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Notas gráficas de la semana (22)

Carlin (Perú)

Por Octavio Fraga Guerra

Ha sido difícil el proceso de selección de esta edición 22 de las Notas gráficas de CineReverso. Calidad estética y múltiples ejes temáticos son los signos de los artistas gráficos que siguen, como “articulistas de opinión” los más urgentes temas que acontecen en nuestro planeta. Los dos más prominentes, el golpe de Estado en Bolivia contra el Presidente constitucional Evo Morales, que evoluciona bajo con el uso de las fuerzas militares y policiales contra el pueblo. Y no menos importante, las problemáticas de la niñez. La proliferación del fascismo en Europa, la inmigración, un tema recurrente en esta sección o el intervencionismo del gobierno de los EE.UU. en América Latina, son también, parte de esta antología.

Adán (Cuba)

Vasco Gargalo (Portugal)

Téllez Villalón (Cuba)

Normal Gergely (Rumania)

Falco (Cuba)

Daniel Paz (Argentina)

Marian Kamensky (Austria)

Dariusz Dabrowski (Polonia)

Seyran Caferli (Azerbaiyán)

Becs (Argentina)

Antonio Rodríguez (México)

Ramses Morales Izquierdo (Cuba)

Seyran Caferli (Azerbaiyán)

Marco De Angelis (Italia)

Elena Ospina (Colombia)

Mikhail Zlatkovsky (Rusia)

Mohsen Zarifian (Irán)

Seyran Caferli (Azerbaiyán)

Tasos Anastasiou (Grecia)

Moro (Cuba)

Simanca (Cuba)

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Propaganda y postverdad

Según el mito griego, ilustrado en esta imagen, Sísifo fue condenado a hacer rodar una enorme ‎roca cuesta arriba

Por Thierry Meyssan

Hace 18 años que venimos debatiendo sobre la extraña evolución de los medios de ‎difusión, que parecen cada vez menos interesados en la realidad de los hechos. Ese ‎fenómeno se atribuye a menudo a la democratización de la información a través de ‎las redes sociales. Nos dicen que ahora cualquiera puede atribuirse el ‎papel de “periodista” y que eso conspira contra la calidad de la información. ¿Habría ‎entonces que restringir el derecho a expresarse dejándolo sólo en manos de las élites? ‎‎¿Y si fuera exactamente lo contrario? ¿No será que, en vez de ser la respuesta a ese ‎fenómeno, la censura que se pretende imponer es más bien la mejor manera de garantizar la continuidad del problema? ‎

Según el mito griego, ilustrado en esta imagen, Sísifo fue condenado a hacer rodar una enorme ‎roca cuesta arriba hasta lo alto de una montaña. Por supuesto, la piedra rodaba ‎nuevamente hacia abajo obligando a Sísifo a recomenzar‎ eternamente la absurda tarea.

La Propaganda

En los sistemas políticos donde el Poder necesita la participación del Pueblo, la propaganda tiene como objetivo lograr que la mayor cantidad posible de personas abrace una ideología ‎en particular y movilizar a esas personas para aplicar esa ideología. Sin importar la buena o mala ‎fe de quienes tratan de movilizar al Pueblo, los métodos utilizados son los mismos. ‎

Sin embargo, durante el siglo XX, el diputado británico Charles Masterman, el periodista ‎estadounidense George Creel y sobre todo el ministro de Propaganda del III Reich Joseph ‎Goebbels teorizaron sobre el uso de la mentira y de la repetición de la mentira, sobre la ‎eliminación de los puntos de vista divergentes y sobre el proselitismo en el seno de organizaciones ‎de masas, con las devastadoras consecuencias que hoy conocemos [1]. Es por eso que, después de la dos Guerras Mundiales, la Asamblea General de ‎la ONU adoptó 3 resoluciones en las que condena el uso de la mentira deliberada con intenciones ‎de desatar guerras y advierte que los Estados deben velar por la libre circulación de las ideas, ‎única solución para evitar el engaño premeditado [2].‎

Aunque las técnicas de propaganda se han perfeccionado durante los 75 últimos años y se utilizan ‎sistemáticamente en todos los conflictos internacionales, hoy están cediendo lugar a nuevas ‎formas de influencia sobre los países que ni siquiera están en guerra. Ya no se trata de lograr ‎que el público se sume a una ideología y de que actúe al servicio del Poder sino, por el ‎contrario, de evitar que actúe, de paralizarlo. ‎

Esta estrategia corresponde a una organización supuestamente «democrática» de la sociedad, ‎donde el público dispone de la posibilidad de actuar sobre el Poder, lo cual era muy poco frecuente ‎en otras épocas. ‎

La nueva estrategia que acabamos de describir ha ido extendiéndose desde hace 18 años, con la ‎llamada «guerra contra el terrorismo». Son numerosos los intelectuales que han señalado que esa ‎expresión es simplemente absurda ya que el terrorismo no es un enemigo sino una técnica de ‎lucha, un recurso militar. Es simplemente absurdo pretender “guerrear contra la guerra”. Aunque ‎nadie lo entendió cuando se planteó la «guerra contra el terrorismo», la invención de esa ‎paradójica expresión allanaba el camino a la «era de la postverdad». ‎

La Postverdad

Tomemos el ejemplo de la reciente “eliminación” de Abu Bakr al-Baghdadi, el “califa” del Emirato ‎Islámico (Daesh). Todos sabemos que es materialmente imposible que un grupo de ‎‎8 helicópteros atraviese en vuelo rasante todo el norte de Siria sin ser visto por la población ‎ni detectado por los sistemas rusos de protección antiaérea. La historia que están contándonos ‎es evidentemente imposible. Sin embargo, en vez de cuestionar la credibilidad de algo que cae en ‎el campo de la propaganda, la prensa –y con ella el público– debate sobre si al-Baghdadi, ‎viéndose arrinconado por las fuerzas especiales estadounidenses, mató a 3 o a 2 de sus hijos al hacer ‎estallar su “chaleco explosivo”. ‎

En otros tiempos, todos hubiésemos estado de acuerdo en que, al ser imposible un elemento ‎esencial de esta historia, no podemos tomar en serio los demás elementos del cuento, ‎empezando por la muerte misma de al-Baghdadi. ‎

Pero hoy en día la reacción es diferente. Se admite que el elemento fundamental ‎materialmente imposible (que nadie haya visto los 8 helicópteros mientras cruzaban todo ‎el norte de Siria en vuelo rasante) fue probablemente falsificado –dando por sentado que ‎se mintió seguramente por razones de “seguridad nacional”– pero se considera auténtico ‎el resto de la historia. Y con el paso del tiempo se olvidarán las actuales reservas sobre ese ‎elemento fundamental y se publicarán enciclopedias que contarán la parte linda del cuento, ‎repitiendo incluso sus partes más increíbles.‎

Digámoslo de otra manera, hoy se entiende instintivamente que esta narración no está ‎concebida para que conozcamos la realidad de los hechos sino sólo para transmitir un mensaje. ‎A partir de ahí, la prensa –y con ella el público– no toma posición sobre los hechos sino ante ‎el mensaje según ha sido entendido: al igual que Osama ben Laden, Abu Bakr al-Baghdadi ‎ha sido ejecutado. God Bless America porque Estados Unidos es el mejor y el más fuerte. ‎

Para desplazar nuestra conciencia de los hechos hacia el mensaje, los speech writers están ‎obligados a presentar una narración incoherente. No es sólo un error que se repite sino una ‎exigencia técnica de su trabajo. ‎

En la propaganda clásica se buscaba contar historias coherentes, de ser necesario ocultando ‎ciertos hechos o falsificándolos. Ya no es así. Ahora no se trata de convencer con historias ‎bonitas, aunque tengan que tomarse ciertas libertades con la realidad. La propaganda de hoy ‎se dirige a un estado de conciencia intermedio a través del cual se trata de hacer llegar un ‎mensaje. Estamos perfectamente conscientes de que el asunto de los helicópteros es imposible, ‎pero nos dejamos llevar por un razonamiento que lo elimina de nuestro campo consciente. Una ‎parte de nuestro intelecto se ha visto previamente condicionada y nos mentimos a nosotros ‎mismos. ‎

Hay gran cantidad de ejemplos del uso de esta técnica de condicionamiento entre ‎los acontecimientos de los últimos años. Cada uno de los ejemplos que podemos citar aquí haría ‎saltar en sus asientos a la gran mayoría de nuestros lectores ya que en todos los casos su comprensión exige ‎que seamos capaces de reconocer no sólo que nos dejamos engañar sino que nos dejamos ‎engañar con nuestra propia complicidad… y el ser humano detesta reconocer sus errores. ‎

Veamos al menos un pequeño ejemplo, antiguo pero fundacional y que aún sigue teniendo una ‎importancia capital hoy en día. En el momento de los atentados del 11 de septiembre de 2001, las ‎compañías de aviación publicaron de inmediato las listas de embarque completas con los nombres de los pasajeros ‎y de los empleados que habían muerto. Dos días después, el director del FBI expuso su narración ‎sobre los 19 secuestradores aéreos que, según él, habían perpetrado los atentados. ‎Sin embargo, según las listas de embarque publicadas por las compañías aéreas inmediatamente ‎después de los atentados, ninguno de los 19 secuestradores había abordado alguno de los 4 aviones ‎implicados. Por consiguiente, la narración del director del FBI contradecía los hechos… era ‎imposible. Pese a ello, 18 años después todavía hay “expertos” que disertan sobre la ‎personalidad de secuestradores… que no estaban a borde de los aviones secuestrados. ‎

Antídoto frente a la postverdad

Hace 18 años que nos explican que, al poner al alcance de todos la posibilidad de expresarse ‎a través de un blog o de las redes sociales, los progresos de la técnica han devaluado la expresión ‎pública, ya que cualquiera puede escribir o decir cualquier cosa. Nos dicen que antes, sólo los ‎políticos y los periodistas tenían la posibilidad de difundir sus opiniones y que velaban por ‎la calidad de lo que decían o escribían, mientras que hoy el hombre o la mujer común, el vulgum ‎pecus, la masa ignorante e incapaz de distinguir lo cierto de lo que no lo es cree cualquier cosa ‎y se hace eco de las fake news.‎

En realidad, es exactamente lo contrario. Los políticos de primera línea –empezando por ‎el presidente George Bush hijo y por el primer ministro británico Tony Blair– asumieron discursos ‎incoherentes para condicionar las reacciones del público en general y de sus electores ‎en particular. Esa técnica impone lo absurdo frente a la verdad, como cuando se sustituía ‎la verdad con la mentira. Es una técnica que destruye el funcionamiento de los sistemas ‎democráticos, funcionamiento que la gente común está tratando de restaurar con los medios a su ‎disposición. ‎

Las pantallas de televisión catódicas componen las imágenes en 625 líneas. Basta que una sola ‎de ellas deje de funcionar correctamente para que sólo veamos la línea defectuosa que afecta ‎el conjunto de la imagen. Según el mismo principio, basta que oigamos un solo punto de vista ‎diferente para que salten a la vista las mentiras de la propaganda que nos remachan ‎constantemente. Es por eso que la propaganda, cuando recurre a la mentira, exige una censura ‎implacable. Pero si la mentira introduce una incoherencia en el discurso de manera que esa ‎incoherencia se haga voluntariamente evidente, ya no hay necesidad de censurar los puntos de ‎vista alternativos. Al contrario, más vale dejarlos expresarse e incluso mencionarlos denunciando ‎públicamente algunos como fake news.‎

El antídoto contra la postverdad no es el llamado fact checking –término de moda para ‎designar la “verificación de los hechos”. La verificación de los hechos ha sido desde siempre la ‎base misma del trabajo de periodistas e historiadores. El verdadero antídoto contra la postverdad ‎es el simple restablecimiento de la lógica. ‎

Por eso hoy se está imponiendo una nueva forma de censura. Gran parte de los usuarios de ‎Facebook han sido desconectados en algún momento. Muchos nunca pudieron entender ‎por qué fueron censurados y buscan inútilmente cuál fue la palabra prohibida que no gustó a los ‎algoritmos o la posición “inadecuada” que alarmó a algún moderador. En realidad, lo que ‎a menudo se nos reprocha –e implica incluso la adopción de sanciones arbitrarias– es haber ‎cometido el grave delito de restaurar la lógica ante un razonamiento falso.

