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Una hermosa criatura*

Marilyn Monroe

Por Truman Capote

Escena: La capilla de la funeraria Universal en la Avenida Lexington y la calle Cincuenta y dos, Nueva York. Un interesante grupo representativo se apretuja en los asientos: celebridades, en su mayoría, del ambiente teatral, cinematográfico y literario internacional presentes todos en homenaje a Constance Collier, la actriz nacida en Inglaterra, que murió el día anterior, a los setenta y cinco años.

Nacida en 1880, Miss Collier comenzó su carrera como corista de teatro de variedades, pasando de allí a convertirse en una de las principales actrices shakesperianas de Inglaterra (y novia, de por vida, de Sir Max Beerbhom, con quien nunca se casó, siendo tal vez por esa razón la inspiración de la traviesa e inconseguible heroína de la novela de Sir Max, Zuleika Dobson). Después de un tiempo emigró a los Estados Unidos, donde se convirtió en una importante figura en el teatro de Nueva York y en el cine de Hollywood. Durante las últimas décadas de su vida vivió en Nueva York; allí daba clases de teatro de alto nivel: sólo aceptaba profesionales como estudiantes, y por lo general profesionales que ya eran “estrellas”. Katharine Hepburn fue su alumna permanente. Otra Hepburn, Audrey, fue igualmente una de las protegidas de la Collier, igual que Vivian Leigh y, unos meses antes de su muerte, una neófita a quien Miss Collier llamaba “mi problema especial”: Marilyn Monroe.

Marilyn Monroe, a quien conocí por intermedio de John Huston cuando dirigía La jungla de asfalto, la primera película en que Marilyn habló, pasó a ser protegida de Miss Collier por sugerencia mía. Conocía a Miss Collier desde hacía unos seis años, y la admiraba como mujer de mucho valor en el aspecto físico, emocional y creativo, y por ser, a pesar de sus modales altaneros y de su voz de gran catedral, una persona adorable, levemente malvada pero excesivamente cálida, digna, pero gemütlich. Me encantaba ir a los pequeños almuerzos que ofrecía con frecuencia en su oscuro estudio victoriano en el centro de Manhattan; tenía una infinidad de historias acerca de sus aventuras como primera figura con Sir Beerbhom y el gran actor francés Coquelin, su relación con Oscar Wilde, Chaplin de joven y la Garbo en los primeros años de la sueca, en las películas mudas. En realidad, era una delicia, igual que su fiel secretaria y compañera, Phyllis Wilbourn, una solterona brillante pero callada que, después de su muerte pasó a ser, y sigue siendo, acompañante de Katharine Hepburn. Miss Collier me presentó a muchas personas de quienes me hice amigo: los Lunt, los Olivier y especialmente Aldoux Huxley. Pero fui yo el que le presentó a Marilyn Monroe, y al principio no le interesó conocerla, no veía muy bien, no había visto las películas de Marilyn, y en realidad no sabía nada de ella, excepto que era una especie de bomba sexual de pelo platinado, de fama mundial. En fin, no parecía arcilla adecuada para la severa y clásica formación de Miss Collier. Pero yo pensé que podían hacer una combinación estimulante.

Así fue. “Oh, sí”, me informó Miss Collier. “Tiene algo. Es una hermosa niña. No lo digo por lo obvio, tal vez demasiado obvio. No es una actriz, en absoluto, en el sentido tradicional. Lo que ella tiene, esa presencia, esa luminosidad, esa inteligencia deslumbrante, nunca podría salir a relucir en el escenario. Es algo tan frágil, tan sutil, que sólo la cámara puede captarlo. Es como un colibrí en vuelo: sólo la cámara puede congelar su poesía. Pero quien piense que la chica es otra Harlow, o una puta, está loco. Hablando de locura, es de eso que nos estamos ocupando: de Ofelia. Supongo que la gente se reiría de sólo pensarlo, pero realmente podría ser la Ofelia más deliciosa del mundo. Estaba hablando con Greta la semana pasada, y le hablé de Marilyn como Ofelia, y Greta dijo sí, que lo creía porque la había visto en dos películas, muy comunes y vulgares, pero que de todos modos dejaban entrever las posibilidades de Marilyn. En realidad, Greta tiene una idea divertida. ¿Sabes que quiere hacer una película de Dorian Gray? Con ella como Dorian, por supuesto. Bueno, dijo que le gustaría que Marilyn fuera una de las chicas que Dorian seduce y destruye. ¡Greta! ¡Tan desaprovechada! Y qué talento, bastante parecido al de Marilyn, cuando se piensa. Por supuesto, Greta es una actriz consumada, de máximo control. Esta hermosa criatura carece de todo concepto de disciplina o sacrificio. No sé por qué, pero me parece que no llegará a vieja. Es absurdo que lo diga, pero siento que morirá joven. Espero, ruego, que viva lo suficiente para liberar ese talento tan extraño y encantador que es en ella como un espíritu prisionero.”

Ahora Miss Collier ha muerto, y yo estaba en el vestíbulo de la capilla Universal esperando a Marilyn. Hablamos por teléfono la noche anterior y quedamos en sentarnos juntos en el servicio, que empezaría al mediodía. Ya llevaba más de media hora de retraso. Siempre llegaba tarde, pero pensé que, por una sola vez, podía llegar a horario. ¡Por el amor de Dios! ¡Maldición! De repente llegó, pero no la reconocí hasta que me dijo…

MARILYN: Querido, perdóname. Pero como ves, me maquillé y luego pensé que no debería ponerme pestañas postizas ni pintarme los labios ni nada, de modo que me lavé la cara, y no sabía qué ponerme…

(Lo que se había puesto finalmente habría sido apropiado para la abadesa de un convento que asiste a una audiencia privada con el Papa. Tenía el pelo totalmente cubierto por un pañuelo de chifón negro, un vestido negro suelto, largo, que parecía prestado, medias de seda negra que opacaban la rubia belleza de sus esbeltas piernas. Seguro que una abadesa no se habría puesto los zapatos de tacos altos, negros y vagamente eróticos, que había elegido, ni los anteojos oscuros, de lechuza, que tornaban dramática la palidez de vainilla de su fresca piel.)

TC: Se te ve muy bien.

M: (royendo la uña del pulgar, ya totalmente comida): ¿Estás seguro? Estoy tan nerviosa, ¿sabes? ¿Dónde está el baño? Si pudiera ir un momento…

TC: ¿A tomarte una píldora? ¡No! Shhh. Esa es la voz de Cyril Ritchard: ya ha empezado el panegírico.

(De puntillas, entramos en la capilla llena de gente y logramos ubicarnos en un espacio estrecho en la última fila. Cyril Ritchard terminó de hablar. Lo siguió Cathleen Nesbitt, colega de toda la vida de Miss Collier, y finalmente Brian Aherne se dirigió a los presentes. Durante todo este tiempo, mi acompañante no cesaba de quitarse los anteojos para enjugar las abundantes lágrimas que brotaban de sus ojos azul grisáceos. Algunas veces la había visto sin maquillaje, pero hoy presentaba una nueva experiencia visual, un rostro que no había observado antes, y al principio no me di cuenta de qué pasaba. ¡Ah! Era por el pañuelo de cabeza. Con el pelo oculto, el cutis sin cosméticos, parecía de doce años, una virgen pubescente recién admitida en un orfelinato, que se lamenta por su suerte. Por fin la ceremonia terminó, y la congregación comenzó a dispersarse.)

M: Por favor, sentémonos aquí. Esperemos a que se vayan todos.

TC: ¿Por qué?

M: No quiero tener que hablar con todo el mundo. Nunca sé qué decir.

TC: Siéntate tú aquí, que yo esperaré afuera. Tengo que fumar un cigarrillo.

M: ¡No me puedes dejar sola! ¡Dios mío! Fuma aquí.

TC: ¿Aquí? ¿En la capilla?

M: ¿Por qué no? ¿Qué vas a fumar? ¿Marihuana?

TC: Muy graciosa. Vámonos.

M: Por favor. Hay un montón de fotógrafos abajo. Y por supuesto que no quiero que me saquen fotos con esta ropa.

TC: No te culpo.

M: Dijiste que se me veía muy bien.

TC: Y es verdad. Estás perfecta para el papel de la novia de Frankenstein.

M: Te estás riendo de mí ahora.

TC: ¿Te parece?

M: Te ríes por dentro. Y ésa es la peor clase de risa. (Frunciendo el ceño; mordiéndose la uña del pulgar.) En realidad, podía haberme puesto maquillaje. Todo el mundo aquí estaba maquillado.

TC: Incluso yo.

M: Hablando en serio. Es el pelo. Necesito tintura, y no tuve tiempo. Todo fue tan inesperado. La muerte de Miss Collier. ¿Ves?

(Se levantó un poquito el pañuelo para mostrarme una franja negra en la raya del pelo.)

TC: Pobre e inocente de mí. Yo que creía que eras una rubia auténtica.

M: Lo soy. Pero nadie es tan natural. ¿Por qué no te vas a la mierda?

TC: Bueno, ya se han ido todos. Vamos, levántate.

M: Estos fotógrafos están ahí todavía. Lo sé.

TC: Si no te reconocieron al entrar, no te reconocerán cuando salgas.

M: Uno me reconoció. Pero me metí por la puerta antes de que empezara a gritar.

TC: Debe haber una puerta posterior. Podemos salir por ahí.

M: No quiero ver ningún cadáver.

TC: ¿Por qué vamos a ver cadáveres?

M: Esto es una funeraria. Deben guardarlos en alguna parte. Lo único que me falta, entrar en un cuarto lleno de muertos. Ten paciencia. Iremos a alguna parte y te invitaré a tomar champagne.

(De modo que nos quedamos sentados y Marilyn dijo: “Odio los funerales. Me alegro de no tener que ir al mío. Sólo que no quiero funeral, y que uno de mis hijos, si tengo alguno, tire mis cenizas al viento. Hoy no habría venido de no ser porque Miss Collier me quería, se preocupaba por mi porvenir y era como una abuelita, una abuelita severa, pero que me enseñó muchas cosas. Me enseñó a respirar. Lo he aprovechado, y no sólo cuando actúo. Hay otros momentos cuando respirar es un problema. Pero cuando me enteré de la muerte de Miss Collier, lo primero que pensé fue: Oh, Dios mío, ¿qué pasará con Phyllis? Miss Collier era toda su vida. Pero me enteré de que se fue a vivir con Miss Hepburn. Feliz de Phyllis. Lo pasará tan bien ahora. Me gustaría cambiar con ella. Miss Hepburn es una persona maravillosa. En serio. Ojalá fuera amiga mía. Podría llamarla a veces y… bueno, no sé, charlar con ella”.

Hablamos de cómo nos gustaba Nueva York y de cuánto aborrecíamos Los Angeles. “Aunque nací ahí, no se me ocurre nada bueno que decir de Los Angeles. Si cierro los ojos, y me imagino Los Angeles, todo lo que veo es una gran várice.” Hablamos de actores y actuaciones. “Todos dicen que no sé actuar. Decían lo mismo de Elizabeth Taylor. Y se equivocaron. Estuvo magnífica en Ambiciones que matan. A mí nunca me darán el papel apropiado, algo que realmente quiera hacer. No me ayuda el aspecto físico. Demasiado específico”; hablamos un poco de Elizabeth Taylor; quería saber si yo la conocía y le dije que sí, y ella dijo bueno, cómo es, cómo es en realidad, y yo dije bueno, es algo parecida a ti, es muy franca y dice cualquier cosa, y Marilyn dijo vete a la mierda y me dijo bueno, si alguien te preguntara cómo era Marilyn Monroe, cómo era Marilyn Monroe en realidad, qué dirías, y le dije que tenía que pensarlo.

TC: ¿Te parece que podemos irnos de una vez? Me prometiste champagne, ¿recuerdas?

M: Recuerdo. Pero no tengo dinero.

TC: Siempre llegas tarde y nunca tienes dinero. Por casualidad, ¿no estás bajo la impresión de que eres la reina Isabel?

M: ¿Quién?

TC: La reina Isabel. La reina de Inglaterra.

M (frunciendo el ceño): ¿Qué tiene esa mierda que ver conmigo?

TC: La reina Isabel nunca lleva dinero encima. No le está permitido. El vil metal no debe mancillar la palma de la mano real. Hay una ley, o algo así.

M: Ojalá pasaran una ley parecida para mí.

TC: Sigue así y a lo mejor sucede.

M: ¿Cómo paga cuando va de compras?

TC: Su dama de compañía trota a su lado con una bolsa llena de peniques.

M: ¿Sabes una cosa? Te apuesto a que le dan todo gratis. Como pago cuando ella dice que usa el producto.

TC: Es muy posible. No me sorprendería en lo más mínimo. Proveedores de Su Majestad. Perros galeses. Todas esas golosinas Fortum & Mason. Marihuana. Preservativos.

M: ¿Para qué quiere ella preservativos?

TC: Ella no, tonta. Para ese bobo que la sigue dos pasos atrás. El príncipe Felipe.

M: Para él. Oh, sí, me gusta. Debe tener un lindo aparato. ¿Te conté esa vez que Errol Flynn sacó el aparato y tocó el piano con él? Bueno, fue hace cien años. Yo recién empezaba y fui a una fiesta tonta. Estaba Errol Flynn, muy contento consigo mismo. Aporreó las teclas. Tocó Eres mi rayo de sol. ¡Cristo! Todo el mundo dice que Milton Berle tiene el schlong más grande de Hollywood. Pero ¿a quién le importa? Eh, ¿tienes dinero encima?

TC: Unos cincuenta dólares.

M: Eso nos debe alcanzar para un poco de champagne.

Afuera, Lexington estaba vacía de sospechosos: nada más que inofensivos transeúntes. Eran como las dos de una linda tarde de abril, ideal para caminar. Deambulamos hasta la Tercera Avenida. Unos pocos dieron vuelta la cabeza, no porque reconocieran a Marilyn como Marilyn, sino debido a su atavío funerario. Ella rió con esa sonrisa suya tan especial, tentadora como cascabeles, y dijo: “A lo mejor siempre debería vestirme así, verdaderamente anónima”.

Mientras nos acercábamos al bar de P. J. Clarke, dije que éste sería un buen lugar para tomar un refresco, pero Marilyn lo vetó. “Está lleno de esos idiotas de publicidad. Y esa perra Dorothy Kilgallen siempre está allí, emborrachándose. ¿Qué les pasa a estos irlandeses? Chupan más que los indios.”

Me sentí obligado a defender a la Kilgallen, que era algo amiga mía, y dije que en ocasiones podía llegar a ser muy graciosa. Marilyn dijo: “Sea como sea, ha escrito cosas terribles acerca de mí. Todas esas perras me odian. Hedda, Louella. Sé que supuestamente una debe acostumbrarse a eso, pero yo no puedo. Lo que dicen, duele. ¿Qué he hecho yo a esas brujas? El único que escribe cosas decentes de mí es Sidney Skolsky. Pero él es hombre. Los tipos me tratan bien. Como si fuera un ser humano. Por lo menos me otorgan el beneficio de la duda. Y Bob Thomas es un caballero. Y Jack O’Brian”.

