Textos prestados

Católicos, comunistas y homosexuales: Luchino Visconti y Pier Paolo Pasolini

Luchino Visconti y Pier Paolo Pasolini

Por Sebastián López

Son pocas las similitudes entre estos dos reconocidos cineastas italianos, pero hay elementos en común que los hacen, a la vez, tan cercanos.

Pasolini nació en una familia de clase trabajadora en Bologna, ciudad famosa por su pueblo combativo y de ideas izquierdistas, cuya madre era maestra en una escuela primaria y su padre un teniente del Ejército, que se haría cercano al fascismo.

Visconti nació en cuna de oro, con un padre de las más antiguas y poderosas familias nobles de Milán (Giuseppe Visconti di Modrone, Duque de Grazzano Visconti y Conde de Lonate Pozzole) y su madre, Carla, heredera de una poderosa empresa farmacéutica.

Pasolini, nacido el 5 de marzo de 1922 en Bologna, murió el 2 de noviembre de 1975. Visconti nació el 2 de noviembre de 1906 en Milán y falleció el 17 de marzo de 1976.

El primero fue director de cine, poeta, escritor, intelectual, actor, periodista, dramaturgo y figura política. El segundo, director de cine y óperas, además de dramaturgo.

Pasolini comenzó a escribir poesía a los siete años. A la misma edad, Visconti estaría dirigiendo obras en el teatro que se hallaba en su palacio. Ambos viajaron mucho; Pasolini más por necesidad y por todo el norte de Italia, mientras que Visconti viajaría por EE.UU. y Francia, donde conocería a Coco Chanel y Jean Renoir, del que se volvería su asistente de dirección en más de una película, y quien junto a un grupo de intelectuales y artistas franceses le contagiaron sus ideales comunistas. Al llegar se haría miembro del Partido Comunista Italiano (PCI).

Pasolini, en su búsqueda de poder elevar el idioma friulano como lengua oficial de la zona de Friuli, en un viaje a Alemania reconoció el estatus de Italia, situada en la periferia europea, momento en que se vuelve comunista, se une al PCI, que pronto abandonaría; sin embargo, siempre mantendría su posición política como comunista.

Ambos directores, con puntos de vista distintos y diferentes contextos sociales y económicos, lograron reflejar su realidad.

Visconti sería quien cortaría el lazo e inauguraría el neorrealismo italiano con su película Ossessione (1943), mostrando la faceta de dicho movimiento más próximo al marxismo, con todo intentaría distanciarse del neorrealismo haciendo filmes que combinaban el realismo y el romanticismo. Pero para el crítico G. Nowell-Smith: “Visconti sin neorrealismo es como Lang sin expresionismo y Eisenstein sin formalismo”.

Mientras tanto, desde temprano Pasolini intentaría desligarse de este movimiento; aunque la forma y técnica de sus películas convierten su cine en un segundo neorrealismo o una corriente de este en la cinematografía italiana.

Pasolini se inspiraba en las tragedias griegas, como Edipo rey (1967) de Sófocles o Medea (1969) de Eurípides, donde actúa Maria Callas (amiga íntima de los dos directores, quien participaría en varias de las óperas dirigidas por Visconti); o bien cuentos populares y recopilaciones como Il Decameron (1971) sobre la obra de G. Bocaccio; I racconti di Canterbury (1972) del libro de Geoffrey Chaucer o Il fiore delle Mille e una Notte (1974); para luego basarse en los textos del Marqués de Sade, con Saló o le 120 giornate di Sodoma (1975).

Por su parte, Visconti se basaba más en diversas novelas, muchas de ellas realistas, como su película Ossessione, adaptación del libro El cartero llama dos veces de James M. Cain, o Il gattopardo (1963), referida a la obra de Giuseppe Tomasi di Lampedusa; así como Morte a Venezia (1971), apoyada en la novela de Thomas Mann.

Los grandes amores de los genios

Para Visconti, uno de ellos fue Franco Zeffirelli, otro destacado director de cine italiano, óperas y teatro, quien trabajó con Luchino como parte del equipo de dirección de arte, como asistente de dirección y más en filmes de Visconti, óperas y producciones teatrales.

Empero, quien sería más conocido por ser pareja y amante de Visconti es Helmut Berger, actor alemán que aparecería en sus cintas La caduta degli dei (1969), Ludwig (1973) y Gruppo di familia in un interno (1974).

Para Pasolini, famoso por sus salidas para ligar con jóvenes, tuvo a su actor fetiche, Nineto Davoli, quien a la vez sería su amante.

Pasolini se consideraba a sí mismo un “marxista católico” y realizó una de las películas bíblicas más conmovedoras y vanguardistas: Il vangelo secondo Matteo (1964), mostrando a un Cristo humano, al igual que a María y los apóstoles. Se dice que el actor que interpretaba a Jesús era un militante de izquierda que se negaba a participar en la cinta debido a su condición de agnóstico, pero Pasolini logró convencerlo. El director dedicó esa película al papa Juan XXIII, y el diario del Vaticano L’Osservatore Romano afirmó que se trataba de la mejor película sobre Jesucristo.

Igualmente, Visconti se concebía como firmemente católico. Fumaba 120 cigarrillos al día, que le traerían como consecuencia un infarto en 1972; sin embargo, continuó con su hábito de fumar hasta que en 1976 otro infarto acabó con su vida. Luchino tuvo un funeral católico y en la plaza de la iglesia una multitud ondeaba banderas rojas.

Un año antes de eso, en 1975, Pasolini habría salido a buscar a algún joven prostituto que le pudiera acompañar. Ya se había ganado el odio de las clases más conservadoras, de los militares y los fascistas con su filmografía, más aún al haber estrenado su filme Saló o le 120 giornate di Sodoma, por el que recibió amenazas desde el momento del rodaje de la cinta.

No se sabe exactamente qué sucedió o quién lo hizo. Su cuerpo fue encontrado en la playa de Ostia, en Roma. Había sido atropellado varias veces por su auto, tenía múltiples fracturas en su cráneo, sus testículos estallados por una vara de metal, y quemado con gasolina después de muerto. Unos dicen que fueron mafiosos y que Pasolini tenía una deuda con ellos. Otros indican que fueron grupos de extrema derecha los que lo asesinaron. Incluso hay quienes dicen que su forma de morir es digna de los escritos de Pasolini, donde hay muertes similares, y que él ya sabía qué le iba a ocurrir.

La teoría más aceptada es que fue muerto por la homofobia. Humillado y torturado por mentes que no aceptan que el amor se manifieste de una forma que no sea entre un hombre y una mujer. Muerto por la ignorancia y la perversión de aquellos que se juran correctos.

“Dicen que el amor y la mente tienen caminos que ni el sentimiento, ni el cerebro entienden, tal vez por eso el amor mueve la mente humana y ambas se dejan llevar, sumergiéndonos en una fuente inagotable de sensaciones”, apuntó Luchino Visconti.

Tomado de: https://correodelalba.org

Leer más

Cine, antropología y colonialismo

Cine antropología y colonialismo. Compilador y Prólogo Adolfo Colombres

Por Adolfo Colombres

La utilización de la cámara para registrar la realidad del “otro”, incorporando lo extraño a lo cotidiano, es algo tan viejo como el cine. No obstante, el documental se definirá recién en 1926, como resultado de la ruptura realizada por Vertov y Flaherty con el cine de estudio. Pero fue tal vez con Jean Rouch que el cine etnográfico obtuvo su verdadera dimensión; los innovadores trabajos de este antropólogo y cineasta francés en el continente africano, así como la crítica rigurosa de éstos, permitieron revelar los aspectos específicos del género, tanto teóricos como metodológicos y técnicos.

Sin embargo, tanto Flaherty como Rouch, al igual que la antropología clásica, soslayaron la situación colonial en que se hallaban inmersos los personajes de sus filmes. Un cine así entendido devenía, en el mejor de los casos, un elegante certificado de defunción para las culturas relevadas, por no ayudarlas a contrarrestar el proyecto etnocida de Occidente. Lejos ya del romanticismo del comienzo, no puede justificarse hoy un cine antropológico que enfoque sólo lo exótico, ignorando la opresión y reduciendo al otro a un mero objeto de la imagen. El cineasta habrá de integrar la búsqueda estética con una ética del compromiso con la realidad documentada. Este libro se propone mostrar las trampas que todo realizador deberá sortear para hacer un film no connivente con la dominación, ni deformado por el etnocentrismo y la perspectiva de clase. El ejercicio de constante cuestionamiento de la mirada sobre el otro que aquí se propone podrá servir asimismo tanto a los cinéfilos como a los cientistas sociales, para quienes el cine es sin duda una valiosa técnica de investigación y un poderoso lenguaje.

Prólogo a la segunda edición (Fragmentos)

Cuando en 1985 apareció esta obra colectiva, como resultado de dos ciclos sobre el cine y las ciencias sociales realizados por CLACSO, lejos estábamos de sospechar que con el paso del tiempo devendría algo así como un clásico. Claro que no para un vasto público lector, sino para quienes se formaban como documentalistas en distintos ámbitos y deseaban explorar la condición del otro. Hoy su impronta se deja ver no sólo en los filmes de carácter etnográfico, sino también en el auge del documental social que vendría después. En los años 80 aún se discutía la validez de los métodos antropológicos en el campo de los conflictos de clase, y la preocupación de no manipular a los sectores oprimidos ni usurparle la palabra y el protagonismo despertaba recelos, hasta el punto de que más de uno llegó a considerarla un “purismo” reaccionario. Se podría decir que la Historia nos dio la razón, pues lo que era entonces una senda estrecha y peligrosa, expuesta al fuego cruzado, terminó convirtiéndose en un camino ancho y seguro, admitido por quienes apoyan con honestidad las luchas sociales y étnicas. El libro fue reimpreso en 1991 sin modificación alguna, y como al comenzar este siglo se hallaba prácticamente agotado, el Movimiento de Documentalistas solicitó su reedición, por considerarlo un texto irreemplazable.

(…)

En la parte II, dedicada a las entrevistas, se añade un texto que es una grabación reducida de una clase que dictó Fernando Birri en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, Cuba, y que titula “Tire Dié: Los (no) límites entre el documental y la ficción”. Birri se apropia aquí del término “Doc-Fic” acuñado por su amigo y colaborador Orlando Senna, destacando que el Nuevo Cine Latinoamericano no trabajó nunca sobre la base de los géneros tradicionales, divorciando por completo la ficción del documental, sino que estableció entre ellos vasos comunicantes. Si bien lo normal es que el documental preceda o dispare al film de ficción, en nuestro medio puede ocurrir al revés. Para dar un ejemplo de esta inversión recurre a Vidas Secas (1963) de Nelson Pereira Dos Santos, el célebre film de ficción sobre el sertón basado en la novela homónima de Graciliano Ramos. Éste, como se sabe, termina con la emigración de las familias campesinas a Sao Paulo, expulsadas por la sequía, la adversidad del medio y la miseria. Sin ponerse previamente de acuerdo con Pereira Dos Santos, Geraldo Sarno, en su documental Viramundo (1964), emplaza justamente la cámara en la Estación Ferroviaria de Sao Paulo en el momento en el que los campesinos del Nordeste bajan del tren en busca de trabajo. Avanzando sobre esta línea, señala Birri que la falta de límites entre lo ficcional y lo documental trasciende el campo del cine, por hallarse enraizado en nuestra cultura americana, “contaminación” en la que ve una forma de sincretismo.

Con Tire Dié (1958-1960) Birri trabaja el tema del guión. Cuenta aquí las penurias por las que tuvieron que pasar los 120 estudiantes de Santa Fe (aunque al final quedaron 88) que acometieron esta empresa, que fue de aprendizaje, de exploración de un terreno desconocido entonces por ellos y por el cine de América Latina, que se realizó con muy escasos recursos económicos y elementos técnicos, a partir de encuestas previas. Los primeros montajes del film fueron sometidos al juicio de la gente a la que involucraba, para ir modificándolo sobre la marcha. El proceso fue duro, pero positivo desde el punto de vista de las enseñanzas metodológicas que proporcionó, que llevan por las mismas sendas que otros cineastas transitan en este libro, lo que viene a fortalecer sus propuestas. Quienes al principio los recibieron a pedradas terminaron convirtiéndose en incondicionales aliados, que se jugaron por ellos en situaciones difíciles. Una mujer de sufrida figura que se hallaba lavando ropa cuando miembros del grupo entraron con la cámara durante las encuestas previas, les dijo, con una gran carga de dignidad, una frase que todo documentalista debería anotar en la primera página de su cuaderno: “¿Por qué no nos dejan tranquilos con nuestra miseria?” El planteo ético queda plasmado en esta frase tan breve como contundente, pues el registro de la imagen del otro se torna una agresión intolerable si no se asume el compromiso de no negociarlo con quienes desactivan los mensajes presentándolos como exóticos, y utilizarlo de modo que la situación que padece ese sector social pueda llegar a ser modificada.

(…)

Del caudal de filmes realizados en este tiempo quisiera referirme, para terminar con una concesión personal no carente de arbitrio, tan sólo a dos. Uno de ellos es Esito sería. La vida es un Carnaval (2004), de la realizadora boliviana Julia Vargas-Weise. Se trata de una obra de ficción que tiene por marco el Carnaval de Oruro. El desafío de la autora fue incorporar a los actores al corso, como bailarines genuinos de una comparsa, a fin de poder representar escenas de ficción dentro de un marco documental, algo distinto y hasta opuesto a la ficción documental creada por Flaherty. Los preparativos para esta “intromisión” demandaron cinco semanas de intenso trabajo, y requirieron una logística y dirección muy minuciosas, pues había que rodar 16 escenas en las 24 horas que iban desde la Entrada de las comparsas hasta el alba. Si no se lograba insertar dichas escenas en la fiesta popular, el film fracasaba. Los hechos imprevisibles e incontrolables que eran de esperar impidieron que varias escenas se rodaran conforme al guión cuidadosamente elaborado por la autora, pero el film se salvó, y hasta se enriqueció, por la capacidad de improvisar sobre la marcha, montándose sobre situaciones que se dieron espontáneamente, como una compensación del azar. Había una cámara destinada a los actores y otra que se ocupaba de los registros documentales, y también una unidad extra de sonido, operando las tres con cierta independencia. Las historias principales que cuenta el film son de gran humanidad y belleza, alcanzando lo que puede ambicionar la mejor ficción, pero sus historias secundarias están tejidas con la mirada y los recursos del documental, como si no hicieran más que representar la realidad cotidiana de los personajes, lo que en buena medida ocurrió.

El otro film que deseo comentar es Vacaciones prolongadas (2000), del holandés Johan van der Keuken. Con la certeza de que le quedaba ya poco tiempo de vida por su cáncer de próstata, el autor se lanza, con un afán renovado y final, a capturar mundos desconocidos y recomponer así lo real en el más sincero de los testamentos. Viaja a Katmandú, filma un templo budista en Butan, regresa a Amsterdam para visitar a su médico y parte otra vez, ahora a Malí. Salta luego a un festival en San Francisco, y de ahí a Brasil, donde se sumerge en una favela. Es el film de alguien que se muere, aunque sin concesiones al patetismo y la desesperación. Alguien a quien no se ve, pero cuya voz se escucha en off. Todo parece recordarnos que uno no es más que una cierta mirada sobre el mundo. En sus imágenes no hay juego, sino un fuego que se extingue lentamente. Lo autorreferencial del film parece a la postre no ser más que un mero pretexto para asediar el sentido mediante esas cacerías despiadadas. Las imágenes y su vida corrieron así juntas hasta el final esa loca aventura. “Si ya no puedo crear imágenes, estoy muerto”, había declarado un poco antes, y fue coherente con dicho aserto, hasta el extremo de que el film y su existencia se apagaron a la vez.

Prólogo de la segunda edición tomado de: http://adolfocolombresblog.blogspot.com

Leer más

Cine documental, cine directo, poesía de la realidad (+documental)

Cartel del filme documental, Mi hermano Fidel de Santiago Álvarez

Por Rigoberto López Pego

A Don Fernando Birri

No venimos con las tablas de la ley. En todo caso, ¿qué tablas y qué ley para atrapar la poesía, para dar vida al cine?

Venimos a proponer al encuentro de nuestras ideas, reflexiones, que lo son por autocríticas. Quiero decir, ya que empiezo por arder en mi propia pira y estallar con mi propia mina, aunque no sea mi objetivo proponer incendios, desechar nada, de lo que hasta hoy sigue sirviéndonos de búsqueda y balance, acto que de realizarse es torpeza elemental, que ningún espíritu crítico, ningún pensamiento abierto admitiría.

Tantas pueden ser las búsquedas, los métodos, las formas, tantos los resultados, como artistas empeñados en el acto de la creación auténtica. Tal vez más, porque más siempre serán la imaginación y el deslumbramiento.

Es por ello que, del ilimitado poliedro de proposiciones, formas, elementos diferenciantes, lenguajes, intentaré llamar la atención sobre un lado del poliedro: El cine directo como natura del cine documental y como recurso de expresión poética para la realidad más inmediata.

Parece que la fatiga por la repetición de fórmulas y su contrario en este encuentro, la lucha contra el sub-desarrollo de la imagen, referida a la inestabilidad de la cámara, el sonido inaudible, la inflación ideologizante de algunos mensajes, etc., tiene consenso.

¿Pero no existe también una poética sub-desarrollada con relación a la desbordante poesía de la realidad de nuestros países?

Cuando nos referimos a las limitaciones técnicas y por tanto estéticas de un cine desmañado empobrecido en su factura, nos estamos remitiendo a criterios técnicos. Pero motiva esto pensar que si bien durante la década de los 60 las limitaciones en el orden técnico eran mucho mayores: hoy estamos ante la situación que, una cierta inercia condicionada por estilos y formas de expresión utilizadas con notable éxito entonces nos hacen de continuo y dentro de relativas mejores posibilidades técnicas, repetir aquellas formulaciones de lenguaje que hoy por saturación y desgaste se vienen haciendo en múltiples casos retóricas e ineficaces. Entonces empezamos a considerar un sub-desarrollo de la poética, un sub-desarrollo del lenguaje con sus significantes expresivos.

En unos casos la escasez de recursos técnicos y en otros la posibilidad de acceso a algunos, ha sustituido la audacia y la frescura testimonial del cine directo que, como alternativa lingüística ha entregado en su conjunto las obras ejemplares no solo de nuestro cine documental, sino del documental mismo como género.

La gráfica, el foto-montaje, la narración analítica, la entrevista como recurso narrativo, (más que como revelación de una carga humana, significado y significante de la realidad que buscamos entregar en sus esencias), el apego al material de archivo como uno de los recursos más usuales de nuestra legítima y necesaria vocación de historiadores; son elementos que considero han ido y conformando por su sistematización, semejanza de usos y nivel de saturación expresiva, en no pocas ocasiones una retórica en la que las muestras del cine directo aparecen como aguas de Jauja, carga oxigenante. Pero este no es un problema que enfrenta sólo nuestro cine. Recuerdo muestras del cine documental de todo el mundo, como la de Leipzing, en que de conjunto era señalado el peso del cine realizado por otras vías que no son las del cine en el acontecimiento; el cine directo. La truca, los efectos de montaje, el narrador se enseñoreaba dentro del conjunto presentado.

