Obra de la artista plástica cubana Belkis Ayón (La Habana, 1967-1999)
Por Oilda Hevia Lanier
Las protagonistas de esta historia1
En este texto me acercaré a la vida de sesenta y cinco mujeres de ascendencia africana. Quienes, en una sociedad esclavista, profundamente opresiva para las personas de tez oscura, fueron capaces de generar disímiles iniciativas y estrategias para convertirse en propietarias de esclavos. Un logro que les sirvió a muchas de ellas para ganar en movilidad económica y social, contribuir a mejorar la calidad de vida de sus familiares y descendientes, y a la vez demostrar que eran capaces de insertarse con relativo éxito en la sociedad, a pesar de todos los obstáculos y limitaciones que les imponía el sistema. Una aspiración que la inmensa mayoría de las personas de su mismo color de piel no pudo materializar.
Las mujeres de esta historia proceden de culturas diferentes. Cuarenta y cinco de ellas fueron traídas de manera forzosa de África. Dieciocho de ellas se reconocieron como carabalíes, cuatro mandingas, dos congas, dos gangá, una mina, una lucumí, dos expresaron provenir de Guinea y quince se declararon o fueron registradas como “procedentes de África”. Otras cinco llegaron a la Isla desde distintos puntos del Caribe, y quince nacieron en La Habana. De las caribeñas, dos llegaron desde Santo Domingo, una de Nassau y otra de Jamaica.
Sus puntos de partida fueron diferentes. Algunas se iniciaron en el mundo de la compra/venta de esclavos luego de trascender la condición de esclavas. Otras nacieron en el seno de familias ya iniciadas en esa tradición y la continuaron. Y por último, estuvieron aquellas que, por un golpe de suerte del destino, se convirtieron en herederas del patrimonio (inmuebles, esclavos, dinero, etc.) de sus compadres y/o amigos de nación, trataron de mantenerlo y, si les era posible, aumentarlo por esta vía.
Todas nacieron entre las décadas finales del siglo XVIII y los primeros años del XIX. Probablemente, lo único que tienen en común es que la parte más activa y fecunda de sus vidas, transcurrió indistintamente en La Habana durante los primeros sesenta años de esta última centuria.
Diecisiete declararon ser solteras, veintitrés casadas, veinte y dos viudas, y tres no hacen mención del tema. En todos los casos, los matrimonios se efectuaron con hombres de su mismo color de piel, unos libres, otros esclavos, y, en ocasiones, eran de su misma nación africana. Veintiocho de ellas tuvieron hijos. Dieciséis, durante el matrimonio; seis declararon tener hijos naturales, y las otras tampoco hacen alusión a ese aspecto de sus vidas. Sin importar el estado civil, veintinueve de ellas no tuvieron descendencia alguna. Casadas o no, seis tuvieron la desdicha de que sus hijos fallecieran. A veces perdían a uno, como la criolla Maria Josefa Palacios, cuya única hija murió a los pocos meses de nacer; en otras ocasiones, a varios, y hasta las hubo que los perdieron a todos. Este tipo de eventos podía ocurrir a los pocos días de nacer la criatura, a los meses o durante su juventud. La falta de preparación que tenían las madres era, según el Dr. Luis Ros de Cárdenas, la causa de que cerca del 75 % de los niños no sobreviviesen los primeros siete días de nacidos. La pérdida de esos seres queridos contribuye a explicar por qué algunas de ellas, como la antes mencionada criolla, al final de sus vidas estaban solas.2
Seis criollas y tres africanas mencionan que tienen familiares en la Isla. Mientras, entre las últimas dos refieren como familiares a los hermanos y la otra, a una tía que tuvieron la dicha de reencontrar en La Habana; las criollas, mencionan a sus propias familias nucleares. Algunas de estas propietarias integraban a sus familias niños que, sin importarles su raza y condición social, los criaban como suyos. No siempre la causa era que no tenían hijos propios; hay historias de especial cariño y piedad, como la de Rafaela Vázquez, casada y madre de dos hijos, que crió a las mulaticas Juana y Daniela. La formación de nuevas familias, ya fuese nuclear o de cualquier otro tipo que les permitieran sus circunstancias personales, es una muestra de la capacidad de readaptación de estas personas y de la necesidad de crear nuevos vínculos afectivos que les sirvieran de estímulo en sus vidas.3
El pasado de las mujeres africanas es una incógnita. Conocer aspectos sobre su vida personal y familiar, o cualquier tipo de experiencia laboral que hayan tenido en África, apenas es posible. Es cierto, algunas no conocieron a sus padres, como la lucumí Juana Gavá, o salieron de África siendo muy pequeñas, como Manuela Pacheco, que por tener solo diez años no podía rememorar nada sobre su vida pasada; pero hay evidencias que confirman como otras sí conservaban esos recuerdos, ya fuese porque llegaron jóvenes o porque contaron con la suerte de encontrarse en la ciudad con familiares o personas que pertenecieron a sus mismos pueblos en sus tierras de origen.4
Cuando eso sucedía, lo mismo en el ámbito familiar que en los cabildos, cofradías y hermandades que los africanos crearon en la Isla con el propósito de mantener vivas sus costumbres, estas mujeres recuperaban buena parte de las tradiciones y cultura de sus ancestros, que, por haber sido arrancadas de sus tierras muy jóvenes, no tuvieron la oportunidad de conocer.5 En más de una ocasión, hijos, sobrinos, hermanos y nietos de estas féminas dieron fe de ello sacando a la luz en causas judiciales nombres africanos y trozos de historias sobre antepasados que nunca conocieron.