Miramos las vidrieras de las tiendas de antigüedades. En una había una bandeja con anillos viejos y Marilyn dijo: “Ese es bonito. El granate con las perlitas. Me gustaría poder usar anillos, pero no me gusta que la gente se fije en mis manos. Son demasiado gordas. Elizabeth Taylor tiene las manos gordas. Pero con los ojos que tiene, ¿quién se va a fijar en sus manos? Me gusta bailar desnuda frente a un espejo y ver cómo se me mueven las tetitas. No son feas. Ojalá no tuviera las manos tan gordas.”

En otra vidriera vimos un hermoso reloj de péndulo, lo que le hizo decir: “Nunca tuve un hogar. Una casa verdadera, con muebles míos. Pero si vuelvo a casarme, y gano mucho dinero, voy a alquilar un par de camiones y recorreré la Tercera Avenida comprando todo lo que se me ocurra. Una docena de relojes de péndulo. Los pondré todos en un cuarto, y todos a la misma hora. Eso sería como un verdadero hogar. ¿No te parece? ¡Eh! ¡Mira! ¡Enfrente!”

TC: ¿Qué?

M: ¿Ves el letrero con la palma de la mano? Ahí deben leer el futuro.

TC: ¿Tienes ganas de entrar?

M: Bueno, vamos a ver cómo es.

(No es un lugar acogedor. Por una vidriera sucia percibimos un cuarto desprovisto de muebles con una mujer flaca, con aspecto de gitana, sentada en una silla de lona debajo de una lámpara roja como el infierno que colgaba del techo y que esparcía un brillo torturador. Estaba tejiendo un par de escarpines. No nos miró. Marilyn estuvo a punto de entrar, luego cambió de idea.)

M: Hay veces que me gusta saber qué pasará. Pero después pienso que es mejor no saberlo. Me gustaría saber dos cosas, sin embargo. Una, si voy a adelgazar.

TC: ¿Y la otra?

M: Es un secreto.

TC: Vamos, vamos. Hoy no puede haber secretos. Hoy es un día de dolor, y los que sufrimos compartimos los pensamientos más recónditos.

M: Bueno, es acerca de un hombre. Hay algo que quiero saber. Pero no diré más. Realmente es un secreto.

(Y pensé: Eso es lo que tú crees. Ya te lo sacaré.)

TC: Estoy preparado para invitarte con champagne.

(Terminamos en la Segunda Avenida, en un restaurante chino vacío, decorado chillonamente. Pero tenía un bar bien provisto, y pedimos una botella de Mumm. Llegó, pero sin helar y sin balde. La tomamos en vasos altos, con cubitos adentro.)

M: Esto es divertido. Como filmar en exteriores. Si a una le gusta. A mí no. Niagara. Qué película mala. Horrible.

TC: Hablemos de tu amor secreto.

M: (silencio).

TC: (silencio).

M: (risitas).

TC: (silencio).

M: Conoces a tantas mujeres. ¿Cuál es la mujer más atractiva que conoces?

TC: Barbara Paley. No tiene rival.

M: (frunciendo el ceño): ¿Esa a la que le dicen “Babe”? A mí no me parece una beba. La he visto en Vogue. Es elegante. Encantadora. Mirando las fotos una se siente como una chancha.

TC: Le divertiría oír eso. Te tiene celos.

M: ¿Celos de mí? Te estás burlando de nuevo.

TC: No. Está celosa.

M: Pero ¿por qué?

TC: Por lo que dijo en los diarios una periodista, creo que la Kilgallen. Algo así: “Se rumorea que Mrs. Di Maggio tuvo una cita con el mayor magnate de la televisión, y no precisamente para hablar de negocios”. Ella leyó la nota y creyó que era verdad.

M: ¿Que era verdad qué?

TC: Que su marido tiene un asunto contigo. William S. Paley. El mayor magnate de la televisión. Le gustan las rubias bien formadas. Las morochas también.

M: Eso es un disparate. No conozco a ese tipo.

TC: Ah, vamos, vamos. Conmigo puedes ser franca. Este amante secreto es William S. Paley, n’est-ce pas?

M: ¡No! Es un escritor. El es un escritor.

TC: Eso es mejor. Ya vamos a alguna parte. De modo que tu amante es un escritor. Debe de ser malísimo, o no te avergonzarías de decirme su nombre.

M: (furiosa, frenética): ¿Por qué es la “S”?

TC: La “S”. ¿Qué “S”?

M: La “S” en William S. Paley.

TC: Oh, esa “S”. No quiere decir nada. La metió allí porque quedaba bien.

M: ¿Sólo una inicial que no reemplaza nada? Por Dios. Mr. Paley debe de ser un poquito inseguro.

TC: Tiene un montón de tics. Pero volvamos a tu misterioso escriba.

M: ¡Basta! No entiendes. Tengo tanto que perder.

TC: Mozo, otra botella de Mumm, por favor.

M: ¿Estás tratando de aflojarme la lengua?

TC: Sí. Te diré una cosa. Hagamos un trato. Yo te cuento un cuento, y si te parece interesante, tal vez podamos hablar de tu amigo el escritor.

M: (tentada, pero renuente): ¿Un cuento de qué?

TC: De Errol Flynn.

M: (silencio).

TC: (silencio).

M: (enojada consigo misma): Bueno, empieza.

TC: ¿Recuerdas lo que me contaste de Errol? ¿Lo contento que estaba con su pito? Yo soy testigo de eso. Una vez pasamos juntos una noche muy agradable. Si me entiendes.

M: Lo estás inventando. Estás tratando de engañarme.

TC: Lo juro. Estoy jugando limpio. (Silencio. Pero veo que está muy interesada, de modo que después de encender un cigarrillo, prosigo.) Bueno, sucedió cuando yo tenía dieciocho años. O diecinueve. Durante la guerra. El invierno de 1943. Esa noche daba una fiesta Carol Marcus, que no sé si ya estaba casada con Saroyan, en honor de su mejor amiga, Gloria Vanderbilt. La fiesta fue en la casa de su madre, en Park Avenue. Una gran fiesta. Habría unas cincuenta personas. Como a la medianoche entra Errol Flyn con su doble, un playboy que hacía las escenas de capa y espada, llamado Freddie McEvoy. Los dos estaban bastante borrachos. De todos modos, Errol se puso a charlar conmigo. Era inteligente, y nos reíamos mucho. De pronto dijo que quería ir a El Morocco, y por qué no iba con él y con su amigo McEvoy. Dije que sí, pero McEvoy no quería irse de la fiesta, que estaba llena de jovencitas recién presentadas en sociedad, de manera que Errol y yo nos fuimos solos. Sólo que no fuimos a El Morocco. Tomamos un taxi hasta la zona de Gramercy Park, donde yo tenía un departamento de un ambiente. Se quedó hasta el día siguiente, al mediodía.

M: Y ¿cómo calificarías? ¿En una escala de uno a diez?

TC: Francamente, si no hubiera sido Errol Flynn, ni siquiera me acordaría.

M: No es un gran cuento. No mereces el mío. Ni por asomo.

TC: Mozo, ¿y el champagne? Los dos tenemos sed.

M: Y no me has dicho nada nuevo. Ya sabía que Errol caminaba en zigzag. Tengo un masajista que es como mi propia hermana, que era masajista de Tyrone Power, y él me contó la relación que había entre Errol y Tyrone. De modo que tendrías que contarme algo mejor.

TC: Es difícil hacer tratos contigo.

M: Estoy lista a escuchar. De modo que cuéntame cuál fue tu mejor experiencia. En ese sentido.

TC: ¿La mejor? ¿La más memorable? Mejor que contestes tú primero.

M: ¡Y dices que yo soy difícil! ¡Ja! (tomando champagne) Joe no es malo. Juega bien al béisbol. Si fuera por eso, aún seguiríamos casados. Todavía lo amo. Es sincero.

TC: Los maridos no cuentan. En este juego.

M: (mordisqueándose la uña; pensando, realmente): Bueno, conocí a un hombre, medio pariente de Gary Cooper. Un corredor de bolsa, no gran cosa: sesenta y cinco años, usa anteojos gruesos. No sé qué era, pero…

TC: Puedes parar ahí. Sé todo acerca de él por otras chicas. Ese viejo espadachín sigue recorriendo mundo. Se llama Paul Shields. Es el padrastro de Rocky Cooper. Se supone que es sensacional.

M: Lo es. Bueno, vivo. Tu turno.

TC: Olvídalo. No tengo por qué contarte nada. Porque ya sé quién es tu maravilla oculta: Arthur Miller. (Bajó los anteojos negros. Si las miradas mataran…)

M: (tartamudeando): Pero ¿cómo? Quiero decir, nadie… Es decir, casi nadie…

TC: Hace por lo menos tres o cuatro años, Irving Drutman…

M: ¿Irving qué?

TC: Drutman. Un escritor del Herald Tribune. El me contó que tú andabas con Arthur Miller. Que estabas enamorada de él. Soy demasiado caballero para haberlo mencionado antes.

M: ¡Caballero! (tartamudeando de nuevo pero con los anteojos negros en su lugar) Tú no entiendes. Eso fue hace mucho. Eso terminó. Pero esto es nuevo. Todo es diferente ahora y…

TC: No olvides invitarme a la boda.

M: Si dices algo de esto, te mato. Te hago eliminar. Conozco un par de hombres que me harían ese favor con todo gusto.

TC: Es algo que no dudo ni por un minuto.

(Por fin regresa el mozo con la segunda botella.)

M: Dile que se la lleve. No quiero más. Quiero irme de aquí.

TC: Siento haberte molestado.

M: No estoy molesta.

(Pero lo estaba. Mientras pagaba la cuenta, fue al toilette. Deseé tener conmigo un libro para leer: sus visitas al toilette a veces duraban tanto como la preñez de una elefanta. Mientras pasaba el tiempo, me puse a pensar si estaría tomando píldoras tranquilizantes o estimulantes. Tranquilizantes, sin duda. Había un diario en el bar. Lo tomé. Estaba escrito en chino. Después de unos veinte minutos, decidí investigar. A lo mejor se había tomado una dosis letal, o cortado las muñecas. Encontré el baño de damas y llamé a la puerta. Dijo: “Pasa”. Estaba frente a un espejo mal iluminado. Pregunté: “¿Qué estás haciendo?”. Ella contestó: “Mirándola”. En realidad, se estaba pintando los labios color rubí. Además, se había quitado el pañuelo de la cabeza y peinado ese pelo brillante y finito que tenía.)

M: Espero que te quede bastante dinero.

TC: Depende. No como para comprar perlas, si es tu idea de hacer las paces.

M (riendo, nuevamente de buen humor. Decidí no volver a mencionar a Arthur Miller): No. Para un viaje en taxi, nada más.

TC: ¿Adónde vamos, a Hollywood?

M: Diablos, no. A un lugar que me gusta. Ya verás cuando lleguemos.

(No tuve que esperar tanto, pues no bien subimos al taxi, oí que le decía que nos llevara al muelle de la calle South, y pensé: “¿No es allí donde se toma el ferry para Staten Island?”. Y mi conjetura fue: tomó píldoras además del champagne, y está loca ahora.)

TC: Espero que no vayamos a tomar un barco. No llevo dramamine encima.

M: (feliz, riendo): Vamos al muelle, nada más.

TC: ¿Puedo preguntar por qué?

M: Me gusta. Huele a otro país, y puedo dar de comer a las gaviotas.

TC: ¿Qué les darás? No tienes nada.

M: Sí, tengo la cartera llena de bizcochitos chinos. Los robé del restaurante.

TC: (haciendo una broma): Sí, sí. Mientras estabas en el baño abrí uno, y el papelito de adentro era un chiste verde.

M: Por Dios. ¿Obscenidades en vez del porvenir?

TC: Seguro que a las gaviotas no les importará.

Pasamos el Bowery. Tiendas diminutas de empeño, estaciones de donación de sangre, cuartos con camas por cincuenta centavos, pequeños hoteles sórdidos de alojamiento por un dólar, bares de blancos, bares de negros y por todas partes vagos, vagos jóvenes, ancianos vagos en cuclillas sobre la vereda sentados en medio de vidrios rotos y de vómitos, vagos apoyados contra las puertas y acurrucados como pingüinos en las esquinas. En una oportunidad, al detenernos ante una luz roja, un espantapájaros de nariz roja avanzó tambaleándose hacia nosotros y empezó a limpiar el parabrisas del taxi con un trapo húmedo que aferraba su temblona mano. Nuestro conductor protestó, gritando obscenidades en italiano.

M: ¿Qué es esto? ¿Qué pasa?

TC: Quiere una propina por limpiar el vidrio.

M: (cubriéndose la cara con la cartera): ¡Qué horrible! No lo aguanto. Dale algo. Apúrate. ¡Por favor! (Pero ya el taxi partía, derribando casi al viejo borracho. Marilyn lloraba.) Estoy descompuesta.

TC: ¿Quieres irte a casa?

M: Se ha arruinado todo.

TC: Te llevaré a casa.

M: Espera un minuto. Ya estaré bien.

Así seguimos hasta la calle South; ya allí, el ferry anclado, la vista de Brooklyn del otro lado, las gaviotas que revoloteaban y se divertían, blancas contra el horizonte marino y el cielo veteado de vellones de nubes, diminutas y frágiles como encaje, pronto tranquilizaron su espíritu. Al bajar del taxi vimos a un hombre que llevaba a un perro chino de una correa. Era un pasajero que se dirigía al ferry. Al pasar junto a él, mi compañera se detuvo a acariciar el perro.

EL HOMBRE (firme y poco amistosamente): No debería tocar perros desconocidos. Especialmente a éstos. Podrían morderla.

M: Los perros nunca me muerden. Sólo los humanos. ¿Cómo se llama?

EL HOMBRE: Fu Manchu.

M (riendo): Oh, como en el cine. Qué amor.

EL HOMBRE: Usted, ¿cómo se llama?

M: ¿Yo? Marilyn.

EL HOMBRE: Eso pensé. Mi mujer no me creería. ¿Me puede dar su autógrafo?

(Sacó una tarjeta y una lapicera. Utilizando su cartera como apoyo, ella escribió: Que Dios lo bendiga — Marilyn Monroe).

M: Gracias.

EL HOMBRE: Gracias a usted. Voy a mostrar esto en la oficina.

(Seguimos hasta el borde del muelle, donde nos pusimos a escuchar el ruido del agua.)

M: Yo solía pedir autógrafos. Todavía lo hago, a veces. El año pasado vi a Clark Gable sentado cerca de mí en Chasen, y le pedí que me firmara la servilleta.

(Apoyada contra un poste de amarras, la observé, de perfil: Galatea oteando las distancias no conquistadas. La brisa le esponjaba el pelo. Volvió la cabeza hacia mí con gracia etérea, como si la hiciera girar la brisa.)

TC: ¿Cuándo alimentamos los pájaros? Yo también tengo hambre. Es tarde, y no almorzamos.

M: Recuerda, te dije que si alguna vez te preguntaran cómo era yo, cómo era, en realidad, Marilyn Monroe, ¿cómo contestarías esa pregunta? (Su tono era juguetón, burlón, sin embargo sincero al mismo tiempo: quería una respuesta honesta): Apuesto a que dirías que era una palurda.

