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Las “nobles” sanciones estadounidenses

Por Jesús Arboleya

Diversos países y organizaciones de diverso carácter, incluyendo a la ONU, así como individuos a través de las redes sociales, han solicitado al gobierno de Estados Unidos que, como respuesta humanitaria a la pandemia de la COVID-19, suspenda las sanciones establecidas sobre algunas naciones. Aunque son muchos los países sobre los que pesa algún tipo de sanción norteamericana, se mencionan de manera especial los casos de Irán, Venezuela, Corea del Norte, Cuba y Rusia, que son los más afectados.

En respuesta a estas presiones, el Departamento del Tesoro acaba de emitir una declaración titulada “FactSheet: Provision of HumanitarianAssistance and Trade to Combat COVID-19”, según su título en inglés, donde se explica la posición estadounidense al respecto. En una breve nota al pie del documento, se aclara que un “factsheet” tiene solo un valor informativo, por lo que no puede ser utilizado para sustituir lo establecido en la ley ni como argumento para modificarla. No hay que llamarse a engaño, este documento no goza de autoridad para anunciar cambios en la política vigente, ni es una señal de posible benevolencia, como han interpretado algunos.

En realidad, no se habla de una eliminación de las sanciones, ni siquiera de una atenuación de las mismas. Por el contrario, lo que hace el Departamento del Tesoro es tratar de justificar estas políticas enfatizando el supuesto sentido democrático que las impulsa y una pretendida “nobleza” en su aplicación, toda vez que, según dice, siempre han estado previstas excepciones con fines humanitarios, establecidas mediante Licencias Generales o Específicas, a las que pueden recurrir los estados afectados.

Es cierto que estas disposiciones existen, sería políticamente incorrecto presentar a la opinión pública acciones devastadoras para otros pueblos, en la mayor parte de los casos impuestas de manera unilateral y violatorias de la ley internacional, sin establecer ciertas salvaguardas humanitarias, precisamente para salvar la cara, como ha ocurrido en este caso. Sin embargo, cualquier país bloqueado por Estados Unidos sabe lo complicado que puede resultar llevar a buen término alguna gestión basada en estas excepciones, dada la gran madeja de complicaciones legales y burocráticas que hay que salvar, máxime cuando la voluntad política del gobierno se orienta en sentido contrario y un clima de amenazas desestimula la participación de productores, comerciantes o entidades bancarias relacionadas con este comercio potencial.

En el caso de Cuba, las licencias generales mencionadas y algunas específicas concedidas, fueron en su mayoría resultantes de la interpretación más amplia que hizo el gobierno de Barack Obama de lo establecido en la ley Helms-Burton.Precisamente para abrir brechas al bloqueo, contra el cual se expresó personalmente, y así facilitar el mejoramiento de las relaciones entre los dos países.Aun así, ni siquiera siendo política oficial, priorizada por el presidente, fue fácil romper las barreras existentes. De todas formas, estas disposiciones sirvieron para ampliar las relaciones económicas en algunos frentes y anunciar perspectivas en otros, un proceso que se modificó radicalmente con la llegada al poder de Donald Trump.

La intención declarada del gobierno de Donald Trump ha sido revertir lo avanzado y restringir al mínimo las posibilidades de alternativas comerciales. En verdad, si ahora pueden mencionar estas licencias en el caso de Cuba, es porque sobrevivieron la devastación que sufrió la mayoría.

Además, se incrementaron las persecuciones, no solo contra entidades norteamericanas, sino también extranjeras, con el objetivo de cerrar el cerco económico contra Cuba. No es un secreto, el propio presidente se ha vanagloriado de tal grado de hostigamiento y los daños que causa a la economía cubana, porque eso es lo que le pide la ultraderecha cubanoamericana de Miami y ningún coronavirus se puede sobreponer a los planes electorales del magnate newyorkino.

Con todo lo que diga el FactSheet del Tesoro, tampoco las donaciones humanitarias han escapado a esta lógica diabólica. En medio de la pandemia, acaba de ocurrir el retraso de una importante donación privada de productos sanitarios chinos, porque la empresa transportadora adujo posibles sanciones del gobierno norteamericano, para solo mencionar un caso.

Es un mal chiste que, a raíz de la publicación del documento del Tesoro, Pompeo nos diga que el bloqueo no es tan malo y se encarame en la política de Obama, repudiada por ellos hasta el delirio, para hablar de aperturas, asegurando que las puertas siempre han estado abiertas, solo que Cuba no ha sabido utilizarlas. Menos sentido tiene que se diga ahora, precisamente cuando las puertas de Estados Unidos están cerradas para todo el mundo, toda vez que, más que ofrecer, cosa que ha prohibido el presidente, el gobierno se dedica a piratear productos sanitarios destinados a otros países.

Creo que estamos en presencia de un ejercicio de manipulación bastante burdo y quizás por eso la notificación del Departamento del Tesoro ha tenido poca repercusión en los medios de prensa. Lo lamento por aquellos que lo recibieron con algún viso de esperanza, es solo otra “fakenews”, de Trump y sus compinches.

Tomado de: https://www.cubainformacion.tv

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Cinco reflexiones sobre el libro “Golpe de Estado en Bolivia”

Golpe de Estado en Bolivia. La soledad de Evo Morales, de Hugo Moldiz. Editorial Ocean Su

Por Rafael González Morales

Recientemente la editorial Ocean Sur nos ha regalado un formidable libro sobre el golpe de Estado en Bolivia. Su autor, el intelectual de izquierda y revolucionario boliviano, Hugo Moldiz Mercado, nos brinda un profundo y riguroso análisis integral sobre este proceso que convierte su obra en consulta obligatoria en la actualidad para las fuerzas, movimientos y gobiernos progresistas de Nuestra América.

Sus páginas no solo nos brindan abundante información, sino que explican por qué suceden los acontecimientos y lo logra con el empleo de un lenguaje atractivo que combina los fundamentos teóricos con la práctica revolucionaria. Aunque se trata de la perspectiva individual de un participante directo en el proceso boliviano, su intensa experiencia y su agudo sentido de la crítica responsable convierte su visión de esta compleja temática en un testimonio imprescindible para los que buscan respuesta a una gran interrogante: ¿cómo fue posible que pasara esto en Bolivia?

Este es un libro que nos invita a reflexionar y, en especial, nos alerta sobre los peligros, amenazas y desafíos que enfrenta cualquier proceso transformador que afecta los intereses del gobierno estadounidense y las oligarquías nacionales. La obra se introduce en la esencia de las situaciones y recrea con claridad todas las contradicciones, dudas, incertidumbres y traiciones que acompañan a este tipo de transformaciones revolucionarias. En tiempos de una ofensiva imperialista renovada contra nuestros pueblos —que retoma como referente esencial la denominada Doctrina Monroe—, estas páginas nos motivan a realizar al menos cinco reflexiones que consideramos útiles, sobre todo hacia el futuro.

Primero, no estamos en presencia de una autopsia política, sino de una apreciación sobre las circunstancias, causas y condiciones que contribuyen a que un proceso de cambio profundo no sea capaz de perdurar en el tiempo como fue el caso de Bolivia. En ese sentido, el libro constituye una importante alerta para todos los revolucionarios que están involucrados en transformaciones de esta naturaleza y nos devela con nitidez en qué no podemos equivocarnos. Por lo tanto, la obra podría interpretarse como un llamado a ponderar y calibrar con detalle el proceso de construcción de las alternativas de izquierda.

Segundo, llegar al poder formal —o lo que se denomina como la institucionalidad política— no implica tener el poder real. Este aspecto está abordado con intencionalidad y ejemplos concretos desde una perspectiva teórica y práctica. Constituye un aspecto medular las reflexiones de Moldiz sobre la complejidad de las relaciones entre los funcionarios de las estructuras gubernamentales y sectores del poder real establecido en Bolivia durante más de 40 años como son los casos del ejército y la policía. Sobre este aspecto, se plantea la interrogante clave de si es posible avanzar y hacer sostenible los cambios sin modificar estas estructuras. En el caso que se analiza, la respuesta es obvia cuando estas fuerzas ejecutaron el golpe de estado.

Tercero, la labor ideológica a nivel social y la transformación de la visión del mundo de los actores que están protagonizando el cambio constituye una de las piedras angulares para blindarse de los planes subversivos de los opositores a este tipo de proceso. En las páginas se evalúan con precisión los errores, descuidos e ingenuidades cometidas sobre este elemento fundamental. Resulta relevante entender que, si la prosperidad y el crecimiento económico no va acompañado de la educación política, entonces se produce el acomodamiento y la desmovilización, lo que culmina con la erosión de la base social que acompaña, defiende y es capaz de dar la vida por su Revolución.

Cuarto, el gobierno estadounidense siempre estará al acecho fraguando planes desestabilizadores y esperando el momento oportuno para concretar su objetivo de cambio de régimen, pero esto solo es posible si las circunstancias se lo permiten. El texto analiza con una profundidad exhaustiva la injerencia permanente de Washington y, en especial, los mecanismos, instrumentos, tácticas, métodos e instituciones que involucran. El estudio minucioso sobre el papel de Estados Unidos durante el proceso, constituye un aporte fundamental de esta obra y se convierte en un modelo de actuación a estudiar debido a que se derivan lecciones sobre los modos de actuación.

Quinto, después de consumado el golpe de Estado se abre una etapa nefasta de persecución política, asesinatos, represión, amenazas y desmontaje de los principales aspectos simbólicos y prácticos que constituyeron logros del proceso de cambio. En un breve período de tiempo, se produce una ofensiva contrarrevolucionaria marcada por el odio que pretende modificar el statu quo y barrer de plano con todo lo que rememore la etapa de la transformación. El texto explica con apego a la verdad histórica la evolución de estos acontecimientos y las implicaciones negativas para el pueblo boliviano.

En esencia, el libro es un relato apasionante sobre un proceso que no ha culminado y que constituye el ejemplo más reciente en Nuestra América del diseño e implementación de un plan de cambio de régimen organizado y coordinado por el gobierno estadounidense con la complicidad esencial de sectores de la oligarquía nacional boliviana en un contexto de desmovilización social. Por lo tanto, su lectura será un medio imprescindible para llegar al propósito estratégico: luchar con todas nuestras fuerzas para obstaculizar y derrotar los planes desestabilizadores contra los gobiernos progresistas de América Latina y el Caribe.

Tomado de: http://www.contextolatinoamericano.com

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“¡Sacrifique a los más débiles!”

¡Sacrifique a los más débiles!

Por Abel Prieto Jiménez

Trump, su equipo, sus fieles seguidores, al igual que Bolsonaro y sus herederos, representan la cultura fascista que ama por sobre todo lo demás el Dinero, la Fama, el Poder arrogante, idiotizado, narcisista; que odia el arte genuino, la inteligencia, la tradición humanista; que está dispuesta a sacrificar a los «débiles» para salvar a «Los elegidos»

Crecen las opiniones en distintos países que favorecen reabrir la economía y flexibilizar de modo más o menos gradual las restricciones vinculadas a la pandemia. Pero crecen al propio tiempo los llamados de alerta de la OMS y de prestigiosos científicos sobre las consecuencias gravísimas de bajar la guardia y anticiparse a cantar victoria ante un enemigo terrible que da muestras todos los días de su fuerza y agresividad.

Trump no quiere saber de advertencias especializadas ni mucho menos del horror incontrolado que muestran las estadísticas. Se ha convertido en un líder de las posiciones más abiertas e irresponsables.

Ha insistido en que el cierre de un país puede «destruirlo» y que EE.UU. «no fue creado para estar cerrado». Ha hecho, además, una lectura optimista, sí, aunque suene irracional, de los resultados de las medidas de distanciamiento social: «La situación en puntos críticos… se está estabilizando».

Al propio tiempo, muchos partidarios suyos, fanáticos (exhibiendo, algunos, armas de fuego), han salido a las calles para presionar a las autoridades estaduales y acelerar el proceso de apertura.

Actúan de manera provocadora hacia el personal de Salud que trata de persuadirlos y exhiben carteles amenazantes, patrioteros, fascistoides.

Un letrero de los manifestantes es una mezcla casi humorística de absurdo con paranoia anticomunista: «Social Distancing? Comunism» (es decir: distanciamiento social es igual a comunismo).

Otro va más allá. Fue enarbolado en una manifestación en Tennessee, y lo reportó una cadena televisiva local. Parece escrito por Josef Mengele o algún otro médico nazi dedicado a la eugenesia: «¡Sacrifiquen a los débiles!».

Se trata de una síntesis insuperable del sueño dorado de los neofascistas «fuertes», «triunfadores», de la raza «superior», que verían con buenos ojos una epidemia capaz de llevar adelante en tiempo récord una «limpieza étnica», más allá de lo estrictamente racial, en la que fueran suprimidos todos los «perdedores», negros, latinos, inmigrantes, homosexuales, feministas, líderes sociales e indígenas, gente contaminada por el virus de la resistencia y la emancipación.

Una réplica en pequeño de Trump, Jair Bolsonaro, tampoco presta atención a la oms ni a los epidemiólogos. Se sumó a los manifestantes que rompieron la cuarentena para concentrarse frente al Cuartel General del Ejército en Brasilia y pedir una intervención militar y el cierre del Congreso.

Allí dirigió críticas muy duras a los líderes del Congreso, a gobernadores y alcaldes, y a todos los que defienden las medidas de cuarentena y distanciamiento social.

Mientras tanto, en un montaje paralelo, su hijo Carlos Bolsonaro, concejal de la asamblea de Río de Janeiro, llevaba adelante (y filmaba para las redes) un performance muy belicoso, donde unos 15 individuos, enfundados en pulóveres oscuros con la efigie del presidente brasileño, descargaban sus pistolas contra un blanco imaginario. El resultado: una repugnante imagen de violencia estúpida y supuestamente intimidatoria.