Tomado de: https://www.voltairenet.org

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Bolivia: la consumación simbólica del golpe

Foto tomada de Sputnik Mundo

Por J. A. Téllez Villalón

Cuando el presidente de Bolivia, el indígena aymara Evo Morales, y su vicepresidente, el fraternal intelectual Álvaro García Linera, renunciaron a sus respectivos cargos por “sugerencias” de las FF. AA. y declararon como un hecho la consumación del golpe de Estado, aún la flecha estaba en movimiento, aún faltaba su consumación simbólica. La entrada del empresario blanco Luis Fernando Camacho Vaca al Palacio de Quemados, la quema de la bandera whipala (y los policías arrancándosela del uniforme), la sangrienta noche del Día D con sus listas negras y linchamientos, la quema de la valiosa biblioteca de Linera, la autoproclamación sin quorum legislativo de la “elegida por Dios”, Jeanine Añez, y la escena del clímax —esa cuando el general le coloca la banda presidencial a la rubia—, antes de salir al balcón con el facho Camacho (y sus guardaespaldas gringos).

Quedaban sin exponerse otros “golpes bajos”. No pocos filos y armas, las que matan y las que con-vencen. De la oligarquía boliviana y de las regionales. Que se autoproclamara en la OEA la postverdad y el impresentable Almagro calificara de “autogolpe de Evo” lo acontecido en Bolivia. Porque en el imaginario de esta élite continental la verdad no existe; lo que importa es la significación que se le da a las imágenes, las frases y los gestos. Por aquello de Foucault, de que “No hay hechos, hay interpretaciones”.

Quedaba por repetirse, en versión trágica, una farsa también importada. En su primer discurso como presidente Comité Cívico Pro Santa Cruz, “el Bolsonaro boliviano” reconoció al golpista venezolano Juan Guaidó. En correspondencia, el monigote de Voluntad Popular reconoció a la “Guaidó boliviana”. Y tras la consumación del golpe, comentó por Twitter: “Se siente en Venezuela un frescor de libertad, justicia y democracia desde Bolivia…”. “Un factor importante de ese proceso fue el rol de la Fuerza Armada, Policías y servidores públicos. Mi mensaje a funcionarios civiles y militares en nuestro país es que por encima de todo está Venezuela…”.

“En este momento tan dramático y crucial de nuestro país deben estar al lado del pueblo, no se dejen amedrentar por ambiciones desmedidas, el que gobierna pasa, el pueblo perdura y Dios castiga”, es parte de una carta que Camacho dirigió al Estado mayor de las FF. AA bolivianas, y que leyó el 30 de octubre, a los pies del Cristo Redentor de Santa Cruz. Un claro llamado al golpe militar en nombre de Dios y de la Patria. Pero, ¿de qué Patria, qué dios y qué pueblo?

El fundamentalista santacruceño gritó a inicios de la revuelta: “Tenemos que hacer, salvando las diferencias, y sacar la agenda como lo hacía Pablo Escobar, pero solo para anotar los nombres de los traicioneros de este pueblo, porque queremos que el día de mañana vayan presos, pero no por rencor y odio, sino por justicia”. El domingo, ya por consumarse el golpe, sentenció: “Hicimos historia. No bajemos la guardia, ya dimos la estocada, terminemos el trabajo, saquemos las elecciones, empecémosles juicio a los delincuentes del gobierno, metámoslos presos”.

Cuántas resonancias, con el libreto revanchista de otro caudillo “por la Gracia de Dios”, el fascista español Francisco Franco quien, el 9 de febrero de 1939, dos meses antes de la consumación del golpe contra la II República española, promulgó la Ley de Responsabilidades Políticas, “con la intención de liquidar las culpas políticas contraídas por quienes contribuyeron con actos u omisiones a forjar la subversión roja y entorpecer el triunfo providencial e históricamente ineludible del Movimiento Nacional”.

El domingo 10, aún faltaba por expresarse con toda su significación y sentidos la falacia neoliberal, la de que “el egoísmo lejos de perjudicar beneficia a la sociedad”. Distopia enunciada por Adam Smith en el tan recurrido y simplificado libro Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones. El cuentecito de que “Cada individuo está siempre esforzándose por encontrar la inversión más beneficiosa para cualquier capital que tenga” y que “la persecución de su propio interés lo conduce natural, o mejor dicho, necesariamente a preferir la inversión que resulte más beneficiosa para la sociedad”.

Que traducido a los códigos del neo(fascismo–liberal) boliviano, sería que la inversión de Camacho, gastando combustible de avión para llegarse hasta La Paz con la renuncia de Evo, pagándole 300 dólares a unos cuantos matones, capitalizando el viejo relato de la evangelización, discursando y actuando en beneficio de sus intereses y los de las empresas de su familia, exacerbando el racismo de los de Santa Cruz y representando a los blancos ricos de Bolivia, se conduce natural y necesariamente por el bien del país, y de la República.

Vale apuntar que el empresario José Luis Camacho Miserendino se hizo millonario gracias a las privatizaciones de un gobierno neoliberal. Su hijo ganó notoriedad racista al frente de la organización paramilitar Unión Juvenil Cruceñista y a base de sobornos millonarios ganó la presidencia del Comité Cívico Pro Santa Cruz. Con ambos capitales, el financiero y el simbólico, escaló hasta el estatus de máximo instigador del golpe contra Evo. En un tuit del 22 de octubre señaló: “El movimiento cívico a la cabeza de mi persona, logramos unir a las fuerzas políticas de oposición al MAS”. Autodeclarado “merito” con el que la familia aspira a capitalizar nuevas ganancias y a librarse de un enjuiciamiento por su implicación en los Panama Papers.

El golpe de Estado es un golpe a los nuevos sentidos que el proceso de cambio pretendió asentar. Diez años contra quinientos. Los cruzados que se asentaron en la media luna boliviana, y en las urbanizaciones exclusivas de la capital, tuvieron 500 años para asentar el sentido común, colonial y excluyente, que sobrevive hasta hoy. El indígena concentra todas las taras de un ser inferior: “holgazán, promiscuo, borracho”. Para más, la iglesia católica declaró públicamente que “no tenían alma”.

El 24 de mayo del año 2008, en la Bolivia que moría, los vecinos de la antigua ciudad de la Plata sacaron del baúl sus títulos de descendientes de españoles y se lanzaron a cazar indígenas. Al grito de “indios de mierda” llevaron a rastras hasta la plaza principal a unos 25 rehenes, a los que obligaron a marchar semidesnudos en medio de agresiones físicas y verbales, a arrodillarse y besar la tierra o la bandera de Sucre. También quemaron banderas whipala y ponchos. Como respuesta a lo ocurrido, el gobierno de Evo promulgó la Ley contra el racismo y Toda Forma de Discriminación.

Para Añez y Camacho, los indígenas y sus culturas nada importan. En abril del 2013, la que entró al Palacio de Gobierno a gritos de “la Biblia vuelve”, escribió en un tuit: “Sueño con una Bolivia libre de ritos satánicos indígenas, la ciudad no es para los indios, que se vayan al altiplano o al chaco!”. El magnate Camacho mandó a cazar indios masistas para “llevar a Dios de vuelta al Palacio Quemado”. Para hacer historia, la de antes del 2009, pagó a sus matones y mandó a quemar el edificio del Tribunal Electoral Departamental y a disparar con armas de fuego a manifestantes “oficialistas” en Santa Cruz. Para poner en su lugar a la mayoría indígena del país, a esos “revoltosos” que apoyan al presidente Evo Morales.

Accionar y discursos que informan de la restauración simbólica en curso. Mientras el fundamentalista cristiano se arrodillaba frente a la biblia extendida sobre la bandera tricolor, en los pasillos del Palacio Quemado, uno de sus secuaces profirió: “La Pachamama nunca volverá al Palacio. Bolivia es de Cristo”. Acto seguido se vieron en el balcón presidencial unos encapuchados arriar la bandera whipala, insignia milenaria de los pueblos originarios andinos que se adoptó como símbolo de la plurinacionalidad, de la unidad dentro de la diversidad.

La República —como el ser social determina la significación de las palabras—, se cotiza en nueva puja, con una connotación contraria y superior a la de Estado Plurinacional. Y la Constitución vigente importa menos que la Biblia, porque aquella la promovieron los hijos de la Pachamama, y ella, la autoproclamada, es la elegida por el Dios de los ricos, los de los diezmos más portentosos.

“La Constitución vigente importa menos que la Biblia, porque aquella la promovieron los hijos de la Pachamama, y ella, la autoproclamada, es la elegida por el Dios de los ricos, los de los diezmos más portentosos”.

La Bolivia neoliberal de antes del 2009, se intenta sea, parezca, signifique, superior que la del indio de Cochabamba. Como la Modernidad significó civilidad europea y el “Progreso”, desde la Modernidad, significó “Desarrollismo”; como los derechos sociales, derecho a consumir, y los derechos civiles, derecho a votar por un blanco y un rico que sabe de política. Como la democracia se pretende signifique lo que no es, y sirve en sentido contrario al demo. Cual una brocha o una escoba, para limpiar de “sugerencias” de cañón y linchamientos fascistas al nuevo régimen instaurado, con la venia de Trump y de la OEA.

Precedentes hay, los conquistadores nos invadieron por una misión divina, para civilizarnos. Con la cruz y con la espada trajeron “la palabra de Dios” al nuevo mundo. Con el oro les pagamos el servicio. Y si en la cruzada, solo en Potosí enviaron al purgatorio a ocho millones de almas, fue por salvarnos. También la ya mencionada guerra cultural franquista.

Aunque el “neo-neoliberalismo” se ha reciclado discursivamente. Bañado de postmodernidad, digamos. Ya el político mejor es el mejor empresario. El buen macho con mujeres lindas, como Trump, Piñera y el Macho Camacho. Porque solo se valoran los resultados. Porque, ¡cuán distintas las indígenas y las mujeres de pollera a las modelos de la Play boy! Paradigma europeo con el que la rubia de turno se identifica.

Desde la subjetividad que se pretende dominante, es más pragmático, y evidente, el “ser ricos es el único modo de ser libres” que aquel sacrificio martiano de “Ser cultos para…”. Porque el sacrificio, ah, eso es cosa del pasado. O de indios, porque solo un presidente indígena llegaría al palacio de gobierno a las cinco de la mañana, o perdería su salvación sacando a 3 000 000 de personas “sin almas” del purgatorio neoliberal.

Con estos actos y comportamientos de los golpistas, al significarlos en su justa medida, se develan los intereses ideo-políticos de la oligarquía que los apoya. Se identifican más claramente, en la proyección simbólica de la lucha de clases, los cruzados del neo(fascismo-liberal) hispanoamericano. Toda vez que una de las máximas del liberalismo es el egoísmo, y del fascismo, la violencia hacia el “otro”, considerado inferior y prescindible.

Y como señaló José Martí en su siempre actualizable ensayo Nuestra América, la república muere “si no abre los brazos a todos y adelanta con todos”. El genio siempre estará en hermanar, en “desestancar al indio”, en “ajustar la libertad al cuerpo de los que se alzaron y vencieron por ella”. La América “ha de salvarse con sus indios”. Bolivia ha de salvarse con el MAS.