TC: Por supuesto, pero también les diría…

(Ya se iba la luz. Ella parecía desvanecerse con la claridad, mezclarse con el cielo y las nubes, retroceder y ocultarse detrás. Yo quería alzar la voz por encima de los gritos de las gaviotas y preguntarle: “Marilyn, Marilyn, ¿por qué todo tuvo que salir así? ¿Por qué es una mierda esta vida?”)

TC: Yo diría…

M: No te oigo.

TC: Diría que eres una hermosa criatura.

*Este perfil se publicó orginalmente en el último libro del autor, Música para camaleones, en el año 1980.

Tomado de: https://medium.com/el-caiman-barbudo

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Guerra cultural y pademia

Hollywood

Por Abel Prieto Jiménez

La pandemia ha hecho más visible el choque entre el modelo capitalista neoliberal, su entramado de dogmas, símbolos y paradigmas, y otras alternativas de concebir la sociedad, la economía, la política y la idea misma del progreso y la felicidad.

El neoliberalismo se legitimó siempre a través de la industria cultural. Ha sido muy útil el estereotipo del paladín yanqui capaz de salir victorioso de las emboscadas de sus enemigos, de aniquilarlos y llevarse consigo el botín y la más bella muchacha.

Ese Triunfador, que sabe lo que quiere y va a obtenerlo a toda costa, rodeado de cadáveres de Perdedores, es el Héroe «civilizador» por excelencia de la fábula neoliberal.

En el lado opuesto están los Bárbaros: criaturas traicioneras, inferiores, árabes, rusos, latinos, asiáticos, afroamericanos. Aunque a veces el Triunfador es de piel oscura, porque la industria quiere embaucar también a ese sector de la población. Y hasta brotó un día de sus laboratorios la pareja perfecta de dos Héroes inseparables, uno blanco y otro negro.

La maquinaria cultural se propuso que nadie sospechara que había otro modo de organizar la sociedad e imaginar la existencia. La mayoría de las víctimas se creyó la fábula. Si sobrevivían en covachas infectas, si no podían pagar la educación de sus hijos ni los servicios de salud, los únicos culpables eran ellos mismos, por «fracasados», jamás el sistema. En la selva los fuertes devoran a los pequeños y a los débiles.

Pero llega la pandemia, toda la crueldad del modelo sale a flote de una manera obscena, inocultable, y «líderes ultraderechistas» como Trump y Bolsonaro se ven en apuros. Solo conocen la moral de la selva, no cuentan con un sistema público de salud, y la industria farmacéutica está diseñada para ganar dinero y no para enfrentar una emergencia sanitaria.

El espectáculo de miles y miles de enfermos sin recibir atención y de miles y miles de muertos, ha conmovido a mucha gente. El confinamiento implicó, además, una pausa para que personas sensibles pensaran en el prójimo, en la sociedad, en el planeta.

Hace unos días circuló un mensaje de Juliette Binoche, Barbra Streisand, Almodóvar, Robert De Niro y otras figuras muy mediáticas del cine y el espectáculo. Sugieren evaluar el sentido de la existencia y la catástrofe ecológica que se aproxima. Hay que comenzar «con una profunda revisión de nuestros objetivos, valores y economías». Es una cuestión de supervivencia, dicen:

«La búsqueda del consumismo y la obsesión por la productividad nos ha llevado a negar el propio valor de la vida (…). La polución, el cambio climático y la destrucción de nuestras restantes zonas naturales han llevado al mundo a un punto de ruptura. Por estas razones, junto a otras crecientes desigualdades sociales, creemos que es impensable “volver a la normalidad”».

También se anunció la Internacional Progresista, con Chomsky, Naomi Klein, Arhundati Roy y otros intelectuales y políticos prestigiosos, entre ellos, el expresidente Correa y Fernando Haddad.

Graziella Pogolotti definió las plataformas ideológicas desde donde se lanza la exigencia de otro mundo, no solo «posible», sino imprescindible: «Algunas resultan de procedencia ecologista, otras tienen una trayectoria de izquierda más radical.» Para Graziella, cesar las agresiones contra Cuba y Venezuela, cancelar la deuda externa, instaurar un nuevo orden internacional de la información y luchar contra el cambio climático deben formar parte de la agenda. «Fidel (nos recuerda) dedicó a la amenaza de la extinción de la especie el batallar de sus últimos años».

Leonardo Boff ve en la pandemia una respuesta de «nuestra Casa Común» a la embestida de los seres humanos: «El mito moderno de que somos “el pequeño dios” en la Tierra y que podemos disponer de ella a nuestro antojo porque es inerte y sin propósito, ha sido destruido». La hemos tratado «con un furor sin precedentes». De ahí que «nos ha contraatacado con un arma poderosa, el coronavirus».

Frei Betto se refiere al impacto del virus en el mercado financiero: «las acciones de las bolsas de valores del mundo perdieron 15,5 billones de dólares. ¿Alguno de esos especuladores y megainvestigadores afectados en su bolsillo (la parte más sensible del cuerpo humano) se habrá empobrecido? Y, sin embargo, antes de la pandemia casi todos se negaban a dar su contribución para la adopción de medidas de combate al hambre y el calentamiento global».

Es decir, el problema existía desde antes. Anida en la esencia del sistema, en las corporaciones y en los políticos que las representan.

William Ospina meditó sobre las lecciones de humildad que deja la pandemia: «Después de siglos de atesorar nuestro conocimiento, de valorar nuestro talento, de venerar nuestra audacia, de adorar nuestra fuerza, llega la hora en que nos toca ponderar nuestra fragilidad».

Los superhéroes de Hollywood no se han sentido nunca frágiles. Por supuesto, habría que ver cómo termina el filme.

Tomado: https://www.telesurtv.net

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70 años de “Rashomon”

Rashomon, de Akira Kurosawa

Por Diego Brodersen

A pesar de ser un nombre poco conocido en términos populares, la figura del japonés Ryunosuke Akutagawa (1892-1927) es una de las más relevantes en la cronología de la literatura universal del siglo XX. Nacido y fallecido en Tokio, el cuentista –nunca escribió una novela en su breve pero fructífera carrera– ha sido comparado con autores de la talla de Edgar Allan Poe, Guy de Maupassant o Jorge Luis Borges, pero hasta bien entrados la década de 1950 sus relatos no habían sido traducidos a ningún idioma occidental. Sólo después de que el undécimo largometraje de su compatriota Akira Kurosawa recibiera en el Festival de Venecia de 1951 el premio principal de la competencia oficial, su nombre comenzó a generar interés fuera de las fronteras niponas. No fue la única consecuencia de la exhibición de Rashomon en el encuentro italiano: el León de Oro hizo que Kurosawa se transformara de inmediato en un director a seguir, un sinónimo de cine de autor antes de que ese concepto existiera. Abriendo al mismo tiempo, en todo el mundo y de manera definitiva, las puertas y ventanas de una cinematografía que, salvo contadas excepciones, era completamente desconocida fuera del territorio asiático. La primera obra maestra en la filmografía del realizador (disponible en nuestro país en la plataforma Qubit) llegaba a Europa un año después de su lanzamiento comercial en Japón, el 25 de agosto de 1950. Hoy, exactamente siete décadas más tarde, su influencia sigue siendo incomparable e inextinguible.

“Sucedió a la hora del crepúsculo: un hombre de miserable aspecto esperaba, bajo el portal de Rashomon, que parara la lluvia”. Así comienza Rashomon, el cuento de Akutagawa que transcurre durante una noche lluviosa en la puerta de Rasho, la más grande de las entradas a Kioto, la antigua capital del imperio de Japón. Sin embargo, la historia creada por Kurosawa y su coguionista Shinobu Hashimoto –dupla que supo colaborar en otros siete largometrajes– toma escasos elementos de esa trama, apenas el comienzo y algo del final, su tono oscuro y lapidario reconvertido en pesimismo con una luz de esperanza gracias al humanismo del realizador. El elemento fundante de Rashomon, la película, es otra creación de Akutagawa: el cuento En el bosque, en el cual un puñado de personajes aportan diferentes puntos de vista sobre una violación y un asesinato, además de señalar al posible perpetrador. La conclusión, luego de esa serie de declaraciones, es la imposibilidad de llegar a una certeza respecto de los acontecimientos. La verdad está vedada a las autoridades y, por extensión, al ser humano. Evitando la narración impresionista en primera persona o el recuento omnisciente de dichos y hechos, el texto original y el film rompen con el concepto de causa-efecto indiscutible como motor del drama. En el caso de la versión cinematográfica, Kurosawa introduce además los primeros granos de arena de una modernidad fímica que estaba a punto de hacer eclosión. Y en el mundo jurídico, como inesperado corolario, un fenómeno conocido de antemano adquiría un nuevo nombre: el efecto Rashomon.

Tres hombres –un leñador, un monje y un mendigo– se reúnen bajo el destartalado portal para protegerse del agua, que no cesa en su caída desde el cielo. El leñador, interpretado por Takashi Shimura, rostro imprescindible en la primera etapa del cine de Kurosawa, relata su versión de los hechos, disparando el primero de una serie de flashbacks, elemento narrativo basal en la estructura de Rashomon. Luego le seguirá el sacerdote y, más tarde, el célebre bandido Tajomaru, interpretado por Toshiro Mifune en el rol definitorio de su carrera. En un flashback dentro de otro flashback, seguirá el recuerdo de la mujer violada en el bosque, esposa del samurái asesinado (la extraordinaria, intensa Machiko Kyo). Luego llegará el turno del muerto, aunque su voz –oída a través de la garganta de una médium– no será la última que recuerde los violentos hechos. Cada relato difiere significativamente de los otros, tanto en la esencia como en los detalles, y los tres hombres del comienzo no logran dilucidar la verdad detrás de las contradicciones. En la puerta Rashomon, lugar predilecto de la población para abandonar bebés recién nacidos y cadáveres recientes, la lluvia sigue cayendo y el monje se pregunta si su fe en el ser humano está a punto de tambalear y hacerse pedazos.

El guion de Rashomon estuvo terminado en 1948, pero le llevaría a Kurosawa dos años lograr la financiación necesaria para el rodaje. Luego de que los estudios Toho pasaran de largo de la idea, los directivos de la competidora Daiei le dieron luz verde, aunque la estructura poco convencional del relato no terminaba de convencerlos. La filmación tuvo lugar en locaciones y sets construidos en la ciudad de Kioto, incluida la escenografía del portal, bañado en agua por un grupo asistentes con mangueras distribuidos alrededor de la construcción.

Esperando que el set terminara de ser erigido, el equipo técnico y artístico pasaba el rato viendo films extranjeros en copias en 16mm. Kurosawa recuerda que “uno de ellos era una película de aventuras en la selva con Martin Johnson, en la cual había un plano de un león deambulando. Al ver eso le dije a Mifune que así era exactamente como quería verlo en la película”. El movedizo y esquivo Tajomaru, cuya actitud risueña recuerda por momento a la del Pato Lucas, ofrece una actuación completamente alejada de la tradición clásica japonesa, y su constante rascado de rostro, brazos y piernas anticipa los gestos idiosincráticos de Sanjuro, el protagonista de Yojimbo.

En su libro dedicado al director de Los siete samuráis, Dodeskaden y Ran, publicado en 1965 –cuando la carrera de Kurosawa había llegado a su punto máximo de éxito y prestigio– el historiador especializado en cine nipón Donald Richie escribió que “de alguna manera, el valor de Rashomon ha sido parcialmente oscurecido por su propio éxito. Es sólo ahora, quince años después, que resulta claro que es uno de los pocos films ‘vivos’ del pasado cinemático japonés. Las frecuentes revisiones en Japón y otros países, su constante aparición en retrospectivas, el hecho de que todavía se hable y discuta sobre ella, hacen que uno finalmente caiga en la cuenta de que, junto con Vivir y Los siete samuráis, se trata de una obra maestra”. El cineasta, sin embargo, llegó a afirmar que no se trataba de una de sus mejores creaciones. Años después del premio veneciano, A.K. declaró que “no creo que sea una película tan buena. Pero los japoneses somos muy críticos de las películas de nuestro país. No es sorprendente que haya sido un extranjero el responsable de haber llevado la película a Venecia. Lo mismo ocurrió en el pasado con los grabados en madera japoneses, fueron los extranjeros los que los apreciaron por primera vez”. La extranjera en cuestión es Giulliana Stramigioli, responsable en aquellos tiempos de Italiafilm en Japón; fue ella quien, a pesar de la oposición de la propia compañía Daiei, logró enviar las bobinas del film para su aprobación como parte de la competencia de la Mostra Internazionale d’Arte Cinematografica.

La extraordinaria fotografía de Kazuo Miyagawa, la utilización de los travellings para seguir a los personajes en la espesura del bosque, los cortes de montaje secos como hachazos –marca de estilo de Kurosawa en aquellos años–, la reapropiación del Bolero de Ravel para la escena de la confrontación entre el bandido y la mujer, el uso de rasgos teatrales (en particular del kabuki) en un marco esencialmente realista, el emocionante final luego de un juego de atracción y repulsión hacia la desesperanza y la misantropía, son algunos de los elementos que hicieron de Rashomon una película impactante, diferente a todo lo que se había visto hasta ese momento. Los mismos recursos que hacen que –vista hoy en día, a setenta años de su estreno original– continúe siendo ese “film vivo” que describe Richie. En cuanto a la escena que cierra y da un nuevo sentido a la película, el crítico y teórico especializado en cine asiático Stephen Prince (ver recuadro abajo) escribe que “cada espectador debe decidir si ese giro abrupto es una solución convincente para los dilemas morales y epistemológicos que Kurosawa retrató de manera tan poderosa. Pero más allá de lo que cada uno decida respecto de la conclusión del film, Rashomon es un clásico genuino. Su grandeza es palpable e innegable”.

Rashomon por Kurosawa

Un día antes del comienzo del rodaje, los tres asistentes de dirección que Daiei me había asignado vinieron a verme a la posada donde estaba hospedado. Me pregunté cuál podría ser el problema. Resultó que encontraban el guion desconcertante y querían que se los explicara. “Por favor, vuelvan a leerlo con más atención”, les dije. “Si lo leen diligentemente deberían poder entenderlo, porque fue escrito con la intención de ser comprensible”. Pero no se iban. “Creemos que lo hemos leído con atención y todavía no lo entendemos en absoluto, por eso queremos que nos lo explique”. Ante su persistencia, les di esta sencilla explicación: los seres humanos no pueden ser honestos consigo mismos. No pueden hablar de sí mismos sin adornar las cosas. Este guion retrata a esos seres humanos, que no pueden sobrevivir sin mentiras para sentir que son mejores personas de las que realmente son. Muestra incluso esa necesidad pecaminosa de halagar la falsedad más allá de la tumba; ni siquiera el personaje que muere logra renunciar a sus mentiras cuando habla con los vivos a través de una médium. El egoísmo es un pecado que el ser humano posee desde su nacimiento; es el más difícil de redimir. Esta película es como una extraña pintura enrollada que se desenrolla merced al ego. Dicen que no pueden comprender el guion en absoluto, pero eso se debe a que el corazón humano es imposible de entender. Si se enfocan en la imposibilidad de comprender verdaderamente la psicología humana y vuelven a leer el guion, creo que podrán aprehender su sentido.

