Por Jan Simons
El Manifiesto y el modernismo
A aquellos deseosos de situar al manifiesto Dogma 95 dentro de la tradición cinematográfica moderna de posguerra les debió haber llamado la atención el hecho que el manifiesto no tenía nada que decir sobre la “realidad” salvo lo que el realismo de las películas Dogma tenía que expresar. Esto es notable, ya que los modernismos siempre se han justificado alegando tanto una mejor comprensión de la “realidad” y a la posesión de mejores métodos de retratarla (ver Thompson, 1988: 200-201). Esto varió desde la realidad de los problemas sociales o de la vida diaria real (neorrealismo, Kitchen Sink Drama, Cine Directo, etc.) y la realidad de la experiencia subjetiva (Antonioni, Bertolucci, Fellini, Varda, Truffaut), a la realidad de la representación misma y el medio por el cual se logra (el Godard temprano, Straub y Huillet, Akerman, Dwoskin). El concepto elegido de realidad está invariablemente conformado por la elección de recursos estilísticos privilegiados: tomas largas y profundidad de campo del neorrealismo; flashbacks, imágenes subjetivas y ángulos de cámara desconcertantes del realismo psicológico; técnicas de collage y mezcla de diferentes estilos y géneros de Godard, etcétera.12
Nada de eso se encuentra en el Manifiesto. Lo que sí hace es rechazar los medios que la Nueva Ola había utilizado para revivir al cine muerto en 1960 (“¡el fin era justo, pero no los medios!”). Los medios aquí referidos parecen haber sido la ideología del individualismo y la libertad artística acogidos por la Nouvelle Vague, pero no así su temática o los recursos estilísticos que desarrolló (en la medida en que puede hablarse de la Nouvelle Vague como un movimiento coherente). El Manifiesto también se dirigió a la “cosmetización” de las películas contemporáneas, que luego de cien años aún veían como tarea suprema “engañar al público”, asistidos por una “tormenta tecnológica” que había “elevado los cosméticos a Dios”. Mientras esto sí concuerda con una larga tradición de desmantelamiento del ilusionismo y del escapismo de Hollywood, a diferencia de realismos previos, los directores del Dogma 95 no especifican realmente “la verdad” que desean “sacar de sus personajes y del cuadro de la acción”.
Por supuesto, puede discutirse que la exclusión de utilería, decorados y vestuarios, “aislamiento temporal y geográfico” (“esto significa que la película tiene lugar en un aquí y ahora”), “acción superficial” (“asesinatos, armas, entre otros, no deben ocurrir”) y “películas de género” conduce necesariamente a un realismo intrínseco. Las reglas, efectivamente, hacen imposible la filmación de películas que tienen lugar en cualquier tiempo menos en el presente, o que se componen de acciones prescritas por las convenciones de un género (Gaut, 2003: 98). Pero en lo que respecta al contenido real de una película Dogma, el Manifiesto solamente dice que la película deberá realizarse en sitios y bajo circunstancias que el director no debe cambiar, y que la película no deberá ser de género. Esto no nos dice demasiado.
De hecho, las cuatro primeras películas Dogma demuestran que las reglas dan al cineasta una considerable libertad en la elección del tema y de la ubicación. La celebración transcurre en el ámbito de un gran hotel que no es de ninguna manera común, cuya lujuriosa decoración, utilería y vestuario (esmoquin y vestidos de noche) son bastante aceptables para las reglas del Dogma. La película Dogma #4 The King is Alive (2000) de Kristian Levring tiene lugar igualmente en el “aquí y ahora” no-rutinario del desierto de Gobi en Namibia, mientras que el Dogma #5 de Søren Kragh-Jacobsen —Mifune (1999)— está situada en un remoto rincón rural de Dinamarca a modo de evitar la realidad urbana.
La noción de género es notoriamente vaga, y solamente aquellos cuya definición está restringida para las categorías cinematográficas de Hollywood pueden sostener que las películas Dogma no se ajustan a las convenciones de género. Ya ha sido señalado que La celebración es parte de la tradición del drama psicológico de Ibsen y Bergman, y la película también ha sido llamada un “drama clásico en estilo docu-soap” (Lauridsen, 2000). The King is Alive, en el que un grupo de turistas que están varados en el desierto deciden estudiar el Rey Lear de Shakespeare, es parte de una larga tradición de “una obra dentro de una obra” cuyos paralelismos, comentarios o predicciones influyen en el curso de los acontecimientos de la película u obra en la que se encaja. Los ejemplos incluyen películas artísticas tales como After the Rehearsal (1984) de Ingmar Bergman y Looking for Richard (1996) de Al Pacino, y también películas clásicas de Hollywood como el musical A Star is Born (1954) de George Cukor.