Tomado de: http://www.lajiribilla.cu

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América se filma

Detención de un fotógrafo por carabineros de Chile

Por Octavio Fraga Guerra

América Latina vive en las últimas semanas un movimiento social y político que apunta contra de las recetas neoliberales instrumentadas por la derecha reaccionaria, servil a los dictados del “Emperador de turno”: el Presidente de los Estados Unidos Donald Trump. Las capitales y sus localidades vecinas, constituyen esenciales espacios donde se materializan legítimas protestas permeadas de ira y dolor frente a los ajustes económicos implementados por gobiernos de usar y tirar, que multiplican las diferencias sociales y económicas, también culturales, de varias naciones.

Somos testigos en Nuestra América de una ofensiva que apunta hacia la ramificación de las recetas del Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM). También las que instrumentan las grandes multinacionales de Occidente y los oligarcas que defienden intereses espurios que revelan el desprecio por sus naciones, distinguidas por su rica cultura.

Argentina, Colombia, Chile, Ecuador, Honduras o Guatemala son algunos de los escenarios de estas protestas. Las cifras de muertos, heridos, detenidos o desaparecidos son de miles. El uso de las balas de goma que han segado, total o parcialmente, la visión de no pocas personas, colman las denuncias en las redes sociales ante la imperiosa necesidad de enfrentar la manipulación o el silencio cómplice de los medios que vulneran el derecho a la información.

Carros lanza agua, porras de nuevas de generación, gases lacrimógenos y toda una suerte de artefactos antidisturbios, son usados por las “fuerzas del orden”, para aplastar el grito de multitudes que exigen un cambio de las políticas en sus naciones. Las denuncias de mujeres violadas forman parte del drama que trasciende la geografía de la región y que nos remontan hacia los pilares de la Operación Condor.

En Bolivia se ha gestado un golpe de Estado contra el presidente constitucional Evo Morales, legitimado por la Organización de Estados Americanos (OEA), como era de esperar. La renuncia del líder de ascendencia Aymara no bastó para evitar que las fuerzas revanchistas arremetieran contra el pueblo. La policía y los militares de ideología yanqui, están cumpliendo milímetro a milímetro las enseñanzas de la Escuela de las Américas y los renovados manuales redactados por expertos de la CIA y la Agencia de Seguridad Nacional del gobierno de los Estados Unidos.

En la nación andina afloran los mensajes xenófobos, se visibiliza los estamentos de una, otra guerra simbólica. Por otra parte, está en pleno desarrollo la toma de poderes ilegítimos. Se repiten como recetas clonadas, las practicas del terror contra el pueblo boliviano que se apropia de las calles como escenarios vitales de sus luchas, esencial para reivindicar la democracia, que es la del pueblo.

Somos testigos de estos hechos porque América se filma. Celulares, tablets, cámaras fotográficas y de video se tornan herramientas imprescindibles de esta epopeya.

Están haciendo labor por la verdad y el derecho a la puntual información periodistas, fotorreporteros, cronistas de la impronta, también los cineastas. Estos últimos se agolpan en dichos escenarios para documentar, con nítido encuadre, cada minuto de lo que acontece, para significar lo que resulta relevante.

Volveremos a ver películas de no ficción que harán historia. Emergerán como obras estremecedoras, de lograda factura, donde la puesta en escena no se fabrica pues los hechos están anclados ante la lente que los toma para resignificarlos como filmes de urgencia, como singulares documentos de acabado intelectual edificados desde los cimientos del arte.

El tiempo será testigo de sus andares y sus rutas en los espacios, muchos de ellos alternativos, pues los mass media discriminan a los cineastas para cumplir las políticas editoriales de sus patrocinadores. Leeremos estos filmes como libros de sabia y dolor, reconstrucción y entrega.

Serán textos fílmicos de muchas páginas edificados sin pátinas y algoritmos, desprovistos de perfectas envolturas y exquisitas calibraciones, las que exigen las tecnologías del poder. A fin de cuentas, la urgencia se torna urgente. La historia se repite como cómplice que regresa por esa voluntad de signarnos una responsabilidad, un ejercicio del juicio, un deber por el saber y el hacer. Por esta humanidad teñida de dolor, pero también de luz.

En Nuestra América han hecho obras relevantes los cineastas documentales. A ellos les debemos el saber de una América erguida. Hicieron escritura fílmica: Santiago Álvarez, Glauber Rocha, Raymundo Gleyze, Octavio Getino o Fernando Birri. Hacen hoy obra documental de escritura sustantiva: Tristán Bauer, Fernando Pino Solanas, Ignacio Agüero, Virna Molina, Ernesto Ardito o Katia Lara, entre muchos otros. Ellos son de los empeñados en sembrar luminosidad donde se afinca la negrura, el silencio cómplice, la imagen turbia, la pantalla descosida o servida con el glamour de la mediocridad seudocultural.

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Desde el rincón de la ventana mía…

Malecón habanero de noche

Por Norberto Codina

A la memoria de Mayito Coyula dedico estas páginas.

La ciudad no es la que uno vivió, sino la que recuerda, y cómo la recuerda para contarla.

Paráfrasis de Gabriel García Márquez

Desde “el rincón de la ventana mía”, un séptimo piso, octavo para los del “interior”, multiplicado a su vez por la lomita que remata la calle O, hay una vista panorámica de un fragmento significativo de la ciudad y, por tanto, de mi vida.

Azoteas, techos, balcones, fachadas recortadas a lo lejos, ventanas, claves obligadas en el recorrido visual. Casi a mis espaldas el Habana Libre, sitio permanente de la primera juventud, el edificio Hermanas Giralt (mi camino al Pre de El Vedado) y dejando 23, el Palace con sus ladrillos rojos, y a un tiro de piedra el América —que es lo que un español llamaría cutre—, con las cicatrices del deterioro, casi un signo de la identidad urbana. La universidad no se ve, pero sabemos que está ahí; el techo rojo del palacete florentino de Orestes Ferrara, sede del Museo Napoleónico (“puesta a ostentar —como dice Abilio Estévez en Los palacios distantes—, la capital de la Isla exhibe hasta un museo napoleónico donde se muestra […] hasta una muela que, según dicen, le extrajeron a Napoleón en la campaña de Egipto”); la torre de hierro de la televisión, la loma del Príncipe, la Plaza de la Revolución, el edificio de las FAR; una chimenea lejana; más cerca un edifico de apartamentos con una extraña cúpula; muy lejos, figurando al otro extremo de la urbe, Los Pasionistas de la Víbora; a una cuadra la Iglesia del Carmen, donde, “conocí el agua bendita a los nueve años”; teniendo como fondo a derecha e izquierda edificios de micro con sus toscos tanques de agua (“…en el barrio de Cayo Hueso y en la Esquina de Tejas, irrumpieron dos anónimas torres en el corazón de la ciudad…”, y aquí cito a Roberto Segre, que a su vez cita al recordado Mario Coyula); más a la izquierda la bola del mundo del Centro Masónico, la aguja neogótica de la iglesia de la Calzada de la Reina (“al fondo de la calle Reina ya se alzaba la blanca torre gótica de la iglesia de los jesuitas, donada por la declinante acaudalada familia trinitense de los Valle Iznaga”)[1]. Es la iglesia más alta de Cuba y para mí, con su estilo neogótico, la más majestuosa, pero la estrechez de la avenida no nos brinda una perspectiva apropiada para celebrarla.

Después la torre de la telefónica; el Capitolio que siempre nos acompaña; la refinería con su lengua de fuego (“el monumento al fósforo”); el edificio Bacardí; el hospital Ameijeiras; el Cristo de La Habana; el Malecón, siempre el Malecón, con su recordada cinta de luz en las noches de la década del 60, ese inmenso sofá de hormigón de todos los habaneros; la bahía, en fin, el mar. Y en lontananza, a veces fantasmal entre la neblina y el smog, las pequeñas elevaciones que rodean la ciudad, y que en mi primer libro de geografía —Así es mi país— aparecían como el grupo montañoso Bejucal-Madruga-Limonar.

Enfrente, Infanta es la frontera natural con Cayo Hueso, con los mosaicos singulares del edificio Álvarez Rius; el parquecito Eloy Alfaro donde tuvo su bautizo de sangre la Revolución de 1930, entre cuyos protagonistas estuvo Lezama Lima, suceso que definiría como “el comienzo de la infinita posibilidad histórica de lo cubano”, a cien metros del apartamento de Abel Santamaría donde se gestara la de 1959.

Cintio Vitier nació en Key West. Y en el solar El África de Cayo Hueso se dio a conocer Chano Pozo, nacido en Pan con Timba, en la calle 33 de El Vedado, y muerto en Nueva York. Y de Cayo Hueso a Nueva York fue Monsieur Babalú: Miguelito Valdés; y Domingo Vargas tuvo a sus Jóvenes del Cayo, donde años después sería músico un muy joven Helio Orovio; y allí estuvo Tío Tom, el tumbador que en su nombre artístico lleva la impronta del Sur algodonero; o Dandy Crambor (Armando Cárdenas), figura de los cabarets habaneros de los cincuenta. Entre la punta de cemento de Key West, que representa el sitio más cercano a la Isla desde los Estados Unidos, y el barrio habanero encuadrado hoy entre Belascoaín, Zanja, Infanta y Malecón (pues antes Neptuno dividía al Cayo Hueso original del antiguo barrio de San Lázaro, que debe su nombre, igual que el torreón, a la caleta allí existente), se establecen los múltiples enlaces con la cultura norteamericana, incluyendo el feeling.

Podemos contemplar los reflejos de esa ciudad de hace ciento cincuenta años que, sobre todo deslumbrada con la imagen impuesta por “la sacarocracia”, describiría la Infanta Eulalia de Borbón en sus memorias: “La Habana es una ciudad rica, espléndida, galante, hecha al derroche, a la suntuosidad y al lujo, a las elegancias europeas y al señorío criollo. La Habana, nos hizo un recibimiento cálido, afectuoso y simpático, sin severidad formularia, pero lleno de emoción, como son los cubanos”. Esa es La Habana de Casal, la que Darío conoció como una ciudad “moderna y magnífica”. Recordemos que ya en el año del nacimiento del autor de Hojas al viento son demolidas las viejas murallas, en una operación de modernización y expansión del viejo casco urbano, y que, en vísperas de la publicación de ese libro, 1889, La Habana pone en marcha el primer sistema de alumbrado eléctrico público de Iberoamérica. Es la ciudad que Carpentier describe como la que se puede recorrer “siguiendo una misma y renovada columnata”.

Aquí, en este vecino Cayo Hueso, que sirve de frontera entre la Centro Habana populosa y El Vedado residencial y cosmopolita, está simbolizado el flujo y reflujo presente en las inversiones de Norteamérica o las ideas anexionistas dominantes a mediados del XIX; o la emigración de tabaqueros cubanos tan vinculados, aún hoy, a esas pequeñas ciudades del sur de la Florida, a las guerras de independencia o a ese barrio de La Habana profunda que mezcla los fantasmas de la música popular y de los obreros emigrados con el contrabando a los pies de mi casa.

En mi actual manzana vivieron hasta el final de sus días el irreverente y genial Virgilio Piñera, el recordado Pepe Rodríguez Feo, que fue mi compañero de “comedor obrero” y me prestaba un sinfín de libros y películas, a pesar de nuestras apasionadas tánganas beisboleras Industriales versus Santiago (o a propósito de), y el cercano Fayad Jamís, cuya amistad me descubrió el edificio donde hoy vivo.