Pero hay más: algunos componentes de esa retórica, deben su ineficacia artística, y por tanto su ineficacia, a la violación y olvido de principios fundamentales del género. Me gustaría recordar frente a la chatura y el artificio de algunos de nuestros filmes, que la novedad histórica del cine consiste en el hecho de que nosotros también estamos en el centro de la acción y luego decir con Lorebtz que: “El documental es un filme real que es dramático”. Pienso que todo empezaría a hacerse más claro en esta defensa del cine directo como exaltación de las virtudes de la realidad, si repito, como sabemos, que el género documental ha sido y es, en sus grandes ejemplos, eso: la toma 1 del hecho irrepetible. Un hombre tas una cámara para contar una historia que está sucediendo ahora y aquí, mientras la película registra el segmento de realidad que por su fuerza expresiva contiene las esencias del todo; su belleza como forma de la verdad, su poesía.

Entonces allí está la conjugación milagrosa que hace del gran documental magia y realidad. De un lado la realidad sin cortapisas, fresca, desbordada, enérgica, tierna o criminal o todo a un tiempo; del otro lado eso que llamamos imaginación de cineasta. Porque en el documentalista que es, o debe ser para serlo de veras, un hombre con el ojo apegado a la realidad, a su fondo y su trasfondo, que han de ser la imaginación y el talento sino también la inteligencia y la sensibilidad del ojo para encontrar la maravilla en la realidad con crítico sentido de la selección de su segmento más  potencialmente cinematográfico, su olfato, es decir, su oficio para prever lo que sucederá o provocarlo cuando la cámara ya esté lista para rodar la secuencia. Pero esto compañeros, es cine directo, que para el que habla es cine vivo. Es el hombre en acción tras la cámara, un succionador de poesía, su carcaj, dejando que la realidad, esa que seleccionó del todo de acuerdo a la estrategia de su intención dramatúrgica se exprese por sí misma; como diría cualquier locutor de TV: En vivo, directo y a todo color, aunque este sea el blanco y negro.

Es decir, que, de los elementos formativos del cine, el montaje ha ido tomando la primicia entre nosotros, restando frescura y fuerza dramática al cine que hacemos.

A este sumemos una intención de exhaustividad, de decir “todo o nada” y que no es precisamente el barroquismo exuberante de la definición de la canoa en 40 palabras por Cristóbal Colón; sino la necesidad de decir en detrimento de la exigencia estética de cómo decir.

En ocasiones hemos sentido que una desmedida vocación ideologizante (inmadura artística y políticamente) ha pretendido consciente o inconsciente hacer del filme documental el sustituto del mitin, del artículo, del diario, de la reseña sociológica o del ensayo económico.

El cine debe ser entendido como un medio que, como la escritura, puede asumir diversas formas y desempeñar diversas funciones; pero lo cierto es que las posibilidades del medio audiovisual como instrumento didáctico o de las posibilidades del medio audiovisual como implementación de temas dirigidos a la información en su acepción más inmediata no debe confundirse con las exigencias reales de la obra artística del cine documental.

La descripción viva y directa, el análisis claro y la conclusión incisiva son propios del cine que por sus imágenes y su ritmo tiene poder de convicción inmediata.

¿Quién de nosotros no ha visto o ha realizado ensayos, tesis, informes, ilustrados, donde la falta de riqueza expresiva de la imagen y su demorado ritmo invalidad lo anterior?

Para el cine, Hoy y Aquí son también categorías que llevan a la singularidad del arte.

La obra es en sí misma un acto singular de comunicación, del que se desprende en poética y dialéctica toda generalidad. Pero es el caso que se nos hace usual ver filmes documentales que, moviéndose sobre temas y tiempos de vasta generalización, poseen magnitudes ensayísticas que reclaman un lenguaje otro; pero no ese que resulta de la condensación y síntesis poética de una realidad que veo ahora y aquí gracias a la magia del cine y a la bondad del arte. Sin estas exigencias de singularidad síntesis y condensación dramática, no nos sentimos ante el cine involucrados, conmovidos, lúcidos; porque falta la magia; en dos palabras, el lenguaje, la poesía.

Cito a Jorge Sanjinés:

“Estamos convencidos de que no existe mejor conocimiento que el de la experiencia directa. Hemos visto muchas películas políticas que aburren al espectador con cifras y pensamientos graves, sin tener en cuenta el hecho que el cine exige del espectador un esfuerzo inmenso; no se puede pasar cierto límite de tolerancia.”

Tenemos que arribar a la reflexión de que es necesario retomar el acto de filmar como el acto de la suprema poesía en el cine. Allí, en la realidad seleccionada, provocada, filmada, se da el verso fílmico. Construimos el poema en la mesa de montaje cuando reconstruimos la vida. Pero el acto de filmar me hace recordar la historia del poeta inglés que escribía sus versos en papel de cigarrillos y después se los fumaba, para responder ante el asombro: Es lo importante es el acto, el acto de escribir.

No creo que ninguno de nosotros luego de filmar un plano se lo fume; tampoco que un filme sea concebido para objetivo tan intimista y fugaz; pero sí, creo que podríamos coincidir en que el acto de la realidad filmada en el momento en que se transcurre, es portador de la poesía de la realidad o no; y eso depende del poeta, del cineasta.

De ahí que quiera retomar entre nosotros la importancia de enfatizar este factor primordial del cine que hagamos dentro de los procesos de la realidad y no después de sus resultados, lo que sólo nos permite registrar, el testimonio de lo que fue, el relato, la crónica del presente-pasado en una palabra: una realidad otra.

Ahora recuerdo con cuanta frecuencia encontramos testimoniantes entrevistados por nuestro cine que en algún momento comienzan diciendo: -y “entonces nosotros”, etc. Lamentablemente para el cineasta y para el espectador la cámara no estaba allí, “entonces”. Tal vez todo se resuma un tanto en afirmar que debemos cuidarnos más del cine del “entonces” y lograr más el cine que, en el ahora, se exprese por sí mismo.

Hay, como sabemos, un cine concebido a priori, cuando verdaderamente es un cine a posteriori de la realidad. Este cine con sus variantes es familia del cine del “entonces”.

La verticalidad propia del cine concebido a priori o a posteriori, está reñida con la primera naturaleza del documental como género, cuya potencialidad reside en testimoniar el acto poético que sucede en el momento que sucede. Quiero aquí hacer la precisión de que cuando digo acto poético, realidad viva, historia que transcurre, estoy dando por sobreentendido que estamos también diciendo información.

La sorpresa es consustancial al documental y difícilmente la sorpresa no es la toma 1.

Imponer al testimoniante una respuesta, no es cine directo, pero tampoco es ficción. No es la plenitud. Es el riesgo de la media agua; del terreno de nadie, de la no verdad porque es la verdad aprendida y por muy verdad que sea, la que no sale del corazón, del hilo espontáneo de la voz y de los ojos, podrá ser noticia histórica, dato, incluso la verdad a secas, pero difícilmente una verdad poética.

Lo dicho no debe confundirse con la experiencia de la dramatúrgica de la utilización de los personajes de la realidad, para dramatizar en la pantalla su propia historia; porque tan solo un título: El coraje del pueblo bastaría para demostrarlo. A este asunto volveré más adelante.

La posibilidad de sorpresa para el equipo realizador es un atributo del cine directo. Procesos espontáneos de la realidad, previsibles o imprevisibles para los documentalistas, antes los que cámara sólo pueden desempeñarse como protagonistas con el punto de vista de los participantes como testigo más, lo que permite un ritmo interior de los cuadros y un modo de contar con ventajas notables de fluidez, frescura expresiva y fuerza testimonial, sobre el cine documental que tardío utiliza otros recursos.

¡Que potencialidad sorpresiva, qué capacidad de descubrimiento contenía el momento anterior al encuentro de Fidel con el campesino que vio a Martí, en la obra de Santiago Álvarez, Mi hermano Fidel! ¡O lo minutos, anteriores a la llegada del dueño de la finca a la reunión con los campesinos en el segundo cuento de En tierra de Sandino de Jesús Díaz, o los momentos más emotivos de 55 hermanos del mismo autor!

Cuánta sorpresa para la cámara inolvidable de Jorge Müller junto a Patricio Guzmán, filmando desde dentro del proceso, desde la vida, desde la lucha de clases, aquellos materiales que hoy son esa obra clásica del género que es la trilogía La batalla de Chile.

¡Qué asombro, que delirio de emociones  para Manuel Octavio Gómez y los compañeros que registraron la hazaña de la alfabetización en Cuba en Historia de una batalla; o en Elecciones de Handler, o en Harlan County, que no es cine latinoamericano pero es documental del mejor;  que asombre terrible y esperanzador en Diego de la Texera y sus compañeros cuando filmaban la secuencia inolvidable del niño que llora la muerte del padre combatiente en ese canto de gesta que es El Salvador, el pueblo vencerá.

O si me permiten citar a los clásicos, qué asombro no había en Ivens cuando filmaba La tierra española, qué asombro no había en Ivens cuando filmaba La tierra española o en Fernando Birri cuando filmaba Tire Die, o en Santiago Álvarez, o en Karmen, o en Medvedkin o en Grierson; cuánta verdad sorpresiva, cuanta humanidad y poesía dio la realidad al cine directo, al documental, desde que el propio Grierson utilizó el término para valorar Moana de Flaherty. Sorpresa, asombro, que desde el cine directo hicieron al documentalista, y al hacerlo dotaban al cine de alguien que, abriendo una “ventana al mundo” al decir de Grierson, busca desde entonces hechos más complejos y sorprendentes que los creados por la ficción, alguien que batalla por la autenticidad y persigue con su acto de registro y creación estimular al corazón y la voluntad del hombre.

Porque podemos estar de acuerdo en el criterio de que el cine, es más interesante, el buen cine, no es el que nos recuerda o reafirma lo que ya conocemos, sino el que nos presenta el mundo de una manera no antes vista y así lo conocido, si lo es, cobrará una dimensión nueva y penetrante.

Una otra cualidad significante del cine directo es la capacidad de filmar procesos abiertos, no resultados; su capacidad para filmar desde dentro de la realidad, no desde fuera hacia ella. El cine directo busca más el registro de los procesos que los resultados. El resultado es la historia expresada en términos de final. Es el presente pasado. Un acto cristalizado. Puede ser lo aparente, incluso lo superficial. El proceso es la vida y su crisis, lo complejo, su crecimiento, su poesía. Y cito a Glauber: “El pueblo es complejo, el pueblo no es simple”.

Si desde el interior de los hechos que suceden se atrapa la naturaleza real de las circunstancias, la preparación del futuro, la profecía, lo imprevisible; el lodo y la materia preciosa; el drama, el conflicto; se logra una exposición compleja de extrema evidencia.

Tal vez traduciríamos este método o lenguaje documental, en términos de géneros literarios, proponiendo una práctica más usual de la crónica poética y el testimonio novedoso en el cine nuestro.

Decía Brecht:

“Todo depende del acontecimiento: es el centro de la manifestación (cinematográfica para nosotros) puesto que precisamente por lo que sucede entre los hombres, los hombres mismos conocen todo lo que puede ser discutible, criticable, mutable.

La crónica cinematográfica tiene posibilidades ilimitadas en una realidad volcánica, revolucionaria como la de América Latina, en tanto sus límites serán los de esa propia realidad maravillosa para decirlo en su acepción mayor, en la tesitura carpenteriana, realidad que por sorpresiva y poliédrica es ilimitada. Basta recordar que el documental directo como principio y como método estremeció el temperamento de los que desde el cine de Octubre aportaron para siempre el lenguaje. El extremo apasionamiento de Vertov y su deslumbramiento ante el todavía nuevo medio de expresión durante la convulsión revolucionaria, le hizo afirmar: “A partir de hoy no se rueda más Dostoievski, ni Nat Pinkerton. Todo cabe en el nuevo concepto de la crónica cinematográfica”.

Nuestra defensa al cine directo y la crónica documental, no nos llevará en absoluto a afirmar con Vertov “que el guión es una mentira que la literatura ha inventado sobre nosotros”.  Tampoco a desconocer el virtuosismo probado por otras formas del cine no ficción. Cómo olvidar la trascendencia de Now, impactante foto-montaje, o retrato de personajes donde la entrevista es la estructura del discurso fílmico, como en Cayita por tan solo referirme a dos filmes cubanos. Pero las excepciones confirman la regla, el cine directo ha permitido la mayor relevancia del documental.

Dicen que todos  los caminos conducen a Roma y una premisa de esta exposición, reitero es considerar que no hay verdad absoluto, no hay camino autosuficiente, sino multiplicidad de cantos; solo que aquí destaco la voz  de uno y sí digo con Vertov: ¡Viva  la vida tal como es!; es decir viva el cine directo, el que es parte del acontecimiento para revelar la entraña poética del resultado, si es que hay resultado y no sólo el testimonio de un proceso viviente en la anécdota, en el hombre, en el asunto, que también es desde todo punto de vista legítimo artísticamente.

La poesía (ese pájaro caprichoso, tentador que vuela y revolotea siempre sobre la vida y para el que existen tantas trampas sonantes, tantas jaulas de espejos); tal vez reclama en este juego vital por alcanzarla, que los cazadores del cine documental nos pongamos a transitar más apegados a su selva y un poco más desprovistos de instrumentos que, por repetidos ya no le alcanzan y no lo tienen.

El cine directo podría recordar aquello de que la “vida imita al arte”. Cierto que este cine documental que busca más los procesos, los acontecimientos más que el resultado, exige sentido estratégico, previsión, dinamismo, aguzar la puntería poética y política en todo rigor.

Un modo de hacer cine que implica una carrera con la realidad para llegar a tiempo a su parto poético.

Vale decir que el 16mm propicia la infraestructura técnica afín a este cine por razones obvias, pero lo importante es el concepto, porque no creo que la falta del 16mm impida que el 35mm pueda ser también, dado el caso, su mediación. Pienso que debemos cuidarnos del determinismo y del fatalismo tecnológico del 35 mm que nos impida realizar este cine documental.

Terminando la referencia a Vertov. No compartimos su extrema ortodoxia, el fetichismo de la cámara, su naturalismo simbólico, pero sí el espíritu de aquellos anatemas entusiasmados por la realidad, aquel canto al cine documental que fueron sus agitadas teorías sobre el milagro de la cámara.

Vertov reverenció la realidad, pidió una fresca percepción del mundo, un retorno al mundo de la vida a través de una nueva, originaria toma de visión.

Sanjinés habla de la verdad manifestada a través de la belleza con la fuerza de lo imperecedero, y con ello reafirma la virtud de la realidad, porque para él esta es la verdad, y la belleza, el cine; la imaginación compulsada por la realidad.

Pero he aquí que Zavattini le entrega la mayor inspiración al cine directo, ese cine que ha demostrar como quería Mirta Aguirre: “La realidad de las cosas, no las cosas de la realidad”.

Decía Zavattini:

“Yo tengo una confianza tal en la inteligibilidad de las argumentaciones poéticas, morales y sociales de la realidad y en las posibilidades de la comunicación, que la realidad es el máximo espectáculo que quisiera realizar”.

Y ahora decimos: Cómo puede dar el cine directo este espectáculo: ¿Realismo? ¿Sensualismo? ¿Son el realismo y el sensualismo modos de ver y proponer el mundo, uno más profundo, otro más en superficie?

¿Implica ser un cineasta “sensualista” renunciar a ser un cineasta “realista”? ¿Implica ser un cineasta “realista” renunciar a ser un cineasta “sensualista”? ¿No es tan válido el realismo sensual de Hemingway, como el sensualismo realista de Faulkner?

Destruyendo esta falsa oposición maniquea, la respuesta nos la dará la obra como resultado del diverso dosaje de estos elementos en la solicitud de la realidad y en la respuesta del autor.

Si la ideología común a nuestro cine la definimos como un cine junto al pueblo, ¿por qué no ser más consecuente lingüísticamente con ese criterio? ¿No es cierto que el carácter nacional de nuestros desbordados países en toda su energía vital y su enfrentamiento al conflicto, reclama más del documental directo?

Pero permítanme ir más allá y tocar los dominios del cine de ficción. Me pregunto: ¿por qué dejar solos en la búsqueda por los caminos de la integración dramatúrgica directa del pueblo a la creación a Jorge Sanjinés y al grupo Ukamau con algunos otros contados ejemplos.

¿Por qué no lanzarnos otros al desarrollo y enriquecimiento de esa proposición expresiva que no ha agotado sus posibilidades, sino que solo las ha dejado abiertas?

¿Por qué olvidar en la práctica experiencias como Los inundados de Birri, en la Argentina, o el Coraje del pueblo de Jorge Sanjinés, en Bolivia, o De cierta manera de Sara Gómez, en Cuba?

Compañeros: discutimos sobre la forma.

Nuestra preocupación es el desarrollo de un cien enriquecido y limpio en su lenguaje, más allá de su elección temática que fue, es y será su mayor y mejor atributo.

Tanteamos el futuro y al decir de Sanjinés: “Volver la vista atrás, es también mirar hacia adelante”.

Considero que el Nuevo Documental Latinoamericano ha olvidado su enseñanza precursora: TIRE DIE.

Y no sientan en la afirmación una agresión, pero sí una provocación.

Propongo que todos volvamos a ver Tire dié y estudiar su proceso de creación.

Propongo un modo de saltar hacia adelante: Saltar veinticinco años atrás.

Propongo saltar desde los pivotes, porque nadie quiere improvisar el salto.

Tire dié es un centro de gravedad poética y para saltar es necesario saber desde dónde se salta y donde se puede caer.

¿No es una meta tentadora saltar en espiral, con veinticinco años de experiencia hacia un desafío poético y un ensayo conceptual de la riqueza de Tire dié?

Con ese aliento, lejos se puede llegar.

Por eso toda esta ponencia se considera deudora agradecida de Tire dié porque yo también le siento como la película mayor de todo el cine latinoamericano.

Y a Fernando Birri, el revelador y el maestro, de una profesión de fe en las virtudes de la realidad y del humanismo en el cine; Padre mayor de la pequeña y de la gran poesía de las imágenes del Ahora y del Aquí, en Nuestro Cine Latinoamericano.

Entonces digo con Birri:

“Que cada uno tome su camino propio; que cada uno siga en el camino de su primer día poético. Que nadie se abandone al epigonismo; que se muestre sincero consigo mismo, pero con el fruto de una lección aprovechada como norma. Sólo una palabra la condensa: Rigor. A interpretarla haciéndola revivir en obra artística”.