De aquellas que poseían esa información, no ha sido posible precisar los motivos por los cuales no la mencionan en sus testamentos. Según las autoridades, como la introducción de negros en la Isla se producía de manera ilegal y los traficantes no podían dejar rastro alguno, no había manera de justificar documentalmente la troncalidad de africanos venidos a esta Isla con los que quedaron en África. Otras posibles explicaciones pudieran estar relacionadas con el dolor que podía suponer para algunas recordar su pasado o, todo lo contrario, percibían como un estigma para ellas y sus descendientes dejar plasmada en un documento de carácter legal una información que aludía a su antigua condición de esclavas. Dicho comportamiento no sería de extrañar, debido a los prejuicios que pesaban sobre los africanos.6
De las cuarenta y cinco africanas elegidas, solo tres ofrecieron algunas referencias de su familia africana. Pero esa parte de sus vidas fue expuesta solo en casos de extrema necesidad ante los canales legales pertinentes, y no precisamente por ellas, sino por otros familiares o amigos que provenían de las mismas tierras de origen y con quienes, luego de un azaroso reencuentro, se estrecharon lazos en La Habana.
Una que se vio precisada a hurgar en el pasado de su familia, fue la criolla Evarista Gonzáles, sobrina de la africana de nación lucumí, Belén Álvarez (Luoco en su tierra). Como su tía murió sin otorgar testamento y era poseedora de algunas propiedades y dinero, Evarista y sus hermanas, como únicas herederas, promovieron una causa judicial para reclamar esos bienes. Pero, para tener derecho a la herencia debían probar legalmente que eran hijas legítimas de Agustín, hermano de Belén. Imposibilitada de presentar cualquier tipo de documento legal probatorio de esos vínculos, Evarista, según disponían las leyes, buscó a varias personas de la nación lucumí procedentes del mismo pueblo que los hermanos allá en África, para que sirvieran como testigos del parentesco. Luis Pastrana, Jorge Soto, Manuel Curuñe, Cayetano Lundier, Prudencio Cersibier, Felipe Pitarrúa y José Acosta, todos mayores de 68 años, lucumíes y habitantes del pueblo de Regla, testificaron ante las autoridades que habían conocido a los padres de Belén y Agustín en África. Se llamaban Elocun Esín y Dada, y que se unieron en su tierra según las costumbres de su nación. Ambos pertenecían al imperio de Oyó y fallecieron antes que sus hijos fueran sacados de África. Probablemente, en alguna de las guerras en que se vio envuelto ese territorio, los padres perdieron la vida y los hijos fueron capturados por cazadores de esclavos y traídos como cautivos a la Isla.7
Belén y Agustín no solo tuvieron la suerte de reencontrarse en La Habana, sino también la de ser comprados por amos que residían en el mismo entorno urbano, lo que les permitió reconstruir, aunque fuese en otras condiciones, los vínculos familiares rotos por la trata ilegal. Belén, al parecer nunca se casó, pero su hermano Agustín (Oyó en su tierra) sí, y tuvo tres hijas, una de ellas ra Evarista, la demandante.8
De las nacidas en la Isla, es más factible establecer sus datos generales, pues contaban con documentos legales (partidas de bautismo y matrimonio), padres, hermanos y abuelos. De las quince criollas elegidas, doce son hijas de matrimonio constituido y mencionan referencias de sus padres e hijos. Si de las otras tres no se dispone información alguna, es porque no aluden al tema en sus testamentos. En ciertos casos, dicha omisión está relacionada con la premura con que se redactaba el documento, y en otros con la intención de evitar mencionar que son hijas naturales o que alguna vez fueron esclavas.
No ha sido posible precisar la edad de todas ellas. Según el célebre escritor Francisco Calcagno, un negro de nación nunca sabía su edad, ni en cuál año llegó de África. Sin embargo, al parecer esa afirmación no es válida para todos los africanos que llegaron a la Isla. Algunas féminas sí pudieron ofrecer ese dato y en el momento en que mandaron a redactar su última voluntad cifraban entre 34 y 80 años. Por ejemplo, la liberta carabalí Isabel Santa Cruz declaró al momento de testar, que tenía 45 años; mientras, la también carabalí Maria Concepción no solo declaró que tenía 50 años, sino que también sabía que una de sus esclavas, de origen lucumí, contaba 30. Lamentablemente, no ha sido posible precisar si eran ellas mismas las que a partir de determinadas precisiones podían establecer su verdadera edad, aproximada o no, o un cálculo realizado por los escribanos de acuerdo con la apariencia física o los datos que ellas les ofrecían de sus vidas.9
De manera excepcional, fueron encontradas dos mujeres nonagenarias. Probablemente, esa longevidad está relacionada con su permanencia en el entorno urbano, con la posibilidad que tuvieron algunas de libertarse siendo jóvenes y poder vivir de pequeños negocios que no requerían de grandes niveles de esfuerzo físico y estrés psíquico. Además de aquellas que procedían de familias acomodadas, donde nunca sirvieron en trabajos duros o sufrieron castigos corporales.