Recuerdo una excelente foto de Virgilio en su apartamento de N y 27. Está sentando en la pequeña sala, casi desnuda (minimalista, se diría hoy), en un sillón tipo balance, con las flacas piernas recogidas como era su costumbre. La vista perdida en los pocos árboles que se asoman a su balcón y donde se distingue en diagonal un ángulo del edificio América. Es todo soledad, ignorando al fotógrafo, entre la penumbra interior, y la claridad de la calle. Calle, claridad y penumbra, soledad en las altas paredes de la siesta, de este barrio y esta ciudad querida y compartida.

Notas:

[1] Marcelo Pogolotti. Del barro y las voces. (Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2004, p.162).

Tomado de: http://www.lajiribilla.cu

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La Habana que tomaron los ingleses. Vistas y descripciones*

La Habana de la ilustración. Carlos Venegas Fornias Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello

Por Carlos Venegas Fornias

La Habana que tomaron los ingleses era una ciudad que ocupaba un lugar destacado en América y estos no dejaron de reconocerlo así, agregándole a los títulos ya habituales de Reina de las Antillas y Llave de las riquezas de América, el calificativo de París del Caribe para aludir a la calidad de su vida urbana1. Durante el transcurso del Siglo de las Luces había tenido lugar un ascenso económico en los puertos coloniales de las costas atlánticas americanas como La Habana, San Salvador de Bahía, Rio de Janeiro y Buenos Aires, compartido al norte por Filadelfia, Boston y Nueva York, todos favorecidos por el progreso de las rutas y las libertades comerciales2.

La nueva dinastía de los Borbones dio inicio a un clima moderado de reformas que sirvieron de sostén a nuevas instituciones habaneras como el astillero o arsenal más importante de América y la Factoría de Tabaco, que pasaron a ser absorbidas hacia 1740 dentro de una empresa mayor, la Real Compañía de Comercio de La Habana, que operó desde la ciudad y enriqueció extraordinariamente a los accionistas locales. La fundación de la universidad y la aparición de la imprenta acompañaron estas primeras transformaciones como hitos culturales; y, asimismo, los cuerpos militares, que contaron con ingenieros, artilleros, pilotos y constructores navales de mayor preparación profesional.

El aumento de la riqueza privada se materializó tanto en la vivienda como en las edificaciones religiosas de las órdenes regulares, pero no hubo acción o proyecto urbano encauzado por parte del gobernador o del cabildo, ni propuestas de remodelación de los espacios públicos que estos controlaban. Desde fines del siglo anterior la construcción de la muralla había establecido un límite al crecimiento de la ciudad, dentro de un recinto de unas 138 hectáreas, donde la población aumentó de manera notable en pocas décadas: de 11 440 habitantes en 1691 a 18 mil en 1740, y, si aceptamos como ciertas las cifras del padrón eclesiástico, para 1757 ya había ascendido a unos 35 mil habitantes, sin contar la numerosa población flotante y las guarniciones. Si bien no superaba en número a las capitales de los virreinatos, sí lo hacía en densidad, como afirmaba el sacerdote mexicano Francisco Javier Alegre, quien fuera su vecino por estos años:

La ciudad es grande y comparativamente a su terreno la más populosa de América. La frecuencia de los barcos de Europa, la seguridad del puerto que, cuando se permite, atrae a muchos extranjeros, la escala que hacen los navíos de Nueva España que vuelven a la Europa, la comodidad de su astillero, preferible a todos los del mundo por la nobleza y la solidez de sus maderas y la abundancia y generosidad del tabaco y la caña, la hacen una de las más ricas y más pulidas poblaciones del Nuevo Mundo.3

Contenía 3 497 casas clasificadas en varias categorías de acuerdo con el número de plantas y a los materiales empleados, entre las cuales 181 eran casas de altos, una minoría que sobresalía en cambio por su situación, pues al agruparse en torno a las plazas y calles principales, configuraban conjuntos emergentes por su monumentalidad y perspectiva, dotados de portales y galerías altas con balcones, almacenes en las plantas bajas y accesorias, entresuelos para alojamientos y escritorios, mientras la vivienda familiar se ubica en el piso principal o superior.

Las iglesias conventuales por su parte habían comenzado a edificar cúpulas, bóvedas y altas torres que modificaron el perfil de la ciudad, pues durante el siglo anterior sus templos habían estado cubiertos con maderas labradas4. Los primeros pasos en este sentido se dieron con la reedificación de la iglesia del convento de San Francisco desde 1719, la de Belén y la de los dominicos, si bien todas avanzaron con lentitud. Estas cubiertas más complejas, se deben sin duda a los nuevos ingenieros militares, tal como evidencian los proyectos que realizaron para reconstruir la iglesia parroquial, un intento nunca llevado a cabo.

Los templos habaneros, edificados con cierta sobriedad ornamental propia, combinaron soluciones barrocas y mudéjares, algunas ya tradicionales y otras procedentes de centros de difusión de diverso orden como México y Cádiz, y esto los distinguía entre otros conjuntos regionales; un acreditado historiador de la arquitectura latinoamericana ha reconocido este original eclecticismo de las iglesias habaneras:

En general, puede decirse que las iglesias cubanas, aun cuando hechas sobre patrones europeos, cobraron color local por el uso de materiales y técnicas que en España no solían utilizarse juntas: los artesonados mudéjares y los muros de sillería. Es curioso observar que en casi la totalidad de los templos habaneros la morfología exterior aparenta un barroco grueso, por veces gaditano y a ratos italianizantes, en tanto que los magníficos techos mudéjares le dan interiormente un acentuado sabor oriental. (Buschiazzo, 1971: 23)

A su paso por La Habana en 1746, el viajero francés Villiet d’Arignon encontraba las singularidades de la ciudad en la densidad de su población encerrada en el recinto, sobre todo en sus numerosos esclavos —a su juicio más que en ningún otro dominio colonial de España—, en sus iglesias y sus casas altas, dotadas estas últimas de balcones y armaduras de madera, al estilo de la España europea, y en las numerosas calesas de alquiler que transitaban por sus calles. Pero, además de esta apreciación de sus cualidades materiales, observó que el carácter de los habaneros guardaba una distinción peculiar con respecto a las demás colonias del virreinato por la franqueza y la alegría —bien distinta de la gravedad española—, un rasgo que atribuía al frecuente trato con extranjeros de todas partes que arribaban a su puerto5.

El contexto de la ciudad fue también atractivo para los ingleses que dejaron como saldo dos colecciones de paisajes grabados durante su corta estadía de once meses. Si bien faltaron durante esta ocupación descripciones textuales extensas sobre la Habana, estas series dejaron varias vistas urbanas y rurales que resultaban excepcionales por entonces dentro del ámbito de las colonias españolas en América, si exceptuamos las pocas vistas panorámicas de ciudades incluidas en la edición de la Relación histórica del viaje a la América Meridional, publicada en 1748 con los resultados de la expedición francesa y española para medir el meridiano terrestre.

Las vistas inglesas fueron realizadas con los dibujos de dos militares participantes en la empresa, el teniente Philips Orsbridge y el ingeniero Elías Durnford, quienes realizaron apuntes in situ, como verdaderos corresponsales de guerra, luego editados y grabados en metal en Londres por varios grabadores, con un propósito más bien histórico o divulgativo dos años después de la restauración de la ciudad en manos de los españoles6. Obedecían a una mirada llena de orgullo que develaba ante el mundo el auténtico rostro de la ciudad y dejaba testimonio histórico de la aplastante derrota que obligó a la monarquía española a sentarse en la mesa de negociaciones en situación desfavorable para recuperar su imprescindible puerto.

La serie de Orsbrige contaba con doce grabados que describían sobre todo las operaciones del combate, salvo los dos últimos que reproducían de modo simbólico la entrada de las tropas en la bahía y la ciudad vencida al fondo; Durnford, por su parte, dibujó seis vistas de la ciudad y sus alrededores que fueron publicadas bajo el título de Six Views of The City, Harbour & Country of the Havana. En sentido general, las series se inscribieron en la amplia producción de mapas y grabados que salieron de las prensas inglesas en la segunda mitad del siglo XVIII para ilustrar los dilatados dominios de su imperio, inspirados en los intereses comerciales y militares británicos.

Las imaginativas o fantásticas vistas del siglo XVII, propias de los grabados y atlas holandeses, y más emblemáticas que reales, se sustituían ahora con representaciones más realistas, acordes con el espíritu despertado por la divulgación científica europea bajo la Ilustración. Las vistas habaneras de Durnford adoptaron un estilo preciso y analítico, heredero de la literatura botánica que describía las especies naturales, y de las anotaciones textuales de los mapas, con breves llamadas en el borde inferior de la imagen y con una indicación precisa del lugar desde donde se captaba la escena. Ante todo, el lector debía situarse como espectador frente a una realidad desconocida, confiando en una representación veraz que estaba avalada por la participación directa de sus dibujantes como testigos. La posición del sol y las sombras en las vistas urbanas, cuidaban de indicar que estaban tomadas al mismo tiempo, a inicios de la mañana. No hay pintoresquismos ni fantasías, y no se detienen en reproducir personajes ni escenas costumbristas en detalle, aunque estas figuras no faltaran, sino que el interés estriba en captar la estructura arquitectónica o natural del paisaje, con un estilo cercano a las clásicas vedutas venecianas.

Aunque se desconoce el número de dibujos que pudo haber realizado el autor en la ciudad, resulta significativo que eligiera dos de las plazas públicas donde se hallaban situadas algunas de sus mejores edificaciones, con la evidente intención de representar su real magnitud e importancia. Mediado el siglo, la edificación religiosa de mayor monumentalidad y valor material era el convento de San Francisco, verdadera mole de piedra que destacaba por poseer la torre más elevada de la ciudad. Los invasores ingleses quisieron apropiarse de su iglesia para realizar sus ceremonias religiosas y le dieron el nombre de uno de sus generales a la plaza donde se encontraba7. El grabado de esta plaza tomaba como centro esta edificación y situaba a ambos lados dos perspectivas o ámbitos diferentes: de un lado, una de las calles principales, Oficios, con sus casas de dos plantas en perspectiva profunda; y de otro, la bahía, la alusión al célebre puerto y sus hermosos navíos; además, situaba en primer plano un detalle curioso, un balcón de madera torneada, motivo arquitectónico local que debió parecer un distintivo exótico a los ojos de los invasores. Este tipo de balcón corrido era patrimonio común en los puertos de la Flota de Indias, incluyendo los de las Islas Canarias, y la versión del grabado lo muestra cubierto de un tejadillo y con celosías y guarda-sayas protectoras, todo un ejemplar de la carpintería constructiva tradicional.

Otra de sus vistas, la Plaza del Mercado, o Plaza Vieja, se detiene sobre todo en la infraestructura de los arcos y logias que la rodean; como está tomada al amanecer, su espacio se encuentra aún despejado de la actividad del mercado y la atención se concentra en las galerías, que el dibujante captó atraído por este rasgo típico de las residencias, común en las plazas españolas; pocos años antes el Obispo de la Isla había puesto de relieve el efecto deslumbrante que despertaba en dicha plaza habanera el cerco de… los portales, balcones y casas muy costosas que la circunvalan8.

La defensa de la ciudad y el angosto canal de entrada a la bahía, célebre entre los puertos del mundo, rodeado de fuertes, también fue motivo de uno de los grabados; los tres restantes reprodujeron más bien paisajes rurales  o cartográficos tomados desde diferentes puntos de vista, ofreciendo así un panorama múltiple del sitio en que estaba enclavada La Habana y su bahía, la extensión de sus barrios extramuros, paisajes en los que prevalecen por lo regular algunos de los motivos de la vegetación tropical, con primeros planos de plantas como el maguey, la palma real y el cocotero.