Tomado de revista Cine Cubano, Nro. 102: http://cubacine.cult.cu

Documental Mi hermano Fidel. Director Santiago Álvarez (Cuba, 1977)

Leer más

Ser posmoderno y/o ser feliz

O que a vida me ensinou, de Frei Betto (Sao Paulo, Editora Saraiva, 2013)

Por Frei Betto

Soy de la generación que tenía veinte años en la década de 1960. Una generación que vibró con el triunfo de la Revolución Cubana, la victoria del heroico pueblo vietnamita sobre la mayor potencia bélica y económica de la historia (los Estados Unidos), fue fanática de Los Beatles y, gracias a la píldora, logró la emancipación de la mujer y la revolución sexual, y redujo los prejuicios contra la homosexualidad.

La generación que, en la América Latina, se movilizó en las calles y las selvas contra las dictaduras militares. La generación que tenía como ejemplos de vida a personas altruistas como Gandhi, Che Guevara, Luther King, Mandela.

La generación que fue testigo de la celebración del Concilio Vaticano II, convocado por el innovador papa Juan XXIII, aprendió a respirar una fe liberadora junto a los pobres e hizo surgir las comunidades eclesiales de base y la Teología de la Liberación.

En resumen, una generación que se movía inspirada por paradigmas basados sobre grandes relatos, ideas históricas y utopías libertarias. Una generación que ansiaba cambiar el mundo y soñaba con los ojos bien abiertos con un nuevo proyecto civilizatorio en el que desaparecieran la miseria, el hambre, la exclusión social, el imperialismo, la opresión, y predominaran la solidaridad y el compartir.

El sueño terminó (la esperanza no). El socialismo fracasó (aunque en Cuba resiste en medio de dificultades, conquistas sociales y compromisos internacionalistas), y el mundo se volvió unipolar bajo la hegemonía del capitalismo neoliberal. Se introdujo la globocolonización (la imposición a todo el planeta del modo de vida made in USA), se incrementaron el belicismo (Iraq y Afganistán) y las guerras de baja intensidad, se arrinconó al África violada por siglos de colonización.

Hoy vivimos en la frontera entre la modernidad (que termina) y la  posmodernidad (que comienza). Lo que diferencia a la posmodernidad de las épocas anteriores es nuestra capacidad para crear y destruir, destruir y crear, siempre en busca de algo nuevo y mejor. Ya no existe la durabilidad. Han desaparecido los objetos que acompañaban a una familia durante generaciones, que pasaban de las manos de los abuelos a las de los hijos, los nietos y los bisnietos. Terminó la era de los museos de antigüedades. Ya no hay espacio para almacenar los modelos de automóviles que se suceden en meses, o las generaciones de computadoras que surgen cada semestre.

Muchos lo admiten: “El mundo cambió, y yo con él. Mi idealismo también se ha vuelto obsoleto. Ya no halaga mi vanidad ni me proporciona ventajas. Se acabó el mundo en el que había héroes, prototipos, modelos a seguir. Hoy los paradigmas son los personajes que triunfan en el mercado, las celebridades, esas personas bonitas y ricas que hacen ostentación del lujo, irradian salud y ocupan sonrientes las páginas de las revistas de variedades.

”Ahora vivimos en un mundo nuevo en el que todo es continuamente prescriptible y descartable. Desde mi computadora hasta mi automóvil, desde el estilo de vida hasta el arte, todo lo que hoy está in, estará out mañana. Lo que me queda es mantenerme atento a ese esfuerzo permanente de actualización. ¡Y no me pidan coherencia! Si hasta mi apariencia física sufre frecuentes modificaciones gracias a los tratamientos estéticos, ¿por qué tendría que continuar inmutable mi identidad?

”Sí, ayer me alineaba ideológicamente a la izquierda, asumía la causa de los oprimidos, participaba en manifestaciones de protesta, expresaba mi indignación ante este mundo injusto.

“¡Pero nadie es de hierro! Si me atrevo a cambiar mi apariencia para  mantenerme eternamente joven y seductor, ¿por qué no cambiar también mi postura ideológica, mis principios e ideales de vida, para no perder el carro de la contemporaneidad?

”Afortunadamente, la vida fue generosa conmigo. Gracias a aquellos principios obsoletos alcancé posiciones de poder, me destaqué del vulgo, adquirí prestigio y visibilidad. Cambié de casa, de guardarropa y de mujer. Comencé a disponer de una cuenta bancaria que se incrementa cada mes y me permite disfrutar de placeres jamás soñados años atrás. Hoy soy amigo y hasta socio de muchos que ayer eran mis enemigos y blanco de mis críticas contundentes.

”Si pierdo mi posición social, si regreso al mundo obsoleto, ¿cómo haré para mantener mi confortable nivel de vida, la estancia, la casa de la playa, las vacaciones en el extranjero, el cambio anual de automóvil? ¿Cómo haré para proporcionarles a mis hijos y nietos las comodidades que nunca tuve en la infancia y la adolescencia?

”No debo seguir mirando hacia el pasado, donde yacen olvidados mis antiguos héroes, ni hacia el futuro, como si en él hubiera un ideal histórico. Me basta con mirar dentro de mí mismo y saber explotar al máximo lo que tengo de mejor: la astucia de mi inteligencia, la fuerza de mi voluntad y el poder para traficar influencias.”

¿Un discurso como ese es hoy por hoy realidad o ficción?

La modernidad se inició con el Renacimiento, el descubrimiento de la América y Brasil, el paso de la era medieval, feudal, al mercantilismo y, rápidamente, al capitalismo.

Actualmente no vivimos una época de cambios, sino un cambio de época. En el milenio que comienza ha surgido algo que llamamos de manera imprecisa posmodernidad, que se insinúa muy diferente de todo lo que lo antecedió y que propone nuevos paradigmas.

En la Edad Media, la cultura giraba en torno a la idea de Dios. En la modernidad, se centró en el ser humano. En 1682 ocurrió un episodio característico de la modernidad. El señor Halley, a partir únicamente de cálculos matemáticos –pues no disponía de instrumentos–, previó que un cometa volvería a aparecer en el cielo de Londres al cabo de setentaiséis años. En ese momento muchos dijeron: “¡Está loco! ¿Cómo puede ser que encerrado en su oficina, sobre la base de cálculos hechos en un papel, pueda prever el movimiento de los astros en el cielo? ¿Quién, si no Dios, domina la bóveda celeste?”

El señor Halley murió en 1742, antes de que pasaran los setentaiséis años pronosticados. No obstante, muchos se mantuvieron atentos a su previsión. Exactamente en la fecha anunciada, en 1758, el cometa que hoy lleva su nombre volvió a iluminar los cielos de Londres. ¡Era la apoteosis de la razón!

“Si es así, entonces la razón resolverá todos los dramas humanos”, se dijo. “Acabará con las epidemias, las guerras, el hambre. ¡Creará un mundo de luces, de progreso, de saciedad, de alegría!”

Todo muy lógico y bonito.

Pasados cinco siglos, el saldo no es de los más positivos. Los datos son de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO): en el planeta hay siete mil millones de personas, la mitad de las cuales vive por debajo del umbral de la pobreza, y poco más de mil millones sobreviven con hambre crónica. Nada indica que para el año 2015 se habrán cumplido las Metas del Milenio de las Naciones Unidas, entre las cuales se encuentra la erradicación de la miseria.

Hay quien afirma que la causa del problema del hambre es el exceso de bocas. En función de eso, se propone el control de la natalidad. Me opongo a ese control. Estoy a favor de la planificación familiar. El primero es obligatorio, el segundo respeta la libertad de la pareja.

Y no acepto el argumento de que hay demasiadas bocas. Ni falta de alimentos. Según la FAO, el mundo produce lo suficiente para alimentar a once mil millones de personas. Lo que falta es justicia. La riqueza se concentra excesivamente en manos de unos pocos. Ahora tenemos hasta etanol para abastecer los vehículos, en vez de comida para alimentar a las personas.

Antiguamente se hablaba del trabajo. Nos sentíamos orgullosos de decir: “Mi padre educó a sus hijos trabajando treinta años en los ferrocarriles”; “Mi madre fue maestra veintitantos años”. El trabajo era un factor de identidad.

Alcancé a pertenecer a una generación que tenía el privilegio de hablar de la vocación. Después, esta fue sustituida por la profesión. Hoy se habla del empleo. Ya no se menciona el trabajo, porque, lamentablemente, el factor de la identidad social no es el trabajo, sino estar en el mercado. Como diría Descartes, “consumo, luego existo”.

¿Hay un futuro para la humanidad en los marcos del paradigma capitalista? La respuesta es sí, si comulgamos con esa angustia, con esa frustración de los sueños idílicos de la modernidad. ¿Quién habría dicho que la revolución rusa terminaría en gulags, la china en capitalismo de Estado, y que tantos partidos de izquierda asumirían el poder como el violinista que agarra el instrumento con la izquierda y toca con la derecha?

Ningún sistema filosófico resiste la actual mercantilización de la sociedad: el arte se ha convertido en moda, la moda en improvisación, la improvisación en especialización. Las trasgresiones ya no son excepciones, sino reglas.

El avance de la tecnología, la informatización, la robótica; la googlesización de la cultura y la telecelurarización de las relaciones humanas, la banalización de la violencia son factores que nos provocan actitudes y formas de pensar pesimistas y provocadoras, anárquicas y conservadoras.

En la posmodernidad, lo sistemático cede su lugar a lo fragmentario, lo homogéneo a lo plural, la teoría al experimento. La razón delira, se antoja cínica, baila al ritmo de los juegos del lenguaje. En ese mar revuelto, muchos se apegan a las “irracionalidades” del pasado: la religiosidad sin teología, la xenofobia, el consumismo desenfrenado, las emociones sin perspectivas.

Para los filósofos posmodernos la historia acabó, el ocio se redujo a hedonismo, la filosofía a un conjunto de preguntas sin respuesta. Lo que importa es la novedad. Ya no se percibe la diferencia entre lo urgente y lo importante, lo accidental y lo esencial, los valores y las oportunidades, lo efímero y lo permanente.

La estética se hace esteticismo, la razón, racionalización: lo que importa es el adorno, la moldura, y no la profundidad y el contenido. Lo posmoderno es rehén de la exteriorización y los estereotipos. Para él, el ahora es más importante que el después.

Para lo posmoderno, la razón se convierte en racionalización. Ya no hay pensamiento crítico; prefiere, en este mundo conflictivo, ser espectador y no protagonista, observador y no participante, público y no actor.

Lo posmoderno duda de todo. Es cartesianamente ortodoxo. Por eso no cree en nada ni en nadie. Se distancia de la razón crítica criticándola. Como la serpiente uróboros, se muerde la cola. Se refugia en el individualismo narcisista. Se basta a sí mismo, indiferente a la dimensión social de la existencia.

Lo posmoderno todo lo desconstruye. Sus postulados son ambiguos, carecen de raíces. Por ejemplo, prefiere el shownalismo al periodismo.

El discurso posmoderno es laberíntico, descarta los paradigmas y los grandes relatos. No tiene memoria, abomina del ritual, de lo litúrgico, del misterio. Como considera inútil toda pasión, ni ríe ni llora. No tiene amor, sino empatías. Su visión del mundo se deriva de los caprichos de la subjetividad.

La ética de la posmodernidad detesta los principios universales. Es la ética de la ocasión, de la oportunidad, de la conveniencia. Se adapta camaleónicamente a todas las situaciones.

La posmodernidad transforma la realidad en ficción y nos remite a la caverna de Platón, donde nuestras sombras tienen más importancia que nuestro ser, y nuestras imágenes, más que la existencia real.

Ahora, las nuevas tecnologías de la comunicación acortan el tiempo y el espacio y promueven la homogeneización cultural según los patrones consumistas. Los sueños ceden su lugar a las ambiciones (de poder, fama, belleza y riqueza), la búsqueda del hedonismo predomina sobre la ética del trabajo, la producción se supedita a la especulación, la relativización de los valores fragiliza las instituciones que fueron pilares de la modernidad, como la familia, la iglesia, la escuela y el Estado.

La realidad se fragmenta como en el giro alucinado de un caleidoscopio. La posmodernidad hace emerger el interés individual como el parámetro  prioritario. Reina el cuidado excesivo del cuerpo (fitness), la conducta del artista parece tener más importancia que su obra de arte, las religiones abrazan los criterios del mercado y prometen milagros prêt-à-porter, el fundamentalismo resucita al Señor de los Ejércitos.

La muerte de las ideologías libertarias y el predominio de la óptica neoliberal como sinónimo de democracia y libertad aceleran el proceso de deshumanización. Se produce un reflujo de lo colectivo a lo privado, de lo social a lo individual, de lo histórico a lo momentáneo.

Lo que era pueblo se transforma en un conglomerado de personas, las clases se destejen en intereses personales movidos por el mimetismo del comportamiento de la elite; la nación se deja recolonizar por la progresiva mercantilización de la aldea global.

Frente a esa realidad fragmentada surge la pregunta: ¿Qué futuro? ¿La barbarie de un capitalismo depredador, excluyente, de represión implacable al flujo migratorio de los pobres, de calentamiento global y degradación ambiental, de imperio del narcotráfico y el entretenimiento de la imagen (televisión e Internet) desprovisto de contenido?

¿Un mundo basado sobre la competencia, la progresiva apropiación privada de la riqueza, la trasformación de los derechos sociales, como la alimentación, la salud y la educación, en meras mercancías a las cuales tienen acceso solamente quienes pueden pagar?

El Foro Social Mundial propone que “otro mundo es posible”. ¿Es posible? ¿Cuáles serían los diseños y paradigmas de ese otro mundo posible?

Si queremos escapar a la barbarie no nos resta otra esperanza que no sea la defensa intransigente del medio ambiente; el repudio a todos las formas de prejuicio y discriminación, fundamentalismo y segregación; el diálogo interreligioso y una espiritualidad capaz de potenciar nuestra capacidad de amar y ser solidarios.

Estoy convencido de que no habrá un futuro sano si desde ahora, desde el presente, no se produce un fortalecimiento de los vínculos gregarios de movimientos sociales, asociaciones, ONG, sindicatos y partidos en función de proyectos comunitarios y derechos colectivos.

Ese desafío supone el rescate del carácter histórico del tiempo, de los grandes relatos, del valor de las causas humanitarias, de una visión del mundo y de la vida que rompa los límites del aquí y el ahora para proyectarse en un futuro que recorre y, a la vez, trasciende todos los modelos de futuro: lo que Jesús llamó el Reino de Dios, que no está allá encima, sino allá al frente, y es la culminación de todos nuestros sueños y utopías.

En resumen, se trata de buscar una calidad de vida más próxima a la propuesta de sumak kawsay (vida plena) de los pueblos originarios andinos que al consumismo exacerbado de los shoppings.

La “Vida plena” o “Buen vivir” no coincide con la propuesta consumista de una existencia respaldada por el dinero, la posesión de bienes suntuarios, la seguridad por sobre la libertad.

Sumak kawsay es considerar suficiente lo bastante, mantener una relación de alteridad con la naturaleza, disfrutar de una calidad de vida libre de estrés, de contaminación, de competencia desenfrenada. Un buen vivir enriquecido por la espiritualidad, por vínculos inquebrantables de amistad, por la celebración frecuente de los dones de la vida y los frutos del trabajo, por la fe que se hace fiesta.

Si sumak kawsay merece figurar hoy como un paradigma, es necesario comprometerse con las diversas causas capaces de converger en esa dirección. Hay muchas causas sectoriales o corporativas, como la indígena, la de la mujer, la de los homosexuales, la de los negros, la de los sin tierra y sin techo, la de los migrantes y la ecológica. El desafío es cómo ampliar esas luchas para que constituyan una visión sistémica, pues pretender que se pueden alcanzar todas las conquistas de cada una de esas causas en el marco del capitalismo neoliberal es creer que se puede obtener tela nueva remendando paños viejos…

Es necesario articular cada vez más las luchas de los diversos movimientos populares y sociales, de modo que el movimiento de las mujeres no sea un mero espectador de lo que le ocurre al movimiento de los sin tierra, ni que este se limite a mirar por la televisión la movilización del movimiento indígena.

Sin que la lucha de uno se torne la de todos, difícilmente se hará realidad el sueño de una sociedad que favorezca la vida plena.

La vida solo vale la pena cuando la mueven sentimientos y prácticas de amor, justicia, respeto a la identidad y a los derechos del otro. Solo así seremos capaces de saciar nuestra hambre de pan y aplacar nuestra sed de belleza.

Recuerdo ahora la caída de Faetón, personaje de una de las narraciones paradigmáticas de la mitología griega. El joven Faetón, que era hijo del Sol, movido por la inquietud propia de su edad, se vio desafiado a probar su ascendencia divina y dirigir el carro de su padre.

Al presentarse en el palacio de Helio, se aproximó al trono desde donde reinaba el dios Sol rodeado por su séquito: el Día, el Mes, el Año, el Siglo y las Horas. Cercanos se encontraban la Primavera con su corona de flores, el Verano cubierto de espigas de cereales, el Otoño con su cornucopia llena de uvas y el Invierno con los cabellos blancos como la nieve.

Faetón le pidió a su padre una prueba de amor. Helio prometió complacer su petición, fuera cual fuese. Pronto se arrepintió, al oír a su hijo expresar el deseo de tomar en sus manos las riendas del carro guiado por cuatro caballos incandescentes que lanzaban llamaradas por sus narices y, con ayuda de los vientos, diseminaban la luz y el día por toda la Tierra.

Helio consideró absurdo el pedido de su hijo. ¿Cómo confiarle a un joven inmaduro el carro capaz de impedir que el mundo viviera sumido en las tinieblas? Le respondió:

—Hijo mío, quisiera poder volverme atrás. Me pides algo que está más allá de tus fuerzas. Eres joven y mortal; ambicionas más de lo que otros dioses logran hacer. Ninguno de ellos es capaz de mantener el equilibrio sobre el eje incandescente. Difícil es el camino de mi carruaje, solo con mucho esfuerzo consiguen recorrerlo mis caballos al amanecer. A la mitad, el camino es alto, en el centro del cielo. Y al final desciende abruptamente, exige una conducción segura para que el carro no se hunda en las profundidades del mar. Recuerda que el cielo se mueve con un ímpetu constante, y es preciso viajar en sentido contrario a ese movimiento. ¿Cómo lo lograrías? Retira tu petición. Pídeme lo que quieras, todas las riquezas del Cielo y de la Tierra, menos eso.

El muchacho no cedió, convencido de que sería capaz de disipar las tinieblas que cubren al mundo. Al ver que la Aurora ya se aproximaba para inaugurar un nuevo día, Helio accedió a que su hijo lo acompañara en el carruaje. Pero Faetón insistió en guiarlo. Una de las Horas, nerviosa, alertó al dios solar.

—Helio, ya es hora de enganchar al carro los corceles de fuego. Mira, la Aurora ya está en camino. Urge que tu carro flamígero la siga.

Como todo padre débil de carácter, el rey dejó a un lado sus principios para no contrariar a su hijo. Ante la insistencia del joven, cedió al corazón en detrimento de la razón.

Faetón subió al carro. Condujo los caballos al galope por la línea etérea que los mantenía equidistantes de la Tierra y el Cielo, para no incendiar las moradas de los hombres y los dioses. Con las riendas entre las manos se sentía el señor del mundo, cuya luz provenía de su carro flamígero.