*Akira Kurosawa en Autobiografía (o algo parecido)

Tomado de: https://www.pagina12.com.ar

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Los leales a Donald Trump

Donald Trump

Por Jesús Arboleya

Al menos en Cuba, no deja de causar asombro que Donald Trump goce del apoyo de un segmento tan amplio de la sociedad norteamericana. La gente se pregunta quiénes son esas personas que están dispuestas a aceptar cuanta barbaridad diga o haga el presidente y que reaccionan de manera irascible ante cualquier crítica a su actuación. ¿Cuál es la causa de esta pasión desmedida por un hombre que hace apenas cuatro años casi nadie tomaba en serio?

Algunos lo achacan a la supuesta capacidad de Trump para controlar las mentes de sus seguidores e incitar el culto a su personalidad. Es posible que una parte de ellos sea víctima de una especie de “revelación” divina, pero en realidad son pocos los que de verdad están dispuestos a tomarse un vaso de desengrasante porque lo aconseje el presidente, la mayoría sabe que miente o se equivoca, lo que ocurre es que no les importa, porque suponen que les conviene. En esta hipocresía, radica el sustento del fanatismo hacia el magnate neoyorquino.

Estas personas están ahí mucho antes de que Donald Trump alcanzara la presidencia y son el producto de una cultura cuyas expresiones se remontan a épocas tan lejanas como el siglo XVIII, cuando se puso de moda la supuesta interpretación bíblica de que los anglosajones eran los legítimos descendientes de las “Tribus Perdidas de Israel” y la raza blanca la escogida por Dios para sobrevivir al Apocalipsis y purificar a la humanidad.

A lo largo de la historia norteamericana, variantes de esta interpretación fundamentalista han servido para justificar el exterminio de los pueblos autóctonos, la discriminación de los inmigrantes, el racismo y la xenofobia. También para la construcción de la doctrina del Destino Manifiesto y el mito de la “excepcionalidad estadounidense”. A su costa se ha hecho mucha política, basta recordar que Ronald Reagan calificaba a la antigua Unión Soviética como una especie de imperio satánico y que los movimientos actuales de la extrema derecha, como el Tea Party o AltRight, igual asumen cierta interpretación religiosa de la supuesta supremacía blanca.

En resumen, lo que estas personas apoyan de manera delirante no es a Donald Trump, sino a lo descarnado y primitivo de su discurso, movilizador de las posiciones más intolerantes, así como a su aparente disposición para hacer prevalecer sus dogmas a toda costa. Es el líder de la cruzada, aun cuando duden de su sinceridad doctrinaria y sea cuestionable su ética de vida. Tal parece que la demagogia ha devenido una virtud y Trump es concebido por estas personas como un instrumento divino, al que se le perdonan todos los pecados, con tal que cumpla con su misión en la tierra.

Hoy día, se calcula que estas personas abarcan alrededor del 40 por ciento del electorado. Son minoría, pero ningún otro grupo por separado es mayor que ellos y generalmente votan en bloque y de manera más consistente que el resto de los electores, lo que acentúa su fuerza política. En los últimos cincuenta años, su proporción respecto al resto de la sociedad ha aumentado de manera sostenida, hasta alcanzar un techo en lo que va de siglo. En 1964 el candidato republicano Barry Goldwater, entonces arquetipo del movimiento ultraconservador, obtuvo el 38 por ciento de los votos. En 2000, George W. Bush alcanzó el 47,9 por ciento y en 2016 Donald Trump obtuvo un margen más o menos similar con el 47,3 por ciento. No es poca cosa, si tenemos en cuenta que significa más de 60 millones de votantes.

Estamos hablando de personas de piel blanca, en su mayoría hombres, con un nivel cultural promedio que no alcanza la enseñanza universitaria, por lo general residentes en áreas de menor concentración urbana, principalmente vinculados a la agricultura o a empresas manufactureras, muy afectados en sus niveles de vida y estatus social por el fenómeno de la globalización, el desarrollo tecnológico y la competencia con la mano de obra más barata, que ofertan los inmigrantes.

Debido a sus tendencias violentas, Donald Trump está jugando con fuego cuando incita a estas personas, que a menudo están armadas, a manifestarse contra las autoridades, en especialmente contra los demócratas, que están a favor del encierro para enfrentar la pandemia.

En un artículo de Pablo Guimón, corresponsal del periódico El País en Washington, éste escribe que estos actos han sido promovidos por CitizensforSelf-Governance , que desde 2015 ha estado presionando a favor de una “Convención de Estados”, y liderados también por otros, entre ellos el multimillonario ultraconservador Robert Mercer, considerado uno de los principales patrocinadores del presidente. En 2015, CitizensforSelf-Governance (Ciudadanos en Pro del Autogobierno) lanzó un esfuerzo nacional para convocar una Convención del Artículo V, por medio de un proyecto llamado Convención de los Estados, en un intento por controlar al gobierno federal.

Una parte de las iglesias evangélicas han servido como punto de confluencia política e inspiración ideológica de estas personas, dando forma a un movimiento supremacista y chovinista que en la actualidad sostiene la popularidad de Donald Trump. Según investigaciones de PEW Research Center, los evangélicos blancos constituyen el 26,3 por ciento de la población norteamericana y tres cuartos de ellos apoyan al presidente republicano.

Estos individuos constituyen la base social de lo que se ha dado en llamar “la ofensiva conservadora”, un movimiento que se viene articulando desde los años 70 del pasado siglo, en respuesta a los avances de los movimientos civiles y antibelicistas de la época. En la cima de este esfuerzo, se encuentran billonarios de tendencia ultraconservadora; corporativos de grandes empresas, especialmente las vinculadas a la producción de armas, la explotación de energías no renovables y las industrias farmacéuticas; miembros del sistema judicial, hasta alcanzar la Corte Suprema; algunos dueños de grandes medios de comunicación; políticos electos a diversos niveles y ambiciosos intelectuales y funcionarios, encargados de la construcción teórica y el trabajo operativo de los proyectos.

Bajo su patrocinio, se produjo la creación o el mejor aprovechamiento de fundaciones privadas orientadas a auspiciar programas de influencia política e ideológica conservadora; importantes tanques pensantes, como la Heritage Fundation y el American Enterprice Institute, encargados de la arquitectura intelectual del movimiento y su impacto en las más prestigiosas universidades del país; decenas de organizaciones lobistas, entre ellas el National ConservativeActionCommittee; diversos medios de comunicación, como Fox News, así como los poderosos Political Action Committees (PACs), destinados al financiamiento de las carreras de los políticos conservadores a todos los niveles de la estructura gubernamental norteamericana. El resultado ha sido que un pequeño grupo de grandes magnates de derecha ha alcanzado un peso inusitado en la vida política de Estados Unidos.

Originalmente Donald Trump no era el candidato de estos grupos, pero los excesos de los conservadores agudizaron la crisis del sistema y ello abrió espacio a la inesperada victoria trumpista. Ante la evidencia de lo inevitable, no tuvieron otra opción que asumir al personaje, convertido en el Mesías de las capas populares conservadoras. A pesar de lo difícil que ha sido lidiar con su megalomanía desquiciante, Trump, también necesitado del sostén de los grandes capitales republicanos, facilitó las cosas al plegarse por completo a la agenda de la extrema derecha. Esto explica que el fanatismo hacia su persona no solo se exprese en las turbas de los “deplorables”, como los llamó Hillary Clinton, sino en los gobernadores, congresistas y cuanto político republicano aspire a tener el respaldo del partido y los grupos de poder que lo sostienen.

La CODIV-19 ha venido a complicar el sueño de la ultraderecha de “hacer a América grande otra vez”, así como las esperanzas de purificación racial de sus seguidores supremacistas blancos. No hace falta más evidencia, para que los iracundos incondicionales de Donald Trump aseguren que estamos en presencia de una conspiración de Satanás, obviamente un tipo comunista, camuflado de demócrata y liberal.

Tomado de: http://cubaessurtidor.blogspot.com

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Cine “fake”

Netflix

Por Fernando Buen Abad Domíguez

La cultura de las falacias es una pandemia… también.

Abunda en la industria cinematográfica la tendencia “Fake”, no pocas veces disfrazada de “ficción” e incluso de “documental”. “Todos mienten” dice el Dr. House en la “tele-serie” con el mismo nombre. Eso incluye a la catarata de “series televisivas” de moda. Si hubiese una auditoría ética para la producción cinematográfica, en la que primara el rigor de la verdad, basado en evidencias y documentos certificados, quedarían en pie muy pocas “realizaciones” industriales o “independientes”. No caben aquí los nombres de los productores y directores cómplices de esta pachanga. Manipulación simbólica en pantalla. Sálvense todas las excepciones, que las hay y muy honrosas.

Buena parte del negocio basado en hacer películas pertenece a la maquinaria de guerra ideológica responsable de infestar audiencias con el “sentido común” de la mentalidad burguesa. A esa identidad pertenece casi toda la producción de cine bélico, las historias fílmicas de “vaqueros contra indios”, cierta retahíla de “biografías fílmicas” y, desde luego, el “american way of life” en comedias, relatos románticos o “trillers” con su siempre “Fake” de idolatría por la “justicia”, los tribunales, los detectives y la policía. Sin faltar la industria del “porno”.

No se cometerá aquí el improperio de reducir todo cine (o toda realización artística) a un amasijo de falsedades condenando la imaginación libre a una pataleta “conspiranoica”. Muy lejos de esa emboscada. Todo lo contrario, es necesaria una reivindicación emancipadora de las herramientas de producción creativa y de las relaciones de producción para la imaginación, sin la dictadura semántica de la ideología dominante. Tampoco se perpetrará aquí la insolencia de culpar a las víctimas que “consumen” la industria cinematográfica “Fake”, sin tener a mano los dispositivos críticos necesarios que la Educación Pública debe proveer y que, hasta hoy, dicho con suavidad, es escandalosamente insuficiente.

Se trata de poner al desnudo el andamiaje ideológico, subordinado por la lógica mercantil, para adulterar toda relación con la realidad -desde los procesos del conocimiento hasta su enunciación- en los soportes de la “cultura de masas”. Y ahí reina la mentira. Hay que recordar siempre que el capitalismo es un sistema económico e ideológico basado en mentirle a los trabajadores sobre la producción de la riqueza. La plusvalía es una realidad pasteurizada por la lógica “Fake” del sistema. El reformismo es una “fake” sistematizada para esconder la lucha de clases que es “el motor de la historia” y la madre de todas las batallas.

Son unos cuantos los dueños de la industria cinematográfica dominante. (“…Algunos empresarios, como Adolf Zukor y Marcus Loew (fundadores de la Paramount), comenzaron su carrera explotando salas de exhibición, antes de volverse productores. Los que siguieron absorbieron simultáneamente las redes de distribución y de explotación. Esta combinación entre el star system y la integración vertical dio nacimiento a los grandes estudios de Hollywood (Metro Goldwyn Mayer, Warner Bros., 20th Century Fox, Paramount, United Artists, RKO, etc.). ”[1] Añádase Netflix y sucedáneas. De sus “modelos de negocio”’ salen los “guiones” que filmarán escenas de todo género, adaptadas a los intereses del negocio y del “sistema”. Ahí se decide cómo se tratará el amor y el desamor, la riqueza y la pobreza, la justicia y el delito. Ahí se eligen -e imponen- los estereotipos “raciales”, laborales, religiosos y sexuales. Quién gana y quién pierde. Ahí se estudian las “audiencias” o “target”, y también los ritmos de la circulación de la obra en las salas cinematográficas que están monopolizadas. Ahí se decide la “verdad” y la mentira. Sus disfraces y sus retruécanos. Mientras comemos “pop corn” o “nachos”. Un cantante mexicano, paladín de la cursilería, de quien aquí no se hará publicidad, compungía la voz para decir melodiosamente: “miénteme más que me hace tu maldad feliz”.

No diremos que la “pandemia” de “Fake” ocurrió sin darnos cuenta. Ha sido un proceso largo. Hace tiempo que se ensayan los mecanismos de infiltración y se han desarrollado todas las estrategias, que el talento opresor ha tenido, para sembrarnos en la cabeza falacias que se hicieron “verdades” a fuerza de repetirlas e invisibilizarlas. Muchas de ellas llegaron a nuestras vidas en forma de “entretenimiento”. Aceptamos los dichos de las “autoridades” (religiosas, gubernamentales, militares y académicas) como verdades; aceptamos que nadie somos para poner en duda el relato hegemónico y que más nos vale ser dóciles ante el discurso del poder si queremos llevar “la fiesta en paz”. Entramos a la era de la “pos-verdad” arriados por los perros pastores mediáticos. Entramos al campo del disfrute por el engaño porque interpelar a “la voz del amo” exige esfuerzos, compromisos e incomodidades ajenas, sensiblemente, al confort del rebaño. Y nos derrotaron, a punta de falacias, también. “Por el engaño se nos ha dominado más que por la fuerza” [2] dijo Simón Bolívar.

Llegamos al punto, necesario, de tener que generar un movimiento planetario para frenar a pandemia de falsedades generadas por la industria de las mentiras. En todas sus modalidades. Pero lo asimétrica que es la batalla contra las “Fake”, no impide advertir sobre su necesidad en los terrenos más patentes y más latentes. En lo que se ve y en lo que no se ve. En las superficies y en las profundidades. En la diversidad de todo engaño y en la abundancia de técnicas desplegadas para eso. La lucha no es sólo contra casos aislados, la lucha es contra un sistema de mentiras diseñado para dominar la economía y la ideología. En su tratado de Semiótica General, Umberto Eco la define como “la disciplina que estudia todo lo que puede usarse para mentir” pero necesitamos, además de estudiar las falacias, combatirlas. No podemos dedicarnos sólo a desactivar casos específicos, hay que ir a las fuentes teóricas y prácticas de los fabricantes de “Fakes”. Y no hay punto de reposo. De verdad.

Notas

[1] https://www.insumisos.com/diplo/NODE/686.HTM

[2] http://www.archivodellibertador.gob.ve/escritos/buscador/spip.php?article9987https://www.alainet.org/es/articulo/206936

Tomado de: https://culturayresistenciablog.wordpress.com

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Contra una vuelta a la normalidad

Covid-19

Por 200 personalidades de la cultura y la ciencia mundiales

200 personalidades de la cultura y de la ciencia, lideradas por la actriz Juliette Binoche y el astrofísico Aurélien Barrau, lanzan un manifiesto por un cambio de sistema económico y social, que ya han firmado Pedro Almodóvar, Javier Bardem, Penélope Cruz, Cate Blanchett, Robert de Niro o Madonna

La pandemia de la covid-19 es una tragedia. Sin embargo, esta crisis tiene la virtud de invitarnos a que nos enfrentemos a las preguntas esenciales.

El balance es sencillo: los “ajustes” ya no son suficientes, el problema es sistémico.