En conjunto, la colección de Durnford nos propone una visión múltiple de la ciudad, que reconstruye su posición o emplazamiento desde elevaciones cercanas: Jesús del Monte y la loma del actual Hotel Nacional, punto de desembarco de las tropas y donde situaron una de sus baterías, la batería del coronel Howe. Por tanto, estas miradas simultáneas también encerraban descripciones de valor estratégico con un adicional interés por la naturaleza, tal vez motivado por su utilidad económica y no solo por una simple curiosidad ante el paisaje. No obstante, el atractivo de lo inusual, de lo extraordinario, sin duda produjo otros dibujos entre los miembros de las tropas que no fueron recogidos por los editores de los álbumes. Una prueba de ello es el menos conocido dibujo de la cueva de Taganana con la fortaleza del Morro al fondo, tomado desde las faldas de la antes mencionada batería inglesa, realizado por el ingeniero militar y teniente escocés Archibald Robertson, para acompañar su diario de campaña, una temprana muestra del llamado estilo pintoresco en la pintura inglesa.

Mientras estas nuevas maneras de apreciar la ciudad de La Habana y divulgar sus excelencias naturales se distribuían en el mercado visual de Inglaterra, la monarquía española se disponía a invertir cuantiosos recursos en convertirla en una moderna plaza fuerte inexpugnable, libre del peligroso rival.

Notas

1 La prensa londinense empleó estos epítetos para celebrar la captura. Ver Nelson Vanee Russell, Nelson (1929): “The reaction in England and America to the capture of Havana, 1762”, en The Hispanic American Historical Review, volumen 9, pp. 303-316.

2 Los índices demográficos de estos puertos americanos oscilaban aproximadamente entre los treinta mil y cuarenta mil habitantes fijos en la década de 1770 a 1780.

3 Alegre, Francisco Javier (1956): Historia de la Compañía de Jesús de Nueva España, tomo I, Institutum Historicum, Roma, p. 54.

4 En 1678 el fraile Isidoro de la Asunción, de regreso a la metrópoli, calificó a los templos habaneros de pobres y deslucidos, después de haber visitado los de México y Puebla.

5 Jean Baptiste Nougaret, (1746): “Voyage du Sr. Villiet d’Arignon, a la Havane, la Vera-cruz et le Mexique”, en Voyages intéressants dans différentes colonies françaises, espagnoles, anglaises, etc., pp. 300.

6 “Ingleses en La Habana”, Opus Habana, no. 2, 2002, pp. 4-17.

7 La Plaza Granby, en honor a John Manners, marqués de Granby y comandante en jefe de las tropas inglesas durante la Guerra de los Siete Años. Ver Olga Vega, “La Habana durante la ocupación inglesa. Grabados de Elías Durnford.”, en Revista de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, no. 2, jul.-dic., La Habana, 2012, pp. 181-189.

8 Pedro Agustín Morell de Santa Cruz, La visita eclesiástica, La Habana, 1985, p. 25.

*El autor condensa una parte del contenido de la introducción a su reciente libro La Habana de la Ilustración, 2016.

Tomado de la revista Revolución y Cultura No 2 del 2017: http://www.ryc.cult.cu

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Fernando Pérez, devoto de dos paseos icónicos: El Malecón y El Prado

Fernando Pérez, Premio Nacional de Cine de 2007

Por Joel del Río

Es un admirador rendido de la belleza, no siempre sonrosada, de La Habana. Toda la dignidad de lugares emblemáticos de la ciudad, en particular los paseos de El Malecón y El Prado, se respira en algunas dramáticas secuencias de sus mejores películas, desde Clandestinos, en 1988, hasta Últimos días en La Habana, realizada casi 30 años después. La Habana de Fernando Pérez es una Habana que duele y preocupa, sin dejar de ser, ni por un segundo, la ciudad azul y sepia, la Ciudad Maravilla, una etiqueta tal vez apropiada para las agencias turísticas, pero no siempre cabal cuando se entiende el cine como arte, y expresión del ser nacional.

Si bien Clandestinos tal vez no sea la primera película que nos venga a la mente hablando de las recreaciones cinematográficas de San Cristóbal de La Habana, desde el principio, con la protesta en el Estadio del Cerro, se manifiesta la intención de anclar el significado de la trama en ciertos espacios urbanos. En la escena previa al atentado del apagón provocado, Carmen (Susana Pérez) y Ernesto (Luis Alberto García) discuten, dentro de un carro típico de los años 50; ella piensa casarse con Pino, y el jefe se niega terminante a que lo hagan, porque no es momento para sacar papeles y dar nombres en un juzgado, lo cual significa regalarse, entregarse, y complicar más lo que ya es difícil. Antes de la discusión, en un ambiente citadino, de calle estrecha y oscura, se insertan planos breves de anuncios de neón: Galleticas La Estrella, Goodrich Cubana, etc., quizás para apuntar el glamour y el brillo de un espacio urbano que los capitalinos llamaban “las tiendas de La Habana”.

La escena posterior del atentado está cargada de suspenso: Ernesto debe abrir un registro en la calle, para provocar un corte en las líneas soterradas. Cada uno vigila en una bocacalle previendo alguna presencia intrusa de la policía. Se alternan planos de Ernesto debajo del pavimento, y el tiroteo que continúa en la superficie. El protagonista es herido, pero el grupo lo rescata en el último momento. Al final del atentado, hay una panorámica de La Habana (aparentemente vista desde el Morro, o desde el mar), que queda completamente a oscuras, con la única luz de los vehículos en movimiento por el Malecón. La zona de Centro Habana colindante con el Malecón será escenario idóneo para varias películas posteriores de Fernando Pérez.

Una ciudad lustrosa y de colores pastel, dentro del mismo registro elegante y melancólico de Clandestinos, se reitera en Hello Hemingway (1990), dominada por las hermosas vistas de Finca Vigía, rememorada en el mismo plano nostálgico que el Instituto de La Habana, la sede de la embajada de los Estados Unidos de América (vista a gran distancia, pero que representa para el personaje la posibilidad de un futuro mejor), y el Paseo del Prado.

A la imagen de la casona blanca con que comienza Hello Hemingway se superpone un texto que dice: “El escritor Ernest Hemingway vivió durante más de veinte años en la Finca Vigía, ubicada en San Francisco de Paula, un pueblo en las afueras de La Habana. La acción de esta película transcurre en 1956”. Larita (Laura de la Uz) es vecina de Finca Vigía y contempla con nostalgia el lustroso caserón que para ella simboliza el triunfo del talento.  Además del reiterado y largo recorrido de la protagonista desde su casa hasta el Instituto de La Habana, la ciudad se muestra con frecuencia, en sus arterias comerciales, donde trabaja la prima (María Isabel Díaz), calles colmadas de transeúntes y de bullicio. También está la escena de la discusión, en el Paseo del Prado, donde se ponen de manifiesto los intereses irreconciliables entre Larita, más individualista y que quiere irse a estudiar a Estados Unidos, y su novio Víctor (Raúl Paz), quien piensa más en el provecho colectivo, y la acusa de abandonar todas las cosas por las que vale la pena luchar.

La imagen de una Habana glamorosa y chic cambia radicalmente cuando Fernando Pérez afronta temáticas contemporáneas en los años 90. A partir de Madagascar (1993), la ciudad deviene personaje triste y lóbrego, representada sobre todo mediante los símiles simbólicos del túnel oscuro y la escalera estrecha, sinuosa e interminable como las que recorren madre e hija (Zayda Castellanos y Laura de la Uz) en sus constantes permutas, algunas de ellas en rutas colindantes con el Malecón. A lo largo del filme, ambas mujeres emprenden largas caminatas por lugares icónicos de la capital, que luego se reiteran en otras películas del autor, no solo el Malecón, sino también el Puente de Hierro o el Túnel de Línea, en torno a los cuales se inicia y concluye el argumento completo del filme.

Por solo hablar de las primeras secuencias de Madagascar, recuerdo que se muestra a un grupo de ciclistas que acometen la loma de entrada en el Puente de Hierro, y la fotografía de Raúl Pérez Ureta, junto con la edición de Julia Yip, muestra de modo surrealista sus movimientos ralentizados, acompasados, y fuera de foco, cual si formaran parte de la pesadilla de la madre, que en ese mismo momento se está consultando con el médico, porque de noche sueña lo mismo que vive de día. En una de las escenas de particular desaliento de este personaje, cuando se siente incapaz de comprender y ayudar a la hija, ella es vista caminando, o sentada, en el monumento al Maine, junto al Malecón, o caminando por el mencionado Puente de Hierro, en el cual se escenifica también el principio mismo del filme.

En La vida es silbar cada personaje se enseñorea de un espacio o lugar determinado. Bebé, que es la narradora omnisciente, en busca de sus hermanos de crianza, dice en algún momento: “La Habana también está sola, pero no como yo, yo soy feliz”, y lo dice mientras mira directamente a la cámara. Más tarde, habla delante de la maqueta de La Habana con el planeta Tierra al fondo, como para subrayar su posición de predominio, por encima de la toda la urbe. Y si Bebé se adueña de la ciudad toda, Elpidio (Luis Alberto García) aparece con frecuencia cerca del mar, desde el momento en que aparece en la película, dormitando acostado en el muro del Malecón, llegando a La Punta, donde el filme también concluye, justo cuando Bebé aprende a hablar, pero se le olvida silbar.

Los otros dos personajes de La vida es silbar son la cuidadora Julia (Coralita Veloz) y la bailarina Mariana (Claudia Rojas). La primera de ellas es la dueña de espacios domésticos y del asilo de ancianos donde trabaja, aunque en el clímax de la película también acude bajo la lluvia al reencuentro con sus hermanos, bajo el aguacero, en la Plaza de la Revolución. Mariana es la dueña del Gran Teatro de La Habana, y del Paseo del Prado, por donde la vemos, al principio de la película, asistiendo a un desfile surrealista de mancebos desnudos, tal y como ella los ve en su calenturienta imaginación.

Y al Prado y al Gran Teatro vuelve Fernando Pérez en Suite Habana (2003). En ese paseo se desgrana la vida cotidiana de la anciana vendedora de maní, muchas veces apostada justo enfrente del colegio para niños especiales donde asiste Francisquito todos los días, acompañado por su abuela. Después vemos a otro de los 15 protagonistas del filme, para llegar a ese templo de la cultura donde transcurre la otra parte de la vida de Ernesto, el bailarín, y lo vemos descender de un almendrón frente al Gran Teatro, entrar por la puerta principal y subir por la lujosa escalinata, para llegar a tiempo a la función nocturna de ballet, porque durante el día, lo vimos trabajar en la reconstrucción de su casa, cuyo techo ruinoso deja pasar el agua de lluvia.

Suite Habana es delicada elegía de amor a la ciudad y a su gente en un sentido holístico, por eso se aleja muchas veces de la estrecha franja que constituyen el Prado y el Malecón. Hay, por ejemplo, una memorable secuencia de montaje animada por personajes episódicos no protagónicos: una mujer llama a Yosvany a gritos desde su enrejado balcón, sobre el fondo blanco de las paredes y la escalinata del Capitolio y la imponente estatua de La virtud en el pórtico. El sonido de la llamada femenina parece retumbar en toda la ciudad, y contrasta con el perenne silencio de la estatua capitalina.

Debe recordarse que las primeras imágenes de la película todavía no aterrizan en el Prado ni en Malecón, sino que muestran, en alternancia, la farola del Morro y la estatua de John Lennon. Después de retratar la farola (que reaparece mucho más tarde, cuando cae el sol, escoltada por la canción “La tarde”, de Sindo Garay) hay un plano muy general y picado de la ciudad desde sus azoteas, y se ve cómo quedan las luces encendidas durante la noche, mientras en el cielo surge el tenue resplandor del amanecer. En varias ocasiones posteriores, habrá panorámicas para contemplar el vuelo de las palomas sobre las azoteas, y movimientos de cámara que van desde el mar hasta la jungla de azoteas, pasando por encima del muro del Malecón, el lugar al cual se le encomienda el hermosísimo final del filme, con el mar “agrediendo” el impertérrito muro.