El brillante investigador Ariel Dorfmann recordó al general fascista Millán Astray, mentor y amigo de Francisco Franco, y sus palabras funestas («¡Abajo la inteligencia! ¡Viva la muerte!»), cuando, en octubre de 2017, descubrió muy temprano que Trump «estaba librando una inquietante guerra contra la ciencia y la verdad».

Lo alarmaba en ese entonces el rechazo de Trump a las leyes ambientales y laborales, el despido imprudente de expertos, los recortes presupuestarios a la ciencia y al sistema de Salud.

Ya en medio de la pandemia, Dorfmann repasa la suma de torpezas, disparates y revelaciones escandalosas del «trumpismo», como los avisos llegados al Presidente sobre la necesidad de implementar un plan para enfrentar la epidemia, y el desmantelamiento a principios de 2018 de la oficina y el equipo encargados de lidiar con este tipo de enfermedades. Pero, nos dice, eso no es lo principal:

«…La respuesta incoherente y torpe a esta emergencia, lejos de ser accidental, es el resultado de un desdén sistémico a la ciencia, una altivez imbécil que se remonta al comienzo mismo del régimen de Trump, que está profundamente arraigado en el adn antintelectual de ese presidente y sus seguidores».

En efecto, la esencia es cultural. Trump, su equipo, sus fieles seguidores, al igual que Bolsonaro y sus herederos, representan la cultura fascista que ama por sobre todo lo demás el Dinero, la Fama, el Poder arrogante, idiotizado, narcisista; que odia el arte genuino, la inteligencia, la tradición humanista; que está dispuesta a sacrificar a los «débiles» para salvar a «Los elegidos».

Tomado de: https://elvuelodelgato.home.blog

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Narrativas documentales contemporáneas. De la mostración a la ennuciación

La representación de la realidad. Cuestiones y conceptos sobre el documental, Ed. Paidós, Barcelona

Por Aida Vallejo

Introducción

En los últimos años hemos sido testigos de la aparición de numerosos focos de creación y promoción del cine documental en países de todo el mundo. En este período han surgido diversos festivales dedicados exclusivamente al cine documental y, al mismo tiempo, hemos visto aumentar su presencia en la programación de los festivales de cine independiente y experimental.

En este marco, el documental se ha erigido como un espacio de libertad creativa, convirtiéndose en laboratorio de experimentación para la vanguardia cinematográfica. Cabe destacar que una de las claves de su originalidad radica en la búsqueda de nuevas estructuras formales a través de diversas estrategias narrativas y estéticas, donde los procesos de enunciación han sido uno de los territorios de exploración formal más fructíferos. En el presente texto proponemos una serie de categorías para analizar la construcción de instancias narrativas en el documental contemporáneo, que van desde la enunciación clásica de la voice over, hasta la mostración más pura del cine observacional, pasando por numerosas estrategias intermedias donde diversas instancias (ya sean director/a, narrador/a o personajes) se erigen como portadores del discurso.

A través del de algunos fragmentos de filmes contemporáneos que desafían las formas del documental clásico (con la presencia explícita del autor/a como narrador/a del relato, creando la ilusión de observación directa o escondiendo su discurso a través de la voz de sus personajes), exploraremos los modos a través de los cuales se hace presente la mirada del autor/a.

1) Marco teórico: narratología y documental

1.1) De la Poética clásica a la Narratología audiovisual contemporánea

Antes de abordar las formas de la enunciación en el documental contemporáneo haremos un breve repaso a los orígenes del estudio del uso de la voz narrativa en distintas disciplinas (como el teatro, la literatura y el cine), revisando algunos de los conceptos desarrollados por la narratología que son claves para el análisis formal de los discursos audiovisuales.

En primer lugar, analizaremos la distinción entre los conceptos mostración y enunciación. La articulación de dicha dicotomía hunde sus raíces en los estudios de la Grecia Clásica, donde autores como Platón (en La república) y Aristóteles (en Poética) plantearon los conceptos de mímesis y diégesis para explicar los diversos modos de enunciación en las obras de teatro y la poesía.

A grandes rasgos, la mímesis correspondería a la imitación de los hechos en escena y la diégesis al discurso mediado por un narrador. Por un lado, la mímesis se produce cuando los personajes hablan por sí mismos y la historia llega directamente al espectador a través de los diálogos y la interpretación. El equivalente en la literatura serían los diálogos transcritos. Por otro lado, en la diégesis aparece un narrador que es el que cuenta lo que les ocurre a los personajes. Es lo que en literatura se ha denominado “estilo indirecto”. Esta dualidad resurgió a principios del siglo XX en la crítica angloamericana de la narración bajo las denominaciones de telling y showing, es decir, el tipo de novela dominada por un narrador omnisciente clásico frente a la novela dramática representada por el novelista Henry James y sus seguidores.

Cabe puntualizar que en los textos teóricos sobre narrativa la mayoría de autores/as utilizan mímesis en sentido Platónico y diégesis en sentido Aristotélico, ya que consideran la imitación según Aristóteles no tanto como imitación sino como representación. Siguiendo la línea angloamericana, en esta investigación preferimos utilizar los términos mostración y enunciación por el significado que ha cobrado en los estudios narrativos el término diégesis, como sinónimo de historia (el mundo imaginario al que hace referencia el relato), lo cual puede llevar a confusiones acerca de estos conceptos[2].

Para el estudio de los modos de enunciación en la literatura, destaca el exhaustivo trabajo de uno de los padres de la narratología: Gérard Genette (1972), que ha permitido clasificar los distintos modos de la enunciación a través de una taxonomía del narrador, en función de su posición en la diégesis (o historia).

Desde los estudios cinematográficos, los herederos de la semiótica han explorado las formas en que el lenguaje audiovisual utilizaba recursos narrativos, tanto a través de la adaptación de técnicas ya utilizadas en el teatro y la literatura, como a través del análisis de estrategias textuales que son específicas del dispositivo fílmico. En esta línea, cabe destacar el pormenorizado estudio propuesto por Gaudreault y Jost en El relato cinematográfico (1995), que nos permite desgranar los distintos elementos narrativos a través de los que se construye el relato audiovisual, y entre los cuales se encuentran las formas de enunciación y narración (47-70). Sus propuestas van a servir de referencia para el análisis de las formas enunciativas del documental contemporáneo que aquí proponemos.

1.2) La enunciación documental a la luz de la narratología

En el marco concreto de los estudios dedicados al cine documental, el análisis de las formas de la enunciación se ha visto condicionado, en primer lugar, por la falta de interés de muchos autores hacia las herramientas de la narratología y, en segundo lugar, porque los debates centrales en torno al documental se han dirigido más a cuestiones relacionadas con su carácter informativo y/o su relación con conceptos como la realidad o la verdad, que a su propia construcción formal.

Cabe destacar que la teoría narrativa, ampliamente desarrollada en los estudios de cine de ficción, raramente ha sido aplicada al análisis del cine documental. Por un lado, desde los estudios del cine de ficción en muchos casos se ha tildado al cine documental de cine no narrativo, basándose en modelos de clasificación que confrontan el cine de Hollywood con otras estrategias “no narrativas” entre las que incluyen el cine documental (Bordwell y Thompson, 1979: 47-48). En la mayoría de los casos dicha asociación de conceptos se da a causa de que se ha extendido el uso del término “narrative cinema” como sinónimo de cine de ficción, incluso entre los estudiosos del cine documental (Nichols, 1985: 259). Como apunta Plantinga, el hecho de que muchos de ellos nieguen el uso de la narrativa y la exploración del tratamiento se debe a “la extendida idea de que el documental, como representación de la realidad, debería tomar una forma “en concordancia” con su tema. Lo que esa afirmación suele querer decir es que, de alguna manera, el documental debería copiar, trazar o imitar la realidad no simplemente en su modelo de lo real (el mundo proyectado) sino en su propia presentación formal” (1997: 124).[3]

Por otro lado, la teoría documental se ha centrado más en cuestiones de retórica (Plantinga, 1997) o relacionadas con la ética y la dimensión epistemológica del género (Nichols, 1997), que, en su dimensión narrativa, aunque encontramos algunas excepciones como las aportaciones de seguidores de la tradición francófona de la semiótica (Jost, 1989; Colleyn, 1993; Gaudreault y Marion, 1994; Guynn, 2001; Vallejo, 2007 y 2008).

Bill Nichols, referente teórico del cine de lo real, diferenciaba entre dos tipos de placeres: la escopofilia asociada a la ficción (basada en el placer de mirar) y la epistefilia documental (cuya finalidad principal es la búsqueda del conocimiento) (1997: 228). Esta afirmación da cuenta de una tendencia bastante extendida, en el marco de la teoría cinematográfica, donde el documental ha sido abordado a como un género distinto cuyo interés principal no es tanto su construcción o dimensión artística, como su valor informativo y su relación con la representación de la realidad.

Dado el giro estético del documental en los últimos años, cabe replantearse esta dicotomía: placer visual vs. placer del conocimiento, ya que el cine documental contemporáneo funde los límites de ambos conceptos en un intento de transmitir su mirada sobre lo real sin renunciar a la búsqueda de la belleza. Lo que pioneros como Flaherty o Grierson defendieron en la primera mitad del siglo XX, vuelve a ser la clave para la construcción del cine documental: el tratamiento creativo de la realidad.

Partiendo de estas premisas, consideramos que la narratología ofrece herramientas de análisis idóneas para abordar las nuevas formas que está adquiriendo el cine documental contemporáneo, y en especial su exploración de diversas formas de enunciación. Es decir, sobre quién recae el peso de la narración, que se esconde en diversas instancias enunciadoras donde surgen múltiples combinaciones posibles.

En la bibliografía dedicada al documental, algunos autores han tratado el tema de la enunciación, pero, en la mayoría de los casos, lo han hecho pasando por alto todo el bagaje teórico de la narratología. Dichos autores han propuesto clasificaciones en función de la relación de la instancia narrativa con el mundo proyectado, pero sin plantear los criterios de clasificación con claridad. Éste es el caso de algunos modelos clasificatorios (Nichols, 1985, 1991, 1994, 2001; Renov, 1993; Corner, 1996; Plantinga, 1997), que ofrecen una taxonomía de los subgéneros del documental en función de la entidad narrativa que cuenta el relato (ya sea un narrador omnisciente que no forma parte del mundo profílmico, un realizador o un actor social).

Las propuestas de Nichols, con su conocida clasificación de los subgéneros documentales: expositivo, observacional, interactivo y reflexivo (1991:65-114); a los que añade dos nuevos modos: performativo (1994:92-96) y el poético (2001:102-104), hace referencia a algunas cuestiones relacionadas con la enunciación, y reflexiona sobre las instancias en las que recae el peso de la narración (ya sea el narrador omnisciente del documental expositivo o el diálogo de los personajes del cine observacional).

Por su parte, John Corner propone distintas “modalidades del lenguaje documental” en función de qué entidad narrativa nos muestra el relato especificando el papel del sonido (o más bien de la palabra) en función de si la enunciación nos llega a través de la escucha de un diálogo, la entrevista, o la voice over (Corner, 1996: 28-30).

Colleyn también repasa estas cuestiones proponiendo una clasificación un tanto superficial que divide los tipos de comentario en: directivo (que ofrece las pautas para la interpretación de la imagen), el técnico (que da algunas indicaciones sobre tiempo y lugar para situar la imagen), y el literario (que produce un efecto por el choque con las imágenes). El autor habla también del comentario interno basado en los diálogos (1993: 127-128).

Plantinga también aporta su propia clasificación, proponiendo distintas “voces”: formal, abierta y poética (1997:101-119). Su propuesta se articula en función de la autoridad epistémica, dando cuenta de su interés en la dimensión retórica del documental como discurso sobre la realidad.

La cuestión más interesante radica en que la instancia enunciativa no sólo se construye porque cumple la función de enunciar, sino por su posición de poder respecto al mundo proyectado (o su autoridad epistémica). Las clasificaciones a las que aludíamos anteriormente, propuestas por Corner, Nichols, Colleyn o Plantinga se referían tanto a la autoridad como a la enunciación en sí misma.

Cabe añadir que las aportaciones de autores como Jost (1989) o Gaudreault y Marion (1994) sí que hacen referencia a la enunciación en términos narratológicos, pero dado el momento histórico en que se escribieron, se centran casi exclusivamente en el análisis del documental expositivo clásico, además de centrar el debate en torno a la especificidad del documental frente a la ficción, y su relación con la veracidad, la representación de la realidad y su autoridad epistémica.

Teniendo en cuenta el giro que se ha producido en la estética del documental contemporáneo donde encontramos formas híbridas de enunciación de diversa índole que en la mayoría de casos no encajan con los modos y clasificaciones mencionados anteriormente, consideramos que estas taxonomías ofrecen un marco analítico demasiado rígido para poder abordar el análisis de dichas prácticas. Como apunta Maria Luisa Ortega:

Afirmamos estar asistiendo a una hibridación en las prácticas cinematográficas ligada a la representación de lo real, donde (…) vemos aparecer panfletos políticos y contra-informativos disfrazados de diarios o búsquedas personales, la imagen de archivo y el documento visual al servicio de la poesía, la indagación social bajo diversas formas de thriller policíaco o el uso de la teatralidad y la dramatización distanciadora ocupando el lugar de la entrevista natural para la reconstrucción histórica. Muchos ven en ello un desplazamiento de las fronteras en disputa entre el documental, la ficción y el cine experimental, pero quizás, al igual que en el caso de las ciencias sociales y las humanidades, debamos hablar con más precisión de una redefinición de los criterios para establecer la cartografía del territorio documental (Ortega, 2005:186).

Vista esta tendencia a la hibridación en las estructuras narrativas del documental, proponemos aportar un modelo de análisis que aborde los filmes desde su materia significante para llegar a un análisis textual, frente al modelo actual que parte de una clasificación en la cual pueden o no encajar los textos.