La actual catástrofe ecológica forma parte de una metacrisis: ya nadie duda de la extinción masiva de la vida en la Tierra y todos los indicadores anuncian una amenaza directa para nuestras existencias. Más que de una pandemia, por grave que esta sea, se trata de un colapso global cuyas consecuencias serán desmedidas.

En consecuencia, llamamos solemnemente a los dirigentes y a los ciudadanos a salir de la lógica insostenible que aún prevalece, para trabajar por fin en una refundación profunda de nuestros objetivos, valores y economías. El consumismo nos ha llevado a negar la propia vida: la de las plantas, la de los animales y la de un gran número de humanos. La contaminación, el calentamiento global y la destrucción de los espacios naturales conducen al mundo a un punto de ruptura. Por estas razones, sumadas a una desigualdad social cada vez mayor, nos parece impensable “volver a la normalidad”. La transformación radical que se requiere, a todos los niveles, exige audacia y coraje. No tendrá lugar sin un compromiso masivo y determinado. ¿Cuándo llegarán los actos? Es una cuestión de supervivencia, tanto como de dignidad y de coherencia.

Firmantes del artículo, aparecido originalmente en Le Monde:

Lynsey Addario, reportera; Isabelle Adjani, actriz; Roberto Alagna, cantante lírico; Pedro Almodovar, director de cine; Santiago Amigorena, escritor; Angèle, cantante; Adria Arjona, actriz; Yann Arthus-Bertrand, fotógrafo, director de cine; Ariane Ascaride, actriz; Olivier Assayas, director de cine; Josiane Balasko, actriz; Jeanne Balibar, actriz; Bang Hai Ja, pintor; Javier Bardem, actor; Aurélien Barrau, astrofísico, miembro honorario del Instituto Universitario de Francia; Mikhail Baryshnikov, bailarín, coreógrafo; Nathalie Baye, actriz; Emmanuelle Béart, actriz; Jean Bellorini, director de teatro; Monica Bellucci, actriz; Alain Benoit, físico; Charles Berling, actor; Juliette Binoche, actriz; Benjamin Biolay, cantante; Dominique Blanc, actriz; Cate Blanchett, actriz; Gilles Bœuf, expresidente del Museo Nacional de Historia Natural; Valérie Bonneton, actriz; Aurélien Bory, dramaturga; Miguel Bosé, actor, cantante ; Stéphane Braunschweig, director de teatro; Stéphane Brizé, director de cine; Irina Brook, directora de teatro; Peter Brook, director de teatro; Valeria Bruni Tedeschi, actriz, director de cine; Khatia Buniatishvili, pianista; Florence Burgat, filósofa, directora de investigación en el Inrae;; Guillaume Canet, actor, director de cine; Anne Carson, poeta y escritora; Michel Cassé, astrofísico; Aaron Ciechanover, Premio Nobel de Química; François Civil, actor; François Cluzet, actor; Isabel Coixet, directora de cine; Gregory Colbert, fotógrafo, director de cine; Paolo Conte, cantante; Marion Cotillard, actriz; Camille Cottin, actriz; Penélope Cruz, actriz; Alfonso Cuaron, director de cine; Willem Dafoe, actor; Béatrice Dalle, actriz ; Alain Damasio, escritor; Ricardo Darin, actor ; Cécile de France, actriz; Robert De Niro, actor; Annick de Souzenelle, escritora; Johann Deisenhofer, Premio Nobel de Química; Kate del Castillo, actriz; Miguel Delibes Castro, biólogo de la Real Academia de Ciencia; Emmanuel Demarcy-Mota, director de teatro; Claire Denis, directora de cine; Philippe Descola, antropólogo, medalla de oro del CNRS; Virginie Despentes, escritora; Alexandre Desplat, compositor; Arnaud Desplechin, director de cine; Natalie Dessay, cantante lírica; Cyril Dion, escritor, director de cine; Hervé Dole, astrofísico; Adam Driver, actor; Jacques Dubochet, Premio Nobel de Química; Diane Dufresne, cantante; Thomas Dutronc, cantante; Lars Eidinger, actor; Olafur Eliasson, escultor; Marianne Faithfull, cantante; Pierre Fayet, miembro de la Academia de ciencias; Abel Ferrara, director de cine; Albert Fert, Premio Nobel de Física; Ralph Fiennes, actor; Edmond Fischer, Premio Nobel de Medicina; Jane Fonda, actriz; Joachim Frank, Premio Nobel de Química; Manuel Garcia-Rulfo, actor; Marie-Agnès Gillot, bailarina; Amos Gitaï, director de cine; Alejandro Gonzales Iñarritu, director de cine; Timothy Gowers, medalla Fields de matemáticas; Eva Green, actriz; Sylvie Guillem, bailarina; Ben Hardy, actor; Serge Haroche, Premio Nobel de Física; Dudley R. Herschbach, Premio Nobel de Química; Roald Hoffmann, Premio Nobel de Química; Rob Hopkins, fundador de Ciudades en transición; Nicolas Hulot, presidente de honor de la Fundación Nicolas Hulot para la Naturaleza y el Hombre; Imany, cantante; Jeremy Irons, actor; Agnès Jaoui, actriz, directora de cine; Jim Jarmusch, director de cine; Vaughan Jones, medalla Fields de matemáticas; Spike Jonze, director de cine; Camélia Jordana, cantante; Jean Jouzel, climatólogo, premio Vetlesen; Anish Kapoor, escultor, pintor; Naomi Kawase, directora de cine; Sandrine Kiberlain, actriz; Angélique Kidjo, cantante; Naomi Klein, escritora; Brian Kobilka, Premio Nobel de Química; Hirokazu Kore-eda, director de cine; Panos Koutras, director de cine; Antjie Krog, poeta; La Grande Sophie, cantante; Ludovic Lagarde, director de teatro; Mélanie Laurent, actriz; Bernard Lavilliers, cantante; Yvon Le Maho, ecofisiólogo; Roland Lehoucq, astrofísico; Gilles Lellouche, actor, director de cine; Christian Louboutin, creador; Roderick MacKinnon, Premio Nobel de Química; Madonna, cantante; Macha Makeïeff, directora de teatro; Claude Makélélé, futbolista; Ald Al Malik, rapero; Rooney Mara, actriz; Ricky Martin, cantante; Carmen Maura, actriz; Michel Mayor, Premio Nobel de Física; Médine, rapero; Melody Gardot, cantante; Arturo Menchaca Rocha, físico, expresidente de la Academia de Ciencias de México; Raoni Metuktire, jefe indio de Raoni; Julianne Moore, actriz; Wajdi Mouawad, director de teatro, autor; Gérard Mouroux, Premio Nobel de Física; Nana Mouskouri, cantante; Yael Naim, cantante; Jean-Luc Nancy, filósofo; Guillaume Néry, campeón del mundo de apnea; Pierre Niney, actor; Michaël Ondaatje, escritor; Thomas Ostermeier, director de teatro; Rithy Panh, director de cine; Vanessa Paradis, cantante, actriz; James Peebles, Premio Nobel de Física; Corine Pelluchon, filósofo; Joaquin Phoenix, actor; Pomme, cantante; Iggy Pop, cantante; Olivier Py, director de teatro; Radu Mihaileanu, director de cine; Susheela Raman, cantante; Edgar Ramirez, actor; Charlotte Rampling, actriz; Raphaël, cantante; Eric Reinhardt, escritor; Residente, cantante; Jean-Michel Ribes, director de teatro; Matthieu Ricard, monje budista; Richard Roberts, Premio Nobel de Medicina; Isabella Rossellini, actriz; Cecilia Roth, actriz; Carlo Rovelli, físico, miembro de honor del Instituto Universitario de Francia; Paolo Roversi, fotógrafo; Ludivine Sagnier, actriz; Shaka Ponk (Sam et Frah), cantantes; Vandana Shiva, filósofo, escritor; Abderrahmane Sissako, director de cine; Gustaf Skarsgard, actor; Paolo Sorrentino, director de cine; Sabrina Speich, oceanógrafa; Sting, cantante; James Fraser Stoddart, Premio Nobel de Química; Barbra Streisand, cantante, actriz, directora de cine; Malgorzata Szumowska, directora de cine; Béla Tarr, director de cine; Bertrand Tavernier, director de cine; Alexandre Tharaud, pianista; James Thierré, director de teatro, bailarín; Mélanie Thierry, actriz; Tran Anh Hung, director de cine; Jean-Louis Trintignant, actor; Karin Viard, actriz; Rufus Wainwright, cantante; Lulu Wang, directora de cine; Paul Watson, escritor; Wim Wenders, director de cine; Stanley Whittingham, Premio Nobel de Química; Sonia Wieder-Atherton, chelista; Frank Wilczek, Premio Nobel de Física; Olivia Wilde, actriz; Christophe Willem, cantante; Bob Wilson, director de teatro; Lambert Wilson, actor; David Wineland, Premio Nobel de Física; Xuan Thuan Trinh, astrofísico; Muhammad Yunus, economista, Premio Nobel de la Paz; Zazie, cantante.

Tomado de: https://lapupilainsomne.wordpress.com

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Las Revoluciones de colores: ¿en crisis?

Por Jorge Wejebe Cobo

Desde inicios del presente siglo se desarrollan bajo nuevas denominaciones y enmascaramientos, las mismas operaciones encubiertas ejecutadas por EE.UU. y su comunidad de inteligencia durante la “Guerra Fría” contra la URSS, el campo socialista y los movimientos revolucionarios en el mundo.

El nuevo encubrimiento en la época de pos modernidad, nació bajo el nombre de “Revoluciones de colores” que aparecieron en los países de las ex repúblicas soviéticas por inspiración de los servicios especiales estadounidenses para derrocar algunos de esos gobiernos indeseables a sus intereses geoestratégicos por sus relaciones cercanas a Rusia.

Esos procesos desestabilizadores, no obstante, tuvieron causas internas, asociadas a prácticas autoritarias, corrupción, problemas económicos y crisis de legitimidad, en sentido general que fueron manipuladas por EE.UU. y sus aliados.

En los últimos años la metodología de la “Revoluciones de colores” se reproducen cada vez más, en las estrategias de los “tanques pensantes” y  académicos del Pentágono y la CIA que teorizan y repiten sus doctrinas, una sobre otra,  bajo el concepto de “guerras híbridas”, ”golpe suave”, “poder inteligente” por la combinación del “poder suave” (subversión) y el “poder duro” (guerras convencionales, irregulares y represión letal)  entre otros juegos de palabras, que se corresponden a métodos  practicados por EE.UU y sus aliados en las tradicionales operaciones clandestinas.

La subversión que siempre se realiza desde la propaganda, la cultura, religión, acción política y campañas sicológicas ahora aparece renombrada como “poder suave” aunque se moderniza con la manipulación de la conciencia social con el uso de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC).

Los algoritmos matemáticos para estudiar y ganar segmentos enteros de la sociedad moderna en el mundo virtual de las redes sociales tienen consecuencias muy reales para derrocar gobiernos, cambiar intenciones de votos, manipular resultados de elecciones y convertir en héroes a villanos e inversamente, en una progresión de posibilidades que parece no tener límites.

Y si todo no resulta, el “poder duro” o la aplicación de la violencia en sus múltiples variantes militares o de represión, estará lista para pasar de advertencia disuasiva a la práctica contra el adversario que deberá optar por someterse o perecer. Así de simple se resume la publicitada estrategia de hegemonía del imperio estadounidense y sus aliados sobre el nuevo orden mundial surgido después de la caída del Muro de Berlín.

Gene Sharp y la rueca de Ghandi

Gene Sharp, politólogo y profesor (1928-2018), dedicó gran parte de su vida a intentar proporcionar empaque académico a las estrategias subversivas paramilitares de EE.UU. y las presentó bajo la mediática denominación de “Revoluciones de colores” en la década de 1970.

El investigador elaboró sus propuestas desde el instituto Albert Einstein, tanque pensante de la CIA, también sufragado por el financista especulador George Soros, dueño de una de las primeras diez fortunas más importantes del mundo y conocido como el banquero de las “Revoluciones de colores”, y quien desde su The Open Society Foundations, con sucursales en 37 países, controla una intrincada red de ONG, fundaciones y otras que financia con más de 500 millones anuales. https://es.wikipedia.org/wiki/Open_Society_Foundations+&cd=3&hl=es&ct=clnk&gl=cu

Este flujo financiero sustenta una relación de “clientelismo” de variadas organizaciones que promueven la justicia, educación, la salud pública y derechos de la minoría, así como medios independientes. https://culturayresistenciablog.wordpress.com/2016/11/10/soros-el-bombardero-y-el-fin-de-la-inocencia-por-jorge-wejebe-cobo

Sharp describió en sus obras los estados como “sistemas particularmente complejos para mantener a los sujetos obedientes. Estos sistemas incluyen instituciones específicas (policía, juzgados, entidades reguladoras) pero también pueden involucrar la dimensión cultural que inspira obediencia pretendiendo hacer implícita la idea de que el poder es monolítico (…). https://www.todostuslibros.com/libros/de-la-dictadura-a-la-democracia_978-84-940404-0-5

Esta afirmación se aproxima a la tesis marxista del Estado y hasta hace guiños al concepto de Gramsci sobre el papel de la cultura como vía para llegar ejercer el poder de la clase predominante. https://redh-cuba.org/2018/03/cuando-la-cia-refrendo-a-gramsci-por-jorge-wejebe-cobo/+&cd=1&hl=es&ct=clnk&gl=cu

Para la tarea desestabilizadora de sociedades, Sharp requiere partir de la más objetiva definición del funcionamiento del estado que aporta el materialism0 histórico.

Su obra comenzó a divulgarse en 1973, en forma de programas detallados de acciones contra un poder-estatal definido como dictatorial por ser opuestos al modelo de la democracia representativa al estilo estadounidense y de libre mercado, contra el cual aconseja una “política jiu-jitsu” para derribar a su oponente, de la supuesta no violencia, al provocar la ingobernabilidad del país, con golpes a su organización estatal al liderar los genuinos movimientos de protestas populares.

Sharp tomó como base también para su programa la lucha contra el colonialismo inglés en la India liderada por Manhatta Ghandi y su estrategia de desobediencia civil contra el aparato explotador de la metrópoli, lo que permite al estadounidense un sistema referencial de tradiciones anti colonialistas para la mejor manipulación de procesos sociales a favor de los intereses imperialistas.

La desobediencia civil, sola fue exitosa en la India, al concernirse con la tradición, la cultura del pueblo y un liderazgo genuino que facilitó la independencia del país en 1948, en un contexto histórico favorable al movimiento anti colonialista terminada la II Guerra Mundial.

En ese contexto es difícil imaginar lo que continuidad puede existir, entre los activistas de las “Revoluciones de colores”, subvencionada con el capital financiero internacional, con la tradición de Ghandi predicando desde la pobreza, sentado semi desnudo en el piso para hilar en una rueca medieval el algodón para confeccionar su propia ropa.

Pero ese ejemplo, tenía poco de irreflexivo sacrificio y prendió en gran parte del pueblo indio y erosionó las ganancias del extraordinario mercado nacional de telas inglesas y ropas hechas en la metrópoli que consumían más de 200 millones de indios para sustentar buena parte de su sistema de explotación.