Por lo general, no se expresa la causa de muerte, pero casi siempre fueron víctimas de enfermedades relacionadas con un pasado de pobreza, o de largas y agotadoras jornadas de trabajo. Entre ellas la angina de pecho, las enfermedades cerebrales, el cólera y la gangrena. Las hubo que fueron víctimas de las distintas epidemias que asolaron a la ciudad. Las consideraciones aquí expresadas, se sustentan principalmente en la información recogida en sus testamentos, aunque también se utilizaron documentos de compra/venta de esclavos y pleitos judiciales. Mientras algunas, como la carabalí María de la Concepción, solo cuando agonizaba víctima de un ataque cerebral se decidió a expresar su última voluntad, otras tomaban esa decisión ante determinadas circunstancias personales o urgidas por eventos específicos que afectaron a la ciudad a lo largo del siglo XIX. Por ejemplo, la epidemia del cólera morbo que se desató en 1833 fue motivo para que los cónyuges Juan Calderón y Tomasa Entralgo, ambos de la nación carabalí, temerosos por el inminente riesgo que corrían sus vidas, decidieran testar de manera conjunta para “… arreglar nuestros negocios y distribuir nuestros bienes…”, y en especial, para no quedarse desamparados en caso de que solo falleciese uno de ellos, pues antes del matrimonio no poseían bienes. Razón no les faltó, pues Juan fue una de las víctimas mortales de esa tragedia. En ausencia del cónyuge, Tomasa quedó al frente del patrimonio construido durante el matrimonio. Este consistía en una casa y once esclavos. Lamentablemente no se ha podido precisar si Tomasa gozaba de la fuerza y juventud necesarias para controlar ella sola a sus esclavos, pues el matrimonio carabalí no dejó descendencia.10
Algunas fueron reservadas en cuanto a expresar la cuantía de sus bienes. Casi siempre porque dejaban previamente repartidas sus propiedades entre sus herederos, o estos ya estaban al corriente de cómo debía ser la distribución de los mismos. De esa forma se evitaban largos y engorrosos procesos judiciales. En cambio, otras dejan todo muy bien estipulado, en particular en los casos de matrimonios que no contaban con familiar alguno, y querían protegerse mutuamente instituyéndose herederos el uno del otro. Una preocupación central para muchas de estas mujeres, fue esclarecer quiénes eran sus beneficiarios y las razones por las que merecían esos beneficios. Y asimismo, señalar a aquellas personas a las que se les debía pagar, cobrar, exonerar del pago de alguna deuda o que quedaban desheredados por cualquier motivo.
Si bien los inventarios de bienes nos ofrecen una idea del patrimonio material que construyeron a lo largo de sus vidas y las posibles maneras de las que se valieron para lograrlo, las explicaciones que ofrecen para justificar el modo en que lo distribuían nos adentran en sus conflictos, desavenencias, temores, errores cometidos, así como en el universo íntimo afectivo que lograron construirse en esta parte del mundo, o la inmensa soledad en que terminaron sus vidas.
Obra de la artista plástica cubana Belkis Ayón (La Habana, 1967-1999)
Todas declararon en su testamento tener un esclavo, y la mayoría adquirieron otras propiedades siempre dentro de los límites que les imponía el gobierno colonial. Por lo general, compraban terrenos, cuartos, solares, ciudadelas y casas. En algunos casos para arrendarlos, y en otros para introducirles algunas mejoras y posteriormente revenderlos a más alto precio.
También adquirieron sitios de labor y vegas de tabaco, y las había que se concentraban en la cría de animales. Por ejemplo, la “mediana fortuna” que logró Cayetana Beato, la construyó a partir de la cría de caballos, cerdos y aves. En una demanda judicial que emprendió contra las autoridades de su localidad, con cierto orgullo declaró que eran “exclusivamente suyos” lo mismo que su esclavo Manuel.11
Otras, en cambio, preferían trabajar dentro de sus casas y les introducían modificaciones para tales fines. En su interior, montaban trenes de lavado, plancha, talleres de costura y pequeñas fábricas de distintos productos. Así lo hizo María Francisca Ruíz, quien en 1852 estableció en una casa de su propiedad, sita en Factoría No. 13, una fábrica de velas de sebo.12
Las que elegían establecer sus negocios fuera del entorno del hogar, vendían efectos por las calles, se empleaban como criadas o montaban puestos callejeros de ventas variadas. Como muchos de esos artículos eran de escaso valor y las ganancias a partir de estos pequeños negocios eran variables, hubo féminas más habilidosas que con una misma licencia del gobierno mantenían varias ventas de manera simultánea. Por lo general, tenían cuidado de que fuesen mercancías similares, para así poder justificarse o alegar “ignorancia” si eran descubiertas por las autoridades.13
También en la plazuela de alguna iglesia, instalaban puestos de frutas, como hizo la gangá ña Tula, con cuyos zapotes, anones y mameyes, reunía sus mediecitos para poder descansar cuando fuera vieja; o como hizo la parda libre Eusebia Peñalver, quien en1847 pidió permiso para vender tabaco elaborado y frutos del país.14 Respecto a estas últimas, el escritor Francisco de Paula escribió:
Uno de los puestos de frutas más notables […] es el que diariamente establecía la negra Mariana en los portales de la antigua Intendencia y al cual acudían á refrescar y á matar el tiempo, allá por los años 1850 á 1860, todos los empleados de Hacienda y de Gobernación, haciendo en él gran consumo de naranjas, de agua de coco, de caimitos y de otra diversidad de frutas. (…) Mariana debió enriquecerse vendiendo frutas a los empleados de aquella década, algunos de los cuales aún deben recordarla con fruición…15
Las más osadas, con los beneficios que obtuvieron a partir de esos desempeños, o usufructuando los esclavos e inmuebles, adquirieron nuevas propiedades. Esas otras adquisiciones eran casi siempre del mismo tipo y con la intención de ponerlas en usufructo.
Además de bienes muebles e inmuebles, a los africanos les gustaba comprar prendas de oro. Las joyas entre estas personas cumplían una doble función. Era un dinero invertido que podía ser prontamente recuperado en caso de ser necesario, al tiempo que representaba un símbolo exterior de la solvencia económica alcanzada. De no ser necesario venderlas, las guardaban celosamente y al final de sus vidas se las dejaban en herencia a sus seres más queridos –de preferencia sus ahijados–, como muestra del cariño que hacia ellos sentían.
Algunas más apegadas a la tradición prefirieron guardar su dinero. Al igual que sucedía con las joyas, dejar repartidas pequeñas cantidades entre sus seres más queridos era, entre estas personas, una demostración de cariño. También, por caridad y para salvar su alma, ayudaban a alguien enfermo, necesitado o que le hacía falta una pequeña ayuda para comprar su libertad. En alguna que otra ocasión, depositaron su dinero en el Banco Español de La Habana.
