolíticos. Se arroga el derecho de poner en el “banquillo de los acusados” a países que no comparten su modelo de democracia y bienestar. Rusia, China, Siria, Venezuela, Irán y Cuba son, tan solo, algunos de sus blancos habituales.

En toda esta ecuación de titulares se suman, por estos días, a la lista de noticias prominentes, los tintes de una Revolución de Colores, (o Golpes Blandos) en Bielorrusia. En su evolución, se toma rigurosa nota del manual del estadounidense Gene Sharp.

La demoledora explosión desatada en Beirut, que aniquiló a más de 200 personas y laceró la vida de miles de libaneses, desató la furia de imágenes dantescas afincadas en los televisores de toda nuestra geografía planetaria. Los daños millonarios en infraestructuras y viviendas son parte de esta trigonometría de sumas periodísticas venidas de un país que forma parte de Medio Oriente.

Todo este telar de pátinas informativas, y muchas otras, que podrían surgir ¿oportunamente?, amenazan con aplanar los destinos de un filme que amerita, y apremia, poner en los anaqueles de nuestras lecturas impostergables. El documental, La Guerra contra el Periodismo: El caso Julian Assange, del periodista de investigación y cineasta Juan Passarelli.

La portada de este filme se construye desde una plural economía de recursos de alto valor simbólico. Cada secuencia constituye un espacio de subrayadas intencionalidades. Es una carta de presentación temática, un anticipo editorial de lo que podrá ver el lector audiovisual. Convergen la entrevista en tonos de flash, la imagen testimonial y pensadas secuencias que edifican una línea sinóptica de verbales preguntas.

Múltiples cámaras protagónicas de este collage performativo, tomadas de muchas partes, brotan para compulsar a un lector que podría encontrarse frente a este audiovisual fílmico, desde una postura anonadada, pasiva, desconectado de mensajes que ameritan un tomar en cuenta; todas ellas montadas a manera de preludio.

Los personajes protagónicos de su discurso introductorio son múltiples. No solo son los entrevistados, sin dudas personas autorizadas, algunos de preponderancia mediática.

Son también importantes los otros. Los que arremeten contra periodistas en el ejercicio de sus funciones, los que anulan el ejercicio de informar aplicando la violencia, la sumisión. Una praxis claramente inoculada en nuestro inconsciente, en los predios de nuestras cotidianas lecturas audiovisuales, para algunos asumido como lectores pasivos.

Passarelli compone un metraje de mucha fuerza que sirve de punto de partida para sentarnos, desde la probada emotividad, en terrenos fílmicos narrados desde la retórica de los argumentos, la síntesis cronológica y los pasajes biográficos que legitiman los cimientos de este documental de improntas.

Las imágenes son limpias, ausentes de rasgaduras, de intervenciones estéticas e infografías, propias del periodismo de datos. La respuesta a esta solución fílmica está en los estamentos del periodismo de investigación, en la pantalla sobria, desnuda de artilugios contemporáneos. Entonces, en veladas insinuaciones de la imagen, Juan Passarelli emplaza contundente el título del filme, The War on Journalism: The Case of Julian Assange.

El documental transita por capítulos conexos, llenos de significados, autónomos por su naturaleza argumental. Todos ellos puestos en un telar de textura audiovisual, narrado desde los estamentos de una huella de autor.

Son las partes de un texto fílmico que reconstruye la otra verdad, el otro punto de vista. Emerge la argumentación que habita aplastada por el discurso mediático, vulgar, complaciente, también cómplice, con el gobierno de los Estados Unidos y el Reino Unido, “nuevo actor” de una confabulación presentada al público, bajo el prisma de una pátina judicial, de un ejercicio de la legalidad.

Julian Assange es el sujeto atacado, es el objetivo a abatir. Todas las fuerzas (de inteligencia, comunicación, diplomática, política y judicial) están emplazadas para anular el riguroso ejercicio del periodismo, la responsabilidad de sus actores y el deber que tienen estos profesionales con la sociedad, con la ciudadanía global. El periodista y editor australiano ha osado apuntar al poder, y este, ha asomado su ya conocida artillería de prácticas sucias.

La Guerra contra el Periodismo: El caso Julian Assange, se incorpora discursivo en pensadas jerarquías, resuelto con un selectivo arsenal de ideas sustantivas. La narrativa de esta parte del todo es solventada con una batería de entrevistas satisfecha en pequeñas dosis, en delgados compases. Son apuntes esenciales para sostener el argumentario, la mirada extendida hacia el lado de la verdad incuestionable.