Revoluciones por “auto ayuda”

Uno de los  principales textos de Sharp «De la dictadura a la democracia» de 2003, sin embargo, no suscita extensas abstracciones teóricas y se revela como una especie de libro de “auto ayuda” para diseñar “Revoluciones de colores” con un extendido recetario de  alrededor de 198 reglas para organizar protestas, huelgas, provocaciones a las fuerzas del orden, negación de deberes cívicos y asistencia social, incluyendo detalles como organizar protestas y las  honras a las víctimas de la represión, entre otros aspectos. «La política de la acción no violenta» The Albert Einstein Institute.

En el texto aparecen un cronograma de consejos para que los supuestos revolucionarios escojan el mejor momento para las protestas y las acciones políticas contra esos estados, utilicen las negociaciones con el régimen para ganar representatividad y seleccionen las alianzas con movimientos populares ganados por la propaganda liberal.

Además, el manual aporta consejos para negociar y ganar tiempo en la lucha política, trabajar con los sindicatos y los obreros, ejemplo de propaganda efectiva extraídas lo mismo de las acciones encubiertas realizadas por la CIA, por ejemplo, al inducir la huelga de comerciantes en Teherán en 1953 durante la revuelta contra el gobierno nacionalista iraní del presidente Mohammad Mosaddeq.

Una constante de las prácticas aconsejadas por Sharp y no recogida en su teoría es el acompañamiento en el terreno de un sistema de falsas ONG a su servicio, gran despliegue mediático mundial de los grandes medios, alianza con las instituciones oficiales estadounidenses como la USIA, la NED, Dpto. de Estado y por supuesto la CIA.

Para 1973, las ideas de Eugene Sharp sobre las “Revoluciones de colores se divulgaron, pero no tuvieron mayores relevancias en los campos de batalla de la Guerra Fría, cuando EE.UU. estaba a punto de sufrir su más importante derrota militar en Viet Nam en 1975. Un golpe demasiado duro para responder con una metodología que no aportaba nada trascendental para salir del atolladero bélico.

También para ese período las dictaduras militares y gobiernos de derecha junto a las monarquías pro estadounidenses, componían, como en la actualidad, el núcleo duro de los aliados de la Casa Blanca en el enfrentamiento global contra el comunismo y los pueblos que llevaban adelante procesos revolucionarios.

Entonces quizás era improcedente levantar demasiado la obra de Sharp ante los pueblos oprimidos en Tercer Mundo que agrupaban a fuerzas democráticas y progresistas como oposición a esos regímenes represivos, amigos de EE.UU., donde ni los principios de la democracia representativa eran respetados y que podrían convertirse en “bajas colaterales” al tomar en el sentido muy diferente las ideas de lucha popular anti sistema del programa.

El resultado después de la larga espera

Algo parecido a esas circunstancias sucedieron durante los procesos de las “Revoluciones de colores” en el Mediano Oriente de 2011, que prendieron en los países objetivos de EE.UU., Siria y Libia, también esas revueltas se extendieron a Egipto y Marruecos, aliados de EE.UU. y que requirieron acciones apoyadas por ese país para neutralizarlas junto a los regímenes reaccionarios locales.

Al parecer solo resultó oportuno estrenar las ideas del académico contra el campo socialista en Polonia y en el resto de esos países en la década de 1980. Únicamente el momento le llegaría a Sharp con la desintegración de la URSS y del Campo Socialista y el inicio en esos países de un maratón por destruir todo el régimen anterior y copiar al detalle la democracia representativa y el libre mercado.

Convertir a Rusia en potencia de tercer orden

Pero la tarea de EEUU y sus aliados de desmantelar al anterior enemigo, no podía quedar inconclusa y a la Rusia que emergió de la auto destruida URSS y que había abjurado del comunismo, de todas formas, era necesario reducirla a potencia de tercer orden y encerrarla en un nuevo cordón sanitario de antiguos países socialista en Europa del Este y repúblicas ex soviéticas hacia el Asia con gobiernos pro occidentales y candidatas a entrar a la OTAN.

En esa nueva realidad fue exitoso el manual de Sharp, que por fin tendría su perfecto escenario en las supuestas democracias en esas regiones ex socialistas y en Rusia, donde las clases dirigentes, en general, disfrutaba una luna de miel con los patrones de la sociedad estadounidense y aceptaban por igual a Walt Disney en sus pantallas y los Mc Donald de comida rápida que al ejército de ONG de Soros y del Dpto. de Estado que supuestamente venían a ayudar a construir el capitalismo a su esencia y semejanza al estimular movimientos y partidos políticos favorables a la política de Washington y sobre todo anti rusos.

Así a inicios del siglo XXI los alegres instructores de la teoría de Sharp se comenzaron su labor en los procesos de supuesta democratización y de oposición a los remanentes del socialismo de gobernantes ex socialistas, con buenas relaciones con Rusia y   mal vistos por EEUU.

En consecuencia, se aplicaron las estrategias victoriosas de las “Revoluciones de colores” en Yugoslavia contra el presidente Milosevic en el 2000, en Georgia para lograr el derrocamiento del mandatario Eduard Shevardnadze, 2005 y también en ese año, fue depuesto en Kirguistán el presidente Askar Akáyev.

Sharp, entonces, vivió su época de gloria y fama como supuesta eminencia de los cambios sociales en la pos modernidad   y estuvo cerca de ganar el Premio Nobel como científico social. Pero al parecer el entusiasmo de la Academia Sueca, no llegó a tanto.

Aunque su teoría escrita mucho antes de la era de INTERNET, debió ser revisada y actualizada sobre la marcha con la inclusión del escenario virtual de las redes sociales y las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC), tareas que debieron asumir los seguidores jóvenes de Sharp, para evitar que con ese “parche tecnológico” las Revoluciones de colores” no se desinflaran en la obsolescencia.

Tomado de: http://cubaessurtidor.blogspot.com

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Adiós a un motor del documental argentino

Marcelo Céspedes, documentalista argentino

Por Luciano Monteagudo

A través de la emblemática productora Cine-Ojo, Marcelo Céspedes–fallecido hoy martes en su búnker de la calle Lavalle, a los 65 años, de un paro cardiorespiratorio– fue uno de los mayores impulsores y difusores del cine documental en la Argentina, cuando ese género hoy tan rico y prolífico en el país tenía como antecesores apenas un par de nombres antes que el suyo. Y el cine que él mismo dirigió y produjo siempre estuvo asociado a las mejores causas: los derechos humanos, la militancia social, la educación y la salud pública.

El cine documental argentino hoy no sería el mismo si no hubiera existido su atípica productora, fundada junto a Carmen Guarini en 1986, y de dónde salieron no sólo los films que ellos mismos co-realizaron –como Hospital Borda, un llamado a la razón, La voz de los pañuelos, Jaime de Nevares, último viaje y Tinta Roja, entre tantos otros– sino también trabajos esenciales de cineastas tan disímiles como Alejandro Fernández Mouján, Andrés Di Tella, Albertina Carri, Cristian Pauls, Lorena Muñoz y Sergio Wolf, con quienes luego no faltaron distanciamientos y polémicas públicas.

Nacido en Rosario el 27 de abril de 1955, Céspedes estudió a fines de los años ’70 en la desaparecida Escuela Panamericana de Arte, pero en un momento en el que el documental no existía como tal en la Argentina fue un autodidacta, se formó haciendo sus propios films, como los cortometrajes Los Totos –que en 1983 compitió en el Cinéma du réel del Pompidou de París– y Por una tierra nuestra (1985). En estos dos trabajos iniciales, centrado en la vida en las villas el primero y en la toma de tierras en Francisco Solano el segundo, ya se advierten los fundamentos que guiarían su obra como director y productor. Por un lado, la tradición del cine social de la Escuela de Santa Fe de Fernando Birri, y por otro la influencia narrativa del “cine directo” de Jean Rouch y Raymond Depardon.

La creación de la productora Cine-Ojo (denominada así en homenaje al Kino-Glaz del soviético Dziga Vertov) coincidió con los primeros años de la recuperación democrática en el país y sería determinante para llevar a cabo un proyecto de mayor alcance y ambición. Suerte de usina de producción, desarrollo y difusión del cine documental –cuando este género ni siquiera estaba contemplado en las reglamentaciones del Instituto Nacional de Cine– Cine-Ojo fue la plataforma de lanzamiento del primer largo de Céspedes como director, Hospital Borda, un llamado a la razón (1986), que exponía crudamente pero sin miserabilismo alguno la terrible realidad de la manicomialización en la Argentina.

A ese título fundante le siguieron otros no menos influyentes y decisivos, realizados a partir de entonces con Guarini como co-realizadora: Buenos Aires, crónicas villeras (1986), sobre la expulsión de más de 250 mil villeros de la Capital Federal durante la dictadura cívico-militar; La noche eterna (1991), sobre la resistencia de los mineros de Río Turbio en pleno auge del neo-liberalismo menemista; La voz de los pañuelos (1992), mediometraje acerca de las Madres de Plaza de Mayo; Jaime de Nevares, último viaje (1995), con la colaboración de Osvaldo Bayer, sobre el luchador obispo neuquino, ganadora del gran premio del Festival de Leipzig, y Tinta roja (1998), ascético y a la vez cálido análisis de la construcción de la noticia policial en la redacción del diario Crónica.

A partir de entonces, Céspedes –con alguna excepción, como H.I.J.O.S. El alma en dos (2002) – dejó la dirección en manos de Guarini y se dedicó a ampliar el campo de acción de la productora Cine-Ojo. Coproduce con Alemania el documental Che, ¿muerte de una utopía?, y la ficción El siglo del viento, ambas del maestro Fernando Birri. Paralelamente, Cine-Ojo comienza la distribución en video de films documentales de grandes realizadores casi desconocidos hasta entonces en nuestro país, como el estadounidense Robert Kramer, el holandés Johan Van der Keuken, el francés Nicolas Philibert y el suizo Richard Dindo.

En esta actividad se encuentra la génesis del DocBuenosAires, que nace en principio solamente como un foro de formación y de coproducción y ya a partir del 2001, sumado al foro, se expande como una muestra pensada para dar a conocer en Argentina un modelo de cine documental –“de creación”, se lo llamaba entonces– que en esos años no existía en el país. Allí se difundieron por primera vez los documentales del ruso Alexander Sokurov mientras que del foro de coproducción salió premiado el proyecto de Yo no sé qué te han hecho tus ojos, el memorable documental de Lorena Muñoz y Sergio Wolf sobre la leyenda de Ada Falcón, que se filmó un par de años más tarde.

La producción absorbió por completo a Céspedes desde entonces, con La televisión y yo (2001), Fotografías (2007) y Hachazos (2001), las tres de Andrés Di Tella; Por la vuelta (2002), de Cristian Pauls; Los rubios (2003), de Albertina Carri; El tiempo y la sangre (2004), de Alejandra Almirón; Espejo para cuando me pruebe el smoking (2005) y Pulqui, un instante en la patria de la felicidad (2007), ambas de Alejandro Fernández Mouján; la ficción Ronda nocturna (2005), de Edgardo Cozarinsky; Meykinof (2005), de Carmen Guarini; Bialet Massé, un siglo después (2006), de Sergio Iglesias; Regreso a Fortín Olmos (2008), de Jorge Goldenberg; y Parador Retiro (2008), de Jorge Colás, entre muchísimas otras. Por caso, Céspedes fue el coproductor ejecutivo argentino de la exitosa ficción Los viajes del viento, del colombiano Ciro Guerra, y del documental Toda esta sangre en el monte (2018), de su hijo Martín Céspedes, sobre las luchas del Movimiento Campesino de Santiago del Estero.

Amante de la pintura y coleccionista de antigüedades, artesanías latinoamericanas y obras de artistas plásticos argentinos, Céspedes creó una suerte de escisión del DocBuenos Aires denominada Cine de artistas, junto al dibujante Eduardo Stupía. Y disfrutó enormemente de la gestación y concreción de ese proyecto interdisciplinario y surrealista denominado La ballena va llena, del cual él –junto a Daniel Santoro, Tata Cedrón, Juan Carlos Capurro y Pedro Roth—fue además de un integrante esencial el director de la película que salió de ese happening. Allí interpretaba a la perfección su clásico personaje de ogro gruñón, con el que disfrutaba perturbar a sus interlocutores. Muchas veces lo era, sin duda, pero también, en la intimidad, solía reírse –no mucho es cierto— con una intensidad impensable, que hacía temblar su minúscula, atiborrada oficina de la calle Lavalle al 1600, donde tanto trabajó y hoy también murió.

Tomado de: https://www.pagina12.com.ar

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De la guerra de Vietnam

La guerra de Vietnam, de Agustín Prina Editorial Ocean Sur

Por Cristina Lanuza Marrero

La guerra de Vietnam, escrito por Agustín Prina —argentino estudioso del marxismo—, bajo el sello editorial de Ocean Sur, brinda un conjunto de lecciones de Historia a través de la narración y la revisión de las enseñanzas políticas de Ho Chi Minh y el general Giap, ambas figuras sumamente ejemplares tanto para la occidentalidad como para todo el mundo; ambos han sido referenciados en el cine y el arte, de ahí que su reconocimiento no haya sido solo político, sino también cultural.

Como en muchas ocasiones se ha mencionado, el imperialismo no tiene límites, en el texto se evidencia el contexto histórico bajo el cual Estados Unidos decide invadir Vietnam, pues, las revoluciones que se iban dando en América Latina sobre los años sesenta —Cuba, la principal— impulsaron los procesos de liberación nacional de muchos otros países del mundo y, por tanto, eran una amenaza para el capitalismo mundial. Aún así Vietnam, nunca fue un pueblo “tranquilo”, totalmente lo contrario, fue un país aucostumbrado durante siglos a las invasiones —entre las más grandes estuvo la de los franceses— y luchas, una nación acostumbrada a oponer resistencia.

En el caso de la invasión francesa, después del despojo de los campesinos de sus tierras y el aumento de la pobreza, así como algunos hechos externos, la quiebra de la bolsa de Wall Street, por ejemplo, influyeron en una crisis económica para el imperio francés. Con estos hechos, el pueblo vietnamita quedaba ultrajado por todas las acciones y políticas imperialistas. Pero, como respuesta a ello, siempre hubo movimientos y organizaciones, alianzas estratégicas y tácticas desarrolladas, así, fue debilitado el intento de los japoneses por invadir Vietnam, donde ya empieza a destacarse en el frente de lucha, el líder Nguyen Ai Quoc, quien sería conocido más tarde como Ho Chi Minh.

Luego de la Revolución de Agosto, la intauración de la República Democática en el norte y ocho años de lucha, los franceses decidieron aliarse con Estados Unidos, pero no pudieron deshacer la república ya creada. Como acuerdo de la Conferencia de Ginebra en 1954, las potencias occidentales firmaron el acuerdo para la separación de Indochina en tres países: Laos, Camboya y Vietnam. El norte se mantuvo independiente y democrático, pero el sur, cayó en dominio de Estados Unidos, mantuvo al pueblo a raya con las decisiones del gobierno, se rechazó la convocatoria a elecciones y mantuvo al pueblo vietnamita en una gran miseria.