El Malecón y el Túnel de Línea, las azoteas, los cuartos oscuros, las palomas, las escaleras y la lluvia forman parte también de la iconografía habanera que rodea a Javier (Carlos Enrique Almirante), el protagonista de Madrigal (2007), a quien vemos muy triste, recostado al muro del Malecón, sosteniendo un pliego de papeles, mientras las olas saltan el muro. Javier sostiene los papeles donde escribió el cuento que le iba a regalar a la muchacha suicida, y todavía tiene en su mano el escrito, lo vemos entrar en el Túnel de Línea, encima de un camión donde traslada un arpa que lleva a casa de Luisita para regalársela, aunque ella ya no esté. El conjunto del camión, el joven con unos papeles en la mano, el túnel y el arpa crean el entorno perfecto para la más surrealista de las películas de Fernando Pérez.

El cineasta debió distanciarse de los sitios habaneros que suele recrear en sus películas para filmar José Martí, el ojo del canario (2010), en la cual es citada profusamente la arquitectura de La Habana (colonial) desde el principio, cuando se alude a la vida ancestral de una ciudad incómoda y vocinglera. Al protagonista niño se lo ve caminando o corriendo por callejones, llenos de fango, entre vendedores, pregoneros y ladronzuelos, en el bullicio de una villa cuya visión colonial es evocada al final de la calle Muralla, entre los muros de La Cabaña, y en el palacio de Aldama, mientras que el Gran Teatro de La Habana, que en esa época se llamaba Teatro Tacón y tenía una fisonomía completamente distinta, se representó en el teatro Sauto de Matanzas. En ese mismo teatro, Fernando Pérez coloca a José Martí, niño, enamorándose para siempre de la música y el arte.

Al inicio de La pared de las palabras (2014) se alternan por edición tres líneas del argumento que le permiten al director reincidir en algunos de sus leitmotiv urbanos característicos: por un lado están los pacientes siquiátricos que miran desde atrás de la cerca el basurero en la parte de afuera del hospital; Elena, el personaje de Isabel Santos, la madre de uno de esos pacientes, se ve abrumada, en pleno bullicio centro-habanero, para tratar de alquilar algo que la lleve a visitar el hospital, y por otro lado está la abuela (Verónica Lynn), que está llegando a Cuba por el aeropuerto (mostrado también en Suite Habana en torno a la familia dividida por la emigración).

La abuela es trasladada por el nieto (Carlos Enrique Almirante) en la parte de atrás de un camión, de modo que se perciben a ratos, fragmentos del paisaje capitalino, hasta que llegan a la casa, que está cerca del mar, en Santa Fe, y así la vida y las tristezas de Elena se vinculan al litoral habanero, tal y como le sucedía a Larita en Hello Hemingway, Bebé en La vida es silbar, Javier en Madrigal, Miguel en Últimos días en La Habana, e incluso a Haydée Milanés en el personaje que interpreta en el video musical Canción fácil, también dirigido por Fernando Pérez.

Finalmente, en el inicio mismo de Últimos días en La Habana (2017) se muestra a Miguel (Patricio Wood) que se baña en el Malecón, donde da pie, en las pozas que forman el diente de perro. Cuando regresa a su casa, a través de calles bulliciosas, sube la escalera y llega a la azotea, desde la cual se percibe nítidamente la cúpula del Capitolio al fondo. Al final de la película, cuando Diego (Jorge Martínez) ya ha muerto, y Miguel intenta cumplir su voluntad comprando chocolates en una tienda, se subraya la perspectiva apesadumbrada del protagonista cuando sale a una calle inundada de transeúntes, cuyo evidente desánimo contrasta con la inundación sonora del reguetón de moda. Así es La Habana que muestra Fernando Pérez, contrastante y vital, incómoda y fascinante.

Tomado de: http://www.lajiribilla.cu

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El profeta Andréi Tarkovski

Andréi Tarkovski (Óblast de Ivánovo, 1932 – París, 1986). Director de cine, actor y escritor soviético. Se lo reconoce como uno de los más importantes autores del cine ruso y de la historia del cine.

Por Jerzy Illg y Leonard Neuger

El cine, en general, es siempre la unión de los fragmentos de un todo. El filme se compone de los planos, como un mosaico se compone de los fragmentos. Son de diferente color y factura. Y, tal vez, cada parte por separado no posee sentido alguno si se le extrae del conjunto. En un filme no puede haber ni un solo elemento sin sentido. Todo el conjunto le da a cada fragmento un sentido general. Es decir, nada existe como un símbolo, sino como partículas de un mundo unido. En ese aspecto, El espejo [1975] se acerca más a mi concepto del cine. Se preguntan si El espejo es la creación de un mundo propio o la verdad. Por supuesto, es la verdad, pero tal como la vio mi memoria; la casa de nuestra infancia que aparece en el filme reconstruida en el mismo lugar donde estuvo antes, hace muchos años. Allí no quedaban siquiera los cimientos, y fue reconstruida tal y como era. No soy naturalista, pero si la casa tuviera otro aspecto, sería para mí muy dramático.

Cuando llevé a mi madre, a la cual filmé en varios planos, se conmovió mucho por el espectáculo, y entonces comprendí que producía la impresión deseada. No traté de buscar la forma de los recuerdos, de las tergiversaciones internas, subjetivas, sino por el contrario, traté de repetir al pie de la letra aquello que se me grabó en la memoria.

Para mí era una experiencia extraña. Estaba filmando la película donde no había ni un solo episodio hecho para llamar la atención del espectador o de alguna forma explicarle algo. Eran los recuerdos verdaderos, relacionados con nuestra biografía familiar, con la vida. Es asombroso que, a pesar de ser una historia privada, recibí después muchas cartas en las que los espectadores hacían esta pregunta retórica: «¿Cómo usted pudo saber de mi vida?» Para mí esto es importante en un sentido ético, espiritual. Quiero decir que si el hombre expresa en la obra sus verdaderos sentimientos, ellos no pueden ser incomprensibles para los demás.

Para mí, El espejo, desde el punto de vista de la construcción de la dramaturgia, de la estructura, es el más complejo. Lo veo como un recuerdo, pero no como una simple retrospección. La experiencia más importante que saqué de este filme fue que para el espectador resultó tan importante como para mí.

El espejo me demostró la existencia de la relación entre mi persona como realizador, como artista, y el pueblo para el cual trabajé.

No estoy de acuerdo con el concepto occidental de que para los soviéticos, los artistas son, por regla general, hombres sin biografía. No tienen razón cuando no se ve los destinos originales de los artistas rusos. Por supuesto, hablando de los artistas modernos, tal vez tengan la razón, pero nunca me he puesto al lado de los artistas modernos. Siempre me sentí más cerca de los artistas del siglo xix. Si tomamos a Tolstoi, Chéjov, Turguenev, Lermontov, Pushkin, o digamos, a Bunin, se verá hasta qué punto son únicos sus destinos. Y hasta qué punto sus obras están relacionadas con su vida y su destino. Eso no significa que me aparte por completo del contexto de la cultura de los años sesenta, setenta, ochenta, en la Unión Soviética.

¡No es así! Pero protesto categóricamente contra la idea de que después de la revolución existiera una especie de abismo. Lo crearon artificialmente para empezar una nueva etapa en el desarrollo de la cultura rusa. Pero me parece que en un lugar vacío no puede desarrollarse ninguna cultura. Podemos sacar de la tierra una planta preciosa y ponerla en otro lugar, pero ¡no crecerá! Por esta razón fueron tan trágicos los destinos de aquellos escritores que empezaron a trabajar antes de la revolución y continuaron después: Alexei Tolstoi, Gorki, Mayakovski, Blok, Bunin, Ajmátova.

O tomemos a Platonov. Pertenece al periodo soviético en Rusia y es un escritor típicamente ruso. Y, por supuesto, tiene un destino irrepetible y brillante que se reflejó en sus obras. Es decir, cuando se habla de mí, hay que tomar en consideración que para Tarkovski es muy importante la relación con la cultura rusa clásica que, seguramente, tenía y tiene hasta ahora su continuación en Rusia.

Yo fui uno de los que trataba, tal vez inconscientemente, de materializar esta relación entre el pasado de Rusia y su futuro. Para mí la ausencia de esta relación sería fatal.

El problema es que el artista siempre relaciona el pasado con el futuro, no vive del momento. Es un médium y el guía del pasado en aras del futuro. ¿Qué puedo decir en este sentido de mi familia? Mi padre es poeta y recibió educación en la época soviética. No era adulto aún cuando triunfó la revolución. Nació en 1906. Lo que significa que en el diecisiete tenía 11 años. Era un niño, pero se alimentó de tradiciones culturales, conoció a todos los poetas famosos de Rusia, y por supuesto, es imposible imaginárselo separado del desarrollo de la poesía rusa, la poesía de Blok, Ajmátova, Mandelshtam, Pasternak, Zabolotski. ¡Para mí esto era muy importante!

Me educó básicamente mi madre. El padre se separó de ella cuando yo tenía tres años. Él influía en mí en su sentido biológico, subconsciente. No soy un adorador de Freud (ni siquiera Jung me complace), porque Freud, en general, es simplemente un materialista grosero; es como Pavlov. Representa una de las variantes materialistas posibles para explicar la psicología humana.

El padre influía en mí internamente, pero lo debo todo a mi madre. Ella me ayudó a expresarme. En El espejo se ve que hemos vivido pobremente, con muchas dificultades. La época era difícil. Cuando mi madre se quedó sola, yo tenía tres años y mi hermana año y medio. Ella nos crió sola. Siempre estaba con nosotros, y nunca se casó de nuevo. Era una mujer asombrosa, santa, totalmente inadaptada para la vida. Todas las desgracias cayeron sobre ella. A ella se lo debo todo. La palabra «influencia» no lo explica todo. El mundo entero estaba relacionado con mi madre. No lo entendí bien mientras estaba viva. Solamente cuando murió, comprendí de qué trata El espejo. Al parecer, lo pensé como una película sobre la madre, pero me parecía que estaba haciendo un filme sobre mí. Como Tolstoi cuando escribió Infancia,  Adolescencia, Juventud. Solamente después comprendí que El espejo no se refiere a mí, sino a mi madre.

Se me cuestiona sobre quiénes son o a quiénes considero mis maestros dentro de la tradición del «gran cine ruso». Yo prefiero a Dovzhenko y a Pudovkin, creo que son más importantes que Eisenstein.

Empiezo por decir que los dirigentes soviéticos, y en particular Stalin, no entendieron a Eisenstein. Si Stalin lo hubiera comprendido, jamás lo hubiera perseguido. Eisenstein era muy famoso, muy culto, y en aquellos años en el cine trabajaban los jóvenes autodidactas que surgieron con la revolución.

Existían entonces los sentimientos, el patetismo revolucionario, las esperanzas del futuro, conceptos constructivos de la transformación de la cultura. Todo eso está bien, pero Eisenstein era tal vez el único, por lo menos uno de los pocos que conservaban las tradiciones y sabía qué era la herencia cultural.

Sin embargo, este conocimiento no estaba dentro de él, en su corazón. Él era muy cerebral, frío, calculador, abstracto. Todas sus construcciones se inventaron en el papel. Era como un dibujante de animación. No lo digo porque dibujaba sus planos, sino que lo inventaba todo y después lo metía en el plano. No utilizaba la vida. La vida no lo influía en nada. En él influían las ideas que él construía y les daba alguna forma, por regla general muy muerta, de hierro, seca.