Con independencia del nivel económico alcanzado es posible concentrarlas en determinadas áreas de la ciudad. Según el censo de 841, 13 298 mujeres libres de color vivían en la parte extramuros de la capital, junto a 12 827 hombres; mientras 5 207 de ellas residían en la zona intramuros y 3 927 varones. A ambos lados de la muralla, la presencia de mujeres libres supera, con amplio margen, la de los hombres. Destacan en particular los barrios extramuros de Chávez (2 733), Guadalupe (2 295), Nueva Cárcel (2 231), Peñalver (2 226) y Jesús María (2 119), como los de mayor concentración de estas féminas. Todos en los actuales municipios de Centro Habana y La Habana Vieja. No ha sido posible determinar si en esta nueva etapa de sus vidas sus condiciones materiales fueron proporcionales al nivel socio-económico alcanzado.16
Transcurrido el tiempo, algunas abandonaban el trabajo fuera de la casa, pero otras no. En este aspecto, si bien influía el monto de los bienes adquiridos y los beneficios que recibían por su explotación, válido es destacar que algunas con una posición económica desahogada eligieron seguir desempeñándose en alguna ocupación. El trabajo era símbolo de independencia para ellas, y quizás para otras, después de años de duro bregar, no se acostumbraban a la vida ociosa y, si por casualidad conocieron la extrema pobreza, el temor a volver a esa condición era incentivo suficiente para mantenerse trabajando.
A partir de la compra/venta y alquiler de esclavos, todas no obtuvieron los mismos beneficios. Mientras algunas pudieron construirse un pequeño o mediano patrimonio, otras no trascendieron la pobreza o la subsistencia de ellas y sus familias.
Si por casualidad su patrimonio permanecía intacto hasta el momento de sus muertes, casi siempre este se deshacía luego de concluidas sus vidas. Por lo general, ellas mismas lo repartían entre sus herederos o estos se veían precisados a venderlos para saldar las deudas de la fallecida, pagar los funerales o las costas judiciales del proceso testamentario. También algunos esclavos aprovechaban este momento para liberarse, cambiar de dueño y, si les era posible, hasta desaparecer de la ciudad. Rara vez, se aprecia el interés de los beneficiarios por mantenerlos a todos junto a la familia. De quedarse con algunos, elegían a aquellos que consideraban necesarios para el cuidado de la casa o por los que sentían especial cariño por haberlos amamantado y criado.
Por qué comprar esclavos
Para las mujeres de esta historia, comprar esclavos fue una estrategia de sobrevivencia. En la Cuba colonial, los esclavos constituyeron uno de los más importantes símbolos de prestigio y riqueza. Los esclavizados fueron una inversión de dinero cuyas dueñas podían recuperar en cualquier momento. Como mano de obra, constituyeron una fuente segura de ingresos a corto plazo, y desde una perspectiva humana eran de inestimable ayuda para sus amos, pues eran capaces de realizar las más disímiles labores dentro y fuera de la casa. En términos sociales, mientras más esclavos una persona tuviese, mayor era el reconocimiento social del que gozaba.
Si la propietaria era una mujer negra, a los antes mencionados se sumaban otros beneficios. De una parte, ser dueña de esclavos les atraía el respeto entre muchos de sus congéneres de raza, quienes veían en ellas a personas que habían sido capaces de superar la esclavitud y, en parte, la pobreza, dos de los más importantes retos que en una sociedad esclavista y patriarcal debían enfrentar las personas de tez oscura. De otra, la solvencia económica que algunas de ellas lograron alcanzar, las hizo convertirse en “atractivos partidos” para realizar un buen matrimonio, tanto ante los ojos de hombres de su mismo color de piel como ante algunos hombres blancos. Para estos últimos, los logros económicos de estas féminas y/o sus familias compensaban las desventajas del color oscuro de su piel.
Obra de la artista plástica cubana Belkis Ayón (La Habana, 1967-1999)
Cómo adquirir un esclavo
Las vías legales para comprar esclavizados eran las mismas para todas las personas de la sociedad. Se podían adquirir en los distintos barracones que había en la actual calle de Prado, en los remates públicos, a través de los anuncios de compra-venta que aparecían en los periódicos de la época, o al aviso de pregones callejeros. Con frecuencia establecieron de manera directa acuerdos de compra/venta con otras personas. Estas podían ser amigos, conocidos o personas desconocidas, pero recomendadas mediante terceros.17
Aunque menos frecuente, también hubo otras maneras que no dependían de su trabajo personal para adquirir esclavos. Los regalos que a una pareja o a uno de sus miembros se les hacía antes del matrimonio, y principalmente las herencias, jugaron un importante papel en esa dirección. Siendo un regalo de bodas, por lo general provenía de los padres. De manera excepcional un antiguo amo hacía un presente de este tipo a sus exesclavas. La condesa de Mopox y Jaruco, por medio de una carta dote, le hizo donación de una casa y un esclavo a su antigua esclava María de Regla Santa Cruz. En cuya casa vivió el matrimonio hasta el fin de sus días, ocurrido en 1833.18 Cuando la herencia era la vía, varios podían ser los benefactores y distintos los motivos. Por lo general, el legado provenía de familiares consanguíneos: padres, hermanos e hijos. Aunque también de los esposos/as, compadres y personas que les debían alguna suma de dinero. Entre los africanos, los cofrades y hermanos de las naciones africanas, jugaron un destacado papel en esa dirección. Por cualquiera de estas vías, una fémina podía convertirse en dueña de esclavos, pero también aumentar el número de los que ya poseía.
Como la mayoría de ellas no podía comprar esclavizados a altos precios, para tener uno o el mayor número posible las alternativas que generaba el sistema esclavista para su funcionamiento las convirtieron en oportunidades que aprovecharon en beneficio propio. Compraban una madre junto a su hija pequeña por un precio razonable. Adquirían esclavos de edad madura, pues, como estos tenían menor rendimiento laboral y eran más propensos a enfermarse, su valor era menor. Elegían aquellos que tuviesen pequeños defectos físicos o alguna tacha, siempre y cuando no le impidiese trabajar, o procuraban conseguir esclavos que estaban coartados en una cantidad de dinero ($100-$250), posibles de pagar o que podían reunir en un corto plazo de tiempo.