Eventualmente, como es lógico, el pueblo vietnamita fue oponiendo más resistencia a la militarización y control estadounidenses, con lo cual, Estados Unidos aumentó la hostilidad y el envío de militares al país, lo que terminó en 1965 en una invasión al territorio vietnamita del sur del país. Comenzó la guerra a lo largo del mismo, pues, se comenzaron bombardeos estratégicos a Vietnam del Norte y de esta forma, comienza la otra gran invasión sufrida por el pueblo vietnamita.

Pero:

A pesar de las matanzas y la fuerte crisis producida por la invasión y división del país, los vietnamitas no se quedaron de brazos cruzados. Tanto el Frente Nacional de Liberación como desde la República Democrática de Vietnam del Norte, se ofreció la resistencia tenaz e inclaudicable.[1]

Así se inundan las páginas de este libro, acción-reacción en cada una de ellas, para cada ataque, una ofensiva. Los vietnamitas se mantuvieron años haciendo historia, defendiendo lo que por derecho es suyo. Pero, Estados Unidos se veía afectado en su política exterior puesto que en estas ofensivas, morían muchísimos soldados nortamericanos y en el país, se empezó a rechazar la guerra a Vietnam por este motivo, aún cuando había sido un “llamado de ayuda” del pueblo vietnamita. La confrontación llegó a ser demasiado hostil para ambos países, y de esta manera, comienzan las conversaciones y tratados de paz, lográndose en 1975 la unificación bajo el nombre de República Socialista de Vietnam.

El aspecto más importante a resaltar en este texto es que, a través de diferentes capítulos, no solo explica el contexto histórico, político y social, bajo el cual se desarrollan todos los hechos, sino que, lo hace desde ambas perspectivas, es decir, desde los intereses estadounidenses y luego, desde el punto de vista vietnamita. Plasma la manera en que se sintió esta lucha en Vietnam y realza las figuras de Ho Chi Minh y el general Giap desde la propia visión local.

De igual manera explica el carácter de la Revolución en Vietnam y los objetivos trazados una vez que se lograra la independencia. Se consideró, así mismo, a pesar de que muchos integrantes de las tropas vietnamitas no tenían entrenamiento militar, que la organización y la unión fue el factor principal de la victoria del pueblo.

Finalmente, en el libro se conforma un apartado breve donde se explica la cercanía de la Revolución Cubana y la vietnamita, así como, el importante papel desarrollado en ambas por la figura de Ernesto Che Guevara. Se presentan como anexos disímiles documentos que atestiguan los hechos y que pueden ser de gran interés para los lectores.

[1] Prina, Agustín: La guerra de Vietnam. Editorial Ocean Sur, México, 2008. p. 30.

Tomado de: http://www.contextolatinoamericano.com

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Cine de poesía y dramaturgia visual: La insumisión de Fernando Pérez

Fernando Pérez. Premio Nacional de Cine

Por Karina Paz Ernand

En cine, el principio es sugerir.

Jacques Feyder

Hace un par de años entrevisté a Fernando Pérez para esta revista. En la entrevista, Fernando definía su obra como una simbiosis entre dos términos acuñados por Pier Paolo Pasolini: “cine de prosa” y “cine de poesía”. Pasolini analizó a lo largo de la historia del cine la existencia de estas dos maneras de narrar, que no se anulan entre sí, sino más bien se complementan. La primera articula la narración desde el punto de vista aristotélico, más tradicional, en tanto la segunda se propone narrar desde un lenguaje metafórico y asociativo.

Si se intenta establecer clasificaciones más o menos esquemáticas dentro de la obra de Fernando Pérez, suele advertirse una etapa “más metafórica o simbólica”, en ese cine que podemos catalogar como asociativo y, en algunos casos, hasta surrealista (Hello, Hemingway, Madagascar, La vida essilbar, que tendrán incluso un puente conector con Madrigal, aunque se haya realizado después de Suite Habana). Esta últimapudiera insinuar un tránsito, al mezclar la noción documental con ciertos rasgos ficcionales; para luego arribar a una etapa más apegada a la convención de los géneros (La pared de las palabras, José Martí: el ojo del canario, Últimos días en La Habana), un cierto retorno a ese primer cine suyo de Clandestinos. Pero en realidad se trata de oleadas constantes que van impulsándole de manera pendular hacia diferentes estilos, a menudo mixturándolos. Insumisas (2018), coescrito y codirigido con la realizadora suiza Laura Cazador, no resulta la excepción de la regla.

En esta ocasión Fernando ha decidido llevar a la pantalla aquella historia que, en 1919, inspirara al doctor Emilio Roig de Leuchsenring a escribir su libro La primera mujer médico en Cuba. Mas el prestigioso director cubano no ha pretendido un pormenorizado biopic sobre la vida de Enriqueta Favez, la mujer suiza que, vestida de hombre, estudió y ejerció la medicina en una época en que ese espacio laboral resultaba vedado para las mujeres. Fernando se ha basado en la historia de aquel “doctor”, llegado a la villa de Baracoa en 1819, que ejerció la profesión y obtuvo reconocimiento hasta que sus avanzadas ideas antiesclavistas y su matrimonio con Juana de León terminan por hacer emerger su verdadera identidad, lo cual desata un escándalo que no solo involucra a las autoridades civiles, militares y al clero de la villa, sino que también sacude las bases conservadoras de la sociedad colonial. Pero lo hace desde la reinterpretación ficcional de las relaciones humanas que rodearon el hecho, de esa parte de la historia de la cual nunca tendremos evidencias.

Insumisas es mucho más que la simple historia de Enriqueta Favez. Es —en palabras de Fernando— “un filme que entiende la transgresión como vía para alcanzar la libertad individual; es la defensa del derecho a la libertad individual en todos los órdenes de la sociedad: en el social, en el político, en el humano”[1]. Y en ello radica la actualidad de este filme. En un presente en el que el orden patriarcal persiste, la vida de una mujer capaz de echar a un lado los prejuicios y enfrentarse al orden establecido, resulta un tema de calado universal.

Lástima que una historia tan poderosa desde sus potencialidades dramatúrgicas posea ciertos trastabilleos en el guion. Por momentos se advierte una especie de sumatoria apresurada y forzada de eventos dentro de la diégesis —descuidando otros cuyo desarrollo se hacía necesario—, una cronología que poco tributa a la progresión dramática del conflicto [2]. Otro desliz lo hallamos en el desempaño actoral de Sylvie Testud en su rol de Enriqueta Favez, quien debía poseer el mayor peso dramático dentro de la historia. Su actuación es estéril y carente de efectos emocionales que nos sensibilicen e identifiquen con la protagonista. Se ha confundido la idea de contención que la construcción psicológica del personaje requería, con la de frigidez emocional. Puede que en ello haya influido una multiplicidad de factores: el hecho de ser la primera vez que Fernando dirigía a una actriz extranjera en un rol protagónico (determinado por las condiciones de coproducción), que la actriz no hablara español y aprendiera el texto de memoria [3], o los métodos de actuación de la Testud, quien no ensayó ni una vez las escenas. Lo cierto es que todo ello afecta la verosimilitud de la actuación. En tanto la recordamos desdoblándose en la construcción psicológica de los personajes representados en otros filmes, nos hace lamentar su encarnación de una Enriqueta Favez que, salvo algunos momentos de brillantez interpretativa, permanece fría y distante ante el espectador.

Del dicho al tropo… El infinito placer de las asociaciones visuales

A pesar de los puntos flacos señalados, existe un apartado de especial relevancia que engrandece el filme: la fotografía. Esta especialidad persigue siempre, en las películas de Fernando Pérez, un sentido conceptual más cercano a otras manifestaciones artísticas como la pintura y la fotografía fija. La estética plástica de sus composiciones, el modo de iluminar, de encuadrar la cámara, intentan captar sentimientos y sensaciones en una imagen única e irrepetible. Más que los diálogos o la historia misma, deviene vehículo ideal para narrar, mixturando los conceptos de cine de prosa y cine de poesía.

El binomio formado con el fotógrafo Raúl Pérez Ureta ha resultado decisivo. Compartir la pasión de Raúl por la fuerza expresiva de la imagen les ha permitido implementar un proceso creativo donde los referentes pictóricos resultan fundamentales a la hora de componer la visualidad de las escenas.

Ureta es un fotógrafo acostumbrado a traducir en imágenes las ideas de Fernando; un artista del lente obsesionado con los pequeños detalles, con la idea de contar historias a través de la luz, el color, el encuadre perfecto que exige cada circunstancia. Y son, precisamente, la luz y el color elementos narrativos claves dentro de este filme. Se hace evidente la búsqueda del denominado “color histórico”, esa tonalidad adquirida por las características de iluminación propias de cada época, así como por las peculiaridades del espacio geográfico de la acción, que condicionan visualidades diversas. Pero resulta indiscutible el valor dramático que le es otorgado al color en Insumisas. No se trata de intentar hacer una fotocopia de la visualidad de la Cuba colonial, sino que advertimos además una evidente función expresiva y metafórica en la composición cromático-luminosa del filme.

La solicitud de Raúl de confeccionar un considerable número de velas reforzadas respondió no solo a la búsqueda de una fidelidad en la recreación epocal, sino también al interés de aprovechar la fotogenia de la luz para imprimir al filme una atmósfera, un ambiente peculiar, manteniendo la historia en una penumbra que mucho aporta desde su trasfondo psicológico y conceptual. Además, la temperatura del color aportada por la luz de las velas trabaja sensorialmente sobre el inconsciente de los espectadores, transmitiendo la sensación de calor y asfixia de aquella sociedad retrógrada que agonizaba política y socialmente, que se ahogaba en sus propios postulados anquilosados en un pasado que negaba el desarrollo del mundo a su alrededor. Pero este tipo de iluminación igualmente funciona sobre el subconsciente de los actores, atrapados en un sofocante vestuario del siglo XIX. Ureta, con el multitudinario empleo de velas en pleno verano cubano, fuerza la actitud y lenguaje corporal de los actores, quienes, de manera inconsciente, son agredidos por las condiciones de rodaje y compulsados a reaccionar anatómicamente, lo cual contribuye a la construcción de la dimensión psicológica de sus personajes. A excepción de Favez, los hombres sudan, se acomodan los opresivos cuellos, aunque parecieran tolerar la situación con menor incomodidad. Sin embargo, las mujeres se abanican compulsivamente durante las misas, en tanto repiten el credo de manera robótica, compelidas por la educación y las costumbres, mientras su lenguaje corporal nos habla de agobio y desesperación [4]. El empleo de las velas también condiciona la iluminación de los interiores, provocando un oscurecimiento que contribuye a la construcción psicológica de los personajes y del conflicto mismo. En ocasiones nos cuesta ver a los personajes, distinguir la totalidad de sus rostros, como en aquella escena en la que José Ángel y Favez regresan del prostíbulo, mientras una (sexualmente) insatisfecha María Eugenia les reclama entre gritos su conducta y su doble moral: ninguno de ellos —aunque por diversas razones— muestra todo de sí, sus verdaderas intenciones, personalidad, insatisfacciones… Todo no es más que un juego de apariencias, más o menos válidas, según el sistema de valores de cada personaje.

A ello se suma el empleo alegórico de los interiores y exteriores. Los exteriores, nítidos e iluminados por la natural luz tropical, simbolizan el comportamiento públicamente aceptado, la vida común, las apariencias, el deber ser; en tanto los interiores (escasamente iluminados a la luz de las velas, que sumerge a los personajes en la penumbra) simbolizan lo íntimo, las revelaciones, los deseos ocultos. Los colores, por su parte, también poseen una función alegórica. En el intento de recrear el ambiente cromático de la colonia se acentúa la escala de los ocres, correspondientes a la atmósfera de calles no pavimentadas, calurosas, polvorientas y de interiores cálidamente iluminados por candelabros. Pero a medida que avanza la historia y el conflicto va in crescendo, la temperatura del color parece transformarse: los tonos ocres van suavizándose, la imagen va perdiendo gradualmente el color, accediendo a un cromatismo que favorece la frialdad de los tonos grises y azulosos —cercanos al blanco y negro—, que nos van preparando para el fatídico final, cuando creemos asistir al inicio del romance de las protagonistas. De este modo, la fotografía redirige nuestra interpretación por contradicción, con respecto al diálogo y al momento en que, dramatúrgicamente, se supone que se encuentra la historia. La fotografía va determinando las peculiaridades visuales y estéticas, pero también conceptuales del filme. No solo construye atmósferas, sino también personajes, estados anímicos e incluso macromensajes que el autor trasmite a través de su obra, como una suerte de narrador (visual) omnisciente.

Además del tratamiento de la luz y el color, resulta interesante analizar cómo se manifiestan en Insumisas las cuatro interacciones que Marcel Martin describe dentro del concepto de composición simbólica de la imagen, una manera otra de narrar: acción visual combinada con elemento sonoro, acciones simultáneas, personaje con objeto y personaje ante un escenario-decorado.

Acción visual combinada con elemento sonoro

El manejo de los movimientos de cámara, las angulaciones y la escala de planos se convierten en otro armamento dramatúrgico. Las teorías sobre gramática audiovisual coinciden en la adecuación entre el tamaño del plano y su contenido material (más amplio o cercano en dependencia de los elementos que haya que mostrar), o su contenido dramático (más cercano en tanto mayor sea su aporte dramático e ideológico). En Insumisas encontramos un reiterado uso del primer plano de rostros humanos como invasión del campo de la conciencia, como marca visual de tensión mental, que nos abstrae del universo material que rodea a los personajes para concentrarnos en el inside psicológico. De ahí también la manifestación del significado dramático del filme a través de este tipo de plano, que nos remite al denominado “cine interior”. Mas esa abstracción se relativiza con la introducción de planos generales que persiguen similar objetivo.

El plano general, que hace al hombre una silueta minúscula, reintegra a este en el mundo, lo hace víctima de las cosas y los “objetiviza”; de allí que haya una tonalidad psicológica bastante pesimista, una atmósfera moral más bien negativa, pero a veces, también, una dominante dramática exaltante, lírica y hasta épica” [5]. Todo ello se cumple en los intencionados planos generales del filme. Como espectadores, la primera manipulación sensorial ejercida hacia nosotros es, precisamente, la secuencia introductoria, donde la alternancia entre primer plano y plano general complementan su significado. A ello se suma un ensordecedor bramido de olas, que nos hace salir del impactante primer plano de la protagonista y del silencio absoluto de los créditos, “shockeando” sonora y visualmente al espectador. En pausado tilt down —movimiento que contrapuntea con el sonido y con la imagen de la naturaleza que se nos muestra— descendemos nuestra mirada desde el mar hacia la figura de la protagonista. Parada entre los arrecifes, de espalda a la cámara y vestida de monja, Enriqueta observa impasible las olas que arremeten con violencia contra las rocas. La superposición simbólica se produce a través de un inconsciente proceso metonímico, que nos hace trasladar las características de la naturaleza (al menos la fracción mostrada) al ser humano. La imagen alude al tormento interior del personaje. El mar embravecido es símbolo tanto de su pasado (lo fuerte y transgresora que fue, como ese mar incontrolable, capaz de arrasar y ganar espacio a la tierra cuando se lo propone), como de su presente y futuro (la rabia que siente ante la injusticia de su pasado, ese que la condujo a su presente; la impotencia de tener que retornar al redil, volver a seguir las leyes humanas y divinas: verse convertida en monja como vía para continuar ayudando a las personas a través de sus conocimientos de medicina). Tanto esta imagen como las posteriores, unidas por una dinámica edición, se convierten en un elemento anunciador.