El encuadre es biográfico, de cercanía. La cámara está emplazada buscando el centro de personajes identitarios, de dispares profesiones, de orígenes diversos, subrayando un collage de personalidades y sicologías.

No importa el fondo de la escena, ni el tamiz que secunda a cada entrevista. Mucho menos importan los objetos que parecen atrezos inocuos, faltos de protagonismos. La palabra es el centro de todo, el objetivo de estos esenciales discursantes. La faja narrativa avanza hacia vuestros predios, pues usted es el punto de mira de quienes aploman un abanico de preguntas resueltas, de interrogaciones nuevas.

Un abogado constitucionalista, (también columnista, bloguero, escritor y periodista); periodistas de investigación, articulistas de los medios, más otro cineasta, también periodista, son las brasas testimoniales de un compendio legitimador que posicionan la verdad oculta, la que evoluciona aplastada por el discurso hegemónico.

Julian Assange, Juan Passarelli (director del filme documental) y Residente, exlider del grupo Calle 13

En igualdad de línea significante, Juan Passarelli incluye el dialogo de Jennifer Robinson, abogada de Julian Assange. La interrogada tributa un pastizal de elementos jurídicos que son esenciales en los sustentos de esta entrega fílmica, como parte del cromatismo argumental que boceta el autor de esta pieza, genuina de la non-fiction.

Nuestra memoria es delgada, de consistencia efímera. Enruta esquiva, taciturna, empeñada en borrar desde el inconsciente, los recuerdos del dolor, lo que “altera” nuestros construidos espacios de confort. Incluso lo que resulta innegable, evidente, documentalmente probado.

El tiempo pretérito y los duros sucesos que habitan en él pueden estar “confinados” en algún lugar oscuro cuando nos trastoca el equilibrio de la vida. Nos apertrechamos de recursos para apagar lo que nos lacera nuestra memoria y transitar hacia un idílico mundo de icónicas lámparas superpuestas, entretejidas, como parte de una escenografía que no nos permite ver más allá de nuestro reducido círculo de habitualidades.

Hagamos memoria. El horror de la guerra en Irak y Afganistán. Las inmorales prácticas de las cloacas del poder político del gobierno de los Estados Unidos y sus aliados de occidente. La demencia de la tortura, protagonizada por la Agencia Central de Inteligencia (Cia), aplicada a “terroristas” en la Base Naval de Guantánamo y en muchos otros Centros de detención clandestinas. Todas estas, y muchas otras más, son parte de los sucesos que anudan el recuerdo de muchos millones, de miles de millones de hombres y mujeres, testigos distantes de estas verdades consumadas.

Estas premisas, solventadas en horizontales argumentos, son contadas en este filme como parte de una lógica narrativa que sirve para resolver los desafíos que amenazan la verdad, muchas veces anulada, y el destino de Julian Assange, hoy encarcelado en la prisión de máxima seguridad de Belmarsh, en las afueras de Londres.

El filme documental, en otra parte del todo, evoluciona desde la lógica de los sucesos. Prominente suma de recursos distinguen sus vocabularios fílmicos, apertrechados no solo por acusadas entrevistas.

Reportajes de plurales fuentes, imágenes de sinuosas envolturas, más una ruta de declaraciones amenazantes, como punto final de un desenlace en curso, definen la envoltura de otro capítulo audiovisual. El cierre de este bloque es bien significativo. El presidente de los Estados Unidos Donald Trump declara sobre “el caso”: Julian Assange.

Treinta metros cuadrados son, también, protagonistas de esta suma de partes. El escenario, la Embajada de Ecuador en Londres. Assange no deja de emplazar al gobierno de los Estados Unidos, hace uso del micrófono y apunta, sin que le tiemble el pulso, frente a la cacería que se vislumbra contra el líder de WikiLeaks.

El mensaje está claro. Mientras esté libre ustedes no me pueden amordazar, no pueden destruir mis palabras soportadas por argumentos, pruebas documentales, verdades incontestables. La suerte está echada y la ofensiva se anticipa con todas las fuerzas, las del poder infame. Es la lógica de la fuerza bruta vestida de “Derecho”.

No es un pasaje gratuito tomado para rellenar minutos de pantalla. Encierra el valor simbólico de una posición frente a los designios de un destino: el de enfrentar la prepotencia del poder global, la amenaza del encierro.