Si Los idiotas es vista por muchos como una crítica a la hipocresía de la sociedad danesa contemporánea, esto no puede desligarse del hecho de que la película es interpretada en términos de un tropos trillado que sostiene que los enfermos mentales, primitivos, niños, y los enloquecidos por las drogas y también otras figuras marginales son los portadores de una humanidad inalienable y realista. Siguiendo a von Trier, la fórmula de Los idiotas, Rompiendo las olas y Bailarina en la oscuridad de la trilogía A Heart of Gold, está basada en el cuento de hadas Guld Hjerte —Golden Heart (Stevenson 2005: 89-90)—;13 pero ¿el cuento de hadas no es un género principal? Los críticos han llamado a Mifune “una comedia romántica” (Weisberg, 2000) y hasta el mismo Kragh-Jacobsen la ha llamado “una clásica historia de amor” y la ha concebido como “una película veraniega” (en Kelly, 2001: 228). Si la regla #8 del Manifiesto, “las películas de género no son aceptadas”, tiene algún sentido, es difícil ver cómo tiene algún peso respecto del tipo de temática e historia juzgados como inapropiados para las películas Dogma.
Las reglas del Manifiesto que incluyen prescripciones del estilo cinematográfico son demasiado escuetas para deducir el objetivo del realismo perceptivo. El énfasis está en la prohibición, como el de “iluminación especial”, y del trabajo óptico o filtros en pos-producción. Hay un número de reglas que especifican que la filmación debe hacerse en el lugar, que la película debe ser en colores y que se debe usar cámara en mano, pero ellas solas no son suficientes para concluir que “las técnicas fílmicas son consideradas como los principales obstáculos para la creación de películas originales” o que “los recursos técnicos son identificados como cosméticos que crean ilusiones” (Christensen, 2000). Después de todo, la “tormenta tecnológica” también fue vista para sostener la promesa de la “democratización máxima del cine”, y el Manifiesto de los autores, “debido a razones presupuestarias y los buenos y emocionantes resultados que algunos directores obtuvieron con el video digital”, decidieron conservar la opción de hacer películas con cámaras de video digital. Sólo la película Mifune de Kragh-Jacobsen fue exhibida en 16mm, pero otras películas de la hermandad fueron grabadas en video digital. El Manifiesto Dogma 95 no rechaza en sí mismo a la tecnología y a sus herramientas, sino a los usos en las que son puestas y al tiempo y a la atención del director que demandan las tecnologías cinematográficas.
Por otra parte, el Manifiesto en ningún lugar establece la necesidad de imágenes fílmicas que acerquen o simulen condiciones perceptivas y psicológicas bajo las cuales la realidad es generalmente percibida. André Bazin sostuvo que el objetivo metafísico del cine era poner al espectador en una relación con la imagen fílmica “más cercana a aquella en la que disfruta de la realidad” (1966: 35). Para Bazin esto significaba que la imagen fílmica tenía que ofrecer al espectador la misma libertad de interpretación que se ofrecía en el mundo real. Con este fin, la continuidad de tiempo y espacio tenía que respetarse lo más posible utilizando profundidad de campo y planos secuencia.