La fotografía ha ido alternando planos generales del impetuoso paisaje marino con primeros planos del rostro inmóvil para dar paso a otro plano general del peñón —aún no habitado por la figura humana— que luego se convertirá en símbolo de su vida; esta vez tomado desde un ligero y revelador picado que da sensación de aplastamiento y representa esa vida que siempre ha estado frente al precipicio. El peñón —significativamente agreste en medio de una naturaleza cubana de vivos colores—, con su poderoso claroscuro formado de piedras de diferente cromatismo, se yergue imponente frente a nuestra mirada, como retándonos, increpándonos, mientras la voz en off de la protagonista repite su nombre incesantemente. Un brusco corte nos coloca frente a otro poderoso plano general que funge como colofón de esta introducción que se construye, dramatúrgicamente, desde la visualidad: otro peñón igualmente agreste (el de la primera toma junto al mar). En esta ocasión, la sensación de desequilibrio y descentramiento no está dada por un picado, sino a través de la composición del cuadro: una toma frontal, inundada casi en su totalidad por el oscuro peñasco, donde ya no hay contraste en la coloratura… como tampoco hay colores-opciones en la vida actual de esta mujer. El mar embravecido que ostentaba toda su carga simbólica en las primeras imágenes ha sido relegado a un minúsculo fragmento de la izquierda del cuadro. Casi imperceptible, se yergue una diminuta figura humana en el cuadrante superior izquierdo, totalmente disminuida y aislada dentro de la composición plástica del fragmento de realidad encuadrado, fundida con su entorno por la tonalidad grisácea del traje monacal y por su inferioridad simbólica, en comparación con las dimensiones supraterrenales de los elementos de la naturaleza. ¿Enriqueta continúa luchando —desde nuevos escenarios— o acaso ha sido vencida-anulada por las fuerzas mayores de las convenciones?

Acciones simultáneas

La fiesta de los esclavos en las calles durante el Día de Reyes —con sus agresivos bailes, sus gritos y lenguas indescifrables, sus máscaras de aspecto diabólico, sus dramáticos primeros planos— se alterna con la acción de la protagonista al rechazar el título de honor que le sería conferido, y denunciar a Benítez, poniendo al descubierto abiertamente su posición ante las convenciones sociales. La simbiosis de ambas acciones —coexistentes temporalmente y unidas por un montaje alternado— provoca que la acción secundaria (la fiesta de los negros) resemantice la acción primaria (la acción de Favez seguida por Juana). La decisión ética marcará, simbólicamente, el destino trágico de ambos personajes. Funciona, entonces, como otro elemento anunciador, puesto que este punto de giro (resignificado por el carnaval humano de “los negros” y la dramática expresión de una esclava congelada en un primerísimo plano, con la que finaliza la secuencia) conducirá a la debacle final. La Fiesta de Reyes contiene en sí misma otro símbolo, al ser el único momento en el año en que se permitía a los esclavos celebrar “libres” en las calles, disfrutando de sus propios rituales, bailes, lenguas, trajes… pero siendo observados con desprecio y temor. La libertad era finita y a la mañana siguiente debían regresar a sus labores habituales, a su aprehendida dominación, anulando todo trazo de sus costumbres y personalidad. Así como Enriqueta y Juana han saboreado un breve instante de liberación y autorrealización para luego volver a ser juzgadas y reducidas al deber ser social.

Personaje con objeto

El ejemplo ideal para comprender este concepto lo encontramos en la primera visita que realiza la joven Pepa al consultorio de Favez, luego de su regreso a Baracoa. La imagen que nos introduce la escena es un significativo primer plano de un objeto-órgano-fragmento animal encerrado en un pomo de cristal. Nos resulta imposible distinguirlo en los pocos segundos que dura la toma. Descifrar su identidad tal vez aportaría al sentido general dela escena desde el punto de vista semiótico; mas su propia existencia indefinida ya funciona como código simbólico de anulación identitaria. El ser encerrado, enroscado sobre sí, continúa inerte dentro de su vítrea cárcel, en primer plano, en tanto Pepa permanece desenfocada. La cámara va desenfocando suavemente nuestro primer plano hasta sacar de su anonimato en segundo plano a una Pepa (ahora tristemente nítida) encogida, de respiración entrecortada, que mira fijamente el enigmático ser-objeto con ojos tristes y meditabundos.

Esta introducción de la escena, este empleo tropológico de un elemento de atrezo, explota todas sus potencialidades de sinécdoque, relacionando la parte con el todo. La antes rebelde Pepa se siente ahora tan inmóvil, acorralada y sofocada como ese objeto que observamos dentro del pomo. La joven ha perdido su personalidad, como el objeto ha perdido su capacidad de ser descifrado. El objeto-ser (como ella) ya ni siquiera ofrece resistencia a su encierro, sino que yace inerte, mostrando impúdicamente los signos de su fenecimiento. Todo ello anuncia la conversación que seguidamente se entabla entre Pepa y Favez, cuando este le cuestiona la pérdida de aquel espíritu resuelto de su niñez, su decisión de casarse sin amor, de guardar silencio, de no defender sus ideas. Mientras, la joven parece resignada a su condición actual, esa que le ha asignado el orden social y que queda acuñada en su último parlamento: “Yo ya no pienso. Así es más sencillo y así me dejan tranquila”.

Personaje ante un escenario-decorado

Puede que sea este —dentro de la composición simbólica de la imagen— el concepto que más se patentiza dentro del filme, a través de diversos ejemplos. El elemento más simbólico dentro del escenario natural es el binomio peñón campestre-farallón costero. Ambos devienen metáfora plástica (al igual que el mar embravecido), basada en la analogía de estructura o tonalidad psicológica, con respecto al contenido puramente representativo de las imágenes. Ello, unido al estatismo de las tomas donde aparecen estos elementos, ostenta una dualidad interpretativa contrapunteada: de un lado, lo inamovible de las tradiciones, la permanencia del canon cultural; del otro, la inquebrantable voluntad de la protagonista de defender su libertad personal.

El peñón campestre se muestra desde los primeros minutos de metraje. Aunque todavía desconozcamos su significado, funge como leitmotiv y elemento anunciador del filme. Fernando incluso se atreve —en una etapa tan temprana— a exponerlo a través de una elipsis simbólica: el peñón solitario, sin figura humana (en contraposición a como será mostrado posteriormente). Se reemplaza al individuo por el signo, portador en sí mismo de un fuerte significado que no requiere ya de la figura del personaje para ser decodificado por el espectador. Puede incluso adquirir una noción más potente al aislarse como ente independiente, portador de lecturas múltiples. A este regresamos a la mitad del filme, una vez que Juana —ya enamorada— ha descubierto la verdadera identidad de Enrique. Ambos se paran junto a este y Favez resume la historia de su vida mientras verbaliza lo que para ella simboliza el elemento natural: “Siempre he vivido al borde de un abismo, pensando si saltar al vacío o no”. Luego de la primera declaración amorosa y el entrelazamiento de manos como símbolo de amor y aceptación, la visualidad cambia ante el entorno. De un plano medio en el que había sucedido la acción, se accede —por abrupto corte— a un plano general que nos muestra a las dos figuras humanas, diminutas y entrelazas, al borde del acantilado. La intencionada similitud de la composición nos remite a la imagen de los primeros minutos del metraje, traspolando la carga semántica de aquella elipsis visual a este nuevo peñón, ahora habitado por Juana y Enrique. Ambos personajes permanecen inmóviles frente a la imponente naturaleza; parecieran fundirse en ella, debido a la inferioridad de sus dimensiones frente al monumental paisaje y a la semejanza de sus atuendos con el tono claroscuro de las rocas. Para completar la intención, la imagen es fotografiada desde un significativo (aunque ligero) picado, anunciador del final que les depara a estos personajes.

Juana vuelve al peñón una vez asesinado Benítez y rescatado el pequeño Liberato. Pero esta vez el cuadro se cierra —con toda intención— antes de abrirse nuevamente, antes de mostrarnos el peñón que se ha convertido en símbolo de ese salto al vacío o salto de fe que Juana había aceptado y que acaba de traicionar (con su declaración en el juicio). Como Robinson Crusoe grita su desesperación frente al océano en el filme de Buñuel, así Juana lo hace frente al acantilado. Únicamente en soledad le es permitido excretar su dolor e impotencia. El aullido desesperado de la joven sucede en un significativo primer plano, tan cerrado como sus opciones en ese mismo instante, tan constreñido como se encuentran su corazón y su voluntad. Juana ha cedido ante las manipulaciones de una sociedad que la trasciende. Su imagen —como sucediera con la de la protagonista en la escena de inicios del filme— aparece descentrada, ocupando el lateral izquierdo del fotograma, desde donde emite un colérico alarido, que se dispersa hacia un vacío desenfocado a la derecha del cuadro, tan desenfocado e impreciso como la culpa colectiva que revolotea sobre el desenlace dramático de la historia. Solo entonces se abre el cuadro para mostrarnos aquella imagen iniciática, donde el agreste peñasco y la naturaleza toda —haciendo gala de sus dimensiones y poderío— parecieran engullir a la diminuta silueta.

El descentramiento de la figura humana en medio de la escenografía resulta una constante tropológica dentro del filme. Como habíamos analizado desde la secuencia introductoria, los personajes no solo aparecen descentrados, sino también empequeñecidos y fusionados con su entorno. El recurso se utiliza en varias ocasiones. Uno de los momentos más significativos puede que sea la escena en la que, luego de besar por vez primera a Juana, Enriqueta queda sola en casa. La protagonista se nos muestra entonces junto al dintel de una enorme ventana que inunda el centro de nuestro campo visual, en tanto la figura humana es desplazada a la derecha del cuadro [6]. No solo aparece una vez más de espaldas, sino que está silueteada, tratamiento pictórico de la luz que concentra todo el interés en el contorno del sujeto, otorgándole cierto halo enigmático, y despreocupándose de los detalles de las superficies-objetos circundantes. Enriqueta mira al campo solitario e infinito, tan solitario como ella misma. Aunque el paisaje ocupa la dominante visual del cuadro (por colocarse al centro de la toma frontal), mediante la perspectiva se ubica en un segundo plano intencionalmente desenfocado que nos impide advertir detalles de lo observado, puesto que no aporta información, sino que resulta relevante en tanto manipulación visual: su pensamiento (y el personaje en sí) está tan perdido como nuestra mirada. Lo cierto es que cada vez que se presenta un plano de la protagonista sumida en sus pensamientos —ya sea como Enrique o como Enriqueta—, se nos muestra descentrada, descolocada, tal como lo está en su propia vida, en medio de una sociedad a la que no pertenece, que la ha aislado, excluido y que lo hará mucho más en tanto más la desafíe.

El impacto final se da, una vez más, a partir del binomio imagen-sonido. Retorna el mar embravecido de inicios del filme, que salpica a Enriqueta vestida de monja. El sonido marca el estado anímico de la protagonista en su futuro, que ahora se ha convertido en nuestro presente. Otro peñón tan imponente como el campestre y ella nuevamente frente al abismo. Esta vez un mar iracundo arremete contra el gigante rocoso, sin lograr doblegarlo; como tampoco la vida termina por doblegarla. Tras soportar la cárcel, Enriqueta asume una nueva travestización —esta vez usando los tradicionales hábitos de monja— para cumplir su sueño de sanar a los necesitados. Ante una cámara distante, Enriqueta da media vuelta y se aleja del precipicio volviendo sobre sus pasos, saliendo de cuadro para proseguir con su futuro. Fernando articula así una peculiar simbiosis de dos conceptos de Marcel Martin sobre las escenografías. Las suyas son a la vez realistas —en tanto intentan reconstruir una visualidad epocal— e impresionistas —elegidas o construidas en función de la dominante psicológica de la acción, con el fin de condicionar y reflejar el conflicto de los personajes, como lo hiciera el paisaje interior tan caro a los románticos. Pero Fernando no solo sitúa a sus personajes en un determinado espacio que completa la interpretación sígnica de sus dramas interiores, sino que humaniza los propios espacios. Los dota de tal fuerza icónico-simbólica, que son capaces de significar por sí solos y conservar su capacidad generadora de macrolecturas, mucho después de haber sido abandonados por los personajes. La prosopopeya visual se yergue por encima de toda figura retórica. El océano —cual impotente agresor— parece encolerizarse ante la actitud desafiante de la protagonista y arremete cada vez con más fuerzas contra el farallón, intentando, infructuosamente, darle alcance a la figura humana que continúa su existencia off screen. La cámara se empaña, el cuadro se inunda de unas olas grisáceas que devoran todo a su paso. Pero Enriqueta se ha ido. Ha escapado una vez más de las fuerzas “naturales”, aunque la procesión vaya por dentro.

Notas:

[1] La libertad de todo ser humano de ser o hacer lo que desee ha sido un leitmotiv en la filmografía de este cineasta.

[2] Un ejemplo lo encontramos en la selección de “adiciones ficcionales”. Se trata de una historia real de la cual pocos detalles íntimos se conocen, más allá de la connotación social del hecho en la época. Si la intención era “inspirarse en”, agregando todo lo demás, hubieran podido explotarse mucho más los recursos de la dramaturgia para potenciar la narración. En el caso de la relación entre las dos mujeres, muchas son las versiones que han aportado las investigaciones históricas: desde el verdadero amor, el matrimonio para mantener las apariencias, la denuncia por parte de la esposa “engañada”, la confesión de Favez sobre su auténtica identidad al obispo de Espada, quien la insta a contar la verdad a su esposa… Pero si la opción seleccionada era la historia de un auténtico amor, que trasciende las fronteras de la identidad de género para proclamar este sentimiento, entonces urgía trabajar mejor la relación Juana-Enrique y sobre todo el momento del conflicto final, durante el juicio. Se imponía la construcción procesual del arco dramático de los personajes en función de ese amor que no logramos creernos y sufrirlo intensamente en pantalla.

[3] Lo cual también suponía una restricción para los directores, puesto que una vez memorizado el texto, dificultaba la posibilidad de realizar cualquier modificación al guion.

[4] Resulta sintomático que sean las dos protagonistas —transgresoras del orden social— las únicas que acceden a pequeñas fracciones de refrescamiento: Enriqueta atraviesa y se zambulle en un río a su regreso de La Habana, mientras Juana se baña en una pequeña laguna cerca de su casa.

[5] Marcel Martin. El lenguaje del cine. Barcelona: Gedisa, S.A., 2002.

[6] Los estudios sobre exégesis visual desde la psicología definen que en la cultura occidental los elementos que se encuentran a la derecha de las composiciones resultan de menor valor simbólico, puesto que nuestro inconsciente lee las imágenes en el mismo orden que lee el lenguaje escrito: de izquierda a derecha.

Tomado de: http://www.cubacine.cult.cu

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