Diosas con pie de barro (+Video)

La diosa (The Goddess, EE.UU, 1958) de John Cromwell

Por Irene Bullock

Las estrellas del cine (Eudeba, 1964) es un interesante ensayo del filósofo y sociólogo Edgar Morin. Lo escribió en 1957 y analizaba precisamente la génesis y metamorfosis de los actores y actrices de Hollywood hasta su conversión en estrellas. Uno de los capítulos del libro se titula «Dioses y diosas», y desarrolla la compleja liturgia de la construcción de un mito en el star system. La definición de «estrella» no es fácil, pero Morin trata de fijarla: «Una vez terminado el film, el actor vuelve a ser actor, el personaje sigue siendo personaje, pero de su unión nace un ser mixto que participa de uno y otro, que envuelve a uno y otro: la estrella». En otro capítulo, «La estrella-mercancía», sigue ahondando en el concepto y añade: «La estrella es una mercancía total: no hay un centímetro de su cuerpo ni una fibra de su alma ni un recuerdo de su vida que no pueda arrojarse al mercado»; y aporta una revelación: «Después de las materias primas y las mercancías de consumo material, las técnicas industriales debían apoderarse de los sueños y el corazón humano: la gran prensa, la radio, el cine nos revelan desde entonces la prodigiosa rentabilidad del sueño, materia prima libre y plástica como el viento, a la que basta formar y estandarizar para que responda a los arquetipos fundamentales de lo imaginario. El estándar tenía que encontrarse un día con el arquetipo. Los dioses tenían que ser fabricados un día. Los mitos tenían que convertirse en mercancía. El espíritu humano tenía que entrar en el circuito de la producción industrial, no ya solo como ingeniero, sino como consumidor y como consumido». La diosa (The Goddess, EE.UU, 1958) de John Cromwell ofrece la historia entre bambalinas de una diosa del cine, desnudando su alma, dejando a un lado el glamour y el oropel, y quedándose con su dolorosa humanidad, lo que sus adoradores no querrían ver. La cruda realidad. La película deja al descubierto un complejo proceso que destruye a personas frágiles y heridas que quedan atrapadas en una industria que las fagocita, pero no se para en vulnerabilidades ni en los procesos de autodestrucción.

Cuando uno se zambulle en  las páginas del libro del sociólogo Edgar Morin o en los fotogramas de La diosa, surge un nombre con fuerza, entre muchos otros, para ejemplificar la tragedia que puede suponer dicha transformación: Marilyn Monroe. En el momento que escribió Morin el libro y que Cromwell dirigió su película, Marilyn estaba en el apogeo de su carrera… pero siempre al borde del abismo, como se comprobó cuatro años después de la película de Cromwell, cuando la actriz apareció muerta en su cama. Parece ser que el exitoso guionista de la película, Paddy Chayefsky, buscó como fuente de inspiración para el personaje de Emily Ann Faulkner (Kim Stanley) la vida de Norma Jean.

En efecto, Emily Ann Faulkner es un eco de la diva rubia. La película, sin embargo, ha caído en olvido, pero es reivindicable por variados motivos. La diosa supuso el regreso a las pantallas de cine, después de años apartado por su inclusión en las listas negras de Hollywood, del realizador John Cromwell. Este director demostró su valía y su dominio del lenguaje cinematográfico durante años en una serie de dramas, algunos abordando temas sociales, como Cautivo del deseo, Desde que te fuiste, Su milagro de amor o Sin remisión.

Por otro lado, supone la oportunidad de disfrutar del talento de Kim Stanley, una actriz que se prodigó con éxito sobre todo en los escenarios de Broadway, y que no actuó apenas en el cine (curiosamente, es la segunda vez que aparece en esta sección, pues obtuvo un papel principal en Frances donde mantenía un maravilloso duelo interpretativo junto a Jessica Lange). Recordemos que Stanley se formó en el  Actors Studio, bajo la batuta de maestros como Lee Strasberg o Elia Kazan.