Pero el fulgor de las llamas le cegó los ojos y la mente. No logró mantener el equilibrio del carro. Los caballos tiraban con una fuerza superior a la de sus brazos. Desbocadas, se precipitaron en dirección a la Tierra. Al pasar por montañas cubiertas de nieve, el calor del carro las derritió, el aliento de los animales incendió ciudades y calcinó países, hizo arder bosques, secar ríos y mares.

Zeus, indignado, lanzó uno de sus rayos, despedazó el carro y dispersó los caballos. El cuerpo de Faetón, con los cabellos llameantes, cayó como una estrella fugaz.

Las náyades lo depositaron en un túmulo en cuya lápida grabaron este epitafio: “Aquí yace Faetón. Corrió en el carro de Helio; y si mucho falló, a mucho más se atrevió.”

Con sus pretensiones desmedidas, la posmodernidad merece que se la llame Faeton…ta.

Fragmento de su libro O que a vida me ensinou (Sao Paulo, Editora Saraiva, 2013).

Tomado de la Revista La Gaceta No 2 marzo/abril, de 2015: http://www.uneac.org.cu

Leer más

El subsuelo de la ciudad

Entrada de la Bahía de La Habana desde un ángulo prominente

Por Graziella Pogolotti

El crecimiento desmesurado de las ciudades atenta contra su sostenibilidad. A lo largo del siglo XX, algunas urbes de América Latina alcanzaron una expansión demográfica que llevó a la concentración de millones de habitantes y sobrepasaron el número de pobladores de países como el nuestro.

Conocí la Ciudad de México cuando todavía era la región más transparente del aire. En pocos años se convirtió en una macrourbe, con gravísimos problemas de contaminación ambiental y serias dificultades para el movimiento de las personas. Los nuevos habitantes procedían de las zonas rurales empobrecidas y se lanzaban en busca de empleo en la servidumbre y en el sector informal de la economía.

Aprendí mucho acerca de la historia de la arquitectura y del desarrollo del urbanismo, una ciencia eminentemente interdisciplinaria destinada a sentar las bases conceptuales de un desarrollo armónico que tenga en cuenta tanto factores técnicos como sociales, con el propósito de procurar un hábitat hecho a la medida de las necesidades materiales y espirituales del ser humano.

Sin embargo, una lectura mucho más remota me había conducido a intuir dónde se encuentra el corazón que asegura la vitalidad de las ciudades. En Los Miserables de Víctor Hugo uno de los pasajes más emocionantes se produce en la persecución del protagonista por su enemigo inveterado, a través de las alcantarillas de París. Por esa extensa red subterránea se elimina buena parte de los desechos generados por la humanidad en su existir natural, junto con todos aquellos derivados del acrecentamiento de los hábitos de consumo. Son las aguas negras que, de no encontrar vías de salida, brotan a la superficie con la consiguiente pestilencia añadida a la aún más grave amenaza contra la salud. Los más acogedores conjuntos urbanos están amenazados por el socavamiento de la higiene que procede del subsuelo.

Por ese territorio invisible se produce el suministro del agua, del gas y, en muchas zonas, de la electricidad; contribuciones del progreso humano para sustentar la vida que conocemos, a partir del desarrollo de la modernidad. Sin ellos, el vivir en concentraciones urbanas resultaría imposible.

A pesar de no haber llegado a las dimensiones de las macrociudades, La Habana creció de manera indetenible en el siglo XX. En la capital del país se concentraba la administración del Gobierno, sostén de una burocracia hipertrofiada durante la República neocolonial por el clientelismo político, las llamadas botellas que compensaban a los electores de los partidos políticos.

Por su situación geográfica, seguía concentrando el acceso a la importación y exportación de mercancías, a la vez que mantenía en su seno el mundo de los negocios. A pesar del desempleo existente, ante la miseria de los campos la inmigración interna fue constante. Así se fue expandiendo horizontalmente. Apareció El Vedado, un conjunto urbano diseñado integralmente, según las tendencias más avanzadas de la época.

Los tentáculos de la ciudad se apoderaron de los municipios colindantes, como Marianao y Santa María del Rosario, mediante urbanizaciones de distinta calidad. Hubo barriadas de lujo, zonas modestas, repartos improvisados por la especulación financiera sobre el valor de los suelos, a veces concebidos con escasa atención a la adecuada infraestructura del subsuelo. También se urbanizaron espacios rurales, como sucedió en el municipio de Arroyo Naranjo.

La construcción del túnel bajo la bahía y el triunfo de la Revolución ampliaron la edificación de viviendas en sentido inverso al tradicional de la ciudad. Se llevó a cabo una marcha hacia el este. En esa dirección se produjeron dos etapas, una de ellas al crearse en 1959 el Instituto de Ahorro y Vivienda, que impulsó una encomiable labor constructiva en esa zona y en otros lugares.

Bajo la presión apremiante del crecimiento demográfico, el movimiento de microbrigadas edificó aceleradamente el barrio de Alamar, donde se concentra en la actualidad un considerable número de pobladores. Las sucesivas coyunturas de precariedad económica, la acción del bloqueo y el posterior derrumbe del campo socialista, unidos a la exigencia de prioridades para otras inversiones, contribuyeron a la falta de mantenimiento del subsuelo y de todo aquello que emerge a la mirada del paseante.

Por lo demás, aparecieron numerosas viviendas improvisadas, con frecuencia desprovistas de las adecuadas redes. Las distancias entre la casa y el centro de trabajo se acentuaron. La urbe que apenas en el siglo XIX derrumbaba las murallas que otrora la protegieron de los ataques piratas, se ha convertido en la gran Habana.

La conmemoración del medio milenio de su nacimiento incita a un necesario análisis interdisciplinario orientado a formular estrategias a corto, mediano y largo plazos, teniendo en cuenta la realidad concreta del presente y las perspectivas que depara el futuro.

Todo parece indicar que el tiempo de las macrociudades está llegando a su fin. Las tecnologías de la comunicación facilitan el trabajo a distancia. El aumento de la automatización de los procesos y la anunciada incorporación de la inteligencia artificial plantearán problemas prácticos y sociales en torno a la distribución del empleo, conjugados con la exigencia de poner coto a la depredación de la naturaleza.

Nuestras debilidades actuales pueden convertirse en fortalezas porque, a pesar de todo, nuestras ciudades conservan la dimensión humana, con el respiradero de sus parques y de sus espacios para la convivencia.

Disponemos de un panorama arquitectónico que, sin desconocer las tendencias de cada época, no se conformó con constituirse en copia mimética. Se ajustó a las características de los materiales disponibles y a las demandas del clima. En el litoral habanero no se levantaron altas barreras que interfirieran el movimiento natural de la brisa.

El encanto de La Habana reside en el carácter de su gente y en la preservación de la narrativa histórica de su paisaje arquitectónico. Favorecer el bienestar de sus moradores, convertir en conciencia activa el amor a su entorno edificado e impulsar un turismo cada vez más cualificado son factores interdependientes que actúan en favor del desarrollo al que aspiramos.

Tomado de: http://www.juventudrebelde.cu

Leer más

Semiótica del Demonio. Exhibir el mal para ocultar la maldad

Luc Descheemaeker (Bélgica)

Por Fernando Buen Abad Domínguez

En páginas interiores, el diario la Jornada de México publicó (7 de septiembre de 2019), una noticia inquietante por cuanto alude a la contratación de un nuevo exorcista ya que “reconoce el arzobispo que hay mucho trabajo para la expulsión de entes malignos”. Todo, desde luego, con la anuencia y, acaso la bendición, del Vaticano.[1]

Poseídos, como estamos, por todas las abominaciones pergeñadas por la ideología de la clase dominante, nos toca cargar también con los estragos de la maldad personificada en el “Demonio”. (Satán, Lucifer…) y una lista larga de nombres pensados para aterrorizarnos a mañana tarde y noche. Los poderes hegemónicos entienden que asustando a los pueblos se los controla mejor. Es una Historia realmente escalofriante.

El demonio, y el paquete completo de sus significados, se ha infiltrado en la Cultura y la Comunicación desde siempre, pero, a partir del desarrollo de los monopolios mediáticos, se ha echado mano del Demonio farandulizándolo con los fines más “satánicos”.  En el “imaginario colectivo”, diseñado por los fabricantes de “sentido común”, lo diabólico pasó a ocupar un nuevo rol como arma de guerra ideológica. Ya no es el Satán de Dante, ni el Mefistófeles de Goethe, ni el de ciertas tradiciones literarias del ente maligno por antonomasia; hoy añade al manipuleo de la imaginación, su caracterización en una forma visible que el poder elige para aterrorizar a sus víctimas. Genio y figura.

Desde que el cine y la industria editorial decidieron usar al Diablo requirieron la participación del Vaticano. No se puede disputar el “negocio” implícito en un enemigo tan valioso sin haber conjurado los estragos de una lucha inter-burguesa basada en competir por un símbolo tan rentable. Por ejemplo, para que la Iglesia Católica Apostólica y Romana, aceptase en pantalla al ente maligno infiltrado en el cuerpo de una niña, que se masturba con un crucifijo y profiere cataratas de insultos, maldiciones y denuestos… hubo que pactar los usos nuevos de un “juguete” simbólico añejo.

Ganó diez nominaciones a los premios Oscar mientras algunos vetos y prohibiciones sólo sirvieron para asegurar más público. Comenzó siendo una novela de William Peter Blatty (publicada en 1972) y luego una película de William Friedkin (1973). Blatty, trabajó como agente de inteligencia de la aviación, especializado en guerra psicológica. Saque cada cual sus cuentas. Años antes se había estrenado con “éxito” la novela de Ira Levin que vendió cuatro millones de ejemplares: “El bebé de Rosemary” o en algunos países latinoamericanos “La semilla del diablo”. Propaganda satánica que produjo mucho “estiércol del diablo”. Como le llama el Papa Francisco.[2]

Signo de los tiempos

La caracterización o formalización (dar forma) del Mal Externo en cuerpos de niñas o niños, ya es de suyo bastante “diabólico”. Hay que tener cerebros bastante dañados como para sentarse a escribir, línea por línea, los modos perversos con que aterrorizará a los públicos y hacer de eso grandes negociados y episodios históricos de dominación ideológica. El Diablo, como signo de clase, amasa vectores de “sentido” con raíces histórico-culturales muy diversas. La propaganda del mal, a su vez, es heredera del maniqueísmo más ramplón, en una estrategia que sigue siendo piedra angular de instituciones religiosas donde lo maligno es indispensable porque sustenta toda la estructura que lucha contra él en los campos de la ideológica, de cierta teología y de no pocos mercachifles arribistas de lo maligno. Y no es un pleonasmo. Y, por eso, resulta que incluso Marx es satánico.[3]

El “combate” simbólico contra el mismísimo Satán, fundamenta al exorcismo que se encarga de echar al demonio -y a sus adláteres- fuera de las personas, de los lugares o de los fetiches poseídos por el “rey de la maldad”. El exorcista tiene el poder de expulsar (poder conferido o ganado según sea el caso) en nombre de Dios o de Cristo y, por lo tanto, es una acto religioso, institucional, extremo muy distinto a los que se conocen en las prácticas que algunos pueblos originarios despliegan contra los males en otras cosmovisiones y axiologías diferentes, y a veces opuestas, a las Iglesias y al Diablo católico. Para ser exorcista se estudia en el Athenaeum Pontificium Regina Apostolorum. Si hay “vocación”.

Creen algunos que el Diablo es una “ángel caído”, que desarrolló un gran poder inteligente con propósitos malignos; que logra ejercer su influencia debido a los pecados de la humanidad. Hoy hay exorcismos cara a cara y también los hay a distancia y por televisión. No pocas de las iglesias televisadas, exhiben con orgullo sus triunfos contra Satanás en canales de paga y en horarios preferenciales. Es un demonio que ha diversificado sus formas de propaganda, que no necesita cuerpo de cabra ni cuernos “taurinos”. Basta y sobra con que algún síntoma, alguna cosa rara haga sospechar de su presencia para que, rápidamente, los creyentes pidan ayuda eclesiástica. Cueste lo que cueste.

Uno entiende así por qué el capitalismo identificó al Diablo como una veta mercantil poderosa en la que es posible, al mismo tiempo, reprimir conductas y exprimir bolsillos. Uno entiende por qué, los sectores más rancios de las Iglesias, aceptaron “compartir” las ganancias del Diablo y ensancharon los cauces de la maldad para que el negocio de la “lucha del bien contra el mal” les alcance a todos. En realidad, más que a Satanás hay que temerle al capitalismo y a sus gerentes que han reinventado y re-potenciado toda noción de maldad para horrorizar a las masas. Frente a las guerras, los saqueos bancarios, la inflación, el endeudamiento, las hambrunas, el desempleo, la explotación de los trabajadores y las canalladas mediáticas globalizadas (por mencionar algunos) las aventuras “perversas” de Satanás parecen “juego de niños”. Asustan más los tweets de Donald Trump. ¿Habrá que inventar nuevas formas políticas de la justicia social como “exorcismo” del siglo XXI?

[1] https://www.jornada.com.mx/2019/09/07/sociedad/035n1soc

[2] https://mondiplo.com/el-papa-contra-el-estiercol-del-diablo

[3] https://www.libertaddigital.com/opinion/ideas/carlos-marx-y-satanas-1276227483.html

Tomado de: https://www.telesurtv.net

Leer más

La CIA y la paradoja de George Orwell

George Orwell (Motihari, India, 1903- Londres, Reino Unido, 1950) Foto National Post

Por Jorge Wejebe Cobo

El escritor inglés Eric Arthur Blair, conocido mundialmente por el seudónimo literario de George Orwell, fue combatiente durante la Guerra Civil Española, a la cual se incorporó, según dijo, a «matar fascistas, porque alguien debe hacerlo».

Su novela 1984 constituyó una acusación contra los regímenes totalitarios y se convirtió en el mayor éxito de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), en su más extendida operación propagandística contra la URSS en la década de 1950.

Orwell nació el 25 de junio de 1903 en la India, donde su padre trabajaba como modesto funcionario del gobierno colonial, y a los dos años se trasladó con su madre y hermana a Inglaterra.

Su carrera literaria tomó aspectos de esas primeras experiencias y escribió la novela Los días de Birmania (Burmese Days) y ensayos como Un ahorcamiento (A Hanging, 1931) y Matar a un elefante (Shooting an Elephant, 1936), de oposición al sistema colonial, además de elaborar relatos sobre las condiciones de los trabajadores.

Esos primeros textos lo inscriben en la tradición liberal de la generación de escritores europeos nacidos a inicios del siglo XX, quienes defraudados por la crisis de la sociedad burguesa y ante la cercanía de la nueva contienda que provocaría el fascismo alemán, asumen muchos de ellos posiciones de simpatía con las ideas socialistas y la URSS como oposición a la barbarie nazi.

Otra etapa en su formación se inició en la Guerra Civil Española, en la que resultó herido y conoció de primera mano las divisiones internas del frente antifascista, entre trotskistas, con quienes simpatizó, comunistas, anarquistas y otras tendencias, mientras de la URSS llegaban noticias sobre las purgas de Stalin que lo resienten en sus ideas favorables al socialismo en esa nación.

Al respecto escribió: «La guerra de España y otros acontecimientos ocurridos en 1936-1937 cambiaron las cosas, y desde entonces supe dónde me encontraba. Cada línea en serio que he escrito desde 1936 ha sido escrita, directa o indirectamente, contra el totalitarismo y a favor del socialismo democrático como yo lo entiendo».

Bajo esas premisas presentó en 1945 la novela Rebelión en la granja, una parodia de sociedad totalitaria en la que los animales del lugar realizan una insurrección contra los hombres, trama en la que se aprecian críticas al sistema soviético y a la sociedad inglesa de entonces.

Posteriormente, en 1948, acabó su novela 1984, en la que presenta un mundo regido por grandes poderes dictatoriales y describe un imperio totalitario dirigido por el «Gran Hermano», o máximo líder, que basa su poder en instrumentos de dominación de toda la vida de sus súbditos, a los cuales les conculca sus derechos civiles y les regula hasta el amor.

Pero mientras consume sus últimas energías en la escritura de esa narración, afectado por la tuberculosis que lo llevará a la tumba en 1950, del otro lado del Atlántico, en Estados Unidos, la recién fundada Agencia Central de Inteligencia (CIA) pone a punto la campaña subversiva dirigida a «conquistar la mente y los corazones», principalmente de la intelectualidad europea.

Uno de los patrones propagandísticos de esa batalla fue la promesa de que, después de derrotada la «barbarie asiática», identificada con la URSS, el campo occidental lidereado por EE. UU. construiría un mundo mejor, basado en la democracia, derechos humanos y libertad, fábula en la que creyeron no pocos intelectuales de la época.

Para alcanzar ese objetivo, la CIA organizó el Congreso por la Libertad Cultural a inicios de la década de 1950, apoyado en una inmensa red global de gobiernos y servicios especiales aliados, instituciones culturales, tanques pensantes, órganos de prensa, casas editoras, fundaciones y todo tipo de instituciones relacionadas con la esfera de la cultura, en una mega operación que se extendió hasta los años 60.

Como nunca antes se dirigieron incalculables esfuerzos, recursos y métodos policiacos de reclutamiento, chantaje, propaganda e influencia sicológica, sobre un sector de la intelectualidad encasillada por los estrategas de los servicios especiales bajo el término de «izquierda no comunista o antisoviética», integrada por arrepentidos del ideal soviético de la primera mitad de siglo, entre los que se encontraba George Orwell.

Michael Warner, historiador de la CIA, escribió que la estrategia de conquistar a esa izquierda fue «el fundamento de las operaciones políticas de la Agencia durante las siguientes dos décadas», según cita la investigadora inglesa Frances Stonor Saunders, en su libro La CIA y la Guerra Fría Cultural.

Precisa la investigadora que, tras la muerte de Orwell en 1950, la Agencia, por medio de su fachada cultural, negoció con la viuda del escritor la realización de una película de dibujos animados basada en Rebelión en la granja, considerado el más ambicioso proyecto de este tipo emprendido hasta ese momento.

Para el animado se utilizaron más de 100 000 ilustraciones realizadas a mano y se ejerció la censura del texto original, que atacaba a personajes representados como cerdos, identificados como las burocracias y gobiernos inglés y alemán, que se eliminaron del guion final para resaltar las referencias antisoviéticas.

Algo parecido ocurrió con el filme que se hizo sobre la otra novela, 1984, en el que se difuminó toda crítica a estados capitalistas, con lo cual convirtieron la obra en un notorio manifiesto anticomunista, costeado con 100 000 dólares por el Gobierno estadounidense.

Muchos años después, con la caída del Muro de Berlín en 1989 y la posterior disolución de la URSS, se proclamó el supuesto fin de la historia con la victoria del sistema capitalista mundial con EE. UU. a la cabeza.