Eisenstein no sacó de su arte aquello que le era propio. Tomó de todo un poco y no vio en qué radicaba lo específico del cine. Si lo hubiera encontrado, hubiera rechazado todo lo demás, dejando solamente lo específico, lo particular.

No entiendo por qué la primera parte de Iván el Terrible [1944] fue aprobada y la segunda totalmente prohibida. Él justificaba a la opríchnina de Iván el Terrible, que cortaba cabezas a diestra y siniestra en aras del fortalecimiento de una monarquía centralizada. Hasta un ciego sabría de qué se trataba en la película. Y en lugar de llenarlo de oro y medallas, empiezan a perseguir a Eisenstein. Es un gran misterio. Ya no hablo de Alejandro Nevski. Aquí se ve claramente el encargo «social».

Desde mi punto de vista, Eisenstein, como uno de los teóricos más grandes y personalidades del cine soviético, simplemente fue aniquilado por sus colegas. Conozco a personas que en las reuniones interminables lo acusaban de formalismo, de desviaciones ideológicas. Le gritaban. Después del XX Congreso, estas mismas personas dijeron que siempre lo estaban defendiendo. Sí, es un destino muy extraño.

Dovzhenko, en cambio, me es muy querido, porque como nadie él sentía la naturaleza. Para mí, es muy importante. Hablo del Dovzhenko del periodo silente. Su concepto de la espiritualización, de la deificación de la naturaleza me gusta mucho. Al parecer, él fue el único realizador de cine que no separaba la imagen cinematográfica de la atmósfera de la tierra misma, de su vida.

Para los demás realizadores constituía solamente el fondo, pero para él era el ambiente y él se sentía unido internamente con la vida de la naturaleza.

Yo no definiría necesariamente mis filmes como románticos. Cuando se pronuncia la palabra «romanticismo», me asusto, porque el romanticismo es el modo de mostrar la realidad, es una cosmovisión según la cual el hombre ve en el mundo real algo más grande de cuanto existe. Cuando se habla de algo sagrado, de las búsquedas de la verdad, para mí eso no es el romanticismo, porque no magnifico la realidad. Para mí en ella hay algo más grande de lo que encuentro, y mucho más profundo y sagrado que mi capacidad para verlo. Los románticos creían que la vida no era tan plana, creían que había en ella mucha profundidad, lo que nosotros llamamos lo esotérico, metafísico, elevado, espiritual. Sí, muchas cosas imposibles de captar con la ayuda de los conocimientos, los románticos lo intuían y trataban de reflejarlo. En las obras de los románticos el objeto que describen adquiere una forma elevada, exagerada, ornamentada, ennoblecida. Me parece que la vida es tan bella, tan profunda y llena de espiritualidad que no hace falta transformarla. Debemos preocuparnos de nuestra educación espiritual y no tratar de embellecer la vida.

Ese velo romántico no es el resultado de la fe en el hombre, sino, en mayor grado, de la fe en su propia imaginación, una suerte de solipsismo. Para mí, el romanticismo es así. En todo caso, su parte más esencial, que me es del todo ajena. Una vez Dovzhenko dijo sobre mí: «En un charco sucio él ve reflejarse las estrellas». El problema radica en que Dovzhenko era un poeta. Para él la vida estaba mucho más llena de espíritu que para aquellos que buscaban en la realidad circundante un objeto para aplicar su acción creativa. A un romántico la vida le da un pretexto para crear porque en él desde el principio vive el espíritu que lo obliga a hacerlo. A diferencia del romántico, el poeta como nadie entiende que fue creado a semejanza de Dios. La capacidad de crear está dada desde el principio. No pertenece al hombre. El romántico siempre veía en su talento, en su creación, una belleza específica.

Creo que el romanticismo, en el peor sentido de la palabra se expresa en el hecho de que el artista se regocija con su autoexpresión, con su autodeterminación en el arte. Es su objetivo primordial. Esta propiedad del romanticismo me asquea. Siempre surgen imágenes pretenciosas, conceptos artísticos. Cuando un personaje de Schiller viaja en dos cisnes, eso es simplemente un kitsch. Para un poeta que no es romántico, es insoportable. Pero Schiller debía ser así. En este sentido puedo entender también a Wagner. Todo este romanticismo es algo decadente.

Es un deseo de autoafirmarse. Es un egocentrismo, egocentrismo occidental. Dicho sea de paso, ni en Rusia, ni en Polonia se observan semejantes fenómenos. Nunca los artistas hablaron tanto de sí mismos como lo hicieron Novalis, Kleist, Byron, Schiller, Wagner.

Los héroes de mis filmes pueden asemejarse a los héroes de los poemas románticos. Siempre están en el camino, buscando, y esas búsquedas se convierten en una consagración. Por ejemplo, Stalker tiene este esquema típicamente romántico. Aunque nadie diría que Dostoievski es un romántico, aunque sus héroes siempre están en el camino. Es, más que otra cosa, la historia del hombre caminante, buscador que anda como Diógenes con su linterna. Raskolnikov y Aliosha Karamazov siempre están en el camino. Pero los héroes en el camino no constituyen obligatoriamente la señal del romanticismo. El romanticismo los tiene pero no es lo principal.

De todos modos, lo más terrible que sucede ahora en las investigaciones teóricas de la cultura, del arte, de la literatura, es que no existen conceptos comunes. Ni siquiera una terminología única. Es horrible. Cuando se escribe y se utiliza la palabra romanticismo, alguien puede entender una cosa, y yo otra totalmente diferente.

Quiero decir algo más. Quiero decir que no es importante lo que lograste, sino que emprendiste el camino para lograrlo. No es importante si estás al principio del camino o al final. Ante ti está el camino que no terminará nunca. Lo más importante es emprenderlo. Aquí radica el problema. Por esta razón para mí es importante no tanto el camino, como el momento cuando el hombre se decide a emprenderlo.

Por ejemplo, en Stalker no es tan importante el stalker mismo; es mucho más importante el escritor que empezó el camino como un cínico y pragmático, y volvió hablando de la dignidad humana.

Dijo que no entraría en el cuarto porque sabía que era indigno. Para él esta pregunta se planteó por primera vez, si era bueno o malo, pero si empezó a pensarlo significa que ya escogió el camino. Cuando el stalker dice que nada sirve, que nadie entiende nada, que nadie lo necesita, se equivoca porque el escritor comprendió. Quise hacer una continuación del filme, pero podía ser solamente en Rusia, en la Unión Soviética. Ahora ya es imposible, porque es necesario que trabajen los mismos actores.

El stalker debía transformarse. No creía que los hombres puedan ir a la felicidad por sí mismos. Y empieza a utilizar la violencia. A través de la presión y el engaño llevaba a los hombres a la Zona para que ellos empezaran a vivir mejor. Es decir, se convirtió en un fascista, cuando el fin, al parecer, justifica el medio, y el hombre se transforma. Así quise terminar el filme. El stalker debía hasta verter la sangre para lograr sus objetivos. Es ya la idea del Gran Inquisidor. Aquellos que asumen el pecado en nombre de la salvación.

Creo que el artista, en primer lugar, expresa las ideas que maduran en la sociedad. Es decir, es como un médium que expresa las ideas que engendra el pueblo mismo. Pero todo el pueblo no puede ser artista. Un artista es una personalidad, debe ser una persona concreta. A pesar de que el artista es la voz del pueblo, la creación del pueblo, la sociedad no lo admite, lo persigue y lo entiende a veces muchos años más tarde. Pero no significa nada. Significa solamente que la sociedad no se conoce, ni conoce sus problemas. El artista nunca puede oponerse a su sociedad ni a su cultura. Inclusive si expresa ideas contrarias a la sociedad contemporánea, no quiere decir que estas ideas no hubieran nacido dentro de la sociedad. Simplemente, la sociedad aún no tuvo tiempo de reconocer estos problemas y el artista tampoco los comprende, pero los siente. Precisamente por esta razón los expresa. No es tanto más inteligente que su época, ni tampoco más sensible. El artista, a veces, no entiende lo que dice, como un niño cuando repite las palabras de los adultos, sin comprender qué es lo que se repite. Después, los adultos dicen: «¡Ay, qué ha dicho, échenlo fuera! ¡Castíguenlo!» Y castigan al niño. Lo castigan porque repitió las palabras que oyó habitualmente en su casa.

Quiero decir que la función del artista es ser la voz del pueblo, pero es imposible serla a la fuerza. Es imposible obligar al artista a que sea la voz del pueblo.

El deber consiste en que el artista debe hacer lo suyo. Si eres la voz del pueblo, di lo que el pueblo exige. Aunque el pueblo nada exige. O espera un milagro o quiere que le cantes canciones de cuna y le diviertas. El mismo artista se comporta como si alguien le exigiera algo, aunque, a fin de cuentas, lo exige el pueblo, aunque inconscientemente.

En nombre de ese deber con el pueblo el artista debe acordarse todo el tiempo de que no trabaja para sí mismo. También debe hablar de las cosas que le son cercanas. Pero puede suceder que aquello que es importante para ti no lo necesita nadie. Y no puedes hacer nada. Y pueden pasar cien años para que se conozca si tu pueblo te necesitaba o no. Es imposible decir: «Para que yo sea útil a mi pueblo debo hacer tal o cual cosa».

A veces se identifica al artista con un profeta. ¿Y qué es esto? A Dostoievski lo llaman a menudo «profeta». ¡Ah, sí! A él lo podemos llamar así.

También Pushkin tenía el imperativo profético. Él mismo lo describió en un poema maravilloso, «El profeta». Naturalmente, un artista es un profeta. Por regla, no lo admiten en su Patria. Tomemos a Pushkin. Era un poeta muy conocido en su círculo. Era pequeño. Muchos de sus amigos no comprendían que era un genio. Nadie habló de él como lo hacemos ahora.

Lo mismo pasaba con Chopin. Cuando componía sus estudios, era un músico. Ahora nos dicen: «¡Chopin es un fenómeno único! ¡Es el alma del pueblo polaco!».

Ellos vivían más o menos elegantemente. Pero a menudo la vida les era muy difícil. Por ejemplo, tomemos a Dostoievski. Belinski lo alabó mucho al principio, pero después lo atacó. Belinski era terrible desde mi punto de vista. Pero en definitiva, nadie sabe qué sucederá en el futuro con tal o cual poeta. Pero si el artista es la voz del pueblo en su voz interior, si su interior, su instinto espiritual expresa el espíritu popular, es imposible que no sea un profeta. Al fin de cuentas, el profeta es un producto del pueblo. Como Dios creó al pueblo, así el pueblo crea al artista, y el artista su obra.

No me gusta hablar de la función social del artista. Hablo de sus esfuerzos por llegar a un ideal, porque sin los ideales el artista no existe. Como sabemos, el ideal es inalcanzable. Por esta razón, en el sentido práctico, el artista es inútil porque se preocupa siempre por el ideal, que no es algo concreto, y es imposible utilizarlo de alguna forma. Y es un drama de la sociedad moderna, porque exige del artista una utilidad práctica. Lo quiebran como a un juguete y acaban con él. Y de él no queda nada. Como sucedió, por ejemplo, con Mayakovski.

Él fue una voz, pero querían que fuera otra voz. Aquellos que le hacían un «encargo social» ya sabían cómo debe ser la voz del pueblo. Le quitaban al artista lo más sagrado: ser sincero, escuchar la voz del pueblo por sí solo.

Aquellos que lo dirigían le decían: «Nosotros sabemos cómo debe sonar esta voz y tú no lo sabes». Le quitaban la función del artista, apropiándosela, destruyéndola.