A continuación, ofrecemos una taxonomía de las estrategias de enunciación narrativa en el documental, ofreciendo ejemplos de su uso en algunos films contemporáneos. En primer lugar, reflexionaremos sobre las formas de la enunciación más pura en el documental (asociada a las estéticas del reportaje televisivo). En segundo lugar, hablaremos de las formas que adquiere la mostración (con el cine observacional como paradigma). Y en tercer lugar, exploraremos las formas narrativas donde las fronteras entre mostración y enunciación se hacen borrosas (y que da cuenta de los nuevos modos de expresión que ha adquirido el documental de creación en los últimos años).

2) Análisis: mostración y enunciación en el documental contemporáneo

2.1) Enunciación. El modo expositivo del documental clásico

Cuando se utiliza la enunciación en sentido puro existe un mediador entre la historia y el espectador. Aquí aparece la voz explicativa (o el texto escrito) interpretados por un narrador ajeno al mundo proyectado, y por lo tanto no es un personaje de la historia quien ejerce de narrador. En el documental dicha enunciación puede estar construida a través de una voice over incorpórea, mostrarse a través de intertítulos y textos, o esconderse tras las asociaciones de significado creadas por el montaje. Se trata, en definitiva, de elementos extradiegéticos añadidos en la fase de posproducción de la película que añaden información a la imagen, guiando su interpretación.

2.1.2) Escuchando “la voz de Dios”. La voice over

En primer lugar, La forma clásica de enunciación es la del narrador de la voice over del “documental expositivo” (en términos de Nichols). Dicha voz es una instancia narrativa ajena al mundo proyectado, por lo que es incorpórea. Ejerce una mediación entre la historia contada y el espectador. Este tipo de enunciación comúnmente utilizada en el documental periodístico y televisivo.

A pesar de que una de las especificidades del documental contemporáneo ha sido la búsqueda de nuevas instancias enunciativas más elaboradas que el uso de la voice over, seguimos encontrando documentales que recurren a esta estrategia para su construcción, como ocurre con Asaltar los cielos (José Luis López Linares y Javier Rioyo, 1996) o Nómadas del viento (Jacques Perrin, Jacques Cluzaud y Michel Debats, 2001). Por otro lado, los falsos documentales como Zelig (Woody Allen, 1983) o La verdadera historia del cine (Peter Jackson y Costa Botes, 1995) asumen esta forma de enunciación, apropiándose de la estructura formal del documental expositivo, precisamente para poner en evidencia los mecanismos textuales del documental clásico.

El uso de la enunciación pura en el documental conlleva una serie de connotaciones respecto a la veracidad de sus afirmaciones, dado que como indicaba Plantinga al hablar de la autoridad de la voz formal (1997: 110-115), esta construcción formal toma una posición de conocimiento absoluto sobre el mundo del que habla. A pesar de lo que podría parecer a priori, aunque no haya ninguna relación indicativa con la realidad (tanto en la banda de imagen como en el audio), cuando se recurre a la enunciación pura en el documental, el espectador le asigna un mayor valor de verdad a su discurso que el que le puede asignar a la propia imagen-índice. Como indicaba Plantinga: “audiences uncritically accept what the voice-over narrator claims, because the voice-over is not present as a visible body” (1997: 159). La intangibilidad de esa entidad enunciativa es la base para su interpretación por parte del espectador documental. Al aceptar el pacto de veracidad [4] del documental, acepta a su vez la autoridad del enunciador del discurso (por encima de la autoridad de los actores sociales que aparezcan en él), asignándole una autoridad epistémica mayor que la de otras voces.

2.1.3) Información impresa. Los elementos gráficos

Un segundo recurso para la enunciación consiste en el uso de elementos gráficos: subtítulos, intertítulos, mapas y gráficos y otros tipos de sobreimpresiones. Estos elementos pueden cumplir varias funciones narrativas: presentar a los personajes (como se hace en el reportaje televisivo para aclarar la identidad y afiliación de las personas representadas en forma de “cabezas parlantes”), avanzar en la narración (con explicaciones escritas sobre lo que ha ocurrido) o, como veremos en el siguiente ejemplo, presentar localizaciones.

Si comparamos la construcción del espacio en dos documentales sobre el territorio Palestino-Israelí, vemos que existen diversas estrategias enunciativas para indicar la localización espacial de la imagen. En el caso de Checkpoint (Yoav Shamir, 2003) se utilizan los títulos superpuestos a la imagen para localizar las distintas regiones (en la imagen vemos cómo un texto nos indica a qué región se sitúa el lugar que aparece en pantalla). Se trata de una marca explícita que revela la presencia de una instancia enunciativa. Sin embargo, en el filme Route 181. Fragments of a Journey in Palestine-Israel (Michel Khleifi y Eyal Sivan, 2004) dicha instancia se esconde tras los elementos del propio universo diegético para establecer las localizaciones. En la imagen vemos un cartel de la carretera que nos indica el lugar a donde se dirigen.

2.1.4) Asociando los planos. El montaje

El tercer recurso enunciativo tras el que se esconde la autoría es el montaje. El montaje es la forma menos explícita de presencia de la enunciación. Se trata de otro elemento que evidencia la construcción del relato que viene dada no por un elemento de la realidad profílmica, sino por la propia construcción estilística del filme.

Este recurso hace patente la presencia del enunciador a través de figuras retóricas construidas por la asociación de ideas entre imágenes sucesivas como vemos en La isla de las flores (Jorge Furtado, 1989). Por otra parte, la propia selección del encuadre o el uso del zoom puede evidenciar la presencia de este enunciador.

2.2) Mostración. Del cine observacional a la reconstrucción

La mostración pura implica un acceso directo a los hechos, con la observación directa de las acciones, sin la necesidad de que una instancia relatora nos cuente los hechos de forma indirecta. En el documental encontramos dos estrategias para la construcción de esta estética de la transparencia: la estética observacional y la reconstrucción de los hechos.

2.2.1) La imagen observacional

En primer lugar, encontramos la imagen observacional. En este caso aparece un dispositivo que cuenta la historia (la imagen) pero no hay entidad narrativa inscrita en el texto. La mostración en su forma más pura viene dada por la imagen fotográfica como imitación de una realidad visual. El cine directo y el cine observacional han asumido esta construcción formal, con la idea de “la mosca en la pared” como premisa para la desaparición de la instancia enunciativa del universo diegético. De esta manera, se construye una estética de la transparencia, buscando la presentación de los hechos sin mediación.

El uso del estilo observacional es utilizado en el filme Ser y tener (Nicholas Philibert, 2002). La película renuncia a inscribir las marcas de la enunciación en el discurso, ofreciendo una observación de los hechos sin intervención de marcas explícitas de la enunciación. De esta manera el filme recurre a la mímesis, propiciando que el espectador acceda a los hechos de forma directa, sin la mediación de un narrador.

2.2.2) La reconstrucción como imitación

Otra forma de mostración en el documental es la que comparte con la ficción: la reconstrucción. En su origen la mímesis tiene lugar cuando se reconstruye o imita una situación para la cámara. En este caso se produce una doble mostración: una por el carácter indicativo de la imagen documental, y una segunda por la imitación de un hecho que se produce delante de la cámara.

En La odisea de la especie (Jacques Malaterre, Javier G.Salanova, 2003) asistimos en todo momento a una reconstrucción profílmica. Dada la imposibilidad de obtener imágenes que muestren acontecimientos prehistóricos en clave de mímesis, el único recurso disponible para el documental es la reconstrucción, donde se renuncia al carácter indicativo de la imagen como documento. De esta manera se evita tener que hacer una construcción formal basada exclusivamente en la enunciación de declaraciones verbales de expertos/as, como suele ocurrir en los documentales históricos que adoptan el formato del reportaje televisivo.

3) Fronteras difusas. Explorando nuevas formas de enunciación en el documental

Como apuntábamos al inicio, son muchas las formas que puede adquirir la enunciación cinematográfica, tanto en función de los diversos niveles en que actúa el lenguaje audiovisual (en las bandas de imagen y sonido), así como de las distintas instancias portadoras del discurso y su autoridad (director/a, narrador/a, personaje). Como veremos a continuación, existen diversas estrategias a través de las que el autor/a delega el peso de la narración sobre diversas instancias enunciativas, desde las “cabezas parlantes” del documental expositivo clásico, a las formas más complejas del documental de creación contemporáneo. Precisamente esta práctica se ha erigido en los últimos años como espacio para la experimentación formal donde la subjetividad ha cobrado protagonismo, dando paso a múltiples formas de articular la enunciación.

3.1) La voz de los personajes. El diálogo como portador del relato

En primer lugar, encontramos el diálogo como portador del relato. En este caso, los diálogos pueden funcionar como entidades narrativas indirectas. Como indican Gaudreault y Jost “el cine tiene una tendencia casi “natural” a la delegación narrativa, a la articulación del discurso. En el fondo, la razón es muy sencilla: el cine muestra a los personajes mientras éstos actúan, imitan a los seres humanos en sus diversas actividades cotidianas, y una de esas actividades, a la que nos entregamos todos en un momento u otro, es la de hablar. Y hablando, bastantes humanos suelen utilizar la función narrativa del lenguaje, relatar, relatarse” (1990: 57).

En el documental contemporáneo podemos identificar diversos usos de la palabra como vehículo de comunicación en función el poder enunciativo de los participantes en el diálogo: diálogo del cine directo, el diálogo no mediado o el diálogo con el entrevistador/a.

El diálogo del cine directo. El documental se sirve de la característica del diálogo como portador de relatos para esconder a la instancia narrativa tras los actores sociales del mundo proyectado. Es un recurso ampliamente utilizado en el cine observacional, que muestra diálogos de personas que ignoran la presencia de la cámara. Así como en la mostración los diálogos se utilizan de forma directa (conversaciones en presente), en este caso la palabra funciona como vehículo para contar acontecimientos que han ocurrido en el pasado, haciendo de esta manera avanzar la narración.

En La espalda del mundo (Javier Corcuera, 2006) se utiliza este recurso para contar lo que le ha ocurrido a Leyla Zana. Se utiliza el diálogo de las dos mujeres para comunicar que está en prisión. No aparece una instancia narrativa extradiegética sino que ellas como actrices sociales del mundo proyectado transmiten la información a través del relato que le cuenta la una a la otra. Si este tipo de enunciación está forzada por el equipo de realización, puede notarse la presencia de las cámaras en el comportamiento de las actrices sociales, y producirse un extrañamiento que comunique al espectador la presencia de un enunciador extradiegético, como puede pasar en este caso.

El diálogo no mediado es otra forma de enunciación donde, al contrario que en el caso anterior, se reconoce la presencia de la cámara en el propio diálogo. El cámara forma parte del mundo proyectado al entrar en la conversación. Pero en este caso la instancia enunciativa forma parte también de esa realidad que pretende relatar.

Este recurso aparece en los documentales autobiográficos, los que utilizan videos caseros, etc… Por ejemplo, en Capturing the Friedmans (Andrew Jarecki, 2003) el hecho de que las imágenes hayan sido grabadas por el propio hijo, hace que no aparezcan en el texto marcas de la presencia de una instancia enunciativa ajena a su realidad. Durante los diálogos hablan de lo que pasó (es decir se crea un relato) de una forma no mediada. Aquí los actores sociales actúan ante su hijo que está detrás de la cámara, no ante los espectadores del film, ni ante un realizador o entrevistador ajeno a su realidad.

El diálogo con el entrevistador/a. El diálogo entre el equipo de realización (o entrevistador/a) y los actores/as sociales es una forma de narración que se produce por el intercambio de información entre instancias que forman parte del mundo proyectado. A nivel textual se trata del mismo mecanismo de enunciación que el diálogo del cine directo. Sin embargo, a nivel epistémico la diferencia recae en que en los diálogos del cine directo ninguno de los actores o actrices sociales tiene una situación de poder como narrador superior al otro/a. Cuando uno de los personajes del mundo proyectado se presenta como parte de la entidad realizadora del film (realiza las entrevistas o graba el filme) el diálogo sigue siendo una forma de enunciación indirecta, pero el espectador asigna el “rol” de narrador del film a los miembros del equipo de realización.

En Bowling for Columbine (Michael Moore, 2002) vemos el diálogo entre Michael Moore y Charlton Heston. El realizador hace las preguntas y Charlton Heston es el portador del relato en su respuesta. Sin embargo, el “poder de la enunciación” lo tiene el realizador, ya que es el gran imaginador que después va a construir el discurso del filme como un todo. Sin embargo, textualmente en esta secuencia quien tiene el rol de enunciador es el entrevistado. Es el que cuenta el relato para el espectador.

3.2) Escondiendo la instancia narrativa. Entre la mostración y la enunciación

Una segunda forma de enunciación a través de la palabra incluye aquellas estrategias donde diversas instancias narrativas se dirigen directamente al espectador/a. Al contrario de lo que ocurría con la enunciación pura de la voice over, en este caso la instancia relatora forma parte de la historia o diégesis.

La enunciación mediática. Una forma de enunciación dentro del mundo proyectado es la grabación de imágenes o sonidos de los medios de comunicación (radio, televisión, periódicos…) que forman parte de la realidad que se pretende representar. Vemos que en la sociedad de la información los medios son una parte omnipresente de la realidad, por lo que muchos documentales recurren al relato mediático dentro de su propio relato. Ésta es otra manera de “esconder” la instancia narrativa a través de un enunciador metadiegético. Permite entre otras cosas situar históricamente, dar información compleja y construida sobre el conflicto que trata el filme, etc. Muchas veces toma la posición epistémica que históricamente ha encarnado la voice over omnisciente.