Para ganar dinero, mejor esclavos jornaleros Todo apunta a que de los distintos tipos de esclavos que componían el paisaje humano de la ciudad, estas mujeres preferían poseer a los llamados jornaleros. Llamados así por tradición popular, los jornaleros o ganadores de jornal eran aquellos que sus dueños les entregaban un papel o escritura que los autorizaba a salir a la calle a buscar trabajo y a desempeñarse en ellos. Del dinero que percibían por sus esfuerzos debían entregar a sus señores una cantidad acordada de antemano entre ambas partes. Dicha cantidad varaba casi siempre en dependencia de las necesidades o ambiciones del dueño y podía ser diaria o semanal. Eran ellos quienes desempeñaban la mayor parte de los oficios que garantizaban el funcionamiento de la ciudad. Las mujeres se ocupaban sobre todo en labores relacionadas con el servicio doméstico. Lavanderas, planchadoras, costureras, cocineras y amas de leche. Mientras los hombres podían ser caleseros, carpinteros, pintores, cocineros, peones, carretilleros, aguadores, zapateros, albañiles, estibadores y trabajadores en los muelles. Muchos de ellos, también se ocupaban en las distintas tareas asociadas a la distribución y venta por calles y mercados de productos del agro.
También, fueron muy populares como vendedores en puestos fijos en los mercados, o ambulantes por las calles de la ciudad. Vendían carnes, huevos, manteca, piña, chirimoyas, frutas bombas, aguacates, mameyes colorados y de Santo Domingo, anones, zapotes, plátanos de Guinea y de la India y otros productos del agro. Los ambulantes, llevaban sus productos en unos enormes tableros de madera que cargaban sobre sus cabezas y que manejaban con gran destreza y naturalidad. En algunos casos caminaban por horas y sin rumbo fijo, en otros tenían barrios donde ellos y sus pregones ya eran conocidos por los moradores, además de los que tenían clientelas fijas a las que llevaban los productos hasta la puerta de sus casas. La amistad que entablaban con las esclavas domésticas encargadas de efectuar este tipo de compras en las casas viviendas de sus dueños, probablemente contribuyó a aumentar la clientela de algunos de ellos y que vendiesen sus productos con mayor rapidez.
Mientras más calificado y versátil era un esclavo, mayor la cantidad de dinero que percibían por sus desempeños. Por tal motivo, sus dueñas al comprarlos los elegían con el mayor número de habilidades adquiridas. De no estar calificados porque eran bozales, niños o criollitos hijos de sus esclavas, entonces buscaban las maneras de procurarles el aprendizaje de uno o más oficios.
¿Cuántos esclavos tenían un ama? Es difícil precisar el número exacto de cautivos que las protagonistas de esta historia llegaron a poseer en el transcurso de sus vidas, pues las cifras que ofrecen los testamentos, de forma general, solo son válidas para la época en que se confeccionaban esos documentos. A partir de estos se ha podido precisar que fueron propietarias de una pequeña cantidad de esclavos. Las cifras oscilan entre uno y treinta y uno, entre hombres, mujeres y niños/as. Múltiples son las razones por las que el número de esclavos que poseían variaba a lo largo de su vida. El esclavizado era un tipo de propiedad muy dinámica. Salvo aquellos que se consideraban imprescindibles para el servicio doméstico o alguna otra razón específica, no se mantenían junto a un mismo dueño para siempre. Eran vendidos, intercambiados, entregados en pago de deudas o regalados a otras personas. También, podían morir, abandonar la isla, fugarse o alcanzar la libertad. Las formas mediante las cuales prescindían de ellos y los motivos varían de una historia a otra.
Veinte y cuatro mujeres de las aquí mencionadas declararon en su testamento que poseían un solo esclavo. Si a esto le unimos que el conjunto de sus otras propiedades no trascendía de un cuarto o casita pequeña, sus ropas y escaso menaje de casa, se puede concluir que salvo alguna que otra excepción la vida de estas mujeres transcurría en el límite de la pobreza. Las otras cuarenta y una, llegaron a tener entre dos y treinta esclavos. Casi todas, vivían de las entregas de dinero que les hacían sus jornaleros o de los frutos que les reportaban los pequeños negocios que montaban y donde esos esclavos constituían la mano de obra fundamental.
Aquellas dueñas que se mantenían trabajando en las calles o se dedicaron a la compra-venta y alquiler de inmuebles, no excedían la cifra de tres esclavos bajo su dominio. Las primeras, porque los ingresos obtenidos en esos pequeños negocios solo les alcanzaban para la subsistencia y alguna pequeña inversión adicional que también les reportara pequeñas cantidades de dinero; mientras que las arrendadoras preferían reinvertir sus ganancias en otros inmuebles para destinarlas igual al alquiler. Estas últimas, llegaba un momento en que detenían sus actividades de compra/venta y se dedicaban a vivir de las rentas. Para unas y otras, los esclavizados cumplían funciones auxiliares en el negocio y en el hogar.
Salvo excepciones, estas mujeres no compraban todos sus esclavos al unísono. Se hacía de manera escalonada, y hasta podía transcurrir un considerable número de años entre la compra de unos y otros. En dicha decisión, influían tres elementos: los precios de los esclavos, las posibilidades monetarias de la interesada y el rumbo de sus intereses económicos.
Por qué esclavas mujeres y africanas
Cuarenta y tres de estas féminas eligieron tener mayor número de esclavas que varones de igual condición. Esta preferencia fue una de las muchas costumbres que trajeron de sus tierras africanas y que el contexto urbano de la Isla les permitió retomar. A pesar de las diferencias regionales, la preferencia por las esclavas fue un rasgo que distinguió al África pre-colonial.