Por supuesto, puede discutirse la prescripción de que una cámara en mano tenga que seguir la acción (“el rodaje debe tener lugar donde la película tiene lugar”) ya que simplemente actualiza el respeto por una continuidad temporal y geográfica para incluir la tecnología moderna. Después de todo, los neorrealistas italianos ni siquiera tenían cámaras portátiles de 16mm, para no hablar de cámaras de video digitales portátiles. Por otro lado, el uso de cámaras portátiles por parte de los cineastas del Cinéma Vérité, Cine Directo y periodistas de la televisión ha ayudado a cambiar las normas del realismo fílmico desde Bazin. En estos días, las imágenes espasmódicas, borrosas y granuladas, panorámicas balanceadas, temáticas sub-iluminadas o sobreiluminadas y los cuadros desordenados, a veces en combinación con un montaje rápido, se han convertido en las marcas principales del “efecto realista”. En largometrajes como In Bed with Madonna (Keshishian, 1991), El proyecto de la bruja de Blair (Myrick y Sánchez, 1999), Rescatando al soldado Ryan (Spielberg, 1998) y Ciudad de Dios (Lund y Meirelles, 2002), estos recursos estilísticos se han convertido en una referencia convencional para el “ensayo documental”. En el caso del Dogma 95 podemos añadir que la estética del video casero, en el que tales características no sólo señalan el punto de vista parcial de un cineasta típicamente amateur, sino también sus deficiencias técnicas. Por tanto, no resulta una coincidencia que el Dogma 95 haya sido también llamado un manual cinematográfico “hágalo usted mismo”. En efecto, irónicamente, von Trier se inspiró en las series televisivas norteamericanas NYPD Blue (Bochco y Milch, 1993) y Homicide: Life on the Street (Levinson, 1992-1999) para incluir la cláusula de la cámara en mano (Stevenson, 2005: 82).
En todos estos ejemplos podríamos sostener que la desordenada cámara portátil y las imágenes sobresalientes o mal compuestas funcionan como significantes de una realidad cuya continuidad temporal y geográfica escapa a los medios limitados y a la perspectiva inevitablemente restringida del cineasta. Sin embargo, en los documentales, películas y videos caseros los saltos y barridos de la cámara dan fe de los esfuerzos heroicos del cineasta para obtener todo en la imagen, mientras que en las películas del Dogma 95 la cámara parece tener vida propia:
con sus constantes panorámicas sacudidas, travellings (o más bien conducidos) y rápidos zooms in y out (como si se tratara de un trombón), no se hace nada para ocultar la presencia de la cámara. Por el contrario, el trabajo de cámara en La celebración es tan claramente visible que hasta podría decirse que busca llamar su propia atención (Laursen, 2000).
Lo mismo puede decirse sobre el montaje. Ya hemos observado que el Manifiesto no dedica una sola palabra al montaje, a pesar de esta sea el área más problemática de cualquier estética cinematográfica realista porque es potencialmente la más manipuladora: no en vano Bazin (1966) escribió un artículo titulado “Montaje prohibido”. En La celebración y Los idiotas particularmente, aparecen frecuentes jump cuts y una edición discontinua así como una frecuente discontinuidad en la posición, postura o expresión de los personajes. En palabras de Paul Willemen (2000): “el tiempo y espacio cinematográficos son destruidos en favor de fragmentos que pueden ser combinados y recombinados hasta que hayan sido vaciados de todos los rastros de un mundo en lugar de la idiotez del director, perdón: la idiosincrática ‘perspectiva personal’”. Esto no sólo sugiere que la continuidad temporal y geográfica no cuentan con una prioridad especial en la estética del Dogma 95, sino también que el montaje estaba siendo, en realidad, utilizado para socavar cualquier referencia a una realidad determinada. No podríamos estar más lejos de un ideal baziniano sobre realismo y humanismo (véase capítulo 3).
Es improbable que el “agitado trabajo de cámara” (Laursen, 2000) en las películas Dogma, en las que el equipo de grabación y sus operadores aparecen en escena, y la discontinuidad de la edición del Dogma 95 estén allí para revelarle a la audiencia los principios de la construcción de una película. El Manifiesto no postula pretensiones didácticas o ideológicas. Por otra parte, esta es una época en la que cada lanzamiento en DVD de una película explica cómo se realizaron los efectos especiales, en la que la mayoría de los cinéfilos crecieron junto a las películas, televisión y video, y en la que muchos de ellos han grabado y editado un video o una película digital por su cuenta. Pareciera ser una pérdida de tiempo demostrarles que la imagen de una película “no es una imagen justa, sino sólo una imagen” (pas une image juste, mais juste une image), como lo hizo Godard en Le vent d’est (Grupo Dziga Vertov, 1970). Sin embargo, el Manifiesto hace mención explícita de la “verdad” que el cineasta debe sacar de los actores y del cuadro de la acción. Y en las preguntas frecuentes que se realizan en la página oficial del Dogma 95, Vinterberg dice que “dos de los instrumentos esenciales para un director [son] la historia y el talento actoral”. Entonces, el Dogma 95 está menos interesado en la “realidad” o la “verdad” del proceso de realización de una película que en la “verdad” de “los personajes y del cuadro de la acción”, “historia y talento actoral”. Lo que se pueda entender por el término “verdad” del Dogma 95 es diferente de las “verdades” buscadas por los movimientos cinematográficos modernos. Y si no se encuentra una estética claramente definida en el Manifiesto Dogma 95 esto se debe a que, quizás, aquellos que la buscaron iban tras las luces de la misma estética cinematográfica moderna que el Dogma 95 había abandonado. Bye bye Bazin.