También podemos considerar dentro de este tipo de enunciación las conferencias de políticos, misas, declaraciones públicas, etc… En estos casos los actores sociales actúan de forma mediada como enunciadores conscientes. Sin embargo, no lo hacen directamente para el film, sino para un auditorio o para los medios de comunicación. Otro recurso muy utilizado por el documental ha sido la imagen de los periódicos, autos judiciales y otros documentos. Éstos ofrecen relatos sobre los hechos, dando interpretaciones, explicaciones, etc.

En una de las secuencias del filme En construcción (Luis Guerín, 2001) vemos a los trabajadores comiendo mientras se escuchan las noticias sobre la guerra de Yugoslavia. De esta manera, la voz de los medios de comunicación ofrece información que permite situar el relato en el tiempo histórico, evitando así utilizar la voice over del narrador omnisciente o las marcas gráficas de la enunciación que aporten dicha información.

Mímesis dentro de la mímesis. Otra forma de mostración dentro de la mostración se da cuando hay una representación dentro del universo diegético de la película documental. Muchos filmes utilizan la inclusión de representaciones teatrales o de otra índole para comunicar ciertas cuestiones sin hacer uso de la enunciación directa.

El uso de representaciones es un tropo recurrente en varias películas del director Joaquim Jordà. En Mones com la Becky (Joaquim Jordà y Núria Villazán, 1999) los pacientes del psiquiátrico realizan una obra de teatro, encarnando así otros personajes. Dicho recurso sirve tanto de catalizador para hacer que los actores sociales de la película hablen de su propia experiencia, como para incluir información en la película sobre el inventor de la lobotomía Egas Moniz.

El monólogo interior. El monólogo interior es un recurso que juega con los límites de la representación documental, dado que muestra lo que no es posible captar por el dispositivo audiovisual: el pensamiento. A nivel narrativo, se trata de una forma de mostración, ya que accedemos al relato de forma no mediada por un narrador. Este recurso lingüístico, heredado del cine de ficción, consiste en la superposición de la voz del personaje (o actor social) con una imagen suya en la que aparece en silencio, con una actitud reflexiva. Por convención esta construcción es leída por los espectadores/as como si pudieran oír los pensamientos de los personajes. En el caso de la ficción, no existe contradicción alguna, ya que se trata de un recurso estilístico más, pero en el caso del documental plantea varias cuestiones ontológicas, que ponen en duda la propia esencia del documental como instrumento de representación de lo real. Partiendo de dicho conflicto, surge el debate que pone en relación la construcción formal, con la dimensión ética que tanto protagonismo ha cobrado en los estudios sobre el género. El problema de la viabilidad de la representación documental de un hecho imposible de captar por un medio técnico: el pensamiento.

En La espalda del mundo se utiliza en varias ocasiones el recurso del monólogo interior para profundizar en la psicología de los personajes. En un fragmento vemos cómo el niño cantero mira la ciudad mientras le oímos contar sus impresiones de la gran urbe, y en otro vemos a Medí Zana mirando por la ventana del tren mientras oímos sus reflexiones.

Con este recurso se esconde la instancia enunciativa y se nos muestra a los actores sociales como si pudiéramos leer sus pensamientos. De esta manera tenemos la sensación de asistir a una representación no mediada por un narrador. Sin embargo, vemos que se trata de una construcción, de una “realidad” creada por el documentalista gracias al montaje, ya que la voz no se corresponde con el plano, sino que ha sido tomada en una entrevista.

El flujo de conciencia. En tercer lugar, encontramos el flujo de conciencia. Este recurso es una versión del monólogo interior en el que el pensamiento del personaje fluye sin una coherencia narrativa, de una forma desorganizada e inconexa (Chatman, 1978: 186-194). La estructura formal del filme-ensayo tiene mucho que ver con este recurso narrativo del documental, donde se construye el pensamiento de los autores a través de esa búsqueda articulada a través de la fusión entre la voz y las imágenes.

En Los espigadores y la espigadora (Agnés Vardà, 2000) la autora construye un monólogo interior en forma de flujo de conciencia cuando explorando la imagen real y la de la cámara compara su mano con un cuadro y habla de su autorretrato.

3.3) Mirando a cámara. La enunciación directa

Las “cabezas parlantes”. Un recurso muy utilizado en el documental es lo que la teoría angloamericana denomina talking heads. En este caso un actor social cuenta el relato al entrevistador que está en el fuera de campo. Se trata de un diálogo entre realizador y actor social, a pesar de que en imagen no aparezca la presencia de una de las personas que dialogan. Ya sea a través de la voz que pregunta desde el fuera de campo, o por la dirección del discurso y la mirada del entrevistado/a, la presencia del entrevistador/a se inscribe en el texto, por lo que se trata de un diálogo, donde, como veíamos en el caso del diálogo con el entrevistador/a, una de las dos personas tiene una autoridad enunciativa mayor.

En Asaltar los cielos, como en gran parte del documental clásico vemos que el discurso se construye a través de relatos de distintas personas que cuentan su historia para la cámara. El valor de la imagen documental radica en que al contenido de la enunciación, se le suman los significados de la mostración. Los gestos, las lágrimas, el comportamiento de los actores sociales, nos dan información adicional sobre el relato y es en esta información en la que se basa la fuerza del testimonio documental audiovisual. Sin embargo, se renuncia a otra información relativa al espacio y la acción en que se inscriben dichos personajes, por las limitaciones del plano medio y primer plano.

El relato del actor social. Otra forma de entrevista consiste en el relato directo a cámara del actor social. A pesar de que en la realidad del rodaje éste se dirigiera al equipo de realización, a nivel textual se construye una especie de monólogo del que el espectador/a del filme es testigo.

Un documental construido según este patrón es La noche del golpe de estado (Ginette Lavigne, 2001). En el film, Otelo de Carvalho habla mirando directamente a la cámara por lo que el diálogo se construye entre él y el espectador, encarnando a la entidad enunciadora sin ninguna otra mediación.

El relato del realizador. Si al igual que en el caso del diálogo atendemos a la situación de poder, dentro de la enunciación directa podemos distinguir otra forma de dirigirse al espectador, esta vez ya no por parte de un actor social sino desde la propia entidad de realización. En este caso actúa la especificidad de la imagen audiovisual que hace que el autor sea visible y se construya como una persona con unas características físicas y psicológicas concretas, y no ya esa “voz de Dios” incorpórea.

Este tipo de enunciación aparece mucho en el documental de autor, el documental autobiográfico o el documental en primera persona. Agnés Vardà utiliza este recurso en Los espigadores y la espigadora. La autora se dirige directamente a los espectadores y es la portadora del relato: “la otra espigadora, la del título del documental, soy yo”.

3.4) Marcas de la enunciación: el dispositivo fílmico

Por último, reflexionaremos sobre una forma de enunciación metadiegética (en términos de Génette), que se construye a través de la aparición del dispositivo audiovisual en el filme. Consiste en la aparición de una evidencia textual que marca la presencia de una entidad enunciativa. Aquí no aparece un rol adquirido por uno de los personajes como narrador, sino que hablamos del propio mundo profílmico que incluye elementos físicos que evidencian la presencia de la enunciación. Ya no se trata sólo de quién enuncia. Al presentar las cámaras o micrófonos el espectador es llamado a fijarse en la propia acción de enunciar, construyendo un metadocumental, donde el filme habla de su propia construcción. En este caso no sólo se enuncia, sino que se habla de la propia enunciación.

Películas como Los Rubios (Albertina Carri, 2003) o Los espigadores y la espigadora recurren a esta estrategia, que ha sido ampliamente utilizada en el documental contemporáneo, donde la presencia del dispositivo fílmico que aparece en el propio universo diegético se ha convertido en una de las marcas de la retórica postmoderna.

Conclusiones

Mostración y enunciación frente a la estética realista

Vistas las diversas formas que adquieren las instancias narrativas en el documental contemporáneo, para finalizar, consideramos pertinente reflexionar sobre cómo el uso de un tipo de enunciación u otro va a condicionar la lectura del film. A continuación, a modo de conclusión, apuntaremos dos de las cuestiones donde algunas de las preocupaciones que han centrado el interés de la teoría documental (credibilidad, autoridad epistémica, valor informativo) se dan la mano con la teoría narratológica: por una parte, la relación entre mostración y credibilidad y, por otra parte, la contribución del uso de un tipo de enunciación u otro a la estética realista en el cine documental.

En primer lugar, nos parece interesante recapacitar sobre las especificidades de la mostración en el cine documental y las relaciones entre la construcción formal de la enunciación y la autoridad epistémica a la que aludía Plantinga al analizar las distintas voces (1997: 101-119). En el cine observacional la lectura es similar a la de la ficción (vemos y “creemos” los hechos como testigos directos), pero en el caso específico de la reconstrucción (como forma de mostración) observamos que es un recurso que pone en tela de juicio la credibilidad del discurso. En este caso, podemos afirmar que la relación entre la enunciación y la credibilidad en el documental funciona de modo inverso a la ficción. Como apunta Nichols:

Los documentales arriesgan en cierta medida su credibilidad cuando reconstruyen un suceso: se produce una ruptura en el nexo indicativo entre imagen y referente histórico. En una construcción, el nexo sigue estando entre la imagen y algo que ocurrió frente a la cámara, pero lo que ocurrió, ocurrió para la cámara. Tiene el estatus de un suceso imaginario, por muy firmemente basado que esté en un hecho histórico. Las ficciones, por otra parte, suelen otorgar mayor credibilidad a las reconstrucciones que a las narraciones (1991: 52).

En la ficción los relatos orales de los personajes hacen dudar al espectador/a de su credibilidad. Sin embargo, cuando vemos a través de la mostración un hecho que ocurrió, se le otorga a la imagen más credibilidad que al relato. Paradójicamente en el documental se produce el efecto inverso, y la palabra de los enunciadores (ya sean entrevistados/as o realizadores/as) implica una credibilidad mayor que la reconstrucción de los hechos a través de la mostración.

En segundo lugar, vemos que existe una ambigua relación entre las formas de enunciación y la estética realista en el documental, y es interesante ver cómo el concepto de mostración está estrechamente relacionado con la estética del realismo que promulgaba Bazin (1966). Sin embargo, como apunta Nichols el realismo del documental tiene unas características específicas:

El realismo documental no es el realismo de la ficción. (…) En la ficción, el realismo hace que un mundo verosímil parezca real; en el documental, el realismo hace que una argumentación acerca del mundo histórico resulte persuasiva. (…) Pero el realismo en la ficción está relacionado principalmente con la sensibilidad y el tono: es una cuestión de estética. El realismo en el documental, presentado en apoyo de una argumentación, está relacionado principalmente con la economía de la lógica. El realismo se apoya en el racionalismo más que en la estética. (…) El realismo documental no es sólo un estilo sino también un código profesional, una ética y un ritual (1991: 217-219).

En la ficción, el filme da más sensación de realismo cuanto más nos acercamos a la mímesis o mostración, gracias a la ausencia de mediación. Sin embargo, en el documental, basándonos en que su lectura parte de la conciencia de la presencia de las cámaras, no se basa tanto en la transparencia sino en la coherencia entre la realidad del rodaje y el mundo proyectado (la historia construida por el filme). Por este motivo un plano contraplano no se lee de la misma manera en un documental que en la ficción.

Sin embargo, observamos que la presencia de la entidad enunciadora irrealiza el hecho narrado, porque evidencia su naturaleza de discurso. Por este motivo el realismo en el documental es, a pesar de la paradoja, más difícil de alcanzar que en la ficción.

En resumen, podemos afirmar que, al enfrentarse al desafío de utilizar el lenguaje audiovisual como instrumento narrativo, éste juega en su contra en ambos casos: cuando se hace transparente (porque hace dudar al espectador de su credibilidad) y cuando se hace evidente (porque irrealiza el hecho narrado).

Bibliografía

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Notas

[1]. Este trabajo recoge algunas de las aportaciones de la tesina de doctorado Cuestiones Narratológicas en el documental contemporáneo presentada en 2007 en la Universidad Autónoma de Madrid, y ha sido realizado gracias a la beca del Programa de Formación de Investigadores del Departamento de Educación, Universidades e Investigación del Gobierno Vasco.

[2]. Para un estudio pormenorizado de los conceptos acuñados por la semiótica y la narratología en el marco de los estudios cinematográficos ver Stam, Burgoyne y Fitterman-Lewis (1999).

[3]. Traducción de la autora.

[4]. Concepto que actúa como elemento clave para la distinción entre documental y ficción, y pone en relación las tres dimensiones planteadas por Nichols (institución, textos y dispositivo espectatorial) (1997: 19). Para un desarrollo del concepto en el marco de la teoría narratológica (aplicando las distinciones entre historia y discurso en el cine documental) ver Vallejo (2007).

Tomado de: http://revista.cinedocumental.com.ar

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Hace cuarenta años

Alejo Carpentier (1904-1980)

Por Graziella Pogolotti

Sabíamos que afrontaba con estoicismo las vicisitudes de una enfermedad irreversible. La noticia de su muerte, el 24 de abril de 1980, me estremeció. Pocas semanas antes, en ocasión de un viaje a París, había estado en su casa. Conversamos a la hora de la cena. Su voz era casi inaudible. Me preguntó si deseaba dar una vuelta por algún sitio de la ciudad. Sugerí la Place des Vosges, conjunto monumental representativo de la arquitectura francesa del siglo XVII. En el camino iba evocando recuerdos del pasado, anécdotas compartidas con mi padre en la época de la expansión surrealista.

En cumplimiento de su tarea de hombre, Alejo Carpentier se derrumbó al término de una de sus intensas jornadas de trabajo desde la hora matinal dedicada a la escritura, la atención a sus responsabilidades diplomáticas y una animada tertulia con los poetas Fina García Marruz y Cintio Vitier. Cuando se disponía al reposo, llegó el descanso final. Permanecía sobre la mesa un manojo de cuartillas, esbozo inicial de una novela inspirada en Pablo Lafargue, el cubano, hijo de todos los mestizajes, yerno de Carlos Marx.