Otro tempo discurre en esta suma se secuencias, otro ritmo atropellado, turbulento. Se produce la ruptura del montaje trepidante para caer en la calma de la argumentación, uno de los pilares del filme. La palabra es poderosa y ella no exige que se le pinte de artilugios, se encumbra con fuerza desde los cimientos de la verdad.

Nuevamente los treinta metros cuadrados de la Embajada de Ecuador en Londres, protagonizan la historia documental. Este significante espacio, adquiere veladas dimensiones, como escenario de continuidad, como punto de mira y aguda observación, “pues hay que anular al enemigo, a como dé lugar”, podría haber dicho cualquier fuente anónima, de alguna agencia de los Estados Unidos.

Se refuerza la cacería contra Assange, la sofisticación de los métodos son el signo de otra cruzada. No se trata de aniquilar al “cabeza visible”, lo que se pretende materializar es la desintegración del símbolo.

Un signo siempre es un peligro, no es un ente material, un elemento tangible. Descomponer sus esencias es parte de la lógica del poder cuando este se sustenta en pilares que son ajenos a la existencia humana, a los preceptos que nos son comunes.

Dos soluciones distinguen a este texto audiovisual desde la perspectiva de una puesta en escena de probada resolución fílmica documental.

Dos partes, aparentemente contrapuestas que se complementan para resolver los trazos humanos son consustanciales al tejido interior que envuelve al protagonista: las circunstancias personales que le son favorables —que legitiman los acentos humanos de la historia— y los elementos adversos que entorpecen el curso de una vida digna.

Las revelaciones de The CIA attack, construido por agudos capítulos, como parte de un intenso texto documental, constituye un punto de giro genuinamente cinematográfico. Nos empuja hacia los resortes finales de esta pieza, esencial para entender que no estamos frente a un asunto de un solo hombre, de un solo protagonista, de una historia doméstica.

Quebrar es una palabra recurrente en los manuales de tortura de la CIA y de muchas otras agencias de occidente. Al “enemigo” hay que anularlo, despojarlo de lucidez. Descolocarlo en el tiempo y en el espacio para que pierda el control de sus acciones, trastoque sus más sobrios comportamientos. Se trata de destronar la dignidad, las marcas humanas, la sabia para enfrentar sus “mejores” peligros.

Siete años en la Embajada de Ecuador en Londres no bastan para seguir achicando las fuerzas de un hombre empeñado en hacer valer la verdad, principio universal de la dignidad.

La prisión de Belmarsh es el otro espacio pensado para seguir comprimiendo sus brazas, sus afincados argumentos. Es tan solo un proceso macabro, de envoltura visceral, tejido para descomponer los saberes de un hombre, de un colectivo. Un grupo de hombres y mujeres que asumen el ejercicio de la información como una práctica venerada.

Juan Passarelli recoge los testimonios de los que pudieron verlo en ese espacio de encierro. Subraya sobre lo que se pudo conocer de su estado físico y mental, que tomaron corporeidad, en medio de extremas medidas de reclusión. La justicia británica pone en el mismo peldaño a Julian Assange, confinado junto a criminales, pedófilos, violadores múltiples, terroristas. Ese burdo paralelismo resulta aberrante, injustificado.

El cierre del último tercio de esta pieza fílmica transita entre la denuncia y el asombro. La indignación y el relato colectivo son parte de la batalla por la liberación de Julian Assange.

Las atrocidades del sistema judicial británico contra este caso son bien conocidas. El autor de La Guerra contra el Periodismo: El caso Julian Assange, asume significarlas, mostrarlas en toda su dimensión, con todas sus variables, que apuntan hacia un curso sombrío. La voluntad popular es la única fuerza que lo salvará del encierro definitivo.

La justicia de los Estados Unidos le anticipa una condena de 175 años de cárcel. El estado de Virginia sería la ciudad donde juzgarían al líder de WikiLeaks. Los miembros del jurado: oficiales de la Agencia Central de Inteligencia (Cia), del Buró Federal de Investigaciones (Fbi), el Pentágono y la Agencia de Seguridad Nacional (Nsa). Se enfrenta a 18 cargos criminales federales por el gobierno de los Estados Unidos, debido a la presunta obtención y divulgación ilegal de información secreta. Las nuevas imputaciones se suman al cargo de conspiración anunciado por Washington.

La cronología del periodismo cuenta con ejemplares historias de vida, de hombres y mujeres que encumbraron la profesión. El asesinato del periodista y escritor comunista, Julius Fučík, detenido por la Gestapo y posteriormente ejecutado, es la más internacional de ellas.