Según la investigadora Claude Meillasoux, el trabajo de las mujeres era un hecho generalizado en África. Se les consideraba superiores físicamente a los hombres y eran pocas las sociedades donde la mujer estaba exenta de realizar las actividades más duras. Ellas trabajaban por más tiempo y en el mayor número de tareas. Participaban en casi todas las faenas relacionadas con la agricultura y cubrían todas las actividades domésticas. Por esas razones, alcanzaban en los mercados de esclavos mejores precios que los hombres. A estos últimos, los cazadores de esclavos preferían matarlos en el campo de batalla por las dificultades que suponía re-insertarlos en la sociedad.19
En La Habana, por muy escasos recursos que tuviese una familia, siempre procuraban tener al menos una esclava dentro del hogar que realizase las labores domésticas más engorrosas. Desde tiempos inmemoriales, en la mentalidad de los habitantes de La Habana, y principalmente de las mujeres blancas, todas las labores necesarias de realizar a diario dentro de la casa eran consideradas despreciables. Semejante mentalidad, hacía que se requiriera de un personal capaz de ocuparse de esos desempeños. Esas eran las esclavas, quienes además de cubrir todas las labores dentro del hogar, amamantaban y cuidaban a los hijos de los amos. Hasta las había que se veían obligadas a buscar algún trabajo adicional para contribuir al sostén de sus amas y el de ellas mismas.
La capacidad de procrear propia de las mujeres, constituía otro elemento decisivo a la hora de elegir. También las esclavas tenían fama de ser más trabajadoras, dóciles y menos propensas a las fugas. Además, manejar esclavos hombres debió resultar tremendamente difícil, sobre todo si éstos eran jóvenes, por su propensión a la indisciplina y la rebeldía. Al mismo tiempo, con gran frecuencia incumplían los pagos en los jornales, se fugaban o se veían envueltos en procesos judiciales por riñas públicas.
Esos excesos obligaban a sus amas a acudir con ellos a los juicios, hacerse responsables de que cumplieran con la pena establecida, y si estos eran culpables, pagar las costas judiciales del proceso. Si por alguna razón el esclavo no cumplía lo establecido en la sentencia, entonces las consecuencias las debía afrontar la dueña. Por último, era más fácil crear afinidades con alguien del mismo sexo. En caso contrario, si en vez de tener una buena relación humana y laboral, surgían tensiones entre una y otra, algo que también sucedía, entonces el enfrentamiento se producía en “igualdad de condiciones”, al menos en el aspecto físico y moral. Y, por lo general, el ama lograba imponer su voluntad.
Cuarenta y siete de estas propietarias eligieron comprar todos o la mayoría de sus esclavos africanos. Otras no lo precisan y solo cinco declaran (se exceptúan los niños) que sus esclavos eran criollos. Cuando así sucedía, en el conjunto de sus esclavos los criollos eran los menos y en la mayoría de las oportunidades eran la/os hija/os de sus cautivos. Aparecen con más frecuencia esclavizados de nación carabalí –quienes eran reconocidos por trabajadores y organizados– aunque también los había lucumí, gangá, arará, mina, mandinga y aparece algún que otro macuá. Es posible que, siendo la mayoría de ellas africanas, prefirieran cautivos de sus tierras, además del ya antes mencionado reconocimiento que tenían los africanos como más trabajadores y dispuestos a desempeñarse en oficios que los criollos no querían asumir.
Dieciocho de ellas compraron esclavos de su misma nación. Las afinidades culturales, laborales y lingüísticas entre personas de una misma nación, pudieron ser algunas de las razones que estas féminas tuvieron en cuenta al momento de comprar a sus esclavos. También, conocerse antes de llegar a la Isla por vivir en el mismo pueblo, caserío o pertenecer a la misma tribu en África, haber creado lazos de amistad durante la travesía en los barcos negreros o antiguas compañeras de esclavitud, así como ser hijas de familiares, cofrades o conocidos, también fueron factores que influyeron en la selección.
Obra de la artista plástica cubana Belkis Ayón (La Habana, 1967-1999)
Amas y sus esclavos
Contrario a lo que establecían las leyes, todos los esclavos no vivían bajo el mismo techo de sus amas. Aunque no se han encontrado referencias de que en dichas casas hubiese espacios destinados para los esclavos, es posible que los de servicio doméstico sí viviesen con sus dueñas. Pero aquellos que trabajaban en la calle, ya fuese como jornaleros o coartados, casi siempre vivían fuera de la casa de su ama. Algunos en cuartos de solares y casas propiedad de los cabildos de nación de exesclavos y libres, en los cuales el costo del alquiler era más barato y se les ofrecía facilidades de pago.
Visto desde el lado de las dueñas, en ocasiones ellas no contaban con las suficientes condiciones espaciales ni materiales para mantener a todos sus esclavos dentro de las casas. Pues ellas mismas vivían con estrecheces en cuartos de solar y de ciudadelas. Otro elemento que no debe obviarse, es que los esclavos estuviesen aprendiendo un oficio y en ese caso permanecieran junto a sus maestros. O también que se encontrasen trabajando lejos de la casa de su ama y terminasen sus actividades a altas horas de la tarde o la noche. Por ejemplo, el esclavo Casimiro, inicialmente no se incluyó en el inventario de bienes realizado después de la muerte de su ama, la morena libre Rosa Andrade, debido a que él vivía en Guanabacoa donde aprendía el oficio de carpintero.20
Cuando una dueña lograba tener numerosos esclavos, no todos ocupaban el mismo lugar en la escala de preferencias. Las que tenían más probabilidades de ganarse la consideración, confianza y el afecto de las amas eran los niños que nacían bajo sus cuidados, las esclavas domésticas y los que llevaban muchos años a su lado sirviéndoles de manera incondicional. El roce cotidiano que implicaba la convivencia bajo el mismo techo es un elemento de la mayor importancia. En épocas pasadas, las posibilidades de desarrollo social de las mujeres eran muy limitadas, por lo que permanecían casi todo el tiempo dentro del hogar. Particularmente, las africanas se esforzaban en ayudar a sus amas a asumir las distintas esferas de la vida, para lo cual ponían a su disposición el enorme caudal de conocimientos médicos, culinarios y de faenas de hogar que tenían. Esa realidad generó distintos grados de acercamiento entre unas y otras de límites poco posibles de delinear.