Reconocido como precursor de la nueva narrativa latinoamericana y renovador de la novela histórica, primer escritor de este lado del Atlántico en obtener el Premio Cervantes, la obra de Carpentier se sigue difundiendo en el mundo y las traducciones se multiplican en los lugares más remotos. A pesar de los abundantes estudios académicos, mucho queda por decir. El arte verdadero se caracteriza por atravesar las contingencias epocales y abrirse a perspectivas de lecturas renovadas a partir de los conflictos de la contemporaneidad. Mucho se ha hablado acerca de su visión de lo real maravilloso y del barroco, integrados ambos al permanente proceso de redescubrimiento de nuestra América, pero las interrogantes planteadas en sus textos tienen alcance universal.

Nadie puede seleccionar el sitio donde despierta a la vida. Podemos, en cambio, escoger nuestra patria de elección, ese lugar físico y memorioso, portador de historia, de cultura, al cual atamos, con entera libertad, nuestro destino, nuestro sentido de la vida y nuestra voluntad de hacer.

De madre rusa y padre francés, Carpentier había nacido en Lausana, Suiza. Con expectativa de éxito económico, la familia emigró a Cuba en los inicios de la República neocolonial. Aquejado de violentos accesos de asma, el futuro escritor creció en una zona rural de la periferia de La Habana. Conoció el ambiente campesino y descubrió la feracidad de la naturaleza tropical. La enfermedad lo distanció de la asistencia regular a la escuela. Se hizo autodidacta, lector voraz y apasionado estudioso de la música, su otra vocación.

La vida le impondría pronto otros desafíos. Abandonado por el padre, quedó junto a su madre en total desamparo. Apenas adolescente, sin profesión reconocida, tuvo que buscar modo de procurar el sustento. Logró una magra retribución en el diario La Discusión, situado en la Plaza de la Catedral. Tarde en la noche, concluida la jornada laboral, regresaba a la casa a través de las calles de la ciudad vieja. Empezó a descifrar las claves de La Habana colonial y se convirtió para siempre en caminador incansable. Estaba archivando imágenes. Con el oído musical pegado a la tierra, registraba sonidos. El periodismo lo acercó a los escritores y artistas de su generación. Junto con los compositores Alejandro García Caturla y Amadeo Roldán descubrió los valores de los ritmos llegados de África y exploró la mitología que los acompañaba. Coincidiendo con el camino que iba abriendo Fernando Ortiz, promovieron en debate público y mediante la realización de sus obras, una relectura de la cultura cubana. En ella, con visión descolonizadora, la contribución africana ocupaba el lugar merecido. Integrante del inquieto Grupo Minorista, firmante de manifiestos solidarios con América Latina, fue involucrado en la llamada «causa comunista» y encarcelado por Gerardo Machado. Para evitar la deportación, con la complicidad de Emilio Roig, un acta notarial legalizaba su supuesto nacimiento en La Habana. El documento formal reconocía una verdad más profunda. En el intenso hurgar en las zonas más secretas de la Isla y en su acción en favor del desarrollo de la cultura nacional, había encontrado su definitiva patria de elección.

Hablante natural del francés en el ambiente hogareño, también asumió el español como su lengua. Lector atento de la creación producida en la península, devoto de Cervantes, de Lope de Vega, de Calderón de la Barca, de Quevedo y de la novela picaresca, sensible a las cadencias, los giros y el léxico de nuestra América, exaltó reiteradamente las virtudes de un idioma dotado de un extenso vocabulario y de una flexibilidad sintáctica abiertos a multiplicidad de matices que proporcionan al escritor una extraordinaria libertad expresiva. Su obra contribuyó a acrecentar ese tesoro que, en las cercanías del Día del Idioma, tenemos que preservar mediante la implementación de una adecuada política lingüística.

Instalado en Caracas, Carpentier había obtenido, al cabo de años de penurias, las condiciones requeridas para el buen vivir y el tiempo disponible para fraguar su trabajo literario. En el triunfo de la Revolución Cubana descubrió un nuevo amanecer para sus sueños de otrora. Quemó las naves. Se dispuso a hacer lo suyo en la común tarea transformadora. Compartió riesgos y vicisitudes. No reclamó honores y privilegios. A través de Fidel, entregó a su pueblo los beneficios del Premio Cervantes, porque su patria de elección, enhiesta como ceiba de raíces poderosas, afrontaba todos los huracanes en pos de la emancipación humana.

Tomado de: http://www.juventudrebelde.cu

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Crítica Margin Call (+Tráiler)

Margin Call (20111, de J. C. Chandor

Por J. Casri

“Mi pérdida es tu ganancia” repite de forma engañosa un banquero de inversión en “Margin Call” mientras intenta vender activos tóxicos sabiendo que precipitará una debacle financiera en las entidades compradoras y el mercado en general. De nuevo, como hará casi trece años, noticias apuntando el desplome de la economía y una fuerte escalada del paro vienen acompañadas por la materialización de la frase de este banquero de inversión durante el presente encierro. Por ejemplo, Universa Investments ha aumentado sus beneficios en un 4.000% en el último trimestre, R.G. Niederhoffer Capital ha aumentado los suyos un 27%, el fondo londinense “50 Cent” ha ganado alrededor de 2.600 millones gracias al coronavirus. En EE.UU., firmas financieras y fondos de inversión sin ganancias hechas de las pérdidas de los demás están solicitando los rescates ofrecidos por el gobierno, destinados a aliviar la presión que ahoga a pequeños negocios.

El escenario que plantea “Margin Call” se ubica al inicio de la anterior crisis de 2008 aunque, lamentablemente, sigue siendo plenamente vigente su análisis moral y el cuestionamiento del sistema económico que sustenta a la sociedad contemporánea. Dentro de esta película coral, un analista de riesgo de una firma de inversiones reorganiza un modelo de futuro en base a los últimos movimientos del mercado y a los activos de hipotecas subprime que han acumulado en su cartera. Durante una intensa noche de reuniones con sus superiores, queda progresivamente claro que los productos financieros que les han generado tantos beneficios en los últimos tiempos van a ser su inmediata perdición, ya que los macronúmeros llevan tiempo no cuadrando. La fiesta se va a terminar para todos, planteándoseles la dicotomía de ser los primeros en salir por la puerta y lograr así salvarse, aunque ello implique condenar a los demás a una hecatombe económica.

“Margin Call” encapsula unas cautivadoras 24 horas dentro de este momento clave para la entidad financiera y el resto del mundo. El filme apuesta por el análisis humano y no meramente el financiero, construyendo una narración de una alta tensión y cargada de simbolismos que nunca busca justificar a sus protagonistas al humanizarlos, sino contraponer sus momentos de humanidad con su completa falta de conexión con el mundo. Como en una estructura dantesca, cada ascensión dentro del escalafón del banco de inversiones es un ascenso a un nuevo círculo de desconexión, desde el aún idealista ingeniero aeroespacial trabajando allí como analista por el atractivo de la remuneración, su jefe directo recién despedido que recuerda su pasado como ingeniero civil, el jefe de ellos con ciertas reservas a lo que van a hacer, y así sucesivamente hasta llegar al máximo dirigente quien hace su entrada en helicóptero, come en lo alto de un rascacielos y nunca llega a pisar la calle.

El relato de este filme no se arma a través de una simplificación entre culpables e inocentes, señalando la codicia de unos pocos, sino que sus personajes son el oscuro reflejo de un sistema. En un paso más allá, “Margin Call” amplía en ciertos momentos su campo de visión para incluirnos a todos y, a través de uno de protagonistas, pregunta al resto de la sociedad si todos los demás, la gente ‘normal’, no realizamos un pacto de connivencia con el sistema financiero mientras éste nos permitiera vivir en un sueño colectivo de bienestar económico y estabilidad.

En 2008 despertamos de golpe de este sueño y, como en las veces pasadas en las que una crisis irrumpió, volvimos a querer dormir soñando con él, sin querer darnos cuenta de que el sueño colectivo es en realidad una alucinación. Por avaricia, egoísmo y también por falta de (auto)control, las entidades financieras perpetuaban y a la vez vivían dentro de la misma alucinación. A pesar de que la firma protagonista del filme había avistado indicios de la problemática, decidió continuar invirtiendo su futuro y vivir en la alucinación, la cual les reportaba ingentes cantidades de beneficios cuyos empleados raramente se cuestionaban. Sin embargo, la culpa no recae en una avaricia individual fácilmente señalable y, en el fondo, tranquilizadora, sino el en sistema colectivo sobre el cual hemos delegado sustentar nuestra sociedad.

A pesar de vivir dentro de la misma alucinación y estar todos involucrados dentro del mismo sistema, el director J. C. Chandor es consciente de la gran separación existente entre el mundo financiero y el mundo ‘real’ y la remarca a través de una estética visual de distanciamiento, donde las calles nunca son visibles y no representan más que un halo en la distancia. La magnitud de las consecuencias creadas por las acciones de los protagonistas del filme, jamás son visiblemente palpables fuera de su ámbito, una ceguera fascinantemente mostrada que enfatiza un aislamiento no solo moral pero también vital por parte del mundo financiero, como si fuera un monte Olimpo que vive en un plano de existencia por encima del de los meros mortales.

“Margin Call” es una película magistralmente tensionada gracias a un eco de planteamiento de contención teatral, un guión perfectamente afilado y un elenco de actores formado por Zachary Quinto, Stanley Tucci, Kevin Spacey, Demi Moore, Jeremy Irons, Paul Bettany y Simon Baker entre otros, que llena cualquier posible carencia de esta ópera prima de limitado presupuesto gracias a su calidad interpretativa. “Margin Call”, de una forma sutil, tiene la osadía de señalar que lo sucedido en 2008 no fue un desacierto de unos individuos ni el resultado de una malversación de unos pocos, sino una crisis del sistema resultado de un fallo de aceptación cultural, del orden establecido. Desde la crisis de los tulipanes del siglo XVII, como recuerda el director financiero interpretado por Jeremy Irons, las crisis se han ido repitiendo como parte del sistema y, si aciertan, banqueros y corredores de bolsa pueden lograr grandes beneficios gracias a ellas o quedarse en la cuneta si no. Es un proceso cíclico e intrínseco al sistema, una suerte de inevitabilidad que inunda también la película en su dramatización de la génesis de una crisis.

La película es la representación de un cuento de avaricia y fragilidad dentro de un representativo microcosmos, del precio que pagamos todos por tener un sistema financiero desarraigado de la vida real y sistémicamente proclive a descalabros, del poder del autoconvencimiento y de la falsa racionalización que lleva a perpetuarlo. Y ahora, aunque el catalizador sea de otra índole, toca enfrentarse a la siguiente crisis.

Tomado de: https://www.elviejotopo.com

Tráiler del filme Margin Call (2011) de J. C. Chandor 

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Operación Pluto: la derrota de la infamia

Foto Julio Simoneu (Cuba)

Por Jorge Wejebe Cobo

Desde el primer año del triunfo revolucionario en Cuba, en 1959, la Casa Blanca encargó resolver “el problema cubano” a la CIA, que bajo la dirección del mítico Allan Dulles derrocó en tiempo récord al gobierno nacionalista del presidente guatemalteco Jacobo Arbenz en 1954.

Con el fin de repetir la historia, Dulles reunió a su equipo de la campaña en Guatemala para la nueva tarea y el 17 de marzo de 1960 le fue aprobada por el presidente Dwight Eisenhower la Operación Pluto, considerada la mayor realizada por los servicios especiales estadounidenses hasta entonces.

En enero de 1961 asumió la presidencia de EE.UU., John F. Kennedy, y perdió la oportunidad histórica de suspender la agresión en marcha que heredó y evitar lo que sería la mayor derrota del imperialismo yanqui en la región.

La Operación Pluto incluía un programa de atentados a dirigentes, acciones terroristas en la ciudad y el campo realizadas por las organizaciones contrarrevolucionarias y bandas de alzados; así como guerra psicológica para confundir a la población y a la opinión pública.

Pero en las ciudades, esencialmente, gracias a la fundación el 28 de septiembre de 1960 de los Comités de Defensa de la Revolución, los órganos de la Seguridad del Estado contaron con una colaboración esencial que en pocos días desmontaron todo el sistema de apoyo interno a la invasión.

Mientras, las unidades de las milicias y del Ejército Rebelde que combatían a los alzados, principalmente en el Escambray, recibieron órdenes de la dirección del país de acrecentar las maniobras de cerco y de combate a los bandidos que poco o nada pudieron hacer.

El propósito de aislar a la Mayor de las Antillas por su presunto servicio a la URSS en el continente lo cumpliría la Organización de Estados Americanos (OEA), lo cual sería apoyado por todos los gobiernos títeres de la región, con la honorable excepción de México.

También en el plano político y diplomático, el Comandante en Jefe Fidel Castro previó la batalla y dio instrucciones al canciller Raúl Roa para que denunciara en la ONU el ataque y Cuba ganó el apoyo de gran parte de la humanidad.

En Guatemala y en Nicaragua se preparó la brigada mercenaria de más de mil efectivos, armados con tanques, camiones artillados y una fuerza aérea de alrededor de 20 aviones, principalmente bombarderos livianos B-26.

Escuadrillas de esas aeronaves, con insignias cubanas, atacaron por sorpresa el 15 de abril los aeropuertos de Ciudad Libertad, en La Habana, la Base Aérea de San Antonio de los Baños, al sur de la capital, y bombardearon el Aeropuerto Antonio Maceo, de Santiago de Cuba, con el propósito de acabar con la limitada fuerza aérea revolucionaria, lo que no pudieron lograr.

Pero si algunos en la Casa Blanca todavía conservaban ilusiones de que se pudiera repetir lo ocurrido en Guatemala, esos espejismos tuvieron que desvanecerse el 16 de abril durante el entierro de las víctimas del bombardeo y próximo a la contienda que se vislumbraba como una intervención directa estadounidense.