El reportero español José Couso fue asesinado en Bagdad por tropas de los Estados Unidos durante la invasión de Irak de 2003, en el Hotel Palestine. Ninguno de los responsables —el sargento Thomas Gibson, el teniente coronel Philip de Camp y el capitán Philip Wolford— ha sido juzgado por tribunal alguno.

Las filtraciones de documentos diplomáticos de los Estados Unidos realizadas por el portal WikiLeaks, a partir del 28 de noviembre de 2010, aparecen en cables de la embajada estadounidense en España, y develan las presiones del entonces embajador Eduardo Aguirre sobre la investigación del fallecimiento de José Couso.

Juan Passarelli, periodista y cineasta de Guatemala, radicado en Londres, ha logrado con La Guerra contra el Periodismo: El caso Julian Assange, condensar narraciones significantes, pobladas de simbologías, sólidos argumentos, debidamente resueltos como obra de investigación periodística.

El filme nos pone en primer plano la impunidad, la soberbia, el uso de la fuerza y el poder, para acallar a los que arremeten contra atrocidades que son de conocimiento público.

Ficha técnica

Título original: The War on Journalism: The Case of Julian Assange.

Título en español: La Guerra contra el Periodismo: El Caso Julian Assange

Guión y dirección: Juan Passarelli

Edición y efectos visuales: José Passarelli

Narradora: Suzie Gilbert

Productora: Guerrilla Pictures

País: Reino Unido

Año: 2020

Tiempo: 38 min.

Documental completo

Nota del editor: El documental no está subtitulado en español. Aplicando la herramienta automática que ofrece Youtube, se puede hacer una buena visualización en nuestro idioma.

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Carta abierta de Adolfo Pérez Esquivel exige la inmediata liberación de Julian Assange

Foto La Prensa Panamá

Por Adolfo Pérez Esquivel

Los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña llevan a cabo una persecución desde hace años en contra de Julian Assange. Hoy se tramita un juicio para que se autorice su extradición a los Estados Unidos, país que es uno de los mayores violadores de los Derechos Humanos y de los Pueblos en el mundo.

Julián Assange publicó en la plataforma Wikileaks información sobre los crímenes de guerra, corrupción y espionaje global del gobierno de Estados Unidos contra los pueblos, y por tal motivo es perseguido. Washington busca ocultar o silenciar toda exposición de sus políticas de terror impuestas a otros países.

El ex presidente Rafael Correa le concedió asilo diplomático y estuvo alojado en la Embajada del Ecuador en Londres desde 2012 hasta abril del 2019, cuando Lenin Moreno autorizó a las autoridades británicas a ingresar en su embajada y que lo arrestaran. Desde entonces permanece en confinamiento solitario en la prisión de alta seguridad de Belmarsh. El 7 de septiembre comenzó su juicio de extradición. Si éste llegara a prosperar sería juzgado en el Distrito Este de Virginia, conocido como el Tribunal de Seguridad Nacional de los Estados Unidos. Hasta ahora ningún acusado de atentar contra la seguridad nacional ha ganado un caso en ese tribunal.

Reclamamos la libertad de Julian Assange

El Relator Contra la Tortura de Naciones Unidas, Nils Meltzer, considera que la detención de Julian Assange es injusta y arbitraria, lo mismo que su enjuiciamiento. Además, en la cárcel inglesa ha sido sometido a torturas y a un trato inhumano, y debe ser liberado y resarcido de inmediato.

Por todo ello numerosos organismos de Derechos Humanos, cientos de Juristas, mandatarios y periodistas de todo el mundo reclaman la libertad de Julian Assange.

Hacemos un llamado a los medios de información para que exijan su libertad:  se encuentra en situación de riesgo y su salud está en peligro. Es urgente proteger su integridad psicofísica y ser conscientes de que si es extraditado a Estados Unidos le aplicarían una pena de 175 años de prisión, lo cual equivaldría a una condena a muerte.

Assange no es ciudadano de Estados Unidos y la plataforma Wikileaks es global. Si procede la extradición su caso serviría de antecedente para que cualquier periodista de investigación pudiera ser juzgado en los Estados Unidos por revelar crímenes perpetrados por orden de Washington en terceros países. Lo que se está juzgando es la libertad de expresión y el derecho a informar y ser informado con la verdad.

El objetivo de la persecución del gobierno de Trump contra Julian Assange, es mantener en secreto las actividades del complejo industrial-militar y lograr la impunidad de los crímenes cometidos por Estados Unidos en el mundo.