De la “esencia” al juego La gran mayoría de las estéticas cinematográficas clásicas y modernas hacen la pregunta “¿Qué es una película?” y utilizan la respuesta para determinar cómo debería lucir una película. La definición ontológica de una película es usada para derivar a una deontología que prescribe los recursos estilísticos que un cineasta debería idealmente utilizar (véase Casetti, 1994: 15-16). Bazin, para quien la esencia de una película reside en su objetivo, la reproducción fotográfica de la realidad, advirtió la utilización de la profundidad de campo y del plano secuencia porque estas técnicas respetaban la continuidad temporal y espacial del mundo cotidiano.14 Eisenstein, sin embargo, para quien la esencia del arte en general y de la película en particular reside en la organización de las colisiones entre elementos heterogéneos y conflictivos, vio al montaje como la herramienta más importante del cineasta (Eisenstein, 2008).
Las teorías cinematográficas clásicas también han enmarcado usualmente su estética desde una perspectiva ética. Para Bazin la tarea del cine y la fotografía era traer la realidad “en su pureza virginal hacia mi atención y consecuentemente hacia mi amor” (1966: 15). Para Eisenstein, para quien “la imagen” es más significativa que “lo imaginado”, un montaje “intelectual”, “desde una combinación de imágenes fílmicas, permitiría un nuevo elemento cualitativo, un nuevo imaginario, una nueva concepción a surgir”. También, el neorrealismo italiano adhirió a ciertos principios (tales como filmar en una locación con la luz disponible, el uso de actores no-profesionales, y el uso libre de los movimientos de cámara) para servir al propósito ético de mostrar fielmente los eventos y desde la perspectiva de una persona común (véase Liehm, 1984: 131).
Tales fundamentos metafísicos (Casetti, 1994) y principios éticos están notablemente ausentes en el Manifiesto Dogma 95; por el contrario, éste mismo se distingue de los manifiestos modernistas previos al separar el experimento estilístico del contenido (véase MacKenzie, 2003: 51-52). Aquellas reglas del Dogma 95 que sugieren lo que una película es o debería ser, así como la insistencia por utilizar colores en una película, grabar sonido e imagen juntos, y lanzar la película en el formato de la Academia de 35mm, son en gran parte el resultado de consideraciones prácticas y tácticas, no ejemplares. La obligación original de filmar en 35mm fue rápidamente abandonada “debido a razones presupuestarias y a los buenos y emocionantes resultados que algunos directores obtuvieron con el video digital”, pero la idea acerca de sacar la película en 35mm se mantuvo porque también asegura la posibilidad de que una película Dogma 95 puede ser mostrada en cualquier sala cinematográfica, en todo el mundo. Dogma 95 tiene el propósito de influenciar el ambiente cinematográfico actual.