Ese día, Fidel declaró en un memorable discurso el carácter socialista de la Revolución y se dispuso a luchar al frente de su pueblo con la consigna de Patria o Muerte, con lo cual comenzó a fraguarse la victoria en las arenas de Playa Girón y Playa Larga.

Casi a 20 años del ataque japonés a Pearl Harbor, el presidente Franklin D. Roosevelt, pronunció también una alocución, que comenzaba así: “Ayer, 7 de diciembre de 1941 Estados Unidos de América fue atacado repentina y deliberadamente por fuerzas navales y aéreas del Imperio de Japón”.

Con la agresión a nuestras bases aéreas y la propia invasión iniciada por sorpresa el 17 de abril por Playa Girón y Playa Larga, Washington aseguró su lugar en la infamia al recurrir a los mismos métodos con que fue atacado por el imperio japonés, que, por cierto, agredió bajo su propia bandera en sus barcos e insignias en sus aviones.

A pesar de la traición y los resultados iniciales de la Operación Pluto, la invasión mercenaria fue derrotada el 19 de abril en menos de 72 horas, gracias al arrojo del Ejército Rebelde, las Milicias Nacionales Revolucionarias y la heroica Fuerza Aérea Revolucionaria a un alto costo de 157 muertos y centenares de heridos y mutilados.

La derrota de la Operación Pluto demostró desde una fecha tan temprana la falta de moral y principios éticos del imperio en sus planes por acabar con la Revolución.

Hoy vuelven a manifestarse en sus operaciones encubiertas y abiertas para impedir que Cuba acceda a medicinas y equipos médicos necesarios para enfrentar la pandemia de la COVID-19, con lo que ratifican su perseverancia en la historia de la infamia y la política criminal por más de 60 años contra Cuba,

Tomado de: http://cubaessurtidor.blogspot.com

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Regreso a Dumas

Cartel del filme Cyrano de Bergerac (1990) de Jean-Paul Rappeneau

Por Miguel Martorell Linares

«Nació con el don de la risa y la intuición de que el mundo estaba loco». Así comienza Scaramouche, la novela que publicó en 1921 Rafael Sabatini. Que me perdone el coronel Aureliano Buendía pero creo que es la mejor frase inicial que puede tener un libro, aunque yo esto tardaría en apreciarlo, pues conocí las aventuras de Scaramouche, antes de leer a Sabatini, en una de aquellas sobremesas de sábado en las que nos quedábamos pegados al televisor viendo la película de turno. Los cinéfagos de mi generación bebimos durante la infancia de los cines de barrio y programa doble, a los que entrabas a cualquier hora: veías media película, luego una completa, y acababas la tarde con el comienzo de la primera. Pero más allá de aquellas salas de reestreno, fuimos niños catódicos. Tenemos una deuda de sangre con la televisión, con las sesiones familiares de sobremesa que nos ataban a la pantalla para ver una de vaqueros, de aventuras en África o el Amazonas, de caballeros medievales, de ciencia ficción, de catástrofes, de capa y espada…

De entre todos los espadachines que poblaban las pantallas mi favorito era André Moreau, el protagonista de Scaramouche, el fiel amigo que jura vengar la muerte de su compadre Philippe de Vilmorin, un propagandista republicano en el preámbulo de la Revolución Francesa que, falto de pericia al manejar la espada, muere en un lance de honor a manos del marqués de Mayne, experto duelista. Proscrito tras enfrentarse al marqués, Moreau se refugia en una compañía de teatro itinerante que sigue el repertorio de la comedia del arte. Y, como había nacido con el don de la risa, interpreta allí a Scaramouche, un fantoche cómico, mudo y pelirrojo escondido tras una gran máscara con una nariz gigante.

Mientas sube a los escenarios, en aquella semiclandestinidad, aprende esgrima de un maestro de espada republicano, quien le enseña una estocada secreta con la que espera vencer al marqués de Mayne. Llega la revolución y tras la toma de la Bastilla, una vez liquidada la monarquía absoluta y proclamada la Asamblea Nacional, Moreau se convertirá en diputado de la nación e irá retando uno a uno a los mejores esgrimidores de entre los parlamentarios de la aristocracia. A la espera de consumar su venganza batiendo en duelo a su archienemigo, impulsa la revolución a golpe de espada y de florete diezmando los escaños de la nobleza. Acabará enfrentándose a Mayne en un teatro de París: casi diez minutos de la mejor esgrima artística entre palcos, butacas, telares y bastidores… ¿Hay quién ofrezca más?

Cuando más adelante leí la novela, comprobé que la película era una adaptación libre, es decir, traidora. Pero me dio igual, pues descubrí que podía ser fiel a ambas; que para mí Scaramouche siempre sería Stewart Granger y la película no me impedía disfrutar del libro: he retornado a los dos con alguna frecuencia. También supe con los años que el director se llamaba George Sidney. Y que Eleanor Parker, deslumbrante, amada por la cámara, era quien interpretaba a Leonora, la actriz pelirroja que cobija y alienta al héroe en su aventura teatral.

Quizás Leonora sea el personaje femenino más libre en el cine familiar estadounidense de los años cincuenta: es divertida e inteligente, sensual, pícara y libertina; disfruta en el juego del amor, no sufre en demasía si comparte a su querido y alterna a Scaramouche con otros amantes. Leonora rompe con el rol sumiso asignado a las mujeres en el cine de la época y además no paga su libertad con la muerte o el sometimiento, como era habitual con cierta frecuencia. Es cierto que al final Moreau, en la decisión más tonta de su vida, elegirá a Aline de Gavrillac de Bourbon, una delicada aristócrata algo frígida interpretada por Janet Leigh. Pero Leonora acepta la derrota y sigue celebrando el amor y la vida.

Scaramouche se estrenó en 1952, pero George Sidney había dirigido cuatro años antes otra cinta de capa y espada que también marcó mi infancia, aunque en esta ocasión no sabría decir si conocí antes el libro o la película, pues Los tres mosqueteros es una de las primeras novelas que recuerdo haber leído. Esta vez la versión cinematográfica sí es radicalmente infiel a Dumas, pero eso tampoco importa porque derrocha talento. Sidney era un especialista en musicales —venía de rodar Levando anclas y Hasta que las nubes pasen, biografía de Jerome Kern— y consiguió con Los tres mosqueteros todo un oxímoron: hacer un musical sin música. Algo de esto había ya en otras películas anteriores de espadachines. En Robín de los bosques (1938), por ejemplo, Errol Flynn, embutido en aquellas impolutas mallas de color verde chillón, estaba más cerca de los bailarines de Kiss me Kate, el musical de Cole Porter sobre La fierecilla domada que dirigió más tarde el propio Sidney en 1953, que de un auténtico arquero medieval. Sus peleas a espada eran verdaderos ballets, desplegados sobre la banda sonora de Erich Wolfgang Korngold.

Para Los tres mosqueteros Sidney eligió como protagonista a Gene Kelly y por ello cada duelo es un alarde coreográfico, con pasos diseñados por el propio actor, como puede comprobarse durante la larga escena casi inicial en que se bate con Athos, Porthos y Aramis; o luego, cuando los cuatro juntos y ya unidos para siempre, pelean contra la guardia de su majestad. Amén de las cabriolas y la desvergüenza de Kelly, de la película quedarían grabadas en mi imaginario la nobleza de carácter que Van Heflin imprime a Athos, la belleza fría y sensual de Lana Turner en su Milady de Winter y la perversa astucia del villano calculador por antonomasia: Vincent Price encarnando al cardenal Richelieu. Todavía durante la carrera, al estudiar la Guerra de los Treinta Años, el rostro de Price se me venía a la cabeza cada vez que Richelieu aparecía en escena.

Scaramouche, o Los tres mosqueteros y sus dos secuelas, constituyen el mejor patrimonio de mi infancia, junto con los jorobados de Paul Feval y Victor Hugo; todo Julio Verne; Emilio Salgari desde Los tigres de Mompracem hasta El corsario negro, pasando por El sacerdote de Ptah; las aventuras ambientadas en la prehistoria del Abate Rosny; la serie completa de Tarzán, de Edgar Rice Burroughs… Este bagaje literario pertenecía a la niñez de mis padres que conservaron aquellos libros, algunos primorosamente encuadernados por ellos mismos, para que los leyeran sus hijos. Todo un trasvase generacional de saber y de emociones al que me aferré cual lapa en cuanto comprendí su valor. Me aferré hasta tal punto que dejé de estudiar porque solo quería emborracharme de esas novelas y comencé a suspender los exámenes. Mi madre me arrancó de las manos el tercer tomo de El vizconde de Bragelonne, o Treinta años después, segunda secuela de Los tres mosqueteros, y no me lo devolvió hasta que no enderecé el rumbo…

Creo que aquellos contadores de historias tienen parte de culpa en que yo me haya dedicado al oficio de historiador y siguen influyendo en el modo en que quiero ejercerlo. Desde que los conocí de chaval ni he podido ni he querido desembarazarme de ellos. Sigo disfrutándolos como el niño que fui y de tanto en tanto retomo alguna de aquellas novelas y películas, que son como un bálsamo en días de penuria. Tras la muerte de mi padre releí con la misma avidez de antaño Los tres mosqueteros, Veinte años después y El Vizconde de Bragelonne. Volví a aprender la lección de aquellos cuatro amigos, a los que la vida y la política separan a lo largo de tres décadas, pero siguen atados para siempre por un vínculo indeleble; me estremecí de nuevo cuando Carlos I de Inglaterra, ya con la cabeza en el patíbulo, susurra al oído de D´Artagnan: “¡Remember!”; disfruté de las fintas políticas y las conspiraciones de Richelieu, Mazarino o de Aramis, ya general de los jesuitas; sufrí con la pasión amorosa que devora a Raoul de Bragelonne, hijo de Athos, y lloré sin consuelo ante la muerte de Porthos, tan querido…

Contagiado en mi infancia por el virus de aquellas aventuras, he seguido disfrutando de ellas toda mi vida. Al placer de las películas clásicas de George Sidney, Michel Curtiz, Richard Thorpe, John Cromwell, Raoul Walsh o Rouben Mamoulian, por citar solo algunos nombres, se fueron uniendo otras muchas, ya de adulto. Entre ellas La princesa prometida (1987), de Rob Reiner, divertida y fantástica; el Cyrano de Bergerac (1990) de Jean-Paul Rappeneau, encarnado por un inconmensurable Depardieu; El viaje del capitán Fracassa (1990), de Ettore Scola; La hija de D´Artagnan (1994), algo más discreta, de Bertrand Tavernier, o El hombre de la máscara de hierro (1998), de Richard Wallace, con un reparto épico para unos mosqueteros próximos a la vejez. Ayer mismo, sin ir más lejos, volví a ver En guardia (1997), de Philippe de Broca, adaptación de El Jorobado, de Paul Feval, que tiene muchos puntos de contacto con Scaramouche: el afán de vengar la muerte de un amigo, el refugio en una compañía de cómicos –común también al capitán Fracassa-, la estocada secreta… Y de nuevo, reí y lloré de emoción como si hubiera vuelto a la infan Creo que estos tiempos son los adecuados para regresar a Dumas. Quizás halle refugio junto al conde de Montecristo…cia.

Tomado de: https://insertoscine.com

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Los sobrevivientes o una historia garciamarquiana

Cartel del filme Los sobrevientes (1979) de, Tomás Gutierrez Alea

Por Mirtha Ibarra

La filmación de Los sobrevivientes fue, yo diría, una película dentro de otra película, o una historia garciamarquiana no filmada.

Todo comenzó un día en que Titón y yo buscábamos un lugar donde denunciar la tala irresponsable de los árboles, y de pronto pasamos frente a una casa majestuosa, que tenía en su frotón el nombre de Santa Bárbara. Titón detuvo el carro y nos bajamos a contemplarla. Estaba rodeada de plantas de café en su jardín, las enredaderas de picualas habían invadido su portal y penetraba por las ventanas. Todo destilaba desolación y misterio.

Daba la impresión de una casa inhabitada desde hacía largos años. Comenzamos a gritar: por favor podrían atendernos un momento, quién vive aquí… La respuesta fue una jauría de perros ladrando a capela.

Al pasar un señor en bicicleta le preguntamos si sabía quién vivía en esa mansión. El hombre nos contestó: “una anciana loca con una treintena de perros”. Más tarde averiguamos que se trataba de Flor Loynaz del Castillo, hermana de la famosa escritora, Dulce María Loynaz.

Titón no sabía cómo llegar a familia, pero la casa le había impresionado de tal forma que no quería renunciar a ella, pues tenía la certeza de que esa era la casa para su película Los sobrevivientes.

Decidió hablar con Eliseo Diego, el poeta, para que lo introdujera con la familia.

Me cuenta Titón que el día en que se sientan a firmar el contrato para el alquiler de la casa, cuando se lee el título de la película, Los Sobrevivientes, saltó Dulce María y dijo: “Esas somos nosotras”. Mario García Joya, el fotógrafo de la película, al ver que la atmosfera se enrarecía le dijo: “Dulce, aquí el que más y el que menos, ha recibido su ramalazo de la revolución”. Y todos rieron frente al chiste, que hizo posible la continuación de la lectura.

Fuimos a visitar la casa Titón, Mayito, Rapi Diego y yo. El portal tenía un aspecto fantasmagórico. Había santos de tamaño humano, pero con algunos de sus miembros ausentes; un brazo, parte del rostro, etc, pues fueron comidos por el comején, al igual que algunos sillones de mimbre. Flor nos recibió y también sus perros y un olor rancio a tiempo detenido.