Ese fue el contexto en el que se echaron los cimientos del concepto de la vigilancia total, impulsado por la ola de la revolución de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información, que impacta como nunca antes en la historia del desarrollo humano, en todas las esferas de la sociedad.

«El Gran Hermano» de la ficción orweliana se instauró en el nuevo milenio en el mundo virtual de las redes, por donde transitan los no tan virtuales credos, anhelos, esperanzas e informaciones de millones de habitantes. Pero a diferencia del imaginario literario, ese nuevo sistema se construye y generaliza sobre los programas de inteligencia artificial y tecnología de punta para manipular la sociedad con mentiras, con nombres mediáticos de «posverdad», «poder suave», «revoluciones de colores», «guerras asimétricas», «fake news», y otros conceptos.

Esas doctrinas salen de la producción en cadena de los centros de la Agencia de Seguridad Nacional de EE. UU., dedicada al fisgoneo electrónico de los secretos de amigos y enemigos en todo el orbe, de los comandos del Pentágono y la comunidad de inteligencia de los países poderosos, donde se afana un ejército de miles de eficientes servidores de un imperio que parece estar destinado a superar con creces la obra del polémico y censurado creador de 1984.

Tomado de: http://www.granma.cu

Leer más

La heterodoxia, fundamento de un pensamiento cultural

El Comandante Fidel Castro, un apasionado lector

Por Graziella Pogolotti

Cabalgaba ya el Che sobre la dura osamenta de Rocinante cuando se hizo público el legado de su carta de despedida. Sintético y preciso como siempre, mostraba en ella la punta del hilo necesario para desentrañar el complejo ovillo que envuelve el pensamiento de Fidel Castro. Existió entre los dos comandantes una esencial complicidad. Sus trayectorias diversas ilustran todo lo que une y separa un inmenso territorio, modelado por el colonialismo, el neocolonialismo y la mezcla de razas y de culturas superpuestas en permanente contaminación mutua. El mensaje de Ernesto Guevara estaba dirigido al pueblo y, también, de manera sutil al amigo que no podía compartir su destino por las ataduras impuestas por el compromiso contraído con su nación. El guerrillero tenía que subordinarse al estadista, aunque simbólicamente conservara, hasta la hora del retiro, el uniforme de campaña verde olivo, vestuario de un hombre en constan­te batallar con empleo de las armas y de las ideas.

A los veinte años de la caída del Che, Fidel reivindicó su pensamiento, reclamó la necesidad de rescatarlo. Hizo una con­fesión íntima, infrecuente en sus discur­sos. Reconoció que la imagen del amigo lo había acompañado siempre, hasta el punto de soñar con él. Como ha sucedido muchas veces, impregnados por la retóri­ca reduccionista de nuestras propias con­signas, no supimos interpretar el sentido último de sus palabras.

Desentrañar las raíces y el desarro­llo de las ideas de Fidel exige atravesar la tupida selva de sus discursos, denotar intenciones y circunstancias, entender las razones de la cautela necesaria y saltar por encima de las zonas de silencio. Aún ahora, consciente del poder de su palabra, las razones de Estado son insoslayables. En plena globalización neoliberal, está en juego el porvenir de la nación. Su trayec­toria vital demuestra que, siempre lúcido, asume el difícil equilibrio entre desafío y negociación. En todo momento, ha sabi­do construir consenso y edificar alianzas preservando, como en la Sierra Maestra durante la ofensiva batistiana, el espacio de los principios irrenunciables. Intuyo que en sus estudios de bachillerato leyó, según lo establecido en los programas de entonces, los textos fundamentales de la literatura española de los Siglos de Oro. De esas fuentes y de la obra de José Martí procede el empleo frecuente de los con­ceptos de honor y decoro, en la voz altiva de un pueblo pequeño.

Político es un sustantivo demasiado genérico. Engloba una amplia gama de personajes. Abundan quienes se hacen profesionales de un cargo en el que per­manecen atrincherados, para amasar for­tunas en paraísos fiscales. Constituyen excepción quienes se entregan a una cau­sa movidos por la vocación de trasformar una sociedad. Ese llamado configura las vidas del Che y de Fidel. Ambos coinciden en la capacidad de leer los textos a través de infinidad de interrogantes y procesar críticamente el aprendizaje adquirido. En la carrera de Derecho, la Economía Políti­ca era un obstáculo casi insalvable para los estudiantes, sometidos a exámenes orales. El memorismo habitual no funcionaba porque el profesor se tomaba la libertad de multiplicar las preguntas. Contaba una amiga que compartió con Fidel los años universitarios en la misma casa de huéspe­des, que a altas horas de la noche el joven egresado del Colegio de Belén se concen­traba en el estudio del manual de Charles Gide. Leía despacio. Una a una, iba ras­gando las hojas. Con esa lectura analítica, venció la prueba sin dificultades.

En la Universidad de entonces, el paso por las aulas se completaba con una atmós­fera que irradiaba inquietud. La plaza Cadenas era un hervidero. La frustrada re­volución del 30 sobrevivía en la memoria como parte del ambiente. Con las puertas abiertas y los sillones acogedores, el Salón de los Mártires era un sitio informal, donde podía llenarse el tiempo de espera. Las fotos vistas tantas veces se convertían en presencia familiar. El debate del momen­to se remitía a ese referente, tantas veces revisitado. Las tertulias azarosas acogían a una minoría en medio de la masa de bus­cadores de títulos para hacer carreras en un bufete de abogados, en una consulta médica o en un estudio de arquitectos. Eran los que compartían, con distintos grados de compromiso, inquietudes inte­lectuales y políticas. Apenas un puñado, los comunistas desarrollaban una intensa labor de captación. Estadista y estratega, el político de vocación es un intelectual.

Para seguir las huellas del pensamien­to de Fidel Castro, hay que establecer la co­nexión entre lo escrito y lo actuado, en correspondencia con su modo particular de vincular teoría y práctica. De esa dia­léctica dimana la razón esencial de su he­terodoxia. Lector omnívoro, ha asimilado de manera creativa las enseñanzas de José Martí, de los fundadores del pensamiento marxista, de la historia entendida como proceso, vista siempre desde la perspec­tiva latinoamericana. En la Universidad, intervino en las contiendas electorales de la FEU. El azar lo llevó a vivir en Colombia los días trágicos del Bogotazo, brevísima e intensa lección de las realidades concretas de Nuestra América. El asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, líder popular reformista, y el derrocamiento de Jacobo Arbenz en Guatemala, mostraron los límites de una utópica tercera vía en el enfrentamiento al imperialismo. Algo similar ocurriría muchos años más tarde con la caída de Salvador Allende en Chile.

Sin embargo, esa experiencia personal tendría que convertirse en verdad tangi­ble para las mayorías. Tomando distancia de la aplicación mecánica del análisis de los factores objetivos, su visión procesual de la historia le ha permitido comprender el papel primordial de la subjetividad para contribuir a la maduración de las condiciones propicias para la acción revo­lucionaria. Afirmaría luego en la Segunda Declaración de La Habana: No podemos esperar con los brazos cruzados el desfile del cadáver del imperialismo.

Al comprender que su aprendizaje universitario había concluido, Fidel ter­minó con rapidez los estudios de Derecho y se lanzó a la batalla por la nación desde un partido reformista muy popular que anidaba en su variopinta membresía una base con radicalismo potencial.

El golpe de Batista se sumó a la crisis estructural de la economía cubana para evidenciar la quiebra definitiva de la de­mocracia burguesa liberal. El Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) se atomizaba en debates bizantinos, resultantes de su heterogénea composición. Para ganar la contienda electoral tenía que contar con la maquinaria política tradicional. Hubo que hacer concesiones a los caudillos. Otro sector estaba compuesto por inte­lectuales que se movían en los variados matices de centro izquierda. En cambio, la base juvenil era portadora de un signi­ficativo radicalismo. De ella nacerían las cédulas iníciales del Movimiento 26 de julio. A contrapelo de la línea del Partido Socia­lista Popular, rezago de las tendencias do­minantes de la Tercera Internacional, Fidel comprendió que la única alternativa viable se encontraba en la insurrección armada. Rompía todos los esquemas trasforma­dos en cultura del sentido común. Parecía utópico concebir la derrota de un ejército profesional armado por el imperialismo. No emprendió la tarea clandestina antes de haber cerrado el círculo de la legalidad. Acudió a los tribunales para condenar la inconstitucionalidad del golpe perpetrado.

En sus actos y en sus pronunciamien­tos públicos, Fidel ha tenido siempre clara noción de su interlocutor verdadero. Au­sente de la sala donde se celebró el juicio por los acontecimientos del Moncada, el pueblo era el verdadero destinatario de La historia me absolverá. Lo definía de manera muy precisa en aquel programa memora­ble. La elaboración del concepto se funda­mentó en el conocimiento concreto de la realidad nacional. Es el núcleo original de un pensamiento que adquirirá mayor den­sidad teórica en los años por venir y eje central de un lineamiento renovador y he­terodoxo. La contraposición clasista asu­mida por Marx en el Manifiesto comunista entre el proletariado y la burguesía se re­mitía al panorama de los países donde la revolución industrial irrumpió para enca­denar al obrero a la máquina y someterlo a un grado extremo de expoliación. En los países periféricos, pesaban las herencias de la colonia y del neocolonialismo gene­radoras del subdesarrollo.

Fidel se apropió del método de Marx para aplicarlo a otro contexto. El peso de la clase obrera se concentraba en los tra­bajadores temporales contratados por los centrales durante tres meses de cada año. Precaristas, aparceros, los campesinos no tenían la propiedad de las tierras que cul­tivaban. Formado en medio de una crisis permanente, el estudiantado había de­mostrado con creces su radicalismo.

La Revolución del 30 aceleró la apari­ción de un pensamiento articulador de la acción política, involucrado en el debate latinoamericano sobre un diseño socia­lista, ajustado a nuestras especificidades. Sandino y el gran Amauta proyectaron su influencia. Algunos, como Mella, Rubén, y Guiteras cayeron muy jóvenes. Pablo de la Torriente Brau se inmoló como inter­nacionalista en Majadahonda durante la Guerra Civil Española. Raúl Roa se hizo cargo de ese legado y alcanzó a desempe­ñar un papel significativo como Canciller de la Dignidad, hermoso calificativo que portó con gallardía.

Los conflictos que laceran la Améri­ca Latina de nuestros días y socavan los proyectos posneoliberales invitan a me­ditar acerca del matizado análisis de la burguesía implícito en La historia me ab­solverá. Descartado el sector dependiente, subsistía un sector ambivalente, sujeto a ataduras en el plano de la subjetividad. Conformado por empresarios con recur­sos para impulsar el desarrollo de una base industrial, por profesionales de alta calificación, por terratenientes no azu­careros, el texto programático mantenía abierta la posibilidad de su incorporación a un común propósito liberador. Sin em­bargo, los ligámenes de la dependencia lastraron el crecimiento de una concien­cia de clase para sí. Imbuidos del sueño americano, obnubilados por la aparente modernización que asimilaba rápidamen­te los avances técnicos a la vida cotidiana de una zona restringida de la capital, in­fluidos por la arrasadora campaña anti­comunista, optaron por emigrar después del triunfo de la Revolución. Los funcio­narios de empresas siguieron el camino de sus jefes, muchos profesionales acom­pañaron a su clientela. Al igual que Cuba, otros países del Continente padecieron las consecuencias de un legado que vincula inexorablemente neocolonialismo y sub­desarrollo.

Ante el poder hegemónico, la resisten­cia se articula en el rescate de la cultura, así como en el cabal ejercicio del arte y la ciencia de la política.

En su discurso en el campamento Co­lumbia, al llegar triunfante a La Habana, Fidel se apresuró a poner en práctica este concepto. Definió en el pueblo a su inter­locutor verdadero, aliado imprescindible para solventar conflictos internos y exter­nos. En plena euforia, anunció que lo más difícil comenzaría en la hora de la victoria.

Conjuró la fractura latente represen­tada por los combatientes atrincherados en el Palacio presidencial. Funcionó de la misma manera en la salida del presiden­te Urrutia. En la denuncia del sectarismo y de la microfracción. Lo hizo de manera magistral en los hermosos y difíciles días de la Crisis de Octubre. Ante un auditorio dispuesto a inmolarse, planteó los cinco puntos sustantivos en defensa de los dere­chos soberanos de un pequeño país. Hizo pública la discrepancia con nuestro único aliado de entonces. En plena Guerra Fría, Cuba no se resignaba a ser pieza de inter­cambio entre las grandes potencias. Con todo ello, reafirmó la ética como principio básico para la defensa de la nación. La his­toria habría de darle la razón en más de un sentido. Volvería sobre el tema en el discurso pronunciado en el Aula Magna de la Universidad habanera al cumplirse cincuenta años de su ingreso en ese cen­tro de estudios. Nunca puede sacrificarse la visión estratégica en favor de la inme­diatez. Aludía en esos términos al pacto Ribbentrop-Molotov y también, sin lugar a dudas, a las consecuencias de la miopía manifiesta en la apresurada solución de la Crisis de Octubre.

En las palabras de Columbia, el lector atento, distante ya del fragor de un aconte­cimiento que volvió a estremecer al mun­do, descubre en una frase reveladora la preocupación por el retraso de las ciencias políticas con respecto a otros abordajes de los problemas de la sociedad. Ofrece una clave de primera importancia para valorar la razón de la incapacidad del pensamien­to de izquierda para hacerse cargo de los problemas contemporáneos, permeado él también por las ideas que emanan del po­der hegemónico. Embargado en el diario batallar desde el inicio de la lucha insurrec­cional, Fidel nunca ha dejado de estudiar. Lo hizo en la prisión y también en la Sierra Maestra. Confrontó teoría y práctica a tra­vés de su contacto con el campesinado. Lo hace ahora, desde la perspectiva de la Isla, al interrogarse sobre el futuro de la hu­manidad. Su responsabilidad de estadista le ha impedido hacer públicas las zonas más íntimas de su pensamiento. Queda en manos de los investigadores la tarea de armar el rompecabezas juntando datos, contextos y palabras.

El trasfondo de las ideas de Fidel su­giere una visión muy crítica del papel desempeñado por la Tercera Internacional. El estallido de la Revolución de Octubre había proyectado una esperanza hacia el planeta todo. En la década del 20 proliferó el nacimiento sucesivo de partidos comu­nistas en el centro y la periferia del plane­ta. La rigidez dogmática y la decisión de optar por la defensa del socialismo en un solo país subordinaron la conducta de los recién creados movimientos a una línea general adoptada al margen del análisis de las realidades concretas de cada lugar. Hubo conflictos soterrados, separación de militantes y dirigentes y el sometimiento a decisiones oscilantes según las circuns­tancias. Se pasó del obrerismo sectario a la constitución de los frentes populares. Disuelta la Internacional, a falta de un examen crítico del estalinismo que pro­fundizara más allá de la denuncia formu­lada por Jruschov en el XX Congreso del PCUS, la conducta adoptada no se modi­ficó en lo esencial. Atrapada en las redes de la Guerra Fría, la coexistencia pacífica, conveniente para las relaciones entre po­tencias, intentó congelar los movimien­tos liberadores surgidos en el proceso de descolonización. En esta coyuntura, se produjeron discrepancias entre el partido soviético y el cubano. Explícita en los idea­les del Che, la posición de la Isla se atenía a principios éticos de solidaridad, al con­cepto de que la supervivencia propia se entrelazaba con la multiplicación de focos revolucionarios.

En septiembre de 1960, Fidel acudió a la Asamblea General de las Naciones Unidas. Con la suspensión de la cuota azucarera y del suministro de petróleo, el conflicto con los Estados Unidos bordea­ba el abismo. Al propio tiempo, habían echado a andar los preparativos de la inva­sión de Playa Girón.

Las Naciones Unidas ofrecían una tri­buna para mostrar al mundo la verdad de Cuba. Como siempre, el conductor de la Revolución tenía clara noción del alcance estratégico de sus mensajes, así como de su destinatario real. Emergían las persona­lidades que habrían de impulsar el Movi­miento de los No Alineados. Un numeroso grupo de países, roto el vínculo formal con las antiguas metrópolis, ingresaban con plenos derechos en el foro internacional. Recordado sobre todo por el anecdotario que condujo a instalar la delegación cu­bana en el Hotel Teresa de Harlem y por la inusitada duración de la pieza oratoria, poco se ha analizado la originalidad del pensamiento conductor del discurso. Ante la expectativa de la prensa y de la amplia audiencia, el mensaje se dirigía a un inter­locutor bien definido. Era un tercer mundo polivalente, hecho de pequeños y grandes territorios, portador de varias culturas, matices en algunos casos, dominado por una civilización occidental que las aparta­ba de su memoria, urgido de necesidades y amenazado (como lo demostrarían los años subsiguientes) por el ejercicio de la violencia y por la traición de títeres corrup­tos. Los conceptos expuestos entonces respiran una atmósfera epocal. Expresan el núcleo generador de una reflexión que arriba a su plena madurez. Situado en una etapa que parecía anunciar un estallido emancipador, mantienen vigencia en la actualidad, después del derrumbe del so­cialismo europeo y la instauración de la globalización neoliberal. Nunca abando­nada en sus esencias, la herramienta analí­tica se irá eslabonando atenida a diferentes circunstancias históricas.

La controvertida toma de partido adoptada en ocasión de la invasión so­viética a Checoslovaquia merece una re­lectura contemporánea. Tras la premisa inicial respaldada, por necesidad políti­ca, la decisión tomada por los aliados del Pacto de Varsovia, el desmontaje crítico de las causas que condujeron a lo que en verdad constituía el reconocimiento de una derrota, resulta implacable en lo conceptual y en los términos empleados.

Sin paños tibios, coloca sobre la mesa las discrepancias entre el Partido cubano y sus aliados europeos. Afirma la total autonomía e independencia de la Revo­lución cubana y su dramática soledad en este lado del Atlántico, resultante del error estratégico cometido en el acuerdo Kennedy-Jruschov que dio término a la Crisis de Octubre. Plantea la indiferen­cia europea ante los problemas del tercer mundo, las concesiones derivadas de la política de coexistencia pacífica y su correlato, el proyecto de acuerdo de no proliferación de armas nucleares. Subra­ya, como profecía de una muerte anun­ciada, los riesgos latentes en la renuncia a los principios. Advierte las causas que determinaron las fisuras del sistema, tales como la pérdida de contacto con las ma­sas, la burocratización de los métodos, el abandono del internacionalismo, la aten­ción exclusiva a los estímulos materiales y el espacio creciente concedido a las rela­ciones monetario-mercantiles.