¿Qué es, en definitiva, una obra de arte? ¿Qué expresa? Expresa la grandeza del espíritu humano, el ideal hacia dónde quiere llegar. Ya dijimos que es el reflejo de los sueños sumergidos del pueblo.

Con mis filmes pasaba algo curioso. Al principio el espectador los rechazaba, después, poco a poco, se entusiasmaba con ellos.

Cuando, desgraciadamente, me fui de la Unión Soviética, mi público era joven: 16 o 17 años. Ellos entendían mis películas. ¿Qué significa entendían? No es lo mismo que las aceptaran. Hasta cierto punto era su mundo, y yo me sentía feliz.

Pero mis contemporáneos estaban más lejos de mis filmes que los jóvenes, lo que es muy extraño, y no me siento capaz de explicarlo.

En Occidente, el proceso es el mismo; por ejemplo, en los últimos dos años, en Londres hicieron varias retrospectivas de mis filmes. En la última vi colas gigantescas. ¿Qué significaban? ¿Me entienden o no me entienden? No lo puedo afirmar con exactitud. En Estocolmo también muchos espectadores vieron mis películas. Me siento contento; pero hay un gran peligro en el hecho de que «todos ven tus películas». Es muy peligroso convertirse en realizador exitoso, de taquilla, porque en este caso uno ya no está seguro de que dice algo importante, que se encuentran en una determinada altura espiritual a la cual se llega con dificultad.

Naturalmente, para hacer cine, hay que ser director de éxito. La desgracia del cine es que había nacido en el pecado, en el mercado, en la feria.

A diferencia de cualquier otro arte, para seguir filmando películas hay que ganar dinero. Un libro puede escribirse en casa como escribía Kafka, por ejemplo. Nunca publicó nada, pero los libros fueron escritos.

El problema de la relación con el espectador es muy complejo y depende no tanto de las tareas que se plantea el director, como de las tareas que plantea ante el director la producción cinematográfica.

Tal vez, algún día la tecnología llegue a tal nivel que el cine no cueste nada. Por ejemplo, nos pondremos un casco metálico, y como en un encefalograma registraremos todas nuestras fantasías, imágenes, y después las editaremos como una película. Así costará todo muy barato. Pero hay que vivir mucho para llegar a la nueva tecnología.

Tomado de la Revista Cine Cubano No 200 Septiembre/Diciembre de 2016:  http://www.cubacine.cult.cu

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Convocatoria a la XVII Edición del Premio “Pensar a contracorriente” y a la VIII del Premio Especial “Una especie en peligro”

Con el propósito de reconocer y difundir el pensamiento crítico sobre los problemas y desafíos más acuciantes del mundo contemporáneo, desde perspectivas de amplio sentido anticolonial y antiimperialista que contribuya a articular una teoría política, económica y jurídica emancipadora, comprometido con los asuntos cruciales del medioambiente y contra los efectos devastadores del modelo capitalista hegemónico, en el orden material y espiritual; el Ministerio de Cultura de Cuba, el Instituto Cubano del Libro, la Red de Intelectuales en Defensa de la Humanidad y la Editorial Nuevo Milenio, convocan a la XVII edición del Premio Pensar a Contracorriente y a la VIII del Premio Especial Una especie en peligro.

Como alternativa al silenciamiento y la marginación que sufre el pensamiento emancipador en los grandes circuitos de reproducción hegemónica y dominación social e intelectual, y ante los inmensos desafíos que la humanidad debe enfrentar por el despiadado deterioro de su entorno, el Premio Pensar a Contracorriente y el Premio Especial Una especie en Peligro aspiran a contribuir al desarrollo de ideas, análisis y propuestas activas dentro del campo de las Ciencias Sociales, la Cultura y el universo científico-técnico.

En ese contexto convoca a la diversidad de enfoques y puntos de vista, así como a la confrontación con las bases de los sistemas hegemónicos de pensamiento dentro de la nueva geopolítica internacional.

En esta ocasión conmemoramos los 125 años de la caída en combate del apóstol de la independencia de Cuba José Martí y el 45º aniversario del fin de la guerra en Vietnam; acontecimientos que representan hitos en la lucha y resistencia frente al colonialismo y el imperialismo.

  1. Podrán participar autores de cualquier país con un ensayo inédito, en español, portugués, inglés, francés (o traducido a alguna de estas lenguas) que no debe estar comprometido para su publicación ni haber obtenido premios en otros concursos.
  2. El ensayo no debe poseer menos de 20 cuartillas ni exceder las 40. Una cuartilla pautada está compuesta por 1 800 caracteres (30 líneas de 60 caracteres cada una) para un total admisible de 36 000 a 72 000 caracteres.
  3. La bibliografía y las notas deben aparecer con todos sus elementos rigurosamente ordenados.
  4. No se aceptará más de un trabajo por autor.
  5. El ensayo deberá enviarse antes del 31 de diciembre de 2019 en archivo adjunto (preferentemente .rtf, aunque también .doc., o en ficheros de formatos abiertos, como odt) en una sola copia y un solo mensaje, debidamente identificado con el nombre completo del autor, edad, carnet de identidad o cédula y dirección actual, país, así como una síntesis de su currículum vitae, a la dirección electrónica: contracorriente@cubarte.cult.cu. El autor debe recibir confirmación de la recepción de su trabajo por parte del coordinador del concurso, para dar como notificada la participación de su texto en el certamen.
  6. Un prestigioso jurado internacional realizará la evaluación y premiación de los trabajos desconociendo nombres y nacionalidad de los concursantes.
  7. Al primer lugar de cada uno de los premios (Pensar a Contracorriente y Una especie en peligro) se le entregará un diploma acreditativo y 1 000.00 euros. De ser el premiado de nacionalidad cubana, se hará la conversión al peso cubano convertible.
  8. Con similar reconocimiento y estímulo material el Jurado otorgará, además, el Premio Especial Una especie en peligro, que arriba a su octava edición, al ensayo que mejor aborde los peligros y consecuencias de la crisis ecológica generada por el modo capitalista de producción y al texto que mejor aporte y analice propuestas concretas de alternativas anticapitalistas de desarrollo en armonía con la naturaleza.
  9. El jurado podrá conceder hasta diez menciones entre ambos premios, sin que ello implique retribución monetaria.
  10. La Editorial Nuevo Milenio, bajo su sello de Ciencias Sociales, publicará los trabajos premiados y las menciones en formato digital (ebook). El Instituto Cubano del Libro se reserva los derechos de la primera edición de los textos participantes, reserva válida durante un año contado a partir del cierre de la convocatoria, sin que ello represente retribución alguna por concepto de pago de Derecho de Autor.
  11. El fallo del jurado será inapelable y se dará a conocer en La Habana durante el mes de febrero de 2020, en una ceremonia especial que se organizará en el contexto de la 29ª Feria Internacional del Libro de La Habana, Cuba; a celebrarse entre los días 6 y 16 de febrero de 2020.
  12. La participación en el Concurso implica la aceptación de estas bases.

Oficina del Premio Pensar a Contracorriente

Editorial Nuevo Milenio, La Habana, Cuba

Tomado de: https://culturayresistenciablog.wordpress.com

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Los tres días que estremecieron a Cuba

Ares (Cuba)

Por Rosa Miriam Elizalde

Comenzó el jueves pasado, con la presentación de la Resolución cubana contra el bloqueo de EEUU que, desde hace 27 años, se vota en ONU. La jornada estuvo entre las más peleadas que se recuerde, con la troika de Estados Unidos, Israel y Brasil totalmente aislada. Bolsonaro, que arrastró a su país por primera vez en la comparsa, en vez de agregar fuerzas, vergonzosamente, restó. Ciento ochenta y siete países se alinearon con la Isla, a pesar de las presiones del gobierno gringo, que amenazó a varias naciones con suspenderles la ayuda económica.

Tras la votación, la gente se felicitó en las calles, la etiqueta #VictoriaDeCuba se convirtió en tendencia mundial en Twitter y todavía andábamos en esa estela el viernes, cuando llegó la noticia de la liberación de Lula. Que sacaran de prisión al ex Presidente de Brasil, a pesar de las condiciones a las que todavía lo someten con la pérdida de sus derechos políticos y con procesos judiciales diferidos temporalmente, era un regalo después de estos años de desayunarnos cada mañanita de Dios con alguna canallada de Donald Trump, Marco Rubio, Pompeo y otros personajes de la nueva opereta imperial.

El bloqueo sigue ahí y el chantaje judicial contra Lula, también, pero nadie podía quitarnos esta sensación de superioridad moral que solo pueden exhibir los no doblegados, los insumisos, frente a sus perseguidores; esa sensación que hizo exclamar a Giordano Bruno, condenado a la hoguera: “Estoy más tranquilo en este banquillo que ustedes”.

Pero el sábado se vino abajo la emoción de la víspera. Los acontecimientos en Bolivia se desencadenaron y vimos en vivo y en directo un golpe de Estado de manual, con la usurpación preconcebida y repentina del poder por parte de un grupo liderado por los militares y compuesto por las fuerzas armadas y sectores sociales de apoyo. En el hemiciclo de un Parlamento semidesierto, una señora que parece salida de Madison Avenue se autoproclamó la Presidenta de un país de mayoritaria población indígena.

Si se filtra la palabra “Bolivia” en Google Trends, una herramienta que muestra el interés de los usuarios por las búsquedas de un término en Internet, se verá que la curva de tráfico en Cuba asociada al nombre del país andino creció abruptamente un 92 por ciento el sábado y no ha dejado de subir desde entonces. Las conversaciones, los medios locales y las redes se activaron, a la expectativa del golpe que transcurrió frente a las cámaras de la televisión y en los ríos revueltos de WhatsApp, Facebook y Twitter, donde miles de robots falseaban la verdad -se han documentado unas 4 000 cuentas automáticas- y del otro lado personas reales braceaban desesperadamente para entender qué estaba pasando y para denunciar la maniobra conjunta de Estados Unidos, la OEA y la derecha racista que quería muerto al mejor presidente que ha tenido Bolivia.

La otra palabra que creció en el interés de los cubanos es México, el lindo y querido, el que dijo “no” a Estados Unidos y a los demás países de la OEA cuando bloquearon a la Isla en los primeros años de la Revolución. Al conceder asilo político a Evo, acto que le salva la vida, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador recordó los años de gloria de este país. Hace ochenta años, durante el sexenio presidencial de Lázaro Cárdenas, México acogió a miles de refugiados y consagró desde entonces el derecho de asilo para los “inquilinos de la soledad”, en particular para “los argenguayos, urulenos, chilentinos, paraguayos de la larga noche sudamericana”, como recuerdan unos versos del poeta del exilio, el argentino Juan Gelman.

En el programa matutino de este miércoles en Radio Rebelde, una periodista hablaba de la participación oficial y oficiosa de los Estados Unidos en todos los golpes de Estado conocidos en el continente -Guatemala, Chile, Venezuela, Honduras…-, que ha sido documentalmente probada y confesada por sus principales actores, como seguramente ocurrirá con el ahora en curso. “En vez de votos, botas”, ilustró un oyente a través de una llamada telefónica a la emisora fundada hace más de 60 años en la Sierra Maestra.

En Bolivia, Estados Unidos ha proclamado que América Latina solo está para ser la fruta madura que cae en sus manos, para patio o para felpudo. Pero como escribió hace unas horas el periodista venezolano Earle Herrera, “más que una alfombra, América Latina es un cuero seco, que la pisan por un lado y se levanta por otro”. Desde Simón Bolívar hasta hoy, la Historia de liberación de este hemisferio siempre está recomenzando, porque “para nosotros el mundo empieza después del límite”, diría otro poeta orgullosamente mestizo, el guatemalteco Luis Cardoza y Aragón.

Tomado de: https://www.jornada.com.mx

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