El requerimiento de filmar en colores no está explicado en ninguna parte, pero sin duda deriva del hecho de que en estos días, el uso de una película en blanco y negro es visto como anómalo, como una deliberada elección del cineasta,15 como el resultado de aplicar procesamiento óptico y filtros que las normas prohíben, o porque el uso del blanco y negro en combinación con la cámara en mano se ha convertido en una convención de género para sugerir un efecto documental (véase Stevenson, 2003: 32-33). Sea cual fuere la razón, estas consideraciones no se basan en la supuesta “esencia” de la película, sino que se enmarcan en el mismo contexto histórico contemporáneo y contingente de la práctica fílmica actual en la que opera el Dogma 95.16
Dentro de este contexto contemporáneo de la cultura cinematográfica a los fieles del Dogma 95 no les preocupa la promoción de películas de bajo presupuesto, a pesar de que esta haya sido la manera en que tanto críticos como seguidores interpretaron las normas. El Manifiesto habla de la “democratización” de las tecnologías modernas en una película, y en las preguntas frecuentes de internet sus autores señalan que gracias a la asequibilidad de las cámaras de video digitales y computadoras y el acercamiento del Dogma 95 hacia la baja tecnología, “debería ser posible para casi todo el mundo hacer una película Dogma 95”. Sin embargo, ellos niegan firmemente que el Manifiesto Dogma 95 sea un manual “hágalo usted mismo” para la realización de bajo presupuesto. Vinterberg señala que según las normas danesas La celebración fue sin duda una película de bajo presupuesto. Los autores del Manifiesto están claramente preocupados por disipar esta ilusión, como se evidencia en la inclusión de un preguntas y respuestas separado de las preguntas frecuentes en la página web oficial del Dogma:
¿El ‘Dogma’ es una manera de hacer películas de bajo presupuesto? No, de ninguna manera. El Manifiesto Dogma 95 no se preocupa por los aspectos económicos de la realización fílmica. Una película ‘dogma’ podría ser de bajo presupuesto o podría tener un presupuesto de 100 millones de dólares mientras el cineasta siga el Voto de Castidad.
Von Trier y Vinterberg también enfatizan que el Manifiesto no está dirigido a los directores jóvenes o novatos, sino a “los directores profesionales que podrían necesitar una experiencia cinematográfica ‘purificante’. De hecho, no es recomendable hacer una película Dogma 95 para los directores que hagan su primera película, porque uno tiene que ser consciente de la diferencia entre hacer una película convencional y hacer una película Dogma”. Además, también, han invitado a directores como Martin Scorsese y Steven Spielberg a hacer películas Dogma (Kelly, 2001: 216). Por otra parte, el Dogma 95 no ha rechazado totalmente a la Nouvelle Vague. Siguiendo a Kristian Levring, realizador de la película Dogma #4 The King is alive y uno de los colegas fundadores del Dogma 95, Godard debería ser el presidente del Dogma 95 porque Sin aliento (1960) “(es) probable que sea la mejor película Dogma que se pueda hacer” (en Kelly, 2001: 82).
Por lo tanto, las reglas del Dogma 95 no parecen surgir a partir de una preocupación por la “realidad”, como en la estética de André Bazin, o de un concepto sobre la “esencia” de la película, o incluso de un esfuerzo por emplear medios poco convencionales a fin de dar lugar a la alienación del espectador al presentar la realidad de manera poco familiar. Por el contrario, pretenden tener un efecto terapéutico en cineastas profesionales que quieren purificarse de prácticas cinematográficas convencionales, despejando el camino para un concepto más amplio y aceptable del film del que prevalece hoy en día. Von Trier siente que los cineastas deberían ser capaces de mirar al Dogma y pensar “si eso es una película, entonces yo también puedo hacer una”. En vez de pensar “No, si no es como La guerra de las galaxias, no es una película” (Kelly, 2001: 217).
Para desterrar esta ilusión las reglas prescriben una especie de desintoxicación para cineastas profesionales, un síndrome de abstinencia, como el sufrido por los músicos pop en los MTV Unplugged bajo el lema “sin guitarras eléctricas. Sin teclados. Sin efectos especiales” (véase Stevenson, 2005: 104).17 El cineasta debe renunciar a todos los “cosméticos”, a todas las herramientas técnicas y recursos estilísticos que lo distraen de sus instrumentos esenciales: los actores y la historia.
Nuevamente, algunos efectos están prohibidos no por su propio bien sino por las razones por las que usualmente se emplean. Las restricciones pretenden no frenar, sino estimular estas circunstancias inusuales de producción dan restricción y libertad al director, quien se ve obligado a ser creativo. Eliminas la posibilidad de “guardar” una escena horrible y que no funciona con una música subyacente o voice-over. Tienes que elaborar soluciones creativas para obtener, por ejemplo, la música de tu película (von Trier y Vinterberg, 1995).
Tales reglas no están en el espíritu de André Bazin sino en el de Robert Bresson (1997: 130), cuyas reglas en las Notes sur le cinématographie aconsejan: “Forjar leyes de hierro, sólo para hacerlas difíciles de observar y romper”.