Las ideas de la posmodernidad han diseminado un falso antagonismo entre visión totalizadora y acercamiento frag­mentario. Establecen también un corte radical entre la tradición de la moderni­dad y el trascurrir contemporáneo. De esa manera, se instituye una nueva forma de maniqueísmo entre el bloque de lo defini­tivamente periclitado y las directrices de un presente avasallador, como si los tiem­pos no se solaparan en el rejuego de una memoria remota, la supervivencia de ayer y la configuración de lo nuevo, dejando de lado, además, la asincronía de etapas diversas en el planeta que distancian los centros de poder de zonas que sobreviven al margen de los adelantos de los medios de comunicación, junto a aquellas que, al modo de los mapuches chilenos, se aferran a su territorio y a sus costumbres. Un aná­lisis más cuidadoso revela que algunas críticas demoledoras al legado de la mo­dernidad se remiten a la prolongada su­pervivencia de un positivismo que exaltó la noción de la ciencia, concibió la marcha ascendente hacia el progreso y relegó un humanismo detenido erróneamente en el rescate del saber clásico greco-latino.

En más de un aspecto, Montaigne es el precursor del humanismo que nos corres­ponde reivindicar hoy y aquí.

La originalidad del pensamiento de Fidel y su contribución innovadora al proyecto socialista se elabora en torno a un eje central estructurado mediante preguntas encadenadas desde un hori­zonte de emancipación real, pasando por el análisis de las circunstancias concretas de la realidad. El ininterrumpido bom­bardeo de preguntas somete a crítica a las fuentes librescas y a la dinámica de la movible experiencia humana individual y social. Logra escapar así al dogmatismo estrecho y estático y vincula dialéctica­mente el factor político (desarrollo de la conciencia) con las necesarias medidas de orden económico. En términos con­temporáneos, la visión humanista consis­te en interconectar los factores históricos, geográficos, económicos y culturales que definen el contorno de la Isla, insepara­bles todos de las corrientes contradicto­rias que caracterizan, en cada momento, las líneas de fuerza del planeta. Ocurre entonces que, en Fidel, teoría y praxis se conjugan en el campo de la batalla an­ticolonial y en las vías de superación de la compleja herencia del subdesarrollo. Se trata, en síntesis, de consolidar estra­tegias antihegemónicas forjando alianzas contrahegemónicas, algunas transitorias, otras duraderas.

De esas premisas se derivan sus contri­buciones en el campo de las ciencias polí­ticas y su manera de afrontar el tema de la cultura. El estudio del pensamiento de Fidel en el ámbito de las ciencias políticas requiere serio abordaje a cargo de espe­cialistas en la materia. Me atrevo tan solo a apuntar que la lectura congelada en el tiempo del materialismo histórico intro­dujo una malformación de graves conse­cuencias que contradecía en lo esencial el modelo propuesto por Marx en su 18 Bru­mario y en su crítica a la Comuna de París. El autor de El capital percibió con claridad la convergencia de factores, con lo cual se distanció de posiciones deterministas, in­corporadas luego por contaminación posi­tivista. El desmontaje de un pensamiento que se ha expresado a través de discursos y entrevistas, marcadas por la coyuntura e iluminadas por un trasfondo conceptual teórico, como parte de un proceso de edificación de la futuridad en el terreno movedizo de lo humano, exige tener en cuenta la raíz martiana. La extensa obra del Maestro, preñada de ideas, se fue ha­ciendo también en el fragor del combate. El periodismo y el epistolario muestran las huellas de su coherencia intrínseca y de su progresiva maduración apuntalada en el aprendizaje de la vida. En ambos ca­sos, el ideario no responde a inmovibles formulaciones abstractas. Se traduce en términos concretos con la mirada pues­ta en el pueblo, interlocutor y partícipe indispensable para consolidar un movi­miento contrahegemónico.

La tarea urge. Es inminente en medio del complejísimo debate contemporáneo. Extraer las esencias del pensar y el hacer de quien mantiene plena lucidez en sus no­venta bien cumplidos es el mejor homenaje a un Fidel viviente en su ininterrumpida capacidad de reflexión y análisis.

Tomado de la Revista La Gaceta No 4, julio/agosto de 2016: http://www.uneac.org.cu

Leer más

Los pezones de Rihanna (+videoclip)

Rihanna comparte sesión de fotos desnuda con una serpiente

Por Jon E. Illescas

El coito sin fin del capitalismo

Rihanna es la Reina absoluta del videoclip mainstream. Si analizamos los 500 vídeos musicales más vistos de la primera década de YouTube, en nada menos que en 26 aparece la célebre cantante.1 La barbadense más internacional, apadrinada por el extraficante, rapero y multimillonario ejecutivo estadounidense Jay-Z, supera ampliamente a otras estrellas del pop como Justin Bieber, Katy Perry o Shakira. Sin embargo, la cantante tiene otro hito en su poder. El año pasado apareció por primera vez haciendo topless en su vídeo Bitch Better Have My Money (“Zorra, mejor que tengas mi dinero”).

Nunca antes se había producido un topless de una reina del pop en un videoclip dominante. La Madonna negra del siglo XXI superó a la caduca Madonna blanca del XX.2 Desde entonces, Rihanna no ha cesado en su empeño de mostrarnos los senos en cada uno de sus nuevos vídeos. Y ya llevamos tres.3

Así es, porque posteriormente al citado siguió con su estrategia de seducción, tanto en su videoclip Work (“Trabaja”) en compañía del rapero Drake, como en Kiss It Better (“Bésalo mejor”). En todos, la célebre intérprete decidió mostrar sus otrora privadas areolas al conjunto de la juventud mundial. ¿Exagerado? Los tres vídeos suman en pocos meses más de 350 millones de visualizaciones, una población que multiplica por tres la suma de todos los jóvenes de la Unión Europea y Estados Unidos.4 Pero, ¿cuál es la razón de esta aparente obsesión de Rihanna con sus pechos?

En realidad, no se trata de la voluntad de la cantante, aunque en última instancia, tenga que dar su consentimiento (faltaría más). Se trata del modo de producción que marca la lógica que determina la forma y el contenido de estos videoclips más comerciales: el capitalismo. En este sistema socioeconómico la mayoría de los productos se realizan con la “interacción” de dos clases sociales: los empresarios, que son los dueños de los medios de producción (empresas, medios de trabajo, materias primas, etc.) y los asalariados, que como no tienen aquellos han de trabajar para los primeros a cambio de un salario con el que sobrevivir. El problema es que, pese a las apariencias, no es un trato justo entre ciudadanos libres porque el salario tiene un valor inferior al trabajo realizado por los “currantes”.5 ¿De lo contrario, de dónde saldría el beneficio? El salario no paga el trabajo de más contenido en las mercancías propiedad del empresario. Por esa razón, una vez vendidas, los empresarios transforman ese plustrabajo /plusvalor en suculentas ganancias.

¿Y qué tiene que ver todo este anticuado “rollo marxista”? ¿No era más adecuado para los explotados obreros de las fábricas de algodón de Mánchester en siglo XIX que para los provocadores videoclips de la musa caribeña en el XXI? En realidad, no, porque la explotación capitalista se da en todos los sectores donde interaccionan económicamente estas dos clases sociales que todavía hoy escinden a la humanidad en dos partes enfrentadas. Poco importa si fabrican coches, helados, misiles, videoclips, condones o rosarios del Papa Francisco. El videoclip es así un producto audiovisual que en nuestro sistema adopta la forma social de mercancía capitalista, es decir, se fabrica mediante la inversión de capital de empresarios que contratan a trabajadores para producir un vídeo de su propiedad con el fin de venderlo en el mercado al mejor precio posible.

¿Y en qué momento entran en acción los pechos de Rihanna? En la lucha frente a la competencia. Pues resulta que el ojo humano, sea masculino o femenino, observa un 20% más rápido que cualquier otra imagen aquellas que poseen contenido sexual.6 Por esa razón otra famosa estrella del pop, Miley Cyrus, sentenció sabiamente aquello de: “Eres más famosa cuanto más enseñas las tetas”.7 Por ello en un mercado audiovisual (pongamos YouTube) repleto de videoclips en durísima competencia, es funcional para los empresarios que los financian utilizar el reclamo visual para congregar las atenciones de los espectadores.8 Una vez reunidas serán vendidas como nuevas mercancías a los anunciantes que pagarán por esos videoclips. Es decir, cuando millones de jóvenes queden atrapados/as observando la artísticamente realzada sexualidad de Rihanna o los pectorales de Justin Bieber, los anunciantes de turno tendrán que pagar al canal YouTube y a los propietarios del vídeo (Universal, Vevo, etc.) por haber construido un excelente cebo capaz de transformar esas atenciones en mercancía. De este modo, las empresas anunciantes podrán bombardear a los seguidores de Rihanna y Bieber con esa desarrollada forma de lavado cerebral llamada publicidad. Y todos contentos, ¿verdad?

En realidad, hay muchos que salen perdiendo. No sólo los trabajadores que cada vez son más pobres en relación con los empresarios,9 sino también los amantes de la música y el arte del videoclip. Debido a los condicionamientos capitalistas que encorsetan la música dirigida a las mayorías, ésta es cada vez más pobre musical y semánticamente hablando. Paralelamente, los videoclips que la ilustran tienen una forma y un contenido crecientemente homogéneos. La oligarquía mediática que personifica la lógica capitalista y de clase de la industria cultural impide que la música de masas sea más variada y de mayor calidad de lo que es.10

Además, con los videoclips mainstream se produce lo que denomino la “estrategia del coito sin fin”.11 Ésta basa su poder de atracción en la continua excitación sexual del espectador. Así retiene su mirada en una zozobra interminable que continuamente contiene la promesa del orgasmo que su mismo flujo comunicacional debe negar para que la atención sea constantemente (re) mercantilizada y desviada hacia la oferta mercantil representada en el contenido audiovisual. En el videoclip dominante, la maldición del coito sin fin alcanza su expresión más elevada y sus agotados voyeurs forman su castigado público fiel.

Como la oligarquía mediática que controla/censura la música de masas desde la cima de la industria impide que la música destinada a las mayorías verse sobre otros temas diferentes al sexo, la riqueza, la competitividad, la agresividad o el amor/desamor, hay decenas de temas importantes para la juventud que enmudecen o directamente desaparecen del flujo del videoclip mainstream. Entre ellos están aquellos que tienen que ver con la crítica al sistema: a las desigualdades sociales, las guerras, el hambre o el cambio climático. Pero tampoco encontraremos otros alejados de la política como la amistad, la solidaridad, la espiritualidad o el amor entendido más allá del unidimensional atractivo físico. Por eso cada vez veremos más vídeos de Rihanna enseñando sus intimidades y menos de aquellos que no versen sobre el reclamo sexual. Habrá más videoclips como Work y menos como el políticamente comprometido y parcialmente censurado They Don’t Care About Us de Michael Jackson.12 En la actualidad, la libertad artística de los cantantes más populares es de la más bajas que se recuerdan debido a la concentración y centralización del capital que ha permitido que la luz verde sobre los vídeos más comerciales que verán la luz se tome cada vez por menos manos.

La existencia de algún grupo crítico como Calle 13 o Rise Against en el flujo audiovisual proporcionado por la gran industria (con sólo tres grandes discográficas controlando la distribución de más del 92% de los videoclips más populares) no cambiará el hecho de que el flujo sea aplastantemente mayoritario en favor de ideologías y valores (o contravalores) funcionales para el empresariado.13 Un par de célebres amigos lo apuntaron hace mucho tiempo: “Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época […] La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan […] las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente”.14

Quizás en la huida sin fin a la que está abocado el capitalismo (económico, político y cultural) lleguemos a una situación que hoy todavía puede parecernos sorprendente. Así es porque quizás dentro de unos años, en los videoclips dominantes, las estrellas de la canción deberán realizar escenas de sexo explícito para llamar la atención de los espectadores.15 No en vano, no pueden reclamarla de otro modo ajeno a la sexualidad y si ya están mostrando pezones, no se puede disminuir la temperatura de la provocación. No enseñarlos a partir de ahora será un riesgo empresarial de primer orden. Al menos para Rihanna y similares. Y esto que parece una broma de mal gusto en realidad nos ilustra sobre el sinsentido (social) de nuestro sistema.

Llegados al final de esta reflexión, tres preguntas me rondan. De lo micro a lo macro: primera, ¿cuántos videoclips interpretará a partir de ahora Rihanna sin mostrar sus pezones? Segunda, ¿cuándo se realizará la primera penetración o felación de una celebridad en un videoclip dominante? Tercera, ¿cuándo la mayoría social se percatará que no hay otro presente cultural posible bajo el capitalismo? Añado una cuarta con ansias constructivas: ¿Cuándo los que deseamos lograr un mundo mejor nos daremos cuenta que con este “alimento cultural” no habrá futuro alternativo posible sin crear una cultura contrahegemónica que seduzca a las mayorías?

El tiempo pasa inexorable, se acelera y en manos de otros nos oprime sin que apenas se oigan respuestas. Comencemos al menos por preguntarnos en voz alta qué hacer o los de siempre, desde sus grandes altavoces, nos seguirán dictando el ritmo y la melodía de nuestras vidas. Y mientras tanto, desde el altar del poder secular de la burguesía, los pezones de Rihanna o quien la substituya serán el opio de un futuro repleto de cadáveres. Los nuestros, masacrados por lacerantes ritmos de trabajo, por la constante burla política y por el exterminio de toda cultura impregnada de humanismo.

No es cuestión de censurar el contenido sexual de ningún producto cultural, ni mucho menos, sino de entender que los seres humanos somos algo más que falos y pechos ansiosos de ser consumidos. Algo que, dicho sea de paso, contradice la función que el capitalismo nos tiene asignada. Por eso Rihanna es prisionera de sus propios pezones, convertidos en punta de lanza de las ubres del capitalismo internacional.

Notas:

ILLESCAS, Jon E. (2015), La dictadura del videoclip. Industria musical y sueños prefabricados. Barcelona: El Viejo Topo, p. 65.

Madonna mostró un pezón durante unas fracciones de segundo casi imperceptibles de un plano general de su videoclip Papa Don’t Preach (1986), donde ya era una estrella. En concreto en diferentes momentos del metraje entre el 1:36 y el 1:39.

Algunas veces sin ninguna prenda por encima (Bitche Better Have My Money) y en otras con alguna transparente (Work).

EUROPEAN COMISSION (2015), Situation of Young People in the UE, Bruselas: European Comission, p. 7. Datos para Estados Unidos: Indexmundi [Consultado el 19/04/2016].

MARX, Karl (2010), El Capital (3 tomos). Madrid: Siglo XXI [1872, (segunda edición en alemán con notas de la 3ª y 4ª)].

ANOKHIN, Andrey P. y otros (2008), «Rapid discrimination of visual scene content in the human brain». En National Institute of Health, [en línea], 4 de junio.

GÓMEZ, Lourdes (2014), «Miley Cyrus: ‘Eres más famosa cuanto más enseñas las tetas’». En El Mundo, [en línea], 6 de mayo.

El primero en descubrir la mercantilización del público fue el comunicólogo Dallas W. Smythe. Posteriormente, el que precisó que en realidad no era el público el que se transformaba en mercancía sino sus atenciones fue Tanner Mirrlees.

FARIZA, Ignacio (2015), «El 1% más rico tiene tanto patrimonio como todo el resto del mundo juntos». En El País, [en línea], 13 de octubre.

ILLESCAS, Jon E. (2015), La dictadura del videoclip. Industria musical y sueños prefabricados. Barcelona: El Viejo Topo, capítulo 10.

Ibíd., p. 283.

Nos referimos a su versión censurada Prision, pero también a la que obtuvo una censura menor y conocen casi todos sus fans, grabada en Brasil. Ibíd., pp. 400-402.

Ibíd., p. 138.

MARX, Karl y ENGELS, Friedrich (1846), La ideología alemana. Barcelona: Grijalbo [1972], p.50.

En los conciertos, varios cantantes de primera fila ya simulan tener sexo con sus seguidores. Véase: ILLESCAS, Jon E. (2015), La dictadura del videoclip. Industria musical y sueños prefabricados. Barcelona: El Viejo Topo, p. 287

Tomado de: https://www.elviejotopo.com

Videoclip Rihanna. Kiss it Better

Leer más

Fotografía contemporánea: la reconfiguración de los modos de representación en el documentalismo

La cámara lúcida. Notas sobre la fotografía. Roland Barthes Editorial Paidós

Por Leticia Rigat

Al interrogarnos acerca de los procesos de producción de sentido de la imagen fotográfica, nos encontramos con que si algo ha marcado su estudio y su historia es la continua reevaluación de su estatuto, de sus prácticas y de sus usos sociales. Reflexiones que se han delimitado a partir de ciertas contraposiciones: dispositivo –medio, técnica de registro– medio de expresión, documento –arte, etc.

Los problemas aquí planteados pueden relacionarse con debates que forjaron las teorías sobre lo fotográfico a lo largo del Siglo XX. En este sentido pueden pensarse la discusión sobre cómo establecer la relación entre fotografía y realidad, es decir, la relación entre el signo y el referente; la cuestión del lugar que el conocimiento del funcionamiento del dispositivo técnico ocupa en nuestra interpretación de la imagen; y finalmente el debate sobre los efectos de las tecnologías digitales en las prácticas fotográficas basadas en el soporte químico.

La fotografía apareció en el primer tercio del siglo XIX como resultado de avances en el ámbito de la óptica y la química y el uso, al menos desde el Renacimiento de la cámara oscura para la realización de retratos y paisajes, siguiendo los principios de la perspectiva geométrica lineal. Sin embargo, al hablar sobre fotografía hay que tener en cuenta que esta no nació sólo a partir de una evolución técnica que permitía fijar las imágenes en una sustancia fotosensible, sino también de la necesidad del hombre moderno de ‘fijar’ la realidad con la ayuda de la técnica.

Por su mecánica de realización y el conocimiento generalizado del funcionamiento del dispositivo fotográfico, la fotografía se ha interpretado durante mucho tiempo como una evidencia, como la retención de un instante y la fijación de la porción de un espacio que queda grabada sobre un material fotosensible a través de la mediación de un sujeto- operador que ha estado ahí y ha registrado el suceso.

La génesis técnica de la imagen fotográfica (Bazin 1945 [2004]) tuvo fuertes repercusiones en el modo en que se pensó a la fotografía, tanto en el debate que surgió en relación a la creación artística como en su aceptación documental. No nos ocuparemos aquí de recordar este debate, lo que sí nos interesa destacar es que desde comienzo de su historia la cuestión sobre el lugar que ocupa el dispositivo fue central en la reflexión sobre lo fotográfico. Desde un comienzo el debate se planteó en torno a si la fotografía sólo podía servir como instrumento capaz de reproducir las apariencias de manera puramente mecánica o si podía ser considerado un auténtico medio de expresión.

No obstante, esta asociación de fotografía y documento ha ido sufriendo revisiones y cuestionamientos a lo largo del Siglo XX. En este sentido, Phillippe Dubois (1990 [2008]) establece cronológicamente tres posiciones que se han dado en torno a este debate a lo largo de la historia de la fotografía. Tomando la Segunda Tricotomía de Charles S. Peirce, la distinción: ícono, símbolo e índice, Dubois diferencia tres formas ‘interpretativas’ en torno a la relación de la fotografía y la representación de la realidad. La primera es la fotografía como espejo de lo real (el discurso de la mimesis), que corresponde a su valorización en relación a su grado de semejanza con la realidad representada, entre el signo y el referente, es decir, un signo – icónico.