Visto del lado de las esclava/os, no se trataba solo de cumplir sus funciones. Siendo domésticas, la lealtad prácticamente constituía la única arma en sus manos. Por tal motivo, muchas de ellas fueron capaces de generar estrategias para hacerse imprescindibles ante los ojos de su dueña. Lo más importante era conseguir su afecto y confianza con todo tipo de favores, atenciones y complicidades. Lo mismo hacían los esclavos, quienes, con un poco más de libertades fuera de la casa, buscaban las maneras de convertirse en sus cómplices, en particular en cuestiones amorosas. Los caleseros, ilustra José E. Tray, llevaban cartas de amor y servían de enlaces para encuentros furtivos. Acciones que se revertían en un mejor trato por parte de sus amas, menos carga de trabajo, la posibilidad de ser defendidos ante alguna injusticia, incluso ante el mismo amo y hasta ciertas libertades sentimentales. Además, la posibilidad de obtener la libertad por esa vía o ciertas facilidades para lograrlo.21
También cuando una esclava quería contraer matrimonio o ya era casada, las dueñas podían convertirse en una gran ayuda para evitar que las separaran de su esposo e hijos. Y asimismo, lograr para estos últimos un mejor trato, la enseñanza de un oficio y hasta la libertad. La necesidad de lealtad funcionaba en ambos sentidos. Las dueñas también necesitaban de la fidelidad y confianza de sus esclavos para sobrevivir y ascender en un medio que les era completamente hostil. Pues, aunque en menor medida, también estaban desamparadas en una sociedad que las discriminaba por su género y color de piel. Sobre todo, aquellas que no contaban con familiares o con un esposo que las ayudara a enfrentar los inconvenientes de la vida.
Ser buen esclavo, con la esperanza de ser libre
Algunas de ellas establecieron en sus testamentos que, luego de su fallecimiento, se les otorgase la libertad a sus esclavizados. El agradecimiento por la lealtad demostrada, los buenos servicios prestados y el especial cariño que sentían por ellos, son los motivos que alegan las dueñas para hacer esa concesión. En realidad, detrás de estas palabras amables se esconde una historia particular de libertad construida a partir de las relaciones que lograron establecer cada una de las dueñas con sus esclavos. En ocasiones repletas de tensiones y resentimientos acumulados.
Aquellas que tenían esposos e hijos, apenas mencionan el tema. Son las dueñas sin herederos directos, quienes con mayor frecuencia otorgaban la libertad a sus esclavos por esa vía. Coincidentemente, y a causa de esa soledad, un importante número de ellas mandaba a confeccionar testamento, lo que pudiera crear una impresión errónea sobre excesivas muestras de magnanimidad incompatibles con el sistema esclavista.
Esa promesa de libertad era, casi siempre, con la condición de que se mantuviesen a su servicio hasta el instante de su deceso. El inconveniente que presentaba mantenerlos a su lado hasta el último momento, es que los esclavos quedaban expuestos a la voluntad de los herederos, quienes podían o no cumplir la voluntad del testador. En caso de no hacerlo, los esclavos tenían derecho a reclamar, pero estos procesos podían ser excesivamente largos y costosos para estas personas desamparadas legal y materialmente.
Notas
1 El presente texto se inscribe en el proyecto de investigación HAR2012-36481, de la Dirección General de Investigación Científica y Técnica (MINECO). La autora agradece las sugerencias hechas por el grupo de Historia Social Comparada de la Universidad de Jaume I a la versión final de este texto y al Dr. José Antonio Piqueras, por invitarme a participar en ese proyecto.
2 Según este médico, las madres no bañaban a a los bebés con agua hervida por lo que quedaban expuestos a los gérmenes. No tenían los cuidados necesarios con el cordón umbilical, ni le daban el valor que tenía la leche materna. Dr. Luis Ros de Cárdenas: Guía práctica de la madre de familia, Editorial La Concha de Venus, La Habana, 1895, p. 1-2.
3 Archivo Nacional de Cuba, en lo adelante ANC. Escribanía de Cabello- Ozeguera, leg. 444, no. 8. Testamentaria de la morena Rafaela Vázquez. 1822
4 Investigadores como David Eltis y Stanley Engerman han demostrado que desde finales del siglo XVIII aumentó la presencia de niños en los barcos esclavistas. Después de la abolición inglesa en 1807, los traficantes los prefirieron porque podían transportar entre un 5-15 % más de carga en sus bodegas. Las distintas leyes que se promulgaron para definir qué era un niño y evitar los fraudes contra la Corona, fomentaron el “embalaje apretado”. En algunas naves se cambiaron los diseños para maximizar la proporción del área de cubierta disponible para llevar esclavizados. De esa forma, se podían transportar el doble de niños que de adultos. Paul Lovejoy: “Los niños del Atlántico”. En: Rina Cáceres, compiladora. Del Olvido a la Memoria. África en tiempos de la esclavitud. Oficina Regional de la UNESCO para África y Centroamérica, 2008, pp. 49-54, y David Eltis and Stanley L. Engerman: “Fluctuations in Sex and Age Ratios in the Transatlantic Slave Trade, 1663-1864”, En: The Economic History Review, New Series, vol. 46, no. 2, mayo de 1993, pp. 308-323. ANC. Escribanía de Barreto, leg. 238, no 8. Testamentaria de la morena libre Juana Gavá. 1859 y ANC. Escribanía de Damy, leg. 11, no 8. Testamentaria de la morena Manuela Pacheco. 1842.