La veteranía de Cromwell, el talento de Paddy Chayefsky para crear guiones originales (inolvidables Marty o Network) y el estado de gracia de una actriz, Kim Stanley, que construye un personaje lleno de matices edifican La diosa, una trágica historia que se cuenta en tres actos y con un uso genial de la elipsis.

Una vida en elipsis

La diosa cuenta la historia de Emily Ann, desde que, con apenas cuatro años, en 1930, se baja de un autobús con su madre para ir a casa de sus tíos en Maryland hasta que se convierte en una diosa del cine (con el rutilante nombre de Rita Shaw) que cae en desgracia en 1957. Su vida se divide en tres actos: el retrato de una niña (1930-1947), el retrato de una joven (1947-1952) y el retrato de una diosa (1952-1957). Y cada acto va saltando de elipsis en elipsis para que seamos testigos de momentos cruciales y decisivos en la vida de Emily, donde vamos viendo que, a la vez que se construye su camino al estrellato, se va precipitando en una senda de autodestrucción y locura, pues se trata de una persona herida marcada por la soledad, el rechazo, la marginalidad y la falta de cariño. En ese camino tortuoso le acompañan varios personajes que dejan huella: su madre (Betty Lou Holland), una mujer frustrada e insatisfecha que se refugia en la iglesia adventista del séptimo día y que mantiene una tormentosa relación con su hija; John Tower, su primer marido (Steven Hill), que es el hijo de una gran estrella de Hollywood y un hombre deprimido y alcoholizado; Dutch Seymour, su segundo marido (Lloyd Bridges), un famoso boxeador retirado, que se encuentra perdido y busca otro camino profesional; y, por último, su  cuidadora  (Elizabeth Wilson), una mujer que tiene como tarea que Emily llegue al estudio en condiciones de realizar sus películas,  no se separa de ella ni un segundo y le facilita los barbitúricos necesarios para  que pueda trabajar.

El largometraje pide la participación de los espectadores, quienes recogemos los datos que se nos ofrecen y que hacen posible imaginar lo que ocurre entre esas largas elipsis en la vida de Emily Ann. La diosa está perfectamente construida y estructurada para completar la dolorosa radiografía de la estrella caída en desgracia. Las elipsis apuntalan la historia. Hay saltos que explican, por ejemplo, el paso de la solitaria niña (Patty Duke), que se siente abandonada en su día a día, a la adolescente de verborrea incontenible con ganas locas de ser respetada y aceptada a la vez que es humillada por los muchachos de la ciudad. Mediante varias elipsis se cuenta el trayecto que va desde la ilusión de la protagonista por sentir que la quiere el hijo de una estrella de Hollywood, pues es un acercamiento a su sueño, hasta la amargura de desear la muerte del amado y tener en brazos a la hija de ambos, sin saber qué hacer con ella. Ambos son dos personas, que por sus circunstancias, no solo están heridas, sino incapacitadas para amar. Esos saltos también van encadenando los diferentes episodios con dolorosos paralelismos, como cuando la madre de Emily pronuncia ante su hermano y su mujer el deseo de abandonarla: «No la quería cuando nació y no la quiero ahora»; y años después repetir ella las mismas palabras con su hija en brazos.

Emily Ann se va labrando un nombre en Hollywood, y da todos los pasos para conseguirlo, humillaciones incluidas, hasta alcanzar el estrellato y convertirse en una diosa para sus admiradores, en una máquina de hacer dinero para la industria. Pero La diosa deja esta faceta en las sombras, no vemos nada de los días de gloria ni de sus triunfos. Sí vemos, por el contrario, el camino de autodestrucción, soledad, inseguridades y locura. Mientras alcanza su ambición de convertirse en una estrella, como las que admiraba de adolescente (Ann Sheridan, Joan Crawford, Lana Turner o Ginger Rogers), no logra nunca la estabilidad emocional ni con su madre ni con los hombres de su vida, convirtiéndose en una persona absolutamente dependiente del alcohol y los barbitúricos, y descendiendo a un abismo oscuro en el que no encuentra salida. Así, para Emily cada vez es más difícil lidiar con sus papeles como estrella y no caer en sus crisis nerviosas e intentos de suicidio.  La diosa no transcurre en rodajes o platós de cine, en premieres o ruedas de prensa o en fiestas sociales, sino en aquellos sitios donde los espectadores no tienen acceso, en los espacios íntimos: en las habitaciones de sus distintos hogares, en hoteles, en el interior de un coche o en un despacho.