Avanzado el siglo XX se produce progresivamente una crítica a esta concepción ‘objetiva’ y ‘natural’. El debate se originó en torno a los teóricos que intentaban demostrar que sobre la representación fotográfica operaba una codificación, una convencionalidad culturalmente codificada. Lo que se cuestionaba aquí era el discurso de la mímesis y la transparencia, afirmando que la foto es eminentemente codificada (técnica, cultural, sociológica y estéticamente). Este punto de vista corresponde al segundo momento individuado por el autor: la fotografía como transformación de lo real (el discurso del código y la reconstrucción), que asocia al símbolo peirceano.

Finalmente, Dubois plantea un tercer momento, el de la fotografía como huella de lo real (el discurso del índice y la referencialidad). En tanto que es la luz que emana el referente la que se imprime directamente en la película fotosensible se puede plantear que la fotografía es una huella, un índice en el sentido de Peirce (1897 [1986]), quien ya en el siglo XIX, había reparado en la fotografía como un tipo de signo que mantiene con su referente una relación de contigüidad.

En la Sesión del 17 de Febrero de 1979 en el Collège de France al reflexionar sobre la fotografía, Roland Barthes observaba de que a pesar de que la encontrábamos en todos los niveles de la vida social, no se había desarrollado hasta el momento una teoría de la misma: no era considerada arte (a diferencia del cine) aun cuando había fotos artísticas, ni era incluida dentro de la alta cultura (como la pintura), lo cual lleva a delimitar al autor que lo específico de la fotografía es el ‘esto ha sido’, afirmando con ello la posición realista y constatativa de la imagen. Para Barthes (1980 [2005]), la foto es literalmente una emanación del referente, contrariamente a las imitaciones en la fotografía hay una conjunción de realidad y de pasado, y a partir de ello no puede negarse la existencia del referente. Como podemos observar el ‘esto ha sido’ de Barthes mantiene una relación directa con la idea de que la imagen fotográfica es un índice en el sentido peirceano. El “esto ha sido” es posible en cuanto la imagen fotográfica mantiene una continuidad física con el objeto que representa, es su huella y la reconocemos como tal por el conocimiento del funcionamiento del dispositivo que la produce.

No obstante, pese a ser uno de los postulados teóricos más citados al hablar sobre fotografía, la teoría de Barthes ha recibido varios cuestionamientos. Este es el caso de Eliseo Verón (1992 [1997]), quien destaca a la fotografía como medio, especificando que la imagen no es un imperio autónomo, sino que se halla en dependencias que reglamentan la significación en el seno de la sociedad (haciendo con esto último, referencia a una semiología general que desempeñaría una postura opuesta a la que caracterizó a la deriva estructuralista y el reduccionismo lingüístico). Partiendo desde aquí advierte que el ‘haber estado allí’ de Barthes es en realidad una operación de quien observa la fotografía y no una operación contenida en la imagen misma, y que la temporalidad de la fotografía puede neutralizarse e interpretarse más bien como un ‘estar allí’ (en el momento actual, articulándose con modalidades de lo reciente).

A partir de lo anterior Verón afirma que: “el término fotografía que define una técnica y la identificación de un soporte técnico no basta para definir una discursividad social” (Verón, 1992 [1997:56]). Y advierte que Barthes habla de la fotografía en general, sin distinciones y sin especificar tres discursividades fotográficas a las que en realidad está haciendo referencia, estas son: la fotografía artística, las fotografías que resultan de la utilización privada de la técnica y la fotografía de reportaje. Destacando, a partir de ello, a la fotografía como medio más que como dispositivo.

Consideramos que la reflexión de Verón da un punto de partida importante para pensar la situación actual de la fotografía, sobre ello volveremos hacia el final. No obstante, la cuestión del dispositivo es esencial para comprender los procesos de reconocimiento de la fotografía como imagen distinta a otras producidas por otros medios de representación. Detengámonos ahora en dos autores cuyas reflexiones pueden considerarse esenciales en el pensamiento sobre la especificidad de la fotografía canónica a partir de su dispositivo de producción: Phillippe Dubois y Jean-Marie Schaeffer.

Precisamente, Dubois (1990 [2008]) plantea que, en los fundamentos de la fotografía, la imagen y el acto que las definen son indiscernibles, siendo la fotografía en sus términos, una imagen-acto, poniendo con ello en primer lugar su dimensión pragmática. Asimismo el autor establece una diferencia entre el estudio sobre la fotografía y sobre lo fotográfico, especificando que su reflexión no se basa en un análisis de fotografías (es decir, de la realidad empírica de los mensajes visuales) sino de lo fotográfico como dispositivo teórico. De esta manera plantea que es esencial considerar a la fotografía en relación al dispositivo que la produce, a la idea de traza, de huella.

En este punto, Dubois aproxima el index fotográfico a ciertos signos cuyo sentido depende de la situación de enunciación en la que son utilizados (pronombres o adjetivos demostrativos y algunos adverbios de lugar y de tiempo). Se trataría, en términos del autor de signos cuya semántica está en función de su pragmática, según lo cual su sentido, es indicar, subrayar, mostrar su relación singular con una situación referencial determinada.

Como podemos observar, Dubois se aleja de lo postulado por Verón en cuanto a la significación de la imagen y especifica que se trataría de una designación ontológica que se encuentra en la constitución misma de lo fotográfico. A lo que el autor advierte que la idea de fotografía como index, como la certificación de existencia del referente en un momento y en un lugar determinado no explica el sentido de tal o cual imagen, la fotografía muestra, señala, pero nada nos dice acerca de la significación que hay que atribuir a esa existencia. Tras el proceso de inscripción hay procesos culturales de producción de sentido.

Continuando con esta línea de análisis sobre la indicialidad fotográfica, podemos destacar la teoría de Jean-Marie Schaeffer (1987 [1990]) que, analizando la fotografía desde una visión pragmática, ha especificado el aspecto icónico – indicial de la imagen. Retomando la definición de Signo de Peirce, Schaeffer advierte que no debemos olvidar que la fotografía se constituye mediante la combinación de tres dimensiones: representamen, interpretante y objeto. Por lo cual: el signo (imagen foto) representa algo (su objeto) para alguien (su interpretante) quien hará predominar en el acto receptivo la temporalidad o la espacialidad de la imagen fotográfica. Por lo anterior, en la fotografía, el representamen puede ser o un ‘índice icónico’ o un ‘ícono-indicial’, lo cual pone de manifiesto el carácter ambiguo del signo fotográfico que se halla en una tensión constante entre la función indicial y la presencia icónica.

Schaeffer denomina arché fotográfico al modo en que se obtiene una fotografía, al que hemos hecho referencia anteriormente. Es precisamente al conocimiento de este arché al que adjudica la fuerza auto identificatoria de la fotografía. Es a partir esta noción que podemos agregar que la distancia temporal (la separación entre la recepción visual del ícono y la fijación indicial) en la imagen fotográfica nace del conocimiento y del hecho que sepamos que “el ícono es la retención visual de un instante espacio- temporal real, el tiempo fotográfico es […] el tiempo físico (el momento y la duración) de la formación de la impresión”. (Schaeffer.1990).

Casi paralelamente a las reflexiones sobre la especificidad de la fotografía desde su dispositivo de producción de imágenes icónico indiciales y de sus cualidades en cuanto medio, comenzó a anunciarse el advenimiento de las tecnologías digitales, y con ellas profundas modificaciones en la producción, la circulación y la recepción de imágenes. La digitalización prometía la emergencia de nuevos medios con base en Internet, y cambios en los medios masivos. En el transcurso de estas transformaciones cobraron forma los discursos extensionistas que desde distintos ámbitos han ido anunciando la muerte de los medios técnico indiciales que caracterizaron la mediatización del siglo XX (Carlón 2012).

En el caso de la fotografía, estos discursos estuvieron intrínsecamente relacionados a las nuevas tecnologías, que iban poniendo en tela de juicio el estatuto de la fotografía como aquella representación garante de verdad. Con el proceso de digitalización el dispositivo fotográfico se vio modificado, por lo cual la reflexión pasó de considerar a una imagen analógica basada en materias foto-sensibles y procesos físico-químicos a una imagen digital constituida por impulsos electrónicos que se traducen en claves numéricas; de un tipo de imagen continua a una imagen discontinua.

Es posible observar que en los estudios actuales se tiende a pensar en los cambios a partir de dicotomías u oposiciones, como la contraposición de la fotografía analógica (como espejo de la realidad) frente a la imagen digital, en la que se retoma el debate entre imagen huella (como índice de lo que representa), una mímesis perfecta de la realidad y el carácter convencional y codificado de la fotografía. Estas oposiciones que caracterizaron el pensamiento en torno a lo fotográfico son (re)actualizadas hoy en la polarización: fotografía / imagen digital.

Con los cambios en el dispositivo se anunció la muerte de la fotografía y la llegada de una nueva Era, la de la post-fotografía, a partir de la cual se afirmaba que se caería el velo a través del cual se creyó en la representación fiel de lo real. En relación a esto, Mitchell (1992) afirmaba que una falsa inocencia había pasado, debíamos olvidar las distinciones entre imaginario y real. En relación a ello, el autor agrega que la imagen digital se adapta oportunamente a los proyectos de la era posmoderna, en la que se cuestionaba la primacía del mundo material sobre la imagen, y la propia existencia del mundo real: es el mundo de la simulación y de los simulacros (Baudrillard 1983 [2001]), erosión del principio de realidad: tecnosfera post-real, la denomina Robins (1997).

En un sentido similar, Joan Fontcuberta afirma que hay que abandonar la idea arraigada en la sociedad – desde su invención- de que la fotografía es el resultado de un automatismo natural y de que puede <copiar la naturaleza con la máxima precisión y fidelidad sin dependencia de las habilidades de quien la realiza>. Especifica así que es necesario abandonar la idea de que el procedimiento fotográfico es natural, automático, espontáneo, carente de filtros culturales e ideológicos, pues detrás de esa supuesta transparencia se esconde todo el dispositivo que hace que interpretemos la fotografía desde el lugar de la transparencia.

Nos advierte de esta manera que a partir de los años 80 del siglo pasado “en las artes visuales se ha acentuado la problematización de lo real en una dinámica que nos arrastra efectivamente a una profunda crisis de verdad” (Fontcuberta 1997 [2007: 15]). Así, los valores de lo documental (registro, verdad, memoria, archivo, identidad, etc.) que acompañaron a la fotografía durante los siglos XIX y XX van camino a la virtualidad en el siglo XXI con la fotografía digital, esto supone un cambio de naturaleza (que está relacionado, a su vez, a los cambios en la cultura, la sociedad, la política, y la economía):

“La fotografía argéntica aporta la imagen de la sociedad industrial y funciona con los mismos protocolos que el resto de la producción que tenía lugar en su seno. La materialidad de la fotografía argéntica atañe al universo de la química, al desarrollo del acero y del ferrocarril, al maquinismo y a la expansión colonial incentivada por la economía capitalista. En cambio, la fotografía digital es consecuencia de una economía que privilegia la información como mercancía, los capitales opacos y las transacciones telemáticas invisibles […] Responde a un mundo acelerado, a la supremacía de la velocidad vertiginosa y a los requerimientos de la inmediatez y globalidad” (Fontcuberta 2012: 12).

A lo anterior agrega que la fotografía digital se inscribe en una segunda realidad o realidad de ficción, y supone un proceso progresivo de desmaterialización -la impresión de la imagen ya no es un requisito de existencia- el actual soporte de la fotografía es la pantalla y los programas de tratamiento para visualizarla, por lo tanto, siempre está retocada o procesada: es una espiral de mutaciones.

Sumado a lo anterior, y en cuanto a los usos de la fotografía, Fontcuberta afirma que a partir de la digitalización, lo que comienza a quebrarse es el vínculo entre fotografía y memoria, las fotos ya no sirven para almacenar recuerdos, ni se crean para ser guardadas, sino que sirven como extensiones de las vivencias, que se transmiten, se comparten y desaparecen, mentalmente y/o físicamente, las fotografías hoy son una parte sustancial del acontecimiento, no ya su registro.

A partir de estas etapas en el pensamiento en torno a la fotografía nos proponemos reflexionar sobre el foto documentalismo, considerando cómo dichas concepciones en torno a las imágenes van motivando diferentes modos de representación.

Documentalismo fotográfico

Específicamente hablando del caso de la fotografía es posible diferenciar algunos momentos (o etapas) en cuanto al pensamiento sobre la fotografía en general y al foto documentalismo en particular a lo largo del siglo XX y principios del XXI, etapas que podemos nombrar como: moderna – posmoderna – contemporánea.

En primer lugar, por su génesis técnica la imagen fotográfica estuvo desde el principio unida a la idea de registro directo de lo real, es decir, sin la intervención directa de la mano del hombre. Desde esta perspectiva, la fotografía era recibida como una evidencia de los acontecimientos (unida esta idea a la mediación de un dispositivo técnico indicial y a una serie de instituciones y disciplinas que la adoptaron entre sus prácticas). Podríamos decir en base a esto que antes de la utilización del término documental (en relación con una modalidad discursiva), la fotografía estuvo unida al concepto de Documento: como imagen popular (retratos), uso estatal (identificación), registro de los cambios por los procesos de modernización y modos de observación en la ciencia.

El desarrollo de la categoría documental, relacionada a las imágenes fotográficas que reúnan determinadas condiciones y en base a ciertas dualidades, es un fenómeno del siglo XX relacionado a dicho campo discursivo y la emergencia de los medios de comunicación masiva.

La práctica documental surge en las primeras décadas del siglo XX, se trató de la conformación de una modalidad discursiva en torno a una serie de oposiciones y presupuestos, que dieron lugar a la clasificación de un tipo de imágenes que buscaba diferenciarse de las ficciones, en base a lo cual la representación de la realidad social debe realizarse a partir del registro directo y prescindiendo de intervenciones. Un punto crucial que se relaciona con la presencia de un dispositivo técnico de registro a partir del cual la imagen es interpretada como la inscripción de lo real en un material fotosensible.

Esto corresponde a nuestro primer momento individuado como Moderno, en el que se establecieron algunas constantes que permiten delimitar ciertos parámetros de cómo debe ser una fotografía documental. En primer lugar, la idea de la existencia de un referente real, en el que el autor no intervino en su representación (excepto en lo que refiere a selección, adaptación a las condiciones de exposición y encuadre), recibida desde la idea de autenticidad y en relación con el conocimiento de lo que es una imagen fotográfica (mediación de un dispositivo técnico).

En segundo lugar, la preeminencia de un determinado modo de representación: técnica y estilo realista en la búsqueda de crear un efecto-verdad (de tal manera que el referente se muestre como verificable y observable, diferente a la ficción en la que se impone la verosimilitud) a través de fotografía directa y sin intervenciones. En cuanto a los modos de representación se establece el canon del registro directo con recursos formales como: nitidez, frontalidad, encuadre simple (fotografía llana y exacta) y la idea de neutralidad1.

Y finalmente la importancia atribuida a la cuestión de lo social, centrando la mirada en el registro de situaciones de desigualdad, pobreza, injusticia: de todo aquello que iba quedando por fuera de los márgenes de la modernización (la contracara de lo que fue la documentación hacia fines del siglo XIX y principios del XX).

Tras la Segunda Guerra Mundial, en el arte se radicaliza el discurso moderno que planteaba su autonomía respecto a otras esferas de la praxis humana. En este contexto en el foto documentalismo es posible observar un giro del enfoque social a una fotografía de corte humanista (donde se prioriza el retrato y el hombre como centro de atención) alejándose progresivamente de la función social de cambio a los valores universales, la subjetividad y la representación de grupos sociales específicos considerados como ‘desviados sociales’ (una idea de contra retrato que dominó principalmente la escuela neoyorquina).

No obstante, a partir de los años 1960 y principalmente en la década de 1970, se produce un giro en torno al pensamiento de la fotografía y la representación en general, unida a una crítica hacia las concepciones modernas. En el arte esto se dio en lo que se conoce como el debate posmoderno de la fotografía, en los que se cuestionaban los pilares sobre los que se habían desarrollado las prácticas fotográficas, principalmente en las últimas décadas con el auge del modernismo.

En torno a esto, Jorge Ribalta (2004) delimita algunos aspectos que pueden considerarse comunes a la práctica posmoderna de la fotografía, retomemos dos. El primero es la búsqueda de alternativas al formalismo institucionalizado tardo moderno, en el que se legitimaba un arte despolitizado, a través del vínculo con la vanguardia histórica y con sus intentos de reconstrucción o neo-vanguardia de los ‘60. El segundo es la reacción al contexto geopolítico de fines de los ‘70 y la década del ‘80, una toma de postura que buscaba combatir y contrarrestar los efectos de la ola neoconservadora en la esfera cultural, y una forma de resistencia al neoliberalismo, que dio lugar a movimientos culturales de reivindicación identitaria, sobre la crisis del sida y contra la censura.

Pese a los rasgos comunes que compartían, las diferencias de las prácticas fotográficas pueden hacerse notar en la materialización de las producciones en tanto aparecen: 1) combinaciones de imágenes y textos, 2) imágenes en series o secuencias, 3) apropiación de imágenes de otros o de los grandes medios de masas, 4) la referencia y crítica a los estereotipos mediáticos, y 5) combinación de registro directo y puesta en escena (tanto en las imágenes de arte como en las documentales). Usos que se manifestaban como una crítica al realismo fotográfico y al canon moderno (en el que se reprimían las ficciones y escenificaciones) para poner de manifiesto que la producción, circulación y recepción de las imágenes responde a una elaboración cultural compleja.

En cuanto al documental, hay una revalorización del documental social y una crítica al documentalismo de corte humanista, buscando recuperar algunas tradiciones que habían quedado relegadas: como el documental reformista o las prácticas vinculadas a movimientos sociales. Se intentaba así, revitalizar el papel histórico-político del documental, para devolverle su dimensión social de cambio, y promover un arte representativo crítico que permita la comprensión del mundo social y develar cómo las imágenes contribuyen a dar forma a qué es lo real y qué es lo normal (un desplazamiento de los significados culturales en torno a los trabajadores, la sexualidad, el género, la militancia, etc.).

Muchas de las cuestiones abiertas en el debate posmoderno de la fotografía pueden pensarse como puntos iniciales de un gran número de transformaciones en los modos de representación que hoy podemos ver en las prácticas fotográficas contemporáneas. En efecto, en la actualidad pueden observarse cambios en los modos de representación en el documentalismo, en los que ya no se observa únicamente el registro directo, sino la intervención del autor (ya sea en el nivel de lo representado y/o en el nivel de la representación2) que rompe con el binomio documental / ficción que sirvió para el establecimiento del documental como modalidad discursiva.