5 Para profundizar en el papel desempeñado por los cabildos de nación africana y las cofradías religiosas pueden consultarse las obras: María del Carmen Barcia: La otra familia. Parientes, redes y descendientes de los esclavos en Cuba. Fondo Editorial Casa de las Américas, 2003 y María del Carmen Barcia, Andrés Rodríguez y Milagros Niebla: Del cabildo de nación a la casa de santo. Fundación Fernando Ortiz, 2012, y Oilda Hevia: Las cofradías religiosas de pardos y morenos. Revista Universidad de La Habana, no.273, 2012.
6 Como la inmensa mayoría de esos seres dejaron descendencia, la ley de Enjuiciamiento Civil, en su artículo 978, dispuso que estas personas en causas abi-intestadas justificasen su parentesco con las pruebas que les fuera posible. Intestado de la morena Belén Álvarez. ANC. Fondo: Escribanía de Gobierno. legajo 864, expediente 9.
7 Belén era en 1887 propietaria de una casa ubicada en la calle de Rayos no. 74; un solar en la misma calle con el no. 72; otra casa en la calle Apodaca no. 18, ropas, muebles de poco valor y una cuenta de $6 500 depositada en el Banco Español de La Habana. Intestado de Belén… Doc. cit y Oilda Hevia: “Reconstruyendo la historia de Belén Álvarez”. En: Daysi Rubiera e Inés María Martiatu, comp. Afrocubanas. Historia, Pensamiento y Prácticas Culturales. Edit. Ciencias Sociales. La Habana, 2011.
8 Intestado de la morena Belén Álvarez. ANC. Fondo: Escribanía de Gobierno. Legajo 864, expediente 9.
9 Francisco Calcagno: Los crímenes de Concha. Librería e Imprenta de Elías Casanova, editor, La Habana, 1887, p. 20.
10 Testamentaria del moreno Juan Calderón promovido por su viuda Tomasa Entralgo. ANC. Escribanía de Vergel. Legajo 253, expediente 7.
11 La negra Cayetana Beato reclamando el conocimiento de los autos que siguen por la justicia de la villa de Guanabacoa. ANC. Fondo: Gobierno Superior Civil. Legajo 1110, expediente 40894.
12 Sobre la licencia concedida a la morena libre Maria Francisca Ruiz para una fábrica de velas de sebo. ANC. Fondo: Gobierno Superior Civil. Legajo 363, expediente 13703.
13 Disposiciones para el año de 1848. ANC. Fondo: Gobierno Superior Civil. Legajo 1405, expediente 55007.
14 Licencias para fábricas. Archivo Nacional de Cuba. Fondo: Gobierno Superior Civil. Legajo 1244 y Francisco de Paula Gelabert: “El puesto de frutas”. En: Colección de artículos Tipos y costumbres de la Isla de Cuba por los mejores autores de este género. Obra ilustrada por D. Víctor Patricio Landaluze. Fototipia Taveira. Editor Miguel de Villa, Obispo no. 50, La Habana. Colección facsimilar de la Biblioteca Nacional de Cuba, 1881, pp. 117-121.
15 Francisco de Paula Gelabert: “El puesto de frutas”. En: Colección de artículos. Tipos y costumbres de la Isla de Cuba por los mejores autores de este género. Obra ilustrada por D. Víctor Patricio Landaluze. Fototipia Taveira. Editor Miguel de Villa, Obispo no. 50, La Habana. Colección facsimilar de la Biblioteca Nacional de Cuba, 1881, pp. 117-121.
16 Resumen del Censo de población de la Isla de Cuba a fin del año 1841. Habana, Imprenta del Gobierno por SM la Reina, 1842, pp.24-25.
17 Los barracones fueron construcciones hechas a propósito para alojar a la escuadra española al mando de D. José Solano que arribó a La Habana en agosto de 1871, como parte de los conflictos entre Inglaterra y España (1779-1881). Posteriormente se les utilizó como viviendas de pobres hasta que en 1786 pasaron a poder del Real Consulado y este lo destinó a los bozales traídos de África. Eran unas cuarenta construcciones de madera redonda sin labrar y techo de guano. Los hubo en Regla y la parte de extramuros donde hoy está la calle Prado. Estaban ubicados entre la calle de Consulado y la Alameda. Empezaban en la calle Colón y se extendían de norte a sur hasta la de Zanja. Además de lugar de alojamiento, allí se vendían a los nuevos bozales que llegaban. En la época de la trata legal los arribos de bozales eran anunciados por la prensa oficial. Según Ortiz, cuando un comprador llegaba al barracón, aquellos seres casi desnudos, débiles y sin apenas fuerzas para ponerse en pie, eran obligados a levantarse y revisados meticulosamente. Previamente, se les esparcía aceite para que brillasen como signo de salud. El 25 de febrero de 1822 fueron consumidos casi en su totalidad por un incendio. El último duró hasta 1836. Fernando Ortiz: Los Negros Esclavos. Edit. Ciencias Sociales. La Habana, 1987, pp. 166-174.
18 Testamentaria del Capitán de Morenos Leales Ciriaco Acosta. ANC. Escribanía de José Antonio Rodríguez. Legajo 148, expediente 21.
19 Claude Meillasoux: “Mujeres esclavas en África subsahariana”. En: Revista Arenal 7:1, enero-junio 2000, pp. 123-145.
20 Intestado de Rosa Andrade. ANC. Fondo: Escribanía de Gobierno. Legajo 703, expediente 4.
21 José E Tray: “El Calesero”. En: Colección de artículos. Tipos y costumbres de la Isla de Cuba por los mejores autores de este género. Obra ilustrada por D. Víctor Patricio Landaluze. Fototipia Taveira. Editor Miguel de Villa, Obispo no. 50, La Habana. Colección facsimilar de la Biblioteca Nacional de Cuba, pp. 110-111.
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Tomado de la Revista Revolución y Cultura. No 2 abril-mayo-junio 2016: http://ryc.cult.cu
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