Las reglas tomadas en su conjunto no definen una estética alternativa especificada sino un grupo de restricciones deliberadamente autoimpuestas que obligan a los cineastas a encontrar soluciones creativas para los problemas que ineludiblemente presentan esas restricciones. Un resultado beneficioso sería que los cineastas pudieran redescubrir que las normas y prácticas de producción del cine convencional no son las únicas que pueden conseguir la felicidad universal, y que no pueden hacer ningún reclamo a la regla de aceptación universal o absoluta. Naturalmente, lo mismo se aplica a las reglas del Dogma 95. Por la razón principal de que no están integradas en un concepto estético u ontológico que defina qué es o debería ser una película, las reglas son arbitrarias y reemplazables. Como Lars Bredo Rahbek de Nimbus Film, compañía que produjo Mifunes Sidste Sang, señala, “Dogma no consiste en seguir las Reglas de los Hermanos: consiste únicamente en plantearse algunas Reglas y algunas limitaciones, que pueden ser las que uno quiera. La idea es ganar creatividad mediante la auto-imposición” (Kelly, 2001: 126).
Kragh-Jakobsen filmó Mifune con un rollo de película de 16mm simplemente porque él disfrutaba del desafío de filmar en la Dinamarca rural con una única cámara al hombro (“eso es lo que da juego, ¿eh? Es algo vivo, es orgánico: se parece al cine polaco de 1969. Quería volver ahí” (Kelly, 2001: 232)). Además, von Trier está dispuesto a poner en perspectiva la importancia de las regulaciones específicas del Manifiesto:
aún pienso que el Dogma podría persistir en el sentido de que un director sería capaz de decir, “tengo ganas de hacer ese tipo de película”. Creo que sería divertido. Estoy seguro de que muchas personas podrían beneficiarse de eso. En este punto se me podría argumentar que ellos se verían fácilmente beneficiados con un establecimiento diferente de las reglas. Sí, por supuesto. Pero, entonces, sigan adelante y formúlenlas. Las nuestras son sólo una propuesta (MacKenzie, 2003: 56).
Entonces, el juego del Dogma 95 se trata principalmente de la elaboración de un conjunto de reglas, sólo para ver lo que sucede cuando las reglas se observan realmente. Visto así, el cine del Dogma 95 es más la exploración de una hipótesis que un “dogma” realista; después de todo, la cuestión simplemente es: ¿qué sucede si un cineasta tiene que atenerse a estas reglas? Notablemente, este es el método de trabajo que Lars von Trier siempre ha empleado. El Manifiesto Dogma 95 es sólo uno de los muchos códigos de producción que él ha impuesto en sus propias películas o en las ajenas, como en el documental Las cinco obstrucciones (Jørgen Leth y Lars von Trier, 2002), en el que obliga al director Jørgen Leth a hacer cinco modificaciones en su cortometraje The Perfect Human (1967), cada cual acompañada de “órdenes cada vez más sádicas y limitaciones difíciles de superar”.18
Una vez que se han establecido las reglas, tienen que ser observadas (se debe asumir la responsabilidad propia en caso de que no se hayan cumplido). En palabras de von Trier:
Pero ya sabes que a la gente le ha sido muy difícil tomarse las Reglas en serio. Y, como dicen ellos, ahí es donde sí que soy “dogmático”. Si no te lo tomas en serio, no interesa: ¿para qué hacer si no un film Dogma? Es un pequeño juego, ¿no? Uno debe seguir las Reglas. Vamos, ¿por qué iba a jugar uno al fútbol si no le interesara meter el balón en la portería contraria? (Kelly, 2001: 220).
Tal como von Trier lo hace explícito, las reglas del Manifiesto tienen todas las características de las reglas de un juego. Dichas reglas sólo son significativas en el contexto de un juego: ellas especifican las acciones que un jugador debe, debería o no llevar a cabo para alcanzar un fin, lo cual se especifica en las mismas reglas. El teórico de juegos de computadoras Jesper Juul (2003: 55) describe dichas reglas como:
Las reglas de un juego… instalan acciones potenciales, acciones que son significativas dentro del juego pero que carecen de sentido fuera del mismo… las reglas no sólo impiden que hagamos algo, sino que también especifican lo que podemos hacer de manera importante… las reglas son limitaciones y posibilidades. Todo lo que gobierna el aspecto dinámico de un juego es una regla.