Una modalidad que podríamos denominar Foto documentalismo Contemporáneo y se caracterizaría principalmente por la intervención manifiesta del autor. Las imágenes se presentan con escenas construidas, inscripción de los autores, textos, elementos colocados ex profeso junto a los retratados o en la escena, la (re) utilización de imágenes de otros fotógrafos y /o obtenidas en otros contextos o para otros usos sociales de la imagen (como el álbum familiar, imágenes de archivo, imágenes oficiales, etc.), y la utilización de la primera persona (autobiografía).

Se trataría de la emergencia de nuevas formas de representación, que no vienen a anular a las anteriores (aun hoy vemos aparecer obras documentales clásicas cuyo valor es indiscutibles), y que consideramos que están en estrecha relación a los cambios: en el pensamiento sobre lo fotográfico; en el arte (con la pérdida de su especificidad); el advenimiento de lo digital (con las profundas transformaciones que se dieron en el dispositivo y las prácticas fotográficas); y la emergencia de Nuevos Medios de Comunicación con base en Internet (y los cambios que estos trajeron a la sociedad).

Los cuestionamientos a los modos de representación establecidos en la modernidad que se dieron en los años 60 y 70, ponían a la fotografía (a sus características intrínsecas) en primer lugar para cuestionar la autonomía del arte y el contexto sociopolítico, con lo que se buscaba desmitificar a la representación, desnaturalizar ciertos significados y formas en las que se representa y con ello se construyen determinados significados sociales.

Toda una serie de rupturas que sientan las bases del Arte Contemporáneo, un arteposhistórico (Danto 2009) un arte después de la era del arte, en el que éste se libera de los aprioris dando lugar a un conjunto de prácticas que caracterizan la contemporaneidad. O como plantea Terry Smith (2012) la posmodernidad considerada como un momento de transición que supuso un cambio de conciencia y de referencia en torno a las imágenes y a cómo nos relacionamos con ellas.

Cuestiones que en las prácticas fotográficas proponían una revisión de las concepciones en torno a la relación de la fotografía con lo real (tanto en el arte como en el documentalismo), que tomó un nuevo rumbo en los años 1990 con el advenimiento de las tecnologías digitales y que en las primeras décadas del siglo XXI alcanzó su fase más crítica con el surgimiento de los Nuevos Medios de Comunicación con base en Internet, que generaban profundos cambios en los procesos de producción, circulación y recepción de las imágenes, y con ello a los cánones establecidos sobre los modos de representación.

Reflexiones finales

En el presente trabajo nos propusimos reflexionar sobre el documentalismo fotográfico, buscando caracterizar la modalidad contemporánea, refiriéndonos a lo contemporáneo no como una categoría meramente temporal, según la cual, todo lo realizado en el momento presente es contemporáneo, sino indagando sobre posibles formas de pensar el momento actual y la redefinición en los modos de representación en el foto documentalismo.

En efecto, en la actualidad pueden reconocerse cambios en los modos de representación en los que ya no se observa únicamente el registro directo (que definió el estilo de las representaciones en el siglo XX) sino la intervención del autor (ya sea sobre la escena o sobre la imagen) que rompe con los binomios que sirvieron para el establecimiento del documental como modalidad discursiva en las primeras décadas del siglo XX.

Podemos ubicar en los años 60 y 70 el comienzo de estas transformaciones, con la emergencia del debate posmoderno de la fotografía, que acompañó un profundo cuestionamiento sobre los fundamentos mismos del arte, de los discursos que sostenían su autonomía respecto a otras esferas de la praxis social y que había resurgido con fuerza tras la Segunda Guerra Mundial.

Como hemos visto, dichas prácticas posmodernas pueden ser vistas también como una respuesta crítica al contexto sociopolítico de la época frente a las políticas neoconservadoras en el contexto de la Guerra Fría y el avance del neoliberalismo, dando lugar a movimientos culturales que buscan desnaturalizar ciertos significados y formas en que se representan y con ello se construyen determinados significados en torno a la naturaleza humana.

En este contexto se abogó por la revitalización de la práctica documental como un medio para la transformación social, en la que se incluía la puesta en escena, las imágenes en secuencia, y la articulación con el texto. Una serie de transformaciones que se dan en la posmodernidad y que sientan las bases del Arte Contemporáneo, y podríamos agregar del Documental Contemporáneo).

Cuestiones que proponen una revisión de las concepciones en torno a la fotografía, y que alcanzaron su fase más crítica con el advenimiento de lo digital, y de los cuestionamientos a la credibilidad de la fotografía, a partir de un nuevo saber que viene a sumarse a los anteriores (saber del mundo y saber del arché) sobre las posibilidades de crear imágenes por ordenador y las múltiples opciones de manipulación de la fotografía. Sabemos que en la fotografía analógica las posibilidades de edición y de manipulación ya eran posibles, pero se relegaban al ámbito especializado. Dichas posibilidades vienen hoy a acrecentarse con los programas de edición, y lo que resulta crucial en este punto es que los mismos dispositivos traen en sus sistemas aplicaciones que posibilitan dicha transformación de la imagen, a partir de las que los usuarios pueden manipular sus fotos de manera sencilla utilizando ciertas opciones que le proporciona el artefacto.

En efecto, con el proceso de digitalización las ideas en torno a lo fotográfico se vieron profundamente modificadas, por los cambios a los que advenía el dispositivo fotográfico, que como hemos visto ha sido un punto central en cuanto a las concepciones de la imagen y los usos sociales de la fotografía. Con la llegada de lo digital la reflexión pasó de pensar una imagen analógica continúa basada en materiales fotosensibles y procesos fotoquímicos, a considerar una imagen digital discontinua formada a partir de códigos binarios.

Cambios que deben ser considerados más allá de lo tecnológico, a nivel cultural que alcanza nuevas formas de pensar el mundo, las representaciones, el conocimiento, etc. Lo que han cambiado son los modos de vida: con nuevas relaciones con el espacio y el tiempo (donde las distancias parecen acortarse y el presente se impone como categoría temporal por excelencia), nuevos sujetos productores de mensajes interrelacionados, nuevas formas de acceso a la información, nuevas maneras de configuración de lo privado y lo público (y hasta de lo íntimo), etcétera.

Transformaciones profundas en la sociedad y en las formas en las que se construye el sentido, y con ello nuestra relación con las imágenes, relación que ya no puede entenderse a través de binarismos como en la modernidad, y que en fotografía se relacionó con la necesidad del registro directo como forma de eternizar lo que deviene muerto, en una época marcada por la importancia del futuro.

Aquel ideal moderno que buscaba capturar lo que nos rodea a partir de artefactos técnicos va cediendo a nuevas configuraciones. En las últimas décadas esa idea de lo real comenzó a tener grietas, fisuras generadas por las ideas de artificio y construcción, con lo que se buscaba poner de manifiesto esa dimensión de representación, de artificial que tienen las imágenes a través de una serie de estrategias como la serialidad, el texto, la intervención, el montaje y la puesta en escena. Surge con fuerza lo autobiográfico, articulando la primera persona y rompiendo con el uso generalizado de la tercera persona como forma ideal del registro a través de la mediación de un dispositivo técnico indicial.

Nacida de la conjunción de los avances de la óptica y de la química, que la dotaron de dos valores respectivos, lo icónico y lo indicial, las nuevas formas del dispositivo eliminan su parte química y con ello se pone en duda su cualidad indicial. Esta problemática nos lleva a replantear nuevamente el estatuto de la imagen fotográfica, donde parecería persistir más que nunca su carácter icónico (es decir su grado de semejanza con lo que representa), donde cada vez se habla más de su aspecto simbólico, y la indicialidad entra en el centro del debate a partir de ser negada o desplazada al acto de producción, y a la presencia del autor.

Consideramos necesario analizar los cambios en la fotografía y en sus prácticas sociales en relación a las modificaciones generales en las mediatizaciones actuales y en las transformaciones que todo esto supone en los modos de vida en la actualidad. Los cambios se dan profundamente tanto en la producción, la circulación y la recepción.

Con los nuevos medios de comunicación se acorta la distancia temporal entre los flujos perceptivos, lo que se ve modificado principalmente es el modo y el tiempo en que dichas imágenes comienzan a circular, y con ello la ‘intencionalidad’ del acto fotográfico, ya no se trata de un registro para hacer perdurar lo que desaparece sino la instancia presente de participación, y con ello nos referimos no sólo a las imágenes creadas con fines periodísticos o de actualidad pública –imágenes que antaño hacían circular sólo los medios masivos- sino que ahora se reconfigura la participación de los sujetos, cuyas imágenes circulan en los nuevos medios. Hay una nueva concepción de lo público y lo privado, de los discursos sociales, donde los usuarios se transforman en productores de mensajes y resignifican los discursos de los medios masivos, como así también estos se hacen eco y reutilizan los de los usuario3.

Por otra parte, hay autores que ante la problemática contemporánea han comenzado a subrayar otro aspecto de la indicialidad fotográfica, por ejemplo, David Green y Joanna Lowry (2007) advierten que las fotografías no son indiciales únicamente por ser el registro de un instante y la extensión del espacio a través de la luz, sino que su indicialidad consiste también en el acto mismo de fotografiar. Recordemos que esta cuestión ya había sido señalada por Dubois al especificar que la imagen foto es del orden de lo performativo, tanto en la acepción lingüística de la palabra (cuando decir es hacer) como en su significación artística (la performance). Desde esta concepción, el acto fotográfico puede pensarse como una forma de designación de lo real a través de la imagen más que su representación. La indicialidad en este caso estaría determinada por <el modo de aludir al hecho de su propia inscripción>, como un gesto performativo que apunta hacia el suceso4.

Hoy advenimos a un cambio de paradigma, ya no se fotografía para perpetuar lo que desaparece, sino que las nuevas formas de circulación y construcción del sentido a partir de los nuevos medios de comunicación nos llevan cada vez más a fotografiar para como una forma de participación y de instantaneidad, en la gran red los discursos y las imágenes se comparten aquí y ahora; un nuevo rasgo de contemporaneidad que nos empuja a un presente constante en el que todos podemos dejar la huella, articular las imágenes con modalidades de lo reciente, tal como señalaba Eliseo Verón.

Los lenguajes o los modos de representación sufren modificaciones con el paso del registro directo de lo real (asociado a un determinado pensamiento sobre lo fotográfico) dando lugar a otro modo de representación caracterizado por la intervención, la recontextualización de imágenes, y el montaje; lo que viene a poner de manifiesto no tanto a un cambio tecnológico de los dispositivos utilizados sino principalmente un cambio de pensamiento en torno a la fotografía y su relación con lo que representa.

En los casos del documentalismo contemporáneo, puede observarse una reconsideración y resignificación de los lenguajes fotográficos en tanto se busca desnaturalizar ciertas formas de representación y se comienza a resignificar ciertas prácticas fotográficas: álbum familiar, archivos policiales, fotografía médica, prácticas etnográficas, etc. Una intervención que más que una distancia con lo real puede pensarse como un distanciamiento con el realismo.

El documentalismo en su modalidad contemporánea, aun cuando introducen elementos ficcionales en la representación, no pierden su componente documental en cuanto a la producción de conocimiento, enunciados que parten del presupuesto de que el enunciador dice la verdad y es capaz de constatar dicho acontecimiento, y un hecho o referente que se supone representado de acuerdo a lo que es.

Cambios en los modos de representación en el documental (y en la fotografía en general podríamos decir) que se profundizan con fuerza a partir de la década de 1990 y en cuyas prácticas podemos ver muchas características del arte, produciendo una redefinición del binomio documental-ficción. Una redefinición de los lenguajes que nos llevan a pensar a la fotografía por fuera de los axiomas que hacían de ella un espejo de lo real. Formas que no rompen con lo real en cuanto a su diferencia con lo imaginario sino con las formas en las que históricamente se buscó representarlo.

En la actualidad este binomio es redefinido a partir de poner en evidencia el carácter de ‘constructo de los documentales’, poniendo de manifiesto el rol del documentalista en dichas construcciones, su intervención en los acontecimientos y/o en una reflexión sobre la construcción misma de las imágenes. Una intervención que introduce lo ficcional y que no implica que todo está registrado como ‘verdadero’, sino que a través de la intervención introducen la carga del testimonio, no ya desde la despersonalización a la que aspiraba el documental moderno, sino desde la propia marca en la escena que indica, señala, propone lecturas y relecturas de otros contextos, resignifica otros discursos y otras modalidades de dichos discursos, reutiliza imágenes de otros, fotografías que le son dadas, y las resignifican en un nuevo contexto, el presente. Un presente marcado por el pasado, y un pasado que es revisitado desde sus ecos en el momento actual, estableciendo nuevas relaciones.

La inclusión de dichas estrategias en el foto documentalismo contemporáneo pueden relacionarse a la intervención manifiesta de los autores, pero no ya como una búsqueda de aproximar a la fotografía al campo del arte sino como la inscripción de la propia interpretación de los hechos, un giro hacia la autorreferencialidad, a partir de lo cual la fotografía se va convirtiendo en una representación / interpretación de los real (Ledo, 1998).

Notas

  • Surgen en este contexto la Nueva Objetividad, la Candid Photo, la Street Photo, entre otras, a partir de la idea de observación sin participación: tomas urbanas y de personajes anónimos, donde la cámara pasa desapercibida y la imagen parece sacada de lo vivo. En el caso de la inclusión de la fotografía al arte, es posible ver que también hay una valorización del medio fotográfico en su especificidad técnica y sin intervención como una forma de hacer entrar a la fotografía al movimiento moderno.
  • Diferencia que establece Metz (1974) en “Ficciones de teatro, ficciones de cine” en donde afirma: “En la base de toda ficción está la relación dialéctica entre una instancia real y una instancia imaginaria, dedicada la primera a imitar a la segunda: hay representación, que incluye materiales y actores reales, y hay lo representado, que incluye propiamente lo ficcional”.
  • Para un análisis en profundidad de la reconfiguración de estas instancias discursivas ‘ascendentes’ y descendentes’ son interesantes los análisis de Mario Carlón sobre la televisación de la votación en el Senado argentino por el matrimonio igualitario, en donde los medios adquirieron diferentes estrategias enunciativas haciendo públicos los comentarios de los usuarios de las redes (Carlón, 2012). Sobre esto Carlón (2015) advierte: “Estos medios son distintos de los masivos que establecían una dirección comunicativa desde ‘arriba hacia abajo’, descendente, y construían a todos en públicos, audiencias, etcétera. Son multidimensionales: habilitan el desarrollo de comunicaciones horizontales entre internautas semejantes. Y, por sobre todo, ascendentes, porque les permiten a quienes no podían hacerlo, amateurs excluidos de la circulación discursiva, publicar, comentar, compartir, apropiarse de discursos mainstream, difundirlos, burlarse de ellos, etcétera. Es decir, formar parte de la nueva arena comunicacional. Y sus discursos no son todos iguales: su diversidad es amplia y las redes de comunicación en las que participan complejas” (Carlón, 2015: 45).
  • Para plantear esta segunda forma de indicialidad parten de la teoría del discurso de Austin (1955) elaborada a mediados de los años ‘50 en los que se centra en el análisis de ciertos actos del lenguaje que no pueden explicarse mediante teorías del lenguaje que centran su análisis en frases conocidas como ‘constatativas’ (frases que parecerían describir un acontecimiento o un hecho). Los fenómenos lingüísticos que le interesan a Austin –a los que denominó performativos- podrían interpretarse como acciones, por lo tanto, más allá de nuestras formas de utilizar el lenguaje para transmitir información o hacer afirmaciones sobre el mundo, también lo usamos para hacer cosas, tal como ocurre cuando hacemos preguntas o promesas, damos órdenes, pedimos disculpas. Estas ideas produjeron cambios profundos en las teorías sobre la naturaleza del lenguaje y en la lingüística en la segunda mitad del siglo pasado. A partir de ellas Green y Lowry plantean que existe un paralelismo en cómo pensamos a la fotografía como un tipo de constatación que parece describir un suceso, pero que más allá de la idea de inscripción constatativa de lo real, la fotografía puede entenderse como una señal, una designación de lo real.

Referencias bibliográficas

Barthes, R. (1980 [2005]) La cámara lúcida, Buenos Aires: Paidós.

Baudrillard, J. (1983 [2001]) “La precisión de los simulacros” en Wallis, B. (Ed.) (2001) Arte después de la modernidad. Nuevos planteamientos en torno a la representación. Madrid: Akal.

Bazin, A. (1945 [2004]) “Ontología de la imagen fotográfica” en ¿Qué es el cine? Madrid: Rialp.

Carlón, M. y Scolari, C. (Eds) (2012) Colaborarte. Medios y artes en la era de la producción colaborativa, Buenos Aires: La Crujía.

Carlón, M. (2015) “Registrar, subir, compartir. Prácticas fotográficas en la era contemporánea” en Actas V Simposio Internacional de Estética: estética, medios y subjetividades. Santiago de Chile: Pontificia Universidad Católica. en Actas V Simposio Internacional de Estética: estética, medios y subjetividades. Santiago de Chile: Pontificia Universidad Católica.

— (2012) “En el ojo de la convergencia. Los discursos de los usuarios de Facebook durante la transmisión televisiva de la votación de la ley de matrimonio igualitario” Carlón, Mario y Fausto Neto, Antonio (Comp.) (2012) La Política de los internautas. Buenos Aires: La Crujía.

Danto, A. (1997 [2009]) Después del fin del arte. Barcelona: Paidós.

Dubois, P. (1990 [2008]) El acto fotográfico y otros ensayos. Buenos Aires: La Marca.

Fontcuberta, J. (1997 [2007]) El Beso de Judas. Fotografía y Verdad. Barcelona: Gustavo Gili.

— (2012) La cámara de pandora. La fotografía después de la fotografía. Barcelona: Gustavo Gili.

Green, D. (Ed.) (2007) ¿Qué ha sido de la fotografía? Barcelona: Gustavo Gili.

Ledo, M. (1998) Documentalismo Fotográfico. Éxodo e identidad. Madrid: Cátedra.

Metz, C. (1974 [2001) El significante imaginario. Psicoanálisis y cine. Barcelona: Paidós.

Mitchell, W. (1992) The reconfigured eyes: visual truth in the post-photographic era. Cambridge: Mass Mit Press.

Peirce, C. (1897 [1986]) La ciencia semiótica. Buenos Aires: Nueva Visión.

Ribalta, J. (Ed.) (2004) Efecto Real. Debates posmodernos sobre fotografía. Barcelona: Gustavo Gili.

Robins, K. (1997) “¿Nos seguirá conmoviendo una fotografía?” en Lister, M. (Comp.) La imagen fotográfica en La cultura digital. Barcelona: Paidós.

Schaeffer, J.M. (1987 [1990]) La Imagen precaria: del dispositivo fotográfico. Madrid: Cátedra.

Smith, T. (2012) ¿Qué es el arte contemporáneo? Buenos Aires: Siglo XXI.

Verón, E. (1997 [1992]) “De la imagen semiológica a las discursividades. El tiempo de una fotografía” en Espacios públicos en imágenes, Veyrat-Masson, I. y Dayan, D. (Ed.), Barcelona: Gedisa.

Tomado de: http://www.designisfels.net

Leer más