Adolfo Pérez Esquivel

Premio Nobel de la Paz

Buenos Aires, 8 de Septiembre de 2020

Tomado de: https://www.resumenlatinoamericano.org

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El juicio a Julian Assange: Un ataque a la libertad de prensa

Free Julian Assange!!!!!

Por Noam Chomsky y Alice Walker*

El lunes, Julian Assange fue llevado al Old Bailey para continuar su lucha contra la extradición a Estados Unidos, donde la administración Trump lanzó el ataque más peligroso contra la libertad de prensa en al menos una generación al acusarlo de publicar documentos del gobierno estadounidense. En medio de la cobertura de los procedimientos, los críticos de Assange inevitablemente han comentado sobre su apariencia, los rumores de su comportamiento mientras estaba aislado en la embajada ecuatoriana y otros detalles procaces.

Estas distracciones predecibles son emblemáticas del lamentable estado de nuestro discurso político y cultural. Si Assange es extraditado para enfrentar cargos por ejercer el periodismo y exponer la mala conducta del gobierno, las consecuencias para la libertad de prensa y el derecho del público a saber serán catastróficas. Sin embargo, en lugar de abordar seriamente los importantes principios que están en juego en la acusación sin precedentes de Assange y los 175 años de prisión que enfrenta, muchos preferirían centrarse en perfiles de personalidad intrascendentes.

Assange no está siendo juzgado por andar en patineta en la embajada ecuatoriana, por tuitear, por llamar a Hillary Clinton un halcón de guerra o por tener una barba descuidada cuando fue arrestado por la policía británica. Assange enfrenta la extradición a Estados Unidos porque publicó pruebas incontrovertibles de crímenes de guerra y abusos en Irak y Afganistán, avergonzando a la nación más poderosa de la Tierra. Assange publicó pruebas contundentes de “las formas en que el primer mundo explota al tercero”, según la denunciante Chelsea Manning, la fuente de esa evidencia. Assange está siendo juzgado por su periodismo, por sus principios, no por su personalidad.

Probablemente hayan escuchado el estribillo de críticos bien intencionados: “No tiene por qué agradarles, pero deben oponerse a las amenazas de silenciarlo”. Pero ese estribillo pierde el sentido al reforzar los motivos manipuladores desplegados contra Assange.

Cuando se sienta un precedente gravemente peligroso, los gobiernos no suelen perseguir a las personas más queridas del mundo. Se dirigen a aquellos que pueden ser retratados como subversivos, antipatrióticos o simplemente raros. Luego, distorsionan activamente el debate público al enfatizar esos rasgos.

Estas técnicas no son nuevas. Después de que Daniel Ellsberg filtró los Documentos del Pentágono a los periodistas para exponer las mentiras del gobierno de Estados Unidos sobre Vietnam, los “Plomeros de la Casa Blanca” de la administración Nixon irrumpieron en la oficina del psiquiatra de Ellsberg en busca de material que pudiera usarse para desacreditarlo. El denunciante de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) Edward Snowden fue retratado falsamente como colaborador de los chinos y luego de los rusos. La obsesión por la salud mental y la identidad de género del analista de inteligencia militar Manning era omnipresente. Al demonizar al mensajero, los gobiernos buscan envenenar el mensaje.

La fiscalía estará muy feliz cuando la cobertura de la audiencia de extradición de Assange se convierta en tangentes y difamaciones irrelevantes. Poco importa que la barba de Assange fuera el resultado de la confiscación de su kit para afeitado, o que se haya probado que los informes de que Paul Manafort lo visitaba en la embajada eran inventados. Para cuando estas pequeñas afirmaciones sean refutadas, el daño estará hecho. En el mejor de los casos, el debate público sobre los problemas reales se descarrilará; en el peor de los casos, la opinión pública será manipulada a favor del establecimiento.

Al desviar la atención de los principios del caso, la obsesión por la personalidad resalta la importancia de las revelaciones de WikiLeaks y hasta donde los gobiernos han ocultado la mala conducta a sus propios ciudadanos. Destaca cómo las publicaciones de Assange de 2010 expusieron 15.000 víctimas civiles previamente no contadas en Irak, bajas que el Ejército de Estados Unidos habría enterrado. Destaca el hecho de que Estados Unidos está intentando lograr lo que los regímenes represivos solo pueden soñar: decidir qué pueden y qué no pueden escribir los periodistas de todo el mundo. Destaca el hecho de que todos los denunciantes y el periodismo en sí, no solo Assange, están siendo juzgados aquí.

*Copresidentes de AssangeDefense.org

Tomado de: https://www.pagina12.com.ar

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