Nos abrió la puerta y nos detuvo cuando íbamos a entrar: “un momento por favor”. Y regresó con una escoba. Comenzó a barrer la tierra que también había penetrado en la casa: “Por favor, no vayan a matar mis hormiguitas”.

Era una mujer no muy alta, con un color blanquecino, como si el sol no la hubiera tocado, su cabello corto canoso, su andar con mucha vitalidad. Sus ojos de una mirada inteligente y espiritual.

Entramos y comprobamos que el deterioro también había invadido el interior de la casa. La escalera para subir a las habitaciones en los altos había sido también corroída por el comején, por lo que no se podía acceder a las habitaciones superiores.

Todo en esa casa parecía inmóvil, como si en ella no existiera contacto humano. Sólo ella y sus perros. Como única sombría referencia.

Flor nos recibió con una elegancia de modales, no así de vestuario y comenzó a mostrarnos las habitaciones.

Llegamos a la parte posterior donde había un garaje. Lo extraño fue que nos hizo subir a los altos para que viéramos el automóvil de su padre, el general Loynaz del Castillo y las huellas de las balas cuando escapó de un atentado.

El automóvil parecía salido en ese momento de la fábrica, sino fuera por los pequeños agujeros que dejaron las balas. Siempre me pregunté cómo hicieron para subirlo. Al perecer después decidieron encerrarlo, le hicieron las paredes, y quedó como una pieza de museo.

La casa mostraba un total abandono. Titón le explicó a Flor que había que hacer algunos arreglos para poder filmar. Ella estuvo de acuerdo con la condición de que cuando terminara la filmación le dejaran la casa en ese estado en que la habían encontrado.

Titón no quería empezar la película de atrás hacia adelante, sino con un orden cronológico. Lo que implicaba arreglar y más tarde deteriorar, por lo que de esta forma respondía al pedido de Flor.

También le explicó que ella como católica colocaba en Navidad su árbol, a lo cual Titón le dijo que no había problema con esto.

Cuando todo estaba listo desde el punto de vista de la producción para comenzar a filmar, se les vino encima, un problema dantesco. Las matas de café en el jardín de la casa, no podían ser arrancadas según el Poder Popular. Era como si el jardín de la casa perteneciera al Cordón de la Habana, que en ese momento estaba en su totalidad sembrado de café. Los atrapó el demonio burocrático.

Los días pasaban y el comienzo y las fechas se atrasaban. Estábamos en casa de Mario García Joya cuando un amigo de él de Santa María del Rosario, nos dijo que no nos preocupáramos más, que mañana se resolvería ese problema. Todos estuvimos muy contentos, pues pensamos que conocía alguna persona que pudiera interceder.

Al día siguiente cuando llegamos a la casa de Flor, todas las matas estaban en el suelo, había venido con un tractor desde ese pueblo y le había pasado por encima varias veces, dejando el jardín listo para comenzar a filmar.

Una mañana de diciembre, al llegar a la filmación y traspasar la puerta de la casa se encontraron con un enorme árbol de Navidad. Titón se acercó a él y vio una carta. La abrió y leyó. Decía así:

“Querido Santa Claus, tú que con tanta carga puedes

no te pido que me traigas, sino más bien que te lleves”.

Titón llamó a Flor y le preguntó a quién ella se refería en esa carta. Su respuesta fue: “menos a usted, a todos los demás”. Aquí debo señalar que Titón me explicó más tarde que su madre había tenido relación con esa familia.

Yo asistía todos los días a la filmación, aunque no trabajaba en la película. Lo que me permitió hacerme amiga de Flor. Nos poníamos a conversar en la cocina y ella me hacía historias de su familia, las narraciones destilaban la añoranza de tiempos ya idos. Pero los contaba con la ilusión de atraparlos y hacerlos regresar, desde un refugio en su memoria.

Parecía estar dispuesta a enfrentar su soledad y la muerte, pues para ella, ya no eran una amenaza, inmersa en ese mundo mágico y generoso de recuerdos.

Un día me llevó hasta su armario para mostrarme sus vestidos. Comenzó a sacarlos. Y a contarme donde los había comprado: en Paris, Madrid, Londres.

Lo más terrible es que no se daba cuenta, o no quería percatarse que todos fueron hermosos vestidos, pero que ahora estaban invadidos por las polillas, y mostraban agujeros y roturas por cualquier sitio, convertidos algunos casi en harapos. Me llamó la atención un vestido de lentejuelas negro muy elegante, pero de una talla grande. Le pregunté si alguna vez había sido gruesa, y me contestó que nunca, pero lo había comprado para admirarlo porque era muy bello. “Es como admirar un cuadro, Mirtha”, me respondió.

En otro de nuestros frecuentes encuentros, me invitó a que visitara con ella la capilla. Era hermosa y colgaban de sus paredes los retratos de sus perros fallecidos. Comenzó a hacerme la historia de cada uno de ellos. De pronto se detuvo en la foto de uno y me comentó que había sufrido mucho con su pérdida pues ella lo adoraba, a tal punto que mandó a hacer un cofre de plata a Italia para guardar sus cenizas. Me mostró el hermoso cofre y me dijo: “Decidí no poner las cenizas en el cofre, por si entraba algún ladrón, que se llevara el cofre, pero nunca las cenizas de mi perro, ellas están a buen recaudo”.

Después la conversación dio un giro inesperado, se paró frente a otro de los pequeños cuadros, pero este no tenía una foto de perro, sino un pedazo de periódico con una foto de Fidel donde decía: “no soy comunista”. Se viró, me miró y me dijo: “¿Leíste bien lo que decía?”. Con una sonrisa irónica al salir, me dijo en voz baja: “Espérate, Mirtha, olvidé ponerle agua a mis lagartijitas”.

Una mañana en la cocina se encontraba con mucha angustia; me dijo: “tengo un poema en la cabeza y no tengo ni una hoja para escribirlo, ni siquiera papel de traza. Voy a pedirle a dulce que me envíe alguna hoja”. Al día siguiente me leyó un hermoso soneto donde se lamentaba de haber mancillado esa página en blanco.

La filmación continuaba y nuestras conversaciones también. “Mira, Mirtha, he recortado esta foto de este indio de la amazona para que el peluquero me haga este pelado”. Yo le contesté: “Flor, ¿usted está segura de que quiere ese pelado?”. Fuimos a hablar con Felo, el peluquero de la película que al ver la foto del indio se quedó sin habla. Era un casquete, como un güira, todo rapado a su alrededor y solo un círculo en el centro de la cabeza.

“Lo imprevisible de las modas, ahora los jóvenes se pelan así”. Felo le hizo el pelado a Flor que tenía el pelo blanco en canas. Al terminar ella comenzó a girar su cabeza y a sonreír muy contenta. Todos nosotros admiramos su valentía. Porque de belleza no se podía hablar.

Durante la filmación Flor nos visitó un día. Recuerdo que llegó con un vestido largo y caminaba como una modelo en pasarela, pero traía de calzado unos zapaticos negros de goma con huequitos que deslucía su porte. Y que todos llamaban en esa época kikos.

Se sentó en el sofá y comenzamos a conversar. Ella de vez en cuando volteaba su cabeza y miraba con insistencia un cuadro enorme que había en la pared. Continuaba la conversación y de nuevo observaba el cuadro, hasta que se decidió.

“Dígame, Titón, eso que yo estoy viendo, ¿es lo que es?”. Titón le respondió: “Si, Flor, eso que usted está viendo es lo que es”. Era un hermoso cuadro de Servando Cabrera Moreno, con un enorme falo.

Uno de esos tantos días de filmación, Titón tuvo una llamada alarmante de Dulce María. Flor se había ido a la casa de su hermana.

Dulce María quería que le explicaran que pasó en la filmación. Flor se encontraba en estado catatónico. No quería ni hablar, ni comer, se mecía en una comadrita y fumaba compulsivamente. Titón salió inmediatamente para la casa de Dulce María.

Comenzó a conversar con Flor para que le dijera qué había sucedido. Después de mucho insistir, Flor le contó que ella se encontraba paseando por el jardín cuando escuchó a un señor que miraba la casa y decía: “Sí, esta casa está muy buena para los desaparecidos”.

Ahí Titón se dio cuenta que se trataba del cineasta chileno Patricio Castilla, que estaba buscando una locación para una película sobre los desaparecidos en Chile. Ella pensó, creando su lógica, “primero los sobrevivientes, ahora los desparecidos” y se aterró.

Cada día, al regreso a la casa, yo le narraba todas mis conversaciones con Flor a Titón. Estaba encantado, y desde que llegaba, me preguntaba: “¿Qué tienes que contarme hoy?”.

Al finalizar la película estábamos en la cocina preparando un café y me miró muy pensativo.  Me dijo: “Mi amor, la película de Flor, es más interesante que la mía”.

Tomado de: https://cinecubanolapupilainsomne.wordpress.com

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¿Que hacer con(tra) los videoclips tóxicos de Cuba? (I)

¿Que hacer? Vladimir I. Lenin

Por J. A. Téllez Villalón

I

En el afilado y vibrante libro ¿Qué hacer?, Vladímir I. Lenin presentó un plan para crear, simultáneamente y en distintas partes de Rusia, una organización combativa; una vanguardia revolucionaria para la socialización de una nueva conciencia. Fue publicado en Iskra y tuvo como base artículos en los que el líder ruso resumió las tácticas del periódico durante sus primeros 14 meses y fundamentó la necesidad de trascender el carácter “espontáneo” de las huelgas obreras.

Iskra fue el Patria de la Rusia prerrevolucionaria. Un periódico político revolucionario, creado para arrojar “luz sobre todos los aspectos de la vida” y dirigir a las más grandes masas, para unificar al conjunto del movimiento obrero y elevar el nivel teórico de su vanguardia. “De la chispa nacerá la llama” fue su lema, inspirado en un viejo escrito de Vladímir Odóyevski en el que defendía a los intelectuales antizaristas (los “poetas decembristas”) que habían sido condenados al exilio en Siberia por el Zar censurador, Nicolás I.

¿Qué hacer? creció en medio de la polémica, desde un imperativo de los iskristas, al que el “propagandista” (que no un “agitador”) no pudo circunscribirse. El ¿qué hacer? devino un ramillete de preguntas (y respuestas). Previamente, Lenin tuvo que abordar dos cuestiones bien candentes: ¿por qué una consigna tan “inocente” y “natural” como la de “libertad de crítica” se erguía como una verdadera señal de batalla?, y ¿por qué no se podía llegar a un acuerdo ni siquiera en la cuestión fundamental del papel de la socialdemocracia en relación al movimiento espontáneo de masas?

El folleto, subtitulado Preguntas candentes de nuestro movimiento, exhibe el récord de ser una de las obras de Lenin más tergiversadas por los revisionistas e ideólogos burgueses, quienes se enfocan en tres palabras, sacadas de contexto, como las fuentes de todas las faltas del leninismo, el socialismo y todo lo que se le parezca. Con “espontaneidad”, “desvío” y “desde fuera” construyen sus falacias, el relato de que el líder de la Revolución de Octubre temía desarrollar la espontaneidad de los trabajadores, quería desviarlos de su curso natural por la intervención arrogante de una no democrática y centralizada vanguardia, con la que operaría conspirativamente.

Se niega o minimiza que la lucha por la “luz y el aire” de la democracia es la idea motivadora de ¿Qué hacer? Y sin una comprensión de su importancia no hay un entendimiento de Lenin, como fundamentó Lars Lih en su esclarecedor Lenin redescubierto ¿Qué hacer? En contexto. Su cometido era impulsar la expansión de la conciencia, mediante una cadena de hegemonías progresivas, desde los más altamente educados y políticamente organizados a los menos, para conquistar la libertad política. Organizar saltos y anudamientos culturales por “la luz y el aire” del proletariado, que era “la luz y el aire” de todas las clases subordinadas.

II

El ¿Qué hacer? de Lenin se inspiró en la novela homónima escrita en 1862 por Nikolái Chernyshevski, mientras se encontraba arrestado y confinado en la fortaleza de San Pedro y San Pablo. La novela relata la huida de Vera Pávlovna Rozálskaya, hija de un mediocre administrador y de su ambiciosa mujer, una prestamista decidida a utilizarla para ascender en la escala social. Vera se casa con un estudiante de medicina, Lopujov, quien cultiva su inteligencia y la libera de vivir sometida a la tiranía familiar. Luego se enamora y se casa con un personaje “superior”, Rajmétov, apodado el “rigorista”, que la conduce a un superior estado de libertad.

El ¿Qué hacer? de Leninse inspiró en la novela homónima escrita en 1862 por Chernyshevski.

La de Chernyshevski es una respuesta, a su vez, a la novela Padres e hijos (1862), de Iván Turguénev que, a opinión de sus críticos de entonces, no sabía qué quería mostrar, solo describía, en lugar de transmitir un mensaje. Trata sobre lo que ahora llamamos choque generacional, el desfase de opiniones, ideologías y posiciones políticas entre la generación débil e inútil de los años 40, representada por Pável, y la juventud nihilista, simbolizada por Bazárov. Para esta última, no hay religión, ni valores estéticos o morales relevantes, lo importante es el avance científico, el aferro a todo lo que es comprobable. En uno de los diálogos, Bazárov le asegura a Pável que “un buen químico es mucho mejor que veinte poetas”.

En cambio, Chernyshevski perfila en su obra tres momentos históricos: el de la generación de los padres, el orden viejo y malo; el de los hijos, el presente bueno, inicio del orden nuevo, y el futuro, la plena realización del orden nuevo, donde solo habrá gente decente. El hoy se desarrolla en la novela con la creación de pequeñas cooperativas socialistas. El porvenir, Vera lo sueña: un palacio de acero y cristal, con electricidad, en medio de jardines y huertas, con ventanas, espejos y muebles de aluminio, como un invernadero que conserva la frescura y la juventud. Allí la vida es sana y tranquila, con todas las necesidades satisfechas. Se divierten cantando y bailando, hasta gozan de mejores voces y de una sensibilidad cada vez más refinada.