Las huellas de Marilyn Monroe

Kim Stanley, que tenía en ese momento treinta y tres años, se mete en la piel de una adolescente de dieciséis, pero también en la de una treintañera hundida. La construcción, los matices, los movimientos y la evolución del personaje es tal que nos creemos a Kim  en todo el proceso. Su interpretación no está reforzada con efectos de maquillaje cuando es adolescente ni tampoco cuando ya es una mujer consumida por sus dependencias y problemas psicológicos, pero el público, siente y vive la metamorfosis.

Los ecos de su personaje con Marilyn Monroe se palpan por varios motivos, además de que hay ciertas circunstancias que unen a las dos actrices. Las dos pasaron, en distintos momentos, por el Actors Studio. Hollywood no se esperaba que «la tentación rubia», en el apogeo de su éxito, decidiera abandonar todo e irse a Nueva York para estudiar en la célebre escuela de interpretación. Esto ocurrió en 1954. Después de su estancia en la ciudad, volvió a Hollywood y creo una productora junto a su amigo Milton Greene, fotógrafo de profesión, para protagonizar papeles más ambiciosos. En 1956, el primer papel que interpretó tras su estancia en la prestigiosa escuela fue el de Chérie, basada en la obra de teatro Bus Stop de William Inge. Pues bien, ¿quién fue la actriz que había hecho de Chérie en Broadway en 1955? Kim Stanley.

Si indagamos en la película, también hay ciertas similitudes en el matrimonio de Emily Ann con el boxeador Dutch Seymour con el de Marilyn Monroe y el jugador de béisbol Joe DiMaggio. Por otra parte, estaban las dependencias de Norma Jean a los barbitúricos y a otras personas (como determinados terapeutas o profesoras de interpretación), los intentos de suicidio, el miedo a la locura y una infancia difícil. Todos estos ingredientes de alguna manera también están presentes en la vida de Emily Ann.

En un momento dado, uno de los directores que dirige a Emily le dice a su segundo marido, el exboxeador, que tiene cualidades como actriz cómica. No podemos olvidar que, precisamente, los mayores triunfos de Monroe fueron precisamente en comedias y comedias musicales como Me siento rejuvenecer, Los caballeros las prefieren rubias, La tentación vive arriba o Con faldas y a lo loco.

De todos modos, el personaje de Emily Ann tiene igualmente vivencias y características propias que nada tienen que ver con Monroe. Por ejemplo, la relación de Emily Ann con su primer marido y el abandono de su hija no reflejan concomitancias con la vida de Monroe. Sin embargo, el personaje de John Tower y sus traumas son bastante reales, porque en las mansiones de Los Ángeles se escondían historias similares a la que le cuenta a la protagonista. John Tower no desentonaría con las historias que narra Jean Stein en su libro Al oeste del Edén. En un lugar de Estados Unidos (Anagrama, 2020), donde se refleja la vida a la deriva de los hijos de varios intérpretes o magnates del mundo del cine.

La diosa es una película para rescatar del olvido no solo porque resulta una narración cinematográfica muy moderna, sino por la interpretación de Stanley: compone de manera perfecta la imagen de una mujer rota frente el espejo, de una diosa con pies de barro.

Tomado de: Insertos. Revista de cine

Tráiler del filme La diosa (The Goddess, EE.UU, 1958) de John Cromwell

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