La consideración del cine como un juego muestra una fuerte afinidad con los “juegos del lenguaje” que Ludwig Wittgenstein introdujo en la filosofía como una técnica terapéutica. El análisis lingüístico de muchos filósofos, incluyendo al Wittgenstein temprano, tenía la tendencia de concentrarse sólo en una forma de la expresión lingüística, la “oración enunciativa” del tipo “Dogma 95 es un movimiento de cineastas daneses”, con el que el emisor realiza una declaración acerca del estado de las cosas en el mundo real. Esto condujo a la impresión de que el lenguaje consistió solamente en oraciones enunciativas, expresadas como declaraciones o afirmaciones; otros tipos de expresiones lingüísticas tales como promesas, expresiones performativas (“declaro el comienzo de este año académico”), preguntas y órdenes fueron vistas como variantes de dichas enunciaciones. Al dotar de privilegio lingüístico a tales enunciados también, inevitablemente, se dio lugar a la idea de que el contenido proposicional de un enunciado corresponde a una situación en el mundo, y que los sustantivos de esa proposición corresponden a objetos reales.
Para disipar esta ilusión gramatical y para demostrar que el lenguaje está compuesto por una serie de expresiones, de las cuales la enunciativa era sólo una, Wittgenstein sugiere mirar “los juegos del lenguaje primitivo”, especialmente los de los niños. En estos juegos de lenguaje surgieron los problemas de verdad y falsedad, correspondencia y no-correspondencia con la realidad, así como la naturalidad de las enunciaciones, hipótesis y preguntas “sin el fondo perturbador de procesos de pensamiento altamente complicados. Cuando consideramos formas de lenguaje tan sencillas, desaparece la niebla mental que parece envolver nuestro uso ordinario del lenguaje. Vemos actividades y reacciones, que son nítidas y transparentes” (Wittgenstein, 1976: 15-16). La finalidad y medios del Manifiesto Dogma 95 están estrechamente relacionados con los del juego del lenguaje de Wittgenstein: Dogma 95 quiere eliminar la idea de que el cine de masas lo es todo y, además, propone un regreso terapéutico hacia un método de trabajo primario; menospreciando el lastre —la neblina mental— de la práctica cinematográfica convencional en función de redescubrir la naturaleza del cine.
Considerar al cine como un juego es, también, proponer la desmitificación de los métodos cinematográficos convencionales en tanto juegos que son jugados para otras reglas —reglas que son tomadas demasiado en serio. Visto desde este ángulo, las películas clásicas, modernas y contemporáneas, como cualquier otro modo de narración (Bordwell, 1996), son nada más que “juegos cinematográficos”. Las reglas del Dogma 95 se convirtieron en un “movimiento” en el juego del cine. El significado de estas reglas no reside en su contenido específico (aunque esto tiene una función), sino en el efecto que se pretende que tengan en el ámbito cinematográfico: la “desnaturalización” del modo dominante del cine en tanto “juego cinematográfico” contingente, históricamente determinado y, por lo tanto, inconstante. Con este movimiento, el Dogma 95 convierte la película en un dominio agonístico en el que los juegos y las acciones lingüísticas son armas en una batalla de todos contra todos, una “agonistique générale” (Lyotard, 1991: 12).
Wittgenstein utilizó la técnica de los juegos del lenguaje para repudiar la idea de que el significado de un enunciado lingüístico estaba determinado por su correspondencia con el estado de las cosas del mundo real, y de que el significado de un concepto dado era una “esencia” compartida por todos los objetos designados por una expresión dada. De la misma manera, el enfoque del Dogma 95 ha tenido efectos de gran alcance sobre lo que es y significa filmar. En particular, ha rechazado radicalmente la idea de que el cine es la representación no-recurrente de una serie única de eventos, y la reemplazó por una concepción del mismo que lo ve literalmente como un juego. El Dogma 95 tiene un número de aspectos menormente discutidos y comprendidos, tales como su explícita declaración anti-individualista, anti-autoral y anti-artística (“Ya no soy más un artista”), que hasta el momento han sido pasados por alto tanto por los seguidores como por los detractores del Dogma 95. Conservo la esperanza de que la perspectiva “ludológica” (Frasca, 2003) arrojará cierta luz útil en estas áreas.
Tomado de: http://asaeca.org
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