¿Qué hacer? es una novela didáctica, de un teórico del arte para quien el deber del artista es profetizar o predicar, servir a la sociedad diciéndole qué debe hacer, poniendo la escritura al servicio de un programa específico. Por todo ello, tuvo enorme influencia en los revolucionarios de la época. Se dice que marcó el pensamiento del joven Uliánov, mucho antes que los textos de Marx. En su ¿Qué hacer?, Lenin mencionó a Chernyshevski entre los “precursores de la socialdemocracia rusa” e hizo notar la “importancia universal” que estaba alcanzando la literatura rusa.

En contraste, despertó críticas virulentas en escritores como Turgenev, Vladimir Nabokov, Fiódor Dostoievski y León Tolstói. Particularmente, el pesimista Dostoievski se burló de su utopía, en su obra Memorias del subsuelo (1864) y en Los endemoniados (1872). En varios pasajes de la primera se parodian episodios de ¿Qué hacer? Su ataque al “utilitarismo racionalista y determinista” desarrollado por Chernyshevski, es bien explícito en algunos:

¿Quién fue el primero en decir que el hombre comete vilezas por no conocer sus verdaderos intereses, se pregunta el “hombre del subsuelo”, que, si se le ilustra, si se le abren los ojos a sus verdaderos y normales intereses, el hombre dejará inmediatamente de cometer infamias, se hará en el acto bondadoso y noble, ya que al ser ilustrado y al comprender su verdadero interés, verá que en el bien radica precisamente su propio beneficio? Y es bien sabido que ningún hombre puede actuar en contra de sus propios intereses. Así pues, haría el bien por necesidad.

“El pesimista Dostoievski se burló de su utopía, en su obra Memorias del subsuelo (1864) y en Los endemoniados (1872)”.

Según el personaje de Dostoievski, peca de ingenuidad la tesis de Chernyshevski según la cual “el hombre actúa según la necesidad” y sus actos están determinados por las influencias, las más fuertes. Para el “hombre del subsuelo”, “el hombre, siempre y en todas partes, quienquiera que sea ha querido actuar como le da la gana, y no con arreglo a su razón y a su beneficio”. “El hombre puede desearse intencionadamente, conscientemente incluso, algo perjudicial, insensato, incluso absurdo (…)”. “Lo único que el hombre necesita es desear las cosas por sí mismo, cueste lo que le cueste esa autonomía y sean las que sean sus consecuencias”. “Los deseos —agrega—, con gran frecuencia y en su mayor parte, andan por completo y obstinadamente a la greña con la razón”.

Vocifera que “de vez en cuando da gusto romper algo”; “soy partidario ―declara― de… mi capricho, y de que nada me impida satisfacerlo”. Por eso, grita que está enfermo del hígado, tiene la superstición de respetar la medicina, pero no se cuida, siente rabia y por eso prefiere que aumente el dolor. “Es una forma de rebelión e insumisión, de disfrutar masoquistamente con el dolor: todo es, pues, ambiguo y polisémico en lo que narra, una contradicción viva”, resume Joan B. Lunares en su ensayo La crítica de F. Dostoievski a la antropología de N. Chernishevski. Memorias del subsuelo como réplica a ¿Qué hacer?

III

La contemporánea ¿Qué hacer con(tra) los videoclips tóxicos en Cuba? comparte tensiones equivalentes a aquellas interrogantes de Lenin. Pese a su menor alcance, y ser una de las tantas que comprende la política cultural; a su vez, uno de los subconjuntos del gran ramillete de imperativos de la transición cubana hacia el “Reino de la justicia”. Transición socialista que ha de entenderse, sobre todo, como un proyecto cultural.

Pero la cultura interpretada en el sentido gramsciano. No concebida como “saber enciclopédico”, sino como “organización, disciplina del yo interior, apoderamiento de la personalidad propia, conquista desuperior conciencia para la cual se llega a comprender el valor histórico que uno tiene, su función en la vida, sus derechos y deberes”.

Se trata de concertar “qué pasos prácticos debemos dar” y “cómo debemos darlos”, en pos de reducir la labor de zapa de los videoclips tóxicos, como parte del “plan de actividad práctica” para la consecución de esa “superior conciencia”, de una nueva apropiación de la realidad. Ya no solo para coordinar “nuestra influencia sobre el pueblo (y sobre el gobierno) por medio de la palabra impresa”, sino “otras formas de influencia, más complejas, más difíciles, pero, en cambio, más decisivas”.

Los videoclips son el producto de las “industrias de la conciencia” más consumido por nuestros jóvenes, vehículo principal para la importación de las necesidades capitalistas, instrumento para la colonización cultural y, con tendencia creciente, de la subversión ideológica. Consideraremos como videoclips “tóxicos” aquellos videos musicales, facturados como mercancías, que degradan la condición humana, y que reproducen la subjetividad “capitalística”, maximizan “la plusvalía de poder a través de la ‘cultura-valor’”, al decir de Félix Guattari.

El término “tóxico” es otro aporte teórico de Jon E. Illescas Martínez, autor del más profundo estudio sobre el videoclip hegemónico en el sistema-mundo, compilado en su libro La dictadura del videoclip. Industria musical y sueños prefabricados (El Viejo Topo, 2015 y Nuevo Milenio, 2019). Lo empleó en su más reciente volumen Educación tóxica.El imperio de las pantallas y la música dominante en niños y adolescentes (El Viejo Topo, 2019), para referirse a la “educación impartida por las pantallas parlantes (móviles, tabletas, ordenadores, TV, etc.) y sus contenidos dominantes en formatos tales como la música ‘de moda’, videoclips, videojuegos, películas, series, youtubers, redes sociales, etc.”

Tóxicos, como señala Illescas, por:

los (anti)valores que promueve, valores nocivos para el desarrollo del menor como individuo social que fomentan la anomia (apatía, insensibilización, narcisismo, elitismo, hiperindividualismo, cosificación de las personas, etc); así como la apología constante al consumo de drogas (legales eilegales).

las secuelas biológicas y comportamentales: consumo estéril de tiempo y de recursos cognitivos, falta de concentración y rendimiento en los estudios, insomnio, sueño insuficiente o de mala calidad. Por la sexualización prematura de niños y adolescentes e hipersexualización de sus relaciones sociales.

También, en nuestro caso, por reproducir la subjetividad “capitalística”, especialmente por el culto al “tener” sobre el “ser”, el ser rico como único modo de ser libres y felices.

Ahora, como en los tiempos de Lenin, la “autoemancipación” de los subordinados es impedida por contaminaciones “desde fuera”. El tóxico deseo de ser (y parecer) ricos; como los “famosos”, premiados por su gran servicio de reproducir esos deseos insaciables de tener una mansión, un carro lujoso y una modelo de esposa. O, al menos, de “clase media”, aspirantes a millonarios que publican libros de autoayuda, que salen en la TV o en un canal de Youtube, para enseñarnos cómo ser exitosos o cómo emprender un negocio en la música.

Emancipar significa elevar al “hombre natural”, desintoxicándolo. Transferirle, como por ósmosis, una conciencia crítica. Porque la conciencia falsa, la “conciencia explotada” ―al decir del venezolano Ludovico Silva―, deviene en “productora de trabajo psíquico excedente que deja de pertenecer al individuo para convertirse en sustento ideológico o plusvalía política”. En beneficio del capital y contra el suyo propio.

Y decimos que comparte tensiones con aquella de Lenin, por estas razones, esencialmente:

Se enarbola desde una pequeña isla de socialismo, bañada por un mar de capitalismo colonizador y patriarcal. Donde el ¿quién gana a quién?, proyecta interrogantes más viejas que las que emprendieron su viaje a las esencias el 1ro. de enero de 1959. Tales como ¿puede David vencer a Goliat?,¿es posible una Cuba independiente?, ¿hoy gana Próspero o Calibán?

La cultura hegemónica, ese océano postmoderno, suplanta el oleaje de la razón por los oleajes del deseo y niega al arte toda función formadora. Coloca en la cabeza de la moda el nihilismo de Bazárov y la rebeldía sin causa (racional) del “hombre del subsuelo”.

A nuestro ¿Qué hacer? lo atraviesa, como núcleo de disputa, la manipulada “libertad de expresión”. Tema predilecto, históricamente y en ciertos casos por reales motivos, para la desacreditación de los proyectos socialistas. Tampoco, ni dentro de la propia izquierda cubana, se ha podido llegar a un acuerdo en cómo gestionarla, y cómo relacionarla con las otras libertades y con el bien común.

Los sujetos llamados a autoliberarse, a “reconquistar el hombre” ―como convoca Martí―, no son del todo conscientes de su “esclavitud cultural”. Así de profunda es la alienación, la entronización de la “conciencia títere” en muchos de nuestros jóvenes, en los llamados a convertirse en agentes creadores de una nueva apropiación de la realidad, y más que eso, en constructores de otro mundo, “con todos y para el bien de todos”.

La preceden incógnitas igual de candentes, más abarcadoras y holísticas. A saber: ¿Qué hacer con las artes y con la cultura? ¿Cómo democratizarlas para “reconquistar al hombre”? ¿Qué hacer para hacer sostenible y próspero al socialismo? ¿Cómo cultivar al hombre nuevo? ¿Qué hacer para crear una nueva conciencia emancipadora? ¿Cómo transformar las relaciones de producción, incluidas las de las producciones artísticas e intelectuales? ¿Qué hacer para generar relaciones socialistas entre humano y humano, los humanos y las cosas, entre los humanos y la naturaleza? ¿Cómo hacer hegemónicas las relaciones socialistas entre las instituciones y los artistas y entre estos y su público?

La batalla no solo es contra poderosísimos contaminadores, mercaderes dispuestos a maximizar ganancias a toda costa, en nombre de la libertad de expresión y de consumo; sino que comprende la identificación y dilución progresiva de su extensión reproductora, carnal y subjetiva, en muchos de nuestros cuerpos y mentes, en muchos de nuestros intoxicados hijos, alumnos y vecinos.

IV

Hay un pasaje en el libro de Lenin, especialmente ilustrativo; cuando para desmontar un texto de la revista para obreros Svoboda (núm. 1), se centra en una de sus frases: “Es más fácil cazar a una docena de inteligentes que a un centenar de bobos”. Para el líder ruso, por el contrario, “es mucho más difícil cazar a una docena de inteligentes que a un centenar de bobos”. ¿Y qué entiende por “inteligentes” en materia de organización? Pues los que se forjen como revolucionarios profesionales, “sin que importe si son estudiantes u obreros”. Para Lenin lo que hace indestructible a una vanguardia, es su calidad, son sus “raíces profundas”, sus “centenares y centenares de miles de raíces profundas”. Lo que valida, en todo caso, la inteligencia de una vanguardia, es su capacidad de hacerse escuchar y seguir, por razones y compromisos permanentes, no por “boberías”, demagogias o sofismas. Porque la vanguardia “no pensará por todos” y la multitud tomará parte activa en el movimiento, promoverá, de su seno, a un número cada vez mayor para el pelotón de avanzada.

Como aclara Lars Lih, revoliutstioneripo professii no quiere decir “revolucionario intelectual” o “revolucionario profesional”. En Rusia, el sustantivo professi ya se aplica a casi cualquier tipo de trabajo que requiere habilidades y formación. El sentido del término empleado por Lenin es más bien “capacitado y con experiencia revolucionaria”. No tiene el más mínimo olor de elitismo; tal persona está totalmente de acuerdo con los trabajadores que él o ella se esfuerza por influir. Un significado muy diferente al que habitualmente se supone y que lo equipara al de “intelectual orgánico” de Gramsci.

Hoy, entonces, liderarán este “asalto al cielo, los capaces de inteligir (elegir entre) la verdad (alétheia) y lo aparente (doxa); lo permanente y lo transitorio, “lo natural” (martiano) y lo “naturalizado” por el capitalismo; organizados por el compromiso de persuadir, enriquecer el espíritu y contribuir al pan con la belleza. Con la habilidad y disposición de “atacar frontalmente y destruir todos los mitos y fetiches” que el sistema capitalista produce y las industrias del entretenimiento difunden; de “elevar a la percepción lúcida de las gentes el significado de todo ese cúmulo de imágenes-fetiches y representaciones-ídolos que el sistema ha instalado en su preconciencia” ―como sabiamente señalaba Ludovico Silva―.

Una vanguardia preparada, estable y dedicada profesionalmente a dar estímulos, grandes estímulos. Una vanguardia cultural integrada por intelectuales orgánicos (que no con “letrados artificiosos”). Por agentes creadores de todas las profesiones, educadores, periodistas, críticos, músicos, realizadores audiovisuales…

Es un reto que la conciencia crítica no les choque como ajena a nuestros intoxicados. De ahí que las observaciones, conocimientos y experiencias revolucionarias se deban co-crear y compartir democráticamente y socializar atractivamente. Si los estímulos desde las pantallas no se perciben “desde afuera”, las luces y llamados de atención de la vanguardia tampoco se han de percibir como extraños.

Pero, como fundamentó Lenin en el capítulo IV, la obligación “primordial y más imperiosa” de esta vanguardia revolucionaria, será ayudar a formar a los subordinados, ponerlos en el nivel de los intelectuales orgánicos, y no al contrario. No se trata, en nuestro caso, de hacer un reguetón didáctico, ni disparar un panfleto visual sobre un dembow, para conectarnos con sus consumidores; sino propiciarles novedosas experiencias artísticas, con un abanico de géneros no domesticados. Como primer paso que los eleve a una nueva racionalidad, desde los niveles primarios e instintivos de la sensibilidad, como recomendaba Herbert Marcuse. Confiados, como el filósofo alemán, en “el potencial subversivo de la sensibilidad”.

Tomado de: http://www.lajiribilla.cu

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